juan pablo ii - cruzando el umbral de la esperanza

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CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA

Cruzando El Umbral De La Esperanza

Juan Pablo II

Cruzando El Umbral De La Esperanza

Juan Pablo II

UN TELEFONAZO

Siento un especial afecto, naturalmente, por los colegas -periodistas y escritores- que trabajan en la televisin. Por eso, a pesar de repetidas invitaciones, nunca he intentado quitarles su trabajo. Me parece que las palabras, que constituyen la materia prima de nuestro quehacer, tienen consistencia e impacto diferentes si se confan a la materialidad del papel impreso o a la inmaterialidad de los signos electrnicos.

Sea lo que sea, cada uno es rehn de su propia historia, y la ma, referente a lo que aqu importa, es la de quien ha conocido slo redacciones de peridicos y editoriales, y no estudios con cmaras de televisin, focos, escenografa.

Tranquilcese el lector: no voy a seguir con estas consideraciones ms propias de un debate sobre los medios de comunicacin, ni deseo castigar a nadie con desahogos autobiogrficos. Con lo que he dicho me basta para hacer comprender la sorpresa, unida quiz a una pizca de disgusto, provocada por un telefonazo un da de finales de mayo de 1993.

Como cada maana, al ir hacia mi estudio, me repeta interiormente las palabras de Cicern: Si apud bibliothecam hortulum habes, nihil deerit. Qu ms quieres si tienes una biblioteca que se abre a un pequeo jardn? Era una poca especialmente cargada de trabajo; terminada la correccin del borrador de un libro, me haba metido en la redaccin definitiva de otro. Mientras tanto, haba que seguir con las colaboraciones periodsticas de siempre.

Actividad, pues, no faltaba. Pero tampoco faltaba el dar gracias a Quien deba darlas, porque me permita sacar adelante toda esa tarea, da tras da, en el silencio solitario de aquel estudio situado sobre el lago Garda, lejos de cualquier centro importante, poltico o cultural, e incluso religioso. No fue acaso el nada sospechoso Jacques Maritain, tan querido por Pablo VI, quien, medio en broma, recomend a todo aquel que quisiera continuar amando y defendiendo el catolicismo que frecuentara poco y de una manera discreta a cierto mundo catlico?

Sin embargo, he aqu que aquel da de primavera, en mi apartado refugio, irrumpi un imprevisto telefonazo: era el director general de la RAI. Dejando sentado que conoca mi poca disponibilidad para los programas televisivos, conocidos los precedentes rechazos, me anunciaba a pesar de todo que me llegara en breve una propuesta. Y esta vez, aseguraba, no podra rechazarla.

En los das siguientes se sucedieron varias llamadas romanas, y el cuadro, un poco alarmante, se fue perfilando: en octubre de aquel 1993 se cumplan quince aos del pontificado de Juan Pablo II. Con motivo de tal ocasin, el Santo Padre haba aceptado someterse a una entrevista televisiva propuesta por la RAI; hubiera sido absolutamente la primera en la historia del papado, historia en la que, durante tantos siglos, ha sucedido de todo. De todo, pero nunca que un sucesor de Pedro se sentara ante las cmaras de la televisin para responder apresuradamente, durante una hora, a unas preguntas que adems quedaban a la completa libertad del entrevistador.

Transmitido primero por el principal canal de la televisin italiana en la misma noche del decimoquinto aniversario, el programa sera retransmitido a continuacin por las mayores cadenas mundiales. Me preguntaban si estaba decidido a dirigir yo la entrevista, porque era sabido que desde haca aos estaba escribiendo, en libros y artculos, sobre temas religiosos, con esa libertad propia del laico, pero al mismo tiempo con la solidaridad del creyente, que sabe que la Iglesia no ha sido confiada slo al clero sino a todo bautizado, aunque a cada uno segn su nivel y segn su obligacin.

En especial no se haba olvidado el vivo debate -aunque tampoco su eficacia pastoral, el positivo impacto en la Iglesia entera, con una difusin masiva en muchas lenguas- suscitado por Informe sobre la fe, libro que publiqu en 1985 y en el que expona lo hablado durante varios das con el ms estrecho colaborador teolgico del Papa, el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto del antiguo

Santo Oficio, ahora Congregacin para la Doctrina de la Fe. Entrevista que supona tambin una novedad, y sin precedentes, para una institucin que haba entrado haca siglos en la leyenda anticlerical, con frecuencia negra, por su silencio y secreto, rotos, por primera vez, con aquel libro.

Volviendo a 1993, dir solamente, por ahora, que la fase de preparacin -llevada con tal discrecin que ni una sola noticia lleg a odos de los periodistas- inclua tambin un encuentro con Juan Pablo II en Castelgandolfo.

All, con el debido respeto pero con una franqueza que quiz alarm a alguno de los presentes -aunque no al amo de casa, manifiestamente complacido de mi filial sencillez-, pude explicar qu intenciones me haban llevado a esbozar un primer esquema de preguntas. Porque, efectivamente, un Hgalo usted mismo haba sido la nica indicacin que se me haba dado.

UN IMPREVISTO

El mismo Papa, sin embargo, no haba tenido en cuenta el implacable cmulo de obligaciones que tena programadas para septiembre, fecha lmite para llevar a cabo las tomas y conceder al director y los tcnicos el tiempo necesario para trabajar el material antes de emitirlo. Ahora me dicen que la agenda de trabajo del Pontlce, aquel mes, ocupaba treinta y seis apretadas pginas escritas en el ordenador.

Eran compromisos tan heterogneos como ineludibles. Adems de los viajes a dos dicesis italianas (Arezzo y Asti), antes estaba la visita del emperador del Japn al Pontfice de Roma, y antes estaba la visita a los territorios ex soviticos de Letonia, Lituania y Estonia, con la necesidad de practicar, al menos un poco, esas difciles lenguas, deber impuesto al Papa por su propio celo pastoral, su ansia de hacerse entender al predicar el Evangelio a todos los pueblos del mundo.

En resumen, result que a aquellas dos primicias -la nipona y la bltica- no haba posibilidad de aadir una tercera, la televisiva. Tanto ms cuanto que la buena disposicin de Juan Pablo II le haba llevado a prometer cuatro horas de tomas, y a conceder al director -el conocido y apreciado cineasta italiano Pupi Avati- la eleccin de la mejor hora televisiva. Luego todo concluira en un libro, completando as la intencin pastoral y catequstica que haba inducido al Papa a aceptar el proyecto; pero el cmulo de trabajo al que me he referido impidi, en el ltimo momento, realizarlo.

En cuanto a m, volv al lago a reflexionar, como de costumbre, sobre los mismos temas de los que hubiera tenido que hablar con el Pontfice, pero en la quietud de mi biblioteca.

Acaso Pascal, cuyo retrato vigila el escritorio sobre el que trabajo, no ha escrito: Todas las contrariedades de los hombres provienen de no saber permanecer tranquilos en su habitacin?

Aunque el proyecto en el que haba estado envuelto no lo busqu yo, y adems, no fue una contrariedad, slo faltara! Sin embargo, no quiero ocultar que me haba creado algunas dificultades.

Sobre todo, y como creyente, me preguntaba si era de verdad oportuno que el Papa concediese entrevistas, y adems televisivas. A pesar de su generosa y buena intencin, al quedar necesariamente involucrado en el mecanismo implacable de los medios de comunicacin, no se arriesgaba a que su voz se confundiese con el catico ruido de fondo de un mundo que lo banaliza todo, que todo lo convierte en espectculo, que amontona opiniones contrarias e inacabables parloteos sobre cualquier cosa? Era oportuno que tambin un Supremo Pontfice de Roma se amoldase al en mi opinin en su conversacin con un cronista, abandonando el solemne Nos en el que resuena la voz del milenario misterio de la Iglesia?

Eran preguntas que no slo no dej de hacerme, sino tambin -aunque respetuosamente- de hacer.

Ms all de tales cuestiones de principio, consider que la competencia que poda yo haber adquirido durante tantos aos en la informacin religiosa, probablemente no bastaba para compensar la desventaja de mi inexperiencia en el medio televisivo, y menos en una ocasin semejante, la ms comprometida que pueda imaginarse para un periodista.

Pero incluso sobre este punto otras razones se contrapusieron a las mas.

En todo caso, la operacin Quince aos de papado en TV no se realiz, y era presumible que, pasada la ocasin del aniversario, no se hablase ms de ella. Por lo tanto, poda volver a teclear en mi mquina de escribir y seguir con la debida atencin la palabra del Obispo de Roma, pero -como haba hecho hasta ese momento- a travs de las Acta Apostolicae Sedis.

UNA SORPRESA

Pasaron algunos meses. Y he aqu que un da, otro telefonazo -de nuevo totalmente imprevisto- del Vaticano. En la lnea estaba el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, el psiquiatra espaol convertido en periodista Joaqun Navarro-Valls, hombre tan eficaz como cordial, uno de los ms firmes defensores de la conveniencia de aquella entrevista.

Navarro-Valls era portador de un mensaje que, me aseguraba, le haba cogido por sorpresa a l el primero. El Papa me mandaba decir: Aunque no ha habido modo de responderle en persona, he tenido sobre la mesa sus preguntas; me han interesado, y me parece que sera oportuno no abandonarlas. Por eso he estado reflexionando sobre ellas y desde hace algn tiempo, en los pocos ratos que mis obligaciones me lo permiten, me he puesto a responderlas por escrito. Usted me ha planteado unas cuestiones y por tanto, en cierto modo, tiene derecho a recibir unas respuestas... Estoy trabajando en eso. Se las har llegar. Luego, haga lo que crea ms conveniente.

En resumen, una vez ms Juan Pablo II confirmaba esa fama de Papa de las sorpresas que lo acompaa desde que fue elegido; haba superado toda previsin.

As fue como, un da de finales de abril de este 1994 en que escribo, reciba en mi casa al doctor Navarro-Valls, quien sac de su cartera un gran sobre blanco. Dentro estaba el texto que me haba sido anunciado, escrito de puo y letra del Papa, quien, para resaltar an ms la pasin con que haba manuscrito las pginas, haba subrayado con vigorosos trazos de su pluma muchsimos puntos; son los que el lector encontrar en letra cursiva, segn indicacin del propio Autor. Igualmente, han sido conservadas las separaciones en blanco que con frecuencia introduce entre un pargrafo y otro.

El ttulo mismo del libro es de Juan Pablo II. Lo haba escrito personalmente sobre la carpeta que contena el texto; aunque precis que se trataba slo de una indicacin: dejaba a los editores libertad para cambiarlo. Si nos hemos decidido a conservarlo es porque nos dimos cuenta de que ese ttulo resuma plenamente el ncleo del mensaje propuesto en estas pginas al hombre contemporneo.

Este debido respeto a un texto en el que cada palabra cuenta obviamente me ha orientado tambin en el trabajo de editing que se me pidi, en el que me he limitado a cosas como la traduccin, entre parntesis, de las expresiones latinas; a retoques de puntuacin, quiz apresurada; a completar nombres de personas -por ejemplo el de Yves Congar que el Papa, por razn de brevedad, haba escrito slo Congar-; a proponer un sinnimo en los casos en que una palabra se repite en la misma frase; a la modificacin de algunas, pocas, imprecisiones en la traduccin del original polaco. Minucias, pues, que de ningn modo han afectado al contenido.

