los romanticos alemanes

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Los románticos alemanes Novalis, Wackenroder, Hoffmann, Von Kleist, Schlegel Estudio preliminar y selección de Ilse M. de Brugger

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Los romnticos alemanes

Los romnticos alemanesNovalis, Wackenroder, Hoffmann, Von Kleist, SchlegelEstudio preliminar y seleccin de Ilse M. de Brugger

biblioteca bsica universal 24centro editor de amrica latinaLos derechos de la versin castellana de El puchero de oro de Hoffmann pertenecen a Editorial Labor S. A., la que ha dado el correspondiente permiso para su publicacin.Ilustracin de tapa: Paisaje con rboles verdes de Maurice Denis. 1978 by Centro Editor de Amrica Latina S. A.

Edicin digital de urijenny

ndice

5Estudio preliminar

5I

7II

10Los discpulos en Sas

10Novalis

101. El discpulo

142. La Naturaleza

27La extraa muerte del pintor Francesco Francia,

HYPERLINK \l "_Toc145056051" conocidsimo en su poca

HYPERLINK \l "_Toc145056052" y el primero de la escuela lombarda

27Wilielm Heinrich Wackenroder

31El discpulo y Rafael

31Wilielm Heinrich Wackenroder

34El puchero de oro - Un cuento de hadas moderno

34E. T. A. Hoffmann

34Velada primera

37Velada segunda

43Velada tercera

47Velada cuarta

51Velada quinta

57Velada sexta

62Velada sptima

67Velada octava

72Velada novena

78Velada dcima

82Velada onceava

86Velada doceava

91Sobre el teatro de tteres

91Heinrich Von Kleist

97Fragmentos

97Friedrich Schlegel

101Contraportada

Estudio preliminarI

Los alemanes son algo as como las tropas de exploracin del ejrcito del espritu humano: avanzan por caminos nuevos y ponen a prueba medios desconocidos. Cmo no nos interesara saber qu es lo que dicen a su regreso de los viajes a lo infinito?

Estas palabras de Madame de Stal en su libro De la Alemania (1810) procuran caracterizar el papel desempeado por la literatura y filosofa germnicas en la poca de oro que va desde 1770 hasta 1830, aproximadamente. Se trata de la llamada poca de Goethe, cuyos aportes a la cultura nacional y universal son tanto ms abundantes y frtiles cuanto que el pensar y el poetizar se mantienen en estrecha vinculacin con una gran preocupacin por el hombre como ser vivo, como portador de humanidad. Se ha dado a la edad el nombre de Goethe porque ste, con la universalidad de sus intereses, es la figura ms destacada de esas dcadas y porque en su obra se reflejan, directa o indirectamente, las principales tendencias de la poca. A primera vista, la pujanza espiritual del ltimo tercio del siglo XVIII, el polifnico coro de voces importantes, la rica produccin literaria, resultan sorprendentes, sobre todo cuando se piensa en el atraso cultural sufrido por Alemania a consecuencia de varios hechos: la guerra de los treinta aos (1618-1648). Que dej al pas en ruinas; el sistema de divisin territorial, que implicaba la falta de un centro cultural como lo eran Pars y Londres; la ausencia de una capa social lo bastante representativa para ser portadora de la cultura, y, finalmente, el insuficiente desarrollo del idioma alemn para aprehender la vida moderna con versatilidad y flexibilidad.Los prohombres de la Ilustracin haban hecho ingentes esfuerzos para subsanar estas deficiencias. Pero su espritu a veces demasiado ortodoxo y racional, su tendencia demasiado pronunciada a imitar los modelos franceses, impidieron el hallazgo de contenidos y formas que hubieran armonizado con la idiosincrasia del pueblo alemn. Sin embargo, las fuerzas anmicas reprimidas se fueron abriendo paso. Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) haba sealado nuevos caminos en sus trabajos tericos, sobre todo en Laocoonte (1766) y en la Dramaturgia hamburguesa (1769). Substituy la preceptiva clasicista por la crtica moderna, que parte de la obra misma y sus leyes intrnsecas. A travs de sus dramas maestros: Minna von Barnhelm (1767), Emilia Galotti (1772), y Natn el sabio (1779), demostr que el teatro alemn era capaz de ofrecer obras dignas que por sus temas y formas apelaban a los sentimientos y al entendimiento del pblico. Por otra parte, Friedrich Gottfried Klopstock (1724-1803) emocion a los contemporneos con su Mesada (desde 1748) y sus Odas. En sus poemas vibraba un sentimiento de oposicin al mero intelecto y se vea al Mundo y al hombre con admiracin religiosa, dentro de las conexiones csmicas. El espritu libre e impertrrito de Lessing y la expresividad apasionada de Klopstock dieron los primeros estmulos a una juventud ansiosa y desorientada, tanto en su visin general de! Mundo como en su bsqueda de nuevos contenidos y formas poticas. Y entonces sobrevino, casi de improviso, una revolucin espiritual que segn lo ha sealado Korff intentaba, al igual que la Revolucin Francesa, la completa renovacin del hombre occidental. Korff distingue, como grandes tendencias nacidas de la preocupacin por el hombre, su papel en el mundo, y su misin de artista:1 ) El Sturm und Drang, movimiento que a partir de 1770 representa una especie de despertar en el mbito de las letras.2) E! clasicismo de Weimar, caracterizado sobre todo por su concepto de humanidad, que estaba afianzado en postulados ticos y estticos, tal como se refleja en las obras maduras de Goethe y Schiller.3) El romanticismo, movimiento muy complejo que encierra toda una nueva visin de la vida. Aun cuando en apariencia se opone al clasicismo, sus planteos y logros presuponen los estmulos de las tendencias anteriores, de modo que las tres juntas Sturm und Drang, clasicismo, y romanticismo constituyen un todo orgnico, una especie de campo de fuerzas en cuyos centros se halla la preocupacin por el hombre.El nombre de aquel famoso movimiento (en traduccin literal y no del todo adecuada, Sturm und Drang sera tormenta e mpetu) fue tomado de un drama de F. M. Klinger cuyo primer ttulo haba sido Confusin (Wirrwarr, 1776). El grupo, que se ncleo primero en Estrasburgo alrededor de Johann Gottfried Herder (1744-1803), segn Martini el mximo estimulador en la historia del espritu alemn, y luego en Francfort del Meno y Weimar alrededor de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), se destac por su mpetu juvenil y desbordante. Fue significativo el que sus integrantes provinieran de diferentes regiones de Alemania y de capas sociales muy distintas: el joven de rancio abolengo se codeaba con el hijo del proletario. Su rebelin se dirigi tanto contra el riguroso predominio de la razn a la cual se opusieron los poderes irracionales del corazn como contra la estrechez de la vida poltico-social, contra los tabes y normas que trababan la existencia burguesa e impedan el libre desarrollo del individuo en su carcter de hombre ntegro. Estos jvenes lanzaron sus hostiles gritos contra uno de los peligros mximos de la edad moderna: la funcionalizacin del hombre.El ilimitado subjetivismo del Sturm und Drang, junto con la conducta a veces extravagante de algunos de sus integrantes, as como su rechazo de toda forma objetiva, condenaron al movimiento en s a un temprano fin. Sus aportes ms interesantes en el dominio de las letras pertenecieron al drama, muchas veces en forma abierta y por lo general carente de estructuras definidas. En el orden potico, el Sturm und Drang sobrevive sobre todo gracias a la produccin genial de Goethe y Friedrich Schiller (1759-1805), quienes manifestaron en sus primeras obras las ansias fundamentales del movimiento juvenil. (Con respecto a Goethe y su posterior evolucin hacia el clasicismo de su larga permanencia en Weimar vase el Estudio preliminar de Ricardo Weber al Fausto publicado en esta misma biblioteca bsica universal 13).Goethe y Schiller trataron de contraponer al espritu revolucionario-individualista (espritu del que haban participado en un primer momento) la imagen de una humanidad que se desarrollara en armoniosa cooperacin entre naturaleza y cultura, entre disposicin personal y obligacin social. Para poder hacerlo procuraron elevarse cada uno dentro de su modalidad por encima de las preocupaciones cotidianas mediante un autodominio consciente y gracias a su fe en determinados valores supratemporales y supracionales, aunque sin perder de vista los problemas que plante el momento histrico. Tambin en sus obras se reflejaron desde temprano los logros y las amenazas espirituales de una edad de creciente individualismo, con su repercusin en los campos poltico, social, intelectual y artstico. Se fue abriendo cada vez ms la grieta profunda entre el Mundo real y el soado, entre las inquietudes del yo y la coaccin externa. Mas esta oposicin que Goethe y Schiller an trataron de superar en forma positiva, se fue convirtiendo en interrogante atormentado para la generacin siguiente, de cuyas filas surgi el romanticismo como ltimo movimiento del idealismo alemn. Entre una y otra tendencia por cierto no del todo irreconciliables se debatieron, sobre todo, tres autores solitarios: Jean Paul Richter (1763-1825), Friedrich Hlderlin (1770-1843) y von Kleist (1777-1811).

