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La fe, un tesoro en vasijas de barro

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La fe, un tesoro en vasijas de barro

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Colección «ALCANCE»64

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Luis González-Carvajal Santabárbara

LA FE

Sal TerraeSANTANDER – 2012

UN TESOROEN VASIJAS DE BARRO

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Page 4: La Fe Un Tesoro en Vasijas de Barro.-.INTRO.-.Luis.gonzalez-Carvajal

© 2012 by Editorial Sal TerraePolígono de Raos, Parcela 14-I

39600 Maliaño (Cantabria)Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 [email protected] / www.salterrae.es

Imprimatur:X Vicente Jiménez Zamora

Obispo de Santander20-09-2012

Diseño de cubierta:María Pérez-Aguilera

www.mariaperezaguilera.es

Reservados todos los derechos.Ninguna parte de esta publicación

puede ser reproducida,almacenada o transmitida, total o parcialmente,por cualquier medio o procedimiento técnico

sin permiso expreso del editor.

Impreso en España. Printed in SpainISBN: 978-84-293-2035-0

Depósito Legal: SA-620-2012

Impresión y encuadernación:Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya)

www.grafo.es

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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

1. ESO DE CREER Y DE LA FE . . . . . . . . . . . . . . . 15

La fe es una dimensión constitutivade la existencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17Creer en sentido religioso . . . . . . . . . . . . . . . . . 22

Tres dimensiones del creer . . . . . . . . . . . . . . . 22Una distinción importante: Fe y creencias . . . 27Pobreza del lenguaje para habla

de lo que creemos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30La fe: Una entrega confiada a Dios . . . . . . . . . . 32

Experiencia personal de Dios . . . . . . . . . . . . . 33Creer es estar enamorado de Dios . . . . . . . . . . 37La fe es un nuevo nacimiento . . . . . . . . . . . . 42La pequeña omnipotencia de la fe . . . . . . . . . 47¿No será todo un espejismo? . . . . . . . . . . . . . 51Fe personal y fe de la Iglesia . . . . . . . . . . . . . . 53

Las creencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55No puede haber cristianos «por libre» . . . . . . . 55

Índice

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El Credo apostólico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60Las tres partes del Credo . . . . . . . . . . . . . . . . 64Necesidad de una nueva formulación

del Credo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67Las creencias nunca pueden

expresar bien la fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69Eso que llamamos «dudas de fe» . . . . . . . . . . . 73La «fe del carbonero» . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

2. LOS QUE NO CREEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

La descristianización de Occidente . . . . . . . . . . 81Ateísmo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85Un fenómeno reciente . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85Cinco causas de ateísmo . . . . . . . . . . . . . . . . . 87

1. El padre freudiano de mirada escrutadora / 2.Una religión que parece incompatible con la feli-cidad / 3. Un Dios que resulta ajeno a la vida / 4.El dolor de los inocentes / 5. Una cultura sin Dios

El diálogo entre creyentes y ateos . . . . . . . . . . . 96Agnosticismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97Indiferencia religiosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100

¿Qué es la indiferencia religiosa? . . . . . . . . . . 101Cuatro factores que fomentan

la indiferencia religiosa . . . . . . . . . . . . . . . 1061. La autonomía de todo lo profano respecto dela religión / 2. El activismo moderno / 3. La pro-liferación de ofertas religiosas / 4. La convivenciacon personas indiferentes

Algo tan nuevo como sorprendente . . . . . . . . . 111Una realidad más preocupante

que el mismo ateísmo . . . . . . . . . . . . . . . . 114

6 LA FE, UN TESORO EN VASIJAS DE BARRO

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Los que rechazan al Dios de Jesucristo . . . . . . . 116Incredulidad de los propios creyentes . . . . . . . . 117

3. CREER EN TIEMPO DE INCREENCIA . . . . . . . . 121

Creer exige en nuestros díasuna actitud de resistencia cultural . . . . . . . . 121

El camino hacia la fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124Dos extremos a evitar:

racionalismo y fideísmo . . . . . . . . . . . . . . . 124La fe cristiana no es racional,

pero es razonable . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125El salto a la fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132La fe es a la vez

don de Dios y tarea humana . . . . . . . . . . . 134El camino dentro de la fe . . . . . . . . . . . . . . . . . 139

Vivir la fe en comunidad . . . . . . . . . . . . . . . . 140Celebrar la fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142Testimoniar la fe con la propia vida . . . . . . . . 144Confesar públicamente lo que creemos . . . . . . 147Formarnos teológicamente . . . . . . . . . . . . . . . 151

Epílogo: ¿Para qué «sirve» creer en Dios? . . . 155

7ÍNDICE

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LAS primeras palabras que pronuncia un cristia-no cuando comienza a serlo son estas dos: «Yocreo» (referidas, naturalmente, a creer en el Diosde Jesucristo). Deberían ser también las últimas,como Pablo que, viendo ya cercana la muerte, es-cribía a su discípulo Timoteo: «He concluido micarrera, he mantenido la fe» (2 Tim 4,7).

