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Mis rituales / tu paranoia

Thais Díez TextoPau Molas Ilustración

“La diferencia es un regalo para el sistema”

Dices que hay ciertas ocasiones en que me ausento y me evado de la realidad. Y la verdad, no soy capaz de desmentir tal afirmación.

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Aunque, dicho sea de paso, tu realidad para mí es un tanto extraña. En tu mundo debo seguir un orden tan crónico como inconstante. Un universo donde las columnas de los hábitos pueden desmoronarse como terrones de azúcar. Una realidad en la que hay que esperar para ser escuchado aunque la necesidad de comunicarme sea extrema. Debo mantenerme atento aunque los estímulos sean infinitos, estar pendiente de la hora y los segundos y minutos que la aliñan, pues son tan esenciales como el saludar con un buenos días mecánico y monótono.

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Vives en una realidad de obligaciones absurdas. Como nadar dos horas a la semana en la piscina municipal para el mantenimiento físico. Si el objetivo es hacer deporte, yo voy cada día a trabajar en bicicleta, lo que equivale a trece kilómetros diarios, sesentaicinco kilómetros semanales y doscientos sesenta kilómetros mensuales. ¿Hace falta que me meta en ese caldo de cultivo de hongos y bacterias dos veces por semana?

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Después, asistir a una cena protocolaria con tu jefa. Vístete bien, sonríe y hazle creer que todo funciona, que tenéis una buena relación aunque no soportes sus zapatos, el tono de su voz ni su olor a sobaco. En fin, supongo que tus hábitos y rutinas para mí resultan un tanto cansinos y paranoides: Interaccionar con personas que te desagra-dan, pagar unos recibos y unos impuestos al hombre invisible, no disfrutar de un nuevo espacio en todos los sentidos, andar corriendo arriba y abajo siguiendo las agujas de un objeto mecánico al que llamas reloj, comer como toca y lo que toca . Y es que si no te gusta algo, puedes pillar un cáncer, incluso una enfermedad venérea o genética. ¡Ah! Y no te olvides de controlar las calorías no sea que tengas que hacer dos horas extras de piscina.

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Entonces, cuando las rarezas de tu mundo paranoide me abruman, me evado. Llega Venus vestida de seda, me coge de la mano para invitarme a entrar en un parque de atracciones invisible al ojo humano, presente en mi mente y mi cuerpo. Suenan los violines y las flautas traveseras. Ya me he ido, ahora viajo por las montañas rusas que tanto me interesan. Subo y bajo, grito y agito los brazos.

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Cuando la adrenalina baja puedo descansar en mi prado,observando los insectos que estudié en mis libros.

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Tras el regreso de mis viajes, normalmente todo está calmado. Tú te asustas y me dejas espacio y algo que llamas tiempo para que me despeje con mis rituales. Lo siento, pero en tu mundo cambiante es imposible disfrutar de un momento de calma oliendo una pared. Tocando los ladrillos que la elevan hacia el cielo, saboreando el calor del sol i luminándola, escuchando cómo una mosca se aposenta sobre ella mientras limpia sus patitas. La mosca que tiene esas alas especiales que hacen aquél sonido tan relajante. Quizás, para ti y tu mundo soy un simple autista. A mi humilde entender, yo clasifico y ordeno tanto como tú pero diferente, pues tengo otros intereses. Tú, te especiali-zaste en la carrera Superimportante porque seguías las normas del juego de la “Titulitis”. Mientras yo me especiali-zo en otros temas que no son regidos por ninguna estrate-gia preestablecida o premio titulado. Es por eso que estudio las montañas rusas que combinan números, estructuras, arquitectura y mucha diversión. También me intereso por los insectos, que polinizan las flores y colaboran con la fecundación de las plantas y los árboles que te aportan algo tan vital como el oxígeno que respiras.

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Me siento afuntunado al sentir que mis rituales los marco yo. En cambio en tu mundo hay personas que se dejan mandar por unos pocos llamados políticos, dioses e incluso reyes. O peor aún, dictadores. Y entonces pienso... ¿no es mejor regirse por las normas de uno mismo?

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A veces me pregunto realmente quién es el tonto en esta historia. Creo que la cordura es una línea fina e invisible que dibujaron unos antepasados que estaban pasados de vueltas. Y es que tus paranoias y protocolos absurdos a veces me desquician. Si te observaras desde mi perspectiva entenderías que quizás el cuerdo en esta historia soy yo.

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Según tú, tengo la etiqueta de autista porque la campana ésa que mide la cordura de los muchos dice que estoy en la parte de los pocos. Y me pregunto, ¿quién fue el insensato que inventó una campana para medir capacidades vitales, cuando vivir es un arte?