la des-memoria del 15m

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¿Hay que guardarse la memoria en el bolsillo? ¿Es el 15-M un movimiento desmemoriado, "adanista"? ¿Qué memoria se rechaza y qué memoria habría que reactivar para inventar otra democracia y otra vida en común? Amador Fernández-Savater 28/02/2014 Proclamación de la República en Sol, febrero 1931 La des-memoria del 15M Mi amigo J. L. bajó exultante a la Puerta del Sol el 17 de mayo de 2011. “Quería celebrar lo que había pasado”, me explica, refiriéndose a la reocupación masiva de la plaza después del desalojo policial de la madrugada. Llevaba para ello una botella de whisky en un bolsillo para compartir con los amigos desalojados y una bandera republicana en el otro. Pero la fiesta no era tal y como la imaginaba. No llegó a sacar ninguna de las dos cosas. Según entró en la puerta del Sol, se dio cuenta de que “esto no es un botellón”, como indicaron luego los carteles, y que allí, por primera vez, la enseña tricolor estaba fuera de lugar, la cosa no iba de banderas. Cerró las cremalleras de ambos bolsillos. ¡Cualquiera entendía aquello inmediatamente! Los símbolos que los habitantes de la plaza utilizaban para expresarse, comunicarse y reconocerse no remitían a tradiciones de largo recorrido histórico, sino que más bien eran invenciones sobre el terreno, situacionales. En lugar de la bandera republicana, la bandera egipcia o la islandesa. En lugar del rostro del Ché Guevara, la máscara de Guy Fawkes popularizada por Anonymous. En lugar del puño alzado, las manitas al aire. Lo mismo ocurrió con las palabras y los términos que se usaron para nombrar el 'nosotros' que surgía improvisadamente en cada plaza: “indignados”, “personas” o la simple fecha 15-M no designaban ninguna identidad previa, ninguna filiación política o ideológica reconocible, sino que se presentaban como referencias abiertas en las que cualquiera podía incluirse. El rechazo a inscribir el sentido de su acción en la historia nacional o en una tradición política consolidada le ha valido al 15-M el calificativo peyorativo de “adanista”, que condena al movimiento por la ingenuidad o el orgullo de creer que el mundo empezó el 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol y ni siquiera querer saber si existió alguien antes. ¿Es así realmente? En mi opinión, la “amnesia” del 15-M no tenía que ver con

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Amador Fernández-Savater

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  • Hay que guardarse la memoria en el bolsillo? Es el 15-M un movimiento desmemoriado, "adanista"? Qu memoria se rechaza y qu memoria habra que reactivar para inventar otra democracia y otra vida en comn? Amador Fernndez-Savater 28/02/2014 Proclamacin de la Repblica en Sol, febrero 1931

    La des-memoria del 15MMi amigo J. L. baj exultante a la Puerta del Sol el 17 de mayo de 2011. Quera celebrar lo que haba pasado, me explica, refirindose a la reocupacin masiva de la plaza despus del desalojo policial de la madrugada. Llevaba para ello una botella de whisky en un bolsillo para compartir con los amigos desalojados y una bandera republicana en el otro. Pero la fiesta no era tal y como la imaginaba. No lleg a sacar ninguna de las dos cosas. Segn entr en la puerta del Sol, se dio cuenta de que esto no es un botelln, como indicaron luego los carteles, y que all, por primera vez, la ensea tricolor estaba fuera de lugar, la cosa no iba de banderas. Cerr las cremalleras de ambos bolsillos. Cualquiera entenda aquello inmediatamente! Los smbolos que los habitantes de la plaza utilizaban para expresarse, comunicarse y reconocerse no remitan a tradiciones de largo recorrido histrico, sino que ms bien eran invenciones sobre el terreno, situacionales. En lugar de la bandera republicana, la bandera egipcia o la islandesa. En lugar del rostro del Ch Guevara, la mscara de Guy Fawkes popularizada por Anonymous. En lugar del puo alzado, las manitas al aire.Lo mismo ocurri con las palabras y los trminos que se usaron para nombrar el 'nosotros' que surga improvisadamente en cada plaza: indignados, personas o la simple fecha 15-M no designaban ninguna identidad previa, ninguna filiacin poltica o ideolgica reconocible, sino que se presentaban como referencias abiertas en las que cualquiera poda incluirse.El rechazo a inscribir el sentido de su accin en la historia nacional o en una tradicin poltica consolidada le ha valido al 15-M el calificativo peyorativo de adanista, que condena al movimiento por la ingenuidad o el orgullo de creer que el mundo empez el 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol y ni siquiera querer saber si existi alguien antes.Es as realmente? En mi opinin, la amnesia del 15-M no tena que ver con