Mi trabajo ms relevante ha consistido en introducir nuevas preguntas all donde el texto lo peda. En efecto, aquel esquema mo sobre el que Juan Pablo II ha trabajado con una diligencia sorprendente (el hecho de haberse tomado tan en serio a un cronista parece una prueba ms, si es que acaso haca falta, de su humildad, de su generosa disponibilidad para escuchar nuestras voces, las de la gente de la calle), aquel esquema, digo, comprenda veinte cuestiones. Ninguna de las cuales, hay que recalcarlo, me fue sugerida por nadie; y ninguna ha quedado sin respuesta o en cierto modo adaptada por Aquel a quien iba dirigida.

En todo caso, eran sin duda demasiadas, y demasiado amplias para una entrevista televisiva, incluso larga. Al responder por escrito, el Papa ha podido explayarse, apuntando l mismo, mientras responda, nuevos problemas. Los cuales presuponan, por tanto, una pregunta ad hoc. Por citar un solo caso: los jvenes. No entraban en el esquema, y les ha querido dedicar unas pginas -cosa que confirma adems su predileccin por ellos-, que se cuentan entre las ms bellas del libro, y en las que vibra, emocionada, su experiencia de joven pastor entre la juventud de una patria a la que tanto ama.

Para comodidad del lector ms interesado en unos temas que en otros (aunque nuestro consejo es que lea el texto completo, verdaderamente catlico, tambin en el sentido de que en el texto tout se tient y todo se integra en una perspectiva orgnica), a cada una de las treinta y cinco preguntas he puesto un breve ttulo que indica los contenidos, aunque slo sea de manera aproximada debido a lo imprevisto de las sugerencias que el Papa seala aqu y all; otra confirmacin ms del pathos que impregna unas palabras que, sin embargo, estn inmersas obviamente en el sistema de la ortodoxia catlica, junto a la ms amplia apertura posconciliar.

De todos modos, el texto ha sido examinado y aprobado por el mismo Autor en la versin publicada en italiano, y de ese modelo salen al mismo tiempo las traducciones en las principales lenguas del mundo; ya que la fidelidad era imprescindible para garantizar al lector que la voz que aqu resuena, en su humanidad y tambin en su autoridad, es nica y totalmente la del Sucesor de Pedro.

As que parece ms adecuado hablar no tanto de una entrevista como de un libro escrito por el Papa, si bien con el estmulo de una serie de preguntas. Corresponder luego a los telogos y a los exegetas del magisterio pontificio plantearse el problema de la clasificacin de un texto sin precedentes, y que por tanto ofrece perspectivas inditas en la Iglesia.

A propsito de mi tarea de edicin, desde ciertos sectores se me propona una intervencin excesiva, con comentarios, observaciones, explicaciones, citas de encclicas, de documentos, de alocuciones. Contra tales sugerencias, he procurado pasar lo ms inadvertido posible, limitndome a esta nota editorial que explica cmo fueron las cosas (tan raras en su sencillez), sin disminuir, con intrusiones inoportunas, la extraordinaria novedad, la sorprendente vibracin, la riqueza teolgica que caracterizan estas pginas.

Pginas que, estoy seguro, hablan por s mismas; y que no tienen otra intencin que la religiosa, no tienen ningn otro propsito sino subrayar -con el gnero literario entrevista-, la tarea del Sucesor de Pedro, maestro de la fe, apstol del Evangelio, padre y al mismo tiempo hermano universal. En l slo los cristiano-catlicos ven al Vicario de Cristo, pero su testimonio de la verdad y su servicio en la caridad se extienden a todo hombre, como lo demuestra tambin el indiscutible prestigio que la Santa Sede ha ido adquiriendo en la escena mundial. No hay pueblo que al reconquistar su libertad o su independencia no decida, entre los primeros actos de soberana, enviar un representante a Roma, ad Petri Sedem. Y esto es debido, mucho antes que a cualquier consideracin poltica, casi a una necesidad de legitimidad espiritual, de exigencia moral.

UNA CUESTIN DE FE

Puesto ante la no leve responsabilidad de plantear una serie de preguntas, para las que se me dejaba una completa libertad, decid inmediatamente descartar los temas polticos, sociolgicos e incluso clericales, de burocracia eclesistica, que constituyen la casi totalidad de la informacin, o desinformacin, supuestamente religiosa, que circula por tantos medios de comunicacin, no solamente laicos.

Si se me permite, citar un prrafo de un apunte de trabajo que propuse a quien me haba metido en el proyecto: El tiempo que tenemos para esta ocasin verdaderamente nica no debera malgastarse con las acostumbradas preguntas del "vaticanlogo". Antes, mucho antes del "Vaticano" -Estado entre otros Estados, aunque sea minsculo y peculiar-, antes de los habituales temas -necesarios quiz pero secundarios, y quiz tambin desorientadores- sobre las posibilidades de la institucin eclesistica, antes de la discusin sobre cuestiones morales controvertidas, antes que todo eso est la fe.

Antes que todo eso estn las certezas y oscuridades de la fe, est esa crisis por la que parece verse atacada, est su posibilidad misma hoy en culturas que juzgan como provocacin, fanatismo, intolerancia, el sostener que no existen solamente opiniones, sino que todava existe una Verdad, con mayscula. En resumen, seria oportuno aprovechar la disponibilidad del Santo Padre para intentar plantear el problema de las "races", de eso sobre lo que se basa todo el resto, y que sin embargo parece que se deja aparte, a menudo dentro de la Iglesia misma, como si no se quisiera o no se pudiera afrontar.

En ese apunte continuaba: Lo dir, si se me permite, en tono de broma: aqu no interesa el problema exclusivamente clerical -y "clerical" es tambin cierto laicismo- de la decoracin de las salas vaticanas, si debe ser "clsica" (conservadores) o "moderna" (progresistas).

Tampoco interesa un Papa al que muchos quisieran ver reducido a presidente de una especie de agencia mundial para la tica o para la paz o para el medio ambiente. Un Papa que garantizara el nuevo dogmatismo (ms sofocante que ese del que se acusa a los catlicos) de lo politically correct, ni un Papa repetidor de conformismos a la moda. Interesa, en cambio, descubrir si todava son firmes los fundamentos de la fe sobre los que se apoya ese palacio eclesial, cuyo valor y cuya legitimidad dependen solamente de si sigue basado en la certeza de la Resurreccin de Cristo. Por tanto, desde el comienzo de la conversacin, sera necesario poner de relieve el "escandaloso" enigma que el Papa, en cuanto tal, representa: no es principalmente un grande entre los grandes de la tierra, sino el nico hombre en el que otros hombres ven una relacin directa con Dios, ven al "Vice" mismo de Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad.

Aada finalmente: Del sacerdocio de las mujeres, de la pastoral para homosexuales o divorciados, de estrategias geopolticas vaticanas, de elecciones sociopolticas de los creyentes, de ecologa o de superpoblacin, as como de tantas otras cuestiones, se puede, es ms, se debe discutir, y a fondo; pero slo despus de haber establecido un orden (tan frecuentemente tergiversado hoy, hasta en ambientes catlicos) que ponga en primer lugar la sencilla y terrible pregunta: lo que los catlicos creen, y de lo que el Papa es el Supremo Garante, es "verdad" o "no es verdad"? El Credo cristiano es todava aceptable al pie de la letra o se debe poner como teln de fondo, como una especie de vieja aunque noble tradicin cultural, de orientacin sociopoltica, de escuela de pensamiento, pero ya no como una certeza de fe cara a la vida eterna? Discutir -como se hace- sobre cuestiones morales (desde el uso del preservativo hasta la legalizacin de la eutanasia) sin afrontar antes el tema de la fe y de su verdad es intil, ms an, no tiene sentido. Si Jess no es el Mesas anunciado por los profetas, puede, de verdad, importarnos el "cristianismo" y sus exigencias ticas? Puede interesarnos seriamente la opinin de un Vicario de Cristo si ya no se cree en que aquel Jess resucit y que -sirvindose sobre todo de este hombre vestido de blanco- gua a Su Iglesia hasta que vuelva en su Gloria?

He de reconocer que no tuve que insistir para que se me aceptara un planteamiento as. Al contrario, encontr enseguida la plena conformidad, la completa sintona del Interlocutor de la conversacin, quien durante nuestro encuentro en Castelgandolfo, y despus de decirme que haba examinado el primer borrador de preguntas que le haba enviado, me coment que haba aceptado la entrevista slo desde su deber de Sucesor de los apstoles, slo para aprovechar una posterior ocasin de dar a conocer el krigma, es decir, el impresionante anuncio sobre el que toda la fe se funda: Jess es el Seor; solamente en l hay salvacin: hoy, como ayer y siempre.

Desde este planteamiento, pues, ha sido vista y juzgada esta posibilidad de una entrevista, que inicialmente me haba dejado perplejo. ste es un Papa impaciente en su afn apostlico, un Pastor al que los caminos usuales le parecen siempre insuficientes, que busca por todos los medios hacer llegar a los hombres la Buena Nueva, que, evanglicamente, quiere gritar desde los terrados (hoy cuajados de antenas de televisin) que la Esperanza existe, que tiene fundamento, que se ofrece a quien quiera aceptarla; incluso la conversacin con un periodista es valorada por l en la lnea de lo que Pablo dice en su primera carta a los Corintios: Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partcipe del mismo (9,22-23).

En este ambiente toda abstraccin desaparece: el dogma se convierte en carne, sangre, vida. El telogo se hace testigo y pastor.

DON KAROL, PRROCO DEL MUNDO

Estas pginas que ahora siguen han nacido de una vibracin kerigmtica, de primer anuncio, de nueva evangelizacin; al acercarse a ellas, el lector se dar cuenta de por qu no quise aadir mis irrelevantes notas y comentarios a palabras tan cargadas ya de significado, llevadas casi al colmo de la pasin, precisamente esa passion de convaincre que, siguiendo a Pascal, tendra que ser el signo distintivo de todo cristiano, y que aqu caracteriza profundamente a este Siervo de los siervos de Dios.

Para l, Dios no slo existe, vive, obra, sino que tambin, y sobre todo, es Amor; mientras que para el iluminismo y el racionalismo, que contaminaron incluso cierto tipo de teologa, Dios era el impasible Gran Arquitecto, era sobre todo Inteligencia. Con un clamor tras otro, este hombre -sirvindose de las pginas aqu recogidas- quiere hacer llegar a cada hombre el siguiente mensaje: Date cuenta, quienquiera que seas, de que eres amado! Advierte que el Evangelio es una invitacin a la alegra! No te olvides de que tienes un Padre, y que cualquier vida, incluso la que para los hombres es ms insignificante, tiene un valor eterno e infinito a Sus ojos!

