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El correo bíblico LA MEDIOCRIDAD, Apocalipsis 3:14-21 1 Por José Rubén Arango QUEMAR LAS NAVES Comenzaré con unas anécdotas, que servirán de preámbulo al tema, y que serán la antesala para que podemos acercarnos en una reflexión abierta y franca, que nos llevará a navegar en el corazón mismo de la excelencia. En 1519, la conquista de México era la noticia del momento. Pero un grupo de hombres, entre frailes, marineros y soldados, planearon huir a Cuba. Tal intento fue calificado como una conspiración por el español y conquistador Hernán Cortés, quien comandó un consejo de guerra, en el que se sentenció a morir en la horca a Cermeño y a Escudero, cortarle parte de un pie a Umbría, y arrestar a los demás. Además, en la playa de San Juan de Ulúa, el mismo Cortés determinó inutilizar la mayor parte de las naves, ordenando que fueran barrenadas y hundidas, como medida preventiva a cualquier otro acto de complot o sabotaje, y para dejar en claro que la retirada era imposible desde cualquier punto de vista, incontemplable cien por ciento. ─”Las naves eran innavegables”, fue su respuesta a quienes cuestionaron su decisión. El historiador Juan Suárez Peralta, acuñaría la expresión “quemar las naves”, para significar el coraje, la gallardía, la firmeza y la decisión asertiva de dar el lugar correcto al deber y el compromiso a cualquier empresa que se haya encomendado, renunciando a las ventajas y privilegios personales; anteponiendo mis asuntos por los asuntos empeñados o las tareas comisionadas. Este modo de enfrentar los desafíos más complejos, más sacrificiales, e incluso aquellos donde pueda peligrar la vida o estar en riesgo la propia integridad, tiene centenares de ejemplos en la historia y en la literatura. Un caso más, está asociado con la expresión que fue atribuida por Suetonio al militar, político, cónsul y dictador romano Cayo Julio César, ¡Alea jacta est! (la suerte está echada o los dados están lanzados). Se rebeló contra el Senado, el cual fue comprado por los adversarios de Julio César, y había determinarlo despojarlo de su ejército y de su cargo. Así, emprendió la Segunda Guerra Civil contra Pompeyo, pasó el río Rubicón, entre Italia y Galia, dijo: “alea jacta est”, se entregó a su lucha… saldría airoso y comenzaría su periodo como dictador vitalicio de Roma, ahora mucho más extendida por el mismo Julio César. Con esta expresión latina, dicha junto al Rubicón, aleccionó a quienes le acompañaban, que no había retorno, la decisión estaba tomada y era un paso irrevocable; un acto irreversible que implicaría ganar o morir, triunfar o ser derrotado.

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Correo Bíblico

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El correo bíblico LA MEDIOCRIDAD, Apocalipsis 3:14-21

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Por José Rubén Arango

QUEMAR LAS NAVES

Comenzaré con unas anécdotas, que servirán de preámbulo al tema, y que serán la antesala para que podemos acercarnos en una reflexión abierta y franca, que nos llevará a navegar en el corazón mismo de la excelencia.

En 1519, la conquista de México era la noticia del momento. Pero un grupo de hombres, entre frailes, marineros y soldados, planearon huir a Cuba. Tal intento fue calificado como una conspiración por el español y conquistador Hernán Cortés, quien comandó un consejo de guerra, en el que se sentenció a morir en la horca a Cermeño y a Escudero, cortarle parte de un pie a Umbría, y arrestar a los demás. Además, en la playa de San Juan de Ulúa, el mismo Cortés determinó inutilizar la mayor parte de las naves, ordenando que fueran barrenadas y hundidas, como medida preventiva a cualquier otro acto de complot o sabotaje, y para dejar en claro que la retirada era imposible desde cualquier punto de vista, incontemplable cien por ciento. ─”Las naves eran innavegables”, fue su respuesta a quienes cuestionaron su decisión. El historiador Juan Suárez Peralta, acuñaría la expresión “quemar las naves”, para significar el coraje, la gallardía, la firmeza y la decisión asertiva de dar el lugar correcto al deber y el compromiso a cualquier empresa que se haya encomendado, renunciando a las ventajas y privilegios personales; anteponiendo mis asuntos por los asuntos empeñados o las tareas comisionadas. Este modo de enfrentar los desafíos más complejos, más sacrificiales, e incluso aquellos donde pueda peligrar la vida o estar en riesgo la propia integridad, tiene centenares de ejemplos en la historia y en la literatura.

Un caso más, está asociado con la expresión que fue atribuida por Suetonio al militar, político, cónsul y dictador romano Cayo Julio César, ¡Alea jacta est! (la suerte está echada o los dados están lanzados). Se rebeló contra el Senado, el cual fue comprado por los adversarios de Julio César, y había determinarlo despojarlo de su ejército y de su cargo. Así, emprendió la Segunda Guerra Civil contra Pompeyo, pasó el río Rubicón, entre Italia y Galia, dijo: “alea jacta est”, se entregó a su lucha… saldría airoso y comenzaría su periodo como dictador vitalicio de Roma, ahora

mucho más extendida por el mismo Julio César. Con esta expresión latina, dicha junto al Rubicón, aleccionó a quienes le acompañaban, que no había retorno, la decisión estaba tomada y era un paso irrevocable; un acto irreversible que implicaría ganar o morir, triunfar o ser derrotado.

