los nacionalismos y la geografÍa

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LOS NACIONALISMOS Y LA GEOGRAFÍA por Francesc Nadal El resurgir de los conflictos nacionalistas en los países de la Europa del Este, el proceso de reunificación abierto por las dos Alemanias y la permanencia de tensiones nacionalistas crónicas en el resto del mundo occidental está obligando a los científicos sociales a repensar la fuerza histórica de los movimientos nacionalistas. Alguno de los cuales contribuirá a modificar de forma decisiva el mapa político diseñado en Yalta. Los ideales y sentimientos nacionalistas han estado y están presentes, aunque sea en grados muy diversos, en la vida política, cultural y social contemporánea de los países occidentales, afectando todos los ámbitos del conocimiento geográfico y orientando las diferentes políticas territoriales. Como resultado de la revitalización reciente de los movimientos nacionalistas, diferentes grupos de geógrafos empezaron a dedicar desde mediados de la década de 1980 una atención creciente a las estrechas e importantes relaciones existentes entre los nacionalismos y la geografía. Relaciones que habían quedado un poco olvidadas en las investigaciones geográficas emprendidas durante las décadas siguientes al final de la II Guerra Mundial. El presente artículo constituye de hecho una primera reflexión personal sobre los nacionalismos en el marco geográfico del mundo occidental contemporáneo y su influencia sobre los procesos geográficos. Dicha reflexión forma parte de una investigación más amplia sobre el Estado moderno como factor organizador del territorio. He circunscrito estas reflexiones al ámbito geográfico de las sociedades occidentales contemporáneas, tanto por razones de conocimiento personal, como por las dificultades que entraña la comprensión del fenómeno nacionalista en el marco de otras civilizaciones, en las que, tal es el caso de la cultura islámica o los pueblos africanos, existen otros parámetros culturales. Desde mi punto de vista, los movimientos

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LOS NACIONALISMOS Y LA GEOGRAFÍA

por Francesc Nadal

El resurgir de los conflictos nacionalistas en los países de la Europa del Este, el proceso de reunificación abierto por las dos Alemanias y la permanencia de tensiones nacionalistas crónicas en el resto del mundo occidental está obligando a los científicos sociales a repensar la fuerza histórica de los movimientos nacionalistas. Alguno de los cuales contribuirá a modificar de forma decisiva el mapa político diseñado en Yalta. Los ideales y sentimientos nacionalistas han estado y están presentes, aunque sea en grados muy diversos, en la vida política, cultural y social contemporánea de los países occidentales, afectando todos los ámbitos del conocimiento geográfico y orientando las diferentes políticas territoriales.

Como resultado de la revitalización reciente de los movimientos nacionalistas, diferentes grupos de geógrafos empezaron a dedicar desde mediados de la década de 1980 una atención creciente a las estrechas e importantes relaciones existentes entre los nacionalismos y la geografía. Relaciones que habían quedado un poco olvidadas en las investigaciones geográficas emprendidas durante las décadas siguientes al final de la II Guerra Mundial. El presente artículo constituye de hecho una primera reflexión personal sobre los nacionalismos en el marco geográfico del mundo occidental contemporáneo y su influencia sobre los procesos geográficos. Dicha reflexión forma parte de una investigación más amplia sobre el Estado moderno como factor organizador del territorio.

He circunscrito estas reflexiones al ámbito geográfico de las sociedades occidentales contemporáneas, tanto por razones de conocimiento personal, como por las dificultades que entraña la comprensión del fenómeno nacionalista en el marco de otras civilizaciones, en las que, tal es el caso de la cultura islámica o los pueblos africanos, existen otros parámetros culturales. Desde mi punto de vista, los movimientos nacionalistas no deben ser estudiados como fenómenos aislados en el tiempo y en el espacio, es decir como movimientos específicos de unos determinados países, sino que deben estudiarse como procesos históricos más generales, que afectan a un conjunto de sociedades con unas características culturales comunes.

LA COMPLEJIDAD DE LOS NACIONALISMOS

Dentro de la acepción del término nacionalismo se integran una multitud de movimientos sociales de carácter y objetivos políticos muy diversos. En primer lugar, cabría definir como nacionalistas aquellas políticas de gobierno de carácter ordinario realizadas indistintamente por partidos conservadores o social -demócratas en Estados-nación como Francia o Suecia, que si bien no reciben el apelativo expreso de nacionalistas, en la práctica están encaminadas a reforzar la cohesión de sus respectivas comunidades nacionales. En segundo lugar, se puede definir como nacionalistas a aquellas políticas de corte expansionista realizadas por Estados fuertes en determinados momentos históricos e impulsadas indistintamente tanto por gobiernos representativos como autoritarios.

En tercer lugar,es preciso calificar de nacionalistas a aquellos movimientos dedicados a conseguir un alto grado de autonomía política o incluso la independencia de una determinada comunidad nacional, generalmente minoritaria, integrada en un Estado plurinacional, aunque éste no reconozca dicho carácter plurinacional. De igual forma, cabría señalar, en cuarto lugar, como nacionalistas aquellas políticas territoriales de carácter irredentista, dirigidas a recuperar una parte del territorio nacional segregado en algún momento histórico. Y, por último, en quinto lugar, también hay que considerar como nacionalistas a aquellos movimientos socío-polítícos, que anteponen los valores considerados como "nacionales" a otra problemática de tipo democrático o social, como sería el caso de los movimientos de carácter autoritario o totalitario, que se adueñaron de una gran parte de los gobiernos europeos a partir de la década de 1920.

En la realidad, la mayor parte de los movimientos nacionalistas occidentales constituyen una amalgama de cada uno de los diferentes tipos de nacionalismo antes esbozados. A pesar de sus enormes diferencias políticas y sociales, los diferentes tipos de movimientos nacionalistas presentan con un grado de radicalidad diverso unos elementos comunes como son: la defensa y configuración de unos rasgos culturales particulares; el reforzamiento de los vínculos sociales comunitarios; y, el logro de unas cotas de autonomía política y territorial lo más amplias posibles. El grado de radicalidad de los movimientos nacionalistas podría medirse a partir M mayor o menor énfasis dado a dichos objetivos.

En el momento de abordar la problemática nacionalista los geógrafos no pueden dejar de considerar en ella una cierta escala geográfica y unas similitudes con la problemática regionalista a cuyo estudio tantos esfuerzos han dedicado. Para un geolingüista eslavo que recorra Europa occidental de norte a sur el francés, el castellano o el catalán le parecerán dialectos regionales de una lengua común, el latín, muy diferenciada de otros troncos lingüísticos europeos. Con su observación el geolingüista habrá introducido consideraciones de escala geográfica en sus razonamientos puesto que el italiano romanche o rumano estudiados en detalle presentan numerosas diferencias con las otras lenguas románicas, que justifican su carácter de lenguas nacionales, pero observadas desde una perspectiva geográfica más amplía constituyen un conjunto común diferenciado de otros grupos lingüísticos. Por tanto, los problemas de escala geográfica que suscita para el lingüista la relación lenguadialectos, son similares aunque no idénticos, a los problemas que suscita para el geógrafo la relación nación-regiones.

En bastantes ocasiones las diferencias geográficas que se le presentan al geógrafo para precisar lo que entiende por nación y por región le resultan difíciles de determinar. Los límites entre dichos conceptos se resuelven en la mayoría de las ocasiones por criterios de tipo político. Pero se trata de una determinación apresurada. Ojeando el mapa político de Europa no resulta difícil encontrar regiones, que en algún momento de su historia han sido independientes como Baviera o el Piamonte y que en la actualidad poseen una personalidad cultural, geográfica y económica tan acusada, que seguramente su estatus sería envidiado por una buena parte de las naciones independientes. Tal vez uno de los ejemplos más interesantes que conozco para ilustrar las complejas relaciones entre el hecho nacional y el regional sería comparar la situación actual entre Baviera y Austria ¿Son ambas comunidades regiones de una única nación alemana? ¿Son naciones diferentes? Estoy convencido de que el lector me permitirá la licencia de que no exprese mi opinión sobre

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este conflictivo tema, que he planteado únicamente para expresar las dificultades con las que tiene que enfrentarse el geógrafo en el momento de analizar el hecho regional y sus imbricaciones con la problemática nacionalista.

Los movimientos regionalistas y los nacionalistas presentan muchos elementos en común. De hecho, una buena parte de los movimientos nacionalistas contemporáneos son consecuencia de una radicalización de movimientos regionalistas anteriores. El recorrido histórico que conduce del regionalismo al nacionalismo se ha realizado en diferentes comunidades humanas en los dos sentidos: del nacionalismo bávaro de principios del siglo XIX se ha pasado a un acusado regionalismo novecentista, mientras que del regionalismo catalán ochocentista se ha pasado en el presente siglo a la cristalización de un movimiento nacionalista de carácter ambiguo. Ambos movimientos, el regionalista y el nacionalista, se fundamentan sobre la defensa de los derechos particulares y sobre unas estrategias políticas y territoriales comunes. Una primera lectura de ambos movimientos permitiría tal vez al geógrafo y al politicólogo argumentar que sus diferencias radican en las reivindicaciones políticas: el regionalismo tiende hacia la obtención de un mayor grado de autonomía política, mientras que el nacionalismo hacia la independencia.

Pero, en mi opinión dicha diferenciación política es insuficiente. En primer lugar, porque la existencia de una comunidad nacional y por tanto de sentimientos nacionalistas es independiente del tipo de vínculos políticos que dicha comunidad nacional mantenga con un Estado determinado, ya sea éste unitario, regional o federal. Y, en segundo lugar, porque muchas políticas impulsadas por partidos nacionalistas no van dirigidas a la obtención de la independencia política, sino a la obtención, al igual que los movimientos regionalistas, de mayores cotas de autonomía política o fiscal. En cambio, si existe una diferencia de carácter cultural y social entre ambos movimientos: mientras el regionalismo acepta formar parte de una comunidad nacional superior, predominando en su ideario los aspectos comunes que le mantienen unida a dicha comunidad, el nacionalismo parte del reconocimiento de una imposibilidad por integrarse en dicha comunidad nacional, al estimar que los aspectos diferenciadores superan a los comunes. El nacionalismo presupone un sentimiento y un acto radical de autonomía y diferencia en relación a otras comunidades nacionales.

