las ciudades, núcleo duro de la sostenibilidad en el futuro
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El objetivo del artículo es presentar las relaciones entre el mundo urbano y el desarrollo sostenible, identificando los retos que afrontarán las ciudades en los próximos años para seguir manteniendo un proyecto colectivo inclusivo, dinámico y sostenible. En un mundo que asiste a un proceso galopante de urbanización protagonizado por los países emergentes, las ciudades representan el principal caballo de batalla para poder garantizar un desarrollo social equilibrado que pueda mantenerse en el tiempo.TRANSCRIPT
Las ciudades, núcleo duro de la sostenibilidad en el futuro
Manu Fernández González1
Abstract
El objetivo del artículo es presentar las relaciones entre el mundo urbano y el desarrollo
sostenible, identificando los retos a los que se enfrentan las ciudades en los próximos años para
seguir sosteniendo un proyecto colectivo inclusivo, dinámico y sostenible. Ante un mundo que
asiste a un proceso galopante de urbanización protagonizado por los países emergentes, las
ciudades representan el principal caballo de batalla para poder asegurar un desarrollo social
equilibrado que pueda mantenerse en el tiempo.
Palabras clave: sostenibilidad, desarrollo sostenible, energía, cambio climático, geografía
urbana, desarrollo local, regeneración urbana
1 Licenciado en Derecho, especialidad jurídico-económica, por la Universidad de Deusto (2000), Mater en Gestión
Medioambiental y Diploma de Estudios Avanzados en Economía Internacional (2002) por la Universidad del País
Vasco.
Es socio de Naider, Nodo de Actuaciones Innovadoras para el Desarrollo Regional, donde trabaja como analista en proyectos
relacionados con la gestión urbana y la economía local, principalmente desde la perspectiva de la promoción de la
sostenibilidad y la innovación tecnológica aplicada a las ciudades. Es autor del blog Ciudades a Escala Humana
(http://www.ateneonaider.com/blog/ciudadesaescalahumana) desde 2008, en el que vuelca sus impresiones y análisis
con una mirada amplia sobre el hecho urbano: arquitectura, urbanismo, economía local, transporte y movilidad,
tecnologías urbanas, gestión estratégica, etc.
La necesidad del debate de la sostenibilidad local
El estudio crítico de la ciudad como problema no es algo nuevo relacionado con la emergencia
de las teorías del desarrollo humano sostenible a partir de las cuáles se ha definido el discurso
de la insostenibilidad del modelo de vida urbano. De hecho, se trata de una preocupación
existente desde que las ciudades existen y ya en la Roma imperial hubo de atenderse a los
problemas de higiene relacionados con la vida en común en una gran urbe. El concepto de
sostenibilidad ha venido a sofisticar un análisis que siempre ha existido, dotándolo, por
supuesto, de mayor rigor y conocimiento científico, de nuevos criterios y, sobre todo, de una
visión más integral sobre el desarrollo humano. La ciudad sostenible es una nueva utopía, pero
conviene recordar que históricamente –y sólo nos referiremos a la Historia más cercana- se han
planteado diferentes modelos que trataban de ofrecer una utopía urbana: la teoría general de la
urbanización de Ildefonso Cerdá, la ciudad lineal de Arturo Soria, la ciudad jardín de Ebenezer
Howard, la ciudad orgánica de Patrick Geddes y Lewis Mumford, la ciudad social de Jane
Jacobs, etc. Con todas estas teorías, y muchas otras no mencionadas, se ha buscado dar
respuesta a las dificultades de encontrar un equilibrio entre la vida urbana y su tendencia a
generar problemas sociales y ambientales. Esta cuestión es la que subyace, también, en la
discusión sobre la ciudad sostenible.