Un experto telogo, una de las poqusimas personas que han podido hojear este texto todava manuscrito, me deca: Aqu hay una revelacin -directa, sin esquemas ni filtros- del universo religioso e intelectual de Juan Pablo II y, en consecuencia, una clave para la lectura e interpretacin de su magisterio completo.

Aventuraba incluso el mismo telogo: No slo los comentaristas actuales sino tambin los historiadores futuros tendrn que apoyarse en estas pginas para comprender el primer papado polaco. Escritas a mano, de un tirn -con esa manera suya que algn pacato podra calificar de "impulsiva", o quiz de generosa "imprudencia"-, estas pginas nos dan a conocer, de modo extraordinariamente eficaz, no slo la mente sino tambin el corazn del hombre a quien se deben tantas encclicas, tantas cartas apostlicas, tantos discursos. Aqu todo va a la raz; es un documento para hoy, pero tambin Para la historia.

Me confiaba un colaborador directo del Pontfice que cada homila, cada explicacin del Evangelio -en cada Misa que l celebra- est siempre, y toda, escrita de su mano, de comienzo a fin. No se limita a poner sobre el papel algunos apuntes que sealen los temas que deben ser desarrollados; escribe cada palabra, tanto en una liturgia solemne para un milln de personas (o para mil millones, como ha sucedido en ciertas emisiones televisivas) como en la Eucarista celebrada para unos pocos ntimos, en su oratorio privado. Justifica este esfuerzo recordando que es tarea primordial e ineludible, no delegable, de todo sacerdote el hacerse instrumento para consagrar el pan y el vino, para hacer llegar al pecador el perdn de Cristo, y tambin para explicar la Palabra de Dios.

De este mismo modo parece haber considerado estas respuestas. Hay, pues, aqu tambin una especie de predicacin, de explicacin del Evangelio hecha por don Karol, prroco del mundo.

Digo tambin porque el lector no encontrar solamente eso, sino una singular combinacin a veces de confidencia personal (emocionantes los trozos sobre su infancia y juventud en su tierra natal), a veces de reflexin y de exhortacin espirituales, a veces de meditacin mstica, a veces de retazos del pasado o sobre el futuro, a veces de especulaciones teolgicas y filosficas.

Por tanto, si todas las pginas exigen una lectura atenta (detrs del tono divulgativo, quien se detenga un poco podr descubrir una sorprendente profundidad), algunos pasajes exigen una especial atencin. Desde nuestra experiencia de lectores de preestreno, podemos asegurar que vale del todo la pena. El tiempo y la atencin que se empleen recibirn amplia recompensa.

Se podr comprobar, entre otras cosas, cmo al mximo de apertura (con arranques de gran audacia: vanse, por ejemplo, las pginas sobre el ecumenismo o las otras sobre escatologa, los novsimos) va unido siempre el mximo de fidelidad a la tradicin. Y que sus brazos abiertos a todo hombre no debilitan en nada la identidad, catlica, de la que Juan Pablo II es muy consciente de ser garante y depositario ante Cristo, en cuyo nombre solamente est la salvacin (cfr. Hechos de los Apstoles 4,12).

Es bien sabido que en 1982 el escritor y periodista francs Andr Frossard public -tomando como ttulo la exhortacin que ha llegado a ser casi la consigna del pontificado: No tengis miedo!- el resultado de una serie de conversaciones con este Papa.

Sin querer quitarle nada, por supuesto, a ese importante libro, excelentemente estructurado, puede observarse que entonces se estaba al comienzo del pontificado de Karol Wojtyla en la Sede de Pedro. En las pginas que siguen est, en cambio, toda la experiencia de quince aos de servicio, est la huella que ha dejado en su vida todo lo que de decisivo ha ocurrido en este tiempo (basta pensar solamente en la cada del marxismo), la huella dejada en la Iglesia, en el mundo. Pero lo que no slo ha permanecido intacto sino que parece incluso haberse multiplicado (este libro da de ello pleno testimonio) es su capacidad de generar proyectos, su mpetu de cara al futuro, su mirar hacia adelante -a ese tercer milenio cristiano con el ardor y la seguridad de un hombre joven.

EL SERVICIO DE PEDRO

Bajo una luz semejante, cabe esperar entre otras cosas que los que, tanto fuera como dentro de la Iglesia, llegaron a sospechar que este Papa venido de lejos traa intenciones restauradoras o era reaccionario a las novedades conciliares encuentren al fin el modo de rectificarse completamente.

Queda aqu confirmado de continuo su papel providencial desde aquel Concilio Vaticano II en cuyas sesiones (desde la primera a la ltima) el entonces joven obispo Karol Wojtyla particip con un papel siempre activo y relevante. Por aquella extraordinaria aventura -y por lo que ha derivado de ella en la Iglesia- Juan Pablo II no tiene ninguna intencin de arrepentirse, como declara rotundamente, a pesar de que no oculte los problemas y dificultades debidas -esto est comprobado- no al Vaticano II, sino a apresuradas cuando no abusivas interpretaciones.

Que quede, pues, bien claro que -ante el planteamiento plenamente religioso de estas pginas-, simplificaciones como derecha-izquierda o como conservador-progresista se revelan totalmente inadecuadas y sin sentido. La salvacin cristiana, a la que dedica algunas de las pginas ms apasionadas, no tiene nada que ver con semejantes estrecheces polticas, que constituyen desgraciadamente el nico parmetro de tantos comentaristas, condenados as -sin sospecharlo siquiera- a no comprender nada de la profunda dinmica de la Iglesia. Los esquemas de las siempre cambiantes ideologas mundanas estn muy lejos de la visin apocalptica -en el sentido etimolgico de revelacin, de desvelamiento del plan de la Providenciaque llena el magisterio de este Pontfice y da vida tambin a las siguientes pginas.

Me deca un ntimo colaborador suyo: Para saber quin es Juan Pablo II hay que verlo rezar, sobre todo en la intimidad de su oratorio privado. Acaso puede entender algo de este Papa-igual que de cualquier otro Papa- quien excluya esto de sus anlisis, centrndose en sofisticadas apariencias?

El lector comprobar que, en numerosas ocasiones, no he dudado en adoptar el papel de acicate, de estmulo, aun hasta el de respetuoso provocador. Es una tarea no siempre grata ni fcil. Creo, sin embargo, que sta es la obligacin de todo entrevistador, que -manteniendo, naturalmente, esa virtud cristiana que es la de ironizar sobre s mismo, esa sonrisa burlona ante la tentacin de tomarse demasiado en seriodebe intentar poner en prctica la mayutica, que es, como se sabe, la tcnica de las comadronas.

Por otra parte, tuve la impresin de que mi Interlocutor esperaba precisamente este tipo de provocacin, y no delicadezas cortesanas, como demuestran la viveza, la claridad, la sinceridad espontnea de las respuestas. He conseguido con eso algo que se parece a una afectuosa reprensin, o quiz a una paternal oposicin. Tambin esto me complace, ya que no slo confirma la generosa seriedad con que han sido acogidas mis preguntas, sino que adems el Santo Padre ha corroborado as que mi modo de plantear los problemas -a pesar de que no los pueda compartir- es el de tantos otros hombres de nuestro tiempo. Era, pues, un deber de este cronista intentar erigirse en su portavoz, en nombre de todos los que nos dan trabajo, los lectores.

Claro que, con algo parecido a lo que los autores de espiritualidad llaman santa envidia (y que, como tal, puede no ser un pecado, sino un beneficioso acicate), ante algunas respuestas he tomado plena conciencia de la desproporcin entre nosotros -pequeos creyentes agobiados por problemas a nuestra mediocre medida- y este Sucesor de Pedro, quien -si es lcito expresarse as- no tiene necesidad de creer. Para l, en efecto, el contenido de la fe es de una evidencia tangible. Por tanto, y a pesar de que l tambin aprecie a Pascal (al que cita), no tiene necesidad de recurrir a ninguna apuesta como l, no necesita del apoyo de ningn clculo de probabilidades para estar seguro de la objetiva verdad del Credo.

Que la Segunda Persona de la Trinidad se ha encarnado, que Jesucristo vive, acta, informa el universo entero con Su amor, el cristiano Karol Wojtyla en cierta manera lo siente, lo toca, lo experimenta; como le sucede a todo mstico, que es el que ha alcanzado ya la evidencia. Lo que para nosotros puede ser un problema, para l es un dato de hecho objetivamente incontestable. No ignora, como antiguo profesor de filosofa, el esfuerzo de la mente humana en la bsqueda de pruebas de la verdad cristiana (a esto, precisamente, dedica algunas de las pginas ms densas), pero se tiene la impresin de que, para l, esos argumentos no son sino confirmaciones obvias de una realidad evidente.

Tambin en este sentido me ha parecido estar verdaderamente en consonancia con el Evangelio, ver cumplidas las palabras de Jess, transmitidas por Mateo: Bienaventurado t, Simn, hijo de Juan, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que est en los Cielos. Y yo te digo que t eres Pedro, y sobre esta piedra edificar mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecern contra ella (16,17-18).

Una piedra, una roca a la que agarrarse a la hora de la prueba, en esas tempestades de la duda, en esas noches oscuras que insidian nuestra fe, tan a menudo vacilante; el testigo de la verdad del Evangelio, que no duda, el testigo de la existencia de Otro Mundo donde a cada uno le ser dado lo suyo, y en el que a cada uno -con tal de que haya querido- le ser dada la plenitud de la vida eterna. ste es el servicio a los hombres que Jesucristo mismo confi a un hombre, hacindole Su Vicario: Simn, Simn, he aqu que Satans os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y t, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos (Lucas 22,31-32). ste es el servicio que cumple el actual Sucesor de Pedro, que, despus de casi veinte siglos, est todavia entre los que han visto la Resurreccin, y que saben que aquel Jess ha subido al Cielo (cfr. Hechos de los Apstoles 1,21-22). Y est dispuesto a asegurarlo con su misma vida, con palabras, pero sobre todo con hechos.

En esta mano firme que se nos tiende para darnos seguridad, en esta confirmacin, tan respetuosa como apasionada, del esplendor de la verdad -expresin que muchas veces se repite aqu-, me ha parecido que est el mayor regalo que ofrecen estas pginas.

A quien primero las ha ledo le han hecho mucho bien, le han dado seguridad, empujndole a una mayor coherencia, a intentar sacar consecuencias ms acordes con las premisas de una fe quiz ms teorizada que practicada en la vida cotidiana.

No dudamos de que harn bien a muchos, cumplindose as la nica razn que ha movido a este singular Entrevistado, quien desde la cama del hospital donde se encontraba por una dolorosa cada, deca que haba ofrecido un poco de su sufrimiento tambin por los lectores de estas pginas, en las que la palabra que quiz con mayor frecuencia se repite, junto a esperanza, sea alegra.

Ser acaso retrico decirle que, tambin por esto, le estamos agradecidos?

VITTORIO MESSORI

I. EL PAPA: UN ESCNDALO Y UN MISTERIO

PREGUNTA

Santidad, con mi primera pregunta quisiera remontarme a las races; me excusar, pues, si es ms larga que las siguientes.