En términos coloquiales se podría describir a los regionalismos como la actitud de aquellos miembros de una gran familia que, aún exigiendo de ésta el reconocimiento de unos derechos propios derivados de su personalidad, se consideran parte esencial de la misma y de la que no desean desvincularse. Mientras que los movimientos nacionalistas, serían el resultado de diferentes tipos de actitudes. En algunos casos, habría una consideración de tipo étnica o racial, como la formulada por una parte de los nacionalistas vascos, que les llevaría al rechazo de su integración en una familia como la española, que no es vista como la propia. En otros casos, existiría un sentimiento de diferenciación cultural originado en un largo, dispar y divergente proceso histórico, que conduciría a los miembros originariamente procedentes de una misma familia a su separación y extrañamiento, como sería el caso de serbios y croatas. También a veces, la actitud nacionalista podría surgir como fruto de importantes cambios ideológicos, ya sean de tipo religioso o científicos, operados en alguno de los miembros de la familia, dichos cambios pueden generar un profundo sentimiento de rechazo e incomprensión por ambas partes y desde esta perspectiva los movimientos

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nacionalistas pueden ser vistos como movimientos opuestos a la introducción de nuevos valores religiosos, ideológicos o científicos.

En otras ocasiones, cabría considerar al nacionalismo como un acto de independencia de uno de los miembros más jóvenes de la familia, que ha considerado llegada la hora de su emancipación, como sería el caso de las colonias americanas respecto a sus metrópolis europeas. Junto a todo ello, estaría la actitud más economicista de aquellos miembros de la familia que han adoptado una decisión de separación radical, por discrepar sobre la forma cómo debe distribuirse el patrimonio familiar; esta actitud englobaría aquellos movimientos nacionalistas dirigidos a proteger un determinado mercado nacional o bien a recomponer las relaciones en el interior de la familia tras un desastre económico. Y, para cerrar esta exposición de casos, hay que hacer mención de la opinión argüida por algunos pensadores sociales, según la cual el nacionalismo respondería a una tendencia humana basada en el deseo de diferenciarse culturalmente o dicho en otros términos de adquirir una personalidad cultural propia.

En general, las causas que llevan a los movimientos inicialmente regionalistas a transformarse en nacionalistas no obedecen a una única actitud, sino que son una consecuencia histórica de la intersección de varias de ellas. Ya sean razones de carácter racial, histórico, ideológico o económico las determinantes de tal transmutación, el fuego que alienta las pasiones nacionalistas y sin el cual no habría conflictos nacionalistas, radica en la idea y en los sentimientos de diferencia entre los hombres. En este sentido, los políticos nacionalistas y aquellos grupos foráneos interesados en alentar dichos sentimientos, guiados por unos u otros intereses, echan leña al fuego del nacionalismo al potenciar y resaltar de forma radical los aspectos y sentimientos diferenciadores, que hay entre los hombres. Una vez encendida la mecha causante de los conflictos nacionalistas las reacciones posibles pueden adquirir caracteres muy diversos. El registro histórico contemporáneo da cuenta desde procesos de independencia pacíficos, resultado de un referéndum democrático, hasta conflictos de una violencia insospechada, que han terminado en guerras o en enemistades históricas, casi irreconciliables.

A lo largo de las siguientes páginas dedicaré un primer apartado teórico a exponer los principales factores culturales y sociales que caracterizan a los movimientos nacionalistas contemporáneos. A continuación, expondré aquellos aspectos más relevantes considerados por los geógrafos contemporáneos para explicar las relaciones entre la geografía y los movimientos nacionalistas. Finalmente, haré referencia a dos casos concretos de movimientos nacionalistas, que han sido y están siendo objeto de estudios por parte de los geógrafos: Escocia y Quebec.

LOS FACTORES SOCIALES Y CULTURALES DEL NACIONALISMO

Antes de abordar propiamente las relaciones entre la geografía y los movimientos nacionalistas considero de todo punto necesario realizar una aproximación a aquellos factores culturales y sociales sobre los que se fundamentan los nacionalismos occidentales, así como a alguna de las teorías propuestas para explicar su génesis y desarrollo. Seguramente para explicar la raíz de los movimientos nacionalistas en el mundo occidental deberíamos remontarnos a los inicios de la Edad Moderna, tal como lo han señalado

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historiadores como J.A. Maravall o Hans Kohn. A pesar de ello, las interpretaciones que se expondrán a continuación están únicamente referidas al desarrollo de los sentimientos nacionalistas a partir de la difusión de los ideales románticos.

Una gran parte de los elementos culturales que definen a los movimientos nacionalistas contemporáneos son fruto del pensamiento romántico. La deuda intelectual de los movimientos nacionalistas contemporáneos con el Romanticismo es tan grande, que cabría considerarlos como una creación suya. La fuerza y el atractivo intelectual de los movimientos nacionalistas procede de sus raíces románticas y con ellas comparten las objeciones que el racionalismo de la cultura occidental contemporánea ha hecho del espíritu romántico.

El nacionalismo como defensa de lo particular.

Tanto en su génesis romántica como en su desarrollo posterior, el nacionalismo se ha caracterizado por la defensa de los valores particulares de la humanidad. Dichos valores constituyen, para los teóricos nacionalistas, el fermento creador y enriquecedor de uno de los elementos más importantes del patrimonio cultural de la humanidad: su diversidad. Desde esta perspectiva intelectual próxima a los valores románticos, para el filósofo católico J.G. Herder, paladín de dicha concepción, la lengua, la máxima creación cultural de los hombres, es el reflejo del espíritu nacional de cada pueblo o "volkgeist" y la manifestación más clara de que la cultura humana se declina en plural. Por su parte, otro pensador también pre-romántico como J.J. Rousseau, al tratar la situación política de pueblos como el polaco o el corso, intentó definir, a partir de consideraciones morales e internacionales, la idea de que cada pueblo tenía o debía tener, si quería considerarse como tal, un carácter específico, que le diferenciase de los demás.

Esta búsqueda de elementos culturales particulares de cada pueblo, iniciada con ahínco a finales del XVIII recibió un impulso decisivo durante el ochocientos con la difusión del espíritu romántico. Una buena parte de la cultura europea ochocentista se orientó hacia el hallazgo de las raíces nacionales de los diferentes pueblos europeos. Negando la estética y la cultura clásica, que había inspirado el espíritu de la Ilustración, la mayor parte de los intelectuales románticos hallaron en el pasado medieval la fuente sobre la que edificar sus proyectos culturales nacionales. La búsqueda de elementos culturales que definieran los rasgos peculiares de cada pueblo abarcó a todos los ámbitos de la vida cultural y social.

Desde principios del ochocientos, juristas como el alemán F.C. Savigny manifestaron que cada pueblo tenía un derecho propio elaborado a lo largo de la historia, derecho que, como la lengua, era una expresión más de su cultura nacional. La batalla contra el Código civil y la defensa de los derechos forales centró una buena parte de las polémicas jurídicas del siglo XIX. Por su parte, los arquitectos, influenciados por el gusto medievalizante del romanticismo y por los ideales pre-rafaelistas, intentaron reconstruir, siguiendo las tradiciones arquitectónicas de cada país, unos determinados modelos de arquitectura nacional. De igual forma, la música empezó inspirándose primero en determinadas recreaciones del pasado medieval, pasando a continuación a beber en la propia tradición musical nacional. De igual manera, los folkloristas buscaron y recrearon toda una serie de tradiciones de origen medieval o arcaico, que sirvieran como elementos aglutinadores de la

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identidad nacional. Mientras que una buena parte de la literatura ochocentista también participó activamente en ese renacimiento de las culturas nacionales. La entusiasta recuperación de lenguas como el checo, el griego o el catalán, si bien no pudo impedir la pérdida o fosilización de antiguas y florecientes lenguas como el occitano o las diferentes variedades del gaélico, pone de relieve la importante contribución de la literatura y la filología ochocentista en salvaguardar una buena parte de la diversidad lingüística europea.

Todo este amplio movimiento cultural insuflado por los vientos del Romanticismo ha modelado de forma diversa gran parte de la cultura occidental contemporánea. Y, la geografía, al igual que la arquitectura o la música, está impregnada por los valores nacionalistas forjados por el Romanticismo. El concepto ratzeliano de espacio vital constituye un punto álgido y esclarecedor de las estrechas relaciones entre la geografía y la cultura nacionalista. Ahora bien, desde un punto de vista estrictamente cultural, las conjunciones entre el saber geográfico y los proyectos culturales nacionalistas son múltiples. El punto más sobresaliente de dicha relación es la contribución de los geógrafos a la definición geográfica y cultural de un territorio o un paisaje regional determinado, de forma tal que los miembros de la comunidad nacional, puedan sentirse identificados con el mismo.

La búsqueda incesante de elementos físicos y humanos, a partir de los que se ha intentado definir el espacio regional, ha caracterizado a una buena parte del saber geográfico contemporáneo. Este apenas ha podido disimular tras sus pretensiones culturales y científicas el objetivo explícitamente nacionalista de encontrar y resaltar los rasgos geográficos particulares, que definan y den personalidad al territorio. De forma similar a otros aspectos de la cultura humana, la lectura del paisaje regional, que puede hacerse en clave idiográfica o nomotética, ofrecerá al geógrafo, argumentos tanto sobre la diferenciación territorial, como sobre la uniformidad subyacente de los espacios regionales.

La senda abierta a finales del setecientos por la intelectualidad pre-romántica y encaminada a recuperar las diferentes tradiciones culturales nacionales gestadas durante la Edad Media ha permitido conservar una parte sustancial de la riqueza cultural que encerraba dicho legado histórico. Pero, el recorrido de ese camino no ha estado sólo jalonado de consecuencias positivas, pues no todas las contribuciones culturales realizadas desde una óptica nacionalista pueden ser consideradas de forma tan favorable como pretenden hacernos creer los teóricos nacionalistas.

Las políticas culturales nacionalistas, de forma similar a otro tipo de políticas culturales, no sólo contienen aspectos positivos, sino que presentan muchas contraindicaciones. Al igual que una moneda de dos caras, el nacionalismo tiene un anverso, que ha provocado su rechazo por una buena parte de la intelectualidad occidental de talante liberal o socialista. Los dos aspectos que se han considerado más negativos de esa faz anversa son: el propiciar, en buena lógica con sus propios principios, las diferencias culturales, sociales y geográficas entre los hombres, así como el favorecer la incomunicación cultural y la segregación social. Al resaltar los aspectos diferenciadores, aquellos que los teóricos nacionalistas han convenido en llamar la identidad territorial, se ha contribuido a dotar a los diferentes pueblos de una personalidad, que se pretende genuina, pero también se ha contribuido a

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levantar muros de incomunicación cultural y de distancia social entre sociedades humanas que por su proximidad geográfica deberían mantener estrechas relaciones.

