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f A..RTE y CIENCIA. DlRECTOR: JESUS E. VALEN ZUELA . JEFE DE REDACCION: JESUS UHUE'TA. ARo VI T: ;: . de Dublctn. MÉXICO, 2 it QUINCENA DE DE 1903 NÚM. 4 MASCARAS. LUIS G. URBINA. L mirar á Urbina recuerdo, casi sin querer, una frase de mi pobre artista Jesús Contreras: "Urbina alcanzó ya los honores del Museo del Louvre; está allf son- riente, desnudo alegre y fuerte, con el nombre de Sileno jóven." y en efecto, esa es la idea que traen á la memoria aquella cabeza amplia y cubierta con típica cabellera rizada, aquel embonpoint incipiente, aquellos ojillos que suelen reir, cantar, decir gracias y enternecerse y aquella nariz subverFiva que recuerda también la de Alejandro el Grande, Alejandro Du- mas, el mulato divino que durante tantos años ejercitó el más noble, trascendental y hermoso de todos los ministerios: el de divertir y agradar. Mas este hombrecillo parecido al "ayo y maestro del dios de la risa," este muchacho locuaz y gra- cioso, qu (v músicas tan hermosas oye, qué canciones tan delicadas sabe cantar. ureo que fué Saint Victor quien asimiló la poesía moderna á los potingues de las hechiceras, com- puestos al mismo tiempo de leche, miel, hojas de rosa, sangre de niños, cascabeles de serpiente y cora- zones de mujer. Esa es la poesía de Urbina: lo más grato, lo más risueño, lo más delicado; y al mism6 ..

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f

A..RTE y CIENCIA. DlRECTOR: JESUS E. VALEN ZUELA. JEFE DE REDACCION: JESUS UHUE'TA.

ARo VI T:;:. de Dublctn.

MÉXICO, 2it QUINCENA DE ~'EBRERO DE 1903 NÚM. 4

MASCARAS.

LUIS G. URBINA.

L mirar á Urbina recuerdo, casi sin querer, una frase de mi pobre artista Jesús Contreras: "Urbina alcanzó ya los honores del Museo del Louvre; está allf son­riente, desnudo alegre y fuerte, con el nombre de Sileno jóven."

y en efecto, esa es la idea que traen á la memoria aquella cabeza amplia y cubierta con típica cabellera rizada, aquel embonpoint incipiente, aquellos ojillos que suelen reir, cantar, decir gracias y enternecerse y aquella nariz subverFiva que recuerda también la de Alejandro el Grande, Alejandro Du-

mas, el mulato divino que durante tantos años ejercitó el más noble, trascendental y hermoso de todos los ministerios: el de divertir y agradar.

Mas este hombrecillo parecido al "ayo y maestro del dios de la risa," este muchacho locuaz y gra­cioso, qu(vmúsicas tan hermosas oye, qué canciones tan delicadas sabe cantar.

ureo que fué Saint Victor quien asimiló la poesía moderna á los potingues de las hechiceras, com­puestos al mismo tiempo de leche, miel, hojas de rosa, sangre de niños, cascabeles de serpiente y cora­zones de mujer. Esa es la poesía de Urbina: lo más grato, lo más risueño, lo más delicado; y al mism6

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50 REVISTA MODERNA.

ti m o lo más tremendo y lo más doloroso. Si no fuera tan trillada la comparación, se podria traer á c:e~o aquello del lago aparentemente manso é inmóvil que cuenta en su centro monstruos espantables

y cavernas hondisimas, . UI'bl'na era incapaz, se!!'ún la frase del maestro Sierra,. de Desde su más tierna mocedad, cuando ~

esas transvirbiraciones dolorosas que convierten á un poeta en intérprete de muchos estados de ámmo

contemporáneos, ya tendia el precoz artista á

el verso poderoso y penetrante y triste,

que buscan con supremo anhelo todos los burilado res ~e .la frase. Era numeroso, csp.on~áne~, preciso, te: nla la intuición de la forma bella y revelaba un conocimiento asombroso de la téc~lca,.pelo au~ no pa saba por esa consagradón divina del dolor, que constituye á la poesía casí en u.n~ ciencia expel'1men~~I, ya que no se puede hablar de la vida y sus penas sin haber vivido aquélla y vlvldola á esa alta tensJOn

que requiere la virtud poética. , A Luis le ha acontecido lo que á aquel héroe de una ficción moderna: e.mpez~ por. en.amol·arse,y lle-

nar de besos á un abrigo de cibelina, y el día menos pensado, al ir á cump)¡r su TIto dIario, se hallo dt'n­tro de las pieles del abrigo á una mujer encantadora, palpitante de amor y que dev~lvla los besos con

usura. . El autor de Ingenuas ha publicado toda ó casi toda su obra, y ha hecho bien. Podemos cal~ular Jun-

tamente lo que el numen de Urbina tiene de uno, lo que tiene de vario y lo que ha obrado el tiempo en favor yen contra suyos. Vemos primero al poeta como un satirillo ebrio de aire, luz, brot~s nuev?s, ale­gria y juv(;ntud, buscando un bosque tupido en compañia de faunos y ninfas, en una manana pl'lmav~­ra\. Vemos luego al sátiro convertido casi en un viejo, en uno de esos capripedos que dialogan ampha y eruditamente con los solitarios del desierto y hasta solian convertirse en ermitaños devotísimos que pregonaban la fe de Cristo.

Pero esta transformación, que ha afectado á la cantidad, no ha daiiado á la intensidad poética. Ur­bina sigue teniendo la misma opinión del mundo y de los hombres y abrigando la misma desconfianza de todo lo que es perecedero é inciel too

¿De los hombres dije? No, de las mujeres, que es contra quien se anima el proceso de todo el libro. Desde la primera página hasta la última, el poeta se querella, ataca, se defiende, llora, rie, grita, razona, pelea y cae vencido para levantarse en seguida vencedor.

N!Ldie aguardE' en este amador á un Petrarca que se contente con besar la punta de un dedo de su amad~ al pie de una escalera del palacio de Ferrara; ni siquiera piense en un Lamartine adorando en cuerpQ Y alma á una Elvira intangible y etérea: es el amante de diez, de cien, de la que amó ayer, de la que odiará mañana, de la que acaba de ver y de la que olvidará luego. ¿Volubilidad? ¿Frialdad? Nada de eso; en un alma tan exquisitamente sutil no hay ninguna impresión que perdure, pero todas labran huella muy honda; breves é inconscient~s, van pasando como legión de bayaderas ante un rajáh hastia­do y sin ilusiones, y si una logra encenderle la sangre ó trastornarle el seso ó interesarle por el momen· to, la impresión pasa y el poeta vuelve sin esfuerzo á su estado normal, conservando sólo como prenda la vi;sión artística.

