martínez marzoa felipe - el decir griego (2006)

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A lo argo de . a hisoria· Ia Greca arcaic y cásica se seeóando ua paabra para desigar aquldecit u preci- samee e sus codkiDes es señaJad,o o ;ceeM, esa seec c recae sore ua pbra de uso r frecuee,   a saber qu sigica i mái Íos «hace> e eid de <pro ducir» poieín, eo p ecsa.mene de maeta é o)eo direco (o <hechoQ �prodo> _o es aqueo qe osoros Haamos «a oba e poema o ag así sio que es Osa J�  a  d o r os

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  • A lo largo de . la historia de Ia Grecia arcaica: y clsica se va seleoonando una palabra para designar aqueldecit que precisamente en sus condkiDqes es seaJad,o o a;celeMs::, y esa seleccin recae solire una pla:bra de uso rimy frecuente,. a saber, l'a, quG significa ni msni ne.oos que;,hacen> en ehentido de
  • Del mismo autor en La balsa de la Medusa:

    5. Desconocida raz comn 43. Clculo y ser. Aproximacin a Leibniz

    50. De Kant a Holder/in 78. Holder/in y la lgica hegeliana

    144. El saber de la comedia

    en Lingstica y Conocimiento:

    26. Lengua y tiempo 31. Lingstica fenomenolgica

    Felipe Martnez Marzoa

    El decir griego

  • La balsa de la Medusa, 157

    Coleccin dirigida por Valeriano Bozal

    Felipe Martnez Marzoa, 2006 de la presente edicin, A. Machado Libros, S.A., 2006

    C/ Labradores, s/n. P. I. Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid)

    [email protected]

    ISBN: 84-7774-678-8 Depsito legal: M-39.758-2006

    Visor Fotocomposicin Impreso en Espaa - Printed in Spain

    Top Printer Plus Mstoles (Madrid)

    ndice

    Prlogo.... . H

    l. De los lmites de la interpretacin, I .. . 2. De los lmites de la interpretacin, II ... .

    3. Algunas precisiones .. .. .

    4. El designio de Zeus ..... .

    5. Rea ....... .

    6. El intercambio ..

    7. Decir el duelo .... .

    8. El hstor y otros .... . 9. En torno al dilogo .....

    10. De algo de algo al enunciado ....

    11. Gramtica ...... .

    12. Sobre el principio alfabtico H

    Nota bibliogrfica. H

    11

    13

    23

    29

    31

    41

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    89

    93

    103

    107

    9

  • Prlogo

    En mi libro El saber de la comedia se esbozaba una comprensin del muy especfico carcter, o de la especial consistencia, que en lo referente a la Grecia antigua tiene la cuestin de los gneros poticos. A la vista est que lo all puesto de manifiesto hace de esa cuestin algo muy distinto de mera teora de la literatura o poetologa o esttica. Tambin est a la vista la justificacin que all tena la abundante presencia de consideraciones sobre aspectos que habitualmente se designan como de forma en un sentido restrictivo; all mismo se ve cun inadecuada es esa restriccin. En todo caso, una vez que el arranque en una determinada direccin se ha expuesto y justificado, es til esbozar la indicacin de que el camino emprendido dista mucho de separar y/o privilegiar aquellos aspectos que ciertamente es preciso reivindicar y estudiar para poder entrar en l. No cabe esperar que el propio autor efecte, aunque slo fuese para una parte substancial del material, todos los desarrollos que seran necesarios para documentar en concreto la potencia del modo de proceder, primero porque ni siquiera es ello lo ms deseable, pero tambin porque la vida no es tan larga. Uno no sabe a dnde llegar, y es eso lo que puede hacer til dejar por de pronto esbozada la orientacin de conjunto mediante una seleccin de alusiones a puntos diversos dentro del posible material a tratar.

    Por otra parte, el arranque al que acabo de hacer alusin sita la problemtica en evidente conexin con cuestiones

    1 1

  • de estructura lingstica. Sobre la legitimidad de esta conexin no tiene sentido discutir en abstracto, hablando en general de los campos en s mismos, una vez delimitados stos por costumbre. Slo habiendo entrado en la cosa se sabe de qu se est hablando. Inevitablemente, pues, aunque slo en discreta medida, aqu se invitar tambin a seguir cultivando esa conexin.

    Barcelona, enero de 2006

    1 2

    1

    De los lmites de la interpretacin, I

    Cualquier occidental culto de hoy (salvo quiz algunos especialmente cultos) cree saber que hay cierto texto hebreo de bastantes siglos antes de la era cristiana cuyas primeras palabras dicen algo as como que en el comienzo dios cre el cielo y la tierra. Incluso ocurre que las referencias a ese presunto significado sirvan para caracterizar a ciertos individuos humanos como creyentes o incrdulos. Con ello, sin embargo, cierta credulidad, probablemente mayor que cualquier otra, se est suponiendo comn a creyentes e incrdulos (y es a veces incluso ms pronunciada en algunos de estos ltimos) , a saber, aquella que consiste en dar por bueno que, en efecto, un texto en las coordenadas histricas mencionadas podra decir algo que al menos remotamente se pareciese a eso de que en el comienzo dios cre el cielo y la tierra. Esta que pudiramos llamar fe del carbonero hermenutica es, en efecto, la ms ingenuamente crdula. A travs de qu vericuetos el aludido significado (o cualquier cosa que tenga algo que ver con l) lleg a estar asociado con aquel texto o con sus arreglos, es cosa que habra de discutirse en concreto; pero atribuir esa asociacin a fecha prxima al origen de la base material del texto (digamos: a cualquier fecha anterior al Helenismo) es una postura a cuyo lado los ms absurdos dogmas de fe pueden pasar por

    1 3

  • tesis ilustradas. Es incluso no otra cosa que la misma insalvabilidad de la distancia que mencionamos lo que puede hacer aparecer nuestra tesis, para el experto, como superflua, pues, se nos dir, sealamos un defecto que no podra arreglarse, por ejemplo mejorando la traduccin, ni siquiera en el caso de que sta sea, en efecto, susceptible de mejoras, con lo cual nos estamos quedando -puede decrsenos- en la mera y muy general constatacin de una insalViable distancia. Ahora bien, vale la pena quiz prestar ateAcin a la distancia misma (aunque esto no la salve) , en vez de simplemente acomodarnos a su condicin de insalvable.

    Aun la ltima constatacin hecha, sin embargo, debe dejarnos algo insatisfechos, pues es un argumento ya clsico en nuestros das el de que la nota de traducibilidad es inseparable del concepto mismo de lo lingstico y del fenmeno lengua. Si dejamos en pie una intraducibilidad, entonces (se nos dice y veremos que no del todo sin razn) eso a lo que nos estamos refiriendo no es lengua ni es fenmeno alguno perteneciente al mbito lengua; lo intraducible no es lngstco. El

    .argumento puede quiz resumirse en que a lo

    lmgmstlco es mherente una semntica y que sta no puede entederse sino como una referibilidad de las expresiones del sistema a algo que no son expresiones del sistema, a algo, pues, que, dadas las inconsistencias en las que incurrira la nocin de un extralingstico en trminos absolutos, difcilmente puede pensarse de otra manera que como expresiones de otra lengua. No rechazaremos este argumento; solamente delimitaremos su alcance; y, en todo caso, de entrada lo aceptamos, al menos metdicamente, para ponernos a ver algunas de sus consecuencias.

    A lo que acabamos de llegar es a nada menos que un postulado de intertraducibilidad entre lenguas. Tratemos de forn:ular ese postulado de una manera ms sistemtica y explcita : postula que entre e l conj unto de las s ecuencias relevantemente distintas unas de otras en la lengua A y el de

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    las secuencias relevantemente distintas unas de otras en la lengua B hay alguna correspondencia biunvoca tal que, dada cualquier relacin relevante en uno de los dos conjuntos, hay en el otro uria relacin relevante tal que la relacin en uno de los dos se da entre elementos de l si y slo si la relacin en el otro se da entre aquellos elementos que segn la mencionada correspondencia biunvoca les corresponden 1 Ahora bien, esto es la definicin nominal del fenmeno que expresamos diciendo que entre los dos conjuntos hay un isomorfismo que abarca todas las relaciones relevantes, o, lo que es lo mismo, que los dos conjuntos son realizaciones de una misma estructura. Lo cual, recordando el uso de las nociones estructura y realizacin de una estructura en la teora lingstica, nos lleva por de pronto a pensar que la operacin del postulado de intertraducibilidad en nuestro argumento ha convertido lo que en principio haba aparecido como dos lenguas en meramente dos hablas de la misma lengua, siendo aqu lengua y habla los ya clsicos trminos langue y parole, introducidos en su da por Saussure. Alguien se sentir, sin duda, inclinado a objetamos que el concepto de estructura vlido en la lingstica no necesariamente es el mismo que el que, bsicamente tomado de la teora de conjuntos, se ha empleado aqu. Lo cierto, sin embargo, es que solamente no es el mismo en el sentido de que su posible aplicacin a la lingstica exige quiz ulteriores complicaciones, ms all de la frmula bsica y abreviada que hemos empleado, pero ello ha de ser sin que se sacrifique la distincin que aqu (y en general en la lingstica) importa, a saber, la que se establece entre la estructura y cualquier realidad, y ello siempre de modo que la lengua sea

    1 Ntese que, en efecto, esta frmula incluye slo la intertraducibilidad, no, en cambio, otras cosas, como la posibilidad de una traduccin ; para esto ltimo habran de cumplirse adems otras condiciones, en cuyo detalle no es cosa de entrar aqu.

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  • l

    precisamente la estructura, por lo cual, bajo una u otra forma, siempre acabaramos teniendo que habrnoslas con algn argumento del tipo del que acabamos de esquematizar. Tambin es posible que se nos objete que no toda lingstica, o no todo tratamiento de lenguas, se basa en el concepto de estructura; pero lo cierto es que ya el mero reconocimiento de entidades lingsticas (por ejemplo: fonemas, una secuencia de ellos, la identidad de un mismo fonema en varios puntos de la secuencia, etcetera) sera imposible sin que, de manera ms o menos obscura, subyaciese el criterio estructural, pues la identidad de las entidades lingsticas nunca es definible en trminos fsicos o reales .

    Estamos, pues, en que el postulado de intertraducibilidad, el cual haba sido asumido precisamente para hacer justicia al hecho de que lo lingstico requiere una semntica, por lo tanto una referencia regular de las expresiones del sistema a algo que no son expresiones del sistema, ese mismo postulado, consecuentemente aplicado, lleva a considerar no lenguas diferentes, sino diferentes hablas de una misma lengua, con lo cual reproduce la apora que pretenda eliminar, pues con l volvemos a estar dentro de una lengua y, por lo tanto, no en una traducibilidad ni en una semntica.

    La apora en la que nos vemos parece, segn todo lo dicho, inherente a la nocin misma de lengua y de lo lingstico como una dimensin o mbito especfico, digamos: el mbito de lo estudiable por la gramtica. Por eso quiz tenga inters tomar en consideracin que la nocin de ese mbito o secuencia no es algo que siempre haya funcionado, incluso que el viraje hacia esa nocin es, por de pronto en la historia que conduce a nosotros, no tan antiguo como quiz alguien tendera a pensar. Con el fin de poder tocar con algn rigor este punto, introduciremos primeramente algunas consideraciones cuya relacin con lo que acabamos de decir se percibir un poco ms adelante.

