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    SOFISTASPensamiento y Persuasión

    SOFISTAS Pensamiento y PersuasiónEditor de la publicación: Miguel Ruiz Stull

    © Miguel Ruiz Stull® Editorial Ventana Abierta

    Primera EdiciónSantiago de ChileNoviembre 2011

    ISBN: 978-956-8815-15-8

    Registro de Propiedad Intelectual: 210.121

    Diseño: Gabriel Valenzuela R.Director de Ventana Abierta: Sergio Ojeda B.Producción: Ventana Abierta Ltda.www.ventana-abierta.com

    Impresión:

    MIGUEL RUIZ STULL (Ed.)

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    Colaboradores 7

    Introducción 11Miguel Ruiz Stull

    Sofística y Democracia 23Francesco Borghesi

    Los sostas: el juego entre apariencia y realidad 37Andrés Covarrubias

    Gorgias: neg-ontología, escepticismo y cción 57Pablo Oyarzún

    Kairos , experiencia y tiempo del discurso 77Miguel Ruiz Stull

    Sobre la posibilidad de una teoría política en Protágoras 105Benjamín Ugalde

    Aristófanes y Las Nubes: forzando a los sostas a 125fungir de comediantesÓscar Velásquez

    ÍNDICE

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    Colaboradores 

    Francesco Borghesi  es Doctor en Letras y Doctor en Filosofía,Universidad de Roma La Sapienza. Se desempeñó durante cincodécadas como docente destacado en el Instituto de Historia de la P.Universidad Católica, tanto en pregrado como postgrado, en los cursosde Historia Antigua y Filosofía de la Historia. Fue director de la Scuola

    Italiana Viorio Montiglio. Es autor, entre otras publicaciones, de “Lapolis como unidad y totalidad” en Revista Universitaria (1994), ”PetrarcaPolítico” en Seminarios de Filosofía  (1991), “Humanismo: Historia ypermanencia” en Ars Medica (1999).

    Andrés Covarrubias  es profesor de Filosofía, Licenciado y Magísteren Filosofía de la Ponticia Universidad Católica de Chile y Doctor enFilosofía, Universidad de Granada, España. Se dedica a la enseñanzae investigación en Filosofía Antigua y Medieval, en Ética y Retórica.Ha investigado y escrito sobre los sostas, Platón, Isócrates, Aristóteles,Cicerón, San Agustín, Santo Tomás y Retórica Clásica, generalmenteen el marco de proyectos FONDECYT y FONDEDOC. Ha publicadoartículos especializados en el ámbito nacional e internacional, y loslibros La existencia de Dios desde la Filosofía, según Aristóteles, San Agustín,San Anselmo y Santo Tomás (1993, 1994) e Introducción a la retórica clásica:una teoría de la argumentación práctica (2003).

    Pablo Oyarzún estudió Filosofía, Historia y Literatura en la Universidadde Chile entre 1970 y 1974. Realizó estudios de postgrado en Filosofíaen la Universidad de J.W. Goethe de Frankfurt (1980-1981). Desde 1974ha ejercido la docencia en diversas instituciones de educación superioren Chile y como Profesor Visitante en Venezuela, Argentina y Holanda.Es Profesor Titular de Filosofía y Estética en la Universidad de Chile yProfesor Asociado en la Ponticia Universidad Católica de Chile. Desde1975 hasta el presente tiene alrededor de 350 publicaciones entre libros,ensayos, artículos y traducciones en Chile y en el extranjero, sobretemas de losofía, estética, cultura, política, crítica de arte y literatura.Fue Decano de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.

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    Miguel Ruiz Stull es candidato a Doctor en Filosofía mención Estéticay Teoría del Arte en la Universidad de Chile, con la tesis Tiempo yexperiencia: el complejo duración-materia en el pensamiento de H Bergson . EsLicenciado en Letras y Filosofía por la P. Universidad Católica de Chile.Es profesor del programa de Magíster en Artes Visuales, Facultad deArtes, Universidad de Chile y profesor de la Escuela de LiteraturaCreativa, Universidad Diego Portales. Ha sido investigador asociadoy profesor del Instituto de Humanidades de la Universidad Diego

    Portales. Sus líneas de investigación son vitalismo en losofía, teoría dela experiencia y teoría del discurso, en particular, el estudio de Gorgias,Lucrecio, Kant, Bergson, Deleuze, Canguilhem y Foucault.

    Benjamín Ugalde Rother es candidato a Doctor en Filosofía menciónFilosofía Moral y Política en la Universidad de Chile. Es Magíster yLicenciado en Filosofía por la Universidad de Chile. Actualmentetrabaja en su tesis doctoral en el pensamiento moral y político de lossostas, Protágoras y Gorgias, principalmente. Al mismo tiempo, sedesempeña como profesor instructor en la cátedra de Filosofía Antiguade la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile,y es también profesor de losofía en la Universidad Diego Portales.Ha publicado y expuesto sobre temas ligados al pensamiento clásicogriego, con especialidad en sus aspectos ético-políticos.

    Oscar Velásquez  es Profesor Titular de Filosofía de la Universidadde Chile, Santiago (2005 hasta la fecha) y Profesor Titular de la P.Universidad Católica de Chi le (1985-2005), ejerce act ualmente la cátedrade Filosofía antigua como profesor titular de la Universidad de Chile enSantiago. Es Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónomade Barcelona. Entre sus publicaciones están sus libros sobre losofíaplatónica, Platón Timeo  (2004), Platón Banquete o siete discursos sobre elamor (2002), Politeia Un estudio sobre la República de Platón  (1997), Anima

     Mundi El Alma del mundo en Platón (1982); sobre literatura grecorromana, Aristófanes Nubes versión del gri ego, introducción y notas  (2005), Horacio Arte Poética edición bilingüe (1999).

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    Introducción

    Bajo el título Sostas, Pensamiento y Persuasión , se presentan reunidosuna serie de trabajos que intentan ofrecer una imagen, diversa y a lavez unitaria, de un acontecimiento determinante para la cultura griegaclásica. La serie de transformaciones que afectaron la historia de esacultura, la emergencia y debacle de diversos modos de entender y do-

    minar lo público, el surgimiento de una teoría de la justicia y su prácti-ca, o bien, la conguración del discurso en sus más diversas matrices,trágica, cómica, retórica y losóca, no podrían ser quizá comprendi -das en su cabalidad sin entender el inujo efectivo que estas guras ypersonajes que habitualmente toman por nombre sostas presentaronen su época. Más allá de poner en evidencia las implicaciones políti-cas, educativas y especulativas que podría haber tenido la Sofística, esobjeto de este libro establecer una serie de tentativas de inspección einterpretación del rol efectivo que tuvo la serie sosta en el contexto deAtenas. Diversas son las dimensiones en que históricamente participóel sosta en la vida y el desarrollo cultural de Grecia, es por ello queeste volumen responde también de modo diverso y especíco a este he-cho con que bien puede ser comprendida la posición general atribuiblea la sofística.

    Este texto también responde a la preocupación actual de las investiga-ciones académicas, y es quizá este un motivo ulterior que anima la seriede textos que en este lugar se presenta, a saber, colocar en discusión ennuestro ámbito de estudios la importancia y signicación que tuvieronestos extranjeros, principalmente Gorgias y Protágoras, para la culturagriega. Este esfuerzo de colocar en relieve la gura del sosta no esciertamente único, pero esta unidad tanto en su eventual recuperacióncomo evaluación se nos presenta en supercie como discontinua. Estoes cierto en la medida en que las más de las veces se distr ibuye al sostaen relación a la aversión con que los presenta Platón en sus Diálogos yla sospecha y recelo con que Aristóteles los analiza en vistas de de-terminarlos en el horizonte de una denición del saber. En uno y otrocaso la evaluación es adversa, y en cierta medida puede ser tomadoesto por causa del destino que afectó al contenido de su pensamiento.

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    Es que el saber del sosta no es solo un saber en torno a los juegosde palabras, acentuando su ambigüedad inherente y la diversidad desentidos que en potencia compromete cada una de sus emisiones. Lacomprensión general que detenta el sosta acerca de la naturaleza dellenguaje pone en evidencia lo que se halla en juego en las palabras, ensu potencia de evocación y conmoción, que no son sino las condicionesreales de lo que habitualmente reconocemos en el efecto de persuasión.Una logología , en palabras de Barbara Cassin, o una logosophía , en la ex-

    presión de Christopher Johnstone, pareciesen ser formas actuales dedenominación de aquello que emerge con la técnica retórica que es dis-puesta como forma de expresión eminente sostenida por la sofística.Es por ello, que tanto el pensamiento como la persuasión colocan demaniesto la tensa relación que el sosta encarna en cada una de susactuaciones. Pensamiento y persuasión esbozan un cuadro amplio yabierto de análisis que intenta denir los diversos aspectos que compo-nen nuestra actual imagen de la sofística, la que, sin embargo, siempreha de quedar en una especie de suspenso u opacidad, bajo la condiciónde producir cada vez una especie de resistencia respecto de una con-cepción monolítica de la verdad, entendimiento que libera al logos detodo compromiso ontológico. El logos no maniesta el ser, el logos pro-duce efectos de ser: he ahí el carácter estético, un poder de la poesía , que atoda retórica nalmente implica, como ha sido señalado por Jacquelinede Romilly. Es quizá la conciencia de este poder de producción quedispensa el lenguaje, que articula la palabra y su práctica deniendosus propios contextos de enunciación, lo que se hallaría en el fondo delsaber del sosta: esa cultura de realistas como lo señalaba Niesche, quepone de maniesto aquella facticidad recia, severa y dura que caracterizabael instinto de los helenos de los primeros tiempos. En esta situación de estu-dio, con este ánimo de análisis, este libro pretende insertar en lo actualla actualidad efectiva que tuvo ese movimiento intelectual en los albo-res de nuestra tradición de pensamiento.

    Damos aquí una breve reseña de cada uno de los textos que componenesta colección.

