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Barrington Moore, Jr. Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia El senor y el campesino en la formación dei mundo moderno Traducción de Jaume Costa y Gabrielle Woith I9 EDICIONES PENÍNSULA BARCELONA

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Barrington Moore, Jr.

Los orígenes sociales de la dictadura

y de la democraciaEl senor y el campesino en la

formación dei mundo moderno

Traducción de Jaume Costa y Gabrielle Woith

I9EDICIONES PENÍNSULA

BARCELONA

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P R Ó L O G O

Este libro pretende explicar los diferentes papeies polí­ticos desempenados por las clases superiores terrate- nientes y el campesinado en la transformación de las sociedades agrarias (definidas simplemente como sis­temas donde una gran mayoría de la poblaciónvive de la tierra) en sociedades industriales modernas. Algo más especificamente, trata de descubrir la gama de con­diciones históricas bajo las que uno de aquellos grupos rurales o ambos a la vez se convirtieron en fuerzas im­portantes para la emergencia de las versiones parla­mentarias occidentales de la democracia y de las dic- taduras de derecha y de izquierda, es decir,:;de los regímenes fascistas y comunistas.

Com o ningún problema llega nunca a secas y sin llover al estudioso de la sociedad humana, vale la pena indicar muy brevemente las consideraciones implica­das en el que nos ocupa. Ya algún tiempo antes de ini­ciar en serio esta obra hace más de diez anos, me había vuelto escéptico sobre la tesis de que el industrialismo seria la causa principal de los regímenes totalitários dei siglo xx, por el hecho muy obvio de que Rusia y la China eran países eminentemente agrarios cuando los

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comunistas se establecieron en ellos. Mucho antes aún me había convencido de que la comprensión teórica adecuada de los sistemas políticos requiere que se adenda a las instituciones y la historia de Asia. Por eso me pareció a lo menos una estrategia prometedora in­vestigar qué corrientes políticas se dieron entre las cla- ses que vivían dei campo, y dedicar tanta atención a las sociedades de Asia como a las occidentales.

Para empezar (en la primera parte), el libro consi­dera el itinerário democrático y capitalista hacia la Edad Moderna, y asimismo cómo se resolvió tal trâns- formación en Inglaterra, Francia y los Estados Uni­dos. M i intención original había sido completar esa- sección con capítulos similares sobre Alemania, y Rusia con miras a mostrar cómo los orígenes sociales dei fas­cismo y dei comunismo en Europa diferían de los de la democracia parlamentaria. Tras algunas vacilaciones, me decidi a prescindir de esos dos capítulos, en parte porque el libro ya era bastante largo, en parte porque durante el curso de su redacción se hicieron asequibles tratados excelentes a los que me hubiera sido imposi- ble anadir nada en cuanto a interpretaeión de la histo­ria social de ambos países. Por otro lado, no he dejado de aprovechar libremente materiales sobre Alemania y Rusia con fines de ilustración comparativa y en la ex- posición teórica de la tercera parte. La bibliografia reú­ne las fuentes que han formado la base de mi concep- ción de la historia social de Alemania y Rusia. N o referirse explicitamente a Alemania y Rusia tiene por lo menos Ia ventaja compensatória de permitir una ex- posición más extensa (en la segunda parte) de las ver-

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siones asiáticas de fascismo, comunismo y democracia parlamentaria, en el Japón, la China y la índia, donde los problemas agrarios son aún agudos. Dado que la historia y la estructura social de dichos países a menu- do es bastante desconocida de los lectores occidentales cultos, cabe suponer que los críticos serán indulgentes con un autor que escribe más sobre lo que menos co- noce.

