la frontera infinita

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Faktoría K de libros. Narrativa

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La frontera infinita

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Título original en gallego: A fronteira infinda

© Herederos de Celso Emilio Ferreiro© del texto original: Celso Emilio Ferreiro, 1976© de esta edición:Faktoría K de libros, 2007Urzaiz, 125 bajo - 36205 VigoTelf.: 986 127 [email protected]

Ilustración y diseño portada: Marc TaegerPrimera edición: noviembre, 2007Impreso en C/A GráficaISBN: 978-84-96957-10-7DL: PO 616-2007

Reservados todos los derechos

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La frontera infinita

Celso Emilio Ferreiro

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Los cuentos incluidos en este libro –salvo «El alcalde» y «El tími-do»– fueron escritos originariamente en lengua gallega y publicadoscon el título de A fronteira infinda («La frontera infinita») por Edi-ciones Castrelos de Vigo, en 1972. Su traducción, que ahora ofrece-mos en «El alcalde y otros cuentos», ha sido realizada por el propioautor con un designio exclusivamente literario, es decir, siguiendo elhilo argumental primitivo, pero en muchos casos sin sometersenecesariamente a un criterio de literalidad léxica.

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Celso Emilio Ferreiro, cerca ya del trigésimo aniversario desu fallecimiento, se ha asentado por derecho propio como unade las voces de mayor relevancia y originalidad en el panora-ma de las letras peninsulares del siglo XX. Para muestra solohabría que consultar los manuales de historiografía literariaque compendian la producción gallega a lo largo de los últi-mos años, para confirmar la unanimidad que sus valores susci-tan. No podía ser de otra manera.

Al margen de este estatus que Celso Emilio ha ido ganandosilenciosamente desde su última morada en Celanova, lo ciertoes que, tanto para el lector castellano como para el gallego, suobra poética ha eclipsado o, si se quiere, ha oscurecido otrasfacetas del creador. De esta manera, dormita en hemerotecas yotros archivos, pendiente de justa valoración, su producciónperiodística –solo en una pequeña parte recogida y publicadahasta hoy–, su obra ensayística de intervención teórico-política,su labor de investigación histórica o literaria en otras ocasionesy, por supuesto, su obra narrativa, que está aún pendiente deuna revisión crítica para situarla en el lugar que merece. Unaobra narrativa exigua pero, a mi juicio, extraordinariamenterelevante, que se condensa en dos títulos originalmente escritosen lengua gallega: A fronteira infinda y A taberna do galo.

G U L L I V E R F E R R E I R O Y L A F R O N T E RA I N F I N I TA

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Celso Emilio Ferreiro confiaba en su prosa, en las posibili-dades de su prosa, y buena muestra de ello es el hecho de que,tras la aparición de sus dos únicos libros de narrativa en galle-go, él mismo quiso responsabilizarse de la traducción del pri-mero de ellos al castellano. Se trataba de A fronteira infinda,que aquí se presenta ahora, tras una edición que vio la luz en1981, dos años después del fallecimiento del autor de Longanoite de pedra en la ciudad de Vigo, bajo el título de El alcaldey otros cuentos. No es este el lugar más propicio para realizar,ni de lejos, una aproximación breve a esa intrincada red derelaciones textuales entre la producción dispersa por periódi-cos –también de la emigración americana– y su obra editada enforma de libro, pero mantengo la opinión de que una brevecontextualización de las vivencias que Celso Emilio protago-nizó, sin que esto signifique, por supuesto, que de su libro sedeba realizar una lectura en clave biográfica, tal vez puedacontribuir tanto a su cabal interpretación como a la explica-ción de los motivos que han llevado al reconocido poeta CelsoEmilio a ponerse manos a la obra y pergeñar esta frontera infi-nita. Un autor, en aquella altura, responsable de poemariosque lo han catapultado a una atalaya, desde la que se erigecomo una de las voces más destacadas de la poesía gallega y dela poesía en castellano –gracias a las traducciones de sus origi-nales en gallego de los años sesenta y setenta–.