IIEl romanticismo alemn ha tenido, fuera de su significado para las letras propiamente dichas, una gran influencia en varios campos del saber. Es fcil observar que sus mltiples planteos religiosos, filosficos, cientficos, estticos acuaron tambin, de manera inconfundible, su produccin potica. A veces, en un sentido positivo, ampliando horizontes; otras veces, con resultado no del todo satisfactorios, ya que los fines demasiado ambiciosos impidieron la configuracin de obras acabadas. Las ansias de infinitud de los poetas, su bsqueda de lo inefable, su deseo de apresar la vida en su totalidad y sus complejas disquisiciones tericas (sobre todo las de la primera generacin) superaron, de tanto en tanto, las posibilidades artsticas y los trabajos quedaron truncos. Pero aun as, el romanticismo alemn ha sido y sigue siendo un surtidor de estmulos fructferos, entre los cuales podran enumerarse su inters por el sueo y el inconsciente, su insistencia en el mito, en la unidad psicofsica del hombre, en las analogas entre Naturaleza y espritu, los logros del pasado, la cultura universal, la fantasa creadora y su empleo de los medios modernos de la irona y el grotesco, de nuevos matices expresivos, etc.. Igualmente, el movimiento, que tuvo su mayor desarrollo entre 1794 y 1830, nos ha dejado poemas y obras literarias sumamente atractivos.El poeta ms sensible y profundo del romanticismo alemn fue Novalis (Friedrich von Hardenberg, 1772-1801), un espritu de gran vuelo, a quien debemos tambin la creacin del smbolo romntico por antonomasia: el de la flor azul, que corporiza el fin nunca alcanzado y siempre anhelado tal como lo representan el amor y la poesa. Los discpulos en Sas (Die Lehrlinge zu Sais) es un fragmento del cual se transcriben aqu algunas de sus pginas ms importantes. El poeta combina una accin externamente pobre con una gran intensidad del sentimiento para explorar los reinos desconocidos de la Naturaleza y del espritu con la finalidad de obtener conocimientos autnticos sobre la esencia humana. El discpulo que busca revelaciones en el Mundo circundante las encontrar al fin en su propio fuero ntimo. El viaje externo termina con el retorno hacia s mismo. As lo ensea el cuento de Jacinto y Rosaflor (Hyacinthe y Rosenbltchen), narrado con potica ingenuidad.Mientras que Novalis insisti en las relaciones entre poesa, filosofa y ciencias naturales, contemplndolas desde un punto de vista eminentemente religioso, el joven Wilhelm Wackenroder (1773-1798) se entreg de lleno, sin consideraciones tericas, a su ferviente entusiasmo por el arte concebido como inspiracin divina. Sus Desahogos de un fraile amante del arte (Herzensergiessungen eines kunstliebenden Klosterbruders 1797), fueron publicados bajo su nombre y el de su amigo Ludwig Tieck. Pero la mayora de las piezas reunidas en este tomito programtico pertenecen a Wackenroder y revelan claramente el santo respeto que le merecan los problemas del arte occidental renacentista, no slo los italianos sino tambin Durero. Podra parecer que para Wackenroder el arte lo fuera todo y constituyera una gloria perfecta para sus favoritos. Sin embargo, nuestro autor present un caso muy distinto en la narracin dedicada a la vida del msico Berglinger, quien es el prototipo del artista desdoblado, presa de un hondo desgarramiento.Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), cuya fama mundial ha sido considerable, es otro de los tpicos escritores romnticos. En l se combinan la descripcin realista y la visin fantstica. El puchero de oro (Der goldene Topf), que data del ao 1813, se considera como el cuento artsticamente ms perfecto de Hoffmann. En este largo relato, de rasgos ora fantsticos, ora grotescos, la accin se mueve sobre dos niveles: el de la vida cotidiana con sus exigencias y ansias mezquinas y el de la fantasa con sus ideales imperecederos y su visin de un futuro en el cual se unirn el amor y la fantasa, en tanto que el espritu triunfar al lado del sentimiento. Hoffmann llev a su culminacin las posibilidades del relato romntico justamente con su tcnica de vincular sucesos ordinarios con los aspectos nocturnos de la existencia. De l parte una lnea directa que conduce a Poe, Baudelaire, Horacio Quiroga, y no resulta difcil reencontrar algunos rasgos suyos en el mundo kafkiano.Pero l no fue, por cierto, el nico en advertir los peligros que acechan al hombre en el Mundo moderno, cada vez ms hostil para la supervivencia del individuo como persona ntegra. Heinrich von Kleist (1777-1811) expuso con impresionante insistencia el problema del ser humano, para el que el mundo en donde vive ha perdido seguridad. Kleist no fue un romntico en el sentido estricto de la palabra. Su arte solitario debe ubicarse entre el clasicismo y el romanticismo. Pero tuvo vnculos personales muy fuertes con algunos romnticos destacados. Fue, en primer trmino, poeta dramtico y su prosa magistral se caracteriza por su concentrada densidad y su ritmo de dramtico avance. Su nota Sobre el teatro de tteres (ber das Marionettentheater) data del ao 1810 y se la considera actualmente como una de las pginas ms importantes de Kleist, quien opone en ella al hombre moderno, privado de gracia y espontaneidad, el ttere, que tiene su centro de gravedad dentro de s, tal como se observa en el animal. Pero el hombre no puede animalizarse sino que deber divinizarse; su camino hacia la inocencia conduce a travs del conocimiento desarrollado al mximo, es decir, el hombre algn da tendr que poseer una conciencia infinita para as recuperar su gracia perdida.Con cierta frecuencia las ideas de los romnticos fueron expresadas mediante aforismos, gnero que haba tenido una gran evolucin en el siglo XVIII, gracias sobre todo a la chispa y mirada perspicaz de Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799). Friedrich Schlegel (1772-1829), el crtico ms inteligente y universal del romanticismo alemn, expres sus ideas en numerosos aforismos o fragmentos. Gran parte de ellos fueron publicados en la revista Ateneo, entre ellos el N 116 que siempre se ha considerado como programtico. Ah Schlegel expresa lo que es para l la poesa romntica: Una poesa universal progresiva.

Con la transcripcin de ste y otros fragmentos suyos hemos intentado dar una idea inicial de algunos de los temas que ms lo preocupaban y cuya importancia para el desarrollo de las teoras romnticas dentro y fuera de Alemania es indiscutible.Hemos debido recurrir a las traducciones castellanas ya existentes de determinadas obras. Este hecho nos impidi, tambin, incluir otros trozos acaso ms significativos. Pensamos, por ejemplo, en los cuentos de Tieck, Brentano, y Arnim, y en Las vigilias de Bonaventura. En este aspecto queda por llenar una laguna muy extensa. En las letras de idioma castellano, el romanticismo alemn es todava un gran desconocido en lo que se refiere a su vasta produccin potica, digna de ser difundida no slo por su valor esttico-histrico sino por sus enfoques sugestivos tambin para el Mundo actual.Ilse M. de BruggerLos discpulos en Sas

Novalis

Die lehrlinge zu Sais, 1798. Traduccin de Violeta Can.

1. El discpulo

Los hombres marchan por distintos caminos;

quien los siga y compare ver surgir extraas figuras;

figuras que parecen pertenecer a aquella escritura difcil y caprichosa

que se encuentra en todas partes:

sobre las alas, sobre la cscara de los huevos,

en las nubes, en la nieve, en los cristales, en la configuracin de las rocas,

sobre el agua congelada dentro y fuera de las montaas,

de las plantas, de los animales, de los hombres,

en los resplandores del cielo,

sobre los discos de vidrio y de resina, cuando se frotan y se palpan,

en las limaduras que se adhieren al imn

y en las conjeturas del azar...

Se presiente la clase y la gramtica de esa escritura singular;

pero dicho presentimiento no quiere concretarse a un trmino,

ni adaptarse a una forma definida;

y parece no acceder a convertirse en la clave suprema.

Dirase que algn alcahest se ha extendido sobre los sentidos de los hombres

cuyos anhelos y penas aparentan, slo por momentos, fijarse de modo preciso.

As nacen sus presentimientos;

mas, a poco, todo revolotea ante sus ojos, como en lo pasado.

O decir, a lo lejos, que la incomprensibilidad

no era ms que el resultado de la ininteligencia;

que esta ltima buscaba lo que ya tena

y, de esa manera, no poda encontrar nada ms all.

No se lograba comprender la palabra, porque la palabra no se comprenda,

no quera comprenderse ella misma.

El Snscrito verdadero hablaba por el placer de hablar

y porque la palabra era su esencia y su alegra.

Poco tiempo despus, se dijo: la Sagrada Escritura no necesita explicacin.

El que enuncia la Verdad tiene plenitud de vida eterna,

y todo lo que ha escrito nos parece prodigiosamente unido a misterios autnticos,

pues es un acorde de la sinfona del Universo.

Sin duda alguna, la voz hablaba de nuestro Maestro,

ya que l rene todos los rasgos esparcidos por doquier.

Singular resplandor enciende su mirada

cuando las Runas sublimes se despliegan ante nosotros

y puede l atisbar, en nuestros ojos, la aparicin de la estrella

que debe permitirnos ver y comprender la Figura.

Si nota que estamos tristes y que las tinieblas no se disipan

nos consuela y promete mejor fortuna al vidente asiduo y fiel.

A menudo nos ha contado cmo, en su infancia,

el deseo de ejercitar sus sentidos, de ocuparlos y satisfacerlos, no le daba tregua.

Contemplaba las estrellas y, sobre la arena, imitaba su posicin y su curso.

Miraba, sin cesar, en el ocano del aire;

no se cansaba de admirar su diafanidad, sus movimientos, sus nubes y luces.

Reuna piedras, flores, insectos de toda especie, y los colocaba ante l,

alinendolos de mil diversas maneras,

Examinaba a los hombres y a los animales.

Se sentaba a la orilla del mar y buscaba conchillas.

Escuchaba con atencin la voz de sus pensamientos y de su corazn.

No saba hacia dnde lo impulsaba su deseo.

Cuando tuvo ms edad, err por el Mundo,

visit otras tierras, otros mares, otros cielos.

Vio rocas nuevas, plantas desconocidas, animales, hombres.

Penetr en cavernas

y supo por cuntas estratificaciones diversas estaba formado el edificio del Universo.

Model la arcilla, creando extraas figuras de rocas.

Poco a poco, hall, en todas partes, objetos que ya conoca,

pero que estaban mezclados y aparejados de manera singular;

y de ese modo, muy a menudo, cosas extraordinarias se ordenaban por s solas,

en l.

Pronto advirti las combinaciones que unan todas las cosas,

las conjeturas, las coincidencias.

A poco, ya no vio nada aisladamente.

Las percepciones de los sentidos se agolpaban en grandes y variadas imgenes.

Oa, vea, tocaba y pensaba a un tiempo.

Se complaca en congregar a extranjeros.

Ora las estrellas le parecan hombres, ora los hombres le parecan estrellas;

las piedras, animales; y las nubes, plantas.

Jugaba con las fuerzas y los fenmenos.

Saba dnde y cmo, esto y aquello poda encontrarse y aparecer;

y, as, pulsando las cuerdas, buscaba sones y cantos

que le pertenecieran por completo.

No nos cuenta lo que le sucedi desde entonces.

Dice que nosotros solos, guiados por nuestro anhelo y por l mismo,

descubriremos lo que le ocurri.

Entre quienes le seguamos, muchos le abandonaron;

volvieron a sus hogares y aprendieron oficios.

Algunos fueron enviados por l a otros lugares: no sabemos dnde.

Los haba elegido.

Entre ellos, unos pocos se encontraban all desde corto tiempo atrs;

la permanencia de los dems haba sido algo ms prolongada.

Uno de ellos era todava un nio;

en cuanto lleg, el Maestro quiso dictarle la enseanza.

Tena hermosos ojos obscuros, de fondo azulado;

su piel resplandeca como las azucenas;

y sus cabellos relucan cual nubecillas al atardecer. Su voz nos conmova.

De buen grado le hubiramos dado

nuestras flores, nuestras piedras, nuestras plumas,

y todo lo que poseamos.

Sonrea con placidez infinita y, a su lado, experimentbamos una dicha extraa.

Un da regresar dijo nuestro Maestro y ha de permanecer entre nosotros;

entonces, la enseanza terminar.

Con el nio, envi a otro discpulo, por quien nos afligamos con frecuencia.

Pareca estar siempre triste. Pas aqu largos aos; nada le sala bien.

Difcilmente encontraba algo, cuando buscbamos cristales o flores.

Tambin le costaba mucho ver a lo lejos;

y no lograba disponer, con arte, las lneas diversas.

Rompa todo lo que tocaba.

Y, sin embargo, ninguno de nosotros demostraba tanto ardor,

tanta alegra de. ver y de or, como l.

Un da cuando el nio no haba an penetrado en nuestro circulo,

adquiri de pronto gran habilidad; y se torn alegre.

Haba partido entristecido; no regresaba y la noche iba avanzando.

Sbitamente al despuntar el alba, omos su voz en un bosquecillo cercano.

Entonaba un canto jubiloso y sublime. Estbamos admirados.

Nunca ms ver una mirada parecida

a la que el Maestro dirigi, entonces, hacia el oriente.