Un agudo critico mexicano, D. Rafael de Alba, cree encontrar en la poesia de Urbina un asomo de poeSía determinista ó lombrosiana: asi se lo hacia creer la tonalidad de Carmen y de Una juventud, eje­cutados sin duda alguna con un vehemente deseo de probar la adaptabilidad del arte á la nueva teoria acerca del albedrio. Pero en mi concepto no hay sólo ese afán que podriamos llamar retórico: ante todo priva en la obra de Urbina la concepción de la mujer. Ese sér pequeño, frágil, inconsciente, juguete de su sensibilidad, de su aturdimiento. del clima, del viento, de la luz, de todos los agentes fisicos, de todas las impresionE's morales, fuerte si puede ser fuerte la debilidad extrema, criminal si pueden ser crimina­les los gorriones ó las mariposas; pero adorable, insustituible é irresponsable, conturba y embriaga al poeta.

No sueña en el amor ideal, puro, tierno, ad usum puellm'um, que hace el gasto en los novelones cursis; bus~a, describ.e y ama el amor real, fuerza de la naturaleza, savia de la vida, sal de la tierra, que une al. varon á la mUjer y lleva á los hombreo á de!5trozal'se como en la selva se destrozaban los primiti­vo,s mientras la hembra permanecia indiferente, impúdica y serena ... .

Porque aqui declararé lo que siento prisa de decir rato ha: Urbina, á pesar de sus osadlas, de sus aventuras en terreno desconocido, de sus incursiones por los paises nuevos ha sabido mantenerse solo ori~inal y potente, sin dejar de aprovecharse de la experiencia ajena. ' ,

No ha obrado como los ricachos modernos, que tienen una quinta en cada estación balnearia, en ca­da punto .de rec.reo; su regla ha sido la de Salomón, que juntó las maderas del Libano y del Carmelo, el oro de Ofi~, el cmamomo de la Arabia y las divinas gemas del desierto africano para construir un tem-plo á su DIOS y para ven erario. .

.Hay en e~ poeta algo de Hugo, mucho de Musset y de Copée; pero todo pasado por su tamiz, por el tamiz de Urbma el bueno, que ha tomado lo asimilable y desechado lo demás. . Su verso, es el ver~o clásico, el vel'SO puro y nitido sin resq uebrajamientos, sin nudosid'lides, sin ac­

titudes que no consentlflan el oido privilegiado y el gusto exquisito del poeta.

VICTORIA.NO SALADO AL V AREZ.

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REVISTA MODERNA. 51

JOSE .TUAN TABLADA.

ESPUES de Rubén Dado y de Manuel GutiélTE'z Nájera, ha sido José .Juan Tabla­da el propagandibta más avanzado de la actual estética francesa. Este literato es japonófilo por inclinación: se sintió desde el principio de su carrera, hermano me­nor de los Goncourt, y ellos lo llenaron de amor por las crisantemas y de venera­ción por las flores de lis.

Oh excelsos admiradores del Japón y del siglo diez y ocho! De sus autores favoritos, de sus estudios y de sus lecturas, no ha tomado si­

no aquello que con venia á su temperamento y á la segura formación de su personalidad. Claro es que en la poesia de Tablada se siente la caricia de Baudelaire; se oye la voz unciosa de Verlaine, se ven pa­sar las sombras de los Poetas Malditos; pero el cantor del .Florilegio> hace creaciones de sus reminis­cencias, y en todas partes halla su sinceridad y su estilo.

Tablada es un espléndido colorista, y asi en sus miniaturas como en sus lienzos decorll tivos. tiene toques de luz y matices de un vigor extraordinario. Los poemas exóticos son verdaderas joyas en este sentido. La Atlántida, el Canto de las ge.uas. los Fuegos artificiales, son un derroche de policromias ad­mirables . • ••••••• • • ••••• 0 " •••• • •• • ••••••••••••••••• •• • • • •• • • •• • •••• • • • •• • • • • • • ••••• • •• ••••• •• ••••• • • ••••••• •

Lo que en Tablada parece artificial no es otra cosa que el hallazgo de alguna forma que la multitud no trasegó y que el artista aprovechó con la intuición maravillosa de su temperamento.

En efecto: no hay exquisiteces más francas, más espontáneas ni más hondamente sentidas, que las que caracterizan el Florilegio, cuyas páginas huelen, con una ari~tocrática vaguedad, á arrozales del Japón, á higos de Smirna, á incienso, y á no sé qué suave fragancia de bibelot tocado por manos de mu­jeres hermosas.

Mas, dentro del verso amplio, sonoro, transparente, como en el fondo de una copa de abierta coro­la de cristal, burbujea y bulle la sangre como vino generoso. La poesía de Tablada, llena de primores, de finuras, de filigranas, obra de un aurifabrlsta delicioso, es un modelo de belleza. Y no sólo por su dicción pura y clara y por sus felices combinaciones rltmicas, seduce esta poesia nueva, sino porque, á la vez, tiene un eco lejano, pero constante, de gritos dolorosos.

En las composiciones Baudelairianas se acentúa más el amargo resabio de sufrimiento descreído y martirizado, que el poeta deja escapar por entre las junturas de la rima.

Tablada es ante todo un apasionado; más bien, un pasional. De m pensamiento hiperestesiado por largos sueños y de su corazón rebosante de ternuras, ha salido esa dulce y musical elocuencia con que nos transmite sus raras emociones hasta transportarnos, por el poder de una divina taumaturgia, á sus extraños y luminosos paraisos.

Porque el poeta del F lorilegio es un visionario refinado, que, por odio al vulgo, ama esos erotismos místicos, esas perversiones tramadas de sensualidad y de religión, en las que el deseo oficia como un sa­cerdote, en misteriosos y satánicos ritos. Tablada introdujo entre nosotros, el nuevo estremecimiento de Baudelah'e; y de sus viajes al alma enferma y hosca de Huysmans trajo el recuerdo de esas infernales y negras ceremonias. Cuando nos da á comulgar sus hostias negras, experimentamus una sensación de

RI RI IOTECA DE MEXICO

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malestar complicada de voluptuosidad y de ~egocíjo: en la obscuridad del ·templo enlutado. la tentación

roza nuestros labios con sus alas velludas. El poeta nos contagia con sus sueños d e opio. y al rumor metálico de las estrofas, y á la luz inter-

mitente de los tropos, sentimos que

-El corazón desangra herido Por el cilicio de las penas y corre el plomo derretido De la neurosis en las venas.·

Ah! con cuánto placer llegamos al final del libI'o pal'a murmurar como á la salida de un culto prohi­bido, el Laus Deo, cón qué mansa y serenamente se despide el poeta de nosotros, convencido ya de que el goce satánico no da la felicidad y sí el hastio.

