la novena noche

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AGRADECIMIENTOS

T.M.A (Touch Mystique Angel) desea expresar un inmenso agradecimiento a todas aquellas personas que han apoyado y colaborado con este proyecto. Ya que gracias al empeño y dedicación que pusieron fue posible culminar el propósito trazado.Hacemos extensivo este agradecimiento a quienes se interesan por saber lo que estamos haciendo en el blog y con ello nos animan a continuar trabajando, esperamos que este material llene sus expectativas y sobre todo que les guste.

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SINOPSIS¿Crees que sabes cómo son las hadas sólo porque te contaron cuentos sobre ellas cuando eras pequeño? Sólo sumergiéndote en esta hechizante novela podrás realmente conocer su mundo, que se esconde debajo de Central Park…Kelley Winslow está muy cerca de cumplir su gran sueño: convertirse en actriz. Tiene diecisiete años, y acaba de mudarse a Nueva York para empezar a trabajar en una compañía de teatro de Broadway. Aunque su papel debía ser secundario, Kelley tendrá que sustituir a la actriz principal. Así, Kelley será Titania, Reina de las Hadas en El sueño de una noche de verano.Pero Kelley no puede imaginar cuán cerca de la realidad está este mundo de fantasía, ni cómo el encuentro casual con un misterioso joven la iniciará en un universo de magia y de amor.

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Samhain31 de Octubre

“De aquí para allá,de allí para acá;

soy temido en todas partes.Duende aplícales tus artes.”

Las inquietantes palabras de Puck, resonaban en los oídos de Kelley, cuando levantó la cabeza, luchando contra la oscuridad que amenazaba con caer sobre ella. Observó con horror, que el tiovivo de Central Park, se ponía en marcha con una sacudida, iluminado por la luna, que asomaba entre las nubes. Aunque, no había nadie que accionara el mecanismo, la plataforma emprendió el movimiento y los caballos pintados empezaron a subir y a bajar. Los remaches dorados, las piedras preciosas que recubrían las sillas y las bridas lanzaban destellos como si cientos de seres malévolos y perversos le guiñaran los ojos a Kelley.

En el cielo, por encima del carrusel, entre nubarrones teñidos de rojo y negro y sacudidos por vientos feroces, apareció, suspendida en el aire, una figura a lomos de un brioso caballo ruano. Kelley, notó el aguijonazo de las lágrimas, que resbalaron por sus mejillas, cuando, al levantar la vista, se encontró con los ojos del jinete. Él la miró desde las alturas, frío, inmisericorde, sin el menor atisbo de reconocimiento en su rostro hermoso, hechizado.El Caballo Ruano, enloquecido por la presencia del Jinete que llevaba a la grupa, relinchó, desafiante. Encabritándose, retrocedió antes de emprender el paso con cascos de fuego.

El tiovivo daba sus primeras vueltas.

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Y entonces, emprendieron el galope. Agitando las patas, enloquecidos, se internaron en la noche, siguiendo un camino invisible que conducía al corazón de la tormenta.

Tras siglos encarcelada, inmovilizada por las cadenas de un sueño inquieto, hechizado, la Cacería Salvaje despertaba.Era el Samhain. Esa noche cabalgarían. Esa noche matarían. Nada en el mundo detendría al escuadrón de los duendes... y menos con el Jinete y el Caballo Ruano, a la cabeza de la expedición.

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"Soy temido en todas partes.Duende, aplícales tus artes.”

UNO.

¿Cómo que "ascendida"?

Kelley Winslow, notó que se le aceleraba el pulso. Aquélla, era la quinta semana de ensayos de “El sueño de una noche de verano”, de Shakespeare, en el Gran Teatro Avalón. No importaba que los Actores de Avalón —una compañía de repertorio, de tercera categoría, que actuaba tan a las afueras de Broadway que, en realidad, ya casi actuaba en Hoboken— sólo hubiera contratado a Kelley, en calidad de sustituta, lo que equivalía a decir que la habían contratado como auxiliar de escena. Era su primer papel de verdad como actriz, después de la desastrosa experiencia escolar y, con apenas diecisiete años, se alegraba de contar con un programa de creación de currículums por ordenador. Pero ese día, recién llegada al teatro, “Mindi”, la directora de escena, acechaba ya dispuesta al ataque.Kelley, cargaba una caja con objetos de atrezzo, que había ido a buscar a la furgoneta de la compañía, aparcada fuera, y llevaba unas alas de hada sobre los hombros. (Era la única manera de transportarlas, sin torcer sus armazones de alambre).

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—¿Cómo que “ascendida”? —repitió—. ¿Qué quieres decir?—Que no hace falta que te quites las alas, niña. —Le arrebató de las manos, la caja con los cachivaches—. Nuestra querida “Diva de Winter” acaba de romperse un tobillo.

Está fuera de servicio, lo que implica que tú, pequeña sustituta, accedes al papel principal de Titania, la reina de las hadas, en esta función.Kelley se quedó muda. Había soñado muchas veces con ese momento, pero por más que había visto en los ensayos a Barbará deWinter sobreactuar y aburrir escena tras escena, jamás deseó que le ocurriera nada malo. Sin embargo, en ese instante sintió, no sin una punzada de culpabilidad, que la alegría se abría paso en ella.

“Llegó el momento. Ésta es mi gran oportunidad…”

— ¡Eh! —Mindi, le dio un codazo amistoso—. Ya basta de soñar despierta. Estrenamos dentro de diez días y Quentin está... bueno, por decirlo suavemente, nuestro estimado director está algo asustado. O sea, que te sugiero que te enfundes una falda de ensayo y subas tu culo de sustituta al escenario, para que el Poderoso “Q” pueda repasar contigo tus escenas. Buena suerte.

“Mis escenas. Mis escenas…”

Con un torbellino de ideas en la mente, Kelley estuvo a punto de chocar con el actor que interpretaba el papel de puck y que, en ese momento, con gran agilidad, se descolgaba por la tramoya cantando:

—”Me he puesto colorado”. Curioso, porque en realidad todo él era de color verde, de un verde pálido iridiscente, de la cabeza a los pies: pelo, piel, ojos, así como su frondosa túnica. Uno de los

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actores le había dicho a Kelley, que se llamaba Bob, pero al parecer era un actor del “Método” y había exigido que lo llamaran exclusivamente por el nombre de su personaje, siempre que fuera maquillado y vestido como tal. Si no, amenazaba con abandonar la producción.

“Actores chiflados.”

Entre él y el igualmente exigente y muy inglés director Quentin St. John Smyth, Kelley, empezaba a pensar, que el Gran Avalón, era un manicomio. Abrió de par en par las puertas del guardarropa, rebuscó en el colgador de las faldas y se puso una por encima de los vaqueros, abotonándosela lo mejor que pudo con dedos temblorosos.

—”Hadas, escapad de aquí" —murmuró—. No, no es eso...

“Oh, Dios Mío, ¿cuál es mi primera réplica?”, se preguntó, frenética.

—”Ésas son las falsedades de los celos..." Oh, mierda. —Se estaba quedando en blanco—. ¡Ni siquiera, es la entrada correcta!El corazón le latía con fuerza, y apoyó la cabeza en el marco de la puerta.

“Esto es lo que has querido toda tu vida”, se dijo a sí misma, muy seria. Todos aquellos años, interpretando monólogos ante los animales domésticos de casa, todos aquellos meses suplicando a la tía Emma, que le permitiera trasladarse a Manhattan, para al menos intentarlo. “Ésta es tu oportunidad. Sal ahí y demuéstrales lo que vales.”

Sintiéndose algo más segura de sí misma, aspiró hondo y recorrió a toda prisa el pasillo y la zona de bambalinas, en el preciso instante en que Puck, arrojaba un puñado de purpurina al aire.

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Kelley, ahogó un grito, sobresaltada, mientras la nube de chispas se le iba posando en el pelo, el rostro, los hombros.

—Oh, muchas gracias, Bob —susurró, sacudiéndose el polvillo dorado.

Aquellos brillos, al menos, hacían juego con su camiseta vintage, de Mi Pequeño Poni.

—Pero, ¿va a llegar hoy? —Kelley, oyó la voz airada de Quentin, atronar en el teatro y sintió que el nerviosismo se apoderaba de ella, una vez más. Recogiéndose un poco la falda, corrió hacia el escenario.

Una vez allí, bajo los focos, descubrió que el polvillo de hada brillaba tanto, que resultaba cegador. Distraída, se vio tropezando tanto con el dobladillo de la falda, como con las réplicas de su personaje. El corazón le latía cada vez más deprisa, mientras desde una de las hileras de asientos, que estaba a oscuras, le llegaban los gruñidos y resoplidos exagerados del director, que presenciaba sus ridículos traspiés. Tras cuarenta y cinco minutos, sólo habían avanzado ligeramente en la escena en que Titania, hacía su primera aparición. En ese tiempo, Kelley, ya había conseguido destrozar la mitad de sus réplicas, tropezarse con un banco y pisar a Oberón. Además, había estado a punto de caerse del escenario y aterrizar en el foso de la orquesta, pero, en ese momento, Quentin, misericordioso, había concedido un descanso.

—Kelley. Te llamas Kelley, ¿verdad? —No esperó su respuesta-. Bien, dime... ese fragmento que has interpretado... ¿era del Infierno de Dante?

—Eh... no -balbució ella, que se notaba la cara ardiendo. —¿De verdad que no? “De ésta no salgo”. —¿Estás segura? —Prosiguió él—. Porque, de esta obra, desde luego no era. Y la verdad, es que sonaba infernal.

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—Es que... —¿Sabes? Por más..., asumámoslo, ¿de acuerdo?... por más, absolutamente incompetente que se haya mostrado nuestra anterior diva en este papel —Quentin, subió de un salto al escenario y rodeó a Kelley, como un tiburón al acecho—, contaba con una ligerísima ventaja sobre ti, encanto. —Eh... ¿en serio? —Pues sí. ¡Al menos, ella se sabía el texto! —Todo el elenco de actores, dio un paso atrás, para evitar el radio de acción, de aquella voz atronadora—. Y aunque, valoro el empeño que has puesto en salir tan resplandeciente... —Kelley, trazó una mirada asesina a Bob, que de pronto, parecía enfrascado en el estudio, de algo oculto bajo una de sus uñas (seguramente una mota de purpurina)—..., ¿qué clase de suplente no se sabe el maldito texto? —¡Sí que me lo sé! —Protestó ella—. Bueno, me lo sabía. Hace un segundo. Entre bambalinas. La sonrisa burlona del Poderoso “Q” aumentó de tamaño. —Vaya, eso es maravilloso. En ese caso, lo mejor será hacer pasar a los espectadores al camerino, de dos en dos, o de tres en tres, y actúas para ellos allí. —Yo... “Oh, Dios mío”, pensó Kelley. “Esto es igual que en la, escuela de teatro”. La sangre le latía con fuerza en los oídos, y por un momento, le pareció que iba a desmayarse. O a vomitar. Delante de todo el mundo. Se ruborizó, sólo de pensarlo. —A menos que, tu maravillosa predecesora se cure milagrosamente, tienes menos de dos semanas, para aprenderte el papel. Menos de dos semanas. Esta producción se estrena el I de noviembre, nieve o truene. Y por lo que veo, seguro que sucederán ambas cosas. —Se volvió bruscamente, girando sobre sus talones y agitó una mano para despedir al personal—. Está bien, muchachos, paramos para comer. No tiene sentido, prolongar más esta situación absurda. A las dos en punto todos aquí para las escenas corales. Y tú —añadió, mirando a Kelley, fijamente—, estúdiate el texto.

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El teatro, no tardó en quedar desierto. Nadie parecía interesado en demorarse mucho, después de aquello, y mucho menos, de permanecer cerca de la nueva Titania. Kelley, avanzó a trompicones hasta la salida, y una vez en las escaleras exteriores se derrumbó. —¿Kelley? Se volvió al oír su nombre, pronunciado por el caballero Jack Savage, el actor que representaba el papel de Oberón, el rey de los duendes y las hadas. Era un veterano de las tablas. A sus cincuenta y pocos, su presencia resultaba imponente y poseía una voz capaz de fundir el hielo o desconchar la pintura, dependiendo de cómo decidiera emplearla. —Hola, Jack -dijo, secándose los ojos, avergonzada. —Pardiez, querida —replicó él, cortés—. Sé que el Poderoso “Q” aúlla como un alma en pena, pero, en serio, no debes consentir que ese viejo necio te altere. —Se sentó a su lado, en el peldaño, desenroscó la tapa de su destartalado termo y se sirvió un poco de café. El aroma intenso, tostado, de aquel grano colombiano, la reconfortó. Kelley, le dedicó una sonrisa compungida. —Jack... supongo, que sabes que la gente, la mayoría de la gente, no usa la palabra “pardiezo”, en una conversación normal, ¿verdad? —Pues yo he iniciado en solitario una cruzada para volver a ponerla de moda, junto con “voto a bríos” y “vive Dios”, sin olvidar “repámpanos”. —Tomó un sorbo de café y le dio una palmadita en la rodilla, con afectación paternal-. Todos tenemos una misión en la vida, querida. Y ésta es la mía, por más quijotesca que resulte. —¿Y si no es mi caso? —Kelley, mantenía la mirada fija en las puntas de sus zapatillas deportivas, esforzándose por reprimir las lágrimas. Sentía, o mejor dicho, sabía, que acababa de arruinar su gran oportunidad—. ¿Y si no tengo una misión: quiero decir, un destino? —Imposible. —¿Por qué? —Alzó la vista para mirarlo, ansiosa por conocer su sincera opinión. Jack, arqueó una ceja gris, elegante.

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—Soy el rey de los duendes y las hadas, querida —le dijo, guiñándole un ojo-. Y todos esos polvos mágicos, me han proporcionado grandes dotes de observación. —Jack, hablo en serio. —Yo también. —El actor, cambió de gesto y compuso un rictus serio—.Kelley... tienes diecisiete años. Estás sola en Nueva York. Y persigues un sueño que casi toda la gente en sus cabales consideraría inalcanzable, o una completa pérdida de tiempo. Créeme, sé de qué hablo. Y eso indica que, o eres una persona muy atrevida, o estás loca. Yo, personalmente, sospecho que hay un poco de todo. Y también, que eres de esas escasas personas, con el talento natural suficiente, para arriesgarse y probar suerte. Kelley, soltó una risotada escéptica. —Pero ya has visto lo que he hecho ahí dentro, ¿no? —Y lo he oído, sí -se burló Jack-. Te has equivocado, casi en la mitad de tus réplicas. Pero a mí, no me importa lo que diga Quentin. Para ser la primera vez, no ha estado nada mal. Bueno, algo mal sí ha estado, pero no del todo. Ésa es la cuestión. Ha estado algo mal, pero también algo bien. —¿De veras... de veras lo crees? —Le preguntó Kelley, intentando averiguar si hablaba en serio. —Lo creo sinceramente, sí. —Jack se encogió de hombros y apuró el café—. Tienes voz. Tienes presencia. Y, más importante aún, tienes corazón, pasión, y eres terca como una mula, cosas que podrían llevarte a lugares que la mayoría de nosotros, ni nos atrevemos a imaginar. —Enroscó la tapa del termo—. Llámalo destino, o misión en la vida, pero sea lo que sea, tienes algo especial, y en grandes cantidades. Kelley, no estaba convencida del todo, pero sonrió, agradecida por su bondad.—¿Te ha dicho alguien alguna vez, que tienes un pico de oro, Jack? —Muchas veces. Aunque, por desgracia, ninguno era crítico teatral.—Gracias. —No hay de qué, querida. —Levantándose, Jack, se llevó la mano a un sombrero imaginario y le dedicó un saludo, antes de regresar al interior del teatro.

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La segunda parte del ensayo también terminó antes de tiempo, pero en esa ocasión, no fue culpa de Kelley. (Habría sido difícil equivocarse en las réplicas, pues le habían pedido que ensayara con el texto en la mano.) Aunque a ella, le resultaba humillante no saberse el papel a tan pocos días del estreno, la compañía avanzaba en las escenas corales a tal velocidad y con tan buenos resultados, que Quentin, sólo logró intercalar unos pocos comentarios descafeinados.

Al cabo de un par de horas, dejó marcharse a casi todos los actores, menos a las dos jóvenes que daban vida a Hermia y Helena, porque quería trabajar en sus monólogos. Como comentó con agudeza, y en voz muy alta —para que Kelley, tomara nota— “ellas sí se saben el papel”.

“Mejor para ellas”, pensó Kelley, mientras se ponía la ropa de calle. Recogió sus cosas y salió de allí a toda prisa, antes de que el Poderoso “Q”, cambiara de opinión.

En el exterior, el cielo de octubre lucía un azul intenso y el aire era tibio. El sol brillaba con fuerza, y a Kelley, le vinieron al recuerdo los días otoñales en los Catskills. Al instante, la invadió la nostalgia. “¿Por qué estoy haciendo todo esto?”, se preguntó.

En los seis meses que llevaba en Nueva York, no se había cuestionado ni una sola vez, las grandes decisiones que había tomado en su vida: graduarse lo antes posible en secundaría y abandonar sus estudios teatrales, para trasladarse a la ciudad, dejando atrás a los pocos amigos que tenía, además de a su tía Emma, que la había educado tras la muerte de sus padres, hacía doce años. Kelley, era todo lo que Emma tenía, y sentían adoración la una por la otra; pero Kelley, en lugar de continuar sus estudios en la cercana universidad estatal, lo que le habría permitido visitar a su tía los fines de semana, se había ido a vivir a la ciudad más dura de Estados Unidos, persiguiendo un sueño

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egoísta, para el que -había que reconocerlo, se decía a sí misma- al parecer no servía. Por más que dijera Jack.

Aminoró el paso al llegar a la Octava Avenida, con pocas ganas de subir a la cuarta planta del edificio, a aquel apartamento, que ahora era su hogar. Claro, para ella, el hogar era otra cosa. Era cielo, hierba, árboles, bosques desde su vieja ventana. Y paz.

Kelley, se detuvo en la esquina de la Calle Cincuenta y Cinco. Central Park, quedaba a unas pocas travesías. Allí, sí encontraría árboles y hierba, y bancos en los que sentarse tranquilamente a repasar el texto, lejos del bullicio de la ciudad. Sin pensarlo más, dio media vuelta y acelerando el paso, enfiló hacia el este.

DOS.

Sonny Flannery, abrió los ventanales y salió a la terraza de su ático. Con la agilidad de un gato, subió de un salto a la amplia barandilla de granito. Sin dejarse impresionar por las diecinueve plantas que lo separaban de la calle, se apostó allí, como una

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gárgola, los codos apoyados en las rodillas y las manos, largas y finas, colgando frente a él, mientras contemplaba las sombras vespertinas de los innumerables rascacielos de Nueva York, alargarse sobre Central Park.Era demasiado temprano aún, no había motivo para el nerviosismo que sentía. Todavía faltaban varias horas, para que se abrieran Las Puertas y, sin embargo, la sola idea de lo que se avecinaba, hacía que la adrenalina resonara en sus venas como un canto de sirena. En una ocasión había oído un canto de sirena de verdad, y no había sido nada bonito. Atractivo, sí, pero bonito, no. Por debajo de la melodía encantadora y desgarradora de las sirenas, lo único que Sonny, había oído, eran las notas discordantes del hambre y la ira. Necesidad. Locura y pesadillas. Compulsión.La clase de compulsión, que lo llevaba a bajar cada noche al parque, desde hacía un año, a fin de prepararse para lo que estaba por venir cuando Las Puertas del Samhain, se abrieran y lo único que se interpusiera entre el “Otro Mundo” y el reino mortal, fueran ellos, los Trece Guardianes, conocidos como los “Trece Janos.”Aquél, era su primer año de servicio en el grupo, y sería la primera vez que custodiaría las Puertas. La impaciencia lo devoraba.

La brisa de octubre era fresca, y más a semejante altura, pero, incluso, sin camisa y descalzo, con sólo unos vaqueros puestos, a Sonny, no le afectaba el frío. Por eso, cuando la temperatura cayó en picado en el apartamento, a su espalda, lo presintió de inmediato.

—Señor —dijo sin volverse a mirar—. Bienvenido.—Sonny. —El saludo, le llegó flotando por el aire.Desde su puesto de vigía, en la balaustrada, Sonny, volvió la cabeza para encontrarse a Oberón, rey de la Corte de los Duendes Malignos, apoyado en el quicio de la puerta. El pelo, una mata negra como el azabache salpicado de hilos de plata, le caía

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por los hombros y la espalda a capas espesas. Llevaba un manto hecho con pieles de lobo.—La puerta —dijo Oberón, con su voz grave y melodiosa, en la que resonaban los chasquidos de un lago helado al resquebrajarse en una noche de invierno— no estaba cerrada con llave.—Lo sé. Los visitantes indeseados, jamás pasan del mostrador de recepción del edificio. Y los otros, no suelen llegar en ascensor, por lo que normalmente no me molesto en cerrarla.Sonny, sabía muy bien que Oberón, no había entrado franqueando la puerta. Al rey del Invierno, señor de lo Maligno, no le hacían falta aquellas nimiedades llamadas “Puertas”. Se limitaba a mostrarse educado. A su particular manera, claro.El rey de los duendes torció el gesto.—¿Indeseados?—No me refiero a vos, señor. Por supuesto.Sonny, sonrió y saltó al suelo de la terraza. Sus pies descalzos atravesaron el espacio abierto sin producir el menor ruido.—Por supuesto.—Me refería, a que muy pronto tendré que preocuparme de mantener cerradas muchas puertas.—Así es. —Los ojos fríos de Oberón, resplandecieron.—En cualquier caso, estáis en vuestro apartamento. —Sonny alargó la mano y señaló con ella la sucesión de suelos pulidos y muebles caros—. Yo sólo vivo en él.Era cierto. Los decretos de Oberón, prohibían a los duendes todo contacto con el reino de los mortales, y sus encantamientos hacían prácticamente imposible, que ese contacto se produjera. Pero, en tanto que rey de la más poderosa de las cuatro Cortes de los duendes y las hadas, Oberón, podía entrar y salir de él a su antojo. Llevaba años haciéndolo, y de tanto tratar con los humanos, el monarca había amasado un impresionante catálogo de valiosísimas propiedades, entre ellas el ático esquinero de Sonny, con vistas a Central Park West. Para la mayoría, la palabra “suntuoso”, se habría quedado corta para describir la vivienda del joven jano; muchos neoyorquinos, estarían dispuestos a vender partes de su cuerpo, por hacerse con un lugar como aquél. Pero

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Sonny, se había criado rodeado del esplendor de los palacios de Oberón.Sonny, era un “arrebatado”, un ser humano raptado del reino de los mortales, por unos seres de naturaleza divina, que no solían engendrar criaturas propias. Como tardaban un siglo entero, en vez de unos pocos años, en alcanzar la edad adulta (pues en el Otro Mundo, el tiempo se comportaba de un modo distinto, a como lo hacía en el reino de los mortales), los arrebatados, servían de hijos adoptivos de hadas y duendes, caminaban por brillantes salones de palacios esplendorosos, y descansaban y comían opíparamente bajo pérgolas y doseles. Eran mortales, convertidos casi en inmortales, y vivían en aquel lugar ajeno al tiempo, de ensueño, consentidos o ignorados por sus caprichosos amos, a veces adorados, en ocasiones torturados. Pero siempre, sometidos a los designios de los duende.

—¿Te resulta adecuado el alojamiento? —La voz del rey sacó a Sonny, de su ensimismamiento.—No es un hogar, si es eso lo que preguntáis.—No, no es eso lo que preguntaba.—Por supuesto, señor. —Sonny, inclinó la cabeza, recordando quién era él, y con quién estaba hablando—. El apartamento está bien. Gracias.—Qué suerte, que el anterior inquilino lo desalojara a tiempo para que tú lo ocuparas.—El año pasado, un glaistig le rebanó el pescuezo.—En efecto. —El rey esbozó una sonrisita cruel—. Pero fue algo fortuito.Sonny, decidió cambiar de tema.—¿Puedo ofreceros un refresco?—La ocasión exige que sea yo quien te lo ofrezca. —Oberón, se desplazó hacia el interior de la sala, arrastrando a su paso un viento frío. De pronto, se volvió sosteniendo en la mano una botella oscura, rematada por un tapón de seguridad plateado. Instantáneamente, a Sonny, se le hizo la boca agua. Vino de duendes. Las libaciones de los mortales, no alcanzaban ni por asomo, la perfección de sabor del licor, que contenía aquella

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botella. Al rey pareció divertirle la expresión de Sonny—. Debemos celebrar tu primer año como guardián jano.—Sois muy amable, señor. Pero todavía no he sido puesto a prueba.—Si tuviera la menor duda de que lo harás bien, no estaría aquí, muchacho. Claro que... tampoco estarías tú. —Sonny, no sabía a ciencia cierta, si el rey de los duendes, hablaba en serio o en broma. Vio que Oberón, cogía dos copas de vino del estante de la cocina. Tras girar hábilmente el tapón plateado de la botella, sirvió el líquido chispeante conmano generosa—. No tengo queja —prosiguió, encogiéndose de hombros, en un gesto elegante y tendiendo una copa a Sonny—. Eres el mejor jano, que he escogido nunca. Mejor, incluso, que Maddox, y que Fennrys el Lobo.Sonny, reprimió el impulso de salir en defensa de su amigo Maddox, consciente de que no era sensato mostrar sus discrepancias ante un halago del rey—. Felicidades —brindó el monarca—. Y buena cacería.Sonny, levantó también su copa y tomó un sorbo de vino, silenciando el gruñido de placer, que le provocó su sabor. El vino de los duendes, burbujeaba de tal modo, que parecía hecho de estrellas diminutas.—Titania te envía recuerdos.El placer que le causaba el vino, se esfumó al momento y se estremeció al pensar en la reina de la Corte Benigna, Titania, poseedora del encanto elemental y la belleza de una tormenta de verano... E igual de peligrosa.—Te desea suerte.“Apuesto a que no ha especificado si se trata de buena o de mala suerte”, pensó Sonny, pero fue lo bastante prudente, como para guardarse para sí sus reflexiones.—¿Significa eso, que la reina del Verano y vos, mantenéis relaciones cordiales, señor?—De momento.Por supuesto, en el Otro Mundo —en el reino de los duendes—, el tiempo no significaba nada. Un “momento”, podía durar años... o desvanecerse en un instante. Al menos, pensó Sonny, si el trato

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entre Oberón y Titania, era civilizado, eso significaba que ella no interferiría, mientras duraran las Nueve Noches, lo que suponía todo un alivio. El Verano, y el Invierno casi nunca se ponían de acuerdo. Sonny, se preguntó fugazmente por las otras dos cortes —las conocidas, como Cortes Sombrías—, y por sus respectivos e impredecibles monarcas. La reina Mabh, gobernante caprichosa de la malévola Corte Otoñal, y Gwyn ap Nudd, el raro y misterioso señor de la Primavera. Las alianzas entre los monarcas, resultaban traicioneras, cambiaban constantemente, y a Sonny, le maravillaba la maestría de su señor para mantenerse a flote en medio de aquellos mares procelosos.Oberón, dio unos pasos al frente e indicó a Sonny, que lo siguiera hasta el balcón. Durante un instante prolongado, permanecieron en silencio, apoyados en la balaustrada. Mucho más abajo, se extendía, bucólico y sereno, el manto verde de Central Park.—No me falles, Sonny.—No os fallaré, señor.—Y este año, menos que ninguno. No debes fallar.Un silencio denso se instaló entre ellos, y Sonny, miró a Oberón de reojo. La piel, pálida y perfecta en torno a los ojos del rey, estaba tensa; pero tenía el ceño fruncido.—Parecéis... preocupado, señor. Incómodo...Oberón, se volvió, murmurando para sus adentros, como si el joven jano se hubiera esfumado y él estuviera solo.—Mis súbditos se aferran a las cadenas de la Entrada del Samhain, con uñas y dientes. Golpean las Puertas, unas puertas que yo he cerrado, con mazas y espadas. Serían capaces de arrancarse brazos y piernas unos a otros, de morir aullando, por atravesar esa rendija infernal, que separa el mundo de los duendes, del de los mortales. Por pasar de allí hacia aquí. Para conocer este... reino enfermo, contaminado. ¿Qué parecería yo entonces... —preguntó el rey de lo maligno—... si permitiera que escaparan de mi reino... para retozar con mortales? —Más que pronunciarla, esta última palabra la escupió de los labios.—Yo soy... mortal, señor —observó Sonny, en voz baja.

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—Tú eres un jano. Yo te he creado. La mortalidad no tiene nada que ver contigo. —Oberón, echó hacia atrás la cabeza y apuró el resto del vino de un trago—. A menos que mueras, claro está.El rey de los duendes, subió de un salto a la balaustrada. Abriendo mucho la capa, se arrojó a la nada y el aire se arremolinó a su paso como una voluta de humo.En su lugar, un halcón de alas negras como el azabache, sobrevoló el parque, piando con furia.

Menos de media hora después, Sonny, acechaba los senderos tortuosos de la Ramble, en Central Park, como un gato cazador, proyectando la mente para tocar las cuatro esquinas de la Puerta del Samhain.

A menudo, se preguntaba qué pensarían los neoyorquinos, si alguna vez descubriesen la verdad sobre su adorado Parque Central: que los más de tres kilómetros cuadrados de santuario verde, ondulado, situado en pleno centro de la ciudad, no eran más que un disfraz, una fachada construida con esmero para enmascarar la puerta de separación entre el mundo de los mortales y el Otro Mundo, el de los duendes.Hacía apenas un siglo y medio que existían cuatro puertas como aquélla: Samhain, Beltane, Imbolc y Lúnasa, repartidas por el Viejo Mundo: pasajes por los que los espíritus podían ir y venir, relacionarse con el mundo de los mortales. Pero una vez los duendes y las hadas empezaron a emigrar masivamente al Nuevo Mundo a través del mar, las Cortes de los duendes decidieron reubicar una de las Cuatro Puertas en esa nueva tierra en la que se habían instalado tantos mortales, que, además, creían en duendes.Cuando, a finales del siglo XIX, empezó a construirse Central Park, la Puerta del Samhain quedó en el interior de sus confines. Oculta para la población de la ciudad, se fundió sin fisuras, de modo invisible, con el creciente oasis urbano, proporcionando un patio de juegos perfecto para quienes cruzaban del otro lado, un lugar de naturaleza exuberante y, por eso mismo, un hábitat

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natural para hadas y seres mágicos en medio de la cada vez más frenética actividad urbana.La Puerta del Samhain, proporcionó diversión sin límites para los habitantes de ese Otro Mundo de los espíritus, pero no duró mucho.Unos decenios después de que concluyeran las obras del parque, a principios del siglo XX, Oberón se ocupó personalmente de cerrar las cuatro Puertas. Airado, por una transgresión mortal, el rey pronunció un encantamiento que las sellaría para siempre, de modo que el reino de los duendes y el de los mortales quedaran separados.Pero el hechizo de Oberón no salió del todo bien.En una de las puertas había quedado un resquicio.

La puerta que se alzaba en el centro de la bulliciosa metrópolis, que era Nueva York se abría una vez al año, desde que se ponía el sol el 31 de octubre hasta que salía el 1 de noviembre. Y no sólo eso: cada nueve años, la puerta permanecía abierta de par en par durante nueve noches, siendo la del Samhain la última de ellas.Por eso Oberón había decidido que, ya que no podía mantener cerrada la puerta, congregaría, desde todos los reinos de los duendes, a los arrebatados más prometedores de entre los mortales.Tras reunir a trece de ellos, los había entrenado y dotado de las habilidades que les permitirían custodiar la puerta en su nombre.La recién creada Guardia de Janos no dejaba de resultar algo contradictorio. Pero se trataba de un grupo bastante pragmático que comprendía la realidad de la situación: o servían al rey de los duendes, o morían. Así que todos decidieron servirle.De hecho, le sirvieron tan bien que la mayoría de ellos no pudo regresar a casa, a su vida en el Otro Mundo. La Guardia de Janos había llegado a adquirir una reputación tan temible que sus integrantes no eran bienvenidos en ninguna parte; los rechazaban por asesinos y los llamaban «monstruos» los mismos duendes que, en tiempos pasados, los trataban como mascotas y juguetes; la suya era una vocación solitaria.

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Sonny apartó de su mente aquella idea y se concentró en la Puerta. En su condición de jano, no sólo era capaz de percibir el parque, sino que «sentía» a todas las criaturas que vivían en él. Parpadeaban en su mente como llamas de vela: de color amarillo, pálido..., si eran humanos. Esa noche percibía menos que de costumbre. Según le habían dicho, los humanos tendían a evitar el parque de modo instintivo cuando la Puerta se abría.Diseminadas aquí y allí por todo el perímetro del parque, sentía las otras llamas: azules y verdes, unas pocas rojas. Se trataba de los duendes perdidos, los que habían logrado escapar con éxito al control de los janos en los años pasados y que, una vez cruzado el umbral, vivían en secreto en el reino de los mortales. Aquellos seres no eran de su incumbencia, y desaparecerían mucho antes de que se pusiera el sol, para no cruzarse con los janos.Pero había algo más.Algo —alguien— distinto había entrado en el parque.Concentrándose, Sonny proyectó la mente hasta notar una presencia... muy diferente del resto. Aquella llama no ardía con brillo constante, sino que chisporroteaba errática, como el resplandor de la pólvora.Alertados sus sentidos de jano y avivada su curiosidad, decidió investigar. Aquella presencia extraña se movía despacio. Serpenteaba de modo tortuoso, y reconoció que seguía uno de los senderos de la zona del parque conocida como jardín de Shakespeare. Miró hacia el cielo. Faltaba una hora exacta para el crepúsculo y la apertura de la Puerta. Intrigado, echó a correr en pos de aquella chispa.Cuando llegó al lugar donde la «pólvora» se había detenido, aminoró el paso y se aproximó con cautela. Recurriendo a los poderes mágicos de los que Oberón le había dotado, se cubrió con un velo sutil de invisibilidad, por si su presa contaba con la habilidad de percibirlo; aún no sabía con quién estaba tratando.Se acercó lo bastante como para echar un vistazo, pero seguía sin saber de qué se trataba. Era una chica. Eso sí. Incluso desde la distancia veía que era bastante joven. Diecisiete años, tal vez. Él, por su parte, tenía dieciocho —de edad mortal—, como máximo...

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Y también veía que era guapa. Su pelo era del color del cobre bruñido y tenía los ojos verdes y separados. Intrigado, avanzó con sigilo sobre las hojas secas y se agazapó entre las sombras espesas de un tejo. A través de las ramas de su escondite observó a la joven, que caminaba, inquieta, de un lado a otro de la placita arbolada, dándose golpecitos en los dientes con una uña.Entonces empezó a murmurar algo para sus adentros y a gesticular con las manos.

“Vaya”, suspiró Sonny. “Otra loca de Central Park”.

Los mortales chiflados, los que no estaban del todo bien de la cabeza, aparecían a veces de modo distinto en su radar. Ese debía de ser el caso de aquella joven, pensó. Y, sinembargo, mientras se volvía para alejarse, se dio cuenta de que lo que transmitía era una inmensa decepción.La voz de la muchacha se elevó de pronto.

—”No desees salir de este bosque.”Sobresaltado, Sonny, miró hacia atrás y vio que apuntaba en su dirección. Se quedó petrificado, sin aliento. Aquella chica no podía saber de ninguna manera que él estaba ahí. Al escondite que le proporcionaba la vegetación se sumaba el velo mágico con el que se había cubierto.—”Te quedarás aquí, lo quieras o no” —añadió claramente, con voz enérgica.Sonny, vio que todo el cuerpo de la muchacha resplandecía. El pelo, la piel, aquellas manos alargadas, elegantes; todos y cada uno de los poros de su piel parecía irradiar destellos.—”Yo no soy un espíritu de naturaleza vulgar” —prosiguió la muchacha, radiante, elevando las comisuras de los labios hasta dar forma a una sonrisa juguetona.“¿Un espíritu?”, pensó Sonny alarmado de pronto.—”...el Verano, todavía sigue sirviéndome en mi séquito” —dijo, y dio un paso hacia él, con la mirada perdida, llena de ensoñación.

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“El Verano...” Sonny, sintió que un pánico creciente le atenazaba la garganta. “Por favor, no, que no sea una de las criaturas de Titania...” Se puso en pie, preparándose para salir disparado.—”... Y te quiero.”“¿Qué?”Sin darse cuenta de lo que hacía, Sonny había empezado a extender una mano entre las ramas, en respuesta a aquellas palabras, pero la apartó al momento, con brusquedad. ¿Qué era exactamente aquello con lo que se había tropezado? De pronto se fijó en la camiseta que la joven llevaba bajo la chaqueta abierta, el poni brillante, el arco iris... y la palabra “princesa”... Sonny, notaba que el corazón le latía con demasiada fuerza.—”…Te daré hadas que te sirvan...”Su voz, dulce como la miel, lo tentaba con su música, lo tenía cautivo y sumiso.—”... Y te traerán joyas del abismo del mar, y cantarán mientras duermas recostado sobre las flores...”El tono poético de aquellas palabras le dio la clave.Aquello le sonaba muchísimo, y al caer en la cuenta de su procedencia sintió como si le hubiera golpeado una maza.“¡Oh, por los siete infiernos!”, maldijo apretando los dientes. Su amigo Maddox, se burlaría de él hasta el final de los tiempos si le contaba lo sucedido. Lo que, por supuesto, no pensaba hacer. Miró con animosidad a la joven, aun sabiendo que ella no podía verle.Esbozando una sonrisa encantadora, la muchacha añadió:—”De materia corpórea voy a liberarte, y andarás como un espíritu del aire.”Luego se alejó, dio media vuelta y miró coqueta por encima del hombro, como si lo llamara con la mirada.Aunque, claro, no lo llamaba a él. Sonny sintió una punzada de pesar.Y entonces, de un modo abrupto, la joven se detuvo en seco y su humor cambió completamente. Apretó los puños y giró en una especie de danza contenida. Sonny la observó en silencio mientras ella recogía un papel que reposaba sobre el banco, junto a su bolso. Tras dar unos golpecitos a la hoja, estalló:

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—Oh Dios mio, Oh Dios mio, Oh Dios mio. —Propinó un puntapié al suelo, y se hizo daño en un dedo con una piedra cubierta de musgo—. ¡Ah!Sonny, soltó el aire despacio, divertido a su pesar.Era un guión, un papel. Aquella chica era actriz.Que una niña más bien ridícula, le hubiera hecho creer que tal vez era...Sonny, se interrumpió antes de seguir por ese camino. Él era un jano. Él, más que nadie, debía ser capaz de percibir la diferencia. Dispuesto a alejarse, se volvió para observar a la muchacha un último segundo.Ella se acercó torpemente a otro banco y se sentó con ímpetu. Luego se echó hacia delante, enterró el rostro entre las manos y sus hombros se agitaron al ritmo de los sollozos.Sonny, no daba crédito.Debía irse. Debía dejar sola a aquella criatura patética para que se recreara a gusto en su tristeza. Sí, sin duda debía irse.Pero en vez de eso, miró alrededor en busca de algo que pudiera servirle en aquel jardín decrépito. Descubrió un rosal con una última flor marchita. Los pétalos se aferraban a la corola formando un racimo mustio, y las hojas del tallo estaban tan secas que parecían de polvo.“Servirá”, pensó, arrancándola. Al tocarla, la flor tembló, se estremeció entre sus dedos y fue recobrando su color. Los pétalos se desplegaron hasta adquirir un tono melocotón profundo, cremoso, y las hojas recuperaron el verde intenso. Sonny inspiró profundamente y salió de la espesura.—Discúlpeme... señorita...La joven levantó la cabeza súbitamente y se le desprendió del pelo una nube de purpurina. Acercó la mano a su enorme bolso y la hundió hasta el codo en sus profundidades.“Qué tonta”, pensó Sonny, procurando que su expresión no delatara su pensamiento. “Si quisiera hacerte daño, ya podría habértelo hecho.”En los ojos de la muchacha vio un destello de temor. Pero sólo un destello. Y eso le impresionó.

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—Lo siento. No era mi intención sobresaltarte. —Vio que seguía hurgando en el bolso—. Si estás buscando un espray de autodefensa, no es necesario. Sólo quería darte... esto. —Le tendió la rosa—. Me ha parecido que no te vendría mal algo... bonito.El rostro de la muchacha pasó de la preocupación al asombro.—Vaya —dijo en voz baja. Alargó una mano vacilante, mientras alzaba la vista para mirarla. Él dio otro paso al frente y le entregó la flor con gran ternura.—Es muy bonita —susurró ella, contemplando la rosa perfecta que sostenía en la mano. Su perfume, embriagador impregnaba el aire, y la muchacha aspiró hondo, esbozando una sonrisa—. Gracias.Pero, cuando volvió a mirar hacia arriba, descubrió que él ya no estaba.

TRES.

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Kelley, miró alrededor, extrañada, pero aquel joven misterioso y guapo, se había esfumado sin hacer el menor ruido. Siguió sentada en el banco, un rato más, con la rosa en la mano, escuchando con atención.Nada.Finalmente, recogió sus cosas y enfiló uno de los senderos que la sacarían de aquel jardín y la conducirían a la Bethesda Terrace.Ya era hora de regresar a casa.“Tal vez, todavía esté por aquí, en alguna parte”, pensó mientras caminaba sin prisa. “Debería intentar encontrarlo, para agradecerle como Dios manda que haya intentado animarme”.Kelley, consideró un poco más, aquella idea tentadora, jugueteando con el colgante verde y ámbar, que adornaba su cuello. Se trataba de un trébol de cuatro hojas, que le había regalado su tía Emma, para que le diera buena suerte.Por desgracia, aunque mantenía los ojos muy abiertos, era como si la buena suerte, le hubiera dado la espalda, al menos, en lo referente al Guapo Desconocido.Suspiró, recordando el modo en que la había mirado, con aquellos extraordinarios ojos de color gris plateado. Tenía un rostro regio. Pómulos prominentes, boca recta firme, que a pesar de no sonreír, no expresaba dureza, aunque Kelley, sospechaba que podía llegar a expresarla con facilidad.

“Venga, vamos” —se dijo en voz alta—. ¿Hasta dónde estás dispuesta a hacer el ridículo? Pero si sólo has visto a ese chico unos veinte segundos...Avanzó hacia el sur y bordeó el límite de la Ramble, hasta llegar a la orilla septentrional del lago, que quedaba frente al saliente rocoso de Hernshead.No sabía cómo, pero el caso era que había oscurecido.Kelley, nunca se sentía insegura en Central Park, aunque, a decir verdad, nunca había paseado por allí de noche.

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Nerviosa, alzó la vista al cielo, que había pasado del azul intenso, al añil con una celeridad asombrosa. La quietud del lugar, le resultaba fantasmagórica. El silencio era total.Un velo finísimo de neblina, se posaba en el suelo y barría en espirales el sendero que se extendía ante ella. Aceleró el paso, hasta casi echar a correr.La superficie del lago, a su derecha, era una inmensa balsa de aceite negra, tan quieta, que lo reflejaba todo a la perfección, como un espejo. Su intención, era bordear la orilla, hasta llegar al extremo oriental, en cuyas inmediaciones se encontraba la salida que daba a la calle Setenta y Dos. Una vez allí, sólo había diez minutos a pie hasta su casa.No había llegado muy lejos cuando unos gritos rasgaron el aire de la noche, espeluznantes, terribles. Kelley se detuvo en seco, escuchando aquellos chillidos agudos, que parecían proceder del centro del lago.

—¡Eh! —Gritó, temerosa—. ¡Eh! ¿Necesitas ayuda? —Una cacofonía de chapoteos desesperados, alcanzó sus oídos a modo de respuesta. Kelley, echó a correr en dirección a la fuente del sonido. Intercalado con los gritos horrísonos que habían llamado su atención, llegaba ahora, un sonido más grave, una especie de jadeo, puntuado por chapoteos frenéticos, como si alguien se agitara, presa del pánico. Como si alguien estuviera ahogándose.O, más bien, "algo”. Kelley, se detuvo en la orilla al advertir, sobresaltada, que en aquellos ruidos había algo que no era humano. Entrecerró los ojos y distinguió un punto del lago, en que el agua se volvía blanca de espuma. De pronto, algo se agitó con violencia en el centro del remolino.El corazón de Kelley, latía cada vez con más fuerza, y entonces vio la cabeza de un caballo que embestía en la oscuridad.Las patas delanteras del animal, pisoteaban el agua como si intentara elevarse por los aires. Pero luego, se hundía de nuevo. El agua volvió a cubrirle la cabeza, amortiguando sus relinchos de pánico. Kelley, miró alrededor, desesperada.—¡Ayuda! —Gritó, pero su voz se perdió en la noche.No había nadie que pudiera oírla.

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Se volvió de nuevo hacia el lago, inquieta, y vio que el caballo asomaba a la superficie una vez más, forcejeando, perdiendo fuelle.La sola idea, de que un animal se ahogara en su presencia, le resultaba insoportable, de modo que soltó el bolso, se quitó la chaqueta y los zapatos y se arrojó al lago, describiendo una breve parábola.El frío aire de octubre, no era nada comparado con la temperatura del agua. Al entrar en contacto con ella, y durante un breve e infernal segundo, Kelley, pensó que el corazón iba a dejar de latirle. Cuando salió a la superficie, segundos después, tomó aire y gimió.El caballo volvió a relinchar, más débilmente. Kelley, apartó el punzante frío de sus pensamientos y empezó a nadar con brazadas poderosas. Cuando estuvo a unos dos metros de la aterrada criatura, se detuvo, temerosa de aquellas pezuñas que se agitaban, mortíferas como martillos.—Tranquilo, tranquilo... –Kelley, se esforzaba, para que el frío no le hiciera castañetear los dientes—. Buen caballo... caballito... —intentó calmarlo—... Vamos, ya está, amigo.El animal, meneaba la cabeza sin control, ponía los ojos en blanco y abría mucho los ollares. —No pasa nada, no pasa nada. –Kelley, alargó una mano y se acercó un poco más. El agua estaba tan fría, que parecía al borde de la congelación. Sabía que, si no lograba sacar pronto del lago a aquel pobre animal, tendría que desistir de su empeño. Los dedos de los pies, empezaban a entumecérsele. —Todo irá bien. Yo estoy aquí, y voy a ayudarte.Extendió más la mano y, con las yemas de los dedos, le rozó la piel aterciopelada del hocico.“Por favor, no me muerdas” pensó desesperada.Pero el animal, no sólo no lo hizo, sino que acercó el morro a su mano, le empujó los dedos con suavidad y echó sobre ellos un aliento tibio. —Está bien. Buen caballito. Está bien. –Kelley, dio otra brazada para acercarse más, cuidándose de no quedar frente a las patas delanteras del animal—. Te sacaré de aquí.Hundió las manos en el agua y le palpó los flancos, para ver si descubría cuál era el problema. El caballo no parecía herido, pero

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sus poderosos cuartos traseros, no se movían como era debido, para mantenerse a flote. Hundió un poco más la mano, en dirección al trasero del animal, y por un segundo, le pareció notar algo frío y duro, casi pegajoso, algo parecido a unas escamas de pez.Al momento apartó la mano.“¡Tú no eres un caballo!”, pensó perpleja. Pero eso era ridículo. “El frío te está afectando el cerebro, tonta. Imaginas cosas raras”.Alargó las manos de nuevo, y palpando, notó que había una red de algas resbaladizas enredadas a la grupa del animal. Debía de ser aquello lo que había tomado por escamas.Kelley, tiró de las cintas de vegetación, pero eran fibrosas y resistentes, y no logró que ninguna se desprendiera.Se le resbalaban entre los dedos, cada vez más agarrotados por culpa del frío. Gimoteando de impotencia, miró hacia atrás y constató que el caballo ya ni siquiera forcejeaba. Se limitaba a mirarla con ojos pesarosos. Los ollares, muy abiertos, apenas sobresalían del agua.Iba a ahogarse.Tenía que actuar con determinación. Se separó un poco del flanco del animal, para hacer acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, inspiró profundamente tres veces, para llenar sus pulmones al máximo del aire helado de la noche, y se sumergió en el agua.Buceó lo más profundo que pudo, y se agarró con fuerza a las algas, que habían echado raíces en el lecho del lago. Luego plantó los pies en el lodo y dobló las rodillas, se enroscó las cintas vegetales alrededor de las manos y tiró de ellas con todas sus fuerzas.Las algas se tensaron al máximo, pero ni se rompieron, ni se soltaron de raíz.“Tira... una vez más”.“Tira, vamos”.Los pulmones le dolían, pero volvió a intentarlo.¡Tira!Cuando el cansancio empezaba a apoderarse de ella, tiró de las algas una última vez, más débilmente. Su cerebro pedía oxígeno

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por momentos, y ya veía estrellitas delante de sus ojos. Meneó la cabeza. Una nube de burbujas, abandonó su cuerpo por la boca y la nariz: era el último aire, que quedaba en su interior. Entonces oyó una música amortiguada, lejanísima, y le pareció que veía una luz extraña, fulgurante, que bailaba en el agua, girando alrededor, envolviéndola. Sintió una oleada de calor.Un último, débil intento... Y notó que las cintas cedían un poco. De repente, un violento vaivén de las algas, la echó hacia delante y sintió un dolor intenso en los brazos y los hombros.Después, a su alrededor todo se oscureció por completo.

CUATRO.

—¡Sonny! Se volvió, al oír su nombre y vio a otro jano que se asomaba entre los árboles.—MaddoxLevantó la mano, a modo de saludo, entrechocaron los antebrazos. Sonrientes.—¿Cómo va el día, Sonn? —Le preguntó su amigo, con tono afectuoso.

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Sonny, se encogió de hombros.—¿Tú has notado algo especial?—No. –Maddox, negó con la cabeza—. De momento, todo está igual, que en años anteriores. Calmado, sereno, tranquilo... pero me temo que va a cambiar pronto. En menos de una hora, empezarán a aparecer las rendijas en la Puerta. Y, a partir de esta noche, y durante ocho más, se abrirán más y más grietas, que irán agrandándose.Hasta el Samhain, que es cuando se desata el infierno. Acéptalo, Sonn. –Maddox, bajó la voz, aunque no había nadie que pudiera oírlos—. Durante nueve noches, la Puerta se abre cada vez más, y sólo hay un puñado de janos para custodiarla. Son muchos los duendes y hadas, sobre todo, de los malignos, dispuestos a arriesgarse.Sonny, torció el gesto. No entendía que aquellos seres, prefirieran vivir en este mundo. Él ni se lo plantearía. Sólo el ruido, bastaba para volver loco a cualquiera.—¿Y uno llega a acostumbrarse alguna vez, Maddox? —Preguntó Sonny—. A este lago, quiero decir.—No soy la persona más adecuada para responderte —gruñó Maddox—. Entre otras cosas, no llevo aquí tanto tiempo. A mí, el solo concepto de "electricidad" me produce escalofríos.—¿Después de tres años?—Pues sí. A los dos... bueno, ya sabes, se nos llevaron cuando la luz todavía funcionaba con gas, pero yo era lo bastante mayor, y recuerdo aquel mundo. Aquella época. Aunque intento no pensar en ello.Sonny, meditó un instante. Él era un bebé cuando lo raptaron. La única vida que conocía, era la que le habían proporcionado los duendes. Debía de ser difícil para los que eran como Maddox... saber desde el principio, que aquellas personas radiantes, portentosas, que te habían criado, no eran de los tuyos. O que tú no eras de los suyos. Y, peor aún, saber que tu propio mundo ya no era... ya no podría volver a ser tuyo... Sonny, se sintió incómodo.Aquéllas, no eran cosas en las que le gustara pensar demasiado, aunque no sabía por qué.

