kawakami, abandonarse pdf

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Las protagonistas de este singular libro de relatos viven historias de amor. Aunque dispares, se diría que todas ellas están enlazadas, como si fueran partes de un conjunto, a veces armónico, otras menos amable. Sutil, de finísima y delicada factura, por momentos feérico, con un tono que no rechaza sin embargo la oscuridad y el desgarro que tan a menudo deparan los sentimientos, Kawakami indaga de nuevo, con voz singular, en el amor y la pasión.

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Libro japonés

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  • Las protagonistas de este singular libro de relatos viven historias de amor. Aunque dispares, se dira que todas ellas estn enlazadas, como si fueran partes de un conjunto, a veces armnico, otras menos amable. Sutil, de finsima y delicada factura, por momentos ferico, con un tono que no rechaza sin embargo la oscuridad y el desgarro que tan a menudo deparan los sentimientos, Kawakami indaga de nuevo, con voz singular, en el amor y la pasin.

  • Hiromi Kawakami

    Abandonarse a la pasin

    Ocho relatos de amor y desamor

  • Ttulo original: (Oboreru)

    Hiromi Kawakami, 1999

    Traduccin: Marina Bornas Montaa

    Diseo de portada: Daruma

  • LLUVIA FINA

    Te llevar a comer unas galeras riqusimas me dijo Mezaki. Yo crea que la galera slo era un crustceo oscuro, una mezcla entre gamba e insecto, pero en el restaurante donde me llev las hacan deliciosas. Las hervan enteras y las servan con cascara. Luego les quitbamos la cascara, que nos quemaba los dedos, y nos comamos el bicho. Tenan un sabor ligeramente dulce, de modo que ni siquiera haca falta aliarlo con salsa de soja.

    As fue pasando la noche. De repente, no podamos volver a casa. Cuando nos dimos cuenta de la hora que era, adems de que ya no pasaban trenes estbamos en un lugar por el que apenas circulaban coches. En cuanto cerr el restaurante, el nico local que haba en los alrededores, no encontramos nada ms en todo el trayecto. Era uno de esos caminos en los que hay alguna farola de vez en cuando que slo sirve para que la noche sea an ms oscura, un camino bordeado de rboles y matorrales de los que parece que en cualquier momento puede salir un caballo o una vaca.

    No hubo ms remedio que echar a andar, uno al lado de la otra, por aquel camino, que por mucho que avanzramos no se estrechaba ni se ensanchaba.

    No s cuntos aos tiene Mezaki. Sea cual sea su edad, parece mayor que yo, aunque tambin podra tener mi edad. Siempre habla de cosas sin sentido, como de un da que, en cierta ciudad, vio a un artista ambulante que escupa fuego por la boca y que pona la misma cara que su abuelo cuando se quemaba la lengua; o de un amigo suyo que sufra una misteriosa enfermedad hasta que un da, de golpe y porrazo, le cambi la cara, se cur, se volvi ms honrado y pareca otra persona. Son historias sin pies ni cabeza que Mezaki explica poco a poco, como si fueran interesantes.

    Desde que nos conocimos en una reunin, sin saber cmo empezamos a coincidir en los mismos lugares. A veces, intercambibamos cuatro palabras entre la muchedumbre, mientras que otras veces no nos decamos nada, slo nos mirbamos. Ms adelante, Mezaki empez a contarme aquellas historias sin sentido que tan interesantes le parecan, y se me acercaba cada vez que nos encontrbamos. Sin embargo, nunca habamos estado los dos solos hasta el da que fuimos a comer galeras. No fue una cita planeada de antemano, simplemente coincidimos por ensima vez y, de repente, me invit.

  • Cuando Mezaki me llev al restaurante, creo que era bastante tarde. Ya habamos bebido mucho, quiz no hasta el punto de perder la memoria, pero nos encontrbamos en un estado en que las horas pasaban deprisa y despacio a la vez, hasta que terminamos por perder la nocin del tiempo. Mezaki caminaba delante de m, meneando las caderas arriba y abajo. Yo lo segua con paso vacilante y pensaba en las galeras.

    El restaurante era un local pequeo donde slo estaban el dueo y un camarero joven. Mezaki se sent en la barra, justo enfrente del dueo, que no pareca conocerlo. En cualquier caso, si se conocan, deba de ser uno de esos restaurantes donde tratan a todos los clientes por igual.

    Unas galeras, un sake y verduras en salmuera para picar le pidi Mezaki al dueo. Acto seguido, se volvi hacia m y me sonri arrugando la frente. Mezaki tiene la costumbre de sonrer arrugando la frente. T cmo comes los huevos crudos, Sakura? me pregunt Mezaki, aprovechando un descanso entre cascara y cascara. Mientras pelaba las galeras, no deca nada. No es que habitualmente sea muy parlanchn, pero como pelar las galeras era bastante laborioso, cuando lo haca hablaba menos que de costumbre.

    Los huevos crudos? Nunca me han entusiasmado le respond. Enseguida me acord de que mi to soltero, que viva en casa de mis padres, sola hacer un agujerito en la cascara de los huevos. Cuando me levantaba en mitad de la noche para ir a beber agua, lo encontraba de pie frente al fregadero sorbiendo un huevo crudo. Era un soltero cuarentn que no encontraba pareja a pesar de que le haban concertado varias citas con mujeres. Te llevar a caballito, Sakura, me deca cuando era pequea. Yo me sentaba en sus anchos hombros y l me paseaba por todo el comedor. En los umbrales colgaban fotografas de mis abuelos y bisabuelos, y me daba miedo acercarles la cara. Pero no me atreva a decirle que quera bajar. Mi to nunca se cansaba de llevarme a caballito. Quieres bajar?, me preguntaba al final. Entonces yo finga protestar un poco y l me bajaba al suelo. Mi to no tena trabajo. Cuando ya haba cumplido los cuarenta y cinco, se cas con una mujer diez aos mayor que l, se fue de casa y dej de visitarnos a menudo. Se ve que ahora es pescador y vive con su mujer en casa de su patrn, en una preciosa zona junto al ro.

    A ti te gustan los huevos crudos, Mezaki? Los sorbes a travs de un agujero en la cascara?

    Primero casco el huevo, separo la yema de la clara y bato slo la clara hasta

  • que queda espumosa, as. Mezaki me lo ense moviendo rpidamente la mano derecha, en la que sujetaba los palillos. Al final de la demostracin, se llev una galera a la boca y dio un trago de sake. Cuando he terminado de batir la clara, bato tambin la yema y la mezclo con la clara hasta obtener un lquido uniforme, como si fuera agua. Luego aado un poco de salsa de soja. El montn de cascaras iba creciendo al mismo ritmo que disminua el de las galeras. Entonces Mezaki me acerc la cara. T sorbes directamente los huevos crudos, Sakura? Por tu cara dira que s. Lo haces, verdad?

    No, no lo hago.

    Empezamos a repetir la misma pregunta y respuesta: Lo haces?, No, no lo hago, mientras la mesa se llenaba de botellas de sake vacas. Vamos a cerrar, nos avis el dueo, pero an nos quedamos bebiendo un rato ms, y no nos levantamos hasta que hubo quitado la cortinita que colgaba en la puerta de entrada, apagado los fogones y limpiado la barra. Cuando salimos al camino bordeado de farolas, la luna brillaba arriba en el cielo, redonda.

    Aqu no hay nada, vamos a dar un paseo dijo Mezaki mientras echaba a andar delante de m meneando las caderas, como cuando habamos llegado al restaurante. Cada vez que pasaba bajo una farola, su sombra apareca detrs de l, y luego se proyectaba delante de su cuerpo. Cuando sala del crculo luminoso, la sombra desapareca en la oscuridad. Yo tambin meneaba las caderas, como l.

    Tengo un poco de miedo, Sakura me dijo al cabo de un rato, y se puso a mi lado. Me da miedo la oscuridad. Antes crea que de la oscuridad poda salir cualquier cosa, por eso me daba miedo. Ahora la temo porque s que no hay nada en su interior. Mezaki tena la costumbre de acercarme la cara al hablar, y notaba su aliento en mi mejilla. Recuerdo que, cuando nos conocimos, decid que no me caa bien. Pero luego, a medida que me iba contando aquellas historias que le parecan tan interesantes, fui cambiando de opinin. Su aliento era dulce y hmedo como el de un perrito. Dondequiera que vayas, en los lugares oscuros slo hay oscuridad, y eso me da miedo. A ti no, Sakura?

    No. No especialmente. A m lo que me da miedo es dije, y me di cuenta de que haba olvidado qu era. Lo tena en la punta de la lengua, pero no me acordaba. Un perro ladr lejos de all. Cuando uno empieza a ladrar, los dems lo imitan, como si le respondieran. Quiz no era un perro domstico. Quiz ni siquiera era un perro, sino algn tipo de animal salvaje que no sabamos identificar. Cuando los ladridos cesaron, las ranas empezaron a croar. Sus voces surgan de los

  • mrgenes del camino. Se oan tan cerca que pareca que pudiramos alcanzarlas alargando el brazo.

    Las ranas tienen una voz muy potente para su tamao, no crees? Si las personas tuviramos ese tono de voz, seramos insoportables rio Mezaki mientras me coga la mano. Sus manos estaban calientes, y me di cuenta de que yo las tena muy fras. Siempre tengo las manos, la espalda y la frente fras.

    Todava tienes miedo, Mezaki? Te sientes mejor si te doy la mano?

    l rio de nuevo. Eran unas carcajadas guturales que sonaban como el taido de una campanilla de porcelana. Ya no haba casas y las farolas escaseaban cada vez ms, pero el camino no pareca tener fin. Me pareci distinguir una montaa entre la oscuridad que se expanda frente a nosotros, pero tal vez slo fuera una ilusin ptica.

    Dnde estamos, Mezaki?

    Pues no lo s, lo mismo me preguntaba yo, pero no sabra decirlo. Cmo hemos llegado hasta aqu?

    Una vez, cuando era pequea, me perd. Mi to, al que he mencionado antes, me llev al hipdromo. Un mar de gente iba desde la estacin hasta la entrada. No haba nadie que caminara en direccin contraria, todo el mundo se diriga al hipdromo. Cuando ya habamos visto unas cuantas carreras, empec a aburrirme. Tir de la manga de la camisa blanca de mi to, pero estaba gritando como un poseso y ni siquiera se volvi. De repente, mientras suba y bajaba las escaleras para distraerme, me desorient y no saba dnde estaba. Todos los asientos me parecan iguales. Vi muchos hombres que se parecan a mi to, pero cada vez que me acercaba a uno de ellos, me daba cuenta de que llevaba una camisa marrn o un sombrero en la cabeza. Los caballos empezaban a galopar, el gritero del recinto se apagaba como por arte de magia y, al poco rato, estallaba an con ms intensidad. Lo busqu por todos lados, pero no lo encontr. Sub corriendo y cog unas escaleras mecnicas que me dejaron en un sitio ms amplio, una zona enmoquetada donde haba gente paseando. Los camareros llevaban platos blancos llenos de arroz al curry y hamburguesas, en vez de cocidos japoneses o mazorcas de maz. Pregunt en voz baja si alguien haba visto a mi to, pero nadie se fij en m. Abajo, los caballos daban vueltas y ms vueltas al mismo circuito. Desde arriba slo se oa un lejano murmullo. Dnde estaba mi to? Dnde?

  • Le dije a Mezaki que habamos llegado al restaurante en tren, y que habamos hecho transbordo en una estacin cerca de la playa para coger una lnea secundaria. No tengo claro cmo consegu encontrar a mi to, despus de aquello slo recuerdo que volvimos caminando juntos desde el hipdromo hasta la estacin. Al contrario de lo que haba pasado antes, todo el mundo haca el camino de vuelta. Haba muchos papeles en el suelo. Mi to caminaba delante de m sin decir nada. No meneaba las caderas como Mezaki. Avanzaba en lnea recta, con las caderas siempre a la misma altura, como una pieza encima de una cadena de montaje.

