¿quién elige?

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¿Quién elige? ¿ T e gustaría descubrir que Dios no te eligió para ser salvo, que no te ayudará como ayuda a los escogidos y que te marginó a la perdición eterna? En otras palabras, que nunca pudis- te elegir; que Dios decidió rechazarte, que naciste para vivir por siempre en angustia y dolor. Este es el Dios de millones de cris- tianos que creen en la predestinación. Al pensar en este dictamen, Martín Lutero de- seó no haber nacido; 1 y Juan Calvino dijo que el dictamen era “espantoso”. 2 El pasaje que sirve de fundamento para los partidarios del predestinacionismo está en Romanos 9: “(pues no habían aún na- cido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo [a Rebe- ca]: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Rom. 9:11-13). Dios eligió, y los seres hu- manos no intervinieron. El Dios predestina- dor no respeta la libertad humana de elegir. Sin embargo, el pacto del Dios bíblico con Abraham (Gén. 12:2, 3; 18:18; Gál. 3:8), Isaac (Gén. 22:18) y Jacob (Gén. 26:4, 5) prometía que todas las naciones serían ben- decidas a través de sus descendientes; esto incluía a Edom, los descendientes de Esaú (Gén. 36:43). Entonces, Dios no bendijo so- lamente a Israel (el nuevo nombre de Jacob, Gén. 32:28; 35:10), sino que, por medio de Israel, deseaba bendecir a todas las naciones. Esto sugiere que la elección de Israel era una elección corporativa para una misión. No hay razón bíblica alguna para con- cluir que las bendiciones otorgadas a una nación diferían de las bendiciones ofreci- das a todas. Esto tiene sentido cuando con- sideramos el plan universal de salvación de Dios. Dios eligió a una mujer, María, para La enseñanza bíblica sobre la predestinación. 8 | REVISTA ADVENTISTA • AGOSTO 2011

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Page 1: ¿Quién elige?

¿Quién elige?

¿Te gustaría descubrir que Dios no te eligió para ser salvo, que no te ayudará como ayuda a los

escogidos y que te marginó a la perdición eterna? En otras palabras, que nunca pudis-te elegir; que Dios decidió rechazarte, que naciste para vivir por siempre en angustia y dolor. Este es el Dios de millones de cris-tianos que creen en la predestinación. Al pensar en este dictamen, Martín Lutero de-seó no haber nacido;1 y Juan Calvino dijo que el dictamen era “espantoso”.2

El pasaje que sirve de fundamento para los partidarios del predestinacionismo está

en Romanos 9: “(pues no habían aún na-cido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo [a Rebe-ca]: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Rom. 9:11-13). Dios eligió, y los seres hu-manos no intervinieron. El Dios predestina-dor no respeta la libertad humana de elegir. Sin embargo, el pacto del Dios bíblico con Abraham (Gén. 12:2, 3; 18:18; Gál. 3:8), Isaac (Gén. 22:18) y Jacob (Gén. 26:4, 5) prometía que todas las naciones serían ben-

decidas a través de sus descendientes; esto incluía a Edom, los descendientes de Esaú (Gén. 36:43). Entonces, Dios no bendijo so-lamente a Israel (el nuevo nombre de Jacob, Gén. 32:28; 35:10), sino que, por medio de Israel, deseaba bendecir a todas las naciones. Esto sugiere que la elección de Israel era una elección corporativa para una misión. No hay razón bíblica alguna para con-cluir que las bendiciones otorgadas a una nación diferían de las bendiciones ofreci-das a todas. Esto tiene sentido cuando con-sideramos el plan universal de salvación de Dios. Dios eligió a una mujer, María, para

La enseñanza bíblica sobre la predestinación.

