latourelle teologia de la revelacion cap15 u2

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1 Teología de la Revelación Capítulo 15: “El Concilio Vaticano II y la Constitución Dei Verbum” Rene Latourelle Ed. Sígueme, colección “Verdad e Imagen”, volumen 49, Salamanca 1995, pp. 351-398

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teologia

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    Teologa de la

    Revelacin

    Captulo 15: El Concilio Vaticano II y la Constitucin Dei Verbum

    Rene Latourelle

    Ed. Sgueme, coleccin Verdad e Imagen, volumen 49, Salamanca 1995, pp. 351-398

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    EL CONCILIO VATICANO II Y

    LA CONSTITUCIN DEI VERBUM

    Rene Latourelle

    El mircoles, 14 de noviembre de 1962, el Concilio Vaticano II comenz el examen del esquema De fontibus Revelationis. El examen dur hasta el 21 de noviembre. Las partes que en el esquema, compuesto de cinco captulos (1. La doble fuente de la revelacin; 2. Inspiracin, inerrancia, gnero literario; 3. Antiguo Testamento; 4. Nuevo Testamento; 5. Sagrada Escritura en la Iglesia), se referan directamente a la revelacin, trataban del hecho de la revelacin, de su transmisin, del papel de Cristo y de los apstoles en la economa de la revelacin, de la doble fuente de revelacin y de la funcin del magisterio con relacin al depsito de la fe.

    El esquema fue al principio objeto de observaciones generales acerca de los captulos en conjunto. Ya desde el principio, se delinearon entre los padres dos actitudes: unos aceptaban sustancialmente el esquema, pero se deba retocar; otros lo juzgaban inaceptable y proponan llanamente que se sustituyese por otro ms conciso, ms pastoral y ms ecumnico.

    De los problemas propuestos, el que ms llam la atencin fue el de la relacin Escritura-Tradicin. Qu relacin existe entre ambas y cmo hemos de expresarla? La solicitud por el dilogo ecumnico haca muy delicado este problema. Para los protestantes en concrete, el esquema de revelacin tuvo, desde el principio, valor de smbolo: juzgaran el concilio en gran parte por su postura ante esta cuestin. Ante la investigacin teolgica vacilante y ante las dificultades de una formulacin exacta, muchos padres se preguntaron si sera oportuno que el concilio tomara una posicin determinada en cuestiones todava discutidas.

    El primer esquema encontr fuerte resistencia en una mayora importante. La discusin de cada uno de los captulos se prevea laboriosa, prolongada y sin gran esperanza de xito. Por ello, Juan XXIII decidi, el martes, 20 de noviembre, que una comisin especial revisase el esquema antes de continuar su examen. Esta comisin llamada mixta. Ya que se compona de 7 cardenales nombrados por el Papa, de 10 miembros de la comisin doctrinal y de 10 miembros del Secretariado para la Unin de los Cristianos, se nombr el 25 de noviembre de 1962.

    El martes, 20 de noviembre, da en que Juan XXIII decidi que el esquema se enviase a la comisin mixta, fue uno de los decisivos del concilio. A partir de ese da, el problema del contenido material de la Escritura y de la Tradicin queda abierto, de forma que telogos y exegetas puedan estudiarlo cada vez ms a fondo. El concilio, por su parte, eligiendo otro camino, se dedic a subrayar la unidad orgnica de la Escritura, Tradicin e Iglesia.

    Durante la segunda sesin del concilio, el esquema de revelacin estuvo rodeado del ms complete silencio. La comisin mixta termin su trabajo en marzo de 1963, y en mayo del mismo ao, se enteraron los padres del resultado de sus investigaciones. Entonces muchos padres expresaron el deseo de que el esquema tratase de manera ms amplia de la Tradicin y de la revelacin. El 7 de marzo de 1964, la comisin doctrinal constituy una subcomisin para corregir el esquema atendiendo a este deseo de los padres. sta dividi en dos el captulo I (La palabra de Dios), que qued as: I. La revelacin en s misma; II. La transmisin de la revelacin. La comisin doctrinal, en

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    sesin plenaria, examin estos dos nuevos captulos, del 1 al 6 de junio de 1964. El primer captulo se acept sin dificultad y el segundo con una mayora de 17 contra 7. La oposicin fue motivada por el hecho de que el texto no deca que en la Tradicin se contienen ms verdades que en la Escritura.

    El nuevo esquema se discuti en la tercera sesin del concilio, del 30 de septiembre al 6 de octubre de 1964, sin que la paz y el equilibrio delicado al que se haba llegado, fuesen perturbados. En su conjunto, el texto fue del agrado de los padres por su equilibro, su saber bblico, su carcter cristocntrico, su amplia exposicin sobre la Tradicin, y, por ltimo, por la libertad que se dej a los telogos en las cuestiones discutidas.

    Una vez terminada la discusin conciliar, la comisin se puso a trabajar, teniendo en cuenta las observaciones hechas por los padres, especialmente acerca de los captulos I y II, los ms importantes del esquema. El resultado del trabajo se entreg a los padres el ltimo da de la tercera sesin.

    Por ltimo, el texto revisado se someti al voto de la asamblea conciliar desde el comienzo de la cuarta sesin, el 20, 21 y 22 de septiembre de 1965. Sin embargo, las correcciones de detalle sugeridas por los padres, sin modificar la sustancia del texto, mejoraron notablemente la forma del mismo. Votada por captulos y aprobada casi por unanimidad, la constitucin Dei Verbum fue promulgada oficialmente por el Papa Pablo VI el 18 de noviembre de 1965.

    No vamos a analizar aqu toda la constitucin, ni a estudiar la historia de los diversos esquemas que precedieron al texto definitivo votado por los padres conciliares; nos limitaremos a considerar los captulos I y II que se refieren a la revelacin y a su transmisin, y, con particular atencin, el capitulo I que describe la revelacin misma. Al anlisis detallado de los diez pargrafos que componen los captulos I y II seguirn unas observaciones generales sobre estos dos captulos I.

    I TEXTO Y COMENTARIO

    1. PROEMIO

    1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamndola confiadamente, hace suya la frase de san Juan, cuando dice: Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifest: lo que hemos visto y odo os lo anunciamos a vosotros, a fin de que vivis tambin en comunin con nosotros, y esta comunin nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1,2-3).

    2. Por tanto, siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelacin y sobre su transmisin, para que todo el mundo oyendo crea el anuncio de la salvacin, creyendo espere y esperando ame.

    Sobrio es este proemio, pero elevado. El tono del primer pargrafo, solemne y religioso a la vez, queda justificado ampliamente por el hecho de que la constitucin Dei Verbum es lgicamente el primero de los grandes documentos del Vaticano II. En realidad este proemio introduce en el conjunto de la obra conciliar. Dentro de la misma constitucin Dei Verbum expone el tema de la misma, tema cuyo desarrollo y orquestacin continuarn los captulos siguientes.

    1. Dei Verbum: estas dos palabras, que en adelante servirn para designar la constitucin y distinguirla de otros documentos conciliares, expresan en realidad todo el contenido. Dios, el Dios viviente, ha hablado a la humanidad. El trmino palabra de

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    Dios se aplica primariamente a la revelacin, es decir a esta primera intervencin por la que Dios sale de su misterio, se dirige a la humanidad para descubrirle los secretos de la vida divina y comunicarle su designio salvfico. ste es el hecho inmenso que domina los dos testamentos y del que vive la Iglesia. Esta palabra de Dios, dirigida una vez para siempre, perdura a travs de los siglos, siempre viva y actual, en la Tradicin y la Escritura.

    La actitud del concilio respecto a la palabra de Dios es la que en el captulo II se describe como actitud del magisterio de la Iglesia: escucha y proclama la palabra de Dios. Como todo el pueblo cristiano, cuya fe condivide, recibe con fe y piedad la palabra del Seor; mas tambin, en virtud de la misin proftica. Que ha recibido de Cristo, es el heraldo de esta palabra que proclama con la confianza de los profetas y de los apstoles. La palabra fidenter, que califica esta proclamacin, evoca la actitud de confianza y segundad de la predicacin apostlica (Hech 4, 29. 31;9, 28; 19, 8). El concilio, ministro de la palabra de Dios, recuerda con respeto (obsequitur) el comienzo de la primera carta de san Juan: Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y que se nos manifest: lo que hemos visto y odo os lo anunciamos a vosotros, a fin de que vivis tambin en comunin con nosotros, y esta comunin nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1, 2-3). Este texto enuncia, en trminos bblicos, lo esencial de la constitucin. La vida, que estaba en el Padre, cerca del Padre, se nos manifest. Dios ha salido de su misterio y, merced a la humanidad de Cristo, Juan ha podido ver y or al Verbo de vida. Juan anuncia lo que ha visto y odo, a fin de que los hombres, mediante la fe en su testimonio, participen en esta experiencia y, con l, entren en comunin de vida con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Epifana de Dios en Jesucristo, mediacin del testimonio apostlico, participacin del hombre en la vida trinitaria, el texto de san Juan describe todo el movimiento de la revelacin: la vida en Dios, la vida que baja hacia el hombre y, en Jesucristo, se le manifiesta para obrar la vuelta a la vida. Por su densidad y poder de sugestin, este texto es como el leitmotiv de la constitucin, y, ms en concrete, del captulo I.

    2. La segunda frase indica la finalidad de la constitucin. EI concilio se propone exponer la verdadera doctrina acerca de la revelacin y de su transmisin. Contina en esto, a la par que lo ampla, el trabajo realizado por los concilios de Trento y Vaticano I. La referencia a san Agustn, que cierra el proemio, subraya la preocupacin pastoral que inspira toda la obra del concilio.

    II Capitulo I: LA REVELACIN

    2. NATURALEZA Y OBJETO DE LA REVELACIN

    1. Dispuso Dios en su bondad y sabidura revelarse a s mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf Ef 1,9), mediante el cual los hombres por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 Pe 1,4).

    2. En consecuencia, por esta revelacin Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor (cf. Ex 33, 11; Jn 15, 14-15) y mora con ellos (cf. Bar 3, 38), para invitarlos a la comunicacin consigo y recibirlos en su compaa.

    3. Este plan de la revelacin se realiza con gestos y palabras intrnsecamente conexas entre s, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvacin manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas.

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    4. Pero la verdad ntima acerca de Dios y acerca de la salvacin humana se nos manifiesta por la revelacin de Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelacin.