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    Cuando en e l curso de un dilogo de Platn uno de los personajes reclama de otro el asentimiento o el disenso con respecto a lo que l, el preguntante, ha dicho, es muy freuente cierta sitUacin en la que nuestras traducciones no pueden evitar una distorsin sin la cual simplemente no podra haber traduccin; dicen, en efecto, algo del tipo de Digo algo acertado?, y tenemos que aceptarlo as, aunque sabemos perfectamente que el texto griego no dice eso, sino meramente Digo algo? (lgo ti;). Este uso es, por otra parte, especialmente consistente, pues, para la declaracin que constituira respuesta negativa a la mencionada pregunta, no se emplea Lo que dices no es cierto o cosa parecida, .sino sencillamente No dices nada (ouden lgeis) . Formulemos, pues, provisionalmente este fenmeno con un trmino de la gramtica escolar: el objeto directo del verbo decir>> no es un dicho que pudiese concertar o no con la cosa, sino que es la cosa misma. Para insistir en que no se trata de un fenmeno aislado, y de paso precisar algunos conceptos, aadamos lo siguiente: a lo largo de la historia de la Grecia arcaica y clsica se va seleccionando una palabra para designar aquel decir que precisamente en su condicin de decir es sealado o excelente, y esa seleccin recae sobre una palabra de uso muy frecuente, a saber, la que significa ni ms ni menos que hacer en el sentido de producir, poiein, y ello precisamente de manera que el objeto directo (lo hecho o producido) no es aquello que nosotros llamamos la obra (el poema o algo as), sino que es la cosa; de nuevo aqu se plantean a nuestra actividad traductora problemas insolubles, y recurrimos, por ejemplo, a decir que el poeta poetiza esto o aquello (este o aquel contenido o cosa) , porque nuestro discurso (moderno) slo acepta referir el producir a la obra, esto es, al poema; pero lo que el griego dice del poiets es que l poiei la cosa, produce la cosa. Y, por otra parte, lo que de manera general en griego se menciona con poien no es modo alguno

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  • particular de actividad que, por ejemplo, fuese, en contraposicin a otros, especficamente productivo, sino que es el entero foctum de que uno siempre ya se las ha con las cosas, aunque este foctum no es tomado aqu de cualquier manera, sino precisamente en atencin a que l es a la vez la presencia de todo presente, el ser (ser lo que cada uno es) de todo aquello que es, en el sentido en que el zapato es zapato slo en cuanto que uno camina seguro, mientras que, en cambio, el zapato resulta tematizada solamente cuando, por una u otra razn, uno ha dejado de poder caminar seguro. No hay en todo esto referencia a trato alguno especficamente productivo con las cosas ni siquiera en el sentido de que, por ejemplo, en el caso del zapato estuviese especialmente implicado el que hace zapatos; por el contrario, es el que los porta quien propiamente entiende de zapatos, mientras que quien hace zapatos entiende de cuero y de instrumentos de cortar, y por eso se llama skytotmos (el que corta el cuero) ; y as es tambin en la exgesis filosfica todava en Platn, e incluso la fijacin aristotlica de la tkhne mantiene para sta el carcter de conocimiento, por lo tanto de presencia (eidos) de la cosa en su determinacin propia, si bien es cierto que en Aristteles hay ya una problemtica especfica del producir.

    Acabamos, pues, de asomarnos a una situacin en la que, primero, el decir (lgein) tiene como objeto directo la cosa, y eso mismo ocurre, segundo, con el poien del poiets, de manera que el poiets poie (es decir: produce) no poema alguno, sino las cosas, y, tercero, el poiets no es sino el dicente (lgon) sealado o excelente, esto es, aquel que mejor dice, y todo ello de manera que poien no es sino aquello -a saber, el que uno siempre ya se las ha con las cosas- en lo cual cada cosa es lo que ella es. Todo esto junto apunta a que el decir del que aqu se trata no es esfera alguna determinada, por ejemplo la de lo lingstico en el sentido de lo estudiable por la gramtica, las palabras, frases y

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    oraciones; el decir (lgein) es, por el contrario, aquella articulacin en la cual el que esto sea esto es lo mismo que el que aquello sea aquello, aquella articulacin, pues, que tiene lugar cuando un zapato es precisamente un zapato, a saber, en cuanto que uno siempre ya se las ha con las cosas. De hecho, ninguna de las obras de la poesa griega hasta 'l final de la poca clsica es en s misma un texto en el senricio de una secuencia de palabras, frases y oraciones; ninguno de los autores pertenecientes a ese tramo es alguien que componga un texto. Cuando un griego llama lgos a una tragedia o comedia, o a una oda de Pndaro, no se refiere a que all haya una secuencia de palabras y oraciones; a lo que en ese caso es llamado lgos pertenecen inseparablemente una meloda, un ritmo, gestos, movimientos. A ningn griego hasta el final de la poca clsica, tampoco, pues, a Platn ni a Aristteles, podra ocurrrsele prever que quiz alguna vez alguien compondra un texto para que otro le pusiese la meloda y el ritmo, quiz incluso un tercero aadiese los movimientos del coro, etcetera. Estos aspectos, slo para nosotros separables unos de otros, pertenecen inseparablemente unos a otros en la unidad dellgos; tal unidad es de inmediato la obvia unidad del habrselas siempre ya con las cosas; pero una diversidad de aspectos y momentos que nosotros (observadores modernos) separamos, como por ejemplo meloda, ritmo, gesto, movimiento, surgir a partir de la problemtica de un lgein que ha de ser sealado o excelente precisamente como lgein, de un lgein que, siendo el de quien mejor lgei, ha de ser cuidado en todos los aspectos y momentos. Cierto que los dilogos de Platn no tenan fijacin de la meloda ni del movimiento, ni tampoco ritmo constante, y que estn en cierta manera destinados a que uno los lea para s, as como que en general los primeros testimonios de lo que nosotros llamamos leer (a saber, leer para uno mismo) son aproximadamente contemporneos de la juventud de Platn. Pero tampoco los dilo-

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  • gas de Platn son texto en el sentido de la secuencia de palabras, frases y oraciones; pues se encuentran en el citado nivel cero de elementos como meloda, ritmo, gesto y movimiento en un momento en el que precisamente ese nivel cero era lo relevante, de manera que el estar en l no constituye una obviedad (como entre nosotros o incluso en el Helenismo), sino una opcin determinada. Herdoto recitaba pblicamente su historia, y, cuando Tucdides dice que no prioriza la ejecucin, dice algo bien distinto de que sta no pueda o no deba tener lugar.

    Por muy importantes que sean estas constataciones, y por muy importante que sea en general el hecho de que ninguna obra griega hasta el final de la poca clsica es texto en el sentido de secuencia en la dimensin especfica de palabras, frases y oraciones, sin embargo ms importante an es quiz el que todas esas obras han llegado a nosotros slo como textos (en el sentido dicho) y que ya desde el Helenismo slo de esta manera han sido transmitidas. Hasta tal punto es as que incluso fsicamente todo lo dems (todo lo que no pertenece a la dimensin dicha) se ha perdido. De la meloda, los movimientos del coro y similares, sabemos bastantes cosas interesantes acerca de cmo en general era ello, incluso con diferencias entre gneros, pero no poseemos la concreta secuencia referente a tramo o fragmento alguno, o al menos no en extensin importante. Todava ms significativo es lo que ha ocurrido con el ritmo, precisamente porque en este caso una separacin estricta con respecto al texto es imposible; el ritmo, en efecto, opera con magnitudes que pertenecen a la langue en el sentido de Saussure, por lo tanto con elementos que no pueden ser eliminados sin que el texto deje de poder leerse; pues bien, lo que de hecho ocurre con el ritmo es que podemos en principio constatado estructuralmente, pero sin que podamos dar realizacin alguna a esa estructura, es decir, sin que podamos orlo; lo calculamos, pero no lo omos, ni siquiera

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    'Uando leemos griego en voz alta; la estructura opera con elementos que entre nosotros no pertenecen a lo lingstico, con elementos, pues, que nuestra conducta lingstica no efecta. Por otra parte, tampoco los elementos de nuestras lenguas con los que algunas veces se ha querido dar alguna correspondencia al ritmo griego son ni siquiera isomorfos con los del griego, por lo cual no pueden ni siquiera dar otra realizacin de la misma estructura.

    2 1

  • 2 l

    De los lmites de la interpretacin, II

    En cierto tpico A es B dicho en lengua moderna, tanto A como B son descripciones de cosa, y, as, el que el trnsito, es decir, el enunciado mismo en cuestin, tenga algn contenido (y, por lo tanto, el que tenga sentido formularlo) supone que B es de alguna manera una descripcin ms vlida que A, si bien ambas describen la cosa; lo cual a su vez supone que est operando un cierto criterio referente a qu se exige como descripcin vlida de una cosa, criterio que permite calificar una descripcin como mejor que otra; hay, pues, de alguna manera la exigencia de llevar la presencia de la cosa a algn tipo predeterminado de elemento o de espacio o de lenguaje. El ejemplo ms obvio de esto es aquel en el que el lugar de A lo ocupan ciertas evidencias sensoriales inmediatas, por ejemplo los colores, y en el de B estn las correspondientes versiones o explicaciones fsico-matemticas. Pues bien, si a toda costa nos empesemos en decir eso en griego antiguo, y en decirlo cuidadosamente, esto es, sin saltar por encima de la diferencia que pudiese haber entre ese es y un es griego (arcaico o clsico) , probablemente no diramos que A es B, sino ms bien que A no es y que, en vez de A, lo que en verdad es es B; que lo que de entrada aparece como A resulta no ser sino B, y que, por lo tanto, A no es, es B. El motivo de que nos resistamos a em-

    23

  • plear ah en griego antiguo simplemente el
  • J mado la irreductibilidad, y, coherentemente con ello, Kant afirma que ah no se trata de cosa, sino de figura o representacin; en efecto, en esa situacin, el es . .. no se consuma; y el que esto ocurra precisamente en la situacin en la que se encuentra irreductibilidad concuerda con que estamos en el es moderno, el cual comporta la reductibilidad ya mencionada. As, la con todo esto aludida nocin kantiana de lo bello sera, dentro del pensamiento moderno, a la vez lo ms prximo y lo ms lejano a la cosa y el edos griegos; lo ms prximo porque, en efecto, el anlisis kantiano de lo bello describe aquello que en griego es la cosa, la cual es cosa porque a ella pertenece (o ella est regida por) un edos; lo ms lejano porque eso, que en moderno es distancia frente a la condicin misma de ente o de cosa, es en cambio en griego lo que se entiende por ente (la cosa) y por ser (el edos).

