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La temporalidad socialcomo problema metodológicoacerca de la reconstrucción de la historicidad
Guadalupe Valencia GarcíaUniversidad Nacional Autónoma de México
Resumen
En este trabajo se discute el problema del tiem-
po en el plano de la construcción del cono-
cimiento de lo social. El punto de partida que
se propone es la concepción del tiempo social
como dimensión del conocimiento y como
expresión de la naturaleza histórica de lo real.
Se apuesta por la hipótesis teórica de la plura-
lidad temporal y, a partir de allí, se ofrecen al-
gunas claves para re-pensar las diversas formas
del entrecruzamiento de tiempos y espacios.
Finalmente, se exponen algunas ideas metodo-
lógicas iniciales para dar cuenta de la histori-
cidad.
Palabras clave: tiempo, conocimiento, historia,
temporalidad.
Abstract
In this work there is a discussion about the
problem of the time in building the social
knowledge. The proposal is the idea of the time
as a dimension of knowledge and as the ex-
pression of the historic nature of the reality.
The theoretical hypothesis is based on the tem-
porary plurality. Some clues for the re-think-
ing the different ways of crossing times and
spaces are offered. Finally, some methodolog-
ical ideas are exposed.
Passwords: time, knowledge, history, tempo-
rary.
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4Introducción
No es exagerado decir que el tiempo ha sido, y
sigue siendo, el gran tema de la reflexión de los
hombres. Como dimensión fundante del cono-
cimiento, atraviesa e inunda de pensamientos a
la historia humana y a sus variados discursos y
razones. Del pensamiento arcaico a la Filosofía,
de la Astronomía a las Matemáticas, de la Litera-
tura a la Psicología, de la Historia a la Socio-
logía, el tiempo ha erigido a los “saberes” y a
“los haceres” que unifican o bifurcan al cono-
cimiento.
Por ello, el tiempo puede considerarse, ade-
más de un problema filosófico recurrente, un
tema crucial cuando hablamos del conocimien-
to: de la historia de la ciencia, de la reflexión
epistemológica y, también, de los problemas
metodológicos de las diversas disciplinas.
Que las ciencias sociales tratan del tiempo
o, mejor aún, de una multiplicidad de tempo-
ralidades mediante las cuales la realidad social
se expresa como construcción humana, es un he-
cho que, por evidente, hemos tendido a olvidar.
Es justo reconocer que las ciencias sociales
se definen como históricas en el doble sentido
de ser, al mismo tiempo, productos e intérpre-
tes de una época. También debe ad-
mitirse que dichas ciencias han bre-
gado por fundar su propio tiempo
y que la Economía, la Sociología, la
Antropología y, por supuesto, la
Historia, han teorizado sobre el tiem-
po y lo han convertido, también, en
un objeto de estudio particular.
En este trabajo pretendo enun-
ciar algunos de los problemas meto-
dológicos asociados a la temporali-
dad social o, dicho de otra manera,
algunos retos del conocimiento so-
cio-histórico en el plano metodológico. La ex-
posición intenta ir de lo más abstracto a lo más
concreto. Esto es, de los puntos de partida que
puedan funcionar como “acuerdos previos”,
para discutir; después, el problema de la tem-
poralidad en la metodología social. Aunque
algunas de las proposiciones que formularé
funcionan para las ciencias sociales en general,
mi interés específico se centra, propiamente,
en la Sociología y la metodología sociológica.
Como muchos otros, el asunto de la tem-
poralidad social es teórico-ideológico y es, tam-
bién, epistemológico y político, en el sentido
de que “toda medición modifica la realidad en
el intento de registrarla, y toda conceptualiza-
ción se basa en compromisos filosóficos
(Wallerstein, 1996: 62). El problema es que el
tiempo y el espacio –binomio que, siguiendo a
Immanuel Wallerstein, podemos sintetizar en
la noción de sistema histórico–, suelen ser con-
cebidos como factores exógenos constantes de
la realidad social, como parte de nuestro en-
torno natural (cf. Wallerstein, 1997: 3-15), tal y
como sucede en una buena parte de la literatu-
ra metodológica que exige al estudiante, o al
investigador social, delimitar temporal y espa-
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cialmente a su objeto, mediante la ubicación
del mismo en un contexto espacio-temporal
que aparece como telón de fondo, como histo-
ria preexistente, y que lo conduce a ignorar las
maneras en las que el propio objeto se expresa
de manera particular como configuración es-
pecífica de un espacio-tiempo.
La búsqueda de alternativas epistemológi-
cas y teóricas al tiempo social bien puede en-
marcarse en el llamado que hace Immanuel
Wallerstein (1996: 81-82) al “reencantamiento
del mundo” para “derribar las barreras artifi-
ciales entre los seres humanos y la naturaleza,
y reconocer que ambas forman parte de un
universo único enmarcado por la flecha del
tiempo”, y que propugna por “reinsertar el
tiempo y el espacio como variables constituti-
vas internas en nuestros análisis y no mera-
mente como realidades físicas invariables den-
tro de las cuales existe el universo social”.
Afirmar que la especificidad de las ciencias
sociales radica en contar con un tiempo pro-
pio es insuficiente para fundar una episte-
mología del tiempo sociohistórico. En primer
lugar, porque el supuesto epistemológico de
que cada ciencia poseía un dominio propio, con
perfecta delimitación de los otros, está hoy en
crisis. En segundo término, porque, como es
obvio, en ningún caso basta con declarar la exis-
tencia de un dominio teórico particular para
hacerse cargo de las enormes exigencias que,
en el plano del conocimiento, derivan de dicha
declaratoria.
A la pregunta: ¿qué es el tiempo para la
investigación social?, suele responderse de in-
mediato defendiendo la existencia de un “tiem-
po social” que podría diferenciarse de los otros
tiempos: físicos, biológicos, psíquicos. La res-
puesta puede servir, en parte, cuando de lo que
se trata es de investigar al tiempo como objeto
o tema de investigación: la concepción del tiem-
po en diversas sociedades (tema muy afín a los
antropólogos), o el tiempo de trabajo, y el tiem-
po de ocio en las sociedades modernas, etc.