    1. La revelacin aqu descrita es la revelacin en su fase activa y constituyente, como tambin en la economa de su realizacin concreta por las vas de la historia y de la encarnacin. La constitucin enuncia primariamente el hecho y el objeto de la revelacin. De la revelacin, como de toda la obra de la salvacin, hemos de decir que es un efecto del beneplcito de Dios: placuit (cf Ef 1,9-10). Es gracia. Es libre iniciativa de Dios, y no afecto de un constreimiento o apremio por parte del hombre. Obra de amor como es, precede de la bondad y sabidura de Dios. El texto repite las palabras del Concilio Vaticano I, pero adopta una formulacin ms personalista. En lugar del placuit ejus sapientiae et bonitati, dice: placuit Deo, in sua bonitate et sapientia. Pone, adems, en primer plano, la bondad de Dios, y despus, su sabidura.

    A propsito del objeto de la revelacin, el texto sigue igualmente al Concilio Vaticano I, pero mientras ste dice: seipsum ac aeterna voluntatis suae decreta revelare, el Vaticano II desdobla el verbo y reemplaza decreta por el trmino paulino sacratmentum (mysterium, segn el texto griego), ms bblico y ms concrete: seipsum revelare et notum facere sacramentum voluntatis suae. Al decir que el objeto de la revelacin es Dios mismo, el concilio personaliza la nocin de revelacin: antes de dar a conocer algo, es decir el designio de salvacin, Dios mismo se revela. El misterio paulino evoca este designio salvfico, escondido en Dios desde toda la eternidad, y ahora revelado, por el cual Dios hace de Cristo d centro de la nueva economa y le constituye, por su muerte y resurreccin, nico principio de salvacin, tanto para los gentiles como para los judos cabeza de todos los seres, de los ngeles y de los hombres. El misterio es el plan divino total que, en definitiva, se reduce a Cristo, con sus insondables riquezas y su tesoros de sabidura y ciencia. Concretamente, el misterio es Cristo. Al utilizar la categora paulina de misterio, con la plenitud de sentido y mltiples resonancias que tiene en la carta a los efesios (c. 1), el concilio da al objeto de la revelacin su expresin ms completa, ms rica y sugestiva.

    El segundo miembro de la frase declara en qu consiste el plan salvfico divino acerca de la humanidad. El designio de Dios consiste en que los hombres, por Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre (Ef 2, 18) en el Espritu y se hacen consortes de la naturaleza divina (2 Pe ~,4). El designio divino, expresado en trminos de relaciones interpersonales, incluye los tres principales misterios del cristianismo: la Trinidad, la encarnacin, la gracia.

    2. Despus de haber afirmado el hecho y el objeto de la revelacin, el concilio precisa su Naturaleza. Por la revelacin, el Dios invisible, escondido (Col 1, 15; 1 Tim 1, 17), al que nadie puede ver sin morir, el trascendente y tres veces santo, en la superabundancia de su amor (porque Dios es amor: 1 Jn 4, 8) sale de su misterio. Dios rompe el silencio: se dirige al hombre, le interpela, e inicia con l un dilogo de amistad, como lo hizo con Moiss (Ex 33, 11)y con los apstoles (Jn 15, 14-15).

    Dios conversa con los hombres para invitarlos a la comunicacin consigo y para recibirlos en su compaa. El texto de Baruc (3, 38), al que alude el concilio, y que utiliza la liturgia (por ejemplo, en la sexta profeca del oficio antiguo de sbado santo), significa que la sabidura ha bajado del cielo para habitar entre los hombres, encarnndose en la ley juda. El concilio evoca ya esta plenitud de revelacin en la que la sabidura personal de Dios, por la encarnacin, entra en la existencia humana,-vive con los hombres, como uno ms en medio de ellos, y con ellos conversa. Jesucristo es la sabidura de Dios que ha bajado a la tierra y ha conversado con los hombres. El tema, tan slo evocado aqu, reaparece en el pargrafo 4.

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    Para definir, pues, la revelacin, el concilio recurre a la analoga de la palabra, omnipresente en el Antiguo y Nuevo Testamento (Heb 1, 1), tradicional en los documentos del magisterio y en toda la tradicin teolgica. Dios ha hablado a la humanidad; por su palabra se ha dado a conocer el invisible; su trascendencia se ha hecho proximidad. La economa presente es una economa de palabra y de fe. La visin est reservada para despus de la muerte. Nuestro Dios es el Dios de la palabra: habla a Abraham, a Moiss, a los profetas, y, por medio de ellas, a su pueblo. Por Cristo, Dios habla a los apstoles y nos habla a nosotros, porque en l nos habla el Hijo en persona.

    Esta palabra por la que Dios franquea en cierto modo la distancia que le separa del hombre y se llega hasta su presencia, no puede ser otra cosa que palabra de amistad: procede del amor, crece en la amistad y persigue una obra de amor: ex abundantia caritatis... tamquan amicos... ut ad societatem secum... Dios entra en comunicacin con el hombre, criatura suya, para estrechar con l lazos de amistad y para asociarle a su vida ntima: para invitarle a esta vida y para introducirle en ella por la fe en su palabra. En definitiva, no puede ser de otro modo. La revelacin que precede del amor, persigue una obra de amor: quiere introducir al hombre en la sociedad de amor que es la Trinidad. El texto vuelve as a hablar del tema anunciado en el proemio.

    3. La analoga de la palabra, til para definir la revelacin, no dice nada de la disposicin concreta adoptada por Dios para entrar en comercio personal con el hombre. En efecto, as como el hombre puede comunicarse con otro hombre de mltiples formas - por gestos, acciones, palabras, imgenes, gestos acompaados de palabras, seales artificiales o grficas - as tambin puede Dios comunicarse con el hombre de mltiples formas. Pertenece, pues, a la inteligencia de la revelacin describir la economa de hecho adoptada por Dios para hablar a la humanidad. Al dirigirse al hombre, ser compuesto de carne y espritu, inmerso en la duracin, Dios se pone en comunicacin con el hombre por las vas de la encarnacin y de la historia. Por primera vez un documento del magisterio describe as la economa de la revelacin en su ejercicio concreto y en esta fase activa que le da la existencia.

    El concilio afirma que la revelacin se realiza mediante la conexin ntima de gestos y palabras. Por gesta (palabra de resonancia ms personalista que facto) hemos de entender las acciones salvficas de Dios, es decir todas las obras realizadas por Dios, que constituyen la historia de la salvacin: unas realizadas directamente por Dios, otras por los profetas, instrumentos suyos; unas manifiestan su providencia ordinaria, otras son verdaderos milagros, mas todas son con propiedad manifestaciones del obrar divino en la historia de la salvacin y todas se suceden segn una disposicin sapientsima (una economa) querida por Dios. Gestos u obras de Dios son, por ejemplo, en el Antiguo Testamento: los acontecimientos del xodo, la formacin del reino, los juicios de Dios manifestados por el fracaso de los ejrcitos, el destierro, la cautividad, la restauracin; y en el Nuevo Testamento: las acciones de la vida de Cristo, especialmente sus milagros, su muerte y resurreccin. Palabras, son las palabras de Moiss y los profetas que interpretan las intervenciones de Dios en la historia; son las palabras de Cristo que declaran el sentido de sus acciones; son, en fin, las palabras de los apstoles, testigos e intrpretes autorizados de la vida de Cristo.

    Despus de afirmar la unin ntima, como cuerpo y alma, de las obras y palabras en la economa reveladora, el concilio pone de manifiesto cmo obras y palabras estn en estrecha dependencia y para servicio mutuo. Las obras realizadas por Dios en la historia de la salvacin manifiestan y confirman la doctrina y los hechos (designio y accin salvfica de Dios) significados por las palabras. En efecto, Dios manifiesta ya su designio salvfico en el acto mismo en el que este designio se realiza. El Dios que se

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    revela es un Dios que entra en la historia y en ella se revela como persona que obra la salvacin de su pueblo. As, la liberacin del yugo egipcio manifiesta la intervencin del Dio, salvador y la salvacin misma; la curacin del paraltico manifiesta el poder liberador de Cristo y la liberacin misma del pecado que obra en el alma; la resurreccin pone de manifiesto su dominio soberano sobre la muerte y la vida. Por otra parte estas obras corroboran, es decir apoyan, confirman, atestiguan la doctrina y la realidad profunda, misteriosa, escondida en las obras y significada por las palabras. As, el xodo confirma la promesa de Yav, hecha a Moiss, de salvar a su pueblo; la curacin del paraltico manifiesta y demuestra a la par la validez de la palabra del Hijo del hombre que pretende perdonar los pecados; la resurreccin de Cristo confirma la verdad de su testimonio y la realidad de su misin como Hijo del Padre venido a este mundo para librar a los hombres del pecado y de la muerte.

    Sin embargo, los acontecimientos son, las ms de las veces, algo opaco; las obras adolecen o son propensas a la ambigedad, al equvoco: toca a las palabras disipar esta ambigedad y proclamar el sentido autntico y misterioso de las acciones divinas. Las palabras proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Es cierto que, por ejemplo, el modo de obrar de Cristo que perdona y cura, manifiesta admirablemente el amor que ha venido a revelar. Pero su muerte es un acontecimiento susceptible de mltiples interpretaciones: la palabra de Cristo, que tiene su prolongacin en la de los apstoles, nos descubre la dimensin inaudita de su muerte y a la par propone a nuestra fe el acontecimiento y su significacin salvfica. La predicacin de Pedro atestigua que los apstoles, la maana de pentecosts, no estn borrachos sino bajo la accin del Espritu Santo, que ha descendido sobre ellos (Hech 2, 15-18), y que la resurreccin de Cristo no es solamente un milagro sino tambin el misterio de la entronizacin de Cristo como mesas y seor (Hech 2, 33. 36). Lo mismo pasa con el xodo: sin la palabra de Moiss que, en nombre de Dios, interpreta para Israel esta salida como una liberacin con vistas a una alianza, el acontecimiento no estara cargado de la plenitud de sentido que constituye el fundamento de la religin de Israel. Los acontecimientos estn llenos de inteligibilidad religiosa y las palabras tienen la misin de proclamarla y esclarecerla.

    Es importante hacer dos observaciones a propsito de esta unin intima y viva de las obras y de las palabras: a) Se trata de una unin de naturaleza. no siempre de tiempo. Hay a veces simultaneidad de la obra y de la palabra (por ejemplo, en la curacin del paraltico donde las palabras acompaan la accin); otras veces el acontecimiento precede a la palabra (por ejemplo, la creacin del universo, la fundacin del reino) y otras, por el contrario, la palabra precede al acontecimiento (por ejemplo, la profeca del mesas, siervo paciente de Yav, cf. Is 48, 3-8 y Am 3,7). b) Notemos tambin que la proporcin de obras y palabras puede variar mucho; A veces prevalecen las palabras (por ejemplo, en los libros sapienciales, en el sermn de la montaa), pero otras veces prevalecen los hechos (por ejemplo, en los libros histricos, en los acontecimientos de la pasin, muerte y resurreccin de Cristo).