    Francesco Borghesi, en su texto Sofística y Democracia , nos ofrece un am-plio recorrido, a través de la síntesis de fuentes griegas provenientes

    tanto desde el discurso histórico como desde el losóco, del problemade la sofística, de su posición en orden a factores culturales y más en-fáticamente de su relevancia en el marco político y jurídico de la Gre-cia clásica. El autor encuadra su discusión en reconsiderar una antiguafórmula de análisis, la oposición entre  physis y  nomos , para entenderla tensión en que las fuerzas políticas decantaron en diversas formasde régimen o de orden público. El panorama presentado por Borghesiactualiza esta discusión entre naturaleza y ley matizando la supuesta

    oposición tradicional. Las fuentes visitadas, presentadas y analizadaspor el autor, denen nuevas líneas de cruce, juntura y desplazamientoentre ambas formas de entender el dominio de lo público. La política sepresenta, bajo esta perspectiva, como el enclave eminente de la naturallucha y despliegue de fuerzas, lugar que signicativamente será diri-gido por el dominio del arte retórico. Borghesi invoca, en este sentido,el recto y eciente uso de la inteligencia como ingrediente esencial delmanejo de la decisión política como efecto de una técnica ecaz del dis-curso. En este sentido, el saber retórico del sosta no es sino un saberacerca de lo oportuno, de kairos como lo recuerda Borghesi desde Gor-gias, un saber necesario que zanja y decide sobre lo que se debe haceren cada caso, deniendo así de modo cualitativo las circunstancias queen cada instante determinan una acción de interés público. Desde loexpuesto en este capítulo es lícito para nosotros concluir que el rol dela sofística, más allá de su práctica educativa en la formación de élitespolíticas que fue ciertamente efectiva, más allá de las interpretacionesmás o menos interesadas que devalúan éticamente su desarrollo, másallá de tachar su acción pública bajo el rótulo de relativista; es posibleplantear que la acción del sosta, a diferencia de la retirada teórica ycontemplativa de la actitud losóca, es en todo momento y cada vezun hacer frente al dominio de la política, entendiendo a esta como unespacio abierto y siempre diverso de coyunturas por resolver, resolu-ción que no puede ser sino comprendida por medio del uso ecaz dellogos.

    Estas coyunturas, que denen en cuanto tal el ambiente donde la so -fística tuvo su emergencia y posterior desarrollo, son expuestas en suamplio espectro por Andrés Covarrubias en Los sostas: el juego entreapariencia y realidad. En este artículo se explora, a través de la observa-

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    ción de diversos lugares eminentes del despliegue de la retórica, des-de Gorgias a Quintiliano, la hipótesis de comprender el juego retóricoen continuidad con la estrategia propia de la confrontación estratégicay militar. El juego que abre la sofística en esta óptica, se haya esen-cialmente entramado en un complejo coyuntural que, en palabras delautor, bien puede ser traducido como un verdadero campo de batalla,cuyos ingredientes efectivos sería el manejo de la apariencia y la rea-lidad a través del empleo eciente y artístico del logos. Notable es en

    esta línea de análisis la remisión al problema del criterio de verdadpor medio del cual se puede hacer maniesta esta distinción. Lo que seplantea de modo conclusivo en esta contribución es que el ejercicio dela distinción entre lo real y lo aparente solo puede ser entendido desdeuna matriz, apelando al texto de Quintiliano, de orden ético, un criterioque nalmente solo puede tener solvencia en el mismo ejercicio de lapalabra en clave retórica. Este criterio no puede ser entendido bajo elinujo de una norma trascendente que donaría veracidad a lo expuestoen todo discurso, sino más bien se expresa en una especie de construc-ción etopoiética , en la constitución misma del carácter del orador que semaniesta en toda su naturaleza a través del propio discurso proferido.Así el vir bonus de Quintiliano, que Covarrubias nalmente destaca, esdado por y desde el despliegue mismo del logos , despliegue que a suvez da una imagen de inquieta incertidumbre a ese campo de batalladonde se puede salir tanto vencedor como vencido. La continuidad en-tre lo ético y lo discursivo no puede ser sino pensada por la operaciónefectiva de un principio cosmético (kosmos) que brinda consistencia tan-to a la práctica ética (arete, bonus) como a la práctica discursiva (kairos,

     prepon, decorus). El resultado de esta praxis, de doble implicancia comopuede ser leído desde el texto de Covarrubias, no puede ser sino dadopor los constantes desplazamientos y superposiciones que tanto lo realcomo lo aparente van entrelazando en cada discurso, en cada palabraemitida: desde este punto de vista, tanto la verdad como la aparienciahan de ser comprendidas desde la ecacia y potencia inmanente dellogos mismo.

    Un retorno al problema del criterio de verdad es posible observar en lacontribución de Pablo Oyarzún, Gorgias: neg-ontología, escepticismo y c-ción. En este texto se propone un anál isis global sobre de la obra de Gor-

    gias, Acerca del no ente o de la naturaleza y Encomio a Helena , único tratadoque nos ha dejado la tradición literaria en torno a la producción de lasofística, el primero, y el segundo, un hábil ejercicio epidíctico que de-rrota una opinión establecida en aquel tiempo de Grecia. Oyarzún nosofrece una lectura que decide indicar al tratado como un antecedenterelevante de la posición escéptica, interpretación que es consistente porla puesta en marcha de Gorgias de una crítica radical al acceso al ente.Como es sabido, este tratado radicaliza y debate con la tradición eleá-

    tica, la cual arma la unidad del ser a partir de la correlación que exis -tiría entre lo que hay, lo que es pensado y lo que es dicho. Esta matrizque coliga lo ontológico, noético o epistémico y lo li ngüístico es puestaen suspenso o en interdicción por la habilidad retórica de Gorgias, notanto contradiciendo lo propuesto enfáticamente por Parménides, sinoradicalizando la posibilidad y existencia de ese mismo acceso que estaapuesta metafísica presupone. Esto se hace maniesto en el tratado enel desarrollo de su último tramo, donde el lenguaje y su potencia apa-recen liberados de una determinación trascendente que daría garantíasde su verdad o plausibilidad. Creemos que esto es lo que subraya eltexto de Oyarzún, al abrir la discusión y la exégesis de este tratadocon lo que denomina contrato de cción. Esta forma y entendimiento delcontrato no es sino la armación de un asentimiento de un espacio de

     juego, de encadenamientos ccionales, que esbozan un lugar donde losintegrantes se someten a la acción y ejecución de las reglas de un usoefectivo del logos. Oyarzún estima que esta es la torsión radical queininge Gorgias al incipiente discurso losóco, suspendiendo así lapretensión veraz de su referencia: esto es lo que entraña la lógica delengaño, tal como es leída por Oyarzún desde un importante fragmentode Plutarco. La suspensión de la función veritativa o cognoscitiva quehabitualmente es conferida como eminente al lenguaje, posee en estainterpretación su reverso: en primer lugar, sostiene la mutua exterio-ridad y diferencia entre el ser y el discurso y, en segundo lugar, comoconsecuencia de ello, la emancipación del lenguaje respecto de formasde determinación trascendentes a su propio ejercicio. De esta forma,la retórica, su ejercicio y práctica, abren este espacio de cción que seentiende como un cierto saber de la coyuntura, de la relevancia de los

     pragmata , de las cosas, por sobre los entes. En esta medida, y esto es algoque creemos recorre todo el argumento propuesto por Oyarzún, si hay

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    un espacio de la cción , para la cción, es gracias a una temporalización,la de kairos , que provee el propio discurso, una intratemporalidad quese halla en la potencia misma del logos , la cual arrebatando las con-diciones habituales de la sensibilidad, y a través de este mismo arre-

     bato, produce el efecto de fascinación o perplejidad que hace efectivoel engaño o la ilusión del arte discursivo, que nalmente es condiciónefectiva de toda persuasión. Un efecto de ser, como es consignado porOyarzún, que solo puede ser presentado por el juego o la treta o el

    modelo, en n  paignion , que detenta el saber del sosta. O bien, en lostérminos que propone Gorgias, si no es posible una ontología, ni unaepistemología ni una lógica que asegure y vigile las formas de presen-tación de lo verdadero, entonces las formas de su reverso, el engañoprimordialmente, y la cción por extensión, devienen siempre reales, yno meramente formales o posibles. Esto signica que esa indiferenciaconstitutiva dada por la medida del logos se identica con las condicio-nes pragmáticas que dominan las formas de presentación de lo real,armando así la diversidad de sus aspectos y variantes; condicionesque bien podrían inaugurar una nueva forma de pensar una ontología,una epistemología y una lógica que se constituya bajo un triple impe-rativo que arme la exterioridad, la heterogeneidad y la singularidadde lo que es.

    En continuidad con lo expuesto por Pablo Oyarzún, nuestra contribu-ción a este volumen, titulada Kairos, experiencia y tiempo del discurso , pro-pone especular el destino y lectura de una noción del tiempo en cuantoclave interpretativa para la sofística, especícamente la detentada porGorgias. Se sabe por la doxografía general que circula en torno a lasofística el papel relevante que tuvo esta forma de entender el tiempoen la situación de la incipiente retórica griega. De hecho a Gorgias le esatribuido un tratado sobre esta noción de kairos. Nuestra lectura pro-pone reconsiderar la signicación y relevancia de esta forma del tiem-po en el contexto de una teoría general de la sensibilidad, en virtudde los efectos anímicos y estéticos que están en poder del discurso ysu consecuente despliegue efectivo. De este modo, nuestra apuesta esefectuar una revisión especulativa a partir de la teoría de lo sublime,la cual aportaría una nueva imagen de esta forma de la temporalidad,en la medida en que ese tiempo se reconoce por la puesta en marcha

    de una crisis que afecta a las condiciones generales de la experienciay el juicio respecto de un objeto particular. Kairos , en este sentido, esel punto axial donde el discurso y el tiempo se entraman y complican,provocando el efecto de conmoción que involucra todo cambio de opi-nión por vía de argumento; conmoción que es, en nuestra hipótesis,condición eciente del acontecimiento de la persuasión. Nuestra revi-sión intenta plegar así la recepción, pero también el uso y la lectura im-plícita que, a nuestro juicio, tendría como núcleo una teoría del kairos ,

    desde Gorgias, pasando por Pseudo-Longino y Kant, hasta los trabajosactuales de Negri y Marramao. Si bien la sofística se ve afectada por eldescrédito de la tradición, esta merma no necesariamente se traduceen una suspensión de su inuencia, y nuestra lectura alienta la posibi-lidad de extraer desde el dominio de la estética la continuidad que noes posible detectar en términos históricos para la tradición losócaoccidental. El relevo, en denitiva, de la noción de kairos y la inspecciónde su concepto nos parece una forma plausible de plantear un inujodel pensamiento sosta, más allá del explícito rescate que tanto Hegelcomo Niesche realizaran en determinado momento del devenir delpensamiento losóco.

