la rosa y el fuego. ignacio larrañaga

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Ignacio Larrañaga La Rosa y el Fuego "Todo se arreglará,y cualquier clase de cosa saldrá bien cuando las lenguas de llama se incluyan en el mundo de fuego coronado, y la rosa y el fuego sean uno" (T. S. Eliot). "Y ahora, lo importante es acabar bien " (Palabras con que terminaba sus cartas Theillard de Chardin en sus últimos años). I ¿Siete palabras? Basta con una: Dios. La gran Palabra. Las seis restantes son satélites que giran en la órbita del gran astro.

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La Rosa y el Fuego"Todo se arreglará,y cualquier clase de cosa saldrá bien cuando las lenguas de llamase incluyan en el mundo de fuego coronado, y la rosa y el fuego sean uno" (T. S. Eliot)."Y ahora, lo importante es acabar bien "(Palabras con que terminaba sus cartas Theillard de Chardin en sus últimos años).I¿Siete palabras? Basta con una: Dios. La gran Palabra. Las seis restantes son satélitesque giran en la órbita del gran astro.El día 30 de diciembre de 1995 tuve en Madrid una entrevistra con Javier Cortés,Director de la Editorial PPC. Javier me manifestó su deseo de que yo participara en unacolección denominada Siete palabras, colección en la que diversas personalidades yahabían participado anteriormente, escribiendo también yo un libro sobre las sietepalabras que, de alguna manera, sintetizaran y reflejaran los impulsos vitales y los ejesconstitutivos de una existencia —la mía—, que ya se aproximaba a su ocaso.Sin proponerlo mucho, sin captar cabalmente el alcance íntimo y último de la colección,acepté la invitación, pensando que, luego de leer los escritos de los autores que meprecedieron podría yo tomar conciencia cabal de los objetivos y características de lacolección.Al comenzar a leerlos pronto me di cuenta de qué se trataba; y no pude evitar sentirmeenvuelto como en un sudario de pavor, como de quien ha caído en una trampa.¿Qué había descubierto? Que la colección no dejaba de tener un carácter autobiográfico.Sé muy bien que todo libro es autobiográfico de alguna manera, por muchas acrobaciasque haga el autor para ocultarse bajo el disfraz de las palabras.Pero en nuestro caso se trataba de algo más, se trataba de entregar explícitamente unasuerte de autobiografía circunscrita al cauce estrecho de las siete palabras.Y, francamente, mi vida no ha tenido ni tiene interés alguno desde el punto de vistabiográfico, por mucho que haya vivido un baño de multitudes. Si hay alguna novedaden mis días, ella palpita enterrada bajo todos los paralelos, allí donde no llega la lupapsicoanalítica.¿Dónde estaba, entonces, mi conflicto?Desde hace unos 30 años aproximadamente, me había brotado desde la últimas raíces, yhabía crecido en mí, como un árbol enhiesto... ¿qué era? Yo no sé qué era.¿Convicción? ¿Decisión? ¿Imperativo categórico? El hecho es que yo me habíacomprometido conmigo mismo a bajar a la sepultura con todos los secretos de mi vidaprivada con Dios inviolados. ¿Una idea fija? Es posible.La verdad es que, desde esa época, cuyos pormenores detallaré más adelante, meencerré bajo la bóveda del silencio, y a pesar de tantas entrevistas, diálogos públicos yprivados, nunca me dejé arrastrar, y conseguí mantener obstinadamente resguardadoslos secretos últimos con mi Dios.Últimamente, sin embargo, me permití una excepción: en vista de que mis añosavanzaban, convoqué a 45 matrimonios de diversos países en San José de Costa Rica,con el propósito de prepararlos para una misión: la de realizar también ellos la tareaevangelizadora que yo había llevado a cabo, a lo largo de 24 años, mediante losEncuentros de Experiencia de Dios (EED). Fue como una entrega de antorcha, y porotra parte, una apuesta por los laicos.En este contexto, y para que ellos pudieran descubrir dónde se escondían las raíces delmensaje del cual yo los constituía depositarios y transmisores, creí oportuno yconveniente abrirme, y me abrí. No sin cierta aprensión, les expuse algunos momentosculminantes de mi vida con Dios. Única vez.El silencio se hizo carnePero hubo más, mucho más. Para ponernos en el cabal contexto, comencemos porformular algunas preguntas: ¿por qué a unas personas les cautiva esta música, y a otraslas deja frías? ¿Por qué esos individuos quedan extasiados ante tal paisaje y estos otrospermanecen indiferentes? Hay quienes dicen: denme comedias y no tragedias; no mehablen de Bach, que me aburre, háblenme de Vivaldi. ¿Por qué estos muchachos deli

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  • Ignacio Larraaga

    La Rosa y el Fuego

    "Todo se arreglar,y cualquier clase de cosa saldr bien cuando las lenguas de llama se incluyan en el mundo de fuego coronado, y la rosa y el fuego sean uno" (T. S. Eliot).

    "Y ahora, lo importante es acabar bien "

    (Palabras con que terminaba sus cartas Theillard de Chardin en sus ltimos aos).

    I

    Siete palabras? Basta con una: Dios. La gran Palabra. Las seis restantes son satlites que giran en la rbita del gran astro.

  • El da 30 de diciembre de 1995 tuve en Madrid una entrevistra con Javier Corts, Director de la Editorial PPC. Javier me manifest su deseo de que yo participara en una coleccin denominada Siete palabras, coleccin en la que diversas personalidades ya haban participado anteriormente, escribiendo tambin yo un libro sobre las siete palabras que, de alguna manera, sintetizaran y reflejaran los impulsos vitales y los ejes constitutivos de una existencia la ma, que ya se aproximaba a su ocaso. Sin proponerlo mucho, sin captar cabalmente el alcance ntimo y ltimo de la coleccin, acept la invitacin, pensando que, luego de leer los escritos de los autores que me precedieron podra yo tomar conciencia cabal de los objetivos y caractersticas de la coleccin. Al comenzar a leerlos pronto me di cuenta de qu se trataba; y no pude evitar sentirme envuelto como en un sudario de pavor, como de quien ha cado en una trampa. Qu haba descubierto? Que la coleccin no dejaba de tener un carcter autobiogrfico. S muy bien que todo libro es autobiogrfico de alguna manera, por muchas acrobacias que haga el autor para ocultarse bajo el disfraz de las palabras. Pero en nuestro caso se trataba de algo ms, se trataba de entregar explcitamente una suerte de autobiografa circunscrita al cauce estrecho de las siete palabras. Y, francamente, mi vida no ha tenido ni tiene inters alguno desde el punto de vista biogrfico, por mucho que haya vivido un bao de multitudes. Si hay alguna novedad en mis das, ella palpita enterrada bajo todos los paralelos, all donde no llega la lupa psicoanaltica. Dnde estaba, entonces, mi conflicto? Desde hace unos 30 aos aproximadamente, me haba brotado desde la ltimas races, y haba crecido en m, como un rbol enhiesto... qu era? Yo no s qu era. Conviccin? Decisin? Imperativo categrico? El hecho es que yo me haba comprometido conmigo mismo a bajar a la sepultura con todos los secretos de mi vida privada con Dios inviolados. Una idea fija? Es posible. La verdad es que, desde esa poca, cuyos pormenores detallar ms adelante, me encerr bajo la bveda del silencio, y a pesar de tantas entrevistas, dilogos pblicos y privados, nunca me dej arrastrar, y consegu mantener obstinadamente resguardados los secretos ltimos con mi Dios. ltimamente, sin embargo, me permit una excepcin: en vista de que mis aos avanzaban, convoqu a 45 matrimonios de diversos pases en San Jos de Costa Rica, con el propsito de prepararlos para una misin: la de realizar tambin ellos la tarea evangelizadora que yo haba llevado a cabo, a lo largo de 24 aos, mediante los Encuentros de Experiencia de Dios (EED). Fue como una entrega de antorcha, y por otra parte, una apuesta por los laicos. En este contexto, y para que ellos pudieran descubrir dnde se escondan las races del mensaje del cual yo los constitua depositarios y transmisores, cre oportuno y conveniente abrirme, y me abr. No sin cierta aprensin, les expuse algunos momentos culminantes de mi vida con Dios. nica vez.

    El silencio se hizo carne

    Pero hubo ms, mucho ms. Para ponernos en el cabal contexto, comencemos por formular algunas preguntas: por qu a unas personas les cautiva esta msica, y a otras las deja fras? Por qu esos individuos quedan extasiados ante tal paisaje y estos otros permanecen indiferentes? Hay quienes dicen: denme comedias y no tragedias; no me hablen de Bach, que me aburre, hblenme de Vivaldi. Por qu estos muchachos deliran

  • por tal cantante popular, mientras aquellos reaccionan con frialdad? Hay creyentes que se exaltan hasta el delirio ante el anuncio de noticias apocalpticas de ciertas apariciones de la Virgen, mientras que otros sienten horror y no quieren ni or hablar de eso. Qu fuerza magntica estremeca a Domingo de Guzmn al contemplar al Maestro de Galilea y qu conmocin sacuda al pobre de Ass cuando meditaba con lgrimas en los ojos en el Cristo pobre y crucificado? Por qu a unos les seducen unas perspectivas y a otros otras? De qu se trata? De misteriosas concordancias o discordancias interiores que estn ms all de cualquier psicoanlisis? Parecen corrientes subterrneas que enlazan y sintonizan determinados polos que vibran en un mismo tono.

    Pues bien, en el contexto de esta explicacin, en aquella poca a la que aluda ms arriba, qued yo como hipnotizado por una serie escalonada de cumbres convergentes que me sedujeron irresistiblemente, cumbres en cuyas cimas se izaban sendas banderas con una palabra en el mstil ms alto: silencio. Como lo explicar, esa palabra despert en mis ltimas latitudes resonancias que todava siguen en el aire. La primera cumbre se llama Nazaret. Aqu el silencio se hizo carne y habit entre nosotros; y ningn vecino de la aldea logr captar ni el mnimo destello de su resplandor.

    No disponemos de una documentacin fidedigna sobre las fechas exactas del nacimiento y muerte de Jess. No podemos trazar el itinerario de sus andanzas apostlicas ni ubicar los lugares geogrficos por donde El peregrin. Aparte de los Evangelios, las fuentes histricas no cristianas nos transmiten escasas y difusas noticias sobre Jess. Sin embargo, y como contraste, qu copiosa informacin nos entrega Flavio Josefo sobre Juan el Bautista. Sobre Jess, nada. Extrao silencio. Ni siquiera aparece el nombre de Nazaret en sus escritos; y no olvidemos que se llamaba Jess de Nazaret. Dentro de los parmetros humanos, Jess es una figura histricamente irrelevante, un desconocido.

    Un silencio todava ms obstinado se cierne sobre la etapa de su juventud en Nazaret, sobre la que los evangelistas no nos informan absolutamente nada, salvo la escena de los doce aos. Hizo del silencio su msica, y del anonimato su domicilio. Uno queda abismado, sin saber qu decir ni a dnde mirar. No haba venido a salvar al mundo mediante su palabra? Por qu ahora permaneca mudo como una piedra? Cmo se explica esto? Acaso estamos ante una inversin copernicana de valores y criterios? Tal vez quiso darnos una enorme leccin sobre la eficacia de la ineficacia, sobre la utilidad de la inutilidad? Estuvo sometido a la condicin vulgar de cualquier vecino, inmerso en la tpica chismografa de una aldea insignificante, sin aureola de santidad, sin gestos heroicos, sin levantar cabeza por encima de sus paisanos, simplemente como alguien que no es noticia para nadie.

    Se pas. Un exceso. No era la imagen visible de Dios invisible, en quien y por quien fueron creadas todas las cosas? Contra todo pronstico ocult obstinadamente el esplendor de su firmamento, y se sumergi sin atenuantes en la noche de la experiencia humana, convertido en el gran desconocido. Pudo haber sido mrmol; prefiri ser olvido.