Abordar la sostenibilidad del modelo urbano dominante en la actualidad es hacer frente
también a la coyuntura económica y social que atravesamos a finales de 2010. El paradigma de
crecimiento que ha vivido nuestro país en los últimos años ha descansado, en buena medida,
sobre las bases territoriales de ocupación del suelo y sobre el sistema de financiación municipal,
dos elementos presentes en cualquier reflexión sobre el origen de la crisis económica actual. El
modelo de crecimiento se ha agotado porque, mientras podía sostenerse en base a las bondades
económicas que ha generado el sector de la construcción, la pregunta sobre la sostenibilidad del
modelo urbano parecía una excentricidad de los aguafiestas que querían poner en duda el éxito
de un crecimiento que parecía no agotarse. Pero la fiesta terminó y ahora que la excusa del
crecimiento ya no existe, se presenta más claro el pasivo ambiental, social y económico que ha
dejado el proceso urbanizador en la mayor parte de nuestro territorio y en nuestra economía.
Así que, bien por profundo convencimiento sobre la necesidad de abordar el debate de la
sostenibilidad urbana, o bien simplemente porque tenemos la obligación de repensar las
ciudades y la gestión urbana en tiempos de incertidumbre económica, la pregunta es
absolutamente necesaria: ¿Qué modelo de ciudad queremos?
La sostenibilidad ha sido uno de los conceptos que han emergido en las últimas décadas con
más fuerza y, sin embargo, aún sigue siendo controvertida su definición teórica y su aplicación
práctica. La definición teórica se enfrenta a la complejidad de incluir en una sola enunciación
un concepto que tiene el potencial de convertirse en un nuevo paradigma para entender el
desarrollo social de la vida en la Tierra, incluyendo variables económicas, ambientales, sociales,
culturales y éticas. Se suele aceptar 1987 como la fecha del nacimiento oficial del término
desarrollo sostenible, con ocasión de la publicación del informe de la Comisión Brundtland
pero desde entonces la literatura ha desarrollado una ingente cantidad de análisis tratando de
encontrar las relaciones entre esas variables, la predominancia o no de unas sobre otras y la
forma de medirla. Por su parte, la aplicación práctica a escala local se ha enfrentado a
indudables problemas de liderazgo, de incapacidad para romper las dinámicas tradicionales, de
incoherencia entre los discursos y las acciones reales de agentes públicos y privados y, en
último término, de utilización interesada y meramente discursiva del término. Hemos asistido
en estos años, en realidad, a una aplicación contradictoria del paradigma de la sostenibilidad
porque, a pesar de que muchas políticas y discursos urbanos se han realizado en su nombre, la
realidad ha demostrado que las ciudades se ha convertido en el principal origen de las
presiones ambientales.
El papel de las ciudades en el compromiso por el desarrollo sostenible tardó en identificarse.
Inicialmente el debate puso su acento sobre los problemas globales (pérdida de biodiversidad,
desertificación y deforestación, reducción de la capa de ozono, contaminación atmosférica,
calentamiento global, etc.) y se buscaban respuestas desde las instituciones globales. En la
Cumbre de Río en 1992 por primera vez se identificó de forma nítida la necesidad de actuar a
nivel de los gobiernos locales. Fue el origen del movimiento de las Agendas 21 Locales, un
instrumento nacido como una gran promesa y que con el tiempo ha envejecido mal. De alguna
forma, la suma de acciones locales –a pesar del impresionante número de ciudades y pueblos
que han puesto en marcha estos mecanismos, con mayor o menor nivel de compromiso- no ha
llevado a una transformación radical del modelo de desarrollo. Al contrario, las fuerzas
motrices que empujan el funcionamiento económico han resultado ser mucho más pesadas y
difíciles de mover.