Pero si lo que intentamos es reflexionar –co-
mo lo han hecho muy bien los historiadores,
pero no así los sociólogos–, sobre el tiempo
como dimensión del conocimiento sociohistó-
rico, y como dimensión irrenunciable del análi-
sis del presente, entonces nos encontramos con
que no basta con declarar la existencia de un
tiempo eminentemente social. La idea de un
tiempo propio (mediado por la experiencia de
los sujetos) es necesaria pero no suficiente.
La temporalidad propia de los procesos
sociales no transcurre aparte de éstos. Un gran
error de las ciencias sociales, y en particular de
la sociología, ha sido su pobre, y errónea, con-
cepción del tiempo y del espacio, mismos que
han sido vistos como si fuesen el factor cons-
tante sobre el cual transcurren los procesos so-
ciales. Basta con revisar algunos textos de meto-
dología para dar cuenta de lo anterior: tiempo
y espacio son los parámetros de ubicación del
objeto, mismo que se “coloca” en algún lugar
entre el cruce del eje temporal (horizontal) y el
eje vertical (espacial), para decir entonces que
se ha cumplido con la “delimitación espacio-
temporal del objeto de estudio”.
El problema es que cuando hablamos de
objetos cuya naturaleza es la de ser procesos y,
como tales, históricos (productos y produ-
centes al mismo tiempo), no basta con recono-
cer el plano espacio-temporal en el que pueden
ubicarse como si dicho marco fuese la variable
inamovible (válida para todos los objetos) so-
bre la cual reconstruir un fenómeno cualquiera,
y no fuese, en sí mismo, la expresión de los
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4“modos de ser” de una realidad que no puede
conocerse sino en el espacio-tiempo, o en el
conglomerado de espacios y tiempos, que dicha
realidad es.
Como bien lo señala Franz Rosenzweig,
“Los hechos no acontecen en el tiempo; lo que
acontece es el propio tiempo” (Stéphane: 1997:
141). La idea de que “todo lo empírico es his-
tórico”, que concibe a lo histórico como “mo-
do de ser de lo empírico, es decir, como di-
mensión real y objetiva de todo cuanto tene-
mos experiencia”, funda las más sobresalientes
filosofías de la historia de la segunda mitad
del siglo XIX (Cf. Del Moral, s. a.: 3). Pero esta
idea parece haberse olvidado, a tal grado que
Immanuel Wallerstein (1996: 81-82) ha hecho
un urgente llamado a “reinsertar el tiempo y el
espacio como variables constitutivas internas
en nuestros análisis y no meramente como rea-
lidades físicas invariables dentro de las cuales
existe el universo social”.
Si estamos de acuerdo en que la metodo-
logía que pueda derivarse de la epistemología
crítica debe encaminarse a re-construir reali-
dades históricas, entonces, construir un obje-
to de estudio no significa sino historizarlo; esto
es, dar cuenta de la historicidad de dicho obje-
to en su doble vertiente de ser, al mismo tiem-
po, historia devenida e historia posible, y de
sintetizar, en su propio seno, múltiples tiem-
pos y espacios que, en su articulación comple-
ja, reflejan, justamente, su historicidad.
De esta manera, propongo que el primer y
más importante punto de partida para iniciar
una discusión sobre el tiempo de los procesos
sociales es la de concebir al tiempo social –y
también al espacio– como dimensión del cono-
cimiento (esto es, como exigencias del ra-
zonamiento sobre lo histórico) y como la ma-
nera mediante la cual se expresa –en el presente–
la historicidad de lo real, o, dicho de otra mane-
ra, la realidad como historia. El complejo tiem-
po-espacio es, así, al mismo tiempo, exigencia
del conocimiento y expresión de la naturaleza
histórica de lo real.
En definitiva, el carácter “profundamente
histórico” de las ciencias sociales radica más
en el tipo de interrogantes que plantea con rela-
ción al tiempo y en las herramientas que sea
capaz de darse para resolverlas, que en defen-
der la existencia de un tiempo propio que le per-
tenezca de manera exclusiva (cf. Ramos, 1992: XI).
Algunas de estas interrogantes podrían ser
las siguientes: ¿cuáles son las concepciones del
tiempo –y del espacio–, con las cuales analiza-
mos al presente histórico?, ¿cómo construir un
tipo de razonamiento pertinente para recons-
truir la historicidad de lo real?, ¿con qué tipo
de categorías se puede dar cuenta de las múlti-
ples dimensiones del tiempo-espacio social?,
¿cuáles nociones son capaces de “crecer con la
historia” para dar cuenta de la libertad huma-
na que logra imponerse al determinismo de la
cronología?
Las anteriores preguntas aluden a proble-
mas teórico-ideológicos, epistemológicos y
metodológicos, y es necesario desbrozar cada
uno de estos campos por separado para avan-
zar en una discusión como la que venimos pro-
poniendo.
El problema de la temporalidad en la metodo-
logía social
El tiempo como problema de conocimiento
En el plano teórico-ideológico puede señalarse
el gran paradigma del progreso como noción
omnicomprensiva que ha permeado nuestras
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formas de conocer, e incluso de pensar, a las
realidades sociales.
La historia edificada a partir del paradigma
del progreso –con su mitología teleológica del
encadenamiento causal que, mediante un cur-
so predeterminado, conduce a una meta úni-
ca– ha sido acogida como verdad casi univer-
sal. Aun el marxismo, al proponer que el motor
de la historia –la lucha de clases–, conduciría a
una nueva sociedad, no clasista, desplaza fuera
del tiempo, o al final de los tiempos, el logro
del desarrollo histórico (Reyes, 1993: 271-287).