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Se detuvieron cerca del Bow Bridge del parque, el puente que describía un arco sobre el lago al oeste de la Bethesda Terrace, uniendo el espacio relativamente silvestre de la Ramble, con los jardines más formales, más podados, de Cherry Hill. A Sonny, le parecía que aquel puente, era como una metáfora de la Puerta misma. Permanecieron un largo instante en silencio, contemplando las aguas.—Pero, en el fondo —dio Maddox, sacudiéndose los malos recuerdos y apuntando con la mano hacia la belleza que se extendía ante ellos—, este lugar tiene sus encantos. —Le dio una palmada en la espalda a su amigo—. Venga, vamos. No querrás llegar tarde a la inauguración...Alrededor de Sonny y Maddox, el aire vibraba de tensa expectación, cuando coronaron la cima de Great Hill y fueron recibidos por el corro informal de sus hermanos janos. Sumaban trece en total, y todos eran arrebatados.Estaba Fenrrys el Lobo, legendario por los harapos de pieles que lo cubrían, que recordaban a los de los berserkers, aquellos noruegos, que entraban en combate en trance y se lanzaban ebrios de ira, sobre sus enemigos; y célebre, también por su temperamento adusto. Según Maddox, la cuna de la que lo habían arrebatado, allá por el siglo IX, erala de un príncipe vikingo. Llevaba en la sangre, el arte de la guerra, o eso le decía siempre a Sonny.Camina y su hermano gemelo Bellamy, ambos delgados, esbeltos y discretos, eran guardianes janos, casi desde el principio, y notablemente eficaces.Luego estaba Godwyn, genial, guapo... despiadado.Brhyan y Beni, uno rubio, otro moreno, distintos como la noche y el día. Competitivos hasta lo patológico e inseparables, estaban casi siempre enzarzados en un tipo de competición, ya fuera de dardos, billar, o alguna de su invención, como la que consistía, en ver quién soportaba más golpes en el brazo.También estaba Fantasma. Flaco, silencioso, de ojos oscuros y tez pálida, más encantado que encantador, o eso le había parecido siempre a Sonny, que no sabía cuál era su verdadero nombre, ni de qué parte del mundo lo habían arrebatado. Se trataba de un

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joven raro, aunque eso era comprensible... teniendo en cuenta, que había sido la reina Mabh, quien se lo había llevado.Junto a Fantasma, se encontraba Aaneel, el mayor de todos, que había abandonado su hogar en la India, hacía siglos, y que era uno de los pocos arrebatados que había vivido lo bastante en el Otro Mundo, como para haber alcanzado allí, la edad adulta. El pelo, negro, había empezado a platear en sus sienes, en profundo contraste con el tono cobrizo de su piel.Y junto a Aaneel, estaba Perry -Percivat-, el más joven, después de Sonny. A Perry, se lo habían llevado en 1719, de una aldea diminuta del norte de Francia, que llevaba muchos años sufriendo las consecuencias de unas malas cosechas. A cambio de Perry, Titania, había concedido al lugar un clima benigno y un suelo fértil, por lo que un pueblo condenado a morir, había sobrevivido.Finalmente, Selene, pálida y bonita, con el cabello castaño claro, como pelo de zorro, cubierta de pecas y absolutamente infalible con el arco y las flechas; y Cait, que a pesar de ser más diestra que nadie en el combate cuerpo a cuerpo, prefería valerse de encantamientos y hechizos.Todos juntos, contemplaron cómo el sol se hundía en el horizonte y Central Park, se sumergía en la oscuridad.La primera de las Nueve Noches, había empezado. Decididos, los janos, se dispersaron para cubrir las cuatro esquinas del parque.Separándose de los demás, Sonny, atravesó el terreno rocoso y traicionero de Ravine, en dirección sur, cada vez más concentrado, internándose en las neblinas oscuras y sutiles, de los encantamientos fallidos de Oberón, hasta el punto, en que las paredes que separaban los dos mundos se volvían tan delgadas que se convertían en puertas.Trató de percibir, cuál de aquellas vías de acceso, se abriría aquella noche...Ya lo tengo.A unos treinta metros al este, tal vez treinta y cinco.Sonny, avanzó despacio por el sendero, ágil, alerta. Sentía la sangre caliente, por haber corrido y por la expectación de la lucha inminente. Algunos de los duendes que intentaran cruzar, regresarían al Otro Mundo, sin apenas percatarse de la presencia

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de un jano. Y los más tímidos, era poco probable que lo intentaran.Sonny, abrió la mochila de cuero, que llevaba colgada en bandolera y extrajo un manojo de tres bastoncillos cortos, rectos, atados con un cordón rojo, también de cuero. Uno, era de roble, otro, de fresno y otro, de arce.Sonny, susurró un antiguo encantamiento y los bastoncillos se transformaron en una espada con el filo de plata, que apareció en su mano. Se la colocó en el costado, listo para el combate.Repentinamente, el muro de granito que se alzaba frente a él, empezó a ondularse como en un espejismo y, acto seguido, se resquebrajó. Una luz fantasmal, iridiscente, se filtró por la ranura abierta en la piedra, y Sonny, vio unas figuras diminutas, recortadas en el resplandor. Un rostro minúsculo, arrugado, lo observaba. Cuando la criatura vio, que el jano se encontraba apostado allí, no se volvió, ni echó a correr de nuevo hacia la tierra de los duendes, sino que mostró una risita aguda, traviesa.Era un duende de Cornualles, de los llamados piskies.Sonny, intentó no poner los ojos en blanco, mientras rebuscaba de nuevo en la mochila y extraía un puñado de sal gema, que arrojó sobre el rostro sonriente del piskie.La criatura se metió de nuevo en la ranura, emitiendo un chillido.“Ha sido demasiado fácil”, pensó sonriendo. Tal vez no hiciera falta, siquiera, de recurrir a la espada.Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un zumbido colérico. Era como si acabara de arrojar una piedra, sobre un nido de avispas. Agarrándose los unos a los otros, sujetándose al resquicio, un enjambre de piskies diminutos, ávidos de sangre, se dirigían hacia él, los cuerpos pálidos y delgados, lanzando destellos como cuchillos en la oscuridad.

Sonny, tuvo que emplearse a fondo durante casi una hora, y la carnicería fue considerable.Mientras limpiaba el filo de su espada de la sangre verde y fosforescente de aquellas criaturas y volvía a guardarla, no sentía el menor remordimiento. Los duendes que lo habían atacado, habían recibido su merecido.

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No todos los piskies, eran desagradables. Algunos, en la tierra de la que él venía, resultaban incluso útiles, aunque sus payasadas y travesuras, acababan cansando.Pero aquéllos no, aquéllos habían mostrado claramente sus intenciones asesinas, y además eran muchos, cosa que a Sonny, nadie le había dicho.Maddox, se burlaría de él, por haber tardado tanto en derrotar a unos duendes menores. Sonny, por su parte, no sabía cómo le estaba yendo a su compañero. Ni a los otros. Como sólo sumaban trece, era poco probable, que sus caminos se cruzaran durante las Nueve Noches. Ellos solos, debían cubrir la seguridad de todo el parque.El suelo alrededor de sus pies, estaba cubierto de cristales de sal, aplastados por las suelas de sus botas, en un círculo que se extendía unos tres metros, en torno a él. En el fragor de la batalla, no se había fijado en el tamaño de aquel enjambre. Ahora, con más calma, rodeó el perímetro del círculo. Realmente era muy grande. Y más tratándose de unas criaturas de una estatura que no superaba los quince centímetros.Examinó la tierra pisoteada y frunció el ceño. Aquello no tenía sentido.Los piskies, no eran los duendes más listos, pero sí solían ser habilidosos. Lo normal, habría sido que se dispersaran. Que lo atacaran en oleadas. Que buscaran más de una grieta. Pero, al parecer, habían lanzado una ofensiva masiva, en aquel único punto... para mantenerlo ocupado y clavado en una sola posición.Furioso, soltó una maldición y se volvió sobre sus talones, buscando algo con su percepción de jano, ocupada plenamente hasta ese instante. Una luz repentina, cegadora, carmesí, atravesó su mente. Se le helaron las entrañas.Algo iba mal, muy mal, en algún lugar, al sur. Se esforzó por sintonizar mejor, por ubicar aquella luz intensísima en el mapa de su mente...En efecto, ahí estaba. O, mejor dicho, ahí había estado.Echó a correr.Aunque en el fondo de su corazón, sabía, que llegaría demasiado tarde.

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Acuclillándose a la orilla del lago, Sonny, acercó la mejilla al suelo frío y estudió la superficie del agua, que seguía girando en espirales iridiscentes: la prueba de un paso reciente, a través, de la Puerta del Samhain, desde el OtroMundo hasta aquel reino.De modo, que no habían sido sólo los piskies, los que se habían acercado a la Puerta. Otros lo habían hecho también, y hacía muy poco tiempo; tal vez media hora. Sonny, mantuvo la mejilla pegada al suelo y observó, a ras de tierra, la superficie del lago, brillante como la obsidiana.Ahí estaba.Había un rastro que resplandecía débilmente, hasta la orilla. Sonny, se puso en pie de un salto y fue corriendo a investigar.El terreno blando, que rodeaba el lago, estaba pisoteado y convertido en barro. Parecía que se hubiera producido algún tipo de forcejeo, o como si hubieran arrastrado a alguien desde el agua, hasta el sendero. Aquí y allí se veían huellas alargadas, circulares, de lo que sólo podían ser pezuñas. Se acuclilló junto al camino para examinarlas mejor.De todos modos, aquello no dejaba de ser Central Park. Por todo el parque circulaban carruajes tirados por caballos, y había jinetes adinerados, que transitaban por caminos, especialmente señalizados para ellos. Con todo, era evidente, que aquellas huellas eran de un animal sin herraduras. Y el agua que se había depositado en las huellas, poseía aquella misma iridiscencia delatora.¿Se trataría de un kelpie?Sonny, hizo recuento mental de los indicios que aparecían ante él.En una de las huellas, encontró las cerdas ásperas de una crin pelirroja, así como tres cuentas negras de ónice, talladas en forma de diminutas cabezas de venado.Se metió las cerdas y las cuentas en el bolsillo y miró alrededor. Por el rabillo del ojo, vio algo casi incoloro oculto entre los juncos. Lo recogió del suelo y apartó los restos de vegetación, que Io cubría. Era un cuadernillo de anillas metálicas. La página de la

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cubierta había desaparecido, pero la siguiente, con el dramatis personae, estaba casi intacta, aunque manchada por la huella de una pezuña, que parecía tener los bordes ligeramente chamuscados.Los márgenes, estaban llenos de notas manuscritas, y en la parte superior, alguien había escrito con rotulador: "Guión de Kelley". Sonny, frunció el ceño y hojeó varias páginas, hasta que un breve diálogo, llamó su atención:“No desees salir de este bosque”, empezaba. A Sonny casi se le cae el cuadernillo de las manos.No hacía mucho, había oído esas mismas palabras.Escrutó la orilla del lago por última vez y se arrodilló en el borde del sendero.Enterrada, casi por completo en el barro, encontró, pisoteada, la rosa de color melocotón, o lo que quedaba de ella. Arrancó un pétalo marchito y se lo acercó a los ojos.El cuadernillo, pertenecía a la muchacha del jardín de Shakesperare.Su "Polvorilla".Kelley…

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CINCO.

Exhausta, cubierta de barro y calada hasta los huesos, Kelley, entró en su apartamento' cerró la puerta, con el pie y llamó a gritos a su compañera de piso. No obtuvo respuesta. “Tyff, debe haber salido”, pensó.“Mejor”. En ese momento, no le apetecía en absoluto, compartir con nadie su extraña aventura en el parque. La bajísima temperatura del agua del lago todavía le agarrotaba los huesos, a pesar, de que había recorrido a la carrera, las últimas manzanas que la separaban de casa. El frío, entorpecía el flujo normal de sus pensamientos.Tiritaba tanto, que le castañeteaban los dientes. Se quitó la ropa, que quedó hecha un ovillo en el suelo; tiró de la manta afgana, que cubría el sofá, y se envolvió con ella, camino del baño, donde, tambaleante, giró el grifo del agua caliente de la ducha, hasta obtener la temperatura máxima, que era capaz de soportar. Sabía, que lo único que podía impedir una hipotermia inminente, era la ducha más larga, más caliente de su vida, seguida de un gran tazón de chocolate caliente.La ducha, en efecto, le resultó tan reconfortante, como había imaginado. El vapor la rodeaba, finalmente, el castañeteo de dientes se detuvo. Al rato, los músculos se le relajaron y pudo incorporarse. Una vez, el calor le devolvió unas mínimas facultades mentales, se permitió regresar a los extraños acontecimientos, que había vivido aquella noche.Cuando recobró la consciencia, estaba boca abajo, en el sendero del lago, vomitando agua embarrada, y el caballo le empujaba el hombro con el hocico. Cuando se dio cuenta de dónde se encontraba y logró ponerse en pie, la criatura ya se había perdido en la oscuridad, y a Kelley, no le quedó nada de él, salvo unas cerdas largas, rojizas, de crin de caballo, encerradas en su puño. Empapada y temblorosa, había recogido los zapatos y el abrigo,

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así como las cosas que se le habían caído del bolso, y se había dirigido a casa.Eso era todo lo que recordaba.Pero...En la mente de Kelley, reinaba la confusión. De los instantes anteriores a su desmayo, conservaba un batiburrillo de imágenes. Impresiones fugaces de luces y sonido, una música rara y hermosísima...O, por usar el término científico, privación de oxígeno.Kelley, apoyó la cabeza en los azulejos de la pared.Al menos, no se había ahogado. Había tenido... ¿cómo se decía?, ah, sí, “la suerte de los tontos”. Estúpido caballo.Esperaba, que al menos, hubiera encontrado el camino a casa.Notó que el agua empezaba a enfriarse, a regañadientes, cerró los grifos y apartó la cortina de la ducha.Y al hacerlo, no pudo evitar un grito.Aquel estúpido caballo, estaba allí, delante de ella, ocupando con su voluminoso cuerpo, casi todo el espacio disponible, de su diminuto cuarto de baño. Las patas traseras, de hecho toda la mitad posterior, estaban fuera, en el rellano de la escalera de incendios. Del cuerpo del intruso, se elevaban nubes de vapor, que se disipaban en el aire frío de la noche. Relinchaba muy bajito, y con el hocico aterciopelado, le rozaba el hombro.Kelley, buscó algo con que cubrirse, procurando no dejarse dominar por el pánico.Cuando, hacía un momento, había deseado que el animal hubiera encontrado el camino a casa, no se refería a la suya. Se envolvió en una toalla, dio un rodeo para evitar el contacto con el caballo y salió del diminuto baño.Una vez fuera, cerró la puerta de golpe y se apoyó en ella.El corazón le latía con fuerza.“Esto es imposible”, se decía. “Esto no está sucediendo”.Imaginaba cosas. Se le había congelado el cerebro.Congelado del todo. Aquello, no era como cuando te bebías un granizado muy deprisa. No. Aquello, era como cuando te arrojabas a las aguas gélidas de un lago, a finales de octubre, y empezabas a alucinar sin control.

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El caballo protestó discretamente.

—¡Calla ya! –Kelley, dio una palmada, alzando las manos por encima de la cabeza—. ¡No eres de verdad! ¡No te oigo, porque no eres de verdad!Se oyó otro suave relincho dentro del baño, seguido de un patear de pezuñas y sonidos que denotaban movimiento.Y después, nada más. Kelley, se dejó caer al suelo, con la espalda apoyada en la puerta. Aquello no podía estar sucediendo, porque si estaba ocurriendo de verdad, estaba metida en un lío tremendo.Su compañera de piso la mataría. O la echaría.¡Dios! Si Tyff, la echaba, tal vez, tuviera que volver con su tía. A Emma, nunca le había entusiasmado la idea de que Kelley, se instalara en Nueva York, y si al fin accedió, fue únicamente, porque había encontrado aquel apartamento tan maravilloso. Tyff Meyers, era modelo -y bastante puntillosa-, y Kelley, recordaba con absoluta claridad, el texto del anuncio que había puesto para encontrar una compañerade piso:

Se alquila dormitorio escandalosamente caro, ridículamente pequeño, sin vistas, en el Upper East Side, con cocina, baño y salón compartidos. Sólo a mujeres solteras. No fumadoras, no bebedoras, no pesadas. Prohibido, llegara altas horas, traer amigos escandalosos, organizar fiestas y hacer exhibición de rarezas en general. Se exige limpieza y urbanidad. Mis cosas, no se tocan, en especial, los alimentos y los artículos de baño. Se realizará entrevista previa, en la que se pondrán a prueba las aptitudes.Interesadas seriamente, contactar con:[email protected] locas y mujeres con mascota.

Un caballo en el baño, debía de contravenir, sin duda, tanto la norma de la locura como la de las mascotas.“Abstenerse locas y mujeres con mascota”, pensó Kelley, que seguía intentando desesperadamente, no sucumbir al pánico.

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Permaneció largo rato, sentada junto a la puerta del baño, la mente disparada como un tren sin control. Aquello, no podía estar ocurriendo. Tras unos largos minutos de silencio, se atrevió a confiar en que sus alucinaciones se hubieran calmado.Pero entonces, oyó un rumor de agua corriente.Arrodillándose, acercó el ojo a la cerradura, que era de las antiguas, y vio con estupor, que el caballo se había metido por completo, a través de la ventana, -por imposible que pareciera-, y estaba de pie en la bañera.Al parecer, se estaba preparando un baño.—No, señora, no estoy borracha —reiteró Kelley, por tercera vez, tras haber pasado ochenta y cinco minutos, intentando hablar con una persona de carne y hueso del Departamento de Protección de Animales del Ayuntamiento de Nueva York—. Como le decía, debe de haber subido por la escalera de incendios... —El auricular emitió un chasquido—. ¿Oiga? ¿Oiga?Desesperada, a punto de echarse a llorar, colgó el teléfono y se puso a caminar de un lado a otro. Tal vez, aquella señora del ayuntamiento, tuviera razón. Quizás estuviera borracha. No había bebido nada, y parecía absurdo; pero también, era absurdo, que un caballo de cuerpo entero, la hubiera seguido hasta casa, desde Central Park, como si de un cachorro perdido se tratara, hubiera subido por la escalera de incendios y se hubiera colado por una ventana diminuta en su cuarto de baño. ¿O no? Dejó de dar vueltas, y fue a inspeccionar una vez más. Aún con la esperanza nada razonable, de que todo fuera producto de sus alucinaciones, entreabrió la puerta.Kelley, suspiró, sumia en la impotencia, y decidió intentar sacar a aquella criatura de su bañera. Empujó por detrás, por delante, tiró, trató de levantarlo, de atraerlo con una zanahoria medio podrida que encontró en el fondo del cajón de la nevera...Pero el animal se mantuvo impasible y manso en todo momento, y terco como una mula.

El caballo -era macho, según había podido constatar- le olisqueaba los hombros, le hundía el hocico en los dedos, pero no mostraba la menor intención de abandonar la bañera, llena hasta

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la mitad. Kelley, se apoyó en el borde y hundió la cara entre las manos, sin terminar de creerse, que aquello estuviera sucediendo en realidad.De pronto, llegó hasta ella, un aroma a lavanda. Alzó la cabeza y vio un corro de espuma blanca y brillante, que se arremolinaba en torno a las patas del caballo.Fue entonces, cuando el estado de shock en el que se había sumido, se esfumó, dejando paso al pánico.Ya no le importaba, que hubiera un cuadrúpedo en su bañera. Lo único que le preocupaba ahora, era que el animal, hubiera volcado un frasco del aceite de baño carísimo, propiedad de su compañera de piso, y vaciado su contenido granate, lustroso, en el agua. El frasco, con su elegante etiqueta dorada, flotaba en la superficie.Sí, no había duda, Tyff, iba a matarla.

Hacia las cuatro de la madrugada, Kelley, se resignó a su destino y se dirigió al salón, a esperar a que Tyff, regresara a casa. Mientras tanto, tal vez, pudiera estudiar un poco el papel de la obra.Pero, para empeorar las cosas, no encontraba el maldito texto por ninguna parte.Lo único que daban por la tele a esas horas, eran los espacios de la teletienda, por lo que finalmente, se quedó dormida en el sofá, mientras en la pantalla anunciaban, los "éxitos musicales de los ochenta”. En algún rincón profundo de su cerebro adormilado, resonaban los estribillos pegadizos de Wham. Que se retorcían y giraban con sus notas en clave menor, y se fundían sin solución, de continuidad con la música atractiva y oscura que había oído, cuando el mundo desapareció a su alrededor bajo las aguas del lago. Aquella música la poseía, y la llevó a sumergirse en sueños fantásticos y raros.Pero cuando despertó, a la mañana siguiente, no recordaba la melodía.

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SEIS.

“No desees salir de este bosque...” “… Y te quiero”…

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Unos ojos verdes lo miraban, resplandecientes, desde detrás de las ramas de un bosque de pesadilla. Las risas atronaban en sus oídos. El martilleo de unas pezuñas contra el suelo era tan intenso, que temió que el corazón le fuera a reventar en el pecho.“Te quiero..."Unas manos blancas y largas, surgían de la oscuridad, lo llamaban, y él deseaba seguirlas más que a nada en el mundo.“Te qui..."Sonny, despertó sobresaltado, cuando tres ramas, chorreantes de veneno, se cernían sobre él.Se sentó en la cama del cuarto en penumbra y se llevó las manos al pecho dolorido. Con la cabeza embotada, se levantó y descorrió las cortinas. La intensa luz de la mañana, ya bastante avanzada, le hirió los ojos, y torció el gesto. Hacía un día espléndido. Refunfuñando, corrió las cortinas, sumiendo de nuevo la habitación en una bendita oscuridad.Unos golpes en la puerta, lo sobresaltaron. Sonny, percibió que se trataba de Maddox.

—Entra —le dijo, antes de ponerse rápidamente una camiseta de manga larga y unos vaqueros.—Hola, Sonn l —o saludó su compañero desde de la puerta, y su sonrisa, siempre a punto, iluminó el dormitorio—. Esto está muy oscuro. ¿Acabas de levantarte?—Sí.—He pensado, que esta noche podríamos hacer guardia, juntos por la Ramble —le propuso Maddox—. ¿Alguna objeción?—No. Un poco de compañía me vendría bien.Sonny, se pasó las manos por el pelo y se lo recogió en una coleta, que sujetó con una tira de cuero.—Perfecto. Anoche, en las Puertas de la zona central del parque, me aburrí bastante—¿Se coló algo? —Le preguntó Sonny, que hacía esfuerzos por ahuyentar su pesadilla, mientras pensaba cómo contarle a su amigo, el descubrimiento que había hecho.

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—No, no lo creo. Una manada de nyxxis enfadados, nos mantuvo entretenidos durante la primera hora, más o menos, pero luego, la cosa se calmó, y aquello parecía un cementerio.Sonny, frunció el ceño, pensando en su encuentro con los piskies, y en cómo aquella distracción, le había impedido llegar a tiempo para ver qué era lo que se había colado por el lago. Se preguntaba si todos los janos, habrían estado ocupados de un modo similar, durante aquella primera hora.—¿Dónde estaba el Lobo? —Le preguntó.—Ah, a Fennrys, no le gustan las aglomeraciones, ya lo conoces. Se ha adjudicado la cuarta parte superior del parque. No me extrañaría que hubiera levantado la pata y meado en todos los arbustos de la zona, para marcar territorio. Es capaz de luchar con cualquier cosa que se cruce en su camino, incluidos los janos. –Maddox, miró a Sonny, con gesto enigmático—. Por cierto, ¿cómo te fue a ti?—Fue... interesante.Los ojos de Maddox, brillaron, llenos de curiosidad.—¿Algo sucio?Sonny, abrió el armario y sacó unas botas y una chaqueta.—Tal vez. Oye, me muero de hambre. Vamos a comer algo y te lo cuento.

Sentados a una mesa, al fondo del café, los dos janos se encontraban lo bastante alejados de los demás clientes, como para que nadie los oyera, pero debido a la importancia del tema que trataban, hablaban en voz baja. Como Sonny, había imaginado, Maddox, se mostró muy divertido, cuando le contó su pelea con los piskies.

—No te lo tomes tan a pecho, Sonn —le dijo entre bocado y bocado, a una tortilla ranchera del tamaño de su cabeza—. Al menos, no eran hinkypunks, ni fuegos fatuos.—El día en que un fuego fatuo, me dé una patada en el culo, cuelgo esto —masculló Sonny, dando una palmada al medallón de hierro, que llevaba al cuello, suujeto a un cordón de cuero y que lo acreditaba como jano—. Con mi cuello dentro.

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—¡Sobre todo, porque sólo tienen un pie con el que dar patadas! —Se rió Maddox, apartando el plato vacío y suspirando satisfecho—. Pero bueno, dejemos a un lado a piskies, nyxxies y demás ralea, y cuéntame qué fue lo que hizo, que se te cayeran los calzoncillos al suelo.—¿Qyé quieres decir?—Quiero decir, amigo mío, que ayer te pasó algo, que te tiene preocupado, y que nada tiene que ver con los piskies. Tú siempre has hecho gala de un gran sentido del humor, y no permitirías que algo así te lo estropeara.Sonny, cogió una cucharilla de café y jugueteó un rato con ella. Luego, apoyándose en el respaldo, le contó a su amigo lo que había sucedido mientras estaba ocupado repeliendo el ataque de los piskies. O, al menos, lo que él creía, que había sucedido, pues su teoría, en el fondo, se basaba en pruebas circunstanciales.Maddox, lo escuchó sin interrumpirlo, mordiéndose de vez en cuando el labio inferior, pensativo.—Sería un kelpie, ¿no? —Apuntó finalmente.—Sí, supongo que sí. Los pelos de crin y las huellas de pezuñas, así parecen indicarlo.—¿Sabes que nunca he visto ninguno?—Yo sí, en una ocasión, desde muy lejos, cuando acompañé a Oberón, a visitar las Tierras Fronterizas de la reina Mabh. Suelen acechar en las inmediaciones de las zonas pantanosas. Son muy malvados.En los tiempos, en que todas las puertas estaban siempre abiertas, los kelpies aparecían cerca de los manantiales en forma de hermosos caballos, para atraer a los mortales confiados. Una vez, lo montaban, el kelpie se sumergía bajo la superficie del lago, o del río, arrastrando consigo, a la impotente víctima hasta el Otro Mundo, o simplemente al fondo del agua, donde moría ahogada. Había kelpies, que llegaban a comerse a sus presas.—Cuando era niño —dijo Maddox—, ya sabes, antes de que me arrebataran, oía contar muchas historias. Las ancianas del pueblo, se ponían a gritar como locas si algún niño, se acercaba demasiado a la orilla del río. Decían, que los kelpies, vendrían a buscarnos y nos ahogarían.

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—Bueno, el de anoche ya no estaba cuando yo llegué, y no dejó muchos rastros de su paso.—En otras palabras, que no había sangre, ni miembros humanos esparcidos por ahí.—Exacto. Sólo huellas de pezuñas..., y esto.Sonny, extrajo de la mochila las cuentas de piedra negra y las depositó en la mesa. Enredadas a ellas, brillantes como filamentos de cobre, había algunas cerdas de crin.Maddox, cogió una y la estudió con detalle.—Extraño... ¿Qué es esto?—No lo sé.Le devolvió la cuenta a Sonny.—De todos modos, que no encontraras miembros humanos esparcidos, no significa necesariamente, que se produjera un rapto...Sonny, asintió sin decir nada. Pensaba, inquieto, en el cuadernillo, que había encontrado y en la posibilidad, de que algo horrible le hubiera sucedido a la muchacha, a la que, en sus pensamientos, había empezado a llamar "Polvorilla”.Tras recapacitar un momento, decidió solicitar la ayuda de Maddox, para una pequeña misión detectivesca.—Ayer en el parque, había algo más, Madd. O tal vez "alguien” más.Maddox, se echó hacia atrás y, cruzándose de brazos, esperó a que su amigo prosiguiera con su relato.Sonny, extrajo de la mochila, los papeles arrugados y se los acercó a su amigo. Le habló de la "presencia extraña”, que había captado en el jardín de Shakespeare –la muchacha-, y le contó, que más tarde, había encontrado aquel cuadernillo junto al lago. Como buenos janos que eran, ninguno de los dos creía mucho en las casualidades, y Maddox, se sintió intrigado.—Pues, sí que estuviste ocupado anoche, ¿eh? —dijo.—La verdad, es que no está mal, para ser la primera vez. Escucha, todavía queda mucho tiempo, hasta que se ponga el sol. ¿Quieres venir conmigo a inspeccionar, para ver si encontramos alguna pista de mi criatura perdida?—¿Te refieres al kelpie o a la chica?

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—Mi hipótesis es la siguiente: si encontramos a uno, tal vez encontremos a la otra.—¿Y cómo te propones hacerlo?Sonny, le mostró una dirección de Internet, garabateada en la parte superior de la primera página: ensayos@ teatroavalon.calle52.—Te propongo, que empecemos visitando ese lugar —Sonny, señaló esta vez donde ponía "Guión de Kelley" —y formulemos algunas preguntas a esa chica.

SIETE.

—No entres —le gritó Tyff a Kelley, cuando ésta, adormilada, se dirigía hacia el baño.Con la mano en el tirador, Kelley, se volvió, para mirar, con ojos legañosos, a su compañera de piso, que se encontraba en el rincón del salón más apartado del baño.—¡Aléjate de la puerta! —Insistió Tyff, con ojos desbocados.Kelley, obedeció, intentando, mientras lo hacía, poner en marcha su cerebro.Tyff, debía de haber llegado muy tarde -o muy temprano-, y Kelley, no la había oído, pues al fin, exhausta, había sucumbido a un sueño profundo en el sofá.Los restos desordenados de su actividad onírica, flotaban en su cerebro: una música rara, que no era capaz de recordar, unas luces oscilantes, el

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rostro perfecto de tez pálida, de una mujer que tenía los ojos dorados y el pelo alborotado a su espalda, como un manojo de algas, flotando en una corriente de agua. Y algo más. Algo relacionado con un...—¡Caballo! ¡Hay un caballo en la bañera!Sí, claro. Un caballo.Kelley, cerró los ojos con fuerza. No, no había sido una pesadilla.—Esto... Tyff...—¡En la bañera! —Tyff, señalaba con una uña impecable, y sus rasgos de modelo, se retorcían de ansiedad.—Sobre eso... —Kelley se frotó la nuca—. Pensaba decírtelo. Supongo, que me he quedado dormida...Miró preocupada a su compañera de piso, que no apartaba la vista de la puerta del baño.—Tyff, créeme, si hubiera sabido, que iba a seguirme hasta casa desde el parque, jamás lo habría rescatado. Bueno, sí, seguramente lo habría rescatado, pero lo que quiero decir es que...—Espera un momento —Tyff, volvió la cabeza hacia ella—. ¿Me estás diciendo, que es culpa tuya?—Supongo que sí. No ha sido mi intención que sucediera, pero... –Kelley, se detuvo, confundida. ¿De quién si no podría ser la culpa?—No importa. Sigue. –Tyff, hizo una seña, para que continuara hablando, y volvió a posar la mirada en la puerta del baño.Kelley, se hundió en el sofá y le contó a Tyff, toda la historia.Cuando terminó, su compañera de piso parecía algo más calmada.—¿Puedes al menos, sacarlo de la bañera?—Ése es el problema, que se niega a moverse. Anoche ya lo intenté. Tal vez... –Kelley, vaciló ante la idea, pero finalmente, la enunció—. Tal vez, deberíamos llamar a la policía.—No. ¿Estás loca? Si el casero descubre una cosa así, nos pone a las dos de patitas en la calle.—Ya lo sé, ya lo sé. Sí, yo también lo había pensado. Tyff -y aquello, no era habitual en ella- empezó a morderse la punta de una uña. Era modelo “por partes” y ganaba muchísimo dinero, por dejarse fotografiar las manos, los pies, las piernas, para unos anuncios que aparecían en revistas caras. Por tanto, el hecho de

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morderse una uña, delataba, que estaba viviendo un momento de gran tensión.—¿Qué diablos vamos a...? No, espera un momento. ¿Qué diablos vas a hacer tú al respecto?—¡No lo sé! —Protestó Kelley.Se levantó, agarrotada, y se fue a su dormitorio, para ponerse algo de ropa. No tenía la menor idea, de qué hora era, pero a juzgar por la luz que se colaba por la ventana, debía de ser muy tarde. Se puso unos vaqueros y una sudadera, y volvió al salón.—Mira, he llamado al Departamento de protección de Animales del Ayuntamiento, pero no me han creído. –Se acercó a la puerta del baño y la abrió. El caballo seguía allí, en efecto, con las patas metidas en el agua perfumada y mordisqueando plácidamente la punta de una toalla—. La señora, que ha atendido mi llamada, pensaba que había fumado algo raro.—Pues si eso es verdad, y considerando las circunstancias, será mejor que lo compartas conmigo. —Se acercó nerviosa a Kelley, y observó por encima de su hombro—. ¿Por qué lleva esas cuentas en la crin?—¿Qué? —Kelley, no se había fijado—. ¿Dónde?—Allí —le señaló Tyff—. Y ahí también. Son unas piedras negras, brillantes. Las lleva anudadas por toda la crin.Kelley, metió un poco más la cabeza en el baño para ver mejor. La luz de las bombillas, se reflejaba en un gran número de cuentas de ónice.—Ni idea. –Kelley, se sentía desconcertada—. También tiene en la cola. iEh! Claro, tal vez sea el caballo de un circo. Eso explicaría que haya podido subir por la escalera de incendios. –Kelley, adelantó una mano, despacio, para darle unas palmaditas en el flanco de color caoba, y el caballo relinchó de placer—. Creo, que si empujamos las dos, tal vez logremos moverlo, al menos hasta el salón.Tyff, arqueó una ceja, oponiéndose sin palabras a esa idea.

A Kelley, le sonó la alarma del móvil, que lo tenía en la cocina. Fue a cogerlo, y vio la hora que marcaba: las12:35.

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—Oh, no. —No podía creer, que hubiera dormido tanto-. Voy a llegar tarde al ensayo. iTengo que irme ahora mismo!—Kelley... –Tyff, adoptó un tono amenazador.—Escucha, Tyff. En el armario, donde guardas los productos para hornear, hay unos copos de avena...—¡Winslow!...Kelley, torció el gesto. Tyff, sólo la llamaba por el apellido, cuando estaba muy enfadada.—¿Podrías dárselos? Tal vez, así lo convenzas para que salga de la bañera.—Eres una compañera de piso deleznable.—Volveré cuando termine el ensayo. Te lo prometo.—Deleznable.—Te quedaré eternamente agradecida—Eso ni lo digas. Eso no lo he oído. ¡La, la, la!Tyff, se tapó los oídos con dos dedos, y seguía tarareando en voz muy alta cuando Kelley, franqueó la puerta y echó a correr por el rellano tan deprisa como le permitían los pies.Lo último que oyó, cuando al fin alcanzó el refugio relativo de la escalera, fue el lamento desesperado de Tyff.—¿No será ésa mi espuma de baño francesa?

Cuando llegó al teatro, no estaba segura de qué la hacía sentirse peor, si el sentimiento de culpabilidad por dejar a Tyff, sola con el problema o la falta de sueño.Mientras las hadas bailarinas calentaban en el escenario, se sentó en el camerino y apoyó la cabeza en las manos, tratando de aliviar la jaqueca, que no la dejaba en paz.—Hola, niña. —Kelley, alzó la vista y vio a Mindi, que se encontraba en el quicio de la puerta con el corsé de Tirania en la mano. Habían tenido que estrecharlo considerablemente, y la mayoría de las presillas por las que pasaban las cintas, habían sido sustituidas. —He pedido en Vestuario que te lo arreglaran. Tienes que acostumbrarte a llevarlo. ¿Lo ves? Le han añadido un remate de encaje para que se disimulen las costuras. ¿Qué te parece?

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—¡Oh, Mindi, es estupendo! —Kelley, pasó un dedo por el trabajo de costura—. Parece nuevo. –Levantó los ojos, hasta encontrar los de la mujer, y de pronto se sintió culpable—. Supongo, que eso significa que Barbara, no va a volver, ¿no?—Sinceramente, cielo, creo que es mejor así. Tú lo estás haciendo muy bien, o al menos lo harás. Y tú lo sabes. Lo de ayer, fue sólo tu primer ensayo, ¿no es así? —Mindi se encogió de hombros-. Para este papel, hace falta sangre nueva, si quieres mi opinión. Y ahora, déjame ver cómo te sienta.Mindi, la llevó hasta el espejo y le sostuvo aquella prenda rígida y reluciente sobre los hombros.—Perfecto.Kelley, sonrió por primera vez en todo el día. Ponerse la ropa con la que actuaba, era siempre uno de los mejores momentos para ella. Se miró en el espejo y casi vio a la reina de las hadas agazapada, allí, en alguna parte. La luz destellaba en los brillantes falsos, que festoneaban la costura superior y la delantera bordada del corsé.—Eh, Mindi. –Kelley, se llevó la mano al collar, que también refulgía en el espejo—. ¿Crees que podría llevarlo durante las representaciones?—¿Qué es? —Mindi, observó por encima de los lentes, apoyados casi en la punta de la nariz—. ¿Un trébol de cuatro hojas o algo así?—Sí, las piedras son de color verde y ámbar. Me Io regaló mi tía cuando era pequeña. –Kelley, entrecerró los ojos—. Es una especie de amuleto de la buena suerte.—Claro, cielo. Es muy bonito, y el verde combina con el vestido. A mí, personalmente, me parece que a esta producción le vendrá bien, toda la buena suerte que se pueda implorar, tomar prestada o robar.—Gracias, Mindi.—De nada. Y ahora, mueve el culo y sal ahí fuera. En cinco minutos tienes que estar lista, para ensayar la escena del cenador.

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Tras descolgar las alas del gancho de la puerta, Kelley, salió al pasillo corriendo, y el cansancio que no la había abandonado durante toda la mañana, quedó atrás, en el camerino.

OCHO.

El teatro Avalón, resultó ser una iglesia antigua reconvertida, en local de representación de obras dramáticas, y albergaba más de una sorpresa para SonnyY Maddox. Dejando de lado la perplejidad que les causaba, que unos mortales representaran a nobles de las cortes de los duendes y las hadas, lo que más les desconcertó fue descubrir, que no todos los actores eran, de hecho, mortales.Fue Maddox, quien primero se percató de ello.

—Mira —murmuró en un tono de voz, que hizo que Sonny, volviera la cabeza. Ahí tienes algo interesante.—¿Qué? ¿Dónde?Sonny, alargó el cuello, para ver qué era aquello, que su compañero había visto.—Ahí—Maddox, si estás señalando algo, yo no lo veo. Somos invisibles, ¿lo recuerdas? —Le susurró Sonny—. Se habían colado en una alcoba en penumbra, que quedaba detrás del escenario y se habían cubierto con velos de invisibilidad, para no correr riesgos.—Aquel del fondo, el que lleva la túnica verde. El que interpreta a Puck.—¿Qué le pasa?—Digamos, que no le hace falta "representar” el papel.

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—¿Quieres decir, que es un boucca? —Exclamó Sonny, abriendo mucho los ojos.—¡Silencio!Los velos de invisibilidad, los protegían de las miradas de los humanos, incluso, de los demás janos, y también, de las de casi todos los duendes, salvo de los más poderosos, pero no amortiguaban el sonido de su voz, y la acústica de aquel viejo edificio, era asombrosamente buena.—Lo siento. —Sonny, observó al actor vestido de verde, que daba volteretas por el escenario—. ¿Lo dices en serio, Madd?—Absolutamente —respondió el jano, con un tono de preocupación en la voz. Los boucca, eran una clase muy poco frecuente de duendes, casi tan poderosos, como los integrantes de la realeza de los duendes de alta alcurnia.Siempre misteriosos, y célebres por sus cambios de humor y de lealtades, se sabía que habían servido en varias cortes de duendes, aunque preferían servirse a sí mismos. Allí, donde iban, proliferaban los relatos de fechorías cometidas por ellos. Eran seres coloridos, extravagantes, pero tenían fama de peligrosos, si se les provocaba.Sonny, albergaba sus dudas. La figura que evolucionaba por el escenario con ademanes de payaso y que se colgaba de las barras de la tramoya mientras declamaba sus réplicas, no le parecía demasiado amenazadora.—Dioses. No me extraña que se refugie en un teatro. Esos boucca, son unos colgados, siempre tan histriónicos.—Yo que tú, no lo llamaría "colgado" en su cara.—Oooh, qué miedo —se burló Sonny, pero dirigió su radar de jano, hacia aquel ser, para averiguar qué tenía, que había impresionado tanto a Maddox. Transcurrido un momento, frunció el ceño.—No consigo captarlo.—No, y no lo conseguirás —observó su amigo, en un tono que denotaba respeto—. Ése no es un boucca cualquiera. Posee una magia antigua. Es muy poderoso. Un boucca como ése, puede volar por debajo de tu radar dejano sin despeinarse un pelo.

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—¿Cómo puedes estar tan seguro?—Lo he reconocido. Lo veía ir y venir de la Corte Maligna, en la época anterior al cierre de las Puertas, decretado por Oberón. Antes de tu tiempo, Sonny.El jano parpadeó.—No estarás insinuando, que es el Puck original.—No lo sé —respondió Maddox, pensativo—. Circula el rumor, de que el verdadero Puck, lleva cien años o más, atrapado en el reino de los mortales, encerrado en un tarro de miel, que está enterrado bajo una piedra en algún lugar de Irlanda. Desde que hizo algo, que enfureció realmente a un leprechaun.—¡Vaya! —Exclamó Sonny, envoz muy baja—. ¿Qué haría para merecer algo así?—De momento, mejor que no des un rumor por bueno. –Maddox, ahogó una risita—. Los leprechauns, conservan mucho de su antiguo poder, y no tienen el más mínimo sentido del humor.Desde un asiento de la platea, uno de los mortales -el director, según parecía- había solicitado una pausa en el ensayo de la escena, en la que intervenía Puck, satisfecho, al parecer, con el trabajo que éste había realizado (o tal vez, simplemente cansado, de pedirle que dejara de “rebotar por todo el maldito escenario"). Fuera como fuere, el caso es que pasaron a otro fragmento, en que intervenía la chica, que Sonny, había conocido en el parque.—Venga, vamos a acercarnos más —le susurró Sonny, a Maddox, avanzando por el lateral.—¿Por qué?—Quizá, podamos averiguar algo sobre ella. Ya sabes, alguna pista.—\/e tú. Yo no pienso acercarme a ese boucca, más de lo estrictamente necesario.—Está bien. Entonces ve a echar un visstazo fuera, a ver si encuentras a un kelpie, atado en alguna parte.—No entiendo, por qué te empeñas en creer que existe una relación entre los dos. La chica pudo perder esos papeles en cualquier parte —murmuró Maddox, mientras se giraba para salir—. Esos papeles, podían llevar allí días. Semanas.

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Sonny, ya lo había pensado, pero había visto a la joven -a Kelley- con ese cuadernillo, una o dos horas antes de encontrarlo junto al lago. Y había descubierto también, la rosa aplastada. Era la que él le había dado, sí. Lo sabía. Lo único que ignoraba todavía, era qué estaba haciendo ahí. Y qué sabía ella, si es que sabía algo, de aquel peligroso caballo feérico.

—”Ea, ahora una ronda y una canción de hadas...”La joven hizo su entrada, a través del arco, que ocupaba el centro del escenario, levantándose el dobladillo de la falda y subiendo con gracia unos peldaños que conducían a la plataforma flotante, suspendida por cables, que representaba el cenador de Titania. Guirnaldas de flores de seda, colgaban de lo alto de unos roncos cubiertos de hiedra, y unos cortinajes de gasa y organza, pendían sobre finos paneles en los lados y al fondo. El lugar estaba iluminado en tonos verdes, dorados y azules, que reproducían un bosque moteado.Si, no estaba mal, podía decirse que era bonito –pensó Sonny-, pero no tenía nada que ver, con ninguno de los lugares, en los que era probable que Titania y los miembros de la Corte Benigna, pasaran su tiempo.De los hombros de la joven, sobresalían unas alas de gasa, sujetas por una cinta elástica. En cierto sentido, y a pesar de lo ridículo del atuendo, Titania, lograba trasmitir ciertaelegancia sobrenatural a sus réplicas, con las que iba asignando diversas tareas a sus asistentes.—”A ahuyentar al búho clamoroso, que de noche aúlla asombrado de nuestros extraños espíritus" declamó la muchacha, poniendo fin a sus órdenes y reclinándose sobre unos almohadones—. "Cantadme ahora, para que me duerma: luego a vuestros trabajos, y dejadme descansar”Algunos componentes del grupo de baile de las hadas, se alejaron a saltitos y se perdieron entre bastidores, prestos a cumplir con los deberes impuestos por su reina, mientras que el resto, fue situándose aquí y allá, arrodillándose o colgándose de la tramoya. Y empezaron a cantar:

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"Sierpes de lengua doble y esmaltadas, no os dejéis ver, erizos espinosos, lagartijas, gusanos asquerosos, no asustéis a la reina de las hadas."

Las bellas letras de Shakespeare, surcaban el aire.

“Tú, Filomena, con el canto tuyo, entra también en nuestro dulce arrullo,Ea, ea, ea, ea...”

Aquella canción, era como un hechizo. Las luces del escenario, parecieron parpadear y volverse más tenues.Y la muchacha del cenador empezó a resplandecer.

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NUEVE.

Kelley, exhaló un suspiro de hada y apoyó la cabeza en el antebrazo. Le encantaba esa parte de la obra. Las hadas cantoras del coro, interpretaban las canciones con unas voces maravillosas, y la melodía de Filomena, era un rondó isabelino auténtico.Pero, curiosamente, aunque llevaba semanas tarareando aquella melodía, era como si la escuchara por primera vez.“Supongo que es lo que sucede cuando, estás en escena, no entre bambalinas”, pensó, sonriendo para sus adentros.Sintió, que se le cerraban los párpados, a medida que el estribillo la rodeaba como un arroyo cantarín.

“..Ni hechizo o mal, ninguna triste cosa, llegue a nuestra señora deliciosa, y al arrullo, la noche dulce sea."Tenuemente, como si le llegara desde una gran distancia, oyó que La actriz, que interpretaba el papel del hada Telaraña, decía su réplica:

“...No os acerquéis, tejedoras arañas, hilanderas de patas largas, ¡fuera! No haya negros insectos a su vera, gusanos, caracoles, musarañas”.

Ese era el pie, que daba entrada a Oberón, que se acercaba sigiloso, para ungir los ojos de Titania, con una poción mágica. Kelley, permaneció tendida, inmóvil, esperando a oír la voz meliflua de Jack. A través, de los párpados cerrados, percibió un calor más intenso. Debían de haber encendido un foco sobre ella.Una parte de Kelley, quería abrir los ojos para apreciar el efecto de la luz, pero la otra le decía, que allí se estaba muy a gusto... Además, estaban ensayando la escena de un tirón, saltándose las partes, en que los, amantes, hablaban, por lo que pronto, podría ver lo que quisiera (en cuanto Jack, declamara sus réplicas).

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—”Tú verdadero amor para ti sea, eso que al despertar tu vista vea”.La voz de Jack, sonaba muy distinta de lo habitual: susurraba las palabras, como una serpiente sibilante, sinuosa, a su oído. Sin duda estaba experimentando con la voz. El efecto era impresionante. Asustaba.—"Ámalo y entristécete de anhelo”.El resto de la réplica, se perdió en el silencio. Kelley, abrió los ojos y se encontró recostada en un banco cubierto de musgo. A su alrededor, el bosque, un muro negro y elevadísimo, de ramas sarmentosas, retorcidas, acechaba. Sin embargo, en el diminuto claro, iluminado por la luna, en el que se encontraba, todo era hermoso, prístino.Se dio la vuelta y vio a alguien entre las sombras.Una larga cabellera ondulante, le caía sobre los hombros, enmarcando el acusado ángulo que formaban los pómulos y la mandíbula. Era un rostro, que Kelley, conocía.Sintió, que no le llegaba la sangre a la cabeza y que el corazón, empezaba a latirle con fuerza. La luna brillaba en aquellos ojos, convirtiendo su mirada en un fuego de plata. Las ramas blancas y desnudas de los abedules, se arqueaban sobre su cabeza, y se asemejaban a la cornamenta de un Ciervo Rey. Llevaba sólo unas mallas hechas de una piel muy flexible, marrón oscuro, y un cinto de hebilla plateada. Iba con el pecho descubierto y descalzo.Colgado al cuello, con un fino cordón de cuero trenzado, lucía un medallón de hierro grisáceo. Una gota de sangre brillante, se deslizaba por debajo del amuleto.“Eso que al despertar, tu vista vea…”Sonny, sonrió. Era la sonrisa más triste, que Kelley, había visto en su vida, llena de un anhelo indescriptible, de dolor de corazón. Sintió que el suyo se partía en dos.Lejos, muy lejos, oyó el graznido agudo, desgarrador, de un halcón de cetrería.

Kelley, abrió los ojos de golpe y, sintiéndose, sobresaltada, miró alrededor con impaciencia.

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Se encontraba en el teatro, sobre el cenador. Inquieta, giró la cabeza a la izquierda, y durante un instante lo vio.Estaba allí, en el pasillo en penumbra, que daba acceso al escenario. Pero en lugar de aquella expresión de dolor, vio que la observaba con una mezcla de asombro y sorpresa.Los ojos verdes de Kelley, se posaron en los de él, grises, durante un momento brevísimo. Y luego ya no estaba.

—Por más que no soy partidario de los estimulantes artificiales, ¿podría alguien, por favor, administrar a nuestra reina de las hadas, alguna pastilla para que no se quede dormida durante el siguiente ensayo, maldita sea? —GritóQuentin, desde la platea.Soñando. Se había quedado dormida y estaba soñando.Kelley, notó que se ruborizaba al constatar que, además de la mirada furiosa del director, había otros muchos pares de ojos puestos en ella, con expresiones que iban del asombro divertido, al enojo.—Está bien, es todo por hoy, niños. –Quentin, se levantó y echó a andar en dirección a su despacho—. Duerma un poco, señorita Winslow, o no exagere tanto cuando recurra al Método, ¿de acuerdo?Kelley, miró al resto de actores, con ojos culpables y las mejillas coloradas de vergüenza. Finalmente, posó los ojos en Alec Oakland, el actor que interpretaba el papel de Lanzadera, que estaba sentado al borde del cenador, con la falsa cabeza de asno, sujeta bajo un brazo. Afortunadamente, él sonreía.—Jo, Winslow, ¿tanto te he aburrido?—No, por Dios, AIec... Lo siento. Casi no he dormido esta noche y...—No te preocupes —la tranquilrzó éI, ahuyentando sus temores con un gesto de la mano—. De todos modos, no creo que “Q”, pensara trabajar mucho más. Ya casi es hora de terminar.Se puso en pie y recogió la cabeza de asno. Kelley, la observó, incómoda, pues le hizo recordar de pronto el caballo de su bañera. Alec, le ofreció la mano para ayudarla a ponerse en pie.

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—Esto... —dijo, mientras ella se levantaba—. Hace tiempo, que quiero proponértelo. ¿Te apetecería tomar un café conmigo, un día de éstos?Una punzada de dolor, recorrió la cabeza de Kelley, acompañada de la imagen de aquella figura en sombra que, en su sueño, se hallaba agazapada en el bosque.—¿Kelley? ¿Estás bien?...

—Sí…Alec, la miraba, Preocupado.—Sí, gracias, es la falta de sueño, creo. Esto… sí… un café. Estaría bien, sí. Un día de éstos.—Pues, me da la impresión, de que no te vendría mal tomártelo, ahora mismo —se burló él, componiendo un gesto esperanzado, en aquel rostro atractivo, pecoso—. ¿Quieres que vayamos a un Starbucks? —Kelley, se echó a reír y levantó una mano.—No, hoy no. Me parece, que me voy a ir derecha a casa, a ver si descanso un poco.— Sí, claro —dijo Alec, bajando un peldaño.Kelley, se sintió vagamente culpable y confusa por su reacción. Hasta apenas una semana, habría aceptado al momento, la más mínima insinuación de salir con Alec. Pero ahora... Ahora, no veía más allá de las ramas del bosque de ensueño, y del joven de cabellos castaños, que aguardaba tras ellas, con ojos pesarosos.Entre ellos, se instaló un silencio incómodo. Kelley, extendió una mano, para rascarle la oreja, a la cabeza de asno.—¿Es impermeable? —le preguntó, intentando infundir algo de entusiasmo a su voz.—Completamente —asintió Alec, y un atisbo de sonrisa, se instaló de nuevo en sus labios—. Hasta mañana —dijo, antes de alejarse corriendo en dirección a los camerinos.Kelley, lo siguió, transcurridos unos segundos, recorriendo despacio, a conciencia, el pasillo lateral del escenario, donde había visto —donde creía haber visto— a alguien. Pero, por supuesto allí no había nadie.

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DIEZ.

El boucca, sujetaba Sonny, por el pescuezo. El jano, estaba furioso consigo mismo, por haber bajado la guardia. Maddox, le había advertido, sobre aquel ser maligno y le había recomendado, que no se acercara demasiado a él. Pero le había distraído, aquel

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muchacho con su ridícula cabeza de asno bajo el brazo, así como la desagradable sensación que se había apoderado de él, cuando vio que agarraba a la chica de la mano.El boucca arrugó la nariz y compuso un gesto travieso y burlón en su rostro verdoso y pálido.

—Aquí huele a asesino de duendes.—Pues a mí me huele a vómito —masculló Sonny, entre dientes—. ¿Cuál de los dos olores resulta más repugnante?Entre los dos, se instaló un silencio tenso, prolongado, que rompió el boucca, echando hacia atrás la cabeza y soltando una carcajada, tras lo que dejó de apretarle la garganta.—¿Qué hace un jano, aquí abajo, en la Cocina del Infierno, en un día de las Nueve Noches?Sonny, se frotó el cuello, torciendo el gesto. Miró al boucca, con desconfianza, metió la mano en la mochila y extrajo una de las cuentas de ónice, que le arrojó.—¿Dónde está? ¿Qué es?El boucca, la atrapó al vuelo y la estudió un buen rato, sin inmutarse, antes de devolvérsela.—Ni idea.—Muy bien, entonces.Sonny, sabía que si pretendía obtener alguna respuesta, iba a tener que poner toda la carne en el asador.Los duendes se sentían obligados a acatar órdenes, si quien se las daba, conocía el secreto de su verdadero nombre.De modo que, miró al boucca, a los ojos y le dijo muy serio:—Yo te ordeno... —El boucca, se cubrió las orejas puntiagudas, y empezó a chillar. Sonny prosiguió, impasible—. Por el más verdadero de tus nombres, Robin Buen Chico, te mando, y tú obedecerás mis órdenes.Los gritos del boucca, se tornaron de pronto en carcajadas.—¡Oh, por favor! —Dijo al fin, jadeando, contentísimo—. Ese nombre ya no es el secreto aterrador que fue en otro tiempo. —Se secó una lágrima y ahogó otra risotada—. Pero qué tonto eres. Deberías salir y ver más teatro.

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Sonny, permanecía en su sitio, molesto, ruborizándose por momentos.—Shakespeare, ya reveló ese secreto hace bastante tiempo. ¿Cómo pretendes que salga a escena noche tras noche, si cada vez que alguien suelta “Robin Buen Chico”, caigo al suelo entregado a la más absoluta, de las sumisiones —El boucca, meneó Iacabeza,entre incrédulo y asqueado—. Ya se lo advertí at viejo William. Incluso, llegué a enviarle un montón de pulgas. Pero nada. En fin... iEscritores! Son todos unos tercos. Y bien, después de aquello, el nombre perdió bastante fuerza, como comprenderás.Y lo mismo sucede con “Puck” o sea, que ni te molestes en intentarlo. A mí esos nombres me obligan tanto, como si me gritaras "iEh, colega!". —Reprimió otra carcajada y pronunció su ácido comentario final— Oberón, los cría cada vez más tontos, por lo que veo.Sonny, se sintió insultado, claro, y apretó los puños.Pero entonces, recordó el cuadernillo que había encontrado, con aquellas palabras garabateadas: "Guión de Kelley. En caso de pérdida, devolvedlo, por favor (Esto va por ti, Bob)."Los bouccas, eran ladrones célebres.—Está bien, probaremos con esto —dijo—.Yo te lo ordeno, por el nombre de... Bob.El boucca, se agarrotó y se detuvo en seco. Dando media vuelta, dedicó a Sonny, una mirada astuta.—¿Me ayudarás? —Imploró el jano.Claudicando, Bob, el boucca, dijo:—No tengo la menor idea de dónde está. Pero... sí sé qué es.—Es un kelpie, ¿verdad?—Si ya sabes lo que es, ¿para qué me necesitas?Aquello pareció confirmar las sospechas de Sonny. Podría haberle insistido más sobre el kelpie, pero le interesaba aclarar otras cosas, y no sabía si su suerte duraría mucho más tiempo.—Está bien, otra pregunta entonces.Bob aguardó.