    Al lado de la playa? Entonces el mar no puede estar muy lejos. Pero no huele a agua salada. Mezaki me apret la mano con ms fuerza, quiz por miedo. Levant la vista, pero estaba muy oscuro y no le vi la cara. Me parece curioso que un hombre coja la mano de una mujer cuando tiene miedo. O quiz me coge la mano precisamente porque soy una mujer. Si en vez de una mujer hubiera tenido al lado un camello, por ejemplo, le abrazara la joroba? Tena la sensacin de que Mezaki era capaz de abrazarse incluso a la joroba de un camello. Y qu hara si el camello lo arrojara al suelo para sacudrselo de encima? Una vez en el suelo, probablemente se quedara sentado en medio del camino, aturdido. Pero yo no era un camello, y no intent liberarme de la mano de Mezaki. Es que la lnea secundaria que hemos cogido iba en direccin a la montaa. Creo que nos estamos alejando del mar, Mezaki, qu hacemos?

    En la habitacin de mi to haba un montn de trastos. Tena cazuelas de acero inoxidable de todos los tamaos metidas unas dentro de otras, cebos de todos los colores para practicar la pesca con mosca, bolsas de plstico llenas de plantas medicinales, una balanza de muelle y una bolsa de tela que no saba qu contena pero que pesaba una barbaridad. Estos cachivaches son para mis negocios, no toques nada, me adverta mi to, pero los aos iban pasando y todo estaba siempre en el mismo lugar. Encima de las cazuelas y de la balanza de muelle se haba acumulado una fina capa de polvo donde escrib con el dedo Tonto quien lo lea, pero l ni siquiera se dio cuenta.

    Qu te apetece hacer? No llevo mucho dinero dijo Mezaki, escudriando el cielo. Los ojos ya se me haban acostumbrado a la oscuridad y pude distinguir su expresin. Contemplaba el cielo embobado. O quiz slo me lo pareci porque tena los ojos muy grandes. Miraba hacia arriba con la boca entreabierta. Una lucecita parpadeante, que probablemente fuera un avin, cruzaba el cielo nocturno. Las estrellas y la luna no se movan, como si estuvieran cosidas al firmamento, pero haban cambiado de posicin desde que empezamos a caminar. Cundo se habran movido?

  • Yo todava tengo algo de dinero, pero por aqu no pasa ni un taxi. Qu hora es?

    Mezaki no llevaba reloj. Yo tampoco. Las ranas no dejaban de croar. Croac-croac. Mezaki intent imitarlas. Croac-croac. Yo tambin lo intent. Durante un momento, ambos estuvimos croando como las ranas. El avin de antes ya se haba ido. A pesar de lo inmenso que pareca el cielo nocturno, haba desaparecido enseguida. Si un avin puede desaparecer tan deprisa, quiz el cielo no es tan grande como parece, sino pequeo y estrecho. O tal vez ms all del cielo que vemos hay otro cielo infinito por el que vuelan los aviones.

    Estoy un poco cansado, Sakura. Mezaki se sent en el margen del camino. Como an tenamos las manos entrelazadas, tiraba de m hacia abajo. No te quedes de pie, Sakura, por qu no te sientas? Anda, sintate un rato. Mezaki abri un pauelo que llevaba y lo extendi en el suelo, a su lado. Pareca flotar en la oscuridad. Cuando dej mi mano para abrir el pauelo, me sent como si me faltara algo. La palma de mi mano estaba un poco hmeda, pero no saba si era mi sudor o el suyo. Me sent encima del pauelo con un pequeo gemido.

    De vez en cuando mi to reuna un grupo de nios en el templo del barrio y los entrenaba. Les enseaba a reaccionar en caso de incendio, si vena un tifn, si haba un terremoto o si, de repente, alguien entraba a robar en su casa. Los entrenamientos de mi to tenan como objetivo preparar a los nios ante cualquier situacin hipottica. Tenan que hacer carreras de relevos con cubos llenos de agua, cubrirse la cabeza con capuchas y ropa gruesa, y aprender a avanzar reptando por el suelo o levantar las manos y mostrarse obedientes. Yo tambin participaba de vez en cuando. Mi to gritaba palabras de nimo y regaaba a los nios que no se lo tomaban en serio. La asociacin de vecinos me ha pedido que os entrene. Si no os lo tomis en serio, cuando os encontris con un ladrn de verdad tendris problemas, y si hay un incendio no sabris qu hacer. No es broma. Como deca Confucio, nuestro cuerpo, de pies a cabeza, es un regalo de nuestros padres, y debemos protegerlo de cualquier mal para demostrarles nuestro respeto. Lo entendis? Bien. No s quin se crea que era. Cuando entrenaba a los nios, lo daba todo. Corra arriba y abajo empapado en sudor. No pareca el mismo hombre que se pasaba el da tumbado en la cama sin hacer nada.

    Mezaki me sujet la cara con ambas manos y me dio un beso.

    Mezaki! exclam justo despus, mientras me apartaba. Pero l me sujet la cara de nuevo y me bes otra vez. Me morda los labios apasionadamente.

  • Apestaba a alcohol. Todo su cuerpo rezumaba alcohol.

    Te quiero, Sakura me dijo con seriedad.

    De veras? Lo dices en serio? le pregunt, y l dej de besarme y agach la cabeza. Hundi la cara entre las manos. Se qued callado un buen rato. Yo tambin. Las ranas croaban. Intent imitarlas otra vez, pero Mezaki segua cabizbajo. Estuvo mucho rato sin moverse. Una voz grave y spera se mezcl con las voces agudas de las ranas que croaban. Parece una rana mugidora le dije a Mezaki, pero no me respondi. La rana mugidora no dejaba de croar. De repente, me di cuenta de que no era una rana, sino los ronquidos de Mezaki. Se haba quedado dormido con la cara entre las manos.

    No s cunto rato estuvimos sentados. Cuando empezaba a sentir fro, Mezaki se despert.

    Sakura! Qu haces t aqu? exclam en cuanto abri los ojos. Qu hora es? Qu ha pasado con las galeras?

    Mientras l dorma, yo haba apoyado la cabeza en su hombro. Tena el cuerpo igual de clido que las manos. Roncaba con bastante regularidad, aunque de vez en cuando inspiraba profundamente y se le cortaba la respiracin durante unos diez segundos. Ni coga aire, ni lo soltaba. La primera vez me preocup porque crea que haba muerto, pero al cabo de un momento solt el aire de golpe. Al ver que respiraba de nuevo, me tranquilic un poco. Cuando expulsaba el aire, lo haca con un placer exagerado, como si se sintiera liberado, y yo lo escuchaba con envidia.

    Hemos echado a andar al salir del restaurante, no te acuerdas? Parece mentira, Mezaki

    Ah, s. Hemos bebido muchsimo. Y luego hemos echado a andar. Hace un poco de fro, no?

    Hace fro deca mi to. Verdad que hace fro, Sakura?. Un par de veces al ao, mi padre se reuna con mi to y lo sermoneaba con un cigarrillo en la mano, de espaldas al altar del comedor. No quiero verte merodeando por aqu, me deca, pero yo casi siempre me quedaba en la cocina pelando patatas. Despus del sermn, mi to volva a su habitacin y se tumbaba boca arriba. Cerraba los ojos, se pona las manos detrs de la cabeza y respiraba profundamente. Yo lo espiaba en silencio desde la habitacin contigua, hasta que abra los ojos de repente y me deca: Sakura, Sakura tengo una buena idea para un negocio, pero no tengo dinero

  • suficiente. Sera muy rentable. Si tuviera un capital de quinientos mil yenes! Te aseguro que funcionara. Pero tu padre es un cabezota, me deca, y me hablaba de sus nuevos negocios tumbado boca arriba. Si tuviera quinientos mil yenes Slo quinientos mil yenes. Al final, se limitaba a repetir esa nica frase, y cuando se cansaba, deca: Qu fro hace. Ya fuera invierno o verano, deca: Verdad que hace fro, Sakura? Me siento como un animalillo hundindose en el agua. Chapoteo rodeado de agua por todos lados, como si me estuviera ahogando en un acuario. Y, a la vez, observo la escena desde el exterior, con mi cuerpo de humano, inmvil, pegado a la pared de cristal del acuario. Tengo fro. El agua est helada.

    Oye, Mezaki. Te acuerdas de lo que ha pasado antes?

    Habamos empezado a caminar de nuevo.

    Vamos a dar un paseo, que hace fro haba dicho Mezaki levantndose. Los cantos de las ranas, que pareca que nos llovieran encima, haban disminuido un poco. El camino segua siendo igual de ancho. De vez en cuando, siempre al mismo lado, apareca un poste de luz. He hecho algo? me pregunt Mezaki restregndose los ojos.

    No te acuerdas? insist.

    No me acuerdo de nada repuso l.

    S, ya lo veo.

    Desvi la mirada. Mezaki segua frotndose los ojos, medio adormilado.

    Lo siento, no me acuerdo.

    Despus de haberse disculpado, se detuvo, se inclin hacia m y me dio un suave beso.

    Veo que s te acuerdas.

    Acto seguido, se apart de m.

    Antes te he besado, verdad? me pregunt, pero no volvi a hacerlo. Tampoco me tom la mano. En el camino oscuro y silencioso slo se oan nuestros pasos.

  • Desde fuera de un acuario imaginario, mi to se vea a s mismo como un pequeo animalillo. Un da, mientras volva sola a casa desde el colegio, de repente fui consciente de que estaba caminando. Fue muy raro darme cuenta de que caminaba mientras lo haca. Una parte de m sali de mi interior y me vi a m misma caminando desde lejos, como si flotara en algn lugar del espacio. Igual que mi to, que se vea a s mismo empequeecido desde fuera del acuario. Ya no saba quin era el hombre que caminaba a mi lado. Era Mezaki?

    Mezaki! lo llam.

    Dime, Sakura.

    Al or su voz, supe que era l. Sin embargo, cuando volvamos a llevar un rato caminando en silencio, la duda me asalt de nuevo. No saba quin era el que caminaba a mi lado. Lo llam ms de una vez, l siempre me responda lo mismo y volvamos a empezar.

    Mezaki, hasta dnde llega este camino?

    Haba empezado a caer una fina lluvia. Las gotas de agua se estrellaban en la hierba que creca en los mrgenes del camino.

    Supongo que en algn momento llegaremos a algn lugar.

    Pronto amanecera. La luna y las estrellas ya no se vean. El cielo era una superficie lisa de color azul oscuro. Cuando levant la cabeza, una gota de lluvia me cay en la cara.

    Mi to dejaba a medias todos los negocios que empezaba, y tambin tuvo que suspender los entrenamientos de los nios cuando el presidente de la asociacin de vecinos se quej de que no le haba pedido permiso. Pero l no cambi. Finga que iba al trabajo e iba quin sabe dnde, o se tumbaba en su habitacin y se pona a leer peridicos atrasados mientras masticaba tiras de calamar seco. Te gusta algn chico, Sakura? me preguntaba. El otro da, en el tren, vi a una mujer guapsima. Tena una nariz preciosa. Estaba de espaldas a m, de pie, toda tiesa. Me puse a su lado y la mir fijamente, era muy atractiva. Cuando conozcas algn chico que te guste, Sakura, presntamelo. Quiero conocerlo, vale?. Un ao despus de esta conversacin, mi to se cas con aquella mujer mayor que l y se fue de nuestra casa.