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Finalmente, —y aquí el origen de la expresión—, en el 335 a.C., Alejandro Magno arribó a las costas de Fenicia con una gran tripulación de soldados, para enfrentar una de sus más grandes batallas. Al desembarcar comprendió que los soldados enemigos superaban en cantidad tres veces mayor a su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para resistir la lucha. Habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles. Cuando hubo desembarcado a todos sus hombres, Alejandro Magno ordenó quemar todas las naves. Mientras estas ardían en llamas y se hundían en el mar, ante el asombro de sus hombres, él les dijo: “Observad cómo se queman los barcos. Esa es la única razón por la que debemos vencer al enemigo, ya que, si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con sus familiares nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, porque solo hay un camino de vuelta y es por mar. Caballeros: cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos”. (Lopera y Bernal. La culpa es de la vaca) Fue una orden perentoria. Así ganaron la batalla y volvieron a casa en las naves enemigas. Alguien expresó: “Cuántas veces la falta de fe, el temor y la inseguridad, el estar atado a lo seguro nos priva de conseguir nuevos éxitos, nos hace renunciar a los cambios, nos hace renunciar a los sueños, nos hace negar los anhelos y las metas que están grabadas en lo más profundo de nuestros corazones. Cuántas veces la seguridad de poseer algo nos hace renunciar a la posibilidad de conseguir mucho más. Cuántas veces lo que tenemos fácilmente a nuestro alcance, nos impide crecer, haciendo que la seguridad se convierta en mediocridad, en fracaso y en monotonía” En estas historias podemos descubrir un aire motivador, un aliento a ser firmes ante la determinación. Ser resueltos, sin titubear, sin melindres, sin zozobras, sin volver los ojos atrás. De igual modo debe ocurrir en la vida del creyente espiritual, del que ha nacido de nuevo1. En la iglesia primitiva se convertían, las personas eran bautizadas en agua, recibían el bautismo en el Espíritu Santo, eran adoctrinados en poco tiempo y comenzaban a predicar el evangelio del reino y de Jesucristo, ganar almas, discipular y trabajar denodadamente en el crecimiento de la iglesia.2 Nada del otro mundo, nada raro. No había tiempo para meditaciones ni esperas.

1 No digo, como algunos suelen expresar, en la vida espiritual o el área espiritual, pues el creyente espiritual (para diferenciarlo del

carnal) lo es en cada área de su vida: su economía, sus relaciones, su trabajo, su estudio, su tiempo de descanso… todo, absolutamente todo, debe estar impregnado de espiritualidad. Debe ser espiritual; actuar, pensar, hacer, proyectar, hablar… en el Espíritu. Su vida está regida por la ley del Espíritu. Luego no hay área espiritual, porque tendría que haber una carnal, material o del mundo. Somos de Cristo y el Espíritu que mora en nosotros nos lleva a ser espirituales en todas las áreas o aspectos de nuestra vida. Acaso, ¿mi economía, mi profesión, mi sexualidad, por dar apenas unos ejemplos, no deben ser espirituales? ¿No debe estar cada área de mi vida bajo el control del Espíritu Santo? Nota Joaro 2Es absurda la pérdida de perspectiva en la tarea evangelística y la santificación del creyente que con el correr de los siglos se fue

dando y se ha ido refundiendo en corrientes teológicas y hermenéuticas suavizadoras del verdadero mensaje. Tenemos dos realidades en la Iglesia de Cristo: 1. Cristianos que viven en países abiertos a la religión, con un grado alto de tolerancia y respeto, con derechos a la libertad de culto, como ocurre en nuestro país, donde disfrutamos, en un alto porcentaje, de un espacio oportuno para evangelizar, contamos con un tiempo para proclamar abiertamente y sin impedimento: “Hoy es el día de salvación”; 2. Cristianos que viven en países musulmanes o en países intolerantes a cualquier otra religión que no sea la oficial, como acontece en muchos países de Asia y de África, principalmente. Hay un mundo que vive la persecución, el maltrato, la muerte, el desprecio y la

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“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:41-47)3.

Se convertían y actuaban. No había espacio para retornar, para volver atrás... si alguien llegaba a contemplar esa posibilidad, o retroceder era anatema, era considerado apóstata (y aún sigue siendo así; cf. 1 Timoteo 4:1-9, 1 Corintios 16:22; Gálatas 1:8-9). De nuevo, dejar, abandonar, renunciar… eran rhema en la vida de los seguidores de Jesús, era norma de vida, una realidad justa para agradecer a Dios toda su bondad y su gracia. Por las misericordias de Dios, presentamos nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional. No nos conformamos al sistema de este siglo, sino que nos vamos transformando por

medio de la renovación de nuestro entendimiento, para comprobar la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta

(Romanos 12:1-2). Ese era el pensamiento general de los hombres y mujeres cristianos de los primeros siglos. El que

debe regirnos hoy a nosotros. El Nuevo Testamento abunda en este principio del desprendimiento como culto

racional y voluntario. Era zoé en cada creyente vivir para Cristo, morir por el Señor. Otro pensamiento, reitero, era

anatema, un evangelio diferente, diabólico, carnal, que nada tiene que ver con el único y verdadero evangelio de la

gracia. La carta a los Hebreos aborda el tema de la apostasía en toda su extensión, previne y alienta a continuar

adelante con el Señor. Nada ni nadie puede ser ocasión para separarnos del amor de Dios ni del servicio al Señor. “Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. (Lucas 9:62) “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi

brutalidad humana por causa del evangelio. Aquí en nuestro país los periodos de alta violencia, entre 1930 y 1960, fueron años durísimos para la predicación del evangelio, y fue mucha la sangre de mártires derramada. Para este grupo es familiar el evangelio de la renuncia y del desprendimiento. Los países con libertad religiosa no están preparados para enfrentar esos tiempos, porque desde el púlpito se ha predicado la prosperidad, el bienestar, el éxito y la paz. Todo esto es cierto, sin embargo, es solo una cara del evangelio. Recuerdo que en la década del 70, cuando todavía quedaban rezagos altos de violencia religiosa en algunas zonas del país, se preguntaba en muchas iglesias locales: si hoy hubiera una persecución, y vinieran a matar a los cristianos, ¿usted qué haría y qué diría? Nota Joaro 3 Haga un primer ejercicio sencillo: lea el libro de Hechos. Escriba todos los textos que incluyan términos como añadir, multiplicar o

crecer. Mire cómo se van dando. Luego observe las características o razones para ese crecimiento. ¡Te sorprenderás!... Pero notarás que nada raro había aparte de hombres y mujeres santos, enamorados de Dios, que cumplían con la gran comisión y, en el mensaje que habían creído, ese mismo predicaban con denuedo y esforzadamente.

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propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios. Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa. Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:7-21). “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno. (2 Pedro 2:21-22). “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:1-3). “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:24-27). “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. Por tanto, amados míos, huid de la idolatría” (1 Corintios 10:11-13). “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4).

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Como podemos observar, fue el Señor quien inauguraría esa vocación de habitar lo extranjero; de entrar en un mundo que era desconocido por el hombre, pero rico en propósitos (ejemplos: Abraham, Jacob, José; Génesis 12:1-9; 50:20); de pasar el río, dejando atrás la comodidad con sufrimiento, la seguridad con esclavitud, el Egipto ideal, para recibir a cambio riquezas en gloria, bendiciones y bienaventuranzas (Éxodo 14:11-14, 16:2-3); de recorrer un sendero angosto (Mateo 7:14), de cerrar la puerta al mundo (Mateo 18:7, Santiago 1:27, 1 Juan 2:15-17 , “una experiencia donde lo propio y lo ajeno, en su fatal indeterminación, amenazan operar una transformación posible a quien se atreve a esa visita” (Ripesi). Obligarse a permanecer en el exilio. Nacer de espaldas al pasado. “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (Levítico 25:23) “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:19-21). “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11:13-16). “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 Pedro 2:11-13). “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:12-13). “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21). “Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura. Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo” (David, 1 Crónicas 29:14-16).

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Éramos extranjeros y advenedizos para Dios, alejados de sus promesas, separados de la ciudadanía de Israel, forasteros de su reino celestial; pero, ahora, somos ciudadanos del cielo, miembros de la familia de Dios, hijos por adopción, conciudadanos de los santos, hechos cercanos por la sangre del Cordero inmolado, extranjeros y peregrinos del mundo, forasteros sobre la tierra. El Señor nos ha preparado una morada, una patria celestial, donde estaremos por siempre, rindiendo loor, gloria, honra y adoración, con un cuerpo transformado y glorificado, como lo ha prometido (Juan 14:2). Una nueva vida con los ojos puestos en Jesús el autor de eterna salvación y consumador de la fe. No hay cabida a la incertidumbre, a la duda, al temor… Baste solo recordar el cuadro de Pedro y todo lo que allí nos comunica sobre lo que venimos diciendo en estos párrafos, todo lo que nos dice acerca de la firmeza de propósito, de la renuncia para venir a los pies de Jesús y servirle, no como siervo, sino como amigos de Él: “Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento (Mateo 14:28-30).

Dios es Señor del orden, del trabajo comprometido, del descanso, pero es ante todo un Dios celoso. Determinó darnos la excelencia y la superabundancia de su amor, de su gracia, de su misericordia, de su bendición. Trazó un plan excelente y perfecto para salvarnos, para perdonarnos, para restaurar nuestra condición original, para devolvernos la imagen y semejanza a la que habíamos sido creados, para restaurar un mundo que entró en caos. Dios ofreció lo más excelso de sí, su propio Hijo, quien, a su vez, daría su propia vida por nosotros. Moriría por sus amigos, por sus hermanos, por el mundo, en un acto de amor legítimo y volvería a tomar la vida, resucitando, venciendo la muerte, crucificando el acta de decretos que se había levantado contra nosotros. Sería sacrificado el Cordero de Dios en propiciación nuestra. Él tomaría todo el peso de nuestros pecados, el pecado original, las transgresiones, iniquidades y maldades pasadas, presentes y futuras… Con su muerte ignominiosa, vergonzosa y maldita, seríamos justificados, redimidos, restaurados, rescatados, perdonados, santificados, glorificados y recibiríamos la promesa del Padre, el Espíritu Santo, las riquezas en gloria que estaban preparadas desde antes de la

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fundación del mundo. De tal manera nos ha amado Dios, que no existe un lenguaje humano para develar la anchura, la profundidad, la longitud, la magnitud, el peso, la extensión y los efectos de su magnánimo, glorioso y poderoso amor para el hombre. Un amor tal, que implicó la humillación, la kénosis (autorenuncia de Dios) y la hipóstasis (el misterio de su doble naturaleza, verdadero Dios y verdadero hombre) del Hijo eterno de Dios. Este beneficio jamás lo recibieron los ángeles. “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:14-21).