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—La chica. La actriz que representaba el papel de Titania. —Movió Ia cabeza en dirección a los camerinos, hacia donde ella se había dirigido—. Acaba de verme.—Sí, ya me he dado cuenta.Sonny, empezaba a perder la paciencia.—Estaba velado, y aun así me ha visto.Bob, irguió la cabeza y compuso una expresión exasperante, por lo inescrutable, antes de decir:—¿Y cómo es posible eso, si es mortal?—¡Esa es la pregunta que te estoy haciendo! ¿Cómo es posible que, una mortal haya podido verme a pesar del velo?—Porque no lo es.—¿Qué?La desconfianza de Sonny, hacia aquel antiguo y poderoso boucca, entraba en conflicto con su absoluta necesidad de saber.—Preguntas mucho.Sonny, inspiró profundamente. Si Bob, se enfadaba, era probable que se esfumara sin decirle nada más.—Por favor. Para mí es... importante.Bob, movió la cabeza hacia un lado, sopesando aquellas palabras. Parecía cambiar ligerísimamente de tamaño y proporciones a medida que Sonny, le hablaba. Se trataba de algo muy sutil, apenas perceptible, a menos que se le mirara de lado, como si su apariencia se hiciera eco de lo inconcreto de lo que decía.—¿Sabes por qué Oberón, cerró las puertas, joven Sonny Flannery? —le preguntó el boucca.—Por supuesto que lo sé. —A Sonny, le costaba cada vez más, reprimir la impotencia que sentía—. Soy un maldito jano.—Eres un jano, sí. Y no me cabe duda, de que eres muy bueno en tu trabajo —apostilló Bob, ya sin rastro de sarcasmo.Levantó la mano, para impedir cualquier interrupción—. Y además eres un arrebatado, te arrancaron de la cuna, del hogar de unos mortales y te llevaron al Otro Mundo, como al resto de quienes son como tú. Pero, a diferencia de ellos... resulta que yo sé que, además, tú eres el único jano, escogido personalmente por Oberón, para criarlo bajo su propio techo, en el centro mismo de la Corte Maligna, casi como si fueras su hijo.

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—¿Intentas demostrar algo?—Sí, lo intento —asintió Bob, despacio, manteniendo la mirada fija, en los ojos del muchacho—. Pero no sobre ti, sino sobre él.Sonny, sabía bien cómo tendían a verlo, la mayoría de los arrebatados, y también muchos duendes: con desconfianza y temor.El rey lo había tratado, como si de un miembro de su familia se tratara y, a pesar de su arrogancia, en ocasiones rayana, en la crueldad gratuita, nunca le había dado motivos, para desconfiar de él. Para ser sincero, debía admitir que Oberón, contaba con su lealtad y respeto.—¿Qué cuento, le explicó el poderoso Oberón, a su jadeante cachorrillo de jano, sobre el cierre de las Puertas? —Le preguntó Bob, en tono burlón.Sonny, le lanzó una mirada asesina.—Cerró las Puertas, para protegernos a nosotros.—¿Protegernos? ¿A qué “nosotros” te refieres, pequeño arrebatadito? —Bob, ladeó la cabeza, y prosiguió con voz misteriosa—. ¿A “nosotros” los mortales o a “nosotros” los duendes?—A ambos. Lo hizo para proteger a los dos mundos, para proteger al uno del otro.—Lo que tú llamas "protección", es lo que buena Parte de los duendes, llama "encarcelamiento". ¿Qué más te ha contado el buen rey Oberón? ¿De qué siniestra amenaza del mundo mortal, mantiene a salvo a sus leales súbditos nuestro benevolente amo y señor?Sonny, frunció el ceño. No alcanzaba a comprender qué tenía que ver eso, con él, con el kelpie, con la chica, ni con nada de lo que a él le interesaba que le contara aquel boucca. Pero no le quedaba más remedio, que plegarse a ese jueguecito de preguntas y respuestas.—Me ha contado que, hacia el final del siglo pasado, según el cómputo del tiempo que usan los mortales, una mujer humana, logró franquear una de las Puertas del Otro Mundo. Y que robó a un duende recién nacido de su cuna, y escapó de nuevo al reino

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de los mortales. Por eso el rey cerró las Puertas, para que no volviera a suceder.—¡Menudo hipócrita estás hecho! —Exclamó Bob, dando unos saltitos y encaramándose sin el menor esfuerzo al rellano de la escalera de incendios. Una vez allí, miró a Sonny, desafiante—. ¿Cómo puedes ignorar que robar niños del Otro Mundo, había sido, y seguía siendo en aquel momento, una especie de pasatiempo nacional para los duendes? ¿No te parece un poco rara toda esa historia? ¿No crees que fue una medida demasiado drástica, teniendo en cuenta que sólo había desaparecido un recién nacido insignificante?

—¡No era un recién nacido común y corriente, el que raptó aquella mortal! —Protestó Sonny—. Seguro que fue una decisión difícil, pero Oberón, tenía todo el derecho a tomarla. ¡El recién nacido era suyo!Bob, no se dio por vencido.—Y el hecho de que tú fueras... vamos a ver, ¿qué eras tú?... el hijo de un pobre granjero, y que ese amigo, que te espera al otro lado de la puerta... ¿cómo se llama? Maddox... fuera sólo el hijo de un herrero, ¿daba derecho a los duendes a cruzar umbrales y a separaros de los vuestros?—Yo...—¿Acaso no crees, que tu madre lloró amargamente al perderte? ¿Qué no se tiró de sus negros y hermosos cabellos, que no se revolcó en el suelo lamentando que le hubieran robado a su hijo?—¿Qué sabes tú de mi madre? —Preguntó Sonny, furioso.—Era guapa, terca y sentimental. Tenía los ojos azules. Un rostro encantador... cuando no lo torcía de dolor por haberte perdido, claro. —El boucca, hablaba en voz baja, sincopadamente. El brillo de la maldad había desaparecido de sus ojos—. Cuando te raptaron, quedó destrozada. Toda la familia quedó destrozada. Creían, que iba a volverse loca. Su esposo terminó abandonándola, pues no podía soportar su dolor.—Ya basta.

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—¿No crees, que una mujer como ella, podría haber jurado venganza? —Los ojos del duende refulgieron y se clavaron en los de Sonny—. Un hijo a cambio de otro hijo.—Mi madre...—Nunca podría haber entrado en el Otro Mundo. Por más fuerte, por más terca que fuera, por más voluntad que le pusiera. No sin ayuda.—Pero acabas de decir que...—Sí.Sonny, miró fijamente al boucca, desconcertado.—Da qué pensar, ¿verdad? —Bob, se calló al fin. Se acuclilló en el rellano, inmóvil, observando a Sonny, que no parpadeaba siquiera.Acertijos. ¿Por qué me plantea acertijos? Preguntas sin respuesta, todas ellas enturbiadas por el impacto emocional, de aquellas ideas sobre su madre. Sobre la vida de mortal que habría podido llevar... Reprimió el impulso de preguntarle más y se volvió para marcharse.Pero había una cosa más que deseaba saber, una simple curiosidad, pero que no le dejaba en paz...—Cuéntame una cosa.—¿Eso es una orden? —Le preguntó Bob, manteniéndole la mirada.—No. Por favor. –Sonny, levantó la mano—. No, es que me gustaría saber algo. Si quieres contármelo, claro. Es una historia que me explicaron sobre ti y un leprechaun...—¿Y un tarro de miel?—Sí. ¿Qué sucedió realmente?—Bueno, todavía tengo los oídos pegajosos —Se rió—. Y de vez en cuando, atraigo la atención de alguna abeja amorosa.—¿Y cómo saliste?—Que los dioses bendigan el progreso —declamó Bob, alzando la vista al cielo—. Hace ocho o nueve años, unos constructores sin escrúpulos, erigieron un hotel de cinco estrellas y un campo de golf en ese mismo lugar. El día en que iniciaron las obras, ¡rompieron mi tarro!Sonny, no pudo evitar reírse.

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Bob, se encogió de hombros.—Es un campo de golf muy bueno. Pero seguro, que los socios se preguntan por qué se pierden tantas pelotas. Y las tuberías del edificio principal, no funcionan como deberían.—No te enfrentes nunca a un leprechaun.—Exacto.—¿Qué hiciste para despertar sus iras?Bob, se puso muy serio.—Eso no voy a decírtelo.—¿Por qué?—Lo que sí te diré, es esto. Escúchame bien. —La mirada del duende adquirió tal intensidad, que Sonny, la sintió casi como una sensación física—. Hace mucho tiempo —prosiguió el Boucca—, yo fui el protegido de Oberón, más o menos como lo eres tú ahora. Pero yo nunca fui su bufón. Y no carezco de compasión.Entonces Bob, al que llamaban Puck, al que también conocían como Robin Buen Chico, se rió entre dientes, y de un salto, descendió de su atalaya y desapareció entre las sombras de la tramoya. Sus últimas palabras, resonaron en la oscuridad: —Cuida de ella, Sonny Flannery —dijo—.Yo lo hice…

ONCE.

Kelley, se duchó en el minúsculo baño de su camerino y se secó el pelo con secador. Cuando alzó la vista, para mirar por la

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ventana, vio que estaba lloviendo a cántaros, como no podía ser de otro modo. Por suerte, su chaqueta tenía capucha, pensó, porque había perdido el paraguas hacía unos días. Sospechaba que Bob tenía algo que ver con aquella desaparición.

Inspiró profundamente y recogió sus cosas, “impaciente” por llegar a casa y encontrar el modo de sacar de su bañera —y del apartamento— a un caballo de tamaño natural sin alertar al vecindario.

En la puerta del teatro, mientras contemplaba la cortina de agua que se desprendía del tejado, Kelly, se planteó por un momento la posibilidad de quedarse a dormir en el camerino esa noche. Con aquel tiempo desapacible, y con su compañera de piso, que aún se mostraría más desapacible...

Cobarde…

Levantó los hombros, se cubrió con la capucha y dando un paso al frente, se adentró en la lluvia. Se sentía como si estuviera caminando por un río. El aguacero era de tal intensidad, que apenas veía nada. Con la cabeza agachada, echó a correr, arrimada lo más posible a la fachada del teatro, a pesar de que los aleros del tejado le ofrecían escaso refugio. En un momento, en que levantó la vista, vio algo que la hizo detenerse en seco. Subido a una caja de madera vieja, había alguien que, a través de una ventana sucia, espiaba el interior de una de las estancias del teatro, concretamente, su camerino.

¡Donde acabo de pasar los últimos quince minutos envuelta en una toalla!

Kelley, ahogó un grito, tapándose la boca con una mano, mientras metía la otra en el bolso que llevaba colgado del hombro, pues ahí dentro, en algún lugar, debía estar su spray de autodefensa. Intentó retroceder discretamente, pero el hombre se volvió, como si hubiera oído sus pasos sigilosos por encima del

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golpeteo de la lluvia, en los cubos de la basura. Kelley, dio media vuelta para regresar corriendo a la puerta de entrada del teatro. Pero, no sabía cómo, el hombre se había bajado de la caja y ya se había plantado frente a ella.

¿Cómo es posible que alguien se mueva tan deprisa?, pensó.

Lo miró a los ojos, y todos los demás pensamientos se esfumaron.

Guapo. Desconocido.

Su rostro era tal como lo recordaba (tanto por su encuentro en el parque, como por el sueño que había tenido en pleno ensayo). Pero esta vez, su mirada no brillaba de compasión, ni expresaba camaradería, sino más bien temor. Su preciosa boca formaba una línea delgada, tensa.Ese gesto puso en guardia a Kelley.

—A menos que seas el repartidor de flores a domicilio, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó, levantando la cabeza, desafiante.—Te buscaba.Dos palabras, que bastaron para que el corazón empezara a latirle con más fuerza. Tuvo que obligarse a no dar un paso atrás. No era así como había deseado encontrarse de nuevo con aquel Guapo Desconocido. La situación le resultaba peligrosa.—¿Qué estabas haciendo anoche en el parque? —preguntó él con tono inquisitivo.La indignación se apoderó de Kelley.—¿Por qué sabes que estuve anoche en el parque?—Lo sé, simplemente. Sé que fuiste allí después de que yo te dejara en el jardín, sé que encontraste… algo. —La observaba con gran atención—. Necesito saber dónde está. Dímelo. Ahora.—Piérdete.—¿Cómo has dicho?El joven parpadeó, desconcertado. Su expresión le hacía parecer más niño de lo que era, y Kelley, llegó a la conclusión de que no podía ser mucho mayor que ella. Debía de tener unos dieciocho o

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diecinueve años. Aunque, no por ser joven le resultaba menos amenazador.Pero a Kelley, la había criado una tía irlandesa de armas tomar. Y repitió la palabra separando mucho las sílabas.— Piér— de— te.El Guapo Desconocido, parecía confuso, como si nunca nadie lo hubiera mandado a paseo.—No lo entiendes. Necesito saber qué es lo que encontraste. Es por tu bien. Debes confiar en mí.—¿Confiar en ti? ¿Cómo puedo confiar en alguien que me sigue a todas partes, me espía mientras me cambio de ropa y me asalta en un callejón? por Dios, ¿cómo puedes pedirme que confíe en ti?—Yo no te he espiado mientras te cambiabas.—No, claro que no.Al menos tiene la decencia de ruborizarse, pensó Kelley.—Sólo te he visto salir del camerino. Quería asegurarme de que estabas sola, para hablar contigo.—¡Ah, sí, por supuesto! Para “hablar” conmigo.El asombro que parecía haberle provocado la acusación de Kelley, era tal, que ésta, se senda inclinada a creerle, aunque tampoco le importaba demasiado.—¿Por eso estabas ahí agazapado antes, entre bambalinas?Kelley, no imaginaba la reacción que aquella pregunta iba a suscitar en él. El Guapo Desconocido, abrió mucho los ojos y se apartó bruscamente de ella, como si Kelley, le hubiera propinado un puñetazo.¿Qué diablos era aquéllo?—¿Me estás acosando?Kelley, miró por encima del hombro para ver si todavía quedaba algún miembro del reparto por allí. Pero la lluvia los había ahuyentado a todos, o les impedía salir.—¡Por supuesto que no!Dio un paso hacia ella, y Kelley, retrocedió.—Si se te ocurre tocarme, rozarme siquiera, gritaré como una posesa.Aquello lo detuvo y, una vez más, compuso aquel gesto infantil de perplejidad.

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Kelley se atrevió a posar sus ojos en los de él, y se le cortó la respiración. La intensidad de su mirada era tal, que se sentía como atrapada por la luz de un potentísimo foco.Aquel chico la estaba atosigando, y aún así deseaba acercarse a él y acariciarle el rostro.

“Eso que al despertar tu vista vea…”

Kelley, ahuyentó aquella ensoñación inoportuna, y retrocedió al ver que el Guapo Desconocido, estaba a punto de gritarle a ella.

—Se está haciendo tarde, y no tengo tiempo para esto —balbució él, impaciente, alzando la vista al cielo.Kelley, se sorprendió a sí misma siguiendo la dirección de su mirada.

¿Cómo diablos puede saber qué horas es mirando el cielo?

El cielo no había variado en todo el día su aspecto plomizo, gris.

Él dio un paso más hacia ella, y las terminaciones nerviosas de Kelley, resonaron como alarmas, instándola a salir huyendo. Un extraño cosquilleo, le recorrió la columna vertebral hasta las yemas de los dedos, acumulándose allí, como si de un momento a otro fueran a salirle alas. Pero sus pies permanecían anclados en el suelo y, atrapada en la mirada del joven, contenía el aliento.

Él alargó una mano y le rozó el brazo con los dedos.

De pronto, Sonny, sintió una descarga eléctrica, que le hizo retroceder de un salto y le arrancó una mueca de dolor. Cuando apartó los ojos de ella, se recuperó a una velocidad sobrenatural y alargó de nuevo la mano, agarrándole la capucha y un mechón de pelo. Kelly, sintió el chasquido del collar de plata al romperse, y vio que el trébol de cuatro hojas se soltaba y caía en un charco.

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La indignación que sentía, desplazó al temor y se volvió para encararse a su atacante.

Ella lanzó el puño, que describió medio círculo en el aire, y el joven salió despedido hacia atrás, estampándose contra la pared de ladrillos del teatro.

—¿Cómo te atreves? —le gritó ella, y el aire que la rodeaba le pareció de pronto tan frío como su ira, alimentada por la adrenalina.Los ojos de él, grises como una tormenta, se abrieron como platos al ver que...

DOCE.

El callejón se iluminó como si hubieran lanzado fue fuegos artificiales.

—¿Cómo te atreves? —le gritó otra vez, y su voz de trueno volvió a arrojarlo contra la pared. Sonny, se llevó un brazo al rostro para protegerse los ojos. El suelo giraba bajo sus pies, mareándolo y, por un momento, le pareció que iba a vomitar. Entrecerrando los ojos para ver en medio de los destellos, alzó la vista y miró hacia donde, hacía apenas unos instantes, había una chica empapada y desafiante. Y quedó boquiabierto.

Un halo de luz se recortaba a su alrededor, como si se tratara de un par de alas de brillo diamantino.

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Habría querido suplicarle que lo perdonara. Ofrecerle su vida por haberla ofendido de ese modo. Someterse a ella. La criatura que se alzaba ante él, gloriosa como las estrellas, era digna de ser adorada y temida.Sonny, sentía un dolor en el pecho, como si se lo hubieran pateado con botas de piedra, y tenía los ojos arrasados en lágrimas de remordimiento. Era como si volviera a ser niño, corno si corriera de nuevo por los salones del palacio de Oberón, consciente de que nunca sería como los duendes, de que para ellos sería un juguete, una mascota, de que aquellas criaturas, que eran como la diosa que tenía delante, nunca le querrían de verdad. Su luz se derramaba sobre él, y sabía que era absolutamente indigno...

Y entonces, con la misma rapidez con la que las estrellas habían brillado, todo regresó a la penumbra.

—Imbécil. —Sonny, meneó la cabeza, confuso, desorientado; su visión todavía estaba cegada por la luz y salpicada de rastros de imágenes. Parpadeó, contemplando a la joven, que le lanzaba una mirada asesina mientras se abrochaba el collar. —Has estado a punto de romperlo.Por un momento, a Sonny, le pareció ver aún, aquella aureola resplandeciente que la rodeaba. Pero ya era muy difusa, espectral. Y después nada. Era imposible que hubiera estado ocultándose tras un hechizo. Su sensibilidad de Jano, le permitía rasgar el disfraz de un hada como si fuera de gasa, incluso tan lejos de la Puerta.—¿Es que eres retrasado? —Kelly, volvió a colocarse el colgante en el pecho—. ¿Qué diablos miras?Sonny, se puso en pie, tambaleante. La muchacha tenía el spray de autodefensa en la mano, y le apuntaba con él directamente a la nariz.—¿Qué te pasa? ¿Estás drogado o qué?—¿Quién eres? —le preguntó él, frotándose el brazo, en el que todavía notaba un cosquilleo.

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—¿No deberías saberlo ya? —le soltó ella—. Lo digo, porque no has dejado de perseguirme.—Yo no te persigo — se defendió él, negando con la cabeza. Aunque, debía admitir, que era lógico que a ella se lo pareciera—. Bueno, no exactamente. Es sólo que pensaba que tal vez pudieras ayudarme.—Vaya, pues te sorprenderá saber… —dijo ella, levantando la cabeza, los ojos todavía brillantes de ira—, que en este momento, no me siento precisamente generosa. Tal vez, en otro momento. No, tal vez en ninguno.Sonny, se apartó de ella, impotente.—Está bien. Lo comprendo. Perdóname si te he asustado.—Sí, bueno. Pero intenta no seguirme. Y no atacarme —dijo, dando un paso atrás, blandiendo aún el spray—. Ni se te ocurra seguirme.—No lo haré. No te molestaré más. —Sonny, levantó los brazos con las palmas al frente, en señal de rendición—. Te lo prometo.—Será lo mejor para ti —dijo Kelley, que se dio la vuelta y salió corriendo.Huía de él. Le tenía miedo.A Sonny, todo aquello no le gustaba nada.

—Ya veo que todo ha ido bien —le dijo Maddox, secamente mientras se quitaba el velo que lo había mantenido invisible y salía de detrás de un contenedor de basura. Sonny, se volvió hacia él y lo miró con gesto de enfadado—. No, en serio, se nota que le caes muy bien.—Maddox...—Sí, ya me callo.—Se suponía, que tú debías vigilar —masculló Sonny.—Y vigilaba. Pero esa chica es muy rápida. —Se encogió de hombros. —De todos modos, deberías haberte mantenido velado.Sonny, miró hacia el lugar por donde se había ido la chica.—No estoy seguro, de que hubiera cambiado nada.—¿Por qué no?—Me ha visto en el escenario y, allí sí iba cubierto con el escudo protector. Tú has visto lo que yo, ¿no? —Sonny, se giró y apretó

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con fuerza el hombro de su amigo. ¿Has visto lo que le ha ocurrido?La expresión de Maddox, era fría, inescrutable. La lluvia amainaba, pero el agua seguía resbalando por sus rostros, aunque ninguno de los dos lo notaba.—He visto... algo. —Maddox, hablaba con voz neutra, despojada deliberadamente de toda emoción audible. Pero las palabras que pronunció, a continuación, dejaron totalmente claras sus sensaciones: —Y, lo único que puedo decir, es que me he llevado un susto de muerte.—Deberíamos seguirla.Sonny, no había terminado de pronunciar aquellas palabras, cuando Maddox, ya negaba con la cabeza, vigorosamente.—Ah, no. No, no y no. Acabas de prometerle que no la seguirías. Yo me lo pensaría dos veces, antes de faltar a la promesa dada a una chica tan dulce y tan guapa, y que da tanto miedo como ésa. Y más teniendo en cuenta, que es capaz de vencerte sin el menor esfuerzo.—Mira, yo cuento con poco más que las advertencias vagas y no demasiado tranquilizadoras que el boucca, me ha proporcionados sobre el kelpie. Pero esa “niña dulce y bonita" sabe más de lo sucedido en el lago, de lo que dice, y creo que debemos averiguar qué es. —Sonny, no mencionó que Bob, también le había pedido que “cuidara de ella".—Déjalo, Sonn —le sugirió Maddox, y se dio la vuelta para alejarse en la dirección opuesta a la que había tomado la chica—. Sé muy bien cuándo se avecinan problemas, y tú también. Quítatela de la cabeza.En efecto, Sonny, sabía muy bien dónde había problemas. Por más que no le gustara reconocerlo, Maddox, tenía razón. A regañadientes, siguió al otro Jano, girándose de vez en cuando. En ese momento, quitársela de la cabeza, le parecía uno de los mayores retos a los que se había enfrentado en su vida.

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TRECE.

De pie, frente a la puerta de su apartamento, Kelley, inspiró profundamente y metió la llave en la cerradura.

—¿Tyff? —llamó con voz vacilante—. Esto... ya estoy en casa y siento mucho...Silencio.— ¿Tyff?—Se ha comido mi jabón. —Tyff, salió despacio del baño, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su tono de voz era de lo más normal, extrañamente agradable—. Mi pastilla de jabón de ochenta dólares, la de hierbas japonesas prensadas a mano. El jabón japonés. Se lo ha comido.—Oh...—Y también se ha comido el tuyo, ése de dos dólares, Primavera Irlandesa se llama, ¿no? Pero en este caso, no he hecho nada por impedirlo.—Tyff, de veras que lo siento mucho...—De hecho, más que no hacer nada por impedirlo, he sido yo la que se lo ha dado. —Tyff, le dedicó una sonrisa almibarada y asesina a la vez; acto seguido frunció el ceño y le preguntó: —¿Sabes que estás empapada?—Es que me ha pillado la lluvia...—Pues ve a cambiarte, que vas aponer el suelo hecho un asco.Kelley, se miró los pies y constató que, en efecto, a su alrededor empezaba a formarse un charco. Salió disparada, pasando junto a su compañera de piso, que seguía plantada ante la puerta del baño meneando la cabeza y oyó un relincho de bienvenida, que provenía del interior.

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Entró en su habitación, se quitó la chaqueta y los vaqueros y se puso su mullido y amplio albornoz. Qué poco le gustaba llegar a casa empapada; sin embargo, en los últimos dos días, era la segunda vez que le ocurría. Le apetecía tomarse un té caliente... además, de ese modo, mientras ponía el agua a hervir, evitaría el cuarto de baño durante un rato.

—¿Y se... y se ha comido la avena? —Preguntó, sonriendo insegura, al pasar de nuevo junto a Tyff—. Después de comerse el jabón, quiero decir.—No, no se la ha comido. —Tyff, la siguió hasta la diminuta cocina—. Y eso que, yo para evitar que siguiera tragándose los productos de aseo, he intentado darle esos ridículos cereales tuyos de niña pequeña —añadió, señalando una caja de Amuletos de la Suerte, que había sobre la encimera—. Eso sí le ha gustado. Como también parece, que le gusta que le rasquen detrás de la oreja izquierda.Kelley, la miró muy sorprendida, de lo bien que estaba tomándose todo aquello.—No es que le esté cogiendo cariño, ni nada de eso —se adelantó Tyff—. Porque no es así.—Tranquila.—Pero, la verdad es que, hasta el momento, ha demostrado ser un caballito de lo más educado, y ni siquiera ha manchado nada con sus caquitas de caballo.... —Tyff se interrumpió de pronto al ver que Kelley la miraba con asombro—. No, tranquila, no importa.

—Tranquila —repitió Kelley, dándose media vuelta, se dispuso a prepararse el té.Tyff, permaneció unos momentos en silencio.—Winslow... ¿qué te ha sucedido hoy?—¿A qué te refieres?—Pareces...no sé... asustada. Temblorosa. Y está claro que no es porque tengamos un caballo devorador de jabón en el apartamento. ¿Qué te pasa?

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Kelley, se mordió el labio inferior para ver si así dejaba de temblarle. Ahora que estaba en casa, sana y salva, el recuerdo de lo que había ocurrido en el callejón no dejaba de regresar a su mente. De pronto, comprendía la gravedad de la situación en la que se había visto envuelta.—¿Kelley?— Ayer, en el parque, un tipo al que no había visto nunca me dio una rosa y... bueno, nada, después desapareció.—¿Y?—Creo que ha estado... siguiéndome.—¡Ah! —dijo, Tyffanwy, despacio—. Ya sé que eres nueva en la gran ciudad y todo lo demás, pero, entiéndelo, eso que cuentas no es nada bueno, Kelley.—Esta tarde, me lo he encontrado a la salida del teatro, en un callejón.—¿En un callejón? Ah, eso es perfecto. ¿Has llamado a la policía?—No, pero le he pedido que dejara de seguirme.—Ah, muy bien, o sea que has hablado con él —comentó Tyff, sarcástica—. Eso es lo mejor, lo más sensato que has podido hacer.—Ya lo sé, ya lo sé... —admitió Kelley, absorta en su té—. Pero habría podido hacerme daño en varias ocasiones, si hubiera querido, y no lo ha hecho. Me ha dicho que debía confiar en él.—¿Qué? ¿Confiar en él? No será algún tipo, contratado por la chiflada de tu tía, para que te vigile, supongo.—¿Un detective, o algo así? —Kelley, parpadeó para aliviar el escozor de unas lágrimas que no llegó a derramar. En el fondo, albergaba la sospecha de que aquel acto espontáneo de amabilidad, que él había tenido con ella al regalarle aquella preciosa flor, había sido, en realidad, un gesto calculado para acercarse a ella. En su momento le había parecido un detalle muy hermoso.—Sí, o una especie de guardaespaldas —añadió Tyff—. Las dos sabemos, lo poco entusiasmada que se mostró tu querida tía Em, cuando te trasladaste a vivir a la ciudad.Kelley, sopesó esa posibilidad durante unos instantes

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—Tal vez... —dijo. Emma, podía resultar patológicamente sobreprotectora.Tyff, suspiró y consultó la hora.—He de irme. Tengo una cita y, gracias a tus heroicos esfuerzos rescatando caballos, no me queda más remedio que ducharme en el gimnasio. ¿Estarás bien sola?—Sí, no te preocupes —respondió Kelley. Desde que habla llegado a casa y contado lo que le había sucedido, se sentía algo mejor. De hecho, ya no le parecía tan grave.Esas cosas sucedían constantemente en aquella ciudad de locos. Podría superarlo.—Escucha, hazme un favor y no te metas en más líos, ¿de acuerdo? —le sugirió Tyff, cubriéndose los hombros con una pashmina y dirigiéndose a la puerta—. Tal vez, nuestro amiguito de ahí dentro esté bien educado, pero por el momento, no paga el alquiler, así que voy a seguir necesitándote a ti.Kelley, esbozó una sonrisa y asintió. No terminaba de entender que Tyff, se mostrara tan comprensiva, pero le estaba gradecida por ello.—Quizá puedas dedicar la noche, a pensar en cómo vamos a sacar del baño a Míster Ed —añadió Tyff, mientras abría la puerta y alcanzaba el rellano—. Pero si sales, ve con cuidado, ¿de acuerdo?—Sí, te lo prometo. Diviértete.

La puerta se cerró y, una vez sola, Kelley, fue a la cocina, cogió el paquete de cereales y lo agitó. Estaba medio vacío, pero el ruido suscitó un débil relincho de respuesta. Se dirigió al baño y asomó la cabeza por la puerta. El caballo movió las orejas en su dirección, emitió una especie de ronquido y, por la fosa nasal izquierda asomó una pompa grande, iridiscente, que fue hinchándose hasta alcanzar el tamaño de un globo pequeño, antes de estallar con un ruido sordo. Kelley, se echó a reír al ver el gesto de asombro del animal, y él le respondió con un quejido, que sonaba claramente a risita avergonzada.

—Vamos, caballo.

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Kelley, se sentía como una tonta, entre otras cosas, porque aquel animal parecía más listo que ella. No se dejaba engañar por su truquito de agitar un puñado de cereales y alejarlo de él cada vez más para sacarlo del baño. No. Cuando, tras alargar el cuello al máximo, constataba que quedaban demasiado lejos, se limitaba a ladear la cabeza y a mirarla con aquellos ojos grandes y tristones. Al final, fue ella la que cedió y, sentándose en el borde de la bañera, abrió la mano para que él se comiera todos aquellos cilindros, herraduras y tréboles de cereal.

Tampoco podía evitar llamar "caballo", al caballo, algo que, no sabía por qué, le parecía grosero.

Cogió otro puñado de Amuletos de la Suerte, y se los acercó al hocico. Los ojos del animal parecieron iluminarse de entusiasmo y los olisqueó. Kelley, sintió las cosquillas en la palma de la mano y se le escapó una risita. En ese momento, se le ocurrió un nombre para él.

—Buena Suerte —murmuró.

El caballo levantó la cabeza, como si respondiera a ese nombre, y la miró sin dejar de devorar sus golosinas. Sí, era un nombre que le iba bastante bien. Había tenido suerte, de que ella se encontrara en el parque aquella noche, y de que la señora Maden, la vecina de al lado, no hubiera oído el escándalo que había montado cuando se coló en el baño, y no hubiera llamado a la policía. Había tenido suerte de que al casero no se le hubiera ocurrido ir a visitarlas, y mucha más suerte aún, de que Tyff, por alguna razón incomprensible, no los hubiera matado a ninguno de los dos. Buena, Suerte.

Le rascó detrás de la oreja, y Buena Suerte, relinchó de placer. Kelley, tuvo la sensación de que si hubiera sido un gato, en vez de un caballo, habría empezado a ronronear.

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“Pues eso, por el bien de los dos, espero, que en efecto, traigas buena suerte, y no mala suerte”.Porque ella sabía muy bien, que la suerte podía ser buena o mala.

CATORCE.

Sonny, hincó dolorosamente una rodilla en el suelo para evitar que le arrancaran la cabeza de un mordisco. El boggart, contra el que luchaba había surgido de una grieta en los Strawberry Fields. Estaba cubierto de espinas venenosas y armado de una hilera de dientes afilados. Tras emitir una especie de silbido, el boggart, regresó a toda prisa a la oscuridad. Sonny soltó una maldición y echó a correr para darle alcance, haciendo grandes esfuerzos por concentrarse, por olvidar a aquella chica rara que lo sacaba de quicio.

Aquel ser maligno gruñe, mostrándole los dientes, y se internó en la espesura. Sonny, soltó otra palabrota y fue tras él. El claro que se extendía más allá, estaba desierto; ésas eran cosas que era capaz de oler, como se olía la vaharada penetrante que desprendía el diente de león. Aquel ser se había ocultado, pero seguía cerca.

Oyó un chasquido de ramas sobre su cabeza. Sonny, alzó la vista, pero ya era demasiado tarde: el boggart, lo había conducido derecho a una trampa.

Una nube de cuervos volaba en círculos sobre ellos, y el temor se apoderó de él. Aquéllos no eran cuervos normales, sino criaturas de Mabh, la reina Otoñal de los Márgenes Umbríos de la tierra de los duendes. Pájaros inmensos, de plumas negras, brillantes, de ojos rojos, garras como hoces y un hambre atroz de carne humana.

Aquel boggart, debía de ser también uno de los secuaces de Mabh, o eso pensaba Sonny, mientras, desesperado, extraía el

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haz de bastoncillos de la mochila. Apresuradamente, pronunció las palabras mágicas, y los bastoncillos se convirtieron de nuevo en una espada con filo de plata.

El boggart, apareció al otro lado del claro, levantó sus manos retorcidas al aire, como si diera la señal de ataque a sus tropas, y los cuervos se lanzaron a la ofensiva.

La espada de Sonny, centelleó en el aire al abatir a dos de aquellos pájaros asesinos. Blandió la espada y alcanzó a varios más, pero no dejaban de llegar otros, y él siguió. Acechándolos, ensartándolos con la punta del arma. Un nuevo ataque le hizo agacharse, y le faltó muy poco para perder un ojo.

Se le apareció el rostro de Kelley, pero no hizo nada por apartarlo de su mente. Pensar en su sonrisa le daba fuerzas. Los cuervos regresaron para atacarlo, y él volvió a blandir la espada, que dibujó un arco de luz en la oscuridad.

La claridad del amanecer, se colaba ya por las ventanas cuando Sonny, entró en su apartamento. En la terraza, la elegante figura del rey maligno, se recortaba sobre una tumbona. Sonny, dejó la chaqueta y la mochila en el sofá y, con cautela, salió al exterior.

—Mabh, está bastante enfadada contigo, jovencito —dijo Oberón, con voz a la vez fría y divertida—. Tiene mucho cariño a sus mascotas.—Pues la próxima vez, decidle que las deje en casa. O, si quiere ponerme a prueba, que escoja pájaros más grandes. —Sonny, se desperezó para desentumecer la espalda. Le había costado mucho librarse de aquellos cuervos asesinos, pero estaba satisfecho con el resultado. Ni uno solo se había salido con la suya.

Cuando la reina Mabh, transitaba libremente por el mundo de los mortales, se convertía en la materia de la que estaban hechas las pesadillas. Sus transgresiones contra los mortales se habían

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vuelto tan terribles, que Oberón y Titania, se vieron obligados a unirse para encerrarla en los confines de los Márgenes Umbríos, que constituían su reino oscuro. Pero Mabh, seguía permitiéndose el placer de enviar a sus secuaces a franquear las Puertas, para sembrar el caos, operación, que ella controlaba desde su bola de cristal como quien se entretiene viendo películas de terror.

Que las criaturas de Mabh, pudieran volver a circular con libertad por el mundo, era algo que incitaba a Sonny, a tomarse muy en serio su misión como Jano. Tal vez, no quisiera vivir en este mundo, pero desde luego, no le deseaba ningún mal. Y menos si en él existían criaturas como su Polvorilla...

Sonny, notó que Oberón lo miraba. De pronto, le asaltó la desagradable sensación de que el rey, le había formulado una pregunta, que él ni siquiera había oído.

—¿Señor? —Distraído, alzó la vista, y se encontró con los ojos de su monarca.—Háblame de esa muchacha. —le pidió Oberón.Sonny, no había pretendido pensar en ella. Y mucho menos mencionarla en presencia de Oberón. Pero su mente le había jugado una mala pasada. Y había cometido el terrible error de mirar a los ojos, al señor de lo Maligno.—La veo. En tus ojos. —La mirada oscura de Oberón, mantenía a Sonny, atrapado como una mosca en el ámbar. No lograba apartar de ella sus ojos, a pesar de que los del rey se le clavaban como puñales. —¿Quién es?—No lo sé.—No me mientas, chico. —La voz del rey sonaba relajada, pero Sonny, sabía que, por más Jano que fuera, se hallaba en grave peligro.—No os miento. Ella es... actriz. Es sólo una chica que vi en el parque, de veras. —Sonny, esperaba que, en cualquier momento, Oberón, abatiera sus formidables murallas mentales, como si fueran de papel, y lo descubriera todo sobre ella. Aunque no era

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gran cosa, Sonny, no quería que el rey de los duendes pusiera demasiado interés en averiguar más sobre su Polvorilla.—Mmm. —murmuró Oberón.Sonny, notó que la fuerza que le oprimía el cráneo, remitía. Se puso en pie — no se había dado cuenta de que llevaba un buen rato arrodillado. Y aligeró la tensión de los hombros.—No logro captarla, a través de tu mente —admitió, desconcertado, el rey de los duendes—. Sin embargo, veo que su imagen perdura en ella.—Es guapa —dijo Sonny, encogiéndose de hombros, en un gesto que, esperaba, resultara lo bastante despreocupado—. Para ser mortal.Tras un momento incómodo, el monarca arqueó los labios y esbozó algo parecido a una sonrisa.—Espero que no lo sea tanto, como para hacer que te olvides de ti mismo, Sonny Flannery. Ni de tus deberes.El Jano bajó ligeramente la cabeza, en señal de deferencia.—Por supuesto que no, señor.—Mejor, porque albergo la desagradable sensación, de que los heraldos de Mabh, son exactamente eso, anticipos de lo que está por venir. Sonny, en los reinos de los duendes, existe mucho descontento. Y, por más que yo lo consideré necesario en su día, el cierre de las Puertas, se ha convertido en motivo de contienda y en un nexo común para mis enemigos. Si me fallan mis guardianes Janos, todo resultará más difícil.—No os fallaremos, señor.—Eso sería lo deseable. ¿Y qué otras novedades hay?Sonny, vaciló un instante, pero sólo un instante. Oberón, era su rey. Su función, en tanto que Jano, era servirlo. Ni se le pasaría por la imaginación ocultárselo. Las palabras de Bob, el boucca, eran ya poco más que un eco diminuto en un rincón de su mente, y Sonny, las ignoró.Le habló a Oberón de sus encuentros junto a la Puerta. El rey ya sabía lo del boggart y lo de los pájaros, por Mabh, así que le contó lo del enjambre de piskies, y no le gustó que el monarca pareciera divertirse con el relato. Algo parecido le había sucedido con Maddox. Entonces, pasando por alto el nerviosismo que le

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causaba el recuerdo de su fracaso, le habló del lago y de la criatura que a él, y también a los demás Janos, le había pasado desapercibida: el kelpie, que había escapado por la Puerta y desaparecido en plena noche.—Los kelpies son peligrosos, de eso no hay duda —admitió Oberón, encogiéndose de hombros como para quitar importancia a sus palabras—. Pero carecen de la inteligencia necesaria, para esquivara mi Guardia de Janos, por mucho tiempo. O eso creo.—No estoy seguro, de que fuera un kelpie común, señor —dijo Sonny, que, tras ponerse en pie, entró en el apartamento en busca de su mochila. De un bolsillo interior, extrajo las tres piedras de ónice y regresando a la terraza, las depositó en la mano abierta de Oberón. Enredadas a las cuentas, se veían varias cerdas de crin de caballo—. Encontré estos talismanes en el barro, junto al lago. Nunca había visto algo parecido.—Yo sí —murmuró el rey.Sonny, jamás habría imaginado que el rostro de Oberón, de por sí blanquísimo, pudiera palidecer más, pero así fue. Su frente permaneció lisa y su gesto impasible, pero la temperatura en la terraza se volvió gélida.—La Cacería...Sonny, tuvo que esforzarse para oír sus palabras.—¿Cómo decís, señor?—Son amuletos. —Los ojos del rey eran dos lagunas en la noche—. Con ellos, se puede invocar al “Caballo Ruano” para que vuelva a la vida.A Sonny, se le heló la sangre en las venas. De pronto, sabía lo que significaban aquellas piedras negras y brillantes.—Pero... el Caballo Ruano, es el que encabeza la Cacería Salvaje —balbució en un susurro.—Así es.Oberón, cerró el puño, apretando con fuerza las cuentas y, al momento, lo abrió, dejándolas caer al suelo de piedra.Se levantó, y acercándose al borde de la terraza, contempló el parque que se extendía más abajo. A Sonny, le pareció que el rey habla olvidado incluso dónde se encontraba.

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—Oh, Mabh. —El rey hablaba con voz áspera y gesto serio—. Hasta aquí nos han conducido tus locuras.De pronto, el aire se arremolinó en torno a Oberón, y Sonny, se cubrió el rostro con la mano, para protegerlo de la repentina corriente de viento gélido. Cuando la apartó, el rey ya no estaba, y su grito se confundía con el graznido de un halcón.

QUINCE.

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El teatro Avalón, ardía en llamas, y Kelley, no podía hacer nada.Todo Manhattan, ardía en llamas.Más iluminado que si fuera de día, el cielo nocturno se había teñido de naranja con el resplandor de los fuegos, que se elevaban hasta las nubes. Sonaba una música atroz. Gaitas, tambores y gemidos inundaban el aire de unos sonidos triunfantes, espantosos. Se oía el repicar de pezuñas. Miró hacia el suelo, mucho, mucho más abajo, y vio que las calles de la ciudad eran ríos de sangre.No podía impedirlo. Ni quería.Un resplandor salvaje, llenó el espacio que debería estar ocupando ella, y Kelley, abrió mucho la boca para sumar su voz a los sonidos de la guerra, a los gritos que rasgaban el aire a su alrededor.

—Eh, Winslow, ¿has podido dormir algo esta noche?Kelley, alzó la vista, liberada del recuerdo de sus pesadillas.—Hola, Alec —respondió suspirando. Las escenas de aquella carnicería, no habían abandonado su mente durante toda la noche—. Sí, he dormido. Muchísimo. Pero ojalá no lo hubiera hecho.Alec, la miró, esbozando una sonrisa.—Eres una niña muy, muy rara.Kelley, sonrió también.—Eso es precisamente, lo que pensaba escribir en la nota biográfica del programa de mano. Eso, y que si interpreto este papel es porque la actriz titular se rompió...—Eh, no te quites méritos. A mí me parece que eres una Titania soberbia. Y, entre tú y yo... la idea de tener que representar la escena del cenador con esa loca, me daba escalofríos. En cambio, contigo será divertido. —Alec, se apoyó en la pared y se acercó más a ella—. ¿Quieres que vayamos a ensayar tú y yo? Tardo sólo un segundo, en ir a por mi cabeza... a por mí cabeza de asno, quiero decir.

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Kelley, se inclinó hacia atrás y soltó una carcajada, ya algo más tranquila. Empezaba a resultar bastante obvio, que chistes malos a parte, Alec, se habría mostrado más que dispuesto a escaparse con ella hasta algún rincón oscuro del teatro a “ensayar”. Pero ella, prefirió pasar por alto la propuesta y le dio un codazo.—Sabrás que, en tanto que actriz suplente, soy la única contratada para limpiar un poco, además de para actuar. —Movió la mano por el aire con gesto grandilocuente y declamó—: Yo, Titania, la reina del reino de las Hadas... será mejor que vaya a fregar el escenario, antes de que Mindi, prenda fuego a mis alas.Dicho esto, se alejó corriendo, sorprendida al constatar que el corazón le latía con fuerza, con más fuerza de la cuenta. Sí, Alec Oakland, no estaba mal, pero era la idea de ensayar con él en los rincones oscuros del teatro, lo que provocaba esas palpitaciones.También, esquivó a Alec, después de los ensayos. Un día más con Buena Suerte, metido en su bañera, había bastado para convencerla de que la única manera de librarse de él, era averiguar a quién pertenecía. Se había pasado toda la mañana frente al ordenador, imprimiendo notas sobre papel color fucsia, en las que incluía una fotografía de Buena Suerte (tomada con la cámara del teléfono móvil) y algunos datos, confiando en que sirvieran, para que alguien se pusiera en contacto con ella, alguien que no llamara a la policía ni a ninguna institución psiquiátrica. Tras el ensayo, cargada con los anuncios,una grapadora y un rollo de cinta adhesiva, se dirigió al parque y buscó los escasos tablones de anuncios para colgar en ellos su aviso. Empezó por el extremo sur, y consultó la hora, preguntándose si...“Dar la réplica al actor; entrar en escena por la izquierda”.Debía de llevar unos veinticinco minutos en el parque, cuando, por encima de su hombro, en el vidrio que protegía el tablón de anuncios, vio reflejada una figura que le resultaba cada vez más conocida.Kelley, no se volvió siquiera a mirar.

—¿Es que no tienes casa? —le preguntó en tono de estudiada indiferencia. Levantó el cristal que protegía el tablón de anuncios

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y pegó una de sus notas sobre otra que informaba de la celebración de un concierto gratuito el verano anterior.Él respondió a su pregunta con otra pregunta.—¿Qué estás haciendo aquí?—Pegando un anuncio. —le informó, agitando los papeles que sostenía en la mano—. Aunque, no creo que sea asunto tuyo.—No deberías estar aquí.Esta vez, sí se volvió y lo miró de frente.—Me ha alegrado mucho verte —dijo, y se fue.Pero no había dado ni cinco pasos, cuando él le dio alcance.—No era eso lo que quería decir —se disculpó, con un deje de desesperación en la voz.Kelley, no estaba segura de si esa desesperación se la provocaba ella o él mismo. Y se dio cuenta, de que a ella le ocurría lo mismo. Las hojas recién caídas crujían bajo sus pies a medida que avanzaban juntos, lo que en otras circunstancias, con otro chico, habría podido interpretarse como un silencio cómplice.—Siento lo de ayer —dijo él al fin.—¿Y qué es exactamente lo que sientes? —replicó Kelley, sin aminorar la marcha, y sin mirarlo.—Siento haberte asustado. —Se expresaba en tono compungido, incómodo, como si no estuviera acostumbrado a disculparse.Kelley, estaba decidida a no ponérselo fácil. La había asustado, y mucho. ¿Cómo se atrevía siquiera a dirigirle la palabra?—No te acepto las disculpas.Él, sorprendido, perdió el paso y se quedó un poco rezagado.—Sí, claro, lo comprendo.—¡No, tú no lo comprendes! —le gritó ella por encima del hombro, sin aflojar el ritmo.Pero, un instante después, él ya la había alcanzado, sin gran esfuerzo, pues caminaba a grandes zancadas.—Tienes razón —admitió él al fin—. No lo comprendo.Kelley, suspiró.—No veo por qué, debo aceptar las disculpas de un desconocido, en estas circunstancias, precisamente. Un “lo siento”, puedo aceptárselo a alguien que sin querer me da un codazo en el vagón del metro. En ese caso, sí, la disculpa me parece

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adecuada. —Lo miró brevemente—. Sin embargo, si ese “lo siento”, viene de un chico misterioso que me regala algo, después desaparece, más tarde se presenta en mi lugar de trabajo, de nuevo vuelve a desaparecer, después me acecha en un callejón, vuelve a desaparecer...—No, esa vez fuiste tú la que te fuiste corriendo.—¡No me interrumpas!—Lo sient... Esto... sigue, por favor.—...Y más tarde, vuelve a aparecer, como por arte de magia, cuando estoy en el parque, ocupada en mis cosas... —Kelley, se detuvo en seco y le puso el dedo índice en el pecho—. Pues no, no acepto ese “lo siento”, así de simple, así de breve, así de desnudo, sin más explicaciones, esa disculpa de un chico que me ha dado un susto de muerte. —Volvió a girarse y prosiguió su rápido avance por el sendero—. De hecho, de ese chico ni siquiera aceptaría una disculpa elaborada, larga y adornada. No sin saber quién es exactamente ese chico. O sea que tú decides.Tras dar varios pasos más, la cogió por el brazo.—Sonny.Kelley, alzó la vista.Él meneó la cabeza, sonriendo un poco, y se dio unas palmaditas en el pecho.—Me llamo Sonny. —Hizo una pausa, cauteloso—. Sonny Flannery.—Kelley —dijo ella, pronunciando su nombre muy despacio—. Kelley Winslow.—Y eres actriz. —El tono de su voz, convertía aquella afirmación casi en una pregunta, como si le extrañara que pudiera serlo.—Sí —respondió ella, poco convencida—. Me viste en el teatro, ¿no?—Sí.—Sobre eso..., Sonny... —Se le hacía raro saber su nombre—. Puesto, que tú sabes mucho más de mí que yo de ti, ¿qué te parecería devolverme el favor?Él frunció el ceño.—No hay nada sobre mí, que resulte mínimamente interesante.Kelley, se echó a reír.

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—Estoy segura, de que eso no es cierto. —Sonny, se mantuvo en silencio—. Está bien. ¿Entonces? ¿Vas a la escuela? ¿A la universidad? ¿Trabajas? ¿Qué haces?—Soy... guardián. —Se encogió de hombros, mientras sus pies se hundían entre las hojas secas—. Bueno, una especie de guardián.—¿Quieres decir, que eres guardia de seguridad? —le preguntó Kelley.Sonny, vaciló un momento antes de asentir.—Sí, supongo que sí.—Bien. O sea que eres vigilante nocturno.El esbozó algo parecido a una sonrisa avergonzada.—Sí.—No hay nada malo en eso. —Kelley, se giró para reanudar la marcha y Sonny, la siguió. Recordó la teoría de Tyff, según la cual Sonny, era una especie de aprendiz de detective, contratado por la loca de su tía para vigilarla. Tenía cierto sentido, sobre todo si trabajaba para alguna empresa de seguridad. Intentó imaginárselo vistiendo un uniforme alquilado, que seguro le vendría grande, con unos pantalones grises de tergal, y prefirió llegar a la conclusión de que Sonny, trabajaba con ropa de calle.Tomaron el sendero que bordeaba la fuente de Bethesda, por el este y pasaba bajo los arcos de piedra cubiertos de vegetación, rodeando el lado norte de Conservatory Water. Por lo general, allí se congregaban gran cantidad de amantes de los barcos de juguete, que con sus mandos a distancia, manejaban sus embarcaciones en el estanque; pero a esas horas estaba desierto.Kelley, cruzó los brazos.—Esta noche volverá a ser fría —dijo.Sonny, se detuvo en seco, petrificado, como si ella acabara de pronunciar una maldición o un hechizo. Giró la cabeza y se le agarrotaron los hombros. Aquel súbito cambio sorprendió a Kelley.—Maldita sea —murmuró él entre dientes.Ella miró alrededor pero, por más que lo intentaba, no lograba entender cuál era el problema. En el parque todo parecía tranquilo y en silencio.Muy lejos aulló un perro.

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—No deberías estar aquí —dijo Sonny, con voz áspera, mientras miraba hacia el punto aproximado del que había provenido aquel sonido. De pronto, parecía encontrarse a miles de kilómetros. Impenetrable. Duro.Lo acusado de aquel cambio de humor, pilló desprevenida a Kelley, que, al instante, volvió a ponerse a la defensiva. ¿Lo había ofendido en algo? ¿En qué?Aun así, trató de responder en tono jocoso.—No sé, la última vez que estuve aquí, esto era un parque público. Y yo... —añadió, señalándose a sí misma— formo parte del público.El perro volvió a aullar, más cerca en esa ocasión. Kelley, suponía que se trataba de un perro, porque se encontraba en pleno centro de una de las mayores ciudades de Norteamérica. De haber estado en su tierra, en los Catskills, habría jurado que era un coyote.Sonny, se volvió hacia ella, con sus ojos grises más oscuros, y señaló con vehemencia hacia el oeste.—Se está poniendo el sol.Kelley, volvió a cruzarse de brazos.—Sí, el sol suele ponerse por la noche, ya me había dado cuenta.Sonny, le pareció mucho mayor de repente. Y eso la asustó.—Me alegro. Pero ahora deberías irte, antes de que te metas en más problemas. Como la otra noche.—¿Qué? ¡No fue culpa mía! —El asombro de Kelley, fue tal que no se molestó siquiera en preguntarle, cómo sabía él que había estado a punto de ahogarse—. ¿Cómo va a ser culpa mía una cosa así?—¿De quién, entonces?Ella lo miró fijamente, muy seria.—¿Qué? —exclamó él, abandonando por un instante su actitud amenazadora—. No estarás insinuando, que la culpa fue mía por...Kelley, estaba indignada.—Mira, para empezar, si tú no te las hubieras dado de gran caballero romántico, con esa rosa, esa caída de ojos y todo lo demás, yo no me habría quedado allí lo bastante como para

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haber encontrado a Buena Suerte, y él no estaría metido en mi bañera, y... —Kelley, metió la mano en el bolso y sacó los anuncios de color fucsia, algo arrugados, que teóricamente había ido a pegar allí—... no habría tenido que venir aquí, con estos absurdos cartelitos. Lo que implica que no habríamos vuelto a encontrarnos. Empiezo a pensar, que eso habría sido estupendo.—¿Buena Suerte? —Sonny, parecía no entender nada.—Es un caballo. —Kelley, agitó los avisos delante de sus narices, colérica.—Sí, claro.—No sigas por ahí.—No sigo por ningún lado. Espera... —Sonny, abrió mucho los ojos—. ¿Me estás diciendo que tienes un caballo en la bañera?—No me mires así. Los de Protección de Animales, tampoco me creyeron.—¿Hay agua en la bañera?—¡Sí! —respondió Kelley, sorprendida—. ¿Cómo lo sabes? Cada vez que intento quitar el tapón, para que se vaya el agua, él me mordisquea la mano y, no sé cómo, logra abrir los grifos con la nariz. Creo que es el caballo de un circo, o algo así. Pero me da miedo que se le pudran las pezuñas.—No le pasará nada. Al menos en las pezuñas... No sabes en qué lío te has metido.Kelley, ahogó una risa y meneó la cabeza. No estaba dispuesta a soportar más tonterías. Dio media vuelta y echó a andar por el sendero.Pero Sonny, la agarró por el brazo, deteniéndola en la zona umbría que quedaba frente a la célebre estatua de Alicia en el País de las Maravillas.—Por ahí no puedes ir.—Yo puedo ir por donde me dé la gana, maldita sea —soltó Kelley, fuera de sí. ¿Qué se creía ese tío?Sonny, no daba crédito.—Pero, ¿por qué? ¿Por qué?—¿Por qué qué? —replicó ella.—¿Tú ves a alguien paseando por aquí? —preguntó él, alargando un brazo.