    Al insistir en las obras y en las palabras como elementos constitutivos de la revelacin y en su unin ntima, el concilio subraya el carcter histrico y sacramental de la revelacin: los acontecimientos iluminados por la palabra de los profetas, de Cristo y de los apstoles. El carcter histrico de la revelacin aparece en la accin misma de Dios que sale de su misterio y entra en la historia, en ]a sucesin de acontecimientos o intervenciones de Dios que se suceden segn el designio coherente y sapientsimo que es con propiedad la economa de la salvacin, y, por ltimo, en la interpretacin de los acontecimientos por la palabra, que es en s misma un acontecimiento. El carcter sacramental de la revelacin aparece en la compenetracin y ayuda mutua de palabras y obras. Dios realiza el acontecimiento de salvacin y

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    explica su significacin; interviene en la historia y manifiesta el sentido de su intervencin; obra y comenta su accin. Esta estructura general de la revelacin, de nuevo afirmada en el captulo 4 a propsito del Antiguo Testamento , y en el captulo 5 a propsito del Nuevo Testamento, basta para distinguir la revelacin cristiana de cualquier otra forma de revelacin de tipo filosfico o gnstico.

    4. Por esta revelacin nos manifiesta, en Cristo, la verdad profunda acerca de Dios y del hombre. En efecto, en Cristo, nos ha sido revelado quin es Dios, es decir: el Padre que nos ha creado y nos ama como hijos; se nos manifiesta tambin el Hijo y palabra, que nos llama e invita a una comunin de vida con la Trinidad, y el Espritu, que vivifica y santifica. En Cristo, se nos revela tambin la verdad acerca del hombre, a saber, que ha sido llamado y elegido por Dios desde antes de la creacin del mundo para ser, en Cristo, hijo adoptivo del Padre.

    Cristo es a la vez mediador y plenitud de la revelacin. En efecto, es la va elegida por Dios para darnos a conocer lo que es l (Padre, Hijo y Espritu) y lo que somos nosotros (pecadores llamados a la vida). Cristo es la va que nos revela la vida y el camino que a ella conduce: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por m (In 1416). Y tambin: Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aqul a quien el Hijo quisiere revelrselo (Mt 11,27). A Dios nadie le vio jams; el Hijo unignito, que est en el seno del Padre, se nos ;e ha dado a conocer (Jn 1, 18). Cristo es tambin la plenitud de la revelacin, es decir el Dios que revela y el Dios revelado, el autor y el objeto de la revelacin, el que revela el misterio y el misterio mismo en persona (Jn 14,6; 2 Cor 4,4-6; Ef 1, 3-14; Col 1,26-27; 1 Tim 3, 16). Es en persona la verdad que anuncia y predica. En consecuencia, esta verdad que en l resplandece, pide la adhesin de nuestro espritu: pide invadir toda nuestra vida para transformarla y transformarnos a nosotros en Cristo; tiende, por la unin con Cristo, a la comunin con el Padre, el Hijo y el Espritu.

    3. LA PREPARACIN DE LA REVELACIN EVANGLICA

    1. Dios, crendolo todo y conservndolo por su Verbo (cf Jn 1, 3), da a los hombres testimonio perenne de s en las cosas creadas (cf Rom 1, 19-20), y queriendo abrir el camino de la salvacin sobrenatural, se manifest adems personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio.

    2. Despus de su cada alent en ellos la esperanza de la salvacin (cf Gn 3, 15) con la promesa de la redencin, y tuvo incesante cuidado del gnero humano, para dar la vida eterna a los que buscan la salvacin con la perseverancia en las buenas obras (cf Rom 2, 6-7).

    3. En su tiempo llam a Abraham para hacerle padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2-3), al que luego instruy por los patriarcas, por Moiss y por los profetas para que lo reconocieran Dios nico, vivo y verdadero, padre providente y justo juez, y para que esperaran el salvador prometido, y de esta forma a travs de los siglos fue preparando el camino del evangelio .

    1. La primera frase afirma y distingue una doble manifestacin de Dios: la primera, que se dirige a todos los hombres, por el testimonio del mundo creado; la segunda, dirigida a nuestros primeros padres, por revelacin positiva. El mismo Dios que hizo el cosmos, se manifest tambin en la historia humana.

    El texto describe en pocas palabras esta primera manifestacin de Dios, que es la creacin. Dios ha creado por su Verbo (Jn 1,3), por l conserva todas las cosas y tambin por l Dios ha hablado a la humanidad (pargrafo 4). El universo creado constituye una primera presencia y una primera manifestacin de Dios: un testimonio permanente de Dios mismo a la humanidad, inscrito en el universo creado por el (Rom 1, 19-20).El concilio afirma el hecho, pero no se detiene a explicarlo.

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    El Dios que se manifiesta a la humanidad por su Verbo creador, es tambin el Dios salvador que, para abrir al gnero humano el camino de la salvacin, se manifest a nuestros primeros padres por revelacin histrica y personal. El concilio, sin embargo, no precisa la relacin que existe entre ambas manifestaciones de Dios, natural y sobrenatural. No dice si en la intencin divina la una est encaminada a la otra, ni tampoco si la primera est ya impregnada de gracia. El concilio describe despus, a grandes rasgos, las etapas de la revelacin veterotestamentaria: promesa a nuestros primeros padres, vocacin de Abraham, instruccin del pueblo elegido por Moiss y los profetas.

    2. Despus de la cada de nuestros primeros padres Dios les levant por la esperanza de la salvacin venidera (Gn 3, 15), es decir por la promesa de redencin. Este resplandor dbil de salvacin, evocado por el Gnesis, es el protoevangelio. Con la promesa, de alcance salvfico universal, comienza la historia de la salvacin. Dios no deja a nadie al margen de ella. Aunque el depositario de esta promesa fue el pueblo de Israel, Dios tuvo incesante cuidado (sine intermissione... curam egit) de la humanidad, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvacin con la perseverancia en las buenas obras (Rom 2,6-7).

    3. La ltima fiase evoca, en rpida mirada de conjunto, dos milenios de historia, de Abraham a Jesucristo: Dios ha llamado a Abraham, ha formado e instruido a su pueblo y ha preparado as el camino del evangelio.

    En un tiempo elegido por 1, Dios llam a Abraham para hacerle padre de un gran pueblo (Gn 12,2). Despus de la era patriarcal, Dios instruy a este pueblo por medio de Moiss y los profetas. El verbo erudire significa a la vez instruccin y formacin. Dios form al pueblo judo para que le reconociese Dios vivo y verdadero, Padre que cuida de sus hijos, justo juez, y para que esperase al salvador prometido. Afirma as el concilio el contenido esencial de la revelacin veterotestamentaria: por una parte, el conocimiento del nico Dios existente, del Dios de verdad y vida, de amor y justicia, y, por la otra, la espera del salvador prometido. m ltimo miembro de la frase presenta la revelacin del Antiguo Testamento como sabia pedagoga que ha durado siglos, a travs de los cuales Dios ha formado a su pueblo y ha preparado el camino del evangelio.

    4. CRISTO LLEVA A SU CULMEN LA REVELACIN

    1. Despus que habl Dios muchas veces y de muchas maneras por los profetas, ltimamente, en estos das, nos habl por su Hijo, (Heb i, 1-2).

    2. Pues envi a su Hijo, es decir al Verbo eterno, que ilumina a todos las hombres, para que viviera entre ellos y manifestara los secretes de Dios (Cf Jn 1, 1-18).

    3. Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, hombre enviado a los hombres, habla palabras de Dios (Jn 3, 34) y lleva a cabo la obra de la salvacin que el Padre le confi (cf Jn 5, 36; 17, 4).

    4 Por tanto Jesucristo -ver al cual es ver al Padre (cf Jn 14,9)- con su propia presencia personal y manifestacin, con sus palabras y obras, seales y milagros, y sobre todo con su muerte y resurreccin gloriosa entre los muertos, finalmente con el envo del Espritu de verdad, completa la revelacin y la confirma con el testimonio divino: que est Dios con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

    5. La economa cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesar y no hay que esperar ya ninguna revelacin pblica antes de la gloriosa manifestacin de nuestro Seor Jesucristo (cf 1 Tim 6,14; Tit- 2, 13).

    El pargrafo insiste de nuevo en el tema de Cristo mediador y plenitud de la revelacin, mas ahora lo hace en la perspectiva de la historia de la revelacin.

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    1. En esta perspectiva histrica, la carta a los hebreos afirma que Cristo es la culminacin de la revelacin. Pone en evidencia la superioridad de la revelacin nueva sobre la antigua, y la relacin existente entre las dos fases de la historia de la salvacin. Hay entre las dos economas continuidad y diferencia. El elemento de continuidad es Dios y su palabra: la palabra del Hijo, que es la continuacin y culminacin de la palabra cuyos instrumentos fueron los profetas. Hay continuidad, pero tambin diferencia y superacin. Hay diferencia respecto a las pocas, los modos de revelacin (palabra intermitente y fragmentaria del Antiguo Testamento; palabra nica y total del Hijo en el Nuevo Testamento), las formas de revelacin, los destinatarios y los mediadores. En definitiva, la persona del Hijo es la que constituye la excelencia de la revelacin nueva sobre la antigua. Porque Cristo es el Hijo, la revelacin culmina en ello.

    2. Explica despus el texto por qu Cristo es la culminacin de la revelacin. Dios nos ha enviado a su Hijo, es decir su palabra eterna. Dios ha enviado a su Hijo, a la palabra de Dios, ya luz de los hombres por la creacin, para que viviera entre ellos y para que les manifestara los secretos de la vida divina a cuya participacin nos invita y en la que quiere introducirnos: A Dios nadie le vio jams; el Hijo unignito, que est en el seno del Padre, se nos le ha dado a conocer (Jn 1, 18). As se realiza y profundiza infinitamente el texto de Baruc (3, 38), citado anteriormente. Cristo es la sabidura de Dios que habita entre los hombres y conversa con ellos. Ya que es Hijo de Dios, palabra eterna de Dios, luz de los hombres, est ontolgicamente cualificado para revelar a Dios y su misterio.