Estas dudas obligan a reflexionar sobre la capacidad real del ámbito local para intervenir en los
aspectos clave de la sostenibilidad o, mejor, en el núcleo duro de la insostenibilidad. Desde
luego, es evidente que estamos en un contexto de repolitización de lo local y las entidades
locales son, sin duda, un agente importante para generar un cambio de tendencia y para llegar
al ciudadano y a los hábitos de consumo. Y, en cierta forma, muchos de ellos están haciendo sus
deberes, al menos en aquellos elementos en los que pueden intervenir (gestión de residuos
sólidos urbanos, sensibilización ciudadana, protección de espacios verdes, etc.), pero parece
complicado que la suma de decisiones individuales de los municipios más comprometidos
pueda implicar un cambio en los grandes factores de la insostenibilidad: transporte de personas
y mercancías, generación de residuos, consumo de recursos naturales (agua, principalmente),
ocupación de suelo, emisión de gases de efecto invernadero, etc…
Un reto global para un mundo urbano
Pensar en las ciudades sostenibles es, en realidad, un desafío global. En Europa, uno de los
continentes más urbanizados, en torno al 75 % de la población vive en zonas urbanas, y se prevé
que hacia 2020 la cifra aumentará hasta el 80 %. Como consecuencia de ello la demanda de suelo
en las ciudades y sus alrededores es cada vez mayor y, acompañado de ello, el consumo de
materiales y recursos y la generación de residuos y emisiones, al ser el estilo de vida urbano
altamente consumidor de recursos y difícilmente sostenible. La expansión urbana descontrolada
está remodelando los paisajes y afectando a la calidad de vida de las personas y el entorno
como nunca antes había ocurrido. Si a principios del siglo XX sólo un 10% de la población
mundial vivía en asentamientos urbanos, en 2007 esta cifra superó el 50% y se espera que en el
año 2050 un 75% de la población mundial viva en ciudades. Este cambio demográfico tiene,
además, perfiles muy diferentes en todo el globo. Las ciudades de mayor crecimiento
poblacional previsto para los próximos años están localizadas prácticamente fuera del mundo
desarrollado: Lagos, Kinshasa, Jakarta, Karachi, Delhi, Dhaka, Nairobi, Manila, Sao Paulo,
Guangzhou, Shanghai, Bangalore y una larga lista de ciudades asiáticas y africanas están
viendo crecer ya su población en una tendencia que continuará a lo largo del tiempo. Hoy ya
hay más ciudades mayores de un millón de habitantes en China (97) o India (40) que en los
Estados Unidos (39), y más en América Latina y el Caribe (57) o África (41) que en Europa (40).
El siglo XXI se ha convertido en una era urbana que requiere repensar la forma en que se
desarrollarán las ciudades en los próximos años. Cuando el mundo occidental lleva apenas un
par de décadas tratando de incorporar el discurso de la sostenibilidad y a duras penas llevarlo
a la práctica para sostener el modelo de vida que henos conocido, en diferentes lugares del
mundo se está dando un proceso urbanizador de escala y rapidez desconocidas. El caso más
paradigmático es el de China. Se prevé que en 2030 más de mil millones de chinos vivirán en
ciudades, lo que supone que en los próximos años se creará una nueva Pekín al año, y la mayor
parte de este crecimiento urbano sucederá en lo que hoy son pequeñas ciudades y no en las
grandes megaciudades ya existentes en el país.
La ciudad es, en cualquier caso, un fabuloso invento, un extraordinario artefacto de vida
colectiva que posibilita el avance social. Las ciudades actúan como motores del progreso
impulsando la innovación y el avance en temas culturales, intelectuales, educativos y
tecnológicos. Actúan como economías de aglomeración al igual que históricamente sirvieron
también de espacios de libertad y protección, ofreciendo promesas de prosperidad y progreso a
sus habitantes recién llegados y a los ya instalados. Sin embargo, los costes de esta urbanización
del mundo son evidentes. Este proceso multiplica en muchas ocasiones las condiciones de
desigualdad social y crea problemas por la baja calidad de los asentamientos urbanos. Se trata
de la gran contradicción de la vida en la ciudad; como afirmaba el informe State of World
Population 2007 de las Naciones Unidas, “ningún país en la era industrial ha conseguido crecimientos
económicos significativos sin urbanización. Las ciudades concentran pobreza, pero también representan la
principal esperanza para salir de ella”.
Las ciudades son sistemas complejos de convivencia y su funcionamiento depende, en términos
metabólicos, de la entrada de recursos en forma de materias primas (energía, agua,…) y
materiales que son después expulsados en forma de residuos y emisiones. La concentración de
actividades y personas, algo tan propio de la vida urbana, genera altas necesidades de
transporte para que las personas y las mercancías se muevan, demanda una enorme cantidad
de energía para iluminación, calefacción, aire acondicionado, refrigeración,… Siendo muy
sintéticos, este es el marco general para entender los problemas de sostenibilidad de las
ciudades y a partir de ellos se derivan sus consecuencias en cuanto a agotamiento de recursos –
siendo el techo del petróleo el principal riesgo a día de hoy-, el consumo creciente de recursos
como el agua, la demanda de mayores necesidades energéticas, el acceso desigualitario a los
recursos a nivel global y también a nivel local, etc.