Si tal es el peso de su amor, ¿bajo qué argumento nos oponemos a dejarlo todo por el Señor? Jesús enseñó a los suyos que el amigo da su vida, les dio ejemplo de servicio, de trabajo esforzado, de actos de amor, de cumplir fielmente la tarea encomendada. Ellos vieron a su maestro, y solo tenían que reproducir el modelo, seguir sus pisadas. Les enseñó a renunciar, abandonar, dejarlo todo por causa del evangelio. Sí, todo. Esto implica renunciar a la propia vida, a la comodidad, a la seguridad, a los facilismos, a nuestras prioridades, a nuestros gustos y nuestros esquemas… Es poner en manos del Señor lo que somos, lo que seremos, lo que tenemos, lo que proyectamos, lo que hacemos y lo que necesitamos, para que su bendición sea plena. Es un acto desmedido de amor, no sacrificial, pero sí un modo de reconocer que le amamos porque Él nos amó primero a nosotros. El desprendimiento de este mundo, de sus afectos, deleites y apetitos por amor a Cristo. Esto lo tuvieron que aprender sus discípulos en un duro proceso. No era fácil abandonar la barca. No era fácil dejar los recaudos. No era fácil renunciar a una vida estable… Pero Jesús quería compromiso total, dedicación a anunciar el evangelio, a que se ocuparan de los asuntos del reino.

“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).

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Arriesgar todo lo que no tenían, para poseer la riqueza de los enemigos; tomar posesión de una tierra que fluye leche y miel; recibir la tierra prometida, entrando a tierra de poderosos y gigantescos enemigos, diestros en la guerra, mejor alimentados y descansados; salir de su comodidad y peregrinar en medio del desierto, muchas veces lidiando con el hambre y la sed, el cansancio y los cambios de clima, soportando la inclemencia y las vicisitudes; andando aquí y allá, sin nada propio, sin nada seguro; viviendo en la esperanza de recibir lo prometido por Dios… ¡Esa fue la política del Señor! Ese el evangelio del extranjero y advenedizo; que se hace extranjero del mundo y ciudadano del cielo; enemigo y extraño para esta vida, pero amigo de Dios y miembro de la familia de la fe. Ese el evangelio de la fe, de quienes ven en las promesas una realidad oculta para los incrédulos e insensatos. Es el poderoso evangelio de la transformación de identidad, del cambio de patria. Es el evangelio para el atalaya, para el heraldo. Llamados a evangelizar, llamados a padecer, por tanto, por causa del evangelio. Es una imposición, un deber, no por obligación, aunque suene absurdo y contradictorio, sino como el efecto natural de responder al amor del Padre en su Hijo. Esta excelente nueva no es para callarla, no es para dejarla silenciar, es para compartirla con el mundo, porque todos los hombres necesitan un Salvador, porque los que están bajo la esclavitud del pecado tienen sed espiritual, hambre de encontrar una salida a su tragedia, a su dolor, a su rutina. ¿Cómo entonces callar lo que Dios hizo por nosotros y que nos ha dado?... ¡Somos luminares en el mundo! (Filipenses 2:15; 1 Juan 4:17). Esta aventura de conquistar lo que Dios nos ha dado, en cualquier área de nuestra vida, está ilustrada ampliamente en el Antiguo Testamento. Allí también hay historias de quienes, en sentido figurado, quemaron sus naves. Pero no las quemaron solas, sino con todo su velamen. Recordemos algunos de los quemaron las naves de su vida, que renunciaron a todo por seguir el sueño de Dios, llevar el evangelio de Cristo (Hebreos 1:1-4; 1 Pedro 1:10-16).

Abraham salió de Ur y dejó su parentela, creyendo a Dios lo que le había prometido (Génesis 12:1-4; Hebreos 11:8-19) Moisés renunció a todo bienestar y tranquilidad, para ser el líder de un pueblo obstinado y rebelde (Hebreos 11:23-29) Josué, junto con Caleb, creyeron a Dios que él les daría la tierra prometida, y por su fe, su perseverancia y su

persistencia, guiaron al pueblo de Israel para que tomaran posesión de la tierra que fluye leche y miel. Vieron caer los muros de Jericó, derrotaron gigantes y aplastaron ejércitos poderosos. Sometieron pueblos. Fue un valiente de Dios, un esforzado sin desmayar.

Los profetas y videntes tuvieron que renunciar a toda tranquilidad, para anunciar el mensaje de Dios con libertad y sin impedimentos. Muchos sufrieron el martirio, la cárcel y los azotes.

Jueces como Jefté, Samuel y Débora, cobraron valor, para juzgar sobre un pueblo que no temía a Dios y solo quería comportarse como las demás naciones. Ellos fueron esforzados y tuvieron que renunciar a privilegios y a una vida cotidiana normal, para ser líderes entregados a cumplir con excelencia un llamado.

“Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (Hebreos 11:35-40).