    Donde hay amor no hay represin

  • Este ha sido mi campo de batalla. Es bueno que el lector sepa que yo no soy humilde. Al contrario, el orgullo es un ro que me arrastra. Pero debe saber tambin que, desde aquella lejana poca, he hecho mi camino deshojando flores, cercenando cabezas, alanceando molinos de viento, destrozando sin compasin muecos de trapo, sin dejar ttere con cabeza a mi paso. Ha sido una larga y obstinada batalla por desaparecer, cavar vacos profundos y caminar por atajos de silencio. Pero, aun as, me siento tan distante de aquel corazn "pobre y humilde" del Seor... An ahora tengo que estar levantando incesantemente cercas de espinos y zarzas para cerrar el paso a las pretensiones de la arrogancia, y lenta y fatigosamente, ir adquiriendo la disposicin interior de Jess.

    Paralelamente, en mi constitucin gentica tampoco me ha tocado en suerte un carcter envidiable. No soy ningn Francisco de Ass. Seguramente, debido a esta constitucin de acero, cuntas vctimas no habr dejado en el camino de la vida!; a cuntos no habr hecho sufrir, como un tranva que pasa y arrasa. Pero, asimismo, nadie podr imaginar cuntas veces he tenido que apretar los dientes y morderme la lengua para poder actuar con la dulzura de Jess. Por largos aos he implorado de rodillas al cielo que lloviera mansedumbre sobre mi tierra agitada. Pero an as, no he dejado de ser impulsivo e impaciente, aunque mi fachada diga otra cosa. Todava hoy, despus de tan largos aos de ascesis, no dispongo de un modo de ser templado como siempre so. Por qu? Porque nadie cambia. He explicado en numerosas pginas de mis libros que los cdigos genticos acompaan a la persona desde el nacer hasta el morir. Quien nace agitado, muere agitado. El que nace narcisista, muere narcisista. Las tendencias originales y los impulsos primarios, derivados de las diferentes combinaciones de cromosomas, persisten en la identidad personal durante las diferentes etapas y vicisitudes de la vida. El que tiene mal genio en los das de su niez lo seguir teniendo en los das de su senectud. Nadie cambia. Empero, s se puede mejorar, y en esto consiste la santidad. Pero, qu significa mejorar? Quiere decir que, a fuerza de hacer actos de paciencia, un individuo impaciente puede ir adquiriendo mayor facilidad para actuar de la manera opuesta a los impulsos compulsivos; que cada vez necesita hacer menos esfuerzos; y, por eso mismo, al individuo se le ve ms moderado. Y este autocontrol, no podra constituirse en una forma de represin? Yo considero que si una persona de mal carcter se refrena en sus reacciones compulsivas por consideraciones sociales o normas de educacin, difcilmente podr escaparse de las garras de la represin, cosa realmente peligrosa. La nica manera de sortear este peligro es tan slo si, al frenar los impulsos compulsivos, se procede con amor, sea en la intimidad del Seor o en el proceso de la adaptacin conyugal. Realmente, donde hay amor no hay represin Cuando, en el matrimonio el amor es llama viva, poco cuesta callar, ceder, dejar pasar, tener paciencia, limar aristas. Pero si el amor est congelado por la rutina u otras causas, el sacrificio deja de tener sentido, no causa compensacin alguna. Como consecuencia, se rehuye sistemticamente cuanto signifique renuncia, llegan los conflictos y el matrimonio naufraga.

    Cumbres seductoras

    Bien. Dije ms arriba que, en una cierta poca de mi vida, qued seducido por unas cumbres altas y escalonadas, la primera de las cuales, y la ms elevada era, y es Nazaret. Otra cumbre prominente para m ha sido la figura de fray Juan de Yepes o san Juan de la Cruz. Ciertamente, su existencia no fue una esplndida epopeya, sino ms bien un poema hecho de silencio y oscuridad.

  • Fue caminando el asceta castellano por las nadas al todo, envuelto en un manto de silencio, siempre descalzo y a pie. Pas por alqueras y ermitas dejando a su paso rastros de austeridad y toques de poesa. Y de noche noche oscura fue abriendo galeras subterrneas y trazando sendas que conduciran a las profundidades del misterio sin fondo del alma humana, que nos la describi como "una profundsima y anchsima soledad..., inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin". Fue incomprendido: no se quej. Lo persiguieron: no protest. Lo encarcelaron: guard silencio, diciendo: "Quien supiere morir a todo, tendr vida en todo". Estaba fray Juan de la Cruz gravemente enfermo en el cenobio de Ubeda. En vsperas de su muerte fue a visitarlo el Provincial de Andaluca, fray Antonio, que, por cierto, haba sido compaero de fray Juan en la poca heroica de la primera reforma carmelitana en Duruelo. Fray Antonio comenz a relatar ante los hermanos que rodeaban el lecho del agonizante el gnero de vida que llevaron en aquellos primeros aos de la reforma: una vida de altas exigencias y rigurosas penitencias. Y en esto, el moribundo fray Juan le cort la palabra, dicindole: "Hermano, pero no quedamos en que de eso nunca se dira nada?". Hermoso. En aquellos picos y lejanos das, los dos reformadores haban establecido una especie de sagrado juramento, un pacto de silencio por el cual se comprometan a no contar nunca nada de lo que all se haba vivido, ni siquiera para edificacin de los hermanos.

    Este episodio dej en mi alma una herida que todava no ha cicatrizado; an hoy me conmueve. El profeta de las nadas ha sido desde los das de mi juventud una de las cumbres que ms me han fascinado.

    Viajero por la noche

    Otra de las figuras que han dejado huellas indelebles en mi historia, sobre todo en cierta poca, fue Charles de Foucauld, hombre de desierto y habitante de las regiones annimas. Despus de su conversin, el hermano Carlos fue obsesivamente arrebatado por el embrujo de Nazaret y, claro est, por el gran desconocido de dicha aldea: Jess. Y, para poder vivir desaparecido a la manera del Hijo de Mara, all se fue presurosamente para ejercer el oficio de demandadero para las clarisas de Nazaret; y all permaneci largos aos cumpliendo los encargos y haciendo las compras para el monasterio contemplativo. Estamp en la cabecera de la puerta de su retirado y humildsimo cuarto el ideal de su vida: "Jess, Mara y Jos, aprender de vosotros a callarme, a pasar oculto por la tierra, como un viajero por la noche". Acabado el perodo convenido en el servicio de demandadero, anduvo en los aos siguientes de desierto en desierto, en una existencia improductiva e intil tan intil como la de su Maestro en Nazaret; una vida, en fin, aparentemente sin sentido. Y muri como le corresponda: absurdamente. Mientras una pandilla de mozalbetes asaltaba y saqueaba el eremitorio donde viva el hermano Carlos en el desierto de Bni-Abbs (Argelia), los asaltantes encargaron a uno de sus jvenes camaradas que custodiara, fusil en mano, al hermano Carlos en las afueras del recinto, mientras ellos se dedicaban al pillaje. En esto, a uno de los ladrones se le ocurri gritar, queriendo hacer una gracia: "La polica!". Y, en una estampida desatada, todos se dieron a la fuga. El adolescente que custodiaba al hermano Carlos, atolondrado y sin darse cuenta de lo que haca, descerraj el fusil sobre el pecho del hermano, quien muri instantneamente.

    Cabe mayor absurdo? Dnde est la aureola del martirio, la proyeccin trascendente de un final heroico? Nada. Uno queda sin saber qu decir ni hacia dnde mirar. Cmo entender esto? No hay manera. Es como si nos hubiramos topado con la razn de la sinrazn, con la utilidad de la inutilidad, con el sentido de lo absurdo. El hermanito muri como haba vivido: sin espectculo ni gloria. Este final del hermano Carlos se parece tanto a la catstrofe del Calvario, pero es peor todava. Por lo menos en la cumbre del Glgota haba tragedia, pero aqu slo el absurdo.

  • Un significado invisible, pero palpitante, puede conferir a una tragedia una dimensin de grandeza y trascendencia por encima del tiempo y los horizontes. Pero aqu, en las entraas de esta vulgar cada del profeta, tan slo yace la nada como una estrella muerta. Estamos ante un misterio enorme. Cerremos la boca, y huyamos tambin nosotros, buscando refugio en el templo de la fe pura.

    En el camino de la libertad

    Pues bien, hipnotizado por el vrtigo de estas altas cumbres, tambin yo me dej arrastrar por su ejemplo hace aproximadamente 30 aos; y decid dejarme envolver por el remolino de cuanto significara silencio, y emprend el vuelo hacia la regin del olvido. Fue una lucha pica contra las tempestades y exigencias del narcisismo, egolatra y autoglorificacin, fuerzas que se originan en las ltimas races genticas de mi personalidad. Decid, pues, entrar resueltamente, y, entr, como un reactor de vaciamiento, soltando al viento delirios y quimeras, rehusando conceder al "yo" ni una manzana de autosatisfaccin, evitando mendigar disfrazadamente elogios y lisonjas. Fue el camino de la libertad. Por aquel tiempo, mis verbos favoritos eran esconderse y desaparecer. Esto parece difcil de creer, pues era la poca en que yo comenzaba a navegar entre multitudes. Lo importante era que mi residencia estuviera en retaguardia, sin asomarme jams al primer plano, a pesar de actuar, paradjicamente, en el primer plano; es decir, conducirme como si la conmocin popular entrara por un odo y saliera por el otro, como si yo no existiera, sin hablar de m mismo ni siquiera para despreciarme.

    Mil veces me solicitaron los auditorios que les hablara de mi vida privada con Dios. S muy bien que los llamados "testimonios de vida" impactan fuertemente a los asistentes a una asamblea; les hace mucho bien, porque las gentes se sienten edificadas y motivadas para mejorar. Pero s tambin de qu manera increblemente camuflada y sutil puede meter la nariz la vanidad. En cuanto parece que estamos resaltando la gloria de Dios, sin darnos cuenta podemos estar entregando bocados de vanagloria a un "yo" inflado. Si yo no pronunciara mucho el nombre de Dios, no sera conocido. Podra, pues, comenzar a promover el nombre de Dios, para, detrs de su nombre, proyectar mi nombre. Es decir: tomar a Dios como un estrado para, sobre ese estrado, erigir mi trono. Si yo no hablara desde una plataforma, los asistentes no me veran; si no pronunciara mucho el nombre de Dios, el pblico no me conocera. En lugar de servir a Dios, podra comenzar a servirme de Dios para mi propia gloria, en una hbrida aleacin. Naturalmente, Dios no puede bendecir la obra del heraldo que sistemtica y solapadamente se busca a s mismo con ocasin de su actuacin. Podr tener mucha productividad, cuantifcable en estadsticas, pero no habr fecundidad, porque la fecundidad, eternamente fruto de la gracia, se da en proporcin al silencio. Por aquel tiempo poda percibir que yo poda caer, y haba cado en esta sacrilega promiscuidad; y qu fcil es enredarse, sin darse cuenta, en ese juego! El misterio se consuma en el nivel de las intenciones y motivaciones que operan por debajo de la lnea de flotacin.

    Empec, pues, a conjugar enrgicamente el verbo desaparecer. Emprend resueltamente el rumbo de las nadas y el vaco. Y, a pesar de mis congnitas nfulas narcisistas, y a pesar de navegar por ese tiempo en medio del vaivn de las muchedumbres, me encerr en la noche oscura, me envolv en un manto de silencio, ech un candado a la boca y somet a una prolongada abstinencia a todos los hijos e hijas del "yo". Ms de una vez hice el ridculo ante mis propios familiares cuando, tras aos de ausencia, nos encontrbamos y me preguntaban por mi vida y actividades, y... la verdad que a m no me salan sino monoslabos: "bien, bien". Al parecer hasta se me haba olvidado hablar de mis cosas, mientras no cesaba de animar la conversacin preguntando y haciendo recaer el inters sobre la vida de amigos y conocidos.