El progreso de la sociedad, de la ciencia y de
la técnica fue visto, durante mucho tiempo, como
formas de alcanzar la modernidad. Se-gún el
proyecto de la Ilustración, dice Tian Yu Cao:
el sujeto racional es capaz de descubrir verdades ob-
jetivas y normas universales sobre las que se pueden
construir sistemas de pensamiento y acción, se puede
reestructurar racionalmente la vida social, y, los seres
humanos se pueden emancipar de todo tipo de domi-
nación. En otras palabras, la historia es un proceso
progresivo cuya fuente y vehículo es la razón. (Yu
Cao, 1998: 12)
Sin embargo, el paradigma del progreso se
ha debilitado: en parte gracias a los discursos
posmodernos que han puesto en duda –junto
con la noción de sujeto– la misma idea de his-
toria, y en gran medida, también, gracias a la
incorporación creciente de nociones asociadas
a la incertidumbre (caos, complejidad, bifurca-
ción, emergencia, etc.) en la totalidad de las cien-
cias y disciplinas. Incorporación de nociones que,
en el caso de las ciencias sociales, no funcio-
nan siempre como conceptos, sino, más bien,
como metáforas que pueden “transmitir una nue-
va visión de la realidad y desempeñar papeles im-
portantes como principios organizadores en nues-
tra comprensión del mundo” (Yu Cao, 1998: 28).
En las ciencias sociales, dice Immanuel Waller-
stein, estamos por fin reconociendo algo que
el sentido común siempre ha aceptado; esto es,
la proposición de que “el mundo social es in-
trínsecamente un ámbito incierto”. Zemelman,
por su parte, señala la necesidad de dar cuenta
de lo social como una “construcción”, que exi-
ge reconstruir a lo dado a partir del binomio
“dado-dándose”. Sistema-mundo histórico, des-
de la perspectiva de Wallerstein, realidad como
“articulación en movimiento” desde la de Ze-
melman. Ambas apuntan, a mi juicio, a dar
cuenta del movimiento de la realidad sobre la
base de la tensión permanente entre lo regular (el
sistema) y lo azaroso (lo cambiante, variable,
movible).
Pero, más allá de las categorías, tendríamos
que preguntarnos si nuestras formas de razona-
miento son adecuadas para dar cuenta de la mul-
tiplicidad de tiempos contenidos en una reali-
dad socio-histórica –que, como tal, es siempre
inacabada– cuando indagamos cuáles son las
concepciones del tiempo-espacio presentes en
los presupuestos epistemológicos y formas de
racionalidad con los que operamos, y cuando
nos esforzarnos por construir categorías de análi-
sis adecuadas a una ciencia que debe recono-
cer, como su objeto, a una realidad que, en tanto
construcción viable, es esencialmente política.1
Sobre la naturaleza de la temporalidad históri-
ca: la pluralidad de tiempo-espacios en el mar-
co de la tensión entre lo regular y lo azaroso
Decir que el conocimiento social es histórico
es casi una obviedad. Todo producto humano,
1 Sobre la historia como política, véase Zemelman
(1992 y 1989).
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4todo tipo de conocimiento y toda acción del
hombre han sido y son históricas porque se
han producido en una época que las define y a
la que, a su vez, contribuyen a definir. De allí,
entonces, que las ciencias sociales se asuman
como históricas en el doble sentido de ser pro-
ducto de su época –y, como tales, partícipes
del entorno científico y socio-cultural de la
misma– y estudiosas de una realidad caracteri-
zada por su dinamismo tempo-espacial.
Pero lo que interesa es el hecho de que las
ciencias sociales sean históricas en un sentido
adicional al anterior. Este sentido viene dado
por el hecho de que la historia, en su despliegue
temporal, ocurre siempre en la tensión entre lo
regular (la larga historia de la que hablaba Brau-
del) y lo azaroso (la historia siempre cambian-
te de la corta duración); entre el determinismo
y la libertad. Cosa que nos obliga a revisar, nue-
vamente, los marcos epistémicos y teóricos con
los que abordamos la realidad social. Pues,
como dice Wallerstein, tenemos que vivir con
una contradicción y ésta es la siguiente:
Por una parte, todas nuestras verdades se sostienen
únicamente dentro de ciertos parámetros tiempo-
espacio, y por lo tanto hay muy pocas cosas de gran
interés de las que se pueda afirmar que son “univer-
sales”. Por otra parte, aunque todo cambia constante-
mente, es obvio que el mundo no carece de ciertos
patrones de explicación de estos cambios, y los cam-
bios mismos son de dos diferentes clases: los que
constituyen una parte intrínseca de las regularidades
del sistema y los que abarcan la transición hacia o la
transformación en un contexto sistémico diferente.
(Wallerstein, s. a.)
Y si la historia transcurre entre la larga, me-
diana y corta duración y, además, tiene que ver
con las formas mediante las cuales los indi-
viduos y sujetos experimentan su propio tiem-
po, entonces, la pluralidad de tiempos consti-
tuye una buena estrategia para dar cuenta de la
temporalidad social. Temporalidad multidi-
mensional que puede ser vista como la plurali-
dad de tiempos y la distinción entre los tiem-
pos de la historia, el muy largo de los grandes
periodos, el largo de la historia estructural, el
ciclo corto de la coyuntura y el fugaz tiempo
de la historia episódica, tal y como lo propone
Braudel (1989: 63).2 O bien, a la manera o de
Ernst Bloch, la concepción de la historia como
“conjunto polirrítmico” o, como propone
Hugo Zemelman, la exigencia de apertura ha-
cia lo inacabado, y la reconstrucción de ritmos
que no pueden ser exteriores a la materia de la
historia: a su temporalidad (Zemelman, 1998).
