+letras - número 1

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+letras Revista independiente Nº1 Ilustración por Soraya Franco

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Revista independiente.

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Page 1: +Letras - Número 1

+letras Revista independiente

Nº1

Ilustración por Soraya Franco

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http://revistamasletras.tumblr.com

+letras

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ÍndiceOpinión ............................................................................................................................5Relatos ...........................................................................................................................12Música ...........................................................................................................................33Educación y S.XXI .....................................................................................................35

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Opinión

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Opinión Revista +letras

No suelo escribir sobre mi sistema de valores o principios, básicamente por que ingenuamente creía que eran algo así como una fuerza inmutable de la naturaleza; que enriquecedora

sorpresa fue descubrir que no eran míos esos va-lores o principios, por descontado tampoco eran ninguna fuerza de la naturaleza. Solo era algo a lo que me habían sometido desde mi llegada al mundo. ¿Por qué? Nunca he delinquido, ni ma-tado o juzgado con el dedo. Moral y principios varían entre países, banderas y casas, pero todos quieren imponer su juego. Jugar cruelmente al rol social que te han asignado tus educadores, no sea que los decepciones.

¿Tu propio sistema de valores? Que locura. Ca-lla y come. No pienses. No dudes. Obedece y haz que nos sintamos orgullosos pequeño engranaje. ¿El mejor sistema de valores? aquél que deja la libertad en último puesto. Mejor será aferrarse a ficciones victorianas. Algo que nos haga adquirir prejuicios, sintiéndonos superiores mientras se-ñalamos al sonriente disidente.

Solo disponemos de una vida. No es un juego. ¿En que lado quieres estar? No juzgues. Ama a tu pa-reja y amiga/o como si no hubiera un mañana. Desenchufa a tu ego adulterado. Escucha a tus tripas. Las neuronas están sobrevaloradas.

por Ignacio Castellanos

Principios quebrados

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Opinión Revista +letras

por Marian Vielva

Cada día es más difícil desconectar y dis-frutar más de nuestras vidas, cada día se complican un poco o un mucho más. Tú que quieres y necesitas trabajar no encuentras ni un puesto en un Burger

King, al menos para salir adelante o pagarte los estudios, porque lo cierto es que o tus padres ma-nejan o te tienes que buscar la vida para estudiar, porque... barato, barato no es que sea.

También podría decir que mucha gente tiene un trabajo o una profesión pero no disfruta de ella como debería, es más, la odia... Ya sea por las con-diciones, el salario o que se sientan atascados, no hay progresión, cada año lo mismo y encima tie-nen que dar gracias por ese trabajo.. que sí, que sí, que tienen trabajo.. que ahora es muy tedioso todo pero, imagina por un segundo el día a día de esas personas y ponte en su lugar, escuchando quejas por todo, por un salario de mierda, traba-jando más horas por la misma mierda de salario y encima lo peor de todo ni siquiera disfrutando. ¿Cómo ves eso? No suena muy bien que digamos... ¿y qué hacemos en una situación como esta? pues si no tenemos una manera de cambiar nuestra si-

tuación (como es ahora) te deprimes y solo quieres volar en pedazos tu lugar de trabajo. Sí, sí, suena drástico, pero... ¿cuántas veces alguien os han to-cado las narices y os habéis imaginado a vosotros mismos con un bate, haciendo a esa persona pagar por haceros cada día, un poco más insufrible?

No todo es malo, siempre puedes abandonar todo por lo que has trabajado, si puedes, empezar a es-tudiar otra cosa, empezar a construir una alterna-tiva b en tu futuro, irte de este país y disfrutar de una vida diferente haciendo algo que te guste o al menos intentándolo.¿Cómo veis eso?, ¿Qué opináis? ¿Dónde iríais?

Os animo a hacer la maleta y no mirar atrás por-que aquí no tenemos sitio, solo hay cabida para disgustos, calamidades y mucho chorizo (sobreto-do lo último).

No hay que tener miedo a querer tener un mejor futuro, luchar por lo que queremos, una mejor vida y ser más felices, todos lo merecemos.vida, valiéndonos de nuestras ideas, imaginación y el apoyo.

Vista al frente y no mires atrás

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Opinión Revista +letras

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Opinión Revista +letras

por Merchita Utopías

En casa nunca tuvimos una mascota y supongo que por eso cuando iba a casa de mis amigos no me acostum-braba al hecho de que un perro me diera besitos, como suelen decir los

dueños. No me agradaba demasiado que los gatos se restregaran contra mi pierna y me dejasen toda llena de pelos. Por otro lado, tampoco me hacía demasiada gracia que alguien tuviera un hámster en una jaula viéndole dar vueltas en una rueda, ni disfrutaba de ver a un par de pájaros en una jaula diminuta cantando y dándose con el techo cada vez que creían poder volar libremente. “Ay, es que a ti no te gustan los animales”.

Y poco a poco te convencen, y te vas convenciendo, de que no eres una gran fan de los animales.

Tiempo después, tuvimos a un perro en nuestro piso de estudiantes, un perro intentando ser do-mesticado por su dueño y conviviendo con no sé cuántas personas más. El perro se hacía caca don-de pillara, destrozaba lo que dejaras a su alcance, todo lo lamía, las papeleras estaban derramadas cada día, etc. “Es que el perro es hiperactivo”. Lo

que le pasa, igual que a un niño denominado hi-peractivo, es falta de atención, necesidad de más movimiento, más actividad, más vida. Necesita correr, brincar, y olfatear, no quedarse en un piso con nuestros mimos y un hueso de goma y casti-garle cada vez que hace algo impropio; igual que al niño que se le deja delante de la TV o de la vi-deoconsola y se le regaña si da la lata, grita o salta por los sillones. Y aunque sea duro reconocerlo y la gente no esté de acuerdo conmigo, por nuestro propio disfrute y necesidad de compañía, hemos domesticado animales para al final tenerlos en-cerrados entre muros y gozar de su compañía y amor. ¿Realmente el amor por los animales se de-muestra haciéndolos nuestras mascotas?. Yo tuve peces en un acuario y me siento realmente aver-gonzada cada vez que pienso que por mi propia sa-tisfacción tuve a unos pobrecillos peces viviendo entre unos cristales en mi salón.

Hace un par de años, me empecé a juntar con círculos de personas que de una manera u otra creían y luchaban por una sociedad más justa y democrática y muchos de ellos lo unían al hecho de que los derechos de los animales también han

A mí no me gustan los animales

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de ser respetados. Hablando de justicia, equidad y derechos humanos, empiezas a pensar de manera más holística, y escuchas, analizas e interiorizas discursos y explicaciones que te hacen reflexionar sobre nuestros hábitos de consumo, sobre nuestra cultura alimentaria, sobre el origen de los pro-ductos de origen animal y de la industria que lo engloba.

“Cuando un día hablábamos sobre la libertad y la justicia estábamos sentados ante filetes. Estoy comiendo miseria, pensé para mí cuando tomé el primer bocado, y lo escupí”. Alice Walker.