  • Peor todava. Esta ascesis de silenciamiento fue repercutiendo, en cierta manera, en mi personalidad en el sentido de que, sin darme cuenta, fui distancindome y evadiendo la vida social y el trato con las gentes, convirtindome cada vez ms en un ser retirado, por no decir retrado. Rara vez, por no decir nunca, acept invitaciones a fiestas de onomsticos u otros eventos familiares. No s hasta qu punto este gnero de vida haya sido positivo o negativo para m mismo y mi misin apostlica. Ms de una vez me asalt esta duda. Ms an. Elud durante aos las entrevistas periodsticas, y sobre todo las apariciones en los canales de televisin. Esta renuncia, sin embargo, me envolvi con el tiempo, en un verdadero cuestionamiento de conciencia, porque comenc a sospechar que ello podra no ser cosa de Dios, y entr en la duda de si no estara ya cayendo en una sutil trampa de falsa humildad. El hecho es que, a partir de este esclarecimiento, en los ltimos aos he participado a menudo en programas periodsticos y radio-televisivos en diversos pases.

    No recuerdo haber regalado a nadie un ejemplar de mis libros. Siempre he sentido una extraa sensacin como de vergenza. Vergenza, de qu? Complejos? Me resulta difcil autoanalizarme. Sospecho, sin embargo, que los resortes ocultos que motivaron esta sensacin de rubor operaban por los rumbos del olvido por los que yo haba decidido transitar. Durante estos lustros, me sorprenda a m mismo, en ocasiones, durante el da, con ensueos del siguiente tenor: me gustara, deseara vivir en un mundo imposible en el que nadie supiera de m, en el que nadie me recordara, y todos me hubieran olvidado, como una isla perdida en alta mar. Totalmente ignorado. Esta hiptesis la encontraba fascinante. Me pareca que as haba vivido el Pobre de Nazaret por tres dcadas. Pero cada vez que despertaba de esa extraa fantasa no dejaba de alarmarme, dudando si esa fantasa sera una sana ilusin, o si, en la retaguardia, no habra alguna quiebra de carcter emocional. Como tantas veces, y en tantas cosas, no lo consult con nadie, sino que lo dej todo en Sus Manos, en silencio y paz.

    Alegra con certeza

    Pues bien, despus de este amplio rodeo, regresamos al punto de partida. Dije al principio que, cuando el Director de PPC me invit a colaborar en la citada coleccin, acepte la invitacin sin pensar en la responsabilidad que asuma. La acept entre otras razones porque me haca ilusin el colaborar con PPC, ya que esta editorial me evocaba el recuerdo de un ser entraable, admirado por m desde los das de mi juventud: Jos Luis Martn Descalzo, ya en la Patria. A los pocos das de aquella entrevista, me traslad a Quito para participar en una Asamblea internacional de Talleres de Oracin y Vida (TOV). Mientras se desarrollaban las sesiones de la Asamblea, en los momentos libres, fui hojeando y leyendo los libros de la coleccin que Javier me haba obsequiado. Y entonces comenc a tomar cabal conciencia del carcter casi autobiogrfico de los escritos que integraban la coleccin. Es difcil expresar con palabras el torbellino que se origin en mis aguas interiores, en cuyos remolinos me senta yo zarandeado de un lado para otro por fuerzas potentes y contrarias. Un sudor fro parecido al del pnico se apoder de mi alma, pobre alma atrapada entre las mandbulas de la contradiccin. De qu se trataba? Como lo expliqu en las pginas anteriores, yo estaba comprometido conmigo mismo a vivir encerrado en

  • la gruta del silencio. Ms an, haba adquirido el hbito de pasar desapercibido cubriendo con un manto de silencio mis mundos y mis cosas, y me senta feliz en la penumbra.

    Pero ahora, por la misma naturaleza de la coleccin, se me invitaba a descorrer las cortinas, abrir las compuertas de la intimidad y colocarme en el primer plano, a la luz del da. Fue una contrariedad. Qu hacer? Dej pasar un da y otro. Senta una gran renuencia por abordar el asunto. Pero tena que responder, y no poda postergar demasiado la decisin.

    Por fin, todo se solucion all mismo, en la habitacin solitaria, al quinto da de la Asamblea. La habitacin ha sido siempre para m escritorio y oratorio, y esta vez lo fue de una manera especial. Desde las cinco y media de la madrugada de ese quinto da me puse en Su Presencia con todas las energas concentradas. Coloqu mi problema en Sus Manos. Humildemente le solicit el favor de que, a lo largo de esa jornada, hiciera brotar en mi interior, como un surtidor, la certeza, una certeza tejida de alegra. Al paso de las horas, se fue desarrollando ante los ojos de mi mente una pelcula. Ella estaba trenzada de convicciones y claridades, con el siguiente matiz: al final, lo decisivo no es el acto, sino la intencin. Si la intencin es recta, el acto es puro. Si la intencin va enfilada al centro del "yo", automticamente el acto queda corrompido, y queda corrompido en la medida en que lo realice para mi provecho, vanidad y satisfaccin. Un apstol de Jesucristo podra pasar por este mundo entre el delirio de las muchedumbres, aclamado por la opinin pblica, y en su recodo interior, no ser sino un humilde anacoreta. La cuestin es, pues, la pureza de intencin: no lo que hago sino la intencin con que lo hago. El misterio se consuma, pues, en las ltimas y ms recnditas latitudes de las motivaciones, en la frontera misma del mundo inconsciente. As pues, la esencia de la cuestin es una: que Dios sea la motivacin ltima y nica de cuanto yo haga, diga, escriba...

    Seran como las seis de la tarde de ese quinto da de la Asamblea de Quito cuando, en mi interior, se produjo una sbita alteracin atmosfrica; desaparecieron las nubes, y el azul cubri los espacios. Era lo que yo haba solicitado esa maana: la alegra. Una alegra revestida de certeza o una certeza vestida de alegra. Pero no era exactamente alegra; era otra cosa y mucho ms: era seguridad, fiesta..., que hasta hoy me ha acompaado, aunque en intensidad menguante. Interpret esa alegra como seal de la voluntad de Dios. Dios quera que yo saliera de la gruta del silencio y expusiera a la luz pblica "nuestra" vida privada, mi vida con El. Todo estaba claro. Escribira, pues, el libro que se me haba solicitado, y sera un libro salido desde dentro, y a partir de la primera palabra. Ya dije que mi vida no ha tenido inters biogrfico desde el punto de vista histrico o anecdtico. Desde ese ngulo, mi existencia es de lo ms anodina y amorfa.

    Hablar, pues, para gloria de Dios, de algunos lances habidos en mi historia personal con Dios, y todas las pginas de este escrito estarn impregnadas por el dinamismo e inmediatez de situaciones personales experimentadas en el teatro de la vida.

    II

  • Nunca fui un estudiante sobresaliente, sino ms bien regular. En los primeros aos del seminario yo era un muchachito reservado e inhibido, que ni siquiera me atreva a abrir la boca, porque apenas saba hablar castellano. En efecto, yo haba nacido en un casero en las proximidades del santuario ignaciano de Loyola (Guipzcoa, Espaa). En esa poca en que apenas existan todava aparatos de radio en las casas, poco o nada haba yo odo hablar el castellano. Mi nico idioma de comunicacin, en esa importante etapa de mi existencia, haba sido el euskera, la lengua de los vascos. En esos aos de seminario, entre mi innata timidez y mi dificultad de expresarme en castellano, yo me sent como un jovencito perdido en un mundo extrao y un tanto hostil. Hostil, porque recin acababa de finalizar la guerra civil espaola, y los vascos habamos sido derrotados precisamente por los carlistas navarros que luchaban en el bando de Franco. Al menos, eso es lo que sucedi en mi provincia de Guipzcoa.

    Aquella teologa no me deca nada. Era la teologa escolstica. Es decir, una reduccin del Dios vivo y verdadero a unos esquemas mentales, categoras aristotlicas, y un montn de abstracciones y especulaciones. El Dios emergente de aquellos silogismos lgicos no quemaba, no refrescaba, no estremeca. No era el Dios vivo. Recuerdo que un da le dije al profesor: "Parece que estamos convirtiendo a Dios en un montn de palabras, hilvanadas por una lgica interna". Y me respondi: "Sea humilde, y pida el espritu de sabidura". Por aquellos das tuve yo una evidencia que me acompaara durante toda la vida: que una cosa es la palabra Dios y otra cosa es Dios mismo; que nadie se embriaga con la palabra vino ni se quema con la palabra fuego. Todos tenemos en la mente la idea de que el fuego quema, pero otra cosa es meter la mano en el fuego y saber experimentalmente que el fuego quema. Todos sabemos que el agua sacia la sed, pero otra cosa es beber un vaso de agua fresca en una tarde de verano, y as saber vivencialmente que el agua sacia la sed. Desde los das de la primera comunin sabemos que Dios es Padre, pero otra cosa es estremecerse hasta las lgrimas al sentir, en una quietud concentrada, la proximidad arrebatadoramente deliciosa e infinitamente consoladora de ese Dios que no hay manera de definirlo ni nombrarlo. Estas evidencias y distinciones me nacieron en aquella poca lejana en que yo experimentaba los primeros golpes del desengao acerca de la teologa especulativa. De qu sirve un Dios reducido a puros esquemas mentales y juegos de palabras? Dios no es una idea o una teora; es Alguien que no tiene nombre, es decir, absolutamente inefable, a quien se le conoce en el trato personal y en la noche de la fe.

    Como aquella teologa nada me deca, y enfrascarme en las tesis escolsticas me causaba tedio, por largos perodos me dediqu a otra cosa: consegua en este momento no podra precisar cmo obras de autores que s me hacan vibrar, y me zambulla en sus escritos con deleite y provecho. Eran autores humanistas, filsofos existencialistas, poetas y pensadores, como Kierkegaard, Dostoyewski, Paul Claudel, Len Bloy, Unamuno, Ortega y Gasset, Gregorio Maran, Antonio Machado y otros similares. Estas lecturas las llevaba a cabo pienso en este momento de una manera un tanto clandestina, porque, como el lector puede imaginar, los responsables de los colegios teolgicos no aprobaran semejante proceder. Como se puede advertir, no fui un buen estudiante. Este hecho que, a primera vista, puede parecer negativo, desde las alturas de la vida en que me encuentro, lo considero positivo y quizs providencial. Segn el testimonio de muchos lectores, hay en mi obra, hablada o escrita, una impronta humanista y potica.

  • El haberme familiarizado con estos autores me ha facilitado enormemente la posibilidad de expresar eficazmente sentimientos y vivencias interiores en mis diez libros.

    Acaso no sea del todo cierto, pero numerosas personas me han asegurado que, a su parecer, mi lenguaje hablado o escrito no es el lenguaje tpicamente clerical, sino algo distinto y ms eficaz. Si es as, imagino que se debe a haberme enfrascado tanto en la lectura de aquellos autores humanistas en mis aos de estudiante de teologa.

    Noches transfiguradas

    Ms tarde veremos como esta deficiencia de teologa racional fue compensada en pocas posteriores con una inmersin de largo aliento en las profundidades divinas. Pero, aun en los aos de mi juventud, mi alma qued cautivada para siempre por los pozos sin fondo de la teologa paulina, en cuyas corrientes subterrneas nunca lo olvidar, relumbraba seductoramente la efigie viva de Cristo bendito, a cuyo resplandor los enigmas, las sombras, los ensueos, el vaco y el horror, todo se vesta de claridad. Era la aurora boreal. Por aquellos tiempos era costumbre en la Orden Capuchina levantarse a media noche para el rezo de Maitines y Laudes. Una costumbre ancestral, nacida en los siglos pretritos y transmitida de generacin en generacin. Era una de las costumbres monsticas que a m me resultaba de las ms mortificantes. Dicen las ciencias del hombre que las primeras horas del sueo son las de mxima profundidad y descanso. Pues, a esas horas nos levantaban: a las doce en punto de la noche, al son de sonoras campanas.