    La colaboración de Benjamín Ugalde, titulada Sobre la posibilidad de unateoría política en Protágoras , considera a partir de dos momentos extrapo-lados de los diálogos de Platón, Protágoras y Teeteto principalmente, losnúcleos y elementos críticos sucientes para reconstruir el pensamien-to político de este sosta. A través de una muy detallada y analíticaexposición tanto de fuentes, siempre escasas y fragmentarias para elcaso de la sofística, como de la extendida literatura crítica general so-

     bre ella, muestra paulatinamente los elementos teóricos determinantespara considerar a Protágoras como un pensador de la democracia y elcontrato. Ambas posturas aparecen matizadas de sus variantes moder-nas y contemporáneas, y Ugalde decide que la revisión crítica debe per-manecer en los límites de los hábitos o los modos de vida plenamentegriegos. Es razonable esta posición y el análisis emprendido por el au-tor aparece como plausible. Bajo nuestra óptica, el valor que posee estadiscusión es tratar de hallar una sintonía o una extensión razonable en-tre la teoría ampliamente conocida del hombre medida (Homo mensura)y del mito de Prometeo, propuesto como surtidor de valores y justicia a

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    la comunidad. Como lo muestra la inspección de Ugalde, existe una ge-neralizada controversia en las múltiples decisiones interpretativas quedan peso a uno u otro núcleo crítico en la búsqueda de una apostadaunidad del pensamiento de este sosta. El autor, más bien, decide ma-tizar posturas tratando de acoplar el relativismo epistémico observadoen Teeteto y esa especie de contractualismo político que se deja leer des-de el diálogo de Protágoras. Como quiera que esto sea, lo que subyace enel argumento de Ugalde, y que se deja leer a lo largo de su contribución,

    es el establecimiento de un criterio ético, quizá en clave aristocrática,que dominaría tanto en el ámbito teórico como en el práctico, cuestiónque es posible observar desde la crítica a la posición de Castoriadis conque se da término a este ensayo. Ello puede entenderse, nalmente,desde la enumeración conclusiva de este trabajo, la cual releva en todoslos casos la necesidad de un cuidado de sí como estrategia esencial deldesarrollo de un individuo en los diversos ámbitos de interés en quetenga lugar su participación.

    Cierra esta serie de trabajos el ensayo de Óscar Velásquez, titulado Aristófanes y las Nubes: forzando a los sostas a fungir de comediantes. Lapropuesta de Velásquez se inscribe en abrir la discusión sobre la rela-ción de los sostas a otros géneros de discurso que coexistieron en laGrecia clásica. Es así como la comedia de Aristófanes, aunque comotambién lo indica el autor compromete además al caso de la tragedia,da lugar a un cuadro que reere a la posibilidad y uso de los recursostécnicos que están a la mano de una y otra realización textual. Lo inte-resante en esta propuesta es conferir realidad al inujo, quizá indiscu -tible, de todas estas formas de discurso en la emergencia y desarrollodel género dialógico encarnado por la obra de Platón. Así, este lósofono solo se muestra o se expone como un hábil literato y serio conocedorde los recursos del arte retórico, sino que permite emplazar el estilo deescritura losóca con el lugar en donde se asimilan todas las variantesy variaciones que presentan sus antecedentes o precursores literarios.Sabemos que la relación entre Platón y el conjunto de los sostas esheterogénea, variable y tensa: no es de extrañar que buena parte de lostextos platónicos tengan por título algún nombre propio que encarnala gura de algún sosta. Lo que creemos plantea Velásquez, con certe-za, es la forma de esta relación: Aristófanes, un aristócrata que ve con

    evidente sospecha el inujo de estos extranjeros, que en su mayoría sepresentan como esta especie de profesores superiores reconocibles conel nombre de sostas, coloca en ridícula o satírica escena a un Sócratesactuando, vistiéndose con los ropajes de un sosta más. Es que, comoseñala el autor, no hay peor forma de confusión, o mejor parodia, quedislocar la posición que un determinado particular o individuo hacien-do evidente o bien llevando a extremo su similitud: emplazando unasemejanza de actitud que constr iñe la gura tanto del lósofo como del

    sosta. O bien, su reverso, Aristófanes, fungiendo de lósofo, como unhábil escenógrafo, quizá al modo del Sócrates del diálogo de Protágoras ,dene los rasgos, posiciones y movimientos que señalan o indican a-grantemente las muecas paródicas que en Nubes es posible detectar enla gura de quien, pretendiendo ser lósofo, solo puede aparecer pú-

     blicamente como un sosta más. Esto es quizá el punto más relevanteque Velásquez propone en su texto, a saber, demarcar el difícil cuadroo escena donde sátira, parodia e ironía tienen lugar: complicada distin-ción, ya que su piedra de toque siempre será el juego de la verdad, cosaque atañe ciertamente a la labor de la sofíst ica en general. Pareciese serque tanto la sátira como la parodia, y su producto literario más decan-tado en la losofía de Platón a través del uso metódico de la gura de laironía, denen los rasgos que competen a la administración efectiva dellogos , ecacia que ante la evidencia es puesta, quizá por vez primera, en

     boca y en discurso por la serie sosta.

    En suma, la reunión de textos aquí presentados conrma ciertamenteun interés y una preocupación actual en estudios clásicos. Pero no estan solo muestra de ello. Lo que convoca este volumen, más allá de lassiempre posibles rehabilitaciones y reivindicaciones del pensamientode la sofística, que las hay en una buena magnitud, es justamente des-plegar en análisis los diversos planos de competencia donde se aloja lapresencia, quizá ubicua, del sosta. Necesariamente, como lo muestraesta serie de estudios, debemos comprender que la intervención de es-tos extranjeros, en un lugar y en un tiempo más o menos determinados,marca un punto de inexión en la constitución y la noción que tenemosdel pensamiento en cuanto tal, de su ocasión, de su sometimiento ycontrol de coyunturas y de la realidad de su inujo dado por el éxito desu persuasión. Más allá que los entendamos como educadores, que lo

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    son, o hábiles demagogos en la situación política o simples especulado-res y glosadores de un saber ya dispuesto de antemano, la gura del so-sta señala un lugar donde el pensamiento y la persuasión coinciden,lugar que no es sino entendible, al modo del habitual agon que gobiernael juego de fuerzas de la Grecia clásica. Desde esta perspectiva, el so-sta encarna radicalmente esa lógica de la rivalidad que supone eseespacio agonal tan característico de la cultura helena, bajo la consignade una teoría eciente del logos que traduce la puesta en marcha de una

    serie de complejidades, coyunturas, articulaciones y desgarramientosque nos brinda si no una imagen de aquello que pudo haber aconteci-do, al menos pone de maniesto las condiciones de la formación de uncierto clima de cultura e intelectualidad que ha provocado efectos en laforma que entendemos nuestra propia actualidad.

    Miguel Ruiz Stull

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    SOFÍSTICA Y DEMOCRACIA

     Francesco Borghesi

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    La reforma de Clístenes, que en 508 dio origen a la constitución demo-crática de Atenas, signicó, entre otras cosas, un acto de racionalidadpolítica frente a las estructuras oligárquico-aristocráticas, residuo deun concepto de estado propio de la sociedad arcaica. Procesos de refor-ma análogos se darán en otras poleis , pero en Atenas asumirá su formamás orgánica y en la segunda mitad del siglo V, más radical. Por otra

    parte, el cambio estimulará tempranamente una teoría política capazde conceptualizaciones y de generalizaciones, desvinculada de la men-talidad y de la ética del siglo VI. La participación de toda la politeia , laciudadanía, en las deliberaciones de la Asamblea y los procedimientosde formación de las leyes, signican una rápida laicización del con -cepto mismo de ley, no más themis , norma tradicional o revelada, sinonomos , ley que emana de la decisión autónoma, responsable y derogablede una mayoría y como resultado de un libre debate.

    La nueva situación redene la función y amplía la acción de la guradel hombre político, una gura que Atenas había conocido bien en elsiglo anterior, encarnada principalmente en Solón y en los tiranos.

    A los nuevos guías del pueblo, a los demagogoi , la Asamblea, liberadade las restricciones oligárquicas, se le ofrece ahora como un amplio es-cenario para las iniciativas de su inteligencia, habilidad y ambición.Insertándose en este contexto, la primera sofística comprenderá entresus nes formar al nuevo hombre político, a la nueva aristocracia inte-lectual, capas de controlar la gestión del estado a través del dominiode sus órganos, en particular de la Asamblea, mediante la adquisiciónde conocimientos como retórica, crítica, dialéctica, capaces de generar

    el discurso políticamente ecaz, que es el que logra suscitar  peitho , lapersuasión.

    No solo la coyuntura política favorece el surgimiento de un pensamien-to político. La teoría de la relatividad de la ley, uno de los temas cen-trales del debate, tiene claros antecedentes etnográcos: la logografía,historiografía, jónica, cuyo epígono es Heródoto, a lo largo de un sigloy medio había constituido un vasto depósito de observaciones entornoa la múltiple y relevante diversidad de costumbres entre los pueblos,futuro caballo de batal la contra el concepto de una ley natural común,,en la antítesis a la ley positiva.

    La posición política de la sofística, así como el resto de sus doctrinas,dista mucho de ser unitaria.

    Dependerá en buena medida de las contingencias que darán origen aposiciones progresivamente más radicales en la democracia ateniense.En el curso de la Guerra del Peloponeso, tras la desaparición de Peri-cles, de una democracia guiada durante treinta años por un líder deextracción aristocrática, se pasará sin transición a la conducción de unaclase política de origen popular, prevalentemente comerciantes y ar-tesanos, formada en la mentalidad del régimen, cuyos representantestípicos serán Clión e Hipérbolo. El régimen no cambiará la conforma-ción legal, pero sí su estilo. Cuando la guerra comenzará lentamente aperderse para Atenas, sobre las decisiones de la Asamblea pesará unaprogresiva psicosis que la llevará a decisiones demagógicas y a un vo-luntario radicalismo.

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    Bajo estas circunstancias se producirá la fractura entre la inteligenciasofística y la Asamblea del pueblo, en la que el régimen se encarna. Lacorriente antidemocrática, hasta ahora circunscrita a los clubes o hete-riai aristocráticas, encuentra ahora acogida y formulación teórica en lasofística y la oposición a nomos , la ley positiva, en nombre de Physis , laley natural, terminará convirtiéndose en oposición a la constitución dela ciudad democrática.