    3. La tercera frase contiene la intuicin central de todo el pargrafo y aun de todo el captulo. Resume lo que acaba de decirse acerca del Hijo enviado a los hombres, insistiendo en la plenitud y realismo de la encarnacin en la economa reveladora. Jesucristo, palabra sustancial de Dios, por la que Dios se dice a s mismo y dice toda la creacin (ad intra y ad extra), es esta misma palabra que, por las Las de la encarnacin, nos habla de hombre a hombre. El acercamiento de la palabra y las palabras que pronuncia por las vas de la carne, subraya de manera sorprendente la entrada en lo humano del Hijo de Dios que utiliza los medios de expresin de la naturaleza humana. Jesucristo, pues, dice el concilio, es la palabra de Dios hecha carne (Verbum caro factum), hecha uno de nosotros, es decir hombre, enviada a los hombres para encontrarse con ellos y hacerse uno de ellos (homo ad homines missus). Jesucristo es la palabra de Dios que, en verdad, habla palabras de Dios (verba Dei loquitur; Jn 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvacin que el Padre le confi (Jn 5, 36; 17,4). En efecto, la revelacin pertenece a la obra de salvacin que el Padre ha confiado a su Hijo. En la oracin sacerdotal,:Cristo dice a su Padre: Yo te he glorificado sobre la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar (Jn 17,4), y poco despus aade: He manifestado tu nombre a los hombres (Jn 17,6). Y ms tarde: Y yo les di a conocer tu nombre, y se lo har conocer para que el amor con que t me has amado est en ellos y yo en ellos (Jn 17, 26).

    4. Al ser Cristo el Hijo del Padre, la palabra eterna hecha carne, es fcil colegir que es a la vez el supremo revelador y el supremo objeto revelado. La revelacin tiene en l su culminacin (complendo) y su perfeccin (perficit). El concilio aplica a Cristo lo que en el pargrafo 2 se dijo acerca de la estructura general de la revelacin. Cristo ha ejercido su funcin reveladora por todas las vas de la encarnacin: con su propia

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    presencia personal y manifestacin, con sus palabras y obras, seales y milagros , y sobre todo con su muerte y resurreccin gloriosa, y finalmente con el envo del Espritu de verdad. La expresin con su propia presencia personal y manifestacin, que equivale al trmino griego epifana (2 Tim 1, 10), significa que la revelacin por Cristo, Verbo encarnado, se ha servido de todos los recursos de la expresin humana, tanto del facere como del docere (Hech 1, 1), para manifestarnos al Hijo de Dios y, en l, al Padre, porque ver al Hijo es ver al Padre (Jn 14, 9). En este mismo sentido, deca Ignacio de Antioqua: Hay un solo Dios, el cual se manifest a s mismo por medio de Jesucristo, su hijo, que es palabra suya, que procedi del silencio (Ad Magn 8, 2). Y san Ireneo: Por el Hijo hecho visible y palpable apareca el Padre (Ado haer 4, 6, 6). La encarnacin del Hijo, entendida concretamente, es la revelacin del Hijo y, por l, del Padre. Por sus acciones, gestos, actitudes, comportamiento, lo mismo que por sus palabras, Cristo ha ejercido su funcin reveladora. La misin del Espritu pertenece tambin a la obra reveladora de Cristo que l conduce a su consumacin, porque si bien el Espritu no innova nada, no aporta nada nuevo, es l quien introduce en la verdad total de Cristo, llevando as todas las cosas a su cumplimiento.

    El Espritu da a los apstoles el recuerdo vivo y la inteligencia de los gestos y palabras de Cristo (Jn 14, 26; 16, 12-13). De nuevo queda patente la dimensin trinitaria de la revelacin.

    El concilio subraya el doble papel que desempean las realidades de la vida de Cristo. Palabras, acciones, milagros, vida, pasin, muerte y resurreccin de Cristo pertenecen, por una parte, a la economa de la revelacin y, por la otra, tienen valor apologtico. Porque Cristo vive entre los hombres como Hijo del Padre, hay en su mensaje, en sus obras, en todo su comportamiento de Verbo encarnado, un resplandor, que es con propiedad su gloria y que le designa como Hijo del Padre. La sublimidad de su doctrina, la sabidura y santidad de su vida, el poder manifestado en sus milagros y en su resurreccin, el exceso de caridad demostrado en su muerte: todo este resplandor del ser y del obrar de Cristo constituye un testimonio propiamente divino (Jn 5,36-37; 10, 37-38) que confirma la revelacin y manifiesta su credibilidad. Porque este resplandor atestigua que Cristo, en verdad, vive entre nosotros como el Emmanuel, Dios-con-nosotros, que obra y conversa con los hombres para liberarnos del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

    5. La ltima frase del pargrafo es una conclusin de todo lo dicho anteriormente acerca de Cristo. Al ser este la palabra eterna de Dios, el Hijo nico enviado a los hombres para revelarles la vida ntima de Dios, no puede considerarse como algo transitorio la economa trada por l, es decir la alianza nueva y definitiva. Esta economa nunca cesar, es decir nunca ser suplantada por otra ms perfecta. Tampoco debemos esperar una nueva revelacin pblica (lo que no excluye las revelaciones privadas) antes de la epifana gloriosa de Cristo o de su manifestacin en gloria, no en condicin de esclavo solamente (1 Tim 6, 14; Tit 2, 13). Dios nos ha dicho su nica palabra y toda ella (en cuanto podemos comprenderla en nuestra condicin terrena). Qu ms poda decir? Nos ha dado tambin su Hijo nico. Qu ms poda darnos? No podemos imaginar una nueva revelacin futura que no sea la encarnacin de un nuevo Hijo de Dios. El Nuevo Testamento es novum et definitivum. Jesucristo es la ltima palabra de la revelacin: todo se realiza en l: la salvacin y su manifestacin.

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    5. LA REVELACIN Y SU ACEPTACIN POR LA FE

    1. Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe, (Rom 16,26; cf Rom 1, 5; 2 Cor 10, 5-6) por la que el hombre se confa libre y totalmente a Dios prestando a Dios revelador el obsequio del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelacin hecha por l.

    2. Para profesar esta fe, es necesaria la gracia de Dios que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espritu Santo, el cual mueve el corazn y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente,.y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad.

    3. Y para que la inteligencia de la revelacin sea ms profunda, el mismo Espritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones .

    1. Por fidelidad al concepto de revelacin que acaba de elaborar, y tambin para poner de relieve el carcter teologal de la fe, el concilio declara primariamente que el objeto de la fe es Dios mismo en cuanto revelador. Hemos de creer, hemos de obedecer al Dios que revela, al Dios que habla. Esta es la afirmacin constante de la revelacin misma (Rom 16,26; 1,5; 2 Cor 10, 5-6; Ef 1, 13; 1 Cor 15, 11; Mc 16, 15-16) y del magisterio.

    El concilio describe esta fe como algo que establece entre Dios y el hombre una relacin viva, de persona a persona, en una adhesin global que comprende el conocimiento y el amor: todo el hombre se confa libremente a Dios. De esta forma, Dios, por la revelacin, viene hacia el hombre, condesciende, y le abre los secretos de su vida ntima en orden a una reciprocidad de amor. Y el hombre, por la fe, se vuelve hacia. Dios y se entrega a l en la amistad. El final de la frase explica en qu consiste esta sumisin de todo el hombre a Dios. El hombre, por la fe, presta a Dios el pleno obsequio de su inteligencia y de su voluntad, y asiente libremente a la revelacin hecha por l. El concilio se mantiene as lejos de dos concepciones incompletas de la fe cristiana: la primera concibe la fe como un obsequio, prcticamente carente de contenido, y la segunda como un asentimiento a una doctrina, pero despersonalizada. La fe cristiana es inseparablemente don y asentimiento.

    2. La respuesta del hombre a la revelacin no es el simple resultado de la actividad humana, sino un don de Dios. No basta la audicin externa de la enseanza del evangelio; es menester la accin de la gracia que previene y ayuda, que mueve a creer (ad credendum) y que da el creer (in credendo). Despus describe el concilio en trminos bblicos y ms personalistas esta accin de la gracia: se trata, en concrete, de auxilios del Espritu Santo que mueve el corazn del hombre y lo convierte a Dios que ilumina la inteligencia e inclina las potencias del deseo. El Espritu da a todos suavidad en consentir y creer a la verdad. Muchas veces pone de relieve la Escritura lo necesaria que es para creer la accin de la gracia que abre el espritu a la luz que viene de arriba (Mt 16,17; 11,25; Hech 16,14; 2 Cor 4, 6) y atrae al hombre hacia Cristo (Jn 6,44). Esta accin interior es el testimonio del Espritu (1 Jn 5, 6) que obra interiormente para que el hombre reconozca la verdad de Cristo.

    3. Al Espritu y a sus dones hemos de atribuir tambin la inteligencia, cada da ms profunda, de la revelacin. Porque el don de la fe es una semilla que debe madurar y desarrollarse indefinidamente. La inteligencia de la fe, que lleva a una superciencia de Dios y de su misterio, es obra del Espritu. Diciendo que el Espritu por medio de sus dones da una inteligencia ms profunda de la revelacin, el concilio subraya de nuevo la accin del Espritu en la inteligencia del creyente. En el movimiento del hombre hacia la fe, el Espritu ilumina la inteligencia (mentis oculos aperit) para que comprenda el mundo estupendamente nuevo en el que le introduce el evangelio. Y es tambin el Espritu quien, en el interior de la fe, desarrolla el poder de penetracin de la

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    inteligencia (don de inteligencia) y dispone a los fieles para que comprendan por las vas del amor (don de sabidura), infundiendo en ello un consentimiento afectivo que les connaturaliza con el evangelio.

    6. LAS VERDADES REVELADAS

    1. Mediante la revelacin divina, quiso Dios manifestarse a s mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvacin de los hombres, para comunicarles ]os bienes divinos, que superan totalmente la comprensin de la inteligencia humana.

    2. Confiesa el Santo Concilio que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la razn humana partiendo de las criaturas (cf Rom 1,20); pero ensea que hay que atribuir a su revelacin el que todo lo divino que por su naturaleza no sea inaccesible a la razn humana, lo puedan conocer todos fcilmente, con certeza segura y sin error alguno, incluso en la condicin presente del gnero humano.

    1. Despus de hablar de la fe, trata el concilio de las verdades reveladas que, por tanto, hemos de creer: primero de los misterios, y luego de las verdades cuya revelacin es moralmente necesaria en el estado actual de la humanidad. El texto recoge las afirmaciones del Vaticano I, pero introduce dos importantes determinaciones. En lugar del revelare del Vaticano I, la actual formulacin desdobla el verbo en manifestare y communicare, para significar as que la revelacin es a la par manifestacin y comunicacin de vida, porque la palabra de Dios no slo notifica la salvacin, sino que la trae tambin. Es ms. Determina con exactitud que los decretos eternos en cuestin conciernen a la salvacin del hombre. Se trata, pues, de decretos que tienen por objeto nuestra elevacin al orden sobrenatural, la encarnacin y la redencin. El Concilio Vaticano I, al hablar, sin ms determinacin, de los decretos de Dios, daba a entender que se trataba de decretos divinos concernientes tanto al orden natural como al sobrenatural. Dios, pues, no se revela ni revela para satisfacer la curiosidad del hombre, sino para salvarlo, es decir para librarlo de la muerte del pecado y hacerle partcipe de los bienes divinos que superan totalmente la capacidad del entendimiento humano.