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—No, ¿y qué? —Kelley, estaba intrigada y enfadada a partes iguales, aunque, debía reconocer que, en efecto, parecían ser los únicos que se encontraban en la zona.—La mayoría de tus congéneres, huyen de este lugar como de la peste en momentos como éste —masculló Sonny—. ¿Por qué he tenido que dar yo, con la única mortal lo bastante chiflada como para creer que es divertido arrojarse una y otra vez en brazos de un grave peligro?Kelley, lo miró boquiabierta, sin salir de su asombro.—Voy a hacer, como que no he oído nada —dijo, señalándose el pecho con el índice—. Pero que te quede claro, que no soy una loca chiflada... ¡Espera un momento! ¿Qué diablos has querido decir con eso?—¿Con qué? ¿Con lo de chiflada?—No, con lo de mortal.—¿Acaso no lo eres?—Pues claro que lo soy.Sonny, se encogió de hombros y murmuró:—Cada vez me cuesta más estar seguro de eso.Kelley, inspiró profundamente.—De acuerdo, me voy a casa. —Dio unos pasos y se volvió—. ¿Hace falta que te diga que ni se te ocurra seguirme?—No. —Sonny, se secó la frente con la manga. Parecía disgustado y aliviado por igual—. La otra vez, te prometí que no lo haría, y no lo hice.—¿A qué viene entonces todo esto? —le gritó Kelley.No entendía nada; apenas conocía al chico, pero todo aquello le dolía—. ¿Por qué me encuentro constantemente contigo? ¿Casualidad? Este parque es muy grande, señor Flannery. Esta ciudad es muy grande. Y, no sé cómo, vuelvo a encontrarte aquí. Igual que en el Avalón...—No, eso fue premeditado. Ya te lo dije. Fui a ver si te encontraba. Y lo de hoy, tampoco es una coincidencia, porque las coincidencias no existen —añadió amargamente—. Todo esto es por tu tozudez, y por mi absoluta mala suerte. Los hados me han jugado una mala pasada. ¿Qué les habré hecho yo?

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-—¿Por qué me odias? —La voz de Kelley, sonó muy baja en el aire sereno de la noche—. Si ni siquiera te conozco.Y entonces, surgió de nuevo. Aquella mirada. La mirada de sus sueños, la que le había roto el corazón. El rostro de Sonny, se abrió, como herido, y su expresión se llenó de un anhelo y una angustia extraños.—Oh, Kelley. Estoy muy lejos de odiarte, aunque creo que me sentiría más a salvo si te odiara. Y tú también lo estarías... ¡Rápido, agáchate!De pronto, se abalanzó sobre ella y la tiró al suelo junto a la estatua de Alicia en el País de las Maravillas. Al caer, Kelley, se dio con la cabeza en la seta del ciempiés, y se quedó tendida en el suelo, medio conmocionada y respirando con dificultad.La criatura aullante, que la había atacado atravesando el aire de la noche, no la había alcanzado por los pelos... gracias a la rápida reacción de Sonny. Luego, aquella cosa enorme se giró con una agilidad impropia de su tamaño y, saltando sobre él, lo lanzó varios metros más allá, con tal violencia que Kelley, temió que le hubiera roto la columna vertebral.Sonny, estaba tendido en el sendero, inmóvil, y aquel ser furibundo, del tamaño de un búfalo, se dirigía de nuevo hacia ella, clavándole sus ojos rojos y abriendo y cerrando las mandíbulas.Kelley, observaba incrédula, sus zarpas peludas, enormes, que parecían no tocar el suelo...A través de la neblina paralizante, de su horror, Kelley, oyó que Sonny, gritaba algo que sonaba más o menos así—:”¡Vuelve, perro del infierno, vuelve!”Y pensó para sus adentros: “Esto es de Macbeth, no de El sueño de una noche de verano. Estoy en la obra de teatro equivocada”.Cuando aquella criatura la embistió, el dolor de cabeza que sentía se convirtió en cegadora agonía.

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DIECISEIS.

Desde la esfera más exterior de su concentración. Sonny, percibió que Kelley, había perdido el conocimiento y se alegró por ello. No quería que viera lo que venía a continuación, fuera cual fuera el resultado.En el momento, en que aquella criatura se abalanzaba sobre Kelley. Sonn,y dio un salto y aferró a el enorme pecho del monstruo, con los brazos, tiró de él con todas sus fuerzas hacia un lado y logró abatirlo, alejándolo de la chica, que seguía inconsciente. Los dos rodaron por el suelo, y cuando se detuvieron, Sonny, quedó debajo. Levantó los brazos por encima de la cara, mientras aquella cosa con aspecto de lobo, se aferraba a su garganta.Su aliento fétido, brotaba de él como la niebla de un pantano y sus mandíbulas, de dientes afilados, se mostraban impacientes por cerrarse sobre su carne. Cruzando los brazos para crear un

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escudo protector, Sonny, trató de agarrar las orejas peladas de aquella criatura. Cuando lo logró, tiró de ellas en direcciones opuestas. La cosa emitió una especie de quejido perruno y se echó hacia atrás. Sonny, aprovechó para ponerse de pie de un salto y le propinó una patada en las costillas. El animal gruñó de dolor y se levantó, quedando unos centímetros por encima del suelo, agazapado, moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás. Acto seguido, se irguió sobre las patas traseras, preparándose para la siguiente embestida. Al mismo tiempo, que emitía un rugido gutural.Antes de que Sonny, tuviera tiempo de desenvainar su arma. La cosa volvió a abalanzarse sobre él. Arqueó su pesado cuerpo, suspendido en el aire, dejó a Sonny, y se dirigió una vez más hacia Kelley. El Jano, lanzó otro ataque con un solo brazo, mientras con la mano libre, buscaba desesperadamente, la daga que llevaba sujeta al cinto. Por un momento, dejó desprotegido el lado derecho de su torso, y notó el impacto de un dolor intenso.Perdió el equilibrio y se desplomó con el rostro pegado al suelo, oyó ruidos de pasos que corrían, y más rugidos. Desde lejos le llegaron los forcejeos de una lucha, después, silencio.Trascurridos unos momentos, Sonny, pudo levantar la cabezaMaddox, se encontraba junto a él, tendiéndole la mano para ayudarle a levantarse. Con la otra sostenía una tira de cuero de la que colgaba una pesada maza.

—Bellamy y Calima, deben haber notado también que necesitabas ayuda —dijo, señalando, en dirección al sendero desierto—. Han ido a perseguir a…Sonny, lo cortó en seco.—No lo habrás matado, ¿verdad?Maddox, se secó el sudor de la frente—Creo que solo está herido, pero no estoy seguro.—¿Dónde ha ido?—No muy lejos, iré a ayudarlos. Tú puedes quedarte aquí con…—¡No! ¡Tengo que hacerlo yo!Maddox, volvió la cabeza, con los ojos abiertos como platos.—¡O sea, que es un perro fantasma! No te habrá herido, ¿verdad?

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Sonny, se desabrochó el abrigo y vio que su amigo, abría mucho los ojos alarmado. Bajó la vista y vio unas manchas rojas de sangre, que recorrían su camisa desgarrada.Sentía que el veneno de aquella criatura llevaba en las zarpas, se hundía en él, y que un frío intenso, entumecedor, se extendía en dirección a su hombro.—Ve, —le instó Maddox, al borde del pánico—. ¡Ve tras él! Yo me ocupo de la chica.—Llévala a su casa. Averigua dónde vive.—No te preocupes por eso ahora…—Ella tiene el caballo en su bañera —añadió Sonny, impaciente.—Ah. —Maddox, parpadeó—. Entiendo. Muy bien.—Ve con cuidado, Maddox. Ese lobo fantasma ha venido con un propósito muy concreto. A mí me ha ignorado por completo y ha ido por la chica. La estaba buscando a ella.—Por los siete infiernos pero ¿Por qué?—No lo sé.Sonny, se tambaleó un poco, y estuvo a punto de caer de rodillas. Maddox, lo sujetó. A lo lejos, se oyeron ladridos.—Ve, Sonny —insistió Maddox—. Intentaré emitir una señal a Bell y Camina, para decirles que no maten a ese maldito bicho. Con todo, sólo tienes hasta medianoche, si ellos no se lo cargan antes.Sonny, asintió y miró a Kelley, que seguía tendida en el suelo. Apartó de su mente toda sensación de dolor, y echó a correr por el sendero, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.El lobo fantasma, se había dedicado a dar esquinazo a los gemelos Janos, por todo el parque. Cuando Sonny, al fin los encontró, lo tenían acorralado en la terraza del catillo de Belvedere. Sonny, avanzó penosamente hasta los desgastados peldaños de piedra. Se sentía exhausto. Camina, está a punto de clavarle una lanza fina en la boca abierta.

—¡Camina! —Logró balbucir Sonny—. Tengo que matarlo yo. Esa muerte me hace falta a mí…—¡Oh, Sonny! —Exclamó, mirándolo apenas por el rabillo del ojo—. ¡Bell! ¡Quieto! —Se volvió y llamó a Sonny, por encima del

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hombro—. Será mejor que te des prisa. A juzgar por su aspecto, si tardas un poco mas ya no podrás matarlo.Sonny, ya blandía la espada, y dejando atrás a los otros dos Janos, siguió adelante con decisión. El recuerdo de Kelley, inconsciente y a merced de de aquella bestia, le bastó para motivarlo. Dio dos pasos al frente, levanto el arma y la dejó caer. La cabeza de aquel perro demoníaco, cayó a un lado, y su cuerpo al otro.Durante los escasos segundos, que tardó aquel ser inmundo en abandonar la existencia, Sonny, se dedico a rodear su rabo largo y pelado, y con la punta de la espada ensangrentada, le cortó una tira de piel recubierta de pelo hirsuto. Luego arranco algunos pelos, se los pasó a Camina, y se arrodillo sobre la dura piedra, al mismo tiempo que bajaba la cabeza.—¿Podrías…? —balbució, mientras sentía que el veneno de la bestia le quemaba las venas.Camina, se arrodilló frente a él, y Sonny, con la visión borrosa, vio que se ponía manos a la obra con agilidad y destreza. No tardó en atar el mechón de pelo del lobo a su muñeca, fijándolo con un nudo intrincado.—El pelo del perro que te mordió —dijo, alzando despacio el rostro—. Ahora te pondrás bien.Lentamente, la visión de Sonny, recobró la claridad. Se puso en pie, todavía aturdido, y agradeció a los gemelos la ayuda prestada. Le habría encantado regresar a casa y meterse en la cama, pero la noche no había terminado y aun debía custodiar su zona de

la Puerta, hasta que saliera el sol. Cuando Camina y Bellamy, se disponían a regresar a sus puestos, levantó una mano temblorosa, para indicarles que se detuvieran.—Tened cuidado —les dijo—. Mucho cuidado. Oberón, cree que puede haber alguien intentando iniciar La Cacería.

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DIECISIETE.

Kelley, oyó lo ruidos de una conversación, mantenida en voz muy baja. Era Sonny, hablando con alguien. Luego sintió que la zarandeaban con suavidad y que la llamaba por su nombre.Parpadeó, e hizo esfuerzos por ponerse en pie. Unas manos enormes la agarraron por los hombros y la ayudaron a levantarse, y se encontró mirando el rostro franco y noble, de un joven rubio de unos veinte años que le sonreía.

—Hola —saludo él—. Soy Maddox. Amigo de Sonny.—¿Y qué haces aquí? —preguntó Kelley, bastante desconcertada.¿Qué había sucedido? Debía hacerse golpeado la cabeza cuando aquella cosa…—Yo venía al encuentro de tu chico, de Sonny —explicó él, acuclillándose a su lado—, cuando he visto que ese perro vagabundo os atacaba.—¿Era… un perro?—Por su aspecto, un bulldog mastín, de los grandes y rabioso como un murciélago. Pero ya no hay de qué preocuparse. Las autoridades competentes se están haciendo cargo de él, muchacha. Vamos te acompañaré a buscar un taxi.—¿Dónde está Sonny? —Kelley, empezaba a pensar que el golpe en la cabeza, había sido más fuerte de lo que creía. No recordaba nada con claridad, y se sentía confusa.Maddox, soltó una carcajada, una risa ronca, grave, que nacía de las profundidades de su pecho.—Ha ido a cazar al perro. Quiere tenerlo controlado hasta que llegue la perrera. Para asegurarse que no lastima a nadie más.—¿Y si lo lastima a él? —Miró a su alrededor, desesperada, con una incipiente sensación de pánico que le atenazaba la garganta.

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—Vamos, vamos —trató de calmarla Maddox—. El viejo Sonn… sabe cuidar de sí mismo. No te inquietes. Venga muchacha, deja que te ayude.Maddox, levanto la cabeza para mirarla a los ojos, y Kelley sintió que de repente todas sus dudas y temores pasaban a segundo plano.Dejad que os ayude, señorita, le pareció oírle decir, aunque estaba convencida que su interlocutor no había movido los labios.—¿Cómo acabas de llamarme?—¿Te… refieres a “muchacha”? —Maddox, frunció el ceño, perplejo.—Déjalo, no importa —murmuro Kelley—. Sonny, dice que no debo andar aquí a estas horas…—Exacto, no debes. El parque no es un lugar para que una señorita se pasee sola de noche. Ven conmigo.Kelley, se sintió atraída hacia su costado; el brazo musculoso de Maddox, le rodeó los hombros, y ella le permitió que la llevara por un camino bien iluminado, en dirección a una de las salidas del parque. Una vez fuera, pararon un taxi. No sabía por qué, pero no se sorprendió ni sintió la menor preocupación al ver que Maddox, subía también al vehículo, justo en el momento en que le indicaba la dirección al taxista.Cuando llegaron al portal de Kelley, ella se bajó del cache, cerró la puerta y, acercando la cabeza a la ventanilla medio abierta, dijo:—Ah, y no es mi chico.—¿Qué?—Antes… me habías dicho “de tu chico, Sonny”.—Ah, no, sólo es una manera de hablar. Un recurso literario muchachita.Cuando el taxi partió de nuevo, a Maddox, le pareció oírle decir:—Eso espero.

Una vez en casa, Kelley, oyó un relincho de saludo que llegaba del baño.—Hola, Buena suerte. Ya estoy aquí —saludó. Todavía no estaba segura, de si la conversación que había oído en el parque entre

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Sonny, y su amigo había sido real o la había soñado. Se pasó una mano temblorosa por la cara, intentando recordar con exactitud, cómo había llamado al grandulón—. ¿Maddox? —a aquella criatura, en la conversación que habían mantenido ellos dos. Nada de mastín, ni bulldog, como le había dicho a ella. La había llamado de otro modo. No sé qué negro.Perro… Perro negro fantasma.¿Qué diablos es un perro negro fantasma?Fue a su cuarto y conectó el ordenador portátil. Mientras esperaba a que se iniciara, abrió la puerta del baño para ver como seguía Buena Suerte. El caballo movió las orejas hacia ella y bajó la cabeza, a modo de saludo.—Hola, amiguito. —Kelley, no pudo reprimir una sonrisa. Lo cierto era que aquel animal díscolo, le caía cada vez mejor. Se acercó para acariciarle el hocico, pero Buena Suerte, arqueó el cuello y puso los ojos en blanco. Luego agito las pezuñas en el agua jabonosa, intentando retroceder en la bañera, por más que no había espacio. Kelley, dio un salto hacia atrás al ver que el caballo empezaba a emitir unos sonidos agudos, desagradables, y a mover la cabeza de un lado a otro, con gran violencia. Abría tanto los ollares que se le veía la red de venas a través de la delicada piel. Era como si olfateara algún peligro.Kelley, se olio la ropa, pero no noto nada especial; lo que no quería decir, por supuesto, que él no lo percibiera. Suponía que el hedor de… lo que fuera aquella cosa –por el momento se conformaba con llamarlo perro- se le había pegado a la chaqueta.Fue a su dormitorio, se desvistió y se puso el albornoz. Se habría dado una ducha, pero, claro, no podía. De modo, que fue a la cocina y se frotó la piel con detergente líquido. Al parecer, el remedio funciono, pues Buena Suerte, se mostró mucho más calmado cuando regresó al bañom, agitando una caja entera de cereales.El animal la olisqueó, resoplo varias veces y estornudó. Luego acercó el hocico a la palma de su mano y se comió los cereales, conforme, al parecer, con el perfume del lavavajillas líquido. Kelley, no entendía que el animal sólo aceptara comer solo aquellos copos de cereales escarchados. Ni que, cuando lo hacía,

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no evacuara lo poco que ingería. Las dificultades logísticas, lógicas, nunca parecían materializarse. Algo que, resultaba desconcertante, y tranquilizador, teniendo en cuenta que su casero las pondría de patita en la calle de inmediato, si alguien descubría la presencia de Buena Suerte.Kelley, no lo admitía abiertamente, pero empezaba a gustarle tener cerca al caballo. La presencia de aquel gran animal, provocaba en ella un efecto curiosamente calmante, una sensación… casi familiar. La parte racional de su mente lo negaría, pero tras el episodio terrorífico del parque, le daba confianza llegar a casa sabiendo que él estaba allí. Le parecía incluso, casi normal.Tras darle de comer, Kelley, regresó al dormitorio, se sentó frente al ordenador, entró en Google y escribió “perro negro fantasma”. Mientras leía una de las páginas que el buscador había encontrado, sintió una punzada de temor en su estomago. Más allá de la breve descripción de Wikipedia, ésta a pesar de estar dedicada a los avistamientos sobrenaturales y a lo paranormal, tenían un aspecto bastante académico.

“Perro negro fantasma, ser espectral, de naturaleza canina, grande como un poni de las Shetland, con ojos rojos, fieros, y garras afiladas y venenosas. Se tiene conocimiento que los perros negros fantasmas y sus congéneres, también llamados perros demoníacos, llevan siglos vagando por las colinas y los páramos de la Europa continental, sobre todo, por las islas Británicas. Viajan a gran velocidad, a menudo sin tocar el suelo, y suelen ser considerados heraldos de desgracias. En la mitología Feérica, a menudo aparecen acompañando o precediendo al temible escuadrón de guerra conocido como la Cacería Salvaje. Los perros negros fantasmas, eran usados por los miembros de esa cacería para localizar y acorralar a sus presas, de un modo similar, a la de los perros de caza de los mortales. Así las mantenían inmovilizadas hasta la llegada de los duendes de los cazadores”Véase también, perros del infierno, Gwyllgi (gaélico, perro de las tinieblas, perros de Herne el cazador, el Barghest (Yorkshire), etc.

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Kelley, encendió la lámpara para disipar las sombras que poblaban su habitación. “Esto es ridículo”, pensó, enfadada consigo misma. Una cosa era tener un caballo en la bañera… pero ¿perros fantasmas, perros demoníacos? Aquello, eran supersticiones tontas “historias de fantasmas”, como las que le contaban de niña. Apagó el portátil, y fue a sentarse un rato al borde de la bañera, mientras aspiraba el aroma tranquilizador de su compañero equino, cuya respiración regular la apaciguaba. Los acontecimientos del día –su extraño encuentro con Sonny, (por lo menos ya podía dejar de referirse a él como el Guapo Desconocido) y el ataque de aquel animal misterioso- la habían dejado exhausta. Se puso en pie y, con voz cansada, el dio las buenas noches al caballo.

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DIECIOCHO.

—¿La Cacería Salvaje? —preguntó Camina, en un susurro-. ¿Quién iniciaría algo así?Sonny, la miró con gesto grave.—¿A ti qué te parece?—Mabh, no se atrevería.—Oberón, no opina lo mismo. —Se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, fue ella la que creó la Cacería Salvaje.—Pero, Sonny, esta ciudad está llena de gente —protestó Bellamy—. Desencadenar esta guerra loca, insaciable, mortífera, en medio de una población mortal ignorante de todo… provocaría una carnicería indescriptible, catastrófica.—Y la vieja Mabh, ávida de sangre, reina del Aire y la Oscuridad, no sería capaz de hacer una cosa tan malvada, ¿no? —repuso Sonny, con sarcasmo.Por detrás de los gemelos, Sonny vio a Maddox, con los brazos cruzados sobre el pecho. A juzgar por su gesto, había oído la conversación.Los gemelos intercambiaron miradas de preocupación con Maddox, y acto seguido, se pusieron en marcha para seguir con su ronda nocturna, murmurando entre ellos mientras se alejaban.Maddox, tras un breve silencio, dijo:—¿Puedo darte un consejo?—No.—Mantente alejado de esa chica.—Te he dicho que...—Porque si no lo haces —Maddox, meneó La cabeza, agitando su cabellera rubia—, cometerás un error. Y tus errores suelen acarrear consecuencias desastrosas.—No tengo miedo —declaró Sonny, con firmeza.Maddox, lo miró sin parpadear.—No me refería a consecuencias desastrosas para ti, sino para ella.—¿La has acompañado a casa? ¿Ha llegado sana y salva?

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—Sí.—Entonces sabes dónde vive...—¿Has oído lo que acabo de decirte? ¡Deja que sea otro guardián el que se encargue de ese maldito kelpie!—A mí ese maldito kelpie, me trae sin cuidado. De momento no ha intentado hacerle daño a nadie, y está a salvo. La que no está a salvo es ella.—¿Y quién va a garantizar su seguridad? ¿Vas a ser tú? ¡Mírate!Sonny, apartó débilmente la mano de Maddox y, con considerable esfuerzo, agitó los brazos reprimiendo una mueca de dolor.—¿De verdad crees que la chica va a estar más segura sin mi protección, que con ella?Maddox, pasó por alto la pregunta.—Sabes que vas a necesitar puntos de sutura, ¿verdad?—Espero que se te dé bien coser —replicó Sonny, mirando fijamente a su amigo.Maddox, puso los ojos en blanco y se encogió de hombros, rindiéndose.—Tengo un botiquín en el ático —continuó Sonny—. ¿Crees que los demás janos, podrán cubrirnos mientras tú me remiendas un poco?A primera vista, tal vez no hubiera nada raro en el botiquín de primeros auxilios de Sonny. Contenía botellas de yodo, alcohol, vendas, tijeras.... Sin embargo, debajo de esa primera capa, había un botellín de whisky irlandés de doscientos años de antigüedad, unas cerillas largas dentro de una caja impermeable, tres velas de cera pura de abeja, un ovillo de hilo rojo y plateado, un ramillete de romero seco, verbena, caléndulas y muérdago, una corona de junquillos de río entrelazados, un tarro de cristal soplado lleno de sal marina, un diapasón..., todo ello depositado sobre varios paños de gasa, de auténtica gasa confeccionada con hilos de telaraña. Más seis aspirinas envueltas en un trozo de tela.Sonny, se metió cuatro aspirinas en la boca, bebió un buen trago de whisky y se echó en el sofá, mientras Maddox, emprendía la tarea de remendar los desastres causados por el perro fantasma. Que no eran pocos.

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—Antes, has dicho que ese demonio había venido a por ella —murmuró Maddox, con los labios apretados, concentrado en su labor. Todos los janos, recibían conocimientos básicos de medicina, y los grandes dedos de Maddox, se movían con sorprendente habilidad.

—Fue derecho a por ella. Y después de pelear conmigo, otra vez. ¿Por qué? Yo representaba la mayor amenaza para él. Debería haberme atacado a mí.—A menos, que tengas razón y, en efecto, alguien lo haya enviado específicamente para atacarla a ella. Esa chica tiene algo, te lo digo yo. Es problemática —dijo Maddox, mientras cortaba un trozo largo del hilo rojo y plateado y lo enhebraba con destreza en una aguja de sutura.—Eso no puedes saberlo. —Sonny, apartó la mirada al sentir el pinchazo y el tirón que siguió. Maddox, había empezado a coserlo.—Dijiste que Oberón te preguntó por ella. Que la vio en tu mirada.—No sé si pudo leer gran cosa —explicó Sonny—. Y no creo que encontrara demasiados datos, que despertaran su curiosidad.—Entonces, ¿no crees que sea él quien la persigue?Tras coser el último nudo, Maddox, espolvoreó sobre las heridas el ramillete de hierbas, que además de poderes mágicos, tenían propiedades antisépticas. A continuación, lo vendó con varias capas de aquella gasa natural.—¿Por qué iba a hacerlo? No se me ocurre ninguna razón para que se interese por una actriz adolescente y más bien rara. Por bonita que sea.—¿Estás hablando de Oberón? ¿O de ti mismo?Sonny, le lanzó una mirada asesina.—Madd, pero si es sólo una niña.—Una niña a la que persigue un perro fantasma.—Si es que en verdad la perseguía ella.—Tú mismo lo has dicho. Lo que parece indicar, que alguien planea iniciar la Cacería Salvaje y ha escogido a esa muchacha como presa —prosiguió Maddox, mientras abría un paquete de

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gasas estériles—. Apuesto, a que se trata de la reina Mabh. Todo esto es muy propio de ella.—No lo sé. Ya me he equivocado otras veces.—No sé si esta vez te equivocas, pero la sola idea es preocupante. —Maddox, le puso el extremo de una venda en las costillas—. Sujétalo —le pidió, y le rodeó el pecho con la tira de tela—. No puedes permitirte equivocarte, Sonny. Y no puedes permitirte cometer errores. Ninguno de nosotros, podemos permitírnoslo. —Terminó de vendarle y, con cuidado, remetió el otro extremo por debajo de la gasa para impedir que se soltara—. No durante las Nueve Noches.—Ya lo sé. Vamos. —Sonny, se levantó con dificultad y fue a buscar una camiseta de manga larga limpia—. Se está haciendo tarde, y tal vez los demás, necesiten nuestra ayuda.—Pero si casi no te tienes en pie... —le dijo Maddox, mientras le ayudaba a ponerse el abrigo y le alcanzaba la mochila. Cuando llegaron al ascensor, añadió—: Y ahora, escúchame bien. No tengo el menor deseo de volver a coserte esta noche. O sea, que no te distraigas. ¡Y quítate de la cabeza a esa chica!

Caminaron por Central Park West, en dirección a la entrada del parque que daba a Columbus Circle. Pasaron junto a un trío de músicos callejeros y una cantante de jazz que entonaba baladas clásicas. A Sonny, le gustó cómo sonaban, a pesar de que el batería, en vez de tambor, usaba una maleta vieja.

—Oh, dulce diosa —murmuró Maddox.Sonny, siguió la dirección de su mirada. Bañada por la luz de una farola, la cantante, delgada como un junco, se mecía suavemente al ritmo de la música. Llevaba un suéter muy holgado y una falda que le llegaba hasta el suelo. El pelo le caía sobre el rostro como una cortina transparente, ocultando en parte sus rasgos.A pesar de eso, Sonny, la reconoció. La conocía. Todos los janos la conocían.Era una sirena llamada Cloe. Una de las primeras hadas en escapar del Otro Mundo, después de que Oberón cerrara las Puertas. Las había franqueado para estar con un hombre mortal,

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renunciando a sus poderes por amor. Incapaz de regresar tras la muerte de su amado, seguía viviendo en el reino de los mortales. Se rumoreaba que su casa era una de las cuevas subterráneas de agua que se hallaban a gran profundidad, bajo el parque, conectadas mediante túneles con los ríos Hudson y East y, por tanto, con el mar.Seguía ganándose la vida gracias a su voz, pero al menos ya no la usaba para atraer y llevar a la perdición a navegantes incautos.Sonny, no se fiaba de ella. Se volvió hacia su amigo y vio que seguía mirándola con expresión embobada.—¿Maddox?El jano suspiró, mientras movía la cabeza al ritmo de la canción.—¡Maddox! —Repitió Sonny, en voz más alta—. ¡Despierta!—¿Eh? Estoy bien...La música se deslizaba a través de la noche, como una serpiente lenta, perezosa, hermosa, inquietante. Sonny, cerró los ojos un breve instante, pero enseguida los abrió sin dejar que la sinuosa melodía, se apoderara de él. Cuando volvió a mirar a Maddox, descubrió que tenía los ojos cerrados, su expresión se había relajado y sus labios dibujaban una gran sonrisa.Sonny, le dio un codazo en las costillas.—¡Ya basta!—¿Qué? —Maddox, se incorporó—. Pero si no estoy haciendo nada.—Estás escuchando. Y dejándote arrastrar a la locura.—Ha sido sólo un segundo.—De locura.—Está bien, está bien. O sea que tú eres el único que puede perder la cabeza por una chica, ¿no?—No digas tonterías —susurró Sonny, mirando a la tentadora sirena. Y creyó ver, a través del velo sedoso de sus cabellos, que le guiñaba un ojo—. Cloe no es una chica, es una sirena. Antes conducía a los hombres a la muerte, idiota.Maddox, no parecía convencido.—He oído decir que ha cambiado.La canción terminó, y los que se habían congregado para escuchar al grupo y a su encantadora solista, casi todos hombres,

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prorrumpieron en aplausos. Rebuscaron billetes y monedas en los bolsillos, sonriendo embobados, mientras Cloe, caminaba, coqueta, ante ellos, pasando la gorra.El grupo tocó otro tema. Se trataba de una melodía melancólica, casi sin percusión. Acoplando la voz a las notas tristes del saxo, Cloe, empezó a cantar. La música era oscura, seductora... y conocida.Sonny, ahogó una exclamación.No era la primera vez que oía aquella canción.La melodía era la de la nana de Filomena, que cantaban en la obra de teatro de Kelley.—¿De dónde habéis sacado la música de esa canción? —preguntó Sonny arrastrando a Cloe del brazo en cuanto el grupo terminó la actuación. Maddox, los seguía muy de cerca.Cloe, sonrió.—Del mismo sitio que las demás. De los recuerdos de un alma que estaba ahogándose.Aunque, famosas por sus hermosas voces, las sirenas no contaban con música propia. Sus cantos eran robados, sonidos sustraídos de las mentes de mortales en el momento en que éstos se ahogaban.—Creía que ya no te dedicabas a eso —intervino Maddox, con un tono de decepción en la voz.—No me mires así —replicó Cloe—. Yo no tuve nada que ver en ello. No fui yo quien la atrajo al agua. Se tiró ella solita.—¿Quién? ¿Cuándo? —Sonny, se inclinó más hacia ella, a pesar de la aversión que sentía hacia las sirenas y criaturas similares.—Era guapa —dijo Cloe, mirándolo con sus ojos oscuros y almendrados—. En la primera de las Nueve Noches. Casi tuve que dejarla morir.—¿Por qué? —Maddox, frunció el ceño.—Estaba ayudando a un kelpie. —La sirena se encogió de hombros—. Los kelpies muerden. Son malos, y ése más todavía. Y yo, lógicamente, intenté mantenerme a una distancia prudencial.—Pero no lo hiciste. —Sonny, la miró fijamente—. ¿Tú salvaste a la chica?Cloe, asintió.

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—¿Por qué cambiaste de opinión?—Mmm... —La criatura acuática, se pasó la punta de la lengua por los dientes, afilados como los de una gatita—. La oí cantar. Era una música muy, muy bonita —dijo, recordando, y tarareó parte de la melodía.Sonny, sintió una punzada de añoranza, y el rostro de Kelley se dibujó en su mente.—Maravillosa. Extraña y asombrosa. .. —La sirena abrió los ojos y lo miró de soslayo—. Era demasiado bonita para dejarla morir.—¿Qué ocurrió esa noche? Con la chica. —Sonny, la agarró por los hombrosv. ¿Qué le hiciste?—¡Salvarle la vida! —replicó ella, indignada—. ¡No mejora eso mi reputación? Lo hice en contra de mi naturaleza, y con gran riesgo de recibir los mordiscos y las patadas del caballo.—Sí, y luego le robaste la canción.—Sólo un pedacito —se justificó ella, sin atreverse a mirarle a los ojos—. Me pareció que era un precio justo, y no le hizo daño.—¿Ah, no? —Sonny, soltó una carcajada burlona. Las sirenas podían robar toda la música del recuerdo de una persona, o sólo partes. Si le sustraía sólo fragmentos, la persona no tenía por qué morir, pero en cualquier caso, esa sustracción resultaba muy dolorosa.—No le hizo daño, por ser lo que es. Aunque ella no sabe qué es. —Y entonces sí, Cloe, alzó la vista para mirarlo y él vio aquel brillo en sus ojos—. Pero yo sí.—¿Lo sabes? —Sonny, sintió que el corazón empezaba a latirle con más fuerza.La sirena debió de percibirlo y se acercó más a él—Oh, sí. Yo la probé.Sonny, la soltó.—¿Qué es esa chica? —le preguntó, y notó que sus ojos habían adquirido un tono dorado.La sirena dio un paso hacia él, de pronto amenazadora.—Estoy segura, de que tú también tienes unas cuantas dulces melodías almacenadas en esa hermosa cabecita, Sonny Flannery. Te diré lo que sé, si me dejas saborear un poquito...—Eh, un momento —intervino Maddox.

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—No eres mi tipo —dijo Sonny, manteniéndose firme.—No —coincidió Maddox, excitado—. No lo eres en absoluto.Ella encogió los hombros y dio media vuelta.—En ese caso, me guardo para mí la historia de esa chica —dijo, y se alejó en dirección a la calle Sesenta y Dos Oeste.—Maldita sea —masculló Sonny, echando a correr tras ella.Cloe, se detuvo al oír sus pasos y se volvió a mirarlo.A pesar de no estar aún demasiado cerca, a Sonny, le pareció que los ojos de la sirena se tornaban de un rojo vivo y que había un intenso anhelo en sus profundidades.Pero al llegar junto a ell,a vio el mismo resplandor dorado de antes.—Déjame probar sólo un poco —insistió, con un tono de voz grave, gutural.Le rodeó el cuello con los brazos, y se aferró a él como una enredadera. Cloe, unió sus labios a los de Sonny, que sintió que el interior de su boca se entumecía. Una sensación hueca, paralizante, se extendió por su garganta y le inundó el pecho. Un frío horrible ascendió hasta su cerebro y sintió una oleada de hielo tras sus ojos. Impotente, entregado al abrazo de la sirena, notó que ella rebuscaba entre sus recuerdos. Se produjo un desgarro en su mente, seguido de un vacío doloroso.Le había robado una canción de cuna, una nana. El único recuerdo que le quedaba de su madre mortal, de cuando era bebé. Desde la lejanía, se oyó a sí mismo sollozar y sintió que caía hacia atrás. Maddox, lo cogió a tiempo y lo sentó en el suelo, con la espalda apoyada contra el muro de piedra que rodeaba el parque.Con ojos llorosos, Sonny, alzó la vista y vio que Cloe, permanecía en pie, erguida como una estatua, con los ojos cerrados y sus largos dedos pegados a los labios. Maddox, lanzó una mirada asesina a la sirena antes de concentrarse de nuevo en su amigo.—Estoy bien —le dijo Sonny, intentando convencerse a sí mismo—. Estoy bien.Cloe, abrió los ojos.—Ahora te hablaré de la chica, Sonny Flannery…

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—¿Crees que nos ha dicho la verdad?—No he detectado falsedad en su voz. Y tú tampoco, ¿no?Sonny, guardó silencio.—Una información delicada —prosiguió Maddox, tanteando el terreno—. Y seguramente, no es descabellado suponer, a la vista del ataque del perro fantasma, que no somos los únicos que la poseemos.Saltaron por encima del muro de piedra. -Maddox, con gran agilidad, Sonny no tanto- y se internaron entre los arbustos.—A esa chica la persigue alguien —dijo Maddox—. Y ahora ya sabemos por qué.Sonny, temía que su amigo estuviera en lo cierto, y un temor profundo recorrió todo su ser.—¿Crees que Cloe, se lo ha contado a alguien más?—No lo sé. La chica todavía está viva, de modo que... seguramente no lo ha hecho. —Maddox, le plantó una mano en el hombro—. Pero eso no importa. Sea como sea, alguien además de nosotros, lo sabe. Y esas cosas se difunden. Dentro de poco tiempo, todos en el Otro Mundo lo sabrán.Sonny, asintió, aturdido por la gravedad de su descubrimiento.—Amigo mío... acabas de encontrar a la hija del rey de los duendes.

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DIECINUEVE.

“A la luz de la luna, mal hallada, orgullosa Titania”.iPardiez!, Kelley, sonrió para sus adentros.La verdad, es que este Jack, tiene una gran colección de pipas.Compuso una expresión deliberada de vago disgusto.—¿Qué, celoso Oberón? —entonó con ira contenida, mientras descendía de la plataforma más elevada, hasta donde aguardaba Jack, el Caballero, muy elegante con su chaqueta de terciopelo y el pelo peinado hacia atrás, que dejaba al descubierto su frente despejada. Su aspecto era el de un monarca.Kelley, esperaba que la pose regia, le saliera a ella la mitad de bien que a él. Irguió el cuerpo todo lo que pudo y dirigiéndose a la plataforma sobre la que se encontrabaOberón, salió a escena.—Buen trabajo, Kelley. Hoy en el escenario, parecía que hubieras nacido en el seno de la familia real de las hadas —le dijo Jack, saludándola con un leve movimiento de su taza de café. Era el momento de la pausa, y se habían retirado entre bambalinas, después de repasar la escena varias veces con Quentin.

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Kelley, se apoyó en el respaldo de la silla y le devolvió el saludo, levantando también la taza de café, que él le había servido. Todo un honor, pues lo había extraído de su queridísimo termo. Era un café delicioso, y Kelley, quiso darse el capricho. Después de todo, se lo merecía. Aunque, había tenido otra noche de pesadillas, debía admitir, que la escena le había salido bastante bien.Incluso, Quentin, le había dedicado algún elogio, algo insólito en él.—Mmm —había murmurado—. Has entrado un poco tarde en el foco. La próxima vez, por favor, entra un poco antes.Tratándose del Poderoso Q, aquella era toda una muestra de efusividad. Y le había resultado facilísimo.La escena trataba de las trifulcas y peleas entre Oberón y Titania, que estaban alterando el Orden Natural de las Cosas, y todo por la cuestión de un niño robado, un paje. La escena estaba llena de malentendidos y demostraciones de orgullo por parte de los protagonistas. Kelley, recurriendo a su experiencia personal, había canalizado para la interpretación de su papel de antagonista, de Oberón, toda la frustración y el enfado que sentía hacia Sonny Flannery. Eso sí era motivación.

Tras la pausa, Quentin ordenó repetir la escena de nuevo, incorporando esta vez, a los ayudantes de las hadas y los duendes, por lo que Kelley, tuvo que seguir con el vestido puesto. Pero el corsé le daba calor y salió al patio a tomar un poco el aire antes de regresar al escenario.Sentado en uno de los viejos bancos de piedra, se encontró a Sonny Flannery, que tenía un aspecto algo desmejorado.Kelley, reprimió una sonrisa al ver su gesto de preocupación. Se detuvo al llegar a su lado y apuró el café.—¿A ti te encanta que te castiguen, no? —le dijo.—No sabes cuánto —masculló Sonny, sin abrir casi la boca y sin mirarla a los ojos.—Si has venido para disculparte por lo de anoche, olvídalo —le soltó, sin poder evitar el tono de enfado, y sintió que se ponía a la defensiva—. Tú amigo me acompañó a casa, y como esta mañana no he oído en las noticias que ningún perro rabioso haya mordido

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a nadie, supongo que esta vez, los de protección de Animales, se han tomado en serio tu llamada.Se sentó a su lado. Sonny, seguía con los codos apoyados en las rodillas y los dedos entrelazados. Parecía estar buscando desesperadamente algo que decirle, o tal vez, el modo de decírselo. Kelley, empezaba a impacientarse.Que hablara de una vez. El silencio se hacía insoportable.—Kelley... —dijo finalmente—. Debes saber que corres un grave peligro.Ella se levantó y dio media vuelta para irse.—iKelley! iEspera! —Sonny, se había plantado frente a ella, cerrándole el paso. Lo había hecho deprisa, aunque, no tanto como solía—. ¿Es que no me has oído?—Te he oído. Solamente intento ser educada. —Lo miró a los ojos—. Mis padres me enseñaron, que no está bien reírse de la gente en su cara.Sonny, compuso una mueca de desesperación y, ella se percató de que tenía los ojos rojos y que le brillaban con una intensidad casi febril.—Eso no te lo enseñaron tus padres.—¿Cómo dices?—Ellos, quienes fueran que te criaran, no eran tus verdaderos padres.Kelley, parpadeó atónita.—¿Es que no me has oído? —insistió.La vena de la sien, le latía visiblemente, y Kelley, temió que fuera a darle un síncope allí mismo.—¿Me has oído?—¡Deja de preguntarme eso! —Kelley, dio un paso atrás—.¿De qué diablos me estás hablando?Sonny, bajó mucho la voz, como si temiera que alguien pudiera oírlo.—Kelley... escúchame ya sé que esto va a ser una gran sorpresa para ti, pero... tú eres hija de un rey.Ella tuvo que esforzarse, para no echarse a reír.—No, yo soy hija de un médico.Sonny, negó con la cabeza.

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—Sé que eso es lo que te han dicho, y lo que tú quieres creer. Pero, por tu propia seguridad, debes confiar en mí.—Porque soy hija de un rey —repitió Kelley, como sin darle importancia al asunto, y se cruzó de brazos, ajena al tirón de las gomas elásticas, que le sostenían las alas de hada. “Tendría que habérmelas quitado antes de salir”, pensó—. ¿De un rey de verdad?—Sí —asintió él.—Ya, comprendo —dijo ella, esbozando la más dulce de sus sonrisas.—¿Lo comprendes?Sonny, inspiró profundamente, y un atisbo de alivio asomó a sus ojos.—Claro que lo comprendo. Estás loco de atar.El gesto de Sonny, volvió a endurecerse.—Te mintieron. Lo hicieron para protegerte, pero te mintieron.—Sonny...—Tu padre ostenta un poder muy, muy antiguo, y su reino no es de aquí.—¿Intentas decirme, que mi padre, perdón, “mi verdadero padre”, es de otro país?Sonny, asintió.—En realidad, de otro mundo, distinto por completo a éste.Kelley, ya no sabía qué decir, se le estaba agotando la paciencia por momentos.Sonny, respiró profundamente una vez más para escoger con cuidado sus palabras: —Tu padre, tu verdadero padre, es un rey, y se llamaOberón...Ahora sí, Kelley soltó una carcajada.—Si, entiendo que te rías... Pero no todo lo que escribió Shakespeare, era de su invención. A veces, los cuentos de hadas son reales, y tú eres la heredera al Trono Maligno, de los reinos de los duendes...—Ya basta.—Kelley...

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—iBasta! iHe dicho que basta! —Y le plantó una mano en la boca para sellársela. Ya había tenido bastante. Las alas de gasa, que le colgaban de la espalda, le parecían de pronto dos pesos de plomo—. No quiero oírte más. No quiero que pronuncies mi nombre. De hecho, no quiero oírte decir nada más. Mira... No sé si eres raro, mentiroso, o si simplemente estás loco, pero tienes que dejar de dirigirme la palabra. Tienes que dejar de venir a verme. Tengo trabajo, y no puedo hacerlo, si sigues apareciendo por aquí.—Es curioso, a mí me pasa lo mismo, cada vez que te veo en el parque —repuso él, dándosela vuelta; pero acto seguido, se volvió y sus ojos grises, tormentosos, se fijaron en ella, como si fueran clavos—. Kelley, escúchame.—No. Esto es demencial. Mira, Sonny, admito que eres muy divertido y un gran bromista, pero... —Forcejeó, algo inquieta ya, con las gomas que le mantenían sujetas las alas—.¿Me tomas por una idiota? ¿De veras piensas que soy tan ingenua como para tragarme esa chorrada? ¿Se os ocurrió a ti y a tu amigo Maddox, mientras os tomabais unas cervezas, o qué?—¿Qué? ¡No!—Ju, ju, muy gracioso. Vamos a reírnos un rato, de la chica que cree ser la reina de las hadas. Soy actriz, por si no Lo sabes. Y esto es un papel. —Se quitó las alas con movimientos sincopados, violentos, se las arrojó, y tras impactar contra el pecho del muchacho, cayeron a sus pies—. ¡Por mí puedes irte al infierno!—¿Piensas que te estoy engañando? ¿Crees que estoy loco o qué? ¿Te parece que todo esto es una broma? —La agarró con fuerza por los hombros y la zarandeó. Luego, con gran rapidez, deslizó los dedos pecho abajo, se desabrochó la camisa y se la abrió. Kelley, ahogó un grito. Sonny, tenía el pecho vendado, y sobre las gasas, a la altura de las costillas, asomaban unas mandras oscuras. Separó mucho los brazos para que Kelley, viera la sangre—. ¿Crees que la criatura del parque también era un engaño? ¿Una broma? Pues a mí, aquellas garras, me parecieron muy reales.—Era un perro —protestó Kelley, débilmente, con el estómago revuelto, ante la visión de la sangre de Sonny.

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La historia del perro fantasma, que había leído por Internet, y que ella había considerado pura fantasía, regresó a su mente.—Sí, claro, un perro del tamaño de un vagón de tren, con garrras y ojos resplandecientes que se movía sin tocar el suelo.—Estaba oscuro...—Pues yo lo vi todo muy bien, en primer plano, mientras el animalito intentaba cortarme el pescuezo. Por suerte, ya no volverá a intentarlo. —El tono de su voz, dejaba claro lo que quería decir.—¿Lo mataste?Sonny, levantó el brazo. Llevaba atado a la muñeca un mechón de pelo negro, hirsuto, trenzado y anudado muchas veces.—Tuve suerte. Pero si de veras no me crees, ni crees que intentaba protegerte, que intento protegerte ahora, dilo claramente. Y entonces, la próxima vez que alguien del Otro Mundo, el lugar donde gobierna tu padre, el rey de los duendes y las hadas, intente matarte, no me molestaré en acudir a rescatarte. Así, me libraré de no poco dolor y sufrimiento.Kelley, permaneció en silencio. Fuera lo que fuese lo que Sonny, veía en sus ojos en ese momento, parecía como si quisiera alejarse de ella, como si él acabara de propinarle un bofetón en la mejilla y lo lamentara profundamente.Con la vergüenza dibujada en las mejillas, Sonny, bajó la mirada y se abrochó la camisa. Luego le tendió la mano a Kelley, en un gesto que podía ser de disculpa, pero ella dio media vuelta y se dirigió al teatro.Jack, estaba en la puerta de entrada. Sin palabras, la abrió para que entrara

Una vez dentro, Kelley, apoyó la cabeza en la pared, algo mareada. Desde el otro lado de la puerta le llegó la voz deJack, no demasiado amistosa.

—¡No sé qué le has dicho para disgustarla tanto, joven! —exclamó—. Ni lo sé, ni quiero saberlo. Lo único que deseo, es que no vuelvas por aquí. Porque, si no, es muy probable que olvide que me llaman Jack el Caballero. ¿Entendido?

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Kelley, miró por la rendija entre las dos viejas puertas de roble y vio que Sonny, sin mediar palabra, le entregaba a Jack, sus alas de hada y se alejaba por el patio, sin mirar atrás.Kelley, cerró la puerta de su camerino, cogió el móvil y marcó un número.Su tía respondió al primer tono—¿Kelley? ¿Va todo bien? —le preguntó de inmediato.Ella no respondió a la pregunta.—Emma... ¿Soy... adoptada?Se hizo una pausa.—¿Qúe? —La voz, al otro lado de la línea, había tardado en llegar, y cuando llegó, lo hizo en un tono excesivamente agudo—. ¡Oh, dios mío! ¿Cómo se te ocurre preguntar algo tan...?—No me mientas, Emma —la cortó Kelley—. Sé lo de... Sé lo de ellos. L o sé.—Oh, Kelley....El prolongado y triste suspiro de su tía, fue como un libro abierto para ella. Sonny, le había dicho la verdad. Por más demencial que pareciera, por más que hubiera deseado que se tratara de una broma pesada, de pronto, supo que no le había mentido.—¿Emma? —Dijo, más calmada, en voz baja—. Dímelo, por favor.—No eres adoptada, Kelley. No exactamente. —L a voz de su tía temblaba de emoción—. Fue más bien un...—Rapto.—Yo... —El temblor de aquella voz se detuvo, cuando estaba a punto de convertirse en sollozo.—Sí. Te robaron. Yo te rapté, te separé de ellos, de él, porque ellos se llevaron a mi hijo.—¿Cómo...? Oh, Emma... ¿cómo pudiste? —A Kelley, no se le ocurría nada más que decir.—Por locura. Por dolor. —El sufrimiento en la voz de su tía, reflejaba una herida antigua, que no había llegado a cicatrizar—. Yo sólo quería a alguien a quien poder amar. No es ninguna excusa, y no te culparé si decides odiarme para siempre.La línea del teléfono, falló durante unos instantes, y un ruido, ocupó el silencio que se habla instalado entre ellas.—No te odio —dijo Kelley, al fin.

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—Te he privado de tus derechos de cuna —sollozó Emma—. De tu destino. Creía que obraba bien, pero no, aquello estuvo mal, ahora lo veo. Sólo espero, que algún día puedas perdonarme.A Kelley, se le partió el corazón al oír llorar a su tía.—Cuéntame qué es todo eso de mis "derechos de cuna”, Emma —le pidió con voz dulce.Tuvo que esperar largo rato, a que Emma, recobrara la compostura y fuera capaz de articular palabra.—¿Recuerdas aquellos cuentos, Kelley, que yo te contaba sobre el mundo de las hadas y los duendes?Por supuesto que los recordaba. Las fábulas, las leyendas populares, las historias de hadas y duendes y sus travesuras. Había crecido empapándose de ellos. Si se le daba pie, Emma, podía pasarse horas y horas contando relatos, hasta que, a su interlocutor le estallaba la cabeza. Al final, Kelley, se había vuelto inmune a aquellas historias.Y a las demás. Había aprendido a ignorar... cosas, cosas que acechaban en los recuerdos medio olvidados de su infancia. Cosas, en otro tiempo controladas, gracias a la presencia constante de ramas de serbal y amuletos de hierro en las inmediaciones de su cama, protegida por tiestos de caléndulas y prímulas que florecían en los alféizares, y por las invocaciones, que Emma, susurraba todas las noches junto a la puerta de su dormitorio.

Más tarde, cuando pensaba fugazmente en aquellos días, Kelley, juzgaba todo aquello como “supersticiones”, excentricidades de la tía Emma. Cuando se hacía mayor y dejó de creer en las cosas que en otro tiempo, veía con sus propios ojos en los bosques que rodeaban su casa, llegó a la conclusión, de que los cuentos de su tía eran sólo eso: cuentos. Y sus propios encuentros, el producto de una mente infantil impresionable en exceso. Se había obligado a olvidar.Pero ahora...—Recuerdo voces. Al otro lado de la ventana de mi cuarto.—Sí, solías comentármelo. —Emma, hablaba con la voz cuajada de recuerdos—. Y a mí, aquello me daba muchísimo miedo. Sabía

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que podías ver.... Verlos. Oírlos. Yo también podía, desde que regresé de su mundo.—Duendes.—Sí, tesoro. En realidad, los que venían por casa eran inofensivos. Sentían curiosidad porque sabían que tú eras distinta. Aunque no sabían exactamente por qué. Nosotros intentamos con todas nuestras fuerzas mantenerte oculta. A salvo.—¿Nosotros?—Yo. Y tus padres...—¿Te refieres a los Winslow?—No te enfades con ellos, Kelley —le suplicó Emma—. Ellos te querían. E hicieron todo lo posible por ser buenos contigo. Con nosotras dos. Cuando murieron en el accidente de tráfico, quedé destrozada.—¿Cómo... qué...? —Ni siquiera sabía qué quería preguntar.Pero Emma sí.—Me encontraron vagando, medio loca, en medio de aquel maldito parque, aquel parque enorme, y vieron que te llevaba metida dentro del abrigo. Se ofrecieron a llevarme a... a su casa de campo.—¿Por qué? ¿Por qué no llamaron a una ambulancia? ¿O a la policía?—Yo no se lo permití. Estaba confundida. Asustada. A miles de kilómetros y a centenares de años de mi casa.—No te entiendo.—Me refiero... al Otro Mundo. —La voz de Emma, se quebró al recordar—. No es como esto de aquí, Kelley. Allí todo es tan bonito..., demasiado, aveces. Un lugar raro, de ensueño y, como en los sueños, el tiempo allí no significa nada. Después de entrar en él para raptarte y regresar aquí... bien, el mundo, este mundo, había cambiado. Habían transcurrido décadas. Ni si quiera me encontraba en mi país. El doctor Winslow y su esposa, debieron de pensar que yo era una pobre desgraciada, que había perdido la cabeza, pero me dijeron que me ayudarían. —Emma, se echó a reír, y aquella risa cansada, ronca, penetró hasta el fondo del oído de Kelley—. Ellos llevaban tiempo, deseando tener un hijo,

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¿sabes? Estaban desesperados. Pero no podían. Hasta que me encontraron a mí. Y a ti. Llegamos a…. llegamos a un trato.—Entiendo.—Ellos se ocuparían de nosotras, te criarían como a su hija, y yo les ayudaría a hacerlo. Y todo salió muy bien. Éramos felices. Tú eras feliz. —Suspiró—. Pero ahora, entiendo que fuimos unos egoístas. Muy egoístas. Nadie parecía pensar lo más mínimo en ti, pobrecita. Ahora lo veo. —Volvió a hacerse un silencio prolongado, roto por el crepitar de la línea—. Kelley… lo siento mucho.—Tranquila, Emma —le dijo Kelley—. Estoy bien, de verdad.—Esperaba que no te enteraras nunca. Que no tuvieras que recordarlo nunca.Pero, al parecer, iba a tener que empezar a recordar, aunque no le apetecía nada. A pesar, de que la adorada Kelley, no había querido nunca ser como su dulce y loca tía Emma, la que creía en duendes y hadas.Y la que, después de todo, no estaba tan loca.Kelley, necesitaba tiempo para digerir todo lo que acababa de descubrir, y así se lo dijo a su tía. Pero antes de colgar, Emma le preguntó:—¿Quién te ha contado estas cosas, tesoro?—Un amigo, creo. —Kelley, no podía pensar que Sonny, tuviera malas intenciones.—Oh, ten cuidado, mi niña —le dijo Emma—. Prométemelo.—Lo tendré Emma. Te lo prometo.—Tú collar, Kelley. El trébol de ámbar… Todavía, lo llevas puesto ¿verdad?—Sí, ¿por qué?—No te lo quites, por favor. Trae… buena suerte.—Tengo que dejarte, Emma.—¿Hablaremos más tarde?—Probablemente tendremos que hacerlo, sí —dijo, y colgó.Suspiró profundamente y se miró en el espejo del camerino, dejando que el aturdimiento se apoderara de ella. Le resultaba raro, que su aspecto fuera exactamente el mismo, que el del día anterior. ¿Cómo era posible? Si no era la que creía ser, y nunca lo

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había sido, ¿no debía verse distinta? Un momento… con manos temblorosas, se retiró el pelo de la cara y examinó su reflejo.Tenía los bordes de las orejas ligerísimamente puntuagudos.—Oh, Dios mío, es verdad —susurró.Las bombillas que enmarcaban el espejo hacían brillar el trébol de cuatro hojas, que llevaba al cuello. El ámbar verde, resplandecía con calidez. Cuando era niña, Emma, lehabía dicho, que el ámbar, era realmente “la sangre de los árboles muy viejos”, y a Kelley, le haía parecido siempre una idea preciosa.Frunció el ceño y se palpó la nuca, en busca del broche del collar. Cuando se disponía a abrirlo, la imagen de Bob, apareció en el espejo. Todavía, iba vestido de verde. Con delicadeza, él le apartó los dedos del cierre y ella no opuso resistencia.

