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LA HISTORIA SOCIAL EN EL DIVÁN DEL PSICOANALISTA Author(s): Javier Paniagua Source: Historia Social, No. 60 (2008), pp. 193-200 Published by: Fundacion Instituto de Historia Social Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40658005 . Accessed: 28/04/2014 16:38 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Fundacion Instituto de Historia Social is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Historia Social. http://www.jstor.org This content downloaded from 189.254.76.178 on Mon, 28 Apr 2014 16:38:06 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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LA HISTORIA SOCIAL EN EL DIVÁN DEL PSICOANALISTAAuthor(s): Javier PaniaguaSource: Historia Social, No. 60 (2008), pp. 193-200Published by: Fundacion Instituto de Historia SocialStable URL: http://www.jstor.org/stable/40658005 .

Accessed: 28/04/2014 16:38

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LA HISTORIA SOCIAL EN EL DIVÁN DEL PSICOANALISTA

Javier Paniagua

Hemos puesto a la Historia el calificativo de social con la pretensión de destacar que abríamos el espacio a temas antes marginados o poco considerados. Desde el género, la cultura, las condiciones de vida de nobles, obreros y burgueses, hasta las relaciones entre grupos y clases en el proceso de construcción social se incluirían en el abanico de lo que denominamos, ya con normalidad, Historia Social, y así se ha venido denominando esta revista desde su fundación hace ya 20 años. La cuestión está en que no siempre es fácil de delimitar lo que el adjetivo social incluye: desde una perspectiva amplia lo abarcaría todo. ¿Puede haber, por tanto, historia que no sea social? ¿Es inútil aplicar a la Historia tal cali- ficativo? Hay argumentos a favor y en contra. La historia a solas no existe, siempre es "Historia de"..., de Alemania, de la Medicina, del Movimiento Obrero y Campesino, de la Ciencia, de la Política, de la Cultura, o de cualquier otro aspecto que los hombres y muje- res han realizado, y por tanto si la calificamos de social estaríamos en la misma dimen- sión. En todo caso pretenderíamos darle un matiz, el de querer abarcar aspectos en que la sociedad, las personas que la forman, constituyen un entramado que permite suponer que los elementos históricos, construidos o destruidos, no fueron sólo elementos de individuos aislados, sino inmersos en un contexto amplio en el que intervienen múltiples factores que hicieron posible que las cosas sucedieran de una determinada manera. Interesa por tanto conocer cómo una sociedad desenvuelve sus asuntos y da solución a los problemas que tiene planteado teniendo como parámetro los factores que condicionan o posibilitan que la acción se desarrolle. En ese sentido se justifica que le demos al término la categoría de so- cial para distinguirlo de análisis que solo focalizan su atención en un aspecto concreto sin tener relación con los elementos del contexto en que se desenvuelve. Ya Voltaire, en el si- glo xviii, pretendía que se escribiera la "historia de los hombres en vez de la historia de los reyes y las Cortes". Y todavía en 1877 Fustel de Colounges insistía en su tomo IV de su Historia de las Instituciones políticas de la Antigua Francia que "la historia no es la acu- mulación de toda naturaleza que se ha producido en el pasado. Es la ciencia de las socie- dades humanas. Su objeto es conocer cómo han estado constituidas esas sociedades (...) Se ha inventado recientemente la palabra sociología. La palabra historia tenía igual sentido y significaba lo mismo (...) La historia es la suma de los bienes sociales, la sociología misma".1 Algo ha tenido que ocurrir durante este larguísimo tiempo para que machacona- mente se siga manteniendo que la historia no podía limitarse a relatar y explicar el desa-

1 Fustel de Colunges, Historie des institutions politiques de l'ancienne France, París, 1875-1889, Tomo I IV, pp. LV-LVI. I

Historia Social, n.° 60, 2008, pp. 193-200. I 193

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rrollo de las élites políticas (aparte de una morbosa predisposición por parte de los histo- riadores a psicoanalizar su actividad) y ha de empeñarse en abarcar todos los aspectos que pueda de la vida de las sociedades para entenderlas en su conjunto.