Confieso que esta parte del libro es la más seductora para mí. porque al través de ella. como al tl'a­vés de un símbolo artístico, entreveo el espíritu de Tablada, triste, adolorido, inquieto, nostálgico de ideal y enfermo de escepticismo y desesperanza.

El Onix-una admirable página moderna-es un profundo sollozo de la tristeza humana, un suspiro del dolor eterno. un grito de la infinita angustia de vivir,

Bien hizo en anunciarnos el poeta desde la portada que su libro era una jaula, una lápida y una lámpara; jaula de sus sueños, lápida del sepulcl'o de su fe, lámpara de su amor; su vida, en fin, el re­sumen de su vida intranquila que promete terminar en la beatifica tranquilidad de un arrepentido y de un resignado.

LUIS G, URBINA,

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Que aquel que recorriendo su ruta de asperezas haya abrevado su alma en mayores tristezas que mis tristezas, alce la voz y me reproche: Job, Jeremías, Cristo, Daniel, en vuestra noche toda llena de angustias de redención, habia un astro, el astro de una ideal teoría. Dios vino hasta vosotros, Dios besó vuestra fl'ente, Dios abrió en vuestro cielo la brecha reluciente de una esperanza; en mi alma todo es sombra, y en ella, jamás, jamás! titilan los oros de una estrella. Mi alma es como la l;1iguera por el Señor maldita, que no presta ni fruto ni sombra, que no agita sus abanicos de hojas .. . . Sus ramas, ay! desnudas, servirán á la desesperación de algún Judas, de algún ideal tránsfuga que me besó con dolo y que por fin se ahorca desamparado y solo.

Que aquel que recorriendo su ruta de asperezas haya abrevado su alma en mayores tristezas que las mías, levante su voz de trueno! En dónde están los grandes tristes? ninguno meresponde. La eternidad es muda y el enigma cobarde .... .. Hel'mana, tengo frío! .. " el frio de la tarde .. ..

AMADO NERVO.

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ROSAMUNDA.

OSAMUNDA se desperezó voluptuosamente en su lecho, como una soberbia gata f1"iolenta. Blanquisima, de uñas rosadas en sus breves pies y en sus lar­gas y frágiles manos, semejaba una sirena bajo el leve copo de e3puma de

.--~. su traje de dormir U na de sus caderas, hundida en la seda, plegaba el nido­como el buche esponjado de un cisne, y la otl'a arqueaba su curva cqmpa­rabie á una ala abierta de nítida garza real, cuyo pl~maje abatido al vue­lo en yacimiento undulan te, se plegaba á golpes modeladores de las belle­zas de la hermosa.

Rosamunda pasó sus manos por las ojeras violáceas que circulan sus magnific03 ojos grises estria­dos de oro; anudó con movimiento suave y lán g uido sus trenzas deshechas que se a~olpaban á su frente inmaculada como un pétalo de camelia, y despertando completaménte, sonrió con zalamel'a sonrisa: era joven, deseada y libre. Habia reconquistado su libertad de un solo golpe, pOI' la adoración de que era objeto precioso-para su madl'e, anciana señora de señorial orgullo indomable, que acadciaba una valiosa alianza para Rosamunda en la persona de un joven hflredero de gl'an fortuna, Precisamente el dia ante · rior habia recibido la tremenda noticia de la confiscación de todos los bienes del prometido, por una se­de de deudas contraidas en el juego y los placeres, y la anciana señora irguióse en su sillón de roble al saber la noticia, llamó á su hija y la dijo con solemnidad:

-La familia Blumer era la única digna de alianza con mi raza; pero puesto que el último vástago es un truhán, no tengo ya nadie que esco¡;er para ti: eres, por tanto, libre para escoger á quien quieras.

La joven recordaba estas palabras con delicia. Sus caprichos de consentida hablan sido obedecidos hasta entonces á una sola enunciación, y hoy quedaba destruido el único valladar que habia acep­tado la joven porque halagaba su orgullo, aunque en el fondo no sintiese amor por Javier Blumer. y puesto que habia desaparecido el único freno á su ambición de ser cortejada, admirada, adorada por la brillante corte de satélites de HU belleza victoriosa, Rosamunda vela abrirse ante ella un panorama de deseos en peregrinación bacia el trono en que imperada la soberana hermosura de su cuerpo de An­tiope del COl'l'eggio, Vendrian á besar sus pies pequeños y á disputarse una sonrisa de su boca henchida de voluptuosidad, y una lánguida mirada de sus ojos sensuales, hechos para adormir con el fluido de su luz,

y Rosamunda, saltando del lecho con agilidad sorprendente para sus opulencias carnales, de pie ante la luna veneciana, embelesóse en la contemplación de sus bellezas, sonrió á sus ojos desmayados de lan­guidez, á sus brazos comparables á dos serpientes constrictoras de amor y muerte, á tlUS pechos seme­jantes á copas henchidas de besos salomónicos, á sus hombros hoyuelados y ardientes, Llamó á su don' celia, una frondosa negra haitiana que por capricho de R'lsamunda presentábase todas las mañanas con el busto de ébano desnudo, liado á las cadera,> calipigas 1\n fflredjé de seda persa, las orejas y la nariz esclavas en aros de oro; y la haitiana, como todos In~ dias, la levantó gozosa en sus brazos y huyó con ella bajo una galeria de cristales velados por espesus cortinaje, hasta un pequeño estanque de transpa­rente agua azulina donde volcó A Rosamunda, que era dichosa con el rapto. la fuga y la zabullida, rien­do espasmodiada por la caricia del agu'\ envolvente, nadadora como una nereida.

La haitiana no tardó en re'lDÍrsele, reclamada por la loca alegria de la hermosa, y bien pronto las dos ágiles sirenas, persiguiéndose en vuelo natatorio, habrian hecho soñar á quien las hubiese visto en ~mion~ perseguida en amorosa tl'itoniad a _ .. . El haz del agua cabrilleante se quebraba en opalesden­clas prlsmadas, y los fugaces escorzos de las ondina,> e.¡pléndidas, la una en su blancura marmól'ea, la otra en su negrura de azabach fl , flotaban ó hendian al sesgo la cristalización liquada y esmaltaban á flor de agua su carne de cual'zo .Y óni x en un relieve palpitante, ó reptaban en temblorosa inmersión cual dos peces de alabastro y de hulla rielando entre dos aguas!