No tard el cantor en reunirse con nosotros; transfigurado por indecible felicidad,

nos ofreca una piedrezuela de forma rara.

La tom el Maestro, abraz con efusin a su discpulo,

luego nos mir, velados sus ojos por las lgrimas,

y coloc la piedrecilla en un lugar disponible entre las dems piedras,

precisamente all donde, cual rayos, convergan varias lneas.

Jams olvidar aquel momento.

Nos pareci que dentro del alma habamos tenido, fugazmente,

un claro presentimiento de ese Universo maravilloso.

Tambin yo soy menos hbil que los dems;

y podra suponerse que la Naturaleza

no quiere descubrirme de buen grado sus tesoros.

Sin embargo, el Maestro me quiere y me deja, entregado a mis pensamientos,

Mientras los otros realizan la bsqueda.

Nunca he experimentado lo que el Maestro lleg a sentir.

Todo contribuye a que me reconcentre.

He comprendido lo que dijo, un da, la segunda voz.

Me siento feliz contemplando las cosas y las figuras maravillosas de las salas,

pero opino que slo son imgenes, velos,

ornamentos reunidos en torno a una imagen divina;

y ella es quien, sin cesar, ocupa mis pensamientos.

No la busco, pero, a menudo, trato de descubrirla en aquellas cosas y figuras;

se dira que ellas van a indicarme el camino que conduce hacia donde me espera,

profundamente dormida la virgen que mi espritu desea.

En ninguna ocasin el Maestro me ha hablado acerca de esto

y no puedo confesarle nada;

me parece que se trata de un secreto inviolable.

Hubiera querido interrogar al nio. misterioso;

adverta cierta expresin fraternal impresa en sus rasgos

y, a su lado, senta yo que, interiormente, todo se despejaba.

Si l hubiese permanecido ms tiempo,

seguramente habra experimentado ms sensaciones dentro de m mismo.

Y quiz tambin, mi corazn se hubiera franqueado,

destrabndose mi lengua, por fin.

Cmo anhel partir con l! Pero fue imposible.

Ignoro cunto tiempo, an, tendr que permanecer aqu.

Creo que deber quedarme para siempre.

A duras penas me atrevo a confesarme a m mismo un pensamiento

que, sin embargo, me oprime hasta lo ms hondo del ser:

pienso que un da hallar aqu lo que me conmueve sin cesar;

y esta idea me obsesiona.

Cuando recorro estos parajes, aguijoneado por la esperanza,

todo se presenta ante m bajo una forma ms elevada y en un orden nuevo;

y todo revela una patria idntica.

Cun familiar y querido me parece, entonces, cada objeto!

y lo que, poco ha, me resultaba raro y extrao,

se convierte de pronto, en algo conocido.

Esta misma rareza me parece singular y, por tal motivo,

la reunin de los discpulos en torno al Maestro me atrajo y me rechaz a un tiempo.

No logro comprender al Maestro. Me es tan incomprensiblemente caro!

I me entiende, lo s;

nunca ha hablado contra mis sentimientos o mis deseos,

muy al contrario: quiere que sigamos nuestro propio camino,

pues cada sendero ignorado atraviesa comarcas nuevas

y nos conduce, finalmente, a aquellas moradas, a la patria sagrada.

Quiero pues, yo tambin describir mi Figura

y, si de acuerdo a la inscripcin grabada all, ningn mortal descorre el velo,

tendremos que tratar de convertirnos en seres inmortales.

El que no quiere descorrerlo, no es un verdadero discpulo en Sas.

2. La Naturaleza

Muchos das hubieron de transcurrir, quiz,

antes de que a los hombres se les ocurriese designar, con un nombre general,

los mltiples objetos percibidos por sus sentidos,

y se situasen ante dichos objetos.

Los progresos se realizan por medio del ejercicio;

y en todo progreso se producen separaciones y descomposiciones

que pueden compararse, justamente, con la dispersin de la luz.

Por consiguiente, y slo de modo gradual tambin,

Nuestra parte interior se ha dividido en fuerzas tan numerosas;

Y el ejercicio continuo har aumentar an ms, esas divisiones.

Tal vez se trate, nicamente, de una aptitud enfermiza

de los hombres recin llegados,

que les ha hecho perder la facultad de mezclar nuevamente los colores

internos de su espritu

y de restablecer, a voluntad, el primitivo y sencillo estado natural,

as como tambin, de obtener con aquellos colores,

combinaciones nuevas y diversas.

Cuanto ms unidas estn las fuerzas del espritu,

con tanta ms intensidad,

de manera ms completa y personal entran en ellas cada cuerpo y cada fenmeno;

pues la Naturaleza de la impresin corresponde a la del sentido;

y por esa razn, a los hombres primitivos todo debi parecerles humano,

conocido y amable.

Sus sentidos podan percibir hasta la particularidad ms pequea;

cada una de sus expresiones era un verdadero rasgo natural,

y sus manifestaciones deban armonizar con el mundo que los rodeaba

siendo fiel expresin del mismo.

La opinin que nuestros antepasados tuvieron de las cosas del Universo

puede considerarse pues, como una produccin necesaria,

una huella del estado primitivo de la Naturaleza terrestre.

Ya que ellos fueron los instrumentos ms aptos para observar el Universo,

podemos preguntarles, en particular,

cul era la relacin capital de aquel Universo

y cules los vnculos primeros con sus habitantes,

y los de dichos habitantes con l.

Observamos que son precisamente los asuntos ms elevados

los que, ante todo, atraen la atencin de esos hombres;

y que buscan la llave de aquel edificio maravilloso,

ora en el conjunto de las cosas reales,

ora en el objeto imaginario de un sentido ignorado.

Es notable el hecho de que el presentimiento general de ese objeto

se encuentre en los lquidos, los fluidos y los cuerpos sin forma.

La lentitud y la impotencia de los cuerpos consistentes podra, de modo significativo,

originar la creencia de que son subordinados e inferiores.

Poco tiempo antes, un pensador tropez

con la dificultad de explicar las formas surgidas de aquellos ocanos

y de esas fuerzas informes.

Trat de hacer comprender las cosas, encadenando ideas

e imaginando, en primer trmino, un corpsculo

formado, consistente, pequeo de modo infinito;

crey poder construir el edificio monstruoso con ayuda de ese mar de polvo

y la cooperacin de seres inteligentes y de fuerzas atractivas o repulsivas.

Antes an; hallamos, en lugar de explicaciones cientficas,

leyendas y poemas llenos de imgenes notables;

los hombres, los dioses y los animales trabajan en comn,

y se describe, de la manera ms natural, el nacimiento del Universo.

Por lo menos, se adquiere la certeza de su origen accidental y mecnico;

tal representacin es significativa,

hasta para aqullos que desprecian las concepciones desordenadas

de la imaginacin.

La idea de referirse a la historia del Universo como a la del hombre,

y de hallar nicamente relaciones y acontecimientos humanos,

es una idea difundida en todas partes

y que, en el transcurso de los aos ms diversos, resurge sin cesar,

bajo la apariencia de nuevas imgenes;

puede decirse que siempre ha ejercido, ms que otra cualquiera,

una influencia maravillosa y una fuerza de persuasin muy grande.

El carcter accidental de la Naturaleza parece tambin unirse

de por s a la idea de la personalidad humana

y, de ese modo, pudo ser entendido ms fcilmente.

Por tal razn, fue la poesa el instrumento favorito del amigo de la Naturaleza;

y en los poemas es donde ms claramente se ha manifestado

el espritu de la misma.

Al leer o escuchar un poema verdadero,

experimentamos la sensacin de que se conmueve una inteligencia

muy ntima de la Naturaleza

y flotamos, como su cuerpo celestial, en ella y sobre ella a la vez.

Los sabios y los poetas han parecido, siempre,

ser oriundos de la misma nacin; hablaban idntico idioma.

Lo que unos agrupaban en un todo

y disponan en conjuntos extensos y ordenados,

otros lo han dividido

y transformado aquella Naturaleza ilimitada,

en elementos diversos, agradables y moderados.

Mientras unos tenan especial inters en las cosas fluidas y fugitivas,

los dems trataban de descubrir,

con el hacha y la azada,

la estructura interior y las conexiones de las distintas partes.

Hicieron parecer a la Naturaleza amiga

y, de ella slo quedaron restos palpitantes o muertos;

pero reviva, para el poeta, cual si un vino generoso la hubiese reanimado;

y modulaba los sones ms serenos y divinos.

Perdiendo contacto con la vida diaria, se remontaba hasta el cielo,

danzaba y profetizaba,

acoga a todos los huspedes y prodigaba con alegra sus tesoros.

De este modo, gust, con el poeta, horas divinas;

y no llam al sabio sino cuando estuvo enferma y la conciencia le remordi.

Entonces, contest a todas las preguntas y respet al hombre grave y sereno.

El que quiere conocer su alma, a fondo,

debe buscarla en compaa del poeta,

pues slo as se manifiesta y su corazn maravilloso se prodiga.

Pero aqul que no la ama de todo corazn,

y slo la admira y la busca en sus detalles,

se, debe visitar cuidadosamente sus hospitales y sus osarios.

Nuestras relaciones con la Naturaleza son tan increblemente diversas

como las que mantenemos con los hombres;

ante el nio demuestra puerilidad y se inclina con gracia sobre su corazn infantil;

con los dioses, es divina, y responde a la inteligencia superior de los mismos.

Afirmar que hay una Naturaleza, es manifestar algo superfluo;

cuando se trata .de ella,

todo esfuerzo que tiende hacia la verdad se aleja,

cada vez mas, de lo natural.

Mucho se ha conseguido cuando el esfuerzo realizado

para comprender plenamente a la Naturaleza

se ennoblece con el deseo:

un deseo tierno y discreto que agrada al ser extrao y fro;

y ste puede, entonces. contar con una amistad muy fiel.

Constituye, dentro de nosotros mismos, un instinto misterioso

que parte de un punto central, infinitamente profundo, y se extiende.

Y cuando nos sentimos rodeados por la maravillosa Naturaleza

que nuestros sentidos perciben, y por aqulla que los sentidos no logran captar,

no podemos menos que pensar que ese instinto es una atraccin de la Naturaleza

y la expresin de nuestra simpata hacia ella.

Sin embargo detrs de esas formas azuladas,

algunos buscan, adems, la patria,

cierta enamorada de su juventud, padres y hermanos, viejos amigos

y un pasado muy grato;

otros, creyendo que un porvenir desbordante de vida se oculta tras esas cosas,

tienden, hacia un Mundo nuevo, sus manos que anhelan.

Pocos son los que se detienen tranquilamente

en medio de las bellezas que los rodean,

y se contentan con poder penetrarlas en su perfeccin y en sus conexiones.

Muchos, reparando en detalles, olvidan los eslabones deslumbrantes

que unen, armoniosamente, las partes, y forman el lustro sagrado.

Cun pocos sienten que su alma despierta a la contemplacin

de aquel tesoro viviente que flota sobre los abismos de la noche!

As difieren y varan las miras de la Naturaleza.