Reiterémoslo una vez más. Cuando la escuela alemana del siglo xix intentó que la historia tuviera una metodología segura y un fundamento riguroso estimó que nada podía afirmarse sin una demostración documental previa. Era preciso expurgar lo que era una opinión o una creencia consuetudinaria de lo que realmente había ocurrido, y los docu- mentos más asequibles estaban en la burocracia del estado. Si los aparatos del poder políti- co habían dejado constancia de aquello que era capaz de verificarse era un signo evidente que las acciones reseñadas eran lo que contaba, lo que tenía posibilidad de analizarse y au- tentificarse. A la postre, Hegel había afirmado que la humanidad culmina su proceso en el Estado, y los dirigentes políticos prusianos se consideraban los creadores de la nación ale- mana. Ya Ranke afirmaba que a la Historia se le asignaba la tarea de juzgar el pasado, de construir el presente en beneficio de las edades futuras, pero él creía que su trabajo no era desempeñar tan nobles funciones sino mostrar lo que de hecho ocurrió. Y así inició su ca- rrera en 1 824 con la Historia de las naciones latinas y teutónicas, obra calificada, tal vez impropiamente, de positivista.

En realidad, desde el Renacimiento varios autores, especialmente italianos, junto a es- pañoles y franceses, insistieron en la necesidad de utilizar la erudición para autentificar el relato histórico, pero fueron los alemanes de principios del siglo xix quienes intentaron despojarlo de la ficción o de la especulación filosófica. Es este el camino que sirvió para institucionalizar la profesión y darle rango académico. A los estado nacionales emergentes en Europa les venía bien que se practicara un política basada en unos fundamentos avala- dos por la "historia cierta". Los franceses se pusieron manos a la obra y en 1876, con la fundación de La Revue Historique, se empeñaron en reconstruir con fidelidad documental el pasado, y no en balde muchos de ellos fueron archiveros y bibliotecarios. En el manifies- to que elaboró G. Monod se reconoce que se debe atribuir a Alemania la mayor parte del trabajo histórico de nuestro siglo. El objetivo era ser imparcial, aunque, como sabemos, Monod y sus seguidores toman partido por la III República y en el entierro de uno de los lí- deres políticos más representativos de aquel régimen, Gambetta, desfilan con una pancarta que afirmaba con rotundidad: "La historia es maestra de la ciencia". De eso se trataba, de crear una ciencia, aunque fuera con presupuestos teóricos y valores contradictorios.

Es la tradición que continuará Pierre Vilar, quien recuerda en Pensar Históricamente. Reflexiones y Recuerdos (1997), sus años de estudiantes en la École Normal, entre 1925 y 1929, cuando coincidió con él en el último curso de docencia el profesor Charles Seigno- bos, autor de un libro clásico sobre metodología de la historia, y con otro enseñante de la historiografía francesa, Charles- Victor Langlois: "Ciertamente, el primer curso de orienta- ción de Charles Seignobos, consiguió irritarme. 'Jóvenes estudiantes -nos dijo- cuando elijan un tema de investigación, no elijan un tema que les interese, porque si les interesa es que ya tienen una idea preconcebida y, si es así, no serán historiadores positivos, historia- dores imparciales'" (p. 71). Sin embargo, para Vilar el marxismo proporcionaba funda- mentalmente una teoría que ayudaba a entender los procesos históricos concretos, "aunque no fuera más que por el hecho de ofrecernos conceptos, definiciones". Y eso le lleva a cri- ticar el estructuralismo de un Althusser, como lo haría E. P. Thompson en Miseria de la Teoría, porque corre el riesgo de ser ahistórico, y aunque entiende que la historia es una ciencia, su supuesto está en un conocimiento razonado: "si no creyera que la historia es

I una ciencia, no la practicaría y no la habría enseñado a lo largo de 50 años".2 Y desde esa

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2 P. Vilar, "Recuerdos. Reflexiones sobre el oficio de un historiador", en Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1 992, p. 93.