    Pero, al regresar a la celda, suceda lo mejor. Lo que voy a desvelar no suceda todas las noches, pero s con alguna frecuencia, y en las noches de verano. Era en la ciudad de Pamplona (Navarra), extramuros. Yo me asomaba a la pequea ventana conventual que daba sobre el ro Arga, cuyas arboladas riberas estaban pobladas de ruiseores. No hay placer como el de escuchar a los ruiseores en una noche profunda de verano. La escena, en todo caso, era con Jess. Imposible describirla. Todo era quietud, una quietud traspasada de silencio; arriba, innumerables estrellas sobre el fondo oscuro, y por todas partes flautas y oboes de ruiseores. Desde las ms remotas ensoaciones del mundo surga y vena Alguien: Jess. Con su mano extendida impona la calma sobre los remos cansados, las pasiones agitadas y los sueos imposibles. Y, con El, todo era reposo y certeza en el puerto terminal. Estbamos los dos ms all de las palabras. El era el nico en la noche estrellada, el ideal eterno del alma profunda de la humanidad. Slo s que El estaba conmigo, que me arropaba con su resplandor, y que no haba en el camino lamentos, cadenas ni lutos. Era la eternidad? Slo s que yo era irresistiblemente atrado y tomado por El. Era Jess el que, en su infinita potencia y misericordia, se desplegaba sobre los mil mundos de mi interioridad. Noches venturosas. No siempre fue con ese poder y esplendor, claro est. Slo s decir que hubo noches memorables.

    Haba ocasiones en que aquello se prolongaba noche adentro, y en algunas oportunidades me era imposible dormir luego de esas vivencias. Ms de una vez, el sueo me visitaba durante las clases de la maana, con el siguiente balanceo de cabeza. Disimulaba como poda, ocultndome a veces detrs del alumno situado delante de m; otras veces me lavaba enrgicamente la cara con agua fra antes de ingresar al aula. Al parecer, ningn profesor me sorprendi en estos balanceos de cabeza, o al menos nadie me reprendi por ello. Y si lo hubiera hecho, habra tenido que recurrir a alguna

  • piadosa mentirita, porque esas noches transfiguradas las he guardado en un cofre de silencio hasta este mismo momento. No s por qu la "Direccin Espiritual" nunca me sedujo. Jams recurr a un ser humano para depositar en sus manos mis secretos con Dios. Toda mi vida he sido un empedernido solitario; y de lo mo profundo nadie ha sabido nada. Error? Puede ser. Pero nunca sent necesidad de acudir a nadie fuera de alguno que otro momento excepcional. Autosuficiencia? No s: siempre he sido tmido (tmido y audaz a la vez) en todos los emprendimientos y aventuras de la vida. Pero tambin he tenido y tengo tanta seguridad en la potencia inagotable y en los dones dispares y mltiples de mi Seor que simplemente me he dejado llevar en Sus Manos como un nio confiado.

    Sacerdocio

    Dos fuerzas embriagaron mi juventud: la amistad divina y la msica. Ellas deban de ser tambin mis compaeras de ruta a lo largo de mis aos. Por este tiempo, yo era director del Coro de estudiantes telogos. El poder dirigir una partitura pona en pie todas mis potencias, y mis cuerdas entraban en vibracin. Pero me faltaba la paciencia. Era demasiado exigente con los integrantes del coro, y cuando no consegua lo que consideraba la altura ideal, perda los estribos. Pero cuando lograba aquella soada ecuacin entre mi inspiracin interior y la respuesta del coro, experimentaba algo difcil de explicar. Otras veces me sentaba al piano. Solo. Y daba rienda suelta a la improvisacin entre acordes sorprendentes y extraos. Todo era evocacin: volaba, navegaba, surcaba los espacios siderales, ms all de las galaxias. Eran otros mundos. Entiendo que, en buena filosofa, a eso se lo llama xtasis o salida de s. De verdad, era una transposicin, un situarse ms all de este mundo y su realidad. Esos momentos constituan un disfrute altsimo.

    Hubo vacilaciones en mi vocacin? Meses antes de la ordenacin sacerdotal fui descendiendo por los abismos del misterio sacerdotal, que constitua, segn me pareca, el compromiso mximo que un creyente poda contraer con Jesucristo. Por ese tiempo, el ideal sacerdotal era para m como una espada centelleante clavada en lo ms alto de la montaa. Quizs demasiado alta.

    Por ah se me meti la duda una y otra vez, la duda de la fidelidad. No es que vacilara en quedarme ms all o ms ac de la lnea: ordenarme o no ordenarme. Nunca he sufrido del complejo de Hamlet. La duda era si habra en m suficiente caudal de generosidad como para mantenerme a la altura del ideal soado. Era el miedo a la mediocridad, el temor de ser alcanzado por la rutina y convertirme en un simple funcionario de las cosas sagradas, sin garra, sin el estigma de un testigo, sin el aliento de un profeta. Estas eran las dudas que, en ocasiones, me hacan tambalear. A medida que se aproximaba la fecha de la ordenacin fueron esfumndose esas nubes. Recuerdo que unas semanas antes del da de la ordenacin, una loca ilusin hencha las velas de mi nave; y la nave avanzaba veloz entre la espuma de los ensueos por el ancho y profundo mar del prximo sacerdocio. Esta ha sido una de las constantes de mi vida: vivir los grandes sucesos con ms emocin de antemano que despus de acaecidos.

    Lleg la semana previa. No haba clases para los ordenandos, sino retiro total. Fueron das de embriaguez. Yo buceaba incansablemente en los mares paulinos, completamente deslumhrado por la efigie de aquel Jess que palpitaba en sus profundidades.

  • Sobre todo, soaba con los pobres. Por aquel tiempo andaba yo fuertemente sensibilizado por un sacerdocio dedicado a la justicia social, a la redencin del proletariado y la doctrina social de la Iglesia. Ante los ojos de mi alma desfilaban por aquellos das los emigrantes, los navegantes, los obreros, los sindicatos, los campesinos, los mendigos, los cesantes. Soaba, deseaba apasionadamente que mi sacerdocio fuera preferentemente para los favoritos de Jess, los pobres. En realidad, ese sueo nunca me ha abandonado. Lleg el da de la ordenacin: 21 de diciembre de 1952. Transcurri la ceremonia en una total concentracin para m, rodeado de mis familiares. A continuacin vino toda la parafernalia de besamanos, homenajes, fiestas, preparativos para la primera misa... Me creer el lector si le digo que fue un da frustrante? Y no slo ese da, sino tambin los subsiguientes. Sent unos de los peores vacos de mi vida: distrado, dispersivo, vaco. Era una oportunidad nica en la vida y me hubiese gustado haberla vivido a pleno pulmn, solitariamente, en un risco inaccesible, en la choza perdida en lo ms profundo del bosque, en un desierto donde no crece ni un arbusto. En suma, anhelaba ardientemente poder disfrutar de ese da, y esos das, embebido y absorto en el enorme misterio del sacerdocio que se me haba otorgado, en cuyo epicentro respiraba Jess. Pero no fue as. La oportunidad ya pas. Y no volver.

    Los primeros vuelos

    A los seis meses de la uncin sacerdotal quedaron completados mis estudios teolgicos. Pero durante ese semestre, los neo-sacerdotes no se ejercitaban, segn era costumbre, en ninguna actividad sacerdotal propiamente tal. En esta etapa final de los estudios yo me senta como una de esas avecillas impacientes por saltar del nido. Era un soador. Senta apremio, pero no saba exactamente de qu..., tena urgencia por realizar actos difciles, heroicos, como Francisco Javier en el Oriente, quera recorrer plazas y mercados para gritar las buenas nuevas, dejando por ah jirones del alma, quera levantar en alto el estandarte de la justicia, acallar el llanto, secar lgrimas, evangelizar a los pobres. Pero, vana ilusin!, no sucedi nada de eso; eran sueos de un joven inquieto. Ms tarde, la vida y los aos me ensearan tantas cosas: que no hay que forzar nada, que no somos nosotros los que salvamos, que hay que esperar que se vayan abriendo puertas..., en suma, los grandes valores de la vida: la paciencia, la firmeza, la fidelidad. Pero en ese momento yo tena 25 aos: y si toda mi vida ha estado marcada por la impaciencia, cunto ms en esos aos en que me consuma de urgencias. El hecho es que el viento se encarg de aventar aquellos sueos, y de hecho, mi vida comenz a tomar los rumbos ms inesperados. Ahora, desde la altura de la setentena, estoy en condiciones de afirmar con conviccin y madurez algo que el paso de los aos me ha ido enseando, a saber: tal como las cosas han ido aconteciendo "fue lo mejor". Por consiguiente, y echando una mirada global y retrospectiva a mi historia personal, puedo afirmar que, no obstante que casi todo lo realizado en mi vida a lo largo de tantos aos ha sido de alguna manera, contra mis gustos o mis preferencias, estoy sin embargo, en condiciones de afirmar solemnemente: todo lo que sucedi "fue lo mejor" para m. El Padre Dios siempre me llev por caminos imprevisibles y desconcertantes.

    A cada uno de los sacerdotes que haban completado sus estudios, las autoridades de la Orden Capuchina a la que pertenecamos sealaban un destino a esas alturas del ao: unos realizaran estudios superiores en alguna Universidad, otros emigraran a tierras de

  • misin, otros deberan cubrir diversos ministerios en las distintas casas de la Orden. Como se comprender, eran momentos de alto nerviosismo para todos los egresados, porque cada uno llevaba clavada una espina: cul sera mi destino? Por otra parte, los Superiores llevaban esta distribucin de destinos con gran sigilo y discrecin, mayor motivo de nerviosismo. Mi caso era un tanto atpico: por un lado, yo no haba sido un buen estudiante; por consiguiente, la Universidad estaba descartada para m. Por otro lado, y como contraste, en mis ltimos aos de estudiante yo haba manifestado y era algo notorio un gran apasionamiento por la problemtica social y por la liberacin de los oprimidos. Llegaron rumores a mis odos de que los Superiores estaban considerando la posibilidad de enviarme a la Universidad de Lovaina, para especializarme en la Doctrina Social de la Iglesia. Eran rumores. As estaban las cosas cuando, de pronto, se produjo la vacante de la organista en la iglesia de Nuestra Seora de Lourdes de San Sebastin, un templo muy frecuentado por la feligresa. Haba fallecido inesperadamente el organista titular, y los Superiores pensaron en m, porque yo haba adquirido cierto prestigio como organista. A los pocos das, y no sin cierta desilusin, all me fui al nuevo e inesperado destino, donde permanecera dos aos ligado al teclado del rgano. Y, a continuacin, cuatro aos ms, tambin como organista, en la iglesia de san Antonio de Pamplona. Se dice pronto: seis aos! Para m, un joven impaciente, era mucho tiempo, demasiado tiempo. Aos perdidos, pensaba yo, difcilmente poda evadirme de la sensacin de esterilidad, y de estar lamentablemente malgastando el tiempo. La impaciencia me consuma. Mis sueos apostlicos degollados. No poda consolarme. Sin embargo, a estas alturas de la vida en que ahora me encuentro, contemplo aquel sexenio aparentemente baldo de una manera bien diferente. Hoy me asisten tantas certezas: que no sabemos nada, que muchas veces contemplamos la realidad con la nariz pegada a la pared; y la pared se llama el tiempo, y no sabemos qu hay detrs de esa pared. Que tenemos dos horizontes hermticamente clausurados: el primero, el no saber qu suceder esta misma tarde, y el segundo, el no saber cmo habra sido nuestra vida si las cosas hubieran sucedido de otra manera; por ejemplo, qu direccin habra tomado mi vida si hubiera sido destinado a estudiar Sociologa. Quin hubiera imaginado en aquella poca los rumbos insospechados que habra de tomar mi existencia? No sabemos nada. Voluntad de Dios? Para saberla, hay que dejar pasar mucho tiempo, mirar atrs desde la perspectiva de los aos transcurridos; y desde esa altura contemplaremos una zigzagueante, pero admirable pedagoga por la que Su Voluntad nos ha ido conduciendo sabiamente hasta este momento. Y con toda naturalidad acabaremos concluyendo: todo est bien, fue lo mejor.