. . . . Después, las estatuarias criatul'as grumadas de rocio emergieron y se irguieron jadeantes, y

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la negra, vuelta súbitamente A la sumisión de sierva, enjugó á Rosamunda y la volvió á llevar en sus b.'azos al tocador; la ungió con esencia de violetas. la vistió un peinador de Birmania fimbriado de ibis de 01:0, la peinó en bandas fiojas que, caian sobre sus lóbulos encendidos por la ablución, substituyó sus chll.pI~es tur~os por breves choclos ajustados sobre vaporosas medias de seda carne que transparentaban IiIUS pies nervIOsos. y hasta que H.osamunda estuvo visible, desapareció por pasillos interiores para dejar que la liiosa fuese adorada,

Las primeras adol'atrices fuel'on las señoritas de Sedano, tentadoras rubias descendientes de califor' niana. que palidecieron de envidia al ver la esplendorosidad de Rosamunda, La alegria de la bella pronto envolvió en su fluido á las blondinas, que p,'esenciaron el almuerzo de pájaro de la niña consentida, nu­trida con fresas y cremas; ayudáronla á vestirse un traje nilo, del que surgla su cuello desnudo como el pétalo de una ninfea, prendieron á sus gruesas trenzas con flecha de carey un sombrero de crisántemos y margaritas, y subieron al cal'fuaje abierto que rodó por la brillante avenida radiosa de sol.

En la avenida, como siempre, todas las miradas seguían A Rosamunda, las de las mujeres asombra­das ó desafiadoras, las de los hombres codiciosas ó soñadoras, El deseo y el triunfo concertaban un him­no á la radiante peregrina que paseaba con insolencia inconsciente su libertad dominadora. Los jóvenes blasonados por la fortuna displltábanse un saludo ó una imperceptible sonrisa de Rosamunda, como los caballeros antiguos que servlan ostensiblemente á su dama, Desde aquel dia, Rosamunda, conquistado­ra, ató á las ruedas de su landeau una victima diaria, Los jóvenes flechados por los ojos desmayados de Rosamunda, caían á sus pies en adoración apasionada, rindiéndose esclavos de ojos tan bellos; pero Ro­samunda estudiaba el carácter del amador en turno, con su percepción sutil de mujer intelectual pesaba las cualidades y las debilidades de sus rendidos caballeros en una sola entl'evista procurada por ella, pe­ro hábilmente atribuida á la casualidad, Con sagacidad femenina llevaba ingeniosamente su investiga­ción escudriñadora á los dones que ella más estimaba en un hombre: la inteligencia contemplativa, la imaginación rom.mcesca, la belleza' plástica, pues Rosamunda, convicta de su propia hermosura, no de­seaba ser fecunda sino para dar una raza de dioses,

y entonces fué cuando una noche de recepción en la Legación japonesa, Rosamunda eonodó por su mal Aun joven rumano agregado de plenipotencia, un noble brumoso y soñador, taciturno y bello como Antinoo, Arnold Rosenthal escondla bajo sus párpados semidormidos y nostálgicos, dos pensativos ojos violetas; posela tez de andrógino, barba de seda y manos ducales minuciosamente cuidadas; en la mesa ocupó la diest!'a de Rosamunda, la que intrig·ada por la sobriedad de palabra del rumano y por su pere­grina belleza, quiso en vano saber de su propia boca algo secreto de su alma, inútilmente! La inquisición fué superficial: él no bebia, él no bailaba, él no fiirtaba, él sufda la música , . " Pero en su acento habia tal inflexión insinuante, en su palabra habia tal distinción de fl'ases musicadas, en su porte habia tal aris­tocracia, en la manera de servir á Rosamunda ha.bla ta.l cortesanla ineprochable. que la conquistadora sintióse cohibida, sorprendentemente intdgada de conocer el alma del joven exótico,

Desplegó la hermosa todas sus gracias y seduccione5' para cautivar al rumano impasible; lo asedió con miradas de adormideras, con sonrisas enloquecedoras; pero él pl'osegula ins~nsible, implacableUlente ceremonioso ante la baila dama, Donóle ella el favor, codiciado por tantos otros, de ser electo paje de la bella en saraos y matinales, de concurrir á las fiestas intimas en la casa señodal de Rosamunda Clavé, en donde unos cuantos escogidos se agrupaban á adorar á la diosa envuelta en suntuosos trajes vapo­rosos de gasas diáfanas, transparentes, impalpables, que ennubecian el joyante cuerpo de Maria de Padi­lla, de la hechicera, reclinada f'n una chaise- Iongue cual Venus en una concha-nácar,

Pero Rosenthal era un misógino irreductible? Posela la adol'ación del propio sér no con la cinica os­tentación de un vicio, sino con la insensible naturalidad de una virtud? Esteta por organización, servia A Rosamunda por el placer que le causabR la contemplación de su soberana hel'mosul'a, con el amor que se tiene á una estatua admirable, á una o bra de arte perfecta, Su inclinación hacia la señorita Clavé fué platonizándose á medida que el trato diario haclale ver á Rosamunda como un tesoro hereditario, como una joya del Renacimiento heredada de abuelos á nietos, pues tan familiar era la presencia de Rosenthal en la mansión de la preciosa,

Para Rosamunda en cambio, la simpatia que la presencia del rumano despertó en su alma vehemen­te, apasionada y romántica de americana, bien pronto encendióse en amor, y ante los desdenes incons' cientAs de Arnold, en una pasión abrasadora, Vedada de insinuación por educación y por sexo, la ven­cida sufcia cruelmente ante la frialdad del elegido; aunque á menudo sorpI'endíale en muda contempla­ción en extasiado arrobamiento ante ella, Rosamunda comprendía dolorida que tal adoración era para su p~rfil helénico, para la onda armoniosa de su cuerpo de mármol; la confianza, que la joven inf~ndió en su privado, hizo que él la pidiera tocados dibujados pOI' él, copiados de los pemados de las antiguas e~tatua8 de la divina raza soñada y pla!ltizada por Scopas y Praxfteles, Y la bella, con una amarga son­risa complaciente, trenzaba sus copiosos cabellos negl'os sobre su cabeza atenea, ostentaba desnudo su cuello enhiesto de ninfea , impuso la moda de los peinadores semejantes á clámides y de los velos com ' parables A peplos, hizo transplantar á sus jarqines bosquecillos de laureles y desdeñó sus triunfos de vir­tuosa en Brahms y Rubinstein por el aprendizaje de citareda.