    Cuando empieza a amanecer, me pongo triste dijo Mezaki, y volvi a

  • darme la mano. Al or la palabra triste, record aquello que antes se me haba quedado atascado en la punta de la lengua y no me haba salido. Lo que me daba miedo era la habitacin de mi to cuando se fue de casa. La dej desordenada, con las cazuelas y la balanza llenas de polvo. Encima de la capa de polvo todava se lea la frase que yo haba escrito unos aos atrs. En un rincn haba un montn de viejos peridicos amarillentos. Siempre pasaba corriendo por delante de su habitacin porque tena la sensacin de que iba a llamarme en cualquier momento. De vez en cuando recibamos una postal suya, pero no estaba escrita con su letra. En ella deca cosas que nunca dira, como: Recibid un afectuoso saludo.

    Mezaki, tengo ganas de hacer pis dije en voz baja. Ya llevaba un buen rato aguantndome, pero desde que haba empezado a llover, no poda ms. Las ganas de hacer pis me entristecieron an ms.

    Pues hazlo. Mezaki me apret la mano. No te aguantes.

    El cielo azul oscuro pareca un poco ms claro que antes.

    Dnde lo hago?

    La lluvia segua cayendo al mismo ritmo, ni ms rpida, ni ms lenta.

    Ah mismo, yo te espero.

    Me adentr en los matorrales que bordeaban el camino. A cada paso que daba, las gotitas de agua que impregnaban la hierba me mojaban los tobillos. Cuando me hube alejado un poco del camino, me levant la falda hasta la cintura y me agach. La hierba me haca cosquillas en las nalgas. Mientras estaba agachada, mir hacia arriba y me pareci que slo llova encima de m. Se me haca raro pensar que era yo la que estaba agachada con la falda levantada.

    Mezaki? dije con un hilo de voz. Me pareci que no me haba odo. La lluvia me caa en la cara, en el cuello, en los hombros y en las nalgas. Intent orinar, pero no poda.

    Te encuentras bien, Sakura? me pregunt Mezaki.

    Sigues ah? Era su voz.

    S, estoy aqu. Sigo aqu. En cuanto la orina empez a salir, sali toda de golpe. El chorro caa encima de las hojas y las mojaba como la lluvia. Cerr los ojos

  • y vaci la vejiga.

    Te echo de menos dijo la voz de Mezaki.

    Yo tambin te echo de menos, incluso ahora.

    El azul oscuro del cielo se haba aclarado un poco ms. La lluvia segua cayendo. Ni ms rpida, ni ms lenta.

  • ABANDONARSE A LA PASIN

    Llevo un tiempo huyendo.

    No estoy sola, huimos los dos juntos. Yo no quera huir, por eso olvido pronto por qu lo hago. Pero como ya he empezado a huir, sigo adelante.

    T de qu huyes, Mori? le pregunt cuando nos fuimos.

    Mori lade la cabeza en actitud reflexiva.

    De muchas cosas me respondi. Por encima de todo, huyo de las cosas irracionales.

    De las cosas irracionales?

    Levant la vista hacia l con la boca entreabierta. l agach la cabeza tmidamente y asinti unas cuantas veces seguidas, con la frente arrugada.

    Hay que huir de la irracionalidad.

    Ya.

    Y t, Komaki? De qu huyes?

    No supe qu decirle. Mori me propuso huir y nos fuimos juntos. Al principio crea que saba por qu lo haca, pero con el paso del tiempo empec a dudarlo.

    Es el tpico de los amantes fugitivos de la poca de Chikuden dijo Mori, acaricindome la mejilla. Supongo que esto es lo que hacemos.

    Los amantes fugitivos reflexion, de nuevo con la boca entreabierta, mientras Mori segua acaricindome.

    Es cuando dos amantes se escapan cogidos de la mano.

    Ah.

    Al principio me sent muy identificada con aquella descripcin. Sin embargo, mientras estaba all, acostada a su lado, empec a dudar de nuevo.

  • El cuerpo de Mori desprende mucho calor, y su calidez hace que me quede dormida inmediatamente en cuanto me acurruco junto a l. Crea que te habas desmayado, me dijo un da. Es una falta de respeto que te duermas tan rpido, me reproch otro da en broma.

    Somos dos amantes fugitivos. Deberamos abrazarnos con fuerza y dejarnos arrastrar por la pasin susurrando que queremos morir juntos, no crees?

    No me apetece mucho dejarme arrastrar por la pasin repuse mientras empujaba a Mori, que se me haba acercado por detrs para acariciarme la espalda y el vientre. l solt una risita traviesa.

    Qu tiene de malo la pasin? objet, y me hizo volver hacia l. Sigui hacindome cosas apasionadas, pero a m no me lo parecan. Pens que Mori saba que aquello no era pasin y que slo se esforzaba en fingirlo.

    Un da subimos a un camin que viajaba hacia el sur. Mori se plant en medio de la carretera y lo hizo parar. Yo tambin lo haba intentado haciendo seales con la mano desde el arcn, pero no se haba parado nadie.

    Pues yo siempre haba pensado que los conductores slo se paraban cuando vean a una mujer dijo Mori justo antes de plantarse en medio de la carretera, con el viento a favor.

    Enseguida se detuvo un camin. Mori sabe hacer estas cosas. Cuando subimos, se puso a hablar con el conductor. As que transporta verdura. ltimamente ha llovido poco. Si esto sigue as, dentro de quince das los precios se habrn disparado. Dice que su hija es alumna de secundaria? Lleva un uniforme marinero? Cada vez llevan las faldas ms cortas, no le parece estupendo?. Vamos hacia el sur, djenos donde le vaya bien, siempre y cuando sea un lugar habitado.

    Mori hablaba por los codos. l y yo compartamos el asiento de copiloto. De vez en cuando el camionero pareca a punto de quedarse dormido, pero entonces Mori sacaba un nuevo tema de conversacin y lo mantena despierto. Mientras mascaba el chicle que le haba dado el conductor, Mori sujetaba un volante imaginario y finga que estaba conduciendo. Sin dejar de hablar, sujetaba el volante con una mano y apoyaba el otro codo en mi hombro como si fuera el marco de la ventanilla.

    Un par de horas ms tarde, nos detuvimos en una pequea ciudad. El

  • conductor envolvi con papel de peridico dos manojos de espinacas del cargamento que transportaba y nos los dio. Nos pregunt a qu nos dedicbamos. Somos amantes fugitivos, le respondi Mori con seriedad. Qu vida ms dura, repuso el camionero sin inmutarse, y nos regal otro manojo de espinacas.

    Cuando el camin hubo desaparecido de nuestra vista, Mori se sac el chicle de la boca y lo envolvi delicadamente con un trocito de papel.

    T llevabas uniforme marinero cuando ibas al colegio, Komaki? me pregunt mientras caminbamos siguiendo un cartel que nos llevara a la estacin. El sol haba empezado a declinar, y unos animales que parecan murcilagos revoloteaban en el cielo.

    S admit, y Mori me mir con la misma seriedad con la que se haba dirigido al camionero un momento antes.

    Me gustara verte vestida de colegiala me dijo.

    Te dara miedo verme con uniforme a mi edad.

    Me gustan los uniformes marineros.

    Ya, pero esa no es la cuestin.

    Eso de cuestin suena muy grave, no me gusta que hables as.

    Mori me apret la mano con fuerza. Cada vez estaba ms oscuro, y no sabamos dnde pasaramos la noche. Le devolv el apretn. Llevbamos los manojos de espinacas encima de la maleta, y oamos el crujido del papel de peridico que los envolva.

    Puede que alguien nos ofrezca alojamiento a cambio de las espinacas.

    Quin?

    Algn alma caritativa.

    Mori siempre era optimista, y a m me gustaba que lo fuera. Por eso fui tras l sin dudarlo cuando quiso huir. El papel de peridico cruja. No haba a la vista ninguna casa de algn alma caritativa.

  • Estamos en el sur, aqu no hace tanto fro dijo Mori.

    Aquella noche dormimos al raso. Me arrim al clido cuerpo de Mori y dormimos unas horas tumbados en el csped. Se ve que l no pudo pegar ojo. Cuando se lo pregunt a la maana siguiente, me dijo que haba pasado la noche en vela imaginndome vestida de colegiala.

    En serio?

    Qu va.

    Las espinacas se haban marchitado un poco, y la sombra de una barba incipiente oscureca la cara de Mori.

    Hasta cundo estaremos huyendo? le pregunt.

    No lo s me respondi, un poco distrado.

    Cuando lleg el fro y empezamos a quedarnos sin dinero, nos instalamos temporalmente y encontramos trabajo en una empresa de distribucin de peridicos. Mori reparta los peridicos, y yo trabajaba de cocinera en la residencia para trabajadores de la empresa. No sera del todo correcto decir que Mori madrugaba: en realidad se levantaba cuando todava era de noche, se reuna con los dems repartidores, introduca los panfletos de propaganda entre las pginas de los peridicos, montaba en una bicicleta de color verde chilln y sala a hacer el reparto. Al principio le costaba mucho completar el recorrido en bicicleta, y no terminaba hasta que ya era de da. Algunos suscriptores que no haban recibido el peridico llamaban para quejarse. No fue hasta dos semanas ms tarde cuando empez a repartir los peridicos al mismo ritmo que sus compaeros. Sin embargo, su forma de montar en bicicleta segua siendo un poco rara. Su postura era muy forzada, con el tronco inclinado hacia atrs y la espalda muy recta.

    Mi trabajo consista en preparar el desayuno y la cena antes de que los repartidores de ambos turnos volvieran del trabajo. Para cada comida, lavaba casi dos kilos de arroz, herva muchos litros de sopa de algas, salteaba verduras o guisaba carne con patatas y asaba el pescado en una parrilla de cocinero profesional. Nuestra Koma cocina con demasiados condimentos deca algn trabajador, y justo despus se apresuraba a aadir: Pero a m ya me gusta la comida fuerte. Cuando me llamaban nuestra Koma, me senta como si hubiera llegado muy lejos. Un da, a la hora de comer, me fij en Mori y lo vi inclinado encima de su cuenco, masticando sin decir nada. Mori siempre est muy serio cuando come. Antes de

  • huir, fuimos a comer sashimi y tempura en un restaurante ms o menos bueno, y pona la misma cara. Mori no me llamaba Koma como los dems. Siempre me llamaba Komaki. Os tratis con mucha formalidad para estar casados. Suena un poco raro, pero debis de tener vuestros motivos.

    Al or aquel comentario, Mori puso cara de resignacin y suspir. Los hombres no intentaron averiguar nada ms, y repitieron de arroz unas cuantas veces mientras me pedan que al da siguiente les preparara sopa de patata y carne. Ms tarde, cuando nos quedamos solos, le pregunt a Mori si se haba sentido incmodo por los comentarios de sus compaeros.

    Es que no acabo de coger el ritmo con la bicicleta me respondi, suspirando de nuevo. Creo que este trabajo no se me da bien.

    No digas eso re.

    Mori se me acerc de repente y me dijo:

    Quiero hundirme en un mar de pasin. Ahora mismo. Dejmonos llevar por la pasin.

    Ya es casi medioda protest.

    Es que estoy loco por ti, Komaki repuso l a punto de llorar, y me cubri el pecho y el cuello de besos. Luego nos hundimos rpidamente en un mar de pasin.

    Estuvimos trabajando tres meses en el centro de distribucin de peridicos, y cuando tuvimos suficiente dinero ahorrado, volvimos a huir.

    Mori tiene tendencia a quedarse absorto de vez en cuando, pero desde que empezamos a huir de nuevo, lo hace ms a menudo.

    Aunque estemos juntos, parece que est en otro sitio. Entonces me pregunto por qu hu con l, y me siento triste. No estoy enfadada con l, sino ms bien conmigo misma. Hu casi sin pensarlo, pero fui yo quien tom la decisin. Mori no tuvo la culpa.