  • el orgullo o la ingenuidad, sino ms bien con la aguda intuicin de que la referencia al pasado poda impedir 1) hablar del presente, 2) hablar del presente con mucha gente y muy distinta, 3) hablar del presente en formas y modos no determinados a priori. Es decir, tena que ver con el presentimiento de que slo desordenando el tablero de ajedrez de las dos Espaas, que define en nuestro pas el mapa de lo posible, podamos empezar a jugar a otro juego.Ni PSOE ni PP, ni Cope ni Ser, ni El Pas ni El Mundo, las plazas se negaron a pensarse como una Espaa contra otra, prefiriendo partir de problemas concretos que atraviesan trasversalmente a la poblacin: contratos-basura, hipotecas-basura, democracia-basura, vidas-basura. Redibujando, a partir de esos problemas compartidos, todas las posiciones: quin es amigo y quin es enemigo. Inventando, para elaborar polticamente las afectaciones comunes, formas propias de hacer y decir.No digo nuevas, sino propias porque hubo memorias que s funcionaron a pleno pulmn en la plaza. Sobre todo la que se denomina memoria inconsciente: los recuerdos que incorporamos (que llevamos en el cuerpo) sin tematizarlos explcitamente, una herencia que no sabemos muy bien de dnde viene y por eso quiz fluye tan bien, una herencia sin nombre y sin acto de nombramiento. Pienso por ejemplo en los smbolos que se hacan con las manos en las asambleas para organizar las discusiones entre miles de personas. En el movimiento antiglobalizacin ya se usaban y seguramente vienen de antes. Esa memoria prctica, que se transmite sin asignar identidades ni encarrilar los planteamientos, circul como un virus en las plazas. No se qued en los bolsillos de nadie. Si el 15-M hizo palanca en la amnesia, no fue por un rechazo de la memoria como tal, sino por un rechazo de ciertas configuraciones de la memoria que tienden a imponerse automticamente, como por defecto:Una memoria cerrada, excluyente de otras memorias: las memorias que vienen desde fuera de un 'nosotros' presupuesto. La memoria-trinchera.Una memoria obligatoria, que convierte al pasado en un modelo que exige traducciones literales, repeticiones. La memoria-fetiche.

    La memoria como bien comnEl 15-M ha puesto patas arriba el orden simblico y poltico que rige este pas, abriendo lo posible hasta el punto de que hoy en da se puede hablar de segunda transicin o de proceso constituyente sin que nuestro entorno ms cercano se preocupe por el estado de nuestra salud mental. Es lo primero que hay que saber ver y valorar, despegndonos de las etiquetas fciles como

  • adanismo. Sin el corte liberador del 15-M an tendramos una oposicin al estado de cosas dividida estrilmente entre la izquierda oficial y los diferentes guetos extra-parlamentarios, con la gente comn como espectadora.Se puede, a partir de ese corte liberador, reinventar una memoria, reproponer historias del pasado como historias para el presente? Me parece importante pensarlo, por dos razones al menos.En primer lugar, los movimientos sin memoria, pertrechados nicamente con lo que tienen al alcance de la mano, inconscientes de la memoria que ya est actuando en ellos, corren el peligro de generar nuevas cruzadas de los nios, demasiado flotantes, inconsistentes y sin mucho aliento.En segundo lugar, no dejan, los problemas de los que no nos hacemos cargo, abiertas las heridas? Gerald Brenan titul hace ochenta aos El laberinto espaol a su libro sobre los antecedentes sociales y polticos de la guerra civil. Espaa sigue siendo hoy un laberinto hecho en buena parte de mil heridas que an sangran y no se pueden simplemente olvidar. La Cultura de la Transicin propuso la arquitectura del rgimen poltico del 78 como marco de convivencia superador de los conflictos que marcaron la historia espaola en el siglo XX. Nos prometi que las heridas sanaran gracias a la incorporacin plena y entusiasta de todos al carril de prosperidad infinita de la modernizacin capitalista. Y a su promesa la llam consenso. Ese consenso ha estallado hoy en mil pedazos y todas los agravios de la historia nacional se activan de nuevo en un contexto global: el encaje territorial, la desigualdad econmica, el autoritarismo del sistema poltico, etc.El desafo planteado por el 15-M es generar nuevas formas de vivir juntos que eviten a la vez la divisin social (las dos Espaas) y la calle vaca como imagen ideal de la democracia (el consenso despolitizador de la Cultura de la Transicin). Qu tipo de memoria podra educarnos en esas otras formas de con-vivencia? Habra que pensar en una memoria como bien comn: no de estos contra aquellos, sino de todos y de nadie (o, al menos, del 99%).Slo un par de apuntes, en esta primera aproximacin a un tema bien complejo y delicado, sobre cmo podra ser esa memoria como bien comn o del 99%:-una memoria abierta. Sin duda la memoria es selectiva. Ese sesgo no se puede eliminar, pero s trascender en una memoria capaz de abrirse en todas direcciones, incluso a una contramemoria cerrada y desafiante que la desmiente, con espinas. Una memoria abierta no sera una sola memoria para todos, sino ms bien el dilogo -difcil, nunca armonioso, siempre en tensin y chirriando- de diferentes memorias. No es imposible pensar algo as. Pongo un ejemplo extremo: en el contexto del Pas Vasco se estn dando ahora mismo