    En conexin con la expresin kantiana de la problemtica a la que acabamos de referirnos aparece alguna vez en Kant2 la palabra Geist (que todava no es el espritu, salvo que por espritu entendamos lo que tambin a veces designamos en castellano diciendo que algo tiene o no tiene ngel o duende) empleada de manera tal que su referencia lo es a eso que aqu acabamos de mencionar como la irreductibilidad, el continuado fracaso en encontrar la regla que produce, etcetera. Esto no tendra mayor importancia aqu si no fuese porque el mismo carcter del ser griego al que reiteradamente hemos hecho referencia con ese recurso conceptual nuestro de la irreductibilidad de cada cosa es tambin lo que se expresa en las tan conocidas y reiteradas frmulas griegas en las que se nos dice que en todo (en cada cosa) hay dioses. La irreductibilidad de cada cosa es su divinidad, la cual coincide con su belleza. Un decir rele-

    2 Kritik der Urteilskraft, Akademieausgabe, V, 3 1 3 . Cfr. mi Desconocida raz comn, Madrid 1987, pp. 89-90.

    26

    v:1nte en su carcter de decir (cfr. aqu captulo 1) es aquel qu' es capaz de hacer comparecer cada cosa en su irreductibilidad, por lo tanto aquel en el que cada cosa es bella, y los dioses son aquellas figuras que forman parte de ese decir por cuanto son las figuras implicadas en la posibilidad de i ir cada cosa en su irreductibilidad; por eso el telogo

    t'S precisamente ese dicente relevante del que hemos hablado, y por eso el respeto a los dioses no es sino aquel respeto \1 las cosas que est implicado en el verdadero motivo por el que en griego (hasta el final de la poca clsica) todas las palabras para significar conocimiento significan capacidad de habrselas-con, destreza o pericia, a saber: que el griego entiende el andar-con y habrselas-con, el manejar, operar y servirse-de, como reconocimiento del ser propio de la cosa, como dejar-ser (recurdese lo dicho del zapato y el pisar seguro en el captulo anterior) , de manera que, por ejemplo, ortar es reconocer como inherente a la cosa misma una cierta divisin en partes, y propiamente slo corta el que sabe por donde cortar, no el que corta por donde quiere o por cualquier parte; esto es relevante porque irremediablemente nosotros, modernos, entendemos en cambio el operar y manejar de manera que tanto ms se maneja u opera (digamos: tanto ms se puede) cuanto ms se puede hacer de cualquier cosa cualquier otra, cuanto menos limitado se est por un ser propio de la cosa, cuanto ms se puede hacer lo que se quiera; irremediablemente y con verdad, pues no es slo que lo entendamos as, sino que en moderno es en efecto as.

    27

  • 3

    Algunas precisiones

    En el conjunto que hemos elegido como corpus para nuestra presente averiguacin, lo ms antiguo es Homero, no en el sentido de que lo ms antiguo sea la fijacin de uno o ambos grandes poemas unitarios, que quiz no lo sea, sino en el de que lo es aquel momento, sin prejuzgar en absoluto sobre cmo haya que representrselo materialmente, n el que llega a estar constituida cierta inconfundible mar

    ca potica, momento que es el que hemos decidido designar on la palabra Homero, sin importarnos mucho el que

    esta palabra se considere o no entonces como un mero trmino tcnico de nuestra propia exposicin, con significado arbitrariamente decidido en ella. Esa marca potica es en todo caso la que a nosotros llega a travs de la Ilada y la Odisea, y con ella se relacionan otros episodios documentabies, en particular cierta pintura sobre vasos geomtrica.

    Como el otro extremo, es decir, lo ms reciente, adoptamos el momento al que pertenece Aristteles.

    Podemos razonablemente asumir que todo el material incluido entre esos dos extremos est en la misma lengua incluso en un sentido estricto (estructural) , esto es, que las variantes, aun cuando sean no slo de muy diverso contenido, sino tambin pertenecientes a muy diversas dimensiones de variacin, pueden en todo caso conceptuarse como

    29

  • de habla y no de lengua. Esto sera bastante ms problemtico si, aun dentro de lo habitualmente llamado griego (e incluso de aquello que, en efecto, puede tener cierta utilidad llamar as) , extendisemos considerablemente la diacrona. Es normal, y no deja de tener alguna razn de ser en la que no entraremos ahora, que, cuando se habla de una lengua (por lo tanto, al menos implcitamente, de la misma lengua) en trminos diacrnicos, se empleen criterios de identidad algo imprecisos (por ejemplo: que la locucin historia de la lengua griega se refiera a algo que va desde Micenas hasta Bizancio, cuando no hasta nuestros das) , hasta el punto de que casi no se reconozca otro lmite infranqueable que el caso de que la evolucin diacrnica registre una bifurcacin o ramificacin que, sincrnicamente en su momento, sea la de dos o ms lenguas. En cambio, el carcter y objetivos del presente estudio aconsejan ceirse al punto de vista estructural, por lo cual asumiremos que, ciertamente, los dialectos y las hablas de gnero de las pocas arcaica y clsica3 son modos de organizacin de variantes de habla dentro de una misma lengua, la cual, sin embargo, deja de ser progresivamente, a lo largo del Helenismo, la lengua vigente; y, por otra parte, el material perteneciente al griego del segundo milenio o micnico, si bien es ms que suficiente para que deba hablarse de la misma lengua en cualquier sentido diacrnicamente til, no lo es en cambio para resolver la cuestin en trminos rigurosamente estructurales.

    3 Cfr. mi Lingstica fenomenolgica, Madrid 200 1 , captulo 9.

    30

    4

    El designio de Zeus

    Lo que hemos dicho sobre lo divino y los dioses, sol re el decir excelente, el experto en decir (digamos: el cantor), permite quiz que no nos resulte del todo gratuito el uc el canto comience ponindose l mismo bajo una cierta

    aurora de la diosa (Canta, diosa ... , verso 1)4; en todo a.so, habremos de volver sobre este punto, mientras que ya

    ahora lo dicho nos permite entender que el acontecimiento (( antado haya de ser algo de (los) dioses (qu dios ... , (( ul de los dioses ... , verso 8); por ser tal lo canta el cantor, o, quiz mejor dicho, se lo canta en cuanto que se es capaz de decirlo de manera que comparezca en su divinidad, y sto es lo mismo que decirlo excelentemente.

    El acontecimiento que se canta es la ira de Aquiles, y a stas alturs parece ya innecesario insistir en que la traducin de mnis por ira o por cualquier otra cosa que para nosotros sea un estado de nimo o cosa parecida responde a un problema de caractersticas generales de los teclados lxicos modernos; en griego nunca se trata bsicamente de estados de nimo o estados de la mente (ni siquiera cuando tenemos que traducir por cosas como miedo, lstima,

    ' Los versos a los que remitimos en este captulo son, si no se dice otra cosa, del canto primero (A) de la Ilada.

    3 1

  • etcetera) . Algo, sin embargo, y precisamente en la misma direccin, debemos aadir ahora expresamente: el que no sea un estado de nimo significa tambin que no es nada que le ocurra precisamente a Aquiles mismo. A quien ocurre lo que en el canto ocurre es, y el canto lo dice, a los aqueos; stos son, por as decir, la cosa a la cual le acontece eso que encontramos designado como la ira de Aquiles .

    Despus de haber anunciado en aproximadamente tres versos (del 2 al 5) lo que el acontecimiento que se canta comport para los aqueos', el canto aade algo que podramos quiz traducir como y se cumpli el designio de Zeus (verso 5) , si bien con ello nuestra sintaxis nos ha obligado a determinar unvocamente relaciones que el texto griego, ms paratctico, no determina y que, en efecto, debieran permanecer en una muy precisa indefinicin, a saber: que de Zeus sea el complemento cuyo ncleo es el designio, de manera que todo ello junto sea un nico miembro de oracin, o, en otras palabras, que con univocidad el designio sea algo de Zeus, lo que la gramtica escolar llama genitivo de sujeto. El que esto no queda determinado, as como e l carcter m s paratctico de la construccin, comparada con nuestra recepcin de la misma, queda de relieve tambin en los problemas con los que nos encontramos al seguir leyendo: desde que al comienzo se distanciaron en disputa . . . (verso 6), donde nosotros tenemos que seguir y seguir discutiendo sobre si ese desde . . . complementa a el designio (Zeus habra concebido ese plan desde que . . . ) o a se cumpli (el cumplimiento del designio habra empezado con . . . ) o a la expresin de la desgracia que acontece a los aqueos (sta empezara cuando . . . )

    5 Permtaseme que evite explicitar de nuevo aqu el comentario a psykha, Hades y ellos mismos>> que ya he formulado reiteradamente en otras partes (por ejemplo en Ser y dilogo, Madrid 1996, pp. 1 17 - 1 1 8, y en Historia de !a filosofa antigua, Madrid 1 995, pp. 26-27).

    32

    o ll luso quiz al Canta, diosa, . . . del comienzo (el cantor . ' 1 ropondria cantar desde . . . ) ; lo cual tiene evidente relari!'>n on la cuestin referente a de dnde o de qu o de ui 'n so viene el designio.

    S -a ello como fuere (y sobre ello volveremos, aunque no 1 ;tr:l deshacer las indefiniciones) , no slo el que el episodio s a antado implica el reconocimiento detallado de su car; 't r divino, como ya hemos dicho, sino que incluso el in-i 1 n te que poriga en marcha el episodio habr de ser una

    (in :i iental) irrupcin de lo divino, esto es, una prdida del ad ter de trivial de lo en principio trivial. Una cautiva en

    ll 'ITa es slo una cautiva ms, hasta el momento en que, a 1 mpsito precisamente de esa cautiva, aparece en escena alo o alguien que tiene una especial relacin con lo divino. Ln qu consiste esta especial relacin es cuestin que queda liminada por una tipificacin barata cuando lo que hacelllo.s es traducir empleando trminos procedentes de la esfera religin. No se perciben entonces los rasgos que al ofiio de Crises atribuye el canto. Es algo situado tambin, on o el propio oficio del cantor, en el mbito de un decir u e s relevante como tal (ar es un decir solemne, marcado omo tal, por ello quiz tambin peligroso) , y no debemos

    olvidar lo ya dicho de que no estamos ante un mbito espeial que sera el del decir o de lo lingstico, sino que lo

    111 ncionado aqu como decir abarca el entero andar-con habrselas-con, cosa que nos remite a todo lo que ya he

    mos dicho de poien y de la relacin con lo que un moderno llama lo bello (la destrivializacin, el Geist kantiano y el e

  • relacin de khris con el Geist kancial dente. Ahora bien, a propsito d e donado con el citado Geist hem

    1u no tiene 1 tra implica

    es :in ) 1 que haya : , 1 u 'S, la irrupcin : 1 odos es siempre

    u x so por parte ie1 t o pr dominio,

    igt d omo adika 1 y l rabazn) ; lo que

    1 ia la dilee, y, en cuanto que a n la irrupci n de algo o alguien

    determinado, , on unilateralidad, ello mismo es a la vez adika. En 1 ant qu ahora comentamos, la presencia a la que acabamos d r ferirnos comporta en efecto una singularizacin y x ep ionalidad del caso as generado (el de Crises y la autiva Criseida) que no puede ser tolerada por quien representa la empresa comn en marcha, est , por Agamenn. Con ello, sin embargo, la adika se x luy slo para ser llevada a un nivel ms profundo, pu s al om 1;1 no es una aparicin ocasional, externa y en prin ipi lirninable, sino que es el propio Agamenn qui n r pr tlla n un singular lo comn. La positividad misma 1 dlk -. Ita