—Será mejor, que le hagas caso a tu tía, cielo —le susurró al oído—, y no te lo quites.—¿Por qué?Kelley, miró a Bob, a través del espejo, y de algún modo, le pareció normal, que estuviera ahí.—Porque... —El la miró fijaamente y respondió a su pregunta con una frase de Shakespeare: —”La luz se espesa, y el cuervo aletea hacia el bosque de sus nidos. Las cosas buenas del día, empiezan a decaer y a adormecerse, mientras los negros agentes de la noche, se despiertan para hacer presa”.Kelley, parpadeó.—Eres la segunda persona en dos días, a la que oigo citar a Macbeth. No sé por qué, tengo la sensación de que me he equivocado de obra de teatro.—No, en absoluto. Estás exactamente en la obra en la que debes —replicó él, en voz muy baja—. Lo que sucede, es que de El sueño de una noche de verano, recuerdo tantas réplicas poéticas, con las que pueda advertirte.—¿Advertirme?—Guárdate las espaldas en los días venideros, muchacha. Y en las noches.

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Kelley, sintió que el temor le agarrotaba la garganta y tragó saliva.—No sé por qué me dices eso —le susurró.—”Te asombras de mis palabras, pero estate tranquila” —Bob, forzó una sonrisa y completó la agorera cita—:”Las cosas mal empezadas, se fortalecen con el mal.”Y se fue.Por más años que viviera, Kelley, nunca sabría cómo fue capaz de llegar al final de aquel ensayo, sin ponerse a llorar, a gritar. Las palabras de Emma, y de Sonny, le daban vueltas en la mente, mientras ensayaban una y otra vez, la disputa entre Oberón y Titania.Las réplicas de ésta, brotaban con una ferocidad, que en los ensayos anteriores, sólo había podido esbozar. Mientras, increpaba a Oberón, Kelley, sentía que en algún lugar muy hondo de su interior, se agitaban rayos y truenos.—”Con esta alteración, estamos viendo cambiar las estaciones” —declamó desapasionadamente. Separó mucho los brazos, en un gesto que lo abarcaba todo, desesperada su Titania, de que el conflicto que los separaba estuviera llevando a la naturaleza misma a una deriva peligrosa—. “Primavera, verano, fecundo otoño, airado invierno, se cambian el ropaje...” —Dirigió su devastadora tristeza contraOberón, a quien amaba, pero cuya compañía ya no soportaba—.“Toda esta progenie de infortunios, viene de nuestra disputa, de nuestra discordia. Nosotros somos su origen y sus padres.”Sólo se le quebró un poco la voz al pronunciar la palabra, “padres”.

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VEINTE.

Sonny, regresó a pie desde el teatro Avalón, hasta su apartamento, con la cabeza gacha y los hombros hundidos. Por el camino divisó a varios duendes perdidos: a una dríade en un solar vacío, que daba ánimos a un pobre enebro solitario, de aspecto enfermizo; a un muchacho alado acuclillado en lo alto de una boca de incendios, que lo miró al pasar con sus ojos grandes y brillantes; al vendedor de frutas de un tenderete, que ocultaba detrás de un delantal sus patas con garras y plumas...

La fama precedía a Sonny, allá donde iba. Cuando pasaba junto a los duendes todos se apartaban, a pesar, de que no tenía ninguna cuenta pendiente con ellos. La mayoría habían luchado contra los Janos, para poder cruzar las Puertas, y no era una experiencia que desearan repetir. También, estaban quienes, procedentes del

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Otro Mundo, se habían visto involuntariamente atrapados en el reino de los mortales desde hacía más de un siglo. Algunos, Incluso, habrían regresado, de no haber sido por la orden de destierro decretada contra ellos, tras el cierre de las Puertas: si un duende o un hada quedaba atrapado en el mundo de los humanos, debía permanecer en él.

Con todo, y no deseando parecer vengativo en exceso con los súbditos leales, que se habían quedado en el Otro Mundo, Oberón, dejaba en manos de sus Janos, la decisión de si un duende o un hada perdidos, representaba o no una amenaza real para el reino de los mortales. En la mayoría de los casos no era así, por lo que los guardianes no los molestaban.

Sin embargo, los duendes perdidos sentían poco aprecio por los Janos, así que, Sonny, mientras subía a su casa, no pudo evitar una punzada de tristeza.

Nada más abrir la puerta del apartamento, percibió una presencia. Dentro hacía un calor casi opresivo. Notó que se le erizaba el vello de los brazos y franqueó el umbral con cautela.

En el salón, suspendida a medio metro del suelo, había una arpía de tormenta.

—Arpía —la saludó sin énfasis.—Cuidado con lo que dices, ser carnal —replicó ella.De sus dedos, surgían unos diminutos haces de luz, y sus túnicas oscuras resplandecían a su alrededor como nubes de tormenta. Siervas de Mabh, las Arpías de Tormenta, llevaban mucho tiempo encadenadas al reino de los mortales, pues su arisca señora las tenía allí para que ejecutaran sus encargos. Y se comunicaban con ella, que vivía confinada en su reino sombrío, a través de unos espejos encantados. Eran criaturas malignas, pero en su condición de emisarias de la reina Mabh, sólo le rendían cuentas a ella, y no a Oberón ni a los gobernantes del resto de Cortes. Y

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por eso eran intocables. A los Janos, se les obligaba a dejarlas en paz.

Por eso, cuando una de ellas se presentaba en tu salón sin haber sido invitada, la experiencia resultaba de lo más frustrante. O eso le parecía a Sonny.

—La reina Mabh, te envía saludos.—La reina Mabh, ya ha enviado antes a sus cuervos. —Sonny se cruzó de brazos y se apoyó en la encimera de la cocina. No estaba de humor para cortesías.—Tal vez, habría agradecido sus saludos antes del ataque no después.La arpía, separó mucho los labios, componiendo una mueca que quería ser una sonrisa.—Considérate afortunado de que Mabh, centre su atención en un gusano rastrero como tú. La reina es tan poderosa como despiadada. Es la reina de la Penumbra, reina del Aire y de la Oscuridad, la que trae la tormenta y la guerra.—No me hace falta oír su currículum. Limítate a informarme de lo que quiere y lárgate.—Una alianza —masculló la arpía—. Este reino oculta algo que le pertenece ¿Lo sabías?El kelpie. Sonny, sintió frio a pesar del calor sofocante que hacia allí. ¡Oberón tenía razón! ¡Era Mabh!, asintió despacio.—Quiere que le sea devuelto. Fue enviado aquí por error. Encuéntralo. Y la reina te concederá un deseo.Sonny, no estaba muy seguro de querer el favor de Mabh. Pero un favor concedido por una reina de las hadas... era algo valioso. Y presentía, que semejante regalo podía serle de utilidad. Debía sopesar muy bien la oferta—. ¿Qué dices, ser carnal? —Susurró la arpía, escupiendo las palabras.—Digo que, si vuelves a llamarme así, Mabh, tendrá que usar toda su magia para recomponerte.Se alejó unos pasos, mientras, se esforzaba por pensar rápido. Cerrar tratos con hadas y duendes, era siempre un asunto complicado. Si el pacto se rompía por cualquier motivo, las

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consecuencias eran imprevisibles. Un acuerdo incumplido se consideraba una transgresión imperdonable según las leyes de los duendes. Si alguien decidía romper un pacto con un duende, se arriesgaba a conceder a la parte insatisfecha, un poder de venganza ilimitado. De modo que, era mejor evitar todo pacto con ellos pero, en este caso, se le ofrecía la ocasión, no sólo de eliminar la amenaza de que se pusiera en marcha la Cacería Salvaje, -devolviendo al kelpie al Otro Mundo-, sino, también de obtener el favor de una reina de las hadas.—Está bien —dijo al fin—. Conseguiré lo que Mabh quiere, pero sólo porque es para lograr un bien mayor. Que me envíe aviso de dónde y cuándo. —Y, girándose, se alejó más—. Y ahora, sal de aquí y deja de echar babas en mi alfombra.

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VEINTIUNO.

Tenía que hablar con Sonny. Kelley, esperaba sentada en un banco, junto al carrusel, preguntándose cuánto tardaría en aparecer. Nada más terminar el ensayo, había salido disparada del teatro, para encontrarse con él en el parque.

No habían transcurrido ni diez minutos, cuando Sonny, apareció de detrás de unos árboles y se dirigió hacia ella.

—Qué rapidez —dijo Kelley, poniéndose en pie.—No quería hacerte esperar —respondió él, encogiéndose de hombros.Kelley, se alejó unos pasos.—Bueno... así que no fue un perro lo que me atacó.—También puedes llamarlo así, si quieres —dijo Sonny—. Hay quien los llama perros demoníacos, o perros de Herne el Cazador. Yo los llamo Perros fan...—Perros fantasmas. Ya lo sé —le interrumpió Kelley—. ¿Y quién es exactamente ese tal Herne? ¿Es una persona? ¿Fue él quien envió a esa criatura? ¿Es un...duende?—¿Herne? No. Herne es... —Sonny hizo una pausa—. ¿Estás segura de que quieres oír toda esta historia ahora?—No hay mejor momento que el presente.—De acuerdo. –Sonny, se sentó en un banco y esperó a que Kelley, se uniera a él.—Herne, fue un hombre en otro tiempo. Y se convirtió...en otra cosa. Seguramente tú dirías que se convirtió en un dios.—En un... dios.—Pero, él nunca te habría enviado al perro fantasma —le aseguró Sonny—. Se dice que son sus perros, sí, pero sólo porque corren durante la Cacería Salvaje. Y hace mucho tiempo, Herne, encabezaba esa cacería.

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—Entiendo. –Kelley, cruzó los brazos y se mordió el labio inferior, esforzándose por seguir el hilo de lo que le comentaba Sonny. Recordaba vagamente algo de aquella Cacería Salvaje, porque lo había leído en Internet—. La Cacería Salvaje. Suena como a fiesta, o algo parecido.—Se trata más bien de un grupo que hace la guerra —le corrigió Sonny—. Y constituye un poder antiguo. Son muy peligrosos.—Entiendo.—¿De verdad lo entiendes?—No, en realidad no —suspiró, rindiéndose.—Podríamos empezar por lo más básico —propuso él.—De acuerdo —aceptó ella—. Digamos que, por el momento, admitiré como verdad el cuento ese de que soy princesa de las hadas.—Es que lo eres.—Y ú, ¿qué eres? ¿Un príncipe de los duendes o, algo así? —Frunció el ceño—. No puedo evitarlo, todo esto me suena falso...—No, no soy un duende. —Las comisuras de los labios se le arquearon hacia arriba—. Y príncipe, mucho menos.—Entonces, ¿qué eres?—Soy, lo que se llama, un arrebatado —dijo, con la vista fija en el suelo—. Los duendes me raptaron del mundo de los humanos, cuando era un recién nacido, y crecí en el Otro Mundo.—¿Raptado? —Kelley lo observó con atención—. ¿Quieres decir que te robaron?—Sí... algo así.0 sea, que no soy la única, pensó Kelley, perpleja.—¿De modo que, entran y salen a su antojo? –Preguntó al fin—. Los duendes, me refiero.—Antes lo hacían —le respondió Sonny—. Verás, los celtas, los isabelinos, los victorianos... todos creían en la existencia de duendes y de hadas. Y no sólo creían en ellos, sino que compartían su mundo con ellos.—Pero, no era algo que hubieran escogido —apuntó Kelley, que no lograba suprimir el tono de incredulidad de sus palabras.—No. Desde los primeros días, los duendes siempre habían estado allí. Y siempre habían arrebatado.

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—Se colaban en las casas y les robaban los niños a las familias. —A Sonny, no le gustaba el derrotero que estaba tomando la conversación.—Los robaban para vivir eternamente, sí —afirmó—. En un lugar de belleza y suntuosidad, en que el tiempo no significa nada y los sueños se hacen realidad...—¿Incluso las pesadillas? –Kelley, lo observó un instante—. Sí, ya me parecía a mí. Sigue.Sonny, evitó la mirada de la muchacha.—A principios del siglo XX, cuando la época victoriana tocaba a su fin, el mundo humano dejó gradualmente de interesarse por el mundo de los duendes y las hadas.—No así, al revés.—No. Duendes y hadas siguieron viniendo... y arrebatando. Entonces, un día, una mujer mortal decidió arrebatar algo también, en respuesta a lo que le habían quitado a ella.—Me robó a mí.—Sí.Sonny, le contó que una vez raptada de la Corte Maligna, su padre, Oberón, triste y furioso, había intentado pronunciar un encantamiento que sellara los canales de unión entre los dos mundos.—Pero, el encantamiento no le salió bien del todo, y por eso, una noche al año, las Puertas del Samhain, pues eso es en realidad este parque, se abren de par en par.—¿Cuando? —Preguntó Kelley.—Desde que se pone el sol, el 31 de octubre, hasta que sale el 1 de noviembre.—Ah, eso es Halloween, ¿no? Genial.—Antes se llamaba el Samhain —le explicó Sonny, en voz baja—. En mi época.Kelley, consultó el reloj.—Las fechas no coinciden. Sólo estamos a veintiséis de octubre.—Eso es lo que tiene la magia, Kelley. Se trata de algo complicado, incluso, para el rey de los duendes y las hadas. El hechizo de Oberón, no salió bien del todo, lo que implica que, cada nueve años, las Puertas se mantienen abiertas, durante las

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nueve noches anteriores al Samhain. Nosotros lo llamamos las Nueve Noches.—Qué nombre tan original. De modo, que nueve noches enteras, ¿eh? Parece que la equivocación de mi papaíto no fue poca cosa, ¿no te parece? —Comentó Kelley, mordaz.Sonny, esbozó una sonrisa, pero no dijo nada.Ella cerró los ojos, tratando de ahuyentar un breve atisbo de ira.—Está bien. Voy comprendiendo. ¿Y tú qué pintas en todo esto?—Yo trabajo para tu padre.Kelley, sintió una sacudida y se alejó de él.—La otra noche, te dije que era guardián, y es verdad. Oberón, decretó que hubiera siempre trece arrebatados, Janos, nos llaman, cuyo deber es custodiar el paso e impedir que duendes y hadas franqueen las Puertas.—¿Y cómo lo hacéis?—Por todos los medios que sean necesarios.—Es decir, que sois una especie de sicarios. Una banda de matones a sueldo de Oberón.—Eso no es muy amable por tu parte —dijo Sonny, mirándola al fin a los ojos—. Yo no he escogido esto, Kelley. No pertenezco a este mundo, a tu mundo. Y a causa de eso, en lo que me he convertido, no soy bienvenido en el lugar que consideraba mi hogar.Por un instante, el rostro de Sonny, mostró un gesto de añoranza, y Kelley, no pudo evitar preguntarse cómo sería ese Otro Mundo. Era bastante evidente que a Sonny, le atraía poderosamente, pero no podía regresar a él.—Como soy Jano, los duendes y las hadas me temen —prosiguió—. Pero, no sé por qué, suponía que tú, te mostrarías algo más comprensiva que ellos. —Kelley bajó la mirada, ruborizándose—. Sobre todo, después de la aventurilla de anoche. —Se levantó e hizo un ademan de irse.—Lo siento. Tienes razón. —Le puso una mano en el brazo—. Lo siento. Es que todo esto...—Ya lo sé.Kelley, levantó la vista para mirarlo. Ojalá vuelva a sentarse, pensó.

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—¿Y esa cosa..., ese perro fantasma, franqueó las Puertas?—Sí, tuvo que hacerlo.A regañadientes, Sonny, se sentó de nuevo en el banco.—¿Y Buena Suerte? —Indagó Kelley.—Yo no llamaría a un perro fantasma “buena suerte”, precisamente.—No, no. —Agitó la mano, señalando vagamente en dirección a su casa—. Me refiero al caballo. Al que tengo en la bañera.—¿El kelpie? No es exactamente un caballo. De hecho, se trata de una criatura muy peligrosa.—No, no lo es —dijo Kelley, sin poder reprimir la risa, divertida por primera vez.—Escúchame bien, Kelley, tal vez tu nueva mascota te parezca un poni encantador, pero no lo es. Es peligroso. Lo es de por sí, y aún más, a causa del hechizo que cayó sobre él. No te lo tomes a broma, pues no sólo te expones tú a un grave peligro, sino que también quedarán expuestos a él todos los seres de esta ciudad.Kelley, impresionada, no sabía qué decir.—¿A qué te refieres?Sonny, buscó algo en su mochila y extrajo tres cuentas negras.—Me has preguntado hace un momento sobre Herne y la Cacería Salvaje. Pues bien, yo ahora quiero preguntarte algo a ti. ¿Reconoces esto?Kelley, se acercó y asintió.—Buena Suerte, lleva muchas cuentas como éstas anudadas a la crin y a la cola.Sonny, volvió a meter los amuletos de ónice en la bolsa, muy serio.—Son talismanes, amuletos usados por una de las reinas de las hadas, para realizar sus hechizos... hace mucho tiempo.Kelley, vio que Sonny, dirigía la mirada hacia el tiovivo.Parecía no haberse percatado de su presencia hasta ese instante. El carrusel estaba abierto al público, pero sólo se veía al encargado de vender los billetes, solitario en sucaseta. Los niños estaban aún en la escuela. Kelley, miraba alternativamente el rostro de Sonny y al carrusel.—¿Hace mucho tiempo?

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De pronto, Sonny, se puso en pie y sin volverse para ver si ella le seguía, avanzó en dirección a aquella música alegre, como de organillo.—¡Ven conmigo! —Le gritó sin volver la cabeza.

Desconcertada, Kelley, corrió tras él. Cuando le dio alcance, ya estaba comprando dos billetes Sonny, la cogió de la mano y la ayudó a subirse a la plataforma de madera, donde aguardaban unos corceles pintados de colores vivos. Kelley, se sentía algo tonta. No sabía por cual decidirse. Y no es que no hubiera donde escoger. Al fin, Sonny, la agarró por la cintura y la levantó sin esfuerzo, hasta la grupa de un caballito muy erguido. Acto seguido, él se montó en el de al lado.

El carrusel crujió, y la plataforma empezó a girar despacio. Kelley, miró a Sonny, que iba sentado tranquilamente sobre su montura, como un caballero a lomos de su alazán, ataviado con su reluciente armadura.

—Déjame que te muestre una cosa, Kelley —dijo, llevando la mano al medallón de hierro que llevaba al cuello—. Déjame enseñarte la historia de la Cacería Salvaje.—¿Mostrármela? —Preguntó ella, perpleja.Sonny, le clavó la mirada. La expresión de sus ojos grises la asustaba un poco.—No tengas miedo —la tranquilizó él.

El carrusel giraba cada vez más rápido, y a Kelley, le latía el corazón con fuerza. La música la envolvía como un torbellino, mientras el caballo se encabritaba entre sus piernas, subiendo y bajando en lenta cadencia.

Los ojos de Sonny, pasaron de aquel gris plateado extraordinario a un tono casi negro. Y a Kelley, le pareció, durante un momento breve, confuso, que se internaban en un túnel lleno de niebla... Luego todo se aclaró, y miró alrededor.

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El carrusel había desaparecido. ¡Nueva York ya no existía!

El caballo que tenía entre las piernas, -ya no era un objeto de madera pintada-, cabeceó, y notó que los músculos se le tensaban bajo la silla. Ahogó un grito y se apresuró a agarrarse de las riendas mientras, a su alrededor, y a toda velocidad, iba dejando atrás retazos entrevistos de un verdor exuberante. Graznidos de aves y rugidos de animales llenaban sus oídos. Las ramas de los arboles le rozaban la cara, y ella aspiraba la fragancia de sus hojas, recién lavadas por la lluvia, mientras la brisa le acariciaba las mejillas. A lo lejos, el sonido de un cuerno rasgaba el aire, como el tañido de unas campanas de iglesia. Y oía también el ladrido constante de unos perros de caza.

Sonny, iba a su lado, también al galope, y por encima del silbido del viento en sus oídos, le oía hablar, contarle la historia de Herne y la Cacería Salvaje, al mismo tiempo que se internaban en ella.

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VEINTIDOS.

“Herne era mortal. Un príncipe en el mundo de mucho tiempo atrás...”Con la voz de Sonny, resonando por todas partes, Kelley, se echó hacia delante para agarrarse al cuello del caballo y enseguida llegaron a un gran claro del bosque. A medida, que aminoraban el paso, hasta detenerse, Kelley, constató que se habían convertido en parte de una partida de caza y que iban magníficamente ataviados para la ocasión.Sintió el crujido de la seda y, al bajar la mirada, vio que llevaba un vestido bermellón que cubría toda la grupa del animal. Los bordes de las mangas y el dobladillo de la falda estaban decorados con perlas y ámbares de tonos dorados. Miró por encima del hombro –llevaba la cabellera cubierta por tules– y vio a Sonny, vestido con una camisa ancha de encaje, unos calzones de piel ajustados, y calzado con botas. Al inclinarse sobre la silla para agarrar las riendas, unos destellos plateados centellearon alrededor de su cuello y en las muñecas. Cuando llegaron a las inmediaciones de la partida de caza, el muchacho se detuvo y le hizo una seña para que lo imitara.El resto de cazadores, desmontó entre risas y gran algarabía.Kelley, los observaba sin ocultar su asombro, y se percató, no sin temor, de que no eran seres humanos. Brillaban y resplandecían a la luz moteada como nubes de coloridas mariposas. Algunos mostraban a la espalda delicados rastros de alas, bruñidas como piedras preciosas.Sonny, se rió al ver su expresión, mientras levantaba una pierna por el flanco del caballo y ponía pie a tierra a sin esfuerzo. Le tendió la mano para ayudarla a desmontar y la sujetó para que no perdiera el equilibrio cuando sus pies tocaron el suelo de tierra

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musgosa. Kelley clavó los ojos en los de Sonny y vio reflejada en ellos su expresión de sorpresa.–¿Cómo...? –quiso preguntarle, pero se giró al oír unas carcajadas estruendosas. Quien se reía era un hombre alto y apuesto vestido de verde oscuro, que llevaba sobre el casco la cornamenta de venado que lo distinguía como rey.–Ese es Herne el Cazador –murmuró Sonny, en voz muy baja, teñida de respeto–. Los duendes y las hadas lo llaman el Cornúpeta.—Creía que habías dicho que era mortal –susurró Kelley.—Y lo es. O al menos lo era. En este momento de su vida.Ella entendía que, de algún modo, Sonny, había logrado invocar una visión de la vida de Herne, de cuando el Cazador era príncipe.—¿Y los mortales no tienen, o no tenían, problemas para salir con él?Sonny, sonrió ante la broma.—Los mortales y las hadas solían... salir juntos. Pero eso era antes de que los mortales empezaran a sentir temor.¿Y no sería porque los duendes empezaron a mostrarse “temibles”? pensó Kelley, mientras Sonny, la cogía de la mano y la conducía hacia el centro del prado, donde habla varias mesas dispuestas con todo lo necesario para celebrar un gran banquete.—¿Y ellos nos ven a nosotros? –le preguntó a Sonny, mientras pasaban junto a los duendes.–No –respondió él, negando con la cabeza–. No nos ven tal como somos, pues en realidad no estamos aquí. Probablemente nos ven como compañeros de un día muy lejano.–¿Y cómo has...?–Magia. Oberón, cuando yo era niño, me enseñó algunas cosas, poco más que truquitos para niños, comparadas con lo que son capaces de hacer los duendes y las hadas. –Se encogió de hombros–. Cosas como invocar visiones. La verdad es que no se me daba mal, aunque, confieso que nunca había intentado nada tan complicado como esto. Y ahora ven, disfrutemos al menos de este momento, mientras podamos. Esta historia no tiene un final feliz.

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Kelley, quiso preguntarle qué había querido decir con eso, pero lo que vio a continuación la dejó muda.¿Cómo podía salir algo mal –pensó– en un mundo habitado por criaturas como aquéllas?–iMabh! –exclamó Herne, a modo de alegre saludo. El tono de su voz delataba la calidez de sus sentimientos hacia aquella mujer pelirroja y hermosísima, que había surgido entre las sombras de los árboles–. Mi reina, mi amor...Kelley, nunca había visto a nadie con la elegancia y majestuosidad, que exhibía la reina de las hadas de la Corte Otoñal. Mabh, era como la gloria del otoño condensada en un solo ser. Levantó los brazos, saludando al Cornúpeta, y su sonrisa iluminó el prado.Kelley, se olvidó por completo de las palabras agoreras de Sonny. En realidad, se olvidó de casi todo, incluso de que tenía otra vida, mientras los días transcurrían entre banquetes, cacerías y canciones. De noche, Herne y sus compañeros, entre los que se contaban Sonny, y Kelley, se tendían sobre mullidas mantas, bajo las estrellas, y escuchaban el crepitar de las hogueras y la música extraña y hermosa de duendes y hadas. De día cabalgaban al galope por los bosques, alegres y risueños.A Kelley, le parecía que el tiempo transcurría, aunque, en realidad, permanecía absolutamente inmóvil.Y entonces llegó el día en que Mabh, luciendo un vestido del color de la medianoche y esbozando una sonrisa enigmática, se inclinó para besar la frente del príncipe cazador, que yacía tendido a la orilla musgosa de una laguna primaveral, con la cabeza apoyada en el regazo de ella. La colorida corte de duendes y de hadas –los compañeros de caza de Herne– descansaba, indolentes, observando con ocioso entusiasmo a la reina de las hadas, que, riéndose, se ponía en pie. Con unos movimientos tan gráciles que parecía bailar en vez de andar, Mabh rodeó la laguna.Alzando la voz, entonó un cantico de poder y empezó a arrojar puñados de brillantes cuentas negras que extraía de unos bolsillos disimulados en los pliegues del vestido.

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Sonny, que estaba recostado en el suelo, apoyado sobre el codo, se puso tenso, y Kelley, recordó de pronto que aquella historia no terminaba bien.Mabh, con un resplandor intenso en el fondo de sus ojos verdes, alzó las dos manos por encima de la superficie de la laguna y abriendo los puños, dejó que las piedras preciosas cayeran al agua. La superficies e onduló, borboteó, y de ella empezó a surgir una espuma blanca y un vapor que emitía un silbido sordo. Kelley, se levantó, estiró el cuello para ver mejor y distinguió algo que se movía en las profundidades negras.De las aguas emergió un kelpie, invocado por el cántico de la reina de la Penumbra. Kelley miró a Sonny, muda, presa del temor, mientras Mabh, pronunciaba su hechizo y encantaba al espíritu del agua con sus talismanes, convirtiéndolo en un espíritu de fuego.La criatura se encabritó, relinchó y se volvió borrosa como el humo. Ya no se parecía al animalito dulce que Kelley, tenía en su apartamento, sino que se había convertido en una criatura hermosa pero feroz, un semental de pelaje rojizo como el crepúsculo, de pezuñas lustrosas y potentes.–Mi reina –protestó, incomodo, uno de los duendes cazadores–. ¡Esto es algo...imposible! No deberías es...Mabh, lo hizo callar con la mirada.Los ojos de Herne se iluminaron de dicha por el regalo extravagante que le ofrecía su amada. El Cazador se subió a la grupa de aquel magnífico ejemplar ruano. Mabh, agitó los brazos y ser rió con regocijo casi infantil mientras jinete y caballo brincaban por el aire y se alejaban al galope sobre las copas de los árboles. En el claro del bosque se entrevió un destello borroso, como el batir de unas alas negras y lustrosas, y Mabh, desapareció. En su lugar, un cuerpo voló entre los árboles, siguiendo la estela del Cornúpeta y su corcel.–Esto es algo nunca visto –murmuró el duende que antes había pronunciado la protesta–. Ha entregado un regalo extravagante y peligrosamente mágico a un mortal...–Mabh, está embriagada –comentó el hada que se encontraba a su lado, meneando la cabeza.

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–Oh, vamos. El Cornúpeta no es un mortal mas –terció otro, riéndose mientras se subía a su caballo, impaciente por seguir el rastro de Herne.Casi todos los demás parecieron mostrarse de acuerdo con él y, poniéndose en marcha al instante, partieron a la alegre caza de su compañero mortal y de su nuevo trofeo.Contagiada de aquel entusiasmo general, y sin querer perderse ni un pasaje del relato, Kelley, se subió los faldones y corrió en dirección a su caballo, seguida de cerca por Sonny.La expedición galopaba en busca del Cazador. Cuando los bosques dejaron paso a vastas extensiones de pendientes onduladas, los caballos de los duendes y las hadas saltaron en el aire y cabalgaron por encima de las copas de los árboles.Con el corazón a punto de salirse le por la boca, Kelley, se agarró con tal fuerza a las riendas de su montura que sus nudillos empalidecieron. Finalmente se atrevió a mirar a izquierda y derecha. A ambos lados cabalgaban los cazadores de Herne, con la mirada brillante, etéreos en su belleza, las mejillas coloradas de la emoción, el pelo al viento, el gesto uniforme, estático. Kelley, no había presenciado jamás nada tan portentoso, ni había participado nunca en nada tan emocionante como aquella montería aérea en compañía de tan radiantes huestes.Los días y las noches seguían sucediéndose en una nebulosa embriagadora. Mabh, no sólo regaló a Herne, el Caballo Ruano, sino que le proporcionó a él y a sus compañeros las presas más extraordinarias para que les dieran caza. La reina de la Penumbra ordenó a su séquito que capturara a bestias de sus propias tierras, en el Otro Mundo, y que las soltaran para que vagaran por los bosques del reino mortal de Herne. Todo para satisfacer la pasión que su amado sentía por la caza. Se trataba de animales magníficos: venados, jabalíes, osos.Y lo que había empezado siendo una loca diversión no tardó en convertirse en una persecución mortal que él se tomaba muy en serio. Los cazadores se agotaban, cabalgando junto al príncipe mortal y su corcel fantástico.Duendes y hadas, perros y caballos, todos avanzaban, entregados, por encima de los bosques de aquel mundo antiguo.

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A Kelley, se le enredaron las mangas del vestido en unas ramas cuando la partida de caza se detuvo en seco.En un claro del bosque, un venado blanco se alzaba majestuoso, desafiante, rodeado por una jauría de enormes perros de caza. Durante tres días, Herne habla dirigido la frenética y emocionante batida en pos de aquella pieza regia.Kelley, se había dejado llevar por el entusiasmo tanto como los demás, pero ahora sentía una opresión en el pecho. Observó impotente cómo, a instancias de sus compañeros, el Cornúpeta extraía una flecha de la aljaba que llevaba a la espalda. El proyectil de Herne viajó con precisión mortífera y se clavó, certero, en el cuerpo del Ciervo Rey. La criatura, blanca como la nieve, berreó y se hincó de rodillas, mientras la sangre descendía como un río de plata entre su pelaje, formando un charco de metal fundido sobre la hierba.Los duendes cazadores vitorearon el triunfo de sus príncipes, y dos hermosas hadas se acercaron deprisa hasta él y lo abrazaron. A Kelley, sin embargo, la visión del venado agonizante le partía el corazón. A su lado, Sonny emitió un débil sonido de protesta. Ella se volvió a mirarlo y vio un destello de ira y dolor en sus ojos grises, causado por la visión del animal herido.Kelley, notó las miradas de los otros clavadas sobre ellos, y al girar la cabeza vio que Herne miraba a Sonny, y a continuación, muy brevemente, a ella. El Cazador frunció el ceño pero, transcurrido un momento, sonrió y regresó junto a sus compañeros Kelley, no comprendía bien qué significaba aquella mirada.El Cornúpetas se acercó entonces al cuerpo del ciervo y se detuvo a unos pasos de él. Se produjo un silencio prolongado en el bosque; incluso los pájaros dejaron de cantar. Kelley, se llevó una mano a la frente y vio que unas marcas rojas surcaban sus palmas, de la fuerza con que había agarrado las riendas.De pronto, el animal, sin moverse de su sitio, se retorció y tembló. La criatura, blanca, majestuosa, aspiró una bocanada de aire y agitó las patas hasta ponerse en pie. El venado pisoteó la tierra húmeda y dio varias sacudidas de cabeza. Kelley no daba crédito a lo que vela.

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!Había vuelto a la vida! El Cazador levantó el arco a modo de saludo. Kelley, miró a Sonny, y al verle sonreír le devolvió la sonrisa, al tiempo que el animal se internaba en el bosque, sin dejar más rastro que un hilo de sangre plateada, sobre la hierba.Los duendes cazadores entonaron de nuevo sus vítores, y todo volvió a estar bien. Herne se giró hacia sus compañeros y pasó el brazo por los hombros de una hermosa cazadora mientras el grupo prorrumpía en un cántico. Pero, por el rabillo del ojo, Kelley, vio que una mancha negra se adentraba en la espesura. Los graznidos estridentes de un cuervo inundaron el aire.

Cuando el sol se puso, celebraron un banquete en lo alto de una colina. Herne estaba especialmente alegre aquella noche, y no deja de proponer juegos y música. No permanecía solo en ningún momento, pues a su alrededor revoloteaban siempre hadas resplandecientes. Una de ellas, en extremo encantadora, le había quitado el casco con la cornamenta y le trenzaba hojas en los cabellos mientras él se reía con los relatos de los cazadores.En el otro extremo de la colina, sobre un terreno plano, se estaba celebrando un partido de algo parecido al hockey sobre hierba, pero que se jugaba con una bola de plata y con palos anchos de roble pulido. La competición se encontraba en su punto álgido. Kelley, que no comprendía la mecánica del aquel deporte, creía discernir apenas unas pocas reglas en la lucha de los dos equipos de duendes y hadas por la posesión de la pelota brillante. A ella todo le parecía un caos alegre y algo peligroso, y se mantenía a distancia. Pero vio que Sonny, se acercaba al borde de la pista para seguir el juego de cerca y observó que su expresión se iluminaba por momentos supuso que aquel juego le recordaba a su infancia en el Otro Mundo, donde habría participado en una competición como aquélla, o en otra parecida.Sin querer irrumpir en su memoria, Kelley, se alejó un poco y llegó a lo alto de la colina. Mirando hacia abajo, distinguió las luces de una aldea acurrucada en el valle, rodeada de los espesos bosques en los que habían cazado ese día. La luna llena iluminaba las casas, y Kelley, distinguió las figuras de dos

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aldeanos que salían de ellas y miraban hacia arriba. Nos oyen, pensó, sin sorprenderse demasiado, pues las carcajadas y los gritos de los duendes y las hadas habían alcanzado niveles de estridencia.Kelley, se estremeció y, al alzar la vista en dirección al horizonte, vio a Mabh, en la cresta de una loma. La capa oscura de la reina ondeaba tras ella, mientras desde su lejana atalaya observaba las celebraciones de Herne.La ira, palpable como una nube de tormenta, se arremolinaba en torno a ella. Sostenía en la mano una lanza de punta plateada. Pero también le pareció ver que agitaba los hombros, como si sollozara.Y se le ablandó el corazón.Sin embargo, a medida que se acercaba el alba, sus simpatías por la reina Otoñal se desvanecían. Mientras Herne y sus cazadores dormían, ahítos de carne, de hidromiel y del burbujeante vino de las hadas, Kelley despertó de un sueño inquietante y vio que Mabh, merodeaba en silencio entre los compañeros de su amado. Sus labios se movían y murmuraba algo entre dientes cada vez que se arrodillaba junto a ellos, atándoles amuletos al cuello: unas cuentas negras, resplandecientes.Kelley, se quedó helada al ver que lo que hacía la reina era lanzar maleficios espantosos. Una vez hubo pasado de largo, Kelley, se atrevió a observar a aquellos seres mágicos que dormían en el suelo. Horrorizada, vio cómo aquellos seres exquisitos con los que había vivido durante un tiempo se volvían terribles en su belleza. Oscuros. Peligrosos. Las malas artes de la reina los habían transformado. Ya no eran seres despreocupados, si no crueles, incluso cuando estaban dormidos.Deslizándose en silencio hasta el final del campamento, vio que Mabh, descendía por la ladera en dirección al bosque. Al alcanzar los primeros árboles, la reina levantó una mano y abrió una siniestra grieta en el muro que separaba el mundo de los mortales, donde dormían los cazadores, del Otro Mundo oscuro, inaccesible, que quedaba al otro lado, del que se entreveían retazos. Mabh, se llevó dos dedos a los labios y silbó sin que a oídos de Kelley, llegara ningún sonido. Obtuvo la respuesta de

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una jauría de perros de aspecto maligno –perros fantasmas–, que surgieron de la grieta y se internaron en el bosque.Agazapada en el borde del precipicio que se abría en la ladera, Kelley, vio a los perros de Mabh, expulsar a los nobles cazadores de debajo de los árboles protectores, conduciéndolos como si de ganado se tratara. Cuando los perros fantasmas mordisqueaban los talones plateados y las pieles exquisitas de los animales mágicos, Mabh, levantó de nuevo un brazo y aquellos seres malignos los condujeron hasta la grieta. El cielo empezaba a clarear por el este cuando el último de los animales de la Cacería –el níveo Ciervo Rey– franqueó el resquicio.

–Los llevará a las Tierras Fronterizas, fuera del alcance de hombres y duendes. –Era Sonny, que le hablaba con voz grave. Había aparecido de pronto, envuelto en la neblina que anunciaba el amanecer, y miraba en la misma dirección que ella.–¿Y qué ocurrirá luego? –le preguntó, aunque no estaba segura de querer saberlo–. ¿Qué ocurrirá ahora?–Los animales mortales... ya no son un desafío para los cazadores –respondió Sonny, en voz baja mientras se desabrochaba la capa y se la colocaba a Kelley, sobre los hombros. La había visto estremecerse pero no quiso decirle que no era a causa del frío–. Buscarán otras presas.Mientras hablaba, el sol salió y los cazadores comenzaron a despertarse.Herne, y los suyos, transformados, recibieron el nuevo día con la sed de sangre dibujada en los ojos. Montaron a lomos de sus caballos y se internaron en el bosque a velocidad de vértigo, con una avidez nueva que minaba su alegría. Sonny, y Kelley, también cabalgaron, aunque optaron por permanecer rezagados respecto a sus compañeros, que ahora les causaban temor.Los cazadores buscaban en todas partes a sus presas encantadas y, al no hallarlas, aullaban enloquecidos a causa del maleficio. Cuando llegaron al límite de un bosque, se detuvieron al unísono, alzaron la vista y vieron, en lo alto de la colina en la que habían acampado, a la reina de la Penumbra, inmóvil como una estatua.

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Mabh sonrió con frialdad y se llevó a los labios un gran cuerno de guerra, hecho de bronce. Kelley tuvo que soltar las riendas de su caballo y taparse los oídos para que no le ensordeciera el grave retumbar de las tres notas con las que instaba a la guerra a los integrantes de la Cacería Salvaje.Herne y los suyos parecieron enloquecer al oír el tañido horrísono del cuerno. Asaltaron el cielo blandiendo unas espadas súbitamente cubiertas de llamas. Las copas de algunos árboles se incendiaban a su paso, tiñendo con un brillo anaranjado las panzas de los bajos nubarrones y confiriendo a los duendes y a las hadas una luz airada, siniestra. El Cazador y sus hasta entonces hermosos compañeros, con los rostros desfigurados por el odio, volvieron sus ojos malévolos hacia la aldea de humanos que quedaba al oeste, la aldea que Kelley, habla visto durante la noche.Horrorizada, presa de la desesperación, se volvió hacia Sonny, que agarró con fuerza las bridas del caballo de Kelley, cuando éste, asustado, empezó a encabritarse. A continuación espoleó a su propia montura en los flancos para alejar a Kelley, de la Cacería lo antes posible.

–Esto no puede estar sucediendo –murmuró ella, sin aliento, mientras regresaban a la protección que les ofrecía el bosque y tiraba de las riendas de su caballo para que se detuviera. Sonny, no tuvo más remedio, que dar media vuelta y regresar junto a ella–. No irán a matar a esos aldeanos, ¿verdad, Sonny?Él no se vio capaz de responder.–Oh, Dios mío... –murmuró Kelley, girándose en la silla para mirar atrás, a través de los árboles, mientras oía los primeros gritos de las presas humanas, transportados por el viento.–Mabh, ha conjurado para que dejen de ser una partida de caza y se convierten en un escuadrón de guerra mortífero –masculló Sonny, con evidente amargura–. Despertarán cada noche, cuando salga la luna, y acecharán con un único propósito: matar.–Pero, ¿y después?– susurró Kelley, implorando un destello de esperanza–. ¿Qué pasa después? El relato no puede terminar aquí, sin más...

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–No. –Sonny, había empalidecido, y su voz sonaba débil y lejana. Con la mirada perdida, escrutaba los nubarrones–. Finalmente, las Altas Cortes de las Hadas se verán obligadas a pasar a la acción. Se reunirán en consejo y en un acuerdo sin precedentes entre el reino Benigno y el Maligno, Oberón, rey del Invierno, y Titania, reina del Verano, sumarán sus fuerzas y harían que Herne descienda del cielo y que desmonte de la grupa de su temible caballo.Con la frente sudorosa, señaló en dirección al cielo, súbitamente lleno de tonalidades cambiantes, tormentosas, donde los últimos jirones de las visiones que habla invocado se esfumaban ante los ojos de Kelley. Ésta vio que otra grieta se abría entre los mundos y que un gran remolino de luz y sonido se colaba a través de ella. Vio que Herne caía de su caballo, y fue testigo de su descenso hasta la tierra, mucho, mucho más abajo, como un cometa errante.Sin su jinete, el Caballo Ruano se convirtió, una vez más, en un simple kelpie. Una orden de Oberón bastó para hacerlo desaparecer, dejando sólo tras él las piedras negras, brillantes, que resplandecieron como estrellas en el cielo nocturno durante un instante fugaz–, antes de desaparecer también ellas.–¿Y Mabh? –preguntó Kelley, con la boca seca.–Oberón y Titania la encerraron en los confines de su propio reino de sombras –respondió Sonny, en voz muy baja–, donde sigue prisionera hasta hoy.A Kelley, esa explicación no le resultó demasiado tranquilizadora: pero no había tiempo para más preguntas. Sonny, se había inclinado mucho sobre el cuello de su caballo, y parecía a punto de caerse de la silla.–Tenemos que irnos –dijo, incorporándose. Cogió las riendas de la montura de Kelley, tiró de ellas y se puso en marcha en dirección a un banco de niebla que se elevaba sobre el paramo.La nube baja los envolvió, y Kelley, sintió que su caballo se agarrotaba gradualmente y se transformaba de nuevo en el caballo de madera del tiovivo que había sido –le parecía a ella– hacía siglos.

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VEINTITRES.

La niebla se dispersó, y el mundo antiguo de Herne, se hundió en la nada. Las imágenes, que Kelley, conservaba en la mente también se esfumaron y, con ellas, su vestido de princesa. Se descubrió a sí misma sentada de nuevo a horcajadas sobre un caballo de carrusel, meciéndose despacio, arriba y abajo, a medida que el viaje tocaba a su fin. Miró a un lado y vio que Sonny, mantenía los ojos cerrados y que una palidez grisácea bañaba su piel.

—¿Funcionó? –le preguntó Kelley.Él abrió los ojos e intentó centrar en ella su mirada—. ¿Sonny?—Sí. Sin jefe, el poder de la Cacería se vio menguado y se sumergió en el caos y la confusión. Oberón y Titania fueron capaces de tejer un hechizo, que los mantendrá encerrados para siempre, dormidos en un lugar que no es ni de este mundo ni del Otro.—¿Y Herne?—Libre, al fin... —respondió Sonny con tristeza–. Pero, aunque quedó liberado del horrible maleficio, se sentía roto en alma y en cuerpo. Desolado por los crímenes que había cometido como jefe de la Cacería Salvaje, se internó en la espesura de los bosques. Tras tanto tiempo pasado en compañía de hadas y duendes,

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seres inmortales, Herne, descubrió que él tampoco podía morir. Pero iba desgastándose, siglo tras siglo, hasta que no fue más que una sombra de su antiguo esplendor. Y la Cacería ha seguido encerrada en un sueño encantado.–Entonces, ¿cuál es el problema? –preguntó Kelley, aunque tenía la desagradable sensación de que ya conocía la respuesta.–En lo que concierne al maleficio de Mabh, los perros se mantendrán como están mientras carezcan de jefe.–Entiendo... –La sensación desagradable, descendió hasta la boca del estómago.–Y seguirán sin cabecilla, mientras el Caballo Ruano, siga sin jinete.–¡Pero yo vi con mis propios ojos cómo el Caballo Ruano se convertía en nada! –protestó Kelley.–Es cierto –asintió Sonny, que tras desmontar iba recobrando el color en las mejillas–. El Caballo Ruano, fue destruido. Pero los amuletos mágicos que Mabh, usó para crearlo, todavía existen.–Y... están enredados en la crin de Buena Suerte ¿verdad?–Lo siento.¿Buena Suerte?, “Mala suerte”, era más adecuado, pensó Kelley.Sonny, la ayudó a bajarse de su caballito. Vio que le temblaban las rodillas y la sujetó por los hombros para que no se cayera.–No todo es malo, Kelley –le dijo–. Todavía no. La criatura será inofensiva mientras continúe en tu bañera. El agua es una puerta de contacto. Mientras se mantenga de pie en ella, no estará ni en este mundo ni en el Otro. Incluso, si alguien hace sonar el cuerno de guerra de Mabh, la llamada de la Cacería Salvaje no le afectará.–O sea, que voy a tener a un caballo metido en la bañera de mi casa por toda la eternidad.–No, sólo durante las Nueve Noches, hasta que la puerta al Otro Mundo, vuelva a cerrarse. Después, la Cacería Salvaje ya no hallará el modo de cruzar, y podremos deshacer el maleficio.–¿Y si sucede lo impensable? ¿Y si, de algún modo, consigue salir y todavía está encantado?–En ese caso, si alguien hiciera sonar el cuerno de guerra de Mabh, Buena Suerte, se transformaría en el Caballo Ruano –

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respondió Sonny, en voz muy baja– El Caballo Ruano, busca a un jinete. Una vez lo encuentra, los participantes de la Cacería Salvaje despiertan. Y cuando ésta se inicia, todos atraviesan las Puertas a lomos de sus caballos de sombra, y matan. Son insaciables, y no se les puede detener. Toda esta ciudad, todo el reino mortal, podría resultar desruido.Las imágenes de una de sus más recientes pesadillas regresaron de nuevo a su mente: Manhattan, bañado en sangre y fuego; ella misma viendo su propias manos aferradas, con fuerza a los mechones enmarañados de una crin hirsuta...Se estremeció y miró a Sonny.–Entonces, ¿es una casualidad increíble, que el Caballo Ruano, se encuentre en mi bañera y que yo sea la hija del rey de las hadas y los duendes?–No lo sé. Pero yo no creo en las casualidades. –Sonny, esbozó una sonrisa forzada, fugaz–. No, a mí me parece que las dos cosas están relacionadas. Porque estoy bastante seguro, de que, en tanto que hija de Oberón, hay alguien que desea tu muerte. Creo que por eso enviaron a un perro fantasma a perseguirte. Quieren iniciar la Cacería Salvaje, para encontrarte a ti concretamente –su expresión se ensombreció–, aunque, aniquilarán a cualquiera que encuentren en el camino, por diversión.Kelley, lo miró, abriendo mucho los ojos.–¿Eso no es como matar moscas a cañonazos? ¿Es que esa gente no ha oído hablar nunca de los “daños colaterales”?—Supongo que sí. Pero para alguien como Mab, los daños colaterales son lo más divertido de todo. Y aún, debe albergar rencor hacia tu padre, por haberla encarcelado después de lo de la Cacería Salvaje.–Sí, claro –dijo ella, masajeándose los brazos, pues de pronto sintió un profundo escalofrío–. Parece encantadora. Pero todavía sigue encerrada, ¿no?–Está confinada, sí. En su propio reino, un lugar siniestro que se conoce con el nombre de Tierra Fronteriza. Pero, cuenta con agentes externos, a través de los cuales, puede seguir obrando a su voluntad. –Sonny torció el gesto–. Oberón, sospecha que

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pretende iniciar la Cacería. Si está en lo cierto, lo más probable es que lo intente durante el Samhain, cuando las Puertas están más abiertas.Kelley, se estremeció.–No sé si lo sabes, pero los neoyorquinos se toman Halloween, bastante en serio. Habrá muchos inocentes celebrándolo en las calles el 31 de octubre. Parece el momento perfecto para que se produzcan muchos daños colaterales. La Guardia de Janos, también estará de ronda esa noche –dijo él, poniéndole la mano en el hombro–. Como hemos hecho y seguiremos haciendo todos los años durante las Nueve Noches.–Bien.–Por cierto, ahora que hablamos de eso... –De pronto, Sonny, parecía agotado. Volvió la cabeza hacia el oeste, y ella vio el cansancio dibujado en su rostro–. Se está haciendo tarde. Tienes que abandonar el parque. Por favor. Esta vez no discutas. Vete y punto. El sol no tardará en ponerse, y yo tengo que irme a trabajar.Irguió los hombros, como si temiera que ella fuera a presentar batalla.Y lo hizo, un poco, aunque en realidad lo que expresó fue la preocupación que sentía por él.–¿No deberlas tomártelo con calma? Ya sé que intentas hacerte el fuerte, que vas de tío duro y demás, pero estás herido.–No son heridas graves.–Vaya, qué mal se te da mentir.Él frunció el ceño, disgustado.–Y también se diría, que llevas una semana entera sin dormir. –Dio un paso vacilante hacia él y le puso una mano en el pecho, mirándole a los ojos.Él cubrió aquella mano con la suya y Kelley, sintió que el corazón de Sonny, latía en su palma, a través de los vendajes.–Estoy bien.–¿Seguro?Con la otra mano, delicadamente, Sonny, le retiró un mechón de pelo de los ojos, y le sonrió.

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Kelley, sintió que su alma se le derretía un poco. Aquella sonrisa, le había cambiado la expresión de todo el rostro. Era como si saliera el sol.–Pero estaré aún mejor, si tú estás sana y salva en tu casa y no tengo que preocuparme por ti esta noche.–Sé cuidar de mí misma, Sonny Flannery –replicó ella.–¿Lo harás, por favor? –insistió él, recurriendo de nuevo a su sonrisa.–Yo... Está bien. –Kelley, sintió que sus labios se curvaban también, esbozando una sonrisa que era una respuesta–. Seré buena. Sólo por esta vez.–Ésta es mi chica.Kelley, no dijo nada. Aquellas cuatro palabras la habían dejado muda.

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VEINTICUATRO.

La noche resultó fácil para los Janos.Cuando Sonny, hubo acompañado a Kelley, a la salida del parque que daba a la calle Setenta y Dos Este, las sombras y a habían vuelto a alargarse y él, se dispuso a iniciar su trabajo. En toda la noche, sólo tuvo que desenvainar la espada una vez, e incluso, logró convencer con palabras a unos gnomos del bosque, para que se metieran por la grieta de la que habían salido, sin que ninguno de ellos pasara de arrojarle una piña a la cabeza.Tal vez, sintieran lástima por él, pensó, mientras caminaba por la Quinta Avenida, cuando ya había salido el sol y observó su reflejo proyectado en un escaparate. Su aspecto era bastante lamentable. Estaba agotado y, más que ojeras, parecía tener moratones debajo de los ojos.Sabía que lo más conveniente para él era dormir, pero, en lugar de dirigirse a su casa, decidió acercarse a la dirección que había logrado sonsacarle, a regañadientes, a su amigo Jano.Desde el rellano de la escalera de incendios de la planta cuarta, podía accederse a dos ventanas. A través de una de ellas, la del cuarto de baño, Sonny, entrevió un atisbo de crin rojiza y una cola que se meneaba de un lado a otro por el espacio que quedaba entre la cortina de la ducha y la pared. Oía un murmullo suave, constante: era el kelpie, que roncaba en su sueño. Por un instante, se le pasó por la cabeza hacer... algo. Pero todo parecía controlado, por el momento. Además, ya había empezado a apartar de su mente toda idea de violencia contra aquella criatura, por el bien de Kelley.Kelley... La otra ventana era de su dormitorio. Un resquicio en la cortina le permitió verla, acurrucada en la cama, durmiendo plácidamente. En ese instante la muchacha se giró, sin despertar, y el colgante de plata y ámbar, se deslizó por la cadena y, resbalando por el cuello, fue a posarse en el precioso hoyo que se

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le formaba en la base de la garganta. En la penumbra del cuarto, aquel pequeño amuleto parecía resplandecer.Sonny, cerró los ojos y, con sus sentidos internos, trató de aproximarse a ella. Así, dormida, le resultaba más fácil captar...Y, en efecto, ahí estaba, como una sucesión de chispazos luminosos en la oscuridad, su brillo explosivo opacado –estaba seguro de ello– a causa del chisporroteo incandescente del amuleto, que la mantenía casi oculta tras él.Mientras bajaba por la escalera de incendios, de vuelta a la calle, decidió que esa mañana no iría a su apartamento a descansar.