    Nomos y Physis

    Con el último tercio del siglo V la relativización del concepto de no-mos , como la ley política, alcanza notable coherencia: Protágoras (Teet.,172b) identica la ley con la deliberación de la Asamblea en la que seencuentra su realidad, es decir origen, legitimidad y ecacia práctica.Para Licofrón (Aristóteles, Pol. III, 1280b), la ciudad, en su fundamentoúltimo, no es más que el fruto de un pacto estipulado entre sus miem-

     bros, extendiendo por lo tanto su carácter relativo y convencional másallá de la episódica legalidad asamblear y esbozando por primera vezuna teoría contractualista de la sociedad política. Paralelamente el con-cepto de Physis sufre un proceso análogo de racionalización, por el que,de orden divino que era, pasa a ser en Hippias, Trasímaco y Antifón,un instinto primario que guía al hombre a una esfera de nes indepen-diente de la ley de la c iudad.

    En el epitao los caídos en la guerra arquidámica, Gorgias armaráque la ley más universal, la que ha llevado al sacricio por la patria, noes la ley no escrita o sagrada, sino la ley de lo que se debe hacer en elmomento oportuno, to deon en toi deonti , que señala, de vez en vez, loque hay que hacer o evitar, decir o callar, usar la inteligencia o la fuerza,en las innitas alternativas en las acciones humanas y de las decisioneslegales, el criterio último y unicador es el principio de la oportunidad;en este no hay nada de universal ni de divino, es el criterio de la librey experta inteligencia. Esta es también la conclusión del anónimo delos Dissoi Logoi, Discursos Dobles (2, 19-20): “bello es lo que acontece enel momento oportuno, torpe en el momento inoportuno”. Pero puestoque la oportunidad no resuelve las aporías de la relatividad sino que

    las agrava, elevar la oportunidad a criterio último de juicio es elevar larelatividad misma o norma suprema.

    En cuanto a las tentativas de determinar el contenido especíco delconcepto de Physis , más al lá de las formas asumidas por su legalidad,para Antifón e Hippias se trata de una realidad primaria, de un i nstintofundamental contrapuesto al carácter ocasional y precario de Nomos.Calicles, en el Gorgias Platónico, si bien lo designa como nomos tes phy-

    seos , ley de naturaleza, lo considera no un logos o razón universal, sinoun conjunto de datos de facto , de reglas precisas de un juego que, p. e.,lleva inexorablemente al más fuerte a prevalecer sobre el más débil. Enel Protágoras platónico (337e), para Hippias el instinto universal en quese maniesta Physis  parece consistir en una tendencia a la atracciónrecíproca de los seres humanos, a la lantropía, al contrario de la leypositiva, “tirana de los hombres”, que los obliga a actuar con la natura-leza, es decir, que genera entre semejantes por naturaleza enemistad ylucha. Por su parte Antifón (Sobre la Verdad frag. I A), considera Physiscomo instinto de benecio a sí mismo y evitar dolor y daño; coheren -temente rechaza la ley positiva no solo por las razones aducidas porotros sostas – tendenciosidad, caducidad, etc. – sino sobre todo porno garantizar ni el bien individual ni el ejercicio de una tekhen alipías , oarte de evitar el dolor; seguir las prescripciones de Nomos , con frecuen-cia signica atentar contra el propio interés, que es de no autoinigirsesufrimiento alguno.

    En Trasímaco ( Rep. I, 338d ss.) los conceptos de dike y de dikaion , lo justoy la justicia, sustentados por normas, poseen una función pragmática:

     justo es aquel que trata de defenderse del más fuerte, estableciendo san-ciones morales contra la fuerza que pudiere oprimirlo. Esto aconteceporque el instinto natural es el de dominio y es parte de Physis tendera imponer la propia supremacía; tanto es así que los hombres, cuandodeben afrontar la adikia , la injusticia radical y total (como es el caso dela tiranía), quedan como encandilados y se doblegan ante el desplie-gue del instinto dominador de Physis en todo su desenfreno. Tal teoríaasume en las palabras de ese históricamente enigmático personaje quees Calicles (Gorg. 483d), un énfasis aún mayor al sostener que por natu-raleza es vergonzoso ser vencidos porque por naturaleza es tender al

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    dominio; la ley de la ciudad, que arma lo contrario, es decir, que lovergonzoso es oprimir a otros, trata de refrenar la fuerza y el impulsoauténticos de la naturaleza. Con Calicles cae toda rémora moral, legal oreligiosa: naturaleza es el despliegue pleno de las fuerzas inherentes atodo ser y la voluntad de poderío es su legítima conclusión.

    La religión misma no escapa al proceso de críticas: en Sexto Empíricose armará que los dioses no forman parte de Physis – entendida como

    realidad originaria – sino que han surgido de una especie de conven-ción pre-legal: el sabio legislador, no conando en los principios mora-les como garantía del orden social y político, ha discurrido la existenciade un poder superior que, con su omnipotencia y su omnipresencia,constituye la sanción suprema de la norma legal y moral. La justiciamisma es la técnica articial de mediación que debe ser pensada comoalgo más para que sea efectiva: universal, común, de origen divino. Eneste mundo naturalístico, los dioses son pues un ardid de nomos; la úni-ca fuerza dominadora de la realidad humana es la inteligencia.

    Dos ejemplos, como pocos, ilustran la posición de la sofística en cuantoa la relación entre Nomos y Physis , a la tensión polémica creada entreambos principios y a las ambiguas recomposiciones de que fueron ob-

     jeto; un ejemplo en el ámbito de la teoría, el otro en el de la prácticapolítica.

    El libelo antidemocrático, La constitución de los Atenienses , escrito entor-no al 425, por un anónimo oligarca aludido como Pseudo-Jenofonte: undetractor agudo y lúcido que no duda en reconocer, tras examinar lasinstituciones atenienses, la lógica y la coherencia del sistema y, dadoel contexto histórico en el que había surgido, su inevitabilidad. Optan-do por la democracia, los atenienses han preferido el poder de la mu-chedumbre al de los aristoi , al de los mejores; el pueblo es ignorantey despreciable, sus demagogoi insensatos e incompetentes, pero ello noquita la lógica consecuencialidad de su sistema de su sistema legalita-rio como expresión del interés de la mayoría. Ahora bien, una politeia ,una constitución, no es más que un conjunto orgánico de Nomoi , y espor él que Atenas se rige, lo cual signica el reconocimiento del valorefectivo de la ley positiva, que en este caso legitima hasta una dicta-

    dura anónima de la masa. Implícita en este enfoque está la convicciónde la intrínseca irracionalidad de Nomos como cuando, en este haz, esla expresión de una multitud de débiles que se ha unido en una únicavoluntad para actuar en su propio interés. Aporías de Nomos que sonreiteradas en un diálogo cticio entre Pericles y Alcibíades, en los  Me-morables de Jenofonte. A la denición de Pericles del concepto de leycomo lo que el pueblo decreta reunido en asamblea, Alcibíades rebateque tanto si una ley es aprobada por un tirano, como por una oligarquía

    o como por el pueblo, siempre signicará constricción sin persuasiónen daño de alguien, si muchos o pocos no importa; la ley, de todos mo-dos, se resuelve en la legitimación de la violencia, contra la cual habíasido invocada, en la negación de sí misma.

    Para Tucídides, discípulo de Gorgias, una análoga conclusión se im-pone para Physis. Me reero ahora al conocido episodio del libro V dela Guerra del Peloponeso , al diálogo de Melos. Atenas, antes de atacar ala isla, cuyas culpas son no haber adherido a la liga ateniense y habermantenido un estado de no beligerancia durante el conicto, envía unaembajada a parlamentar. En la extensa recreación que los argumentosde carácter político y moral aducidos por los isleños contra la agresión,cuando estos invocan nalmente la ley y la justicia divina en su de -fensa, los atenienses llevan el diálogo a su punto esencial: “Nuestrasopiniones sobre los dioses y nuestra experiencia de los hombres nosenseñan que desde siempre, por invencible impulso natural, cuandohombres y dioses son más fuertes, dominan. Esta ley no ha sido insti-tuida por nosotros (…) y así como la hemos recibido, la dejaremos a lostiempos futuros y para siempre”. Como ha dicho Untersteiner, fundarel derecho del más fuerte en la ley natural y trasformar el conceptode divinidad, de tutora del derecho en modelo y aval de la violencia yprepotencia terrenos, da al realismo del imperialismo ateniense la pro-fundidad de un principio losóco. Kratos , el poder, la fuerza, se separaaquí del Nomos tradicional, como esfera sujeta a una ley de naturale-za del todo diversa. Con una animación particularmente signicativapara nuestro propósito, una verdaderaktema eis aei , una adquisición pe-renne de la experiencia política, los atenienses concluyen: “Sabéis tan

     bien como nosotros que en las relaciones humanas se tiene en cuentala justicia cuando la fuerza es igual por ambas partes; en así distinto,

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    los más fuertes recitan su poder y los más débiles deben someterse”.Esta es, en síntesis, para Tucídides, la relación y la función de Nomos y Physis. De hecho el contraste entre ambos desaparece porque tantola justicia como la fuerza se convierten en Nomoi , en leyes de la Physis.

    La voz de kratos se deja oír aún más fuerte en un discurso de Cleón (Rc.III, 38), en ocasión de la rebelión de Mitilene (428):

    “se puede discutir si el dominio ateniense sea justo o injusto,pero si estáis determinados a mantener igualmente vuestro do-minio aún si injusto, entonces quiero que comprendáis que esvuestro interés castigarlos, aunque sea contra la justicia. De otramanera es mejor que renunciéis al imperio y que cuidéis vuestrahonorabilidad al abrigo de los peligros”.