    Un relmpago en la noche

    El Superior de mi comunidad, consciente y compadecido de mi ntimo desencanto, me permita, ocasionalmente, algunas salidas apostlicas para tareas menores en los pueblos de Navarra. Generalmente, la tarea consista en confesar al pueblo por espacio de varias horas el sbado por la tarde, y, al da siguiente, domingo, oficiar una misa a media maana, con predicacin. Estas salidas constituan un gratificante refresco para mis anhelos insatisfechos por salir al mundo y soltar al aire el nombre del Seor. En cada ocasin sala feliz, y regresaba con aquella satisfaccin con que los 72 discpulos retornaron de su primera salida apostlica.

  • En los archivos de nuestra vida, algunas fechas estn marcadas con tinta roja. Son datos que nunca sern cubiertos por el polvo del olvido, porque ya entraron para siempre en las moradas del recuerdo. Son heridas que nunca cicatrizarn; al contrario, siempre se respira por ellas, y se respira blsamo y perfume. Son como fogonazos que fulguran una vez en la vida, pero se convierten como en cartas de navegacin para la travesa del mar de la existencia. Una vez relumbr ante los ojos de mi alma ese fogonazo, y voy a intentar meterme en el captulo ms enigmtico de mi historia personal, tratando de explicar lo inexplicable. Era el mes de junio de 1957, en la festividad del Sagrado Corazn de Jess. Un mes antes de la solemnidad, el Superior de la casa me encomend el compromiso de predicar ese da en un pequeo pueblo de Navarra. Mi corazn danz de alegra. No poda haber recibido noticia ms halagea: hablar sobre el amor de Jess. La semana anterior a la festividad, sin embargo, surgieron en torno a m, y conmigo, algunas desinteligencias en la comunidad. Siempre sucede lo mismo: cuando no hay grandes problemas, se magnifican y dramatizan los pequeos. Llegadas la fecha y hora sealadas, tom el autobs en Pamplona y me desplac a Sangesa. Aqu tom otro transporte de menor envergadura que me llevara a un pueblecito llamado Gallipienzo, donde deba actuar. Durante el viaje, mi alma era como un tendido de sol y sombra: por un lado la alegra de participar y actuar en la solemne festividad, y, por otro, las nubes oscuras de los disgustos todava prendidos de mis horizontes. An no haba aprendido a ahuyentarlos. En la tarde del sbado dediqu largas horas al confesionario. Recuerdo que a cada uno de los penitentes les hablaba con pasin y fuego de las entraas de misericordia y del amor incondicional de Cristo Jess. Lleg la noche. Me acost. No poda dormir: no se disipaban las nubes oscuras de mi alma. Me levant, me asom a la ventana para tomar aire y contemplar las estrellas. No recuerdo bien si todava estaba dando vueltas a mis disgustos o si intent orar, el hecho es que, repentinamente, algo sucedi. Y aqu llegamos al momento fatal de tener que explicar lo inexplicable. Han pasado cuarenta aos desde aquella noche, pero todos sus detalles estn todava tan vivos y presentes en mi memoria como si hubieran acaecido esta misma noche. Pero estoy convencido de que ni entonces, ni ahora, ni nunca se podr reducir aquello a palabras exactas. Slo el lenguaje figurado podra evocar, presentir o vislumbrar algo de lo que all sucedi. Pido, pues, disculpas por tener que balbucir alguna aproximacin con un lenguaje alegrico.

    Qu fue? Un deslumbramiento. Un deslumbramiento que abarc e ilumin el universo sin lmites de mi alma. Eran vastos ocanos plenos de vida y movimiento. Una inundacin de ternura. Una marea irresistible de afecto que arrastra, cautiva, zarandea, y remodela como lo hacen las corrientes sonoras con las piedras del ro. Qu fue? Quizs una sola palabra podra sintetizar "aquello": AMOR. El AMOR que asalta, invade, inunda, envuelve, compenetra, embriaga y enloquece. El hijo (prefiero hablar en tercera persona) qued arrebatado como si diez mil brazos lo envolvieran, lo abrazaran, lo apretaran; como si un sbito maremoto invadiera las playas; como si una crecida de aguas inundara los campos. La noche y el mundo se sumergieron, las estrellas desaparecieron. Todo qued paralizado. Locura de amor. Silencio. Tena razn Jess: no es Dios. Ni siquiera es el Padre. Es el Pap queridsimo, quizs la Mam amantsima. Durante toda la noche yo no dije nada. Slo lgrimas, lgrimas embriagadas, lgrimas cautivadas, lgrimas

  • enamoradas. Tampoco El dijo palabra alguna. Inclusive me pareca que las palabras, en esa noche, no eran sino sonidos ridculos. La conciencia no fue anulada, sino desbordada. Mi estado consciente fue arrasado y arrastrado por la pleamar del amor sumergindolo todo en un estado de total embriaguez. No cabe otra alternativa sino la de rendirse, entregarse y llorar sin saber qu decir o qu hacer. Es la posecin colmada en la que los deseos y las palabras callaron para siempre.

    Pongamos una comparacin. Estamos, supongamos, en una noche muy oscura. De pronto estalla un relmpago, y oh prodigio!, todo queda alumbrado con la claridad del medioda. Al instante, de nuevo la oscuridad. Pero, ahora, en medio de esta densa oscuridad, ya sabemos como es el paisaje que, con sus infinitos tonos y perfiles, qued grabado en la retina y en la memoria al fulgor de un relmpago. Esta puede ser una comparacin aproximativa para barruntar algo de lo que sucedi en aquel momento. Cunto dur el "relmpago" de aquella noche? Mil veces lo he pensado, pero francamente no lo s. Pudo haber sido un segundo, cinco segundos (calculo que no ms), pero los infinitos matices que esa fulgurante vivencia contena quedaron grabados en mi alma.

    Llevo tambin marcados en mis entraas otros vislumbres experimentados en aquella noche que resultan ms desconcertantes todava, y que hacen referencia a la percepcin del tiempo y del espacio. Sigamos balbuciendo. El hijo percibi un atisbo experimental de la unidad que coordina los instantes sucesivos que forman la cadena del tiempo, y ese vislumbre le hizo participar de alguna manera y algn grado de la intemporalidad del Eterno. Los filsofos definen el tiempo como el movimiento de las cosas. En aquella noche no hubo movimiento. El Padre era quietud, pero en sus profundidades llevaba un dinamismo tal que, como un universo en expansin, daba a luz a esta colosal fbrica de la creacin. El tiempo ha sido consumado por la eternidad. Estamos, pues, navegando por encima de los perodos glaciares y edades geolgicas, y participando de alguna manera de la eternidad del Padre. La muerte no significa nada; no es acabamiento, ningn final. No hay lugar para la angustia. Es una dicha incombustible. Desaparece tambin el espacio. El Padre lo llena todo. Si lo llena todo, no existe el espacio. Las distancias fueron asumidas y absorbidas. El Padre es la inmensidad. Ahora bien, si el Padre "es" conmigo y yo "soy" con el Padre, tambin yo soy hijo de la inmensidad. Los soados y lejanos pases estn al alcance de mi mano. Las galaxias ms remotas son mi territorio. Aquella noche es uno de los recuerdos ms vivos, percib experimentalmente que el espacio desapareca, y yo me senta presente en aquellas estrellas en una unidad absoluta con toda la creacin. Nada valen nuestros conceptos de diferencia, relatividad, distancia. El hombre es asumido y elevado a su mxima potencialidad, casi a las dimensiones infinitas, todo "en" El. Todo esto, y mil otros atisbos, imposibles de descifrar, pueden parecer una demasa o una enajenacin. Es obvio que todo lo dicho est, en cierta manera, contra los presupuestos generales de la antropologa. Pero la verdad es que as se vivi, eso se experiment.

    Aunque el "relmpago" durara muy poco tiempo, sus efectos, en su mxima intensidad, se prolongaron durante toda la noche y mucho ms all. Hubiera querido que la noche se eternizara y que nunca amaneciera.

  • Obviamente era imposible conciliar el sueo, aunque lo hubiera intentado. Amaneci y se inici el trabajo de la maana. En ningn instante sent sueo o cansancio. Lleg la misa solemne y la hora de la predicacin. Y pensar que se trataba de hablar del amor del Seor despus de aquella loca noche de amor... Pero tena miedo, miedo de estallar en llanto. Les habl framente de una historia: de cmo la Compaa de Jess introdujo en la Iglesia y difundi por el mundo entero la devocin al Sagrado Corazn. Para la risa, verdad? Qu desconcertante es nuestro Dios.

    Con el paso de los aos supe que la vivencia de aquella noche tiene un nombre propio: gratuidad infusa extraordinaria, que tiene las siguientes caractersticas: 1. Es repentina 2. Es desproporcionada respecto de la preparacin que el alma tena (en realidad, no tena ninguna preparacin). 3. Es infusa o invasora. Me explico: se trata de una evidencia emprica de que "aquello" no viene de dentro, no es un producto emanado de misteriosas facultades psicolgicas en combinaciones desconocidas, sino que se percibe experimentalmente viene de fuera, invadiendo, infundindose; es una experiencia infusa del amor de Dios. 4. Es vivsima, y generalmente se da una sola vez en la vida; pero es tan explosiva que sus efectos se prolongan a lo largo de la vida.

    Posteriormente, en los Encuentros, Jornadas, y en general, en el trato personal con toda clase de gentes, yo me encontr con numerosos casos de esta clase de experiencias infusas de idnticas caractersticas, aunque vividas por cada cual en grados y matices diferentes.

    A partir de esa noche todo cambi, y para siempre. Fue un torbellino que alter la brjula de mi historia en 180 grados. Cambi el interlocutor de mi oracin personal, que, en adelante, sera el Padre o Dios-Amor. Hubo tambin una alteracin notable en los hbitos de comunicacin de la oracin: ms "pasividad", menos palabras, mucha uncin, un acoger y sentirse acogido, ejercicio permanente de abandono... Y, como consecuencia, ms paciencia durante el da, mayor fortaleza, y, sobre todo, una paz, al parecer, inalterable. En el trato con los hermanos brot sbitamente en mis entraas una inmensa compasin y misericordia. Perdonar no costaba. Mejor dicho, perdonar era un envolver al hermano frgil en un manto de benevolencia gratuita, acogindolo con la mirada del Padre. Todo resultaba tan fcil y hasta gratificante... Unos aos ms tarde particip copiosamente en las misiones populares, cuyos temas fundamentales, segn el estilo de aquel tiempo, eran el pecado, la muerte, el juicio, el infierno; se trataba de tener al pueblo paralizado de terror y apartado del pecado. A partir de aquella noche, esos temas los encontraba inconcebibles y hasta detestables, pensando que se presentaban en nombre del Evangelio. No eran buenas nuevas, eran malas noticias. Aquella religin me pareca sombra y traumatizante, y predicar esos temas de terror me resultaba visceralmente insoportable. Recuerdo que, aos ms tarde, all en los pueblos de Chile, con ocasin de las misiones populares, yo enfatizaba absolutamente el amor eterno del Padre con gran extraeza de los compaeros de equipo; y todo el programa de la reforma de vida lo reduca a "responder al amor con amor". Transcurridos como quince aos de aquella noche embriagadora, es decir, a mis 45 aos aproximadamente (en aquel momento tena 29 aos) habra de iniciarse permtaseme hablar as mi obra fundamental: libros, Encuentros, Talleres de Oracin y Vida, Jornadas masivas,. audiocasetes, videos, actuaciones en canales de televisin. Puedo afirmar que las lneas gruesas y vitales de esta obra compleja y mltiple emanaron de la experiencia de aquella noche venturosa, como, por ejemplo: el mensaje inagotable del amor eterno y gratuito del Padre; el abandono, como viga maestra de liberacin interior y vivencia de la fe pura; ausencia de un dogmatismo rgido y moralista; liberacin de obsesiones de culpa y otros complejos; principio absoluto de nuestro mensaje: "Esta es la voluntad de Dios: que sean felices"; primer mandamiento: dejarse amar por Dios, porque slo los amados aman; apertura ecumnica; insistencia sobre valores como compasin, misericordia, solidaridad... Este mosaico de colores, acentos y fuerzas de sustentacin que constituyen la columna vertebral de nuestro

  • mensaje y obra, deriva y deviene de aquella noche gloriosa en la que las olas del amor me anegaron para siempre.