    Una vez, cuando era pequea, estuve todo el da jugando y cog el camino de vuelta a casa ms tarde de lo que deba. Mientras volva a casa, no me preocupaba que mis padres me regaaran, me senta ms bien como si flotara, contenta de

  • encontrarme en una situacin distinta. Era una sensacin rara. Saba que se enfadaran conmigo pero que, por ms que se enfadaran, no iba a morir. Algn da tendra que morir, desde luego, pero acababa de entrar en la escuela primaria, as que an era demasiado joven. Desde que Mori y yo habamos empezado a huir juntos, volva a sentirme a menudo como si flotara, sobre todo cuando Mori desconectaba del mundo que lo rodeaba.

    No tienes hambre? le pregunt, pero l estaba muy lejos de all, y ni siquiera me respondi. Entonces me adelant y entr en un restaurante de la playa. Huir me da hambre. Siempre me apetece un pescado asado con piel o un plato barato de sashimi.

    Quieres que vayamos a comer carne a la brasa?

    Mori asinti como si no le importara, pero se notaba que la carne a la brasa era su plato favorito porque se la comi con avidez, mientras beba a pequeos sorbos la cerveza que haba pedido.

    Yo lea atentamente un cmic de batallas de trece tomos que el restaurante tena a disposicin de los comensales. Adems de nosotros, slo haba otra mesa ocupada, donde dos jvenes estudiantes lean un cmic de seis tomos que trataba de juegos y apuestas. Compartan un tomo entre los dos. Uno de ellos haba pedido un bol de arroz con pollo y huevo, mientras que el otro coma tempura con arroz. Movan los palillos automticamente, sin mirar el bol, con los codos apoyados en la mesa. Ambos lean como si tuvieran la cara pegada a las pginas del cmic.

    Cuando termin de comer, Mori an no haba vuelto a la realidad. Segua en otro mundo.

    Segn este cmic, hay que luchar por el honor y la amistad le dije a Mori levantando la vista de la pgina que estaba leyendo, pero no me respondi. T seras capaz de morir por honor? Mori abri un poco los ojos. Me quieres? le pregunt, precisamente porque saba que no me respondera. De lo contrario, no se lo habra preguntado.

    Los dos estudiantes haban empezado a hablar. No pareca que hablaran del cmic, sino de la hermana de alguien que viva cerca de su casa, segn me pareci entender. Al cabo de un rato, Mori baj de su mundo y me mir fijamente.

    Siempre te digo que te quiero, no paro de decrtelo. Por qu no lo entiendes?

  • Tanto me quera? A m ms bien me daba la sensacin de que era yo la que lo amaba, y crea que por eso habamos huido. Siempre intentaba convencerme a m misma de que habamos huido juntos porque amaba a Mori.

    Eres idiota, Komaki me reproch, con la voz ahogada. No has aprendido nada, verdad? No te acuerdas de nada.

    Aquel comentario inesperado me sorprendi. Me sent de nuevo como si estuviera flotando, con ms intensidad que nunca.

    A lo mejor soy idiota, pero te quiero mucho.

    Eres idiota repiti l.

    Por qu lo dices?

    Sabes que somos amantes fugitivos. Nuestro nico objetivo es hundirnos en un mar de pasin, por eso huimos juntos. Esto va en serio.

    Mientras deca en serio, Mori no pareca sincero. En la mesa de frmica de aquel restaurante junto al mar haba una mancha de soja, y las esquinas de las pginas del cmic de trece tomos repleto de combates y sangre estaban dobladas. Mori apur de un trago la cerveza que le quedaba. A continuacin abri la maleta y, con aires de importancia, sac dos billetes de mil yenes ligeramente arrugados.

    Una vez, slo una, Mori y yo estuvimos hablando de morir juntos. Si estuvimos pensando en la muerte, deba de ser un da fro y nublado.

    Huir es agotador dijo Mori.

    Qu exagerado eres repuse.

    S, tienes razn. Lo que cansa no es huir, sino pensar en todo lo que has dejado atrs dijo l.

    Al parecer, Mori haba dejado atrs muchas cosas. Yo slo haba tenido que desprenderme de un par de cosas, e incluso eso era una carga demasiado pesada para m, as que poda imaginar perfectamente el cansancio que l deba de llevar encima.

    Y si morimos juntos? propuso.

  • Por qu no? le respond sin pensar demasiado.

    Cuando mi respuesta ya se haba evaporado en el aire, empezamos a caminar por la playa. Aquel da que estuvimos paseando por la orilla del mar haca mucho fro.

    Caan unos copos muy pequeos que se acumulaban encima de la arena, formando una fina pelcula de nieve virgen.

    Es un buen da para morir.

    Quiz demasiado bueno, no crees?

    Mientras hablbamos de la muerte, dimos un largo paseo por la playa. Un cuervo grazn. Aunque estuviera lejos de all, su graznido son muy cerca.

    Komaki, de cuntas cosas te has arrepentido durante tu vida?

    Aquella pregunta era demasiado normal para Mori, as que empec a pensar que lo de morir juntos iba en serio.

    Casi siempre me arrepiento de todo lo que hago, si es eso a lo que te refieres.

    Mi respuesta tambin fue extraamente normal. Mori asinti. La nieve caa sobre la arena, blanca y fina, y se derreta a continuacin. A pesar de que desapareca enseguida, la arena estaba cada vez ms blanca, y las olas la acariciaban susurrando.

    Te arrepientes de haber huido conmigo?

    Mori segua utilizando palabras normales, muy poco habituales en l.

    No.

    Ni un poco? Esboz una breve sonrisa, y justo despus aadi: La muerte debe de ser muy fra.

    Un cuervo pas rozando la cabeza de Mori, que solt un grito de sorpresa y levant la vista hacia el cielo.

  • Nuestras huellas nos siguen observ, y Mori se volvi.

    Tienes razn.

    De verdad quieres morir?

    No lo s.

    No me gusta el fro.

    Ni a m.

    Quiero seguir hundindome en un mar de pasin contigo, Mori.

    Hace tiempo que lo hacemos.

    T crees?

    Claro.

    Los pies se me hundan pesadamente en la arena. Un hombre escuchaba la radio sentado en el tronco de un rbol. Se haba encendido una pequea hoguera y escuchaba la retransmisin de lo que pareca una carrera de caballos. Los pequeos copos de nieve caan con ms intensidad.

    Desde que empezamos a huir, no hemos perdido de vista el mar ni un solo da observ Mori de repente.

    Es verdad, hemos estado en muchas ciudades de la costa.

    Me apetece comer ascidias.

    Ascidias?

    La nieve se acumulaba encima de nosotros. El hombre que escuchaba la radio lea un peridico doblado, inmvil. Aunque fuera medioda, estaba tan oscuro que pareca de noche, y me pregunt cmo poda distinguir las letras. Caminaba abrazada a la cintura de Mori. l, con la maleta bajo el brazo, procuraba adaptarse a mi ritmo. La pequea maleta que yo me haba llevado se haba agujereado y habamos tenido que tirarla, as que Mori llevaba las cosas de los dos en su maleta, que apenas pesaba porque cada vez estaba ms vaca. La nieve haba

  • empezado a acumularse en la orilla. Mori y yo estuvimos paseando mucho rato por la playa.

    Sabes tocar algn instrumento, Komaki? me pregunt Mori un da que estbamos tumbados en un futn ms bien duro.

    Al final, despus de mucho tiempo huyendo, habamos alquilado una habitacin junto al mar en una ciudad del oeste que apenas conocamos. Mori trabajaba en una fbrica de plsticos de las afueras. Acababa de llegar del turno de noche, que le tocaba cada tres das. Al otro lado de la ventana, empezaba a amanecer.

    S tocar la flauta y las castauelas.

    Yo toco el acorden dijo l, y empez a tararear. Me pareci una cancin de una pelcula que haba visto haca tiempo. De nio, tocaba en la orquesta de mi colegio.

    En serio?

    Lejos de all, vi la silueta de Mori cuando era pequeo. Estaba en algn lugar en medio de aquella claridad incipiente que se filtraba a travs de una rendija de la cortina.

    Qued segundo en el concurso escolar de la ciudad.

    Tocabas solo?

    No. Tocar en una orquesta es ms divertido continu Mori. Me gusta cuando se juntan los sonidos y los timbres de todo el mundo y surge una intensa meloda me explic. Algn da tocaremos juntos, Komaki dijo de repente, y lo mir. En su cara haba una extraa mueca.

    Qu te pasa?

    Nada.

    Es muy cansado el trabajo en la fbrica? le pregunt, pero l sacudi la cabeza.

    No, qu va.

  • Entonces me qued dormida, y cuando me despert ya era de da. Mori miraba al techo con los ojos muy abiertos.

    Yo s tocar las castauelas, Mori.

    Estupendo.

    Y seguro que tambin sabra tocar el tringulo.

    Estupendo.

    Nuestra habitacin estaba al lado de una lnea ferroviaria. Desde que sala el primer tren pasaba uno cada media hora, y luego iba aumentando la frecuencia de paso. Cada vez que pasaba un tren, la habitacin entera temblaba.

    Vamos a quedarnos aqu? le pregunt, y Mori puso una cara que no quera decir ni que s ni que no, como si estuviera riendo y llorando a la vez.

    Ahora ya no podemos volver, Komaki.

    En serio?

    No, yo ya no podra volver.

    Entonces no hace falta que volvamos.

    Pero t s podras.

    No.

    Seguir huyendo a tu lado para siempre, Mori.

    Esto no se lo dije, slo lo abrac. Mori lloraba como un nio pequeo. Yo no lloraba, pero pensaba en mis castauelas rojas y azules. La habitacin temblaba cada diez minutos. El cuerpo de Mori desprenda calor. Mientras pensaba en las castauelas, luchaba con todas mis fuerzas para no quedarme dormida de nuevo. Mori haba dejado de llorar y volva a tararear de forma intermitente la misma cancin de antes. Acurrucada a su lado, me di cuenta con una extraa sensacin de que apenas saba dnde estbamos.

  • EL CANTO DE LA TORTUGA

    Creo que hace unos tres aos que me fui a vivir con Yukio, pero no estoy segura del todo.

    Hay muchas cosas que no tengo claras. El otro da, Yukio me dijo: Quiero que nos separemos, pero no recuerdo con exactitud cmo ocurri.

    Si le preguntase cundo luimos a vivir juntos, l no tendra ni que abrir la agenda: me dira exactamente qu da, qu mes y qu ao empezamos a compartir piso. Alguna vez, por error, cre que era porque me quera, pero en realidad es una caracterstica innata de Yukio, que tiene mucha ms memoria que yo para los detalles y debe de recordar al dedillo lo que ocurri el da en que me dijo: Quiero que nos separemos. Seguro que lo recuerda absolutamente todo, como el nombre del pjaro que cantaba desde la rama de un rbol, la posicin en la que estaban las manecillas del reloj y las palabras que escog como respuesta. Sin embargo, sera un error pensar que se acuerda de todo porque me quiere. Su prodigiosa memoria no tiene nada que ver con sus sentimientos hacia m.

    Cuando me dijo que quera separarse, probablemente le pregunt por qu. No me atrevo a asegurar que fuera as, pero es lo que le preguntara si me lo dijera ahora. Por eso es posible que le diera esa respuesta.

    No podemos estar juntos dijo, desviando la mirada.

    Por qu no?

    Porque no.

    Pero por qu no?

    Porque no podemos estar juntos.

    Seguimos discutiendo un rato ms. Yukio no sola ser tan escurridizo. Siempre tena una explicacin para cada cosa. Al ver que aquella vez no la tena, me di cuenta de que no era una discusin normal y corriente.

    Hay otra mujer? le pregunt, y l desvi an ms la mirada. Es eso? insist.

  • Yukio estuvo un rato sin decir nada hasta que, al final, neg despacio con la cabeza. Era imposible arrancarle una explicacin.