En tanto para unos, la experiencia de ella slo es un banquete o una fiesta,

para otros se convierte en religin muy solicita;

y fija el derrotero, la actitud y el significado de toda una vida.

Ya en los pueblos muy nuevos se encontraban almas graves

para quienes la Naturaleza era, realmente, el rostro de una divinidad;

mientras los corazones ms livianos nicamente la recordaban en sus fiestas.

El aire les saba a brebaje embriagador;

las estrellas solan ser las antorchas de sus danzas nocturnas;

las plantas y los animales no eran sino alimentos valiosos;

y la Naturaleza en lugar de ser un templo tranquilo y maravilloso,

se haba convertido en cocina y alegre despensa.

Se encontraban, tambin, almas inclinadas a la meditacin

que no observaban, en la Naturaleza actual,

ms que disposiciones aptitudes grandiosas pero salvajes,

y que, noche y da, se dedicaban a crear los modelos de una Naturaleza ms noble.

El inmenso trabajo fue distribuido:

unos trataron de despertar los sonidos que haban callado,

perdindose en el aire y los bosques.

Otros, mientras tanto, depositaron en el bronce y la piedra

el presentimiento y la idea que tenan acerca de razas ms perfectas;

reconstruyeron rocas ms sublimes a fin de transformarlas en moradas;

hicieron surgir los tesoros ocultos de la Tierra;

domaron los torrentes desenfrenados; poblaron el mar inhospitalario;

volvieron a conducir, hacia las zonas desiertas,

a los animales y las plantas de antao;

detuvieron la invasin de los bosques;

cultivaron las plantas y las flores superiores;

abrieron la Tierra,

ponindola en contacto con el aire generador que vivifica y la luz que inflama;

ensearon a los colores a mezclarse y ordenarse en imgenes encantadoras;

tambin ensearon a los bosques y a los prados,

a las fuentes y a las rocas, a convertirse de nuevo en jardines armoniosos;

insuflaron tonos llenos de meloda en los miembros vivos,

para desarrollarlos y hacerlos mover con sereno balanceo;

adoptaron a los animales pobres y abandonados

que se prestaban a las costumbres de los hombres,

y limpiaron los bosques de monstruos peligrosos,

engendros de una fantasa degenerada.

Muy pronto, la Naturaleza volvi a adquirir costumbres amistosas;

se hizo ms grave y reparadora y se torn favorable a los deseos del hombre.

Poco a poco, su corazn volvi a humanizarse, sus fantasas fueron ms pacficas,

sus relaciones se tornaron ms fciles.

Respondi, de buen grado, al que la interrogaba y amaba;

y as, gradualmente, pareci resurgir la edad de oro

durante la cual haba sido, para los hombres,

amiga, consoladora, sacerdotisa y taumaturga;

y habitaba entre ellos,

a quienes las relaciones celestiales transformaban en seres inmortales.

Pues las estrellas visitarn de nuevo la Tierra,

contra la cual se haban irritado durante aquellos das de tinieblas.

El Sol depondr su cetro severo y volver a ser estrella entre las estrellas;

y todas las razas del Universo han de reunirse despus de larga separacin.

Entonces, se volvern a encontrar las antiguas familias hurfanas;

y cada da habr nuevos saludos y nuevos abrazos;

porque vendrn los primitivos moradores de la Tierra, a habitarla una vez ms.

Ya se elevan sobre la colina cenizas que acaban de inflamarse;

las llamas de la vida brotan por doquier,

se reconstruyen antiguas moradas,

se renuevan los tiempos idos

y la historia se convierte en el sueo de un presente sin lmites.

El que pertenece a tal raza y tiene esa fe,

el que quiere participar en aquella roturacin de la Naturaleza,

debe frecuentar el taller del artista,

escuchar la poesa insospechada que se filtra a travs de todas las cosas,

no cansarse jams de contemplar a la Naturaleza ni de mantener relaciones con ella,

seguir en todas partes sus consejos,

no tratar de ahorrarse una marcha penosa cuando ella lo llama,

aunque tuviera que atravesar pantanos;

encontrar, seguramente, indecibles tesoros;

la lamparita del minero aparece, ya, en el horizonte.

Y quin sabe en cuntos celestiales secretos puede,

una maravillosa habitante de los dominios subterrneos, iniciarlo?

Pero, en verdad, nadie se aleja ms de la meta que quien cree conocer,

ya, el extrao reino, pudiendo fcilmente sondar su constitucin

y hallando, en todas partes, el camino adecuado.

La intuicin no puede surgir espontneamente

en aqul que se ha apartado, convirtindose en una isla;

y los esfuerzos son necesarios.

Eso slo sucede a los nios o a los hombres semejantes a nios,

que no saben lo que hacen.

Trato duradero e incansable, contemplacin libre y sabia,

atencin fija en los menores indicios y seas,

vida interna de poeta, sentidos ejercitados, alma piadosa y sencilla:

he all lo que se exige, ante todo, al verdadero amante de la Naturaleza,

y sin lo cual nadie ver prosperar sus deseos.

No es prudente querer penetrar y comprender un mundo humano

sin haber desarrollado, en s mismo, una perfecta humanidad.

Es menester que ningn sentido se adormezca,

y si no todos estn igualmente despiertos,

conviene que todos estn excitados

y que ninguno de ellos permanezca oprimido o exasperado.

As como vemos a un futuro pintor

en el nio que cubre los muros y la arena de dibujos, y colorea los contornos,

as tambin vislumbramos al futuro filsofo,

en quien persigue sin tregua las casas naturales, las interroga, se cuida de todo,

compara los objetos notables entre s,

y se siente feliz cuando se ha hecho dueo y es poseedor de una ciencia,

de una potencia y de algn fenmeno nuevos.

Hay quien cree, ahora, que no vale la pena estudiar

las subdivisiones infinitas de la Naturaleza

y que, por otra parte, se trata de una empresa peligrosa y sin salida.

Jams se descubrir la partcula ms pequea de los cuerpos slidos,

ni la fibra ms tenue,

ya que todo tamao se resuelve, ora avanzando, ora retrocediendo, en lo Infinito.

Lo mismo sucede con las especies, los cuerpos y las fuerzas.

Tambin en este caso desembocamos en nuevas combinaciones y apariencias,

hasta llegar a lo Infinito.

Dichas combinaciones y apariencias no parecen detenerse

sino cuando nuestro fervor disminuye;

de ese modo se pierde, en contemplaciones intiles y enumeraciones fastidiosas,

un tiempo muy valioso;

finalmente, ello se convierte en verdadero delirio y en vrtigo absoluto

ante el abismo espantoso.

Pues, por mucho que andemos y a cualquier parte que lleguemos,

la Naturaleza sigue siendo el aterrador molino de la muerte.

En todo lugar hay revoluciones monstruosas y torbellinos inexplicables.

Reinan los devoradores y la tirana ms insensata.

Es una inmensidad agobiada por la desgracia.

De cuando en cuando,

se divisan ciertos puntos luminosos

que slo sirven para revelar una noche ms pavorosa.

Toda clase de terrores paralizan al observador.

La muerte, cual salvadora, permanece junto a los pobres humanos,

pues, sin ella, el hombre ms demente sera el ms feliz.

El esfuerzo requerido para sondar tan gigantesco mecanismo

es ya un paso hacia el abismo y el comienzo del vrtigo

que no tardar en apoderarse completamente del miserable,

para arrastrarlo con l hasta lo ms profundo de una noche abominable.

Este es el lazo ingenioso tendido a la razn humana por la Naturaleza

que, en todas partes, trata de aniquilarla, como a su peor enemigo.

Debemos agradecer a los hombres por su ignorancia e inocencia pueril:

stas han logrado ocultarles los peligros tremendos

que cual nubes amenazadoras, se cernan sobre sus tranquilas moradas,

y a cada instante parecan querer precipitarse sobre ellos.

Slo la desunin intestina de las fuerzas de la Naturaleza

ha permitido a los hombres conservarse hasta ahora;

pero no tardar en llegar el gran da en que todos los hombres,

tomando una inmensa resolucin general,

acaben con tan miserable situacin, se evadan de esa prisin terrible

y, mediante el renunciamiento voluntario a su permanencia en la Tierra,

libren para siempre a su raza del dolor,

refugindose en un mundo mejor, junto a sus antepasados.

De esa manera, terminarn dignos de s mismos,

eludirn el aniquilamiento fatal y violento,

y evitarn el peligro de descender a la categora de animales,

como resultado de los estragos graduales de la demencia

en los rganos del pensamiento.

Las relaciones con las fuerzas de la Naturaleza:

con los animales, las plantas, las piedras, las tempestades, y las olas,

deben, necesariamente, asimilar los hombres dichos objetos;

y la asimilacin, la transformacin y la resolucin de lo humano y lo divino

en fuerzas ingobernables

constituyen el propio espritu de la Naturaleza, la horrible devoradora.

No es por ventura, todo lo que vemos, un hurto hecho al cielo,

las ruinas inmensas de las glorias de antao y las sobras de una cena detestable?

Pues bien sea! exclamaron otros, ms animosos:

emprenda nuestra raza una guerra larga y destructora

contra las fuerzas de la Naturaleza!

Es preciso que tratemos de vencerla por medio de venenos lentos.

El sabio debe ser la imagen del hroe

que se arroja al abismo para salvar a sus semejantes.

Los artistas la han combatido, secretamente, ms de una vez.

Continuad as; apoderaos de las cuerdas ocultas

y haced que sus fuerzas se anulen recprocamente.

Aprovechad cada desacuerdo para encadenarlo segn vuestros deseos,

como aquel toro que arrojaba llamas.

Hay que someterla.

La paciencia y la fe convienen a los hijos de los hombres.

Muchos hermanos, que estn lejos, se unirn a nosotros, tendiendo al mismo fin;

el torbellino de las estrellas ha de convertirse en la rueca de nuestras vidas;

y, entonces, nuestros esclavos nos construirn un nuevo Paraso.

Consideremos tales tumultos y devastaciones,

con un sentimiento de triunfo interior.

Ella misma vendr a entregarse y pagar caro cada una de sus violencias.

Vivamos y muramos con la conciencia ntima y entusiasta de nuestra libertad;

ved correr el ro que un da la inundar:

sumerjmonos en l y templemos all

nuestro valor, para nuevas hazaas.

La rabia del monstruo no llega hasta este lugar;

una gota de libertad es suficiente para paralizarlo definitivamente

y acabar. con tantas destrucciones.

Tienen razn, exclaman varios:

slo aqu se encuentra el talismn!

Esta es la fuente de la libertad, y desde este sitio acechamos.

La libertad es el gran espejo mgico

donde toda la creacin pura y cristalina se refleja;

en ella se abisman los espritus tiernos y las formas de la Naturaleza entera.

Aqu, todas las puertas estn abiertas.

De qu sirve recorrer, penosamente, el agitado Mundo de las cosas visibles?

Un Mundo ms puro habita en nosotros, en el fondo de esta fuente.

En l se manifiesta el verdadero sentido del espectculo inmenso,

multicolor y complejo;

y, si con las pupilas an dilatadas por este mismo espectculo,

penetramos en la Naturaleza, todo nos parece all familiar;

y reconocemos cada objeto.