    2. El concilio, que acaba de hablar del objeto privilegiado de la revelacin, a saber los misterios, contina hablando de las verdades relativas a Dios que son accesibles a la razn humana y, en concrete, del conocimiento de Dios, principio y fin de todas las cosas. Dios, dice el concilio -con solemnidad justificada, dado el contexto histrico del atesmo contemporneo- puede ser conocido por la luz natural de la razn humana, reflexionando sobre el mundo creado, porque el mundo habla, de manera irrefutable, de su autor. Hemos de atribuir, sin embargo, a la revelacin el que estas verdades religiosas puedan ser conocidas por todos, de modo fcil, con firme certeza y sin mezcla de error alguno.

    En este pargrafo, pues, considera el concilio el objeto de la revelacin en s mismo (Dios y sus decretos), segn la proporcin de este objeto con el espritu humano (misterios que superan el alcance de nuestro espritu, y verdades accesibles a la razn natural) y en su finalidad (salvacin del hombre, participacin en los bienes divinos). El captulo primero comenz confesando su fidelidad a la doctrina del Vaticano I y termina recogiendo la doctrina y los trminos del mismo.

    III

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    Captulo II: TRANSMISION DE LA REVELACIN DIVINA

    7. LOS APSTOLES Y SUS SUCESORES. HERALDOS DEL EVANGELIO

    1. Dispuso Dios benignamente que todo lo que haba revelado para la salvacin de los hombres permaneciera ntegro por siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones.

    2. Por ello Cristo Seor, en quien se consuma la revelacin total del Dios sumo (cf 2 Cor 1, 20; 3,16-4,6), mand a los apstoles que el evangelio, prometido antes por los profetas y que l llev a la plenitud y promulg con su propia boca, lo predicaran a todos los hombres como fuente de toda verdad salvadora y de la ordenacin de las costumbres, comunicndoles los dones divinos.

    3. Lo cual fue realizado fielmente, tanto por los apstoles, que en la predicacin oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que haban recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o haban aprendido por la inspiracin del Espritu Santo, como por aquellos apstoles y varones apostlicos que, bajo la inspiracin del mismo Espritu Santo, escribieron el mensaje de la salvacin.

    4. Mas para que el evangelio se conservara constantemente integro y vivo en la Iglesia, los apstoles dejaron como sucesores suyos a los obispos, entregndoles su propio cargo del ministerio.

    5. Por consiguiente, esta sagrada Tradicin y la sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en ]a tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verlo cara a cara, tal como es (cf 1 Jn 3, 2)

    1. Aborda el concilio, despus de haber hablado de la revelacin en s misma, el problema de su transmisin. La primera frase del pargrafo 7 expresa el objeto de todo el captulo II: dispuso Dios que todo lo que haba revelado permaneciese integro a travs de los siglos y fuese transmitido a todas las generaciones. El captulo va a tratar de esta transmisin de la revelacin en su doble forma de Tradicin y Escritura, de su mutua relacin y de la relacin de una y otra con toda la Iglesia y con el magisterio.

    2. Cristo manifest esta voluntad divina por el encargo que dio a los apstoles de predica; a todos los hombres el evangelio prometido por los profetas, llevado a plenitud por l y promulgado con su propia boca, como fuente de toda verdad salvadora y de toda ordenacin de costumbres. EI Concilio Vaticano II recoge aqu las palabras del Concilio de Trento, pero aade dos cosas dignas de mencin. El concilio insiste de nuevo en que, en Cristo, se consuma la revelacin total, en que Cristo llev a plenitud el evangelio antao prometido y en que el encargo dado despus a los apstoles de predicar el evangelio se extiende a la totalidad de la revelacin, al Antiguo y al Nuevo Testamento. El concilio subraya esta afirmacin con el empleo de la expresin utriusque Testamenti del mismo pargrafo 7. Nota adems que los apstoles no slo comunicaron el evangelio, sino tambin todos los bienes espirituales que ellos recibieron y que dependen del evangelio (como son los carismas, sacramentos, etc.), ya que la revelacin es a la par manifestacin y comunicacin de salvacin.

    3. Este encargo que Cristo dio a los Apstoles de predicar el evangelio, fue realizado fielmente. Primero, por la predicacin o testimonio apostlico, entendido, sin embargo, concretamente, es decir en cuanto que incluye palabras, ejemplos o modos de obrar, prcticas, instituciones, ritos; en resumen: todo lo que los apstoles recibieron de Cristo por su convivencia y obras, y todo lo que aprendieron del Espritu Santo que les sugera lo relacionado con las palabras y obras de Cristo. El testimonio de los apstoles desborda, pues, la predicacin oral propiamente dicha: incluye tambin todo lo referente al culto y a los sacramentos (especialmente al bautismo y a la eucarista), al comportamiento moral y a la direccin moral de las comunidades cristianas. Los apstoles dan testimonio del misterio de Cristo comunicndolo y prolongndolo entre los hombres segn el encargo del Seor. En segundo lugar, el encargo de Cristo ha sido

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    fielmente realizado por la consignacin por escrito de la buena nueva de la salvacin, bajo la inspiracin del Espritu Santo, por los apstoles o por sus discpulos. La revelacin, pues, se transmite bajo doble forma: por la Tradicin y por la Escritura. El Vaticano II habla primero de la Tradicin, y luego de la Escritura (contrariamente al orden adoptado por el Concilio de Trento), por fidelidad a la realidad de los hechos: la Tradicin precedi en verdad a la Escritura.

    4. Despus de hablar de la transmisin de la revelacin de Cristo y el Espritu a los apstoles (transmisin vertical),y de los apstoles a la Iglesia (transmisin horizontal), afirma el texto que esta transmisin horizontal se perpeta en la Iglesia por los sucesores de los apstoles, es decir por los obispos a quienes los apstoles confiaron la misin de ensear, para que el evangelio se conservase intacto y vivo a travs de los siglos. La misin de los obispos es la de transmitir fielmente por la predicacin (entendida tambin concretamente, en el sentido explicado anteriormente) o por la Escritura, todo lo que han recibido de los apstoles.

    5 La ltima frase saca las conclusiones de los enunciados anteriores. Toda la revelacin nos ha sido dada con Cristo y su Espritu, y toda esta revelacin se nos transmite por la Tradicin y la Escritura. De ah se colige que Tradicin y Escritura son como el espejo en que la Iglesia, peregrina hacia la patria, entra progresivamente en la economa de la visin, esperando verle cara a cara. La fe es el preludio de la visin escatolgica Esta mencin de, la Iglesia prepara el ltimo pargrafo del captulo en el que se considera la relacin comn de la Tradicin y de la Escritura con la Iglesia y el magisterio.

    8. LA SAGRADA TRADICIN.

    1 As, pues, la predicacin apostlica, expuesta de un modo especial en los libros inspirados, deba conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesin continua.

    2. De ah que los apstoles, comunicando lo que ellos mismos han recibido, amonestan a ]os fieles que conserven las tradiciones que han aprendido de palabra o por escrito (cf 2 Tes 2, 15), y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre (cf Jud 3).

    3. Ahora bien, lo que ensearon los apstoles, encierra todo lo necesario para quo el pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpeta y transmite a todas las generaciones, todo lo que ella es, todo lo que cree.

    4. Esta Tradicin, que deriva de los apstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensin de las cosas y de los palabras transmitidas ya por la contemplacin y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazn (cf Lc 2, 19 y 51),ya por la percepcin ntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesin del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad.

    5. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.

    6. Las enseanzas de los santos padres testifican la presencia viva de esta Tradicin, cuyos tesoros se comunican a la prctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante.

    7. Por esta Tradicin conoce la Iglesia el canon de los libros sagrados y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella ms a fondo y se hace incesantemente operativa; y de esta forma Dios, que habl en otro tiempo, habla sin intermisin con la esposa de su amado Hijo, y el Espritu Santo, por quien la voz del evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va. introduciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf Col 3, 16).

    Por primera vez un documento del magisterio extraordinario propone un texto tan elaborado sobre la Tradicin: naturaleza, objeto, importancia.

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    1. La predicacin apostlica, expuesta de un modo especial en los libros inspirados, deba perpetuarse hasta el fin de los tiempos.

    2. Por ello, los apstoles, comunicando lo que ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles a que conserven con inters las tradiciones que ellos recibieron de palabra o por escrito(2 Tes 2, 15) y a que combatan por la fe transmitida una vez para siempre (Jud 3).

    3. Despus de tratar de la Tradicin en sentido activo de transmisin de la revelacin, pasa el concilio a hablar de la Tradicin en sentido pasivo (lo que se ha transmitido). Indica el objeto de la Tradicin y la extensin del mismo. Lo que transmitieron los apstoles, encierra todo lo que contribuye a que el pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, en otras palabras, todo lo referente a la fe y costumbres del pueblo cristiano. Esta afirmacin coincide con la del Concilio de Trento, que declara que el evangelio, es decir la revelacin, es fuente de toda verdad saludable y de toda ordenacin de costumbres. De esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto, perpeta y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es y todo lo que cree.

    4. El concilio considera despus la Tradicin en su aspecto dinmico. Y puesto que la Tradicin divina, que deriva de los apstoles, se conserva viva en la Iglesia, que vive siempre de ella, podemos decir en cierto sentido que esta Tradicin crece perpetuamente en la Iglesia bajo la accin del Espritu que la asiste. Mas lo que progresa no es la Tradicin apostlica en s misma, sino la percepcin, cada vez ms profunda, que adquirimos delas cosas y de las palabras transmitidas. Los factores que intervienen en este crecimiento son la contemplacin y el estudio delos creyentes (Lc 2, 19 y 51), la experiencia vital de las realidades espirituales y la inteligencia gustosa que de ella procede, y, por ltimo, la predicacin de los que, con el episcopado, han recibido el carisma de la enseanza.

    5. De esta forma, la Iglesia, en el decurso de los siglos, por el impulse que recibe de la Tradicin, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumpla la palabra de Dios. Activa y pasiva a la par, la Iglesia lleva la Tradicin y es llevada y vivificada por ella.

    6. Se colige de esto que una verdad transmitida por la Tradicin no puede conocerse plenamente, con todas sus riquezas, por un solo documento o por un solo testigo, sino por el conjunto de testigos y formas de expresin en las que vive: escritos de los padres, liturgia, prctica de la Iglesia, reflexin teolgica. Los escritos de los padres, en concrete, atestiguan esta Tradicin vivificante, cuyas riquezas han sido comunicadas a la vida y prctica de la Iglesia creyente y orante. Los padres son los testigos de la Tradicin. Su valor no depende tanto de su proximidad a la edad apostlica cuanto de la sistematizacin por ellos realizada de la revelacin recibida, creda y vivida en la Iglesia. La liturgia es tambin un testigo privilegiado de la Tradicin, cuyas riquezas contiene, de suerte que es difcil encontrar una verdad de fe que no est expresada de alguna manera en ella.