    Sofstica y teoría de la democracia

    Protágoras, como sabemos por el homónimo diálogo de Platón (322a yss.), ofrece, con su teoría-mito sobre el origen de la sociedad, una claraaproximación a lo que podríamos considerar una teoría de la demo-cracia. Al contrario de Platón, Protágoras no concibe la política comouna competencia especialística cuyo ejercicio requiera capacidad yconocimiento. Para él, el arte de la política es una capacidad naturalpropia del hombre: el concepto de justicia, criterio principal para obrarpolíticamente, es posesión potencial de todos, objeto de enseñanza y deaprendizaje, patrimonio transmisible que permite a todos contribuircon su consejo al gobierno de la ciudad. La teoría, sin embargo, contie-ne algunas condiciones limitantes: la innata capacidad política no seencuentra en la masa como tal, sino en individuos singulares, y no semaniesta espontáneamente, sino que debe ser estimulada y educada.Su armación de la necesidad de diligencia (epimeleia), de adiestramien-to (askesis) y de doctrina o instrucción (didache) para alcanzar la virtudde la política ( politike arete), constituye un condicionamiento no propia-mente democrático, al menos según la práctica democrática ateniense.Por sus presuntas anidades con Platón, es oportuno recordar que se-gún Aristoxeno, un peripatético del siglo IV, y otros, las  Antilogiai de

    Parménides anticipaban ideas fundamentales de la República. Una desus secciones, dedicada a las leyes y al Estado, lleva el mismo nombrede la obra de Platón, Peri Politeias.

    Por otra parte, en el Teeteto (166a y ss.), Protágoras presenta su conceptorelativista de ley como aquello que, de vez en vez, a la ciudad reunida leplace decidir. La ciudad es entendida como el conjunto de los discursosque la componen. Es este procedimiento el que permite al sosta desa-

    rrollar su función porque, si bien la ley es expresión de la voluntad de laciudad, en la formulación de la decisión que la ley supone, se inserta laacción pedagógica del sosta, esto es, la de formar sujetos políticos ca-paces de proponer, debatir y persuadir. En un pasaje anterior del Tee-teto , Protágoras había armado que el criterio de verdad objetiva no esaplicable a las opiniones, puesto que estas son verdaderas en la medidaen que a cada uno parezcan reales. Sin embargo, si no por su verdad,las opiniones pueden distinguirse por su utilidad. Hay un discursomás débil y uno más fuerte, discernibles mediante el criterio de la rectanormalidad: el razonamiento, la sensación, la experiencia de hombresano son más fuertes que los del hombre enfermo, aún siendo ambosverdaderos porque son en alguna medida efectivamente experimen-tados. Aplicando este argumento a la opinión colectiva que es la ley,será función del buen rétor, discípulo de los sostas, contribuir a queprevalezcan en la c iudad las opiniones fuertes sobre las débiles. Tucídi-des (I, 22) asignará al historiador, en los límites de su materia, un papelanálogo al identicar los aspectos permanentes de la Physis a través dela regularidad y constancia de sus reiteraciones, lo que para la historiaconstituye el título de su validez y utilidad.

    Si la estación democrática fecundó los gérmenes latentes en la culturadel siglo VI en orden a la superación de los valores del arcaísmo y la so-stica captó y se hizo interprete radical y a menudo coherente del nuevoespíritu, hay que constatar sin embargo que ello no signicó, salvo encontadas ocasiones, que asumiera el rol de losofía o teoría de la demo-cracia. La posición de Protágoras al respecto, aún con todas sus reservas,es excepcional; los representantes posteriores no permanecen extraños ala ideología democrática, aún tratando temas, como el del igualitarismo,aparentemente anes o más a menudo, asumen posiciones divergentes.

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    Las deniciones de democracia de la segunda mitad del siglo V queposeemos son numerosas y acreditadas, comenzando por la de Pericles(Tuc. II, 37): “Puesto que nuestro régimen sirve los intereses de la masade los ciudadanos y no solo el de una minoría, lo llamamos demokra-tia”. Los discursos directos e indirectos que Tucídides atribuye a losrepresentantes de la democracia, insisten sobre su imparcialidad, sutendencia a la obtención de lo útil indiscriminadamente para todos; esla constitución de todos y no solo de una fracción, que a todos posibi-

    lita el acceso a la deliberación pública y por lo tanto potencialmente alpoder. Pericles (Tucid. II 37) observará que el criterio del mérito es equi-librado por el de la igualdad: los mejores, tanto como los demás, podránofrecer su aporte a la v ida de la comunidad. El democrático siracusanoAtenágoras (Tucid. VI, 39), agregará que la democracia, en comparacióncon otros regímenes, representa el todo respeto a la parte, la superaciónde los intereses de grupo o de clase. De la ciudad utiliza todas las fuer-zas: a los ricos como expertos administradores de la hacienda pública,a los sabios como consejeros, a la mayoría como asamblea deliberativa.Aludiendo a este argumento, el Menéxeno platónico clasicará a la de-mocracia como una forma de régimen mixto, comúnmente consideradopor los griegos como forma óptima de la constitución.

    Los argumentos de Trasímaco en el libro I de República , constituyenuna puntual confrontación de esta posición: la democracia al igual quecualquier otro régimen, representa la prevalencia de un grupo. Todaslas entidades son dominadas por el más fuerte, que conforma segúnsus intereses la ley y la justicia. La ley del interés, la dinámica internadel poder, que rige por igual a todo sistema político, no conoce dife-rencias de régimen. La naturaleza verdadera de la ciudad democráticase maniesta sintomáticamente en las relaciones con sus aliados y de-más estados, relaciones que en el caso ateniense, se caracterizan por eldesenfrenado predominio que hará denominar tirana a la ciudad quehabía hecho de la ideología antitiránica el fundamento de su sistemapolítico. Un régimen que aplica tales criterios en sus relaciones exte-riores, carece de credibilidad para presentar su política interior comosuperación de toda la forma de violencia partidista.

    Cercano al citado Pseudo-Jenofonte y aún más radical, Cal icles (Gorgias 483b y ss.) ve en la democracia el ardid de una falsa fuerza para contro-lar el poder: la norma universal que rige a todo viviente es la prevalen-cia del más fuerte; pero los fuertes, los mejores, los buenos constituyensiempre la minoría ante la masa de los mediocres e ineptos. Ahora bien,estos últimos discurren un sistema de gobierno que ata las fuerzas de laminoría capaz de dominarlos, sancionando moral, política y legalmen-te el principio según el cual prevalecer es adikia , injusticia. De esta ma-

    nera el Nomos y el dikaion , la ley y lo justo de la democracia, su ideologíamisma de igualdad, descubren su verdadero rostro: son la audiencia dela mayoría para proteger y disimular su debilidad frente aquellos quepor sus dotes naturales poseerían el derecho de dominar.

    Con la expedición contra Sicilia (415-413) comienza el período másduro de la guerra del Peloponeso. La radicalización del régimen de-mocrático, en marcha ya desde antes de la desaparición de Pericles, seacentuó con la consolidación de una clase de extracción popular, gene-rada por la dinámica misma del régimen. La Boule , el Consejo, pierdeprogresivamente autoridad ante la Ekkelesia , la Asamblea, controladapor el populismo y el belicismo de los demagogoi. El régimen asume loscaracteres de una oclocracia, que Aristóteles denirá como degrada -ción de la democracia. En este contexto, la nunca bien soldada fracturaentre clase culta y régimen popular vuelve a abrirse.

    Tucídides (III, 37) ofrece un cuadro sugestivo del fenómeno cuandopresenta a Cleón ironizando y condenando la actitud de la Asamblea,incierta en sus decisiones a causa de lo que para él son paralizantessutilezas de las deliberaciones, en contraste con Pericles, que había elo-giado la capacidad de argumentación y de reexión que distingue alos procedimientos de la democracia, sin que ello limite su capacidadde acción (Tuc.II, 38). El mencionado discurso de Cleón construye unainvectiva antisosta en apoyo a una acrítica y activista aceptación delas decisiones de la Asamblea soberana.

    La respuesta de la intelligentsia sosta afectará al concepto mismo deNomos , no solo en su concreta acepción asamblear, sino en su esenciamisma. Que la democracia ateniense haya subestimado el valor de la

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    inteligencia política como competencia, lo sostiene, entre otros, el Anó-nimo de Dissói Lógoi, Discurso dobles , al cr iticar el sistema de sorteo delos cargos públicos: sus argumentos son substancialmente los mismosempleados en algunos diálogos platónicos, Apología, Gorgias principal-mente, y en  Memorables de Jenofonte. El ejercicio de la política comotekhen , como competencia, será uno de los temas indiscutidos de la es-cuela socrática: cuando la democracia practica el falso igualitarismodel sorteo, se abandona a los riesgos inevitables de la incompetencia.

    La desigualdad en democracia, originada por la competencia exigida asus gobernantes, es paradojalmente la garantía de su funcionalidad.

    No sería, sin embargo, exacto argüir, p.e., del hecho que el gobiernooligárquico de los Treinta Tiranos – que en 404 interrumpió brevementemás de cien años de democracia – fue encabezado por Critias, tal vezel mayor representante del momento de la sofística. En esos mismosaños, en efecto, se dan también testimonios positivos de esta relación.Uno de ellos, contenido en el Anónimo de Jámblico (6,1), establece laidentidad de la ley. De igual manera, contra la teoría de la Physis comopredominio de los ejemplares humanos superiores, sostiene que estosde ninguna manera podrían afrontar a la mayoría, siendo convenientepara ellos mismos poner sus dotes al servicio de la ley común. El Anó-nimo es pues aser tor de una teoría antiindividualista, convencido de lasuperioridad del demos , del  plethos , de la multitud sobre el uno, comomás tarde sostendrá Aristóteles (Pól. III, 1286a). Su mayor temor es elsurgimiento de una tiranía de nuevo tipo, que encuentre su ambienteen la anomia , en la anarkhia , en la ausencia de leyes y de autoridad, en nen la democracia desenfrenada que hace posible la tiranía del demago-

     gos , como más tarde será descrita por Platón (Rep. 565a y ss.). Descubreasí la relación entre la anarquía demagógica y la tiranía del más fuertepor sobre la ley; una forma de coincidentia oppositorum de la vida polí-tica. Sin embargo, será convicción de todas las doctrinas políticas delos siglos V y IV que la igualdad debe tener algún límite, si se quiereevitar que la mayoría, por sí misma, se convierta en criterio cualicanteabsoluto.

    En resumen, haciendo abstracción de las diversas posiciones, la demo-cracia aceptable para la sofística es la democracia dirigida por una élitede la inteligencia, que por su paideia , su formación está en condicionesde asegurar el buen gobierno de la ciudad. Que esto fuese posible yconveniente, lo habría probado el largo y exitoso gobierno de Pericles.Tras la fallida experiencia de Platón en Siracusa, esta nueva aristocraciade la inteligencia no volverá a guiar, raramente a inspirar, a la ciudad.Si bien solo en contados casos entrará en conicto con la democracia,

    sus posiciones la llevarán progresivamente a aislarse en una repúblicade sophoi , de sabios, dedicados al bios teoretikos , la vida especulativa,contemplativa.