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    misma ya no la dke, sino la adika; a ese afirmarse en la presencia habr de pertenecer un substraerse, y esto ya no podr ser Agamenn. La primera aparicin de Aquiles dentro de la marcha concreta del relato consiste en que es l quien ahora llama a la agor (y esta palabra, como lgein, significa reunir) . Aquiles es, por de pronto, el personaje marcado especficamente por la inminencia de la muerte; es tambin alguien que, por su genealoga, conecta con algo distinto del reino de Zeus, por lo tanto con algo distinto de la presencia, y conecta precisamente con algo que tiene que ver con las profundidades: cuando Tetis, la madre de Aquiles, quiere algo, ciertamente lo pide de Zeus, pero tiene la capacidad de, exhibiendo ciertos ttulos, reclamar respeto de Zeus mismo, capacidad que no tiene Hera, la figura, sin embargo, ms prxima a Zeus dentro del propio dominio de ste. Mucho ms habr que aadir an a esta caracterizacin de Aquiles. En todo caso, la agor tiene en efecto la virtud de hacer patente la profundizacin del problema; ahora ya no ser una figura externa como la de Crises, sino que es Calcante, alguien imprescindible dentro de la propia empresa aquea, quien representa la irrupcin de lo divino. Calcante es el mntis. Arriba nos ocupbamos de edos y de cul es la referencia del ver ah implicado; la forma estativa de ese verbo ver es lo que solemos traducir por saber y lo que ahora se atribuye a Calcante es precisamente ese saber (verso 70) ; el objeto directo que sigue no es una especificacin, sino una epexegesis: qu sabe aquel que, por as decir, simplemente sabe?; una vez ms, estamos ante la figura, representada implcitamente en el propio cantor y ms o menos explcitamente en personajes que van en esa direccin (ocasionalmente Crises y no ocasionalmente Calcante), de quien es experto no en esto o aquello, sino en cierto juego que siempre ya se est jugando y en el cual el que esto sea esto es a la vez el que aquello sea aquello, en relacin con que ni esto es reductible a aquello ni aquello a esto ni

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  • ninguno de ambos a alguna otra cosa. El objeto directo para ese saber es una expresin que aqu aparece para el saber de Calcante, pero que en la Teogona de Hesodo es referida una vez, algo abreviada, al saber del cantor mismo y otra vez, completa, al de las musas6; una traduccin convencional sera algo parecido a lo que es, lo que ser y lo que antes fue, pero lo que hay en el texto griego es el participio del verbo sen>, a propsito de lo cual cabe recordar discusiones en curso en otros contextos sobre la interpretacin que ha de darse a la libertad de absolutizacin del verbo cpula, a la conexin que con este fenmeno tiene el libre uso de formas como el participio ont- y al hecho de que todo ello no tenga en griego carcter alguno de sofisticacin, sino que aparezca por ejemplo aqu, es decir, en aquel poeta que es en cierta manera el paradigma de lo naiv7

    Nadie, y Agamenn tan poco como ualquier otro, discute que el dictamen de Calcante ha d s r cum plido. Con ello el mismo problema ya planteado, a ab r, 1 de que la relevancia de lo comn ha de ser la r l van i a d 1 substraerse mismo, o el de que la positividad impli ada en esa relevancia es la prdida de lo que habra d r r 1 -'va n te, se expresa en una nueva y aguda manera : al d volv r a Criseida, precisamente Agamenn se queda sin la a re q ue le toca, sin su gras; con esto se hace nota r 1 J ho I que quien representa lo comn es a la vez uno d n ir ado (incluso el ms importante) , el cual tiene un a p r t ( 1 ., m:is im portante) ; Agamenn, en efecto, reclama q u 1 pa r e s a substituida y que sea otro quien se qu d in p re . Y Aquiles desempea ahora un doble papel, d rivad t , 1 bos aspectos de su condicin de figura del substra rs o 1 la ausencia;

    6 Hesodo, Teogona, versos 3 1 -32 y . 8 r sp ' l i va l l 1 ' l l l . 7 Cfr. mi Lengua y tiempo, Madrid 1 91), n s in l ' : 1 ( r u lo 4, y de

    nuevo aqu mismo, captulo 1 1 .

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    por un lado es l quien niega que la condicin de primero de Agamenn, condicin que no discute, comporte tambin una mayor garanta en cuanto a la particular parte; y, por otro lado, corresponde que en definitiva sea Aquiles, como alternativa frente a Agamenn, quien se quede sin parte. Ahora bien, ms importante an que esto es cmo se desarrolla el enfrentamiento. Se deja notar que Aquiles podra tomar armas contra Agamenn, impedir que ste le quitase nada e incluso simplemente matarlo all mismo, y, a la vez, se deja claro que, sin embargo, no puede hacer nada de eso. Aquiles no puede, frente a Agamenn, erigirse en instancia positiva, no puede ser l la presencia. Llega a iniciar el movimiento de desenvainar su espada, y es entonces cuando entra en juego un dios, Atena, para recordarle lo que l es o, ms bien, no-es. El dios -lo hemos visto ya- es la figura en la que relevantemente comparece la irreductibilidad; sta es lo que, con recursos en parte tomados especialmente de Platn, pero hablando del modo griego de entender el es . . . , identificbamos (como irreductibilidad de la cosa) con la no onticidad del edos, su no carcter de cosa, su escaparse; por eso tambin el damon de Scrates es la figura que aparece cada vez que sin l Scrates se habra dejado llevar a una plasmacin positiva de la norma. Aqu la aparicin de la diosa, visible slo para Aquiles, inhibe cualquier posible pretensin de ste de ponerse como presencia frente a Agamenn; la espada vuelve a su lugar y Aquiles ni siquiera impedir que Agamenn le quite su parte; Aquiles responder con lo que es lo suyo: la ausencia; y, cuando insulta a Agamenn, lo hace echndole en cara incapacidades que precisamente relaciona con la de asumir la kr (la muerte) .

    Que la ausencia sea, sin embargo, presencia, que Aquiles brille, tenga un reconocimiento, eso ser lo ms difcil, pues cmo puede comparecer el substraerse mismo? Para eso har falta el ms sabio, y aun deber quedar en el aire si l

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  • lo consigue o no. l es Zeus, y el plan de conseguir presencia de la ausencia, reconocimiento en el substraerse, es el designio de Zeus. Visto as, hasta qu punto es de Zeus?

    Si hemos empleado la palabra sabio para referirnos al que es capaz de hacer algo, es (lo hemos dicho hablando de por qu en griego saber es siempre destreza o pericia) porque en el contexto al que nos estamos refiriendo todo verdadero hacer (todo lo que en verdad sea hacer) se entiende como el reconocimiento del ser de la cosa y el reconocer consiste en dejar que la cosa sea lo que es, o dicho de otra manera: decidir (cfr. caedere, cortar, y lo dicho de cortar en el captulo 2) es discernir (juntar-separar, lgein). Todo ello no es, pues, la expresin de un autor (sujeto) , sino que el autor (el poiets, con todo lo ya dicho y lo por decir al respecto) lo es slo en el sentido de que Ve, esto es, sabe, o sea: est implicado de una sealada manera en aquello a lo que primariamente se refieren nociones tales como discernimiento, juntar-separar, lgein, a saber, en eso que nombramos cuando decimos que el que esto sea esto es lo mismo que el que aquello sea aquello y que, precisamente por ello, no es esto lo mismo que aquello ni aquello lo mismo que esto, sino que son irreductiblemente esto y aquello.

    Pues bien, qu es eso que a lo sumo Zeus, y quiz ni siquiera l, sabe o sabe-hacer?

    Los dioses son las figuras en las cuales se expresa la irreductibilidad de cada cosa, por lo tanto tambin la (no) comparecencia (el carcter no ntico) de eso que en nuestra exposicin ha aparecido representado por la nocin de edos, aunque no slo por ella. Consistentemente con esto, a los dioses en su conjunto es inherente un substraerse, un que siempre ya cierta dimensin haya quedado atrs; por eso los dioses vigentes e invocados constituyen aquel reino que, sin embargo, consiste en haber dejado atrs una generacin precedente cuyas figuras son, ciertamen te, a su vez

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    1 1

    dioses, pero no estn positivamente incluidas en la normal invocacin de los dioses. Zeus mismo es la unidad del mbito de los dioses y, en calidad de tal, es quien reina por haber derribado y mantener aherrojado a su padre. En cuanto que l es la unidad de los dioses, l y nadie ms es la conexin con el siempre ya haber quedado atrs, y lo es en la peculiar manera que ha quedado sugerida. Por eso, si alguien puede reconocer presencia al substraerse mismo, ser l, y no es claro que l pueda hacerlo.

    Importante es aqu no slo el que todo esto se encuentre en el pos, sino tambin el que, a la vez, all mismo no se encuentre, en otras palabras: el que todo aquello que comporta alusin al siempre ya haber quedado atrs , por ejemplo a lo divino antecedente, a las obscuras races del reino de Zeus, est sin estar, nunca positivamente dicho, y, precisamente por ello, siempre subyacente. Incluso todo lo referente a la inminencia de la muerte de Aquiles mantiene este carcter, como tambin Aquiles mismo est presente bsicamente en el modo de la ausencia. El modo de (no) presentacin de todo aquello en el pos responde a la (no) presencia de lo que se pretende (no) presentar. En el pos se dicen solamente cosas, el detalle de las cosas; el fondo es solamente fondo, no hay nombre alguno (ni siquiera transitorio) para lo siempre ya supuesto, y la constancia de ese fondo es lo que da sentido al recrearse en el detalle de las cosas.

    No ajeno a la estructura que se acaba de mencionar es incluso el modo de construccin rtmica8 caracterstico del pos: siempre el mismo metro produciendo siempre el mismo perodo constituye, como fondo constante, a la vez la base para que, mediante las varias posibilidades de realizacin del mismo metro, la ubicacin de las cesuras, etcetera, se produzca una diversidad de figuras.

    8 Cfr. mi El saber de la comedia, Madrid 2005, en especial captulo l .

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  • 5

    Re a

    De nuevo comenzamos con Homero, ahora refirindonos al fenmeno generalmente conocido como smil homrico. Cierta situacin, tpica o que de algn otro modo se supone conocida, es, sin embargo, descrita con cierto detalle con el fin expreso de emplearla como trmino de comparacin para que, mediante esa comparacin, quede descrita otra situacin, sta puntual y perteneciente al relato mismo que se est efectuando, de manera que de la propia situacin actualmente a describir, en s misma, se efecta slo el mnimo de descripcin necesario para que quede definido qu es exactamente lo que se compara con aquello otro tpico o ya conocido. As, pues, la situacin tpica o ya conocida ha de ser sin embargo descrita con el fin de que en ella quede destacada una cierta pluralidad de elementos y relaciones entre ellos, algo, pues, susceptible de que en ello se aprecie una estructura, la cual, en efecto, se aprecia por el hecho mismo por el que el smil resulta descriptivamente eficaz, a saber, porque el papel de otro conjunto, imprescindible para que pueda encontrarse un isomorfismo y por lo tanto una estructura, es desempeado por la situacin puntual actualmente a describir.