A todo se inclinó sumisa y enamorada; despreció la adoración plebeya que tanto la halagaba, y se concretó al vasallaje de una pequeña corte de amor, i ser la soberana de una pléyade de intelectuale~, artistas delicados preferidos por el joven rumano para la recepción hebdomadaria, y en ella el ingemo de Rosamunda hacía prodigios por despertar una pasión en el alma de Rosenthal, inútilmente! Ni la co-

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queteria parsimoniosa y aristócrata, ni la pasajera predilección de la volu~le apare~te por un rendido amador, ni el paneglrico de algún otro, hecho con calor por ella en ausenCla del elogIado, lograron des­pertar el más leve estremecimiento de Arnold, La joven apasionad~, en quien el despec~o no podia fto­recel' sus adelfas envenenadas porque amaba delirantemente, agoDlzaba de amor, langUldecla de ternu­ra en doliente reclamo no escuchado,

Su adoración por el joven llegó á tal punto, que fué para ella su visión constante, su alucinación perpetua, su tormento y su delicia contemplarlo indiferente y frí~, Súbitament~ habi~~e tl'ocad~ de vic­timaria en víctima, no encontraba en el adorado sino complacenCla galante, satlsfacclOn de sentIrse her­moso y amado, egolsmo indiferente para todo lo que no fuese su gallardía aquilatada por su exquisita educación caballeresca, Sus brillantes y pintorescos uniformes de agregado militar realzaban su belleza oriental; su privanza cerca de Rosamunda Clavé hablale nimbado con una aureola fascinadora que tur­baba á las mujeres y las hacia insinuarse en no dificil rendimiento,

Rosamunda veia con el temor de los amorosos no correspondidos, que en un instante iba alguna de sus rivales á arrebatarle' su adorado, al quP. ella creía no haber podido conquistar con su deslumbrante hermosura, sus gracias y su fortuna, y ante esta última consideración, el amor de la pobre enferma d~1 alma aquilataba las valiosas prendas del incomparable, Sentia celos inexplicados de una rival incógni­ta y como sus artificios no fructificaran, resolvió llevar su audacia hasta pedir y exigir de Rosenthal una entrevista nocturna en el propio camarín de la hermosa,

Rosenthal apresuróse á contestar en un pequeño billete blasonado, que iria á donde la señorita Cla­vé quisiese, pero sentla displicencia y contrariedad porque pl'ecisamente la. noche de la cita perderia su habitual velada intima en el cuarto de su amigo Hans Lehn, el exquisito pianic;¡ta búlgaro en cuya com­pañia se deslizaban las horas como un sueño oyendo baladas tziganas , , " y Rosamunda, dichosa en es­pera de aquella suprema tentativa de conquistar al bienamado, aun á riesgo de comprometer irrepara­blemente su nombre sin mancha, se aprestó para desplegar en insuperable al'tificio sus seducciones y sus gracias; no deseaba sino que al mirarla tan bella y complaciente, el rumano cayera á sus pies en ado­ración, para levantarlo y ostentarlo triunfante como dueño y señor de Rosamunda Rosenthal, nacida Cla­vé! Pondría á su disposición su fortuna, sus palacios, sus tierras y sus minas, viviría donde él quisiese, sería suya en cuerpo y alma con tal de que fuese suyo! Y Rosamunda, embelesada en el sueño de su próxima felicidad, languidecia de amor en brazos de sus doncellas, que la aromaban, la joyaban y la peinaban como para la noche de himeneo, Resplandeciente, divina, surgia cual Venus del tocado hecho por las Gracias, cuando Haydee, la haitiana, vino á decir á Rosamunda con los ojos que Arnold espera­ba en el camarín,

La joven despídió á sus doncell'l.s y con el corazón palpitante prendió á sus cabellos de Bel'enice un haz de peonias, dió algunos golpes á los pliegues de su traje de recepción y entreabrió el cortinaje de la antecámara, , , ,

Pero súbitamente quedóse inmóvil, detenida por lo que veia, Rosenthal estaba en pie frente á la luna veneciana; sus magníficos ojos orientales miraban fijamen­

te, en una abstracción arrobada; Rosamunda creyó al pronto que la miraba á ella, pues Arnold, de es­paldas á la entrada, quedaba frente á ella en la imagen reflejada del espejo, Sintió Rosamunda un vuel­co en el corazón y quiso avanzar, pero no pudo, , , , sus ojos dudaban de lo que veian: el rumano, en una abstracción extasiada, entornaba sus párpados para contemplarse á si mismo, con una expresión de pla­cer tal, lJue Rosamunda como en una ráfaga vió descorrerse un velo en su inocencia: jaquel hombre se amaba, se vela hermoso en su propia imagen y se amaba!, , , , Ella habia leido aquel amor en una fábu­la antigua, en una metamorfosis de Ovidio, , , . Narciso se habia amado á si mismo y habiase convertido en flor, , " Yen otra fábula del exquisito decadente, Hermaft'odito habiase transformado en la nínfa Sal. macis ., . , y el egotista, insensible para todo amor que no fuese el mostt'uoso amor á él mismo estaba allí, ante los, ojos espantados de la hembra perfecta de la naturaleza, de la hembra por excelenci~, facul­t~da de sentIr hasta el espasmo el amor, el placer, la pasión, el odio, el dolor, todas las formidables pa­SIOnes, huma~as, y aquel hombre ególatt'a y neutro se adoraba en su propia efigie, insensible á su cri­men, IDconSClente de su degeneración orgánica, muel'to para todo sentimiento alto, para toda vergüenza y todo honor!

Rosenthal se aproximó al espejo. , " avanzó sus labios y entornó los ojos, , , , " y Rosam,unda, que se sen tia de~falIecer de angustia y ,le dolor al ver su desencanto, irguióse elec­

tll~ada ante aquel acto supremo de Impudor y abypcción, y lanzando un grito ahoO'ado que hizo volver­se a,Rosen,thal sorprendido, abrió de par en par los cortinajes y ordenó en voz fulminadora extendiendo la diestra mexorable: '

-¡Salid!

r-r-'-' Hl03, RUBÉN M, CAMPOS,

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RAZAS VENCIDAS.