Pero no resulta fácil, porque la fe ha sido siem-pre un tesoro que los cristianos llevamos en vasijasde barro (2 Cor 4,7), y mucho más hoy que esta-mos rodeados de personas no creyentes. La socio-logía del conocimiento ha puesto de manifiesto lainfluencia que las opiniones de cuantos nos rodeantienen sobre nosotros. Pablo VI lo sabía muy bien:La Iglesia «no está separada del mundo, sino quevive en él. Por eso los miembros de la Iglesia reci-ben su influjo, respiran su cultura, aceptan sus le-yes, adoptan sus costumbres»1.

Introducción

1. PABLO VI, Ecclesiam suam, 37 (El magisterio pontificiocontemporáneo, t. 1, BAC, Madrid, 1991, p. 249).

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Se entiende que Benedicto XVI haya queridoconvocar un «Año de la Fe» (11 de octubre de2012 – 24 de noviembre de 2013) para que sea«un tiempo de especial reflexión y redescubri-miento de la fe»2, igual que lo hizo Pablo VI en1967 con la intención de que todo el pueblo deDios adquiriera una «exacta conciencia de su fe,para reanimarla, para purificarla, para confirmarlay para confesarla»3.

Este libro responde a una sugerencia que mehizo tiempo atrás el Director de la Editorial SalTerrae pensando que, especialmente –pero no so-lo– durante el Año de la Fe, muchas comunidadescristianas y no pocos agentes de pastoral querríantener en sus manos unas reflexiones sobre la fe quefueran sustanciosas sin resultar difíciles de enten-der, y se pudieran considerar completas sin ser de-masiado extensas.

Basta hojear el índice para ver que la estructu-ra del libro es muy sencilla: en primer lugar, vere-mos qué es eso de creer y de la fe; después habla-remos de los que no creen; y, por último, nos pre-guntaremos cómo creer en tiempos de increencia.

El enfoque es el propio de la Teología Pastoralo –como preferimos decir desde el Congreso deTeólogos Pastorales celebrado en Viena en 1974,

10 LA FE, UN TESORO EN VASIJAS DE BARRO

2. BENEDICTO XVI, Carta apostólica Porta fidei (11 de oc-tubre de 2011), núm. 4: Ecclesia 3.595 (5 de noviembrede 2011) 1.668.

3. PABLO VI, Exhortación apostólica Petrum et PaulumApostolos (22 de febrero de 1967): AAS 59 (1967) 198.

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con ocasión del segundo centenario de esta disci-plina– Teología Práctica. En realidad, observó muyacertadamente Rahner, toda la teología debería seruna ciencia «práctica», en el sentido de que no de-be estar orientada a saber más, sino al crecimientode la vida cristiana4, pero por desgracia no siempreocurre así.

La Teología Práctica es necesariamente una teo-logía encarnada. Las comunidades cristianas de di-ferentes épocas y espacios culturales no se plan-tean las mismas preguntas. Existen, sin duda, mu-chas semejanzas debidas al hecho de que todoscompartimos la misma condición humana, perohay también diferencias históricas y culturales. Elpropósito de este libro es dar respuesta a las pregun-tas sobre la fe que se hacen los cristianos de los paísesoccidentales en el siglo XXI, porque –como dijo unestudio titulado La Iglesia para los demás, publica-do por el Consejo Mundial de las Iglesias hace yamás de cuarenta años– «es el mundo quien esta-blece el orden del día»5.

Como en mis libros anteriores, me he esforza-do por hacer compatible –en la medida de lo po-sible– el carácter científico propio de la buena teo-logía con la claridad conceptual. Digo «en la medi-da de lo posible», porque es inevitable que los

11INTRODUCCIÓN

4. RAHNER, Karl, art. «Teología» (Sacramentum Mundi, t. 6,Herder, Barcelona 1976, col. 534).

5. Cit. en COLLET, Giancarlo, «¿Teología de la misión o te-ología de las misiones? Observaciones en relación conun concepto discutido»: Concilium 279 (1999) 121.

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teólogos empleemos ciertas fórmulas que no po-drán dejar de parecer herméticas a quienes no loson. «Cada disciplina, cada técnica, cada oficiodesarrolla un lenguaje propio que incluye nume-rosas palabras familiares para los especialistas, pe-ro completamente desconocidas para el “gran pú-blico”. Por ejemplo, en un barco no hay ninguna“cuerda”, sino chicotes, escotas, drizas, obenques yotros muchos tipos de cordaje»6. Sin embargo, heevitado los términos técnicos siempre que he po-dido y, cuando no me ha sido posible, he procura-do explicarlos con claridad.