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    LOS SOFISTAS: EL JUEGO ENTREAPARIENCIA Y REALIDAD1

     Andrés Covarrubias Correa

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    Los sofstas: ‘realidad’ y palabra persuasiva

    Si hay algo que caracteriza sobremanera al pensamiento griego es suabsoluta admiración por la belleza -es decir, la armonía, el orden, lasimetría y la delimitación-, y el adecuado uso de la palabra. En estesentido, y en especial durante la segunda mitad del siglo V a.C., los

    sostas ocuparon un lugar muy destacado, en cuanto a que ellos eranlos dominadores de la argumentación y del logos persuasivo, además depretender convertirse, a partir de este dominio casi total, en los princi-pales educadores de la excelencia (arete), entendida esta última funda-mentalmente como una aptitud intelectual y oratoria.2

    De hecho Jaeger3 arma que antes de la irrupción de la sofística no sehabla para nada de gramática, retórica ni dialéctica, y que, desde estaperspectiva, debieron de ser sus creadores, cuando adquirieron con-

    ciencia de las leyes innatas de la escritura. Se puede agregar a esto queel desarrollo de tales disciplinas se vinculó estrechamente con la súbitaextrañeza que produjo la distancia que los sostas establecieron entreel lenguaje, por un lado, y la realidad percibida, por otro. Es así como eldominio sobre las formas de expresión y sus alcances se fue perlandocomo una necesidad estratégica para inuir en el campo de las opinio-nes y decisiones de los ciudadanos, en el entendido de que el lenguajees capaz de proponer al interlocutor todo aquello que entendemos nor-

    malmente por lo ‘real’ y ‘la realidad’.

    A esta celosa preocupación por el lenguaje se suma la actitud críticaque los sostas mostraron frente a muchas convicciones ya fuertemen-te establecidas entre los atenienses. Este distanciamiento reexivo esavalado, en gran medida, por el hecho de que la mayoría de los sostas,salvo algunas pocas excepciones, como Critias y Antifonte, fueron ex-tranjeros: Protágoras venía de Abdera, Gorgias de Leontini, Hipias deÉlida, Pródico de Ceos y Trasímaco de Calcedonia.

    Esta crítica permanente de la sofística hacia la cultura griega afectaespecialmente al punto de arranque y desarrollo del problema de ladistinción entre apariencia y real idad, encarnado en este caso en la con-frontación entre Nomos y Physis , esto es, entre lo convencional y lo natu-ral, donde el Nomos fundamentalmente descansa en el criterio prácticode la conveniencia y el interés.4 En efecto, el ámbito del interés puedeestar vinculado, en muchas ocasiones, con la necesidad de ocultar, n-gir sobre ciertos aspectos inconvenientes, con el n de lograr lo que unsujeto se propone, lo que en principio no colisiona con la actitud prácti-ca de un gr iego o un romano común, en el contexto de una visión éticamucho más próxima a la ética agonal -esto es, agonalis , en tanto es unareexión sobre la praxis ejemplicada tradicionalmente con los certá-menes, luchas y juegos públicos, tanto corporales como de ingenio-, la

    1Este texto forma parte del proyecto Fondecyt n° 1071023.2Cf. Tomás Calvo, De los sostas a Platón: política y pensamiento , Akal, Madrid, 1995, pp.30-31; y Werner Jaeger,Paideia: los ideales de la cultura griega , F.C.E., México, 1985, p. 267.3W. Jaeger, Op. cit., p. 287.

    4Para una revisión de las principales inuencias de los sostas en la segunda mitaddel siglo V, y el contexto socio-cultural donde se desenvuelven, lo que deviene enuna lucha entre retórica y losofía en la primera mitad del siglo IV a.C., cf. GerardoRamírez Vidal, “Oratoria y retórica”, en Oratoria griega y oradores áticos del primer pe-ríodo (de nes del siglo V a inicios del siglo IV a.C). Ed. Universidad Nacional Autónomade México, 2004, pp. 27-34.

    E l j u e g o e n t r e a p a r i e n c i a y r e a l i d a dS O F I S T A S P e n s a m i e n t o y P e r s u a s i ó n

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    que hunde sus raíces en los poemas homéricos y su alta valoración dela nobleza y virtudes del guerrero. El campo del lenguaje es visto comoun campo de batalla, donde la estrategia, el posicionamiento en el lu-gar más adecuado en ese momento, la buena elección de las armas queofrece la palabra, la fortaleza y sagacidad de quien las util iza, cumplen,todas juntas, un papel de principal relevancia para asegurar el éxito enel logro de los nes que se busca conseguir mediante la persuasión, as-pectos que pueden ser trasportados al ámbito desplegado por nuestra

    natural inclinación a lo lúdico.

    Un elemento especialmente destacable que colabora en este asunto depoder argumentar con fuerza y consistencia las tesis contrarias -lo queabre además la posibilidad de persuadir en función de la necesidadpráctica inmediata-, es la fuerte atracción que los sostas sintieron por“la antítesis o emparejamiento de las partes opuestas”. 5 En efecto, lasíntesis de contrarios, la posibilidad de argumentar con semejante fuer-za y coherencia proposiciones contrarias, constituyen una característi-ca central de la retórica sofística, y un atributo ampliamente valoradopor sus cultivadores. Esto nos conduce indefectiblemente a la preguntapor el límite que sea posible establecer entre lo aparente y lo real. Dehecho una crítica central a la posición sofística es aquella referida a suasombrosa capacidad de convertir, mediante el adecuado uso de lasherramientas retóricas que el lenguaje ofrece, el argumento más débilen el más fuerte.6

    Los sostas fueron especialistas en tales prácticas -baste considerarcomo ejemplo de esto los ejercicios lingüísticos, y a veces hasta bana-les, que hemos heredado a partir de los Discursos Dobles-, promoviendoun lenguaje que en lo posible aunara sabiduría y elocuencia, y entre-mezclando además habilidad política e inteligencia en el ámbito de laacción. Pero junto a estos encomiables objetivos, se ltra siempre el

    5 J.J. Murphy (Ed.),Sinopsis histórica de la retórica clásica , Gredos, Madrid, 1989, p. 12 y ss.6Antonio Melero, en Sostas: testimonios y fragmentos , Gredos, Madrid, 1996, arma:“En la educación el sosta hace con palabras lo que el médico con las drogas: sust itu-ye, no lo falso por lo verdadero, sino la opinión más endeble por la más fuerte” (In-troducción, p. 45). Así, según este traductor, “La controversia nómos/Physis  no tiene,por tanto, en sí misma nada de moralmente perverso” (p. 37). 7Refutaciones Sofísticas , 165a 21.

    arduo problema de poder establecer con claridad el referente que lasofística tiene respecto a sus pretensiones de validez, en cuanto intentaconstituirse en un discurso que logre, a n de cuentas, un auténticosaber. En relación con esto último, Aristóteles es muy claro y rotundocuando sostiene: “La sofística es un saber aparente y no real; y el sostaun negociante de sabiduría aparente y no real”.7 Esta dura crítica delEstagirita nos indica que la dupla ‘apariencia y realidad’ se sitúa en elcorazón de la sospecha frente a las prácticas sofísticas, en un plano que,

    de un modo más neutro, podemos denominar ‘el asunto de la i lusión’.

    Respecto a este problema destaca especialmente Protágoras. DiógenesLaercio (IX 50 ss.) arma que este sosta “fue el primero en sostener quesobre cualquier cuestión existen dos discursos mutuamente opuestos. Yfue el primero en aplicarlos con aquellos con quienes departía (…). (Pro-tágoras) dice que el alma no es nada más que sensaciones, según dicetambién Platón en el Teeteto , y que todo es verdadero”. Esto es sostenidopor Platón en el Crátilo (385 e ss.), a saber: “(…) tal como decía Protágorascuando declaraba ‘el hombre es la medida de todas las cosas’, queriendodecir que del modo en que a mi me parecen los objetos, de ese mismomodo son para mí. Y del modo en que a ti te parecen, de ese modo sonpara ti”. Asimismo, Aristóteles en Metafísica rearma esta opinión de sumaestro (1062 b, 12): “En efecto, también (Protágoras) dijo que el hombrees medida de todas las cosas, no queriendo signicar con ello más quelo que a cada uno le parece, posee una realidad rme. Y si esto acontece,sucede que la misma cosa es y no es, y es mala y buena…”. Por último,Sexto Empírico (Escritos Pirrónicos I, 216 ss.) sostiene: “Y también Protá-goras pretende que ‘el hombre es medida de todas las cosas, de las queson en cuanto son y de las que no son, en cuanto no son’ designandocon ‘medida’ al criterio, y con ‘cosas’ a las realidades, de modo que ar-ma que el hombre es el ‘criterio de todas las realidades’, de las que son,en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto no son”.

    Tanto Cicerón (Brutus 12, 46) como Quintiliano (Institutio Oratoria III, 1,10) agregan, además, que fueron Protágoras y Gorgias los primeros entratar los lugares comunes (topoi, loci), y Quintiliano dice que Pródico, Hi-

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    pias, Protágoras y Trasímaco, fueron también los primeros en considerarlos procedimientos que hacen relación con las emociones. El tratamientode los lugares comunes y las pasiones,8 en efecto, facilitan enormementelas argumentaciones contrarias, lo que permite convertir el argumentomás débil en fuerte, como consigna Aristóteles, en cuanto es una caracte-rística destacable de la sofística, en Retórica (II 24, 1402a 23).

    A partir de los testimonios expresados, podemos decir que la tesis de

    Protágoras de que el hombre es la medida de todas las cosas, implicauna posición novedosa y osada respecto a la idea griega sobre la reali-dad. El ser es su apariencia y, de este modo, el sosta suprime la distin-ción entre ser y apariencia, contraviniendo así la tradición parmenídea,en la unidad férrea establecida por este entre ser, pensar y decir. Estoimplica, pues, que todas las opiniones, aunque muchas veces son con-tradictorias entre sí, son verdaderas. Así la distinción entre aparienciay realidad, se desplaza hacia la que podemos establecer entre verdad yutilidad: todas las opiniones son igualmente verdaderas, pero no igualde útiles. Así, un individuo enfermo ha de ser persuadido en una de-terminada dirección, no porque la opinión del médico sea la más ver-dadera, sino porque simplemente es más útil para su eventual mejoría.