La sostenibilidad se ha transformado, por tanto, en un desafío básicamente urbano y la forma
en que pensemos y se diseñen las ciudades del futuro –y, no lo olvidemos, especialmente en los
países emergentes- será definitivo para poder asegurar un desarrollo humano sostenible en el
futuro. Las principales presiones ambientales sobre el medio ambiente proceden del modo de
vida urbano, empujadas por fuerzas motrices (hábitos sociales, demografía, modelo de
ocupación del suelo,…) sobre las que la capacidad de actuación no es sencilla desde los
gobiernos locales. La necesidad de repensar el funcionamiento de las ciudades se ha
convertido en más imperiosa si cabe para poder asegurar la calidad de vida a nivel global.
Repensar las ciudades en términos de sostenibilidad es el modelo de referencia más asentado en
el que queda fijarnos y su aplicación práctica requiere de una acción decidida y coherente, y
utilizando estrategias diversificadas. Nueva York, Tokyo u otras ciudades-globales, que actúan
como nodos de la economía global y cuentan con una población relativamente estable y una
tendencia de ocupación del suelo que tiende a agotarlo y a ocuparse tomando formas
suburbanas en las periferias de los centros urbanos. Lo mismo sucede, a muy grandes rasgos, en
las ciudades de nuestro entorno, las grandes capitales europeas, que participan igualmente de
la economía global y con dinámicas de ocupación del suelo, de necesidades de transporte y de
consumo de recursos y materiales muy inerciales. Diferente es el reto de las ciudades de
tamaño medio, que en la actualidad se debaten por poder participar en su propia escala en las
dinámicas de intercambio económico y la lucha por participar en la competencia urbana a nivel
global, necesitando para ello aportar nuevos crecimientos poblacionales, nuevas necesidades de
consumo de suelo, etc. Y, por último, tenemos a todas las “nuevas” ciudades que surgen de la
nueva geopolítica urbana, situadas en entornos inestables políticamente, muy desigualitarios a
nivel social y que cuentan con escasa capacidad económica para atender la llegada de nueva
población, que se asienta en nuevas extensiones urbanas en difíciles condiciones de calidad
habitacional.
Todas estas situaciones, descritas de forma muy gruesa, forman parte de un mismo desafío, que
tendrá una incidencia fundamental en la calidad de vida de los habitantes de las ciudades y
determinará las condiciones de supervivencia del planeta. La expansión económica y la
expansión de los medios de transporte han posibilitado que en las últimas décadas la
morfología y el funcionamiento de nuestras ciudades haya cambiado sustancialmente, y hemos
transitado así hacia un modelo de ocupación del suelo que ha promovido el crecimiento
territorial de las áreas metropolitanas españolas, de sus grandes ciudades y también del sistema
de ciudades intermedias. En todas estas escalas se ha producido un cambio respecto a la forma
tradicional de nuestras ciudades, a través de la extensión de los desarrollos en baja densidad, de
la extensión de las segundas residencias en el litoral, la expulsión de los centros urbanos de las
funciones comerciales antes bien integradas en los centros y hoy en las periferias urbanas y, por
último, de la promoción de desarrollos monofuncionales y diferenciados para las actividades
económicas y la vivienda. Como afirmábamos en el inicio del artículo, se trata de un fenómeno
que está en el corazón de la crisis económica actual y nos obliga a reflexionarlo en términos de
modelo de desarrollo económico sostenible.