    Lo que ocurre en el fenmeno al que acabamos de sealar es que cierta estructura es lo que en el fondo hay precisa-

    4 1

  • mente en la medida en que no es mencionada en s misma, sino que est por el hecho de que para describir el detalle de una situacin se emplee el detalle de otra. Es evidente la conexin de esto con cosas que ya hemos dicho del pos. Comentaremos ahora cierto comienzo de otro gnero, a saber, el de la sptima oda olmpica de Pndaro, el cual esboza de entrada la frmula de un smil que, por el modo de presentacin del primer trmino, pudiera en principio ser como los homricos. Interesa ver en qu sentido ese esbozo se rompe al iniciarse el segundo trmino (el que en Homero sera la situacin actualmente a describir) ; lo que ahora entra en ese lugar es la referencia al propio oficio del cantor; algo, pues, completamente distinto de cualquier situacin a describir; algo, incluso, que en Homero slo se mencionaba en expresiones huidizamente introductorias, como el citado Canta, diosa, ... , y para pasar de inmediato a decir lo nico que en el pos se dice, a saber, cosas. Lo siempre ya supuesto, el j uego que siempre ya se est j ugando -decamos-, suena en el pos precisamente porque no es dicho, como corresponde a su carcter de aquello que siempre ya ha quedado atrs. A eso corresponda el que los dos trminos del smil fuesen cosas y pluralidades de detalle de las cosas, aunque de diferente carcter y con papeles no intercambiables. As, el que el propio oficio del cantor slo de la indicada manera huidiza sea mencionado en el pos se corresponde con lo que ya hemos dicho de que la peculiaridad del oficio del cantor tiene que ver con la relevancia del lgein mismo como tal, por lo tanto con la problemtica comparecencia del juego que siempre ya se est jugando, comparecencia que en el pos, segn hemos dicho, no puede tener otro carcter que precisamente el de no ser nunca mencionado ni ser nunca aquello a lo cual se sea la . As, pues, lo que en el aludido comienzo pindrico vi ne en segundo trmino (en el lugar que en Homero s ra l de la situacin actualmente a describir) rompe v i 1 n tamente

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    aquella posible esperanza de encontrarnos con un smil del tipo homrico. Ahora no se pasa de una particular pluralidad de detalle de cosas a otra, sino de una a algo que ya no es pluralidad particular alguna de detalle de cosas, a algo que, en cambio, tiene que ver con ese lo mismo que mencionbamos cuando decamos que el que esto sea esto es lo mismo que el que aquello sea aquello precisamente porque ni esto es aquello ni aquello es esto ni ninguno de ellos es reductible a alguna otra cosa.

    Segn esto, lo que en el pos siempre ya quedaba atrs y slo as de algn modo compareca es, en cambio, en el comienzo pindrico citado, el a dnde de algn tipo de referencia o encaminamiento. Las cosas, el detalle de ellas, son ahora aquello en lo que ya se est instalado y en lo cual se tiene apoyo para de ello arrancarse en direccin a lo que siempre ya haba estado en el fondo y a lo cual la referencia es sumamente problemtica. De hecho esta secuencia que encontramos en los aproximadamente diez primeros versos de la sptima olmpica sirve adems de introduccin para situarse, por lo que se refiere a la oda en su conjunto, en el punto de partida de la trayectoria que acabamos de disear (partiendo de la instalacin en las cosas, sealar hacia lo siempre ya supuesto) , pues esos versos conducen en definitiva a que el cantor ahora, anecdticamente, canta lo que toca cantar, a saber, la victoria de Digoras, y esto sirve de punto desde el que se arranca. El que la ubicacin en ese punto se introduzca mediante el aparato que hemos descrito anticipa la funcin de ese punto anecdtico en el conjunto del poema, pues esa manera de mencionar el acontecimiento anecdtico lleva a que ste -o su mencin- sea a su vez el desencadenante de una sucesin de crculos de radio creciente, o, si se prefiere decirlo as, a que aquella relativamente rpida espiral hacia adentro (sealar el acontecimiento anecdtico desde el esbozo de una referencia a un crculo inmensamente amplio) sea el empujn que haga sal-

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  • tar una gran espiral hacia afuera, la cual constituir el nervio de todo el canto. Tal nervio es, en efecto, en la sptima olmpica una secuencia de tres historias, de las que cada una es ms englobante y anterior con respecto a aquella que la precede en la oda. Las dos primeras historias hablan de mortales e inmortales, si bien colocando el acento de distinta manera la una que la otra; en la primera son los mortales los que actan bajo la mirada de los dioses; en la segunda actan los inmortales mirando a los mortales . La tercera historia, por su parte, se sita ya en algo a lo que los dioses mismos, Zeus mismo, se someten, en una especie de reparto originario en el que Zeus no decide, sino que reconoce y guarda (o, si se prefiere decirlo as, decide en el sentido en que esta palabra ha sido empleada alguna vez en nuestro captulo 4 en relacin con discernir y caedere) .

    Las dos primeras historias tienen que ver respectivamente con dos aspectos, que en nuestra propia actual exposicin ya han sido mencionados, de la relevancia del juego que siempre ya se est jugando y de cun problemtica es esa relevancia. La primera historia (versos 20-33) sita el fundamento de la plis en algo en cuyo fondo hay transgresin y desarraigo. Lo hay por cuanto el proyecto plis es el de que el nmos (el reparto, el lo mismo del ya reiteradamente formulado el que esto sea esto es lo mismo que el que aquello sea aquello etcetera) sea relevante, sea expresamente reconocido, por lo tanto es la relevancia de lo siempre ya supuesto, de aquello a lo que pertenece siempre ya haber quedado atrs, y esto ltimo no puede significar que ello no se haga relevante en absoluto, lo cual equivaldra a que ello simplemente no tuviese lugar o no lo hubiese, sino que ha de significar que su relevancia es transgresin, hjbris, no con respecto a alguna ley superior, sino en s misma. La segunda historia (versos 34-53) tiene que ver con otro aspecto de la problemtica relevancia de lo siempre ya supuesto, a saber, con el problema de un decir (con todo lo que segn nuestros

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    captulos precedentes entra en esta nocin) que sera sealado o excelente en su misma condicin de tal, por lo tanto de un sabio que lo sera no en este o en aquel mbito, sino en aquello que siempre ya est teniendo lugar (siempre ya, esto es, sea lo que fuere lo que en particular est teniendo lugar) . Los rodios, hijos del sol, estn destinados, por sabio consejo de su padre inmortal con ocasin del nacimiento de Aterra, a ser los primeros en reconocer lo divino (y esto, como ya hemos visto, quiere decir: reconocer en cada cosa su irreductibilidad, siendo esto lo mismo que el que en la presencia de cada cosa est supuesto lo siempre ya supuesto) ; ello conlleva que algo se les escapa, algo olvidan. Y el resultado de todo ello es que, en efecto, la diosa les concede un saber que es ciertamente todo saber, pero que (o quiz: y que por ello mismo) tiene el peculiar carcter de que en l el rgon (esto es: lo que llega a presencia, lo que se hace aparecer) es se-mejante a . . . . Sin duda se trata de genuino saber; pero . . . ; el pero . . . concierta con el precedente obra semejante a . . . , pues a continuacin se nos dice que debe haber un saber mayor, el cual no comporta engao. En efecto: la pretensin de relevancia de cierto lo mismo, que hay en la pretensin de un lgein relevante como tal, el cual, segn ya hemos visto, no es distinguible de un poiein relevante como tal, comporta algo as como la constitucin de ese lo mismo en cosa, por lo tanto algo as como una sola cosa, lo cual, dado que no es posible suprimir la diferencia irreductible sin suprimir precisamente el ser, esboza la constitucin de cierto mbito uno, en cuyo tener lugar tiene lugar cuanto tiene lugar y que a la vez, puesto que la diferencia irreductible entre las cosas no puede ser suprimida, sera aquel mbito en el que tiene lugar un esto que sin embargo no es en verdad esto y un aquello que sin embargo no es en verdad aquello; algo que quiz acabe llamndose mmesis o incluso produciendo otras nociones de mbitos en los que est cada cosa sin que all est en ella misma.

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  • Comienza entonces la tercera historia, cuyo mbito de referencia ya hemos caracterizado. La exgesis de esa tercera historia desborda nuestro presente propsito. En vez de tal exgesis, nos permitiremos traer aqu una referencia a algunos versos de otra oda olmpica de Pndaro, la segunda. El trayecto de la primera mitad de la oda segunda olmpica ha conducido hasta una alabanza de algo cuya denominacin podemos convencionalmente traducir como la riqueza adornada por excelencias (verso 53 y siguientes) , y, con la reserva de que quiz volvamos sobre estos conceptos, contentmonos de momento con que la riqueza sean las cosas en la medida en que se tiende a considerarlas como suma de ellas y con que las excelencias adornan la riqueza en cuanto que ellas son aquello por lo cual esa reduccin a suma, de todos modos, no puede cumplirse. El que a continuacin (verso 56) se introduzca lo que gramaticalmente es la prtasis de un perodo condicional (si . . . ) nos pone, habida cuenta de que no habr una ulterior apdosis, una vez ms en la posibilidad de tres o cuatro anlisis gramaticales, alternativos entre s para nuestra necesidad (desde luego ineludible) de emplear la gramtica, pero quiz no para el canto mismo. Ya sea que el si . . . despliegue lo indicado en adornada con excelencias, ya aada una condicin en la misma lnea, ya simplemente exprese en general una relevante excelencia, lo que en todo caso se aade y se contempla ahora como la posibilidad o cualificacin introducida por el si . . . es un cierto saber, en el cual se sabe to mllon. Esta expresin9, que ciertamente se refiere a la muerte, no significa algo que viene o est por venir. Gramaticalmente cabe asumir aqu la conocida posibilidad de uso del neutro singular de un adjetivo sin que quepa atribuir-

    9 Gramaticalmente el neutro singular>> (con artculo>>) del participio presente activo>> de un verbo (mllein) que significa estar en vas de>>, estar por llegar>>, etcetera.