La lectura de determinados textos nacionalistas puede sugerirnos que el nacionalismo constituye desde un punto de vista cultural una cuestión estrictamente formal. En su defensa de la diversidad los teóricos nacionalistas afirman que los objetos, funciones y necesidades humanas no tienen porque expresarse o realizarse de una única forma, sino que pueden adoptar, y de hecho adoptan, una multiplicidad. Ahora bien, frente al reconocimiento de, soluciones formales diversas a problemas comunes los teóricos nacionalistas pueden adoptar dos actitudes culturales diametralmente opuestas Por una parte, existiría un planteamiento formalista o externalista, el cual reconocería que en lo sustancial existe una única humanidad con atributos y problemas similares, cuya resolución adoptaría formas diferentes en cada pueblo en razón de su propia historia.

Por la otra, en cambio, existiría una concepción esencialísta según la cual las disparidades formales son la expresión manifiesta de diferencias más profundas entre los pueblos. Esta concepción que en último término enfatiza los aspectos raciales y étnicos, sugiere que el gran desarrollo alcanzado por determinadas naciones en algunos campos de la cultura como la música o la ingeniería revela algo más que particulares resoluciones formales. Constituye una prueba de la existencia de diferencias esenciales. No es de extrañar que desde esta perspectiva algunos teóricos nacionalistas, no sólo hayan realizado juicios sobre la superioridad o inferioridad cultural de determinados pueblos, sino que hayan cuestionado presupuestos de carácter general como el de que todos los pueblos tienen al menos en potencia, dotes y necesidades culturales comúnes.

Pero, si se deja de lado a las concepciones esencialistas con todo el conjunto de consecuencias culturales y sociales que comportan y se centra esta exposición en un análisis de la concepción formalista, se puede observar que las diferencias formales de expresión sobre las que se fundamentan las diversas culturas nacionales, como la lengua, la arquitectura o los paisajes geográficos, plantean, de hecho, problemas de comunicación. En este sentido, cabe afirmar que toda cultura nacional constituye desde una perspectiva cultural y social un sistema particular de comunicaciones, que abarca todos los campos de la cultura y de las relaciones sociales. Las políticas culturales nacionalistas están dirigidas a potenciar su sistema de comunicaciones, con el fin de reforzar los vínculos culturales y sociales internos de su comunidad. Ahora bien, ese reforzamiento difícilmente puede realizarse sin propiciar el aumento de las tasas de incomunicación con otras sociedades o grupos humanos. De esta manera, si un determinado gobierno de carácter nacionalista decide que en los programas de literatura de la enseñanza secundaria se incrementen los temas dedicados a su literatura nacional, dicha decisión difícilmente se cumplirá sin menoscabo del conocimiento de otras literaturas nacionales

Una de las consecuencias geográficas derivadas de una política marcadamente nacionalista es el fomentar el aislamiento geográfico entre pueblos vecinos. Las políticas nacionalistas tienden a dibujar sobre territorios físicamente contiguos un espacio cultural insular, como si éste fuera en realidad un gran archipiélago, poblado por un conjunto de islas cultural y socialmente diferenciadas y no un gran continente donde las naciones están juntas y en estrecha comunicación cultural. A una escala más reducida -la de una ciudad o la de un

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distrito-, la incomunicación cultural, provocada por políticas marcadamente nacionalistas, contribuye decisivamente a fomentar la segregación social en sus diferentes formas. Ghettos judíos, "China Towns", o barrios de turcos son otras tantas islas culturales y sociales, que se suceden en las ciudades occidentales, fruto de políticas segregadoras queridas o impuestas.

En algunos casos la comunicación entre dos sistemas culturales formalmente diversos puede resultar no sólo difícil, sino casi imposible al hacer que ambos sistemas presenten elevados grados de incompatibilidad comunicativa. Desde la grafía o el código circulatorio hasta las creencias religiosas predominantes, una infinidad de pequeñas diferencias culturales puede dar lugar a que dos culturas nacionales próximas geográfica y étnicamente presenten niveles de intercomunicación muy bajos. A lo largo de su historia una gran parte de las sociedades europeas ha ido forjando muchos elementos culturales, que no sólo han servido como elementos modeladores de una determinada personalidad nacional, sino que les han preservado de una excesiva influencia exterior, procedente de comunidades más poderosas. Esta estrategia cultural ha permitido que muchas comunidades nacionales hayan conservado un alto y deseable grado de autonomía cultural, pero tiene el inconveniente de facilitar una cierta cerrazón cultural. Dicha cerrazón en los propios valores hace que, en algunos casos, las políticas nacionalistas sean justo lo contrario a los de una deseable sociedad abierta, donde el respeto a los valores tradicionales no suponga un freno a la introducción de principios sociales más justos y a aportaciones culturales novedosas.

Una de las principales paradojas que, a mi entender, provocan las políticas nacionalistas radicales es que defendiendo sus características culturales particulares a partir del respeto a la diversidad cultural humana, propician un ensimismamiento tal, que les impide justamente captar y comprender las aportaciones y la riqueza cultural de otros pueblos. Al encauzar sus esfuerzos intelectuales hacia la comprensión de lo propio se termina por ignorar el valor de las otras culturas y en muchas ocasiones de las más próximas. En los países occidentales más desarrollados ese "ensimismamiento" adquiere rasgos típicamente narcisistas. El adjetivo "chovinista", de cuño francés, está circunscrito únicamente a políticas culturales nacionalistas y define una actitud cultural de escasa sensibilidad hacia otras culturas.

Detrás de ese "ensimismamiento" en las cosas propias está latente toda una concepción de la cultura nacional, según la cual está no sólo es autónoma frente a las otras culturas nacionales, sino que contiene en sí misma todos los elementos de la cultura humana, sólo que desarrollados de una forma particular. Desde esta perspectiva, algún teórico nacionalista como el austro-marxista Otto Bauer ha visto, recogiendo parte del legado herderiano, el desarrollo de la cultura humana como el despliegue histórico de las diferentes culturas nacionales. Dicha concepción está perfectamente ilustrada en la imagen del árbol cuyo tronco representa a los aspectos comunes de la humanidad, mientras que las diferentes ramas, de follaje y espesor diversos, constituyen las distintas culturas nacionales. Aparte de la belleza formal de dicha representación, la pretensión mantenida por algunos teóricos nacionalistas de que, en último término, toda cultura se traduce en cultura nacional, resulta excesiva y conduce a una visión restringida del hecho cultural.

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En primer lugar, porque se presupone de forma discutible que desde siempre ha habido culturas nacionales, cuando éstas son fruto de determinados procesos históricos y sociales. En segundo lugar, porque existen muchos elementos culturales de carácter supranacional como determinadas creencias religiosas (catolicismo, calvinismo, Iglesia Ortodoxa ... ), que abarcan diferentes comunidades nacionales y determinan sus prácticas culturales. En tercer lugar, porque la mayor parte del conocimiento científico y técnico no es característico de una determinada nación, a pesar de que sus respectivas academias nacionales se empeñen en demostrar la existencia de una ciencia francesa o alemana. Y, en cuarto lugar, porque existen determinadas personalidades intelectuales cuya contribución al desarrollo cultural y científico de la humanidad difícilmente puede ser enmarcado dentro de una cultura nacional determinada.

De nuevo se plantea la cuestión de las relaciones entre lo particular, la cultura nacional, y lo universal, expresado perfectamente en las aspiraciones de algunas religiones o en el conocimiento científico con sus pretensiones de validez general. La contraposición de estos dos elementos ha originado a lo largo de la historia múltiples conflictos. Los valores universales, superiores han sido utilizados en muchas ocasiones para justificar agresiones de carácter imperialista, mientras que ¡os valores particulares han sido utilizados en otras tantas situaciones para impedir los procesos de modernización cultural. Ahora bien, la dinámica cultural de toda sociedad comporta un proceso de relaciones entre las elaboraciones nacionales y las aportaciones procedentes de otras culturas nacionales o de entidades de carácter supranacional. De forma figurada, se podría señalar que la cultura de las sociedades occidentales se sostiene como una persona sobre sus dos pies. Uno de ambos representaría el legado y las aportaciones culturales de carácter general, mientras que el otro constituiría todo lo relativo a las elaboraciones particulares de dicha comunidad nacional.

El nacionalismo como un vínculo social comunitario.

Para los teóricos nacionalistas un hombre sin nación sería como un hombre sin sombra, pues todos los hombres ya sea por razón de su lengua, lugar de nacimiento o religión pertenecen a una u otra comunidad nacional. Uno de los aspectos sociales más importantes de los movimientos nacionalistas lo constituye, a mi entender, su voluntad de delimitar comunitariamente determinadas agrupaciones humanas. Para desarrollar está afirmación me he basado fundamentalmente en el pensamiento del sociólogo alemán Ferdinand Tönnies, para quien el nacionalismo podría ser considerado como un movimiento social dirigido a reforzar los vínculos comunitarios, que se establecen en toda sociedad humana. Según Tönnies los vínculos sociales que mantienen unida toda sociedad humana desarrollada son de dos tipos: comunitarios y asociativos.

A diferencia de los lazos asociativos, que están basados sobre principios racionales y abstractos como pueden ser la adscripción de algunos miembros de una sociedad desarrollada a una entidad financiera o a una peña quinielista, los vínculos comunitarios son de carácter orgánico o natural como la comunidad lingüística, el ámbito geográfico, una trayectoria histórica común o unas características étnicas particulares. Los vínculos asociativos, que están fundamentados en el interés racional, son el fruto de pactos entre individuos y grupos humanos diversos con el fin de obtener beneficios de su asociación.

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Por el contrario, los vínculos comunitarios son de carácter orgánico. Nadie escoge ni la lengua materna, ni el ámbito geográfico en el que nacerá y muy pocas personas son capaces de romper a lo largo de su vida estos vínculos comunitarios. La mayor parte de dichos lazos se mantienen no por criterios racionales, sino por su fuerte componente afectiva. De hecho, la nación constituye, para muchos teóricos nacionalistas, una extensión de la propia familia. La fuerte relación afectiva que se establece entre los miembros de una determinada sociedad con su lengua materna 0 con el territorio, que puede identificarse con la basa M padre constituyen dos ejemplos precisos de los afectos de tipo comunitario. Tales sentimientos de tipo comunitario forman la argamasa social, que contribuye a mantener unida a una determinada comunidad nacional.

El territorio y muy especialmente el ámbito regional constituye uno de los principales nexos comunitarios. Tanto el sentimiento de pertenencia territorial como los estrechos lazos que se establecen entre los miembros de una sociedad y su ámbito territorial hacen que el saber geográfico desempeñe un papel importante en la cohesión de la comunidad nacional. Las políticas nacionalistas conscientes de la importancia M factor territorial tienden a reforzar los sentimientos de pertenencia al territorio.