  • procesos en ese sentido. -una memoria inspiradora. Borges explic en una sola frase lo que tengo aqu en la cabeza: un autor inventa a sus predecesores. La memoria obligatoria nos aplasta bajo el peso de referencias en las que supuestamente nos tenemos que reconocer y a cuya altura nunca estamos. Por el contrario, la memoria inspiradora no consiste en una antorcha que viene dada y se coge, sino en el trabajo de inventar nuestras propias conexiones con el pasado (cercanas o lejanas en el tiempo y en el espacio, ms esperables o complemente inesperadas). Pienso por ejemplo en la inspiracin que encuentra gente del 15-M en la imagen de cambio social que propone la revolucin de las mujeres en el siglo XX: annimo y colectivo, cotidiano y gota a gota, no centrado en la pica ni el acontecimiento.Cuanto ms afectada est por los desafos del presente la mirada de quien busca y rebusca en el pasado ms capaz ser de encontrar recuerdos vivos y resonantes. Rutas orientadoras para un futuro comn. Iluminaciones.

    Esta texto se alimenta de mil conversaciones mantenidas los ltimos aos, con Germn Labrador, Pablo Snchez Len, Jorge Alemn, Isabel Vericat, ngel Luis Lara, Emanuela Borzacchiello, Sabino Ormazbal, Antonio Lafuente, Jos Enrique Ema, Jos Miguel Fernndez-Layos, lvaro Garca-Ormaechea, lvaro Rodrguez. Y, muy especialmente, de la reflexin de Juan Gutirrez y del trabajo del grupo Memoria procomn en Medialab Prado sobre la memoria de las hebras de paz de vida.

    La Cultura de la Transicin y el nuevo sentido comn Artculo escrito para el primer nmero de los Cuadernos de eldiario.es (abril, 2013) dedicado al "fin de la Espaa de la Transicin" Amador Fernndez-Savater 14/06/2013 "No hay poder capaz de fundar el orden por la sola represin de los cuerpos por los cuerpos. Son necesarias fuerzas ficticias (Paul Valry) Profanar, segn nos han explicado, es una manera especial de tocar que rompe los encantamientos y acerca a los seres humanos aquello que lo sagrado haba separado y petrificado. Es la accin contraria a consagrar. Algo de ese orden ha