Contra semejante selección de casos es posible ob­jetar que su âmbito es demasiado amplio para que lo cubra una sola persona y, a la vez, demasiado estrecho para permitir generalizaciones bien fundadas. Acerca de la posibilidad de que la empresa sea demasiado am- biciosa/do.único que el autor, propiamente, tiene.dere- cho a decir es que ha habido inuchos momentos en que él inismo lo hubiera reconocido de buena gana. Las críticas dei segundo tipo podrían senalar que nin- guno de los Estados de extension menor — Suiza, Es- candinavia o los Países Bajos entre los democráticos, las áreas más reducidas.de victoria o control comunis­ta por otro lado, como.Cuba, los satélites de la Europa oriental, Vietnam dei Norte, Corea dei Norte— reci- ben considération alguna. jCóm o es posible generali­zar sobre el desarrollo de la democracia occidental o dei comunismo excluyéndolos? La exclusion de los Estados democráticos occidentales de segundo or- den, <:no da un sesgo antirrural a todo el libro, desde el principio hasta el fin? A esa objeción, creo que existe una respuesta objetiva. Este estúdio se concentra en ciertos estádios importantes dentro de un prolongado proceso social que se ha ido conformando en diversos

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países. Como parte de tal proceso han ido imponién- dose nuevos ajustes sociales, con o sin violência, que han dado a ciertos países el liderazgo político en dis­tintos momentos de la primera mitad dei siglo xx. Lo que interesa aqui de modo central es la innovación que ha conducido al poderio político, y no la propagación y la recepción de instituciones que han sido forjadas acá y allá, salvo donde han conducido a una pujanza significativa en la política mundial. El hecho de que los países de menor relieve dependan económica y po­liticamente de los grandes y poderosos indica que las causas determinantes de su política se encuentran fue- ra de sus limites. Indica asimismo que sus problemas políticos no son en realidad comparables con los de los países más importantes. Por eso un estúdio general so -, bre las precondiciones históricas de la democracia y dei autoritarismo que incluyera lo mismo pequenos que grandes países seria probablemente tan amplia como llena de lugares comunes abstractos.

Desde ese punto de vista, el análisis de la transfor- mación de la sociedad agraria en países específicos produce resultados tan valiosos, por lo menos, como amplias generalizaciones. Es importante, por ejemplo, saber cómo la solución de los problemas agrarios con- tribuyó al establecimiento de la democracia parlamen­taria en Inglaterra, mientras que el fracaso hasta hoy en la solución de aquéllos, planteados de modo muy distinto, constituye una amenaza para la democracia en la índia. Además, para un país cualquiera en parti­cular, uno está obligado a encontrar líneas causales que no encajarían fácilmente en teorias de alcance más

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amplio. Una dedicación demasiado devota a la teoria, por el contrario, entrana siempre el peligro de que uno ponga excesivo énfasis en hechos que encajan en la teoria más allá de su importância en la historia dei país en cuestión. Por todas esas razones la interpretación de la transformación en distintos países ocupa la ma- yor parte dei libro.

En el esfuerzo por entender la historia de un país específico, una perspectiva comparativa puede llevar al planteamiento de cuestiones muy útiles y, a veces, nue- vas. Hay aún más ventajas. Las comparaciones pueden servir para rechazar de plano explicaciones históricas aceptadas. Y una aproximación comparativa puede lle­var a nuevas generalizaciones históricas. En la práctica todas esas características constituyen un proceso inte­lectual único y hacen que un tal estúdio sea más que una colección heterogénea de casos interesantes. Tras observar, por ejemplo, que los campesinos indios han venido a sufrir de hecho durante los siglos xix y xx tanto como los campesinos chinos sin engendrar un movimiento revolucionário masivo, uno empiezjá a re­considerar las explicaciones tradicionales sobredb que ha tenido lugar en ambas sociedades y presta atención a los factores relacionados con alzamientos campesi­nos en otros países, con la esperanza de discernir cau­sas generales. O tras tener noticia de las desastrosas consecuencias para la democracia de la coalición entre elites agrarias e industriales en la Alemania dei siglo xix y princípios dei xx, el tan traído y llevado matrimonio dei hierro y dei centeno, se pregunta por qué un ma­trimonio similar entre hierro y algodón no impidió en

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los Estados Unidos que se produjera la guerra civil; y así uno ha dado un paso cara a especificar las configu- raciones favorables y desfavorables al establecimiento de la democracia Occidental moderna. Es obvio, con todo, que el análisis comparativo no representa nin- gún sustitutivo para la investigación detallada de los casos específicos.