    El paso del mar

    Regres al convento. Durante el viaje de retorno, en el autobs, todo continu igual, salvo las lgrimas que las resista obstinadamente. De horizonte a horizonte mis valles estaban contagiados de un solo sentimiento: la gratitud. Ni una sola vez, sin embargo, creo haber pronunciado la palabra "gracias". El agradecimiento era un sentimiento mudo, abismado, quebrado por la emocin que me inundaba como una marea mientras el autobs avanzaba en medio de campos de trigo, un mar de trigales de oro, qu espectculo! En ningn instante asom a mi alma el sentimiento de desvalorizacin, como el de aquellos que suelen decir: "Yo no me mereca esto; cmo, Dios mo, te has dignado otorgar semejante gracia a un miserable pecador?". Nada de eso. Simplemente, me senta abatido, pasmado, casi aplastado por el peso infinito de su ternura, por ese horno incandescente de gratuidad, mi Padre, por sus ocurrencias, sus acantilados de oro, sus abismos de amor..., mejor callar.

    Llegu al convento. Tom el control absoluto de mis emociones y nadie vislumbr nada especial. Me preguntaban con naturalidad; responda con naturalidad. Como de costumbre, a nadie abr las puertas de mi intimidad, una intimidad donde acababan de estallar prodigios de gracia. Como siempre, nadie supo nada; todo qued guardado celosamente en mis archivos secretos. Slo me desahogaba en el rgano con mis acostumbradas improvisaciones en las que verta modulaciones impresionistas que evocaban de alguna manera aquellos momentos inefables. Pasaban los das, y yo segua todava envuelto por aquella inundacin. Saba que aquel estado emocional tarde o temprano iba a desaparecer. Mientras tanto, no quera desaprovechar la oportunidad y quera succionar vidamente hasta la ltima gota de aquel mar de ternura. As, pues, en mi solitario cuarto conventual, dejaba de lado otras preocupaciones, y pasaba una buena parte del da y de la noche entregado a la santa embriaguez, porque saba que "aquello" pasa y no se repite. Efectivamente, a medida que fueron pasando los meses, el estado emocional fue menguando hasta descender a los niveles normales. Pero el paso de aquel huracn de amor por mi territorio haba dejado en mi alma rastros imborrables que permanecen vigentes hasta este momento, y, sin duda, hasta el fin de mis das.

    Pasaron seis o siete meses. Mi modo de orar haba cambiado sustancialmente; haba cambiado tambin mi modo de ver y sentir el mundo, las personas, los acontecimientos. Pero en los meses siguientes fui entrando paulatinamente en un estado interior de apremio y urgencia. De qu se trataba? Yo senta que ahora s tena novedades que comunicar al mundo. Ahora poda hablar con la autoridad de quien "ha visto y odo". Pero..., ah estaba amarrado al teclado del rgano que me impeda salir al ancho mundo. Acuda a los Superiores; les manifestaba mis ansias de ser misionero del Seor. Siempre me respondan que no tenan sustituto, que tal vez algn da... A estas alturas comenz a dominarme una tristeza de muerte slo de pensar que tendra que pasarme la vida entera sobre el teclado de un rgano. Por esa poca yo tena, entre los hermanos, fama de ser un buen organista; y no lo era de ninguna manera.

  • Nunca fui capaz de tocar correctamente una gran fuga de Bach o la tocata de Widor. Pero engaaba a la gente (les gustaba mi manera de tocar), sobre todo con mis improvisaciones, que deslumhraban hasta a los entendidos. En cierta ocasin en San Sebastin, despus de una de aquellas mis actuaciones, alguien se present en la portera del convento preguntando, admirado, quin era ese organista y dnde haba estudiado. Se trataba nada menos que del organista titular de la catedral de Notre Dame de Pars. Pero yo no haba estudiado en ninguna parte, y no era un organista profesional. Como en las dems cosas de la vida, tambin en el rgano pona pasin y poesa, y eso cautivaba a los hermanos, que no queran desprenderse de m.

    Pero, de tanto acudir a los Superiores, poco menos que con lgrimas en los ojos, suplicndoles que me concedieran la gracia de ser misionero, un buen da compadecidos, me respondieron que tuviera paciencia porque un da no lejano iba a conseguir lo que tanto anhelaba; y que, entre tanto, fuera pensando en el pas al que me gustara trasladarme. Con mucha ilusin fui buscando informacin sobre las caractersticas de cada uno de los pases donde actuaban nuestros misioneros. Y opt por Chile, donde se desarrollaba una amplia actividad misionera en los medios rurales, y haba muchas posibilidades de dedicarse a la predicacin, por el talante de sus gentes, y tambin por las montaas nevadas que me fascinaban. Un venturoso da, los Superiores depositaron en mis manos el documento oficial por el que yo quedaba incardinado a la Provincia Capuchina de Chile, que, desde entonces, fue y continua siendo mi familia. Se celebr en mi alma un festival de danza y canto para festejar tan anhelado acontecimiento. El da 16 de agosto de 1959 me embarqu en Barcelona en una grande y vieja nave (el "Compte Grande"), y el 1 de septiembre pis por primera vez y con ilusin el puerto de Buenos Aires. Despus de convivir por dos semanas con los hermanos de Argentina, y atravesar los Andes, llegu finalmente a Chile, como quien ha alcanzado la tierra prometida, el 18 de septiembre de 1959. Y aqu comienza la etapa ms decisiva de mi vida.

    III

    Los sueos no fueron sueos sino realidades slidas como piedras. Las escalonadas cumbres de los Andes semejaban testas coronadas de nieve. Un espectculo! La primavera despuntaba tmidamente por todas partes. Los aromos, los primeros en florecer, ya declinaban en su esplendor. Sin concederme tiempo de descanso ni supeditarme a un proceso de adaptacin, a los pocos das de mi arribo a Chile estaba ya lanzado de cabeza en la corriente de la vida apostlica. Las oportunidades eran copiossimas e insistentes las solicitudes de los prrocos. Eran otros tiempos. En el contexto eclesial de la poca todava no se haba realizado el Concilio la predicacin era muy apreciada, y quienes nos dedicbamos al servicio de la Palabra no dbamos abasto a tantas solicitudes.

    Las misiones populares eran muy peculiares: se realizaban en las haciendas o fundos. Naturalmente, eran los patronos de las haciendas los que invitaban a los padres misioneros, y eran tambin ellos quienes convocaban a los campesinos y sus familias que faenaban en sus campos a asistir a los actos misionales. Hoy, algo as sera inconcebible, pero en aquel tiempo era lo ms normal.

  • En todo caso, yo me senta muy bien en aquel ambiente, donde todos los participantes en la misin eran campesinos pobres. No les faltaba nada de lo indispensable, es verdad, pero carecan absolutamente del ms mnimo medio de autodeterminacin: no disponan de propiedad alguna, sea de terreno o domicilio. No podan mover un dedo porque estaban totalmente subordinados al patrn; su libertad era una ficcin, o mejor, un disfraz. Al ver aquella congregacin de asalariados, las olas de la emocin me suban a la garganta. En esos momentos evocaba la silueta de Jess dirigindose a aquellos auditorios de pescadores y campesinos declarndolos favoritos del Padre y privilegiados del Reino. Instalndome tambin yo en el corazn del Maestro, y hablndoles desde esa plataforma, les reiteraba de mil formas y maneras que los desvelos ms esmerados del Padre eran para ellos; que de noche el Padre queda velando su sueo y de da los acompaa a donde quiera que vayan; que el Padre no es un Dios vestido de relmpagos, sino un vasto mar de ternura. Consciente y obstinadamente me alejaba de los temas de terror de las misiones populares, con gran extraeza de mi compaero misionero. Siempre entrelazaba las bienaventuranzas con la ternura del Padre, y no me cansaba de proclamar y repetirles que Dios mismo sera su fiesta; que nadie podra arrebatarles la suprema riqueza del corazn, que es la paz; que el Padre los tomar sobre sus rodillas, y una por una secar todas sus lgrimas; que el Padre les espera en su casa con una mesa preparada y adornada con flores, y que aquel da los reconocer, les dar la mano, las har sentar a la mesa y comenzar la fiesta, una fiesta que no tendr fin, y que por fin van a saber dnde est el secreto de la perfecta alegra. Y as segua hablndoles interminablemente del Amor eterno, y no me cansaba de sembrar sueos y estrellas en el alma de todos aquellos pobres campesinos que, semana tras semana, asistan a los actos de misin, frecuentemente con lgrimas en los ojos.

    Era el ao 1961. La arquidicesis de Santiago decidi organizar y llevar a cabo una gran misin en todo el mbito de la ciudad. El Arzobispo convoc a un nmero reducido de sacerdotes, con experiencia en la pastoral o en el apostolado de la palabra, con el fin de integrar un equipo coordinador. A este equipo confi el Arzobispo la responsabilidad de planificar la misin, elaborando un amplio programa para organizar y realizar la gran misin. Uno de los convocados era yo. En este perodo de preparacin surgi entre los integrantes del equipo una hermosa amistad, tanto que ms que equipo constituamos una fraternidad. Por la misma dinmica de la organizacin y la distribucin de responsabilidades, a m me correspondi moverme sin cesar, viajar mucho y actuar intensamente con Monseor Enrique Alvear, con el que me uni una formidable amistad.

    Muy pronto, Enrique fue consagrado Obispo. Fue uno de los Obispos ms evanglicos que he conocido en mi vida, desinteresado, fervoroso, transparente, comprometido valientemente, casi temerariamente, en la liberacin de los oprimidos. Pero no era para este mundo; el Seor se lo llev prematuramente. En su agona, estuvo acompaado y asistido por un sacerdote amigo a quien Enrique se dirigi con estas palabras: "Esto (el morir) tiene sentido". Expresin cargada de belleza. Fueron sus ltimas palabras. A lo largo de los aos he conocido tambin a otros tres Obispos del mismo talante: Lenidas Proao (Riobamba, Ecuador), con quien no tuve oportunidad ni tiempo de trabar amistad, y otros dos de Mxico y USA, con los que me une una gran amistad. Verdaderos testigos de la Resurreccin, estos hombres siempre llevarn marcadas las

  • seales de Cristo Jess: humildes, hombres de oracin, amigos y defensores de los pobres. Puede haber en la Iglesia una masa de mediocres, pero unos pocos de estos hombres de Dios confieren garanta y credibilidad a la Iglesia.

    Alteracin atmosfrica

    Eran los aos conciliares. Cmo describirlos? Ciertamente haba agitacin en el ambiente: soplaban aires nuevos, aunque, a veces, acompaados de turbulencias. Sntomas de una nueva primavera asomaban por doquier, y un sano desasosiego recorra como sangre nueva, los tejidos internos de las instituciones eclesiales. Tiempos propicios para los inquietos y soadores. Yo era uno de ellos. Un inmenso estremecimiento de ilusin y esperanza, no exenta de temor a lo desconocido, palpitaba en el seno de la Iglesia universal. Se dira que se aproximaba una nueva era, y, como en toda renovacin, no poda dejar de producirse una sacudida de ruina y restauracin. Ambiente ideal tanto para los pusilnimes como para los audaces: los atenazados por el miedo a la libertad y el pavor hacia lo desconocido, por un lado, y, por otro, los seducidos por horizontes nuevos y cumbres arriesgadas. Conservadores y renovadores. Unos que quieren detener a toda costa el carro de la historia y otros que lo arrastran impulsivamente hacia delante.