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    le substantivo alguno de referencia (ni siquiera implcito o indeterminado) y significando el carcter o la condicin de . . . (a saber: de lo que diga el adjetivo) . Esta posibilidad quiz sea en este caso la que permita desde la gramtica ntender el texto, ya que el mismo, precisamente por refenrse a la muerte, no podra significar algo que viene, es decir, algo que en tal o cual momento ocurrir. Nuestra (moderna y en cierto modo ya helenstica) manera de mencionar la muerte hace de ella algo que acontece en algn momento, es decir, algo que de suyo sera ahora, sera presente, slo que en otro ahora que el ahora de ahora mismo; ello responde a la obviedad que tiene para nosotros la nocin del ahora, y ello significa a la vez la imposibilidad de asumir lo que, sin embargo, la ms elemental fenomenologa nos obliga a admitir en lo que se refiere a la muerte, a saber, que ella es precisamente aquello que nunca podra ser presente, que no es pensable como ahora. Por la muerte no cabe entender ningn posible ahora; por lo tanto, cualquier cosa que digamos a propsito de la muerte no la decimos acerca de algo que alguna vez vaya a ocurrir, sino acerca de la muerte como fenmeno en el asumir o reconocer la muerte; y lo que al respecto estamos en efecto diciendo es que todo ello, todo lo referente a la muerte, no es sino la ruptura de la obviedad del ahora, el punto en el que se reconoce que el pensar en trminos de ahora no funciona; eso que ah emerge es, pues, la no reductibilidad del advenir a ahora, su carcter irreductiblemente distinto del de ahora, por lo tanto el carcter o la condicin del advenir como tal, la irreductibilidad del mllein, y eso es lo que literalmente dice to mllon. Lo que, por el contrario, acabamos de describir como la obviedad moderna o helenstico-moderna, eso, de alguna manera, aparece tambin en Grecia, pero no como la obviedad; para entender de qu modo all aparece, introducimos la consideracin que ahora seguir. Ciertamente ser es presencia (y esto tiene algo que ver con el ahora) y lo

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  • ente es lo presente, y ser y presencia es permanencia y es, por lo tanto, insistir en la presencia; a la vez, el insistir en la presencia se opone a la presencia y al ser, porque ser y presencia es lmite, es definicin y por lo tanto es terminar; lo que acabamos de designar como el insistir en la presencia es el predominio, el desquiciamiento, la unilateralidad, la adka. Desde este punto de vista, lo que hemos llamado la concepcin helenstico-moderna puede quiz describirse como el resultado de que la adka abandonada a s misma llega a no ser ya ni siquiera adka, pues ha dejado de tener un contrario y, por lo tanto, sencillamente ha dejado de tener lugar. En griego, en cambio, la adka sigue siendo adka porque el fondo de la cuestin sigue siendo la dke, esto es, porque a la exclusividad de la presencia le sigue siendo inherente romperse, o, en otras palabras, porque sigue operando la irreductibilidad a presencia, esto es, sigue operando to mllon.

    Que la insistencia en la presencia es contraria a la presencia misma y que la adka abandonada a s misma ya ni siquiera es adka, todo lo cual acabamos de decir, puede tambin decirse as: en el continuo indiferenciado de la exclusividad del ahora (ahora y ahora y ahora) no hay presencia, porque no hay lmite, todo es reductible (y, por lo tanto, todo est reducido) a una especie de pasta comn. Esto ya no sera Grecia; la presencia en sentido griego es la irreductibilidad. Ello quiere decir que slo hay presencia por cuanto to mllon no ha dejado del todo de ser operante. La presencia, ciertamente, no otra cosa que la presencia, pero sta en sentido griego, es significada en el canto de Pndaro con el nombre de Zeus. El reconocimiento de to mllon queda entonces ya significado por el hecho mismo de que se delimite un reino de Zeus (verso 58) y un camino de Zeus (verso 70) , pues esa delimitacin significa reconocer que hay algn otro lado . La asuncin de to mllon no consiste en pasar al otro lado, sino en ser capaz de soportar

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    la relacin de ambos, por lo tanto ida y vuelta. Lo que hemos dicho de que la presencia, a la vez que es insistencia y, por lo tanto, abandono de to mllon, slo sigue siendo presencia en cuanto que se apoya en to mllon, eso se dice en el canto como la relacin de Zeus con Crono. Quien ha sido capaz de aquella ida y vuelta ha asumido esa relacin. No ha pasado de Zeus a Crono, simplemente ha asumido la dependencia; no est Crono por encima de Zeus, ni ste por encima de aqul, sino que algo o alguien est por encima de ambos, algo o alguien que, coherentemente, no es sino la mediacin que remite de cada uno de ellos al otro, aquella mediante la cual Crono es padre de Zeus y que es, en efecto, la misma mediante la cual Zeus arroj del poder a Crono, a saber, Rea, la que tiene el ms alto trono de todo (verso 77) .

    Entre lo que en el presente captulo hemos encontrado siguiendo cantos de Pndaro y lo que en el captulo anterior (y aun en los comienzos del actual) habamos puesto de manifiesto en cantos de Homero hay una diferencia ms importante que todas las que en el contenido pudieran advertirse; es una diferencia referente no a que ciertos contenidos estn o no estn, sino al modo en el que estn o no estn. A propsito de Homero haba quedado claro que ninguno de los contenidos bsicos a los que apuntbamos est en el sentido de que fuese constatable un esfuerzo del cantor y de su canto por sealar en tal direccin; en el pos -decamos- slo se dicen cosas; nuestro anlisis, all, no apunt a nada que en el canto se intentase nombrar o a lo cual se intentase sealar; simplemente detectbamos un fondo relevantemente dejado atrs. En cambio, siguiendo el canto de Pndaro, es un nervio constitutivo del propio canto, es su propio sealar hacia algo, lo que creemos poner de manifiesto cuando apuntamos a lo mismo a lo que, de la otra manera, apuntbamos desde Homero. Nosotros intentamos referirnos a lo mismo, y con ello detectamos una di-

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  • ferencia esencial en cuanto al modo en que eso mismo est o no est en el poema. En Pndaro el habitar cabe las cosas es la base desde la cual se pretende sealar a aquello que en Homero slo por nuestra parte era un a qu de la referencia, mientras que en el poema mismo era slo la latencia a la que nosotros (no el poema) sealbamos como el fondo que da sentido al potico recrearse en las cosas. La relevancia de esta constatacin queda subrayada por el hecho de que tambin el modo de construccin rtmica del canto coral presenta, con respecto al del pos, una diferencia corrspondiente a la que se acaba de sealar. En el canto coral, mcluso rtmicamente, no se parte de un siempre lo mismo, de la repeticin de un elemento bsico, sino que la adicin de elementos diferentes (perodos diferentes, que pueden a su vez constar cada uno de ellos de metros diferentes) constituye finalmente algo que, ello s, se repite.

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    El intercambio

    La insistencia, en nuestros captulos precedentes, en ciertas frmulas, como la del carcter problemtico de la relevancia de aquello que siempre ya est teniendo lugar, la de cmo al juego que siempre ya se est jugando le es inherente pasar inadvertido, la de cmo esto, sin embargo, no puede querer decir que tal juego simplemente no se haga relevante en absoluto, sino slo que su relevancia tiene el carcter de hjbris, todo ello, e incluso el que reiteradamente hayamos empleado para hacer referencia a aquel j uego la consideracin del lo mismo que se menciona al decir que precisamente la irreductibilidad de cada cosa exige que el que esto sea esto sea lo mismo que el que aquello sea aquello, ms an: nuestra insistencia en un sentido de decir cuya referencia no es otra que la de poien, en un saber que es destreza o pericia porque el operar se entiende como reconocimiento, etcetera, todo ello junto, o todo ello como una sola cosa, necesita, para ser entendido, que su identidad con otras constataciones sea explicitada.

    Ciertas construcciones tericas de la Modernidad se basan en el concepto, designable con la palabra mercanca, de la cosa como disponible para su cambio por otra(s) cosa(s) , por otras en general, esto es, por en principio cualesquiera otras, de manera que (y ello est en la base de la

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  • fecundidad terica de este concepto en la Modernidad y en la base de las aludidas construcciones tericas) el concepto mercanCa no slo dice algo acerca de la cosa a la que se aplica, sino tambin, en principio, acerca de las dems; no significa, pues, algo que a la vez unas cosas fuesen y otras no, sino ms bien una determinada manera de ser que afecta o no a las cosas en su conjunto. Para un posible uso positivo de este concepto, no hace falta que de hecho en alguna situacin dada todo se cambie por todo, o sea, todo sea actualmente alienable; basta con que la alienabilidad sea la situacin obvia, es decir, con que la carga de la prueba recaiga sobre la no alienabilidad. Por de pronto, el que tal cosa no ocurre, que sepamos, en situacin alguna anterior (o externa) a la Modernidad, es manifiesto a partir de las propias construcciones tericas a las que nos referimos. Tomemos como ejemplo de ellas la de Marx en El capital. All la peculiaridad lgica del concepto mercanCa a la que hemos hecho referencia (el que ese concepto diga algo no slo sobre la cosa a la que puntualmente se aplique, sino tambin, en principio, sobre las dems) es en efecto lo que determina que la explicitacin de las exigencias del concepto mercanCa mismo sea a la vez la de las comprometedoras implicaciones de algo as como un sistema de las cosas en su conjunto cambindose unas por otras; ese sistema con todas sus implicaciones es lo que se llama la sociedad civil . Puesto que la construccin explicita las implicaciones del fenmeno mercanCa, es claro que, all donde no se den determinados elementos que resultan necesariamente en o de esa construccin, lo que tendr que ocurrir es que tampoco hay mercanca en un sentido totalmente estricto. De hecho fenmenos que no pueden darse en la Antigedad (ni griega ni brbara) resultan implicados ya desde momentos relativamente tempranos dentro de la construccin terica, por ejemplo en el mbito de las implicaciones del pleno concepto de dinero, lo cual no hace sino reforzar el reconoc-

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    miento de que es el propio fenmeno mercanCa en sentido estricto el que no se da en la Antigedad, pues dinero es una implicacin de l. Quiz esto no impida que, puesto que de alguna manera hay que hablar, se sigan empleando las palabras mecanca y dinero en descripciones de cosas antiguas, pero ha de saberse que ello se hace con renuncia a una definicin precisa. A fin de cuentas tambin se emplea la palabra rey para referirse igualmente a Creso de Lidia, al Faran de Egipto, al arconte basles de Atenas, a uno cualquiera de los reyes de Esparta, al actual rey de Suecia, a Moctezuma y a Chandragupta, y no por ello hay, que sepamos, nadie que piense que existe una definicin precisa aplicable en comn a todas estas figuras, salvo, naturalmente, una que fuese tambin aplicable a muchas otras que nadie designara con la palabra rey.

    El fenmeno mercanca, en el nico sentido del que hemos visto que es susceptible de una definicin precisa, comporta la alienabilidad de en principio cualesquiera contenidos; no slo cualquier cosa es en principio cambiable, sino que lo es sin que haya limitacin de principio en cuanto al carcter de la cosa por la cual es cambiable, por lo tanto de manera que ninguna cosa comporta algo a lo que se est vinculado. El fenmeno mercanca es la ausencia de contenidos vinculantes, por lo tanto tambin la ausencia de algo, algn dnde, a lo que uno pertenezca, digamos: la ausencia de cualquier comunidad. Y ese fenmeno ha aparecido en nuestra presente exposicin para permitirnos decir que eso no es el caso en ninguna situacin antigua, ni griega ni brbara. Asumamos, pues, que tanto en lo griego como en lo brbaro hay comunidad. Por otra parte, visto lo que hemos adoptado como concepto estricto de mercanca, el que en aquellas situaciones no haya mercanca quiere decir que el intercambio de cosas es all, por principio, limitado a determinados conjuntos de cosas, lo cual no impide que pueda ser muy rico y muy importante. Ahora bien, puesto que hay

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  • comunidad y hay intercambio de cosas, tiene sentido preguntar si el intercambio de cosas es bsicamente entre comunidades o en el interior de la comunidad; y, al preguntar as, hemos dado con lo que fuentes griegas de la poca que es objeto de nuestro estudio, por ejemplo Herdoto10, mencionan como la diferencia entre la comunidad griega y la brbara. Todo intercambio escenifica una distancia (un t t, yo yo y esto esto, aquello aquello); ahora bien, admitido que hay comunidad, la distancia entre comunidades es obvia, trivial y externa, mientras que la distancia en el interior de la comunidad es en efecto aquella distancia en la que el que esto sea esto es lo mismo que el que aquello sea aquello, el que t seas t es lo mismo que el que yo sea yo. As, pues, la comunidad en la que es bsico el intercambio dentro de ella misma es a la vez la comunidad que est embarcada en la aventura de reconocer expresamente el nmos, y por eso la comunidad griega es la plis.