Otro de los aspectos sociales del nacionalismo es que tiende a reforzar los lazos que mantienen unidos a los miembros de una sociedad de forma no conflictiva en su interior, pues los problemas sociales internos se trasladan hacia el exterior. Los nacionalistas recurren una y otra vez al enemigo exterior para cohesionar e integrar la comunidad nacional. Una buena parte de los movimientos nacionalistas contemporáneos aseguran que los males de la patria son debidos a ingerencias externas y que éstos cesarán cuando dicha intervención foránea sea erradicada. De esta manera, los grupos dirigentes consiguen poner orden en el interior de la comunidad y desviar una buena parte de los problemas internos hacia el exterior. El rechazo del enemigo exterior, real o supuesto, adquiere en algunos movimientos nacionalistas una importancia tal que constituye un factor de cohesión interno superior a la afirmación de los propios valores nacionales.

Ahora bien, esta relación con lo exterior no tiene por qué tomar siempre aspectos negativos, pues algunos de los movimientos nacionalistas contemporáneos de tipo regeneracionista se han planteado como movimientos de incorporación de valores foráneos. La relación con el exterior presenta la doble faceta del rechazo y de la emulación. La educación de la burguesía y de las élites intelectuales occidentales con sus colegios alemanes o norteamericanos ha sido siempre muy sensible a la incorporación de determinados valores foráneos. El afrancesamiento de los ilustrados o el germanismo de una buena parte de la intelectualidad europea del primer tercio de este siglo son dos ejemplos de esa doble relación con el exterior. Pero, tal vez el ejemplo más claro de movimiento nacionalista de carácter regeneracionista, que incorpora en su programa, en un esfuerzo modernizador, valores foráneos, sea el del nacionalismo turco desarrollado por el militar Kemal Atatürk.

Aunque no existe un modelo nacionalista específico para determinar las relaciones sociales entre los diferentes miembros de una determinada sociedad, las políticas nacionalistas tienden a dibujar unas relaciones de carácter integrador. A diferencia del liberalismo y del socialismo, que plantean una visión conflictiva y escindida de las relaciones individuales, en el primer caso, y de clases sociales, en el segundo, los movimientos nacionalistas se

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proyectan como una opción social integradora, donde todos los miembros de la comunidad tienen cabida, como si de una gran familia se tratara. Las políticas nacionalistas tienden a dulcificar y a hacer más digeribles algunos de los aspectos más crudos del liberalismo, de la misma manera que a atenuar o desviar los conflictos latentes entre las diferentes clases sociales.

Hay que señalar, además, que el nacionalismo responde y se aprovecha en buena parte del anhelo humano de pertenecer a un grupo cohesionado. La cultura nacionalista ofrece a los individuos todo un conjunto de símbolos y puntos de referencia con los que poder identificarse y sentirse integrados en el marco de una determinada sociedad. La dura perspectiva social del desarraigo, que lleva aparejada otras muchas consecuencias como la marginación, es utilizada por los políticos nacionalistas para reforzar la cohesión social de la comunidad nacional.

Como los nexos que mantienen unida una comunidad nacional son de tipo comunitario y no de carácter asociativo, la adscripción de los miembros a una determinada comunidad nacional no se realiza de forma voluntaria. Los procesos de integración nunca resultan fáciles para la población extranjera e inmigrada, resultando en el mejor de los casos lentos y generacionales. En otros casos la integración resulta muy traumática o casi imposible, por lo que muchos extranjeros e inmigrantes desisten de su empeño inicial por integrarse, formando auténticos "ghettos" aparte. Al respecto hay que señalar como una buena parte de los movimientos nacionalistas se otorgan la terrible prerrogativa, que conocen muy bien todos los grupos inmigrados, de decidir quién forma parte de la comunidad nacional y quién quedará excluido de la misma. La posibilidad de expulsar del 11 paraíso nacional" a determinados miembros de la comunidad nacional constituye un medio de cohesión social muy poderoso, sobre todo en el medio rural o regional, pues muy pocas personas o grupos humanos son capaces de soportar la presión vital que supone el desarraigo.

Desde una perspectiva geográfica se puede observar que los lazos de tipo comunitario están más arraigados y son predominantes en el medio regional, donde la homogeneidad social y cultural es más elevada que en las grandes ciudades. Mientras que en éstas, los vínculos de tipo asociativo están más desarrollados, que en ningún otro medio geográfico, sin que lleguen a ser totalmente dominantes. El carácter abstracto e interesado de las relaciones urbanas obliga a los ciudadanos a entrar en contacto con gente muy diversa y a hacerlo de forma muy interesada. Además, las grandes ciudades, como auténticos mosaicos sociales que son, obligan a sus ciudadanos a vivir dentro de unos niveles de promiscuidad cultural y social, que casan mal con sentimientos comunitarios estrictos.

Ahora bien, estas observaciones, que se pueden releer en los mismos escritos de Tönnies, no presuponen una simple dicotomía: medio regional-sentimiento comunitario / medio metropolitano-relaciones asociativas. Tal como lo han descrito geógrafos e historiadores, las ciudades han sido forjadoras de naciones y en la ciudad reside la burguesía y la intelectualidad nacionalista, que ha visto y ve el medio regional como su mercado nacional, su soporte material y cultural. Y aparte del tan debatido tema de las relaciones entre la ciudad y su entorno regional en la formación de una determinada región económica o territorio nacional, hay que señalar que una de las principales funciones asumidas por la mayor parte de las capitales europeas es la de crear y potenciar la cultura nacional.

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Sin embargo, algunas metrópolis como Londres, Nueva York o París, situadas en el vértice de la jerarquía urbana internacional y con unas élites urbanas cuyas relaciones y negocios se extienden sobre ámbitos culturales y territoriales muy dispares, presentan la doble faceta de ser capitales nacionales e internacionales. Este doble rostro se refleja en sus calles y plazas, que acogen edificios y jardines diseñados por arquitectos de muy diversa procedencia cultural. Los edificios de las grandes empresas multinacionales expresan el poder económico de la ciudad, pero también recuerdan constantemente a sus ciudadanos su carácter precisamente internacional. La población de dichas áreas metropolitanas es tan abigarrada, que en ocasiones resulta difícil discernir cuál es la comunidad étnica dominante. Al pasear por estas ciudades parece que en sus calles se respira un ambiente social de tipo asociativo, en el que los intereses económicos e intelectuales prevalecen sobre los vínculos comunitarios.

Pero, incluso en estas grandes ciudades esa sensación tiene que ser matizada, pues las relaciones de tipo asociativo tienen que compartir sus espacios con los sentimientos de tipo comunitario. El sentimiento de comunidad étnica desarrollado por algunos grupos sociales minoritarios como es el caso de los judíos, hindúes, musulmanes o negros está presente en casi todos los rincones de la ciudad. Aparte de su fragmentación social en diferentes comunidades étnicas, éstas grandes ciudades tampoco pueden hacernos olvidar su carácter emblemáticamente nacional, que se observa no sólo en los grandes edificios y monumentos, sino en los pequeños detalles que van desde las pastelerías hasta los clubs de jazz. El carácter pluri-étnico de tales ciudades y sus mismas dimensiones urbanas hacen difícil cualquier pronunciamiento sobre cuál de sus dos personalidades, la nacional o la internacional, es la predominante.

A pesar de que en última instancia exista un grupo étnico dominante, que se apropie en beneficio propio del carácter internacional de su estructura urbana, las relaciones sociales que se establecen en las grandes ciudades plantean problemas de diversa índole a los nacionalismos de tipo comunitario. Estos problemas surgen del hecho de que mientras la característica social dominante y definidora de la vida urbana en las grandes ciudades es su diversidad social y pluri-étnica, los proyectos nacionalistas de tipo comunitario están dirigidos a reforzar la homogeneidad étnica y cultural. Así, mientras la gran ciudad actúa como una máquina socialmente diversificadora, los proyectos nacionalistas de tipo comunitario constituyen de hecho políticas de homogeneización social.

El nacionalismo y la pareja nación-Estado.

La mayor parte de los movimientos nacionalistas reivindican el derecho a que cada comunidad nacional pueda disponer de un Estado propio. La finalidad política de los nacionalismos ha sido vista por uno de sus recientes estudiosos, el sociólogo Ernst Gellner, como los intentos de que la chica guapa y sin compromiso, que sería la nación, encuentre un esposo adecuado, que sería el Estado. De hecho, los políticos nacionalistas propugnan el matrimonio de la pareja nación-Estado, considerando que en una situación de plenitud y normalidad social y política toda nación debe disponer de un Estado propio, siendo éspureas todas las otras relaciones nación Estado.

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Una parte de sus reivindicaciones se amaparan en el derecho que tiene todo grupo humano a disponer de una organización político-administrativa propia. En opinión del politicólogo Elie Kedourie, el derecho a la auto-determinación esgrimido por los teóricos nacionalistas tiene su génesis y desarrollo en los presupuestos filosóficos kantianos sobre la autonomía intelectual de los individuos. Esta interpretación de Kedourie sobre la importancia del pensamiento kantiano en el desarrollo del nacionalismo contemporáneo ha sido cuestionada por otros estudiosos del nacionalismo como A.D. Smith o E. Gellner, pues para estos sociólogos las claves del desarrollo del nacionalismo hay que buscarlas en las profundas transformaciones económicas y sociales acaecidas en las sociedades europeas y no en el pensamiento kantiano.

Los intentos de resolver democráticamente los conflictos nacionalistas a través de referéndum han permitido la resolución pacífica de algunos conflictos como el de la independencia de Noruega de la Monarquía sueca en 1905, pero en la mayor parte de los casos plantean toda clase de recelos tanto por parte del Estado central como de los movimientos nacionalistas de carácter independentista. Además, pocas veces el resultado obtenido soluciona los problemas nacionalistas, que siguen latentes en espera de mejores tiempos como es el caso de Quebec.

En defensa de opciones políticas muy autonomistas o simplemente independentistas, una gran parte de los teóricos nacionalistas sostiene la tesis de que sin un Estado propio la comunidad nacional minoritaria está inmersa en un proceso de disolución cultural dentro del Estado del que forma parte. Diferentes procesos históricos (Bretaña, Córcega...) corroboran en parte esta tesis, que parte del presupuesto de que todo Estado es una gran máquina uniformizadora, como si fuera una especie de rodillo dedicado a limar las diferencias nacionales existentes en los territorios de su administración. Ahora bien, esta interpretación no debe adquirir el rango de ley general, pues en muchos otros casos determinadas comunidades nacionales como Escocia o Hungría han rentabilizado de forma positiva su pertenencia a Estados más amplios. En ambos casos la integración de dichas naciones en Estados supra-nacionales poderosos (Reino Unido de la Gran Bretaña o el Imperio Austro-Húngaro) les ha permitido participar en los beneficios de grandes mercados económicos, que han constituido un revulsivo para su desarrollo económico y cultural.