Celso Emilio Ferreiro, este Gulliver Ferreiro, sufre unaexperiencia frustrante en la emigración americana que real-mente habría que denominar como experiencia de exiliado. Enesos términos hay que cifrar la asunción de una decisión moti-vada por graves problemas económicos que se derivaron de laspresiones que sus potenciales clientes –cuando en Vigo era

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procurador de los tribunales y regentaba una oficina de segu-ros– recibían de la brigada político-social, advirtiendo de lasactividades políticas clandestinas que Celso Emilio llevaba acabo y de la inconveniencia de mantener tratos mercantilescon él. Todo esto contribuye a que abandone la ciudad de Vigoen 1966 con destino a Venezuela, aún rechazando ofrecimien-tos para trabajar en una universidad norteamericana. En la«Hermandad Gallega», y con la confiada esperanza de que allíestaba la Galicia real, de alguna manera aquella otra Galicialibre, la de la esperanza republicana, desenvuelve una laborpublicitaria como nunca se viera en lo que se refiere a actua-ciones de tipo cultural por un lado (dirigirá, redactará y con-feccionará el periódico quincenal Irmandade; dirigirá el CineClub de la sociedad, la emisión radiofónica «Sempre en Gali-cia» y la «Escola Castelao» de primera enseñanza) y, por otrolado, y en la esfera privada, de tipo político. A los dos años,con la llegada a la dirección de la entidad, después de la cele-bración de unas elecciones fraudulentas, de un colectivo deorientación fascista y franquista, Celso Emilio Ferreiro, ypoco después toda su familia, es expulsado de aquella institu-ción de la diáspora que en su día reclamara sus servicios. Es,en esta situación, cuando escribe y publica ese documento dealto valor histórico y, sobre todo, de enorme categoría estéti-ca y formal que es Viaxe ao País dos Ananos; es también en estecontexto cuando escribe y más tarde publica A fronteira infin-da: relatos en lengua gallega en los que ficción y realidad sedan la mano, de manera que no es difícil pensar en el paralelis-mo con distintos personajes, situaciones y vivencias dolorosasexperimentadas por el autor en estos años.

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No es este tampoco el espacio más adecuado para detener-me en los valores que esta pieza narrativa encierra. Sin embar-go no quisiera dejar pasar la oportunidad que se me ofrecepara subrayar que La frontera infinita abre sus páginas a laincorporación de una temática transitada en la literatura galle-ga, como es la emigración americana, pero que en este caso seofrece con la particularidad de articularse a través de la visiónde un emigrante-exiliado. Así pues, está presente, cómo no, elsentimiento de la saudade, pero, al tiempo, el autor se instalaen una atalaya desde la que realiza un análisis de las dificulta-des que un emigrante tiene que afrontar y, cuando es preciso,no oculta transmitir con virulencia y espíritu crítico la mez-quindad de aquellos que alcanzan el triunfo, de aquellos ana-nos. Sin duda, parte de sus experiencias las vierte en estos tex-tos donde Galicia y los gallegos están presentes, de manosdadas con la exuberancia del mundo tropical, y es así comoaquí converge la visión que dominaba la estética de CelsoEmilio Ferreiro: literatura como herramienta de defensa, y sise quiere también como arma de combate. Sus relatos, plaga-dos de ironía, de una diáfana frescura y de aparente esponta-neidad, testimonian una inequívoca intención de denuncia,huyen de la neutralidad y toman partido, pues no es difíciladvertir la tonalidad anticapitalista, la voluntad antifascista yantiyanqui que en ocasiones los domina. Por todo ello, estosrelatos se unen a lo más granado que se da entre nuestrosmejores cuentistas contemporáneos, que constituyen ya unarica nómina que va desde los clásicos de inicios del siglo XX–Castelao, Otero Pedrayo o Vicente Risco–, pasando porDieste, Cunqueiro, Fole o Eduardo BlancoAmor, hasta losmás contemporáneos como Neira Vilas, Carlos Casares, Xosé

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Luis Méndez Ferrín o Manuel Rivas. Sin duda se magmatizaaquí también, objetivamente, esa herencia que deja, que hadejado, la literatura de corte popular y de tradición oral ennuestras letras, pero hay también en el género –si aún hoy sepuede emplear esta palabra– mucho afán innovador, un domi-nio inexcusable de diferentes y modernas técnicas narrativas yuna ambición por superar viejos moldes exhibiendo talento amanos llenas.