    No s muy bien qu pas luego. No s si Yukio me respondi algo, si yo le hice una pregunta o si ambos guardamos silencio, slo s que estaba harto de vivir conmigo y que quera dejarme. Aparte de eso, no recuerdo nada ms. Supongo que, a partir de ese da, segu preguntndole y suplicndole una respuesta, pero tampoco estoy segura.

    El piso donde vivamos estaba a diez minutos en bicicleta de la estacin de metro y a veinte minutos andando. Como ninguno de los dos tena mucho dinero, slo podamos permitirnos un piso pequeo y con pocas comodidades. El da del traslado, limpiamos los tatamis con un pao hmedo. Parecan nuevos porque todava eran de color verde, pero cuando empezamos a fregarlos, la capa superficial se pel y dej al descubierto la superficie marrn. Eran tatamis viejos pintados de color verde para simular que estaban recin instalados. Unos das antes, cuando firmamos el contrato de alquiler, el agente de la inmobiliaria nos dijo que el casero siempre cambiaba los tatamis cuando entraban nuevos inquilinos, de modo que no sola devolver la fianza con la excusa de que, ltimamente, los tatamis costaban mucho dinero.

    La pintura todava estaba hmeda, no deberamos haber fregado brome, pero Yukio arrug la frente.

    Nos dijeron que nos cambiaran los tatamis, esto es un timo. Habr que reclamar la fianza dijo, echando un vistazo al reloj. Yukio siempre mira el reloj con irritacin. Lo fulmina con la mirada, como si estuviera enfadado con l. El contraste entre su cara de pocos amigos y la vulgaridad de la palabra timo, que repiti ms de una vez, me hizo mucha gracia. Nunca tengo claras las cosas importantes, pero siempre recuerdo los pequeos detalles triviales.

    Dos aos ms tarde, cuando renovamos el contrato, Yukio discuti el asunto de los tatamis con el casero.

    El caso es que, como habis renovado el contrato, tendr que cambiar los tatamis cuando dejis el piso. En poca de crisis, nadie te alquila un piso en mal estado insista el casero, pero Yukio le rebata serenamente todos los argumentos.

    Yo no habra sido capaz de llevarle la contraria, ni siquiera habra iniciado la discusin. Pero Yukio sigui en sus trece hasta que el casero cedi a regaadientes.

  • Est bien, est bien. Os devolver la fianza refunfu.

    Pareca tan irritado que, mientras volvamos, le coment a Yukio:

    Te has pasado.

    Por qu lo dices? repuso l sin inmutarse.

    Durante un tiempo, la parte del tatami que habamos fregado fue de un color diferente del resto, pero cuando renovamos el contrato ya se haba igualado y la mancha no se distingua. Yukio siempre se sentaba en un cojn que colocbamos encima de la mancha. Al verlo sentado ah, me acordaba de aquella vez que dijo: Esto es un timo, y estaba a punto de echarme a rer, pero no lo haca para que no se enfadara. Yukio casi siempre se sentaba en el mismo cojn, de modo que la mancha del tatami quedaba cubierta todo el da. Yo crea que siempre habra una mancha marrn bajo el cojn, pero dos aos ms tarde, cuando renovamos el contrato, ya haba desaparecido. La pintura verde se haba levantado con el tiempo y los tatamis haban recuperado su color original.

    Cuando haca una semana que me haba dicho que quera separarse, Yukio empez de nuevo a empaquetar sus cosas en cajas de cartn, cosa que haca todos los das desde entonces. Yo me limitaba a mirarlo sin decir nada.

    No te quedes ah embobada y piensa en lo que vas a hacer a partir de ahora me dijo, y por primera vez pens en mi futuro. Ni siquiera yo misma saba si me entristeca o no que Yukio se fuera. Simplemente, no saba qu hacer.

    Me haba pasado a menudo durante aquellos tres aos de convivencia. Al parecer, soy un desastre con el dinero. Al principio me encargaba de llevar la economa domstica, pero cuando apenas llevbamos medio ao viviendo juntos, Yukio me rega:

    Cmo puedes haberte gastado tanto dinero? me reproch. La verdad es que yo no tena ni idea de cmo administrar el dinero. Tanto si tenamos poco como si tenamos mucho, siempre me lo gastaba todo. Me senta como si mi cuerpo se alargara o encogiera segn la cantidad de dinero de la que dispona.

    No puedes seguir ocupndote del dinero-me dijo Yukio, me quit la libreta del banco y el monedero y empez a darme una paga tres veces al mes para mis gastos, como si fuera una nia pequea. Si te lo diera todo a la vez, te lo gastaras se justific. Ahora que lo pienso, puede que tuviera razn.

  • Si no saba administrar el dinero no era porque no tuviera capacidad de hacerlo. S que, con un poco de voluntad, lo hara bien. El problema es que era incapaz de querer hacerlo. Y no me pasaba slo con el dinero: al principio tambin me encargaba de las tareas domsticas, pero no funcion. No consigo acabar nada. Limpio, pero no ordeno. Tiendo la ropa, pero no la recojo. En cuanto a la comida, normalmente me limito a cortar la carne o las verduras, las salteo, las sirvo en una bandeja y listos. S que debera hacer otras cosas, pero no puedo.

    Mucho antes de irme a vivir con Yukio, tena la casa siempre limpia, cocinaba toda clase de recetas, planchaba la ropa y cosa botones. Pero en algn momento, sin darme cuenta, empec a ser incapaz de acabar todas esas cosas. Como nunca terminaba nada, cada vez tena menos trabajo. Y cuanto menos trabajo tena, menos cosas terminaba. Pero nadie se dio cuenta porque viva sola y poda disimularlo. Entonces Yukio vino a buscarme y me fui a vivir con l. Yo saba que no llegaramos lejos, pero estuvimos tres aos juntos. Significaba aquello que por fin conseguira terminar algo? Pero los meses y los aos no tienen importancia, lo que cuenta es lo que ocurre. No consegu terminar nada con Yukio. Intent que funcionara muchas veces, pero al final no lo logr. Por eso cuando me dijo que quera separarse me qued en blanco, sin pensar en nada. En ese momento supe que el vnculo que me una a l era mucho ms fuerte de lo que crea, pero aun as no supe qu hacer y me qued cabizbaja. l me acarici la mejilla. Pareca triste. Soy yo quien debera haber estado triste, pero no pude entristecerme ms que l. Entonces, al lado de la cara triste de Yukio, en una pequea pecera que haba en el alfizar de la ventana, la tortuga chill.

    Un da toqu una pieza de metal que deba de tener centenares de aos. Me haban dicho que si la tocaba poda romperse, por eso lo hice con mucho cuidado. En cuanto la toqu, el metal no se rompi, ni se agriet, simplemente se desintegr. Se convirti en polvo y desapareci. Es el destino, me dijeron, y cre que lo haba entendido.

    Un poco ms tarde, me regalaron la tortuga. Una noche fui con una amiga a la feria. En un tenderete, junto al recipiente para pescar anguilas, haba unas tortugas que no dejaban de moverse. Me qued mirndolas sin decir nada. Al cabo de unos das, la amiga que me haba acompaado a la feria me trajo una pecera con una tortuga. Las tortugas viven eternamente, me dijo mientras me dejaba la pecera como si nada. Estuvimos charlando un rato y luego se fue. Quiero que te la quedes me dijo. Seguro que eres capaz de cuidar de una tortuga. Ms adelante, conoc a Yukio y me llev la pecera al piso nuevo. Entre una cosa y la otra, me distanci de aquella amiga, as que nunca pude preguntarle por qu me haba

  • regalado la tortuga. Quiz no hubo ningn motivo particular. A menudo olvidaba darle de comer, pero ella segua viva. En invierno dorma mucho, y en verano se quedaba quieta tumbada en una piedra. De vez en cuando mova el cuello o la cola.

    Me sonaba haber odo que las tortugas cantaban, pero no crea que lo hicieran. Lo que s haca era chillar. Como al principio nadie poda confirmrmelo porque viva sola, no saba si chillaba de verdad o si slo eran imaginaciones mas. A lo largo de los aos que estuve viviendo con Yukio, me pareci orla ms de una vez, pero a l nunca se lo dije. Por eso no s si es una especie de ilusin auditiva que slo oigo yo o si la tortuga chilla de verdad. Lo hace muy de vez en cuando.

    Por qu eres as? sola decirme Yukio cuando llegaba a casa, se encontraba las luces apagadas y me vea sentada o tumbada en el tatami sin moverme, sin leer, sin trabajar, sin comer, dejando pasar el da con la mirada extraviada. Cuando me encontraba as, sentada y quieta en medio de la oscuridad, me coga de la mano y me ayudaba a levantarme.

    Ya vuelves a estar igual? me deca. Entonces por fin me daba cuenta de que haba vuelto a pasar el da de aquella forma, pero Yukio no me lo reprochaba. Me arrastraba de un tirn hasta el futn que yo no haba guardado y me haca el amor brutalmente. Cuando me haca el amor as, me senta como si estuviramos en paz. Yukio me maltrataba. Cuando terminaba, yo me meta en la cocina como si nada hubiera pasado y preparaba la cena. Impasible, le preguntaba cmo le haba ido el da, y l me contaba tranquilamente que un compaero de trabajo llamado Ota haba tenido un accidente. As, el da que yo haba pasado de aquella forma quedaba recogido y guardado en algn lugar. As pasaron tres aos.

    A veces, Yukio era incapaz de hacerme dao. Se tumbaba conmigo en el futn como si me entregara su cuerpo y suspiraba lentamente. Yo lo sujetaba entre mis brazos sin decir palabra y lo acariciaba como hubiera acariciado una estatua. Entonces Yukio se quedaba dormido. Su cuerpo se enfriaba y respiraba de forma irregular. Mientras dorma, a veces arrugaba la frente y, otras veces, se echaba a rer. Cuando se despertaba, le preguntaba de qu se rea y l me confesaba que no se acordaba de nada.

    Me he redo de verdad? Cmo puedo rer mientras duermo? deca con cara de disgusto. Esto slo me pasa cuando estoy contigo me deca con acidez, y yo slo poda asentir con la cabeza. Debera decirle que aquellas palabras me dolan, pero l las deca a sabiendas, por eso yo me limitaba a asentir. Cuando lo haca, Yukio volva a la carga en un tono an ms despiadado: No quiero que me

  • arrastres al agujero donde ests aada.

    Yo saba perfectamente a qu se refera. Si dejaba que lo tocara, Yukio se hundira conmigo en el lugar de las cosas inciertas e inacabadas. Le habra pegado algo de m, como si sufriera una enfermedad contagiosa. Pero pronto se recuperaba y volva a hacerme el amor brutalmente.

    Cuando yo gritaba su nombre mientras me maltrataba, me miraba a los ojos sin decir nada. Tena la misma mirada irritada que el da en que la capa de pintura verde del tatami se haba levantado y haba dejado al descubierto la superficie marrn. Me haca sentir bien que me mirase de aquella forma. Yo tambin lo miraba fijamente. Sus ojos eran como dos agujeros vacos en medio de la oscuridad. Terminaba de hacerme el amor mirndome a los ojos. Su corazn lata acelerado. Yo respiraba profundamente. Siempre tena los hombros helados, por ms deprisa que latiera su corazn, y yo lo arropaba sin decir nada.

    Yukio cuidaba de la tortuga.

    La llamaba esa cosa, pero le daba golpecitos cuando no se mova y cubra la pecera con un trapo cuando estaba hibernando.

    Un da me habl del desierto.

    En algn lugar del desierto hay dos rboles altos.

    Hay rboles en el desierto? le pregunt, y Yukio mene la cabeza con cara de decepcin.

    En el desierto tambin crecen los rboles me respondi como si lo supiera todo el mundo.