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Los apóstoles son un ejemplo claro de este llamado a quemar las naves, a abandonar y renunciar, como principios de quienes buscan verdaderamente el reino de Dios y su justicia, de quienes anuncian el evangelio de la gracia a tiempo y a destiempo, de quienes no tuvieron miedo a lo inseguro, a los desafíos, a las tempestades, a la enfermedad, a la muerte, a los padecimientos y las tribulaciones de toda índole y magnitud, solo por seguir al Señor. Ellos sabían lo que les esperaba, y aun así lo dejaron todo. Ellos tenían clara la gran comisión, sabían que era un privilegio ser elegido para ser portavoz del mensaje de muerte y vida; pero también sabían que era un privilegio dar su vida por su Señor, por el Maestro de Galilea. La vida en Jesús solo tiene una dirección: hacia la meta, mirando delante y arriba. La vida del mundo tiene dirección hacia atrás, hacia abajo y hacia el centro.

Los del Camino serían llamados cristianos porque:

Su testimonio de vida era una demostración real, tangente, contundente de que habían estado con Jesús, que eran sus discípulos.

“Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y

sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se

maravillaban; y les reconocían que habían estado con

Jesús. Y viendo al hombre que había sido sanado, que

estaba en pie con ellos, no podían decir nada en

contra” (Hechos 4:13-14).

Por las señales que acompañaban cada predicación; “ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. (1 Corintios 2:4-5)

Porque presentaban un mensaje con denuedo y demostración de poder; “Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá” Hechos 17:6

Porque su vida, su ser y su hacer, era una carta abierta escrita con la unción del Espíritu Santo; eran carta de Cristo:

“Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de recomendación de vosotros? Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros,

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escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (1 Corintios 3:1-3).

Porque eran sal de la tierra, luminares en el mundo, testigos de las excelencias de Cristo, imitadores de Cristo, siervos de Jesucristo, pescadores de hombres, olor fragante de su conocimiento, edificio de Dios, labranza del Señor, sembradores de la Buena Semilla, con una vida irreprensible e incuestionable; santos hijos de Dios;

Porque habían dejado las barcas, las redes, los recaudos y todo lo que representaba su hombre viejo para vivir como hombre nuevos, sellados con las arras del Espíritu;

“Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron” (Mateo 419-20) “Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca, y a su padre, le siguieron” (Mateo 4:21-22). “Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió” (Mateo 9:9)

Porque prefirieron el vituperio de Cristo, antes que las riquezas y los placeres de este mundo…

“De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús” (Gálatas 6:17).

“Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:13-15)

“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (Hebreos 11:24-26). .

Y sobre todas estas cosas, y sobre todo lo que refiere la Escritura acerca de los cristianos del primer siglo…Eran llamados y reconocidos como cristianos ¡por el amor4! Amaban a Dios sobre toda cosa guardada y sobre todas

4 El amor que ellos vivieron y expresaron de forma natural, era el amor de Dios, el ágape, el amor excelente y verdadero. Y tenían

claro su origen, su procedencia, las características y su actividad. Cf. 1 Corintios 13, 14:1, 16:14; Romanos 8:35-39, 12:9-10, 13:10. El amor que pedía Jesús a Pedro (Juan 21:15-19)

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las cosas; amaban su familia; amaban su ministerio; amaban a sus hermanos; amaban a los pecadores y a sus enemigos y detractores:

“No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. (Romanos 13:8) “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. (1 Juan 2:15) “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. (…) Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. (1 Juan 3:10-18; cf. 1 Juan 4:7-21) “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. (Juan 13:35) “Esto os mando: Que os améis unos a otros. Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. (Juan 15:17-19)

La muerte de Cristo y su resurrección garantizaron esa nueva ciudadanía. Ya somos ciudadanos celestiales, aunque vivimos en la tierra. Pero la Escritura nos enseña cómo debemos comportarnos, qué debemos hacer mientras estemos aquí. “Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo…” (Filipenses 1:27)

Porque, por ser forasteros y advenedizos sobre la tierra, tendremos:

Que darle la espalda al mundo todo el tiempo de nuestro peregrinaje. Aprender a tomar decisiones que implicarán desapegos, renuncias, abandonos, soledad, sacrificios importantes y

trascendentales. (Jeremías 20:7-13) Como labranza de Dios, como sembradores de la buena semilla, debemos cazar las zorras pequeñas que pueden

dañar la viña (Cantares 2:15) Aprender a elegir y a discernir para no caer en las artimañas del diablo. Saber cuándo el maligno usa a la gente o las

circunstancias, para desviarnos de nuestros compromisos y responsabilidades Crecer en el amor a quienes no nos aman, nos desprecian y nos insultan.