Porque la apuesta teórica y metodológica
por la multiplicidad de espacio-tiempos sociales
permite dar cuenta de la historia de una mane-
ra no lineal sino, en todo caso, multilineal, y
porque dicha multilinealidad incorpora la sub-
jetividad social de los sujetos en torno al tiem-
po. Porque si no es así: ¿en dónde más que en
la experiencia radica la posibilidad de unir pa-
sado-presente y futuro? La idea de la multipli-
cidad del tiempo admite, así, la incorporación
de la “subjetividad sobre el tiempo”, tanto
como la del “tiempo de la subjetividad” de los
actores del mundo real: de su riqueza de per-
cepciones temporales, de sus memorias y olvi-
dos, de sus esperanzas y proyectos.
Pero la pluralidad de tiempos no debe con-
ducirnos a postular el cambio y la transición
por encima de todo, sino más bien a reconocer
la trama de temporalidades y de ritmos –iner-
2 Sobre los tiempos distinguidos por Braudel, véase
también: Wallerstein (1998: 149 y ss).
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ciales y transformadores, lentos y rápidos, cir-
culares o lineales– que se conjugan en una rea-
lidad concreta.
La metáfora del tiempo como el agua de un
río o de un océano, cuyo fluir se asemeja al
tiempo, debe también ser reconsiderada. Por-
que el agua fluye a merced de las orillas y cos-
tas que permanecen quietas y permiten, así, el
movimiento. La idea del tiempo requiere al cam-
bio y a la permanencia, siempre y cuando esta
última no se conciba como inamovible (cf. Pries-
tley, 1969). La concepción del mundo social co-
mo sistema histórico, tal y como lo propone
Wallerstein, puede ser útil para aclarar lo ante-
rior. En la medida en que son sistemas, “persis-
ten mediante los procesos coyunturales que los
rigen, y mientras persistan, poseen algunas ca-
racterísticas que son inmutables [...] Pero en la
medida en que son históricos, cambian con mu-
cha frecuencia; nunca son iguales un instante y
el siguiente; cambian en todo detalle, incluyen-
do sus parámetros espaciales”. Y es esta tensión
entre los ritmos cíclicos y las tendencias secu-
lares “la característica definitoria de un siste-
ma social neohistórico” (Wallerstein, 1998).
Los modos y las formas del tiempo
Si aceptamos los anteriores puntos de partida
me parece que pueden proponerse las siguientes
claves para re-pensar la historicidad de lo real:
La articulación entre pasado-presente-futuro, como rela-
ción primordial del tiempo histórico
En las relaciones entre el pasado, el presente y
el futuro radica lo específicamente histórico.
Sólo en su reconocimiento es posible abordar
cabalmente la tesis de la pluralidad temporal;
la relación entre el tiempo lineal y el cíclico,
entre la reversibilidad y la irreversibilidad, en-
tre la inercia y la transformación. La concepción
misma de lo histórico y de sus tiempos asocia-
dos, el acontecimiento, el episodio y la coyun-
tura, sólo cobra sentido en la relación entre los
modos del tiempo.
Además, en los variados vínculos que los
hombres establecen entre “los tiempos del
tiempo”, expresan su experiencia temporal y
ponen en juego los dispositivos simbólicos de
la memoria y el olvido para construir configu-
raciones temporales de enorme riqueza y com-
plejidad. Por ello, como bien señala Reinhart
Kosellek, “en la determinación de la diferencia
entre el pasado y el futuro o, dicho antropológi-
camente, entre experiencia y expectativa se puede
concebir algo así como el <tiempo histórico>”
(Kosellek, 1993: 15).
El hecho inevitable de que el pasado haya
sido presente y éste, irremisiblemente se con-
vierta en pasado, al tiempo que el futuro se
hace presente, nos obliga a introducir a los
hombres, a los actores sociales, como los úni-
cos protagonistas posibles de este aparente tras-
tocamiento temporal cíclico e irreversible. El
pasado fue presente de alguien que ya no está,
y nosotros no estaremos cuando el futuro sus-
tituya por siempre a nuestro presente.
La noción de distancia, que articula tiempo
y espacio de manera ejemplar, sólo puede refe-
rirse a los hombres: a los que calculan y juzgan
el allá de los otros y el ahora de ellos mismos.
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4De la misma manera que el “aquí y ahora” sólo
puede ser relativo a los hombres que comparten
un espacio-tiempo geográfico y simbólico. El
“aquí y ahora mío” o “de nosotros”, expresa,
también, la construcción subjetiva, cultural e
históricamente determinada, de nuestras per-
cepciones temporales: de la contemporaneidad
compartida o individualizada.
Presente, pasado y futuro son transmutables
por la experiencia. Podemos transformar el
futuro en presente cuando sujetamos el prime-
ro al segundo. O bien, en sentido contrario po-
demos transformar el presente en futuro me-
diante decisiones y proyectos. Pero las rela-
ciones entre pasado y futuro son más compli-
cadas y su mutua trascendencia, dice Agnes
Heller, tiene ciertos límites. “No podemos re-
cordar lo que va a suceder, y no se pueden diri-
gir acciones intencionadas hacia tiempos ya
pasados. Y sin embargo, el hecho de que no nos
conformemos con aceptar estas limitaciones es,
precisamente, la expresión de nuestra histori-
cidad: queremos conocer nuestro futuro y trans-
formar nuestro pasado” (Heller, 1997: 38).
El presente tiene la prerrogativa de la his-
toricidad: sólo desde él es posible conocer al
pasado y prefigurar el futuro. Pero pasado y
futuro nunca llegan a coincidir, porque la pre-
sencia de uno y otro son de naturaleza distin-
ta. La experiencia del pasado forma una totali-
dad no aditiva cronológicamente, en la que es-
tán presentes, simultáneamente, muchos estra-
tos de tiempo anteriores, sin importar su enca-
denamiento temporal. La experiencia de futuro,
anticipada como expectativa, en cambio, “se
descompone en una infinidad de trayectos tem-
porales diferentes” (Heller, 1997: 339). Y cada
uno de éstos puede enmarcarse en la sucesión
histórica.
Aunque en sentido estricto toda tempora-
lidad es presente, pues pasado y futuro no
pueden ser pensados ni imaginados, sino des-
de el ahora de quien los nombra y sueña, es
posible reconocer tantas combinaciones posi-
bles como formas de experiencia temporal pue-
dan existir.