Estoy convencido de que el lector que se acerque a esteCelso Emilio narrador –conozca o no su trayectoria poética,conozca o no su perfil humano y literario, conozca o no suproyección y presencia en la literatura y en la cultura gallegaactual– no saldrá defraudado; al tiempo, este libro contribuiráa mantener la llama encendida de su voz fuera de Galicia –enVenezuela, en Asturias, en Madrid…–, donde trabó amistadesy dejó recuerdos duraderos que el tiempo no destruye. Solopor eso, los devotos de su obra literaria –que cada vez somosmás– estamos de enhorabuena con esta edición de sus relatospara el lector en castellano.

Ramón NicolásVigo, marzo de 2007

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En dos ocasiones intenté escribir la historia de los sietefusilados de Teimud, pero las dos veces tuve que desistir demi propósito porque la gente se negaba a contar lo quesabía del horrendo episodio. Comprendan, yo trataba deescribir una historia verídica, no un cuento. En el cuentopuede usarse la fantasía, pero en la historia, no. Para escri-bir una historia hay que documentarse, saber de las fechasy de los hechos a fin de encontrarle al acontecimiento unsentido lógico y una razón coherente. De aquella historiade sangre yo sólo sabía que siete hombres habían sido fusi-lados en Teimud, eso era todo. Necesitaba conocer másdatos, disponer de más elementos de juicio; saber, porejemplo, los nombres de las víctimas y sus circunstanciaspersonales, de dónde venían, por qué los fusilaron, quiénlos había condenado a morir y, naturalmente, con qué dere-cho, porque un tribunal no es legítimo por el hecho de apli-car una ley, sino por estar investido de la justicia y de labuena fe.

Cuando llegué a Teimud para investigar todo esto, losvecinos callaban obstinadamente a pesar de los años trans-curridos desde el terrible suceso. Pregúntele al alcalde, medijo uno de ellos, ese sí que podría contarle muchas cosas.

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E L A L C A L D E

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Pero, tonto, cómo va a contarle si él es el máximo culpablede la muerte de aquellos hombres y además todavía respiraodio por la pérdida del hijo, un héroe, sabe, que murióluchando en el frente. Un héroe, así se escribe la historia.Estaba masturbándose detrás de un muro, llegó una balaperdida y le abrió la cabeza. El padre no le dirá nada denada, a buena hora va a contarle que a los siete condenadoslos tenían en Gulard aguardando a las tropas que habían defusilarlos cuando llegó a la capital del distrito un telegramaindultándolos, telegrama del que tuvo noticias el alcalde,quien llamó por teléfono a un amigo, consiga retener eseindulto cuarenta y ocho horas sólo. Por la noche los prisio-neros fueron sacados sigilosamente de la prisión y cuando,a los dos días, llegó el indulto, ya los condenados habíansido pasados por las armas en las tapias del cementerio deTeimud, donde aún hoy pueden verse los impactos de lasbalas. Le aseguro que todos odiamos al alcalde, nos produ-ce repulsión su pinta innoble de persona consumida por lamala leche que le brota en el rostro como un salpullido. Uncanalla injertado en sádico, de mozo emigró a las Américasy allí se dedicó a explotar a sus compatriotas, emigrantescomo él, ejerciendo de cachicán en una empresa norteame-ricana. Fue un perro de presa al servicio del amo, hasta que,ya viejo y sin dientes para morder, los gringos lo despacha-ron y regresó a la tierra natal con los bolsos vacíos y el cora-zón lleno de vileza. Se cuenta de él que estando en la mili habíasolicitado plaza de verdugo, cargo que no le concedieron porser zurdo, cosa que no se entiende pero que al parecer está enel reglamento como uno de los principales impedimentos paraejercer el bastardo oficio.