Empiezas a abrir los ojos a la injusticia que crea el ser humano al criar y explotar animales para su propio beneficio; la injusticia que significa ati-borrar a los animales [sin su consentimiento] con hormonas para el crecimiento y antibióticos, des-truyendo por completo lo que hubiera significado el ciclo de la vida y de la alimentación entre seres vivos. Y todo basado en la idea de que las proteí-nas de los animales son neceserias para nuestro cuerpo y nuestra supervivencia. Pero, ¿qué proteí-nas, las que provienen de vacas infladas y chuta-das de antibióticos?, ¿las de los pollos que crían en cubículos para inflarlos y en 50 días ser lo su-ficientemente rentables como para matarlos?, ¿la de los cerdos o conejos que “viven” atemorizados y autolesionándose en jaulas diminutas?.

Y de repente eres consciente de que muchísimas otras fuentes de alimentación de origen vegetal te aportan las proteínas que tu madre quiere que comas.

Paulatinamente dejas de comer carne. Casi siem-pre se empieza con la carne, luego el pescado, hue-vos, leche... Vas conociendo todas las alternativas que hay (y cómo se autorregula positivamente tu organismo) y de repente, tienes una dieta casi ve-gana. Porque no se trata solamente de no comer cadáveres, sino de dejar de aprovecharnos y explo-tar a los animales para nuestro disfrute.

“Los animales existen por sus propias razones. No fueron hechos para los humanos, de la misma manera en que los negros no fueron hechos para los blancos o las mujeres creadas para los hom-bres”. Alice Walker

Yo no soy ninguna predicadora. Yo no soy la tí-pica vegetariana que su amor por los animales le lleva a acoger a perros y gatos en su casa. No soy una persona que justifique ni siquiera tener mascotas. Y no me considero ni mejor ni peor. Yo siento respeto hacia la vida, siento vergüenza ha-cia la raza humana que destruye y explota todo aquello que le puede dar un beneficio económico sin importarle las consecuencias. Me he converti-do en una persona con una filosofía de vida que no se limita a una etiqueta y me siento profunda-mente orgullosa de ello.

La vida consiste en aprender, en tener valores o principios (cada uno sabrá si son más o menos morales) y en tomar decisiones sobre ellos. La-mentablemente de momento no hay solución a todo lo que me pueda preocupar y soy cómplice de muchas injusticias que no puedo evitar. Porque el mercado del sistema neoliberal te hace creer que

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tienes opciones y tú decides, pero no siempre es así. Puedo reducir drásticamente el uso del plásti-co, mi consumo de ropa producida en condiciones de esclavitud, la compra de tecnologías de la obso-lescencia programada, etc. Pero, ¿podemos dejar de alimentarnos?. ¿Puedo no alimentarme ni de animales, ni de plantas ni de nada de nada?.

Yo intento vivir con ello y crecer cada día. Pero, ¿por qué nos empeñamos a veces en no aceptar los cambios de mentalidad de los demás y nos limi-tamos a burlarnos, infravalorarlos y buscar los 3 pies al gato?.

No voy a juzgar a nadie porque quiera seguir co-miendo vacas y cerdos a la par que denuncia y re-chaza el maltrato animal de perros, por ejemplo.

Cada cual con su vida hace lo que quiera y nadie tiene derecho a decirle a los demás lo que tienen que hacer. Pero por favor, dejemos de juzgar a quien se esfuerza cada día en su intento por dis-minuir, evitar y buscar alternativas a lo que cree que no es justo. Abandonemos discursos tan sim-ples y burdos como “no comes animales pero si-gues comiendo patatas y también son seres vivos”.

Un poquito de aquí y un poquito de allá. Eso es lo que hace la diferencia y lo que nos hace mejo-res personas. Comprenderlo, respetarlo y a veces intentarlo es lo que aporta granitos de arena y lo único que nos podría convertir en una especie realmente evolucionada en la Tierra, antes de que la destruyamos.

Foto: www.eldiario.es/caballodenietzsche/decir-BASTA-pala-

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Relatos

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Relatos Revista +letras

por Ignacio Castellanos

Érase una vez, una joven llamada Ju-lia. Era una muchacha huérfana por parte de madre. No tenía más fami-lia que su padre. Un padre de moral laxa, alcohólico y jugador. Pero así y

todo era lo único que Julia tenia, a parte del cha-mizo en el que vivían y las deudas hereditarias.Su padre no tardó en convertir a Julia en una mujer de provecho vendiéndola al mejor postor en la tasca más insalubre del poblado. También ocupaba gran parte de su tiempo trabajando como costurera para las focas revestidas de pieles del lugar.

No se le podía reprochar a Julia que no profesara especial afecto por su pequeño núcleo familiar; en especial los días en que su padre no tenía dinero con el que perder el conocimiento. Dichos días hacía que Julia lo perdiera en su lugar.

Con el tiempo, Julia aprendió como funcionaba el mundo y que reglas lo regían. Era una joven inteligente y despierta. Robó, mintió y sobrevivió, pero siempre con un objetivo en mente.

El mismo día en que Julia cumplía catorce años, no esperó en casa la llegada de su padre. El padre de Julia llegó en la noche, sobrio y cons-ciente, lo cuál significaba palizas e insultos. En el lugar de su hija había un hombre anciano que le apuntaba con un revolver a las tripas. El cañón del aciano escupió fuego y las tripas del dueño de la casa mierda. Gritó y llamó a su hija Julia has-ta que finalmente murió.

Julia estaba fuera con los cerdos esperando al an-ciano del revolver. Julia y su padre no tenían ani-males, pero ella, además de verdugo, se hizo con cuatro enterradores muy eficaces.El anciano justiciero no quiso ver el festín. Cogió el dinero y se marchó.

Julia permaneció inmóvil observando como los cerdos se deleitaban con la carne de otro cerdo. Al amanecer, el día era suyo al igual que el resto de su vida.

Comida para los cerdos

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Relatos Revista +letras

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Relatos Revista +letras

por Ignacio Castellanos

El mesón estaba a punto de cerrar sus puertas al público no deseado; a sa-ber, orcos, semiorcos, semielfos, ena-nos naturalistas etc. Tan solo queda-ban repartidos en varias mesas, algún

que otro trabajador de la mina gastándose el suel-do de la semana en cartas y güisqui. El camarero y dueño del lugar, un tal Berlon rompe muslos, limpiaba distraídamente las me-sas mientras de vez en cuando echaba una mira-da a las cartas de los jugadores. Una forma más de amortizar las mesas rotas con ayuda de algún que otro cómplice con ganas de arriesgar el cue-llo por una monedas de más. No eran raros los apuñalamientos, sablazos, tiroteos e incluso las violaciones, por el descubrimiento de uno o dos buscavidas en la mesa. Sobra decir, que el dueño del mesón no soltaba prenda en todo el proceso.

Al cabo de tres horas tras el cierre oficial, tan solo quedaba una mesa ocupada por tres jugadores y tres habitaciones de las que llegaban gritos y ja-deos.En la mesa estaba sentado un telegrafista enano más beodo que sereno a punto de desmayarse. Los

otros dos eran humanos; uno era un forastero. Nada se sabía de él, ni tampoco interesaba. Los vagabundos de paso en tierras fronterizas eran de lo más común. El tercero y último, era un con-sumado usurero del condado de bermoth. Este último era el cómplice del mesonero. Si los otros dos lo sabían, no dejaban entrever ningún pensa-miento.