No es menester que busquemos mucho:

una comparacin rpida, algunos trazos sobre la arena,

bastan para hacernos comprender.

Todo se vuelve un extenssimo criptograma cuya clave poseemos;

nada nos parece inesperado

pues, de antemano, conocemos la marcha del gran reloj.

Slo nosotros podemos gozar de la Naturaleza,

en la plenitud de nuestros sentidos,

ya que no nos aparta de ellos,

que ningn sueo afiebrado nos oprime

y que un sereno dominio sobre las facultades

nos torna confiados y tranquilos.

Los otros se equivocan, dijo un hombre grave a estos ltimos.

No reconocen acaso, en la Naturaleza, las huellas fieles de s mismos?

Se consumen, de por s, en el desierto del pensamiento.

No saben que su Naturaleza slo es

diversin del espritu y estril fantasa de sus propios sueos.

La consideran, por supuesto, como una bestia horrible,

una larva extraa y fabulosa de sus deseos.

El hombre despierto contempla sin miedo

a esos hijos de su imaginacin desordenada,

pues sabe que son vanos espectros de su propia debilidad.

Se siente dueo del Mundo;

su "yo" flota poderosamente sobre aquel abismo;

y, a travs de las eternidades, se cernir sobre las vicisitudes infinitas.

Su espritu trata de anunciar y propagar la armona.

Y, en el transcurso de los siglos sin fin,

su unin con l mismo y con su creacin que lo rodea,

se tornar ms perfecta.

Continuamente ha de observar,

en el Universo,

la total actividad de elevado orden moral;

y ver afirmarse, cada vez con ms claridad, lo ms puro de su yo.

La "Razn" es el sentido del Universo;

ste slo existe para ella.

Y si, al principio, no es sino la liza de una razn de nio

que acaba apenas de despertar,

se convertir un da en la imagen divina de su actividad

y en la sede de una iglesia verdadera.

Mientras tanto, debe el hombre honrarla como el emblema de su alma,

emblema que se ennoblece, con l, por grados infinitos.

El que quiere, de ese modo, llegar al conocimiento de la Naturaleza,

tiene que cultivar su sentido moral,

pensar y obrar segn la noble esencia de su alma;

la Naturaleza, entonces, se manifestar, de por s, ante l.

La accin moral es la gran tentativa

en la cual se resuelven todos los enigmas de los innumerables fenmenos.

Quien logra comprenderla y puede lgicamente aplicarla,

es para siempre dueo de la Naturaleza.

El discpulo escucha, angustiado, las voces contradictorias.

Le parece que todas tienen razn;

y extraa turbacin se apodera de su alma.

Luego, poco a poco, la emocin interior se aquieta

y, sobre las sombras olas que se estrellan unas contra otras,

se dira que se eleva un espritu de paz

cuya venida se anuncia, en el alma del joven,

mediante una sensacin de valor nuevo y de serenidad dominadora.

Un alegre compaero

cuya frente estaba adornada con rosas y volbilis,

se acerc y le vio abrumado.

Oh soador! vas fuera del camino! exclam; as nunca avanzars.

No hay cosa mejor que la alegra del alma.

Crees que interpretas lo que significa el humor de la Naturaleza?

Cmo es posible que, siendo joven an,

no sientas en tus venas el orden de la juventud?

No llenan, el amor y el deseo, tu pecho?

Cmo puedes permanecer en la soledad?

Es acaso la Naturaleza solitaria?

La alegra y el deseo huyen del que est solo;

y, para qu sirve la Naturaleza, sin deseo?

Este ltimo nicamente entre los hombres vuelve a encontrar su patria,

el espritu, el cual, bajo mil colores variados,

penetra en los sentidos y te rodea como una amante invisible.

En nuestras fiestas su lengua se desata,

ocupa la cabecera de la mesa y entona los cnticos de la vida bienaventurada.

Desgraciado! t no has amado todava!

Al primer beso, un nuevo Universo se abrir ante ti;

y la vida, con sus mil destellos, penetrar tu corazn extasiado.

Voy a contarte una leyenda; escchame:

Hace tiempo viva, en direccin al Poniente, un hombre joven.

Era muy bueno, pero muy extrao tambin. Se irritaba continuamente,

sin razn, caminaba sin volver la cabeza,

se sentaba en un lugar solitario cuando los dems jugaban alegremente;

le agradaban las cosas singulares.

Tenia predileccin por los bosques y las grutas;

conversaba sin cesar con los cuadrpedos y los pjaros, los rboles y las rocas.

Naturalmente, no eran palabras sensatas sino trminos absurdos y grotescos.

Permaneca siempre grave y melanclico

a pesar de que la ardilla, la mona, el loro y el pardillo tenan empeo en distraerlo

y encaminarlo de nuevo.

El ganso narraba cuentos,

el arroyo murmuraba una balada;

una pesada piedra saltaba de modo ridculo,

la rosa se deslizaba amistosamente tras l y rodeaba su cabello,

y la hiedra acariciaba su frente pensativa.

Pero el desaliento y la tristeza eran constantes.

Sus padres estaban muy afligidos; no saban qu hacer;

su hijo gozaba de buena salud, coma; y nunca lo haban ofendido.

Pocos aos antes, era ms alegre y jovial que ninguno;

y el primero en todos los juegos. Todas las jvenes lo amaban.

Era hermoso como un dios y danzaba como un ser sobrenatural.

Entre las vrgenes haba una nia admirable y llena de gracia.

Pareca de cera. Tan bella era, con sus cabellos. de seda y oro,

sus labios de grana y sus ojos intensamente negros,

que quien la contemplaba crea morir.

En aquel tiempo, Rosenbltchen (as se llamaba ella),

amaba tiernamente al bello Hyacinthe (tal era su nombre);

y l la quera con pasin.

Los otros nios no lo saban; pero una violeta les comunic lo que ocurra;

los gatitos ya lo haban notado.

Las moradas de sus padres eran vecinas

y una noche, cuando Hyacinthe se asomaba a su ventana,

mientras Rosenbltchen apareca en la suya,

los gatitos que iban a cazar ratones los divisaron, de paso;

y echaron a rer tan estrepitosamente,

que Rosenbltchen y Hyacinthe los oyeron y se enfadaron.

La violeta lo haba dicho, confidencialmente, a la frutilla;

sta lo comunic a su amiga la grosella

la cual, cuando pas Hyacinthe, no pudo resistir a la tentacin de pincharlo;

muy pronto, todo el jardn y el bosque entero estuvieron al tanto del asunto,

de manera que cuando Hyacinthe sala, por todos lados se oa gritar:

"Rosenbltchen es mi tesorito!"

Hyacinthe se irritaba;

sin embargo, tuvo que rerse de buena gana cuando lleg el lagartito,

arrastrndose, se sent sobre una piedra, movi la cola y cant:

Rosenbltchen nia hermosa,

ha perdido la vista,

cree a Hyacinthe su madre

y lo estrecha entre sus brazos.

Mas, s advierte de pronto

que es un rostro extrao,

sigue abrazndolo,

como si nada hubiera pasado.

Pero, cun poco dur esa alegra!

Un hombre lleg de pases exticos; haba viajado increblemente lejos;

tena una larga barba, ojos profundos, cejas impresionantes,

y llevaba una maravillosa tnica de abundantes pliegues,

donde se bordaba con figuras sorprendentes.

Se sent frente a la casa de los padres de Hyacinthe.

La curiosidad de ste se excit fuertemente;

aproximndose al recin llegado, le ofreci pan y vino.

El extranjero separ su gran barba blanca y habl hasta el fin de la noche.

Hyacinthe, inmvil, no se cansaba de escuchar.

Segn se supo ms tarde, el anciano haba hablado de tierras extraas,

de comarcas desconocidas y de cosas milagrosas.

Estuvo all tres das y baj, con Hyacinthe a pozos muy profundos.

Rosenbltchen no pudo menos de maldecir al viejo hechicero,

pues Hyacinthe pareca estar encadenado a sus palabras

y nada ya le importaba, sin lograr contenerse ms.

Finalmente, el extranjero parti;

pero dejando a Hyacinthe un pequeo libro que nadie poda leer.

El joven le haba dado frutas, pan y vino, y acompaado durante largo trecho.

Regres, pensativo, iniciando luego una vida completamente nueva:

Rosenbltchen comenz a sufrir cruelmente

pues, a partir de aquel instante, Hyacinthe no se ocup ms de ella,

permaneciendo siempre encerrado en s mismo.

Un da, al regresar a su casa, pudo creerse que acababa de renacer.

Cay en brazos de sus padres y llor.

Es preciso que parta les dijo;

la extraordinaria vieja del bosque me ha indicado cmo llegar a recobrar la salud;

despus de arrojar el libro a las llamas,

me ha ordenado venir hacia vosotros y pediros la bendicin.

Quiz regrese pronto, quiz nunca.

Saluden a Rosenbltchen;

hubiera deseado hablarle;

no s lo que me pasa; algo me empuja, me arrastra.

Cuando quiero pensar en los das transcurridos,

se interponen dominantes pensamientos;

la paz ha huido y, con ella, el corazn y el amor.

Es preciso que vaya en su busca.

Quisiera deciros dnde voy, pero yo mismo lo ignoro.

Me encamino hacia la morada de la Madre de las Cosas, la virgen velada;

mi alma se inflama y consume por ella.

Adis. Y, apartndose con violencia, parti.

Sus padres se lamentaron y vertieron amargas lgrimas.

Rosenbltchen se encerr en su habitacin, llorando desconsoladamente.

Hyacinthe, a travs de valles y desiertos, por torrentes y montaas

se dirigi, presuroso, a la tierra desconocida.

Pregunt a los hombres y a los animales, a las rocas y a los rboles,

el camino que conduca hacia Isis, la diosa sagrada.

Muchos se burlaron de l; otros callaron; y en ninguna parte pudo obtener respuesta.

Atraves, primeramente, tierras salvajes y desoladas;

brumas y nubes le cortaron el camino, y las tempestades no amainaban, jams.

Luego encontr desiertos sin lmites y arenas incandescentes.

A medida que avanzaba, su alma se transformaba tambin.

El tiempo le pareci largo y la inquietud interior fue atenundose, suavizndose.

La angustia violenta que lo dominaba

se convirti, poco a poco, en deseo discreto, pero fuerte,

que consuma lentamente su alma.

Se hubiera dicho que muchos aos se extendan tras l.

Pronto se volvieron los paisajes ms variados,

las tierras ms frtiles,

los cielos ms clidos y azules,

y los caminos menos speros.

Bosquecillos, llenos de verdor, lo llamaban,

atrayndolo hacia su encantadora penumbra;

pero l no comprenda su lenguaje.

Por otra parte, no pareca que ellos hablasen

y, sin embargo, llenaban su corazn de dulces matices verdes

y de la esencia ms fresca y serena.

En l se elevaba, con creciente intensidad, ese suave deseo;

y las hojas se extendan, desbordantes de savia.

Los pjaros y las bestias se tornaban cada vez ms ruidosos y alegres,

las frutas ms profundas y sabrosas, el azul del cielo ms intenso,

el aire ms clido, y su amor tambin.

