quehacer de la poesía

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QUEHACER DE LA POESIA Tallulah Flórez ontinuamos en un periodo de violencia y desasosiego. Me refiero a nuestro tiempo, a este que hemos vivido como testigos o víctimas directas de los actos de barbarie y opresión que se han impuesto con la misma celeridad con que el Estado, las multinacionales, organizaciones no gubernamentales, la empresa privada y un sinnúmero de fundaciones de carácter humanitario se aplican C (Barranquilla, 1957). Ha publicado los libros: Poesía para armar (Plaza & Janés Editores, Bogotá, 1988); Voces del tiempo (Ediciones Luna Hiena, Bogotá, 1993); Cinematográfica (Biblioteca Miguel Rash Isla, Ediciones Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 1997). Ha publicado reseñas literarias y poemas en diversos suplementos literarios del país y su obra poética ha sido antologada en Poetas en abril, Ediciones Sociedad de la Imaginación; Las mujeres en la poesía, Ediciones Universidad de Cartagena; El paraíso recobrado, Ediciones Zona, Barranquilla, y Voces de fin de siglo, 1999. Adelantó estudios de Filología y Lingüística en la Universidad Popular de Bucarest, Rumania. Ejerció la crónica periodística, fue columnista de Diario del Caribe y miembro del Consejo Editorial de la Revista Olas, de su ciudad natal. 1

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Por Tallulah Flórez

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QUEHACER DE LA POESIA

Tallulah Flórez

ontinuamos en un periodo de violencia y desasosiego. Me re-fiero a nuestro tiempo, a este que hemos vivido como testigos o víctimas directas de los actos de barbarie y opresión que se

han impuesto con la misma celeridad con que el Estado, las multinacio-nales, organizaciones no gubernamentales, la empresa privada y un sinnúmero de fundaciones de carácter humanitario se aplican en la ta-rea de promover estrategias que fomenten un ideario más bien sospe-choso de lo que se ha establecido como responsabilidad social. Extraño desafío, si tenemos en cuenta que muchas de estas entidades son las

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(Barranquilla, 1957). Ha publicado los libros: Poesía para armar (Plaza & Janés Editores, Bogotá, 1988); Voces del tiempo (Ediciones Luna Hiena, Bogotá, 1993); Ci-nematográfica (Biblioteca Miguel Rash Isla, Ediciones Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 1997). Ha publicado reseñas literarias y poemas en diversos suplemen-tos literarios del país y su obra poética ha sido antologada en Poetas en abril, Edicio-nes Sociedad de la Imaginación; Las mujeres en la poesía, Ediciones Universidad de Cartagena; El paraíso recobrado, Ediciones Zona, Barranquilla, y Voces de fin de si-glo, 1999. Adelantó estudios de Filología y Lingüística en la Universidad Popular de Bucarest, Rumania. Ejerció la crónica periodística, fue columnista de Diario del Caribe y miembro del Consejo Editorial de la Revista Olas, de su ciudad natal.

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mismas que impiden sistemáticamente el consenso comunicacional, vi-tal en la construcción de espacios genuinamente democráticos.

En épocas de grandes movilizaciones ideológicas o de forzados silen-cios, en el espacio público o en la clandestinidad, esta situación ha sido expresada por innumerables escritores y artistas que, en soledad o au-nando voces, no han cesado en su intento por señalar las razones y los efectos de un orden establecido que afecta negativamente la vida públi-ca y nuestras empresas más íntimas y privadas. Y en ese transitar, no han sido pocos los que también han desafiado el absentismo de sus con-temporáneos dedicados al oficio de escribir con una visión excluyente de cualquier tipo de compromiso social o político, abandonados –según sus críticos- a sí mismos, y alejados de su tiempo mientras se “escudan” en su derecho a descubrir formas de decir que les sean propicias para el estricto hallazgo del arte y la belleza.

Más de cuatrocientos años han transcurrido desde que Philip Sidney – uno de los iniciadores de la crítica literaria moderna en Inglaterra- defendiera la poesía con argumentos universales y de autoridad (tam-bién con humor) aduciendo su poder pedagógico en la enseñanza de la ética, la historia y la filosofía en cuanto catalizadora de estas discipli-nas que consideró poco útiles para señalar cómo “tomar” la realidad. En una ocasión, Sidney se refirió a la experiencia de algunas personas que tras leer El Amadís de Gaula “hallaron sus corazones movidos por el ejercicio de la cortesía, la liberalidad y especialmente el coraje”. Y aunque deberíamos profundizar en su concepto del coraje antes de di-sentir del todo con T. S Eliot cuando expresa en Función de la crítica y función de la poesía que el crítico inglés partió de la base de que la poesía es tan solo un adorno de la vida social, la sola alusión a la va-lentía, a la entereza y al atrevimiento surgidos de la lectura, podría ser suficiente para inferir que la literatura y la poesía eventualmente pue-den conducir al hombre hacia un determinado comportamiento civil.

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Como quiera que sea, los poetas y escritores han estado más o me-nos desvinculados de la historia, y abandonados a su propio devenir en razón del desinterés o a las exigencias de su época. En palabras del mismo Eliot, nos referimos también a quienes no “los califica ni ese co-nocimiento ni la conciencia de la sensibilidad por los problemas del presente”. O a los que inmersos en el miedo, optan por falsear la base de la realidad con la que necesariamente coexisten.

