LOS PORTADORES DE LA ANTORCHA

¿de la misma antorcha?

Portadores de la Antorcha, es un grupo escultórico bellísimo, realizado por la artista norteamericana Anna Hyatt Huntington en 1954, quien la donó a la Villa de Madrid, en donde preside la Plaza Ramón y Cajal de la Facultad de Odontología de la Ciudad Universitaria desde el 15 de Mayo de 1955.

La obra, hecha en aluminio, y con un peso de 1.600 kilogramos, se erigió en la mayor talla realizada hasta ese momento.

Existen tres copias en bronce de Los portadores de la antorcha. Dos de ellas están en Estados Unidos, en la Universidad de Carolina del Sur y en el Discovery Museum de Bridgeport (Connecticut). La tercera se encuentra en la ciudad de Valencia.

Los Portadores de la Antorcha es la alegoría de una de las cualidades humanas más nobles, la de transmitir el conocimiento a lo largo de la Historia, y representa a un moribundo que, antes de fallecer, hace entrega de una antorcha, símbolo de la Erudicción, a un joven jinete, que recoge el testigo, para transmitirla a la generación venidera y perpetuar así la Sabiduría, la perpetuación, en definitiva, de la Civilización Occidental.

Los Portadores de la Antorcha constituye un homenaje a todos aquellas personas que a lo largo de la historia tuvieron inquietudes, y mostraron abiertamente su curiosidad, con el convencimiento de que la pasión por descubrir, atesorar y transmitir conocimientos – muy por encima de los bienes materiales – era el mejor legado que las siguientes generaciones podrían heredar.

Recuerdo que desde el primer momento que la contemplé me impresionó. Observé con detenimiento al joven que monta a caballo, un hombre fuerte y seguro de sí mismo que tiene toda la vida por delante. Se inclina levemente para recoger la antorcha que le brinda un anciano, abatido, exhausto, miembro de una generación anterior que se libera con la entrega y traspasa con ello la responsabilidad a la generación posterior.

También recuerdo que entre los dos roles que presenta la escultura me vi identificado, como no podía ser de otra forma, con el hombre joven que inicia su andadura con la seguridad de que su generación alcanzará cotas superiores a la generación sustituida.

Hace unos días volví a aquel lugar a tomar unas fotos y ¿qué descubrí?, descubrí que mi mirada se dirigía más bien al anciano que extiende su brazo y ofrece la antorcha. Y no lo hice ni con nostalgia ni pesadumbre, tal vez con algo de decepción, pero con serenidad, asumiendo la responsabilidad del tiempo que estuvo en mi mano, recordando las derrotas cosechadas, pero también recordando la decisión e ilusión con las que afronté todos los retos, peleas, batallas, celebraciones…

El veterano corredor cayó, no por dejadez, sino porque derrochó sus fuerzas para entregar puntualmente su antorcha. Su brazo derecho descansa o abraza ¿la roca?. El izquierdo, firme, lo mismo es índice que marca la dirección, como prolongación de la llama que pasa al joven jinete que con torso recio y brioso corcel promete cumplir con su posta. Dos generaciones se citan en su llama ansiosa de incendiar el mundo.