Observará el lector que en las páginas de estelibro –como ocurre, por otra parte, en el resto demi producción teológica–, junto a teólogos y Pa-pas, tomarán la palabra personas como Unamu-no, Dostoievski, Ortega y Gasset o Nietzsche;pero lo harán cada uno en el momento precisopara que el resultado global no sea un ruido caó-tico, sino un canto polifónico. En mi opinión,también esa polifonía tiene especial afinidad conla teología pastoral. El calvinista Karl Barth –se-guramente el mejor teólogo del siglo XX– dijo enuna memorable conferencia titulada La humani-dad de Dios que, para dirigirse a «los de fuera» (y–añadía– todos somos un poco «de fuera»), «bienpuede emplearse ocasionalmente cierto lenguajeun tanto “no religioso” de la calle, de los periódi-cos, de la literatura y hasta de la filosofía en elpeor de los casos»7.

12 LA FE, UN TESORO EN VASIJAS DE BARRO

6. SESBOÜÉ, Bernard, Creer, San Pablo, Madrid, 2000, p. 67.

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En mi opinión, sería magnífico lograr que «losde fuera» se interesasen por la Teología. El ideal se-ría recuperar alguna vez aquel clima que se exten-dió en Alemania alrededor de 1521, cuando –se-gún recuerda Funck-Brentano– se veía a la gente«ponerse a discutir de teología en la plaza pública,en ferias y mercados, en mesones y en claustrosuniversitarios. Todos metían cuchara en estas dis-cusiones: hombres, mujeres, viejos y jóvenes, ciu-dadanos y estudiantes»8.

13INTRODUCCIÓN

7. BARTH, Karl, Ensayos teológicos, Herder, Barcelona 1977,p. 28.

8. Cit. en ACQUAVIVA, Sabino S., El eclipse de lo sagrado enla civilización industrial, Mensajero, Bilbao 1972, p.274, n. 158.

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INCLUSO en el lenguaje cotidiano, las palabras«fe» y «creer» son extraordinariamente ambiguas.Por ejemplo, el verbo «creer» no significa lo mis-mo cuando digo a una persona «creo que mañanalloverá» que cuando le digo «te creo». En el primercaso es sinónimo de «opinar», «considerar proba-ble» o «suponer»; en el segundo caso, en cambio,estoy manifestando un asentimiento carente de re-servas hacia esa persona y un tener por verdaderolo que me dice. Si yo le dijese que me siento muyinclinado a creer lo que está diciendo, pero comono puedo comprobarlo...; me cortaría con razón:«En resumen, que no me cree».

Cuando empleamos las palabras «fe» y «creer»en sentido religioso, no disminuye la ambigüe-dad; tanto es así que el gran teólogo protestantePaul Tillich decía al comienzo del libro que dedi-có a la fe:

«Es difícil que exista otra palabra en el lengua-je religioso, sea teológico o popular, que padezcatantas malinterpretaciones, distorsiones y defini-

1Eso de creer y de la fe

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ciones cuestionables como el término “fe”. Perte-nece a ese grupo de palabras que necesitan una cu-ración antes de poder ser empleadas para curar alos hombres. [...] De hecho, nos sentimos tenta-dos de sugerir que se abandone por completo lapalabra “fe”. Sin embargo, por más deseable quesea tal posibilidad, es prácticamente imposible.Existe una tradición poderosa que la protege. Yaún no existe un sustituto que exprese la realidadque indica el término “fe”. De manera que, por elmomento, la única forma de encarar el problemaes tratar de reinterpretar la palabra y quitar lasconnotaciones que la confunden y la distorsionan,algunas de las cuales son herencia de siglos»1.

Necesitamos, por tanto, afinar el concepto de«fe», y lo haremos en las páginas siguientes. Comopunto de partida podría servirnos la primera acep-ción que encontramos en el Diccionario de MaríaMoliner: Fe es «creencia en algo sin necesidad deque esté confirmado por la experiencia o por la ra-zón propias»2. Me temo que en este caso la ilustrelingüista no se lució demasiado, porque su defini-ción tiene el fallo garrafal, imperdonable en lógi-ca, de incluir lo definido en la definición, pero demomento será suficiente para asegurar que todosestamos hablando de lo mismo.

16 LA FE, UN TESORO EN VASIJAS DE BARRO

1. TILLICH, Paul, Dinámica de la fe, La Aurora, Buenos Ai-res 1976, p. 5.

2. MOLINER, María, Diccionario de uso del español. Ediciónabreviada, t. 2, Gredos, Madrid 2008, p. 150.

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La fe es una dimensión constitutivade la existencia

Ciertamente, contra la fe se ha dicho de todo. ParaNietzsche, por ejemplo, la fe es un síntoma de in-madurez humana, de infantilismo. En su opinión,«el hombre de fe, el “fiel” de cualquier tipo, es ne-cesariamente un hombre sujeto [dependiente]. [...]Toda fe es de por sí una expresión de alienación desí mismo, de abdicación del propio ser»3.