Estoy ante un hombre vestido de blanco, con una cruz sobre el pecho. No quiero dejar de sealar que este hombre al que llaman Papa (Padre, en griego) es en s mismo un misterio, un signo de contradiccin, e incluso una provocacin, un escndalo segn lo que para muchos es el sentido comn.

Efectivamente, ante un Papa hay que elegir. El que es Cabeza de la Iglesia catlica es definido por la fe Vicario de Cristo. Es considerado como el hombre que sobre la tierra representa al Hijo de Dios, el que hace las veces de la Segunda Persona de la Trinidad. Esto es lo que afirma todo Papa de s mismo. Esto es lo que creen los catlicos.

Sin embargo, y segn muchos otros, esta pretensin es absurda; para ellos el Papa no es representante de Dios sino testigo superviviente de unos antiguos mitos y leyendas que el hombre de hoy no puede aceptar.

Por lo tanto, ante Usted es necesario -dicindolo al modo de Pascal- apostar: o bien es Usted el misterioso testimonio vivo del Creador del universo, o bien el protagonista ms ilustre de una ilusin milenaria.

Si me lo permite, Le preguntara: No ha dudado nunca, en medio de su certeza, de tal vnculo con Jesucristo y, por tanto, con Dios? Nunca se ha planteado preguntas y problemas acerca de la verdad de ese Credo que se recita en la Misa y que proclama una inaudita fe, de la que Usted es el garante ms autorizado?

RESPUESTA

Quisiera empezar con la explicacin de las palabras y de los conceptos. Su pregunta est, de un lado, penetrada por una fe viva y, de otro, por una cierta inquietud. Debo sealar eso ya desde el principio y, al hacerlo, debo referirme a la exhortacin que reson al comienzo de mi ministerio en la Sede de Pedro: No tengis miedo!

Cristo dirigi muchas veces esta invitacin a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el ngel a Mara: No tengas miedo (cfr. Lucas 1,30). Y esto mismo a Jos: No tengas miedo (cfr. Mateo 1,20). Cristo lo dijo a los Apstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente despus de su Resurreccin, e insista: No tengis miedo!; se daba cuenta de que tenan miedo porque no estaban seguros de si Aquel que vean era el mismo Cristo que ellos haban conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron an ms miedo cuando, Resucitado, se les apareci.

Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y con la Iglesia las repite tambin el Papa. Lo ha hecho desde la primera homila en la plaza de San Pedro: No tengis miedo! No son palabras dichas porque s, estn profundamente enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.

De qu no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un da, con especial viveza, y dijo a Jess: Aprtate de m, Seor, que soy un hombre pecador! (Lucas 5,8).

Pienso que no fue slo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le est respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que dijo aquel da: Aprtate de m, Seor, que soy un hombre pecador! Cristo le respondi: No temas; desde ahora sers pescador de hombres (Lucas 5,10). No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto ms imperfectos cuanto ms seguro est de s mismo. Y esto de dnde proviene? Esto viene del corazn del hombre, nuestro corazn est inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque l sabe lo que hay dentro de cada hombre (cfr. Juan 2,25).

As que, ante su primera pregunta, deseo referirme a las palabras de Cristo y, al mismo tiempo, a mis primeras palabras en la plaza de San Pedro. Por lo tanto, no hay que tener miedo cuando la gente te llama Vicario de Cristo, cuando te dicen Santo Padre o Su Santidad o emplean otras expresiones semejantes a stas, que parecen incluso contrarias al Evangelio, porque el mismo Cristo afirm: A nadie llamis padre [...] porque slo uno es vuestro Padre, el del Cielo. Tampoco os hagis llamar maestros, porque slo uno es vuestro Maestro: Cristo (Mateo 23,9-10). Pero estas expresiones surgieron al comienzo de una larga tradicin, entraron en el lenguaje comn, y tampoco hay que tenerles miedo.

Todas las veces en que Cristo exhorta a no tener miedo se refiere tanto a Dios como al hombre. Quiere decir: No tengis miedo de Dios, que, segn los filsofos, es el Absoluto trascendente; no tengis miedo de Dios, sino invocadle conmigo: Padre nuestro (Mateo 6,9). No tengis miedo de decir: Padre! Desead incluso ser perfectos como lo es l, porque l es perfecto. S: Sed, pues, vosotros perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mateo 5,48).

Cristo es el sacramento, el signo tangible, visible, del Dios invisible. Sacramento implica presencia. Dios est con nosotros. Dios, infinitamente perfecto, no slo est con el hombre, sino que l mismo se ha hecho hombre en Jesucristo. No tengis miedo de Dios que se ha hecho hombre! Esto es lo que Pedro dijo junto a Cesarea de Filipo; T eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16,16). Indirectamente afirmaba: T eres el Hijo de Dios que se ha hecho Hombre. Pedro no tuvo miedo de decirlo, aunque tales palabras no provenan de l. Provenan del Padre. Solamente el Padre conoce al Hijo y slo el Hijo conoce al Padre (cfr. Mateo 1 1 ,27).

Bienaventurado t, Simn, hijo de Juan, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que est en los Cielos (Mateo 16,17). Pedro pronunci estas palabras en virtud del Espritu Santo. Tambin la Iglesia las pronuncia constantemente en virtud del Espritu Santo.

As pues, Pedro no tuvo miedo de Dios que se haba hecho hombre. Sinti miedo, en cambio, ante el Hijo de Dios como hombre; no acababa de aceptar que fuese flagelado y coronado de espinas, y al fin crucificado. Pedro no poda aceptarlo. Le daba miedo. Y por eso Cristo le reprendi severamente. Sin embargo, no lo rechaz.

No rechaz a aquel hombre que tena buena voluntad y un corazn ardiente, a aquel hombre que en el Getseman empuara incluso la espada para defender a su Maestro. Jess solamente le dijo: Satans os ha buscado -te ha buscado, pues, tambin a ti- para cribaros como el trigo; pero yo he rogado por ti... t, una vez convertido, confirma en la fe a tus hermanos (cfr. Lucas 22,31-32). Cristo no rechaz a Pedro; acept complacido su confesin junto a Cesarea de Filipo y, con el poder del Espritu Santo, lo llev a travs de Su Pasin hasta la renuncia de s mismo.

Pedro, como hombre, demostr no ser capaz de seguir a Cristo a todas partes, y especialmente a la muerte. Despus de la Resurreccin, sin embargo, fue el primero que corri, junto con Juan, al sepulcro, para comprobar que el Cuerpo de Cristo ya no estaba all.

Tambin despus de la Resurreccin, Jess confirm a Pedro en su misin. Le dijo de manera significativa: Apacienta mis corderos! [...] Apacienta mis ovejas! (Juan 21,15-16). Pero antes le pregunt si Le amaba. Pedro, que haba negado conocer a Cristo, aunque no haba dejado de amarLe, pudo responder: T sabes que te amo (Juan 21,15); sin embargo, ya no repiti: Aunque tenga que morir contigo, no te negar (Mateo 26,35). Ya no era una cuestin solamente de Pedro y de sus simples fuerzas humanas; se haba convertido ahora en una cuestin del Espritu Santo, prometido por Cristo al que tuviera que hacer las veces de l sobre la tierra.

Efectivamente, el da de Pentecosts, Pedro habl el primero a los israelitas all reunidos y a los que haban llegado de diversas partes, recordando la culpa de quienes clavaron a Cristo en la Cruz, y confirmando la verdad de Su Resurreccin. Exhort tambin a la conversin y al Bautismo. Y as, gracias a la accin del Espritu Santo, Cristo pudo cor4fiar en Pedro, pudo apoyarse en l -en l y en todos los dems apstoles-, como tambin en Pablo, que por entonces persegua an a los cristianos y odiaba el nombre de Jess.

Sobre este fondo, un fondo histrico, poco importan expresiones como Sumo Pontfice, Su Santidad, Santo Padre. Lo que importa es eso que surge de la Muerte y de la Resurreccin de Cristo. Lo importante es lo que proviene del poder del Espritu Santo. En este campo, Pedro, y con l los otros apstoles, y luego tambin Pablo despus de su conversin, se transformaron en los autnticos testigos de Cristo, hasta el derramamiento de sangre.

En definitiva, Pedro es el que no slo no niega ya nunca ms a Cristo, el que no repite su infausto No conozco a este hombre (Mateo 26,72), sino que es el que ha perseverado en la fe hasta el fin: T eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16,16). De este modo, ha llegado a ser la roca, aun si como hombre, quiz, no era ms que arena movediza. Cristo mismo es la roca, y Cristo edifica Su Iglesia sobre Pedro. Sobre Pedro, Pablo y los apstoles. La Iglesia es apostlica en virtud de Cristo.

Esta Iglesia confiesa: T eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Esto confiesa la Iglesia a travs de los siglos, junto con todos los que comparten su fe. Junto con todos aquellos a quienes el Padre ha revelado al Hijo en el Espritu Santo, as como a quienes el Hijo en el Espritu Santo ha revelado al Padre (cfr. Mateo 11,25-27).

Esta revelacin es definitiva, slo se la puede aceptar o rechazar. Se la puede aceptar, confesando a Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, y a Jesucristo, el Hijo, de la misma sustancia que el Padre y el Espritu Santo, que es el Seor y da la vida. O bien se puede rechazar todo esto, y escribir con maysculas: Dios no tiene un Hijo; Jesucristo no es el Hijo de Dios, es solamente uno de los profetas, aunque no el ltimo; es solamente un hombre.

Se puede uno sorprender de tales posturas cuando sabemos que Pedro mismo tuvo dificultades a este respecto? l crea en el Hijo de Dios, pero no acababa de aceptar que este Hijo de Dios, como hombre, pudiese ser flagelado, coronado de espinas, y tuviese que morir luego en la cruz.

Cabe sorprenderse si hasta los que creen en un Dios nico, del cual Abraham fue testigo, encuentran difcil aceptar la fe en un Dios crucificado? stos sostienen que Dios nicamente puede ser potente y grandioso, absolutamente trascendente y bello en Su poder, santo, e inalcanzable por el hombre. Dios slo puede ser as! No puede ser Padre e Hijo y Espritu Santo. No puede ser Amor que se da y que permite que se Le vea, que se Le oiga, que se Le imite como hombre, que se Le ate, que se Le abofetee y que se Le crucifique. Eso no puede ser Dios...! As que en el centro mismo de la gran tradicin monotesta se ha introducido esta profunda desgarradura.

En la Iglesia -edificada sobre la roca que es Cristo- Pedro, los apstoles y sus sucesores son testigos de Dios crucificado y resucitado en Cristo. De ese modo, son testigos de la vida que es ms fuerte que la muerte. Son testigos de Dios que da la vida porque es Amor (cfr. 1 Juan 4,8). Son testigos porque han visto, odo y tocado con las manos, con los ojos y los odos de Pedro, de Juan y de tantos otros. Pero Cristo dijo a Toms; Bienaventurados los que, aun sin haber visto, creern! (Juan 20,29).

Usted, justamente, afirma que el Papa es un misterio. Usted afirma, con razn, que l es signo de contradiccin, que l es una provocacin. El anciano Simen dijo del propio Cristo que seria signo de contradiccin (cfr. Lucas 2,34).

