luiz ruffato en avianca en revista (diciembre 2011)

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114 Avianca en revista Viajes : Travels Relato de POR LUIZ RUFFATO ILUSTRACIÓN: AUGUSTO GUTIÉRREZ En este relato, Juan de Cartagena —uno de los capitanes de la flota de Fernando de Magallanes— explica a sus seres queridos un episodio ocurrido durante la primera circunnavegación exitosa alrededor del planeta en el siglo XVI. Queda demostrada la obstinación del explorador por descubrir el punto exacto donde se encuentran los océanos Atlántico y Pacífico. Juan de Cartagena

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114 Avianca en revista

Viajes : TravelsViajes : Travels

Relato de

Por Luiz ruffatoiLustración: augusto gutiérrez

En este relato, Juan de Cartagena —uno de los capitanes de la flota de Fernando de Magallanes— explica a sus seres queridos un episodio ocurrido durante la primera circunnavegación exitosa alrededor del planeta en el siglo XVI. Queda demostrada la obstinación del explorador por descubrir el punto exacto donde se encuentran los océanos Atlántico y Pacífico.

Juan de Cartagena

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uerto San Julián, septiembre 13 de 1520

Estimada esposa, estimados hijos,

Probablemente nunca leerán estas lí-neas, pero las escribo porque deseo explicarles las razones de mi acto –por muchos considerado cobarde– de aliar-me con los capitanes Luis Mendoza y Gaspar de Quesada en una rebelión contra las órdenes del capitán general Fernando de Magallanes.

Hace un año, cuando zarpamos de Sanlúcar de Barrameda, nada sabía-mos sobre el objetivo de nuestra expe-dición. Fuimos informados, apenas en unos pocos encuentros preparatorios, que buscaríamos alcanzar las Islas Es-peciarias, navegando rumbo al oeste. Luego de detenernos en Santa Cruz de la Palma, pasamos a lo largo de Cabo Verde y bordeamos la costa de Guinea, iniciando así la interminable travesía por el océano Atlántico: dos meses y medio en aguas no siempre amigables,

ni siempre hostiles. Avistamos enor-mes ballenas, y a veces hasta creímos observar extraños animales marinos, fruto tal vez del tedio y la soledad que desaniman hasta la mejor de las cama-raderías. El azul del cielo se confundía con el azul del agua, y las blancas nu-bes con la blanca espuma de las olas.

Finalmente, el día 13 de diciembre desembarcamos en la bahía de Guana-bara, cuya belleza –prueba incontesta-ble del grandioso proyecto de Dios– nos maravilló. Luego de descansar y re-abastecer los navíos con agua y víveres, retomamos el viaje. El día 31 de marzo, ignorando nuestras protestas, el capitán general decidió anclar, durante todo el invierno, en una bahía rocosa de aguas tumultuosas, provocando gran indigna-ción entre los tripulantes. El Domingo de Pascua, aprovechando el silencio y la oscuridad de la noche, subimos a bordo del navío San Antonio y tomamos preso al capitán Álvaro de Mezquita. Con el apoyo de los capitanes Luis Mendoza, del Victoria; Gaspar de Quesada, del

Concepción; y Sebastián Elcano, quien asumiría el control del San Antonio, en-viamos un negociador al Trinidad, soli-citando respetuosamente que el capitán general se reuniera con nosotros para elaborar conjuntamente una nueva ruta en dirección a las Islas Especiarias, ya que estábamos preocupados por el futuro de nuestro emprendimiento.

Lo que sucedió entonces fue una serie de traiciones que demuestran el carácter autoritario y vil del capitán general. Deslealmente, se apoderó del bote del negociador y designó cinco personas de confianza quienes, sin dar oportunidad para la negociación, invadieron el Victoria y degollaron al comandante Luis Mendoza. Otros 15 hombres, liderados por Duarte Barbo-sa, conquistaron el navío y asumieron su control. Para evitar más derrama-miento de sangre, nos rendimos, espe-rando la benevolencia del capitán ge-neral. Él, sin embargo, dejó aflorar su sed de venganza y ordenó la ejecución del capitán Gaspar de Quesada quien,

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desafortunadamente, reaccionaría con violencia, contraatacando al maestre Floriaga e hiriéndolo de muerte. Este evento terminó condenándome a mí y al bondadoso Padre Reina al destie-rro en este punto perdido del océano Atlántico, rodeados por la renombra-da tribu de los indios patagones.

Difícilmente volveré a verte, que-rida esposa, o a verlos, amados hijos, pero quiero dejar registrado aquí, confiando en el juicio de la poste-ridad, este relato fiel acerca de los comportamientos desmedidos del capitán general Fernando de Ma-gallanes, su incapacidad para el manejo de los subordinados, y su in-comprensión de los más elementales principios de cosmografía y navega-

ción. Tal vez no sobreviva, pero mi satisfacción es saber que si el mar es grande, y es enorme la ambición humana, es aún mayor la sabiduría divina. A esta hora, si los tripulantes no se han sublevado contra el capi-tán general y están regresando a un puerto seguro, los navíos pueden ya haber sucumbido a las tempestades y tormentas que se avecinan.

Juan de Cartagena, esposo fiel y padre cariñoso.

Nota final: contrario al vaticinio de Juan de Cartagena, el viaje continuó, aunque no sin numerosos contratiem-pos. Antes de descubrir –el 1 de no-viembre de 1520– el estrecho que lleva su nombre y que conecta las aguas del

océano Atlántico con el océano Pací-fico, Fernando de Magallanes sufrió el naufragio del navío Santiago y en-frentó la deserción de los tripulantes del San Antonio. Con los tres navíos restantes alcanzó, en marzo de 1521, las Islas Marianas, para luego morir, el 27 de abril, abatido por nativos de la isla de Mactán, en las Filipinas. Sebastián Elcano asumió entonces el comando de la flota. Luego de hundir el Trinidad y de incendiar el Con-cepción, retomó el viaje de regreso a España en el Victoria. El 18 de mayo bordeó el cabo de Buena Esperanza, y el 5 de septiembre llegó finalmente a Sanlúcar de Barrameda, con ape-nas 18 de los 250 tripulantes que ini-ciaron la expedición.