Con todos los respetos que merece el gran filó-sofo alemán, esto que escribió un buen día de 1888merece, en lenguaje forense, el calificativo de «jui-cio sumarísimo»; ventilado con tantas prisas que nohace ninguna distinción –¿será, por ventura, lo mis-mo creer a un intelectual de honestidad probadaque a un hechicero?– y ni siquiera da al acusado laoportunidad de defenderse. Pienso que la honesti-dad intelectual exige ir mucho más despacio.

Por lo pronto, necesitamos tomar conciencia deque la fe no es exclusiva ni primariamente algo reli-gioso. San Agustín escribió un libro titulado De lafe en lo que no se ve, que comienza así: «Para refutara los que presumen de conducirse sabiamente ne-gándose a creer lo que no ven, les demostraremosque es preciso creer muchas cosas sin verlas»4.

171. ESO DE CREER Y DE LA FE

3. NIETZSCHE, Friedrich, El Anticristo, § 54 (Obras comple-tas, t. 4, Prestigio, Buenos Aires 1970, p. 245).

4. AGUSTÍN DE HIPONA, De la fe en lo que no se ve, cap. 1,n. 1 (Obras completas de San Agustín, t. 4, BAC, Madrid19753, p. 679).

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Me atrevo a asegurar que, si el lector se toma-ra la molestia de ir repasando uno por uno susconocimientos, comprobaría que, en efecto,siempre ha «creído» muchas más cosas de las queha tenido ocasión de verificar personalmente. Deniños, todo lo que aprendimos en el colegio sedebió a que creíamos a nuestros profesores, por-que, como decía Aristóteles, «es necesario que eldiscípulo crea»5. Con los años, algunas de esascosas hemos podido verificarlas por nosotrosmismos, pero todavía hoy seguimos creyendo lamayoría de ellas. Y hacemos bien, porque si nosempeñáramos en verificar todo por nosotros mis-mos, como Descartes, nuestros conocimientos enestos momentos serían limitadísimos. Hasta lasciencias experimentales progresan gracias a quetodos los investigadores, en vez de partir de cero,aceptan como punto de partida («creen») las con-clusiones a las que han llegado sus predecesores.Por eso, quienes aspiran a descubrir cosas nuevas–o alcanzar «la perfección de la ciencia», con pa-labras de Santo Tomás de Aquino6– empiezansiempre creyendo.

Si de las ciencias –que, al fin y al cabo, soloamueblan la cabeza– pasamos a las cosas verdade-

18 LA FE, UN TESORO EN VASIJAS DE BARRO

5. ARISTÓTELES, Topica et Sophistici Elenchi, c. 2, n. 2 (Bk165b3).

6. TOMÁS DE AQUINO, De veritate, cuestión 14. La fe, art.10, (Cuadernos de Anuario Filosófico, n. 147, Universi-dad de Navarra, Pamplona, 2001, p. 103); IDEM, Sum-ma Theologica, 2-2, q. 2, a. 3 (Suma de Teología, t. 3,BAC, Madrid, 1990, p. 63).

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ramente importantes, aquellas sin las cuales no esposible vivir de manera humana, veremos igual-mente que no las «sabemos»; todas ellas las «cree-mos». Cedamos otra vez la palabra a San Agustín:«Dime, por favor: ¿cómo ves el afecto de tu amigo?[...] ¿Replicarás, tal vez, que ves el afecto de tu ami-go en sus obras? Ves, en efecto, las obras de tu ami-go, oyes sus palabras; pero habrás de creer en su afec-to, porque este ni se puede ver ni oír». ¿No se te haocurrido pensar que podría estar fingiendo una «be-nevolencia que no tiene para conseguir de ti algúnbeneficio»7? Idénticas consideraciones podríamoshacer respecto del amor entre dos enamorados.

Apurando al máximo sus razonamientos, elobispo de Hipona decía: quienes son coherentescon la tesis de que solo creen en lo que ven «se venobligados a confesar que no saben con certeza quié-nes son sus padres»8; afirmación que en el siglo Vera válida para todos y hoy sigue siéndolo para casitodos, excluyendo únicamente a los poquísimosque se han hecho las pruebas de ADN. Por otra par-te, es legítimo presumir que algo ha ido mal en la

191. ESO DE CREER Y DE LA FE

7. AGUSTÍN DE HIPONA, De la fe en lo que no se ve, cap. 1,n. 2 (Obras completas de San Agustín, t. 4, BAC, Madrid19753, p. 681). Cuando dispongo también del texto enla lengua original, o se trata de ediciones bilingües (co-mo es el caso de estas obras completas de San Agustín),no siempre respeto al pie de la letra la traducción ofreci-da. Aquí, por ejemplo, he preferido traducir el latín be-nevolentia por «benevolencia», y no por «caridad».

8. AGUSTÍN DE HIPONA, De la fe en lo que no se ve, cap. 2,n. 4 (ed. cit., p. 684).

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vida de quienes necesitaron recurrir a los análisis deADN para saber quiénes eran sus padres.