Cuando el vagabundo subió su apuesta y pasó el turno al enano, este cayó fulminado sobre la mesa. El resto dedujo que se retiraba del juego y, se repartieron sus ganancias.El mesonero, con poco cuidado, lo lanzó fuera del local con una patada en el trasero por despedida.El vagabundo sumó toda su parte más la que ha-bía recibido del enano telegrafista. Cuando el prestamista se disponía a subir la suya propia, el vagabundo le sujetó la mano y, para asombro y dolor suyo, se la fijó a la mesa con una daga fina y larga. Aferró todo el dinero de la mesa y se lo guardó en una bolsa de cuero dentro del pantalón.Desenfundó su revolver de manufactura humana moderna industrial y, se dispuso a buscar al me-sonero. No lo veía por ninguna parte.

Rifles y retretes

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Relatos Revista +letras

El usurero ya no representaba ningún problema pues se había desmayado sobre su mano ensan-grentada.

El mesonero se había escondido en algún lugar con el resto del botín. Como una buena serpiente que era, había conseguido deslizarse sin ser visto con parte del dinero de la partida.El vagabundo enfundó su revolver y sacó de su es-palda un rifle extensible de bronce con refuerzos de acero. Con tranquilidad le introdujo cuatro ba-las perforantes. Sacó un puro delgado y caro de su pitillera; lo encendió con una mano según subía las escaleras del mesón al piso superior.

Llevaba el rifle sujeto con ambas manos. Fue abriendo de una patada, puerta tras puerta. En la primera encontró a un sacerdote humano benefi-ciándose a una enana soberbiamente barbuda; o quizás era un enano, no se detuvo a comprobarlo.En la segunda, dos elfas y un humano asquero-samente obeso, retozaban con varias botellas de vodka esparcidas por el suelo. Por poco se le cae el puro al reír a boca abierta ante tal escena. En la tercera solo había una oveja y un enano que se lanzó por la ventana al ver al hombre del rifle riendo bajo el marco de su puerta.Solo quedaba una puerta al fondo del pasillo. Sa-bía que se trataba del baño. Si se podía llamar baño a ese agujero nauseabundo sin ventilar.Repitió la misma operación. Abrió la puerta de una patada mientras aspiraba el humo reconfor-tante del puro y apuntó. Dentro había una mujer desnuda sobre un hombre con los calzones caídos. La apartó de un empujón.

Bajo ella apareció el hombre que bien podría ser un semiorco, pero con la entrepierna húmeda de miedo al ser apuntado con un rifle.

El vagabundo ignoró al mesonero empapado en orines y, con ojos expertos vio que entre los pechos voluminosos de aquella mujer, se dejaba ver unos cuantos cheques al portador y billetes. Un pago demasiado generoso para una simple prostituta afincada en el mesón “Rifles y retretes”.

El forastero no pudo por menos que sonreír ante lo irónica de la situación mientras introducía una mano enguantada entre los pechos de aquella señorita sobradamente maquillada.

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Relatos Revista +letras

por Ignacio Castellanos

Cuando la taberna el Tenedor Embotado estaba a punto de cerrar sus puertas a los parroquianos del día y solo queda-ban unas pocas prostitutas y un par de beodos, Oldemar y Relk decidieron per-

noctar en sus pulgosas estancias, ya que su suel-do no les alcanzaba para nada mejor. Pues Relk, para disgusto de Oldemar, había gastado la ma-yoría de las monedas de su último estipendio en unas sales milagrosas. Las cuales, le habían di-cho que hacían crecer una barba espesa y lustrosa. Obviamente de nada sirvió, y poco faltó para que Oldemar le abriera la testa.

Relk parloteaba y coqueteaba mientras Oldemar escudriñaba la estancia. Pidió a la posadera una pinta de cerveza espesa y negra. La bebió pau-sadamente e hizo una señal a Relk para que lo acompañara. Este lo ignoró, así que lo aferró por el cuello alejándolo de una pelirroja pecosa y en-trada en carnes.

––No te acomodes demasiad. No dormiremos aquí, nunca lo hacemos. Tenemos mucho trabajo que hacer esta noche. Nos quedaremos únicamen-

te el tiempo suficiente como para que crean que pasamos aquí la noche, ¿está claro?

Relk carraspeó mientras se masajeaba el cuello, y con una sonrisa aviesa le contestó.

––Vamos Old, llevo una semana lleno de pol-vo y mierda del camino. Un respiro por la Diosa, solo pido una noche de descanso, los adoradores callejeros pueden esperar.

Oldemar no le quedaba ni una pizca de paciencia después de tantos días a su lado. Frunció el ceño y apretó la mandíbula.

––Las sombras errantes no esperan. Se arras-tran, cambian de forma, infectan, degeneran, y al amanecer se deslizan a su nido donde incuban nuevos acólitos y estudian la forma de hacer que su mundo suplante al nuestro. Nuestro trabajo, por si lo has olvidado borracho lampiño, es evitar que dichos nidos de adoradores proliferen en las ciudades.

Relk bajó la mirada visiblemente avergonzado, y suspiró.

Sombras errantes

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Relatos Revista +letras

Oldemar lo observó y suavizó el gesto. Casi había olvidado que no era más que un muchacho el cuál, apenas si había salido de su ciudad natal. Aún le quedaba un largo periodo de adiestramiento y su-perar la prueba de fuego, una prueba que no todos conseguían pasar. Ya habría tiempo para que el chico se hastiara del mundo y lo que de verdad se deja ver una vez atraviesas sus intrincados y tene-brosos velos de engañosa cotidianidad.

––Come, bebe y descansa, pero no te lleves a ninguna desconocida a nuestra habitación. Aún no sabemos quien es amigo o enemigo. No lo olvi-des, en nuestra profesión siempre somos extraños en tierras extrañas. Pasearé por la ciudad e in-tentaré averiguar que clase de viandantes pueblan por las noches estas oscuras calles.

Relk no pronunció palabra alguna, aunque esta-ba visiblemente agradecido. Asintió, ignoró a la prostituta y siguió cenando.

Envuelto en su gruesa capa negra, y embutido en su elaborada armadura de cuero negro, Oldemar se fundió con las sombras convirtiéndose como era típico en los de su Gremio, en un mero obser-vador.

No tardó en vislumbrar no muy lejos de él, a un hombre alto y delgado caminando a paso vivo por una angosta callejuela. Pasó pegado a Oldemar aunque obviamente no se percató de su presencia, pero tampoco vio que otras dos figuras espigadas y demacradas seguían sus pasos.

Oldemar sí los vio y los siguió, pues esta misma escena la había visto repetida en multitud de oca-siones. Seguidores de las esferas inferiores que vagan por las ciudades en busca de nueva materia prima con la que nutrir sus filas.

Él había sido entrenado en Garra de piedra para esto. Un Sufridor, o llamados también mas ama-blemente por las gentes piadosas, guerreros de la Diosa. Soldados dedicados a la aniquilación de toda aberración proveniente de las esferas infe-riores.

Oldemar no tardó en comenzar la silenciosa per-secución que tantas otras veces había realizado, pero para su sorpresa, al girar y cambiar de di-rección, no vio a la extraña pareja ni al hombre delgado que los precedía.

Igualmente, por instinto decidió seguir el camino que él creía mas lógico que hubieran seguido. No llegó muy lejos, pues sus piernas dejaron de res-ponderle, y un dolor punzante como nunca antes había sentido recorrió toda su columna vertebral.Un objeto afilado y punzante atravesaba su co-lumna y tripas, sobresaliendo por el abdomen y el cuero negro. Calló de rodillas, no articuló pala-bra, pues el dolor le privaba de cualquier sentido salvo el de la vista y el oído.