    7. La ltima frase del pargrafo pone de manifiesto la importancia de la Tradicin con relacin a la Escritura. Esta importancia nace de los hechos siguientes: a) Por la Tradicin conocemos el canon ntegro de los libros inspirados. El concilio reconoce que

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    en este punto el contenido de la Tradicin desborda el de la Escritura; b) Por la Tradicin la Escritura se va conociendo ms a fondo; c) Por ltimo, por la Tradicin la Escritura siempre es actual y est actualizada. Por la Tradicin, concluye el concilio en una perspectiva claramente trinitaria, Dios mantiene sin cesar con la Iglesia, esposa de su Hijo, un dilogo permanente, mientras que el Espritu Santo, por quien la voz del evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, conduce a los creyentes hacia la plenitud de la verdad y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente(Col 3, 16).

    9. MUTUA RELACI6N ENTRE LA TRADIC1N Y LA ESCRITURA

    1. As, pues, la sagrada Tradicin y la sagrada Escritura estn ntimamente unidas y compenetradas. 2. Porque brotando ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo, y tienden a un mismo fin. 3. Ya que la sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la

    inspiracin del Espritu Santo; la sagrada Tradicin transmite ntegramente a las sucesores de los apstoles la palabra de Dios a ellos confiada por Cristo Seor y por el Espritu Santo para que, con la luz del Espritu de la verdad, la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicacin de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas.

    4. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espritu de piedad.

    El concilio ha dejado a un lado deliberadamente el problema, que teolgicamente no est resuelto todava, del contenido material de la Tradicin y de la Escritura. Tiene el contenido de la Tradicin objeto ms amplio que el de la Escritura? No podemos decir que en la Tradicin no hay nada que no est contenido de alguna manera en la Escritura? . Prescindiendo de la cuestin del canon de los libros inspirados, el concilio ha juzgado inoportuna cualquier ulterior determinacin del objeto cuantitativo de la Tradicin y de la Escritura. Ha insistido ms bien -y con razn, por la importancia que tiene en el dilogo ecumnico actual- en la relacin y servicio mutuo de la Tradicin y de la Escritura.

    1. La primera frase del pargrafo afirma, como conclusin de los pargrafos precedentes, que la Tradicin y la Escritura estn ntimamente unidas y compenetradas. Sera, por tanto, un error considerarlas como dos vas paralelas e independientes, afirmar la existencia de una y negar la de la otra, o ignorar su mutua relacin. Escritura y Tradicin no pueden disociarse, sino que constituyen un organismo cuyos elementos dependen entre s.

    2. El concilio explica en qu estn ntimamente unidas Escritura y Tradicin: a) Ambas brotan de la misma fuente viva, es decir de la revelacin; b) En cierto sentido se funden en un todo, porque ambas expresan el misterio nico, aunque en forma diferente; c) Las dos tienden a un mismo fin, es decir a la salvacin del hombre, como queda explicado en el pargrafo siguiente.

    3. La tercera frase da la razn ltima del lazo estrecho que une Tradicin y Escritura: ambas son palabra de Dios. En efecto, la sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se con signa por escrito bajo la inspiracin del Espritu Santo. La Tradicin, por su parte, es palabra de Dios, confiada a los apstoles por Cristo y el Espritu Santo, y transmitida intacta a sus sucesores para que stos, con la luz del Espritu, guarden fielmente, expongan y difundan con su predicacin la palabra recibida de los apstoles. De donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Escritura su certeza acerca

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    de las verdades reveladas por Dios que propone o puede proponer como tales a la fe de sus hijos, porque la Iglesia siempre posee entera (integre transmittitur) la palabra viva recibida al principio. Por ello, cuando no se decide a pronunciarse sobre un punto determinado por parecerle la Escritura insuficientemente clara y explcita, puede encontrar en la Tradicin que conserva, el medio para ver ms claro y para asegurarse. As, pues, Escritura y Tradicin se completan mutuamente no tanto por aportacin cuantitativa cuanto por iluminacin mutua. Con esta precisin, simple consecuencia de lo dicho anteriormente, el concilio no reintroduce subrepticiamente la cuestin de las dos fuentes, sino que afirma un hecho universalmente admitido por los telogos y por la prctica constante de la Iglesia.

    4. Palabras del Concilio de Trento concluyen el pargrafo. Ya que la Tradicin y la Escritura transmiten y conservan la revelacin divina bajo las dos formas en las que ha tomado cuerpo, y tienden al mismo fin, es decir a la salvacin del hombre, se han de recibir y venerar ambas con un mismo espritu de piedad.

    10. RELACIN COMN DE LA TRADIC1N Y DE LA ESCRITURA CON LA IGLESIA Y CON EL MAGISTERIO

    1. La sagrada Tradicin, pues, y la sagrada Escritura constituyen un solo depsito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia: fiel a este depsito todo el pueblo santo unido con sus pastores en la doctrina de los apstoles y en la comunin, persevera constantemente en la fraccin del pan y en la oracin (cf Hech 2,42 gr.), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservacin, en el ejercicio y en la profesin de la fe recibida.

    2. Pero el oficio de interpretar autnticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado nicamente al magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo.

    3. Este magisterio, evidentemente, no est sobre la palabra de Dios, sino que le sirve, enseando solamente lo que le ha sido confiado; por mandato divino y con la asistencia del Espritu Santo, oye con reverencia dicha palabra, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este nico depsito de la fe saca lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.

    4. Es evidente, por tanto, que la sagrada Tradicin, la sagrada Escritura y el magisterio de la Iglesia, segn el designio sapientsimo de Dios, estn entrelazadas y unidos de tal forma que no tienen consistencia el uno sin el otro, y que juntos, cada uno a su modo, bajo la accin del Espritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvacin de las almas.

    Este pargrafo se compone de dos partes. La primera habla de la relacin de la Tradicin y de la Escritura con toda la Iglesia : fieles y jerarqua. La segunda trata de la relacin de la Tradicin y de la Escritura con el magisterio de la Iglesia. En efecto, era muy importante situar correctamente la Escritura y la Tradicin con relacin al magisterio, porque los protestantes creen a menudo que subordinamos la Escritura al magisterio y que confundimos a ste con la Tradicin.

    1. La Tradicin y la Escritura constituyen el nico depsito de la revelacin, confiado a toda la Iglesia, evidentemente no para que toda ella sea su intrprete oficial -oficio que pertenece nicamente al magisterio- , sino para que toda la Iglesia viva de l. Todo el pueblo cristiano, unido a sus pastores y fielmente adheridos al depsito, nico y sagrado, de la palabra de Dios, persevera en la enseanza de los apstoles, teniendo un solo corazn y un alma sola con ellos, en la fraccin del pan y en la oracin, para que haya unin de fieles y jefes espirituales en la adhesin a la fe transmitida y en el ejercicio y profesin de la misma fe. Viviendo de esta fe transmitida por los apstoles, la Iglesia de cada generacin imita a la iglesia apostlica en su adhesin a la revelacin. La afirmacin de esta primera parte, sin ser una novedad doctrinal, representa, sin

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    embargo, un progreso sobre los documentos anteriores, especialmente sobre el Vaticano I y la encclica Humani generis, que se limitaban ala consideracin de las relaciones de la Escritura y de la Tradicin con el solo magisterio de la Iglesia.

    2. La segunda parte describe el oficio que pertenece exclusivamente al magisterio de la Iglesia (ordinario y extraordinario),es decir, interpretar autnticamente el depsito de la fe. El concilio recoge la doctrina de la Humani generis, y explica porque este oficio pertenece solamente al magisterio: nicamente al magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de Jesucristo, ha sido confiado el oficio de interpretar autoritativamente la palabra de Dios, escrita o transmitida.

    3. La frase siguiente pone ms de manifiesto la actitud del magisterio ante la revelacin. Segn el punto de vista, esta actitud es de dependencia o de trascendencia. Hablando en general sin embargo, hemos de decir que el magisterio no est sobre la palabra de Dios, sino al servicio de la misma. En algunos ambientes extraos a la Iglesia catlica se tiene a menudo la impresin de que la Iglesia es un absoluto que sucede a la Escritura y la sustituye. El magisterio se define a s mismo, ms modestamente, servidor de la palabra de Dios, que no ensea otra cosa que lo que le ha sido confiado. La Iglesia no es con relacin a la palabra de Dios domina, sino arcilla. Estupenda afirmacin dentro del dilogo ecumnico: por primera vez un documento conciliar habla as.

    Despus describe el concilio con ms detalles el oficio del magisterio con relacin al depsito de la fe. El magisterio, por mandato divino, y con la asistencia a del Espritu, escucha con piedad, guarda santamente, expone fielmente, y de este nico depsito de la fe saca lo que propone como verdad revelada que hay que creer. a) El magisterio escucha con piedad la voz viva del evangelio que resuena siempre en sus odos, porque el magisterio, en cuanto tal, es creyente, y, por tanto, el primero en escuchar la palabra de Dios. Como la Virgen recoga con piedad las palabras que pronunciaba Cristo, el magisterio est a la escucha de la palabra de Dios. b) El magisterio guarda santamente la palabra de Dios. La expresin, tomada del Vaticano I, es tradicional y aparece muchas veces, en forma idntica o equivalente, en los documentos del magisterio. Guardar santamente el depsito de la palabra de Dios, significa no viciarlo ni suprimir ni aadir nada. Y como no tiene que aadir nada a la Escritura, tampoco tiene que hacerlo a la Tradicin. Y como el esfuerzo por escudriar la Escritura no pretende enriquecer el tesoro de la misma, tampoco la Tradicin viva de la Iglesia, que en las diversas edades aparece bajo diferentes formas, pretende enriquecer el tesoro de la Tradicin, recibida de los apstoles. Lo que a travs de los siglos se perfecciona, no es la revelacin en s misma, sino nuestra inteligencia de ella, nuestras explicaciones sucesivas para manifestar las inagotables riquezas y para iluminar a las generaciones sucesivas; y, por ltimo, nuestras mltiples formulaciones con las que traducimos a trminos humanos todo el esfuerzo de asimilacin de la palabra de Dios. Al oficio de custos o guardin de la revelacin, est vinculado el de proteger la palabra de Dios contra toda desviacin, infiltracin o hereja. c) El magisterio debe exponer con fidelidad la palabra de Dios . En efecto, el oficio de salvaguardia y defensa no agota la misin de la Iglesia con relacin a la palabra: debe tambin proponerla a los hombres de todos los tiempos, lo que significa declarar el sentido autntico, esclarecer y explicar lo oscuro. A la exposicin fiel de la palabra est vinculada la misin magistral de la Iglesia, por su magisterio ordinario o extraordinario. d) Por ltimo, dice el concilio, el magisterio saca de esta fuente de agua viva y que mana siempre, que es la palabra de Dios, todo que propone a la fe de los fieles como divinamente revelado. Nada propone que no est

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    contenido en el nico depsito de la fe. El desarrollo dogmtico, que es un esfuerzo por proponer y formular de manera ms fiel, ms precisa y ms rica la palabra de Dios, siempre se realiza dentro del objeto de fe.