Llevaba razón, en suma, Juan Pablo II cuandoescribía en su encíclica Fides et ratio: «En la vida deun hombre las verdades simplemente creídas sonmucho más numerosas que las adquiridas median-te la constatación personal. [...] El hombre, serque busca la verdad, es también aquel que vive decreencias»9.

¿De verdad podemos definir al hombre comoun «ser que vive de creencias»? ¿Acaso no es posi-ble vivir sin fe? Evidentemente, sin fe religiosa sí sepuede vivir, y de hecho así viven muchas personas.Pero ¿se puede vivir sin «fe» a secas? Sin dudarloun momento, contestamos que no. Basta pasar re-vista a un montón de palabras que expresan valo-res profundamente humanos y se derivan todasellas, en las lenguas románicas, de la palabra latinafides («fe»): «fidelidad», «fiarse», «fianza», «con-fianza», «confidencia» (cum fide), etc. Una de lasexperiencias más fundamentales del ser humano,sin la cual nadie puede disfrutar posteriormentede una psicología sana, es la «confianza básica»10

que se desarrolla en los primeros años de vida gra-cias, sobre todo, a la relación feliz del niño con sumadre (y también con su padre).

20 LA FE, UN TESORO EN VASIJAS DE BARRO

9. JUAN PABLO II, Fides et ratio, n. 31: Ecclesia 2.916 (24de octubre de 1998) 1.581.

10. Cf. ERIKSON, Erik H. Infancia y sociedad, Hormé, Bue-nos Aires 19808, pp. 222-225 («Confianza básica versusdesconfianza básica»).

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Algo parecido podríamos decir sobre la impor-tancia de la palabra latina credere («creer»), que hadado lugar a «creíble», «credibilidad», «crédito»... Sitodas esas realidades que acabo de mencionar des-aparecieran un día del campo de nuestra experien-cia, nos volveríamos todos mucho más pobres y noslevantaríamos cada mañana con un «Buenos días,tristeza»11. La fe aparece ante cualquier observadorimparcial como un existencial de nuestro ser, es de-cir, una dimensión constitutiva sin la cual sería im-posible vivir. Decía Adolphe Gesché: «Si no creyeraen nadie, aunque sea en una proporción mínima,acabaría volviéndome loco, y deprisa; tan ocupadoestaría en querer verificarlo todo por mí mismo, des-de mi desayuno, en el que mi huésped podría haberechado algún veneno, hasta el momento de subirmeal coche por la tarde, pensando que un alumno ma-lévolo podría haberme aflojado algunos pernos»12.

Podemos decir, en resumen, que «la fe haceposible toda vida humana digna de este nombre,pues la fe es, ante todo, la confianza original delhombre en la vida. Sin esta confianza no podría-mos dar un solo paso, nos aislaríamos totalmente,y el temor nos invadiría, convirtiéndose en obse-sión enfermiza»13.

211. ESO DE CREER Y DE LA FE

11. Cf. SAGAN, Françoise, Buenos días, tristeza (Obras, t. 1,Plaza & Janés, Barcelona 1963, pp. 15-208).

12. GESCHÉ, Adolphe, Dios para pensar, t. 2, Sígueme, Sala-manca 1997, p. 130.

13. GELABERT BALLESTER, Martín, «Fe», en (TORRES QUEI-RUGA, Andrés, [dir.]), Diez palabras clave en Religión,Verbo Divino, Estella 1992, p. 226.

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Lo que hace falta, naturalmente, es saber enqué o en quién confiamos. «Si en el terreno delamor puede ser laudable el criterio “haz el bien yno mires a quién”, en el terreno de la fe el criterioes siempre “cree, pero mira bien a quién”»14. Ya elautor del Eclesiástico advertía: «El que pronto seconfía no tiene juicio» (Sir 19,4). No debemoscreer cualquier cosa ni a cualquier persona, porqueeso ya no sería fe, sino credulidad.

Debemos huir, pues, de dos extremos viciosos:el extremo de aceptar solo lo que podemos verifi-car empíricamente o demostrar racionalmente,porque entonces la vida dejaría de ser humana, yel extremo de creer todo, porque el crédulo tieneel grave peligro de vivir permanentemente en lailusión y en la mentira. La fe se sitúa entre esos dosextremos. No consiste en creer todo, sino única-mente lo que es creíble.

Creer en sentido religioso

Tres dimensiones del creer

Al afirmar que la fe es una estructura fundamentalde nuestra existencia no hemos probado todavíanada acerca de la legitimidad de la fe religiosa. Pe-ro lo dicho es suficiente para intuir que, en caso deque exista Dios, mantener hacia Él una relación de

22 LA FE, UN TESORO EN VASIJAS DE BARRO

14. GELABERT BALLESTER, Martín, Creer, solo en Dios, SanPablo, Madrid 2007, p. 92.

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fe no sería en absoluto extraño ni contrario a lasexigencias de nuestra humanidad, sino el compor-tamiento más humano que cabría imaginar. De es-ta forma, el dinamismo de la fe interpersonal nosha llevado hasta el umbral de la fe religiosa.