Usted, adems, sostiene que frente a una verdad as -o sea, frente al Papa- hay que elegir, y para muchos esa eleccin no es fcil. Pero acaso fue fcil para el mismo Pedro? Lo ha sido para cualquiera de sus sucesores? Es fcil para el Papa actual? Elegir comporta una iniciativa del hombre. Sin embargo, Cristo dice: No te lo han revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre (Mateo 16,17). Esta eleccin, por tanto, no es solamente una iniciativa del hombre, es tambin una accin de Dios, que obra en el hombre, que revela. Y en virtud de esa accin de Dios, el hombre puede repetir: T eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16,16), y despus puede recitar todo el Credo, que es ntimamente armnico, conforme a la profunda lgica de la Revelacin. El hombre tambin puede aplicarse a s mismo y a los otros las consecuencias que se derivan de la lgica de la fe, penetradas del esplendor de la verdad; puede hacer todo eso, a pesar de saber que, a causa de ello, se convertir en signo de contradiccin.

Qu le queda a un hombre as Solamente las palabras que Jess dirigi a los apstoles: Si me han perseguido a m, os perseguirn tambin a vosotros; si han observado mi palabra, observarn tambin la vuestra (Juan 15,20). Por lo tanto: No tengis miedo! No tengis miedo del misterio de Dios; no tengis miedo de Su amor; y no tengis miedo de la debilidad del hombre ni de su grandeza! El hombre no deja de ser grande ni siquiera en su debilidad. No tengis miedo de ser testigos de la dignidad de toda persona humana, desde el momento de la concepcin hasta la hora de su muerte.

Y a propsito de los nombres, aado: el Papa es llamado tambin Vicario de Cristo. Este ttulo debe ser visto dentro del contexto total del Evangelio. Antes de subir al Cielo, Jess dijo a los apstoles: Yo estar con vosotros todos los das hasta el fin del mundo (Mateo 28,20). l, aunque invisible, est pues personalmente presente en su Iglesia. Y lo est en cada cristiano, en virtud del Bautismo y de los otros Sacramentos. Por eso, ya en tiempo de los santos Padres, era costumbre afirmar: Christianus alter Christus (el cristiano es otro Cristo), queriendo con eso resaltar la dignidad del bautizado y su vocacin, en Cristo, a la santidad.

Cristo, adems, cumple una especial presencia en cada sacerdote, quien, cuando celebra la Eucarista o administra los Sacramentos, lo hace in persona Christi.

Desde esta perspectiva, la expresin Vicario de Cristo cobra su verdadero significado. Ms que una dignidad, se refiere a un servicio: pretende sealar las tareas del Papa en la Iglesia, su ministerio petrino, que tiene como fin el bien de la Iglesia y de los fieles. Lo entendi perfectamente san Gregorio Magno, quien, de entre todos los ttulos relativos a la funcin del Obispo de Roma, prefera el de Servus servorum Dei (Siervo de los siervos de Dios).

Por otra parte, no solamente el Papa ostenta este ttulo; todo obispo es Vicarius Christi para la Iglesia que le ha sido confiada. El Papa lo es para la Iglesia de Roma y, por medio de sta, para toda la Iglesia en comunin con ella, comunin en la fe y comunin institucional, cannica. Si adems, con ese ttulo, se quiere hacer referencia a la dignidad del Obispo de Roma, sta no puede ser entendida separndola de la dignidad de todo el colegio episcopal, a la que est estrechsimamente unida, como lo est tambin a la dignidad de cada obispo, de cada sacerdote, y de cada bautizado.

Y qu grande es la dignidad de las personas consagradas, mujeres y hombres, que eligen como propia la vocacin de realizar la dimensin esponsal de la Iglesia, esposa de Cristo! Cristo, Redentor del mundo y del hombre, es el Esposo de la Iglesia y de todos los que estn en ella: el esposo est con vosotros (cfr. Mateo 9,15). Una especial tarea del Papa es la de profesar esta verdad y tambin la de hacerla en cierto modo presente en la Iglesia que est en Roma y en toda la Iglesia, en toda la humanidad, en el mundo entero.

As pues, para disipar en alguna medida sus temores, dictados sin embargo por una profunda fe, le aconsejara la lectura de san Agustn, quien sola repetir: Vobis sum episcopus, vobiscum christianus (Para vosotros soy el obispo, con vosotros soy un cristiano, cfr. por ej. Sermo 340,1: PL 38,1483). Si se considera esto adecuadamente, significa mucho ms christianus que no episcopus, aunque se trate del Obispo de Roma.

II. REZAR: CMO Y POR QU

PREGUNTA

Permtame pedirle que del secreto de Su corazn en Su Dersona -como en nos confe al menos un poco . Frente a la conviccin de que la de cualquier Papa- vive el misterio en el que la fe cree, surge espontneamente la pregunta: Cmo es capaz de sostener un peso semejante, que desde el punto de vista humano resulta casi insoportable? Ningn hombre en la tierra, ni siquiera los ms altos representantes de las distintas religiones, tiene una responsabilidad semejante; nadie est en tan estrecha relacin con Dios mismo, a pesar de Sus precisiones sobre la corresponsabilidad de todos los bautizados, bien que cada uno a su nivel.

Santidad, si me lo permite: Cmo se Jess? Cmo dialoga en la oracin con ese Cristo que entreg a Pedro (para que llegaran hasta Usted, a travs de la sucesin apostlica) las llaves del Reino de los cielos, confirindole el poder de atar y desatar todas las cosas?

RESPUESTA

Usted hace una pregunta sobre la oracin, pregunta al Papa cmo reza. Se lo agradezco. Quiz convenga iniciar la contestacin con lo que san Pablo escribe en la Carta a los Romanos. El apstol entra directamente in medias res cuando dice: El Espritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque ni siquiera sabemos qu nos conviene pedir, pero el Espritu mismo intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables (8,26).

Qu es la oracin? Comnmente se considera una conversacin. En una conversacin hay siempre un yo y un t. En este caso un T con la T mayscula. La experiencia de la oracin ensea que si inicialmente el yo parece el elemento ms importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Ms importante es el T, porque nuestra oracin parte de la iniciativa de Dios. San Pablo en la Carta a los Romanos ensea exactamente esto. Segn el apstol, la oracin refleja toda la realidad creada, tiene en cierto sentido una funcin csmica.

El hombre es sacerdote de toda la creacin, habla en nombre de ella, pero en cuanto guiado por el Espritu. Se debera meditar detenidamente sobre este pasaje de la Carta a los Romanos para entrar en el profundo centro de lo que es la oracin. Leamos: La creacin misma espera con impaciencia la revelacin de los hijos de Dios; pues fue sometida a la caducidad -no por su voluntad, sino por el querer de aquel que la ha sometido-, y fomenta la esperanza de ser tambin ella liberada de la esclavitud de la corrupcin, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Sabemos que efectivamente toda la creacin gime y sufre hasta hoy los dolores del parto; no slo ella, sino que tambin nosotros, que poseemos las primicias del Espritu, gemimos interiormente esperando la adopcin de los hijos, la redencin de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza hemos sido salvados (8,19-24). Y aqu encontramos de nuevo las palabras ya citadas del apstol: El Espritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque ni siquiera sabemos qu nos conviene pedir, pero el Espritu mismo intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables (8,26).

En la oracin, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupcin y la conduce hacia la libertad, para la gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espfiritu Santo, que viene en ayuda de nuestra debilidad. Nosotros empezamos a rezar con la impresin de que es una iniciativa nuestra; en cambio, es siempre una iniciativa de Dios en nosotros. Es exactamente as, como escribe san Pablo. Esta iniciativa nos reintegra en nuestra verdadera humanidad, nos reintegra en nuestra especial dignidad. S, nos introduce en la superior dignidad de los hijos de Dios, hijos de Dios que son lo que toda la creacin espera.

Se puede y se debe rezar de varios modos, como la Biblia nos ensea con abundantes ejemplos. El Libro de los Sal mos es insustituible. Hay que rezar con gemidos inefables para entrar en el ritmo de las splicas del Espritu mismo. Hay que implorar para obtener el perdn, integrndose en el profundo grito de Cristo Redentor (cfr. Hebreos 5,7). Y a travs de todo esto hay que proclamar la gloria. La oracin siempre es un opus gloriae (obra, trabajo de gloria). El hombre es sacerdote de la creacin. Cristo ha confirmado para l una vocacin y dignidad tales. La criatura realiza su opus gloriae por el mero hecho de ser lo que es, y por medio del esfuerzo de llegar a ser lo que debe ser.

Tambin la ciencia y la tcnica sirven en cierto modo al mismo fin. Sin embargo, en cuanto obras del hombre, pueden desviarse de este fin. Ese riesgo est particularmente presente en nuestra civilizacin que, por eso, encuentra tan difcil ser la civilizacin de la vida y del amor. Falta en ella el opus gloriae, que es el destino fundamental de toda criatura, y sobre todo del hombre, el cual ha sido creado para llegar a ser, en Cristo, sacerdote, profeta y rey de toda terrena criatura.

Sobre la oracin se ha escrito muchsimo y, an ms, se ha experimentado en la historia del gnero humano, de modo especial en la historia de Israel y en la del cristianismo. El hombre alcanza la plenitud de la oracin no cuando se expresa principalmente a s mismo, sino cuando permite que en ella se haga ms plenamente presente el propio Dios. Lo testimonia la historia de la oracin mstica en Oriente y en Occidente: san Francisco de Ass, santa Teresa de Jess, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola y, en Oriente, por ejemplo, san Serafn de Sarov y muchos otros.

III. LA ORACIN DEL VICARIO DE CRISTO

PREGUNTA

Despus de estas precisiones, necesarias, sobre la oracin cristiana, permtame que vuelva a la pregunta precedente: Cmo -y por quines y por qu- reza el Papa?

RESPUESTA

Habra que preguntrselo al Espritu Santo! El Papa reza tal como el Espiritu Santo le permite rezar. Pienso que debe rezar de manera que, profundizando en el misterio revelado en Cristo, pueda cumplir mejor su ministerio. Y el Espritu Santo ciertamente le gua en esto. Basta solamente que el hombre no ponga obstculos. El Espritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad.

Por qu reza el Papa? Con qu se llena el espacio interior de su oracin?

Gaudium et spes, luctus et angor hominum huius temporis, alegras y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de hoy son el objeto de la oracin del Papa. (stas son las palabras con que se inicia el ltimo documento del Concilio Vaticano II, la Constitucin pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporneo.)

Evangelio quiere decir buena noticia, y la Buena Noticia es siempre una invitacin a la alegrza. Qu es el Evangelio? Es una gran afirmacin del mundo y del hombre, porque es la revelacin de la verdad de su Dios. Dios es la primera fuente de alegrza y de esperanza para el hombre. Un Dios tal como nos lo ha revelado Cristo. Dios es Creador y Padre; Dios, que am tanto al mundo hasta entregar a su Hijo unignito, para que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna (cfr. Juan 3,16).