Frente a él, se erguía sonriente y con la piel casi translucida, el hombre espigado que segundos an-tes había creído en peligro, y tras él, a sus oscuros y presuntos acechadores.

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Relatos Revista +letras

––Todo un Sufridor ¿No os parece amigos?, aunque debo descubrirme ante los vuestros. Vues-tra habilidad para privar del don de la vida a otros seres es abrumadora. Por esa misma razón hemos decidido que tengáis el privilegio y el gran honor de servir en nuestras fuerzas en primera línea. Siento que no sea el modo más honorable u honroso de persuadiros, pero ya se sabe, tiempos difíciles medidas desesperadas. Pero descuida, al amanecer veras el mundo tal y como es, y ha-cia mí y tus hermanos, no sentirás otra cosa sino amor, una profunda veneración y, el anhelo de recuperar nuestro autentico hogar.

Estas fueron las últimas palabras que se arrastra-ron de forma penetrante al oído de Oldemar. Sus ojos no volverían a ver el mundo tal y como el lo había conocido.

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Relatos Revista +letras

Por Myriam Soledad Trigueros

Hay un algo que invade las casas y las cosas. Dependiendo de las cul-turas, las tradiciones y el grado de escepticismo, unos lo llaman ener-gía kármica, otros duendes domés-

ticos o simplemente enajenación mental. Según el Dr. W.L Scott que se dedicaba a esto último, el re-sultado de escuchar el chirrido de armaduras en un campo yermo donde hace siglos se ha produci-do una batalla encarnizada o el grito agónico desoldados aparecidos en las visiones espectrales de algún infeliz , no es más que un trauma. Un producto mental indeseable, un desecho psicoló-gico que se parapeta en el cerebro de quien cree percibir aquellas vivencias extrañas. Lo que es-taba claro según el doctor era que las experien-cias vividas se alojan en forma de residuos en un lugar de la mente humana, más allá de dónde se produjeron. Hay adeptos acérrimos de la escue-la freudiana que mantienen que aquellos “restos experienciales” son mecanismos de defensa de la psique. Quizás un trauma de juventud o infancia que sale a flote en el momento más inesperado de la forma más sorprendente .Y por sorprendente entiéndase visiones inexplicables de campos sem-

El baúl de la buhardilla

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Relatos Revista +letras

brado de cadáveres espectrales, paranoia, psicosisy/o sublimación en forma de obra de arte.

Al Dr. Scott esto le hacía muchísima gracia. Te-nía un cerebro brillante, una eminencia. Había prestado oídos a las historias más disparatadas durante su larga trayectoria profesional. Pero te-nía una mente fría y analítica, vive dios que la te-nía. Era un hombre práctico. Sin embargo, hacía algunos meses había sufrido trastornos de sueño y una pesadilla solía atormentarlo. Aparentemente no había cambiado ni sus hábitos de vida ni nin-gún factor en el trabajo. Y era curioso porque por las mañanas estaba narcotizado por el cansancio. Apenas prestaba atención a las paparruchadas que le contaban sus colegas o los internos. Afortu-nadamente, hacía quince días que las pesadillas habían cesado. Las pastillas de un colega psiquia-tra habían surtido efecto.

Así que imagínense aquella mañana, cuando vio en la sala de recepción de pacientes a aquella mu-jer que le resultaba tan conocida. Estuvo dándole vueltas y más vueltas. Y cuando por fin entró en la consulta y la vio allí sentada, cayó en la cuenta.Aquella mujer era la mujer de su sueño. La que había aparecido sistemáticamente en su horrible pesadilla, y no sólo eso. Él era ella. En sus sueños, todas sus experiencias, todos sus sentimientos... eran suyos. Se quedó pálido y su frente se perló de

un sudor frío. No creía en aquellas bobadas desde luego, pero díganme ustedes ¿Cómo se quedarían si noche tras noche, una visión espeluznante les visita en sueños y cuando creen haberlo superado, el peor de los finales cobra forma y la causa que los perturba aparece ante sus propios ojos? Dé-jenme reproducirles el sueño que se repetía noche tras noche en los entresijos neuronales del Dr. Scott.

¿Había estado allí otras veces? Sí, probablemente sí. Bueno más bien en un lugar parecido. Cuan-do era pequeña había uno cerca de la casa. Sí .Y también cuándo era pequeña solía exiliarse a la buhardilla tratando de escapar del ogro, del al-cohólico que llegaba por las noches y pegaba a mamá hasta hacerle desfallecer.Desde arriba no se oían los golpes, ni las amena-zas, ni los sollozos. Además, entre los baúles de la abuela acurrucada a modo de trinchera, rodeada por vestidos desgarrados, sombreros raídos, mu-ñecas de porcelana mutiladas y olor a polilla, se encontraba la salvación. Cerraba los ojos y sabía que estaba a salvo porque era otra persona de otromundo, de otro tiempo.

Pero había huido. Cuando creció y el olor a poli-lla no fue suficiente, emigró a la gran ciudad en busca de un trabajo trivial, una nueva vida y una multitud desconocida en la que diluir su vergüen-za, las palizas del borracho y los morados.

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¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Un desmayo? Lo único que recordaba era despertar y lo del bos-que. Había aparecido allí sin más ni más. Mira-ba y veía espesura. Árboles y más árboles, como sombríos ancianos tapizándolo todo, encorvados y a la espera. No sabía dónde estaba ni por qué .O bueno, no del todo.Porque el lugar era desconocido y familiar a la vez. Sabía que tenía que andar hacia adelante por el sendero que serpenteaba entre los árboles y qué más allá, había una casa medio desvencijada. Pero en esa especie de silencio salvaje como de tormenta a punto de estallar, alzó la vista y pen-só que no se oía ni un graznido, ni un ulular, ni siquiera el sonido del viento. Eso le sobresaltabaParecía un lugar envasado al vacío, desprovisto de vida. Si no fuera por...¡Oh Dios!, aquel hedor .Aquel olor asqueroso, como a podrido ¿Puede oírme alguien? Y las palabras se le atropellaron todas en la garganta. Nada, silencio. Siguió an-dando entre la maleza y las ramas secas. Despuésde un buen rato, creyó atisbar una casa .Pero eran sombras nada más. Un ruido a la espalda, un cru-jido inesperado. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? No hubo respuesta y entonces un roce áspero en el to-billo como una lengua rugosa le quemó la piel. Nohabía nada, ni nadie. Sólo el sonido opaco del bos-que que ahora se había convertido en una lápida oprimiéndole el pecho. Y echó a correr como alma que lleva el diablo .Paró en seco. No tenía senti-do, había que guardar la calma y seguramente... Un crujido de ramas y ese olor y de nuevo la piel que quemaba. Y sombras que se extendían como