Desde los inicios de la Edad Moderna hasta nuestros días Estado y nación han constituido dos elementos políticos y sociales diferentes, unas veces unidos en plena simbiosis y en otras ocasiones contrapuestos. Ambos han experimentado a lo largo de la historia moderna y contemporánea, con mayor o menor éxito, diferentes tipos de maridaje. El Estado constituye una construcción histórica de carácter racional, fruto de la asociación de grupos de hombres para organizar sus bienes e imponer sus intereses, mientras que la nación es una comunidad de hombres unidos por uno o varios vínculos de tipo comunitario, aunque algunos teóricos nacionalistas como Renan, Pi i Margall o Rovira i Virgili, que han intentado dar una solución de tipo asociativa al hecho nacional, consideren únicamente a la libre voluntad de sus miembros como factor político determinante del hecho nacional. Dado que Estado y comunidad nacional no siempre se corresponden y dado que un Estado puede estar compuesto por diferentes comunidades nacionales y una nación por diferentes Estados los conflictos de intereses entre ambos han tejido una buena parte de la historia occidental.

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A lo largo de su desarrollo histórico los Estados occidentales han desempeñado un papel esencial en la formación y consolidación de las comunidades nacionales. Algunos Estados de tipo unitario, como es el caso del francés, han sido capaces de articular una única comunidad nacional sobre un conjunto de territorios, que históricamente formaban unidades culturales y políticas diversas. La asimilación y supeditación de la rica cultura occitana y provenzal del mediodía francés a los compases de París pone de manifiesto la fuerza del Estado como instrumento político capaz de generar consciencias territoriales más amplias que las originarías. Dado su doble carácter, constructor y destructor de nacionalidades, el Estado produce en los políticos nacionalistas reacciones psicológicas muy complejas de amor-odio.

La misma naturaleza racional y uniformizadora del Estado ha sido vista con recelo por las comunidades nacionales minoritarias, que lo integran. Por esto, una buena parte de las disposiciones racionalizadoras emanadas del Estado central han sido rechazadas por dichas comunidades, ya sea porque fuesen interpretadas como lesivas a sus privilegios políticos e intereses económicos o ya porque fuesen vistas como una amenaza virtual a su propia cultura. En bastantes ocasiones, el Estado ha desempeñado de forma centralista el papel de elemento modernizador y racionalizador de las sociedades que lo integran, en la mayor parte de las cuales predominan valores políticos y sociales más tradicionales. Ahora bien, el elenco de relaciones entre el Estado central y las comunidades nacionales es más amplio y complejo, y no una simple dicotomía: Estado central-racionalización del territorio / comunidades nacionales-valores culturales tradicionales. Esto es así porque el desarrollo mismo de la sociedad capitalista occidental, que alguno de sus mejores teóricos como J. Locke definió como "sociedad civil", se ha desarrollado aparte y con un gran recelo hacia el Estado moderno.

Las relaciones entre los Estados pluri-nacionales y sus respectivas comunidades nacionales no deben ser abordadas únicamente en términos económicos, sino que deben tenerse siempre muy presente los aspectos geopolíticos. De esta manera, la integración de Hungría dentro del Imperio Austriaco, primero, y Austro-Húngaro, después, aseguró a la nación magiar su pervivencia durante siglos frente a las amenazas turcas y, más tarde, su hegemonía sobre los pueblos eslavos y rumanos integrados en dicho Imperio. Por otro lado, la creación de Estados federales como el yugoslavo constituye un intento racional de forjar una construcción política fuerte, que permita a un conjunto dispar de pueblos minoritarios negociar con fuerza y estar presente en los foros internacionales.

Tampoco hay que olvidar, además, que pocas veces los conflictos nacionalistas suelen ser una cuestión entre dos partes con intereses encontrados. Bastantes movimientos nacionalistas han sido auspiciados por potencias e intereses extranjeros, que han visto en éllos un eficaz instrumento para debilitar y fragmentar a otros Estados. La instrumentación geopolítica de una buena parte de los movimientos nacionalistas por potencias foráneas constituye un hecho que los geógrafos han subrayado suficientemente en sus trabajos de geografía política. Incluso una buena parte de ese mismo saber geopolítico se fundamenta en la habilidad demostrada por determinadas potencias en fragmentar aquellos Estados a los que se considera demasiado poderosos o díscolos. Los informes realizados en 1919 por los británicos Lord Curzon y el geógrafo Halford Mackinder destinados a promover movimientos segregacionistas en las nacionalidades no rusas de la naciente república

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soviética como medio para neutralizar su influencia constituyen un ejemplo paradigmático de esta instrumentación geopolítica de los movimientos nacionalistas en favor de terceras potencias.

Los movimientos nacionalistas y la vertebración del mercado nacional.

Una buena parte de los teóricos marxistas que han tratado la cuestión nacional como Rosa Luxemburgo o Emilio Sereni han señalado que la pareja nación-Estado debe entenderse no sólo como una unión por afinidades culturales o intereses sociales, sino que constituye un matrimonio sólido basado en la administración de las ganancias que proporciona la existencia de un mercado nacional. En los capítulos matrimoniales de dicha unión el Estado estaría encargado de proporcionar eficacia en los rendimientos económicos del territorio, así como un dominio militar efectivo sobre el mismo. Para realizar tales cometidos dirigidos a vertebrar el mercado nacional el Estado debe ser capaz de articular una eficiente administración del territorio y una buena red de comunicaciones. Por su parte, la comunidad o comunidades nacionales integrantes deben proporcionar cohesión social e ideológica a dicho mercado nacional.

Desde esta perspectiva económica sobre las estrechas relaciones existentes entre el surgimiento y desarrollo de movimientos nacionalistas y la creación de sus respectivos mercado nacionales, algún movimiento nacionalista contemporáneo como el Risorgimento italiano ochocentista ha sido descrito por teóricos marxistas como Gramsci o Emilio Sereni como un complejo proceso histórico emprendido por las diferentes burguesías regionales italianas encaminado a conseguir la vertebración de un mercado económico más amplio de carácter nacional. Parecidos criterios económicos han aplicado historiadores y economistas para explicar el proceso de unificación alemana llevado a cabo en el siglo XIX y que tuvo que hacer frente a la resistencia de reinos como el de Baviera por integrarse en la nueva unidad política alemana.

A pesar de su interés para explicar una parte de determinados procesos históricos de unificación nacional, la validez de la teoría del mercado nacional, formulada a partir de criterios de racionalidad económica, dista mucho de ser general. En realidad, presenta demasiadas insuficiencias para explicar satisfactoriamente la formación de poderosos movimientos nacionalistas como el vasco o el irlandés para permitir interpretar los movimientos nacionalistas únicamente desde la perspectiva económica.

Aún teniendo en cuenta la insuficiencia de los factores económicos para explicar las tensiones nacionalistas, no hay que olvidar que una buena parte de éstas responden a negociaciones y discrepancias entre el Estado central y las comunidades nacionales por la distribución de la riqueza generada en el interior del mercado nacional, ya sea de recursos naturales o de niveles de renta. El desigual desarrollo económico de las diferentes comunidades que componen el Estado y la desigualdad en los niveles de renta constituyen dos de los principales factores económicos generadores de tensiones nacionalistas. Las reivindicaciones nacionalistas afloran tanto en las comunidades con menores niveles de desarrollo, como en las que tienen índices de crecimiento económico más altos.

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En este sentido, hay que señalar que aquellos Estados compuestos por diferentes comunidades nacionales con diferentes niveles de crecimiento económico y de renta se ven sometidos a presiones fiscales y políticas de desarrollo regional contrapuestas. Por un lado, las comunidades, que disponen de mayores niveles de renta y/o tasas de crecimiento más altas intentan retener la riqueza generada en su territorio. Riqueza que consideran propia y necesaria para el funcionamiento de su economía. Mientras que, por el otro, las comunidades con niveles de renta más bajos y/o tasas de crecimiento económico menores argumentan criterios de solidaridad interterritorial para obtener la concesión de mayores subvenciones del Estado central con los que hacer frente a sus problemas de desarrollo económico.

Desde esta perspectiva económica aquellos Estados que están constituidos por comunidades con niveles de renta y de crecimiento económico muy dispares se verán sometidos a fuertes tensiones nacionalistas. Para hacer frente a tales apremios, conseguir un mayor equilibrio territorial y un mercado nacional más cohesionado, los Estados federales y regionales occidentales han puesto en práctica con éxito diverso a lo largo de la segunda mitad de este siglo una serie de políticas de inspiración keynesianas de solidaridad interterritorial. Un ejemplo de este tipo de políticas fiscales redistributivas es el Fondo de Compensación Interterritorial, utilizado por el Estado español como instrumento de solidaridad interterritorial y cuya distribución genera tensiones entre las diferentes comunidades autónomas.

Los nacionalismos como reacción conservadora a la industrialización y modernización.

Sobre el surgimiento y desarrollo de los movimientos nacionalistas en el mundo occidental contemporáneo se han formulando diversas interpretaciones sociales. En su mayor parte contienen aspectos parcialmente interesantes, pero son poco satisfactorias en lo que hace referencia a los aspectos generales. Hecho que pone de relieve precisamente la dificultad de abordar la cuestión de los movimientos nacionalistas desde un punto de vista teórico. A continuación, con el ánimo de profundizar en su estudio y consciente de tales dificultades, expondré a grandes rasgos dos de las interpretaciones formuladas desde ópticas diversas sobre el surgimiento y desarrollo de los nacionalismos.

En primer lugar, existe una interpretación de carácter político, realizada por una buena parte de la intelectualidad occidental liberal/progresista y socialista, según la cual los movimientos nacionalistas más radicales, aquellos que anteponen las reivindicaciones nacionalistas de carácter particular a las sociales o democráticas de carácter general, responden a los intereses políticos y sociales de una parte de la burguesía, así como a diferentes sectores de la intelectualidad cristiana occidental (clero católico, popés ortodoxos o pastores protestantes). Estos sectores sociales utilizarían, según dicha interpretación, los sentimientos nacionalistas de la población tanto para contrarestar la influencia y progresos de los ideales democráticos o socialistas, como para mantener sus privilegios y su dominio político sobre el conjunto social de la población. Además, las reivindicaciones nacionalistas radicales, al anteponer unos principios culturales particulares a los derechos sociales generales, serían utilizadas para desviar y atenuar la fuerza de los conflictos sociales.