Las generalizaciones bien fundadas se asemejan a una carta en gran escala de un extenso territorio, como la que utilizaria un piloto de avión al atravesar un con­tinente. Tales cartas son tan esenciales para ciertos fines como son necesarias las más detalladas para otros. N adie que busque una orientación preliminar res- pecto a determinado .territorio pretenderá conocer la localización exacta de cada casa y cada sendero. En cambio, si se explora a p ie —y en la actualidad el his­toriador comparatista no hace otra cosa buena parte dei tiempo— , lo primero que se conoce son los deta- lles. Su sentido y su parentesco emergen tan sólo gra­dualmente. Puede haber largos períodos en que el in­vestigador se sienta perdido en una maleza de hechos habitada.por especialistas: ocupados en salvajes dispu­tas sobre si la maleza es un pinar o una jungia tropical. Es improbable que salga de tales reffiegas sin rasgunos y magulladuras. Y si cartografia el área que ha visitado, puede muy bien suceder que uno cualquiera.de los na­tivos le acuse de haber omitido su casa, triste even tua- lidad si el investigador ha encontrado allí, justamente, buen sustento y refresco. Es probable que la protesta sea aún más viva si el explorador, al fin dei viaje, inten­ta fijar en forma muy sumaria para quienes quizá sigan

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sus pasos las cosas más notables que ha visto. Eso es exactamente lo que voy a intentar llevar a cabo ahora, o sea esbozar con trazos muy gruesos mis hallazgos principales con miras a dar al lector un mapa prelimi­nar dei terreno que vamos a explorar juntos.

En el conjunto de casos aqui examinados, se pue- den distinguir très grandes vias en el trânsito dei mun­do preindustrial al moderno. La primera de ellas pasa por lo que me ha parecido apropiado denominar revo­luciones burguesas. Ese término, además de ser una bandera roja para muchos eruditos a causa de sus con- notaciones marxistas, présenta otras ambigiiedades y desventajas. Sin embargo, por razones que se verán a

- su tiempo,; pienso que es una désignation neeesaria para ciertos câmbios violentos que tuvieron lugar en las sociedades inglesa, francesa y norteamericana en el curso de su evolución hacia democracias industriales modernas, y que los historiadores asocian con la Re- volución Puritana (también llamada con frecuencia Guerra Civil Inglesa), la Révolution Francesa y la Gue­rra Civil Americana. Un rasgo clave de tales revolucio­nes es el desarrollo de un grupo social con base econó­mica independiente que ataca los obstáculos que se oponen a la version democrática dei capitalismo, obs­táculos heredados dei pasado. Aunque gran parte dei ímpetu procediera de las clases ciudadanas mercantiles y artesanas, ello está lejos de explicarlo todo. Los alia­dos que encontro ese ímpetu burguês, los enemigos con que chocó, varían muchísimo de un caso a otro. Las clases altas rurales, principal punto de partida de nuestras consideraciones, o bien fueron una parte im-

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portante de la marea capitalista y democrática, como en Inglaterra, o bien quedaron al margen en las con­vulsiones de la revolución o guerra civil. L o mismo se puede decir de los campesinos. O bien la orientación primordial de sus esfúerzos políticos coincidió con aquel empuje hacia el capitalismo y la democracia po­lítica, o bien, de lo contrario, fueron irrelevantes, ya porque el avance capitalista destruyó la sociedad rural, ya porque se inició en un nuevo país, tal como los E s­tados Unidos, sin autêntico campesinado.