    Gorgias transita por una línea semejante. En su Tratado del no ser , planteaque el lenguaje es incapaz de manifestar la realidad, ya que jamás noses posible encontrar signicados que sean comunes intersubjetivamen-te. Es decir, también quiebra abruptamente la identicación parmení-dea entre ser, pensar y decir. Así, pues, nada existe; si algo existiese, nosería cognoscible ni pensable por nosotros; y si lo pudiéramos conocer,en n, no lo podríamos comunicar. Esto signica que el ser es descono-cido para nosotros, porque no puede relacionarse con las apariencias,ni estas últimas, a su vez, con el ser. Así, pues, las palabras siempreestán referidas a la experiencia de quien las proere, y esta ‘experien -cia’ es radicalmente distinta de la del interlocutor. A esto se suma que

    8Álvaro Vallejo, en Mito y persuasión e n Platón , Ed. Er (Suplementos), S evilla, 1993,p. 311, dice: “La persuasión es lugar de encuentro entre lo racional y lo irracional(…) Es un instrumento de mediación de la razón con las potencias irracionales de lanaturaleza humana”.

    9Para un análisis detallado de los elementos retóricos presentes en el Encomio a He-lena de Gorgias y la crítica platónica a este sosta, cf. Robert Wardy, The Birth ofRhetoric: Gorgias, Plato and their Successors , Ed. M. Schoeld, Issues in Ancient Philo-sophy, 1998, esp. Cap. 2, pp. 25-51: “In Praise of Fallen Women: Gorgias’ Encomiumof Hellen“.

    hay una distancia insalvable entre las cosas y las palabras, por tanto, locomunicado siempre son palabras y nunca la real idad, donde, además,lo visto y lo oído se captan por órganos diferentes, por lo que cada unode nosotros debe hacer la síntesis de la experiencia entre percepcionesque son inconmensurables entre sí, además de serlo entre los distintossujetos involucrados en la aparente comunicación.

    Con lo anterior se cierra de un modo denitivo el carácter intencional

    del lenguaje, quedando el reducto de la pura persuasión como únicocamino posible. En este contexto, y como lo atestigua Gorgias en el En-comio a Helena , la palabra puede mitigar el miedo, suprimir el dolor,producir alegría o compasión, afectando de manera directa nuestrasemociones y opiniones sobre lo que equívocamente llamamos ‘reali-dad’.9 La palabra, en este sentido, se hace presente como un pequeñosoberano con facultades irrestrictas en lo que hace relación con el ejer-cicio del poder sobre las mentes, la voluntad y las acciones.

    Trasímaco extrema esta línea interpretativa, en lo que respecta al poderubicuo de la persuasión. De hecho, el Nomos (que en Protágoras reejael interés de todos), representa en el sosta de Calcedón el apetito delos más fuertes, y lo justo, por su parte, es lo que siempre conviene almás fuerte, pues es este último el que inventa las leyes. En este sentidorazona también Glaucón, en República  II, al sostener, en contra de laopinión de Sócrates, que cometer injusticia es algo bueno, e induda-

     blemente mejor que sufrirla de los otros. Los individuos, sin embargo,están dispuestos a soportar la ley como un mecanismo de protección y,en este sentido, la legislación nalmente sirve para que la convivenciasocial no se destruya.

    Gorgias suscribe esta opinión cuando en el Encomio a Helena 6, dice: “lonatural no es que el fuerte sea constreñido por el débil, sino que el más

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    débil sea gobernado y dirigido por el más fuerte”. Calicles, sosteniendola tesis contraria, pero en tensión con su opuesta (aspecto tan propio dela retórica y, en particular, de la retórica sofística), arma que el Nomos es, a n de cuentas, una invención de la masa, de los más débiles, con eln de poner freno a los impulsos avasalladores, y sin embargo natura-les y esperables, de los más fuertes.

    La retórica sofística, entonces, juega con la apariencia despreocupada

    en los linderos entre realidad e ilusión, poniendo en jaque cualquierpretensión absoluta en torno a los fundamentos mismos de lo real. Conesto, sin duda, se potencia hasta el extremo esa característica de la re-tórica que le permite argumentar las cosas contrarias, aspecto que nonegará Aristóteles en su Retórica, ni Cicerón ni Quinti liano. Solo Platónintenta poner el dique antes de que el caudal sea demasiado torrentoso,a riesgo, eso sí, de hacer desaparecer la tekhne rhetorike bajo el protec-tor, pero también eventualmente devorador, amparo de la dialéctica.La objeción respecto a esta característica central de la argumentaciónretórica es, fundamentalmente, ética: si dejamos todo al arbitrio de laargumentación de contrarios, el lenguaje es solo ejercicio del poder, y,más aún, de un poder irrestricto porque tiene en sus manos, y puede

     jugar, con la noción de realidad.10

    Tanto Cicerón como Quintiliano intentaron frenar de algún modo estepoder omniabarcante, precisamente concibiendo un límite ético para laoratoria y el orador. Pero este cerco incluye para ambos teóricos de laoratoria latina la aceptación de una ética agonal, es decir, aquella quesea capaz de aceptar o promover, además de la v irtud, el ocultamiento,la sagacidad, la astucia, la estrategia, la oportunidad, el decoro, el es-plendor, la fuerza de doblegar, el ataque y la defensa, y, por último, unaconcepción móvil de la realidad que permita su reconstrucción perma-

    10Cf. Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteka, Traité d L’Argumentation. La nouvelle rhetor i-que , Ed. Université de Bruxelles, 1988, p. 248 ss., donde los autores tratan acerca de ladicultad que entraña la posible determinación de juicios que podamos denominarpropiamente ‘de valor’, a diferencia de los que son acerca de ‘la verdad’ Asimismo,para una visión crítica contra la exageración de esta posición, cf. mi  Introducción a laretórica clásica: una teoría de la argumentación práctica , Ediciones Universidad Católicade Chil e, 2003, pp. 109-114.

    nente por medio de las armas del lenguaje persuasivo. La retórica, eneste sentido, continúa moviéndose en un campo de batalla, el que exige,sin duda, la aplicación de ciertas reglas prácticas, a saber; aquellas queson exigidas en el contexto de la ética heroica que, por lo demás, fuetan admirada por griegos y latinos, sobre todo a partir de los cantoshoméricos.

    Cicerón en el Brutus  y los sofstas: apariencia y argumentación decontrarios

    Cicerón en el Brutus , VI, 27-VIII, 33, relata las principales característicasde la retórica y de sus primeros cultivadores:

    Sin embargo, antes de Pericles, de quien se reeren algunos escritos, yde Tucídides, quienes vivieron, no en la Atenas naciente sino ya adulta,ninguna letra hay que de veras tenga algún ornato (ornatum) y parezcaser propia de orador (…).Algunos años después de esta época, comopuede verse en las crónicas (monumentos) de Ático, vivió Temístocles, yconsta que éste aventajó en prudencia y también elocuencia ( prudentia,eloquentia); después Pericles, que, aunque oreciera en todo género devirtud ( oreret omni genere virtutis), sin embargo fue clarísimo (clarissi-mus) en esta alabanza. También consta que en aquellos tiempos vivióCleón, aquel ciudadano de veras turbulento (turbulentum), pero sin em-

     bargo elocuente (eloquentem). Casi contemporáneos Alcibíades, Critias,Teramenes; y qué género de decir tuvo vigor en esos tiempos puedeentenderse máximamente en los escritos de Tucídides, mismo que vivióentonces. Eran grandes en las palabras ( grandes erant verbis), abundan-tes en las sentencias (crebri sententiis), breves en la comprensión de lascosas (compressione rerum breves), y por esa misma causa a veces algooscuros (subobscuri).

    Este pasaje de Cicerón expresa, con concisión y claridad, varias de lascaracterísticas más sobresalientes de la elocuencia, además de mostrarla cuna donde se comienza a gestar parte del espíritu que caracteriza ala sofística. En efecto, el ornato o decoro constituye un momento crucial

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    de la oratoria,11 acompañado por la prudencia y la elocuencia, todo estoademás debe ser expresado mediante la abundancia de sentencias, enel marco de una síntesis adecuada, en especial, la de los contrarios. Sinduda este ideal ya arraigado entre los griegos debía de ser un nortehacia donde apuntar en lo que respecta a los fundamentos sofísticosdel discurso, aunque es cierto también que la prudencia en algunos fuesustituida de un modo total por la sagacidad.

    Pero cuando se entendió cuánta fuerza tenía la oración cuidada yhecha con alguna medida, entonces surgieron muchos maestrosdel decir. Entonces estuvieron en honor magno Gorgias de Leon-tini, Trasímaco de Calcedonia, Protágoras de Abdera, Pródico deCeos, Hipias de Élida, y en los mismos tiempos otros muchosconfesaban, con palabras ciertamente arrogantes (adrogantibus),que ellos enseñaban (eisdem docere) cómo, por el decir, una causainferior (pues así hablaban) podía hacerse superior. A éstos seopuso Sócrates, que con alguna sutileza para discutir (qui subtili-tate quadam disputandi refellere eorum…) solía refutar con palabraslas enseñanzas de aquéllos (…). Así pues, siendo ya ancianosaquellos que poco antes dijimos, sobresalió Isócrates, cuya casade veras se abrió a toda Grecia como una escuela y ocina (oci-na) del decir; fue gran orador y perfecto maestro, aunque carecióde la luz forense y dentro de paredes alimentó aquella gloria quede veras nadie, según mi juicio, alcanzó después. Este mismoescribió muchas cosas muy claramente, y las enseñó a otros, yentendió las demás cosas mejor que sus predecesores, y tambiénfue el primero en entender que en la oración suelta (in soluta ora-

    tione) conviene, sin embargo, conservar la medida y algún ritmo,mientras escapes del verso (dum versum eugeres). Pues antes deél no había ninguna, por decir, construcción de palabras y nin-guna terminación de frase en ritmo, o si alguna vez hubo, noparecía que ésta hubiera sido buscada con trabajo intencional,que acaso fuera alabanza; pero sin embargo entonces se hacíamás por naturaleza (natura) y alguna vez por acaso (casu), quecon alguna razón o con cierta observación (Brutus VIII, 30-3)

    Me parece capital, a partir de los dos textos antes citados, recuperarciertos elementos que la retórica aporta a la cultura, y que ningún otroars puede ofrecer, sobre todo aquellos que tienen relación directa con ladistinción entre apariencia y realidad. En efecto, las exigencias de or-nato, prudencia y elocuencia cobran especial importancia ya en el mo-mento originario de la constitución del arte persuasivo. A esto se suma,como exigencia general, la abundancia de palabras y de sentencias, yla brevedad en la comprensión. Sin embargo, los sostas surgen princi-palmente cuando aplican medida consciente a la frase y ponen cuidadoen la oración. Sin embargo, Cicerón recuerda la arrogancia de aquellosque enseñaban que por medio de la palabra persuasiva se puede con-ducir una causa inferior haciéndola parecer superior.12 PosteriormenteIsócrates, distanciándose del género judicial, aplica el arte a la frasesuelta, dándole medida y cierto ritmo.