El tiempo transcurra rpidamente,

como si estuviera presintiendo la proximidad de la meta.

Un da, Hyacinthe encontr una fuente de cristal

y una infinidad de flores en la ladera de una colina,

bajo columnas sombras que se elevaban hasta el cielo.

Lo saludaron amistosamente, con palabras que l conoca.

"Queridas compatriotas les dijo, dnde hallar la santa morada de Isis?

Debe encontrarse cerca de aqu; vosotras conocis estos lugares mejor que yo".

"Estamos aqu slo de paso respondieron las flores;

una familia de espritus llegar en breve y le preparamos el camino y el albergue.

Sin embargo, acabamos de atravesar una comarca

donde hemos odo pronunciar tu nombre.

Debes seguir avanzando hacia el paraje de donde venimos y all te enterars mejor"

...Las flores y la fuente se echaron a rer al pronunciar estas palabras,

le ofrecieron agua fresca y continuaron su camino.

Hyacinthe obedeci, sigui inquiriendo

y, finalmente, lleg a la morada que durante tanto tiempo haba buscado

y se ocultaba bajo palmeras y plantas raras.

Su corazn palpitaba a impulsos de un deseo Infinito;

y dulcsima ansiedad lo penetraba, ante la mansin de los siglos eternos.

Se durmi en medio de perfumes celestiales,

pues slo el sueo poda conducirlo al santo de los santos.

Y, milagrosamente, al son de msicas deliciosas y de acordes alternados,

el sueo le condujo a travs de innumerables salas llenas de objetos extraos.

Todo le pareca conocido, pero rodeado, sin embargo, de esplendor jams visto.

Entonces, y como devorados por el aire,

desaparecieron los ltimos vestigios de la Tierra

y se hall en presencia de la virgen celestial.

Levant el velo resplandeciente y leve, y

...Rosenbltchen se arroj en sus brazos.

Una msica lejana ocult los secretos del encuentro de los amantes

y de las confidencias del amor,

alejando a los extraos de aquel lugar de xtasis.

Hyacinthe vivi mucho tiempo an con Rosenbltchen,

en medio de sus padres y de los compaeros de sus juegos;

e innumerables nietos agradecieron,

a la maravillosa anciana, sus consejos y sus llamas;

pues en aquel tiempo, los hombres tenan, an, tantos hijos cuantos queran...

La extraa muerte del pintor Francesco Francia,

conocidsimo en su poca

y el primero de la escuela lombarda

Wilielm Heinrich Wackenroder

Traduccin de Ilse M. de Brugger.As como la poca del Renacimiento de las ciencias y de la erudicin engendr a los hombres ms versados en muchas cosas quienes como seres humanos fueron los ms notables y en su espritu los ms poderosos y doctos, as se caracteriz tambin por los varones ms excelentes y nobles el perodo en que el arte pictrico sali cual ave fnix de sus cenizas durante largo tiempo estticos. Este perodo debe considerarse como la verdadera edad heroica del arte y uno quisiera suspirar (como Osin) porque la fuerza y grandeza de esa edad heroica ahora se ha fugado de la Tierra. En muchos lugares surgieron numerosas personas y se hicieron grandes slo por su propia fuerza: su vida y sus trabajos tuvieron peso y valieron la pena de ser conservados para la posteridad en crnicas minuciosas, tales como nos han llegado de manos de los admiradores del arte de ese entonces. Su espritu fue tan venerable como siguen sindolo para nosotros sus rostros barbudos, que contemplamos en las respetables colecciones de retratos. Entre ellos sucedieron cosas inusitadas e increbles para muchos contemporneos nuestros, porque el entusiasmo que ahora centellea slo en algunos corazones aislados cual dbil lamparita inflam en esa edad de oro a todo el Mundo. La posteridad degenerada duda o se re de varias historias comprobadas de esos tiempos y las califica de cuentos de hadas, ya que la chispa divina ha abandonado por completo sus almas.Una de las historias ms extraas de esta ndole y la que nunca he podido leer sin admiracin en tanto que mi corazn nunca ha sentido la tentacin de cuestionarla, es la historia de la muerte del viejsimo pintor Francesco Francia, quien fue el antepasado y primer padre de la escuela que se iba constituyendo en Boloa y Lombarda.

Este Francesco naci de una humilde familia de artesanos, pero debido a su laboriosidad incansable y su espritu siempre tendiente hacia lo alto, haba alcanzado la cima mxima de la gloria. En su juventud trabaj primero con un orfebre. Elaboraba tan artsticos objetos de oro y plata que sorprendan a todos cuantos los vean. Durante largo tiempo grab tambin los cuos para todas las monedas recordativas, y todos los prncipes y duques de Lombarda tuvieron a mucho honor hacerse retratar en sus monedas por el cincel de Francesco. Pues en ese entonces, todos los nobles del pas y todos los conciudadanos todava podan enorgullecer al artista patrio con su aplauso constante y ruidoso. Innumerables personajes principescos pasaban por Boloa y no omitan hacer dibujar su retrato por Francesco y luego mandarlo grabar en el metal y acuar.Pero el espritu gil y ardiente de Francesco tenda hacia un nuevo campo de trabajo, y cuanto ms se hartaba su acalorada ambicin, tanto ms impaciente se volva con el propsito de abrirse un camino hacia la gloria, totalmente nuevo e inexplorado. Ya tena cuarenta aos cuando entr en liza con su arte distinto; con su paciencia insuperable se ejercitaba en el uso del pincel y dedicaba todas sus reflexiones al estudio de la composicin en grande y del efecto de los colores. Y fue extraordinaria la celeridad con que logr producir obras que causaron la admiracin de toda Boloa. l era de hecho un pintor insigne, pues, si bien tena varios rivales e incluso el divino Rafael trabajaba en Roma en ese entonces sus obras podan contarse con justicia entre las ms nobles. Porque, sin duda, la belleza en el arte no es una cosa tan pobre e inteligente que la pueda agotar la vida de un solo hombre; y el premio otorgado por ella no es un billete de lotera que cae en suerte a un solo elegido: su luz se fracciona ms bien en miles de rayos cuyo reflejo se espeja otra vez de mltiples maneras en nuestros ojos encantados por obra de los grandes artistas que el cielo ha dado al Mundo.

Francesco perteneci justamente a la primera generacin de los nobles artistas italianos, quienes disfrutaron de un respeto tanto mayor y generalizado por cuanto inauguraron sobre las ruinas de la barbarie un reino totalmente nuevo y esplendoroso; y en Lombarda fue precisamente l el fundador y, por decirlo as, el primer prncipe de este reino recientemente fundado. Su mano hbil elabor sinnmero de magnficas pinturas que no slo iban destinadas a toda Lombarda (donde ninguna ciudad quera tener la mala fama de no poseer por lo menos una prueba de su trabajo), sino tambin a las otras regiones de Italia. Estas obras pregonaban en voz alta su gloria a todos los ojos que tenan la suerte de contemplarlas. Los prncipes y duques italianos se disputaban celosamente la posesin de sus cuadros y los elogios le afluan de todas partes. Los viajeros difundan su renombre por doquiera que llegaban y el eco halageo de sus palabras volva a resonar en los odos de Francesco. Los boloeses que visitaban Roma ensalzaban ante Rafael a su artista lugareo y aqul que tambin haba visto y admirado algunos productos de su pincel, le daba en sus cartas, con la suave afabilidad que lo caracterizaba, pruebas de su respeto y afecto. Los escritores contemporneos no pudieron menos que entretejer su elogio en todas su obras. Dirigen hacia l las miradas de la posteridad y relatan con gran aplomo que se lo venera como a un dios. Uno de ellos * hasta tiene la audacia de escribir que Rafael, luego de haber mirado sus Madonas, habra perdido la aspereza que se le haba pegado en la escuela de Perugia, y habra adquirido un estilo ms elevado.

* _ Cavazzone.Esos impactos repetidos, qu otro efecto podan surtir en el nimo de nuestro Francesco sino el de hacer ascender su espritu vivaz hacia el orgullo ms noble del artista e inducirlo a creer en la existencia de un genio celestial en su fuero ntimo! Dnde se encuentra ahora este orgullo sublime? En balde lo buscamos entre los artistas de nuestros tiempos quienes, vanidosos con miras a su propia persona, no se enorgullecen de su arte.Entre todos los pintores coetneos, Rafael era el nico a quien consideraba a lo sumo rival suyo. Sin embargo, nunca haba tenido la suerte de ver un cuadro hecho por su mano, pues en toda su vida jams se haba alejado mucho de Boloa. Pero con la ayuda de numerosas descripciones se haba formado en la mente una imagen fija de cmo era la manera de Rafael y, seducido por el tenor modesto y muy afable de las cartas de este pintor, tena la firme conviccin de que l mismo se le equivala casi en todo punto y que, en algunos aspectos, haba llegado, acaso, ms lejos que el otro. Le estaba destinado ver, en su vejez avanzada, con sus propios ojos un cuadro de Rafael.Muy inesperadamente recibi de ste una carta en la cual le deca que acababa de terminar un retablo dedicado a Santa Cecilia, el que estaba destinado a la iglesia de San Juan en Boloa. Agreg que le enviara la obra a l, su amigo, y pidi la hiciera colocar como corresponda en el lugar previsto y, tambin, en caso que hubiera sufrido algn dao por el viaje o s l notara algn defecto o error en el cuadro, lo arreglara o mejorara como amigo que era. Esta carta en la cual un Rafael confiaba humildemente a sus manos el pincel, lo puso fuera de s. Con enorme impaciencia esperaba la llegaba del cuadro. No saba qu iba a suceder!Un da cuando haba salido de paseo y volva a casa, sus discpulos le fueron al encuentro y le contaron con muestras de gran alegra que en el nterin el leo de Rafael haba llegado y que ya lo haban colocado en su estudio bajo la luz ms favorable. Fuera de s Francesco se fue corriendo a la pieza...Pero, cmo he de describir al Mundo actual las sensaciones que desgarraron el fuero ntimo del hombre extraordinario cuando percibi el lienzo! Se sinti como se sentira acaso un hombre dispuesto a abrazar lleno de alegra a su hermano separado de l desde la juventud y en su lugar tuviera ante su mirada un ngel de la luz. Se le parti el corazn, tuvo una sensacin como si se cayera de hinojos con enorme contricin, ante un ser superior.Ah estaba como fulminado; y sus discpulos rodearon al anciano, lo sostuvieron, le preguntaron qu le haba sucedido; y no saban qu pensar.l se haba recuperado un poco y segua contemplando con mirada fija el cuadro infinitamente divino. Cmo haba cado de pronto desde su altura! Cuan duramente deba expiar el pecado de haberse elevado con demasiado atrevimiento hasta las estrellas y haberse colocado con su ambicin por encima de l, el inimitable Rafael! Con las manos se golpe la cabeza encanecida y. llor lgrimas amargas y dolorosas por haber pasado su vida con sudores intiles y ambiciones para volverse cada vez ms necio y ahora, ya cerca de la muerte, tener que volver sus ojos, abiertos al fin, sobre toda su existencia y reconocerla como chapucera miserable e imperfecta. Junto con el rostro erguido de Santa Cecilia elev tambin su mirada, mostr al cielo su corazn herido y arrepentido y humillado como estaba, pidi perdn.Se senta tan dbil que sus discpulos tuvieron que llevarlo a la cama. Cuando sala de la habitacin, su vista cay sobre algunos de sus cuadros y especialmente su Cecilia en trance de muerte, que colgaba an de la pared, y quiso morirse de dolor.Desde entonces su nimo estaba continuamente trastornado y casi siempre se notaba en l una cierta ausencia de espritu. Para sacudir la casa de su alma en sus fundamentos, se juntaban las debilidades de la vejez y el cansancio del espritu, que durante tanto tiempo se haba hallado en intensa e ininterrumpida actividad para crear miles de figuras. Con rasgos torcidos atravesaban su alma todas las configuraciones de infinita multiplicidad que desde siempre se haban agitado en su concepcin de artista y que luego se haban transformado en realidad mediante colores y lneas en el lienzo. Se haban convertido en demonios que lo angustiaban en el calor de la fiebre. Antes de lo que hubieran esperado, sus discpulos lo hallaron muerto en su cama...De tal manera este hombre solo se hizo realmente grande porque se senta tan pequeo en comparacin con el divino Rafael. En la opinin de los iniciados el genio del arte lo ha canonizado, hace mucho ya, y ha rodeado su cabeza con la aureola que le corresponde como mrtir autntico del entusiasmo por el arte...El susodicho cuento de la muerte de Francesco Francia nos ha sido transmitido por el viejo Vasari, en quien alentaba an el espritu de los primeros padres del arte.Esas mentes crticas que no quieren ni pueden creer que todos los espritus extraordinarios son obra sobrenatural y que quisieran disolver en prosa todo el Mundo, se burlan de los cuentos del viejo y venerable cronista del arte y narran con perfecta insolencia que Francesco Francia muri envenenado.