    Siempre hay animalillos merodeando alrededor de esos dos rboles tan altos. Cuando termina la estacin lluviosa, las ramas estn cargadas de frutos que caen al suelo por su propio peso, y los animales los devoran vidamente. Pero hay algunos frutos que fermentan, y los animales se emborrachan al comerlos. Las jirafas, los facqueros africanos, los elefantes y los monos empiezan a tambalearse bajo los rboles. Siempre es un lugar muy concurrido. Aunque los frutos no hayan madurado, los animales acuden de todos modos para tumbarse a la sombra de los rboles o refrescarse en los charcos.

    Qu clase de rboles son?

  • No lo s repuso l.

    La presencia de los animales propicia la aparicin de plantas y pequeas criaturas. Las tortuguitas suben por el tronco de un rbol. Trepan despacio, agarrndose al grueso tronco con las cuatro patas. Necesitan un da entero para llegar hasta arriba y otro da para bajar. Al da siguiente, suben al otro rbol y vuelven a bajar. Lo repiten una y otra vez, eternamente. Suben y bajan de uno de los rboles y vuelven a empezar con el otro.

    Necesitan tomrselo con calma dijo Yukio.

    Ests seguro? Quiz para ellas eso sea un ritmo muy alto.

    Qu va. Son animales lentos y tranquilos.

    Yukio le dio de comer a la tortuga, que estaba en la pecera, en el alfizar de la ventana. Cuando le das demasiada comida, el agua se enturbia y el animal no se siente cmodo. Pero Yukio lo haca muy bien. El agua siempre estaba limpia y la tortuga se encontraba a gusto en la pecera.

    A las tortugas les gusta subir y bajar esos dos rboles tan altos prosigui Yukio.

    Ah, as? susurr, con la expresin absorta de costumbre.

    S, les gusta mucho repiti l, y me abraz brevemente.

    Un da Yukio se qued mirando fijamente la pecera de la tortuga, mientras yo lo observaba desde detrs. Era un da ventoso y soleado. El viento haca ondear y chasquear la ropa que colgaba del tendedero, en la parte exterior de la ventana.

    He conocido a una mujer muy interesante dijo de repente. Me abord de repente.

    Te abord?

    S, y me hizo sentir incmodo.

    Y qu tiene eso de interesante? deb de responderle.

    Haba algo en ella fuera de lo corriente.

  • La mujer se le acerc por detrs y le susurr palabras extraas al odo. Luego se fue. Yukio se sinti incmodo y le pidi explicaciones, y entonces ella se disculp con una expresin que pareca sincera. Sin embargo, al cabo de un momento se le acerc de nuevo y le susurr ms cosas. Su cara tena una expresin inquietante: los ojos muy abiertos, los labios separados y los orificios de la nariz dilatados.

    Deba de dar miedo dije, pero Yukio sacudi la cabeza.

    No me dio miedo, fue excitante. El otro da me acost con ella aadi.

    Cmo?

    Estuvo muy bien.

    Mientras repeta que haba estado muy bien, Yukio me dirigi una mirada profunda e irritada. Yo me qued en blanco, como siempre, sin poder reaccionar.

    Estuvo muy bien insisti.

    Quera decir algo, pero tena la boca cerrada como una almeja gigante. Incluso me costaba mantener los ojos abiertos. Sin saber adonde mirar, dirig la vista hacia la pecera de la tortuga. Yukio se coloc justo enfrente para obligarme a mirarlo.

    Por qu me lo has contado? le pregunt cuando por fin me sali la voz.

    No te importa, verdad?

    Sus ojos brillaban mucho. Se me acerc con aquella mirada brillante. La tortuga chill.

    Por qu crees que no me importa?

    No te importa, o que repeta Yukio. En ese preciso instante, not un fuerte impacto en la cara. Me haba dado un bofetn. Empec a verlo todo desde una perspectiva distinta: la mano que me haba abofeteado se apart de mi mejilla poco a poco. Vi las uas claramente recortadas encima de los dedos. Entonces aquellos mismos dedos rodearon mi cuello y empezaron a apretarlo, primero suavemente y luego ms fuerte. Esto no debera ser al revs? pens mi cerebro dentro de mi cuerpo, que forcejeaba para escapar. No sera ms lgico que fuera yo quien le diera un bofetn a l?. Haca mucho tiempo que no utilizaba la palabra lgico. Me

  • hizo gracia que se me ocurriera en un momento como se. La tortuga chill. Aquel da haba chillado bastante. Con las manos, intent apartar los dedos de Yukio de mi cuello, pero estaban fuertemente cerrados y no lo consegu. Pens que me matara y me sorprend. Tena la cara congestionada, los pulmones me pedan aire y las extremidades me dolan. Mi cerebro era la nica parte de mi cuerpo que estaba en blanco y no reaccionaba. La cara de Yukio era terrible. Pero imagino que la ma lo era an ms. Me habra gustado verla. Era una lstima que el espejo estuviera al otro lado de la habitacin. Mientras lo pensaba, el cerebro se me iba apagando, y perd la fuerza en los brazos y las piernas. Entonces Yukio apart la mano de mi cuello.

    Estuve un rato inconsciente, y cuando recuper el conocimiento, Yukio me llevaba en brazos. Su cara volva a tener su expresin habitual, que inspiraba confianza. No se disculp ni me sonri, slo me sujetaba entre sus brazos con la mirada perdida.

    Me has hecho dao le dije. l asinti. Me has hecho dao repet. Entonces me abraz an ms fuerte. Las lgrimas saltaron de mis ojos sin que me diera cuenta. No lloraba porque estuviera triste, simplemente lloraba. Sin abrir la boca, me dej en el suelo, me desnud con delicadeza, hundi la cara entre mis pechos y me hizo el amor poco a poco. Como estaba tumbada en el suelo, la rabadilla se me clavaba y me dola un poco la espalda. Mientras tanto, pens que el sexo era la mejor forma de reconciliarse en una situacin como aqulla. Aun as, no estaba segura de amar a Yukio. No estaba enfadada con l. Lo que me haba hecho me pareca normal. Me dio pena y hund la mano en su pelo. l se mova sin decir nada.

    Te he hecho dao? me pregunt.

    S le respond.

    No s por qu lo he hecho dijo al cabo de un rato.

    La tortuga ya no chillaba. Yukio lama todas las lgrimas que me resbalaban desde las mejillas hasta el cuello y se mova muy despacio, sin parar.

    Si ests conmigo, te acabars hundiendo le dije.

    Lo s me respondi.

    Al otro lado de la ventana, el viento sacuda la ropa tendida y la luz de la

  • tarde baaba el tatami. De vez en cuando se oscureca, como si las nubes cubrieran el sol, pero al cabo de un momento volva a brillar con intensidad.

    Perdname dije en voz baja, sin saber si mis palabras iban dirigidas a Yukio o al cielo.

    l segua movindose sin despegar los labios. Tena dolorida la zona que me haba estrangulado. Me dolan la espalda y el cuello.

    Cuando Yukio me dijo que quera separarse, las marcas que sus dedos me haban dejado en el cuello haban desaparecido casi por completo. Recogi sus cosas ordenadamente, envolvindolas en papel fino. Una vez envueltas, las embalaba en papel de burbujas y las meta en cajas de cartn, combinando los paquetes grandes con los pequeos para no dejar ningn hueco. Yo lo observaba distradamente, sentada.

    Qu hacemos con la tortuga? me pregunt. Quieres que te la deje aqu?

    Como quieras le respond. l inclin la cabeza un momento, reflexionando, y empez de nuevo a empaquetar sus cosas. A ratos lo haca de pie y a ratos sentado, de forma meticulosa y ordenada.

    Cuidars de ella?

    No te preocupes, antes lo haca sola.

    Ya dijo Yukio, mirando la pecera de reojo. Hizo una mueca y suspir sin quitarle la vista de encima.

    No me fo de ti, ser mejor que me la lleve dijo. A continuacin, levant la tortuga y la deposit en la palma de su mano.

    Ni hablar! grit sin proponrmelo.

    Me acerqu a l, cog la tortuga por el caparazn y se la quit. El animalito encogi el cuello y empez a agitar las patas en el aire. Volv a dejarla en la pecera. Yukio me miraba con los ojos abiertos de par en par.

    Cuidar de ella dije solemnemente, y l solt una risita socarrona.

  • T misma, qudatela si quieres cedi, sonriendo tristemente.

    Yo cuidar de ella repet varias veces, como una nia pequea.

    Yukio y yo mirbamos la tortuga como si fuera un pez extico de un acuario. La tortuga chill.

    Ha chillado dije.

    De qu ests hablando? me pregunt l.

    La tortuga ha chillado.

    Pues yo no he odo nada.

    Despus del primer chillido, pas un rato y volvi a chillar. Yukio sonrea con una extraa expresin.

    Muy bien dijo, haciendo una mueca.

    Vendrs a verme de vez en cuando? le pregunt.

    Ya veremos me respondi.

    Algn da lo superar, pens distradamente.

    Cudate me dijo Yukio.

    Cudate repet como un loro.

    Yukio se fue tres das ms tarde. No lo recuerdo muy bien, pero creo que desde entonces le he dado de comer a la tortuga una sola vez. Sigue chillando de vez en cuando.

  • POBRECITA

    Clav la ua en la piel del nspero y lo pel. El jugo gote y resbal desde las puntas de mis dedos hasta la palma de mi mano, y luego se me desliz por la parte interna del brazo. Mir disimuladamente a Nakazawa, que se estaba cortando las uas de los pies, clic, clic, con la espalda encorvada, y no me vio.

    El jugo dije en voz baja, pero l no oa bien con el odo derecho. El jugo del nspero se detuvo al llegar a la altura del codo, en la cavidad del antebrazo. Intentando que no se cayera al suelo, rode a Nakazawa para ponerme a su izquierda y se lo ense, diciendo: Mira.

    l volvi la cabeza bruscamente, ech un breve vistazo al jugo del nspero acumulado en la cavidad del codo y entonces cogi mi brazo y lo gir suavemente. El jugo gote sobre el tatami.

    Lo has derramado le dije.

    Levant la vista para mirarlo, y l asinti.

    Chpalo me orden.

    Pero

    Chpalo repiti al verme dudar. No te preocupes, tengo la casa limpia aadi.

    Me ech a rer al or aquella observacin, y l me dio un empujn. No fue demasiado brusco, sino ms bien delicado, pero me ca al suelo. Mi mejilla fue a parar justo en el lugar donde haba goteado el jugo del nspero.

    Cuanto ms te lo pienses, ms te costar limpiarlo me advirti Nakazawa. Entonces me cogi la cara con ambas manos y me arrim la boca al suelo. Mientras me sujetaba la cabeza, empec a lamer el jugo del nspero. Debo de parecer un gato, pens, pero segu lamiendo hasta que slo notaba el sabor del tatami.

    He terminado dije.

  • Nakazawa me solt la cara y me acarici el pelo.

    As me gusta dijo. Acto seguido, retom lo que estaba haciendo y sigui cortndose las uas ruidosamente, clic, clic. Con aquel ruido de fondo, chup el jugo reseco que haba resbalado desde la punta de mis dedos hasta el codo, pasando por la palma de la mano, intentando que no quedara ni una gota. El brazo y los dedos se me quedaron pegajosos incluso despus de haberlos limpiado con la lengua.

    Nakazawa lo llam. l me mir sin decir nada, parpadeando. Asinti ligeramente y me toc el brazo.

    Ests pegajosa.

    A continuacin, sac la lengua y me lami la mueca.

    Yo tambin quiero nsperos me pidi.