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perspectiva plantea si puede abordarse una visión del pasado sin estar condicionado por ideas previas, lo que para Vilar resulta difícil en la medida que "existe una lógica social", aunque ello no es obstáculo para que se pueda hacer análisis razonados de episodios del pasado.

Pero también hay que reseñar que al margen de la historia institucional surgieron es- tudios que no entroncaban con los pretendidos científicos de la historia. Desde Jules Mi- chelet a Green, pasando por Karl Lamprecht, entre otros, quisieron convertir "al pueblo" en protagonista de sus relatos, a veces con imaginación y capacidad literaria, sin una fide- lidad extrema a los documentos pero intentado abarcar aspectos de la economía, la vida social y cultural. James Harvey, representante de la denominada New History norteameri- cana, proclamaba en 1912 la necesidad de historiar a toda la sociedad y no sólo a una par- te, lo que significaba contar con la antropología, la economía y la sociología ¿Acaso no ha sido esa la trayectoria de esta revista en estos 20 años de existencia? Es este problema el que atormentó a Weber, interpretado desde posiciones ideológico-científicas muy diferen- I tes; hay un marxismo weberiano y otro funcionalista y ambos pugnan por ser los auténti- I eos representantes de su pensamiento. El alemán, que intentó deshacerse de la tradicio- I nal división entre ciencias de la naturaleza y del comportamiento humano, estableció que | 195

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ambas parten de valores escogidos a la hora de analizar los hechos, sean estos biológicos, geológicos, químicos o de la historia humana. Lo que no invalidaba la racionalidad de su conocimiento, de captar, en suma, las conexiones lógico normativas de los actores que in- tervienen en una determinada acción. Por eso su metodología se dirigirá a una interpreta- ción plurianual, queriendo con ello apuntalar la inseguridad que nos produce el análisis de cualquier acontecimiento del pasado ante la complejidad de sus variables. El actor de la acción en el proceso histórico -como lo evidencia en Economía y sociedad y en sus es- critos de 1901-1908 sobre la metodología histórica- atraviesa por una interiorización de los hechos que conduce a la conciencia de cómo puede actuarse, a un fin, y en esa diná- mica elige el que considera el más acertado. Lo que no hace Weber, a pesar de la inter- pretación que de él hacen los funcionalistas, es pasar de lo individual a lo colectivo para llevar el agua a su molino. Weber, como ha puesto en evidencia Francisco Marzal, intenta en la construcción de los tipos ideales escapar de la dialéctica idealismo-positivismo, como Kant lo intentara en el siglo xvm entre empiristas y cartesianos. "El peligro no está en Weber sino en sus epígonos que reifican los tipos ideales para convertirlos en cons- trucciones formales que luego en el análisis se manipulan como si fuesen realidades so- ciales".3