A través de grandes revoluciones y guerras civiles, la primera y más temprana de las tres vias arriba dis­tinguidas condujo a la combinación de capitalismo y democracia Occidental. La segunda vía también fue ca­pitalista, pero culminó durante el siglo xx en el fascis­mo. Alemania y el Japón son los dos casos más obvios, si bien tan sólo el último se trata con detalle en este es­túdio, por las razones ya comentadas. La calificaré de forma capitalista y reaccionaria. Representa un tipo de revolución desde arriba. En tales países el impulso burguês fúe mucho más débil. Si llegó a cobrar cariz revolucionário, la revolución fue desbaratada. Más-tar­de sectores de la relativamente débil clase comercial e industrial contaron con elementos disidentes de lãs más rancias y aún dominantes clases rectoras, recluta- dos sobre todo en el campo, para imponer câmbios políticos y económicos indispensables para la cons- trúcción de una sociedad industrial moderna, bajo los auspícios de un régimen semiparlamentario. El de- sarrollo industrial, bajo tales auspicios, fue quizá rápi­do. Pero el resultado, tras un breve e inestable período

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de democracia, fue el fascismo. La tercera vía es, por supuesto, el comunismo, ejemplificado en Rusia y en China. Las magnas burocracias agrarias de esos países sirvieron para inhibir los impuestos comerciales y lue- go industriales en mayor medida aún que en los casos precedentes. Los resultados fueron biformes. En pri- mer lugar las clases urbanas fueron demasiado débiles para constituir siquiera un asociado advenedizo según la forma de modernización adoptada por Alemania y el Japón, aunque hubo tentativas en tal sentido. Y al fal­tar los más mínimos pasos hacia la modernización, el campesinado continuo siendo ingente. Ese estrato, su- jeto a nuevas sobrecargas y presiones al introducirse el mundo moderno, suministró la mayor afluência de fuerza revolucionaria destructiva que echó abajo el an- tiguo orden e impulso a aquellos países a la era moder­na bajo regímenes comunistas que hicieron de los cam­pesinos sus víctimas predilectas.

Finalmente, podemos ver en la índia un cuarto modelo general que se caracteriza por el débil impulso hacia la modernización. En aquel país, hasta el mo­mento, no se ha dado ni una revolución capitalista des­de arriba o desde abajo, ni una revolución campesina que haya conducido al comunismo. Asimismo el im­pulso hacia la modernización ha sido muy débil. Por otro lado, no han dejado de hacer acto de presencia en él algunos, por lo menos, de los requisitos históricos prévios de la democracia Occidental. Hace cierto tiem- po que posee un régimen paríamentario que es consi- derablemente más que mera fachada. Justamente por­que en la índia el impulso hacia la modernización ha

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sido más débil, su caso resulta algo aparte de cualquie- ra de los esquemas teóricos que parece posible cons­truir para los restantes. A la vez sirve de saludable re- futación a tales generalizaciones. Es útil, en especial, para tratar de entender las revoluciones campesinas, por cuanto el grado de miséria rural en la índia, don­de no se ha dado revolución campesina alguna, es más o menos igual al de la China, donde rebelión y revolu­ción han sido decisivas lo mismo en los tiempos pre- modernos que en los recientes.

Para resumirlo con la mayor concisión posible, nos mueve el propósito de comprender el papèl de las clases altas rurales y de los campesinos en las revolu­ciones burguesas que condujeron a la democracia ca­pitalista, las revoluciones burguesas abortadas que condujeron al fascismo, y las revoluciones campesinas que condujeron al comunismo. Las formas como las clases altas rurales y los campesinos reaccionaron al reto de la agricultura comercial fueron factores decisi­vos para que se dieran determinados resultados polí­ticos. Espero que en el curso de la exposición que va a seguir se pondrá de manifiesto la aplicabilidad de aquellas etiquetas políticas, los elementos que tienen o no en comun aquellos movimientos en diversos paí­ses y distintas épocas. Hay un punto, con todo, que merece ser puesto de relieve en seguida. Aunque en cada caso destaque una configuración dominante, es posible discernir configuraciones subordinadas que en otro país constituyen los rasgos dominantes. Así en Inglaterra, durante la última parte de la Revolución Francesa y hasta después dei final de las guerras napo-

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leónicas, existían algunos de los elementos de una con­figuration reaccionaria reconocibles como rasgos do­minantes en Alemania: una coalición entre las más rancias élites terratenientes y las comerciales e indus­triales en ascenso, dirigida contra las clases bajas ciu- dadanas y rurales (pero capaz a veces de atraerse el importante apoyo de éstas en determinadas cuestio- nes). De uno u otro modo, en efecto, tal combinación reaccionaria de elementos aparece en cada una de las sociedades estudiadas, incluso en los Estados Unidos. Igualmente el absolutismo real en Francia muestra al­gunos efectos sobre la vida comercial idênticos a los de las grandes monarquias burocráticas de la Rusia zaris- ta y la.China imperial, ©bservaciones de ese tipo acre- cientan un tanto ia eonfianza en la posibilidad de que categorias fundadas empiricamente trasciendan los ca­sos particulares.