El discpulo y RafaelWilielm Heinrich Wackenroder

Traduccin de Ilse M. de Brugger.En aquella poca en que el Mundo, admirado, poda ver an en vida a Rafael l, cuyo nombre es difcil que salga de mi boca sin que lo llame instintivamente el divino, en aquella poca oh, con qu satisfaccin sacrificara toda la prudencia y sabidura de siglos posteriores con tal de haber vivido en esa centuria!, en ese entonces, pues, viva en una pequea ciudad de la regin florentina un joven que se ejercitaba en el arte de pintar y a quien llamaremos Antonio. Desde nio se sinti fuertemente atrado por la pintura y ya de muchacho copiaba asiduamente todas las imgenes que le caan en manos. Pero adems de todos sus afanes perseverantes y su deseo frreo de producir alguna cosa excelente, lo caracterizaban una cierta timidez y limitacin del espritu, y siendo as las cosas, la planta del arte siempre ostenta un crecimiento reprimido y frgil y nunca puede elevarse hacia el cielo, libre y sanamente: sta es una constelacin desfavorable de las fuerzas anmicas que ya ha dado a luz a numerosos artistas a medias.Antonio ya se haba ejercitado en la imitacin de diversos maestros de su poca y haba conseguido llegar a un punto tal que la semejanza de sus copias le daba un placer inmenso en tanto que le renda exacta cuenta de sus progresos paulatinos. Finalmente, vio algunos dibujos y cuadros de Rafael; a menudo haba odo pronunciar su nombre con grandes elogios y en seguida se puso a tomar como modelo los trabajos de este hombre altamente ensalzado. Pero cuando sus copias no le resultaban en absoluto y no saba cul era la causa, depuso impacientemente el pincel, reflexion sobre lo que quera hacer y compuso al fin la siguiente carta:

Al pintor ms acabado,Rafael de Urbino.Perdonadme que no conozca el tratamiento a daros porque sois un hombre incomprensible y extraordinario; y yo, para colmo, no estoy acostumbrado a manejar la pluma. He rumiado, tambin, largamente en mi fuero ntimo sobre si sera lcito que os escribiera sin haberos visto nunca en persona. Pero, como en todas partes se oye hablar de vuestra actitud condescendiente y amable, al fin me he animado a hacerlo.No querra robaros con muchas palabras vuestro tiempo precioso porque me imagina que debis trabajar enormemente, de modo que quiero abriros en seguida mi corazn y recomendaros, con mucha urgencia mi solicitud.

Soy un joven principiante en el exquisito arte pictrico al que amo por encima de todas las cosas y que deleita todo mi corazn de modo que casi no puedo creer que exceptuando, como es natural, a vos y a otros maestros famosos de nuestros tiempos exista otra persona con igual amor ntimo y con tal perseverante afecto hacia el arte como son los mos. Me esfuerzo lo mejor posible por acercarme cada vez ms a la meta que discierno a la distancia; no hay da y casi dira que no hay hora en que descanse, y noto que progreso todos los das por poco que sea. Ahora bien, ya he hecho mis buenos ejercicios tomando como modelos a muchos hombres famosos en estos momentos; pero cuando he comenzado a imitar con el pincel vuestros trabajos me he sentido como si no supiera absolutamente nada y debiera empezar de nuevo. Ya son muchas las cabezas que he logrado pintar en el lienzo sin que se haya podido descubrir ningn error o incorreccin ni en los contornos ni en las sombras y luces. Pero las cabezas de vuestros apstoles y discpulos de Cristo, as como las de vuestras madonas y Nios Jess, cuando las traslado al lienzo rasgo por rasgo y con tanta exactitud que se me estn por saltar los ojos, luego miro el conjunto y lo comparo con el original, me asusto porque veo que hay una diferencia sideral y el rostro es completamente distinto. Y sin embargo, vuestras cabezas, cuando uno las mira por primera vez, tienen apariencia de ser ms fciles que otras, porque su aspecto es muy natural, es como si se reconociera en ellas en seguida a las personas intencionadas, y como si uno ya las hubiera visto en vida. Adems, no encuentro en vos esos escorzos pesados y extraordinarios de los miembros con que otros maestros suelen mostrar hoy en da la perfeccin de su arte y atormentarnos a nosotros, sus pobres discpulos.En consecuencia y por ms que haya reflexionado sobre el asunto, no me s explicar en absoluto lo singular que tienen vuestros cuadros y no puedo descubrir de ningn modo cul es la verdadera causa por la cual uno no puede imitaros bien y nunca alcanzar del todo vuestra maestra. Oh, prestadme vuestra ayuda en este punto, os lo ruego urgente y fervorosamente, y decidme (porque sin duda sabis hacerlo mejor que nadie) qu es lo que debo hacer para asemejarme a vos en alguna medida! Oh, cuan profundamente lo grabar en mi alma, con cuntos afanes me atendr a ello!... De vez en cuando hasta me he imaginado perdondmelo que poseis en vuestro trabajo algn secreto del cual ninguna otra persona puede formarse una idea. Cunto me gustara observaros cuando trabajis aunque fuera por medio da noms, pero acaso no permits la entrada a nadie! O bien, si yo fuera un gran seor os ofrecera por vuestro secreto miles y miles de monedas de oro.Ay, mostraos indulgente conmigo por haberme tomado la libertad de molestaros con semejante chchara! Sois un hombre extraordinario que seguramente mirar con desprecio a los dems hombres.Sin duda trabajaris da y noche para producir cosas tan magnficas y en vuestra juventud habris avanzado seguramente en un solo da tan lejos como yo no logro hacerlo en un ao. Pues bien, en el futuro me aplicar lo ms que pueda.Otros que tienen un poder de observacin ms agudo que el mo elogian tambin la expresividad de vuestros cuadros por encima de todas las cosas y afirman que nadie sabe representar tan bien como vos, por decir as, la disposicin anmica de las personas, de manera que se podran adivinar en cierto modo sus pensamientos a partir de su fisonoma y sus gestos. Mas, de estas cosas todava no entiendo mucho.Pero, al fin debo dejar de molestaros. Ah, qu consuelo vitalizante sera para m si dierais vuestro consejo, aunque fuera con pocas palabras a vuestro Antonio, quien os adora como a ninguna otra persona.As rezaba la carta que Antonio dirigi a Rafael...; y ste le escribi, con leve sonrisa, la siguiente respuesta:

Mi buen Antonio:Est bien que sientas un amor tan grande hacia el arte y te ejercites asiduamente; me has dado una gran alegra con esta noticia. Pero lo que pides saber de m, lamentablemente, no te lo puedo decir; y esto no porque se trate de un secreto que no quisiera revelarte... pues yo de buen grado y desde el fondo de mi corazn te lo comunicara a ti y a otro cualquiera... sino porque es desconocido para m mismo.Te leo en la cara que no quieres crermelo; y sin embargo, es cierto. As como uno no puede rendir cuentas de dnde le viene su voz bronca o armoniosa, tampoco te puedo decir por qu mis cuadros, bajo mis manos, adquieren justamente este aspecto y no otro.El mundo busca muchas cosas peculiares en mis lienzos; y cuando me llaman la atencin sobre este logro y aqul, me veo obligado a mirar yo mismo mi obra con una sonrisa porque ha salido bien. Pero fue acabada como en un sueo agradable y durante el trabajo siempre pens ms en el objeto que en lo que quera representar.Si no sabes comprender e imitar bien lo peculiar que acaso encuentres en mis trabajos, te aconsejo, querido Antonio, que elijas como modelo a algn otro de los maestros justamente afamados de nuestros tiempos; pues cada cual tiene algo digno de ser imitado y yo me he formado con provecho mirando su ejemplo y todava hoy nutro mis ojos con sus mltiples excelencias. Pero el don de que tenga ahora esta manera de pintar y ninguna otra as como cada uno suele tener la suya parece inserto en mi naturaleza desde un principio; no lo he adquirida con sudor molesto y no es posible estudiarlo a propsito. Contina, empero, ejercitndote cariosamente en el arte y que te vaya bien!El puchero de oro - Un cuento de hadas modernoE. T. A. HoffmannTraduccin de Francisco PayarolsVelada primeraLos infortunios del estudiante Anselmo. El tabaco del vicerrector Paulmann y las serpientes color verde.Un da de la Ascensin, hacia las tres de la tarde, un joven, al cruzar corriendo la Puerta Negra de Dresde, top contra un cesto lleno de manzanas y pasteles que venda una mujer vieja y muy fea. Fue tal la embestida, que lo que no qued aplastado sali rondando, con gran regocijo de los golfillos callejeros, que acudieron a repartirse el botn con que los obsequiaba el apresurado seor. Al or el gritero que arm la vieja, las comadres abandonaron sus puestos de dulces y aguardiente y, rodeando al joven se pusieron a increparlo con tal escndalo y grosera, que l, mudo de enojo y vergenza, sac su bolsa, no muy repleta por cierto, y la alarg a la mujer, quien la agarr vidamente y se apresur a esconderla. Se abri entonces el apretado crculo, y al escapar el mozo, le grit la bruja:

S, corre, corre, hijo de Satans! A caer pronto en el cristal... en el cristal!

