TALLER DE

L os rayos de sol que lo-gran filtrarse por la ven-tana impactan con pesa-dez enmi nuca. Es me-dioda y a travs del amarillo apa-gado que impregna la habitacinpuedo recordarte sin esfuerzo.Las voces del exterior se me ase-mejan al constante zumbido deunamosca cuando intento con-ciliar el sueo, desesperante, in-diferente, ajeno, y los recuerdosse me nublan, el presente se menubla como si no estuviera ahoramismo ahogndome enmis re-cuerdos en esta sala, como si ver-daderamente fuera tu mano laqueme est tocando y tu voz,aquella que me habla, con tutono a medias entre la sorpresa yel desencanto, como si te acaba-ras de despertar por la maana,aunque fueran las dos de la tardey caminaras de mi mano por ca-lle Larios.Sola admirarte en silencio

cuando cerrabas los ojos y levan-tabas la cabeza, mientras seguasandando, sonriendo dbilmente,la luz cayendo sobre tu pelo rojoy t, lnguida, alcanzabas a mi-rarme de soslayo como si com-prendieras que yo no poda en-tender el placer que encontrabasen aquello, y me perdonaras.Tu risa cayendo sobre m como

unameloda. Ahora solo oigo elsonido del ventilador que cuelgadel techo, en estas paredes deplata que hacen retumbar tuimagenms de lo que habra sos-pechado. El calor se pega a migarganta y me impide respirar,me llevo la mano a la boca y tratode buscar el aire que creo quemedej en la casa, junto a tu cuerpoinmvil en la alfombra. Pero nosoy capaz de pensar en eso. Noahora ni aqu.Los objetos de esta sala pare-

cen brillar de una forma extraa,todo en este lugar me resulta di-ferente de lo que he visto antes,como si su consistencia se hu-biera asimilado a la ma, fangosaen el recuerdo y resguardada enuna esquina de mi conciencia, ala espera de volver a oler tu pelorecin salido de la ducha, cuandoel vaho anmarcaba el caminopor el que habas pasado, como

una fatalidad. La sensacin de te-nerte a mi lado y no tenerte ja-ms, la angustia de saber que ibasa estar pegada a mi ser como unamaldicin pero que nunca ibas aser ma de verdad. Un velo oscu-

ro se expande sobre mis ojos, unlquido negro, espeso como el al-quitrn, se expande por todosmis msculos cegndome la ra-zn y oigo tu voz de nuevo,como la o aquella noche. Qu

ests haciendo. Sin sorpresa, sinalarma, solo con la entereza dequien est viendo sus ltimasimgenes. Pero nome permitopensar en eso. No ahora ni aqu.Oigo un chasquido y vuelvo a

IRENE ALCUBILLA Mlaga, 1991. Estudia segundo de Filologa Hispnica en la UMA.Amante de la escritura, ha ganado el primer premio del IX Certamen andaluz de escritoresnoveles del Pacto Andaluz por el Libro.RELATOS

Marea

notar el suelo bajo mis pies. Apo-yo las manos sobre la mesa y lanoto fra en contacto conmi pielardiendo. Miro hacia todos los la-dos posibles. Est impoluto. Im-poluto y vaco y me pregunto sinprisa cunto tardar en venir al-guien, me pregunto cuntotiempo llevo ya aqu, a solas conmi memoria y no soy capaz derecordar. Me trajeron sin muchaceremonia y ahora esperan fue-ra, hablando sobre m, sobre loque han visto, sobre lo que sabeny lo que no ymiden sus futuraspalabras al milmetro. Probable-mente hayan observado cada pe-queomovimiento de mi cuer-po, mis facciones y se crean queme conocen. Intento visualizarsus caras pero no puedo. Intentorecordar cualquier mnimo deta-lle de lo que ha ocurrido en lasltimas horas y soy incapaz.Es la misma spera incapaci-

dad queme atormenta cuandointento rememorar la ltima pa-labra que te dije, tu ltimo gestocuando, baada en unmar rojo,memiraste como si nome estu-vieras viendo. Aquella soledadque se apoder de mis huesos enel mismomomento en el que tuslabios se entreabrieron, despren-dindose de la ltima gota deaire que posean y tu bellezablanquecina se me hizo ms ver-dadera que nunca, ms dolorosaque nunca.La puerta se ha abierto brusca-

mente y la observo tambalearsean, mientras me escupen pala-bras en la cara, como si temblaratras la irrupcin del polica. Eltiempo, que se haba extendidode forma desigual durante los se-gundos que esper a que entra-ran, parece haber adquirido aho-ra una consistencia espesa. Pocoa poco voy recobrando la con-ciencia, la certeza de donde es-toy, me noto los dedos de lamano, la tirantez del cuello y lossonidos se vanmaterializandodelante de m: me acusan de ase-sinato y me piden que declare.Los gritos. La comisara. La

sensacin de haberte perdidomucho antes que ahora. Esbozouna sonrisa melanclica:No tengo nada que decir.

:: ILUSTRACIN: JAVIER MUOZ

Lunes 29.08.11EL CORREOV78

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