un gas mostaza aniquilador. Echó a correr .Sabía que en algún lado, cerca de allí estaba el calor, el cobijo de la casa y la buhardilla apolillada. Y sintió miedo porque ahora era consciente de ese algo que avanzaba sin prisa entre los árboles, de esa caricia pegajosa y putrefacta, de las lenguas y los tentáculos. Las ramas y los espinos le cortaban las pantorrillas y se sumaban al dolor urticante que se extendía por sus terminaciones nerviosas, pero sabía tenía que seguir, que ya no estaba lejos. El dolor cada vez más insoportable se propaga-ba como la pólvora y le hacía renquear. Se apro-ximaban. Cada vez le iban ganando espacio. Un tocón en el camino le hizontropezar y perdió el equilibrio, tuvo ganas de cerrar los ojos y...Pero entonces vio a escasos metros la escalinata de la casa que tan bien conocía. Con dificultad se puso en pie y aceleró el paso todo lo que pudo. Entró como una exhalación y la puerta se cerró a sus es-paldas con un golpe seco, como cuando cae la tapa de un ataúd .Los muebles, la pintura en las pare-des, la capa de polvo que se acumula en las casas viejas... Nada, nada de eso. Nada de lo que debiera estar en la antigua matriz útero que recordaba.Parecía la misma casa, pero no lo era. Una vaina de algo diferente. La sala principal estaba tapi-zada de espejos. Ni una sola silla, ni una mesa. Una casa de espejos que le devolvía una realidad distorsionada. Se veía a si misma diluida .Había cambiado, era mil yoes que no eran ella, eran iguales pero diferentes, muecas extrañas, risas grotescas multiplicadas en ángulos obtusos. Rea-lidades multiplicadas, conocidas y no conocidas.

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“Tendría algo importante que hacer y se habría marchado antes a casa”, pensó. Lo que más le sor-prendió a la enfermera fue el fuerte y desagrada-ble olor a polilla que rezumaba el despacho.

Asustada se dirigió a lo que había sido siempre su refugio, subió arriba buscando la buhardilla. Había estado allí otras veces. Y allí, el hedor. Se le escapo un grito. Vigilantes y contorsiona-dos en un murmullo inaudible, adheridos al te-cho, esperando como una broma grotesca estaban ellos. Paralizada por el miedo se veía corriendo, escapando, pero miles de voces estallaron en su cerebro y sintió el calor, el picor, el hedor casi dentro. Los tentáculos le poseyeron a través de los ojos, penetrando poco a poco, un sonido de gluck y como de piel que se hunde y las cuencas cedían como si fueran un himen al primer contacto, y la sustancia mucilaginosa como una savia descen-dente que formaba parte de su sistema linfático... Lo iba notando .Notaba como los tentáculos urti-cantes ardían, penetraban poco a poco y sus gritos y alaridos fueron ahogados por las lenguas que ahora estaban dentro y sintió que su yo no era suyo, era otros muchos y silencio. Un silencio amor-fo que se escondía noche tras noche dentro del baúl latente, a la espera entre vestidos desgarra-dos, sombreros raídos, muñecas de porcelana mu-tiladas y olor a polilla...

Cuando acabó el horario de consultas la enferme-ra del Dr. Scott se acercó al despacho porque ya era tarde y había prometido llevarle el informe antes de que acabara la jornada. Pero el Dr. Scott no estaba. No había visto al doctor por los pasi-llos como otros días, ni se había despedido de ella.

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por Marian Vielva

Temperamental y testaruda, desconfia-da y bastante gruñona, así era la leona, solo quería no mostrar sus sentimien-tos. Solitaria, siempre disfrutando de su lugar, sin dejar entrar a nada, sin

compartir su tiempo, no había nada apasionante o atrayente para ella, la vida era solamente abu-rrida. Hasta que llegó el día.

La leona cansada de todo decidió emprender una nueva aventura, bueno, eso ella aún no lo sabía. Todo era diferente, nuevo y apasionante, se sentía viva de nuevo. Largos paseos bajo la luz del sol, descubriendo nuevos paisajes, nuevas sensaciones. Todo era perfecto bueno... no todo.

Aún se sentía sola, quería más. Ella que tenía una impresionante imaginación empezó a soñar des-pierta con todo tipo de situaciones, pero en todas no estaba sola siempre disfrutaba de la compañía de alguien.

Mientras iba caminando obnubilada con sus sue-ños algo rompió esa pompa de jabón, esa nube en la que ella se encontraba...

La leona estaba enfadada.- ¡Mira por donde vas! - Dijo realmente enfadada.- ¿y tú, qué irias pensando en ridículas cebras asa-das corriendo? - Dijo el cangrejo.La leona le miró con desprecio y altiva. Siguió caminando. - ¡Eh! ¡Qué te estoy hablando! Mira que eres male-ducada. - Dijo el cangrejo.La leona se giró y gritó: ¿Qué quieres? - ¿una disculpa? - Dijo el cangrejo con un tono irónico.La leona gritó condescendiente: - ¡LO SIENTO!- Vaya una mierda de disculpa... - Dijo el cangrejo.- Es lo que hay... lo tomas o lo dejas - dijo la leona.- No me extraña que estés sola, con ese tempera-mento, ¿ sabes qué? te seguiré hasta conseguir lo que quiero, tengo todo el tiempo del mundo... - dijo el cangrejo.-Como quieras.. - dijo la leona.

Caminaron y caminaron juntos hasta el crepús-culo y decidieron descansar mirando las constela-ciones juntos, era una noche preciosa, una noche digna de soñadores.

El cangrejo y la leona

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La leona estaba pensativa y decidió preguntar al cangrejo:- ¿Por qué estás aquí conmigo? - Me pareces interesante y creo que no te vendría mal una lección de humildad. -dijo el cangrejo.La leona farfulló.- ¿Por qué estás tan malhumorada?, ¿No puede nadie gastarte una broma? - dijo el cangrejo.- Lo cierto es que me siento sola, pero ¡me gusta estar así! - dijo la leona.- Eso no me lo creo, ¿Por qué no tienes una ma-nada?, los leones soléis ir en manada, ¿verdad? - preguntó el cangrejo, curioso.- Sí,... yo tenía una manada pero lo cierto es que como no era la mejor cazadora pues siempre se burlaban de mí, así que una noche decidí empren-der mi búsqueda de la felicidad. -dijo la leona con una gran sonrisa.- Bueno, pues deberías mejorar esa actitud o no llegarás a ningún lado. - dijo el cangrejo.- ¡Quieres dejar de criticarme o debería cenar ma-risco! - dijo la leona entre gruñidos.- Bueno... bueno... entonces deberíamos descan-sar, mañana será otro día. - dijo el cangrejo.

Amanece y los primeros rayos de sol empiezan a asomar, ambos durmiendo acurrucados, el can-grejo entre las patas de la leona, resguardándose del frio.

- ¡Tengo una idea! - dijo el cangrejo.- ¿qué idea, lumbreras? - dijo la leona algo gru-ñona al descubrir donde había estado durmiendo.- Tenemos que ir a esa montaña, he oído historias de que es el paraíso para todos. - dijo el cangrejo.

- ¿Qué hay ahí? - dijo la leona interesada.- Hamacas y caipirinhas para todos, imagínanos por un segundo. - dijo el cangrejo.- Bueno... me vendrían bien unas vacaciones... -dijo la leona.

Y comenzaron a caminar.

Continuará.

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Por Cristina Escriche

Han pasado ya siete años. Puede que no sea demasiado tiempo, pero los segundos se congelan sobre mi pe-cho y pesan como cadenas, pues arrastran tras de sí recuerdos de

momentos pasados, más dolorosos cuanto que me son lejanos y se encuentran perdidos en el tiempo. No me queda nada ahora. Nada más que esta nie-ve bajo mis pies. Las huellas del trayecto a mi espalda, nieve virgen al frente. Nada. O todo, quién sabe. Un camino sin ahondar que tal vez me muestre la forma de recuperar aquello que me fue arrebatado. Solo esta determinación. No es un deseo de venganza, sino de conocimiento. El deseo de volver a vivir la vida que perdí, en esta muerte sin descanso, y encontrar respuestas.