La chillona voz de la vieja, ms un graznido que una voz, tena algo de horrible, tanto que los transentes se detuvieron pasmados, y las risas que haban empezado a propagarse enmudecieron de golpe. El estudiante Anselmo que as se llamaba nuestro joven, aunque no comprendi en absoluto el sentido de las extraas palabras de la mujer, se sinti sobrecogido por un horror instintivo y apresur an ms el paso, deseoso de escapar a las miradas de la curiosa multitud. Mientras se abra camino entre la muchedumbre de gente vestida de fiesta, por todas partes se oa murmurar:

Pobre muchacho! Maldita vieja!

Las misteriosas palabras de la mujer haban dado un extrao giro trgico al ridculo incidente, y todo el Mundo miraba con aire de compasin al joven que poco antes haba pasado totalmente inadvertido. En gracia al rostro del mozo, de rasgos regulares y bien formados, cuya expresin realzaba an ms el sonrojo de la furia interior y al ver su buena planta, las muchachas le perdonaron su aturdimiento y su traje desmaado, ajeno a todos los cnones de la moda. Su levita gris estaba tan mal cortada, que el sastre que la hizo quedaba muy mal parado acerca de su conocimiento de las formas modernas, y el pantaln, de raso negro y bien conservado, daba al conjunto un cierto estilo magisterial que no se adaptaba ni a su porte ni a su categora. Cuando el estudiante hubo llegado al extremo de la avenida que conduce a los baos de Linke, estaba casi sin aliento. Tuvo que acortar el paso, pero casi no se atreva a levantar los ojos del suelo; segua viendo las manzanas y los pasteles danzar a su alrededor, e incluso las miradas amables que le diriga tal o cual muchacha le parecan el reflejo de las maliciosas risotadas de la Puerta Negra. De este modo lleg a la entrada de los baos de Linke, en los cuales entraba una fila de personas bien vestidas, una detrs de la otra. Del interior llegaba el eco de una banda de instrumentos de viento, y el alboroto de los alegres concurrentes creca por momentos. Las lgrimas asomaron a los ojos del pobre estudiante Anselmo, pues al recordar que la Ascensin haba sido siempre fiesta grande en su familia, y que a l tambin le habra gustado participar en los regocijos de aquel Paraso, tomar hasta media racin de caf con ron y una botella de cerveza fuerte, y gastar para mantenerse a la altura de las circunstancias ms dinero del que en realidad le permita su situacin. Y he aqu que el fatal tropezn contra el puesto de manzanas le haba hecho gastar todo el dinero que llevaba encima. Era intil pensar ya en caf, en cerveza fuerte, en msica, en la contemplacin de las acicaladas muchachas, en una palabra: en ninguno de los soados placeres; pas lentamente de largo, y por fin tom el camino del Elba, que estaba completamente solitario a aquellas horas. Bajo un saco que brotaba del muro encontr un apacible prado; se detuvo y empez a llenar una pipa con tabaco, que le haba regalado su amigo el vicerrector Paulmann. Ante l chapoteaban rumorosas las doradas ondas del Elba, tras el cual la maravillosa Dresde levantaba, osada y altiva, sus torres esbeltas en el fondo difuso del cielo, que pareca descender hasta los prados floridos y los verdes bosques, y en la densa penumbra se destacaban las montaas dentadas que dejaban adivinar la lejana Bohemia. Mirando hoscamente ante s, el estudiante Anselmo lanzaba al aire las bocanadas de humo, hasta que no pudo ms y expres su despecho en alta voz:

La verdad es que he nacido para sufrir todas las cruces y miserias! Pase que nunca me haya tocado la sorpresa en el pastel de Reyes; que nunca acierte cuando juego a pares o nones; que si se me cae el panecillo con manteca siempre lo hace del lado untado; de estas desgracias no quiero ni hablar; pero, no es una fatalidad horrible, que habiendo llegado a estudiante despus de vencer todas las trabas del diablo tenga que seguir siendo un paleto? Si estreno un traje puedo asegurar que al primer da me caer en l una mancha de grasa o me har un siete con un clavo. Si saludo a un consejero o a una dama, no ser sin que el sombrero se me caiga o vaya a parar al suelo del revs, exhibiendo su poco presentable interior. No tena que pagar en el Halle todos los das de mercado tres o cuatro perras gordas por cacharros rotos y slo porque se me haba metido en la cabeza tomar siempre el camino ms recto, como un conejo de monte? He llegado alguna vez puntual al colegio o a cualquier otro lugar? De nada me serva salir de casa media hora antes y colocarme delante de la puerta con el pestillo en la mano, pues tan pronto como me dispona a abrir al sonar la primera campanada, Satans me vaciaba una jofaina en la cabeza o me haca topar con uno que sala, lo cual me meta en mil los y lo echaba todo a perder. Ah! Dnde estis, sueos felices de un venturoso porvenir, cuando orgulloso de m, imaginaba medrar aqu hasta ascender a secretario privado? M mala estrella no me ha hecho indisponer con los que haban de ser mis mejores protectores? S que el consejero secreto, a quien me recomendaron, no puede sufrir el pelo al rape; con grandes trabajos el peluquero me sujet al cogote una pequea trenza, pero a la primera reverencia salt el malhadado cordn, y un perrillo juguetn que me estaba husmeando, llev, satisfecho, la peluca al seor consejero. Yo, espantado, pegu un salto para rescatarla y di de narices contra la mesa en que Su Seora estaba trabajando mientras desayunaba, y tazas, platos, tintero y salvadera, todo se volc, y un ro de chocolate y tinta se derram sobre la relacin escrita. Seor, es usted el diablo!, me grit furibundo el consejero mientras me empujaba hacia la puerta. De qu sirve que el vicerrector Paulmann me haya hecho concebir la esperanza de un puesto de escribiente! Mi aciaga suerte me sigue a todas partes; como la propia sombra.Hoy mismo, sin ir ms lejos, me propona celebrar agradablemente la santa festividad de la Ascensin y echar una canita al aire en su debida forma. Hubiera podido gritar altivamente, como cualquier otro parroquiano de los baos de Linke: Mozo, una botella de cerveza fuerte, de la mejor! Habra pasado all la velada, junto a algn grupo de bellas muchachas. S que habra cobrado nimos, que habra parecido ser otro hombre. Oh!, s, y hasta si una de ellas hubiese preguntado: Qu hora ser?, o bien, Qu es esto que tocan?, me habra levantado ligero, sin volcar el vaso ni tropezar con el banco y, adelantndome uno o dos pasos con aire respetuoso, habra dicho: Seorita, van a dar las seis, o bien, Es la obertura de las Mujercitas del Danubio. Quin habra podido reprochrmelo? Pero no; las chicas se habran mirado con aquella sonrisa burlona que esbozan siempre que. me aventuro a demostrar que tambin yo s drmelas de ligero mundano y alternar con seoritas. Pero no; el diablo me lanza de cabeza contra el maldito cesto de manzanas y aqu me tenis solitario con mi pipa.En este momento, el estudiante Anselmo vio interrumpido su soliloquio por un extrao susurro que sala de la hierba a su lado, y que se propag en seguida a las ramas y hojas del saco que sombreaban su cabeza. Unas veces pareca la brisa vespertina que agitaba las hojas; otras, pajarillos que se posaban en las ramas, sacudiendo las alas en incesante revoloteo. El susurro se convirti luego en un cuchicheo, un suave rumor, como el que habran producido las flores convertidas en campanillas de cristal. Anselmo no se cansaba de escuchar; de pronto, y sin saber cmo, aquel susurro y cascabeleo se transform en palabras articuladas, aunque poco inteligibles:

A travs entremedio, entre ramas, entreabiertas flores, balancemonos, enlacmonos hermanita, hermanita, colmpiate a media luz, rauda, arriba, abajo el Sol poniente dispara sus rayos, silba la brisa vespertina, desciende el roco las flores cantan, movamos nuestras lengecitas y cantemos con flores y ramas pronto lucirn las estrellas y bajarn, enrosqumonos, enlacmonos, columpimonos, hermanitas.

Y as prosigui aquella charla desatinada. El estudiante Anselmo pens:

Quiz se trate de la brisa crepuscular que hoy me susurra palabras ininteligibles.

Pero en aquel mismo momento resonaron sobre su cabeza como tres notas argentinas de campanillas de cristal. Mir hacia arriba y vio tres diminutas y relucientes serpientes de color verde-oro que, enroscadas en las ramas, levantaban las cabecitas hacia el Sol poniente. Volvieron a sonar, en suave murmullo, las mismas palabras de antes, mientras los animalitos se deslizaban por entre las hojas y las ramas con tal ligereza, que se habra dicho que las hojas obscuras del saco estaban inundadas por mil centelleantes esmeraldas.

Es el Sol poniente que juguetea en el saco.

pens el estudiante Anselmo; pero volvieron a sonar las campanas, y entonces vio el mozo cmo una de las serpientes alargaba hacia l la cabecita. Sinti como si una descarga elctrica sacudiera todos sus miembros; algo tembl en su interior. Absorto, mir hacia arriba y observ un par de maravillosos ojos azul obscuro que lo miraban con una intensidad inexpresable, haciendo que un sentimiento hasta entonces desconocido de infinita felicidad y de profundsimo dolor amenazara con hacer estallar su pecho. Y mientras segua mirando lleno de un deseo ardiente aquellos ojos irresistibles, resonaron ms fuerte los armoniosos acordes de las campanillas de cristal, mientras las centelleantes esmeraldas caan sobre l envolvindolo, llameando y jugueteando a su alrededor con hilillos de oro. Se agit el saco y dijo:Estabas bajo mi sombra, te rode mi aroma, pero no me comprendiste; el aroma es mi lenguaje cuando lo inspira el amor.Pas rozando la brisa y habl a su vez:Te refresqu las sienes, mas no me comprendiste; el hlito es mi lenguaje cuando lo enciende el amor.Y luego los rayos del Sol rasgaron las nubes y al arder su resplandor, sonaron estas palabras:Vert sobre ti oro abrasador, pero no me comprendiste; el fuego es mi lenguaje, cuando lo enciende el amor.Y cuanto ms se sumerga en la mirada de aquellos ojos hechiceros, ms intenso se haca en l su deseo. De pronto, todo se movi y agit, como despertando a una vida venturosa. Las flores lo envolvieron con sus perfumes, y aquel olor era como el bellsimo canto de mil voces aflautadas; y el canto era esparcido a lo lejos en dulce eco por las doradas nubes del cielo vespertino. Pero cuando el ltimo rayo del Sol hubo desaparecido detrs de las montaas y el crepsculo extendi su velo por la comarca, se elev, como si fuera de muy lejos, una voz profunda y ronca:

Vamos, vamos, qu es todo ese cuchichear y rumorear por ah? Vamos, vamos, quin busca mi rayo tras las montaas? Basta de Sol y basta de cantos. Vamos, vamos por matas y hierbas por hierbas y ro!. Vamos, vamos, a-baa-jo, a-baa-jo!Y se apag la voz como el eco de un trueno lejano; pero las campanillas de cristal se quebraron en un sonido discordante. Todo enmudeci, y Anselmo vio entonces cmo las tres serpientes, brillando y centelleando, se escurran por entre la hierba hacia el ro; con un leve crujido se precipitaron en