  • ocurrido en muy poco tiempo en Espaa con las piezas clave del rgimen poltico del 78: monarqua, Constitucin, Parlamento, sistema de partidos, prensa, banca... Lo que hasta ayer mismo era intocable (sagrado) ahora se puede tocar. Un gesto de profanacin -multitudinario, callejero, alegre- ha atravesado las distancias sacralizadoras volviendo vulnerable lo invulnerable. El rgimen del 78 ha perdido su aura y ahora es susceptible de discusin, crtica, guasa. A ese aura, a esa distancia, a esa membrana protectora hoy en crisis la llamamos Cultura de la Transicin y es un filn clave para entender la cultura oficial en Espaa durante los ltimos 35 aos.La Cultura de la TransicinEl trmino Cultura de la Transicin (a partir de ahora CT) no se refiere slo al mbito cultural en el sentido convencional (cine, msica, arte, libros), sino a toda una organizacin de lo visible, lo decible y lo pensable. A una mquina de visin y de interpretacin del mundo. Es cierto que un uso tan amplio del trmino cultura puede ser problemtico, pero tiene la pertinencia y la virtud de sealar, recordar e insistir en que toda organizacin social es en primer lugar un orden simblico y esttico que configura una percepcin comn de las cosas: lo que se puede ver, lo que se puede decir de lo que se ve, lo que se puede pensar y hacer al respecto. Como afirma Paul Valry, no hay poder poltico que pueda funcionar ni un slo da sin el recurso de fuerzas ficticias que no son simples ilusiones, mentiras o espejismos, sino potencias configuradoras de realidad.La CT es una fbrica de la percepcin donde trabajan a diario periodistas, polticos, historiadores, artistas, creadores, intelectuales, expertos, etc. Lo que all se produce desde hace ms de tres dcadas son distintas variantes de lo mismo: el relato que hace del consenso en torno a una idea de la democracia (representativa, liberal, moderada y laica) el nico antdoto posible contra el veneno de la polarizacin ideolgica y social que devast Espaa durante el siglo XX. Ese consenso funda un espacio de convivencia y libertad que se presenta a s mismo como algo frgil y constantemente amenazado por la posibilidad del terror (golpe militar, ETA, ruptura de Espaa, etc.). La CT es la siguiente alternativa: normalizacin democrtica o dialctica de los puos y las pistolas. O yo o el caos.La CT define el marco de lo posible y a la vez distribuye las posiciones. En primer lugar, prescribe lo que es y no es tema de discusin pblica: el rgimen del 78 queda as consagrado y fuera del alcance del comn de los mortales. En segundo lugar, fija qu puede decirse de aquello de lo que s puede hablarse (sobre todo cuestiones identitarias, de costumbres y valores). Aqu hay dos

  • opciones bsicas: progresista y reaccionaria, ilustrada y conservadora, izquierda y derecha. La alternativa PP/PSOE (y su correlato o complemento meditico: El Mundo/El Pas, Cope/Ser) materializa ese reparto de lugares. La CT no es una de las opciones, sino el mismo tablero de ajedrez: el marco regulador del conflicto. Por ltimo, dispone tambin quin puede hablar, cmo y desde dnde. La CT est afectada por una profunda desconfianza en la gente cualquiera, que se expresa bien como desprecio, bien como miedo, bien como paternalismo. La voluntad de esa gente cualquiera -demasiado ignorante, demasiado incapaz, demasiado visceral- debe ser depurada, reemplazada, sustituida: representada por los que saben (polticos o expertos). Los lugares privilegiados de palabra sern siempre por tanto las instancias de representacin (partidos, sindicatos, medios de comunicacin, academia). Y el respeto de ciertos trminos, as como la asuncin de determinados tonos, inflexiones y referencias en el discurso, definir un hablar bien que dar acceso a los lugares privilegiados.En definitiva, la CT es un espacio de convivencia sin pueblo. Una arquitectura poltica sin gente. En su orden de clasificaciones, la calle queda marcada como el lugar de la anti-poltica. Quiz un lugar necesario en condiciones de dficit democrtico pero siempre como algo provisional, transitorio, eventual. As se entiende que la apata ciudadana haya sido interpretada tantas veces por la CT como una seal de maduracin democrtica: la buena poltica es aburrida porque se hace lejos y la hacen otros (aunque la CT sea algo esquizofrnica en este punto y a veces tambin deplore esa apata: el ideal para ella sera la participacin entusiasta y continua dentro de los canales establecidos, como el voto y la militancia en partidos polticos). La calle poblada es la imagen de la guerra civil que la CT conjura. Una vez deshabitada la calle, alejaremos definitivamente el fantasma de la guerra civil. En nombre de la convivencia, la cohesin, la estabilidad y la responsabilidad, la gente debe desaparecer. Quedarse en su lugar y dejarse representar por los que saben. Ausentarse.Y sobre el capitalismo, qu dice la CT? Borges explica en algn sitio que la demostracin de que el Corn es un libro rabe es que no aparecen mencionados los camellos. En la CT pasa un poco igual con el capitalismo: va de suyo. Es el sistema que -gestionado as o as, dependiendo de las dos posiciones bsicas de la CT- produce mayor riqueza y desarrollo, organiza mejor los recursos y las capacidades, nos encarrila en definitiva hacia el progreso arrancndonos de esos terruos donde slo pueden brotar mentalidades retrasadas o incluso identidades asesinas. La modernidad se asocia de ese modo a un hiperdesarrollo capitalista que es a la vez deseable e inevitable. Fue ms o menos as cmo la CT nos explic la necesidad de