    A pesar de que tena los dedos regordetes, pelaba los nsperos con mucha habilidad, y se comi cinco casi sin derramar ni una gota de jugo. Escupi los huesos en el plato y se sec las manos con un pao. Entonces se tumb en el suelo de lado, con la cabeza apoyada en la mano, y se puso a leer un libro. Cuando me levant para recoger el plato, me agarr bruscamente el tobillo con sus gruesos dedos, sin incorporarse, y me dijo:

    No hace falta que lo recojas. Sintate ah.

    Seal un cojn con un golpe de mentn. Me arrodill en el cojn y estuve quieta unos diez minutos. Mientras tanto, Nakazawa lea. Cambi de postura para estar ms cmoda y esper otros diez minutos, pero l segua leyendo con una expresin que no sabra decir si era de entusiasmo o todo lo contrario. Cuando hice ademn de levantarme, me dijo sin inmutarse:

    No te levantes.

    Me oblig a quedarme sentada sin moverme durante ms de una hora.

    Nakazawa y yo nos conocimos porque trabajbamos en la misma empresa. Desde entonces nos vemos a menudo.

    Siempre me llama cuando menos me lo espero para citarme en una estacin

  • de tren poco frecuentada. Yo me arreglo, me dirijo hacia all y me lo encuentro de pie junto a los torniquetes de la entrada. l siempre es el primero en verme. Cuando yo lo veo, l ya me ha visto antes. Es como si tirase de un hilo: mi cuello est atado en un extremo, y cuando Nakazawa tira del hilo, me vuelvo hacia l.

    Cuando me acerco a l, en su rostro aparece una amplia sonrisa que, justo despus, se congela y empieza a derretirse poco a poco. Entonces echa a andar sin decir palabra. Sus pasos son mucho ms grandes que los mos, y nunca duda a la hora de escoger una direccin. Cuando le pregunto si suele venir a pasear por el barrio, me responde que es la primera vez. Casi siempre lo es. Por qu hemos quedado en esta estacin, entonces?, me gustara preguntarle, pero s que no me lo dira. Probablemente se limitara a responder: Porque s. As que, en vez de preguntrselo, procuro permanecer a su izquierda. Su odo izquierdo es el bueno.

    Cuando susurra Qu bonito es este paisaje tan verde, yo asiento y le doy la razn: S, lo es. Su odo izquierdo absorbe mis palabras. Nakazawa nunca me responde.

    Si pasamos junto a un solar lleno de hierba, me propone:

    Hacemos el amor aqu?

    No le digo yo.

    Por qu no?

    Porque la hierba pica y duele.

    Pobrecita, qu pena.

    De todos modos, Nakazawa casi siempre me hace dao cuando nuestros cuerpos se unen. Aguanto el dolor mientras intento recordar si los dems hombres con los que he estado tambin me hacan dao. A veces me provoca el dolor con los brazos y las piernas, y otras veces con algn objeto.

    Apenas recuerdo cmo era mi vida antes de conocer a Nakazawa porque mi memoria no quiere evocar aquellos recuerdos. S que todo era distinto, pero no sabra decir por qu. No lo recuerdo.

    T tambin te lastimaras las rodillas, Nakazawa.

  • Podra quedarme de pie.

    De verdad quieres hacerlo?

    No lo s.

    Nakazawa y yo caminamos despacio. Cuando un pjaro canta, intentamos adivinar a qu especie pertenece. Cuando nos adelanta un camin grande, nos rijamos en la matrcula para saber de dnde es. A veces caminamos cogidos de la mano. De vez en cuando me adelanto o me quedo un poco rezagada, pero siempre procuro caminar a su izquierda. Paseamos una hora, ms o menos. Luego regresamos a la estacin y nos despedimos en el andn.

    Toma me dijo Nakazawa mientras me pasaba una bolsa con una pata de pulpo. Se puede comer cruda. En la bolsa de plstico haba una pata blanca con enormes ventosas. Crtala a rodajas finas.

    Se sirvi un vaso de sake y se sent de piernas cruzadas ante la mesa bajita. Cogi uno de los pepinillos del plato de verduras en salmuera que haba sacado de la nevera para acompaar el sake.

    An tengo trabajo le dije.

    Pues te espero me respondi, y sigui bebiendo en silencio.

    Estuve trabajando un rato sin prestarle atencin, pero me distraje al or una ambulancia que pasaba por la calle. Entonces levant la vista y lo vi tumbado frente a la mesita, durmiendo con la cabeza apoyada en el brazo. Pareca que estuviera muerto porque no haca ningn ruido. Lo llam, pero ni siquiera parpade. Tena la cara surcada de profundas arrugas. Su piel haba perdido el color, y su cuerpo pareca una superficie plana.

    Ests durmiendo? le pregunt, pero no se movi. Me acerqu a l para comprobar si estaba vivo y o que respiraba. No ests muerto, verdad?

    Saba que no lo estaba, pero tem que estuviera agonizando y lo llam otra vez. Slo con pensar que poda estar al borde de la muerte, los ojos se me llenaron de lgrimas que empezaron a resbalar por mis mejillas, a pesar de que ni siquiera haba tenido tiempo de reflexionar sobre el significado de la muerte y sobre cmo me sentira si l muriera.

  • Qu te pasa? me pregunt Nakazawa, que acababa de abrir los ojos.

    No, no lo s admit mientras me sonaba la nariz ruidosamente.

    Seguro que estabas imaginndote cosas raras.

    No me imaginaba nada.

    Entonces qu te pasa?

    No me imaginaba nada, pero de repente ha sido como si hubiera entendido algo.

    Y qu es lo que has entendido?

    Quiz slo me lo ha parecido porque ya no recuerdo qu era.

    Corta el pulpo, anda me dijo Nakazawa, mientras me limpiaba las lgrimas con su dedo regordete. Sunate bien me dijo, y me ofreci tres pauelos de papel.

    No puedo cortarlo.

    Por qu no?

    Porque las rodajas no me salen tan finas.

    Pues ya lo hago yo.

    Las rodajas le salieron bastante gruesas. Quiz yo lo habra hecho mejor. Costaba masticarlas. Mientras comamos pulpo, fuimos vaciando la botella de salce. Cuando no qued ni una gota, Nakazawa se durmi de nuevo con la cabeza bajo el brazo. Lo observ sin hacer ruido, temiendo que volviera a parecer un cadver, pero aquella vez no lleg a perder el color. Intent reproducir la sensacin que me haba hecho llorar, pero la repentina revelacin de antes se haba esfumado sin dejar rastro. Deben de haber sido imaginaciones mas, susurr mientras apoyaba la cabeza en la barriga de Nakazawa. Estaba blanda y haca ruidos. Su barriga tena una conversacin mucho ms amena que l. El pulpo estaba duro, pero era delicioso. Extend el futn e hice rodar a Nakazawa para que se tumbara encima. Lo tap con el edredn y me acurruqu a su lado. Como le daba miedo la oscuridad, dej una lmpara encendida. En medio de la penumbra, distingu encima de la

  • mesita la botella de sake vaca y las dos copas, una grande y otra ms pequea.

    Nakazawa tiene una extraa sonrisa sardnica y provocadora. Sonre as cuando me hace dao. Al principio, cuando acabbamos de conocernos, se limitaba a recorrer mi cuerpo despacio, presionndolo ligeramente con sus dedos regordetes, paso a paso, sin llegar a hacerme dao, como si slo me estuviera tanteando. Ms adelante, cuando empec a darme cuenta de que ya no poda separarme de l, tampoco haba empezado a hacerme dao. Supongo que en ese momento an habramos podido separarnos. No hay nada imposible en este mundo corrompido. Slo queremos convencernos a nosotros mismos de que hay cosas que no podemos hacer.

    Hasta que un da, sin previo aviso, Nakazawa empez a hacerme dao.

    He visto algo que pareca una flor le dije aquel da, si no recuerdo mal.

    De qu ests hablando? se sorprendi l, y me mir con los ojos como platos.

    Digo que he visto un campo de flores.

    Quieres decir que lo has pasado muy bien?

    S, supongo que s.

    Es una metfora muy tpica, no crees?

    Tal vez.

    Pero, en realidad, no era ninguna metfora. Me haba llevado a un lugar extrao. Era un sitio misterioso, claro y oscuro, donde crecan las flores y pasaban las nubes, un sitio pequeo que me haca sentir bien. No haba sido una reaccin fsica como consecuencia del placer, los neurotransmisores de mi cerebro haban funcionado a la perfeccin, o quiz con algunas alteraciones; el caso es que no slo lo haba notado en algunas zonas de mi cuerpo, no: me sent como si toda yo, entera, hubiera pasado a travs de un conducto y hubiera aterrizado en aquel lugar.

    Lo haces muy bien le dije.

    Qu va.

  • T crees?

    No hay caballo, por bueno que sea, que no tropiece.

    No crees que ese dicho est un poco anticuado?

    No, no est anticuado. Es estpido.

    Tumbados en el futn, nos enfrentbamos verbalmente como los cangrejos que echan burbujitas para defenderse. De repente, mientras discutamos, Nakazawa empez a hacerme dao.

    Siempre me pregunta si me duele. Cuando le digo que s, se modera un poco.

    Todava te duele?

    No tanto como antes.

    Mientras me lo pregunta, sigue hacindome dao. Yo me aguanto. Antes de conocer el dolor no saba soportarlo y me dispersaba, pero ahora he aprendido a concentrarme en m misma.

    Por qu me haces dao? le pregunt un da. Creo que habamos acabado de hacer el amor y tenamos las piernas entrelazadas.

    Porque me apetece.

    Te inventas historias excitantes mientras me haces dao?

    Nakazawa reflexion un rato. Yo tambin me qued pensativa.

    No, creo que no.

    Yo tampoco. Cuando hago el amor con l, no necesito recurrir a la imaginacin. Si lo hiciera, mi compaero podra ser otro, cualquier otro. Eso no significa que Nakazawa sea el nico, pero si no mantengo relaciones con l, me aburro. La cosa pierde gran parte de su inters.

    Entonces por qu me haces dao?

    No lo s.

  • Me gusta que me hagas dao.

    En serio?

    S. Quieres que yo tambin te lo haga?

    A lo mejor algn da me gustara.

    Pues te har dao. Cuando t quieras.

    Me acost a la izquierda de Nakazawa, que se qued dormido bajo la luz de la pequea lmpara mientras yo le repeta sin cesar: Te har dao.

    Por qu me gusta que me haga dao si el dolor me hace sufrir? me pregunt. Quiz dejo volar la imaginacin y finjo lo contrario, quiz creo que no me invento historias pero s lo hago. Quiz obtengo placer con cosas que no deberan drmelo, o me dejo llevar por un fugaz sentimiento de superioridad. Ninguna de esas respuestas me pareca lo bastante satisfactoria, pero mientras reflexionaba me entr sueo y me qued dormida acurrucada junto a l.

    Me at para que no pudiera moverme ni un pice.

    Me hizo ms dao que de costumbre.

    Me haba atado tan fuerte que ni siquiera poda dar rienda suelta a la imaginacin. Slo haba dolor. Nakazawa me miraba desde arriba con la misma expresin extraa de siempre. Cuando yo desviaba la vista, me deca:

    Mrame.

    Me volv de nuevo hacia l, sin mirarlo directamente a los ojos, pensando que quiz habra preferido que le hubiera respondido. Me habra gustado preguntrselo, pero no lo hice. A lo mejor me habra respondido porque es muy educado, pero seguro que lo habra incomodado.

    Me acarici el cuello con ambas manos, como si me estuviera estrangulando. La piel se me calent poco a poco. Cerr los ojos.

    Abre los ojos me orden.

    Sin dejar de acariciarme el cuello, Nakazawa me roz los pechos con los

  • labios. Solt un gemido involuntario.

    Cllate me dijo.

    Como insista en acariciarme los pechos con los labios, yo no poda evitar gemir. Me sorprendi no poder controlar mi voz, aunque quiz habra podido, pero no lo haca porque, en el fondo, quera que me regaara, y l lo saba. No me caba ninguna duda.