Le resultó fácil entrar a escondidas en el Gran Teatro Avalón, pero el ligero cansancio que le causó la operación, le dio que pensar: con su formación de Jano, debería haberla realizado sin el menor esfuerzo, pero, por culpa de sus heridas, le había costado más de la cuenta.Es que sólo eres humano, pensó, y, al hacerlo, sintió un regusto amargo en la boca. Y más ahora, que sabía que Kelley, no lo era. ¿Cuál de las dos era la verdadera Kelley?, se Preguntó, ¿la aspirante a actriz en un teatro ruinoso, o la criatura radiante del callejón, el ser que había atisbado, cuando el velo que la mantenía oculta había caído?Sonny, estaba convencido de que ella ignoraba lo que era en realidad, lo que podía llegar a ser. ¿Qué sucedería cuando lo descubriera por sí misma? ¿Cambiaría? ¿Seconvertiría en una de aquellas hadas a las que él había adorado de niño? No estaba seguro de querer que fuera como ellas.A él no le había resultado fácil vivir en el reino de los mortales ese año. Acostumbrado al Otro Mundo, en éste todo le parecía algo decrépito. Sin embargo, cada vez con más frecuencia, le asaltaba la idea de que el reino de los duendes y las hadas, con todo su esplendor mágico, no era exactamente el lugar idílico en que lo habían convertido sus recuerdos de infancia.Imaginó a Kelley, recorriendo los salones del luminoso palacio de su padre tal y como podría llegar a ser: un ser perfecto pero distante. Frío. Inaccesible. Sin deseos y, por tanto, sin sueños...

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Apartó esa idea de su mente, y se ocultó en el palco superior, que estaba a oscuras. Apoyó los brazos en la madera desgastada del banco delantero e intentó relajarse mientras técnicos y actores empezaban a llegar. Kelley, aún no había hecho acto de presencia –era demasiado temprano–, y la impaciencia se apoderaba de él. Y eso que no pensaba hacerle saber que estaba allí. Al fin, empezaba a comprender que a ella no le gustaba que la vigilaran. Además, el actor que interpretaba el papel de Oberón, había sido bastante explícito, al advertirle que no se acercara a ella. No es que aquel hombre representara la más mínima amenaza para un Jano, pero Sonny, lo respetaba, pues sabía que su única intención era defender a Kelley.El palco en penumbra, le proporcionaba un mirador discreto y privilegiado. Además de oscuro, también resultó ser un escondite cálido. Y si Sonny, despertó, horas después, fue sólo porque Bob, el boucca, le pinchó en el hombro con una espada de madera. El Jano, se incorporó, sobresaltado, pero el viejo duende le llevó el índice a los labios, reclamando silencio.

–Saludos, asesino de duendes– le susurró Bob, esbozando una sonrisa burlona–. Intuía que rondabas por aquí.–Por todos los infiernos... –Sonny, miró alrededor, aturdido, y se frotó la cara con la mano. Menudo guardaespaldas estaba hecho–. ¿Sabe ella que estoy aquí?–No, pero tal como roncabas, no habría tardado en descubrirlo. Y me ha parecido que no te alegraría mucho la idea. La chica es bastante autosuficiente, no sé si te has percatado.–No sabe a qué se enfrenta.–¿Y tú sí?–Tengo algunas teorías, pero no me vendría mal tu ayuda.–No me distingo por ofrecerla.Sonny, escogió sus palabras cuidadosamente.–Creo, que eres víctima de lo que llaman... ¿cómo se dice?..., ah, sí, mala prensa. Y me da la sensación, de que ayudas mucho más de lo que admites. Entre otras cosas, sé por qué el leprechaun, te encerró en un tarro. –Señaló con la cabeza en dirección a las bambalinas, donde percibía que se encontraba Kelley–. Por el

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amuleto que Kelley, lleva al cuello. Por el trébol irlandés, el shanrock, el talismán que la oculta y protege.Bob, lo miró con gesto de admiración.–Técnicamente, es un trébol de cuatro hojas. El shanrock, irlandés tiene tres. Pero el de cuatro hojas...–Ya lo sé, ya lo sé –murmuró Sonny, impaciente–. Proporciona una magia poderosa. Una gran protección. Las hojas representan las Cuatro Puertas, las Cuatro Festividades, las Cuatro Cortes de duendes y hadas...–Y también la esperanza, la fe, el amor... y la suerte. Su poder se manifiesta siempre; pero en el caso de ese amuleto... su potencia es excepcional. Esos chivatos verdes funcionan bien, debo reconocerlo.–¿Se lo robaste a un leprechaun?–Sí, y contrariamente a mi fama, soy un ladrón pésimo. Él, no tardó en suponer que había sido yo, y ya me esperaba cuando regresé.–Pues tuviste que pagar un precio muy alto.–No lo sabes bien. –Bob, torció el gesto al recordarlo, y sus ojos emitieron un brillo verde oscuro–. Odio la miel. No la soporto.–¿Por qué lo hiciste?El boucca, más célebre del reino de los mortales por sus fechorías, clavó la vista en el techo. Y cuando respondió, lo hizo en voz muy baja.–Me permití albergar sentimientos. Por una mortal.–¿Por quién? –le preguntó Sonny, aunque algo en lo más profundo de su ser, le susurraba que ya conocía la respuesta.–Por tu madre, Sonny.–Por mi...A Sonny, le pareció que el teatro entero se había quedado sin aire. Le dolía el pecho.–La dulce y encantadora Emmaline Flannery... –suspiró Bob–. Cometí el error de pasar por su aldea una segunda vez, poco después de que Oberón, me hubiera enviado a llevarte...–Querrás decir a raptarme.–A raptarte, sí.

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La conversación que había mantenido con Kelley, regresó de pronto a su mente.–En aquel momento, no le di mayor importancia –prosiguió Bob–. Tú eras un insignificante niño más, al que yo debía raptar de su cuna, algo que ya había hecho más de diez veces... –Los rasgos intemporales del viejo duende, adoptaron una expresión contemplativa–. Pero en esa ocasión...Bien, después de cometer el error de regresar, ya no logré quitarme de la cabeza los sollozos de tu madre. Mmmm, con ella me pasaba, como me ocurre ahora con la miel, supongo.Ninguno de los dos rió la broma.Bob, suspiró.–Me destrozaba. No me atrevía a cerrar los ojos por temor a ver los suyos... azules, preciosos, pero llorosos y enrojecidos. –El boucca, meneó la cabeza, y el recuerdo y el dolor asomaron a su rostro.Sonny, se dio cuenta de que había cerrado los puños con fuerza.–Y bien, el tiempo, o lo que se considera tiempo en el reino de los duendes y las hadas, pasa. –dijo Bob–. Tú ya habías empezado a caminar cuando Oberón, se internó en el bosque un día, y al siguiente, apareció en la Corte con una princesita diminuta. Con una heredera. Pero no fue un momento tan feliz como habría podido ser, si el bebé también hubiera sido de Titania.–Kelley. ¿De quién es? ¿Quién es su madre?–No lo sé. –Bob, se encogió de hombros–. Nunca lo pregunté. Ésas no son cosas que se le preguntan al buen rey Oberón. No si quieres seguir con la cabeza en su sitio.–¿Y él nunca dijo quién era la madre?–A nosotros, nos parecía que podía tratarse de alguna vulgar ninfa de los bosques. Los escarceos de Oberón, eran legendarios por aquella época, y motivo de constantes disputas entre él y Titania.–Entonces, ¿por qué no mantuvo oculta a la niña?–Ése es el problema de las monarquías de los duendes, muchacho –respondió Bob–. Que las cosas no permanecen ocultas mucho tiempo. Y aquella criaturita, resplandecía como una estrella

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nueva. Oberón, no habría podido mantenerla escondida, por más que lo hubiera intentado.Sonny, sabía por experiencia que eso era cierto. La visión de Kelley, que le había sido revelada en todo su esplendor aquel día, en el callejón, había quedado grabada en su mente como la imagen posterior al fogonazo de un flash.–¿Y qué ocurrió? ¿Por qué terminó ella en este reino?–Porque el señor de lo Maligno, en su inmensa sabiduría –respondió Bob con sarcasmo–, me envió a mí a cuidar de aquella cosita. Me estaba castigando, sin duda, por alguna travesura sin importancia que hubiera podido cometer. Oberón, no es conocido precisamente por sus demostraciones de afecto, ni paternales, ni de ningún otro tipo. Y parecía satisfecho ofreciéndote a ti el poco que tenía.–¿Por qué? –Aquello, era algo que Sonny, siempre se había preguntado, aunque nunca lo hubiera expresado verbalmente–. ¿Por qué a mí?El boucca, se encogió de hombros.–Quién sabe. ¿Por capricho? ¿Por lo novedoso de criar a un hijo que no era su heredero? Tú, además, resultabas una mascota encantadora: no tenías miedo, eras testarudo... Se le caía la baba contigo, mientras su propia hija, permanecía encerrada en sus dependencias, llorando en la cuna, noche tras noche, sola.–Y tú sentías lástima por ella.–¡Bah! Yo, por si no lo sabes, ya me había ablandado mucho para entonces. –El rostro de Bob, mostró una mueca de desagrado–. Estuve a punto de volverme loco. El llanto de la niña se me metía en los oídos y los gritos de tu madre retumbaban en mi mente.... aquellos dos lamentos se unieron de pronto y, sumados, parecían decirme algo.–De modo que, ayudaste a mi madre a raptar a la heredera del reino Maligno, en las mismas narices del rey. –Sonny, era consciente de que estaba mirando al boucca, con la boca cada vez más abierta, pero no podía evitarlo–. Por todos los dioses. Eso sí fue una locura, y una muestra de valentía.–Lo habría intentado también contigo, pero Oberón, no se apartaba de tu lado. De modo que, en lugar de eso, le robé el

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amuleto a un leprechaun, cogí a tu madre y la llevé a donde estaba la niña. Era una estancia grande, fría, en la que no había ni un solo bebé a la vista. Emmaline, vio a la princesita triste, y su corazón se estremeció al instante. Yo coloqué el talismán en el cuello de la niña, para ocultar su brillo, y eso fue todo. ¡Salimos corriendo!Sonny, no daba crédito. La audacia de la acción lo sobrepasaba.–Resultó más fácil de lo que creía. –Bob, sonrió amargamente–. Al menos, al principio. Entramos, salimos, y ya está... Hasta que, Oberón, se enteró. A partir de ahí, empezó a cerrar las puertas una por una... clang, clang, clang, mientras nosotros seguíamos corriendo. Logré salir a trompicones por la Puerta de Beltane, en Irlanda, por donde habíamos entrado, y al girarme, vi que Emmaline y la niña, habían quedado atrapadas entre los dos mundos, y que por los pelos, había podido meterse por una rendija que había quedado abierta en las Puertas del Samhain.–Cien años después, y separada de su casa por un océano –dijo Sonny, comprendiéndolo todo.–Así es. Y eso fue lo que debilitó el hechizo de Oberón. Como cuando uno mete el pie en una puerta que se cierra, las bisagras se desencajaron un poco, supongo. Y ahí estaba yo, incapaz de hacer nada al respecto, atrapado en el pasado y tratando de evitar por todos los medios, sin lograrlo, a un leprechaun loco. Y ésta es toda la historia, en una versión resumida.–Y Oberón, nunca intentó encontrar a su hija.–Sí, bueno, le dieron toda clase de berrinches, según he oído. Emitió decretos. Rodaron cabezas. Bla, bla, bla. Montó todo un espectáculo de tristeza paterna, cuando jamás le había prestado la menor atención a la niña. Aquello, no tenía nada que ver con la pequeña, sino con su orgullo herido. Y, desgraciadamente, le dio una excusa para mantener un control más férreo sobre los duendes y las hadas.En este punto, Sonny, no podía decir que no tuviera razón.Bob, suspiró.–Bien, ésta es la última vez que me pongo sentimental.–Pues tú dirás lo que quieras, pero me he dado cuenta de que sigues velando por el bienestar de cierta princesa.

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–La corona de los reinos mágicos, se hereda sólo por línea directa, ya lo sabes. –Bob, escudriñó a Sonny, con ojos astutos–. Quién sabe, tal vez nuestra muchacha, dé un buen día un puntapié al trono maligno de su papaíto. Yo asumiría de buen grado, el empleo de gnomo oficial de la nueva reina, si me lo pidiera.Sonny, no dejaba de darle vueltas a las implicaciones de lo que acababa de contarle Bob.–Me encanta esta escena –dijo el boucca, apoyándose en el banco para ver mejor el escenario, con una sonrisa en la boca–. Recuerdo la primera vez que les vi hacerlo...El viejo William, en persona, representaba el papel de Lanzadera. La precisión de aquel hombre para entrar en escena era perfecta.Por debajo de ellos, en el escenario, los Artesanos representaban la obra dentro de la obra. Se trataba de una historia tragicómica sobre dos amantes, Príamo y Tisbe, separados por sus crueles padres, que no aceptaban su relación, y que estaban obligados a susurrarse su amor, a través de una grieta en la pared, que separaba sus casas. La escena, tenía una intención cómica y, sin embargo, a Sonny, le afectó profundamente el drama de los amantes.La “obra”, concluía con una escena larguísima, deliberadamente hilarante, en la que moría Lanzadera, que se retorcía en el escenario como un pescado moribundo, con una espada de goma bajo el brazo. Justo en ese momento, todos los actores se quedaron inmóviles.Durante unos instantes, a Sonny, le pareció que aquel cuadro estático, formaba parte de la representación, hasta que, oyó que Bob, susurraba algo a su lado.

–Oh, no, mierda...La temperatura descendió de pronto, hasta resultar gélida. En el teatro resonaban unos crujidos atronadores, como de glaciar desgajándose. Las puertas dobles del montacargas instalado al fondo del escenario, se abrieron de par en par, y una luz siniestra, fría, inundó el umbral. Puck, hizo un gesto con la mano, y agarró el cuello de Sonny, con la otra. Éste, sabía que Bob, los había

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cubierto a los dos con un velo invisible, lo bastante potente, como para que el rey de la Corte Maligna no los viera.–Pero, ¿qué haces? –susurró–.Soy un Jano. No tengo por qué ocultarme ante mi rey.–¿Ah, no? –replicó Bob–. No sé por qué, pero me da que a tu rey no le gustaría descubrir qué compañías frecuentas. Yo le robé a su hija, ¿recuerdas? Y no creo que le guste saber que no le has informado de lo que has descubierto.–¡Pensaba hacerlo!–¿Cuándo?–Cuando Kelley, hubiera tenido ocasión de acostumbrarse un poco a la idea –dijo Sonny, aunque sin mostrarse demasiado convencido de sus propias palabras. ¿Por qué no se lo había contado a Oberón inmediatamente?–Bueno, no te preocupes por eso ahora –le dijo Bob, mirando a través de la barandilla del palco–. Creo, que ella está a punto de encontrarse cara a cara con su padre, haya tenido tiempo para hacerse a la idea o no.En el escenario, todos los actores, los técnicos y el director permanecían inmóviles como estatuas en un jardín. Oberón, acechaba entre ellos como un depredador, observando sus rostros. Luego, alzó la mirada hacia los palcos.El hechizo de Bob, funcionó. El rey se giró y siguió andando, en dirección a los camerinos, donde se encontraba Kelley.

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VEINTICINCO.

A Kelley, no le importaba seguir ayudando entre bambalinas, a pesar de haber conseguido uno de Los papeles principales. Se le daban bien los trabajos manuales y canturreaba complacida, mientras abría el tubo de pegamento y se disponía a pegar la piel falsa que recubría la oreja izquierda de la cabeza de asno, que llevaba Lanzadera. Siempre que ensayaban alguna escena juntos, la tenía despegada.La oleada de frío polar, fue como un bofetón. Como una agresión física.

–Hola, Kelley. –La voz era sonora, y le llegaba acompañada de un débil silbido de fondo–. Soy Oberón, rey de la Corte Maligna del reino de los duendes y las hadas. Y también soy tu padre.

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Kelley, sintió que se le cerraba la boca del estómago, y ordenó a sus manos que no temblaran, a pesar de que aquella visita no le pillaba del todo por sorpresa. Apartó la vista de lo que estaba haciendo y lo miró.–Mi padre era médico.El rey de los duendes y las hadas ahogó una risita.–Un sanador de enfermos. Qué nobleza. Pero tú no enfermas. No necesitas a esas criaturas. Y tu padre soy yo. Nadie más.–Mi padre era médico –insistió ella, apretando tanto el tubo de pegamento sobre la oreja del asno, que los nudillos se le pusieron blancos–. A los cuatro años, me enseñó a vendarme la rodilla cuando me la rasguñaba. Y mi madre, me enseñó a quitármela sin que me doliera. ¿Qué has hecho tú por mí? Ellos eran mis padres y me querían. ¿Cómo te atreves a decirme que no lo eran?Oberón, dio un paso al frente y entró en el camerino. Kelley, notó que el trébol que llevaba al cuello, lanzaba destellos y se calentaba.Miró con desprecio al rey.–¿Ahora, que soy casi adulta, apareces de pronto en una nube de humo y reclamas no sé qué derecho paternal sobre mí? ¿El de padre ausente del país de las hadas o algo por el estilo? –Puso los ojos en blanco–. Yo no te conozco. Y no me hace falta conocerte. Tal vez me hayas creado, pero no tienes nada que ver con la persona en que me he convertido. Y mi intención es que las cosas sigan como están.Para sorpresa de Kelley, Oberón sonrió.–Opino que ésa es una idea excelente –dijo–. Y me gustaría ayudarte en ello, si no te importa.Kelley, soltó el tubo de pegamento y miró al rey.–¿No habrás venido para que te pida disculpas?–Deberías hacerlo por dirigirte a mí de ese modo –replicó él, con cierto tono de advertencia en la voz–, si no fueras mi hija.Kelley, parpadeó y bajó la mirada hasta posarla sobre la cabeza peluda, que sostenía en el regazo. Aquellos ojos huecos parecían mirarla también, llenos de prevención.

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–Kelley… –prosiguió el rey, en tono más conciliador–, ya sabes que estás expuesta a un grave peligro, por el solo hecho de ser mi hija, ¿verdad?–¿En peligro por parte de quién, exactamente?Oberón, extendió las manos ante él.–Huy quienes te utilizarían, te lastimarían, por ser quien eres. Cuando te raptaron y te separaron de mí, sentí mucha pena y lloré. Me enfurecí. Pero finalmente comprendí queaquel rapto era una bendición camuflada. Siempre he intentado gobernar a mi pueblo con mano justa, pero las cortes del reino son rebeldes y están llenas de peligros. Mientras permanezcas oculta en el mundo de los mortales, estarás a salvo.–Tú me has encontrado.–Ha sido casi por casualidad. Porque Sonny Flannery, dio contigo. Pero tienes razón, otros podrían dar también contigo. Y eso te pone en grave peligro, hija mía. Debes permanecer oculta. Por tu propio bien, si no por el mío.–¿Y si decido asumir el riesgo? –Preguntó Kelley–. ¿Aceptar mi legado, sea el que sea?–En ese caso, casi con total seguridad, perecerás –respondió en voz baja el rey–. Te propongo un trato: yo me encargo de que puedas seguir con tu vida como hasta ahora, con la vida que te has creado tú misma. Puedo ayudarte a convertirte en una excelente mortal. Si me dejas.Kelley, le habló con dureza–¿Quieres apartarme de mis derechos de cuna? –Casi todo lo que había aprendido sobre el mundo de los duendes y las hadas, en los días anteriores, no había hecho sino asustarla. El Otro Mundo, parecía un lugar lleno de traiciones y peligros. Pero aunque le asqueaba admitirlo, y a pesar de los temores, había una minúscula parte en ella, que recordaba lo maravilloso que había sido cabalgar con los duendes y las hadas, durante la partida de caza de Herne. Vestir sedas y llevar joyas, galopar por el cielo con seres divinos, tan hermosos que parecían hechos de luz de estrellas, reír... Kelley, cerró los ojos y desterró aquellos pensamientos seductores. No estaba lo bastante segura de no querer convertirse en una princesa de las hadas, pero no deseaba

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que Oberón, lo supiera–. ¿Quieres hacerme “normal”? ¿Y eso en qué me beneficia? ¿Y a cambio de qué? Tú no tienes nada que pueda interesarme. Nada.–¿Ni siquiera cierto miembro de mi Guardia de Janos?–¡No metas a Sonny, en esto! Él no es tuyo, y no puedes intercambiarlo.–Tal vez no –admitió Oberón, acuclillándose con elegancia frente a la silla de su hija–. Pero dime una cosa. ¿Cómo te mira él ahora?–¿A qué te refieres?–Ahora que lo sabe. Que sabe lo que eres.Kelley, tragó saliva para deshacer el nudo que le oprimía la garganta.–Oh, querida hija –musitó Oberón, en un tono mucho menos frío, y ella quiso creer que sus palabras nacían de una preocupación genuina–. Quien ha criado a Sonny, he sido yo, me he dedicado a observarlo desde que era un niño. Sé lo que piensa de mí y de mi pueblo. Nos respeta, y estoy seguro de que hay una pequeña parte, una parte secreta de él, que lo sacrificaría casi todo por poder convertirse en uno de nosotros. Pero no es capaz de amarnos.–Sonny, no te tiene miedo.–No me lo tiene, es cierto –admitió el rey–. De hecho, se ha pasado la mayor parte de su vida aprendiendo a matar a los que son como yo. Como nosotros. Y se le da muy bien.–Pues qué legado tan maravilloso le has transmitido, ¿no te parece? –Replicó Kelley, negándose a apartar la mirada, clavándole los ojos en los suyos, mostrándole sus sentimientos con tal arrojo que empezaron a temblarle las manos–. Menuda manera de educar a un niño.Oberón, se puso en pie, y las ricas telas de sus ropajes cayeron formando regios pliegues a su alrededor.–No es mi deseo discutir contigo, Kelley. Sólo te digo esto para protegerte de un dolor posterior. No está al alcance de Sonny Flannery, amar a una reina de las hadas. No puede ignorar lo que es. Si ni sigues siendo como eres, él empezará a verte con resentimiento. Es inevitable. Si haces uso de tu derecho de cuna, querida, lo perderás.

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Tal vez no al principio, tal vez no de la noche a la mañana, pero lo perderás. Con todo, yo puedo hacer que no llegues a conocer nunca la frialdad de su mirada.– Sal de aquí.–Piensa en lo que te he dicho. –Oberón, dio media vuelta, dispuesto a irse, pero vaciló–. Tienes los mismos ojos que tu madre, ¿sabes?–Fuera –insistió Kelley, apretando mucho los dientes y cerrando los ojos antes de darle la espalda. Cuando los abrió, volvía a estar sola en el camerino, temblando. Y un charco de pegamento resbalaba por el tocador, frente a ella.

–¿Kelley? –Sonny, apareció en la puerta del camerino–. ¿Estás bien? No te habrá... hecho daño, ¿verdad?Sonny...A ella no le había pasado por alto su reacción aquel día, en el callejón, durante los breves instantes en que se había sentido... rara. Recordaba la expresión de sus ojos, y en su memoria, no conseguía afirmar que aquélla, hubiera sido una mirada de amor. ¿Y si Oberón estaba en lo cierto?–¿Kelley?Ella se acordó de pronto del resto de los actores, de los técnicos. Si Oberón, había estado en el teatro…–¿Ha habido algún problema? –preguntó, dirigiéndose hacia la puerta.–No, creo que todo está bien. Bob, ha ido a asegurarse.–Bob, es uno de ellos, ¿verdad? –Se acercó la mano al amuleto que llevaba al cuello, recordando las palabras que Bob, había pronunciado el día anterior–. Bob…–Antes se llamaba Robin.–Oh, Dios mío... –balbució Kelley.–Para, empezaré, él es una de las razones de que estés en este mundo. Y, según parece, de que esté yo.–No te entiendo.–Yo tampoco lo entendía hasta hace un momento, cuando me lo ha contado. Emma, tu tía, respondía a otro nombre. Se llamaba Emmaline Flannery.

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–¿Flannery? Pero... –Y entonces lo comprendió–. Eras tú. Emma me raptó, porque Oberón te raptó a ti.–Es lo que yo digo –declaró Sonny, esbozando una sonrisa–. Los duendes tienen un sentido del humor muy peculiar.–Te pareces a ella –comentó Kelley–. Ahora que lo sé, la veo en ti. Toda esa tozudez irlandesa, esa loca…Los ojos de Sonny, adquirieron un brillo especial.–Me gustaría conocerla.–La conocerás.Sonny, miró en dirección al tragaluz.–Se está haciendo tarde.–Sí, como siempre. –Kelley, suspiró–. Y tú vas a irte pronto.Él asintió, sin decir nada, y la ayudó a levantarse. Luego se quedó mirándola y le sujetó el rostro entre las manos. Volviéndole ligeramente la cabeza hacia un lado, le pasó los dedos por el pelo y le retiró los rizos color caoba que le caían sobre las mejillas.–Y tú tienes sus orejas –dijo él, pasando el índice por una de sus puntas sutiles.Kelley, se estremeció.–Y los ojos de mi madre, al parecer.–¿Te ha dicho quién...?–No. Y yo no se lo he preguntado.Sonny, bajó las manos, y los dos permanecieron allí, a apenas unos centímetros, durante unos incómodos instantes. De pronto él la atrajo hacia sí y la abrazó, vacilante. A Kelley, le dio un vuelco el corazón.–Ahora debo irme –murmuró él, rozando con los labios su pelo–. Pero, por favor, ten cuidado esta noche. Mientras yo no pueda estar contigo para protegerte. Ten cuidado.

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VEINTISEIS.

Sólo necesito saber dos cosas –gruñó Fennrys el Lobo, moviéndose hacia delante y hacia atrás frente al resto de Janos–. Dónde queréis que me ponga y cómo queréis que mate lo que haya que matar.–Bien, ésa es precisamente la cuestión, Fenn –intentó explicarle Sonny–. Las respuestas a tus preguntas son: no lo sabemos y, no lo sabemos.El Lobo puso los ojos en blanco y se sentó en el respaldo del banco. Los trece Janos, se habían congregado cuando salió el sol, después de una exitosa noche de caza. Lo habían hecho, a petición de Sonny, en una zona poco accesible del parque, que ofrecía la intimidad suficiente para reunirse allí sin que la policía sospechara que eran miembros de una banda de delincuentes o algo por el estilo.

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–Todos habéis sido informados, ya de la posibilidad de que alguien intente iniciar la Cacería Salvaje, ¿no es así? –Preguntó Sonny, mirándolos a las caras, uno por uno–. La sospechosa número uno es, por supuesto, la reina Mabh, aunque según una de sus arpías, que vino a visitarme, es posible que soltar al kelpie en este reino, haya sido un error por su parte. También puede ser, sencillamente, que se le haya ablandado el corazón.–Mabh, no tiene corazón–le corrigió Fantasma.–Bien dicho –se sumó Aaneel–. No puedo dejar de pensar en lo mucho que se reiría y disfrutaría si algo así llegara a pasar.–Bueno, sea cual sea la partida que esté jugando –prosiguió Sonny–, hay más piezas en el tablero, de las que debemos preocuparnos, no sólo de la reina del Aire y la Oscuridad.Maddox, ahogó una risotada.–Pues sí. Cuéntales con quién nos encontramos el otro día, Sonn.Él inspiró profundamente, antes de decir:–Con la niña robada.El corrillo de arrebatados, lo miró sin comprender, como si de pronto hubiera comenzado a hablar en una lengua desconocida.–Con la hija de Oberón –aclaró Sonny–. Con la princesa perdida. Con la causante de que las puertas se cerraran. Con la persona que hizo que nosotros estemos aquí. Sé dónde está.–¿Y quién es?–Es... Tiene diecisiete años– respondió Sonny–. Es actriz. Dulce. Feliz. Y hasta que... hasta que se lo dije, no tenía ni la más remota idea de lo que era. Y mucho menos de quién era.–¿Cómo es posible? –se extrañó Bellamy, mirando alternativamente a Sonny y a Maddox. A su lado, su hermana arqueaba las cejas.–La han mantenido oculta con la ayuda de un potente talismán– aclaró Sonny.–¿Y Oberón lo sabe? –preguntó Benni.–Yo no se lo he dicho...–No lo hagas –El consejo llegó de Cait.–¿Y por qué diablos no iba a hacerlo? –intervino Fennrys el Lobo, con los ojos llenos de fiereza.Cait, no le hizo caso.

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–Pobre chica. Si Oberón, llega a conocer su existencia, querrá que regrese. Y la Corte Maligna es un lugar muy frío y sin alegría.–Cait tiene razón, Sonny –coincidió Camina, que mantenía las cejas arqueadas–. No se lo digas.–¿Es que os habéis vuelto locos? –dijo Wolf, sacándose de la bota una daga de filo estrecho y pinchándose el pulgar para comprobar lo afilado de la punta–. Es hija del rey, maldita sea. Por si lo habéis olvidado, nosotros estamos a su servicio.–No nos han pedido nuestra opinión al respecto –dijo Cait, ruborizándose de emoción.El Lobo se burló de sus palabras.–Tal vez, no nos guste mucho, pero así son las cosas. Servir o morir. Mi opinión, es que debemos dejar que ese bastardo la recupere. Tal vez, de ese modo se ponga fin a la absurda custodia de estas malditas Puertas. Así todos podremos irnos a casa.–¿A casa, Fenn? –dijo Maddox, rodeándolo–. ¿Qué es eso exactamente? ¿Dónde está? ¿Y cuándo? Ninguno de nosotros tiene más casa que ésta. Que esté aquí y esté ahora. Nuestras casas nos las arrebataron. –Se giró para mirar al resto de guardianes–. Yo he visto a esa joven, y pertenece a este reino. ¿Permitiríais que el rey de los duendes y las hadas, la apartara de todo lo que conoce? –Fijó su atención en Fennrys el Lobo–. ¿De veras deseas que ella corra la misma suerte que corrimos nosotros?Del grupo de Janos, ascendió un murmullo, y Fennrys, volvió a guardar el puñal en la bota.–Está bien, está bien –concedió al fin–. No lo decía en serio. Menuda pandilla de lloric...–Cállate, Fenn –le espetó Godwyn, lanzándole una mirada de advertencia.–Me parece que olvidáis que es el rey –intervino Selene–. Él se llevará a su hija al Otro Mundo, lo quiera ella o no.–De momento, no lo ha hecho –dijo Maddox–. Oberón, la ha localizado. Incluso ha ido al teatro en el que trabaja y ha hablado con ella. Pero la muchacha sigue allí.–¿Por qué? –preguntó Bellamy.

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–Probablemente, porque quiere que sea ella quien tome la decisión de regresar, para que crea que lo hace por iniciativa propia –apuntó Aaneel.–¡Ella no irá a ninguna parte! –exclamó Sonny, que fue el primer sorprendido por la vehemencia de su reacción. Se daba cuenta, de que el único lugar en que no quería que estuviera Kelley, era el Otro Mundo. No quería que viviera su vida entre hadas y duendes, expuesta constantemente a su crueldad gratuita, a su naturaleza caprichosa y egoísta. No deseaba que Kelley, supiera qué era ser como ellos, que se convirtiera en uno de ellos. Y mucho menos si él seguía atrapado en el reino mortal. Porque, en contra de lo que pensaba Fennrys, Sonny, no estaba tan convencido de que Oberón fuera a abrir las puertas y a permitir el tránsito libre entre los dos reinos si Kelley, regresaba con él. Se había acostumbrado demasiado a ejercer un control férreo sobre su pueblo.

Inspiró profundamente.–Oberón, se equivoca, si cree que la chica va a bajar la cabeza, sumisa y obediente.Maddox, soltó una risita.–Y que lo digas.–Incluso, si cree que él hace todo esto por su propio bien –musitó Sonny, casi para sus adentros.–¿Por su propio bien? –preguntó Aaneel.Sonny vaciló, pues se trataba sólo de una teoría suya. Pero, como le había dicho a Kelley, él no creía en las casualidades.–No creo que sea una coincidencia, que la Cacería Salvaje, esté a punto de iniciarse, justo cuando la hija del rey hace su aparición repentina. La reina Mabh, cuenta con espías en este reino. Y aún alberga un gran resentimiento contra Oberón. ¿Y si se hubiera enterado de que Kelley, está viva? Tal vez sepa que se encuentra en NuevaYork, aunque no exactamente dónde. ¿Y cuál es la manera más fácil de eliminar a una persona en una multitud?–Eliminar a la multitud –respondió Beni, parcamente–. Qué cruel.–Además de sucio –añadió Bryan–.

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–A Mabh, le gustan los baños de sangre. Desde que, Oberón, la encerró, no ha tenido demasiadas ocasiones de sembrar el caos. Y ésta es la oportunidad perfecta para obtener algo de diversión y consumar una gran venganza.–La verdad, es que entra dentro de lo posible –admitió Godwyn.–Parece que tu joven actriz, está metida en un buen lío, irlandés –se rió Fennrys.–Tal vez, podríamos montar turnos de guardia para protegerla —sugirió Percival.–Ya, vamos a estar muy ocupados sin ella –replicó el Lobo–. Y más si esa amenaza de la Cacería Salvaje, se materializa.–Pero, se supone que nosotros debemos cuidar de la gente –rebatió Percival–. Para que no corran peligro. Y nada de todo esto es culpa de ella.–Perry, tiene razón –terció Aaneel acariciándose la barbilla, antes de volverse hacia el resto de arrebatados y pronunciar unas palabras, que resultaron tan eficaces como órdenes–: seremos muy malos guardianes, si en el ejercicio de nuestro deber, sacrificamos a unos pocos por el bien de muchos. Esa chicano es culpable de nada. Debemos hacer todo lo posible por mantenerla a salvo. –Se volvió hacia Sonny–. Vuelve a esconderla, Sonn. Y escóndela bien.–¿Dónde? –preguntó él–. ¿Y cómo?Aaneel, permaneció pensativo largo rato. El resto de los Janos, aguardaban impacientes a que volviera a hablar.–Llévala a la Green. Allí estará a salvo, hasta que la amenaza de la Cacería haya pasado. Luego ya será cosa suya si quiere irse con Oberón. Y, si no quiere, ya tendremos tiempo para pensar en el mejor modo de mantenerla escondida para siempre.Sonny, frunció el ceño, pero asintió. Aaneel, tenía razón.–Me hará falta un pase.–Puedo pasarte yo –se ofreció Cait, al momento. Levantó la tapa de la mochila y empezó a rebuscar en sus profundidades–. Tengo dinero suficiente, para comprar dos entradas. Pensaba ir yo para mi cumpleaños, pero no importa, la última vez que fui no lo pasé demasiado bien.

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–¿Por qué no? –Le preguntó Maddox–. Yo no he ido nunca, pero he oído que es un lugar increíble.Selene, se echó a reír.–Uno de los camareros que trabaja allí, es un gnomo de jardín excesivamente amable. No la dejó en paz ni un momento.–Mi "amiguito” –murmuró Cait, ruborizándose.–¡No paraba de intentar mirarle por debajo de la falda y lamerle los tobillos!–Bueno, da igual –zanjó Cait, lanzando una mirada asesina a Selene, mientras le entregaba a Sonny, la bolsita de ante rojo llena de monedas.–Aquí tienes.–Gracias.–De nada. –Y, esbozando una sonrisa, añadió–: pero hazme un favor. Si cuando vayas, ves a un gnomo con un sombrero de color naranja llevando una bandeja con bebidas, ponle la zancadilla.–Te lo dedicaré a ti.De nuevo, en su apartamento, Sonny, logró dormir unas horas y se obligó a quedarse en la cama lo bastante, como para relajar sus extenuados músculos.Cuando se levantó, se dio una larga ducha de agua caliente... y se encontró con una sorpresa. En el espejo empañado, vio escrito el nombre de un lugar y una hora: se trataba de las instrucciones que le transmitía Mabh, sobre dónde y cuándo debía entregar a Buena Suerte, a sus secuaces, las arpías de tormenta. Tras pasar la mano por el espejo para desempañarlo, se afeitó y se cambió tres veces de camisa intentando decidir –ésa era la verdad por más que le costara admitirlo– cuál de ellas le gustaría más a Kelley. Finalmente, salió de casa al encuentro de su lejana hada princesa.

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VEINTISIETE.

Llamaron a la puerta.

–Un segundo –dijo Kelley, soltando el cepillo de dientes viejo, que había usado para intentar desenredarle la crin a Buena Suerte, con escaso éxito. El caballo mágico, le acercó el hocico a la mano y ella se lo acarició con ternura.Volvieron a llamar a la puerta, con más insistencia.Kelley, fue a abrir.–¿Tyff?La puerta se abrió un poco hacia dentro, apenas Kelley, puso la mano en el tirador, y enseguida comprobó que no se trataba de su compañera de piso.El rostro de la persona que tenía delante, quedaba oculto tras el ramo de rosas más grande que había visto en su vida. El ramo descendió ligeramente, y al fin pudo ver los ojos de Sonny, asomando entre los pétalos de color melocotón.Se sentía emocionada y horrorizada a la vez. No esperaba visitas, y llevaba unos pantalones de yoga y una sudadera descolorida. Además, estaba cubierta de pelos de caballo y de polvillo de cereales.Soltó un gritito y se ocultó detrás de la puerta.

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–¡Sonny! ¿Qué haces aquí?–He venido a verte.–Pero no puedes.–¿Has aprendido el arte de la invisibilidad?–¿Qué? ¡No! –Parpadeó, sin abandonar la protección que le brindaba la puerta–. Oye, ¿podría aprender eso?–Probablemente.–Ah...–¿Puedo entrar?–¡No! ¡Estoy hecha un desastre. Quiero decir, el apartamento está hecho un desastre–. Echó un vistazo al salón y constató que su aspecto era impecable.Detectó cierto tono de burla en la voz de Sonny, cuando dijo:–Pues a mí me parece que tiene un aspecto maravilloso. –Metió el ramo de flores a través de la puerta entreabierta–. ¿Puedo entrar?–Sí –respondió ella y, dándose por vencida, aceptó el ramo.Él la siguió en dirección a la cocina, pero se detuvo al oír un relincho agudo que provenía del baño.–¿Es él...?–¿El único caballo, que en estos momentos se aloja en mi apartamento? –Dijo ella, llenando de agua un jarrón–. Sí. Ve a saludarlo. Pero, ya sabes, cuidado con las zarpas y los rayos de los ojos.–¿Con qué?–Nada, es broma –se rió ella–. Ve. Es inofensivo.Sonny, negó con la cabeza.–Sin duda, has olvidado que, en mi puesto de trabajo, las zarpas y los rayos en los ojos, no son precisamente algo extraordinario.Mientras él iba al baño, Kelley, recortó los tallos de las rosas y las dispuso con gracia en un florero. Había al menos dos docenas. Las llevó al salón, las dejó sobre la mesa decentro y se sentó en el sofá. A continuación, se quitó la cinta elástica del pelo y se atusó apresuradamente. Oyó que un grifo se abría en el baño y, al poco, Sonny, apareció en el salón, secándose las manos con una toalla.–Te ha estornudado encima, ¿no?–Pues sí.

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Kelley, hizo esfuerzo por no reírse.–Pero no ha intentado arrancarte la piel a tiras.–Casi preferiría que lo hubiera hecho, en lugar de estornudar –replicó Sonny, muy serio.Kelley, se echó a reír, mientras tamborileaba con los dedos en el jarrón.Sonny, se encogió de hombros.–Bueno... He pensado que, después de estos últimos días, te vendría bien algo...–¿Bonito? –Apuntó ella, completando la frase mientras recordaba su primer encuentro–. ¿Vas a desaparecer otra vez, sin darme tiempo a que te dé las gracias?–No.–Gracias.–¿Por las flores o por no desaparecer? –Le sonrió y se sentó en el brazo del sofá–. Kelley... tengo que llevarme a Buena Suerte, de regreso al Otro Mundo. A la Corte de la reina Mabh.Kelley, lo miró fijamente, y una sensación gélida le recorrió el pecho.–Mabh. ¿No ha sido ella la causante de todos estos problemas con Buena Suerte? No, a ella no pienso entregárselo– añadió, cruzándose de brazos, dispuesta a presentar batalla.Sonny, alargó una mano tranquilizadora.–Envió a una de sus secuaces, una arpía de tormenta, a hablar conmigo, y ésta me dijo que todo había sido un error. Y que él, Buena Suerte, jamás debería haber sido enviado a este reino.–¿Y no podía estar mintiendo esa arpía?–Los duendes y las hadas no mienten. La verdad no siempre se les da bien, pero no mienten descaradamente. Kelley, ya sé el cariño que le has cogido a ese caballo. –Sonny, se bajó del brazo del sofá, se sentó a su lado y le cogió la mano–. Pero no puede quedarse en tu bañera toda la vida, ¿no crees? Si se queda, pondrá en grave peligro a todo el reino de los mortales. Y él mismo acabará destruido. Tendrá que ser así. Si no, él será el destructor. Y sé que eso no te gustaría.–Es que no soporto la idea de enviarlo a ese lugar...

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–Mabh, me ha asegurado que me concederá un deseo si se lo devuelvo, y lo que pienso pedirle es que lo cuide bien y que no lo someta a más encantamientos.Kelley, alzó la vista y lo miró.–¿Le pedirías eso? ¿Pudiendo pedirle cualquier otra cosa?Sonny, asintió, y ella vio en sus ojos grises que era sincero.–Es importante para ti. Y eso lo hace importante para mí.Kelley, se levantó, se dirigió al baño y asomó la cabeza por la puerta. Buena Suerte, movió la cola al verla y, a modo de saludo, lanzó una pompa de jabón por la nariz. Había aprendido a hacerlo a su antojo, habilidad que parecía proporcionarle gran satisfacción. Kelley, se mordió el labio inferior, haciendo esfuerzos por no llorar. Qué tontería. Sonny, tenía razón. No podía estar toda la vida en su bañera.–Seguro que lo echaré de menos, y no seré la única –dijo, suspirando–. Tyff, le ha comprado montañas de sus cereales favoritos.–¿Quién es Tyff? –le preguntó Sonny.Sin embargo, no había tenido tiempo de responderle cuando, de repente, la puerta de entrada se abrió de par en par y su compañera de piso apareció tras ella, como sirespondiera a una llamada. Sonny, la miró apenas un instante y, echándose hacia atrás, adoptó una posición defensiva.–¡Bruja buena! –exclamó, poniéndose en guardia.Los ojos de Tyff, resplandecían como cometas. Su hermoso rostro se retorció hasta adoptar una expresión de odio.–¡Asesino de hadas! –masculló.–Si das un paso hacia esa puerta, considérate muerta –gruñó Sonny, interponiéndose entre Kelley, y la puerta–. Soy capaz de ver a través de tus encantos, ninfa...–¡Yo no soy una vulgar ninfa, perro arrebatado! –Replicó Tyff–. Soy Tyffanwy de la Mare, dama de compañía de Titania, la reina del Verano. O sea que mucho cuidado conmigo.–Regresa al Otro Mundo y dile a Titania, que esta muchacha está bajo mi protección.Tyff, parpadeó.–¿Qué?

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–¿O acaso trabajas para Mabh, ramera? –le espetó Sonny, con voz gutural–. Las de tu especie se entregan a alianzas resbaladizas, lo sé. En cualquier caso, tu reina de la Penumbra no la tendrá, como tampoco la tendrá Titania. ¡Kelley, no es moneda de cambio de nadie!–Pero, ¿de qué hablas, loco degenerado? –exclamó Tyff.–De mi honor como miembro de la Guardia de Janos. Insisto, no permitiré que le toques un solo pelo.–Sonny, ella no es... –trató de intervenir Kelley, desesperada.–Tranquila, Kelley, estás a salvo.–¿De tu honor como miembro de la Guardia de los Janos? –repitió Tyff, sarcástica–. Menuda cosa. Los Janos, carecen de honor. Si no, tú no estarías aquí, en mi casa, sin que nadie te haya invitado.–Mientes. Ésta no es tu casa...–¡No miente! –Terció Kelley, de nuevo, en voz más alta–. Esta casa es suya. –Se volvió hacia su compañera de piso–. Pero a él sí lo ha invitado alguien. Yo. Tyff, entra y cierra la puerta. La señora Madsen, nuestra vecina, llamará a la policía si no bajáis la voz.–Kelley, es más peligrosa de lo que crees...–Cállate ya, ser carnal. –Tyff, cerró de un portazo–. Sabes lo que soy, y por eso sabes que soy incapaz de mentir. ¿Por qué diablos iba a hacerle daño? Me paga un alquiler altísimo.–¿Qué? –Sonny, se incorporó, confundido.–Kelley, es mi compañera de piso. Espera un momento. No serás tú el loco que la seguía en el parque...–Sí... ¡No! –Protestó Sonny–. ¡Yo no la sigo!–¿Por qué diablos se interesa tanto un lacayo de Oberón, por una joven y simple mortal?–¡Eh! –protestó la aludida.–¿Mortal? –dijo Sonny, burlón–. ¿Es que no lo sabes?–¿Saber qué?–Habéis vivido todo este tiempo bajo el mismo techo y nunca se le ha ocurrido a Tyffanwy de la Mare, dama de compañía de Titania, la reina del Verano, que su “joven y simple”, compañera de piso es también la hija perdida de Oberón.Tyff, se quedó petrificada.

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–Mierda, mierda –murmuró al fin–. Cuando Titania, se entere... me matará.

VEINTIOCHO.

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–¿Cómo puedes no haberte dado cuenta de que había algo ligeramente distinto en ella? –le preguntó Sonny.–¡Mírala! –Respondió Tyff–. De tan normal, casi resulta rara. Y lo digo sin ánimo de ofender, Kell.–No me ofendes, supongo –musitó Kelley.Sonny, resopló. A él le parecía absolutamente encantadora.–Está protegida por un velo invisible muy poderoso, eso te lo aseguro. El hechizo de un leprechaun...–No me vengas con cuentos, Sherlock Holmes –le cortó Tyff. Ahora mismo la veo perfectamente.–Pues, en mi opinión, un hada importante como tú, debería haberse dado cuenta. –Sonny, empezaba a disfrutar con la situación.Tyff, le lanzó una mirada asesina.–No hay duda, de que este mundo me ha atrofiado los sentidos. Llevo casi... –contó ayudándose de los dedos– quince años fuera de onda, no sé si lo sabes.–Vaya –dijo Sonny, asintiendo, casi comprendiéndola–. Perdona, pero lo recuerdo muy bien. ¿Qué pasó contigo? Te desterraron, ¿no?–Puede decirse así –admitió a regañadientes–. Pero se suponía, que no iba a ser para siempre. En principio, iban a dejarme regresar una vez hubiera... cumplido condena. ¿Y qué pasó entonces? Que al estúpido de tu jefe, le dio por cerrar todas las Puertas.

–Podrías haber intentado volver –replicó Sonny–, aprovechando un día del Samhain.–¿Y correr el riesgo de encontrarme con alguno de vosotros, locos y sedientos de sangre? No, gracias.–¿Por qué te desterraron? –preguntó Kelley, fascinada.–Eso pregúntaselo al chiflado de sir Lanzarote –soltó Tyffanwy–. Espera, no, mejor no lo hagas. Es complicado. –Ahuyentó la idea, con un movimiento de mano. Una mano, por cierto, impecable, recién pasada por la manicura.

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–Está bien, Tyffanwy, un momento... –intervino Kelley, levantando las dos manos–. ¿Es que hay alguien de la gente que conozco, que sea normal, que no sea raro, que sea un ser humano normal y corriente?–Estoy segura, de que uno o dos de tus amigos actores son tan normales, que casi rozan el límite de la normalidad –respondió Tyff, aunque en un tono que ponía en duda la afirmación.–Son actores –dijo Kelley–. O sea, que muy normales no son. Además, uno de ellos es el mismísimo Puck. O eso Parece.–¿Qué? –Tyff, arqueó tanto las cejas que le llegaron casi al nacimiento del cabello– ¿Robin, el Buen chico? Oh, estupendo. Escúchame bien, a ese boucca, lo quiero lejos de mi casa, o no respondo de mis actos.Sonny, sonrió.–¿Qué ocurrió? ¿Te dejó plantada durante una cita o algo así?–Cállate –le ordenó Tyff–. ¿Y qué has venido a hacer aquí, si puede saberse?–Voy a llevar a Kelley, a algún lugar seguro –dijo–. Y después volveré a por el kelpie.–Por encima de mi hermoso cadáver.–No tengo ninguna intención de hacerle el menor daño. Pero debo devolverlo al Otro Mundo. –Le contó lo de la Cacería Salvaje, y vio que se ponía blanca como el papel.–Bien, no creo equivocarme si digo que, en mi ausencia, las luchas por el poder, las puñaladas por la espalda y las intrigas políticas, han alcanzado cotas insospechadas en el Otro Mundo –comentó Tyff, agarrotada por la ira–. Esto excede todos los límites.–Así es –coincidió Sonny–. Los excede en mucho.–¡Odio las Cortes! –vomitó ella–. ¿Por qué no se olvidan ya de todas esas intrigas homicidas?–Ojalá lo supiera –dijo Sonny, comprensivo, pues las había sufrido en sus propias carnes. Sin duda, Tyffanwy, había sentido el temor y el odio hacia el reino de su señor y su gente de un modo muy similar al suyo. Durante un breve instante, se le pasó por la mente, que quizá, sólo por una vez, podrían aparcar sus diferencias y actuar como aliados. Tal vez ella lo ayudara.

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O, más probablemente, tal vez ayudara a Kelley.De modo que, les propuso un Plan.

–¿Qué? ¿Qué quieres que haga qué?–Desatar todos los amuletos de la crin y la cola de Buena Suerte –suplicó Sonny.Tyff, se cruzó de brazos y le lanzó una mirada gélida.–Están atados con nudos de elfo. ¿Tienes la menor idea de cuánto tardaría en hacerlo?–Tyff...–Días enteros Jano. Y por si te interesa, te diré que llevo una vida social muy activa, que pretendo mantener. Tengo una cita con un embajador, ¡y tú me estás pidiendo que la cancele y que me quede aquí sola en este apartamento, peinando a un caballo!–Tyffanwy, por favor... Una vez lleve a Kelley, al refugio y me haya asegurado de que estará protegida, no sé de cuánto tiempo dispondré hasta que llegue el Samhain.–¡Pero si faltan tres noches!–La llevo a la Green, y allí el tiempo es muy tramposo. Ya lo sabes.–A ver, ¿cuántas malditas cuentas tiene atadas?A Sonny, le pareció detectar cierto tono de rendición en su voz, y siguió presionándola.–Le pregunté a Cait, otra de los Janos, por el encantamiento. Ella sabe de magia, y supone que debería tener nueve veces nueve talismanes. Ochenta y uno en total. Yo tengo tres, lo que significa que deben quedarle setenta y ocho cuentas.–¿Y no puedes arrancárselas sin más? ¿Como las que encontraste en el lago? –le preguntó Kelley.–No sé por qué, pero me da la sensación de que Buena Suerte, no se lo tomaría demasiado bien. Por más manso que lo veas, una coz con esas pezuñas, resultaría mortífera.–¿Y si se las cortamos? –sugirió.–No se puede. –Fue Tyff, la que respondió, y lo hizo con voz neutra–. Porque sería hacer trampa, ¿verdad, Jano?–Tyffanwy, tiene razón, Kelley. Con esta clase de magia es peligroso intentar... bueno, hacer trampa. En esto no hay atajos,

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nuestra única esperanza, pasa por deshacer todos los nudos. El hechizo tiene que eliminarse por completo porque, si no, existe la posibilidad de que mantenga su poder.Se volvió hacia Tyff, implorante.–Te odio –le dijo ella, clavándole la mirada.–¿Y qué sucede si se le quitan todos los talismanes? –preguntó Kelley, impaciente, desde el sofá, donde seguía sentada y, desde donde presenciaba las negociaciones.–A partir de ese momento –respondió Sonny– no debería suponer ninguna amenaza. Ya no podrá convertirse en el Caballo Ruano, de la Cacería.–Se convertirá de nuevo en un kelpie normal de jardín.Kelley, se mostraba escéptica.–Como te he dicho, no creo que Buena Suerte, sea muy normal, ni siquiera como kelpie. –Sonny, le sonrió–. De hecho, es el monstruo más dulce que he conocido en mi vida. Creo que debiste de transmitirle parte de tu naturaleza, cuando lo rescataste.Kelley, lo miró.–¿Acabas de decir que soy dulce?–Tal vez...–Eh, vosotros dos, ¿por qué no os vais al dormitorio? –dijo Tyff, con cara de asco y se dirigió al armario del baño. De él extrajo un peine de púas largas y varios cepillos, y con ellos en la mano observó los adornos potencialmente mortíferos de Buena Suerte.–Gracias, señora Tyffanwy –dijo Sonny, con verdadera gratitud y respeto, y con una sensación de alivio en el pecho. Dispondría de tiempo. Kelley, estaría a salvo, él podría llevarse al animal al Otro Mundo, sin temor y la Cacería Salvaje seguiría adormecida.–Te odio, Sonny Flannery –le respondió Tyffanwy.–No te olvides de mantenerle mojadas las pezuñas. Al menos, hasta que le desates todos los amuletos.–Te odio.–Todos. Los de la cola también. Son setenta y ocho en total. Yo regresaré tan pronto como pueda –le prometió–. Kelley... –Se volvió hacia la muchacha–. Deberías prepararte, nos vamos.–¿Qué? ¿Dónde? –preguntó, mientras parpadeaba de asombro.

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–A un lugar más seguro. Si no te importa.–Pero si es casi de noche. ¿No estás... ya sabes... de servicio?–A mí eso también me intriga, Jano –intervino Tyff, que seguía sentada en la bañera, intentando deshacer un nudo–. Estamos en plenas Nueve Noches. ¿No estás demasiado ocupado como para salir con chicas?A su lado, Kelley, se puso muy recta y chasqueó la lengua, desdeñosa.–Ya te lo he dicho, me la llevo a la Green, por lo que no franquearé las Puertas. O sea, que seguiré “de servicio”.–No puedo creer, que vayas a llevarla a Central Park –comentó Tyff–. Precisamente esta noche.–Conmigo estará a salvo.–Eso es lo que tú te crees –replicó Tyff, mirándolo fijamente durante largo rato, evaluándolo, hasta que pareció llegar a una conclusión sobre él.–¿Kelley? –Insistió Sonny, haciendo caso omiso de los ojos críticos de Tyff–. ¿Por qué no te vistes?–Ponte algo bonito –dijo su compañera de piso, volviéndose de nuevo hacia Buena Suerte —. Espera, no, claro, tú no tienes nada bonito. –Bajó el peine–. Te dejaré algo mío.