Y es que la Historia ha transitado, muchas veces sin saberlo los mismos profesiona- les, entre un positivismo pretendidamente aséptico y una interpretación marxista o webe- riana, tamizada por el funcionalismo. En realidad, la historia como actividad académica, con sus normas y sus liturgias, se consolida en Europa a finales del siglo xix, en la medi- da que el Estado aumenta su capacidad burocrática y admite en sus presupuestos que ha- yan quienes puedan dedicarse a estudiar el pasado. Los requisitos para acceder a una pla- za de historiador universitario, o de otros niveles educativos, ha ido evolucionando con los tiempos: de una valoración suprema del esfuerzo de pasar mucho tiempo en los archi- vos para sostener los trabajos de investigación realizados, se ha pasado a la consideración de la interpretación teórica de los fenómenos estudiados, donde por supuesto entraba lo económico y social, algo que Historia Social ha promocionado con entusiasmo, y de he- cho la aceptación de un artículo o controversia ha sido una garantía para avalar el trabajo del historiador, aunque algunos al principio no creyeran que esto duraría tanto tiempo. Nos lo describe con nitidez Jürgen Kocka: "la historia económica y social se desarrolló fuera de la historia especializada, y en parte como crítica a esta, en el contexto modera- damente social del 'socialismo de cátedra'".4 Pero, además, para todos aquellos que desea- ban destacar a otros colectivos que no habían tenido cabida en la Historia política, y de ahí que la historia social se confundiera muchas veces con la historia de los movimientos obreros y de sus organizaciones. En ocasiones este tipo de historia tenía las característi- cas técnicas y metodológicas de la historia política, pero en lugar de los representantes políticos estaban los trabajadores y la exaltación de la lucha obrera en la expansión del capitalismo. Existió también una historia más "débil", menos comprometida y dirigida a satisfacer la curiosidad de ciertas capas ilustradas. La historia del vestido, las costum- bres, las fiestas populares tendían a un relato lineal sin conexión con la antropología y estrechamente vinculado a esa tradición literaria de los viajeros hacia lugares extraños para un europeo.

Pero la historia, como la vida misma, se movía. Era ya impensable que a la altura de los años veinte del pasado siglo, con los cambios acontecidos después de la I Guerra Mun-

196 I 3 F. Marzal, Conocer Max Weber y su obra, Dopesa, Barcelona, 1 978, p. 43. 4 J. Kocka, Historia Social. Concepto. Desarrollo. Problemas. Alfa, Barcelona, 1989, p. 82.

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dial, la historia profesional atendiera solo a la narración. Si Marx había proporcionado un aparato teórico para enfrentarse con el pasado que impactaría en historiadores de toda Eu- ropa, sociólogos como Durkheim o Weber influirían sobre los historiadores franceses y alemanes. Ya en 1 908 el sociólogo francés debatiría con Seignobos sobre el carácter de las explicaciones históricas: "En su exposición el señor Seignobos parecía contraponer la his- toria a la sociología, como si fueran dos disciplinas que utilizaran métodos diferentes. En realidad, que yo sepa, no hay conocimiento sociológico que merezca ese nombre y que no tenga un carácter histórico".5 Se ha repetido hasta la saciedad la labor de Marc Bloch y Lucien Febvre, con la fundación en 1929 de sus Annales d historie Économique et Sociale, y el cambio de rumbo que aquella revista supuso no sólo para la historiografía francesa, sino para toda Europa. Febvre, lo sabemos, en sus Combates por la Historia abogaba por la interrelación entre el individuo y la sociedad. El resultado de unir lo económico y social como elementos imprescindibles del análisis ha sido muy dispar al igual que su evolución. Desde un mecanicismo economicista, cuya expresión mas estereotipada estuvo en los tex- tos oficiales de la extinguida Unión Soviética, pasando, como se ha dicho, por las historias de los movimientos obreros, hasta los estudios de la transición del feudalismo al capitalis- mo, la formación de la clase obrera, los factores que surgieron con la revolución industrial, han constituido el material que puede ser calificado de historia social como opuesta, o en paralelo, a la historia institucional o política. Pues bien, cuando se tenga perspectiva, y permítaseme la pretenciosidad, también esta revista, y salvando las distancias, tendrá su consideración en la producción historiográfica española, por el aporte de nuevas perspecti- vas y la traducción de textos desconocidos hasta entonces de lo que hacían autores que es- taban renovando las metodologías y los análisis historiográficos. Y salvar las distancias significa también resaltar el papel que ha ido perdiendo el historiador en el contexto social y académico como eje de interpretación del pasado para conocer el mundo en que ahora se vive. Su consumo y producción se abastece de los de su misma cuerda y no tengo claro que aporte gran cosa a la situación en que vivimos: "Es la crisis de la historia, estúpido" diría el economista.