Muchos otros, sin embargo, han fortalecido de manera decidida los lazos con su tiempo, transgrediendo los esquemas de su propia lengua (el pensamiento) en su afán por romper con los sistemas preestableci-dos. Un ensayo poético, un poema en prosa, un verso gestado con cri-ticidad y belleza - no siempre con resultados poéticos admirables- sub-vierte, proclama y difunde una nueva manera de asumir y de mirar el mundo.

Al recibir el Premio Nobel de Literatura, Albert Camus confesó no poder vivir sin su arte, aunque ese arte no estuviera por encima de to-da otra cosa. “El arte no es una diversión solitaria, es un medio de emo-cionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privile-giada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no ais-larse. Aquellos que se sentían distintos aprenden pronto que no po-drán nutrir su arte ni su diferencia sino confesando su semejanza con todos”, dijo el escritor en 1948. Veintitrés años después, en el marco de la misma celebración, Pablo Neruda definió sus versos como obje-tos palpables, instrumentos útiles de trabajo, signos de reunión o frag-mentos de piedra o madera para depositar los nuevos signos.

Como imagen privilegiada u objeto útil de trabajo, el texto poético surge para comunicarse a sí mismo, y hacerse visible mediante la ex-periencia de un asombro casi primigenio que ocurre individualmente en los lectores mientras en su camino de decodificación y resignifica-ción, los objetos sensibles que el poeta describe se transforman de

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acuerdo a la noción de realidad de sus receptores. Definir la experiencia poética de un lector resulta complejo, pero sa-

bemos que en su tránsito o trance por el poema se opera una serie de estímulos mentales que le permiten acceder a múltiples interpretacio-nes y –con suerte- a posteriores análisis sobre ese nuevo mundo que re-conoce mientras se ve en la “obligación” a veces dolorosa de invertir sus códigos y sistemas simbólicos para alcanzar la máxima compren-sión. Un proceso que pone de manifiesto no sólo preconceptos y moti-vaciones personales sino la época, la vida y la obra de un autor.

Regresamos, entonces, a nuestro tiempo, a ese que vivimos como testigos o víctimas directas de los actos de barbarie y opresión que nos entristecen y nos agobian cada día. A un tiempo de grandes paradojas en el que tanto la poesía como tantas otras manifestaciones del arte se han ido tomando las plazas, las calles, un cerro, la ladera de una mon-taña, la orilla de un río o el mar, un auditorio universitario o una casa de familia de cualquier municipio del Caribe, provocando, quizá, sen-saciones y pensamientos particulares que transgreden nuestras mane-ras de ser y de expresarnos en la cotidianeidad.

Nos referimos a los festivales de poesía, a los encuentros locales, na-cionales e internacionales que se organizan anualmente en las ciuda-des, pueblos y veredas de Colombia con distintos presupuestos concep-tuales y económicos, pero, tal vez, con la finalidad última de ofrecer a las comunidades un espectáculo de voces que bien pudiera contribuir a transformar nuestra visión del mundo.

Qué comunica o qué tanto comunica un poema durante su lectura en un festival, y cómo será recordado o “utilizado” dependerá de la forma como cada ser humano le atribuya su propia fuerza creadora. Algunos hablarán sobre su experiencia; otros llegarán a los libros; habrá quie-nes opten por el olvido. Pero lo que ocurre allí es un acto único e irre-petible: es el retorno hacia el proceso creativo del lector-autor que en-

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trega su palabra al lector-escucha para que éste se apropie de ella, re-creándola en el instante en que la intimidad de sus participantes (poeta y público) es vulnerada por la poesía. Acto de comunión que se llevará a cabo en el espacio público donde nadie se mira, donde nadie obser-va a nadie durante un acto intimista pero en el que milagrosamente se construye y deconstruye una mirada colectiva.

Alguna vez intentamos defender un festival. No creo que esto pueda lograrse con las palabras justas. Las palabras más honestas suelen ser, en demasiadas ocasiones, las menos esclarecedoras para quienes se abstienen de confrontar y enfrentarse con la naturaleza de un hecho social como el que nos ocupa. Pero esperamos no equivocarnos al ex-presar que los festivales de poesía en nuestro país como actos revolu-cionarios en sí mismos seguirán fortaleciéndose por algún tiempo por-que, entre otros aspectos, vivimos una época de soledades promiscuas en las que necesitamos ser tocados en silencio por el otro.

Podríamos ahondar sobre los peligros que cohabitan en cada uno de estos proyectos; sobre la manera en que algunos de sus organizadores lidian con los estatutos de la industria cultural para preservar la esen-cia de los encuentros; sobre los poetas ya especializados en alterar sus propias voces para asegurar grandes éxitos dentro del espectáculo, pe-ro eso sería motivo de otra reflexión. Hoy nos quedamos con otras imágenes: con los gestos emocionados de cientos de jóvenes de Mede-llín que durante horas se exponen maravillados a la lluvia y a la poesía en el Parque de los Deseos; con la calidez de un patio cereteano y el afecto de un grupo de señoras que atienden a sus huéspedes poetas; con una voz que lee Magdalena en el río mientras nosotros recogemos con la mirada pedazos de madera de una embarcación antigua en Ba-rranquilla. ¡Hay tanto espacio en la memoria!.

“Nublan mis ojos imágenes opuestas, /y a las mismas imágenes/otras, /más profundas/, las niegan, /ardiente balbuceo/aguas que anega

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un agua más oculta y densa/En su húmeda tiniebla vida y muerte”. También para ti, Octavio Paz.

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