    Silencio!

    Nakazawa me mand callar en un tono imperativo, tal y como yo deseaba. Sus movimientos eran cada vez ms rpidos, y mis pensamientos se interrumpieron. Slo tuve que tomar la decisin y, simplemente, dej de pensar. Pero en cuanto bajaba la guardia, los pensamientos aparecan de nuevo. Saba que a Nakazawa le ocurra lo mismo que a m. Tan pronto como se distraa, empezaba a moverse ms despacio y su mirada se perda. Sus movimientos denotaban cierta vacilacin, no eran tan enrgicos como haban sido hasta entonces.

    Me haces dao protest, con una voz dulce y dbil.

    Te hago dao? me pregunt l, encima de m.

    S.

    Nakazawa me cubre con su cuerpo, me hace temblar, se interrumpe, me da la vuelta, me libera. En algunos momentos quiero pensar, pero no puedo. Aunque siempre he credo que no hay nada imposible, a veces hay cosas que no puedo hacer. Cuando quiero que algo sea imposible, me acerco hasta el lmite de la imposibilidad hasta casi alcanzarla.

    Hice una mueca de sumisin. Nakazawa se moder un poco y me mir fijamente.

    Abre los ojos me orden por ensima vez.

    S le respond con un hilo de voz, obedecindolo.

    Su cara estaba justo encima de la ma. Segua movindose enrgicamente, pero not un punto de indecisin en su cuerpo. Yo no poda vacilar. Aunque estuviera atada e inmovilizada, dentro de m reinaba una frentica agitacin.

  • Nakazawa empez a besarme la cara y a acariciarme lentamente las mejillas con sus gruesos dedos.

    Grit, aunque saba que no me lo permita. No me importaba que me regaara.

    Nakazawa! exclam.

    Haba un deje de tristeza en mi voz. l me mir desde arriba.

    S asinti mientras me acariciaba la frente. Eres un encanto.

    Todo mi cuerpo estaba dolorido. Slo senta dolor. Me preguntaba por qu Nakazawa me haca dao, pero no poda enfadarme aunque quisiera. Por eso mi voz sonaba tan triste.

    Pobrecita dijo l, mirndome. Dicho esto, super aquellos breves instantes de vacilacin y empez otra vez a moverse sin piedad. Cuando todo hubo terminado, dijo de nuevo: Pobrecita.

    Por qu te compadeces de m?

    Todos somos dignos de compasin.

    Pareca otra vez que estuviera muerto, como aquel da. Por fin me haba desatado. Yo tambin deba de tener un aspecto cadavrico. Sin embargo, ambos estbamos vivos. Los pensamientos me haban invadido de nuevo, y me preguntaba por qu le permita que me hiciera dao y por qu l disfrutaba provocndome dolor. En cambio, los cadveres no piensan.

    Nakazawa.

    No me respondi. Se haba quedado dormido. Lo abrac con todas mis fuerzas y l hizo un ruido que son como un largo suspiro. Lo abrac de nuevo y se le escap un pedo.

    Me has hecho dao le susurr al odo.

    Ya, yo tambin me respondi en sueos, con sinceridad. Me acurruqu entre sus brazos. Al principio mi cuerpo estaba tenso, pero pronto me relaj. El dolor me relaja, pens mientras me dejaba vencer por el sueo.

  • Caminaba despacio por el margen del camino de piedra. En cuanto perda el equilibrio, Nakazawa me daba la mano. Habamos montado en la noria, que nos haba llevado muy arriba. En el cielo slo haba algunas nubecitas que parecan pintadas. Habamos estado contemplando la muchedumbre desde el punto ms alto del crculo.

    Me apetece un estofado haba dicho Nakazawa.

    Con este calor?

    S, con una copita de sake.

    Ni siquiera aqu arriba puedes dejar de pensar en beber?

    Es que las alturas me dan sed.

    Entonces cuando bajemos ya no te apetecer.

    Pero mientras bajbamos, Nakazawa haba seguido riendo y hablando sin parar de estofados, salchichas, sake y cerveza.

    No saba que te gustaran los parques de atracciones, Nakazawa.

    Me parecen lugares llenos de felicidad.

    Hay gente que dice que son tristes.

    Por qu a alguien puede parecerle triste un parque de atracciones?

    Quiz porque hay mucha gente, porque se oye msica de feria y porque cuando oscurece encienden las lucecitas.

    Eso no es triste.

    Te apetece una cerveza?

    Vas a empezar a beber a plena luz del da? Hay que ver! se burl Nakazawa. A pesar de todo, compr dos latas de cerveza grandes. Tambin pidi una salchicha, un estofado y unas palomitas. Montamos en el tiovivo y en la montaa rusa, y entramos en la casa encantada. En el puesto de tiro ganamos tres ranas de peluche, y luego fuimos a comer fideos fritos.

  • Al anochecer, cuando el parque se ilumin, dimos otra vuelta en el tiovivo. En vez de montar cada uno en un caballo distinto, nos sentamos juntos en una especie de carroza, los dos mirando hacia delante. Cuando la plataforma empez a girar, la carroza se desliz suavemente y una ligera fuerza centrfuga hizo que nos inclinramos hacia la parte exterior. Uno de los dos, no recuerdo quin, tom la mano del otro. Yo estaba sentada a su izquierda, como de costumbre.

    Nakazawa lo llam, y l me mir.

    Dime. Qu pasa?

    Nakazawa No saba qu quera decirle. l tena la boca entreabierta. Los parques de atracciones me hacen feliz le dije, cuando por fin se me ocurri algo.

    Lo ves? Yo siempre lo digo.

    Pues a m me suena un poco rara esa frase.

    Para m, un parque de atracciones es como un seor mayor con la cabeza muy grande que toca muy bien la flauta, y no me suena nada raro.

    Un seor mayor?

    S, un viejo.

    Nakazawa

    Estamos a punto de frenar.

    El carrusel empez a detenerse poco a poco.

    Era incapaz de recordar los momentos que habamos compartido hasta entonces. Me daba la sensacin de que todo a mi alrededor era blanco, de que el cielo y la tierra haban desaparecido y Nakazawa, que estaba a mi lado, estaba a punto de salir volando. Como si se hubiera reunido con el seor que tocaba la flauta y quisieran irse de all. Lo abrac tan fuerte que apenas poda caminar. Tena miedo, y no pensaba soltarlo. Pobrecita. Todos somos dignos de compasin, dije, repitiendo sus palabras. Aunque hubiera oscurecido, el parque de atracciones siempre estaba iluminado.

  • EL PAVO REAL

    Un da un enorme pavo real se mont encima de m dijo Hashiba, animndose de repente. Te aseguro que lo recuerdo como si fuera ayer.

    Un pavo real? repet extraada, y l asinti.

    Todos los veranos pasbamos unos das en casa de mi ta de Nakata. Fue all donde me pas.

    Su ta viva en una vieja granja donde toda la familia se reuna para celebrar el festival de Obon. Encendan las hogueras para recibir a los espritus de los antepasados, llenaban una cesta de berenjenas y pepinos segn la tradicin y hacan ofrendas de fruta y dulces de colores chillones al altar budista. Dentro de la cocina llena de vapor se oan los golpes constantes del cuchillo contra la tabla de cortar que utilizaban su madre, su abuela y sus tas. Colocaban los cuencos y los platos en bandejas de madera que llevaban de la cocina al comedor. Como haba tanta gente, tenan que hacer varios viajes.

    Cogan las bandejas de madera roja con ambas manos, como si fueran ofrendas, y las llevaban arriba y abajo con sus pasitos cortos, arrastrando los pies me explic Hashiba poco a poco, mirando hacia arriba.

    Cuando era pequeo, arrodillado en un rincn del pasillo, observaba los pies blancos y carnosos de su madre y sus tas cada vez que pasaban delante de l. El pasillo meda casi tres metros de largo. En la pared, escondidos en la penumbra, haba algunos estantes y armarios bajos atiborrados de platos y cuencos viejos, papeles para tirar y herramientas de campo oxidadas. El intenso aroma de las barritas de incienso se mezclaba con el olor de la soja y la comida frita. Durante el festival de Obon, nadie dejaba que se apagara el incienso.

    Cuando se cansaba de ver pasar los pies de las mujeres, Hashiba se sentaba ante el altar y hojeaba el libro de antepasados de la familia, tocaba el mokugyo, un instrumento de madera en forma de pez, o haca sonar la campanilla. Luego se sentaba en el cojn donde haba estado el monje que haba venido a recitar sutras durante el da y lo imitaba diciendo palabras sin sentido. Al poco rato, lo llamaban y se sentaba delante de su plato. El salce circulaba en abundancia, las mujeres coman y servan a la vez y las caras de los hombres se enrojecan por culpa del alcohol.

  • La comida se alargaba y todo el mundo beba demasiado. Cuando se haca de noche, me llevaban a dormir en una habitacin del fondo de la casa.

    La habitacin daba al porche, meda unos seis tatamis y estaba iluminada por una lamparita. Como haca calor, la puerta corredera del porche estaba abierta de par en par, y la brisa traa el olor a tierra y a csped. Bajo el suelo de madera se oan los chirridos de los grillos.

    Entonces me qued dormido, pero me despert de repente porque la parte de arriba del pijama se me haba levantado y tena la sbana doblada hacia atrs.

    En ese instante, el pequeo Hashiba se dio cuenta de que tena un gran bulto encima del pecho que no saba qu era: desprenda calor, haca una especie de arrullo y pesaba mucho.

    Oa a la gente cantando y gritando en el comedor, pero todava estaba medio adormilado. Aquella cosa pesaba muchsimo prosigui Hashiba, con cara de regocijo. Era un pavo real que se haba sentado encima de m, con las alas cerradas y el vientre en mi pecho, arrullando. Era una bestia enorme y pareca estar muy cmoda encima de m.

    Hashiba separ las manos para que me hiciera una idea del tamao del animal. Tena las dimensiones de un atn.

    Tan grandes son los pavos reales? exclam.

    l asinti enrgicamente.

    En realidad, no era un pavo real normal y corriente precis.

    Cuando Hashiba me cuenta ancdotas, nunca s distinguir dnde termina la realidad y empieza la ficcin. Un da, hace tiempo, me explic que l y su ex amante haban estado a punto de suicidarse juntos. Al principio me lo tom en serio, hasta que escuch la continuacin de la historia:

    Decidimos que nos suicidaramos bebiendo, pero ella toleraba muy bien el alcohol. Yo tambin lo aguanto bastante bien, as que al final ninguno de los dos muri, y al da siguiente tenamos una resaca de campeonato dijo en un tono muy poco creble.

    Cmo vas a morir bebiendo sake? exclam.

  • Es que t te lo tomas todo demasiado en serio, Tokiko me reproch.

    No pensabais suicidaros, slo os emborrachasteis insist, molesta por aquel comentario.

    No te creas, la vida es ms compleja. No te lo tomes todo tan a pecho y vamos a beber.

    Eso es lo que queras desde el principio.

    Despus de esta conversacin, Hashiba y yo acabamos bebiendo sake barato. Como consecuencia natural, yo me emborrach antes que l, que aguantaba bastante bien el alcohol. Una vez ms, la noche termin sin que pudiera intimar ms con Hashiba. No porque yo no quiera, sino porque l no me lo permite. Aunque estemos a punto, siempre se escabulle con cualquier excusa.

    Qu ruido hacen los pavos reales?

    No lo s. El que se puso encima de m no gritaba. Slo haca un ruido gutural que sonaba como un gorgorito.

    Qu sentiste mientras lo tenas encima?

    La conversacin sigui por estos derroteros.

    Al da siguiente tena una resaca tan fuerte que la cabeza me daba vuelta