    4. La ltima frase del pargrafo pone fin a lo dicho, afirmando que, en el designio infinitamente sabio de Dios, Tradicin, Escritura y magisterio son inseparables: estn entrelazados y unidos de tal forma que no tienen consistencia el uno sin el otro. Estas tres realidades, juntas, bajo la accin del nico y mismo Espritu, concurren eficazmente, cada una a su manera, a la salvacin de las almas. As como Tradicin y Escritura son inseparables, as tambin Tradicin y Escritura son inseparables del magisterio y estn destinadas a mutuo servicio.

    IV

    OBSERVACIONES GENERALES

    La constitucin sobre la revelacin conoci muchas vicisitudes. Fue uno de los primeros esquemas propuestos a la discusin de los padres conciliares, pero fue tambin uno de los ltimos en ser votados. Antes de su aprobacin encontr gran resistencia, estuvo expuesta a tempestades, y aun escap al naufragio. El texto definitivo, votado por los padres, es la quinta redaccin oficial. Mas no debe sorprendernos la resistencia que encontr. En efecto, en el plan doctrinal, la constitucin De Divina Revelatione es, juntamente con la constitucin De Ecclesia, el documento ms importante del concilio por la gravedad de los problemas discutidos y por las consecuencias que tendr: en el dilogo ecumnico.

    Es la primera vez que Un concilio estudia tan consciente y metdicamente las categoras fundamentales y de primer orden del cristianismo, es decir la revelacin, la tradicin y la inspiracin. Estas nociones, omnipresentes en el cristianismo e implicadas en toda reflexin teolgica, son las ms difciles de definir, precisamente porque son primeras. Son en teologa lo que son en filosofa las nociones de conocimiento, ser y obrar. Vivimos de ellas, pero son las ltimas en ser objeto de una reflexin crtica. Aadamos que las dificultades del concilio provienen en gran parte de que la reflexin teolgica no ha alcanzado en estos puntos su plena madurez. Cmo es posible elaborar un cuerpo doctrinal coherente sobre puntos que la reflexin teolgica apenas ha comenzado a estudiar? La investigacin incompleta todava y la ignorancia, en algunos medios catlicos, de los resultados obtenidos, explican en parte ese andar a tientas del concilio, el trabajo penoso de las redacciones y el alcance reducido del conjunto.

    En el dilogo ecumnico la importancia de la constitucin es grandsima. Al describir con equilibrio los diversos aspectos dela revelacin, al situar mejor el magisterio con relacin a la Escritura y a la Tradicin, al describir detalladamente la inspiracin y la verdad de la Escritura, y al determinar la importancia dada a los gneros literarios para entender los textos sagrados, al insistir en la unidad profunda de ambos Testamentos y en su mutuo y necesario esclarecimiento, al devolver, por ltimo, a la Escritura el lugar que le corresponde en la enseanza y en la vida litrgica de la Iglesia y en la piedad de los fieles, el concilio ha suprimido muchas ambigedades y ha manifestado en sus textos el acuerdo que ya exista en la realidad. En lo referente a la revelacin, el texto de la constitucin forma un conjunto digno de mencin. Quisiramos subrayar aqu algunos de sus mritos:

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    1. La constitucin pone slido fundamento para la elaboracin de un tratado dogmtico sobre la revelacin. En ella se tratan todos los puntos esenciales, a saber: la naturaleza, el objeto y la finalidad de la revelacin, la economa, el progreso y la pedagoga de la revelacin, la posicin central de Cristo como Dios que revela y Dios revelado, la respuesta de la fe, la transmisin de la revelacin, las formas de esta transmisin, las relaciones de la Escritura y de la Tradicin con la Iglesia y con el magisterio. El texto no descuida ningn aspecto de esta compleja realidad: la revelacin es una accin divina, una intervencin de Dios en la historia, una comunicacin interpersonal en la categora de la palabra, un encuentro con el Dios vivo que determina un obsequio de toda la persona y un asentimiento del espritu al mensaje de salvacin. Pone tambin de relieve la condescendencia de Dios que, para revelarse, escoge las vas de la historia y de la carne, lo que constituye el carcter instintivo de la revelacin cristiana.

    2. A pesar de algunos descuidos de detalle, la composicin es slida, el plan determinado y estructurado. Los ttulos de los pargrafos miden los pasos de la exposicin, que es dinmica. En el proemio la constitucin describe su finalidad, y luego la naturaleza, objeto y economa de la revelacin (2), la revelacin en su preparacin (3), la revelacin en su culmen y plenitud (4), la respuesta a la revelacin (5), las verdades reveladas que hay que creer (6), los apstoles y sus sucesores, heraldos del evangelio (7), la Tradicin en s misma (8), la mutua relacin entre la Tradicin y la Escritura (9), la relacin comn de la Escritura y de la Tradicin con la Iglesia y el magisterio (10).

    3. El documento expone serenamente la doctrina de la Iglesia. No se trata de anatematizar ni de hacer polmica. El concilio ha querido estudiar los puntos pacficamente admitidos por todos, dejando libertad a los telogos para discutir los problemas que todava no han sido resueltos. Ejemplo tpico de estoes el problema del contenido material objetivo de la Escritura y de la Tradicin.

    4. El tono de la constitucin es profundamente religioso. A lo largo de toda ella se adivina la presencia a la par contemplativa y apostlica de la esposa de Cristo, que medita constantemente la palabra del esposo, y que parte para sus hijos el pan de la palabra al mismo tiempo que el pan eucarstico. Este carcter religioso depende en gran parte del abundante uso de textos de la Escritura, incorporados de manera que parecen el medio natural por el que se expresa el pensamiento de la Iglesia. Estos textos son como el tejido de la constitucin. El carcter bblico de la constitucin est bien claro en el captulo primero, que contiene, l solo, 32 referencias a la Escritura (en el cuerpo del captulo y en las notas), repartidas como sigue: 4 al Antiguo Testamento, 1 a la tradicin sinptica, 14 a san Pablo, 11 a san Juan, 1 a san Pedro, 1 a la carta a los hebreos. Estos textos, ordenados sucesivamente, constituyen un rico cuerpo doctrinal. De hecho, la constitucin ha utilizado los textos ms importantes de la Escritura que se refieren a la revelacin.

    5. El texto fue concebido y redactado en una perspectiva trinitaria. Este aspecto de la constitucin, que hemos puesto de relieve a lo largo de nuestro anlisis, aparece bien claro en el proemio, en la primera frase del pargrafo 2 sobre la naturaleza de la revelacin, en la cuarta del pargrafo 4 sobre la economa de la revelacin por Cristo, en el pargrafo 8 sobre la Tradicin, en el pargrafo 9 sobre la revelacin mutua dela Escritura y de la Tradicin.

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    6. Esta referencia habitual a las divinas personas al describir la accin reveladora, contribuye a dar a todo el con junto la resonancia personalista querida por las padres conciliares. Los trminos palabra, conversacin, dilogo, sociedad, comunicacin, participacin, amistad, amor, que adornan el texto, son por s mismos ndice evidente de esta intencin. La revelacin se nos presenta como iniciativa del Dios vivo, como manifestacin de su misterio personal. Dios entra en relacin de persona a persona con el hombre. El yo divino interpela al hombre, le habla, dialoga con l, le descubre los misterios de su vida ntima en orden a una comunin de pensamiento y de amor con las personas divinas, El hombre responde por la fe a esta iniciativa divina de amor y se entrega totalmente. Descrita as, la revelacin se personaliza y a la vez personaliza.

    7. Otro carcter de la constitucin, querido tambin por los padres, es su cristocentrismo. Cristo constituye la unidad de la economa y del objeto de la revelacin. El objeto de la revelacin es Dios mismo que interviene en la historia humana y que se manifiesta al hombre en Jesucristo y por Jesucristo. El misterio, en concreto, es Cristo, autor y consumador de nuestra fe, revelador y misterio revelado, y tambin seal de la revelacin. Este carcter cristocntrico, anunciado ya en el proemio, se ve claro en el pargrafo 2 (homines per Christum, veritas in Christo illucescit), en el pargrafo 4 (locutus est inFilio, Jesus Christus Verbum caro factum), en el pargrafo 7 (Christus, in quo tota revelatio consummatur). Es instructivo comparar a este respecto dos frases parecidas del Vaticano I y del Vaticano II sobre el hecho de la revelacin, Se ver enseguida el carcter teocntrico del Vaticano I y el cristocntrico del Vaticano II:

    Vaticano I: Sin embargo, plugo a la sabidura y bondad (de Dios) revelar al gnero humano por otro camino, y este sobrenatural, a s mismo y los decretos eternos de su voluntad.

    Vaticano II: Dispuso Dios en su bondad y sabidura revelarse a s mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina .

    8. Una ltima caracterstica de la presente constitucin es el lugar que en ella ocupa la Iglesia. En la Iglesia se conserva vivo e intacto el evangelio (7); la Iglesia perpeta y transmite el tesoro recibido de los apstoles, por su enseanza, su vida y su culto (8); la Iglesia tiene la plenitud de la verdad de la palabra de Dios por la contemplacin, el estudio y la vida (8);Dios habla incesantemente con la Iglesia, esposa de Cristo, y por ella la palabra de Dios resuena en el mundo (8); la Iglesia, por su magisterio, interpreta la palabra de Dios, cuya esclava es, y la guarda santamente, la expone con fidelidad y la propone infaliblemente.

    La revelacin que describe la constitucin es realmente la revelacin cristiana, y no una revelacin de tipo filosfico o gnstico. Cristo es el autor, el objeto, el centro, la culminacin, la plenitud y la seal. Cristo es la piedra clave de bveda de esta prodigiosa catedral cuyos arcos son los dos Testamentos. El Antiguo lo anuncia, lo prepara, lo anhela; y el Nuevo lo realiza, lo proclama y se refiere a l. La Escritura y la Tradicin son la expresin a travs de los siglos de este nico objeto y misterio del que vive la Iglesia. Cristo ha confiado a su esposa el doble ministerio de la palabra y del sacramento, porque el Verbo de Dios, en Cristo, se nos ha dado en forma de palabra y de sacramento. Por la fe en Cristo y en su evangelio, y por la comunin del cuerpo y de la sangre de Cristo, entramos en la vida del Padre, del Hijo y del Espritu.