Pero a la hora de la verdad las cosas no son tan diáfanas. Depende de cómo el histo- riador aborde el asunto y de qué manera lo enfoque para que de manera intuitiva le atribu- yamos la calificación de social. Si una biografía de Ana Bolena, por ejemplo, se enclava en las luchas no sólo palatinas o religiosas del reinado de Enrique VIII, sino que intenta explicar lo que significó su figura en la estructura de la sociedad inglesa del siglo xvi y cómo influyeron los acontecimientos de un mundo en transformación donde el feudalismo iba dando paso a nuevas formas de relaciones sociales, entonces sí que creemos que esta- mos ante una historia diferente de la mera literatura descriptiva, aunque se trate de una biografía, porque presenta aspectos que merecen el calificativo de social por encima de los avatares que el personaje recreado tiene de morbosidad. Y en este sentido, en los últimos tiempos, hemos asistido a la explosión de la biografía como uno de los elementos más sig- nificativos del quehacer historiográfico, no siempre con resultados satisfactorios. A través de ellas hemos vuelto a lo que siempre denominábamos historia tradicional, dirigida a des- tacar los valores de los individuos, marginando los factores que hicieron posible que tal personaje se desenvolviera en un contexto determinado. Y para eso ya existían escritores que, sin ser específicamente historiadores, nos han legado biografías atractivas y literarias con las que hemos disfrutado: véase los casos de Stefan Zweig con su Fouché o Erasmo de

5 E. Durkheim, Las reglas del método sociol¿)gico y otros escritos sobre filosofia de las Ciencias Sociales, Alianza, Madrid, 1988, p. 292. I 197

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Rotterdam, y el de Emil Ludwig con su Napoleón. Pero a estos trabajos no le daríamos la categoría de Historia Social. Sí, en cambio, al estudio que en su día elaboró E. P. Thomp- son sobre William Morris. ¿Por qué? Indudablemente porque Thompson no pretende una mera recreación de Morris sino que lo toma como un elemento de construcción de inter- pretación del mundo, de cómo se construye una propuesta ideológica que está directamen- te influyendo en la Inglaterra victoriana y contribuyendo a clarificar cuáles son los proble- mas que abordan las clases sociales en sus permanentes relaciones. Aun así, ¿son tan sustanciales las diferencias para separar tajantemente estas construcciones, literaria-histó- ricas, para enclavarlas en la mera recreación narrativa o también caben en la verdadera his- toria social? Lógicamente el especialista en historia acentuará las diferencias y reclamará para sí una especialidad que justifique su actividad intelectual, y además con el carácter de social le ha dado un valor añadido.

Resumiendo: la historia social no tuvo, ni tiene, un significado unívoco, sus contor- nos son brumosos y sus resultados son muy desiguales; bajo su epígrafe se esconden mé- todos, teorías y temas diversos. Raphael Samuel hizo una interpretación irónica de todo lo que envolvía la expresión: "Sus practicantes se cuentan por miles más que por cientos, de hecho diez veces más si incluimos (y yo lo haría) a aquellos que llenan las salas de consul- ta de los Registros Públicos y las salas de historia local de las bibliotecas, documentando 'raíces' familiares, los guías voluntarios en los museos del aire, o los miles de fanáticos

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del ferrocarril que pasan sus vacaciones de verano haciendo de guardas, o personal de la estación en las estrechas líneas férreas de los Peninos y el norte de Gales".6 Por una parte estuvo referido al deseo de sintetizar todos los aspectos de la sociedad, intentando superar la historia diplomática-política y generalmente acompañada de economía (historia social y económica) para conseguir esa pretendida síntesis de historia total o global.