Yo vi los hombres tl'istes descendientes de aquellos De los lisos cabellos, Del oblicuo mirar,

Sentarse á las oríllas de sus hondas lagunas, En los valles floridos, ó en las ásperas duna~

A la pl ácida luz lunar.

El nombl'e de sus dioses ya nada les decla, Olvidados de Chía, De su padre Zuhé,

Con la mirada tUlobia, melancólicamente En sus rústicos pifanos un aire decadente

Cifraba la raza que fué .

Ni en Siecha recibían el cacique sagrado, Fabuloso dorado, Hijo noble del sol;

Ni señalalo podlan de Suamós el recinto Y su templo de palmas donde vibró su ínstinto

El alma del fiero español.

Del grave Chimborazo por la yerma peana, Con su altivez serrana Noblemente los vi

Pasar iñdiferentes, con las pupilas duras Clavadas como puntos en las blaacas altuloas

Bajo su cielo carmesí.

Pareclan sus bustos fundidos en la fragua Del ronco Tunguragua En selecto metal;

Eran sombras errantes de la tribu de Manco Que miraban con odio de vencidos al blanco

Y sus deidades de nogal.

y los miré alejarse pOlo la senda sombría En la melancolia Del último fulgor,

Silellciosos y altívos, con altivez de reyes Que tenian su alcázar y dictaban sus leyes

Bajo el nevado Emperador . ...

Mu o GRILLO.

Bogotá.

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HISTORIAS INOPORTUNAS.

RENACERÉ

L Sr. Fíacro Pretextat Labalbal'ie se retiró de los negocios á los se­~enta años, después de adquirir riquezas considerables en su indus­tria de blanqueador de ataúdes.

Nunca di ~gusló á su clientela y la aristocracia ginebrína que tanto tipUlPO lo colmó de encargos, sólo tenia una voz para cele­brar su exactitud y su lealtad_

La eXl!elencia de su mano de ohra ce rtificada por la quisqui ­llosa InglatelTa, habia obtenido los sufragios de la Bélgica, del IIlinois y de l Michigan

Su retirada fué, pués, la ocasión de una gran amargura en am­bos mundM, cuando gem(: bundas hojas internacionales anunciaron que ese arte~ano famoso dejaba las pompa!! del mostrador para comagrai· á dilectos estudios, sus respetahles cabellos blancos,

Fiacro era en efecto un dichoso anciano cuya vocación filosófica y humanitaria no se declaró sino en el momento preciso en que la fortuna, mucho menos ciega , sin duda, y mucho menos canalla de lo que supone una vana multitud, lo habia por fin colmado de favores.

É l no despreció, como tantos otros, el negocio infinitam ente honorable y lucrativo por el cual se ha­bia elevado de la nada casi, hasta el pináculo de una decena de millones.

Referia, al contl'&rio, con el ingenuo entusiasmo de un viejo soldado, las batallas innúmeras libradas á la competencia y se complacia en conmemoral' la asonada á veces heroica de los inventarios.

Habia abdicado simplemente al !'jemplo de Carlos Quinto, 1'11 imperio de la factura, á fin de abrazar una vida superior.

Teniendo, en suma, de qué vivir y ya de bastante edaci parll. pretender guardar largo tiempo aún el golpe de vista del hombre de nl'\gocios, ese no sé qué ei'lpontáneo que desconcierta y echa por tierra las maquinaciones de los competidores; habia tenido la sabiduría de abdicRr ventajosamente de su potencia comercial antes que la estrella de su patente hubie¡-a comenzado á palidecer.

Desde entonces se entregó, de una manera exclusiva, á las delicias del género humano. Considerando con lucidez conmovedora, el caos de las combinaciones elaboradas hasta esos momen­

tos por cerebros huecos, para la atenuación de la miseria y por otra parte asegurado inconmoviblemente de la ldilidad de .los pobreR, creyó tener mejor ocupación que la de emplear en el alivio de ese rebaño 108 recursos financieros ó intelectuales de que disponia.

En consecuencIa resolvió aplicar los últimos destellos de su genio al consuelo de los millonal'Íos. - ¿Quién piensa, 'Íecia, en los dolores de los ricos? Yo sólo quizás, con el divino Bourget por quien

se enloquece mi clientela.

Porque cumplen con su misión, que consiste en divertirse para impulsar al comercio se les supone muy fácihneute dichosos, olvidando que poseen un corazón. Se tiene el descaro de oponerl~s las groseras tribulaciones de los indigentes cuyo deber es sufrir, después de todo, como si los harapos y la falta de

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REVISTA MODERNA. 59.

pan pudieran compararse con la angustia de mol'ir. Pues tal es la ley. No se muere verdaderamente si­no con la condición de poseer.

~9 indispens~ble tener capital~~ para exhalar el alma. yeso es lo que no se quiere comprender. La ~uel te no es ~a~ que la separaclOn de alguien y el dinero L"s que no lo tienen, no tienen tampoco la vida y de consigUIen te no podrian morir.

Lleno de esas ideas- más profundas de lo que suponia-el blanqueador de ataúdes trabajaba con toda su alma en la abolición de las agonias .

. Tuvo el honor de ser uno de los primeros que fomentaron la generosa concepción del Horno Crema­tono. El horror tradiciona~ ~~ la muerte, se~~n ese. p'ensador, el'a sobre todo procUl'ado por la imagen es~antosa de la descomposlclOn, En los comicIOS de IDcineradores que lo hablan elegido su presidente, reteda las fases, desarrollando con elocuencia toda esa quimica subtel'l'ánea y el pensamiento de con­vertirse en tlor, por ejemplo, revelaba su imaginación de negociante,

-Yo no quiero ser una carroña! gruñfa. Al instante después de mi muerte exijo que se me queme que se me calcine, que se me reduzca á cenizas, pues el fuego lo purifica todo, etc, '

Fué escrupulosamente complacido, como vais á verlo.

El excelente hombl'e tenia un hijo como seria bueno desearlo para todos los que saben el Pl'ecio del dinero.

Aqui pido el permiso de perdel' pie algunos instantes para volar en alas del ditirambo. Diosdado Lllbalbal'ie era, si me atrevo á decirlo, más admÍl'able que su padre. Concebido en una

hora insigne de triunfo solne competidores temerarios, realizaba en pleno ideal, virtudes sólidas que las más serias casas de crédito podl'ian descontar.

A los quince años Rabia ya colocado sus ec ,nomla.s y su persona estaba mantenida como un irrepro­chable Iibl'O de cuentos. Bal'l'eme, consultado, no habda descubierto en él nada de fdvolo.