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Desde esta óptica política muchos pensadores socialistas de diferentes corrientes teóricas, tanto Karl Marx como Rudolf Rocker o Rosa Luxemburgo, no han dudado en llamar al nacionalismo como la ideología de la burguesía. Una buena parte de los teóricos socialistas han percibido al nacionalismo, con su defensa de los valores culturales particulares, como un movimiento antitético a los ideales socialistas, orientados hacia el amparo de los valores culturales y sociales generales de la Humanidad. Frente a estas dos posturas antitéticas determinados pensadores nacionalistas y socialistas como Bauer o Karl Renner han intentado a lo largo de este siglo formular propuestas integradoras, con el fin de hacer concordar movimientos sociales y políticos tan contrapuestos como el nacionalismo y el socialismo.

El carácter extraordinariamente reaccionario de una gran parte de los movimientos nacionalistas contemporáneos, las estrechas vinculaciones de otra gran parte de éstos con los grupos sociales y políticos más conservadores, así como el hecho de que durante los años que mediaron entre las dos guerras mundiales alguno de éstos movimientos adquirirán tonalidades atroces, parece hacer corroborar la tesis de aquellos pensadores liberales o socialistas que creen que los movimientos nacionalistas radicales casan bastante mal con cualquier movimiento político democrático y socialmente progresista. Todavía hoy para muchos europeos la palabra nacional añadida a cualquier movimiento político sigue asociada a experiencias totalitarias o autoritarias de gobierno. Pero, tampoco hay que olvidar que esta crítica no es exclusiva de los movimientos nacionalistas, pues alguna de las experiencias de "socialismo real" realizadas en la Europa del Este igualmente han tenido un sesgo totalitario.

Precisamente por ello, resulta difícil hacer generalizaciones concluyentes sobre el carácter político de los movimientos nacionalistas. Al igual que otros movimientos políticos occidentales los ideales nacionalistas se han traducido en movimientos de signo político muy dispar. Bajo la bandera nacionalista se han desarrollado procesos históricos de carácter democrático como la independencia norteamericana, la de Grecia o la unificación italiana. Además, no hay que olvidar que una buena parte del pensamiento democrático occidental se ha forjado gracias a la contribución de pensadores y políticos de indudable talante nacionalista como Jefferson, Mancini, Garibaldi o el mismo Pi i Margall.

En segundo lugar, existe otra interpretación de carácter más social e histórica, desarrollada en gran parte por sociólogos como Anthony D. Smith. Según ésta los movimientos nacionalistas constituirían en los países occidentales una respuesta de las clases dirigentes a los graves problemas de descomposición social, política e ideológica, originados a finales del setecientos en las sociedades occidentales como consecuencia de la difusión e implantación de la Revolución Industrial, así como del triunfo de los principios políticos liberales. Los nuevos principios económicos y políticos actuaron como una poderosa piqueta dirigida a derribar el edificio del Antiguo Régimen. La arquitectura social sobre la que se apoyaba el viejo orden estamental, construida sobre unos pilares sociales e ideológicos orgánicos y jerárquicos, fue sustituida por una sociedad conflictiva y atomizada, en la que los lazos sociales se habían roto o relajado de forma considerable.

El legado político del liberalismo con su concepción racionalista, individualista y laica del ordenamiento social y político, así como el mismo desarrollo social del capitalismo,

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destruyendo los nexos sociales y geográficos tradicionales, causaron un profundo malestar entre la intelectualidad conservadora, que vio perdida una sociedad a la que consideraba orgánicamente ordenada. Por el contrario, la nueva sociedad liberal, la nación dividida como ha sido descrita, estaba profundamente escindida y desgarrada en multitud de conflictos sociales e ideológicos de difícil resolución. La progresiva instauración de los principios liberales resquebrajaba la conciencia tradicional, proporcionada por el cristianismo, de vivir en una sociedad armónica en la que a cada uno de sus miembros le correspondía una función social y política determinada.

El desarrollo contemporáneo de los procesos de industrialización y liberalización de las sociedades europeas no ha sido como un parto sin dolores. Algunos países europeos han realizado la modernización de sus estructuras económicas y políticas en medio de fuertes conflictos sociales y políticos. La crisis generalizada de los valores liberales en Europa a finales del siglo XIX, la formación de un potente movimiento obrero intentando recomponer la organización social a partir de otros criterios diferentes a los liberales, así como la preocupación de sociólogos como Tönnies o Dürkheim por entender los vínculos sociales que mantienen a los hombres unidos a una determinada sociedad constituyen un reflejo de la relajación y disolución de los lazos sociales experimentado por la mayor parte de las sociedades occidentales. Como consecuencia de las graves tensiones sociales producidas a lo largo de la primera mitad de este siglo, tan exasperada socialmente, se han sucedido de forma cruenta huelgas generales, revoluciones sociales, regímenes totalitarios y conflictos bélicos, que han puesto en evidencia el profundo malestar social existente y la desintegración de los vínculos sociales, tanto tradicionales como liberales, en una gran parte de los países europeos.

Frente a las dificultades históricas del liberalismo por establecer unos nexos sociales fuertes con los que reemplazar los vínculos tradicionales, el nacionalismo puede ser visto como un intento muy eficaz de recomponer la cohesión social tradicional perdida a partir de presupuestos orgánicos de tipo comunitario. Estos vínculos comunitarios, tal como ya he expuesto anteriormente, no són de carácter racional como los propuestos por el liberalismo, sino que tienen una fundamentación de carácter orgánico y afectivo, ajenos a la voluntad de los propios miembros de la comunidad. El nacionalismo restablece unos lazos sociales muy profundos entre los miembros de la sociedad, ya sea a través de la lengua, del territorio, de los factores étnicos o de la historia. En este sentido, los movimientos nacionalistas van dirigidos a fomentar los sentimientos sociales de pertenencia a una determinada comunidad nacional. El carácter orgánico y emotivo sobre el que se sustentan la mayor parte de los lazos comunitarios genera, en situaciones de radicalización de las tensiones nacionalistas, actitudes políticas de tipo irracional.

Pero, los aspectos sociales del nacionalismo no se agotan en el reforzamiento de los nexos sociales, ni en el establecimiento de un tipo de relaciones sociales, que se presupone no conflictivo. Los nacionalismos, ya sean de carácter radical o moderado, ofrecen a los individuos, al establecer unas relaciones de tipo familiar, el sentido de pertenecer a una sociedad socialmente ordenada e integradora, con unos valores culturales determinados. Desde esta perspectiva, hay que señalar que los sentimientos nacionalistas han venido a sustituir o a complementar en muchas ocasiones los sentimientos religiosos en unas

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sociedades como las occidentales, que debido a la instauración de los principios liberales, han experimentado altos índices de laicización.

De forma similar a otros movimientos sociales contemporáneos, como los socialistas, una gran parte del atractivo del nacionalismo radica precisamente en su fuerte componente ideológico. El carácter religioso de muchos movimientos nacionalistas se percibe nítidamente en las conmemoraciones y manifestaciones nacionalistas, en las que los participantes expresan de forma común el sentimiento por su tierra, por los valores culturales de su país y por compartir un destino histórico común. En muchos países occidentales los vínculos ideológicos entre los movimientos nacionalistas y las creencias religiosas son muy estrechos. Bastantes iglesias cristianas de rito ortodoxo o de confesión protestante han adoptado el adjetivo de iglesias nacionales como es el caso de Rumania o Escocia. En otros países europeos, como Serbia y Polonia, las creencias religiosas no sólo han moldeado sus respectivas culturas nacionales, sino que han dado fuerza a sus movimientos nacionales. La simbiosis entre nacionalismo y religión es tan grande que muchos conflictos nacionalistas como el irlandés han sido interpretados como conflictos de religión.

Aunque las diferencias religiosas constituyen uno de los principales factores a tener en cuenta para explicar el surgimiento de los movimientos nacionalistas tampoco descifran la raíz de todas las tensiones nacionalistas. Por un lado, en la península ibérica y dentro de un marco cultural católico pueblos como el portugués o el español, tan próximos en tantos aspectos y con una población mayoritariamente católica, han mantenido y mantienen grandes recelos nacionalistas. Mientras que, por el otro, en la península escandinava, dentro de un marco cultural protestante pueblos como el noruego o el sueco han mantenido asimismo unas complejas y tensas relaciones nacionalistas. Además, también hay que tener presente que algún movimiento nacionalista contemporáneo como el alemán se ha desarrollado por encima de las diferencias religiosas de los miembros de su comunidad nacional.

Si bien las creencias religiosas no son en algunos casos la causa determinante de los conflictos nacionalistas en el mundo occidental, la relación entre nacionalismo y creencias religiosas es más estrecha de lo que en un principio puede parecer. Por ello, no es de extrañar que algunos estudiosos del fenómeno nacionalista en el mundo occidental lo califiquen, si es que es posible definirlo de esta manera, como una especie de "religión laica". Esta definición se fundamenta en el hecho de que para muchas personas pertenecientes a sociedades occidentales muy desarrolladas el nacionalismo ha venido a cubrir los huecos producidos en el sistema de creencias tradicionales por los fuertes procesos de laicización, que han acompañado a la modernización de dichas sociedades.

Frente a la perdida de valores religiosos ofrecidos por las diferentes confesiones cristianas y como rechazo o falta de creencia en los valores sociales del liberalismo o del socialismo, muchos movimientos nacionalistas se proyectan como un auténtico cuerpo ideológico en unos casos alternativo y en otros complementario al orden social e ideológico existente. La mayor parte de los movimientos nacionalistas acompañan sus reivindicaciones nacionales con objetivos y finalidades, que consideran específicos de su pueblo y que dan sentido a la comunidad nacional. Así, para el político Giusseppe Mazzini, decidido impulsor de la

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unificación italiana, cada pueblo tiene una misión histórica frente a la humanidad: "un pueblo destinado a realizar grandes cosas en aras de la humanidad debe constituirse un día u otro como nación". Por su parte, Ortega y Gasset afirmaba en su ensayo La España invertebrada (1922) que "no es el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo para que una nación exista ... las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana". Desde una perspectiva diferente a la de estos pensadores, el teórico austro-marxista Otto Bauer entendía la nación como una comunidad de destino. En un caso u otro, ya sea por razones de civilización o históricas, es difícil encontrar movimientos nacionalistas, que no proyecten sobre los miembros de su comunidad misiones generales, que den sentido a las acciones individuales de los miembros de sus respectivas comunidades nacionales.

LOS GEÓGRAFOS Y LA PROBLEMATICA NACIONALISTA

Tal como se ha señalado al principio del trabajo los geógrafos han empezado a prestar en estos últimos años una atención creciente y renovada a las relaciones entre la geografía y el nacionalismo. Las principales aportaciones realizadas provienen fundamentalmente de países como la Gran Bretaña o Canadá, donde existen fuertes movimientos nacionalistas. Dichos estudios se han caracterizado por ser temática y metodológicamente muy diversos. A pesar de la diversidad de enfoques existente, estos trabajos han destacado la importancia del territorio en la formación de los movimientos nacionalistas.