Existe, sin embargo, una fuerte tension entre las exigencias de explicar en debida forma un caso parti­cular y la búsqueda.de generalizaciones, en especial porque es imposible saber a ciência cierta cuán impor­tante puede ser un problema particular hasta que uno ha terminado de examinarlos todos. Esa tension es res­ponsable de una cierta falta de simetria y de elegancia en la manera de presentar esta obra, que deploro, pero que he sido incapaz de eliminar tras varias redaccio- nes. De nuevo el paralelo con el explorador de tierras desconocidas puede no estar de más: no se le pide que construya un camino real llano y directo para el grupo de viajeros que va a seguirle. De ser su guia, se consi­derará que cumple adecuadamente con su cometido si

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evita las pérdidas de tiempo en marchas atrás y errores de su primera exploración, se àbstiene cortêsmente de conducir a sus companeros por lo más intrincado de la maleza y, mientras les va guiando con cautela hacia de- lante, les indica los pozos de lobo más peligrosos. Si un torpe desliz le hace caer en una trampa, puede incluso que algunos de los de la partida, lejos de regodearse a sus expensas, estén dispuestos a darle una mano para ponerle otra vez en su camino. Es para un equipo así de companeros en busca de la verdad que he escrito este libro.

El ©entro de Investigación Rusa de Harvard me ha favorecido con una preciosa dádiva de tiempo. Por el interés comprensivo que me han manifestado sin el me­nor vestigio de impaciência, estoy especialmente agra­decido a diversos funcionários dei Centro durante cuyo ejercicio el libro ha sido escrito: los profesores William ?L. Langer, Merle Fainsod, Abram Bergson, director, Marshall D. Shulman, director asociado. Mis numerosos descuidos han obligado a la senorita Rose DiBenedetto a mecanografiar repetidas veces inconta- bles páginas dei manuscrito siempre con inalterado buen humor.

A lo largo de toda la empresa, mi excelente amigo el profesor Herbert Marcuse me ha sostenido con su amálgama única de cálido aliento y de crítica pene­trante. Quizá cuando más me ha ayudado ha sido cuando me ha creído menos. Otro buen amigo, el di- funto profesor Otto Kirchheimer, leyó el manuscrito

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de cabo a rabo y sacó a la luz algunas tesis implícitas que después he tratado de hacer explícitas. El concur­so que me ha prestado Elizabeth Carol M oore en to­dos los estádios ha sido tan fundamental y tan variado que sólo un autor y marido puede apreciarlo. Ambos nos hemos beneficiado a menudo, y en gran medida, de la inteligência y la prudente inventiva de algünos de los que integran el personal de la Widener Library, en especial dei senor Foster M. Palmer y de Ia senorita Y. T. Feng.

Distintos colegas con especiales conocimientos objetivos, gracias a sus observaciones sobre capítulos particulares, me han salvado de necios errores y me han hecho sugestiones valiosas. Su generosidad al con- fesarme que en esta obra han encontrado matéria de reflexión e incitaciones a replantearse algunos puntos en sus respectivas especialidades ha constituído para mí una recompensa de sumo valor. Por más aclaracio- nes que hiciera constar, enumerar aqui sus nombres les identificaria en cierto modo con mis puntos de vista y conferiria a este libro una injustificada aureõla de consenso erudito. Por eso he preferido darles las gra­cias privadamente. De aquellos no mencionados aqui lo mismo que de los que sí lo han sido, he aprendido que la noción de una comunidad de eruditos es más que pura retórica.

BA R R I N G T O N MOORE, JR .

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