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Fui a Gulard, pero ya no existía cárcel en el pueblo, o,mejor dicho, nunca existió; habilitaron la casa parroquialcomo prisión de emergencia poniendo de cancerbero alsacristán; ese sí que sabía cosas pero tampoco hablaba, por-que un hermano suyo sufrió persecución y todavía le dura-ba a la familia el miedo de las noches de terror, cuando lasgavillas de asesinos andaban en busca del prófugo quesuponían enconchado allí, y que en realidad lo estaba, empa-redado en un establo donde nunca pudieron dar con él,pero el miedo es libre y una vez que se instala en el alma dealgunos hombres los pudre y transforma en monstruos, poreso el sacristán terminó siendo carcelero de los siete conde-nados durante los días que permanecieron allí, muertos dehambre y atados de pies y manos. Cosa buena no seréis,cabrones del carajo, para que os tengan presos, si fueraistrigo limpio no estaríais aquí, que vuestra cara ya dice loque sois, gentuza.

Los prisioneros habían sido detenidos en la frontera,cerca de las minas de cobre: qué hacéis aquí, hemos venidoa buscar trabajo, qué trabajo ni puñeta, no sois mineros, notenéis callos en las manos. Los juzgaron por ser partidariosde la ley antigua, pena de muerte, y no los fusilaron en elacto porque el jefe del grupo tuvo unos extraños escrúpu-los procesales y dijo esto no es legal ni con arreglo a dere-cho si antes no se somete la sentencia al cúmplase de laautoridad competente, y así fue como aquellos desgracia-dos dieron con sus huesos en la casa parroquial de Gulardy pocos días después en la cárcel de Teimud, reclamadospor el alcalde sediento de sangre.

Siete mozos que no se sabía de dónde eran ni cómo sellamaban ni por qué estaban prisioneros, aguardaban la

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muerte resignados, diríase que tranquilos, como si el supli-cio que iban a sufrir fuese algo que no les atañía y que eraajeno a sus vidas.

Una vez más tengo que desistir de contar la historia delos siete fusilados de Teimud. En mi magnetófono estángrabadas unas palabras de una mujer que no quiso darme sunombre. Con ellas pondré fin a estas notas tan escasas, quequisieron ser una historia y terminaron siendo un relato sinpies ni cabeza. En el alba de un día de agosto yo iba con mipadre a regar un huerto que teníamos en las cercanías delcementerio en un lugar llamado «El pozo del monje». Fren-te a los muros del camposanto, en el lado sur, estaban lossoldados (unos quince) y los siete prisioneros, acompaña-dos del alcalde, que vociferaba como un energúmeno, sietemuertos por un muerto y todavía sois pocos hijos de perro.Era un escarnio que acuchillaba el sentimiento, los soldadostemblaban, los prisioneros suplicaban, apuntad bien a nues-tros pechos para que muramos pronto. Cuando el oficialdio la orden de fuego, comenzó un tiroteo desconcertadoque no atinaba con los cuerpos de los desgraciados, unos depie, otros revolcándose por el suelo, malheridos, clamando,matadme presto, por favor, acabad conmigo, por favor. Elalcalde se comportó tan vilmente que aún después de muer-tos seguía injuriando a las víctimas, siete muertos por unmuerto, cabrones, coños de madre, hijos de perro. Algunosde los hombres que el alcalde había obligado a presenciarcomo testigos el ajusticiamiento, pretendieron llevar loscadáveres por la puerta del cementerio hasta la zanja que elenterrador había excavado, pero el alcalde lo impidió, tiradlospor encima de la tapia como fardos de mierda, no son hom-

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bres, son fardos. El alcalde corría de un lado a otro con losojos extraviados como en un ataque de locura, mientras losfardos iban cayendo con un ruido sordo sobre la tierrahúmeda de la zanja recién abierta. Creo que alguno de ellosaún estaba vivo.

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Algunas de las torturas y violencias que se describen en estecuento están tomadas de una grabación hecha cuando el pro-tagonista declaró ante una comisión de diputados en un lugarde América cuyo nombre no viene al caso.

Me llamo Cayetano Pérez Padrón, pero, desde niño, mispadres me llamaban Tano, y Tano me ha quedado para siem-pre. Tengo 24 años y estoy casado con Idalia Sedeño, unatrigueña de veinte años que me ha dado un hijo, mediomoreno y de pelo rizadito, que ahora debe andar por los 14meses. Soy pintor de brocha gorda y albañil de oficio. Nacíen la ciudad de Pruna, que está al sureste de los grandeslagos. Estudié cuatro años de enseñanza primaria en unaescuela del gobierno. Cuando llegaron a Pruna los extranje-ros y la ciudad empezó a crecer y crecer, yo dejé la escuela yme dediqué a trabajar en la construcción.