De esta manera, geógrafos como James Anderson o David B. Knight han recordado que el territorio constituye un elemento fundamental de cualquier movimiento nacionalista. Por su parte, tanto James Anderson como Joan Nogué han señalado que "los nacionalismos son una forma territorial de ideología" o lo que vendría a ser lo mismo: una ideología territorial. Mientras que John Agnew en sus estudios sobre el nacionalismo escocés ha intentado poner de relieve la importancia del "sentido del lugar" para explicar el desigual desarrollo de los nacionalismos. El carácter fuertemente territorial de los movimientos nacionalistas se puede apreciar en el hecho de que los teóricos nacionalistas identifican su comunidad nacional con un determinado territorio, al que pretenden designar como específicamente nacional.

De forma similar a las pretensiones nacionalistas de un único Estado para cada nación, los teóricos nacionalistas propugnan la idea de un único territorio para cada nación. Ahora bien, esta voluntad de querer hacer corresponder el hecho nacional con un territorio determinado ha originado múltiples conflictos étnicos. Al respecto, hay que tener presente que antes de la II Guerra Mundial extensas áreas de Europa Central, del Este y de la Península Balcánica, por razones históricas diversas habían estado poblados al mismo tiempo por nacionalidades diferentes. Así, en alguna región perteneciente a la corona húngara la nobleza terrateniente era magiar, la burguesía urbana de origen alemán, mientras que los campesinos podían ser de nacionalidad rumana o croata.

Por otro lado, desde la geografía política se ha puesto de manifiesto que el territorio del Estado y el de la nación pueden diferir, pues en muchos casos el territorio de la nación no tiene porque coincidir con el del Estado. Estas divergencias territoriales entre Estado y nación han alimentado poderosos movimientos irredentistas y originado un sinfín de conflictos fronterizos. La obsesión de algunos políticos y geógrafos europeos, y muy

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especialmente franceses, desde el siglo XVII por definir unas fronteras nacionales naturales, constituye un intento ideológico de estabilizar un aspecto tan conflictivo como es el de las fronteras nacionales.

Otro aspecto geográfico sobre el nacionalismo al que los geógrafos van dedicando una atención mayor es en el de la organización territorial del Estado. El estudio de las relaciones entre el nacionalismo y la organización territorial ha ocupado, como puede observarse con la lectura del libro Burgueses, burócratas y territorio (1987), una parte de mis propias investigaciones y reflexiones geográficas. En dichos trabajos creo haber puesto de manifiesto como los políticos nacionalistas han utilizado en parte la organización territorial, no sólo como un instrumento racionalizador de la administración territorial, sino también como un elemento importante de su estrategia nacionalista. Desde esta perspectiva nacionalista, la organización territorial ha sido utilizada en dos sentidos territorial mente contrapuestos.

Por un lado, tendríamos el caso de gobiernos nacionalistas de carácter unitario, que deciden implantar una división territorial uniforme con el objeto, entre otros fines, de reforzar la cohesión del territorio nacional y atenuar los fuertes sentimientos regionales existentes en algunas regiones. Este sería el caso del gobierno italiano que en 1861, casi ultimado el proceso unificador, decidió implantar en el conjunto del territorio italiano una división provincial uniforme. Mientras que por el otro, tendríamos el caso de determinados movimientos nacionalistas como el catalán que desde la década de 1880 han formulado proyectos territoriales alternativos a la administración territorial del Estado. Aparte de sus bondades geográficas y de racionalidad administrativa, dichos proyectos alternativos contribuyen a reforzar las diferencias territoriales con las otras comunidades del Estado español, al tiempo que refuerzan en Cataluña los lazos comunitarios internos.

Por último, es preciso señalar que los geógrafos han dedicado una atención creciente al tema de la identidad territorial como elemento básico en la formación de una determinada conciencia regional o nacional. Tanto la proyección nacionalista de un determinado espacio geográfico como el territorio nacional, como los lazos afectivos que se establecen entre los hombres y los espacios en los que habitan contribuyen a fomentar en éstos fuertes sentimientos de pertenencia regional. Partiendo de los estudios de David Lowenthal, T.F. Saarinen y otros geógrafos sobre la geografía del comportamiento David B. Knight ha relacionado los diferentes sentimientos de pertenencia territorial (local, regional ... ) con el desarrollo de la conciencia nacional. En su artículo Identity and territory: geographical perspectives on nationalism and regionalism (1982) Knight ha escrito que "la función fundamental del nacionalismo es la transferencia de lealtad de los grupos de parentesco o de los niveles local y regional a un grupo nacional mayor" Desde esta perspectiva se puede señalar que el nacionalismo hace más extenso hacia un ámbito geográfico comunitario el inicial marco territorial de la "casa del padre".

TERRITORIO Y NACIONALISMO EN ESCOCIA Y QUEBEC

A continuación, haré referencia a dos ejemplos de nacionalismo occidentales geográficamente dispares y que han sido objeto de estudio desde la geografía humana. Se trata de de dos movimientos desarrollados por comunidades nacionales minoritarias

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integradas en el seno de Estados pluri-nacionales más amplios. Me estoy refiriendo al caso escocés y al quebequés. El primero de ambos es un nacionalismo histórico del Viejo Mundo, mientras que el segundo constituye un movimiento moderno, situado en el Nuevo Mundo. La existencia de ambos movimientos nacionalistas en ámbitos geográficos e históricos muy diferentes pone de manifiesto que la cuestión nacionalista se produce indistintamente a lo largo de toda la geografía de la cultura occidental.

Territorio y nacionalismo en Escocia

Para una gran parte de los europeos Escocia es una región montañosa situada en la parte más septentrional de la Gran Bretaña, habitada por el monstruo del lago Ness y llena de destilerías de buen whisky. Sus habitantes, descritos magistralmente en las novelas románticas de Walter Scott, se caracterizan por llevar faldas de tartán, tocar la gaita de una forma endiablada y hablar un dialecto muy cerrado del inglés. Pero, al margen de esta folklórica aproximación a su realidad geográfica, más propia de una guía turística, que no de un trabajo geográfico, Escocia constituye una región con una fuerte personalidad cultural, en la que partidos de orientación nacionalista como el "Scottish National Party" (SNP) tienen una respetable implantación en el mapa electoral.

Escocia nunca ha formado una región ni geográfica, ni culturalmente homogénea. Así, mientras las remotas "highlands" han sido cultural y lingüísticamente celtas, las "lowlands" han recibido desde la Edad Media una influencia sajona decisiva. A lo largo de la Edad Media el Reino de Escocia había sido un buen aliado de la Monarquía francesa en sus interminables guerras contra Inglaterra. Pero será en el siglo XVI, durante la época de la Reforma religiosa, al convertirse Escocia al credo presbiteriano, cuando romperá esa alianza tradicional e iniciará una compleja relación con sus vecinos episcopalianos del sur.

Aunque los anglicanos ingleses y los presbiterianos escoceses lucharon en diferentes ocasiones juntos para combatir las insurgencias católicas tanto en la Gran Bretaña como en Irlanda, los escoceses no aceptaron del todo el Acta de Unión de 1707 por el que se creaba el Reino Unido de la Gran Bretaña, como lo demuestran las sublevaciones 'Jacobitas", que se prolongaron hasta 1745, afectando a casi toda Escocia. A lo largo del siglo XVIII la mayor parte del territorio septentrional de Escocia era para los políticos de Wesminster, tal como lo ha descrito el geógrafo Charles W.J. Whiters, un territorio tan salvaje o más que sus colonias norteamericanas y habitado por una población lingüísticamente gaélica, muy alejada de las relaciones capitalistas imperantes en Inglaterra y en las "lowlands escocesas. A pesar de su difícil integración en la corona británica, esta permitió a los escoceses a lo largo de más de doscientos años la posibilidad de integrarse en el mercado económico más grande del mundo. Dicha incorporación posibilitó la industrialización de Glasgow y el crecimiento urbano de Edimburgo y otras ciudades escocesas.

Si el siglo XVIII fue para Escocia el de la difusión e implantación de los valores culturales y religiosos ingleses, así como el de la formación de uno de los centros de la cultura ilustrada más importantes del mundo occidental, el siglo XIX fue el del desarrollo de un importante movimiento romántico. Los escritores, geógrafos e historiadores románticos recrearon los paisajes y las creaciones culturales de su floreciente pasado medieval, dedicando una especial atención a los valores celtas. El paisaje y las costumbres celtas de

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las "Highlands" fueron recuperados y recreados como parte del patrimonio cultural escocés por los escritores románticos. En Edimburgo se crearon cátedras para la enseñanza del gaélico y el partido liberal, aglutinador de las fuerzas no anglicanas identificadas con el partido conservador , fue mayoritario únicamente en Escocia, donde gozó hasta 1918 de la mayoría absoluta.

A lo largo del presente siglo el nacionalismo escocés ha ido experimentado un gran auge, fruto del cual ha sido la creación a mediados de los años sesenta del "Scottish National Party" de carácter social conservador. Una de sus principales reivindicaciones es la explotación por parte de los mismos escoceses de los recursos petrolíferos del Mar del Norte. Aunque los resultados electorales del "SNP" durante la década de 1980 han sido diversos, según fuera el carácter de los comicios, en las elecciones al Parlamento Europeo celebradas en 1989 el SNP" fue el segundo partido escocés más votado, con un 25,6% de los votos, detrás del partido laborista y habiendo dejado a los candidatos del partido conservador en Escocia sin escaños en la Cámara de Estrasburgo. La misma existencia del "SNP" constituye una muestra de las tensiones nacionalistas existentes en el interior del Reino Unido de la Gran Bretaña. En la cristalización de dichas tensiones las diferencias religiosas y territoriales de los escoceses con sus vecinos meridionales han desempeñado un papel muy importante.

En los últimos años, Escocia, que es una región de vieja industrialización, ha acusado de forma muy aguda la crisis general sufrida por la industria británica después de la II Guerra Mundial. La dimensión de dicha crisis puede apreciarse en el estancamiento urbano de Glasgow, el principal centro fabril de Escocia. La crisis regional sufrida en los años de la postguerra nunca llegó ha llegado a superarse por completo, pese a los esfuerzos realizados en los últimos años por los escoceses para diversificar su economía, así como para favorecer la instalación en su territorio de empresas multinacionales.