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Hacer del perdón y la reconciliación parte esencial de nuestra vida cristiana Ver como algo natural y normal el soportar el escarnio, la humillación, el señalamiento, sufrimientos y padecimientos

por causa de la justicia y de Cristo. Trabajar en que los hombres se conviertan a Dios y no al contrario (Jeremías 15:19-21)

Por ser extranjeros en este mundo, tendremos que luchar entre la ley de la carne y la ley del Espíritu; tendremos que batallar contra todo tipo de tentación y comportarnos como es digno del evangelio; tendremos que vivir, muertos al mundo y vivos para Dios; tendremos que enfrentar la vida cotidiana con la altura de hijos del Rey, con el valor de hijos de Dios, con gentileza y con prudencia, siendo sabios en todo tiempo, no ignorando las tretas y las artimañas del diablo, que se disfraza como ángel de luz. Cada enfrentamiento del pueblo de Israel con los pueblos enemigos, las conquistas y las situaciones cotidianas que se dieron, y que están registradas en los libros históricos del Antiguo Testamento, son “el libro de las batallas” de Jehová, el evangelio que anuncia victoria en medio de la derrota, luz en las tinieblas, esperanza en la desesperanza, fuerza en la debilidad, consuelo en el

dolor, vida en la muerte. Dios es nuestro batallador, poderoso gigante, quien pelea todas nuestras batallas, quien nos libra de la mano del cazador, quien nos levanta con poder, quien aplasta a nuestros gigantes. Pero Jesús fue radical… Ser cristiano, ser hijo de Dios es una balanza con dos platillos que deben guardar exacta proporción. Por un lado, la epístola de Efesios nos anuncia todo lo que hemos ganado en Cristo y habla de nuestra nueva vida en el Señor5. Pero, por otra parte, está el mensaje de la autorenuncia, de ver la vida desde otra perspectiva, de mirar al mundo cómo es en realidad, como el campo del maligno, el terreno desde donde actúa y opera temporalmente. El mundo y las naciones están sujetos al príncipe de este mundo, a Satanás. Nuestra tarea es ir soltando ese peso, ganar almas para Cristo, pasarlas del mundo al reino de Dios. Así como ser hijo de Dios tiene unos beneficios, también tiene un precio, y la suma de los beneficios recibidos más el costo que debemos pagar por ser enemigos del mundo, se denomina privilegio. Privilegio ser salvo. Privilegio dar la vida por Cristo. Privilegio sus dones. Privilegio ser azotado y padecer por Jesús y por la extensión del evangelio de la gracia. Privilegio cuando nos insultan y aun cuando la misma familia nos desprecie por seguir al Señor de señores. “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros. El

5 Haga el segundo ejercicio: Lea la epístola a los Efesios y encuentre lo que hizo y lo que ganó Cristo por nosotros en la cruz. Revise

qué debemos hacer y cómo debemos andar. Realice, entonces, una autoevaluación seria de su vida cristiana a partir del texto.

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hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir” (Mateo 10:16-21).

“Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12) “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello. Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Pedro 4:12-19).

La vida cristiana es para valientes. No enseña la Escritura que la vida nueva es fácil; solo gozo y felicidad. El gozo es fruto del Espíritu, y vivimos con gozo, aun en las adversidades más extremas (Filipenses 4:4-13; 2 Corintios 6:3-10). Ya somos felices, bienaventurados, porque Cristo ganó por nosotros todo. Somos dichosos de ser hijos de Dios. Somos los más ricos del mundo porque tenemos una herencia en los cielos y hemos sido bendecidos con toda su riqueza en gloria. Somos los más fuertes y más valientes, porque la fuerza y el poder vienen de Dios. Somos lo que antes no éramos, tenemos lo que antes no teníamos… (1 Corintios 1:18-31). Pero por ser lo que ahora somos y tener lo que ahora tenemos, es que fuimos llamados, privilegiadamente, a llevar las marcas de Cristo en nosotros, a soportar los mismos padecimientos. Ahora bien, la valentía, la gallardía, el coraje que requerimos para afrontar y enfrentar ese privilegio como creyentes, la da Dios mismo. Él nos insta a esforzarnos, a ser valientes. Pero también nos da nuevas fuerzas, nos da aliento. Además, recordemos que la Escritura utiliza la figura del soldado que va al campo de batalla (2 Timoteo 2:1-13) y, que al hacerlo, debe ir con toda una armadura. El mundo es el campo batalla (Mateo 13:38) y nuestra armadura es espiritual, y suficiente para ganar cualquier batalla (Efesios 6:6-10; 2 Corintios 10:3-6). Y todavía más, el Señor pelea nuestras batallas, el Espíritu Santo nos guía a la victoria (Zacarías 4:6). También nos consuela de diferentes maneras en medio de cualquier tribulación (2 Corintios 1:1-11). Y, por último, Dios añade otra bendición… ¡Ya hemos ganado, ya hemos vencido, ya somos victoriosos! Solo tenemos que caminar en la fe indiscutible de esta verdad, creyendo, y será (Romanos 8:37-39; 1 Juan 4:4, 5:4). Y si todavía todo esto te es insuficiente o crees no poder renunciar al mundo, desapegarte de mucha cosas, y te da temor… Recuerda que Jesús hizo una oración intercesora (Juan 17) que debemos leer con atención y colocarle nombre propio para que comprendamos que estamos incluidos en ella todos los que hemos sido ordenados para salvación y respondemos al llamado de Dios con un “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8). “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33)

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“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mateo 11:12). “Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos. Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:6-8). “Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos” (1 Corintios 16:13). “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, Y tome aliento vuestro corazón” (Salmos 31:24) “Entonces serás prosperado, si cuidares de poner por obra los estatutos y decretos que Jehová mandó a Moisés para Israel. Esfuérzate, pues, y cobra ánimo; no temas, ni desmayes” (1 Crónicas 22:13) “Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová” (Salmos 27:14). “Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles. Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará” (Isaías 35:3-4).