Hemos comenzado este capítulo observandoque las palabras «fe» y «creer» no siempre se em-plean en el lenguaje cotidiano con idéntico sentido.Ocurre lo mismo en el lenguaje religioso. Los teó-logos antiguos15, utilizando una fórmula de inspira-ción agustiniana16, decían que en relación con Dioshay tres formas de «creer». Si queremos conservarsus matices, será inevitable citarlas en latín17:

1. Credere Deum, un acusativo sin preposición, cu-ya traducción literal castellana resulta un poco duraal oído: «Creer Dios»; es decir, creer que Dios «exis-te» y creer cuantas verdades se relacionan con Él.

2. Credere Deo, en dativo; es decir «creer a Dios».No creemos las verdades de la fe de las que hablá-bamos hace un momento porque se nos hayanocurrido a nosotros un buen día, ni siquiera por-

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15. Cf. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, 2-2, q. 2, a.2 (Suma de Teología, t. 3, BAC, Madrid 1990, p. 61).

16. Cf. AGUSTÍN DE HIPONA, Sermón 144, n. 2 (Obras com-pletas de San Agustín, t. 23, BAC, Madrid 1983, p. 310);ID., Del espíritu y la letra, cap. 31, n. 54 (Obras comple-tas de San Agustín, t. 6, BAC, Madrid 1959, p. 774).

17. Cf. CAMELOT, Pierre (en religion, Thomas), «CredereDeo, credere Deum, credere in Deum. Pour l’histoired’une formule traditionnelle»: Les Sciences Philosophiqueset Théologiques 42 (1941) 149-156.

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que nos parezcan razonables, sino porque Diosnos las ha revelado, y su palabra nos merece con-fianza. El Concilio Vaticano I enseñó que no cre-emos lo que Dios ha revelado porque percibamossu verdad «por la luz natural de la razón, sino porla autoridad del mismo Dios que revela»18.

Imaginemos a alguien que acepta todas las ver-dades cristianas, pero no porque han sido reveladaspor Dios, sino porque coinciden con sus propias re-flexiones. Supongo que se considerará a sí mismoun buen cristiano y que los demás lo tendrán portal; pero en cuanto una de esas verdades deje deparecerle razonable, se descubrirá que no es cre-yente ni lo había sido nunca.

Santo Tomás afirmó perspicazmente que, sicreemos en «algo», es porque antes, y sobre todo,hemos creído en «Alguien»: «Dado que el que creeasiente a las palabras de otro, parece que lo princi-pal y como el fin de cualquier acto de creer esaquel en cuya aserción se cree; son, en cambio, se-cundarias las verdades a las que se asiente creyen-do en él»19.

3. Por último –pero no por ser menos importan-te, sino todo lo contrario–, credere in Deum. En la-

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18. CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática Dei Filius(24 de abril de 1870), cap. 3: DH 3.008 (DENZINGER,Heinrich, y HÜNERMANN, Peter, El magisterio de la Iglesia.Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum derebus fidei et morum, Herder, Barcelona 1999, p. 767).

19. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, 2-2, q. 11, a. 1(Suma de Teología, t. 3, BAC, Madrid 1990, p. 125).

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tín, la preposición «in» con acusativo indica el tér-mino al que se dirige un movimiento real o figu-rado; credere in Deum indica, por tanto, que el ac-to de creer no termina aceptando las verdades dela fe, sino al mismo Dios de quien hablan esas ver-dades. De hecho, la revelación bíblica no es la co-municación de unas verdades ocultas, sino másbien del mismo Dios para nuestra salvación20.

En cuanto credere in Deum, el acto de creerimplica una experiencia personal de Dios. San Pa-blo decía que solo en la otra vida veremos a Dios«cara a cara» (1 Cor 13,12); por lo tanto, mientrasestemos en este mundo debemos contentarnoscon una experiencia parcial de Dios. San Agustínhabló de las «manos de la fe»21 que palpan a Al-guien en la oscuridad.

Naturalmente, este tercer sentido de la palabra«creer» supone los dos anteriores: no sería posiblecreer en Dios sin antes creer que existe y sin creercuanto nos diga. Por eso no he querido titular es-te apartado tres «formas» de creer, sino tres «di-mensiones» del creer.

Igualmente podemos decir que el tercer senti-do de la palabra «creer» supera a los otros dos. En

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20. Según el CONCILIO VATICANO II, «por medio de la reve-lación Dios quiso manifestarse a Sí mismo»: Dei Ver-bum, 6 a (Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos.Declaraciones. Legislación posconciliar, BAC, Madrid19707, p. 163).