De forma estrictamente formal, Kosellek
distingue tres modalidades temporales de la
experiencia. Estas son: a) la irreversibilidad de
acontecimientos que se sitúan en el antes; b) la
repetibilidad de los acontecimientos, que se
expresan como el retorno de coyunturas o como
la coordinación tipológica de los acontecimien-
tos; c) la simultaneidad de lo anacrónico, que
refiere propiamente a la pluralidad temporal;
esto es, a la coexistencia, en un fraccionamien-
to temporal, de diferentes estratos y de distin-
tas extensiones de tiempo.
De una combinación de estos tres criterios
formales, dice, “se puede deducir conceptual-
mente el progreso, la decadencia, la aceleración
o el retardamiento, el aún-no y el no-más, el
antes-de o el después-de, el demasiado-pronto
o el demasiado-tarde, la situación y la perma-
nencia y cuantas determinaciones diferenciales
sea necesario añadir para poder hacer visibles
los movimientos históricos concretos” (Ko-
sellek, 1993: 129 y 130).
Presente-pasado, presente-presente y pre-
sente-futuro; pasado-futuro y futuro-pasado,
son algunas de las maneras mediante las cuales
la subjetividad social incorpora mayor o menor
densidad temporal, e histórica, a su existencia.
Pero las relaciones entre “los modos del
tiempo” pueden ser vistas, también, como un
problema epistemológico. Las categorías del
conocimiento pueden contemplar a la historia
sólo en la relación de determinación lineal en-
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tre el pasado y el presente y el futuro –tal y
como sucede a menudo, bajo la égida de la de-
terminación– o, bien, pueden contemplar al
presente como un gozne entre un pasado no
exhausto y un futuro abierto. Bloch se lamen-
taba de la función notarial que en algún mo-
mento tuvo el pensamiento social al restrin-
girse a “levantar acta de lo acontecido” (Gim-
benart, 1983: 45) y proponía, entonces, utilizar
otras categorías racionales, como las de poten-
cia y posibilidad, para dar cuenta de una rela-
ción dinámica. Categorías que pueden ser vis-
tas como “concentrados de muchos conteni-
dos significativos”, en la medida que aluden a
las múltiples posibilidades del devenir social y
no sólo a aquéllas definibles a partir de una
direccionalidad reconocida como ineluctable.3
El olvido, la memoria y el recuerdo como dimensiones de
la subjetividad propia del tiempo histórico
Las relaciones entre el pasado, el presente y el
futuro pueden ser vistas, también, como for-
mas mediante las cuales la memoria, el recuer-
do y el olvido obran en la subjetividad colecti-
va para dar por resultado experiencias sociales
diversas.
Un presente que se ciñe al pasado, o que se
abre al futuro, un pasado que “pesa como loza
sobre el presente”, o que puede ser rectificado
en un presente abierto hacia el futuro, son ma-
nifestaciones del tipo de subjetividad tempo-
ral que nutre a la conciencia histórica. De la
misma manera, un futuro concebido como pro-
longación del presente, es incompatible con un
porvenir abierto hacia la construcción posible
que reconoce pasados susceptibles de ser acti-
vados en el presente. No es otro el sentido de
la frase de Schiller: “la historia del mundo es el
juicio del mundo. Lo que desecha el minuto
no lo restituye ninguna eternidad” (Kosellek,
1993: 142), o aquélla de Walter Benjamin, cuan-
do señala que “cada instante puede convertirse
en el juicio final de la historia” (Benjamin, 1993:
179). Cada momento presente puede senten-
ciar a la historia, si el presente “se deja asaltar
por esa parte inédita del pasado que pugna por
hacer valer sus derechos” (Reyes, 1993: 271-287).
Pero, ¿quién o quiénes pueden hacer que la
memoria traiga al presente a la historia incon-
clusa? No son, por supuesto, los satisfechos, “los
que no necesitan interpretar de nuevo la histo-
ria porque les va bien con la que ya tienen”
(Reyes, 1993: 277). Son los insatisfechos, los
que tienen necesidad de otra historia porque
con ésta no se sienten identificados y que son
capaces de “interrumpir” a la historia actuali-
zando un pasado no caduco. La memoria y el ol-
vido, ambos necesarios para la ocupación com-
pleta del tiempo, obran como mecanismos de
la actualización del pasado: para sobrevivir a la
memoria de los horrores de la historia, pero tam-
bién para cobrar las facturas de la insatisfacción
con lo no realizado y, aún, posible (cf. Auge, 1998).
De esta manera, el tipo de relación entre
pasado-presente-futuro y el papel activo o pa-
sivo otorgado a cada “tiempo” expresa las for-
mas en las que percibimos y vivimos históri-
camente. Tiempos fecundos o estériles, raudos
o lentos, tiempos que parecen dilatados por
su ensanchamiento pleno de acontecimientos,
o bien congelados por su aparente inmovilis-
mo; tiempos, en fin, débiles o densos, que si-
guen un cauce o parecen estar a punto del des-
parramamiento.
3 Nietzche señalaba que “sólo es definible lo que no tie-
ne historia”, aludiendo al necesario carácter abierto de las
nociones útiles para nombrar a lo histórico (cf. Kose-llek,
1993: 117).
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4Un tiempo rebosante de acontecimientos,
una historia que pareciera acelerarse, ha sido,
por ejemplo, la insurrección del Ejército Zapa-
tista de Liberación Nacional y su rápida irra-
diación “sobre la trama construida de la histo-
ria mexicana”. Suceso cargado de historia, puso
al descubierto la compleja trama de tiempos y
es-pacios que iban de lo local a lo nacional y a
lo globalizado. Fue, dice Antonio García de
León, como una “red de flechas del tiempo y
horizontes de sucesos: acontecimientos que con-
figuran eso que llamamos historia y que en su
interior contienen, a su vez, otros universos y
realidades pasadas, que tal vez algún día, a la
luz de otros sucesos de ruptura, se proyecten
sobre el futuro” (García de León, 1997: 119-138).