    Acabamos de establecer la sinonimia entre que el intercambio de cosas sea centralmente interno a la comunidad y que sta est comprometida en el proyecto de reconocimiento del nmos (es decir: que sea una plis) 1 1 Debemos ahora tratar de expresar en esta nueva clave lo ya introducido acerca del carcter de hjbris que la pretensin plis tiene

    1 0 I, 1 53 . Cfr. mi comentario a este pasaje en el artculo Estado y plis, en: M. Cruz (comp.), Los filsofos y la poltica (Madrid-Mxico 1 999), as como tambin en mi Lingstica fenomenolgica (Madrid 200 1) , p. 35 .

    " Si bien el compromiso a l que nos referimos aparece a veces en la normal historiografa con expresiones como que las leyes se escriban, debera aclararse al menos que das leyes en este contexto no pueden ser las que da un rey, ni siquiera las que da un dios, sino aquello mismo en cuya virtud el rey es rey o incluso el dios es dios. Cuando aparece como agente (poiets, recurdese lo dicho sobre esta nocin) un hombre muy sabio o un dios, ello tiene el sentido de hacer notar lo extraordinariamente difcil y comprometido de la tarea.

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    y de su, por lo tanto, ms que sospechable tendencia interna a la propia ruina. Por de pronto, el reconocimiento del nmos es el de algo que habra de ser lo mismo para todos y para todos los casos; es, por lo tanto, la constitucin de un espacio uniforme; y en un espacio uniforme los lmites son accidentales; por lo tanto no hay ya nada que llegue desde aqu hasta aqu; aquello mismo cuyo estatuto se quera hacer relevante se ha esfumado precisamente como consecuencia de esa relevancia; ya no hay comunidad y, por lo tanto, tampoco hay plis. Puesto que la comunidad en la que es central el intercambio interno y la comunidad comprometida en el reconocimiento del nmos son dos nombres de la misma cosa, lo que acabamos de formular mencionando el espacio uniforme y la accidentalidad de los lmites puede tambin decirse del siguiente modo: el intercambio interno produce una tendencia a la descualificacin de las cosas, esto es, a la consideracin de las mismas en el modo de suma de ellas, tendencia que, sin embargo, no puede cumplirse, precisamente porque la mercanca est excluida, y que, por lo tanto, slo puede actuar como elemento de prdida y ruina. Todo esto es lo mismo que se expresa tambin diciendo que la relevancia de un lo mismo, dado que la relevancia hace de ello algn tipo de cosa, produce una especie de cosa en la que todo sera uno, lo cual, sin embargo, no puede ocurrir sino como prdida y ruina, porque el ser no es sino la irreductibilidad de la diferencia. Ello es incluso lo mismo que esto otro: la relevancia de un de . . . a . . . , de una distancia o intervalo o vuelco, da a esa distancia el carcter de lo (por de pronto internamente) uniforme, consiguientemente tambin el de algo en lo que los lmites (por lo tanto en definitiva tambin el de qu y el a qu) son indiferentes, volvindose as en cierto modo bsica la nocin de lo ilimitado, la cual, sin embargo, no puede ser bsica, pues, si lo fuese, nada habra, ya que ser es lmite.

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    Decir el duelo

    Segn lo que hemos expuesto en captulos anteriores, pudiera parecer que cierto camino, diseado aqu a propsito de Pndaro, pero que por nuestras referencias a cosas como el ritmo debe ser de un modo u otro el de todo lo que llamamos mlos, se orienta a algo que, en cambio, en el pos aparece como lo que siempre ya ha quedado atrs. A la vez se ha visto tambin cmo y por qu a la autenticidad de esa orientacin pertenece el que la misma, por as decir, sea su propia ruina. Lo que siempre ya ha quedado atrs debe, en efecto, siempre ya haber quedado atrs. No hay unotodo ntico. El arrancarse frente a las cosas es, como su nombre indica, ruptura con la onticidad misma. Ello, segn todo lo que hemos expuesto, significa que la plis perece, no en el sentido trivial en el que todo pasa, pues lo otro, lo que quedar, en el fondo no puede entenderse si no es por referencia a ella; por ejemplo: el espacio ilimitado es ciertamente lo que para nosotros hay, pero la fenomenologa del mismo conlleva que no puede ser lo primario, pues no es entendible sino como la ya sugerida explosin de la distancia, o, dicho de otra manera, partiendo del espacio ilimitado no sera posible entender que haya en general cosa o cosas (o simplemente que haya) , pues ser es lmite. Puesto que, segn todo lo dicho, el perecer de la plis forma parte

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  • de su misma consistencia, tiene sentido preguntar cmo la plis misma se las ha con ese su carcter de ser su propia ruina; donde acabamos de decir se las ha con cabra tambin decir dice o sabe, entendidos estos verbos en el marco de lo que ya tantas veces hemos dicho sobre la referencia del decir y el saber griegos . Se trata, pues, de dnde y cmo tiene lugar relevantemente el que el retorno mlico no puede alcanzar el punto de partida, el que los dos movimientos no se complementan, digamos: dnde y cmo se hace presente la ausencia de sntesis; Aristteles 12 emple con insistencia la palabra khors (por separado) para caracterizar el modo en que dos principios generales de construccin rtmica (cuya dualidad divide el conjunto del decir relevante griego y precisamente de manera que el pos est de un lado y el mlos del otro) se encuentran ambos en la tragedia, a saber, exhibindose la ausencia de cualquier sntesis de ambos. Cabe, pues, esperar que tambin en cuanto a la trama y la secuencia de figuras o contenidos la tragedia sea eso que hemos llamado la no-onticidad. Si es as, entonces la tragedia ser en el fondo la plis, sin que haga ninguna falta que se ocupe de la plis, y ser incluso muy discutible que, por ejemplo, alguna tragedia sea especialmente poltica por el hecho de que precisamente en esa tragedia creamos ver particulares alusiones a instituciones o conflictos dentro de la historia de la plis.

    Es normal que en la tragedia, como en otras formas del decir relevante griego, los personajes sean figuras que se dan por conocidas. Esto no puede querer decir que deba darse por supuesto un tejido mtico (el mito, la mitologa) de relatos entrelazados unos con otros componiendo una especie de historia sagrada que estara ah. a modo de creencia o similar. Tal tejido narrativo se constituye a partir de comienzos del Helenismo mediante la compilacin y sis-

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    1 2 Potica, 1 449b.

    tematizacin de los contenidos de decires relevantes griegos, y slo desde entonces existe el mito y da mitologa; de suyo la palabra griega que hay detrs de mito no es sino una de las palabras griegas para significar el decir, y no presenta con respecto a lgos diferencias de significado que no estn vinculadas a la aparicin en contextos determinados; no hay el mito y el logos antes del Helenismo.

    Hemos dicho esto porque vamos a tener que asumir que en determinada situacin es ya conocida la figura de Agamenn, y debemos dejar claro que lo es porque est en ciertos decires relevantes anteriores, no porque pertenezca a una cosa llamada el mito. De hecho con alguno de esos decires anteriores nos hemos encontrado ya (cfr. captulo 4) . Una de las cosas que all ocurran es que en Agamenn creamos percibir alienidad con respecto a la muerte; entretanto se habr aclarado algo (captulo 5) qu es lo que se menciona al mencionar la muerte, y quiz ahora podamos entender que precisamente esa alienidad no es nada ajeno a la condicin propia de la muerte misma. En todo caso, con tal alienidad parecen tener algo que ver algunos aspectos de la manera en que Agamenn es personaje en la tragedia de Esquilo que conocemos por su nombre, primera de las tres que constituyen la Orestea13 Por una parte, ciertamente, Agamenn muere en la tragedia sin, por as decir, verse en el trance de encarar la muerte; en cierto modo no muere,

    13 Cada una de las tres tragedias en cuestin es una tragedia, mientras que la Orestea no es una tragedia, sino una triloga. Cierto que del tro de tragedias que por regla haban de comparecer de manera seguida (ms, en cuarto lugar, una pieza con stiros) Esquilo, a diferencia de los otros grandes trgicos, acostumbra a hacer tambin una continuidad argumental o de trama; ahora bien, si esto nos llevase a considerar la Orestea como una tragedia, entonces coherentemente habramos de tratar como fragmentos otras tragedias de Esquilo de las que sabemos que formaban parte de trilogas no conservadas, cosa que con razn no hacemos.

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  • sino que es muerto; llega y se deja conducir, sin saber nada, a la muerte. Ahora bien, lo que en la Ilada era una consecuencia polmica de la contraposicin a Aquiles, ahora forma parte quiz de una profundizacin en la asuncin de la muerte misma, en cuanto que sta es, en efecto, nada. La muerte es ahora el cumplimiento del hecho de que Agamenn sea y haya sido lo que l mismo en la Ilada estaba siendo, a saber, la figura de lo que ya en la llada era la empresa comn y que ahora, al contemplarse en su completud, como empresa realizada, conlleva que lo comn es la muerte, es decir, que el encaminarse a lo mismo se encamina a la no-onticidad. La vaciedad de la figura de Agamenn dentro de la tragedia es la otra cara de ese carcter de muerte de la empresa que l representa. El canto coral que sigue inmediatamente a la entrada del coro (versos 1 04-257) , relatando los comienzos de la empresa, conduce enseguida hasta un omen que el mntis (Calcante) percibe como la figura de la empresa en su conjunto, y no hace falta entonces historia alguna adicional para explicar por qu un dios ha de irrumpir para exigir algo; es la propia figura en cuestin, el qu es de la empresa, lo que comportar la exigencia, por parte de un dios, de que los sjmbola, es decir, las correspondencias entre la figura vista (el omen) y la empresa en marcha, se cumplan consecuentemente. A travs de la lectura que del omen hace el mntis, la empresa se revela como a la vez la muerte, y un dios exige que, en efecto, las consecuencias de ello sean asumidas. El dios no exige que se sacrifique a Ifigenia; slo dice que, si la empresa ha de tener lugar, habr de ser as, en virtud de la consistencia de la estructura revelada en aquella correspondencia (sjmbolon) , porque la empresa no podr tener lugar sino como muerte, y no como alguna muerte incidental, sino como aquella que en efecto disuelve los vnculos y los contenidos; incluso el que la casa de los Atridas sea adecuada para dirigir la empresa no es ajeno a la cadena de monstruosidades que a lo largo