Evangelio es, antes que ninguna otra cosa, la alegra de la creacin. Dios, al crear, ve que lo que crea es bueno (cfr. Juan 1,1-25), que es fuente de alegra para todas las criaturas, y en sumo grado lo es para el hombre. Dios Creador parece decir a toda la creacin: Es bueno que t existas. Y esta alegra Suya se transmite especialmente mediante la Buena Noticia, segn la cual el bien es ms grande que todo lo que en el mundo hay de mal. El mal no es ni fundamental ni definitivo. Tambin en este punto el cristianismo se distingue de modo tajante de cualquier forma de pesimismo existencial.

La creacin ha sido dada y confiada como tarea al hombre con el fin de que constituya para l no una fuente de sufrimientos, sino para que sea el fundamento de una existencia creativa en el mundo. Un hombre que cree en la bondad esencial de las criaturas est en condiciones de descubrir todos los secretos de la creacin, de perfeccionar continuamente la obra que Dios le ha asignado. Para quien acoge la Revelacin, y en particular el Evangelio, tiene que resultar obvio que es mejor existir que no existir; y por eso en el horizonte del Evangelio no hay sitio para ningn nirvana, para ninguna apata o resignacin. Hay, en cambio, un gran reto para perfeccionar todo lo que ha sido creado, tanto a uno mismo como al mundo.

Esta alegra esencial de la creacin se completa a su vez con la alegra de la Salvacin, con la alegria de la Redencin. El Evangelio es en primer lugar una gran alegra por la salvacin del hombre. El Creador del hombre es tambin su Redentor. La salvacin no slo se enfrenta con el mal en todas las formas de su existir en el mundo, sino que proclama la victoria sobre el mal. Yo he vencido al mundo, dice Cristo (cfr. Juan 16,33). Son palabras que tienen su plena garanta en el Misterio pascual, en el suceso de la Pasin, Muerte y Resurreccin de Jess. Durante la vigilia de Pascua, la Iglesia canta como transportada: O felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem (Oh feliz culpa, que nos hizo merecer un tal y tan gran Redentor! Exultet).

El motivo de nuestra alegra es pues tener la fuerza con la que derrotar el mal, y es recibir la filiacin divina, que constituye la esencia de la Buena Nueva. Este poder lo da Dios al hombre en Cristo. El Hijo unignito viene al mundo no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve del mal (cfr. Juan 3,17).

La obra de la Redencin es la elevacin de la obra de la Creacin a un nuevo nivel. Lo que ha sido creado queda penetrado por una santificacin redentora, ms an, por una divinizacin, queda como atrado por la rbita de la divinidad y de la vida ntima de Dios. En esta dimensin es vencida la fuerza destructiva del pecado. La vida indestructible, que se revela en la Resurreccin de Cristo, se traga, por as decir, la muerte. Dnde est, oh muerte, tu victoria?, pregunta el apstol Pablo fijando su mirada en Cristo resucitado (1 Corintios 15,55).

El Papa, que es testigo de Cristo y ministro de la Buena Nueva, es por eso mismo hombre de alegra y hombre de esperanza, hombre de esta fundamental afirmacin del valor de la existencia, del valor de la Creacin y de la esperanza en la vida futura. Naturalmente, no se trata ni de una alegra ingenua ni de una esperanza vana. La alegra de la victoria sobre el mal no ofusca la conciencia realista de la existencia del mal en el mundo y en todo hombre. Es ms, incluso la agudiza. El Evangelio ensea a llamar por su nombre el bien y el mal, pero ensea tambin que se puede y se debe vencer el mal con el bien (cfr. Romanos 12,21).

La moral cristiana tiene su plena expresin en esto. Sin embargo, si est dirigida con tanta fuerza hacia los valores ms altos, si trae consigo una afirmacin tan universal del bien, no puede por menos de ser tambin extraordinariamente exigente. El bien, de hecho, no es fcil, sino que siempre es esa senda estrecha de la que Cristo habla en el Evangelio (cfr. Mateo 7,14). As pues, la alegra del bien y la esperanza de su triun,fo en el hombre y en el mundo no excluyen el temor de perder este bien, de que esta esperanza se vacze de contenido.

S, el Papa, como todo cristiano, debe tener una conciencia particularmente clara de los peligros a los que est sujeta la vida del hombre en el mundo y en su futuro a lo largo del tiempo, como tambin en su futuro final, eterno, escatolgico. La conciencia de tales peligros, sin embargo, no genera pesimismo, sino que lleva a la lucha por la victoria del bien en cualquier campo. Y esta lucha por la victoria del bien en el hombre y en el mundo provoca la necesidad de rezar.

La oracin del Papa tiene, no obstante, una dimensin especial. La solicitud por todas las Iglesias impone cada da al Pontfice peregrinar por el mundo entero rezando con el pensamiento y con el corazn. Queda perfilada as una especie de geografa de la oracin del Papa. Es la geografa de las comunidades, de las Iglesias, de las sociedades y tambin de los problemas que angustian al mundo contemporneo. En este sentido el Papa es llamado a una oracin universal en la que la sollicitudo omnium Ecclesiarum (la preocupacin por todas las Iglesias; 2 Corintios 11,28) le permite exponer ante Dios todas las alegras y las esperanzas y, al mismo tiempo, las tristezas y preocupaciones que la Iglesia comparte con la humanidad contemporanea.

Se podra tambin hablar de la oracin de nuestro tiempo, de la oracin del siglo xx. El ao 2000 supone una especie de desafo. Hay que mirar la inmensidad del bien que ha brotado del misterio de la Encarnacin del Verbo y, al mismo tiempo, no permitir que se nos desdibuje el misterio del pecado, que se expande a continuacin. San Pablo escribe que all donde abund el pecado (ubi abundavit peccatum), sobreabund la gracia (superabundavit gratia) (Romanos 5,20).

Esta profunda verdad renueva de modo permanente el desafo de la oracin. Muestra lo necesaria que es para el mundo y para la Iglesia, porque en definitiva supone la manera ms simple de hacer presente a Dios y Su amor salvfico en el mundo. Dios ha confiado a los hombres su misma salvacin, ha confiado a los hombres la Iglesia, y, en la Iglesia, toda la obra salvfica de Cristo. Ha confiado a cada uno cada individuo y el conjunto de los seres humanos. Ha confiado a cada uno todos, y a todos cada uno. Tal conciencia debe hallar eco constante en la oracin de la Iglesia y en la oracin del Papa en particular.

Todos somos hijos de la promesa (Glatas 4,28). Cristo deca a los apstoles: Tened confianza, Yo he vencido al mundo (Juan 16,33). Pero tambin preguntaba: El Hijo del hombre, cuando venga, encontrar an fe sobre la tierra? (Lucas 18,8). De aqu nace la dimensin misionera de la oracin de la Iglesia y del Papa.

La Iglesia reza para que, en todas partes, se cumpla la obra de la salvacin por medio de Cristo. Reza para poder vivir, ella tambin, constantemente dedicada a la misin recibida por Dios. Tal misin define en cierto sentido su misma esencia, como ha recordado el Concilio Vaticano II.

La Iglesia y el Papa rezan, pues, por las personas a las que debe ser confiada de modo particular esa misin, rezan por las vocaciones, no solamente sacerdotales y religiosas, sino tambin por las muchas vocaciones a la santidad entre el pueblo de Dios, en medio del laicado.

La Iglesia reza por los que sufren. El sufrimiento es siempre una gran prueba no slo para las fuerzas fsicas, sino tambin para las espirituales. La verdad paulina sobre ese completar los sufrimientos de Cristo (cfr. Colosenses 1,24) es parte del Evangelio. Est ah contenida esa alegra y esa esperanza que son esenciales al Evangelio; pero el hombre no puede traspasar el umbral de esa verdad si no lo atrae el mismo Espritu Santo. La oracin por los que surren y con los que surren es, pues, una parte muy especial de este gran grito que la Iglesia y el Papa alzan junto con Cristo. Es el grito por la victoria del bien incluso a travs del mal, por medio del sufrimiento, por medio de toda culpa e injusticia humanas.

Finalmente, la Iglesia reza por los difuntos, y esta oracin dice mucho sobre la realidad de la misma Iglesia. Dice que la Iglesia est firme en la esperanza de la vida eterna. La oracin por los difuntos es como un combate con la realidad de la muerte y de la destruccin, que hacen gravosa la existencia del hombre sobre la tierra. Es y sigue siendo esta oracin una especial revelacin de la Resurreccin. Esa oracin es Cristo mismo que da testimonio de la vida y de la inmortalidad, a la que Dios llama a cada hombre.

La oracin es una bsqueda de Dios, pero tambin es revelacin de Dios. A travs de ella Dios se revela como Creador y Padre, como Redentor y Salvador, como Espritu que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios (1 Corintios 2,10) y, sobre todo, los secretos de los corazones humanos (cfr. Salmo 44(43),22). A travs de la oracin, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la confianza. La victoria del bien en el mundo est unida de modo orgnico a esta verdad: un hombre que reza profesa esta verdad y, en cierto sentido, hace presente a Dios que es Amor misericordioso en medio del mundo.

IV. HAY DE VERDAD UN DIOS EN EL CIELO?

La fe de esos cristianos catlicos de quienes Usted es pastor y maestro (bien que como Vice del nico Pastor y Maestro) tiene tres grados, tres niveles, unidos los unos a los otros: Dios, Jesucristo, la Iglesia.

Todo cristiano cree que Dios existe.

Todo cristiano cree que ese Dios no slo ha hablado, sino que ha asumido la carne del hombre siendo una de las figuras de la historia, en tiempos del Imperio romano: Jess de Nazaret.

Pero, entre los cristianos, un catlico va ms all: cree que ese Dios, que ese Cristo, vive y acta -como en un cuerpo, para usar uno de los trminos del Nuevo Testamento- en la Iglesia cuya Cabeza visible en la tierra es ahora Usted, el Obispo de Roma.

La fe, por supuesto, es un don, una gracia divina; pero tambin la razn es un don divino. Segn las antiguas exhortaciones de los santos y doctores de la Iglesia, el cristiano cree para entender; pero est tambin llamado a entender para creer.

Comencemos, pues, por el principio. Santidad, situndonos en una perspectiva slo humana -si eso es posible, al menos momentneamente-, puede el hombre, y cmo, llegar a la conviccin de que Dios verdaderamente existe?

Su pregunta se refiere, a fin de cuentas, a la distincin pascaliana entre el Absoluto, es decir, el Dios de los filsofos (los libertins racionalistas), y el Dios de Jesucristo y, antes, el Dios de los patriarcas, desde Abraham a Moiss. Solamente este segundo es el Dios vivo. El primero es fruto del pensamiento humano, de la especulacin humana, que, sin embargo, est en condiciones de poder decir algo vlido sobre l, como la Constitucin conciliar sobre la Divina Revelacin, la Dei Verbum, ha recordado (n. 3). Todos los argumentos racionales, a fin de cuentas, siguen el camino indicado por el Libro de la Sabiduria y por la Carta a los Romanos: van del mundo visible al Absoluto invisible.