Fue hace siete años. Las imágenes de lo que ocu-rrió entonces aparecen difuminadas en mi mente. Tan sólo permanece nítido el olor, aquel aroma a flores quemadas, a perfume agrio y dulce, a ma-dera podrida y fuego. Algo extraño, como jamás había sentido antes. Y fuego, sí. Un infierno ar-diente, con llamas brillantes y terribles, de una belleza de plata azulada, ondeando y contorsio-

nándose seductoramente como el cuerpo una mu-jer, al son de la música de su propio crepitar. Qué espectáculo tan magnífico y aterrador.

Y sombras. Entre las llamas, espectros oscuros acechando, danzando en medio de aquel caos. ¿Existían de verdad, o son tan sólo un reflejo de la locura que me arrebataba entonces? Recuerdo haberme enfurecido por su presencia. Los juzgué enemigos, y alcé mi espada en un furioso intento por destrozar sus cuerpos etéreos. Había mata-do, sí. Aquella tarde ya había matado a cientos de hombres, y el sabor de la sangre y la muerte llenaba mi boca y calentaba mi corazón. Lleno de la locura de la batalla, me abalancé sobre uno de aquellos espectros de oscuridad, y le asesté un mandoble en lo que hubiera sido su pecho. Pero no murió. No gritó, no se dobló, no sangró, no intentó protegerse, no trató de huir, no hizo un amago de devolver el golpe. Sombras desarmadas y danzantes, tan solo se quedó contemplando la belleza ardiente de aquella mujer de fuego, que agitaba sus cabellos llameantes, consumiendo cuerpos marchitos, y todo cuanto encontraba a su paso.

Criatura de la batalla

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Enloquecido, vagué por el campo de batalla, abandonado por mis compañeros, alejado de mi propia razón. No me enorgullezco del recuerdo que guardo de mí mismo, pues en él me contemplo extraño como un animal sediento de sangre, po-seído por un secreto deseo de destrucción. Había luchado con bravura, hasta que la propia batalla tomó de mí todo rastro de cordura. Los hombres caían inertes bajo el peso de mi espada, me delei-taba en su sangre y me apasionaba el sonido de sus gritos agónicos, dulce música para mis oídos. No te molestes en rezar a tu dios, pues tu fin está escrito en la hoja que sostengo en mis manos. Yo era la bestia que adjudicaba muerte e ira.

Pero cuando la batalla se tornó en fuego y som-bra, mi locura sangrienta derivó en miedo. Fui consciente de todo y de nada al mismo tiempo. Se me nublan los recuerdos. El campo de batalla cambió en un instante. Veo cadáveres de criatu-ras de innombrable belleza, y siento lástima de pensar que he sido yo quien los ha matado. ¿He sido yo? No lo recuerdo, no tengo memoria de ha-ber visto en mi vida muchachos de facciones tan perfectas y jóvenes de tamaña hermosura. Si son tan bellos cuando yacen dormidos, ¡cuánto más hermosos debieron de haber sido en vida! Rápi-damente se transforman en sombras. Sus cuerpos se consumen y oscurecen, se deshacen en el fue-go y renacen de nuevo para unirse al baile de la muerte.

Lleno de horror, arrojo mi espada al suelo, pues comprendo que me es una herramienta inútil contra aquellos que ya no pueden perder la vida.

Corro entre las llamas que se alzan por encima de todo, pero no hay escapatoria posible, pues vaya a donde vaya, las sombras prosiguen su danza, mientras sus nuevos hermanos se levantan para unirse a ellas. Un profundo terror me invade aho-ra, como jamás antes había sido capaz de sentir, y sacude todo mi cuerpo. Yo, valiente guerrero, asesino, me veo derrotado por el fuego y la som-bra. Me abandono a mí mismo, preso del pánico y la locura, mientras noto cómo van decayendo mis fuerzas. Mientras noto…

Un olor intenso ahora. Un perfume, a flores que-madas. A flores y a madera podrida. Huele a hierro. Es sangre, plata y azul. Huele a sexo y a olvido. El aroma del fuego, de miles de soles ar-diendo. Como huele el propio tiempo. Como huele la perdición misma.

Abro los ojos. Apenas puedo discernir lo que me rodea, pues la luz es tan intensa ahora que hiere todo mi ser. Las llamas se han apoderado de todo, pero las sombras se retiran, agazapadas, como en un gesto de sumisión. Con los ojos entornados y la cara protegida por el dorso de la mano, distingo una figura acercándose hacia mí entre el fuego. Busco a tientas, desesperado, mi espada, pero ésta no se encuentra a mi alcance, sino que la perdí durante mi huida. Estoy, entonces, completamen-te desprotegido contra este nuevo ser que apenas logro ver. Pero ese olor... Cómo lo recuerdo en este momento, aun cuando ya han pasado siete años.

Me hace sentir seguro e inquieto al mismo tiem-po. Me seduce y me repugna. Me excita. Aún aho-

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Relatos Revista +letras

ra, su simple recuerdo sigue logrando ese efecto en mí. Sea lo que sea, me obliga a quedarme quieto en mi posición, esperando, mientras la figura se acerca. Poco a poco, mis ojos se acostumbran al exceso de luz brillante y ardiente de las llamas, y logro ver.Atravesando el fuego despacio, imperturbable, una mujer se acerca a mí.

Tal vez debiera tratar de describir fielmente lo que vi entonces, tratar de describirla a Ella, cómo era su cuerpo desnudo, su piel nívea, su paso eté-reo, sus facciones magnas, su gesto adusto, sus la-bios sangrientos, sus ojos insondables. Pero no soy capaz, pues cualquier intento de encerrar unas cualidades como las suyas en un puñado de pala-bras vanas no sería más que un embuste. Apenas sí puedo tratar de contar lo que ocurrió entonces, pues los recuerdos se mezclan con los sentimien-tos, y éstos, con los delirios de la razón.

Ella era hermosa y terrible.

Me siento hechizado por su belleza, y permanezco contemplándola acercarse entre el mar de llamas. Se demora, pero no vacila, continúa avanzando con sus ojos clavados en los míos. Al fin llega a mi posición, y con mirada altiva, se queda quieta frente a mí. Siento como si su mirada me bebiese y me tragase, y yo me rindo a ella. Al observarla, parece como una blanquísima estatua de mármol blanco retratando a alguna de las de las gentiles reinas del Pasado, y me doy cuenta entonces de que estoy arrodillado en el suelo ante su presencia.

El tiempo parece congelarse. Sé que no es así úni-camente porque veo el fuego moverse cambiante tras su espalda y a nuestro alrededor. Pero aquí, ahora, en este pequeño espacio que hemos creado y nos envuelve, no hay fluir de acontecimientos, sólo una incontingente eternidad.

Y el fuego se para. Se detienen las llamas, y cam-bia el ángulo de la escena, como si me encontrase cayendo al abismo. Ella desciende lentamente, acercándose, doblando su cuerpo infinito en un movimiento que parece no terminarse nunca. Cai-go dentro de sus ojos, tan sólo cuando las rosas de sus labios rozan los míos, y pienso qué suave es su cuerpo, cuando noto mis manos rudas sobre sus caderas onduladas. Y todo es infinito en ella, todo es eterno e inmortal. Todo bello y exuberante y perfecto.