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que Cristo pudiera convertirse en el Salva-dor del mundo. Pues “él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). La razón por la cual Dios aborreció a Esaú no fue porque deseaba reprobar-lo, sino porque sabía de antemano que Esaú habría de despreciar su primogenitu-ra (Gén. 25:31-34), casarse con mujeres hititas y heveas no creyentes, guardarle rencor a Jacob y planear darle muerte a este (Gén. 27:41; también 32:6, 7). Dios también sabía que la nación que confor-marían los descendientes de Esaú sería llamada “territorio de impiedad” (Mal. 1:4). Dios aborrecía su pecado, pero amaba al pecador. Esaú odiaba a Jacob y a Dios por elec-ción propia, y no por causa de la elec-ción previa de Dios. Jacob decidió seguir a Dios; Esaú decidió rebelarse contra él. Dios permitió que Esaú lo rechazara y que cosechara los resultados de su decisión, pues los seres humanos cosechan lo que siembran (Gál. 6:7). Esa es la manera en que el pecado se originó en el universo: la libre elección de Satanás y sus ángeles en el cielo (Isa. 14:12-14; Eze. 28:14-16; Apoc. 12:7, 8); y de Adán y Eva en el Edén (Gén. 3:1-6). Dios no muestra parcialidad

(Rom. 2:11; 1 Ped. 1:17), pues la parciali-dad es un pecado (Sant. 2:9). Dios otorga a todos los seres inteligentes la libertad de elección. Si Dios fuera parcial y arbitrario, ¿acaso el gran confl icto, que cuestiona su amor y justicia, no sería legítimo?

El alfarero Una doctrina nunca debe basarse en un solo texto o pasaje. El alfarero de Romanos 9 es el fundamento de los partidarios del predestinacionismo, que parecieran pasar por alto a los alfareros de Isaías 45 y Jere-mías 18, que merecen igual consideración por ser los pasajes raíz del pasaje del alfare-ro de Romanos 9. En otras palabras, son el contexto intertextual inspirado para ese as-pecto de Romanos 9. Por lo tanto, proveen una guía divina para interpretar la ilustración del alfarero en Romanos. En Isaías 45 se habla del Dios creador como un alfarero con arcilla, y se pregunta: “¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?” (vers. 9). Esta declaración no tiene la inten-ción de mostrar a un Soberano arbitrario, pues Dios invita: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (vers. 22). Más bien, estas palabras demuestran una elec-ción condicional en la historia. En Jeremías 18:2 al 10, el profeta ob-

serva a un alfarero que no está creando una vasija (para elección o rechazo). En realidad, el alfarero está trabajando con una vasija dañada, intentando moldearla nuevamente. Dios deseaba que el Israel descarriado supiera que él podría mol-dearlos nuevamente en la historia (y no predestinarlo antes de la historia). Nota las condiciones: si una nación malvada se vuelve del mal, Dios no traerá sobre ella el mal que planeaba (vers. 8). Si una nación hace el mal, entonces Dios planifi ca el cas-tigo (vers. 10). Dios le estaba diciendo a Judá: “conviértase ahora cada uno de su mal camino, y mejore sus caminos y sus obras” (vers. 11). Pero, no se arrepintieron. Dios dice: “Porque mi pueblo me ha ol-vidado, incensando3 a lo que es vanidad” (vers. 15). Israel y Judá fueron llevados cautivos. Perdieron su elección para la mi-sión (Hech. 13:46). Hay una distinción entre la elección para una misión y la elección para la sal-vación. Romanos 9 describe la elección corporativa de Israel para una misión, no la elección personal de Jacob para la sal-vación y el rechazo personal de Esaú. Por eso, Romanos 9:21 pregunta: “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para ha-cer de la misma masa un vaso para honro-so y otro para deshonra?” Jacob (o Israel)

Dios es el que llama

NORMAN R. GULLEY es profesor de investigación de Teología Sistemática en Southern Adventist University, Tennessee, EE.UU. Este artículo fue publicado en la Adventist Review.