Por esa misma va proceden de modo distinto Aristteles y Platn. La tradicin cristiana anterior a Toms de Aquino, y por tanto tambin Agustn, estuvo primero ligada a Platn, del cual, sin embargo, se distanci, y justamente: para los cristianos el Absoluto filosfico, considerado como Primer Ser o como Supremo Bien, no revesta mucho significado. Para qu entrar en las especulaciones filosficas sobre Dios -se preguntaban- si el Dios vivo haba hablado, no solamente por medio de los profetas, sino tambin por medio de su propio Hijo? La teologa de los Padres, especialmente en Oriente, se distancia cada vez ms de Platn y, en general, de los filsofos. La misma filosofa, en el cristianismo del Oriente europeo, acaba por resolverse en una teologa (as por ejemplo, en los tiempos modernos, con Vladimir Soloviev).

Santo Toms, en cambio, no abandona la va de los filsofos. Inicia la Summa Theologiae con la pregunta: An Deus sit?, (Dios existe?, cfr. I, q. 2, a. 3). La misma pregunta que usted me hace. Esa pregunta ha demostrado ser muy til. No solamente ha creado la teodicea, sino que toda la civilizacin occidental, que es considerada como la ms desarrollada, ha seguido acorde con esta pregunta. Y si hoy la Summa Theologiae, por desgracia, se ha dejado un poco de lado, su pregunta inicial sigue en pie, y contina resonando en nuestra civilizacin.

Llegados a este punto, hay que citar un prrafo completo de la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: Realmente, los desequilibrios que sufre el mundo moderno estn ligados a ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus races en el corazn humano. Son muchos los elementos que combaten en el propio interior del hombre. Por una parte, como criatura, el hombre experimenta mltiples limitaciones; por otra, se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atrado por muchos otros deseos, tiene que elegir alguno y renunciar a otros. Adems, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere, y deja de hacer lo que quera llevar a cabo. Por ello sufre en s mismo una divisin, de la que provienen tantas y tan graves discordias en la sociedad. [...]. A pesar de eso, ante la actual evolucin del mundo, son cada dia ms numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetracin las cuestiones ms fundamentales: Qu es el hombre? Cul es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos, todava subsisten? Qu valen estas conquistas logradas a tan alto precio? Qu aporta el hombre a la sociedad, y qu puede esperarse de ella? Qu habr despus de esta vida? Esto: la Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre, mediante su Espritu, luz y fuerza para responder a su mxima vocacin; y que no ha sido dado en la tierra otro nombre a los hombres por el que puedan salvarse. Cree igualmente que la clave, el centro y el fin del hombre y de toda la historia humana se encuentran en su Seor y Maestro (GS 10).

Este pasaje conciliar tiene una riqueza inmensa. Se advierte claramente que la respuesta a la pregunta An Deus sit? no es slo una cuestin que afecte al intelecto; es, al mismo tiempo, una cuestin que abarca toda la existencia humana. Depende de mltiples situaciones en las que el hombre busca el significado y el sentido de la propia existencia. El interrogante sobre la existencia de Dios est ntimamente unido a la finalidad de la existencia humana. No es solamente una cuestin del intelecto, sino tambin una cuestin de la voluntad del hombre, ms an, es una cuestin del corazn humano (las raisons du cceur de Blas Pascal). Pienso que es injusto considerar que la postura de santo Toms se agote en el solo mbito racional. Hay que dar la razn, es verdad, a tienne Gilson cuando dice con Toms que el intelecto es la creacin ms maravillosa de Dios; pero eso no significa en absoluto ceder a un racionalismo unilateral. Toms es el esclarecedor de toda la riqueza y complejidad de todo ser creado, y especialmente del ser humano. No es justo que su pensamiento se haya arrinconado en este perodo posconciliar; l, realmente, no ha dejado de ser el maestro del universalismo filos.fico y teolgico. En este contexto deben ser ledas sus quinque viae, es decir, las cinco vas que llevan a responder a la pregunta: An Deus sit?

V. PRUEBAS, PERO TODAVA SON VLIDAS?

PREGUNTA

Permtame una pequea pausa. No discuto, es obvio, sobre la validez filosflca, teortica, de todo lo que acaba de exponer; pero esta manera de argumentar tiene todava un significado concreto para el hombre de hoy? Tiene sentido que se pregunte sobre Dios, Su existencia, Su esencia?

RESPUESTA

Dira que hoy ms que nunca; por supuesto, ms que en otras pocas, incluso recientes. La mentalidad positivista, que se desarroll con mucha fuerza entre los siglos XIX Y XX, hoy va, en cierto sentido, de retirada. El hombre contemporneo est redescubriendo lo sacrum, si bien no siempre sabe llamarlo por su nombre.

El positivismo no fue solamente una filosofa, ni slo una metodologa; fue una de esas escuelas de la sospecha que la poca moderna ha visto florecer y prosperar. El hombre es realmente capaz de conocer algo ms de lo que ven sus ojos u oyen sus odos? Existe otra ciencia adems del saber rigurosamente emprico? La capacidad de la razn humana est totalmente sometida a los sentidos, e interiormente dirigida por las leyes de la matemtica, que han demostrado ser particularmente tiles para ordenar los fenmenos de manera racional, adems de para orientar los procesos del progreso tcnico?

Si se entra en la ptica positivista, conceptos como por ejemplo Dios o alma resultan sencillamente carentes de sentido. Nada corresponde a esos conceptos en el mbito de la experiencia sensorial.

Esta ptica, al menos en algunos campos, es la que est actualmente en retirada. Se puede constatar esto incluso comparando entre s las primeras y las sucesivas obras de Ludwig Wittgenstein, el filsofo austriaco de la primera mitad de nuestro siglo.

Nadie, por otra parte, se sorprende por el hecho de que el conocimiento humano sea, inicialmente, un conocimiento sensorial. Ningn clsico de la filosofa, ni Platn ni Aristteles, lo pona en duda. El realismo cognoscitivo, tanto el llamado realismo ingenuo como el realismo crtico, afirma unnimemente que nihil est in intellectu, quod prius non fuerit in sensu (nada est en el intelecto que no haya estado antes en el sentido). Sin embargo, los lmites de tal sensus no son exclusivamente sensoriales. Sabemos, efectivamente, que el hombre conoce no slo los colores, los sonidos o las formas, sino que conoce los objetos globalmente; por ejemplo, no conoce slo un conjunto de cualidades referentes al objeto hombre, sino que tambin conoce al hombre en s mismo (s, al hombre como persona). Conoce, por tanto, verdades extrasensoriales o, en otras palabras, transempricas. No se puede tampoco afirmar que lo que es transemprico deje de ser emprico.

De este modo, puede hablarse con todo fundamento de experiencia humana, de experiencia moral, o bien de experiencia religiosa. Y si es posible hablar de tales experiencias, es difcil negar que, en la rbita de las experiencias humanas, se encuentren asimismo el bien y el mal, se encuentren la verdad y la belleza, se encuentre tambin

Dios. En S mismo, Dios ciertamente no es objeto emprico, no cae bajo la experiencia sensible humana; es lo que, a su modo, subraya la misma Sagrada Escritura: a Dios nadie lo ha visto nunca ni lo puede ver (cfr. Juan 1,18). Si Dios es objeto de conocimiento, lo es -como ensean concordemente el Libro de la Sabidura y la Carta a los Romanos- sobre la base de la experiencia que el hombre tiene, sea del mundo visible sea del mundo interior. Por aqu, por la experiencia tica, se adentra Emmanuel Kant, abandonando la antigua va de los libros bblicos mencionados y de santo Toms de Aquino. El hombre se reconoce a s mismo como un ser tico, capaz de actuar segn los criterios del bien y del mal, y no solamente segn la utilidad y el placer. Se reconoce tambin a s mismo como un ser religioso, capaz de ponerse en contacto con Dios. La oracin -de la que se ha hablado anteriormente- es, en cierto sentido, la primera prueba de esta realidad.

El pensamiento contemporneo, al alejarse de las convicciones positivistas, ha hecho notables avances en el descubrimiento, cada vez ms completo, del hombre, al reconocer, entre otras cosas, el valor del lenguaje metafrico y simblico. La hermenutica contempornea -tal como se encuentra, por ejemplo, en las obras de Paul Ricoeur o, de otro modo, en las de Emmanuel Lvinas- nos muestra desde nuevas perspectivas la verdad del mundo y del hombre.

En la misma medida que el positivismo nos aleja de esta comprensin ms completa, y, en cierto sentido, nos excluye de ella, la hermenutica, que ahonda en el significado del lenguaje simblico, nos permite reencontrarla e incluso, en cierto modo, profundizar en ella. Esto est dicho, obviamente, sin querer negar en absoluto la capacidad de la razn para proponer enunciados conceptuales verdaderos sobre Dios y sobre las verdades de fe.

Por eso, para el pensamiento contemporneo es tan importante la filosofa de la religin; por ejemplo, la de Mircea Eliade y, entre nosotros, en Polonia, la del arzobispo Marian Jaworski y la de la escuela de Lublin. Somos testigos de un significativo retorno a la metafisica a;los oJ?a del ser) a travs de una antropologa integral. No se puede pensar adecuadamente sobre el hombre sin hacer referencia, constitutiva para l, a Dios. Y lo que santo Toms defina como actus essendi con el lenguaje de la filosofa de la existencia, la filosofa de la religin lo expresa con las categoras de la experiencia antropolgica.

A esta experiencia han contribuido mucho los filsofos del dilogo, como Martin Buber o el ya citado Lvinas. Y nos encontramos ya muy cerca de santo Toms, pero el camino pasa no tanto a travs del ser y de la existencia como a travs de las personas y de su relacin mutua, a travs del yo y el t. sta es una dimensin fundamental de la existencia del hombre, que es siempre una coexistencia.

Dnde han aprendido esto los filsofos del dilogo? Lo han aprendido en primer lugar de la experiencia de la Biblia. La vida humana entera es un coexistir en la dimensin cotidiana -t y yo- y tambin en la dimensin absoluta y definitiva: yo T. La tradicin bblica gira entorno a este T, que en primer lugar es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de los Padres, y despus el Dios de Jesucristo y de los apstoles, el Dios de nuestra fe.

Nuestra fe es profundamente antropolgica, est enraizada constitutivamente en la coexistencia, en la comunidad del pueblo de Dios, y en la comunin con ese eterno T. Una coexistencia as es esencial para nuestra tradicin judeocristiana, y proviene de la iniciativa del mismo Dios. Est en la lnea de la Creacin, de la que es su prolongacin, y al mismo tiempo es -como ensea san Pablola eterna eleccin del hombre en el Verbo que es el Hijo (cfr. Efesios 1,4).

VI. SI EXISTE, POR QU SE ESCONDE?

PREGUNTA

Dios, o sea, el Dios bblico, existe. Pero entonces acaso sea comprensible la protesta de muchos, tanto de ayer como de hoy: Por qu no se manifiesta ms claramente? Por qu no da pruebas tangibles y accesibles a todos de Su existencia? Por qu Su misteriosa estrategia parece la de jugar a esconderse de Sus criaturas?