Buscando un modelo urbano para las ciudades en transición
Estas transformaciones son la clave para entender por qué tenemos que repensar el modelo
urbano dominante. La cuestión es hacia dónde avanzar, cuál es el nuevo modelo urbano a
seguir. Un desarrollo urbano sostenible pasa por algunos criterios de referencia. Por un lado, es
necesario que las políticas de competitividad económica local se integren a largo plazo y se
orienten a una visión sistémica de las ciudades, poniendo la cohesión social y el derecho a la
ciudad como objetivos irrenunciables, junto con la promoción de un modelo económico e
industrial respetoso con el medio ambiente y que no haga depender el progreso económico del
aumento del consumo de recursos. Por otro lado, hace falta repensar las ciudades en cuanto a su
escala y estructura, porque ambos factores condicionan ampliamente las presiones sobre el
medio ambiente y la calidad de vida que ejercen la edificación, el urbanismo o el transporte y la
movilidad urbanas. Este último elemento es de particular significación. Hemos asistido en las
dos últimas décadas a un proceso de extensión de las formas de urbanización dispersa que
significan el principal patrón de insostenibilidad de las ciudades que hoy hemos heredado. Este
es un patrón que ha modificado, como decíamos, tanto la escala como la estructura de nuestras
ciudades, transformando su funcionamiento. Y, la ciudad entendida en términos metabólicos,
funciona como un organismo altamente demandante de recursos y generador de residuos.
De forma general, una ciudad más sostenible en términos ambientales ha de ser capaz de
reducir el consumo de energía y de materias primas de las actividades típicamente urbanas
(transporte, edificación), integrar el respeto al entorno natural y la presencia de biodiversidad
dentro de la propia ciudad, minimizar la demanda de transporte, reconducir las políticas
expansivas de consumo de suelo, asegurar una salud urbana que elimine al máximo los efectos
perjudiciales para la salud del funcionamiento urbano y, en último lugar, organizar de forma
adecuada los flujos de materiales con su entorno. Una ciudad cuyo diseño y funcionamiento
esté pensado para las personas que la habitan.
Siguiendo estas pautas generales, en los últimos tiempos las ecociudades han aparecido como
promesa para traer la sostenibilidad urbana. Se plantean como proyectos integrales de
construcción de espacios utópicos de desarrollo de nuevos entornos habitables que cumplen al
máximo con los requerimientos de reducción de emisiones de CO2 (zero emissions), de
residuos (zero waste), etc. Encierran una visión optimista (se puede construir desde sus bases
una estructura urbana capaz de ser sostenible por sí misma y de mantener un equilibrio
sistémico en su funcionamiento ecológico) pero también una visión pesimista (es imposible
conseguirlo en la ciudad ya construida y no merece la pena dedicar esfuerzos a resolver la
insostenibilidad del modelo urbano actual).
Se trata de un debate es urgente; primero, porque las grúas se han parado y los cantos de sirena
del cambio de modelo productivo hablan de sostenibilidad y la tentación puede ser aspirar a
crear nueva actividad en el sector de la construcción promoviendo desarrollos en forma de
ecociudades ex novo. Y, en segundo lugar, porque lo absolutamente urgente es la apuesta
decidida por la rehabilitación del parque de vivienda privada, áreas industriales y
equipamientos y edificios públicos. Estas ecociudades han podido tener cierto valor
demostrativo, como experiencias piloto de posibilidad de aplicación de nuevas soluciones
tecnológicas para los sistemas de calefacción, de aislamiento y de consumo de energía en los
edificios, pero no son una solución generalizable si se conciben como una nueva etapa
urbanizadora. En un país en el que hay miles de viviendas vacías y desarrollos urbanos
incompletos no debería construirse ninguna vivienda más en realidad, al menos si atendemos a
razones objetivas de utilidad social de la vivienda, y cualquier desarrollo urbanístico que se
justifique por sus bondades sostenibles será falso o, en el mejor de los casos, un error
bienintencionado. En cambio, una apuesta radical por la regeneración integral del tejido
urbano actual representa una fantástica oportunidad de hacer realidad las promesas de la
sostenibilidad: recuperar el parque de vivienda más obsoleto para mejorar las condiciones de
habitabilidad de los barrios más olvidados de nuestras ciudades, recuperar y reutilizarlos
espacios públicos para dotarlos de sentido en la vida comunitaria, rehabilitar edificios públicos
y privados para mejorar su eficiencia energética y que sean activos en la producción de energía
renovable, redensificar el suelo ya construido para evitar la ocupación de más suelo, convertir
en una prioridad que las ciudades empiecen a pensar en hacer la transición hacia un escenario
post-petróleo y, por último, activar los usos comerciales de los centros históricos y los barrios de
las ciudades son algunas de las actuaciones que mejor puede ayudar a la transición urbana.