Dios se reserva el derecho de asignar a los hombres y a las naciones diversas responsabilidades. Los hombres

pueden anhelar “los dones mejores” (1 Cor. 12: 31), pero es Dios quien, por medio del Espíritu, distribuye los dones “como él [el Espíritu] quiere” (vers. 7-11). El hecho de que Jacob fuera elegido para ser el progenitor de la nación que sería el instrumento evangelizador de Dios no signifi ca en lo más mínimo que su hermano fuera elegido para la perdición. Una deducción tal es completamente falsa. Este pasaje ha sido usado para apoyar la doctrina de que Dios predestina a algunos para la salvación y a otros para la condenación eterna sin tener en cuenta el carácter. Pero esta doctrina es contraria

a todo el contenido de las Es-crituras (ver Rom. 8:29) y, por lo tanto, Pablo no puede ense-ñarla en este versículo. Su referencia a la muy conocida historia de Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, tiene el propósito de destacar ante los judíos el hecho vital de que las obras y la vinculación física con la raza escogida, por sí solas, no comprometen ni obligan a Dios a bendecir con favores y pri-vilegios. Fue necesario que Pablo destacara este punto con fi rmeza, porque los judíos tergiversaban y abusaban de su relación con el Pacto.

so y otro para deshonra?” Jacob (o Israel)

a todo el contenido de las Es-crituras (ver Rom. 8:29) y, por lo tanto, Pablo no puede ense-ñarla en este versículo. Su referencia a la muy conocida historia de Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, tiene el propósito

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PredestinaciónLa omnisciencia y la presciencia se refi eren a la actividad

cognitiva de Dios respecto del mundo en general y a las acciones humanas libres en particular. Dentro de este contexto general, la predestinación se refi ere a la actividad volitiva de Dios (Efe. 1:5, 9, 11) al decidir la estructura y los componentes básicos requeridos para lograr la redención de la humanidad (1 Cor. 2:7). En un sentido general, cualquier decisión divina que determina la naturaleza y la estructura de la realidad creada puede considerarse como perteneciente a la predestinación. De este modo, la creación del mundo es la actualización del anteproyecto de Dios para la naturaleza. En sentido bíblico, la predestinación se refi ere específi camente al plan divino de salvación. Así como la creación fue la actualización del anteproyecto de Dios para las realidades creadas, la predestinación fue su plan para la salvación de los pecadores. La Escritura se refi ere al anteproyecto divino para la salvación de la humanidad con palabras como “propósito” (gr. próthesis, un “plan trazado con anticipación” [Rom. 8:28; 9:11; Efe. 1:11; 3:11; 2 Tim. 1:9]), “misterio” (Efe. 3:9) y “sabiduría divina, misteriosa, escondida” (1 Cor. 2:7, Nácar-Colunga). La palabra “predestinación”, que aparece en la Biblia como el verbo griego pro�ríz� (“decidir de antemano”), también la utilizan los escritores bíblicos para referirse a la decisión previa y eterna de Dios con respecto a su plan de salvación (Hech. 4:28; Rom. 8:29, 30; 1 Cor. 2:7; Efe. 1:5, 11). Dios concibió y determinó el plan de salvación “antes de la fundación del mundo” (Efe. 1:4; 1 Ped. 1:20), antes de la existencia de “los siglos” (1 Cor. 2:7), “desde el principio” (2 Tes. 2:13; cf. Juan 1:1). Esta es la razón para el prefi jo pre en “predestinación”. Antes de la caída (Gén. 3), antes de la creación del mundo (Gén. 1; 2), aun antes de las edades del tiempo creado, en la eternidad, Dios ideó y decidió en sí mismo la estructura del plan para la salvación de la humanidad (Efe. 1:9).