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VEINTINUEVE.

–¿Tyff? –La interpeló Kelley, mientras su compañera de piso la peinaba con destreza, fijando horquillas aquí y allá para que sus rizos cayeran en una graciosa cascada sobre el rostro–. ¿Cómo es que tú no tienes las orejas... ya me entiendes?–Por la misma razón, por la que nunca dejo que me fotografíen de cuello para arriba –respondió con la boca llena de horquillas–. Porque llevo un milenio y medio, haciéndome pasar por mortal. Antes, me limitaba a pronunciar un hechizo, o a llevar el pelo largo, pero un día descubrí a un cirujano plástico estupendo, en la Novena Avenida. Fue druida hace muchos, muchos años, y su discreción es total. Por cierto, ¿quieres que te pida hora con él?–Eh... lo pensaré. –Kelley, se pasó un dedo por la oreja derecha–. No las tengo tan puntiagudas, ¿verdad?–No, cielo, claro que no –le aseguró Tyff–. En realidad, te quedan incluso bien.

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–Gracias. Y por prestarme el vestido. –La tela tenía una caída maravillosa, que la envolvía como una ola desde los finos tirantes hasta los tobillos–. ¿No te parece un poco excesivo?–¿Excesivo? ¿Es que no quieres estar guapa para tu cita?–¿De veras te parece que esto es una cita? –preguntó, y no le pasó por alto el tono de pánico que detectó en su voz.–Parece que va a llevarte a un lugar seguro –respondió ella.Claro. ¿Lo ves? Nada de citas. Maldita sea.Pero… ¿iba a llevarla a un refugio, bajo vigilancia? No estaba segura de si la idea le gustaba.–¿A ti te cae bien? –le preguntó.–Yo no diría tanto.–¿Y a mí? ¿A mí me cae bien? ¿Me gusta?Tyffm esbozó media sonrisa.–Eso vas a tener que averiguarlo tu sola, niña.Kelley, suspiró.–De acuerdo, pero..., ahora en serio, si esto no es una cita, ¿por qué voy vestida como si tuviera que pasar por una alfombra roja?Tyff, ahogó una risa y colocó la última horquilla en el precioso tocado de la muchacha.–La Green, es un poquito más elegante que los locales de comida rápida a los que estás acostumbrada. Hazme caso, allí la ropa brillante viene a ser como un uniforme.Kelley, se giró y se miró en el espejo. Los pequeños cristales de color champán reflejaban la luz, pero de una forma sutil. Tyff, le pasó un chal de seda por los hombros y le dio un pellizco en el brazo.–¿Qué tal estoy?–Arrebatadora. Pero no me lo preguntes a mí. –Tyff, se apartó para que Kelley, pudiera pasar al salón, donde aguardaba Sonny–. Pregúntaselo a él.El Jano se dio la vuelta y abrió unos ojos como platos. Su mirada lo decía todo.Si en principio, aquello no era una cita, a partir de ese momento lo fue.–¿Qué tal te fue anoche? –le preguntó Kelley, mientras Sonny, le daba el brazo para que se agarrara a él antes de cruzar la Quinta

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Avenida, a la luz menguante del atardecer. Desde que habían salido del apartamento, no había parado de hablar de cosas sinimportancia, sobre todo para olvidarse del hecho de que Sonny, no le quitaba los ojos de encima–. La ronda de guardia, quiero decir.–Teniendo en cuenta las circunstancias, fue una noche tranquila –respondió él, encogiéndose de hombros–. Al menos para mí. Maddox, y los demás, hicieron el trabajo duro. Según él, me sigue haciendo falta reposo.–¿Y no es así? –se interesó ella, atreviéndose a mirarle un instante a la cara.Todavía me mira. Tal vez este vestido sea excesivo...Sonny, sonrió.–Necesito menos reposo que los mortales de a pie. No, estoy bien, en serio.–¿Seguro? Entonces ¿por qué está tan preocupado Maddox?–Por nada, es un pesado.–No, es tu amigo. –Se agarró con más fuerza a su brazo, pues se sentía insegura con aquellos tacones.–Sí. Pero es un pesado.Ella alzó la vista para mirarlo de nuevo.–Pues la verdad es que se te ve algo... cansado.–Yo... eh.... –balbució él, y frunciendo el ceño, apartó la mirada.–No importa –le aseguró Kelley–. El cansancio te sienta bien.Había muchísimos carruajes alineados junto a la acera del lado sureste del parque. Algunos de ellos, iban tirados por caballos esbeltos, de pezuñas finas, y otros por macizos percherones. Sonny, los estudió un instante, antes de decidirse por uno. Tomó a Kelley, de la mano y se acercó a una calesa blanca adornada con guirnaldas de flores rosadas y rojas. La cochera era una mujer alta, ancha de hombros y con ojos azules muy brillantes. El caballo era un animal orgulloso, blanco, con manchas plateadas, que lograba transmitir una imagen digna a pesar de las plumas de avestruz color fucsia que ondeaban en las bridas y del esmalte de uñas rojo chillón que le cubría las pezuñas. Kelley, pensó que debía de tratarse de uno de los favoritos de los turistas, por el toque kirsch.

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El caballo movió la cabeza inmensa, noble, y cuando Kelley, se acercó a él, empezó a rozarla insistentemente con el hocico.–Pareces tener mano con los caballos –le susurró Sonny.–A Beltrix, le caes bien –comentó la cochera–. Y te aseguro que es muy especial con la gente.–Es precioso –se limitó a responder Kelley, acariciándole la cara peluda.–Quisiéramos contratar sus servicios. Y los de usted, si están disponibles –informó Sonny.–No ha habido demasiada gente interesada, en pasear por el parque en coche de caballos estas últimas noches –respondió ella con expresión neutra.–A causa de lo inestable del tiempo, sin duda –sugirió Sonny, cortésmente.–Es muy posible. Últimamente cuesta distinguir una estación de otra.–Y que lo diga. ¿Podría llevarnos a la Green? –le preguntó Sonny.–¿A la Tavern on the Green?–sí.Kelley, estaba confundida. Solo había una Tavern on the Green. Era uno de los lugares más conocidos de Nueva York.La cochera asintió despacio.–Eso le costará más caro.–No se preocupe por el dinero –replicó Sonny, sacando del bolsillo una bolsita roja de gamuza. Tiró del cordón, la abrió y extrajo varias monedas, que dejó caer en la palma de la mano.–Muy bien –aceptó ella, y les hizo una seña con el pequeño látigo que sostenía en la mano–. Suban.Sonny, ayudó a Kelley, a subir a la calesa, y luego él se encaramó en el asiento de un salto cuando el carruaje se ponía en marcha. El repicar rítmico de las pezuñas de Beltrix, resonaba bajo los árboles a medida que se internaban en el parque y dejaban atrás los lugares y monumentos más conocidos. A lo lejos se divisaba el tiovivo.–¿Sabías que ese carrusel, es el cuarto que se instala en ese mismo lugar? –Comentó Kelley–. A lo largo de la historia se ha incendiado en dos ocasiones.

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La cochera se giró y la miró por encima del hombro.–Normalmente, soy yo la que se ocupa de la visita guiada, señorita –dijo en tono divertido–. ¿Es que intenta dejarme sin trabajo?Kelley, sonrió.–No, señora, es que lo leí en un folleto y acabo de acordarme.–Ah, ya. –La cochera asintió y prosiguió ella con el relato.–Según se cuenta, el tiovivo original era accionado por un caballo y una mula vieja y ciega, que daban vueltas en círculos en una caverna subterránea que había debajo de la atracción. Beltrix, se emociona cada vez que hablo de ese caballo y esa mula. –Las orejas del animal se agitaron hacia delante y hacia atrás–. Al parecer, opina que no se trataba de un trabajo justo.

Kelley, se estremeció al pensar en aquellos animales caminando sin descanso en un círculo infinito, uno de ellos ciego, conducido por el otro, en un hueco al que no llegaba la luz del sol. Y todo para procurar diversión a otros.–El carrusel actual, lo encontraron en Coney Island, desmontado –añadió la cochera–. Lo compraron y lo restauraron. Una suerte. En mi opinión, el parque no sería lo mismo sin él.–Sí –coincidió Kelley, pensando en otro caballo: Buena Suerte.A ambos lados del carruaje, el parque se extendía ante ellos.–¿Sabes? –le confió Kelley, a Sonny, en voz muy baja–. Cuando vine a vivir a Nueva York, este parque me fascinó. Me sentía atraída por él. Y ahora que sé qué es este lugar, y quién soy yo realmente, comprendo que no fue por casualidad.–Bueno, ya te dije que yo no creo en las casualidades. Con todo, pienso, que tal vez, te sentías atrapada por el parque por la sencilla razón de que te atraía. Este parque atrae a mucha gente. A gente que no es... como tú. Que tú seas lo que eres, no implica que estés predestinada a nada. Yo te ayudaré en eso.–¿Dirías lo mismo si decidiera aceptar el legado de mi sangre? –le preguntó en un susurro, para que la cochera no los oyera–. ¿Si me invistiera con el manto de la princesa de las hadas? –Al pronunciar esas palabras, se le formó un nudo en la garganta y notó que le costaba tragar saliva. El tiovivo le había hecho

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recordar de nuevo lo que podía implicar convertirse en hada. Aunque, no negaba que la idea poseía un atractivo sutil, seductor, la aterrorizaba tanto como la entusiasmaba.–Kelley –le dijo Sonny, agarrándole la mano–. Yo te ayudaré, independientemente de lo que quieras ser. Te lo prometo.Los temores de Kelley, se esfumaron, y de pronto se sintió como hipnotizada por él. En ese momento, el pelo de Sonny, le caía en ondas oscuras a ambos lados el rostro, y ella no resistió la tentación de alargar la mano y remeterle un mechón detrás de la oreja. Su mirada se volvió más profunda, y Kelley, se quedó sin aliento.–Ya casi estamos –anunció la cochera, y ellos, a regañadientes, dejaron de mirarse a los ojos.A Kelley, le pareció que la voz de aquella mujer poseía un tono raro, casi inhumano. Beltrix, aceleró el paso hasta ponerse al trote.Kelley, se incorporó en el asiento y miró alrededor. El parque le resultaba familiar y extraño a la vez.–¿Adónde has dicho que íbamos?–A un lugar seguro, a un refugio –le respondió Sonny, sonriendo con dulzura.–Y esta noche... ¿no tienes que trabajar?–Esta noche, mi trabajo eres tú.–Ah.No terminaba de gustarle la idea, de ser el trabajo de nadie.–¿Qué te ocurre? –le preguntó Sonny, al oír el tono de decepción en su voz.–Nada, es sólo que me había parecido que... no importa. Supongo que ser princesa, implica tener que llevar guardaespaldas, ¿no?–Algo así, sí –admitió él–. Todos los Janos, estamos de acuerdo en ello. Debes contar con protección.–Entiendo. Todos los Janos, os habéis puesto de acuerdo, ¿verdad? –Se apartó de Sonny, y echó los hombros hacia delante.–¿He dicho algo que no debía? –preguntó él, desconcertado.–No –suspiró ella–. No... Es sólo, que me cuesta un poco acostumbrarme a todo el revuelo que se ha organizado en torno a mí, supongo. Debería saber ya que... No importa. Pero, ¿dónde

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dices que vamos? –La primera vez, no había respondido a su pregunta.Sonny, mantuvo la mirada fija en el camino que se extendía ante ellos.–A un lugar, en el que hay otros que podrían protegerte. Por si yo no estoy. Espero que...–¿Y por qué diablos no habrías de estar tu? –dijo ella, echándose a reír–. Tú siempre estás. ¡Incluso cuando te pido que te vayas!Sonny, le tomó las dos manos con una de las suyas, y ella notó sus dedos largos, fuertes, entrelazados a los suyos, y sintió que se le aceleraba el corazón. Él le acarició la mejilla con la mano libre y le levantó la cara.–Por favor, no me dejes –le susurró ella, de pronto asustada.–Créeme, Kelley. Si no estoy contigo, será porque habré muerto –le dijo, acariciándole el pelo, y ella sintió su aliento cálido en la frente, como un beso–. Porque si alguien pretende hacerte daño, antes tendrá que matarme.Él cree, que diciéndome eso me consuela, pero se equivoca.Kelley, se estremeció y Sonny, le pasó un brazo por los hombros.Entonces, a ella le vinieron a la mente las palabras que Oberón, había pronunciado en el camerino. Aquello de que no estaba al alcance de Sonny, amar aquello en lo que ella podía llegar a convertirse. Fuera lo que fuera. En realidad, Kelley, sabía tan poco del mundo del que era la heredera...Mientras se entretenía con aquellos pensamientos, Beltrix, dobló una esquina y la calesa se detuvo frente a la Tavern on the Green. Kelley, sintió que estaba a punto de descubrir muchas cosas más.

No era la primera vez que comía en la conocida taberna de Central Park. Durante su primera semana en Nueva York, su tía Emma, había venido a la ciudad –algo raro en ella, pues la detestaba–, y la había llevado a cenar allí. El interior, era un laberinto de salones con espejos, vidrieras de estilo rococó, cornamentas de ciervo colgadas de las paredes y murales con motivos de cuentos de hadas. La sala principal era un cenador

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con cristaleras decorado con un caprichoso surtido de lámparas de araña de todos loscolores y tamaños, que fragmentaban la luz en arco iris que bailaban por las paredes, pintadas con castillos de nubes y caballos alados.En el jardín, todos los arboles estaban adornados con ristras de bombillas diminutas, y de las ramas colgaban guirnaldas de farolillos de papel. Los arbustos que rodeaban el patio, estaban podados y recortados con formas de seres maravillosos: un caballo rampante, una sirena, e incluso –haciendo gala del característico sentido del humor neoyorquino– un King Kong enorme.En aquella primera ocasión, todo le había parecido fantástico.En aquella primera ocasión.Pero esa noche, Kelley, sabía que le aguardaba algo infinitamente más fantástico. Entre otras cosas, porque en el aparcamiento no se veía ni un solo coche. Sí había, en cambio, un anticuado carruaje de cuatro caballos, que parecía sacado de la Cenicienta de Walt Disney.Sonny, se apeó de la calesa y la ayudó a bajar para que no trastabillara –no estaba acostumbrada a llevar zapatos de tacón– y no estropeara el vestido de Tyff. Él, radiante, le ofreció el brazo, que ella aceptó. Kelley, apartó la mirada, algo ruborizada y, al hacerlo, se percató de que el portero, con su sombrero de copa verde y su chaqueta de frac larguísima, no llevaba pantalones. No le hacían falta, pues por debajo de los faldones de la casaca se adivinaban unas piernas anchas, cubiertas en su totalidad por un pelaje marrón, y rematadas por unas pezuñas finas y duras.–Señor Flannery –saludó a Sonny. Kelley, se dio cuenta de que arqueaba una ceja saturnina al Jano, como si le preguntara algo sin palabras–. ¿Cuánto tiempo hacia que no honraba la casa de Herne con su visita? ¿Y la dama...?–La dama es mi invitada. Y deseo que se la atienda excepcionalmente bien. Es... importante para mí. Para todos nosotros, de hecho.–En ese caso, será bienvenida, por supuesto –dijo el fauno, quitándose el sombrero para saludarla. Kelley, tuvo que hacer

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esfuerzos para no mirar fijamente los cuernos diminutos y curvados que le nacían junto a las orejas peludas.El curioso portero hizo un gesto para que franquearan la puerta principal, que se abrió de par en par cuando se aproximaron.–¿Ha dicho “la casa de Herne”? –susurró Kelley, mientras subían los peldaños.–Así es –atronó una voz desde debajo del pórtico–. Yo soy Herne. Bienvenida a mi local.–Señor. –Sonny, se postró ante la figura imponente que se alzaba ante ellos.

Kelley, boquiabierta, también le dedicó una respetuosa reverencia, dando gracias en silencio por el cursillo de ballet que había tomado en la escuela de teatro. Herne, estaba exactamente como lo había contemplado durante la visión con Sonny, cual un dios sacado de un libro de leyendas celtas.Herne, el Cazador, allí, de carne y hueso.

TREINTA.

Herne, llevaba una túnica verde sin mangas, que caía formando pliegues hasta el suelo y que se mantenía en su sitio, gracias a una gruesa cadena de oro que le rodeaba el pecho, desnudo y

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musculoso. Los calzones eran de piel oscura y, como carecían de dobladillo, se deshilachaban al llegar a los pies descalzos. Lucia pulseras de oro macizo y un collar del mismo metal. Llevaba el cabello peinado hacia atrás y, a ambos lados de la cabeza, unos cuernos de venado formaban un arco sobre el complejo tocado que le cubría la frente. Sus ojos se iluminaron como fuegos, cuando dio un paso al frente para recibirlos.Sonny, no podía dejar de observar a la muchacha radiante que lo acompañaba, y que se inclinaba ante él, en señal de respeto. Juntos, entraron en la Taberna de Herne.Sonny, se llevó al Cazador a un aparte y le habló en murmullos de la verdadera identidad de Kelly, mientras la vigilaba por el rabillo del ojo. Ella iba mirando los distintos rincones de la estancia y a la gente, de aspecto normal, que pululaba alrededor. Eran seres insustanciales, casi sombras: señoras con bolso y zapatos de tacón, hombres vestidos con traje y corbata, que comían y conversaban en mesas ocupadas por hadas de alas vegetales y selkies de piel plateada y ojos grandes y oscuros, entre otros muchos seres que habitaban el país de los duendes.–¿Están aquí de veras? –le preguntó a Sonny, cuando volvió junto a ella, señalando en dirección a una pareja joven, borrosa, que por su aspecto parecían turistas.–Casi. O, mejor dicho, somos nosotros los que estamos casi. La Taberna de Herne y la de Central Park, ocupan prácticamente el mismo lugar, sólo que en mundos ligeramente distintos.–¿Estamos en el Otro Mundo?–No. Éste es un lugar separado de cualquier otro reino. Una especie de refugio seguro, creado por Herne, en el que pueden reunirse sin temor las hadas y los duendes perdidos, tanto los que cruzaron como los que, al igual que Tyff, quedaron atrapados o decidieron quedarse cuando las Puertas se cerraron. Seguimos estando en el parque, pero esto es... una especie de terreno sagrado. Supongo que podría llamarse así. Un santuario.–Significa, que los Janos, no pueden hacernos nada aquí –aclaró una muchacha etérea, que apareció de pronto junto a Sonny. Tenía la piel del color de las hojas nuevas y sostenía en la mano un arco muy fino–. Aquí no pueden matarnos.

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–Vamos, Carys –la regañó Herne, con dulzura, acercándose a ellos–. No me gusta que te muestres poco respetuosa con nuestros invitados.–No era mi intención, señor –se excusó ella, aunque su expresión no ofrecía duda, de en qué estima tenía a los Janos.–Yo no me he sentido ofendida –dijo Kelley, convencida, a cercándose a él y apoyándole una mano en el hombro–. Entiendo que la de Sonny, no es la profesión más admirada entre los de vuestro pueblo. Y también comprendo que, para empezar, él no sería lo que es si vuestro pueblo no lo hubiera raptado y lo hubiera separado de su mundo. Mientras cumplía con su obligación, me salvó la vida, y seguramente también la de muchos otros, amenazada por una criatura a la que creo que vosotros llamáis Perro Fantasma.Carys, abrió más los ojos y Herne, frunció el ceño.–¿los perros fantasmas han franqueado las Puertas? –preguntó.Sonny, carraspeó.–Sólo uno, señor, hasta donde yo sé.–Un heraldo –murmuró el Cazador.–Espero que no. Los Janos, hacen todo lo posible para que la cosa no vaya a más. Pero Oberón, cree que alguien, tal vez la mismísima reina Mabh, está intentando despertar a vuestros antiguos compañeros, señor.–¿Con qué intención?Sonny, posó la mirada en Kelley, que seguía a su lado.–El perro fantasma, perseguía a Kelley. Creo que ella es la presa de la cacería.–En ese caso, corre grave peligro –declaró Herne–. Y no es la única. Los integrantes de la Cacería Salvaje, no se conforman con una sola presa. El mundo de esta dama y ella misma, se encuentran en una situación delicadísima.–Por eso la he traído aquí.–En ese caso, yo, personalmente, velaré por su seguridad.–Gracias, señor.Herne, les hizo un gesto para que salieran al patio. Fuera había música, y en el cielo las nubes, altas y finas, se alargaban como cortinas de encaje. Kelley, ahogó un grito al constatar que las

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bombillitas que decoraban los árboles, no eran sino hadas luminosas: miles de seres diminutos, alados, que revoloteaban entre las ramas.–Tengo que irme pronto, para llevar a Buena Suerte, junto a Mabh –dijo Sonny–. Pero antes, quiero enseñarte un poco todo esto. No tienes por qué preocuparte, te encuentras bajo la protección de Herne. Él sabe quién eres y es el guardián más poderoso al que se me ocurre confiarte. Además, este lugar debería bastar para mantenerte a salvo.–¿Incluso de la Cacería Salvaje?–No te preocupes por eso.–No has respondido a mi pregunta. Estás evitando responderme.Sonny, le sonrió, ignorando la mirada asesina que ella le lanzaba.–Vamos, te enseñaré el lugar.En el rincón, que en el mundo de los mortales correspondía al seto con forma de King Kong, había una criatura imponente, cubierta de hojas, agazapada. Enredaderas y todo tipo de vegetación ascendían por el gigante, trepando sobre la hiedra verde de su barba, creciendo como hierba de marisma sobre la inmensa extensión musgosa de cabeza y hombros–El Hombre Verde –le explicó Sonny, con gran respeto–. Es un espíritu antiguo, más viejo que todo esto. El Hombre Verde, lleva más tiempo en los mundos, que el pueblo de los duendes y las hadas. Es el alma del mundo natural. Y, de vez en cuando, le gusta tomarse un buen whisky –añadió Sonny, bajando la voz–. Según dicen, Herne, posee una bodega excelente.El Hombre Verde, le guiñó un ojo a Kelley, y alzó una taza inmensa de arcilla. Sonny, divertido, vio que ella le sonreía con timidez y saludaba al viejo dios, moviendo un poco los dedos de una mano. Lo dejaron atrás y se dirigieron a una fuente en que la música seductora del agua se fundía con el tintineo de unas risas. Entrevieron brevemente el destello de una cola larga de pez, en la que brillaban todos los colores del arco iris.–¿Eso era una sirena? –preguntó Kelley, acercándose al borde del estanque.Sonny, le puso una mano en el brazo.–La gente del agua es... tramposa. Peligrosamente impredecible.

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–Creo que vi una –murmuró Kelley–. Una sirena, digo. La noche que rescaté a Buena Suerte del lago.–Sí, era una sirena –confirmó Sonny, haciendo esfuerzos por no sonar resentido–. Se llama Cloe. Te salvó la vida.–En ese caso, debería conocerla y darle las gracias.–No, lo que debes hacer es mantenerte lo más lejos posible de ella –replicó él, apartándola de la fuente.

Se acercaron a una banda de duendes músicos, y Sonny, sonrió al ver que Kelley, empezaba a moverse al ritmo de aquella música ultraterrena. Ah, su Polvorilla. Se daba cuenta con dolor de que, muy probablemente, no seguiría siendo “suya” por mucho tiempo. No si decidía aceptar su verdadera identidad. Si se investía con el manto de princesa de las hadas, como ella misma había dicho antes, en el carruaje. Se trataba de una decisión que implicaba unas consecuencias desconocidas para él. Sonny, había llegado a una conclusión: fuera cual fuese la decisión final de Kelley, pudiera él acompañarla o no en su viaje, no pensaba malgastar el tiempo que les quedara.Se volvió hacia ella y le tendió la mano.Asombrada, ella observó la palma extendida, antes de mirarle de nuevo a los ojos. Sonny, estaba seguro de que haría cualquier cosa, de que entregaría cualquier cosa, a cambio de lograr que aquellos ojos verdes brillaran. Le dedicó una lenta y prolongada reverencia, y alzó la cabeza para contemplarla. Ella le dedicó una sonrisa.–¿Me concedes este baile, Kelley? –le preguntó.Y sintió que el corazón le daba un vuelco cuando ella lo tomó de la mano.

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TREINTA Y UNO.

“La orquestina tocaba deliciosamente.El tiempo daba vueltas en torno a ellos.

Las estrellas giraban en el cielo.Y ellos bailaban."

Y bailaron, y siguieron bailando. La mano de Sonny, apoyada en su cintura, era fuerte, firme, y ella apoyaba la cabeza en su pecho, con mucho cuidado, pues no quería que se le moviera el vendaje que aún llevaba sobre las heridas. Cerró los ojos, al notar que Sonny, se acercaba más a ella. Pensó que nunca se había sentido tan en su casa, como en ese instante. Pero no era por el lugar. Era por la persona.

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–Éste no es mi sitio, Sonny –susurró, con los sentidos embriagados por las visiones y los sonidos que la rodeaban–. Mira, mira a esta gente...Un grupo de hadas buenas, oscilaba al ritmo de la música, que era de una belleza sobrenatural. Kelley, se sentía como una de las hermanastras de Cenicienta, en el baile. Sabía que sus pies enormes, nunca encajarían en el zapato de cristal, y no comprendía por qué el apuesto príncipe, seguía bailando con ella. Sonny, no decía nada, pero ella sintió que le pasaba las manos por los hombros, por la nuca.Una vez allí, le desabrochó el collar y se lo quitó.–Mi Polvorilla –susurró.Y entonces, Kelley, perdió momentáneamente la visión, pues un resplandor iridiscente surgido de ella, inundó todo el espacio. Alrededor, todo el brillo de aquellos duendes y aquellas hadas pareció amortiguarse y parpadear, antes de reproducir la luminiscencia que emanaba de ella, como lunas que reflejaran la luz del sol.Los ojos grises de Sonny, brillaban de orgullo... y de algo más. Kelley, al verlos, sintió que una emoción desconocida le inundaba el corazón.Se notaba crecida. Creía medir más de tres metros. Incluso, era más alta que Sonny. Para mirarlo debía bajar la vista. Volaba, o al menos flotaba a más de un palmo sobre el suelo. Ahogó un grito y pataleó, pero aún se elevó unos centímetros más por los aires. Sonny, alargó un brazo y la agarró por el codo, antes de que se alejara flotando. Ella, giró la cabeza a ambos lados y vio que, junto a los hombros, parecían haberle salido dos alas delicadas y a la vez muy resistentes. Eran etéreas, casi fantasmagóricas y, resplandecían de luminosidad e iridiscencia, como las de las libélulas.Herne, agachó la cabeza y, con ella, la cornamenta que la remataba, en señal de respeto.En torno a Kelley, los habitantes de los reinos feéricos, se arrodillaban y se postraban, sonrientes.

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Ella se ruborizó y sintió que sus alas temblaban y perdían fuerza. Regresó al suelo. Sonny, la recogió en sus brazos y ella se abrazó a él.–Tendrás que practicar un poco –le susurró al oído, mientras le abrochaba de nuevo el collar. Al instante, su brillo menguó, aunque sin apagarse del todo. La música recobró su fuerza, y ellos dos se abrazaron y siguieron bailando.Más tarde, cuando ya se habían sentado y observaban a los demás deslizarse por la pista de baile, Sonny, se sobresaltó, como si de pronto hubiera recordado algo, y se puso a buscar en su mochila de piel. De ella, extrajo unos papeles arrugados, sujetos por unas palomillas metálicas.–¡Mi texto! –exclamó ella–. Estaba segura de que me lo había robado Bob.Sonny, se echó a reír.–Según me dijo, lo de robar se le da fatal. Lo siento. Mi intención era devolvértelo. Pero, con tantas emociones, se me olvidó, supongo.Ella lo cogió y se lo apretó contra el pecho, como si de un tesoro se tratara.–Gracias, aunque supongo que ya no voy a necesitarlo.–¿Ya te sabes tus réplicas?Ella ahogó una risita.–Teóricamente, sí. Pero seamos sinceros, Sonny, estoy a años luz del Teatro Avalón. Tengo la sensación de que, al menos por el momento, no volveré a llevar mis alitas de gasa.Sonny, se puso en pie bruscamente.–Acompáñame –dijo, tomándola de la mano–.Hay algo más que quiero mostrarte antes de irme.La condujo por un pasillo forrado de paneles de roble, que iba transformándose a medida que avanzaban, hasta que se vieron caminando bajo una arcada verde y frondosa, una especie de túnel vegetal.–¿Dónde estamos? –le preguntó Kelley.–Creo que este lugar, es algo así como la pared que aparece en tu obra de teatro. Sí, esa pared con la grieta por la que Príamo y Tisbe, pueden verse y hablar. La Taberna de Herne, se encuentra

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en el punto más alto del Otro Mundo, es como una especie de burbuja suspendida, que se balancea entre las tierras feéricas y la llanura de los mortales. Es el único lugar en todos los mundos, en el que los dos reinos se encuentran y se funden.Cuando abandonaron aquel entoldado de follaje, Kelley, se encontró ante una orilla boscosa, bañada por unas aguas mansas, de débil oleaje. Sonny, le señaló algo que quedaba frente a ellos, y allí, al otro lado del lago sereno y silencioso, se alzaba una isla. A Kelley, en un principio, le pareció que las ramas de los árboles estaban cubiertas de nieve. Pero incluso desde esa distancia, le llegaba, por encima de las aguas, inmóviles como un espejo, el olor de los manzanos en flor.–Hasta aquí podemos llegar –dijo Sonny–. Si avanzamos más, nos arriesgamos a perdernos, tal vez, en el Otro Mundo. Pero quería que vieras este lugar.–Es muy hermoso. ¿Qué es?–Un lugar de leyenda. En los cuentos se conoce como Avalón, lo mismo que tu teatro. No está tan lejos, ¿no te parece?Kelley, observó la isla lejana y suspiró.–Oh, Sonny este lugar está lleno de maravillas. ¿Por qué, entonces, me entristece tanto?Él pensó un instante en la respuesta, y bajó la cabeza.–Tal vez, porque lo sientes un poco como tu casa. Como el hogar que nunca supiste que era tuyo.Ella meneó La cabeza, mirando a la isla neblinosa con los ojos arrasados en lágrimas.–Este Avalón es tuyo, no mío. Mi Avalón, es un teatro viejo y decrépito, con un montón de actores fracasados y un director chiflado. Y yo estoy a punto de dejarlos en la estacada. Jamás llegaré a colocarme bajo esos focos, a llevar esas alas, a pronunciar esas palabras.–¿Qué te hace pensar eso?–No me mientas, Sonny. Tus colegas y tú parecéis creer que será un milagro que sobreviva a esta noche. No digamos ya resistir tres noches más.–Dos de ellas, seguramente han pasado ya mientras, tu y yo bailábamos aquí.

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–¿De veras?–Sí. De momento, lo de sobrevivir no se te ha dado tan mal.–O sea, que básicamente, el peligro real esta esperándome en Nueva York, en el teatro.Sonny, la miró, desconcertado.–Me estoy saltando todos los ensayos. Si, no sé cómo, logro regresar allí, podré considerarme afortunada si Quentin, no me despelleja viva.Sonny, se echó a reír.–Regresarás. Eso te lo prometo. O sea, que será mejor que te estudies el texto. –Tiró de ella, para que se sentara a su lado sobre la hierba, le quitó un momento los papeles y se puso a hojearlos como si buscara algo.–Mira, aquí, por ejemplo. –Le indicó una línea–. Esta escena. La leeré contigo. Y no discutas –añadió, levantando una mano–. Yo haré de asno, sólo por esta vez. Hazme este favor, Kelley, te lo pido. Hoy me siento actor.Ella le arrebató el texto y leyó por encima para ver qué escena había escogido. Se echó a reír al ver cuál era, y le devolvió los papeles, para que pudiera recitar sus réplicas sentado frente a ella.–Vaya, vaya, no tienes poco ego, Sonny...–Calla –le ordenó él con gesto dramático–. Tengo que concentrarme. Empieza.Kelley, abrió mucho la boca, bostezando exageradamente, y se desperezó.–”¿Qué ángel me despierta de mi lecho de flores?” –declamó, a la espera de la réplica de Sonny, intrigada por ver cómo iba a interpretar él, la tonta canción de Canilla sobre el cuco.Sonny, bajó un poco la cabeza y murmuró.–No sabía que iba a tener que cantar... Está bien, nos saltamos mis líneas y ya está. Sigue con tu siguiente réplica.Kelley, ahogó una risita y prosiguió con su texto.–”Amable mortal, te ruego que vuelvas a cantar. Mis oídos se han enamorado de tus melodías, y mis ojos han quedado también cautivados por tu figura.”De acuerdo. Esta parte es verdad. Es una figura muy atractiva.

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–”Y, a la fuerza, la fuerza de tu amable virtud me mueve, apenas te veo, a decirte y jurarte que te quiero.”Sonny, frunció el ceño y levantó la mano.–Creo que no has dicho correctamente esta última frase. Dila otra vez.–¡La he dicho muy bien!Él, ignoró sus protestas e insistió:–Repite desde “la fuerza de tu amable virtud.”–Sonny...–Eh, eh. –Y volvió a levantar la mano.¡Era como si estuviera representando el papel de Poderoso Q. por Dios!–Y a la fuerza...–Está bien, está bien. –Kelley, puso los ojos en blanco y repitió la réplica. “Y, a la fuerza, la fuerza de tu amable virtud me mueve, apenas te veo, a decirte y jurarte que te quiero.” ¿Mejor ahora?–Mejor... La entonación algo apagada en las últimas dos palabras. Repítelas.–¿Qué? ¿Te quiero?–Mmm. –Sonny, hizo un gesto para que volviera a repetirlas.Ella se incorporó un poco e inspiró profundamente, concentrándose en la entonación, dispuesta a complacerle en su juego. Echándose hacia delante, con su voz más enamorada y sincera, susurró:–Te quiero.El rostro de Sonny, estaba a escasos centímetros del suyo. Sus ojos grises brillaron, y el pelo oscuro y sedoso se retiró de su mejilla cuando levantó la cabeza.–Perfecto.El beso que siguió, también lo fue.Perfecto.Los labios de Sonny, presionaron los suyos, y Kelley, sintió que el mundo que la rodeaba –todos los mundos que la rodeaban– se desvanecían. La inundó la dulzura de su aliento, y sintió que el corazón le latía con la fuerza de un trueno, apretado contra el suyo, también palpitante.

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–Te quiero –murmuró él, que ya no hablaba por boca de ningún personaje.Al oír aquellas dos palabras, las lágrimas se agolparon en los ojos de Kelley y resbalaron por sus mejillas.–Oh, mi corazón –dijo él, estrechándola entre los brazos.Kelley, no sabía por qué lloraba. Tal vez de miedo, o de tristeza. De miedo a perderlo, de la tristeza que le causaba pensar en todo lo que ya había arriesgado por ella... Aunque, tal vez, fuera simplemente de alegría, de alegría pura y desbocada. En realidad, en ese instante sentía todas esas cosas a la vez.Él la tuvo abrazada una eternidad, que a ella le pareció un fugaz parpadeo, cuando oyó el ruido de unos pasos que se acercaban por el frondoso túnel. Sonny, la apartó ligeramente y la miró.A su espalda, Herne, carraspeó.–¿Jano? No es mi intención molestaros, pero mi portero vigila los cielos del reino de los mortales, y me informa de que sobre el parque flotan unas cailleachs. Arpías de tormenta. Se acerca el momento de tu partida, si deseas acudir a tu encuentro con las representantes de la reina de la Penumbra.–Gracias, señor.Kelley, notó que Sonny, la soltaba a regañadientes y, se ponía en pie. Se colgó la mochila al hombro y le entregó el texto.–Consérvalo tú –le dijo Kelley–. Hazlo por mí. Te traerá suerte.–Sólo, si me prometes que no olvidaras esa réplica –dijo él, acercándose de nuevo.–Eso nunca –le aseguró ella, emocionada.–Regresaré tan pronto como pueda. Te lo prometo. –Sus ojos brillaban con la intensidad de todas las cosas que le habían quedado por decir, de unas promesas que iban más allá de su regreso–. Espérame.

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TREINTA Y DOS.

Tyffanwy, había llegado al extremo de anudarle un lazo rojo en el flequillo de la crin. El caballo, parecía un perro pequinés recién salido de la peluquería.

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–Se me ha ocurrido, que ya que estamos, por qué no ofrecerle un tratamiento completo. -Se giró, y Sonny, vio que tenía los ojos, aquellos ojos encantadores, algo enrojecidos.–Gracias por lo que estás haciendo, Tyff –le dijo él–. Sé que comprendes, lo importante que es esto.–Sí, bueno. Dile a Mabh, que ni se le ocurra maltratarlo –respondió con fiereza, sorbiéndose las lágrimas–. Si no quiere vivir un infierno. A mí también me deben algunos favores.–Se lo comentaré –le aseguró él, diciéndose que no debía contrariarla.Extrajo de la mochila, una cuerda fina y la ató con holgura al cuello de Buena Suerte. El animal, pareció comprender: sacó de la bañera, sus delicadas pezuñas, de una en una, y se quedó allí, inmóvil, sobre el suelo del baño. Sonny, contempló la ventana, escéptico. Parecía demasiado pequeña, para que el caballo pasara por ella, pero Buena Suerte, se acercó, obediente y rozó el cristal con el hocico. Sonny, la abrió, y el caballo mágico, metió por ella la cabeza de crin roja y desafiando toda lógica, logró salir al rellano de la escalera de incendios.Sonny, lo siguió escaleras abajo, sorprendido por la velocidad del kelpie. Parecía que tuviera prisa. Una vez en la calle, miró hacia arriba para despedirse de Tyff, y a continuación, hizo acopio de todo su poder para cubrir al animal de un velo de invisibilidad, que le permitiera pasar desapercibido por las calles de Manhattan, hasta Central Park, que era donde debía entregar a la criatura a las emisarias de Mabh.Alzó la vista al cielo, nervioso. En cuestión de minutos, el sol se pondría y daría comienzo, la noche del Samhain. Grupos de niños disfrazados y algunos adultos que se dirigían a su fiesta de Halloween, se cruzaban con él por la calle. Desde varias ventanas y porches, las calabazas le dedicaban sus sonrisas de oreja a oreja.Mabh, estaba forzando demasiado la máquina, pensó Sonny. Tal vez, pretendiera ponerlo nervioso y satisfacer así su perverso sentido del humor. Pero le daba igual. Kelley, estaba a salvo, y Buena Suerte, no tardaría en regresar a las Tierras Fronterizas, con lo que se pondría fin a la amenaza de la Cacería Salvaje.

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En el parque, Sonny, constató con horror, que había un montón de gente disfrazada paseando por los caminos. A lo lejos, divisaba el castillo Belvedere, iluminado en tonos anaranjados y rojos. Algún millonario excéntrico, habría decidido dar una gran fiesta de Halloween, en el parque.Se guió por su percepción de jano, para encontrar el punto exacto, en el que aguardaban las acólitas de Mabh.Mientras recorría los senderos oscuros, tirando del kelpie, plácido e invisible, sentía una punzada de culpabilidad.La pobre criatura, desconocía el destino que le aguardaba.Y, si lo conocía, se dirigía hacia él con una nobleza inconcebible en un animal. Allí mismo, reiteró la promesa que le había hecho a Kelley: exigiría protección para Buena Suerte.Mentalmente, percibió a tres arpías sobrevolando las inmediaciones.Se asomó a un claro circular junto a Turtle Pond, el estanque de las tortugas, presidido por la inmensa estatua de un rey polaco montado a caballo. Mucho más arriba, suspendidas en el aire, distinguió a las arpías, que volaban en círculos como buitres malévolos.Eliminó el velo que ocultaba a Buena Suerte y, éste apareció resplandeciente a su lado. Sonny, abrió la boca para llamar a las arpías pero, de pronto, sus sentidos de jano, emitieron un aviso de alarma. Cerca de donde se encontraba, empezaba a abrirse una grieta.Cerca. Muy cerca. Justo delante de él...Dio un paso atrás y se colocó en posición de lucha.¡Crac!No se trataba de una hendidura pequeña. La sacudida de la tierra al abrirse, hizo que Sonny, cayera al suelo de rodillas.A su lado, Buena Suerte relinchó presa del pánico y retrocedió, levantando las patas delanteras. Sonny, percibió que la Guardia de Janos, al completo, había sido alertada y supo que quienes estuvieran disponibles acudirían, corriendo al lugar.El cielo se ondulaba. Sonny, vio que la reina del Aire y la Oscuridad, en persona, acechaba desde lo alto de la estatua, que

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ocupaba como si de un trono se tratara. Mabh, aparecía recortada contra el cielo, flanqueada por dos espadas inmensas, que se cruzaban. Por pura diversión, Mabh, había invocado a dos calabazas de Halloween y las había ensartado en las puntas de las armas. Encendidas como antorchas, iluminaban la corte improvisada de Mabh, con su brillo siniestro.

–Espero, que este encuentro os resulte conveniente, guardián –dijo con voz lánguida–. Estaba ultimando unos asuntos con una dama de mi corte, y nos hemos retrasado un poco.A la luz mortecina de las calabazas, que hacían las veces de antorchas, Sonny, entrevió una imagen espantosa. De los dedos largos y ganchudos de Mabh, pendía Cloe, la sirena, como una muñeca de trapo, inerte, sostenida de la mata de pelo enmarañado. Le salía sangre por la boca y por los rasguños de sus delgados miembros. Inconsciente, gemía de dolor.–Mabh, mi señora –dijo Sonny, haciendo esfuerzos por mantener la firmeza en la voz–. No sabía que vos... recorríais los caminos de los mortales.–Ah, qué diplomático –dijo ella con voz susurrante–. Qué encantador. Si te refieres a las cadenas que Oberón, y esa bruja de Titania, me impusieron para limitarme a los confines de mi reino, aquí siguen. Agitó un pie sin esfuerzo, y Sonny, vio el grillete que le ceñía el tobillo y una cadena plateada, que desapareció enseguida, en una grieta al rojo vivo, que se había abierto en el cielo. Allí, donde el grillete tocaba la carne, se veían rozaduras y heridas abiertas–. Todavía estoy atada, pequeño jano. Pero, recuérdalo bien, no por mucho tiempo.–El mío es escaso, señora. Esperaba encontrarme, sólo con vuestras... emisarias.–Con mis arpías. –La reina alzó la vista al cielo, pero las arpías de tormenta no se veían por ningún lado–. Deben de estar por ahí, martirizando a uno que otro noctámbulo, supongo. No importa. ¿Has cumplido con la misión que te fue asignada?Sonny, miró a Buena Suerte, antes de responder.–Por supuesto. Pero, primero, hablemos del deseo que debéis concederme.

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Mabh, puso los ojos en blanco, como resignada. Sonny, pasó por alto ese gesto y prosiguió con voz firme:–Os haréis cargo del animal y no le infligiréis ningún daño.Mabh, entrecerró los ojos.–¡Osas llamar “animal”, a mi preciosidad pelirroja?–Teniendo en cuenta, que vuestra “preciosidad pelirroja”, posee un extraordinario poder destructivo latente, prefiero no elevar su estatus y contemplar solamente su condición de “animal”. –Optó por no informar a Mabh, de que el kelpie, había hecho amigas, pues era un dato que podía usarse en contra de todos ellos. Sonny, seguía expresándose con calculada frialdad; sin embargo, susurró entre dientes–: Lo siento, Buena Suerte. No te ofendas. ¿Qué decís entonces Mabh?–No me respetas –protestó Mabh, esbozando una sonrisa maliciosa.–Para ser respetado, hay que respetar –respondió Sonny, encogiéndose de hombros.La reina de la Penumbra, soltó una carcajada alegre, que resonó como una campanilla.–¡Me caes bien! Eres un jovencito con carácter. Y yo que creía, que Oberón, te malcriaría y haría de ti un niño blando... Muy bien. Te concedo el deseo. Y ahora cumple tú con tu parte del trato. Entrégame a mi preciosa muchacha.Sonny, desató la cuerda que Buena Surte, llevaba al cuello y, propinándole una palmadita en el flanco, le hizo avanzar.–En realidad es un muchacho, por si os interesa saberlo.Mabh, miró alternativamente al kelpie y a Sonny, hasta que, finalmente clavó en éste su mirada furiosa.–A tus bromas, les falta un componente imprescindible, mi querido arrebatado. El humor. Y ahora, dime, ¿dónde está mi hija?–Vuestra...A Sonny, se le helaron las entrañas. Reprodujo mentalmente la escena que había vivido con la arpía de tormenta en su apartamento, repasándola varias veces: “Este reino, oculta algo que pertenece a Mabh. ¿Lo sabías?”, le había dicho la arpía.

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“Quiere, que le sea devuelto. Fue enviado aquí por error. Encuéntralo. La reina te concederá un deseo.”Había cometido la torpeza, de inferir una conclusión de las palabras de la arpía. Había dado por sentado, que la arpía se refería al kelpie perdido, y no se había molestado en aclararlo.Sonny, comprendió súbitamente, con claridad meridiana, que se había confundido desde el principio. La que pretendía dar inicio a la Cacería Salvaje no era Mabh.Sino Oberón.Con la intención de asegurar, su permanencia en el trono del reino Maligno, el rey de los duendes y las hadas, estaba dispuesto a sacrificar a su propia hija. A su hija... y a Mahb. Y de paso, lograría que Sonny, le ayudara y echara la culpa a Mabh, del inicio de la Cacería Salvaje.Una tristeza inmensa, se apoderó de él, pero al instante, se vio reemplazada por una furia glacial.Mabh, entrecerró los ojos verdes, resplandecientes, unos ojos que, de no ser por la crueldad que expresaban, Sonny, habría reconocido al instante, pues eran idénticos a los de Kelley.La reina se echó hacia delante.–Mi arpía te transmitió el trato, ¿no es así?–Crípticamente –balbució el jano, apretando los puños y los dientes–. Y con una manera de expresarse precaria y ambigua.–Pero, tú te mostraste de acuerdo. Entonces y ahora.–No.–Y en lugar de traerme a mi hija –dijo la reina de la Penumbra, esbozando una sonrisa peligrosa–, me traes un poni.–Yo...–Si tenías alguna duda, jano, se te pasó el momento de despejarla. –Sus ojos emitieron un breve destello.–Yo supuse que... –dijo.–”Suponer”, es peligroso.–Señora, la culpa es mía. Pero tiene que haber algo que...–El trato era sobre la chica.–No.–¿Dónde está? –Susurró Mabh–. No has respetado el pacto. Tienes que decírmelo.

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–N... no. –Sonny, cayó postrado de rodillas y sintió que la cabeza se le iba hacia atrás, como si alguien le tirara del pelo. Abrió mucho los ojos, a pesar de que su intención era cerrarlos con fuerza.–Oh –ronroneó Mabh, mientras penetraba en su mente desde su atalaya–. Oh, esto es maravilloso... Gracias a ti, pequeño jano, mi confinamiento va a terminar. Ya conoces las reglas. Tu pacto incumplido, me concede el poder de tomar lo que me prometiste y no me has dado. Y, para eso, me va a hacer falta la libertad. –Sonrió maliciosamente, al mismo tiempo que el grillete y la cadena que le rodeaban el tobillo, perdían consistencia e intensidad, hasta convertirse en una llama plateada insustancial, y se cerraba el pasadizo abierto en el cielo–. Gracias a tu encantadora incompetencia, podré ir y venir cuando me plazca. Podré entrar en la Taberna de Herne y obrar a mi antojo para recuperar lo que no me ha sido entregado. Y, ya de paso, aprovecharé para sembrar un poquito la destrucción.Se rió complacida.Para Sonny, aquellas carcajadas, eran el sonido que marcaba el fin del mundo.–Esto ha salido mejor de lo que esperaba. Gracias por las molestias, arrebatado. No lo olvidaré. –Mabh, levantó una mano y rasgó el cielo para crear otra abertura en el aire, que era como una herida.Un instante, antes de que se colara por ella, varios integrantes, de la Guardia de Janos, irrumpieron entre los árboles, a unos diez metros de donde se encontraba Sonny.–¡Cloe! –Gritó Sonny–. ¡Mabh, perra! ¡Suéltala!Cloe, gimió, y la reina de la Penumbra, pareció percatarse en ese momento, de que sujetaba a la sirena por el pelo, a más de cinco metros del suelo. Y satisfizo el deseo de Sonny. La soltó.Maddox, llegó casi a tiempo de recogerla. Sonny, torció el gesto, al ver que su cabeza rebotaba en el suelo.Cuando su amigo le pasó un brazo por la cintura y la incorporó, la sirena se aferró a su manga y Sonny, oyó que murmuraba: “Yo no quería decírselo, pero él me amenazó con quitarme la música.”–Di, Cloe, ¿de quién hablas? –le preguntó Maddox.

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–De Oberón. Y de la chica. –La encantadora voz de la sirena, se había visto reducida a un susurro–. Mabh, se enfadó al descubrir que se lo había dicho... Según ella, Oberón, quiere hacer daño a esa joven...–Tranquila...–Dile a Sonny... que lo siento...La mano de Cloe, cayó, inerte, sobre la tierra.Sonny, se abalanzó hacia la estatua, emitiendo un rugido.¿Mabh quería pelea? Pues iba a tenerla. Sentía que el resto de la guardia avanzaba tras él. Pero Mabh, acarició al caballo de la estatua y el animal de piedra relinchó y echó hacia atrás su inmensa cabeza de bronce. El suelo tembló, como si se hubiera desatado un terremoto y los janos, cayeron al suelo como muñecos. Se escuchó el chasquido delmetal. Por encima de sus cabezas, la figura de aquel rey remoto, descruzó las espadas. Las patas enormes del caballo se liberaron del pedestal y los guardianes se levantaron una vez más para unirse a la batalla contra aquella efigie de bronce y ojos–¡Feliz Halloween, chicos! –Exclamó Mabh, desapareciendo de su vista–. Me voy a recuperar a mi hija.La grieta del cielo, giró en espiral hasta cerrarse sobre sí misma, y una lluvia de calabazas en llamas, cayó sobre la tierra.

TREINTA Y TRES.

¿Aceptáis pasear conmigo, señora? –le preguntó

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Herne a Kelley, inclinando la cabeza cuando, tras dejar atrás la isla de Avalón, regresaban a la Green.Ella le sonrió y pasó la mano por detrás de su brazo musculoso. Mientras deambulaban por los jardines, se encontraron con una reunión de lo que parecían setos vivientes; uno de ellos, recortado en forma de caballo, subía y bajaba las patas delanteras. La crin y la cola, recubiertas de hojas, crujían con sus movimientos. Kelley, pensó en Buena Suerte y sintió una punzada de ansiedad.El kelpie le preocupaba. Y Sonny, también, pues había ido a entregárselo a un ser temible, del que ella sólo había oído cosas desagradables. Lo cual resultaba difícil de comprender, porque el hombre que caminaba a su lado, había amado en otro tiempo a la reina de la Penumbra.Lo había visto durante la visión que le había proporcionadoSonny.

–La amé, en los días en que no era tan oscura –murmuróHerne–. Y ella me amaba a mí. A veces el amor, puede ser algo terriblemente destructivo, señora. He pasado vidas enteras intentando reparar lo que el amor me obligó a hacer.–¿Podéis leerme los pensamientos? –le preguntó Kelley, a la defensiva.–No –se rió Herne–. Sólo la expresión de vuestro rostro.Habéis visto el caballo y habéis fruncido el ceño con gesto pensativo. No me ha resultado difícil interpretarlo.–Ah.–Pero, de ahora en adelante, al menos cuando estéis con los de vuestra especie, deberíais aprender a dominar vuestros pensamientos. O al menos a impedir que se reflejen en vuestra cara. Eso, naturalmente, en el caso de que pretendáis aceptar vuestros derechos de cuna.–Vos creéis que me resultaría peligroso asumirlos.–Os corresponden por nacimiento, y la decisión es vuestra y sólo vuestra –dijo Herne–. Pero os advierto, señora. Hay quien no se muestra precisamente impaciente, porque lo hagáis, porque aceptéis esos derechos. Entre ellos, el rey Maligno.

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–¿Mi padre? ¿Por qué?–Sólo los descendientes directos de Oberón, pueden heredar el trono. Y los tronos de los reinos feéricos, deben estar siempre ocupados.–Es decir, que si no hay heredero, Oberón, no debe preocuparse por tener que ceder alguna vez su reino –reflexionó Kelley, en voz alta–. Pero, yo creía que los duendes y las hadas eran inmortales.El Cornúpeta, levantó una mano.–Sí y no. Los duendes y las hadas son inmortales, en la medida en que no envejecen ni enferman. Pero aún así, se les puede matar.Claro, recordó Kelley. Eso es precisamente lo que hace Sonny.Kelley, regresó a sus pensamientos y a lo que le había dicho Oberón.Herne seguía hablando.–Así es, para todos los gobernantes del pueblo feérico. Los reyes y reinas de duendes y hadas, viven protegidos por el poder que les confieren sus tronos. Sin herederos, nadie puede cuestionarlos y, perviven sin enemigos mortales.–De modo que... yo soy, de hecho, una amenaza para Oberón.–Podríais serlo. Pero también sois una poderosa aliada, pues duplicáis la fuerza de la Corte Maligna. –Herne, se encogió de hombros–. Yo no sé cómo os ve Oberón. Es de los que se guardan para sí, sus pensamientos y, no sabría deciros, qué le pasa por la mente.–Me ofreció hacerme humana.–Eso ya indica algo. Pero, claro, si lo hizo por su bien o por el vuestro, eso no lo sé.El cazador esbozó una sonrisa bondadosa, comprensiva.–Piensa bien en la decisión que debes tomar, Kelley Winslow. Yo, como ser que ha vivido una vida muy larga, atrapado en las redes de los duendes y las hadas, te recomendaría precaución cuando tengas que enfrentarte a sus maquinaciones. A veces, resulta difícil distinguir los amigos, de los enemigos. Y en ocasiones son los mismos.–¿Tiene poder para hacerlo? –Le preguntó Kelley–. ¿Para hacerme humana?