Existen razones para creer, de acuerdo; pero -como muestra la experiencia de la historia- hay tambin razones para dudar, e incluso para negar. No sera ms sencillo que Su existencia fuera evidente?

RESPUESTA

Pienso que las preguntas que usted plantea -y que, por otra parte, son las de tantos otros- no se refieren ni a santo Toms ni a san Agustn, ni a toda la gran tradicin judeocristiana. Me parece que apuntan ms bien hacia otro terreno, el puramente racionalista, que es propio de la filosofa moderna, cuya historia se inicia con , quien, por as decirlo, desgaj el pensar del existir y lo identific con la razn misma: Cogito, ergo sum (Pienso, luego existo).

Qu distinta es la postura de santo Toms, para quien no es el pensamiento el que decide la existencia, sino que es la existencia, el esse, lo que decide el pensar! Pienso del modo que pienso porque soy el que soy-es decir, una criatura- y porque l es El que es, es decir, el absoluto Misterio increado. Si l no fuese Misterio, no habra necesidad de la Revelacin o, mejor, hablando de modo ms riguroso, de la autorrevelacin de Dios.

Si el hombre, con su intelecto creado y con las limitaciones de la propia subjetividad, pudiese superar la distancia que separa la creacin del Creador, el ser contingente y no necesario del Ser necesario el que no es -segn la conocida expresin dirigida por Cristo a santa Catalina de Siena- de Aquel que es (cfr. Raimundo de Capua, Legenda maior, I,10,92), slo entonces sus preguntas estaran fundadas.

Los pensamientos que le inquietan, y que aparecen en sus libros, estn expresados por una serie de preguntas que no son solamente suyas; usted quiere erigirse en portavoz de los hombres de nuestra poca, ponindose a su lado en los caminos -a veces difciles e intrincados, a veces aparentemente sin salida- de la bsqueda de Dios. Su inquietud se expresa en la pregunta: Por qu no hay pruebas ms seguras de la existencia de Dios? Por qu l parece esconderse, como si jugara con Su criatura? No deber ser todo mucho ms sencillo? Su existencia no debera ser algo evidente? Son preguntas que pertenecen al repertorio del agnosticismo contemporneo. El agnosticismo no es atesmo, no es un atesmo programtico, como lo eran el atesmo marxista y, en otro contexto, el atesmo de la poca del iluminismo.

Con todo, sus preguntas contienen formulaciones en las que resuenan el Antiguo y el Nuevo Testamento. Cuando usted habla del Dios que se esconde, usa casi el mismo lenguaje de Moiss, que deseaba ver a Dios cara a cara, pero no pudo ver ms que sus espaldas (cfr. xodo 33,23). No est aqu indicado el conocimiento a travs de la Creacin?

Cuando despus habla de juego, me hace recordar las palabras del Libro de los Proverbios, que presenta la Sabidura ocupada en recrearse con los hijos de los hombres por el orbe de la tierra (cfr. Proverbios 8,31). No significa esto que la Sabidura de Dios se da a las criaturas pero, al mismo tiempo, no desvela del todo Su misterio?

La autorrevelacin de Dios se actualiza en concreto en Su humanizarse. De nuevo la gran tentacin es la de hacer, segn palabras de Ludwig Feuerbach, la clsica reduccin de lo que es divino a lo que es humano. Las palabras son de Feuerbach, de quien toma orientacin el atesmo marxista, pero -ut minus sapiens (voy a decir una locura, cfr. 2 Corintios 11,23)- la provocacin proviene de Dios mismo, puesto que l realmente se ha hecho hombre en Su Hijo y ha nacido de la Virgen. Precisamente en este Nacimiento, y luego a travs de la Pasin, la Cruz y la Resurreccin, la autorrevelacin de Dios en la historia del hombre alcanza su cenit: la revelacin del Dios invisible en la visible humanidad de Cristo.

Aun el da antes de la Pasin, los apstoles preguntaban a Cristo: Mustranos al Padre (Juan 14,8). Su respuesta sigue siendo una respuesta clave: Cmo podis decir: Mustranos al Padre? No creis que yo estoy en el Padre y el Padre en m? [...] Si no, creed por las obras mismas. Yo y el Padre somos una sola cosa (cfr. Juan 14,9-11 y 10,30).

Las palabras de Cristo van muy lejos. Tenemos casi que habrnoslas con aquella experiencia directa a la que aspira el hombre contemporneo. Pero esta inmediatez no es el conocimiento de Dios cara a cara (1 Corintios 13,12), no es el conocimiento de Dios como Dios.

Intentemos ser imparciales en nuestro razonamiento: Poda Dios ir ms all en Su condescendencia, en Su acercamiento al hombre, conforme a sus posibilidades cognoscitivas? Verdaderamente, parece que haya ido todo lo lejos que era posible. Ms all no poda ir. En cierto sentido, Dios ha ido demasiado lejos! Cristo no fue acaso escndalo para los judos, y necedad para los paganos? (1 Corintios 1,23). Precisamente porque llamaba a Dios Padre suyo, porque lo manifestaba tan abiertamente en S mismo, no poda dejar de causar la impresin de que era demasiado... El hombre ya no estaba en condiciones de soportar tal cercana, y comenzaron las protestas.

Esta gran protesta tiene nombres concretos: primero se llama Sinagoga, y despus Islam. Ninguno de los dos puede aceptar un Dios as de humano. Esto no conviene a Dios -protestan-. Debe permanecer absolutamente trascendente, debe permanecer como pura Majestad. Por supuesto, Majestad llena de misericordia, pero no hasta el punto de pagar las culpas de la propia criatura, sus pecados.

Desde una cierta ptica es justo decir que Dios se ha desvelado al hombre incluso demasiado en lo que tiene de ms divino, en lo que es Su vida ntima; se ha desvelado en el propio Misterio. No ha considerado el hecho de que tal desvelamiento Lo habra en cierto modo oscurecido a los ojos del hombre, porque el hombre no es capaz de soportar el exceso de Misterio, no quiere ser as invadido y superado. S, el hombre sabe que Dios es Aquel en el que vivimos, nos movemos y existimos (Hechos de los Apstoles 17,28); pero por qu eso ha tenido que ser confirmado por Su Muerte y Resurreccin? Sin embargo, san Pablo escribe: Pero si Cristo no ha resucitado, entonces es vana nuestra predicacin y es vana tambin nuestra fe (1 Corintios 15,14).

VII. JESS-DIOS: NO ES UNA PRETENSIN EXCESIVA?

PREGUNTA

Del problema de Dios pasemos directamente al problema de Jess, como adems Usted ya ha empezado a hacer.

Por qu Jess no podra ser solamente un sabio, como Scrates, o un profeta, como Mahoma, o un iluminado, como Buda? Cmo mantener esa inaudita certeza de que este hebreo condenado a muerte en una oscura provincia es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre? Esta pretensin cristiana no tiene parangn, por su radicalidad, con ninguna otra creencia religiosa. San Pablo mismo la define como escndalo y locura.

RESPUESTA

San Pablo est profundamente convencido de que Cristo es absolutamente original, de que es nico e irrepetible. Si fuese solamente un sabio, como Scrates, si fuese un profeta", como Mahoma, si fuese un iluminado, como Buda, no sera sin duda lo que es. Y es el nico mediador entre Dios y los hombres.

Es Mediador por el hecho de ser Dios-hombre. Lleva en s mismo todo el mundo ntimo de la divinidad, todo el Misterio trinitariO y a la vez el misterio de la vida en el tiempo y en la inmortalidad. Es hombre verdadero. En l lo divino no se confunde con lo humano. Sigue siendo algo esencialmente divino.

Pero Cristo, al mismo tiempo, es tan humano...! Gracias a esto todo el mundo de los hombres, toda la historia de la humanidad encuentra en l su expresin ante Dios. Y no ante un Dios lejano, inalcanzable, sino ante un Dios que est en l, ms an, que es l mismo. Esto no existe en ninguna otra religin ni, mucho menos, en ninguna filosofa.

Cristo es irrepetible! No habla solamente, como Mahoma, promulgando principios de disciplina religiosa, a los que deben atenerse todos los adoradores de Dios. Cristo tampoco es simplemente un sabio en el sentido en que lo fue Scrates, cuya libre aceptacin de la muerte en nombre de la verdad tiene, sin embargo, rasgos que se asemejan al sacrificio de la Cruz.

Menos an es semejante a Buda, con su negacin de todo lo creado. Buda tiene razn cuando no ve la posibilidad de la salvacin del hombre en la creacin, pero se equivoca cuando por ese motivo niega a todo lo creado cualquier valor para el hombre. Cristo no hace esto ni puede hacerlo, porque es testigo eterno del Padre y de ese amor que el Padre tiene por Su criatura desde el comienzo. El Creador, desde el comienzo, ve un mltiple bien en lo creado, lo ve especialmente en el hombre formado a Su imagen y semejanza; ve ese bien, en cierto sentido, a travs del Hijo encarnado. Lo ve como una tarea para Su Hijo y para todas las criaturas racionales. Esforzndonos hasta el lmite de la visin divina, podremos decir que Dios ve este bien de modo especial a travs de la Pasin y Muerte del Hijo.

Este bien ser confirmado por la Resurreccin que, realmente, es el principio de una creacin nueva, del reencuentro en Dios de todo lo creado, del definitivo destino de todas las criaturas. Y tal destino se expresa en el hecho de que Dios ser todo en todos (1 Corintios 15,28).

Cristo, desde el comienzo, est en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. Y tambin en el centro del Magisterio y de la teologa. En cuanto al Magisterio, hay que referirse a todo el primer milenio, empezando por el primer Concilio de Nicea, siguiendo con los de feso y Calcedonia, y luego hasta el segundo Concilio de Nicea, que es la consecuencia de los precedentes. Todos los concilios del primer milenio giran en torno al misterio de la Santsima Trinidad, comprendida la procesin del Espritu Santo; pero todos, en su raz, son cristolgicos. Desde que Pedro confes: T eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16,16), Cristo est en el centro de la fe y de la vida de los cristianos, en el centro de su testimonio, que no pocas veces ha llegado hasta la efusin de sangre.

Gracias a esta fe, la Iglesia conoci una creciente expansin, a pesar de las persecuciones. La fe cristianiz progresivamente el mundo antiguo. Y si ms tarde surgi la amenaza del arrianismo, la verdadera fe en Cristo, Dios-hombre, segn la confesin de Pedro junto a Cesarea de Filipo, no dej de ser el centro de la vida, del testimonio, del culto y de la liturgia. Se podra hablar de una concentracin cristolgica del cristianismo, que se produjo ya desde el inicio.

Esto se refiere en primer lugar a la fe y se refiere a la tradicin viva de la Iglesia. Una expresin peculiar suya tanto en el culto mariano como en la mariologa es: Fue concebido del Espritu Santo, naci de Mara Virgen (Credo). La marianidad y la mariologa de la Iglesia no son ms que otro aspecto de la citada concentracin cristolgica.

S, no hay que cansarse de repetirlo. A pesar de algunos aspectos convergentes, Cristo no se parece ni a Mahoma ni a Scrates ni a Buda. Es del