21. AGUSTÍN DE HIPONA, Sobre el Evangelio de San Juan,trat. 48, n. 11 (Obras completas de San Agustín, t. 14,BAC, Madrid 19652, p. 171).

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efecto, cuando el verbo creer va seguido directa-mente por un complemento, se trata siempre deconceptos; en cambio, si va seguido por las prepo-siciones «a» o «en», se refiere a personas, que sonmás importantes que los conceptos. A su vez, am-bas preposiciones establecen una jerarquía: pode-mos creer a una persona circunstancialmente, cuan-do dice una cosa y no cuando dice otra; en cambio,creer en ella entraña una actitud permanente.

Por otra parte, aunque comenzamos este capí-tulo mostrando que la fe no es exclusiva ni prima-riamente algo religioso, debemos añadir ahoraque, en sentido estricto, «creer en» solo debería re-ferirse a Dios. Me refiero a creer de manera abso-luta, incondicional, definitiva; es decir, creer deuna manera que compromete irrevocablemente elfondo del ser. Una fe semejante no podría otorgar-se a un ser humano sin haberlo convertido en undios; es decir, sin idolatría.

Pascasio Radberto († 865) lo explicó muybien: «Nadie puede afirmar correctamente: creoen mi prójimo, o en un ángel, o en cualquiera otracriatura. Por doquier, en las Escrituras divinas, en-contrarías que esta confesión queda reservada,propiamente, para solo Dios. [...] Decimos, sí:creo a tal o cual persona. Lo mismo que decimos:creo a Dios. Pero no creemos en esa persona ni enninguna otra. Porque, en sí mismas, no son ni laverdad, ni la bondad, ni la luz, ni la vida: no ha-cen más que participar de ellas. Por este motivo,cuando nuestro Señor, en el Evangelio, quieremostrar que es consustancial con el Padre, dice:“Creéis en Dios; creed también en mí” (Jn 14,1).

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Porque si [Jesús] no fuera Dios, entonces no ha-bría que creer en él»22. El poeta Venancio Fortuna-to († 530) decía con una fórmula densa: «Alládonde se pone la preposición en, se acepta a la di-vinidad»23. Y Fausto de Riez († alrededor de 495)llamaba la atención sobre «el privilegio» que supo-ne la pequeña preposición «en», ya que solo le co-rresponde a Dios24.

De momento, dejaremos aquí este razona-miento. Más adelante veremos que el cristiano nisiquiera cree en la Iglesia. Solo cree en Dios.

Una distinción importante: fe y creencias

Como los lectores no familiarizados con el latíntendrán dificultades para retener el significado delas tres expresiones empleadas en el apartado ante-rior –credere Deum, credere Deo, credere in Deum–,vamos a buscar un modo de distinguir en castella-no esos modos de «creer».

Significativamente, en la lengua de Cervantescon el verbo único «creer» se corresponden dossustantivos distintos: «creencia» y «fe». Una prue-ba de que son distintos es que podemos hablar de

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22. PASCASIO RADBERTO, De fide, spe et caritate liber I, cap.6, n. 1 (PL 120, 1.402-1.403).

23. «In ubi praepositio ponitur, ibi divinitas adprobatur» (VE-NANCIO FORTUNATO, Expositio symboli, n. 36).

24. FAUSTO DE RIEZ, De Spiritu Sancto (FAUSTUS REIENSIS,Opera, Corpus scriptorum ecclesiasticorum Latinorum,Volumen 21, Hoelder-Pichler-Tempsky, 1891, pp. 102-157).

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«creencias» en plural, pero la palabra «fe» la em-pleamos siempre en singular. Pues bien, en lo su-cesivo me propongo utilizar la palabra creenciaspara designar el asentimiento intelectual a ciertasverdades, las «verdades de la fe» (credere Deum), yreservar la palabra fe para referirme a la relaciónpersonal con Dios (credere Deo y, sobre todo, cre-dere in Deum).

No parece en absoluto arbitrario reservar lapalabra «fe» para referirnos a ese acto esencialmen-te personal por el que nos entregamos a Dios com-prometiendo el fondo de nuestro ser. La palabra«fe» –fides, en latín– sugiere la idea de fidelidad yevoca el don recíproco de los esposos. Recordemosademás que en el lenguaje heráldico una fides esuna figura que representa dos manos estrechadas.

Unamuno escribió en una carta del año 1900:«La fe no es adhesión de la mente a un principioabstracto, sino entrega de la confianza y del cora-zón a una persona; para el cristiano, a la personahistórica de Cristo». Curiosamente, añadía: «Tal esmi tesis; en el fondo, una tesis luterana»25. Es cier-to que Lutero entendía así la fe, pero, como hemosvisto en las páginas anteriores, la tesis en sí mismaes plenamente católica. La fe –creer en Dios– es,ante todo, una relación personal del hombre conDios (credere in Deum). Por eso la teología la haconsiderado siempre una virtud teologal; y todo el

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25. UNAMUNO, Miguel de, Carta a Bernardo G. de Canda-mo, 13 de marzo de 1900 (Obras completas, t. 1, Esceli-cer, Madrid 1966, p. 24).