    Mirando aquel estallido primaveral desde el otoo en que hoy me encuentro, siento, aun ahora, una gran emocin no exenta de nostalgia. Yo fui uno de los que intentaban arrastrar impetuosamente el carro hacia delante. Promov y apoy resueltamente la ereccin de una "fraternidad de presencia"; es decir, un pequeo grupo de hermanos (capuchinos) instalados en una zona suburbana, trabajando como obreros en una fbrica o en la construccin. Haban renacido dentro de m los antiguos sueos de apostolado obrero; y, aunque yo, personalmente, no lo poda ejercer, animaba y visitaba frecuentemente a los hermanos, apoyndolos y defendindolos frente a los que se oponan al proyecto, porque nunca faltan quienes califican cualquier innovacin de hereja o contestacin. Por ese mismo tiempo particip activamente en la "toma" de la Catedral de Santiago, acompaando al grupo que, por ese entonces, se llamaba "Iglesia Joven"; ellos opinaban que la marcha de la renovacin eclesial era demasiado lenta, y exigan que la Iglesia tomara una ms alta velocidad; y, con ese fin, pretendan dar un fuerte impulso en esa direccin con acciones espectaculares. Unos aos ms tarde particip en un encuentro del grupo denominado "Sacerdotes para el Tercer mundo", en Argentina. Eramos 130 sacerdotes y dos Obispos. Era una poca turbulenta y contestataria. Pero yo vibraba en ese ambiente. Me pareca que esa era la nica manera de que la barca de Pedro pudiera recibir un fuerte golpe de timn para emprender el rumbo correcto. Yo estaba decididamente embarcado en esos ideales, y a mi estilo, es decir, apasionadamente; y me pareca que mi vida tena que orientarse definitivamente en esa direccin. Pero, a la vuelta de la esquina, el Padre desconcertante me estaba esperando en el camino para sealarme otras rutas completamente inesperadas.

    Todo comienza

    As las cosas, un buen da, en el sexto ao de mi permanencia en Chile, vino a hablar conmigo un franciscano belga, que por esa poca ostentaba el cargo de coordinador

  • general de los hermanos franciscanos en este pas. Me hizo una amplia exposicin de un gran proyecto. Me deca: el Concilio se ha clausurado; pero nos ha dejado un inmenso cmulo de compromisos, urgencias y desafos. Estos desafos, es verdad, estn dirigidos a toda la Iglesia en general; pero especficamente a nosotros, los religiosos nos ha encargado una tarea que, al mismo tiempo, es un reto inapelable: zambullirnos en las aguas puras de la inspiracin original, retomar conciencia de la novedad de aquella inspiracin mediante una pronta y acuciosa reflexin, y retornar a los tiempos presentes para adaptar aquella originalidad a las cambiantes condiciones de los tiempos. Continu dicindome: hay una uniformidad letal para todos los institutos religiosos: la observancia regular. Pero, dnde est aquella originalidad, aquella manera singular de interpretar y vivir el Evangelio que tuvo cada fundador? En qu se distingue un franciscano de un carmelita si no es por elementos folclricos como el color y la costura del hbito? Y si en la Iglesia algn fundador ha tenido una originalidad nica en su radicalismo evanglico, en su vida personal y en la concepcin de una obra peculiar, fue y es Francisco de Ass. Tenemos una obligacin, ms grave que nadie, de regresar a las fuentes y reflexionar detenidamente. Y acab colocando en mis manos una brasa ardiente: que yo me responsabilizara de organizar y conducir una gran semana de convivencia y reflexin para todos los responsables provinciales y locales de la familia franciscana de Chile, haciendo extensiva la invitacin a otros pases. Era una puerta abierta por el Padre, y entr resueltamente. No fue fcil dar cima al proyecto. Primeramente tuve que constituir un equipo. Tuvimos que elaborar un temario, confeccionar un organigrama, buscar conferencistas, y todo ello no sin grandes dificultades.

    Y as, en septiembre de 1965 se celebr en Santiago la primera Semana de Convivencia Franciscana, con 54 participantes provenientes de toda Amrica Latina. Era la primera vez que se realizaba un encuentro de estas caractersticas. Posteriormente se multiplicaron profusamente en todas partes. Fue una semana hermosa. Todas las expectativas fueron superadas: exposiciones doctrinales de calidad, profunda reflexin comunitaria, convivencia clida y transparente. Se repiti una y otra vez que fue un "verdadero Pentecosts". Pero faltaba lo ms importante. Y, ahora qu hacemos? Qu conseguimos con encender una gran llamarada si no continuamos alimentndola? Lo que rpidamente se enciende, pronto se apaga. Qu hacer para que esta llamarada no se extinga? Despus de largas horas de intercambio de impresiones, los responsables provinciales all presentes decidieron, con el peso de su autoridad, crear un organismo permanente que se dedicara a tiempo pleno a la reflexin, animacin y difusin de la espiritualidad franciscana. El organismo se llamara CEFEPAL (Centro de Estudios Franciscanos y Pastorales para Amrica Latina). Tres hermanos integraran el Centro, dos franciscanos y un capuchino, quienes residiran, no en un convento, sino en una residencia particular integrando una fraternidad. Tres meses despus ya estbamos instalados en nuestro nuevo domicilio. A estas alturas de mi vida, estoy en condiciones de afirmar que, a nivel humano, este paso fue el ms trascendental de mi vida, como se ver.

  • Y partimos. Todo era nuevo. Haba que abrir canales, trazar rutas, avizorar nuevas metas. No lo podramos hacer sin imaginacin y audacia. En los primeros meses dimos rienda suelta a la creatividad, lanzndonos de cabeza en un torbellino de iniciativas tanto por escrito como de palabra. Muy pronto proyectamos una serie de Semanas de Convivencia Franciscana a lo largo de esta larga y angosta geografa chilena. Estos proyectos fueron organizados detalladamente por nosotros mismos, desde nuestro Centro, y ejecutados en cada lugar con el mayor esmero y competencia que nos fue posible, dando por resultado un despertar, tomar conciencia y valorar nuestra comn herencia franciscana por parte de todos los hermanos.

    Ms tarde se organizaron tambin esta misma clase de encuentros con la familia franciscana femenina; por el momento, separadamente, hermanos y hermanas. Aos despus se organizaran conjuntamente para unos y otras, prevaleciendo, naturalmente, las hermanas. Como resultado de esta prolongada "evangelizacin" fue suscitndose con el paso de los aos, un gran entusiasmo entre los integrantes de toda la Familia Franciscana, que no se redujo slo a emociones o palabras, sino que fue concretizndose en proyectos precisos, primeramente al interior de las comunidades, y en segundo lugar, en la proyeccin apostlica de los hermanos. Una verdadera renovacin. Informados los hermanos de otros pases de Amrica Latina de los resultados de nuestro trabajo de animacin, comenzaron a llamarnos insistentemente, invitndonos a realizar el mismo trabajo en aquellos pases. Y as se hizo. La expansin de nuestra misin fue de tal manera rpida y amplia que, en diversos pases, fueron crendose centros similares al nuestro, aunque no con la misma estructura.

    Crisis

    Aqu me estaba esperando el Padre imprevisible.

    Mientras el equipo realizaba semejante despliegue de actividades, en mi vida personal se iban desarrollando los hechos fundamentales de mi historia. Es un universo complejo, difcil, casi imposible de discernir analticamente, un mundo misterioso que abarca unos seis aos, de donde, como consecuencia, ha dimanado toda mi obra posterior.

    Comencemos por establecer una ley constante. A lo largo de mis aos he venido observando en el gran teatro de la vida, un fenmeno que, a primera vista, parecera crueldad. Pero en seguida vamos a comprobar que lo que en la superficie tiene visos de crueldad, en sus entraas ms profundas no es sino predileccin. En efecto, mirando atentamente a mi alrededor, nunca he visto que un ser humano nadando en riqueza, salud o prestigio, haya dado el salto mortal en el mar de Dios, se haya convertido. Ningn caso. No s de qu se trata, pero est a la vista que el bienestar encierra al hombre en s mismo, lo sujeta a la argolla del egosmo, segn aquel instinto primario que se convierte en una de las leyes universales del corazn: buscar lo agradable y desechar lo desagradable. Con el bienestar el hombre lo tiene todo; no necesita de nada. Al contrario: las transformaciones vitales, las conversiones rotundas que he observado en mi vida se efectuaron a partir de los golpes y desgracias. Cuando el hombre es visitado por la tribulacin, y sobre su honra cae el estigma de la deshonra, cuando la

  • enfermedad lo acorrala contra las puertas de la muerte, cuando un fracaso financiero o profesional le obliga a arrastrarse por los suelos con las alas rotas, y va rodando de barranco en barranco entre los silbidos de los enemigos y la mofa de los traidores, hasta, finalmente, caer en lo profundo del precipicio..., lleg la hora. Desplumado e impotente, el hombre se torna en una materia prima apta y maleable en las manos de Dios. Ahora que todas las seguridades fallaron y los pilares de sustentacin se hicieron polvo, la nica seguridad que el hombre puede vislumbrar a su derredor es Dios. La conversin, sin embargo, no suele ser tan inmediata. En las condiciones descritas, el hombre queda envuelto en una polvareda emocional de vergenza, impotencia y quizs de clera. Dios, en su pedagoga, lo deja por un tiempo librado a su suerte y permite que muerda el polvo del desastre y experimente la nada. Pasa el tiempo. El hombre mide la altura de su contingencia y la anchura de su precariedad; Dios se le comienza a hacer presente con un destello casi imperceptible. Ms tarde le extiende abiertamente la mano. El hombre se agarra a su diestra, y lentamente, vacilante, cubierto de polvo todava, emprende la ascensin hacia Dios. Podemos afirmar, pues, que los descalabros de la vida pueden ser, y con frecuencia son, manifestaciones de predileccin divina, y su nica pedagoga, para las grandes transformaciones en el camino del espritu.

    Algo de esto sucedi en mi propia vida. El instituto (CEFEPAL) iba marchando viento en popa, quizs demasiado rpido, incluso con ciertos ribetes de vrtigo. Hasta el momento no haban aparecido piedras en el camino. Pero no es ste el estilo del Padre. Avanzando por una ruta de palmas y laureles, sin ninguna contradiccin, podemos convertirnos rpidamente en prisioneros de nosotros mismos. Por algn lado tenan que aparecer los tropiezos y las curvas en el camino, que me haran transitar durante largos meses por un sendero en llamas.

    El instituto haba sido erigido oficialmente por los responsables de las siete provincias del pas, y entre ellos el de mi propia provincia. Pero a los pocos meses hubo cambio de autoridades precisamente en mi provincia. Y mis problemas comenzaron con el nuevo Superior Provincial que no disimulaba su desinters y an desafeccin por el Instituto. Para entender bien lo que sucedi hay que tener en consideracin el modo peculiar de ser de este religioso (ya en la gloria del Padre): indiscreto, aunque bien intencionado, ms bien conflictivo y muy tradicionalista. Su agresividad tena como destinatario al instituto y su equipo, y en particular a m. En sus constantes visitas a las casas de la Provincia nos calificaba una y otra vez como contestatarios, que no buscbamos otra cosa que libertad e independencia; que jurdicamente estbamos en contra de las Constituciones de la Orden, ya que nos negbamos a vivir en los conventos, y nos despojbamos del hbito para llevar una vida mundana, y otras lindezas. Pues, este buen hermano, en una visita al monasterio contemplativo donde yo haba actuado durante varios aos, les respondi literalmente a las hermanas que preguntaban por m: "Oh, el padre Ignacio... Pues se quit el hbito y se fue por ahi', lo cual era una verdad a medias. Ya se puede imaginar qu habran pensado aquellas hermanitas. Cuando los responsables provinciales se reunan peridicamente no dejaba de echarles en cara que hubieran cometido el error jurdico de aprobar una fundacin integrada por franciscanos y capuchinos, afirmando que, en lugar de renovacin, el instituto iba a fomentar la relajacin, y que l y la mayora de los hermanos de ninguna manera se identificaban con los objetivos del instituto. Pero, no conformndose con esto, elev una queja oficial a la instancia ms alta de la Orden, el Definitorio General, insistiendo en la irregularidad jurdica de la fundacin. Interiorizados del asunto tanto los integrantes del Definitorio General Capuchino como del Franciscano se encogieron de hombros, y dijeron: esperemos y veamos qu pasa.