Los modos del tiempo: el periodo, la coyuntura y el acon-
tecimiento
Otra forma de abordar a la pluralidad tempo-
ral, y a la conexión entre los modos del tiem-
po, es la que puede establecerse a partir de la
relación entre las principales categorías referi-
das a los fragmentos del tiempo –el aconteci-
miento, la coyuntura y el periodo– y a sus di-
versas cualidades: largos, medianos y cortos;
persistentes, cambiantes y efímeros; necesarios
o azarosos. De alguna manera, dichas categorías
confieren a las extensiones temporales (larga,
mediana o corta duración) de diversas condi-
ciones temporales: tiempos de reproducción o
de transformación, de persistencia o de novedad.
Categorías sin contenido previo, excepto por
su referencia a ciertas experiencias temporales,
periodo, coyuntura y acontecimiento son, tam-
bién, relativas a los sentidos otorgados al tiem-
po histórico y a las formas mediante las cuales
las ubicamos en el fluir del espacio-tiempo.
Aunque es posible reconocer hechos histó-
ricos que, nacidos como coyunturas, afectaron
al sistema-mundo de manera global, también
es preciso reconocer cómo un conjunto de
acontecimientos puede ser reconocido como
coyuntura en cierta escala tempo-espacial y no
serlo en otra.
Desde una concepción de la historia como
construcción, la coyuntura, momento de irrup-
ción de la novedad, de lo insólito, cobra espe-
cial importancia. Al igual que la idea de crisis,
la de coyuntura alude a la oportunidad históri-
ca de interrumpir el devenir, independiente-
mente de cual sea, finalmente, su resultado. De
hecho, la historia puede ser vista, dice Zemel-
man, como una “secuencia de coyunturas”.
Porque si bien es cierto que la historia “se des-
pliega en las grandes escalas de tiempo, se cons-
truye en cambio en las escalas del tiempo breve
o coyuntural” (Zemelman, 1992: 62).
En este sentido, es posible pensar en el perio-
do como fruto de coyunturas pasadas –aunque
interpretadas desde el presente–, cuya sedimen-
tación temporal las ha vuelto parte de la larga
historia, del periodo. Periodo que sirve, en el pre-
sente, para otorgar un sentido coyuntural a un
conjunto de acontecimientos, en la medida en
la que, en su interrelación, logran interponerse,
51
momentáneamente, en las estructuras del lar-
go tiempo.
Los acontecimientos, materia prima de la
historia, nutren a la coyuntura y al periodo de
datos temporales que, sólo en su conjugación
específica, pueden ser vistos como coyuntu-
ras, o bien como simples episodios, pruebas
fehacientes del continuo movimiento verifica-
do en ese plano temporal que ha sido denomi-
nado como “historia acontecimental”.
Miles de acontecimientos nos invaden como
información diaria, han sucedido y son irre-
versibles. De hecho, son fabricados cotidiana-
mente y deben su existencia a la posibilidad de
ser conocidos. Dependen de los medios masi-
vos, que han despojado a los historiadores de
su papel de intérpretes de los acontecimientos.
Como fábricas permanentes de lo nuevo, re-
gresan a los acontecimientos, en forma de es-
pectáculo, a las masas que exigen más y más
información (Nora: 1978). Este estado de “so-
breinformación perpetua y de subinformación
crónica”, que caracteriza a las sociedades con-
temporáneas, puede ser ejemplificado con
muchísimos casos: el watergate , la guerra del
golfo, el affaire de Bill Clinton.
Pero no todos los acontecimientos son con-
feccionados para saciar el apetito histórico de
las masas. Miles de acontecimientos se desa-
rrollan cada día en mundos de sombras y de
silencios. Muchos de éstos, cuando logran vin-
cular significados hasta entonces dispersos,
pueden irrumpir en la historia y ser, entonces,
concebidos como coyunturas abiertas hacia un
haz de direccionalidades posibles.
Podemos pensar, de nuevo, en el movimien-
to neozapatista y en el haz de tiempos, de es-
pacios y de significados que ha puesto en rela-
ción y, pensar, entonces, que su aparición públi-
ca y los acontecimientos que han marcado su
historia nos permiten hablar del fenómeno
como una coyuntura histórica que, incluso, re-
basa el espacio nacional.
Las diferencias entre unos acontecimientos
y otros son sustanciales. Los acontecimientos
fabricados por los medios masivos ofrecen la
interpretación que más conviene al consumo
de un espectador; quien, como tal, ha sido
despojado de su propia capacidad de dotar de
sentido a un conjunto de sucesos. En cambio,
los acontecimientos “naturales”, que en su in-
terrelación compleja logran transformarse en
una coyuntura, tal y como ha ocurrido con el
movimiento neozapatista, vinculan tiempos,
espacios y sentidos en un haz de acontecimien-
tos capaces de crecer –aunque no necesaria-
mente de ganar– históricamente. Y en ese mano-
jo de acontecimientos que constituyen la co-
yuntura abierta por el neozapatismo, muchas
historias y múltiples espacios han podido ser
re-creados por miles de hombres.
Repensando la historicidad de lo real: algunas ideas meto-
dológicas iniciales
Para pensar entonces a la historicidad de lo real
como entrecruzamiento de tiempos y de espa-
cios, puede ser útil acudir a las siguientes claves
de lectura:
� La pluralidad de tiempos como entrecru-
zamiento de temporalidades sociales: una metá-
fora productiva.
En la tensión entre lo constituido y lo consti-
tuyente, una buena forma de abordar la multi-
plicidad del tiempo social, puede ser la de con-
cebir a las realidades sociales como territorios
poblados por las grandes, pequeñas y diminu-
tas historias creadas y soñadas por hombres
La temporalidad social como problema metodológico: acerca de la reconstrucción de la historicidad
I m a g i n a l e s
52
4que han compartido el camino de una larguísi-
ma historia.