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mundo sabe que «las virtudes teologales se refierendirectamente a Dios. [...] Tienen a Dios uno y tri-no como origen, motivo y objeto»26.

Debemos reconocer, sin embargo, que a me-nudo habíamos reducido la fe al primer aspecto delos tres que hemos mencionado: creer la existenciade Dios y una serie de verdades relacionadas conÉl. De hecho, los catecismos antiguos hablabansimplemente de «las verdades que debemos creer»,dando así pie al equívoco de Unamuno. No pre-tendo decir que esas verdades carezcan de impor-tancia. Sería absurdo pensar que basta «creer enDios» sin importar qué idea nos hagamos de Él yde lo que quiere de nosotros. De hecho, las cartasapostólicas utilizan ya la expresión «depósito de lafe» (1 Tim 6,20; 2 Tim 1,12.14) para referirse alconjunto preciso de verdades que integran la fecristiana. Pero no podemos dar por supuesto quealguien «cree en Dios» solo por aceptar unos enun-ciados exactos. Eso es simplemente saberse bien elcatecismo.

La fe es a la vez un acto de entrega a Dios yunos contenidos relacionados con Él. El «creo enti» se completa con el «creo que...». Pero convienedejar bien claro que las creencias no servirían denada sin la fe. Sería como un envoltorio primoro-so... que no envuelve nada.

Pues bien, pasar «de las creencias a la fe» po-dría ser un hermoso programa, si con ello quere-

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26. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1.812 (Asociación deEditores del Catecismo, Madrid 1992, p. 411).

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mos decir que para ser cristianos no basta con tener«creencias», con adherirnos a «verdades», sino queademás es necesario llenar de vida las propias creen-cias y unificarlas en un acto de entrega confiada aDios que comprometa todo nuestro ser. En cam-bio, si con ese eslogan quisiéramos dar a entenderque debemos desentendernos de las creencias parallegar a la fe, sustituirlas por una fe que carece decontenidos precisos, estaríamos ante una trampapeligrosa. Ya hemos dicho que nuestra fe no es unsimple «tener por verdadero», pero implica también–y necesariamente– un «tener por verdadero».

Pobreza del lenguajepara hablar de lo que creemos

Una vez clarificada la nomenclatura que vamos aemplear, debemos hablar por separado y con cier-to detenimiento de nuestra fe y de lo que creemos.Lo malo es que ninguna de las dos cosas es tan fá-cil como parece. De hecho, muchas personas, alser interrogadas sobre el particular, sienten ganasde contestar más o menos como San Agustíncuando le preguntaron qué es el tiempo: «Si nadieme lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo alque me lo pregunta, no lo sé»27.

Una de esas personas fue Einstein. El rabinoHerbert S. Goldstein, de la Sinagoga Institucional

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27. AGUSTÍN DE HIPONA, Confesiones, lib. 11, cap. 14, n. 17(Obras completas de San Agustín, t. 2, BAC, Madrid19685, p. 478).

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de Nueva York, preocupado por las reservas de ti-po religioso que diversas personas manifestabansobre la teoría de la relatividad, envió en 1929 elsiguiente telegrama a su ilustre correligionario:«¿Cree usted en Dios? Stop. Cincuenta palabras.Stop. Respuesta pagada»28. Prescindiendo del mo-tivo coyuntural que provocó el citado telegrama,la pregunta en sí misma es la más decisiva que po-drían hacernos a cualquiera de nosotros: ¿Cree us-ted en Dios? Pero ¿es posible contestarla en cin-cuenta palabras?

Ciertamente, si se tratara de explicar nuestrascreencias, cincuenta palabras serían muy pocas.Existen tantas falsificaciones de Dios que necesita-ríamos precisar bien en qué Dios creemos y qué ide-as sobre Dios rechazamos. Hace ya 24 siglos decíaEpicuro: Los dioses «no son como la mayoría de lagente cree. [...] Por tanto, impío no es quien renie-ga de los dioses de la multitud, sino quien aplica lasopiniones de la multitud a los dioses»29.

En cambio, si no se tratara de explicar nuestrascreencias, sino nuestra fe –es decir, nuestra expe-riencia íntima de Dios–, podría ocurrir que fuerandemasiadas las cincuenta palabras, porque, comodecía Wittgenstein, «de lo que no se puede hablar,mejor es callarse»30.

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28. JAMMER, Max, Einstein and Religion, Princeton Univer-sity Press, Princeton (New Jersey) 20025, p. 49.

29. EPICURO, Carta a Meneceo, 123 (Obras, Altaya, Barcelo-na 1994, p. 58).

30. WITTGENSTEIN, Ludwig, Tractatus logico-philosophicus,Alianza, Madrid 1973, p. 203.

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