    Luego Cicerón (Brutus IX, 35) alaba a Lisias, por su sutileza y elegancia,“que ya casi te atreverías a llamarlo orador perfecto” (oratorem perfectumdicere). Pero, en denitiva, Demóstenes es en realidad el rétor perfecto,y nada le falta.

    Es también digno de ser considerado el pasaje de Brutus XII, 46-48, quedescribe otros aspectos relevantes de Gorgias, Lisias, Teodoro e Isócra-tes, en lo que hace relación con la retórica:

    11Cf. para la noción de ornatus o kosmos , H. Lausberg,  Manual de retórica literaria: fun-damentos de una ciencia de la literatura , Tomo II, Gredos, Madrid, 1967, pp. 50 ss. Señalaque el ornatus es la virtud más codiciada, por ser la más brillante y la más efectista,pues rebasa la corrección elocutiva (latinitas) y la comprensibilidad intelectual de laexpresión. El ornatus engendra una delectatio y sirve así a la causa , y, por ta nto, a loaptum esencial del discurso, además de lograr que se alcance y mantenga la buenadisposición del oyente. Así, pues, la voluptas engendrada por el ornatus conduce ala des , evitando principa lmente el taedium , conmovi endo en denit iva los á nimos(movere). El ornatus , nalmente, puede ser tanto del lenguaje como espirit ual, los queconuyen en la dignitas , siempre evitando el orador caer en l a mala aectatio.

    12P. Albert Duhamel, en “The Function of Rhetoric as Eective Expression” (enPhilosophy, Rhetoric and Argumentation , Ed. M. Nata nson and H.W. Johnsto ne, ThePennsylvania State University Press, 1965, cap. 4, pp. 80-92, realiza un sugerentedesarrollo de las aproximaciones y distanciamientos de la retórica sofística, y luego,la de la Segunda sofística, respecto a la tradición platónica.

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    Y así Aristóteles dice que en Sicilia, después de sacados los tira-nos, como las cosas privadas se perseguían en juicios de largotiempo, entonces por primera vez, porque aquella gente era agu-da y nacida para la controversia (controversiae nata), los sicilianosCórax y Tisias escribieron un arte y preceptos, pues que antesnadie había solido decir con método ni arte (via nec arte), pero lamayoría, sin embargo, cuidadosa y ordenadamente, y que Protá-goras escribió y preparó discusiones (disputationes) de cosas ilus-

    tres (illustrium), que ahora se llaman lugares comunes (quae nunccommunes apellantur loci). (47) Y que esto mismo hizo Gorgias,cuando escribió alabanzas y vituperaciones de cosas singulares,porque juzgaba que lo máximamente propio del orador era esto:poder aumentar la cosa alabándola y, por el contrario, dismi-nuirla vituperándola (adigere) (…) (48) Que Lisias, pues, que alprincipio solía declarar que había arte del decir (artem esse dicen-di); que luego porque Teodoro era más sutil en el arte, pero másescaso (ieiunior) en las oraciones, él comenzó a escribir oracionespara otros; que quitó el arte (artem removisse). Que, igualmente,Isócrates al principio negó la existencia del arte de decir, peroque solió escribir para otros oraciones (orationes) que usaban enlos juicios; mas que dejó de escribir oraciones para otros y sededicó por entero a componer artes (artes componendas), porque amenudo él mismo era llamado a juicio, ya que, por decir así, in-fringía la ley, por “engañar a alguien en el juicio” (quo quis iudiciocircumveniretur).

    Es de especial importancia que Cicerón destaque, a partir de la opiniónde Aristóteles, que ya Córax y Tisias, es decir, quienes trajeron e impul-saron la retórica en Grecia, eran agudos y naturalmente dotados parala controversia, y que, sin embargo, entendieron además la necesidadde escribir un arte con método. Esto ya encamina, sin duda, a la tekhnerhetorike hacia su más potente desarrollo, pero el arte no puede estarcompleto sin el desenvolvimiento de los lugares comunes, labor funda-mental atribuida por Cicerón a Protágoras como iniciador.

    Gorgias, por su parte, practicó dentro del arte la amplicación y la dis-minución, pues una cosa puede parecer mayor o menor dependiendo

    de cómo se plantee el argumento, siempre dentro de las coordenadasdel elogio y el vituperio, que corresponden en propiedad a la retórica‘epidíctica’. Así la oratoria va consolidándose gracias a las principalesherramientas aportadas por la sofística.

    Sin duda, estas discusiones o disputas sobre cosas ilustres, permiten aquienes aprenden adquirir el arte de debatir, tal como lo atestiguan los‘discursos dobles’ (Dissoi Logoi , cf. DK 90), ejercicios que permitían a los

    aprendices dar cuenta de temas contrarios, con una fuerza de convic-ción equivalente para las dos caras del asunto. Así, pues, estos discur-sos se referían a aspectos de principal importancia como lo son el bieny el mal, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso, osi la sabiduría y la virtud son enseñables o no lo son (dura controversiaque, por lo demás, enfrentó a los sostas con Sócrates). Evidentementela culminación y puesta en escena de estos ejercicios la encontramos enobras mucho mejor logradas como el Elogio a Helena de Isócrates !que,sin embargo, intenta conciliar retórica y ética, en  Antídosis 84, lo que lepermite avanzar un paso respecto a la sofística más radical! o el Enco-mio a Helena de Gorgias, donde se busca exculpar a Helena de la acusa-ción de ser causante de la guerra de Troya.

    De especial interés para el asunto que aquí tratamos es el discurso do- ble acerca de lo verdadero y lo falso. Aquí se enfrenta, por una parte,quien sostiene que el discurso verdadero y el falso son distintos, y porotra parte, quien está dispuesto a defender que son, por el contrario,idénticos. El autor anónimo de este discurso en particular, defenderá,contra la opinión común, lo segundo. El argumento es sugerente desdeel inicio: ambos discursos son pronunciados con las mismas palabras.En este sentido, estas últimas no sirven en absoluto para dirimir la ver-dad o falsedad del asunto. Asimismo, un idéntico discurso cuando en-seña falsedad es falso, y cuando muestra verdad, es verdadero.

    Según lo anterior el discurso se mueve fundamentalmente para la so-fística en el horizonte de la apariencia, donde el hecho de que toque odeje de alcanzar el ámbito de la verosimilitud dependerá nalmente dela interpretación que demos a los distintos sucesos. Así, pues, pareceque las palabras rozan tenuemente una realidad que se caracteriza por

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    Insuciente, asimismo, para denir la retórica, aparece la denición deGorgias, en el sentido de que ella es “la fuerza de persuasión por mediodel discurso” (Gorgias , 452e) y la de Teodectes, quien sostiene que setrata de “llevar a los hombres por medio del discurso a lo que su autorquiere”. En efecto, estas deniciones son insucientes en el sentido deque los aduladores y seductores persuaden, y los oradores, por el con-trario, a veces no logran esta nalidad (Inst. orat., II, XV, 10-11). En elmismo sentido de una denición insuciente, Apolodoro sostiene que

    el n principal del discurso judicial es persuadir al juez y hacer llevarsu sentencia a lo que quiere el orador. Incluso, según este último, si nollega a persuadir, no puede seguir utilizando ese nombre (orator). En lamisma línea está Hermágoras, que sostiene que el n de la retórica eshablar persuasivamente, y nada más, por lo tanto centrando el arte, engeneral, en todo lo que convenga para persuadir.

    Sin embargo, Quintiliano se distancia también de la posición de Aris-tóteles, pues este dene la retórica como una fuerza (vis) de encontrar(inveniendi) todo lo que en el discurso puede persuadir. Esta denición,además de ser demasiado laxa, arrastra el defecto de centrarse exclu-sivamente en la invención (inventio), en detrimento de la elocución, as-pecto sustancial en la búsqueda del bene dicendi y del dicendi peritus.

    En n, Eudoro se acerca más a la posición de Quintiliano, pero al de-nir el primero la retórica como la fuerza para encontrar y decir conornato en todo discurso lo que puede ser creíble, abre la puerta a que sepueda aplicar su denición al que persuade a abrazar la delincuencia.

    Por otra parte, hubo quienes circunscribieron la oratoria a los asun-tos populares, como Teodoro de Gádara, al denirla como el arte queencuentra, juzga y expresa (ars inventrix et iudicatrix et enuntiatrix) enconveniente ornato, de conformidad con la importancia de lo que encada cosa puede tomarse como persuasivo, en asuntos civiles (Inst. orat.II, 15, 21). Quintiliano, frente a esto, reserva una buena opinión paraaquellos que entendieron como propiedad de la retórica el sentir y ha-

     blar rectamente (recte sentire et dicere), y así, poder nalmente entenderla retórica como bene dicendi scientia (Inst. orat. II, 15, 37).

    Vemos que en Quintiliano, así como ocurre con la sofística y en sumaestro Cicerón, es posible conservar el principio hermenéutico de lafuerte presencia en el arte retórico de una ética agonal. 17 Esto signicaque el orador, como el buen guerrero, puede mentir, engañar al juez,siempre y cuando esta mentira no lo enceguezca a él mismo. Es decir,el orator debe ser consciente del engaño como estrategia, como simula-ción que nalmente posibilita la persuasión del oyente hacia lo que élestima adecuado de ser elegido. El vir bonus dicendi peritus -denición

    que Quintiliano reserva solamente al buen orador en el signicativolibro XII de la Institutio oratoria- implica un sujeto bueno, capacitadopara hablar con arte.

    Esta bondad, sin embargo, exige en ciertos casos que el rétor apliquetodos sus conocimientos en el ocultamiento de la verdad, precisamentepara cautelar la misma bondad de su opinión sobre las cosas. Es ene