Dichos territorios bien podrían describirse
como historias que sólo cobran sentido en su
entrecruzamiento con todas las otras “histo-
rias” –preexistentes, simultáneas, o potencia-
les– que contribuyeron a hacerla posible. Tal y
como ocurre en el cuento de Italo Calvino, “El
castillo de los destinos cruzados”, en el que se
narra la historia de algunos viajeros que,
después de atravesar un bosque, se hospedan
en un castillo y, habiendo perdido la voz, utili-
zan una baraja de tarot para narrar el recorrido
realizado. Uno tras otro, los personajes reuni-
dos alrededor de una mesa, cuentan su propia
historia desplegando las cartas que consideran
pertinentes para ello. Cada carta cobra signifi-
cado gracias a la posición que ocupa con res-
pecto a las otras cartas y cada historia adquiere
sentido en su entrelazamiento con las otras
historias. Las diferentes posibilidades de en-
trecruzamiento permiten imaginar muchas his-
torias posibles. Pero esta posibilidad no con-
duce al caos ni al sin-sentido. Si bien es cierto
que cada uno narra su propia travesía por el
bosque, y de alguna manera su propia historia
personal, todos están obligados a narrar su trán-
sito por el mismo bosque y sólo pueden ha-
cerlo utilizando los sentidos de las travesías
de los otros (cf. Calvino, 1995).
Si lo pensamos bien, la reconstrucción de
cualquier fenómeno social pasado o presente
puede ser pensado de esta manera: como una
historia susceptible de múltiples narraciones,
dependiendo de las otras historias (niveles y
dimensiones de análisis) que se articulen a ella.
Pero entre las narraciones posibles, cabe dis-
tinguir aquellas que pretenden erigirse como
el relato de la “única historia posible”, de aque-
llas que reconocen a las otras historias (al mayor
número de elementos posible de ser articula-
do desde cierta intencionalidad del conocimien-
to). Esto es, a las reconstrucciones que logran
incorporar al conjunto de “mediaciones socia-
les” (discursivas y prácticas) para enriquecer el
análisis de un fenómeno en particular.
Sigamos con el mismo ejemplo utilizado an-
tes: el movimiento zapatista que se hizo visi-
ble a la nación a partir de la sublevación indí-
gena-campesina del 1 de enero de 1994. Como
en todo conflicto socio-político, han existido
diversas versiones de sus orígenes, de su de-
sarrollo, de sus posibles desenlaces. Pero si ele-
gimos reconstruir articuladamente el fenómeno;
esto es, contar una historia entrecruzada, no
bastará con la “descripción de los hechos tal y
como acontecieron”. Será necesario distinguir,
para después articularlas, las diversas historias
que se sumaron para provocar que un suceso
particular deviniera en una coyuntura. Lo que
implica, entonces, dar cuenta de los inicios y el
desarrollo de dicho conflicto abordando las
historias y tiempos, los “códigos ocultos”, los
imaginarios y las potencialidades que allí se
juegan. Esto es, para abordar la simultaneidad
de discursos, de dispositivos simbólicos, de
prácticas políticas, de tiempos y de espacios
que se sintetizan en un espacio-tiempo inau-
gurado por un sujeto particular. El movimien-
to zapatista sería inconcebible sin aludir a los
múltiples tiempos que articula cuando actuali-
za antiguas cosmovisiones míticas y viejas de-
mandas incumplidas y las reúne con una no-
vedosa propuesta de hacer política que logra
sintetizar a lo viejo y a lo nuevo. De la misma
manera, sería sumamente empobrecedor aludir
al zapatismo como un fenómeno espacialmen-
te delimitado a un puñado de municipios chia-
53
panecos. A estas alturas su espacio sólo puede
entenderse, como su tiempo, en el entrecru-
zamiento de lo local, lo nacional y lo global y
en las redefiniciones espacio-temporales que
su síntesis provoca.
� La asunción de lo indeterminado como com-
promiso intelectual.
En la investigación social la temporalidad es, y
no puede dejar de serlo, un parámetro de ubi-
cación del objeto concreto. Pero no puede re-
ducirse sólo a eso. Si la utopía como exigencia
de conocimiento se expresa en la necesidad de
futuro, el recorte del objeto deberá tender tam-
bién a expresar dicha necesidad.
Como objeto abierto, deberá construirse a
partir de las múltiples temporalidades que el
fenómeno contiene: las del pasado y las del
porvenir. O, dicho de otro modo, el pensamien-
to deberá tender a armonizar el movimiento
de la realidad con el movimiento del pen-
samiento.
De allí que construir al objeto no sea otra
cosa, en el fondo, que historizarlo. O sea, re-
construir el juego sus propias temporalidades
y de las dinámicas en que se conjugan, en su
presente, su pasado y los futuros que en él se
contienen.
¿Cómo conocer desde las exigencias que
plantea la asunción de lo real como indetermi-
nado?; ¿cómo construir el razonamiento des-
de lo dado-actual en términos de su potencia-
ción? Esas serían las preguntas fundamentales
en el plano metodológico.
Proponemos, así, como el principal reto
metodológico de la indeterminación, el mane-
jo complejo del tiempo visto, a la vez, como la
materia prima de la historia y, por lo tanto, de
cualquier proceso que deba reconstruirse en el
pensamiento y como la principal exigencia para
pensarlo.
De no asumirse la indeterminación de lo
real como un problema inherente a la relación
de conocimiento, la reconstrucción que pro-
ponemos no tiene sentido. De hecho, la con-
vicción intelectual del carácter inacabado de lo
real debe conducir a un replanteamiento de la
relación de conocimiento.