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    de la tragedia se irn descubriendo como constitutivas de la situacin presente. As, en el relato que hace el coro, Agamenn se ver en la situacin en la que todo, tanto lo uno como lo otro, es kr. Se ponen en boca de Agamenn las palabras en las que se dice cmo no puede hacer lo uno y cmo no puede hacer lo otro, y ninguna palabra, en cambio, en la que se articule la aceptacin del sacrificio de Iflgenia1\ como tampoco aparecen palabras en las que el mntis transmita en concreto esa exigencia; el sacrificio mismo, en cambio, se relata con toda brutalidad. Antes, entre la lectura del omen por el mntis y la efectiva ineludibilidad de la kr, un par estrofa-antistrofa expone, desde la perspectiva producida por la evidencia de que lo comn (la dke) emerge en la (no-)figura de la muerte, cul es entonces el modo de referencia a lo siempre ya supuesto. Ciertamente ello, lo siempre ya supuesto, no es lisa y llanamente Zeus, pero Zeus es la nica manera posible de referirse a ello, porque a lo divino antecedente la nica referencia posible es la no referencia. Es esta sobriedad lo que pone a los mortales en el camino del comprender, del conducirse sabiamente. Zeus se identifica as con el principio pthei mthos (versos 1 77- 1 78 y, de nuevo, verso 250) , esto es, que el saber tiene lugar por el soportar, aguantar, sobrellevar, que lo originario no es otra cosa que precisamente el substraerse, que la donacin lo es de la ausencia. En esta lnea debemos entender tambin el estribillo que suena al final de la estrofa y antistrofa primeras y del epodo correspondiente y que podemos traducir aproximadamente as: di el duelo, el duelo, y que (as) se imponga el bien, esto es: el bien consiste en que se sea capaz de decir el duelo.

    Por lo que se refiere a la composicin y contraposicin de las trayectorias que habamos considerado pica y mlica

    1 4 Seguimos la edicin de West (citada en la nota bibliogrfica) , lo cual, para algunos de los detalles que sealamos, es relevante.

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  • respectivamente, la tragedia significa la evidencia de que la quiz esperada complementariedad no ocurre. Esto no es rectificacin alguna, ni a Homero ni a Pndaro; slo es rectificacin a una posible asuncin trivial de ambos. Pues en lo que consiste el acontecer trgico es en que lo que siempre ya queda atrs, en efecto, queda en todo caso ya atrs y nunca es punto de llegada (confirmacin del modelo homrico) y, lo que es lo mismo, en que el a dnde de la referencia del modelo pindrico revela ser la nada, tal como deba ocurrir para confirmacin del propio modelo pindrico, el cual es arrancarse a partir de lo ente, de las cosas, por lo tanto no arrancar en direccin a ente alguno (tampoco, pues, y eso menos que nada, a lo ente total o uno) , de manera que el arrancarse ha de ser quedar en ninguna parte, encontrar nada.

    Puesto que lo divino antecedente significa aquel en todo caso ya haber quedado atrs, lo que ahora se est haciendo valer es ese categrico haber quedado atrs, no ser, y, por lo tanto, la exclusividad del principio Zeus, a saber, Zeus como la nica referencia que queda en pie, lo cual no deja de ser una manera de reconocer lo otro, pero de reconocerlo precisamente como otro; Zeus es incluso la nica posible referencia a eso otro. La tragedia ha de representar esto; para ello ha de poner de algn modo en escena lo uno y lo otro y el que lo otro quede abarcado en la referencia a lo uno; ha de escenificar, pues, algo que escnicamente tendr de alguna manera el aspecto de una conciliacin e integracin. Es un malentendido con el que el poeta ha de lidiar. Tambin Las eumnides (tercera tragedia de la Orestea) tiene por contenido la no-sntesis. El punto de vista integrador aparece al comienzo de Las eumnides en el discurso de la Pitia de los versos 1 a 35, discurso que es inmediata y violentamente desautorizado por lo que, segn la propia Pitia descubre y atestigua, est ocurriendo. El conflicto en la esfera de lo divino es conducido a que sea un tri-

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    bunal mortal quien decida. En efecto, el que el substraerse sea la muerte hace que la limitacin de los dioses en cuanto que siempre ya queda algo atrs sea a la vez su limitacin frente a lo mortal, su incapacidad para la muerte; por eso alguien que de alguna manera prolonga la generacin dejada atrs, a saber, Prometeo, pasa por prximo a los mortales, siendo l mismo un dios. Ahora bien, en Las eumnides, constituido el tribunal mortal, la propia escena trgica hace uso de los medios pertinentes para hacer notar que la solucin integradora en verdad no se logra, sino que ese modo de presentacin se alcanza slo mediante una trampa o golpe de mano; ello sera cierto incluso si debiese leerse que Aterra deshace el empate, pero es que, adems, muy probablemente no es as, sino que el propio empate es debido a que la diosa (en todo caso parte en el conflicto, ya que es uno de los dioses vigentes) aade su voto1 5

    Volvamos por un momento a la caracterizacin general del acontecer trgico, esto es, de lo que tiene lugar en la celebracin trgica. A propsito de lgen y poein, ya desde el captulo 1 , hemos insistido en cierto habrselas con y andar con en el cual cada cosa es lo que es, el cual por lo tanto lleva a cabo la cosa; el zapato se cumple en el pisar seguro (que precisamente no presta atencin al zapato) ; ese llevar a cabo y cumplir se dice en griego peranen. La pls es quiz un asunto substancialmente ms complejo y problemtico que un zapato, porque es la relevancia de lo siempre ya supuesto en cuanto que esa relevancia es a la vez su propia prdida (cfr. captulo 6) ; la relevancia en cuestin, segn dijimos, no es algo que pueda simplemente no ocurrir en absoluto; ella tiene el carcter de la desmesura, de la hjbris; es, segn todo lo que hemos expuesto, no cualquier desmesura, ni una desmesura entre otras, sino precisamente la desmesura que hay en que sea la medida misma lo que comparez-

    15 Cfr. mi El saber de la comedia, ya citado, p. 7 1 , incluyendo nota.

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  • ca, por lo tanto la purgacin (ktharsis) , no en el sentido de que la medida se restaure, sino en el de que la comparecencia de la medida misma como tal es desmesura y, por lo tanto, slo como desmesura, slo comportando su propia prdida, slo en el duelo, tiene lugar la comparecencia de la medida. Con esto, que es la plis, es decir, algo quiz ms escurridizo que un zapato, la propia plis se las ha (es decir: peranei eso) en la celebracin trgica16

    En la tragedia de Esquilo conocida como Siete contra Tebas (anterior a la Orestea y que seguramente formaba parte de una triloga para nosotros perdida) se representa de entrada una situacin que el coro, en su entrada, parece asumir como de disolucin y hundimiento. Parece, por el texto, que las mujeres que componen el coro hacen, entre otros movimientos, algo parecido a abrazarse a las estatuas de los dioses. No es la nica ocasin en la que el decir griego representa en mujeres aquel carcter de -de todos modos- substraerse que hay en la comparecencia de lo comn y siempre ya supuesto17 Y la bsqueda del contacto directo con los dioses, de la abolicin de la distancia, significa que el espacio abierto de la plis se cierra. La actitud de suplicante, a la que el gesto al que se acaba de aludir es prximo, expresa el reconocimiento del no tener ya morada; por eso el suplicante es, desde el punto de vista de la plis misma, alguien en cierta manera sagrado. En la tragedia que ahora estamos comentando, Eteocles se opone enrgicamente a esa actitud de mujeres de su propia comunidad; mantiene el principio nmos y, por lo tanto, la distancia y la medida. Coincidentemente con esto, la amenaza de disolu-

    16 El mismo pasaje de la Potica de Aristteles que hemos citado a propsito de khors es tambin el que dice que la tragedia peranei la ktharsis. En contra de lecturas habituales, el pasaje no dice nada de estados de nimo ni estados de la mente; cfr. al respecto mi El saber de la comedia, captulo l .

    1 7 Cfr. mi El saber de la comedia, captulo 1 O.

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    cwn, el ataque aparentemente externo, es representada de entrada como un recital de desmesura, una secuencia de monstruos, desafiadores de los dioses. Esto va modificndose en el avance de la presentacin de los atacantes a la vez que, en ese mismo avance, Eteocles va revelando su propia verdadera naturaleza. Los dos ltimos de los siete atacantes son peculiares. El sexto es un mntis, el cual, en efecto, echa en cara a los otros seis su sinrazn, pero la suposicin de que el mntis no tomar las armas se revela falaz en la medida en que va ponindose tambin de manifiesto que lo monstruoso no viene de fuera, sino que est en la propia substancia. Finalmente, el sptimo es Polinices, el hermano de Eteocles, y, por ms que Polinices sea el otro y el excluido, en vano se buscar la disimetra: Eteocles, que ha asignado un contrario a cada uno de los otros seis, elige ser l mismo quien se enfrente a su hermano, ambos estn dispuestos a matar al otro y, notablemente, ninguno de los dos da seales de que prevea sobrevivir al otro. En el fondo, Polinices no es sino el propio Eteocles. Se matan el uno al otro de manera simultnea, porque la operacin del uno es la del otro. La muerte hace quiz posible lo comn, pero no porque lo libere de un linaje maldito, sino porque no habra plis sin eso maldito y la correspondiente muerte. Lo comn es la muerte del doble hroe.

    Los versos transmitidos como los ltimos de Siete contra Tebas, a partir del 1 004, son muy probablemente una adicin posterior, como lo son tambin aquellos elementos de versos precedentes que comportaran la presencia de Antgona e Ismena en esta tragedia; no estn en absoluto, y las que luego se aaden, ciertamente, no son las de Sfocles. En cambio, la Antgona de Sfocles s representa una continuacin del problema esquleo en una tragedia distinta. Para la persistencia de lo comn, es preciso que Eteocles pueda ser distinguido de Polinices, y en ello se empea Creonte como representante de lo comn; con ello l mismo cae en la rui-

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  • na, inherente a la relevancia de lo comn. La ruina de Creonte no es nticamente la muerte, y quiz por ello es ms autnticamente la muerte; Creonte queda instalado (es decir: no-instalado) en aquel ilimitado, uno y otro y otro, al que hemos aludido como a resultado de la relevancia de la distancia (cfr. final del captulo 6) y sobre el que todava volveremos. Otro caso es el de quien se ha enfrentado a Creante reivindicando el igual derecho de la otra cara (esto es: de la cara otra) ; su posicin avisa del siempre ya haber quedado atrs inseparable del proyecto de la relevancia del nmos; una vez ms, se trata de una mujer, y con lo ya dicho al respecto rima el que esa condicin la capacite para constituir (no-)referencia a aquello a lo que no puede haber referencia; aqu la muerte no es ni siquiera el resultado de significar la esfera comn, porque de Antgona no puede decirse sin ms que signifique eso; ms bien avisa del siempre ya haber quedado atrs, avisa del retirarse, el substraerse, la ausencia; en calidad de