Cristo jamás alimentó falsas esperanzas, como estrategia para rescatar a los perdidos. Dijo, entre otras tantas realidades,

que él traía paz, pero no como el mundo la ofrecía (Juan 14:27) que siempre habría pobres entre nosotros (Mateo 26:11) que nuestro cuerpo es débil y sensible a ser tentado, y por ello deberíamos velar siempre (Mateo 26:38) que deberíamos llevar su yugo y su carga (Mateo 11:29-30) que experimentaríamos padecimientos por su causa (Mateo 5:11)

“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido,

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también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado” (Juan 15:18-21).

La vida cristiana es para valientes, para esforzados, para quienes desean disfrutar todos los tesoros que el Señor ha preparado para nosotros; para los que piensan participar en la Cena que nos ha preparado (Apocalipsis 19:9-10); para todos aquellos que quieren, real y verdaderamente, ser bienaventurados. Para los que sabrán valorar las coronas de gloria que Cristo ha preparado, y rendirlas al Rey de reyes y Señor de señores en una acción eterna de adoración. “Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Mateo 19:27-30; cf. 1 Corintios 3:8).

De este modo, podemos sintetizar que: Ser cristiano involucra, entre centenares de principios y cualidades que nos diferencian del mundo, y apenas puntualizando en aquellas que podrían abarcar a su vez otras, podemos mencionar:

Beber la copa de la muerte de Jesús (Marcos 10:39) Padecer el vituperio de Cristo (Hebreos 13:13) Tomar la cruz (Mateo 10:37-39, 16:24; Marcos

10:21; Lucas 9:23; Gálatas 2:20, 5:24, 6:14) Pelear la buena batalla (1 Timoteo 6:12)

Jamás mirar atrás, para no quedar como estatuas de sal: cristianos de exhibición, pasivos, cuya sal no sirve para nada (Filipenses 3:13)

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Renunciar a privilegios y comodidades en la vida (Filipenses 3) No volver al arado, es decir, no contemplar la posibilidad de retornar al sistema del mundo (Lucas 9:62) Dar el valor y el lugar al trabajo en el Señor (Juan 6:27; 1 Timoteo 5:17) Aprender a redimir el tiempo, siguiendo la agenda del Señor (Colosenses 4:5; Efesios 5:16 ) Vivir como Jesús anduvo (1 Juan 2:6) Darle la gloria a Dios en todo acto, acción y evento de nuestra vida (1 Corintios 6:20) Aprender a poner la otra mejilla (Mateo 5:39) Bendecir a quienes nos ultrajan y nos hieren (Mateo 6:44; Romanos 12:14) Bendecir siempre y no maldecir (Números 6:23-26; Lucas 6:28) Perdonar hasta 70 veces siete, es decir siempre, sin importar el grado de daño, perjuicio y afectación que pudieran

habernos ocasionado (Mateo 18:21-22) Amar a nuestros enemigos y a quienes nos odian (Lucas 6:27) Ser siempre hospitalarios (Hebreos 13:2; Romanos 12:13; 1 Pedro 4:9) Atender las necesidades de nuestros hermanos con generosidad, sin reservas y aun sacrificialmente (2 Corintios 8:1-9;

Efesios 4:28) Aprender a vivir con lo tenemos, en la justa balanza de la necesidad y la abundancia (Filipenses 4:12) Ser siempre y en todo instante agradecidos con Dios y con los hombres (1 Tesalonicenses 5:18) Velar siempre, es decir, llevar una vida de oración e intercesión que puede comprometer el sueño muchas veces y

tiempos de pareja (Lucas 18:1-8; 1 Pedro 4:7; Salmos 127:2; 1 Corintios 7:5) Crecer en la administración del tiempo y el equilibrio de la vida, para priorizar las actividades y rutinas de nuestra

cotidianidad; dando siempre prioridad a Dios y “los negocios del reino”, la familia y el ministerio. Ninguna responsabilidad se irresponsabiliza por otra. Cada una tiene su lugar, su espacio, su tiempo y la medida para cumplir cada compromiso con excelencia, cabalidad, testimonio y entrega, con un corazón amante y sinceramente (Mateo 6:33; 1 Corintios 4:1-2; 1 Pedro 4:10).

Ser de testimonio (1 Tesalonicenses 3:6-15) Ser puntuales en todo, sin excusas mayúsculas o minúsculas (Proverbios 13:4) Cumplir el ministerio que nos ha sido encomendado (2 Timoteo 4:5) Predicar la Palabra a tiempo y fuera de tiempo (2 Timoteo 4:2) Ser valientes y esforzados siempre, sin importar las circunstancias No negociar ni feriar el tiempo que le pertenece al Señor, y mucho menos faltar a los compromisos adquiridos Aprender a decir no al mundo (1 Pedro 4:1-5) Valorar y ser responsables con nuestras palabras y nuestros pensamientos (Proverbios 18:21) Airarnos, pero no pecar (Efesios 4:26) Asumir con integridad y dar cuenta de nuestros actos (Filipenses 2:15) Someternos a toda autoridad (excepto en aquello que contradiga la Palabra: Daniel 1:12-13; Hechos 4:19, 5:29; ) Valorar la palabra comprometida, para no faltar en da. El sí debe ser sí y el no, un rotundo no. (2 Corintios 1:17-18;

Santiago 5:12; Eclesiastés 5:4)

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Ser siempre humildes (1 Pedro 5:6)

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“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:20-21) “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 5:24). “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:10-16; cf. Lucas 6:22; 1 Pedro 3:14, 4:14.16) “Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles. Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia, si los hallare así, bienaventurados son aquellos siervos” (Lucas 12:35-38).