La predestinación de Dios no determina la salvación o la condenación eterna de los seres humanos, como algunos quisieran hacernos creer. La enseñanza bíblica no identifi ca predestinación con presciencia, por eso se dice que Dios predestina todo lo que conoce de antemano. Es verdad que la idea bíblica de presciencia incluye el conocimiento de Dios de nuestro destino eterno. Sin embargo, la Escritura niega en dos registros la pretensión de que Dios predetermina los destinos humanos. Primero, Pablo diferencia claramente entre conocimiento previo y predestinación (Rom. 8:29). Por esto no debieran confundirse las dos nociones. Segundo, de acuerdo con la Escritura, la salvación de los seres humanos implica no solo el plan de predestinación y las obras de salvación de Dios, sino también la libre respuesta de fe al llamado y la incitación del Espíritu Santo. El papel del libre albedrío en la determinación de nuestro destino eterno está presente implícitamente en la enseñanza del juicio fi nal, incluido en la predestinación divina (Hech. 17:31), la cual vincula, entre otras cosas, la encarnación y la muerte de Jesucristo, la libre respuesta humana al llamado a aceptar todas las provisiones del plan de Dios y el juicio que Dios hace de nuestra respuesta.–Fernando Canale, “Doctrina de Dios”, en Tratado de teología adventista del séptimo día, pp. 132, 133.

tenía un propósito honrado, una misión para el mundo.

Los partidarios del predestinacio-nismo y el confl icto Los partidarios del predestinacionismo afi rman que Cristo no murió por todos los seres humanos. Argumentan: “Si Cristo ha reconciliado a todas las personas con Dios pero el Espíritu Santo no otorga fe a todos, la obra del Espíritu es colocada por encima y en contra de la de Cristo. ¿No implicaría esto una tensión, o confl icto, en Dios mismo?”4 La respuesta es no, porque

Cristo murió por todos (Juan 3:16; 1 Juan 2:2), y el Espíritu Santo fue derramado “sobre toda carne” (Hech. 2:17; cf. “sobre toda carne”, Joel 2:28-32) y viene para convencer “al mundo de pecado” (Juan 16:8); por lo tanto, hay coherencia entre la misión global de Cristo y la del Espíritu. Los partidarios del predestinacionismo están en confl icto con las Escrituras. Afi rman que el dictamen de Dios (elección/rechazo) es incondicional, secreto y fuera de los lími-tes para los seres humanos.5 Pero, Dios se revela en la historia como amor (1 Juan 4:8-16), y su pacto es condicional (Deut. 28).

La visión mundial de la Biblia Debemos ahondar en este tema del presunto secretismo de Dios. Si Dios recha-za a la mayoría de los hombres y los envía al infi erno eterno, está clarísimo que es injusto. Incluso los seres humanos caídos pueden verlo. No sirve responder: “Debe ser justo, porque Dios es justo”. Eso no arregla las cosas; solamente supone lo que debe ser demostrado. Tampoco sirve insis-tir en que “los seres humanos no deberían cuestionar a Dios, porque él es Dios”. Esto ignora el confl icto cósmico que cuestiona a Dios (Gén. 3:1-6) y lucha contra él (Apoc.

Dios concibió y determinó el plan de salvación “antes de la fundación del mundo” (Efe. 1:4; 1 Ped. 1:20), antes de la existencia de “los siglos” (1 Cor. 2:7), “desde el principio” (2

pre en “predestinación”. Antes de la caída (Gén. 3), antes de la creación del mundo (Gén. 1; 2), aun antes de las edades del tiempo creado, en la eternidad, Dios ideó y decidió en sí mismo la estructura del plan para la salvación de la