Generosamente, me ofrece la eternidad y el fir-mamento. Pero me roba la respiración, me roba el latido, me roba el color de los ojos, y el tacto de la piel, y el sabor de la boca, y la inercia del movimiento. Toma todo de mí.

Absolutamente todo.

Hasta el alma.

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Por Myriam Soledad Trigueros

Dicen los más ancianos que se oyen gritos y graznidos y cánticos infames en las noches sin luna Y que en tales noches, cuídese el viajero de dirigir sus pasos allende los postigos e inter-

narse en el bosque. Lamalina, la Roca de Sombra sedienta de sangre, anda suelta.

Tonada popular

Hay historias que te ponen los pelos como escar-pias y si te has criado en el condado de Wastie-rah, sabes que hay historias e historias. Cuentos de vieja que se maman desde pequeño al calor de la lumbre. Algunas hablan de duendes serviles, de hadas buenas, de seres mágicos que siembran de gotas de rocío los umbrales de las puertas y que luego se convierten en monedas de plata .Pero otras historias, las menos amables, están enraiza-das en el miedo, el infortunio y el dolor.

En las aldeas del norte siempre fue conocida la Historia de Lamalina o la Roca de Sombra. Bue-no, el relato tiene muchas variantes según los testigos y el susto que tengan en el cuerpo a la hora de contarlo. También la llaman el Árbol de Sangre, La enredadera perniciosa, el graznido de muerte…y aunque depende de la comarca que los hechos varíen ligeramente , el resultado viene a ser el mismo.

Se dice que hace mucho mucho tiempo , tanto que ni siquiera se conocían los nombres de las cosas ni existía la palabra escrita, poblaba los márgenes del Krokotoah un asentamiento de gentes extra-ñas. Los historiadores dieron en llamarlos mer-

Lamalina o la roca de sombra

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gelinos que en la lengua norteña significa “los desterrados” .De dónde provenían era un enigma. Sólo se sabía que eran descendientes de antiguos clanes llegados por mar antes del siglo VII. Una mortaja de misterio envolvía su historia y cul-tura, pues poco se sabe de aquellos que llegaron para quedarse. Nadie conoce a ciencia cierta a qué se dedicaban o cuáles eran sus costumbres, y prácticamente desaparecieron como llegaron, en silencio .Se cree que consiguieron extenderse por toda la comarca fértil próxima al margen derecho del río, casi llegando hasta la actual villa de Lho-res hoy abandonada.

A lo largo de los siglos se fueron sucediendo los rumores de que aquellas tierras abandonadas y el bosque cercano eran pasto de ritos y sacrificios maléficos. Se decía que con frecuencia se perdían viajeros y jamás volvía a saberse de ellos. Se oían lamentos decían algunos. Se veían pellejos col-gando de los árboles decían otros. ¡Y ay de aque-llos malhadados que por desventura se internaran en el bosque! Pero las leyendas dejan de serlo, o empiezan a ser algo más cuando la superstición y lo extraño prenden en la conciencia colectiva. Parece ser que esta historia del bosque encanta-do persistió a lo largo del tiempo. De hecho, lo que sí se conoce a ciencia cierta es el primer tes-timonio registrado en los anales de la parroquia de Wastierah. En ese registro se narra el testimo-nio de un desventurado cazador que tras ser inte-rrumpido en sus actividades amatorias con una joven lozana, un grito desgarrador que no supo identificar como de animal o humano, se internó extrañado en la foresta para ver de dónde prove-

nía el macabro sonido. No vio animal alguno pero afirmaba haber contemplado una grotesca piedra a lo lejos. Como le chocó la forma y sintió curio-sidad se acercó más aún. Una piedra de un negro más negro que la noche. Pero no fue la oscuridad que parecía emanar lo que le sobresaltó, sino que estaba cubierta de sangre. Tal fue la impresión que salió corriendo despavorido a medio vestir, con tan mala suerte que en su desaforada huida tropezó con un tocón y casi se queda medio lelo.

Como esta historia hay muchas parecidas y quien más quien menos ha oído cuentos de Lamalina o la Roca de Sombra aquí en el norte. Sin ir más le-jos, en mi familia se cuenta que un día un tatara tatara tío, un pariente lejano que debió ser vica-rio de un condado cercano de Wastierah, se vio obligado a cumplir los requerimientos de su su-perior , el Arzobispo Bari. Ya se sabe que donde hay patrón no manda marinero, así que cuando el superior le pidió que se mudara a la parroquia vecina para hacer las veces de vicario, no le que-dó otra que liarse el petate y hacer la mudanza. Obviamente mi tío tenía que haber oído alguna de estas historias .Pero no creáis que se achantó cuando supo su nuevo destino. Ni mucho menos. Primero, porque no había impedimentos ni pa-parruchas que lo apartaran de cumplir su deber como ministro eclesial. Era un hombre íntegro. Y segundo, porque el pobre hombre tenía memoria de pez y con la edad esta cualidad suya no había mejorado mucho. Así que, si alguna vez había es-cuchado el espeluznante y sobrecogedor relato de la roca de sombra debía yacer sepultado en los re-motos escondrijos de su olvidadiza memoria.

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Estando ya de camino hacia la nueva parroquia y poco antes de que el carromato llegara a los lindes boscosos del Krokotoah, la rueda derecha tuvo a bien tomarse un descanso. Vamos, que se estro-peó y el cochero tuvo que bajar de la mula para arreglar el desaguisado .Mi tío, considerando una buena oportunidad de estirar las piernas y tomar aire fresco , se bajó del carromato y se puso a me-rodear por las cercanías del bosque con tan mala suerte que se internó demasiado y acabó engan-chándose con una raíz que sobresalía del suelo . El infeliz cayó de bruces todo lo largo que era.

Cuando despertó descubrió que estaba a los pies de un maldito tejo que parecía haberle puesto la zancadilla. Se tocó la nuca pues el golpe había sido fuerte y le dolía la cabeza. Descubrió que al caer contra el suelo se había hecho una pequeña herida de la que aún brotaba sangre. Parpadeo buscando sus impertinentes pero lo único que ha-lló fue el tacto frio de, de ¿Qué era aquello? ¡¡Una mano!! . Asustado ahogó un gritito poco varonil y dio un respingo. Aquel ruido pareció despertar al yaciente. La mano fría era parte de un todo, un cuerpo oscuro y deforme que tomaba forma y se erguía desobedeciendo a toda posible lógica. Se percató que reposaba precisamente en el lugar en el que estuviera la piedra a la había intentado agarrarse. Aturdido y desconcertado trató de in-corporarse pero un zumbido que acabó en una risa gutural, lo dejó perplejo. Un movimiento bajo sus pies le hizo rodar por el suelo. Un gesto de terror se iba grabando en las arrugas del tío. Empezó a pronunciar una oración atropelladamente que fue interrumpida por un nuevo estallido de aque-

lla carcajada profunda y cavernosa. El fatídico sonido se multiplicó una y mil veces resonando en las inmediaciones del bosque como un réquiem de ultratumba. Una forma descomunal, retorcida como una raíz insalubre sin ojos, con vacío en lu-gar de cuencas y un olor a sangre y putrefacción se elevaba majestuosa. La forma se reía con una sonrisa sardónica hecha de sombra. Se encorvaba grotescamente sobre el tío hasta que cayó sobre él con su peso fatídico y unos labios y unos colmillos ansiosos de abastecerse de vida a cambio de otor-gar muerte, se clavaron sin piedad en la yugular del anciano.