En conclusión, quemar las naves es una autorenuncia voluntaria y definitiva, para asumir la nueva vida en Cristo, la nueva ciudadanía. Pero, por todo lo dicho hasta ahora, y en particular, por lo que implica ser cristiano, las responsabilidades que conlleva, quemar las naves no es una realidad en muchos creyentes. Es difícil un compromiso total, pues hay desconexiones importantes y principalmente entre el llevar evangelio y vivir del evangelio. Vivir del evangelio no solamente hace referencia al ministerio del

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evangelista o un llamado para dedicarse a la obra, también hace referencia a un compromiso de vida. Toda nuestra vida debe girar en torno a la proclama, a la predicación, a anunciar el mensaje de Cristo. Y lo proclamamos no solo con palabras, sino con demostración de poder, con una vida que da testimonio de lo que el Señor ha hecho, con el ejemplo, con una vida que vive un proceso de transformación, como cartas de Cristo que pueden ser leídas por todos los hombres. ¿Acaso no dice la Escritura de muchos hombres y mujeres, que siempre que se predique el evangelio, también se contará lo que ellos han hecho? ¿Y qué han hecho? Servir a Cristo. Llevar la cruz del Señor en su vida. Entonces, indudablemente, muchos cristianos no se arriesgan a quemar las naves de sus seguridades y prioridades, de su propia vida:

Porque están aferrados a las seguridades que les da la vida y eso hace que hayan ministerios frustrados y llamados sin cumplir.

Porque tienen miedo a perder y las pérdidas son dolorosas; solo que en el Señor producen ganancia eterna, y esta verdad no está apropiada en la vida de muchos creyentes.

Porque les da pánico las innovaciones, los cambios. Sí, crean cierto miedo. Pero si no hay cambio, si no hay transformación, no

hay evidencia sustantiva de esa nueva vida.

Porque falta seguridad en algunas áreas de la vida

Porque falta un compromiso de raíz, profundo, que involucra abandonos, cambios de prioridades, modificar horarios, renuncias.

Porque da terror a ser rechazados, someterse a la burla, ser menospreciados por aquellos enemigos del evangelio de Cristo. Incluso, algunos se doblegan ante la familia, poniéndola antes que a Dios, por temor a ser censurados o a que no le vuelvan a hablar.

Porque en los seres humanos existe esa manía a justificarlo todo, a encontrar las excusas perfectas para faltar al compromiso, a ser íntegros, a la puntualidad.

Porque hay un desajuste mental en comprender la diferencia entre excelencia y mejor; entre prioridad, importante, necesario e indispensable; entre lograr e intentar lograr; entre hacer y realizar.

Porque nos acostumbramos a ser cristianos del montón, cristianos mediocres y facilistas, buscando la comodidad y el bienestar propio, antes que el reino de Dios.

Porque no existe la convicción de la necesidad de ganar almas y de vivir vidas santas

Porque las teologías contemporáneas han suavizado verdades radicales que no han pasado de moda, pues muchos creyentes están padeciendo por causa de Cristo

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Y, creo que todas estas razones, y las que pudiéramos añadir, se resumen en una sola y única realidad: porque se ha perdido el primer amor. Sí, son creyentes trabajadores en la obra, desarrollan un ministerio, tienen celo de Dios, son temerosos, de buen testimonio… ¡pero han perdido el primer amor! Han pasado del ágape a philia. De un amar a Dios sobre todas las cosas, a un amor a Dios corriente, de frases de cajón como “por lo que ha hecho por nosotros”. De un amor incondicional a un amor condicional. Se ha perdido el enamoramiento, aunque se ama a Dios. Es decir, se ha perdido la esencia y la llama que hace que mantengamos una dinámica transformacional permanente por el Señor, del que estamos enamorados, porque nos amó primero, porque su amor nos constriñe a pensar diferente, porque su amor nos mueve a dar la vida, etc. Ahora es simplemente un formulismo, una costumbre, una rutina, Y actuamos en la vida cristiana por tradiciones, porque somos cristianos, hasta por miedos y por temor al castigo o la disciplina del Señor. Pero no porque estemos verdaderamente enamorados. Debemos volver a enamorarnos de Dios, para hacer las primeras obras, para experimentar el fuego de su amor en el corazón. Un hombre, una

mujer enamorada pueden experimentar la locura de la cruz, interiorizar e internalizar la locura de la predicación… lo demás es doctrina, es letra… y la letra mata, pero el Espíritu vivifica. Enamorarse es el corazón del cristianismo auténtico que permitirá quemar las naves sin dolor, sin tristeza, sin apegos, sin añoranzas. Enamorarse de Dios permite disfrutar la ternura de Cristo, aun en los momentos más difíciles, en las crisis y en la persecución, en la rudeza de la vida y en las tempestades por causa de la justicia. “Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer

. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y amorarrepiéntete, y ; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te haz las primeras obrashubieres arrepentido. Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” Apocalipsis 2:1-7).

¡Bendiciones!