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12:3-5, 9-13, 17), al mentir (Juan 8:44) y acusarlo de ser contrario a su naturaleza de amor (1 Juan 4:8-16) y, por lo tanto, que en realidad no ama y es injusto. Cristo dijo que había venido a revelar al Padre (Juan 14:9), y no hay ejemplo alguno en el cual haya tratado a los seres humanos injusta-mente o sin amor. Además, vino a hacer la voluntad de su Padre (Heb. 10:7), con el objetivo de salvar a un mundo caído (Juan 3:16). La voluntad de Dios y su amor cla-ramente son una sola cosa. Para salvar al mundo, ejercitó su voluntad de amor. Hay congruencia entre su naturaleza y sus ac-tos, porque sus actos en la historia humana son una revelación de su naturaleza. La mayoría de los cristianos cree en el juicio fi nal al término de la historia humana. Pero ¿por qué necesita Dios un juicio fi nal, si su dictamen eterno ya juzgó quién será salvo y quién no? Si el dictamen garantiza gracia irresistible para los escogidos, ¿qué sentido tiene un juicio fi nal? Aquí hay otro confl icto con el Dios predestinador. El he-cho de que las Escrituras hablen de un jui-cio previo al advenimiento (Dan. 7:9, 10), un juicio durante el milenio (Apoc. 20:4, 5) y un juicio posterior al milenio (vers. 11-14) contradice la idea de un juicio de dictamen divino de naturaleza arbitraria. En oposición a la arbitrariedad, Dios no tiene nada que esconder. De hecho, desea que todos los seres inteligentes creados vean con claridad por qué algu-nos son salvos y otros no, basándose en la evidencia dada en los tres juicios. Esto contradice el supuesto secretismo y des-pliega abiertamente ante todos los seres inteligentes creados la verdad acerca de Dios: que, en estos tres juicios, demuestra

amor y justicia. Por contraste, el juicio de predestinación secreta no es justo y apor-ta al confl icto contra Dios. El Calvario fue el momento en el que se desarrolló la batalla fi nal del confl icto. Ese fue principalmente un día de juicio (Juan 12:31, 32). Como “expiación por el pecado” (Isa. 53:10), Cristo soportó la se-paración del Padre en nuestro lugar (Mat. 27:46); y, en el juicio fi nal, a aquellos que odian a Dios y desean ser separados de él se les concederá su deseo (Apoc. 20:14; cf. Mat. 23:37). C. S. Lewis dijo: “Al fi nal habrá solamente dos tipos de personas: aquellos que le dicen a Dios: ‘Hágase tu voluntad’, y aquellos a quienes Dios les dice: ‘Hágase tu voluntad’ ”.6

El Calvario defi nió la voluntad de Dios. “Y esta es la voluntad del que me ha en-viado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (Juan 6:40). El precio de la salvación fue pagado para todos los seres humanos y es ofrecido a todos los seres humanos; y el dictamen eterno debe ser interpretado a la luz de la muerte de Cristo. Al mirar a Cristo en la cruz, veo el sacrifi -cio máximo incomparable, y a un Dios que ama infi nitamente y es justo. Dios pudo haber evitado la cruz, pero el amor lo llevó a aceptar toda su vergüenza y su dolor des-garrador. Jesús clamó a Dios sintiéndose absolutamente abandonado por su Padre. Todos los pecados humanos, los tuyos y los míos, lo hundieron en esa terrible ago-nía. En las profundidades de la muerte, el decreto divino tradicional es destrozado y reemplazado. No es Dios el que elige y escoge a algunos, y rechaza a otros; él decidió

morir por todos. Por consiguiente, todos los seres humanos pueden elegir o rechazar este don; realidad que coloca la doctrina de la predestinación de punta y refuta el desafío al gran confl icto. Dios respeta la libertad humana de ele-gir. ¡Qué amor increíble!

____________Referencias 1 Martín Lutero, On the Bondage of the Will, Henry Cole, trad. (Grand Rapids: Baker, 1981), p. 243, sec. 94. 2 Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, Hanrey Beveridge trad. (Londres: James Clarke, 1962), t. 2, p. 212 (libro 3, cap. 23, sec. 7). 3 Incensar: “Dirigir con el incensario el humo del in-cienso hacia alguien o algo”. (Diccionario de la lengua española la Real Academia Española). 4 J. van Genderen y W. H. Velema, Concise Reformed Dogmatics (Phillipsburg: P & R, 1992), p. 528. 5 Calvino, ibíd.,t. 2, p. 204 (libro 3, cap. 21, sec. 1); t. 2, p. 235 (libro 3, cap. 23, sec. 12); t. 2, p. 229 (libro 3, cap. 23, sec. 5). 6 C. S. Lewis, The Great Divorce (Nueva York: Mac-millan, 1945), p. 69.

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