Tengo una libreta y un lápiz que me facilitó un compa-ñero de prisión para que escriba lo que me ocurrió en estosúltimos meses de sufrimientos y martirio. Mi calvariocomenzó en la víspera de la Nochebuena de 1964, en lacalle de los Esteros de mi ciudad natal, donde fui detenido

E XT RA Ñ O I N T E R M E D I O

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y después llevado a los locales de la Poles(1)

. Lo que mepasó entonces puede que no lo crean, pues yo mismo, aveces, pienso que todo fue un mal sueño y no una realidad.Si no fuese que todavía tengo en el cuerpo las marcas de loscastigos y torturas que sufrí, diría que mi historia era elproducto de una borrachera alucinante.

Bueno, la cosa fue así: yo estaba en aquella calle contem-plando los escaparates de los comercios, cuando un hombreme tocó en el hombro diciendo «queda usted detenido». Eraun agente de la Poles, joven, pequeño, que comenzó dicien-do que tenía que llevarme a la jefatura, que allí todo el mundocantaba. Me dio un empujón para que caminase delante de él,como así hice hasta llegar a la esquina de la calle, donde,temeroso de ser maltratado, me eché a correr calle adelanteaprovechando que había mucho público por las aceras. Perotuve mala suerte, porque resbalé en una cáscara de plátano yme caí al suelo. La gente me rodeó preguntando si me habíahecho daño, pero no tuve tiempo de responder pues llegó,pistola en mano, el que me detuviera, me colocó las esposasy me llevó con él diciendo que ahora mi vida no valía un cara-jo, sabe, porque con mi huida había dado a entender que meconsideraba culpable y ya podía darme por muerto.

Fuimos hasta el edificio de la Poles, quinto piso. En elascensor ya comenzó a golpearme. Me propinó varias pata-das en las piernas y un puñetazo. Cuando llegamos a la ofi-cina yo iba cojeando y sangrando por las narices. Tú eres unguía de los guerrilleros y tienes que decirnos cuántos llevas-te al monte. Nombre, Cayetano Pérez Padrón, más conoci-do por Tano, casado, padre de un niño de meses, vecino de

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(1)Policía Especial.

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la calle de Cotos, oficio albañil y pintor. Si quieren saberalgo más pregúntele al jefe civil de mi barrio, don Arístides,para el que trabajé en varias chapuzas, y también a su seño-ra, misia Morela.

Ellos querían saber dónde estaban los demás. Yo les decíaque no, que no sabía de aquello, que era imposible que yosupiese. Tú lo que eres es un cabrón que pretendes tomar-nos el pelo haciéndote pasar por tonto. No señor, yo no soyel que ustedes sospechan, primero de nada porque yo vivode mi trabajo y no me ocupo de más política que ésa.

Me llevaron a un calabozo y me mandaron desnudar,diciendo que tenía que estar así porque yo era un detenidomuy peligroso. Menos mal que no hacía frío ni había mos-quitos por aquel tiempo, pues en esas condiciones me tuvie-ron hasta el día de Navidad por la tarde, cuando llegó unagente llamado Raúl y me dijo si yo era el comandante Mere-lles, el que comandó el asalto a los almacenes Sears y que sehabía llevado un montón de dinero para las guerrillas. Noseñor, yo me llamo Cayetano Pérez Padrón, de apodo Tano.Me siguió preguntando sin hacerme caso. ¿Dónde están lasarmas? ¿Dónde el dinero de la organización?

Bueno, le dije, mis armas son la brocha y el esparabel; deltrabajo a casa y de la casa al trabajo, esa es mi vida y miorganización, sin más dinero que el miserable jornal quegano con mi oficio.

PARÉNTESISJackie fue entregada por su madre a un matrimonio sin

hijos, a cambio de un tocadiscos de tres velocidades y sonidoestereofónico.

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