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–Hasta cierto punto –respondió Herne–. En tanto que, señor de la Corte Maligna, puede retirarte el poder del trono maligno, que por derecho de cuna te corresponde. Pero, sólo si tú estás dispuesta a renunciar a él voluntariamente.–Entiendo.Herne, se detuvo.–Si alguna vez, decidierais hacer algo así, señora, yo de vos pediría algo a cambio. Un regalo de ese valor, no debería costar poco. Ni siquiera a un rey de las hadas.–Intentaré tenerlo en cuenta, gracias.Herne, reanudó el paso.–¿Sabéis? Asumís todo esto con gran entereza –le dijo, esbozando una sonrisa, como si le estuviera leyendo los pensamientos una vez más.–No, en absoluto –discrepó ella–. No termino de aceptarlo, y me parece que estoy soñando. –Le puso la otra mano en el brazo y se lo apretó–. Pero la verdad, es que se trata de un sueño bastante agrada...De pronto, Herne el Cazador, la agarró por los hombros y la arrastró hasta una columna revestida de espejos, donde una calabaza encendida y sonriente iluminaba la noche. El golpe hizo que la temible hortaliza reventara y se convirtiera en una bola de fuego al estrellarse contra las losas del patio.A su alrededor, los duendes y las hadas, empezaron a gritar, algunos de ellos, presas del pánico pero la mayoría encolerizados. La Green era un santuario, y alguien lo había violado.–¿Dónde está mi hija? –exclamó, con voz aguda, el espectro terrorífico, que apareció en el cielo, vestido con un manto cubierto de alas de cuervo, un espectro de pelo rojo enmarañado y ojos verdes, centelleantes.En la mente de Kelley, surgió una especie de revelación.Tienes los mismos ojos que tu madre, le había dicho Oberón.Mabh.La reina del Aire y de la Oscuridad era su madre.–¡A la princesa! –Rugió Herne–. ¡Proteged a la muchacha!A su alrededor, los duendes y las hadas perdidos, brillaban y se movían sin parar. Tras pronunciar invocaciones apresuradas, en

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sus manos finas y largas, aparecieron armas de todas las clases. Kelley, vio a seres que emergían de las profundidades de las fuentes, criaturas con garras y dientes, que blandían estacas y hachas; y a otras, que no las necesitaban.El lugar se sumió en el caos, y Kelley, logró a duras penas, quitarse de en medio para que no la pisotearan quienes intentaban protegerla.En el cielo, sobre la cabeza de Mabh, vio otros espectros cubiertos con capas y capuchas, que aullaban maldiciones y desencadenaban tormentas, de efectos devastadores contra los guerreros feéricos. Al instante, supo qué eran.Las arpías de tormenta de Mabh, pensó aterrada. Han venido a por mí.Algo horrible, debía de haberles sucedido a Sonny y a Buena Suerte.Agachándose, corrió hacia la pérgola alargada, que conducía a la orilla del lago de Avalón. Pero había tantos caminos, que no tardó en perderse. Abrió de un golpe dos puertas de roble, las traspasó y salió al aire frío de la noche, y se encontró súbitamente en el aparcamiento de la Tavern on the Green, en pleno Manhattan, de nuevo en el reino de los mortales.Un grupo de noctámbulos disfrazados salió en tromba tras ella, franqueando las mismas puertas.–Feliz Halloween, señorita –dijo uno de ellos, moviendo en dirección a Kelley, la punta de su sombrero de brujo.Ella observó, entre perpleja y horrorizada, que algo, que se parecía a un mono aullador con alas de murciélago, surgía de entre los áboles y, abalanzándose sobre el desprevenido noctámbulo, le arrancaba el sombrero y lo rompía en pedazos. Antes de que sus garras se hundieran en la carne de la víctima, Kelley, gritó para que la gente huyera. Con una mano, se arrancó el amuleto de trébol que llevaba al cuello, mientras agitaba, la otra instintivamente, instando a aquella horrible criatura a que se alejara de allí. En torno a ella, brilló una aureola de resplandor intenso.

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Se oyó un chasquido, y aquel ser desapareció con expresión de gran sorpresa en el rostro. Kelley, cayó de rodillas, su brillo amortiguado, agotada.A lo lejos se oían sirenas, gritos. Guardó el amuleto en el bolso diminuto que llevaba colgado de la mano y echó a correr.

Tras caerse de bruces por tercera vez, Kelley, decidió quitarse aquellos ridículos zapatos de tacón, sin pensar en el frío ni en la gravilla del sendero. En la distancia se oían más gritos de terror, que surgían de gargantas humanas.Corrió colina arriba y al llegar a lo alto, contempló un panorama que bien podría haber pintado El Bosco: “demonios, torturando las almas de los condenados al infierno.” Los janos deben de estar desbordados repeliendo el ataque de Mabh, y sus secuaces, pensó Kelleym desesperada; además, las puertas del Samhain, se han abierto de par en par, y nadie las custodia. Toda clase de horrendas criaturas del Otro Mundo, se colaban entre las grietas. Cualquiera, con la mala fortuna de encontrarse en el parque, era cazado y atormentado, por seres que nadie había imaginado jamás. Kelley, veía criaturas recubiertas de púas, criaturas fieras, pálidas, huesudas y con ojos desproporcionados que se internaban en el parque con malas intenciones.Por todas partes, oía el sonido estridente de las sirenas.Ni toda la policía de Nueva York, podría competir con aquel enjambre de monstruos; incluso los cuerpos de élite, no serían más que alimento para aquellas criaturas mágicas. Debía hacer algo, y cuanto antes. Tenía que encontrar a Sonny. O, si no, debía encontrar a la única persona con poder para ayudarla.A medida que recobraba las fuerzas, la luminosidad regresó a su piel. Se concentró, y el resplandor menguó, al mismo tiempo, que dirigía hacia sí misma todo el poder del quepodía hacer acopio, y después lo soltó, forzando a su conciencia a ir en busca de su padre.Cuando la presencia de Oberón, apareció en su mente, sintió como si le hubieran echado encima, una bola de nieve grande y dura. De pronto, supo dónde se encontraba; sólo tenía que llegar hasta allí. Deprisa.

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Medio avergonzada por tener que hacerlo, Kelley, se volvió y contempló brevemente las alas brillantes, suspendidas a ambos lados de su espalda. Recurriendo únicamente a su voluntad, logró que se agitaran, cada vez con más fuerza. Notó que se elevaba sobre el suelo y experimentó una sensación de triunfo. Pero entonces sintió que le fallaba la concentración. Las alas se arrugaron y cayó hacia delante, hasta aterrizar de bruces sobre las hojas caídas.Mientras maldecía, se levantó y echó a correr.

TREINTA Y CUATRO.

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¡Herne! –Gritó Sonny, para hacerse oír por encima del estruendo–. ¿Dónde está Kelley?Mirara donde mirara, la Green estaba destrozada, había cristales rotos y pedazos de mesas esparcidos por los suelos de mármol. Con inusitada ferocidad, seguían luchando reductos de duendes perdidos contra seguidores de Mabh. La sangre se encharcaba sobre las baldosas, y los líquidos rojos y rosados se confundían con salpicaduras verdes y amarillas.Sonny, llegó junto al Cazador, enfrascado en la batalla, que blandía una gran hacha, describiendo con ella parábolas imponentes.–¿Dónde está Kelley? –volvió a preguntarle.–¡La hemos perdido durante la batalla! –respondió Herne, a gritos, para que Sonny, pudiera oírlo–. Ha salido corriendo hacia el parque –Bajó el hacha y asestó un golpe certero, a algo de aspecto macabro y furioso, que al momento quedó con la cabeza partida por la mitad–. ¡Ve a por ella! ¡Y encuéntrala, antes de que lo haga Mabh! ¡O de que suceda algo aún peor!Sonny, se giró en redondo y atravesó el patio a toda velocidad. Todos los janos estaban ocupados con la violenta estatua del rey. Todos, excepto Maddox. Tras reunirse con él en el patio –y con Buena Suerte, pues el kelpie no parecía dispuesto a alejarse de él–, Sonny salió en tromba por las puertas de la Green, seguido de cerca por sus compañeros. En el aparcamiento desierto se detuvieron el tiempo justo, para que Sonny orientara su percepción extrasensorial en dirección a la llama única que emitía Kelley.

–Por aquí –dijo, apenas la vio con el ojo de su mente.La mecha de Polvorilla chisporroteaba con gran intensidad.Le habría resultado imposible no verla.Sonny, siguió corriendo hacia el sur, por el sendero que nacía en el aparcamiento, pero antes de que él y Maddox, hubieran dado doce zancadas un roble que se alzaba frente a ellos, cayó fulminado y se partió en dos.

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Sonny, empujó a su compañero para apartarlo del camino, al mismo tiempo que miles de astillas, afiladas como agujas, saltaban sobre ellos. El aire se onduló, y les llegó un penetrante olor a podrido. Buena Suerte, puso los ojos en blanco y abrió los ollares.Un pequeño ejército de duendes fornidos, parecidos a trolls, rodearon a los dos janos y al kelpie blandiendo hachas y lanzas. Eran los Gorras Rojas, así llamados por su desagradable costumbre de empaparse las gorras con la sangre de aquellos a quienes degollaban.–Y tú que creías, que los malos eran los piskies –gruñó Maddox, agazapándose a la defensiva, junto a Sonny.Uno de los Gorras Rojas, se lanzó contra ellos y Maddox, lo recibió con una llave de yudo y una patada que estuvo a punto de arrancarle la cabeza. La lanza que portaba, saltó de sus manos de pronto inertes, y Maddox, la recogió al vuelo. A su lado, Sonny, extrajo sus bastoncitos de roble, fresno y arce y susurró el hechizo que los transformaba en afilada plata. Buena Suerte, piafó con las patas delanteras y las traseras.La batalla se intensificó, hasta que, inesperadamente, descendieron refuerzos del cielo. Fennrys el Lobo, surgido de la nada, dio un salto y se plantó en medio del fragor. Tras destrozar a dos Gorras Rojas, con sus propias manos, y con los ojos negros embriagados de la locura de la guerra, se volvió hacia Sonny y le dedicó una sonrisa enloquecida.–Maddox, y yo, abriremos camino. Móntate en ese maldito caballo y parte al galope, muchacho.Maddox, asintió. Sonny, se subió a la grupa de Buena Suerte, y el kelpie atravesó el pasillo abierto por Maddox, y el Lobo.Gracias a los dioses, Tyffanwy, se había ocupado de quitarle todos los talismanes. Sin ellos no habría habido Caballo Ruano, que montara el Jinete, y Sonny, había podido hacerlo sin temor a desencadenar la Gran Cacería.La velocidad del caballo, le iba a resultar muy necesaria para encontrar a tiempo a Kelley, antes de que Oberón, o Mabh, llegaran a ella. Mientras Buena Suerte, remontaba velozmente una colina, Sonny, vio el tiovivo de Central Park recortado contra

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el cielo a la pálida luz de la luna. Una única nota desgarradora surcó el aire inmóvil de la noche.Una nota emitida por el cuerno de guerra de Mabh.Bajo los muslos de Sonny, Buena Suerte, se levantó sobre las patas traseras, como si quisiera descabalgar a su jinete.Sonny, habría desmontado con gusto, pero cuando intentó hacerlo, descubrió que no podía mover las piernas.Pegó con fuerza las rodillas a los flancos del animal, y la mano se le agarrotó, aferrada a la crin de Buena Suerte.El cuerno tocó su nota por segunda vez.Sonny, más que verlos, oyó los amuletos que tintineaban en la cinta que Tyffanwy, le había atado en el flequillo.Alargó la mano y tiró del cordón que se soltó, mostrando tres cuentas de ónice ocultas en la crin del kelpie. El hechizo que las había vuelto invisibles hasta ese momento, era tan sofisticado, tan perfecto, que no era de extrañar que ni él, ni Tyff, hubieran reparado en ello.Sonny, metió la mano libre en la mochila y encontró las tres piedras del sendero del lago. Las que le había mostrado a Oberón.Eran eso, ni más ni menos. Piedras. Guijarros comunes y corrientes sobre las que se había pronunciado un encantamiento para que pareciera que se trataba de las gemas de ónice, que el kelpie llevaba atadas a la crin.Y el muy ladino se quedó ahí sentado, fingiendo, implicando a Mabh, pero sin decir claramente que era ella, pensó el jano con amargura, mientras arrojaba las piedras al suelo en un arrebato de ira. Ya sé de dónde le vienen a Kelley, sus dotes interptetativos... Su padre es un ador consumado.El kelpie, agitó la cabeza con violencia. Sonny, notó que los músculos del animal se hinchaban y tensaban, y que su masa corporal aumentaba y se calentaba, como si un gran horno interior le insuflara una nueva vida.Una tercera y última nota siniestra, rasgó el aire nocturno. El kelpie dio un salto en el aire, y el joven jano sintió una segunda oleada de calor que le nacía en el lugar donde, hasta hacía apenas un instante, latía su corazón.

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Jamás habría debido montar a lomos de aquel kelpie.Se maldijo amargamente.Otro error grave, Sonny.Y aquél, fue su último pensamiento coherente.Un gran vacío se extendió por su pecho, arrasado por un fuego abrasador y de pronto, ya no le parecía tener motivos, para resistirse a aquella furia que lo consumía por dentro. El bravío semental brincó en el aire. El único impulso que perduraba en Sonny, era el de cazar.Y el de matar.

TREINTA Y CINCO.

Las notas del cuerno de guerra, llegaron hasta Kelley. Sin dejar de correr, se tapó los oídos con las dos manos y cerró los ojos. No tardó en tropezar con el cuerpo que yacía en el sendero de gravilla: una aparición ensangrentada, de ojos desbocados.Era Bob.Al boucca, le faltaba el aire. Se diría, que había acudido desde el teatro corriendo como un loco. Alargó un brazo en dirección a Kelley, e intentó hablar, pero era como si unas manos invisibles le oprimieran la garganta y le cubrieran la boca. La muchacha, instintivamente, supo qué le sucedía: no era sólo que a Bob, le costara respirar, sino que estaba hechizado.Se esforzaba por decir algo, pero no le salían las palabras. En las comisuras de sus labios verdes, rezumaba una espuma rosada.

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De pronto, como si las palabras de Shakespeare, tuvieran vida propia, balbució una cita que correspondía a un fragmento de la obra.

—”De aquí para allá, de allí para acá —cantó, torciendo el gesto a causa del esfuerzo, que le costaba llevar aquellas frases más allá de sus dientes apretados—. Soy temido en todas partes. Duende, aplícales tus artes. —Bob, señaló detrás de él, con dedo tembloroso—. Soy temido en todas partes. Duende aplícales tus artes.”Kelley, quería ayudar al boucca, pero se descubrió mirando más allá del lugar, en el que Bob, se retorcía de dolor, en dirección al camino, a lo alto de la colina... al tiovivo.

Una energía oscura y brillante chisporroteaba y bailaba sobre los contornos del carrusel. Las puertas de seguridad, cerradas a cal y canto durante la noche, se ondulaban como en un espejismo y se desvanecían. Unas luces fantasmagóricas se movían y jugaban en las sombras oscuras bajo el techo del carrusel, sobre el que se cernían nubes de tormenta. A lo lejos, en la distancia, Kelley, oyó el aullido de lo que parecía una jauría de perros fantasmas.Presa del pánico, sólo pensaba en esconderse. En volverse invisible.¿No le había asegurado Sonny, que podía hacerlo?Los aullidos le llegaban con más fuerza.Kelley, rodeó a Bob, con los brazos y deseó con todas sus fuerzas, sus fuerzas desesperadas, aterradas, poder desaparecer. Bajó la vista y vio que los ojos verdes y pálidos del boucca, se abrían mucho, antes de desaparecer... junto con ella.Kelley, oía la respiración entrecortada de Bob, notaba sus extremidades temblorosas en contacto con su piel. El esfuerzo que le había supuesto realizar aquel hechizo era tal que, por un momento, pensó que iba a desmayarse. La oscuridad amenazaba con abatirse sobre ella, pero Kelley, resistía y aferraba con fuerza al duende herido.

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Cuando pudo ver de nuevo con claridad, dirigió la mirada hacia el tiovivo, y la advertencia de Bob, se le tornó de pronto clara diáfana.El carrusel empezaba a moverse en círculos, envuelto en un humo espeso y brillante. En el aire, el magnífico caballo que antes era Buena Suerte, galopó hasta quedar suspendido sobre él. Relinchó y piafó, mostrando dientes y pezuñas, sus largas extremidades cubiertas de llamaradas. En la grupa, el Jinete se mantenía erguido sin esfuerzo, a pesar de las cabriolas de su montura.Kelley, sintió que le fallaban las fuerzas y que las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Durante un breve instante, el velo que tanto esfuerzo le había costado crear, se desvaneció. La mirada del Jinete, se dirigió hacia ella, y sus ojos se clavaron en los suyos un momento. Ella gritó su nombre: pero su expresión se mantuvo remota.Gélida, despiadada.Sonny...La musiquilla alegre y ligera del tiovivo, se convirtió entonces en una cacofonía de gritos de guerra, y Kelley, se echó hacia atrás, asustada. Observó con horror, que los caballitos de madera del tiovivo se retorcían y cobraban vida, adoptando una apariencia terrorífica. Sus pesadillas se estaban convirtiendo en realidad ante sus propios ojos. Unos duendes cazadores, ávidos de sangre, surgían, vivos también, sobre sus grupas.Los aullidos de los perros fantasmas, se oían cada vez más cerca.Kelley, concentró sus escasas energías en la reconstrucción del velo de invisibilidad, que apenas sabía cómo crear. Bajó la mirada y constató que Bob, se desvanecía una vez más, al mismo tiempo que, la Cacería Salvaje iniciaba su andadura en plena noche.Entonando sus terroríficos cantos de combate, los cazadores cabalgaban por el cielo al encuentro de su jefe, el Jinete del Caballo Ruano. Se les unió una jauría de aullantes perros fantasmas, surgidos entre los árboles, que saltaron por los aires, abriendo las bocas muy cerca de los caballos. Kelley, miró de nuevo a Sonny. Una ráfaga de viento, agitó con violencia sus cabellos negros alrededor de aquel rostro hermoso, distante,

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mientras con mirada frenética recorría el lugar en que la había visto hacía apenas un instante, acobardada junto a Bob. Kelley, susurró su nombre, pero Sonny, miró a través de ella sin verla. Frunciendo el ceño, airado, levantó la espada y aulló salvajemente, sujetando las riendas de su fiero corcel.Y así, ascendieron por un sendero en espiral que se elevaba más y más, adentrándose en la tormenta, seguidos por los integrantes de la Cacería Salvaje.

Todo aquello era culpa de ella. Incluso, aunque no hubiera llegado a saber quién o qué era, todo lo que sucedía era a causa de ella. Cuando la partida de caza galopaba y a sobre las copas de los árboles y desaparecía de su vista, Kelley, se desprendió del velo que la hacía invisible. Le temblaba todo el cuerpo, por el esfuerzo realizado para mantenerlo, aunque, hubiera sido sólo durante un tiempo tan breve. Acurrucado en su regazo, Bob, seguía intentando respirar, incapaz de pronunciar ninguna palabra. Desesperada, buscó el amuleto que había guardado en el bolso y se lo puso. Los jadeos suplicantes del boucca, cesaron apenas la aureola protectora del talismán lo envolvió, y miró a Kelley, con ojos de agradecimiento.—¿Qué te ha sucedido? —le preguntó, con un nudo en la garganta, emocionada al verlo de nuevo recuperado.—Oberón... —balbució entre toses roncas—. Ha venido al teatro a buscarte y, no le ha sentado bien que yo no quisiera decirle dónde estabas... He venido a advertirte. Estábamos equivocados. La Cacería... No era Mabh. Era él. No quiere que regreses. Lo que quiere es que desaparezcas. Que mueras.—Pero... ¡es mi padre!Bob, intentó esbozar una sonrisa sardónica, pero el gesto quedó en una mueca de dolor.—Me temo, que no te ha enviado demasiados regalos de cumpleaños.—Gracias a ti, Buen Chico, ignoraba mi dirección. La atronadora voz del rey de los duendes y las hadas hizo que Kelley, diera un respingo. Al girarse, vio que se agachaba para recoger algo sobre

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la hierba, junto al carrusel vacío. Cuando se incorporó, vio que Oberón, sostenía un gran cuerno de guerra, de bronce.Se puso en pie y se plantó frente a Bob, para protegerlo. Sin el escudo del amuleto que había llevado toda su vida, sentía que el poder, a pesar del agotamiento, corría a borbotones por sus venas. El aire parecía cargado, eléctrico, al contacto con su piel.—Impresionante —dijo el rey, mientras avanzaba colina abajo, en dirección a ella, recorriéndola con la mirada, posando los ojos en sus alas plateadas. Se detuvo a su lado y le sonrió con frialdad—. Bien, de tal palo tal astilla.—Yo no me parezco a ti en nada —masculló Kelley—. Y no seré como tú en nada.—¿Qué serás entonces? Es evidente, que ya no perteneces a este mundo.A lo lejos, se oían gritos de seres humanos, víctimas de la Cacería Salvaje y de los demás duendes que cometían sus fechorías por la noche.—O de lo que quede de él, una vez ellos terminen con todo —añadió Kelley, con voz vacilante.—Por supuesto, todo esto tiene remedio. Pero sólo yo puedo remediarlo. —La voz de su padre se suavizó—. Olvida tus pretensiones, muchacha. Renuncia al poder maligno que habita en ti. Hazlo y yo te proporcionaré los medios para detener la Cacería Salvaje. Con mi ayuda, podrás mantener este mundo a salvo y rescatar a Sonny Flannery, de su destino de Jinete. —Señaló hacia el cielo con el cuerno—. Salva al hombre al que amas, hija.—Preferiría que no me llamaras así —masculló. Por más poderosa que fuera ahora, con su don mágico desencadenado, era consciente de que todavía le faltaba mucha experiencia. Ni siquiera sabía volar. Era imposible que pudiera detener la Cacería. No sin ayuda.—¿Cerramos el trato entonces?—¿Qué diablos te parece a ti?—Me temo que necesito oírtelo decir —repuso él fríamente.—Sí, maldito seas, sí. —Kelley, reprimió un sollozo—. Dame lo que me hace falta para detener la Cacería Salvaje y salvar a Sonny. —

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Alzó la vista y la clavó en los ojos fríos y oscuros de su padre—. Hazlo y permitiré, que me arranques el poder maligno de la sangre —susurró ella.—Trato hecho —dijo Oberón, dando un paso hacia ella.—Espera. —A lo lejos, Kelley, vio que una de las arpías de Mabh, lanzaba relámpagos sobre un carruaje tambaleante. Y recordó lo que Herne, le había aconsejado—. Yo también quiero algo a cambio.—¿Qué?—Mientras me ocupo de detener la Cacería, “papá” —gruñó—, quiero que saques a “mamá” y a su pandilla de chifladas de mi parque. Y esta vez, asegúrate de que no regrese jamás.—Será un placer, querida. —Oberón sonrió, magnánimo, y separó mucho los brazos—. Será un gran placer.

El rey, posó la mano sobre la cabeza de Kelley, y susurró una palabra. De pronto, fue como si la canción de poder de Kelley, pasara de melodía tocada con silbato, a música sinfónica interpretada por una orquesta. Todo el parque se iluminó con su luz.Luego, con la misma rapidez, se hizo el silencio. La oscuridad.Kelley, cayó de rodillas, vacía. Demasiado vacía, incluso para llorar.La piel de su padre, resplandecía con una luz que le pertenecía a ella, y sus ojos mostraban una calidez, que hasta ese instante, no tenían. Kelley, contemplaba cómo absorbía su don hasta apoderarse de él por completo. Entonces, la luminiscencia menguó y sus ojos regresaron de nuevo a la oscuridad.—Está bien —dijo ella al fin—. ¿Cómo hago para parar la Cacería?El rey la miró, tan distante de nuevo como una estatua de mármol.—Yo no puedo decirte cómo. Pero te he proporcionado los medios, con los que has de poder llevar a cabo la misión. El resto deberás averiguarlo sola.—¿Qué?—Buena suerte, chiquilla.Oberón, se volvió, dispuesto a irse.

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Kelley, estaba furiosa.—Eres un auténtico hijo de perra, ¿lo sabías?

—Puede ser, sí —admitió Oberón, contemplándola con cierta tristeza en la mirada—. Pero, por desgracia para ti, tú eres hija de una. Tenlo presente.Le acarició la mejilla y, girando sobre sus talones, se internó en la noche. Transformado súbitamente en halcón, extendió las alas y se alejó volando, con el cuerno de guerra de Mabh, sujeto a las garras.Kelley, se volvió hacia Bob, que seguía tendido en el suelo, exangüe. Tal vez, el amuleto lo hubiera librado de recibir más ataques, pero seguía malherido.—Bob —le susurró, zarandeándolo hasta que gruñó—. ¡Bob! ¡Puck! ¡Despierta! ¡Ya están aquí! ¡La caza de seres humanos ha comenzado!Por encima de sus cabezas, veía a los cazadores, que se lanzaban en picado desde el cielo, aullando con su risa cruel. Un duende cazador, perseguía a una mujer vestida con un traje de Cleopatra roto y ensangrentado. Una vez le dio alcance, la arrastró por los aires, boca abajo.—¡Cómo se ensañan con ellos!—Sí —dijo Bob, que parecía delirar—. Pero ahora sólo están jugando. No tardarán en empezara matarlos.—Pues a mí me gustaría evitar esa eventualidad en la medida de lo posible, Bob. ¿Qué hago?—Debes reunirte con Sonny. Tú eres la única que puede.—!Pero si está volando por los aires!Bob, soltó una risita y la cabeza se le fue hacia atrás.—Tú eres un hada. Usa las alas...—¡Oberón, me las ha quitado! —exclamó Kelley, desesperada.—Oh. .. —La voz del boucca, se limitaba a un susurro; sus fuerzas menguaban por momentos—. En ese caso, tendrás que buscar otra manera de hacerlo. Tienes mucho poder...—Lo tenía, Bob.—Todavía... lo tienes...

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—¿De qué estás hablando? —Le suplicó ella fuera de sí—. Oberón, me lo ha quitado. ¡Yo misma se lo he devuelto!—”Te asombras de mis palabras” —balbució el boucca, cerrando los ojos.—No, Bob, más Shakespeare, no. —Kelley, lo zarandeó de nuevo, intentando sacarlo de su trance poético. No era el momento.—”Pero estate tranquila” —añadió en un susurro, recurriendo a las mismas palabras crípticas, que ya había usado, para advertirla en el camerino-, “Las cosas mal empezadas, se fortalecen con el mal.”Y ésas fueron sus últimas palabras.

Sonny, ¿dónde estás cuando te necesito?

Aquélla, era una pregunta absurda. Lo único que debía hacer, era alzar la vista para verle surcar el cielo como un cometa, seguido por una bandada de duendes asesinos, persiguiendo a aterrados humanos por todo el parque.Kelley, buscó una respuesta en su interior. Al cerrar los ojos, descubrió que regresaba a ella la visión que había tenido durante los ensayos, hacía ya mucho tiempo, la imagen de un lugar, que ahora reconocía como el bosque de Herne, el claro en el que Mabh, había hechizado al kelpie.Mentalmente, se concentró en el otro lado del claro y vio a Sonny, una vez más, entre las sombras de los árboles. Le dedicó una sonrisa, aquella sonrisa triste, que formaban sus labios hermosos, y levantó las manos, con las palmas hacia arriba. Las ramas blancas de los álamos, a su espalda, resplandecían débilmente con los rayos de luz, que brotaban de las manos de Sonny, que se arqueaban sobre su cabeza como la cornamenta de un ciervo.El Ciervo Rey blanco...Eso era.Kelley, abrió los ojos al instante, y ahogó un grito al comprender. El rey de los duendes y las hadas, podía arrebatarle el poder de su sangre...pero seguro, que no era capaz, de hacerle lo mismo a Mabh, la reina del Otoño y de las Tierras Fronterizas. Ella, la que

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había creado la Cacería Salvaje, la que había engañado a los duendes cazadores, la que les había robado y ocultado la presa...Mabh, la reina del Aire y la Oscuridad. Su madre.Oberón, le había dicho que no olvidara quién era su madre, pero ella sentía miedo.Y Bob, le había dicho: “Lo que el mal emprende, con mal se refuerza”.Combate el fuego con fuego. Eso era lo que intentaban decirle.Tratando de ignorar en lo posible, el caos que la rodeaba, Kelley, volvió a cerrar los ojos y buscó de nuevo en su interior, más hondo aún, en pos de la chispa oscura, peligrosa, del poder de su madre.Ahí estaba.Mentalmente, alcanzó algo: energía retorcida, serpentina.Estaba enterrada tan dentro de ella, que jamás la habría encontrado, si Oberón, no le hubiera arrebatado el brillo cegador de su don maligno. La mente de Kelley, se retiró tras ese contacto inicial, a pesar de saber que tendría que usar aquel regalo oscuro. Valerse de él. Abrazarlo. Apretó los puños y, concentrándose mucho, lo buscó de nuevo. El poder del trono sombrío de Mabh, la rodeaba, asfixiante, desbordante. Volvía a ahogarse, lo mismo que la noche en que había rescatado a Buena Suerte. Hasta que, de pronto, como una llave que encaja a la perfección en una cerradura, algo cedió. Una puerta se abrió en su interior, y se sintió inundada de fortaleza y de furia. El poder de Mabh, le recorría las venas como un ácido. Estaba, a la vez, fría como la muerte y abrasada.Extendiendo las manos, rasgó el velo que separaba los dos mundos, como si fuera de una seda finísima, y abrió una brecha en el corazón del reino de Mabh.Y, sin permitirse pensar en ello, se arrojó al abismo.

El asalto a sus sentidos, le resultó casi insoportable. El hedor del terreno pantanoso era mareante, y el aire estancado se pegaba a sus brazos desnudos como una gasa mojada. Había aparecido en una especie de pesadilla. Sobre ella, unas ramas de árboles desnudas, esqueléticas, se alargaban en el aire siniestro y unos

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espectros diminutos, semejantes a insectos, se lanzaban contra ella y revoloteaban alrededor de su cabeza,zumbando y piando en tonos agudos. Kelley, no les hizo caso y se abrió paso a través del líquido espeso y fétido de aquel lodazal, en dirección a un saliente musgoso.Alcanzó el borde, y sus dedos se hundieron en la superficie mullida, mientras luchaba por salir del agua turbia.Algo invisible, se deslizó por su tobillo, y ella gritó y apartó el pie de la superficie viscosa, jadeando de cansancio y temor.Se puso en pie, con temblor de piernas y contempló el paisaje siniestro.La niebla, espesa, luminiscente, cubría las tierras pantanosas. El bosque, parecía observarla con ojos invisibles, malévolos, como si fuera una intrusa.Pero no lo era.Por más horrible que le resultara aquel lugar, Kelley, percibía en él, una familiaridad que la perturbaba. Era casi como un regreso al hogar, si es que el hogar podía ser una casa encantada. Una parte de ella, pertenecía a aquel paisaje, y eso era lo que más miedo le infundía. Oyó ladridos no muy lejanos. Eran más perros fantasmas.Y se dirigían hacia allí. Un terror visceral, se apoderó de ella y corrió para ponerse a salvo, sin fijarse en las ramas espinosas, que le desgarraban la piel, ni en los hoyos, que amenazaban con hacerla tropezar cada paso. El aullido de los perros, se acercaba cada vez más, y oía el crepitar del sotobosque a su paso; le pisaban los talones. Desesperada, alargó mucho los brazos y, tras arrojarse sobre unos matorrales espesos, salió en un claro en el que la luna, alta, llena, derramaba su luz plateada sobre la alta hierba.Los perros fantasmas, estaban a punto de darle alcance.Intentó atraer el poder de su madre, invocar otro velo, hacer algo, cualquier cosa, pero el miedo le impedía concentrarse. Cerró los ojos y pensó en Sonny. Estaba ahí, en su mente, bajo los árboles. Por el rabillo del ojo, a su espalda, entrevió un destello blanco.Se aferró mentalmente a esa blancura y la atrajo hacia ella.

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En ese momento, tres perros enormes, entraron en el claro. Salivando, con ojos de un carmesí encendido, la rodearon, convirtiéndola en una presa abatida. Kelley, estaba segura, de que no se molestarían en esperar, a que algún cazador llegara, para cobrarse la pieza. Los poderosos músculos del perro que encabezaba la jauría, se tensaron, y el monstruo saltó hacia ella, gruñendo de rabia.Kelley, cerró los ojos y se preparó para morir. Pero entonces, oyó chasquidos de huesos que se partían, y el gruñido, se convirtió en un aullido de dolor. Abrió los ojos de nuevo y vio que el imponente Ciervo Rey, el venado blanco, levantaba por los aires el cuerpo inerte del primer perro y lo arrojaba contra un árbol, valiéndose de su gran cornamenta. Los otros dos animales, se abalanzaron sobre el flanco expuesto del ciervo, que bramó y se encabritó, repeliendo el ataque de uno de ellos, al que ensartó con sus cuernos mortíferos. Pero el otro, se le colgó de los cuartos delanteros con sus afiladas zarpas y, un reguero de sangre plateada, le recorrió el pelaje blanco, al mismo tiempo que, las patas se le doblaban.Kelley, se puso en pie y gritó, desafiante.Un destello de energía sombría, relampagueó en el lugar que ella ocupaba e iluminó el claro, con luz añil. El perro, retrocedió y cayó al suelo, donde los pisotones mortíferos del iracundo Ciervo Rey, acabaron con su vida.El venado volvió la cabeza hacia ella. Sus pezuñas brillantes, plateadas, estaban manchadas de la sangre negra del monstruo, pero aun así, seguía siendo la criatura más regia e imponente que Kelley, había visto en su vida.La gran bestia pateó y resopló, mientras observaba todo con fuego en la mirada.Kelley, alargó la mano y esperó a que se acercara a ella, presa de un leve temor, que le cerraba la boca del estómago. Si el venado no la aceptaba, no tenía más que mover la cabeza para que aquellos cuernos, afilados como dagas, se clavaran en ella.Pero el animal, le arrimó el hocico a la mano, con los ollares temblorosos y, a continuación, bajó la testuz y se inclinó ante ella, doblando las patas con elegancia para que pudiera montarlo

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Kelley, estuvo a punto de echarse a llorar.Se subió a la grupa y se aferró a su crin espesa y blanca, y así siguió, mientras su noble montura cabalgaba por el cielo, subiendo y bajando, aguardando, paciente, a que ella abriera otro resquicio en el aire con su poder, entre los dos reinos. Franqueó entonces la estrecha abertura, y siguió su galopar en dirección al reino de los mortales y a la Cacería Salvaje.

Cuando aparecieron en el cielo de Central Park, Kelley, oyó a los duendes cazadores, rugir como locos al ver al Ciervo Rey.Allí estaba la presa. Una pieza digna de la Cacería.Como ella esperaba, los cazadores abandonaron a los aterrados mortales y tiraron de las bridas de sus monturas para dar media vuelta y proseguir con la caza. Los perros fantasmas, que los acompañaban aullaron enloquecidos y salieron disparados en su busca.Kelley, los conducía cada vez más arriba, alejándolos del mundo de los mortales, tanto que, al bajar la mirada, vio que las nubes habían quedado atrás. Las patas del ciervo se agitaban veloces, las pezuñas pisoteaban el aire tenue, como si fuera el sendero musgoso de un bosque, y Kelley, senda una emoción que jamás había experimentado, mayor, incluso que la que había sentido cuando cabalgaba con los cazadores de Herne.Tras ellos, siguiéndolos de cerca, el Caballo Ruano y su Jinete, ganaban terreno. Una flecha le rozó la mejilla, y Kelley, supo que se le agotaba el tiempo. Cuando Buena Suerte y Sonny, estaban casi a su altura, Kelley, se encaramó sobre la grupa ancha del ciervo, y así, acuclillada, logró mantenerse en un precario equilibrio. Respiró profundamente.Esto, va a doler.Abrió un resquicio en el sendero del Ciervo Rey.Tiró de la crin plateada del animal, y éste se desvió ligeramente hacia la derecha, instante que ella aprovechó para abalanzarse sobre el Jinete, al que hizo caer de lomos del Caballo Ruano.Describiendo una parábola en el aire, lo último que Kelley, vio antes de iniciar la caída, fue que Buena Suerte, se levantaba y lograba colarse por la grieta de un salto, y que seguía

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encabezando la Cacería Salvaje, seguido por sus perros, que perseguían con furia al venado. Toda la partida de caza se introdujo también por el resquicio, justo antes, de que el Caballo Ruano, se transformara de nuevo en kelpie y que la abertura, se cerrara en el cielo. Así, todos quedaron de nuevo en el reino de la reina Mabh.Bien, pensó. Mabh, los creó, o sea que ya puede quedárselos.Selló la rendija con un pensamiento y susurró:—Adiós, Buena Suerte.Y entonces, Kelley, y Sonny, iniciaron la caída.Caían como una piedra en la noche, precipitándose sobre la tierra.Mientras giraban sin control, Kelley, buscaba en el interior de sí misma, la fuerza capaz de salvarlos, el poder mágico de su madre. Pero la energía temible, que se había apoderado de ella hacía unos instantes, había desaparecido, convertida en poco más que un cosquilleo. Todo aquello era demasiado nuevo para ella. Y se sentía cansada. Se precipitaban al vacío, y nada podría detener la calda. UnSollozo desesperado rasgó su garganta... Nunca imaginó, que las cosas fueran a terminar así.Notó que los brazos y las piernas de Sonny, se enroscaban alrededor de su cuerpo, y se dio cuenta de que él, que era humano y mortal, intentaba darle la vuelta en el aire para que, al llegar al suelo, fuera él quien recibiera el impacto. Con los brazos envueltos con fuerza en torno a ella, Sonny, la acunaba contra su pecho. Ella le miró a los ojos, del color de la tormenta y vio que él le aguantaba la mirada, sereno, feliz. Aceptando morir, si así se salvaba ella, aunque las probabilidades fueran remotas.—¡No! —Kelley, forcejeó para librarse de su abrazo—. ¡Sonny! ¡No!Por detrás de la cabeza del jano, distinguía ya la negrura del suelo implacable que se acercaba a toda velocidad a su encuentro.Recordó su baile con Sonny. El la había llamado “miPolvorilla”.

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Cerró los ojos con tanta fuerza, que se le saltaron dos lágrimas, que se helaron en sus mejillas. Invocó la imagen de ese baile. Al principio no sucedió nada, sólo había un vacío terrible, pero al poco tiempo, sintió un cosquilleo en la piel. Chispas eléctricas, sacadas del aire cargado, tormentoso, que los rodeaba, le subían y bajaban por las extremidades.El viento aullaba en sus oídos: el impacto contra la tierra, que les reventaría los huesos, se encontraba a apenas unos instantes. Kelley, se agarró a la camisa de Sonny, abrió los ojos y vio que le sonreía con dulzura.—Menuda inútil —susurró ella entre dientes—. No puedes detener la caída.Imaginó que su columna vertebral, era una mecha encendida, y mientras hacía un esfuerzo tal que temió que los músculos y la carne se le desgarraran, pidió que la pólvora explotara.La espalda empezó a arderle con un fuego súbito, oscuro, y el grito de triunfo de Kelley, rasgó el aire.—¡Sí, si soy capaz de volar!El suelo, a escasos centímetros de ellos, resplandeció con un fuego repentino, en tonos púrpuras, al mismo tiempo, que a Kelley, se le desplegaban unas alas delicadísimas, como del tul más fino, y, a la vez, lo bastante resistentes como para detener su caída y hacerlos ascender a los dos de nuevo por los aires.Por el rabillo del ojo, mientras volaba, vio que sus alas ya no eran plateadas. Aquellos accesorios con brocados, lustrosos, habín desaparecido, su padre se los había llevado. Las que acababan de desplegarse a su espalda, eran como las de una mariposa exótica, oscuras, chispeantes, como si una estrella añil hubiera estallado. El mundo a su alrededor brillaba en tonos de amatista, bañado en el resplandor intenso, violáceo, de aquellas alas recién estrenadas.Kelley, era una princesa, una princesa de las hadas.Al desafiar al rey de los duendes, había aceptado su destino en las condiciones que ella misma se había impuesto.En el rostro de Sonny, asomó una expresión de algo, que se parecía mucho al temor reverencial, y Kelley, lo besó muy brevemente antes de que él tuviera tiempo de decir nada.

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Entonces sintió que la abrazaba con fuerza, mientras seguían ascendiendo, elevados por unas alas oscuras como la noche, brillantes como una estrella nueva.

TREINTA Y SEIS.

Las botas de Sonny, se posaron suavemente en el suelo y la escarcha que cubría la hierba, crujió con su peso. Por eso, supo que no estaba soñando. Al parecer, la pesadilla había terminado. Dejó de estrechar a Kelley, entre sus brazos y bajó la vista para contemplar su hermoso rostro. Ella redujo la intensidad del brillo que brotaba de ella, y las alas oscuras parpadearon y se desvanecieron. Sonny, le puso un dedo en la barbilla, le levantó el rostro y le dio otro beso en los labios, esta vez más largo. El hermoso vestido de Tyff, estaba desgarrado y sucio, y las piernas y los brazos de Kelley, cubiertos de barro y rasguños. Pero tenía las mejillas encendidas, por el contacto con el viento, y sus ojos verdes resplandecían.Sonny, no habla visto nada tan bello en su vida.Miró por encima del hombro y vio que los caballos de madera del tiovivo, habían regresado a su sitio; los ojos ya no mostraban furia y las sillas de montar estaban vacías.El chasquido de un tibio aplauso, alcanzó los oídos de los dos muchachos y, al girarse, vieron a Oberón, en mitad del sendero.

—Bien hecho, hija —dijo—. No estaba seguro, de si encontrarías la fuerza necesaria, para derrotar a los de la Cacería Salvaje.Sonny, le pasó un brazo protector por los hombros, pero Kelley, dio un paso al frente y se dirigió, orgullosa, al encuentro con su padre. Al llegar frente a él, alargó la mano, exigiéndole que le entregara el cuerno de guerra, que el rey aún sostenía.

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—Sí, claro —masculló, con la boca entrecerrada, antes de desprenderse de él.Kelley, agarró el instrumento de bronce con las dos manos, y golpeándolo contra su muslo, lo partió en dos y arrojó los trozos al suelo. Luego, sin mediar palabra, dio la espalda a su padre y regresó junto a Sonny.A lo lejos, todavía se oían las sirenas.Sonny, abrió los brazos y Kelley, se perdió en ellos, alzando la vista para mirarlo. Sus ojos poseían todavía algo salvaje, desbocado, y Sonny, no pudo evitar temblar, al ver lo que encerraban.—¿Me tienes miedo? —le preguntó ella en voz baja.—No —respondió él, sin vacilar—. Tengo miedo por ti, en todo caso.Dominar el poder de Mabh, era algo temible, pero a Kelley, no le apetecía hablar de eso. Las lágrimas inundaron sus ojos, sin llegar a derramarse, y Sonny, la abrazó con fuerza y la besó.—Mi Polvorilla... Mi corazón.—Si has terminado aquí, jano, requiero tu presencia en el reino.No les hizo falta volverse, para saber que Oberón, seguía allí.Kelley, chasqueó la lengua, contradiciéndolo.—Podéis pedirme lo que queráis —le dijo Sonny, con gran frialdad—. Pero, no puedo ir con vos, a ninguna parte.—Mabh, ha sido confinada de nuevo en la tierra de los duendes y las hadas pero no permanecerá oculta mucho tiempo —explicó Oberón, impaciente—. Regresaría para amenazar, no sólo mi reino, sino también el de los mortales, a menos, que la contengamos. Tú me ayudarás a conseguirlo.—No —Sonny, agarró a Kelley, con fuerza—. Yo no trabajo para quienes traicionan mi confianza.—¿Eso crees que he hecho? —le interpeló Oberón en tono cortés, pero inquisitivo.—No es que lo crea, lo sé. —A Sonny, le dolió pronunciar aquellas palabras—. Erais como un padre para mí...—Y tú eras un hijo obediente. Y así volverá a ser —dijo Oberón, y sus ojos se oscurecieron por completo. Sonny, sintió un dolor

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profundo en el pecho, debajo del medallón de hierro, y se aferró a él, incapaz de respirar.—¡Basta! —gritó Kelley—. ¡No! ¡No puedes llevártelo contigo!—Por supuesto que puedo —replicó Oberón, sin inmutarse.—Hicimos un trato.—Que en ningún caso, implicaba que Sonny, permaneciera en este reino, si tú lograbas que regresara a su ser. —El rey levantó un hombro, desdeñoso—. Es miembro de mi Corte. Y debe obedecerme.Sonny, cayó de rodillas.—Además, debe enmendar su error. —El señor de lo Maligno, se acercó a él y lo miró fijamente—. ¿No es así, Sonny? Porque, después de todo, fue un error tuyo el que liberó a Mabh. O sea, que es tu obligación ayudarme a solucionar el problema.—¡No! —gritó Kelley, furiosa.—Tú misma me pediste, hija mía, que Mabh, se mantuviera alejada de este lugar. Pero, no especificaste cómo.Una trampa perfecta, pensó Sonny. Los viejos trucos de los duendes.—¡No! —volvió a gritarle a su padre, pero Sonny, sabía que, en el fondo, el rey tenía razón, Mabh, volvía a ser libre por su culpa. Y había algo más que Oberón, no había dicho: Kelley, seguía en peligro por ello. Dependía de Sonny, que las cosas volvieran a su sitio.El dolor agudo que sentía en el pecho, cesó bruscamente cuando tomó la decisión.—Kelley. —Se puso en pie y la tomó por los hombros, instándola a mirarle a los ojos—. Kelley... —La zarandeó suavemente y, ahora sí, las lágrimas resbalaron por sus mejillas—. No me voy para siempre. Pero Oberón tiene razón. Debo hacerlo.—Pero...—Shhh... —La estrechó con fuerza entre sus brazos y le susurró, con los labios rozándole el cabello—. Lo mismo que Príamo y Tisbe, en tu obra de teatro... encontraré el hueco en la pared. Hallaré el modo de regresar contigo.—Supong,o que sabes que esa historia termina fatal, ¿no? —dijo, ahogando un sollozo.

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—Ah, corazón mío... ¿Qué sabía Shakespeare? —La abrazó con más fuerza—. De haberlo pensado un poco, seguramente, habría reescrito ese fragmento. Regresaré a por ti. Te lo prometo.Mientras Oberón, se acercaba a ellos, Sonny, sintió que Kelley, se ponía tensa. La muchacha se apartó de él y se volvió hacia su padre con los ojos verdes brillantes de ira.—¿Es necesario que te diga, lo infeliz que me sentiré si le sucede algo malo?—No, hija —respondió Oberón, en voz baja—. No es necesario. —El rey hizo un gesto con la mano, como si blandiera una espada y, con un chasquido, abrió una grieta hacia el Otro Mundo—. Vamos, Sonny. Es hora de irse.Kelley, se abrazó al jano, por última vez y se besaron, como si fueran los dos únicos habitantes de todos los mundos.Luego, él dio media vuelta y se coló por el resquicio.Oberón, permaneció inmóvil un instante más, mirando a Kelley. Sonny oyó que decía:—Tienes los mismos ojos que tu madre.

NOCHE DE ESTRENO.1 DE NOVIEMBRE.

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Faltaba apenas una hora, para que se levantara el telón, y Kelley, tendría que estar nerviosa. Pero se sentía más bien adormecida.Noche de estreno. Un momento mágico. Su sueño de infancia alcanzado...Pero nada de todo eso le importaba lo más mínimo.Sonny, no estaba ahí para verlo. Se sentó frente al espejo del camerino, jugando, ausente, con el cepillo del rímel y contemplando el desastre que había organizado, cuando se le había caído el maquillaje sobre el tocador.Del exterior, le llegaba la algarabía de los actores, de los tramoyistas tirando de las cuerdas y el frufrú de los tutus al paso de las bailarinas. Oía los murmullos constantes de la gente, que seguía preguntándose por lo que había sucedido en Central Park, aventurando teorías: incursiones de bandas callejeras, alucinaciones colectivas... Las especulaciones no tenían fin, a cuál más descabellada.Al menos, todo aquel revuelo había servido para que la desaparición de Kelley, pasara más desapercibida. Aún así, había tenido que invertir cuarenta y cinco minutos en disculparse ante Quentin, para que éste, la readmitiera a regañadientes. Aunque, claro, es evidente que tampoco le quedaba otra opción.Pero, ¿qué iba a suceder en el escenario?A Kelley, no le importaba lo más mínimo. Ni siquiera el sonido del cuarteto de músicos, que afinaba sus instrumentos en el foso la alteró lo más mínimo.Alzó la vista, al oír que llamaban a la puerta, que se abrió de par en par. El hechizo que Bob, se había hecho a sí mismo, cubría por completo los moratones que había recibido de manos de Oberón.Kelley, esbozó una sonrisa fugaz, al ver que el boucca, extendía el brazo y le entregaba el collar con el trébol de cuatro hojas.

—He pensado que querrías recuperarlo.Kelley, se levantó el pelo de la nuca y se giró para que él le pasara la cadena por el cuello y abrochara el cierre.

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—¿Puedes hacer algo para que no se abra nunca más, Bob? —le preguntó en voz baja—. ¿Para qué mi poder permanezca siempre oculto?Oyó que, a su espalda, el boucca vacilaba.—Eh... ¿Estás segura de que es lo que quieres?Kelley, se miró en el espejo y le pareció ver a su madre, que la observaba con sus propios ojos. Imaginó, silenciada para siempre, la energía ascendente, hipnótica, que había recorrido sus venas; la fuerza y el poder desaparecidos y, con ellos, la malignidad susurrante que los acompañaba. El ansia abrumadora de causar mal. El terco desprecio por las consecuencias...—El poder es el poder, Kelley. Lo que importa es lo que haces —le dijo Bob—. Yo también debería tenerlo presente. Y si quieres un consejo, yo conservaría el poder que tienes, al menos por el momento. Tal vez lo necesites...—Para recuperar a Sonny —dijo ella, completando el pensamiento—. Sí, quizá, tengas razón.—Ven conmigo —le pidió el boucca—. Quiero enseñarte algo.La tomó de la mano y la condujo al escenario, que se hallaba sumido en la oscuridad, aguardando el momento en que se levantara el telón. Kelley, oyó el murmullo del público al otro lado, en la platea. Bob, la condujo al centro del proscenio, donde se unían las dos pesadas cortinas, y abrió una estrecha rendija entre ellas para que pudiera mirar al otro lado.Kelley, ahogó un grito. Sentadas en primera fila, estaban Tyffanwy y Emma. Y al lado de su tía, agarrándole la mano, un sonriente Sonny Flannery.—Es sólo, mientras dure la representación —le susurró Puck—. No podrá quedarse después para verte, pero me ha pedido que te entregue esto.Era un sobre de pergamino, con los bordes dorados y la palabra… “Polvorilla” escrita en él. En el interior, había una hoja de papel arrugada: la página veintiséis de su texto.Sonny, había subrayado con tinta dorada dos palabras:“Te quiero”.Kelley, se llevó el papel al pecho y se volvió hacia Bob, agradecida.

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—¿Cómo lo has conseguido?—No he sido yo... El rey del Inviern,o ha concedido temporalmente a Sonny, el poder para franquear las puertas de este mundo.—¿Y cómo has convencido a mi padre, para que lo hiciera?Bob, bajó la cabeza, fingiendo modestia.—Con un poquito de mano izquierda, y otro poco de mano derecha—¿Qué has tenido que ofrecerle a cambio? —le preguntó ella, desconfiada.—En realidad, no le he dado nada —respondió él, agitando la mano, para apartar de ella sus temores.—¿Nada?—Casi nada. —Sus ojos brillaron—. Al contrario, he conseguido un empleo fijo. Cuando acabe la función, regresaré a la Corte Maligna. Según parece, Oberón no tiene un ayudante de cámara decente, desde que me fui.—¿Qué? Te va a despellejar, Bob. —Kelley, lo miró asombrada, y agradecida. Todo aquello lo había hecho por ella. Y por Sonny—. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?—Ya conoces el dicho, princesa: a los amigos hay que tenerlos cerca; y a los enemigos, más cerca todavía.Bob, le guiñó un ojo y se alejó, dejándola sola en el escenario en penumbra.Kelley, se giró y miró de nuevo por el resquicio del telón. Escudriñó el rostro de Sonny, y sonrió, encantada al ver que Emma y él conversaban y reían, sin poder dejar de mirarse un solo segundo. Y así estuvo un buen rato, hasta que oyó que los músicos tocaban la obertura. Parpadeó, se secó las lágrimas y desapareció entre bambalinas.Todo iba a salir bien. Conservaba el poder de su madre.Pero, más importante aún, tenía inteligencia y, agallas, y ahora, sabía lo bastante del mundo de los duendes y las hadas, como para intentar vencerlos en su propio terreno.Al día siguiente, empezaría a planear en serio, el mejor modo de rescatara Sonny, para siempre. Pero esa noche no.Esa noche era noche de estreno.

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Tiempo de Magia.

FIN

AGRADECIMIENTOS.

Me siento en sincera deuda de gratitud y afecto con mucha gente. Con Jessica Regel y Laura Arnold, mi agente y mi editora, dos de las mujeres más admirables que he conocido en mi vida: fueron ellas las que conspiraron hábilmente para que escribiera este libro, y después se excedieron en el ejercicio estricto de sus obligaciones, cuidándome mientras lo hacía.Gracias a Jean Naggar, y al personal de JVNLA, por acogerme en su seno, así como al maravilloso equipo de Harper Collins: a su directora editorial, Barbara Lalicki, por su inspirada visión y su apoyo; a Maggie Herold, mi estupenda correctora, por hacerme parecer mucho más lista de lo que soy y a Sasha Illingworth, mi maquetadora estelar, por lograr que el conjunto tenga un aspecto espectacular.Gracias a la editora Lynne Missen y a todos los empleados de HarperCollins en Canadá, por su calurosa bienvenida.

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Gracias, Mark y Danielle, por vuestra amistad, vuestra hospitalidad neoyorquina y por todos esos largos paseos por el Parque, ¡sobre todo los nocturnos! Gracias, Adrienne, por todo tu apoyo. Gracias, Cec-Monster, por darme ánimos durante todos estos años. Mucho amor y agradecimiento a mi familia -sobre todo a mi madre-, por comprender de algún modo, que acabaría aquí, aunque sea a pesar de mí misma. Y, sobre todo, gracias aJohn, por muchas razones, de las que no es la menos importante que, sin ti, nunca habría pasado de la idea inicial.