El colmo de la injusticia hubiel'a sido reprocharle un minuto de entusiasmo, un accebO aun reprimi­do de loco enternecimiento sobre lo que fuese, á propósito de lIO importa qué,

Su dichoso padl'e tenia que apoyarse en la caja ó en el mostrador cuando él hablaba, tan embriaga· do se sentia de haber procreado un hijo tal.

Ebe hijo bendito vive y prospera y aun ha conseguido duplícar su patl'Ímonio, de~de hace tres años que es huérfano, habiendo conseguido hacerse adorar de una riquisima patltora de tortugas con quien acaba de desposarse y muchas gentes lo reconocel'ian sin duda, si yo no temiera ofender la azucena de su modestia intentando trazar su amable imagen.

Adivlnelo quien pueda. Habrf dicho mucho quizás, declarando que tiene la fisonomia de un bello reptil y que un perro de presa de monstruoso tamaño lo acompaRa casi siempre.

Ved ahora la historia infinitamente poco conocida de la muerte y de los funerales del padre A los aficionados á las emociones suaves se les invita á no continuar esta lectura,

... ,. '"

Una mañana el médico de los muertos hizo constar que el gran Fiacro habia dejado de éxistir. Al punto Labalbarie hijo, comenzó á funcionar. Sin derroche de vanas lágrimas, sin gastar .Ia tela.

pl'eciosa de su propia vida, es decir, <el tiempo, > según la noble expresión de Benjamin Fl'anklin á quien citaba sin cesar, puso en orden y preparó todo sin perder un instante.

A las diez treinta y cinco, los periódicos estaban al tanto de su duelo y la expresión de su dolor se desbandaba á mil E'jemplares sobre la rosa entera de los vientos-pues las papeletas de defunción fueron prudentemente mandadas h2.cer y ejecutadas largo tiempo de antemano ,

Igual observación sobre la placa de mármol negro, destinada al Columbarium, donde se veia un Fé­nix desplegando sus alas en medio de las llamas y e.;ta inscl'ipción terrible exigida por el difunto.

RENACERÉ.

Fué á dar un paseo en bicicleta á fin de darse valor por una enÉlrgica inhalación de aire Y, un d.esa­yuno copioso, recibió algunas visitas desoladas, fué á hacer sus devociones á la Bol~a, op~ro haCia el anochecer alO'unos cobros provechosos y pasó la noche fuera de casa para marcar la ViolenCia extrema-, ... ,

da de su pesadumbre. . Al dia siguiente, un suntuoso carro fúnebre cubierto de flores y seguido de una multitud poco reco-

gida, llevaba al Crematorio el despojo del difunto. . . , ' -Ah! ah! tu renacerás! se decia á si mismo el afable Diosdadoj sólo ya en la terl'lble camam ard,en ·

te con los dos hombres encargados de hornear á su padre, ya lo veremos, si acaso renacerás .. . . ! , , El ataúd administrativa y reglamentariamente formado con planchas ligeras pal'a ser devorado su·

bitamente po'r una atmósfera de setecientos grados, reposaba sobre el carro mecánico cuyas antenas de

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60 REVISTA MODERNA.

metal lanzadas con fuerza, hunden á los muertos en la hornaza y reculan arrojando un grito, movi· miento diástole y sistole que se ejecuta en veinticinco segundoR.

Diosdado estaba en ese punto de su recogimiento filial, cuando un ruido .ye dejó oir en el interior del ataúd . . ..

Oh! un ruido sordo y bien vago, os lo aseguro, pero un ruido sin embargo, el ruido de un falso muerto intentando agitarse en su mortaja. Pareció también que el ataúd oscilaba . . ..

Al mismo instante, la puerta del horno, maniobrada con precisión, se abria de par en par. Los tres ¡'ostros enrojecidos por la atroz flama, se miraron uno á otro -Es el cuerpo que se vacía, afirmó tranquilamente Diosdado. Los otros vacilaban sin embargo. -Pe¡'o moveos, tl'Ueno de Dios! aulló de pronto el parricida. Les digo que es el cu@rpo que se vacia.

y plantó en la mano del más próximo un fajo de billetes de banco. Las antenas saltaron delante y rebrincaron hacia atrás. , .. La puerta volvió á cerrarse, pero no tan pronto para que Diosdado, parado bien enfrente, dejara de

ver en el abrasamiento instantáneo del ataúd, los dos brazes tendidos y la faz dese¡;perada de su padre.

LEÓN BLOY.

Traducción expresa de -Revista Moderna."

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LAS NUPCIAS DEL FA UNO.

" Táche douc, instl' umeot d()s ru ite:o:, ú maligfl t' Syrinx, de re lle ul' il' aux laes ou tu m 1at tends! )Ioi, de ro a r Unl f' ll r 1\f'1'. ,ie vais parlel' lougtemps D e!' dée~sf"s. 1°

A EUGENIO DE CASTRO.

El crepúsculo tibio somefa En los bOl!lques lejanos . . , . La noche, misteriosa, descendia y con honda, febril melancolia, Cantaban los azules océanos, El rojo Arés chispeaba en la distante Penumbra, como trémulo diamante, y una niebla sutil como un ensueño, Del fondo de los valles ascendia Con lentitudes sordas de beleño , , , ,

UNA VOZ,

(A la di stancia).

¡Evohé! ¡Evohé!. ", Ya las sombras adelantan! Bajo el misterio del bosque, Faunos y Bacantes cantan!

EL JIJeo.

¡Evohé!, ... ¡Evohé!

GLAU KÉ y T ALElA.

(Las dos Nereidas coronadas de nenú fares. alzando I¡ieráticamente sus manos p álidas, cantan al unisono) .

- Ya tiende el crepúsculo Sus brumas de nácar: Las nubes parecen Inmensa bandada De cisnes errantes En lagos de plata. Con su labio enorme Que agitan las ráfagas, El mar infinito Solloza en la playa: El manto de púrpura Se ciñe á la espalda Y ostenta su yelmo De rojas escamas .... Se ocultan las Syrtes En grutas de ámbar; Celebran los genios Sus nupcias fantásticas En grutas profundas, En lechos 'de algas,­Y se oye, á lo lejos, Un coro de oceánidas ... •

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CORO DE G OH (; ONAS.

(Las t·,.es he1'1na1las, en la 1'ibe?'Cl de rtn pantano lívido).

-¡Yo surjo del fondo del Caosl -¡Yo sé de los ritos ocultosl -¡De viboras son mis cabello;,l

-¡Mi nombre es Medusa .... -Me llaman Euryale .. . . -Me dicen Sthéno . .. .