  • aprobar el Tratado de Maastricht y entrar en la UE. La CT es un modo de naturalizar la economa y no hablar de ella, de dar por sentado sus necesidades y desproblematizarlas.La crisis de la CT y el 99%El mayor xito durante todos estos aos de la CT ha sido sin duda construir un verdadero monopolio sobre el sentido comn: decidir qu es sensato y qu no. Tan fuerte era ese monopolio que la CT ni siquiera se dignaba muchas veces a contestar a sus crticos. Simplemente repeta algunas de sus palabras-rodillo (cohesin, estabilidad, unidad) y sealaba al que no hablaba bien -porque usaba otras palabras o las mismas en un sentido inapropiado- como a un loco (ms o menos simptico, ms o menos peligroso, dependiendo de los casos).Pero mientras, los camellos seguan a lo suyo. En las ltimas tres dcadas, se ha configurado un orden global que articula jerrquicamente Estados, instituciones supraestatales y capital financiero. De modo que la poltica de los Estados ha quedado muy reducida a un asunto de gestin de las necesidades y las consecuencias de ese orden global en un territorio y una poblacin concreta. Y cuanto menos margen de maniobra tiene la poltica de los Estados, ms gesticula la CT en torno a las imgenes mticas de la independencia nacional. No para de hablar de soberana, Espaa, el imperio de la Ley, la ciudadana, 1812, la Nacin, pero las palabras van por un lado y las cosas por otro. El ejemplo ms claro es la Constitucin espaola, sagrada e intocable depositaria de todos los valores CT (convivencia, sentido comn, consenso). Bast un telefonazo de Angela Merkel en septiembre de 2011 para que el ala izquierda de la CT modificase la Constitucin al dictado y en un plispls, sin mucha objecin por parte del patriotismo constitucional. Y as con todo. La CT justifica el desvo de soberana en nombre de la soberana. Y de ese modo ella misma sacrifica su credibilidad. Cuando capitalismo y normalidad ya no coinciden, chirra mucho que no se hable de los camellos.La CT como mquina de visin y de interpretacin del mundo se avera muy a menudo ltimamente. Sobre todo en la conjuncin entre dos tipos de fenmenos: una catstrofe de(l) orden global y una politizacin de nuevo tipo. Pienso por ejemplo en el hundimiento del Prestige y el movimiento Nunca Mis, en la ocupacin de Irak y el no a la guerra, en el atentado del 11-M de 2004 en Madrid y la respuesta social, en la crisis econmica y el 15-M. En ninguno de esos casos, la CT ha conseguido imponer a la sociedad su lectura de la situacin, ni tampoco sus recetas (todos detrs de los representantes y los que saben). Por un lado, la CT cada vez se percibe menos como proteccin y cada vez ms como fuente o legitimacin de los peligros contemporneos