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    CONCLUSIONES

    Al resumir los datos de nuestro ensayo sobre la nocin de revelacin, una observacin se impone a nuestro espritu. La Iglesia, en las intervenciones de su magisterio, no pretende declarar todo lo que posee sobre un tema determinado. Una parte importante de su saber, conocido y reconocido por ella, elaborado y publicado por sus doctores y telogos que sin cesar escudrian la Escritura, no aparece en los textos oficiales. Cada documento tiene una finalidad precisa y determinada. Este aspecto circunstancial de las intervenciones del magisterio jams debe limitar nuestro horizonte. Cada documento ha nacido en un contexto histrico que le da una perspectiva y resonancia especiales. Dirigido las ms de las veces contra un error determinado, implica, en la misma exposicin de la doctrina, una acentuacin propia que hemos de comprender; pero en modo alguno pretende agotar la doctrina viviente en el corazn de la Iglesia. Por tanto, para comprender esta doctrina, aun en sus lneas fundamentales, es menester considerar el conjunto de documentos de la Iglesia, no uno solo.

    1. Autor y finalidad de la revelacin. La revelacin es una accin en la que toma parte toda la Trinidad: el Padre tiene la iniciativa; el Verbo, por su encarnacin, es el mediador; y el Espritu hace soluble en el alma la palabra de Cristo, mueve el corazn del hombre y lo inclina hacia Dios (D 428429, ESVat II). Dios hubiera podido no revelarse y conceder al hombre la sola luz de la razn, ayudndole con su providencia ordinaria (MA). Hubiera podido darse a conocer solamente por la creacin (D 1785), es decir por el testimonio permanente quede l da el universo creado (Vat II). Mas agrad a la bondad y sabidura de Dios manifestarse por revelacin positiva y sobrenatural (D 1785, Vat II). La revelacin es, pues, iniciativa graciosa del beneplcito divino hacia la humanidad (D 1636,1785, Vat II, ES), puro don de su amor, al igual que toda la economa sobrenatural: encarnacin, redencin, eleccin. Dios ha revelado porque ha tenido a bien elevar al hombre a un fin sobrenatural, hacernos partcipes de sus propios bienes, asociarnos a su vida divina (D 1786, Vat II). El designio de Dios consiste en que los hombres, por Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre, en el Espritu, y condividen la sociedad de las personas divinas (Vat II, ES).

    2. Naturaleza de la revelacin. La Iglesia describe esta comunicacin entre el Dios trascendente y su criatura, es decirla revelacin, en trminos bblicos, como la palabra de alguien a alguien: Dios ha hablado a la humanidad. Se ha dirigido al hombre, ha entablado dilogo con l (Vat II, ES, D 1636,1785, MBS, MA). Este hecho domina la historia. La religin de las dos alianzas ha nacido de esta palabra dirigida al hombre. La revelacin es una palabra que pertenece a la especie de testimonio, es decir es palabra de autoridad, acreditada por la infinita sabidura y santidad de la verdad increada, omnisciente, infalible y absolutamente veraz. A esta palabra de testimonio responde no la adhesin de la ciencia sino el pleno obsequio y la obediencia de la fe (D 1637, 1639, 1789, 2145,Vat II).

    El Vaticano II es el nico concilio que describe la revelacin en su ejercicio concrete. Afirma que la revelacin se realiza por la unin ntima de obras y de palabras. Las obras manifiestan y corroboran la doctrina y el misterio significado por las palabras, mientras que stas proclaman y esclarecen el misterio latente en las obras. Esta estructura general de la economa reveladora se aplica a la revelacin de las dos alianzas, ya que tambin la revelacin trada por Cristo se lleva a cabo mediante palabras y obras. La revelacin

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    alcanza en l su mxima concentracin. La revelacin de Cristo, Verbo encarnado, utiliza para revelar al Padre todos los recursos de la expresin humana, de suerte que Cristo es la epifana de Dios por las vas de la encarnacin (Vat II). Su vida, sus obras, sus palabras, sus acciones, su pasin, su muerte, su resurreccin, al mismo tiempo que son medio de revelacin, son tambin testimonio divino que confirma que en Jesucristo Dios est presente entre nosotros para salvarnos y resucitarnos (Vat II).

    3. La historia de la revelacin. - La actividad reveladora de Dios, comenzada en los albores de la humanidad, constituye una larga serie de intervenciones cuyo termino y punto culminante es Cristo. Despus de revelarse a nuestros primeros padres y despus de alentar en ellos la esperanza de salvacin con la promesa de la redencin, Dios habl a Abraham y a los patriarca si despus a Moiss y a los profetas y, por su ministerio, al pueblo elegido, instruido y formado en el conocimiento del Dios verdadero (Vat II, D 428-429, 783). En el Nuevo Testamento, Dios se dirige a la humanidad por medio de su propio Hijo, su palabra eterna hecha carne para pronunciar las palabras de Dios. La revelacin alcanza en Jesucristo su trmino y perfeccin. Cristo es a la vez mediador y plenitud de la revelacin. En' l conocemos la verdad acerca de Dios y del hombre, verdad que conduce a la vida (D 429, 792a, IT202, MBS, Vat II). Al ser Cristo la palabra eterna de Dios, la economa que l nos trajo es definitiva y no debemos esperar una nueva revelacin pblica antes de la epifana gloriosa de fin de los tiempos (Vat II, D 2021). Los apstoles, por mandato de Cristo, han predicado y transmitido a la Iglesia el evangelio que l promulg (D 212, 783, 792a, 1785, Vat II).

    4. Objeto de la revelacin. - El objeto material de la revelacin puede considerarse en s mismo -es decir Dios y el misterio de su voluntad, manifestado en Cristo y por Cristo (MBS, D 1785, Vat II)- o en relacin con la capacidad natural de la inteligencia creada (D 1786, 1795, Vat II). Podemos entonces distinguir verdades accesibles a la razn humana y misterios escondidos en Dios, que solamente pueden ser conocidos por revelacin positiva (D 1795), porque superan no slo la inteligencia humana (D 1642, 1645, 1646, 1671, 1795), sino toda inteligencia creada (D 1673, 1796). Estos misterios, sin embargo, aunque superan la razn, no son contrarios a ella (D 1649, 1797). Por analoga, podemos adquirir un conocimiento muy provechoso de ellos (D 1796) pero, ni aun despus de revelados, podemos comprenderlos como las verdades que constituyen el objeto de nuestro conocimiento natural (D 1795 1797); permanecern velados hasta el da de la visin plena (D 1673, 1796). Estos misterios son principalmente los que se refieren a nuestra elevacin a la vida sobrenatural y a nuestro comercio con Dios (D 1671, 1786); son propiamente los secretes que solamente el Espritu conoce, porque escudria las profundidades de Dios, y que el Hijo, que tiene el Espritu del Padre, revela a quien quiere (D 1644, 1795, MBS). Adems de los misterios, son tambin objeto de revelacin las verdades religiosas que son en s mismas accesibles a la razn, pero que Dios, en su bondad, quiso revelarlas para que pudieran ser conocidas por todos, con firme certeza, de modo fcil y sin mezcla de error alguno (D 1786, 1795, Vat II).

    5. Revelacin y trminos para designarla. - La revelacin realizada se designa equivalentemente con los nombres de: la palabra de Dios (D 1781, 1792, Vat II), la palabra divina (D 48), la palabra revelada (D-1793), la palabra dicha por Dios (MBS), la palabra atestiguada (D 2145), la revelacin:( D 1787, Vat II), revelacin inmutable (MA), revelacin o depsito de la fe (D 1836), depsito de la fe (D 1836, 1967, 2204, 2313, 2314), depsito revelado (D 2314); doctrina apostlica (D 300), doctrina de la fe

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    (D 1800, 2145), doctrina revelada (D 2314), doctrinas reveladas (MA), doctrina sagrada (MA), doctrina. De la fe (D 2325), verdad revelada (D 2310, 2145), verdad divinamente revelada (D 2307, 2308, 2311), evangelio prometido, proclamado y predicado (D 783, Vat II), evangelio divinamente revelado (ASG), fe confiada a los apstoles (D 93), fe dada por Cristo a los apstoles (D 212), verdad absoluta e inmutable predicada por los apstoles (D 210), revelacin transmitida por los apstoles o depsito de la fe (D 1836), depsito de la fe confiado a la Iglesia (D 1800), verdadera y sana doctrina de Cristo (D 792a), doctrina de salvacin (D 428-429). La revelacin -palabra divina, buena nueva predicada a los hombres, doctrina, mensaje de verdad-, se distingue, sin embargo, de cualquier otro saber humano: es una doctrina de salvacin (D 428-429), que lleva a la vida eterna y a la visin del Padre (D 428-429), a la sociedad con las personas divinas (Vat II); es un mensaje que contiene promesas que mantienen viva nuestra esperanza de salvacin (D 798).

    6. Revelacin, Escritura y Tradicin. - La revelacin nos viene por la Tradicin y la Escritura, que estn ntimamente unidas y compenetradas entre s. Ambas brotan de la misma fuente divina, manifiestan el mismo misterio y tienden al mismo fin: la salvacin de los hombres. Las dos son palabras de Dios: una es palabra de Dios que Cristo confi a los apstoles y que stos han transmitido a sus sucesores (D 783, Vat II).

    7. Revelacin, Iglesia y magisterio. - La Tradicin y la Escritura constituyen el depsito de la revelacin, confiado a la Iglesia, es decir al pueblo cristiano unido a sus sacerdotes, para que viva de l, para que todos los fieles estn unidos en la profesin y ejercicio de la misma fe transmitida (Vat II). Pero el oficio de interpretar el depsito de la fe pertenece solamente al magisterio (Vat II y D 2314). En general podemos decir que el magisterio no est por encima de la palabra de Dios, sino al servicio de la misma (Vat II). Aadamos, ms en concrete, que la funcin del magisterio con relacin a la palabra de Dios es mltiple. Primero, el magisterio oye con reverencia la palabra de Dios (Vat II). Debe, despus, guardar, conservar fiel y santamente el depsito de verdad que le ha sido confiado (D 792a, 1781, 1800, 1836, 2145, Vat II), conservarlo ntegro al abrigo de toda contaminacin y de toda novedad (D 93, 159, 1679, 2204, MD, Vat II). Debe tambin exponerlo con fidelidad, segn el sentido verdadero, y declarar infaliblemente la doctrina revelada (D 1781, 1800, 1836, HG, MD, Vat II). Debe sacar de la fuente de agua viva que es la palabra de Dios, todo lo que propone como verdad divinamente revelada por Dios que se ha de creer (Vat II); Por ltimo, debe condenar los errores que amenazan la ve