-¡Mi g-arfio es la Envidial -¡Mi flecha es el Odiol -¡;\1í aguja el Silenciol

-Yo me hundo en el Báratro . . . . -Yo habito el Abismo .. .. - Yo acecho en el Piélago . ...

VOZ DE ESTINFÁLlDAS.

-Lloran los ojos azules del Alma; Gimen las intimas fibras del Ser; Huyen las horas en fúnebre calma (jomo al impulso de extraño Ananké Rizan los vientos los mares sonoros, Van los centauros en raudo tropel, y en la colina desatan sus coros Núbiles ninfas al son de rabel . .. .

CORO DE B/ACANTES.

-La Gran Palingenesia Fec.unda en el misterio; Los flancos de Cybeles Palpitan en silencio, y hablan de amor las ondas Azules del Egeol ....

CARÓN.

(Cruza á lo lejos , e1" su ba1'ca, conduciendo sob1'e el Estigia , las somb1'as de Pa1'is y Helena) .

-Bramal Silbal Ruge vientol ¡Ola, encréspate al acento

De la Desesperación! ¡Firme brazo, firme brazo en el timón.

UN CONDENADO.

Detente un instante, gigante Carónl

CARÓN.

(Perdiéndose en la noche) .

-Cortal Hiende el agua muda, Barca negra, barca ruda! Por la fúnebre extensión Sigue rauda el movimiento

Del violento Septentrión ... .

LAS PIÉRIDE S.

(En la cumbre de una m on taña luminosa) .

-Rosas y lirios abren sus pétalos sobre la cumbre: Con rayos trémulos Hécate brilla desde los ámbitos y entre las sombras Véspero esparce vivida lumbre, Como cascada maravillosa de ópalos mágicos.

SYRINX.

-Canta Sileno, junto á las vides. entre los pámpanos, El gran Enigma que une los Orbes y une los átomos.

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REVISTA MODERNA.

LAIS PIÉRIDES.

-Náyades vírgenes, entre las ondas, dicen al viento Canciones vagas de melodiosos ritmos extraños' , y los caprlpedos Faunos bicornes alzan su acento Mientras en ronda van por el bosque Ninfas y Sátiros.

8VRINX.

-Canta Sileno, canta Sileno con ritmo cálido La frase ardiente, la nota ig~ota de los espas~os!

SILENO.

- Yo vi una Ninfa, toda desnuda, junto á una fuente: Como dos li1'Íos de las riberas eran sus manos; Como dos lotos maravillosos eran sus ojos; Oomo dos cisnes sobre el Eurotas eran sus flancos ." ...

S VRINX

-Canta Sileno, canta Sileno, bajo los mirtos, Cual las cigarras bajo las frondas en el estio ....

S ILENO.

-Yo vi una Ninfa, toda desnuda, sobre las ondas; Sus senos blancos eran dos rosas sobre dos lirios; Sus labios frescos eran dos rosas sobre la nieve; Copos ligeros de áureas espumas eran sus rizos ... .

SVRINX.

- Canta Sileno, canta Sileno, canta Síleno, La Ley fecunda, la engendradora de los Misterios!. .. .

EL FAUNO.

-Una RJlcante, bajo la sombra de los lau reles. E bria y ceñida de verdes pámpanos, vi en mi camino. ¡Alegremente rl'piqueteaban sus cascabeles Mientras mis labios, en su carquesio, bebieron vino!

Luego danzamos á los fulgores tibios de Diana, Mientras un Sátiro viejo tocaba su carami 110: Era la joven Sacerdotisa, fuerte y .lozana, Con dos pupilas relampagueantes de extraño b. illo . . ...

De los antiguos bosques sagrados en los dinteles, En su carquesio, juntos libamos del mismo vino: ¡Qué alegremente repiqueteaban sus cascabeles Ouando juntamos mirtos y pámpanos por el camino!

Perdióse el Fauno con la Bacante por la floresta .. .. Por la floresta llena de nidos y de rumores, Para las Nupcias, toda sahumada, toda de fiesta, y engalanada con nuevas hojas y nuevas flores.

Allá, á lo lejos, la voz augusta de Pan surgia-La voz augusta de Pan glorioso,-y en sus altares. El himno inmenso de Almas y Cosas repercutia COn el estruendo de cien mil liras sobre los mares!

LEoPoLDo DÍAZ.

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NOTAS BIBLIOGRAFICAS.

José Maria Sierra.-"Misa Negra."-Guadalajara, 190 3.

MPIEZO por decir que este joven poeta "modernista" no entiende del todo el arte nuevo ni lo que significa el titulo que le puso á su libro. Si ha leido á Huysmans, por ~jemplo, sabrá que su MiM no es negra. La Misa del Sr. Sierra es blanca; lo celebro por lo que esto dice en loor de sus buenas costumbres.

Otro si: la prosodia sale muy mal librada en Misa negra: lo atestiguan versos co-íno éstos:

Para qtte los deseos en tu hermosura.

La alegría de tttS dioses y tus fiestas

Que vierte miel si mi deseo lo oprime, etc.

y ahora que ya fué la de cal vaya la de arena. El Sr. Sierra es un poeta, mejor dicho, será UD poeta. N o se le esconde el color ni se le escapa el encan

to mistE)rioso de la Rima. Tiene imaginación y hay en él una tendencia instintiva y lejana hacia el arte. Sólo que debe pensar: lOEn que no teniendo el arte moderno cánones ni pautas estrechas, todo depende del buen gusto

del poeta y el buen gusto se adquiere arduamente, y 20 Que nada se pierde con madurar más un libro y sacrificar momentáneamente, siquiera, esos cua­

dernillos de versos, precipitadamente compuestos, que pasan fugitivos por los horizontes literarios, y que dicho está, no dejan huella alguna.

Ojo

'" '" Hemos visto el Proyecto de Escuela de Bellas Artes, por Enrique Hernández Castellot, quiEln en un

muy bello folleto, con excelentes fotog¡'abados, lo ha impreso. Se trata de un verdadero Alcázar digno de la realeza del Arte .... y esto, que es su cualidad esencial, constituye tambiéu su único defecto. No po­demos aún aspirar á tales lujos. La baja de la plata ....

'" * '" Los Juegos florales de Puebla, organizados por los alumnos del Colegio del Estado.- Un gl'Ueso fo­

lleto, de 350 páginas, que contiene todos los trabajos que merecieron mención ó premio en E'l Certamen. -Gracias.

REVISTA.