  • El hecho es que, al ao y medio de la fundacin de CEFEPAL, el desprestigio haba hecho mella y haba proyectado una sombra de sospecha sobre el instituto y su trabajo. Los mismos Superiores de Chile no se sentan tan seguros, y ya no manifestaban aquel entusiasmo de los primeros tiempos, ni nos apoyaban tan decididamente. Nuestro trabajo ya no era acogido por los hermanos con la alegra de los comienzos. Una sombra de duda envolva al instituto. Si bien esta situacin nos desconcert a todos, el impacto ms demoledor me correspondi a m por razones obvias.

    Desde tiempo atrs, yo haba aceptado el compromiso de dirigir semanas de renovacin en uno de los pases latinoamericanos. Llegada la fecha convenida, all me present, a pesar de estar herido. No percib entre los hermanos entusiasmo alguno; ms bien frialdad. El nmero de los asistentes era exiguo, y flotaba en el aire una sensacin de aprensin ambiental. En el transcurso de la semana, un hermano me confidenci con el rostro afligido que, un mes atrs, haba pasado por all el susodicho Superior Provincial, haciendo la misma labor sistemtica de descrdito del instituto y sus integrantes. Se me fue el alma a los pies. Entre parntesis, cosas de la vida!, aos ms tarde, cuando yo desplegaba mi actividad evangelizadora a travs de los encuentros de Experiencia de Dios y Jornadas evangelizadoras, y salan a luz mis libros uno tras otro, el citado hermano fue mi mayor panegirista, el ms entusiasta de mis seguidores. Me anim y me am hasta su muerte, seal evidente de que aquella persecucin no era malintencionada, sino pedagoga del Padre.

    Cerrado parntesis.

    Volv a la casa desecho, hundido en el pozo de la amargura. Ahora s, ahora la crisis tocaba fondo. Las circunstancias me haban puesto fuera de combate, casi con ganas de invocar a la muerte. Una tristeza hmeda se adhiri a mis paredes como una hiedra venenosa. "Ser o no ser", he ah el problema. Qu es preferible: recibir sablazos y flechas envenenadas sin ofrecer resistencia o contraatacar con hierro y fuego hasta desmochar torres y aniquilar al opresor? Destruir o ser destruido! Qu es preferible: vegetar dentro de una estructura artificial de muros carcomidos o saltar de una vez al torbellino de la vida al grito de "ah queda eso"? Ese fue el fondo del problema: crisis de vida, crisis de vocacin: quedarme o marcharme. Y todo ello en medio de una polvareda atroz de confusin; y, como de costumbre, y para mi desgracia, sin abrir a nadie las puertas de mi desventura, solitariamente. Vegetar en una existencia sin belleza ni alegra, qu sentido tiene? Sera como arrastrar por el pramo la sombra de mi sombra.

    Pas varias semanas en este estado de nimo. Un da, tom el auto, sal de la ciudad y me intern en la precordillera. Haba de ser el primer "desierto". No tena ningn propsito definido. Simplemente, trataba de huir. De qu? De quin? De m mismo? Qu quera: dormir, evadirme de todo? Fuga final? No lo saba. Dej el auto en un lugar seguro, y me intern en las primeras estribaciones de la cordillera. Fueron tres o cuatro horas, al cabo de las cuales percib algn destello imperceptible de consuelo divino. No poda seguir as. Qu hacer? Contraatacar a los que atacaban o entregarme? Pero entregarse a quin? Qu poda significar entregarse a los que me golpeaban? No tena sentido. Habra una alternativa para salir de este crculo de muerte? Y si me entregara ciegamente en Sus Manos? No sera sta la solucin? Al vislumbrar esta solucin, un mnimo repunte de paz asom a mi alma: poca cosa era; pero para m, en este momento, era mucho. Regres a casa con nimo de repetir la experiencia.

  • A los pocos das, tom de nuevo el auto y me desplac al mismo lugar cordillerano, permaneciendo all seis horas. Me dediqu fundamentalmente a una actividad reflexiva sobre el nico punto que, en ese momento, ms me preocupaba, a saber: qu significa entregarse y qu actitudes prcticas involucra; porque intua que slo por ese sendero volvera la paz, como vuelven las aves vespertinas para dormir en sus nidos. Comprend que, ante todo, yo necesitaba hacer un acto de fe. Tena que atravesar el bosque de las apariencias, despegar mis ojos de las causas empricas, olvidarme de las estructuras psquicas, y, despus, tomar un teleobjetivo para mirar por encima de los fenmenos naturales y, detrs de todo lo que se ve, descubrir al que no se ve: el Padre. O sea, tendra que haber ante todo un homenaje de fe. No es la fatalidad ciega la que, como un negro corcel, impone y determina cuanto sucede a nuestro lado, ni somos hojas de otoo a merced de las reacciones psicolgicas o de los condicionamientos genticos. No. El Padre, auriga que gobierna y mueve con hilos invisibles las leyes y fuerzas de la creacin, permiti que las centellas de infundios y falacias cayeran sobre m. No fue castigo, sino predileccin. En el enorme planisferio de su mente que abarca el hoy, el ayer y el maana, el Padre tena diseada para m una pedagoga que me conducira, por una senda de espinos y piedras, al reino de la sabidura y la libertad. El no puede permitir un dao irreparable para su hijo. En suma, entregarse implica poner en Sus Manos un cheque en blanco, un voto de confianza, y proclamar a los cuatro vientos: Todo est bien! Fue lo mejor!

    Pero no era suficiente. A pesar de estas evidencias, mi mundo emocional segua destrozado a zarpazos, y las claridades mentales no me aportaban ningn alivio. Tena que abordar, al menos a nivel analtico, ese universo cicatrizado a dentelladas, situacin dolorosa que alcanzaba calados muy hondos. A estas alturas yo no saba nada del Abandono. A pesar de todas las claridades tericas, la verdad es que cuando me venan a la mente los recuerdos dolorosos, no poda evitar un estallido interior de indignacin. Cmo apagar ese fuego? Los hechos ya estn consumados y, en ese momento, nadie poda hacer nada para que aquello que sucedi no hubiera sucedido. Por otra parte, ya haba renunciado al contraataque, a devolver mal por mal. Haba visto tericamente que la solucin estaba en entregarse. Pero, hablando vitalmente, qu habra que hacer para entregarse? Comenc a intuir que el problema pudiera ser la mente. Estaba dndome cuenta de que, cuando mi mente comenzaba a recordar algunas de aquellas escenas de persecucin, mi corazn se encenda de clera.

    Tom conciencia de que siempre que mi mente daba vueltas y reviva aquellas persecuciones se mantena vivo y alto el fuego de la irritacin, que, a su vez, se converta en rencor, que, al final, slo a m me quemaba. Al parecer, pues, la solucin consista en reducir mi mente a silencio. Tendra que haber un homenaje de silencio. Simblicamente hablando, tendra que reclinar la cabeza en Sus Manos con la mente callada y el corazn apagado. Necesitaba llevar el problema al terreno emocional porque estaba manejando un material emocional de alta sensibilidad. Tendra que aniquilar los brotes de la rebelda y del orgullo; pero, cmo? Transformar el dolor en amor, pero de qu manera? Al parecer, la solucin estaba en entrelazar las manos de la fe y el amor.

    Mi Padre, que es un vasto ocano de amor, y que ya me lo haba dado a probar, y de qu manera!, todo lo que permite en mi vida ser para mi bien, porque me ama. De manera que cualquier eventualidad, drama o desenlace que me ocurra no puede ser una desgracia, sino una muestra de cario; y si hoy no lo veo as es porque estoy metido en una turbulencia, pero un da lo ver.

  • As, pues, si el Padre permiti aquella crueldad, est bien! Si permiti que la persecucin se enroscara a mi cintura, est bien! Si permiti que el infundio enlodara mi nombre, est bien! Oh maravilla! Comenc a darme cuenta de que al decir con toda mi alma: est bien!, en el acto se apagaba la indignacin. Ms an, tambin me percat de que, en el mismo acto, quedaba borrado de mi mente el recuerdo amargo. Fue un descubrimiento, un eureka. Con el tiempo comprob que esta frmula tan simple ("est bien") era exactamente equivalente a la frmula bblica de los Pobres de Dios: Hgase.

    Al cabo de las seis horas senta la alegra de haber descubierto un camino de liberacin. Ahora lo importante era recorrerlo asiduamente y con firmeza. Regres a la casa con el propsito de recorrer decididamente este camino de liberacin en la prxima salida.

    Terapia intensiva

    Pasaron varios das sin que pudiera ausentarme a la cordillera, a causa de los compromisos en el instituto. En la semana siguiente tom de nuevo el auto, y sal, con un bolso lleno de frutas y una botella de agua, dispuesto a pasar el da entero, y resuelto a vivir la gran jornada de liberacin. Llegu al lugar habitual, pero como se trataba de un da especial, me pareci que tambin el lugar deba serlo; as segu avanzando por la carretera zigzagueante que conduce a Farellones, primera estacin de esqu y deportes de invierno de Chile. Pronto divis una pequea arboleda a unos 100 metros de la carretera; all me dirig y all me instal para todo el da. No fue un da fcil. Se trataba de sanar las heridas, y por primera vez supe experimentalmente que las heridas no se sanan de una vez para siempre, que la palabra "total" es la palabra ms falaz del diccionario, que no existe nada total, no existe una conversin total, una sanacin total; todo es un proceso lento, evolutivo, y con muchos retrocesos. Por primera vez experiment este carcter evolutivo y zigzagueante de todo proceso de elevacin o superacin.

    Consciente de tener que manejar una materia emocional, intent colocarme de entrada en un estado interior emocional. Trat de revivir serenamente la noche de Gallipienzo. Como era de esperar, aquella marea ya se haba retirado. Sin embargo, no me result difcil despertar sentimientos vivos de gratitud y admiracin. Trat de internarme en el mar de aquella noche. No era lo mismo, pero s evocacin y una aproximacin. Por largos momentos invoqu con ternura al Padre, lo aclam como maravilloso Pap, le solt un chorro de expresiones de admiracin, alabanza, agradecimiento. Y, por sobre todo, la actitud fundamental de mi alma en aquella maana fue la invocacin: lo invoqu de mil formas y maneras: como Pap, como Mam, como ternura, como dulzura...

    Lograda aquella atmsfera interior emocional, paso a paso, y no sin cierta aprensin, comenc a recordar los pasajes ms dolientes, uno por uno, las expresiones ms hirientes de aquella aciaga temporada. Haca una recordacin vivida de cada lance, y deca al Padre repetidamente: "Est bien, Padre, lo que quieras". De nuevo haca vivamente presente otro disparo de ballesta que me haba herido de modo especial, y de nuevo deca: "Est bien, Padre, estamos de

  • acuerdo", repitiendo la expresin varias veces. Y as fui llevando a cabo el mismo procedimiento con las dems heridas an sangrantes, como terapia intensiva.

    Pude hacer varias constataciones dignas de notarse: Cada a