En otros casos esta pretensión de síntesis también se denominó historia de la cultura, sobre todo en Alemania, y así podría aparecer una subdivisión que hiciera referencia a la Historia de las culturas populares, que como afirma Dai Smith "hoy en día amenaza con emular a su antigua protectora (la historia social) evolucionando hasta ser una disciplina independiente".7 Pero a su vez podía entenderse como una rama de la Historia como enti- dad propia al estudiar aspectos peculiares que afectan a grandes colectivos (los obreros, los burgueses...) y a determinadas cuestiones de la vida en sociedad, familia, religión, ma- trimonio, ocio, mentalidades reflejando la psicología colectiva, etc.), o a movimientos so- ciales como motines, revueltas, rebeliones, algunas veces en competencia con politólogos o sociólogos que utilizaban otros términos para designar las mismas cosas, tales como mo- vimientos de protesta o acción colectiva. E. M. Trevelyan, autor de una Historia Social de Inglaterra, publicada en los años 40 del pasado siglo, la definió en sentido negativo como la historia que omite la política o las instituciones, y de alguna manera esa visión ha conta- do con cierto respaldo, a pesar de que ya admitimos que la política como actividad que in- fluye en los comportamientos sociales puede tener también su rincón en la historia social. Entonces ¿en qué quedamos? Nunca ha habido en el mundo académico, español e interna- cional, tanta gente viviendo de la historia (profesores e investigadores). Todos ellos bus- cando su espacio e intentando superar la monotonía de los discursos. Labrándose con sus trabajos un porvenir o manteniendo el estatus adquirido, y abriéndose en muchos casos un camino en el mercado de libros de divulgación para el gran público. Asaltados por soció- logos, antropólogos, psicólogos, politólogos que muchas veces muestran su superioridad creyéndose investido de un mejor bagaje teórico y metodológico para analizar el pasado en función del presente, ¿qué le queda al historiador? Todavía cuenta con el peso de la tradi- ción, con la buena costumbre de utilizar fuentes directas, analizarlas y expurgar sus erro- res, pero recurre con frecuencia a las teorías que otros elaboran desde otras actividades científicas. Lo decía hace años mi compañero de fatigas en la tarea diaria de levantar y mantener esta revista: "En lugar de tender a interpretaciones que trasciendan la propia in- vestigación se nos sumerge en micromodelos, tantos como casos, todos diferentes porque cada uno responde a una comprobación especifica y nunca puede decirse que sea igual al otro".8

¿Es el historiador "social" sólo un periodista del pasado? ¿Es un sintetizador de ele- mentos aportados por otras parcelas de las ciencias sociales? ¿Es la historia social una necesidad docente únicamente? No parece que pueda haber respuestas contundentes por- que la realidad se mueve en muchas direcciones y porque además los contornos de otras ciencias sociales están también en cuestión. Los estudios de historia social, o historia de las sociedades como le gusta decir a Hobsbawm, no son ya propiedad exclusiva del histo- riador, pero tampoco puede hacerse abstracción de los archivos porque en reiteradas oca- siones antropólogos, economistas o sociólogos sólo se limitan a formular modelos teóri- cos sin comprobar si se dan de manera fidedigna en los procesos históricos. Tal vez la

6 R. Samuel, "¿Qué es la historia social?", en Historia Social, 10 (1991), pp. 135-141. I 7 D. Smith, "¿Qué es la Historia de la cultura popular?, en Historia Social, 10 ( 1991 ), p. 155. I 8 J. A. Piqueras, "El abuso del método, un asalto a la teoría", en S. Castillo (coord.), La Historia Social en

España. Actualidad y perspectiva, Siglo XXI, Madrid, 1991, p. 92. I 199

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necesaria interrelación entre ciencias sociales sea cada día más necesaria, y eso que am- pulosamente llamamos interdisciplinariedad sea un objetivo a conseguir. ¿Qué pasaría si un asunto es investigado desde distintos ángulos en un mismo proceso de construcción, como si se tratase de un producto final de una empresa que cuenta con diferentes seccio- nes para conseguir un producto final? No es una utopía, es una necesidad para salir de la constricción teórica y metodológica. Abordar en suma el pasado colectivamente. Espere- mos mientras tanto que los presupuestos de las Administraciones Públicas sigan consig- nando las dotaciones necesarias para que los historiadores, sociales o no, sigan cobrando al final de mes.

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