Dicha convicción, sin embargo, no se agota
en un discurso sobre el movimiento o la aper-
tura de lo real. Surge del reconocimiento de la
incapacidad de lo pensado (las teorías, concep-
tos, creencias, etc.) para dar cuenta de aquella
parte de la realidad en donde reside su mayor
riqueza. Pero, al mismo tiempo, es difícil hacer
lo anterior si lo que se propone es meramente
probar una correspondencia. El reconocimien-
to puede partir de la teoría pero no debe que-
darse en ella. De hecho, debe existir, en alguna
dosis, insatisfacción con los resultados logra-
dos por la “ciencia social”, que conduzca al
sujeto a buscar más allá de sus certezas, in-
cluyendo aquellas verdades que, por evidentes,
parecen inamovibles.
� La crítica de los parámetros que impiden al
pensamiento dar cuenta del movimiento de lo
real.
Lo anterior obliga al reconocimiento y la críti-
ca de los parámetros que impiden al pensa-
miento pensar a la realidad como tiempo com-
plejo. Uno de estos parámetros es, sin duda, la
propia idea de ciencia y sus categorías fundan-
tes: la determinación y la causalidad, por ejem-
plo. Categorías que pueden ser criticadas, jus-
tamente, por su manejo unilateral del tiempo.
O bien, el cuestionamiento de uno de los prin-
cipales paradigmas culturales de nuestra época,
La temporalidad social como problema metodológico: acerca de la reconstrucción de la historicidad
I m a g i n a l e s
54
4la idea del progreso, misma que, de
nuevo, no alude sino a un cierto
manejo del tiempo. Y lo mismo
puede decirse con respecto a otro tipo
de parámetros que funcionan como
determinantes del razonamiento:
teorías, conceptos, técnicas de inves-
tigación. Formas de apropiación de
lo real que no son sino recortes de
realidad, propuestas de interpretación
que incluyen y excluyen realidades y,
más importante todavía, incluyen o
excluyen al movimiento de lo real en
la medida en la que representan lógicas de pen-
samiento con mayor o menor capacidad de aper-
tura hacia lo indeterminado.
El tiempo es, así, elemento clave para el
análisis y la crítica de las formas y mecanismos
del conocimiento. Pero es clave, también, por-
que él mismo es, tal vez, el principal parámetro
del razonamiento. La determinación de la tem-
poralidad de un objeto constituye la delimita-
ción primaria y más importante de un proble-
ma de investigación, y dicha delimitación suele
realizarse como si el tiempo fuese un referente,
necesario de acotarse, pero ajeno al fenómeno.
De hecho, el planteamiento de cualquier
problema de investigación, no significa sino el
establecimiento del recorte espacio-temporal de
un problema, a partir de una pregunta especí-
fica y el reconocimiento de las formas espa-
ciales y de los ritmos temporales que dicho
problema encierra.
� La construcción del objeto: ¿qué hacemos con
la realidad?
Y ahora: ¿que hacemos con la realidad si quere-
mos dar cuenta del presente y reconstruirlo en
su movimiento? La pregunta, sin duda, nos en-
frenta a problemas metodológicos importantes
y, por lo general, no resueltos.
Si partimos del reconocer la doble condi-
ción de lo real, de ser producto histórico-cul-
tural y producente de realidades, entonces el
conocimiento debe “encontrar la conjugación
entre ambas condiciones”, mediante un razo-
namiento que permita “transitar desde lo cons-
tituido a lo constituyente” (Calvino, 1995: 28).
Tomando como eje la idea de la problema-
tización como recurso metodológico de la in-
determinación, podemos distinguir algunas
estrategias que pueden contribuir a enriquecer
dicho recurso.
� Las facetas del problema: la elección del pun-
to de partida de la reconstrucción.
Pensar al objeto como realidad multifacética
puede ser una puerta de entrada hacia la recu-
peración de la temporalidad compleja. Las
múltiples caras de la realidad remiten a las di-
versas maneras en las que ésta es interpretada;
también a la presencia del pasado y de los fu-
turos potenciales que en él se contienen. Al
fin, la realidad es múltiple –en su fisonomía,
en las dimensiones que la cruzan y en los nive-
55
les en los que puede apreciarse– justamente por
ser temporalidad abierta. Sus diversas facetas
obedecen a la diversidad de tiempos que se
muestran, ocultan o privilegian en las diferentes
maneras de pensarla y de nombrarla. Y lo mis-
mo sucede cuando se incorporan ciertas dimen-
siones y no otras como constituyentes de dicha
realidad.
� Las ventanas desde donde asomarse al objeto.
Los recortes de realidad, asociados con las for-
mas en las que se ha pensado un problema,
pueden ser vistos, también, como ventanas
desde donde puede mirarse lo real, como án-
gulos de lectura. El mejor ángulo de lectura es
aquél desde el cual es posible vislumbrar más
realidad; esto es, aquel que funciona como án-
gulo de fuga. La reconstrucción articulada que
puede lograrse desde dicho ángulo debe per-
mitir reflejar al fenómeno analizado como for-
ma de lectura de la realidad más amplia en la
cual encuentra su especificidad.
O, dicho de otra forma, la historización del
objeto debe consistir, a la vez, en una visión so-
bre la historia de la que es parte dicho objeto.
� Los nombres del objeto.
Los nombres del objeto son, también, sus
múltiples caras. Aquí la pregunta es acerca ya
no de cómo puede pensarse el problema, sino
de cómo ha sido nombrado y, por tanto, cómo
se le ha dotado de contenido, y el reconocimien-
to de que dichos contenidos no sirven sola-
mente para concebir los hechos de tal o cual
manera, sino que son, también, “concentrados
de muchos contenidos significativos” (Ko-
sellek, 1993: 117).
La apertura hacia lo articulable, dice Zemel-
man, requiere de estructuras conceptuales flexi-
bles que no se restrinjan a significados unívo-
cos; por el contrario, que contengan significa-
ciones múltiples según su especificación en
determinadas realidades contextuales. Lo an-
terior porque el objeto reconoce modos de con-
creción según el recorte de observación en que
se piensa, pero también según el ángulo axio-
lógico de lectura desde el cual se pretende reco-
nocer sus potencialidades (Zemelman: 2002: 118)
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