A pesar de estas medidas reactivadoras, las diferencias económicas entre Inglaterra y Escocia se han hecho más agudas en los últimos años, después de la recesión económica de los años 70 y de la aplicación del modelo neoliberal de salida de la crisis. En este sentido, hay que señalar que mientras las áreas del sur de Inglaterra están experimentando en la actualidad una dinámica fase de reactivación económica, debido a la concentración geográfica de las inversiones, las áreas industriales del norte de la Gran Bretaña siguen afectadas por la recesión industrial. Esta disparidad en el desarrollo económico y la percepción de la desigualdad de oportunidades de tipo socioeconómico entre Escocia y el sur de Inglaterra ha contribuido a incrementar las tensiones de tipo nacionalista, que se han traducido durante esta década del voto mayoritario de los escoceses al partido laborista y al "SNP".

Territorio y nacionalismo en Quebec

En el otro lado del Atlántico los colonizadores europeos también llevaron consigo la semilla de los problemas nacionalistas. En las frías y duras tierras situadas a ambos márgenes del río San Lorenzo, tan bien descritas en la novela de Louis Hemon Maríe Chapdelaine (1914), los franceses iniciaron en el siglo XVII la construcción de su Nouvelle France. Sin embargo, la colonización francesa del Canadá quedó interrumpida en 1740,

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cuando después de una serie de adversas batallas con los británicos, los territorios franceses de Norte américa pasaron a formar parte de la corona británica. Esta ruptura en el proceso colonizador hizo que la futura Confederación Canadiense quedase dividida en dos comunidades humanas diferenciadas en muchos aspectos.

Por una parte, estarían las provincias anglófonas, gravitando sobre la metrópoli de Toronto. Su población está compuesta mayoritariamente por habitantes de confesión protestante, siendo sus niveles de crecimiento económico y de renta más altos que los de Quebec. Mientras que, por la otra parte, estaría la provincia de Quebec mayoritariamente francófona, basculando sobre la ciudad de Montreal, siendo su población católica. De forma similar al caso escocés, los nacionalistas quebequeses han considerado su comunidad nacional como minoritaria en el conjunto de un Estado plurinacional más amplio dominado por la comunidad anglófona. A pesar del carácter federal del Estado canadiense y del hecho de que la enseñanza del inglés y del francés sea obligatoria para todos los ciudadanos canadienses, el resultado es que la sociedad canadiense actual presenta unas tasas de bilingüismo muy bajas y cada una de las dos comunidades lingüísticas y religiosas predominantes -pues en Canadá coexiste gente proveniente de unas 100 nacionalidades diferentes- vive de espaldas a la otra.

Entre Quebec y las demás provincias anglófonas existen diferencias territoriales y paisajísticas acusadas, que han desempeñado un papel muy importante en el mantenimiento del espíritu nacionalista quebequés. Así, Quebec, que es una provincia profundamente católica, tiene en la parroquia la base administrativa local, a diferencia de las provincias anglófonas, en las que los condados constituyen su base municipal. Por otro lado, los quebequeses, que constituyen una población más rural, tienen, tal como se refleja en la novela de Louis Hemón, un mayor arraigo a la tierra, que el de la población anglófona, que es de carácter más urbano. Este mayor enraizamiento de los quebequeses, que se consideran a sí mismos como los auténticos canadienses, se refleja tanto en el paisaje rural como en el urbano. Esto es así, porque han dedicado grandes esfuerzos a conservar el legado histórico francés. También el intenso sentimiento católico profesado por la mayor parte de la población quebequesa, casi tan grande como el irlandés o el polaco, se refleja en sus pueblos y ciudades. En éstos numerosas imágenes y edificios de carácter religioso dominan la perspectiva de los espacios urbanos.

Las diferencias económicas entre Quebec y las provincias anglófonas más occidentales son también notables. El desarrollo industrial de Quebec ha sido y es bastante inferior al de Ontario. La industria quebequesa, muy ligada a la explotación de sus recursos naturales, es básicamente extractiva con un sector de transformación muy poco desarrollado. La endeblez industrial de Quebec se refleja perfectamente en una serie de datos económicos tales como que el peso del P.I.B. de Quebec en el conjunto canadiense es inferior a su peso demográfico y que éste ha ido menguando en los últimos 15 años. Otros datos indicativos de su debilidad industrial lo constituyen el hecho de que sus tasas de productividad industrial sean menores que las de Ontario y las provincias del Pacífico, así como que sus tasas de paro sean más altas que en Ontario. Tales diferencias económicas entre ambas provincias, que se expresan en unos niveles de renta inferiores para Quebec, han contribuido a generar, sin duda, tensiones nacionalistas.

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Entre las diferentes interpretaciones geográficas que han apuntado los geógrafos para explicar el conflicto nacionalista Ontario Quebec hay que hacer mención de la formulada por la geógrafa Elaine Bjorklund. Esta profesora de Ontario ha intentado explicar las "dos soledades", como consecuencia de la pugna de las metrópolis de Toronto y de Montreal por controlar el espacio canadiense. Aunque la tesis de Bjorklund hace referencia a una variable geográfica, que hay que tener presente para entender las tensiones nacionalistas entre Ontario y Quebec, en mi opinión habría que buscar en las diferencias culturales y religiosas las claves determinantes para explicar la formación y desarrollo del nacionalismo quebequés.

Una perspectiva geográfica comparada

Para recapitular lo expuesto hasta aquí sobre Escocia y Quebec, quisiera hacer algunas comparaciones entre los nacionalismos escocés y quebequés, que pueden ser útiles para esclarecer su relación con la geografía. En primer lugar, hay que señalar que tanto Escocia como Quebec constituyen dos regiones importantes, pero periféricas de dos Estados pluri-nacionales fuertes. Tanto Escocia como Quebec tienen unos niveles de crecimiento demográfico y económico inferior al de las regiones más desarrolladas de los Estados en los que están integradas. De igual manera, sus niveles de renta son inferiores a Inglaterra o a Ontario, teniendo una base industrial con graves problemas de modernización. Tanto en Escocia como en Quebec existen diferencias lingüísticas acusadas con el resto del Estado en el que están integradas, aunque en el caso quebequés son más radicales, ya que los quebequeses han organizado su cultura nacional en torno al francés.

En segundo lugar, es preciso reseñar que en ambas comunidades existe una larga experiencia de Administración autónoma. Tanto Escocia como Quebec disponen de parlamentos regionales o federales propios y competencias exclusivas sobre su propia organización territorial. La Administración local escocesa y la quebequesa tienen unas características territoriales propias y muy diferenciadas de las de Inglaterra u Ontario. Ambas comunidades disponen a nivel hacendístico de un régimen de federalismo fiscal, recibiendo subvenciones igualizadoras de la hacienda central.

En tercer lugar, hay que mencionar que a lo largo de este siglo ambas comunidades, y muy especialmente Quebec, han dado lugar a la formación de partidos políticos de tendencia nacionalista como el "Partit Quebequoise" (P.Q.) o el "Scottish National Party" (S.N.P.). Partidos que han exigido a los gobiernos centrales una mayor autonomía política y económica para sus comunidades nacionales. Únicamente en Quebec las reivindicaciones autonomistas han derivado en algún momento histórico hacia la formación de grupos independentistas armados. En ambas comunidades el objetivo político planteado por los partidos nacionalistas ha sido mantenerse integrados en el Estado supranacional, debido a los beneficios económicos que reporta la unión, aunque con el máximo grado de autonomía cultural y política posible.

En cuarto lugar, hay que señalar que tanto en el caso escocés como en el caso quebequés el territorio desempeña un papel ideológico fundamental en la formación de sus movimientos nacionalistas. Muchos de los elementos que conforman el paisaje escocés o quebequés como las instituciones de gobierno local o territorial, su arquitectura y sus símbolos

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comunitarios son diferentes de los de Inglaterra u Ontario. Para los escoceses Inglaterra es el país de las tierras llanas, mientras que para los quebequeses Ontario es una provincia muy urbana, cuyo paisaje ha sido modelado por la cultura anglo-sajona. En ambos casos las diferencias territoriales y más específicamente las que corresponden al paisaje humano son el reflejo de diferencias culturales e históricas más profundas.

En ambas nacionalidades el papel de la religión es fundamental para explicar los rasgos más sobrealientes de su propia cultura nacional. En este sentido, hay que poner de relieve como las creencias religiosas han jugado y desempeñan un papel decisivo en la formación de identidades y políticas territoriales nacionalistas. Por ello, desde mi punto de vista, no es posible explicar, sin una correcta comprensión de su influencia, las tensiones nacionalistas latentes o manifiestas entre ambas comunidades y sus respectivos Estados.

CONCLUSIONES

Antes de terminar este trabajo, que había empezado como una primera reflexión sobre la geografía y los nacionalismos, permitanme unas pocas observaciones más a modo de conclusiones. En sus recientes análisis sobre el nacionalismo los geógrafos han puesto de manifiesto que el territorio desempeña un papel importante en el surgimiento de las diferencias nacionales, en la formación de fuertes sentimientos de pertenencia territorial, así como en la definición de políticas nacionalistas de carácter expansionista o irredentista. El territorio es utilizado por los políticos nacionalistas tanto como elemento ideológico y cultural, como factor de cohesión social, como marco físico y económico sobre el que desarrollar el mercado nacional o como factor político a partir del cual desplegar sus estrategias geopolíticas.

A pesar de las estrechas relaciones existentes entre el nacionalismo y las actividades geográficas en la actualidad no existe ninguna teoría geográfica, ni social con la que abordar la problemática nacionalista y ésta es difícilmente comprensible desde presupuestos geográficos muy rígidos. Geógrafos como C.H. Williams o John Agnew han afirmado que es imposible formular un cuerpo teórico unitario para explicar el nacionalismo, dada la multiplicidad de factores sociales y geográficos que intervienen en su formación. Mientras que James Anderson ha recordado, de forma oportuna, que es necesario disponer de una teoría general para comprender los diferentes nacionalismos. Esta polémica, que puede ser interminable, pone de manifiesto los déficits presentes con que se encuentra en la actualidad el geógrafo para abordar la problemática nacionalista, pero también refleja el interés que la temática nacionalista ha despertado en la geografía humana.

Interés que no se circunscribe únicamente al ámbito de la geografía política, sino que afecta a todos los campos de la geografía humana. Y que con toda seguridad impulsará a otros geógrafos y pensadores sociales a estudiar a fondo no sólo la importancia del nacionalismo como movimiento político y social, sino a profundizar el conocimiento de sus relaciones con el territorio. Ya sea desde una perspectiva general o particular o a partir de criterios culturales o economicistas los geógrafos deberán incorporar la problemática nacionalista en sus estudios geográficos, pues constituye una de las más poderosas fuerzas de organización y transformación territorial.  

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