  • asociados al orden global (desde la guerra contra el terror al desmantelamiento actual del Estado del bienestar). Por otro lado, nuevas politizaciones interrumpen el relato de la CT proponiendo otras descripciones de lo que pasa y otros espacios de elaboracin, ya no organizados segn la dicotoma izquierda-derecha, sino segn la lgica 99-1% (o arriba-abajo).Esto es algo para pensar. Desde el Nunca Mis al no a la guerra, pasando por las actuales mareas contra los recortes o el movimiento contra los desahucios, ninguna politizacin importante en los ltimos aos se ha autorrepresentado o entendido a s misma en el eje izquierda/derecha. La izquierda o la extrema izquierda pueden ser anti-CT (aunque desde luego la CT es tan hija del PSOE como del PCE), pero se inscriben en un campo de posibles y posiciones que la CT maneja perfectamente: las dos Espaas. Precisamente para fugarse del tablero de ajedrez de la CT y abrir terreno comn para el encuentro entre diferentes, las nuevas politizaciones usan palabras no codificadas polticamente como afectados, cualquiera, personas, indignados, etc. No escogen entre PP o PSOE, sino que redefinen el mapa de posibilidades: el PPSOE contra el 99%. Si estas nuevas politizaciones huyen de la CT es porque se trata de un marco reductor que impide asumir los problemas que nos propone nuestra inscripcin en un orden global donde compartimos un nico mundo comn, la interdependencia es la regla y todos somos afectados.La CT est perdiendo su monopolio sobre el sentido comn. En el ltimo debate sobre el estado de la nacin, Rajoy volvi a llamar locos a todos los que cuestionaban su gestin de la crisis econmica, pero ya no impresiona ni impone el silencio a nadie. La CT ha envejecido muchsimo en un par de aos. Pero no se trata principalmente de un envejecimiento objetivo. Si ahora la vemos como medio gag y desconectada de la realidad es porque las nuevas politizaciones han modificado la percepcin y la sensibilidad comn. Lo que antes no veamos, ahora lo vemos. Lo que antes aceptbamos como inevitable y necesario, ahora lo rechazamos. Lo que antes tolerbamos, ya no lo toleramos ms. Loca y peligrosa nos parece ahora la mquina que desahucia quinientas familias a diario y quienes la justifican. El caos son ellos.El nuevo sentido comn y la segunda transicinQu ser de la CT? Quiz encuentre una nueva pujanza en partidos como Ciutadans o UpyD. Quiz desaparezca poco a poco. Quiz mute o se hibride con otras fuerzas ficticias con las que tiene puntos de conexin aunque tambin muchas diferencias: el discurso del gobierno tcnico que habla de racionalidad, eficacia, buena gestin y calidad; o el discurso de mercado que habla de servicios, clientes, consumo e imagen (la Marca-Espaa). Habr que

  • seguir con atencin estos rejuvenecimientos, relevos y prstamos entre los diferentes relatos. Pero lo ms importante desde un punto de vista emancipador es que est naciendo un nuevo sentido comn que se elabora por abajo y en el que caben perroflautas, jueces, bomberos, policas, mdicos, profesores y gente cualquiera: el 99%, como estamos viendo y viviendo en todas las manifestaciones contra los recortes.El nuevo sentido comn no es slo una crtica o una protesta contra la CT. Protestar o criticar no propone otra definicin de la realidad, ni permite salir del crculo de lo negado. Es en primer lugar y ante todo una nueva organizacin de lo visible, lo decible y lo realizable. Una revolucin cultural. Un desplazamiento (ms que una crtica) que nos propone ver otras cosas o mirar desde otro sitio. Y que afecta al ncleo ms ntimo de la CT: su definicin de democracia ya no es la nica posible ni va de suyo. La democracia es de nuevo una pregunta abierta. Democracia real, democracia 2.0, democracia y punto, la democracia que se investiga y ensaya en las redes, las calles y las plazas no se plantea como gestin de lo necesario de espaldas a la gente, sino que tiene ms que ver con esta frmula del antroplogo francs Pierre Clastres: control poltico de la economa y control social de la poltica.Para acabar. La CT propuso la arquitectura del 78 como marco de convivencia superador de los antagonismos que marcaron la historia espaola del siglo XX. Pero ahora vemos bien claro que se trataba de una convivencia encogida, bajo chantaje y silenciosa. El marco de la CT no resolvi ni siquiera los problemas ms especficamente nacionales, simplemente los tap bajo la alfombra de las palabras-fetiche. Por eso reaparecen de nuevo ahora: el encaje territorial, la memoria de la guerra civil, la monarqua, etc. Eran problemas congelados, no resueltos. Y en el presente deshielo de la CT, cuando su mapa de lo posible y su orden de clasificaciones se deshace, se abren de nuevo. Por eso, aqu y all se habla de la necesidad de una segunda transicin o proceso constituyente que nos permita elaborarlos a fondo y de verdad. Desde el nuevo sentido comn, esa segunda transicin se planteara segn el postulado contrario a la primera: no el miedo a la gente, sino la confianza en la inteligencia de cualquiera y la necesidad de incorporar las capacidades de todos (el 99%) para inventar una nueva convivencia sin miedo y en equidad.Amador Fernndez-Savater acaba de publicar Fuera de Lugar. Conversaciones entre crisis y transformacin (Acuarela, 2013)

    Hay que guardarse la memoria en el bolsillo?La des-memoria del 15MLa memoria como bien comn

    La Cultura de la Transicin y el nuevo sentido comn