El cochero que hacía un rato había acabado con la inoportuna rueda, se internó en el bosque lla-mando a gritos al clérigo. A punto estaba de soltar un par de imprecaciones ante el imprudente com-portamiento del vicario cuando, cuál no sería su sorpresa al ver las ropas del buen hombre espar-cidas por el suelo, echas jirones y llenas de san-gre. Unos pasos más allá una forma oscura, como una roca extraña, parecía vigilar a los pies de un imponente tejo .Al cochero le vino a la memoria aquella historia que tantas veces había oído. Una piedra de sacrificios en la que los pueblos anti-guos de origen remoto depositaban sangre. La pie-dra otorgaba poder a cambio de ofrendas huma-nas y cobraba vida para luego volver a ser piedra. El cochero se largó con viento fresco y contó en la taberna lo sorprendente del suceso y la desapari-ción del clérigo. Le tomaron por loco y acabaron condenándolo a la cárcel por asesino y mentiroso. Lo cierto es que el arzobispo Bari jamás fue capaz de encontrar un suplente para la parroquia y que

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hay una tonada popular que se canta para asustar a los niños que dice:

Lamalina a los pies del tejo dormitay en las noches sin luna vuelve a la vida.

Bebe la sangre de los inocentesy sacia su sed de roca fría.

Foto: http://correcorriendo-mij-mij.blogspot.com.es/Retoques y arreglos: Myriam Soledad Trigueros

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Música

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Música Revista +letras

Por Ioma Ferré

Quien no se ha quedado atónito ante el primer rasgueo del Arpa Llanera; sus sonidos melódicos nos transportan a un espacio de fuerza y sutileza indescrip-tibles.

Cuenta la leyenda que: “Un Cazador al arrojar una flecha con su arco percibió un sonido musi-cal. Intrigado, repitió el procedimiento y al obte-

ner un nuevo sonido agregó al arco más cuerdas, y según el movimiento que imprimía a sus dedos, el largo y el ajuste de las cuerdas producían sonidos melódicos”. Margarita Aristizábal. Aracuca Ar-tesanal.

El Arpa uno de los instrumentos musicales que cobró vital importancia en el siglo XVIII en Eu-ropa y America; fue puesto al servicio de la mú-sica religiosa y profana. Su sonido y el legado de su interpretación se transmitió por la tradición oral.

En el siglo XIX el sonido del Arpa Llanera tomó el contexto de diversas regiones latinoamerica-nas como son los Llanos de Colombia y Venezue-la, regiones de México, Paraguay, los Andes de Perú, Ecuador y Chile.

El Arpa llanera tomó vida desde el Cedro, con 32 o 33 cuerdas que lograron crear una amalgama de sonoridades infinitas, alimento para el músi-co arpista consagrado de los Llanos y para la co-munidad quien se nutre cada día con su sonido etéreo.

El arpa Llanera

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Educación

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Educación y S.XXI Revista +letras

por Elena González

Cuando el genio de la lámpara le dijo a Aladdín que podía formular tres deseos, éste pidió convertirse en un príncipe, salvar su vida cuando estaba a punto de morir ahogado y la libertad del genio.

Todos pensamos que, gracias a este simpático per-sonaje, Aladdín conseguía todo lo que se proponía a lo largo de la historia. Pero no. Aladdín era un pobre vagabundo y ladrón perseguido por la ley, tenía unos amigos, un mono y una alfombra que lo apoyaban, ayudaban y sacaban de apuros cuan-do era necesario; pero lo más importante era que

tenía varios sueños que cumplir: vivir en un gran palacio y abandonar esa vida que no merecía. Y además, también contaba con la motivación de su sueño; los encantos de la princesa Jasmin. Fue-ron su ingenio y trabajo los que le permitieron alcanzar cada una de sus metas y, lo más impor-tante, esquivar los obstáculos que encontraba en su arduo camino.

Por un segundo imaginemos que el genio nunca existió. Entonces, ¿qué hizo que Aladdín cumplie-ra sus objetivos? Principalmente, su originalidad a la hora de resolver las dificultades con las que se encontraba: si para salvar la vida de la princesa en el mercado, tenía que poner en riesgo la suya, la ponía. Asimismo, su elocuencia y empatía con Jasmín son los artífices para que el personaje atraiga a la chica y, con ello, se alimente la his-toria que no había hecho más que esbozarse. Una vez embelesado por los encantos de ésta, tiene un nuevo reto por alcanzar: conquistarla. Para ello, y gracias al apoyo de sus amigos, sabiendo la mo-notonía que envenena el día a día de la princesa, se transforma en príncipe y, al mismo tiempo, en mago que es capaz de hacer que una alfombra má-

Te concedo tres deseos

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Educación y S.XXI Revista +letras

gica vuele y, más aún, haciendo uso de sus habili-dades e ideas transporta a la princesa a un mundo totalmente alejado de su realidad, un mundo que embriaga y cautiva. Un mundo en el que las nu-bes son tangibles, no existen las distancias y en el que no hay otro testigo de su intimidad que la luna. Y es este proceso de inventar, actuar y obte-ner respuestas positivas por parte de la princesa, lo que inspira a Aladdín a no desistir. Todo ello lo motiva a seguir viviendo y luchando por todo lo que desea. Por lo tanto, son la constancia y la originalidad dos de los factores que influyen en el éxito del personaje.En definitiva, el muchacho, para enamorar a la princesa y resolver sus problemas, piensa y ac-túa desde una perspectiva diferente desde la que cualquier otra persona se habría posicionado. Con ello, la divergencia es el motor principal del mun-do que Aladdín recrea. A su vez, es la incentiva-ción que recibe por parte del mono, del sultán y de la princesa, lo que lo empuja a seguir adelante. No sólo esta creatividad que, de no verse apoyada, hubiera condenado todos sus intentos por lograr su meta al fracaso; sino el esfuerzo de los otros personajes por involucrarse en la historia, en este mundo imaginado, que lo guían y contribuyen en sus pequeños méritos a lo largo del camino Fi-nalmente, todos estos factores convierten al vaga-bundo en príncipe. En una persona que no ne-cesita ni mentir ni disfrazar su personalidad. Es él mismo, con sus triunfos, sus pérdidas pero con su constancia e interés por aquello por lo que se siente incentivado.

Con la historia de Aladdín y la figura del ge-nio, he querido esclarecer los procesos y elementos presentes en el proceso creativo. La necesidad de darle importancia a la creatividad e imaginati-va tanto en la resolución de los problemas diarios como en la conquista de nuestros sueños; pues es lo que de verdad nos hace estar vivos. Haciendo uso de esa creatividad, aplaudiendo a aquellos que hacen uso de ella y guiando a los más pequeños en su aprendizaje en la resolución de problemas de forma original e innovadora, quizá no se consiga un mundo mejor, pero seguramente seremos par-tícipes de ese intento por demostrar que vivir de los sueños es posible y animar a otros a seguir con vida, valiéndonos de nuestras ideas, imaginación y el apoyo.

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