juan domingo perón - la comunidad organizada

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  • 8/7/2019 Juan Domingo Pern - La comunidad organizada

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    JuanDomingo Pern

    LaComuniDaDorganizaDa

    InstItuto nacIonal Juan DomIngo PernDe estuDIose InvestIgacIones HIstrIcas, socIalesy PoltIcas

    Buenos aIres

    2006

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    la comunIDaD organIzaDa

    Diseo, composicin y armado:Caligrax Servicios Grcos Integrales S. H.Av. Pueyrredn 1440, 2 - C1118AAR Buenos AiresTeleax: [email protected] - www.caligrax.com.ar

    Impresin:Talleres Grcos DEL S. R. L.E. Fernndez 271/75 - PieyroTeleax: 4222-2121

    Marzo de 2006

    Presentacin

    Este Cuaderno contiene el texto completo de una obra que expresa la basedoctrinaria del Movimiento Nacional Justicialista: La Comunidad Organiza-da, de Juan Domingo Pern.

    El Primer Congreso Nacional de Filosoa se inaugur el 0 de marzo de1949 en la ciudad de Mendoza. Su organizacin ue llevada a cabo por laUniversidad Nacional de Cuyo que tena como rector a un prestigioso lso-o: el doctor Ireneo Fernando Cruz. Junto con l trabajaron en la preparacindel Congreso el decano de la Facultad de Filosoa y Letras de la Universidadde Buenos Aires, el doctor Coriolano Alberini, el Reverendo Padre, doctorOctavio Derisi, el proesor Eugenio Pucciarelli, el doctor Carlos Astrada, elproesor Miguel ngel Virasoro, el proesor Nimio de Anquin, y otros im-portantes lsoos argentinos.

    El Congreso cont con la asistencia y la adhesin de destacados especia-listas de reconocimiento mundial en la materia como lo eran Karl Jaspers,Benedetto Croce, Gabriel Marcel, Martin Heidegger, Jos Vasconcelos, JulinMaras, entre otros.

    Como cierre del Congreso, el doctor Ireneo Fernando Cruz invit al pre-sidente de la Nacin a hacer uso de la palabra. Fue entonces, el da 9 de abrilde 1949, en el escenario del Teatro Independencia de la ciudad de Mendoza,que el general Juan Domingo Pern, a las 18.00 horas, clausur el Congreso

    con una conerencia que expresaba la base losca de su pensamiento, a laque se titul La Comunidad Organizada.

    LrenzPepeSecretario General

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    CnerenciamagistraldelExcm.SerPresidentedelaNacin,generalJuanD.Pern,alcierredel

    PrimerCngresNacinaldeFilsa.Mendza,9deabrilde1949

    SeresMiembrsextranjersdelPrimerCngresNacinaldeFilsa:

    Deseo, seores, que al pisar esta tierra os hayis sentido un poco argen-tinos y con ello nos habris hecho un gran honor y brindado una inmensasatisaccin.

    Para el corazn argentino, en nuestra tierra, nadie es extranjero, si vieneanimado del deseo de sentirse hermano nuestro. Ese corazn y esa herman-dad es lo que os orecemos como ms sincero y como ms precioso.

    Que os sintis en vuestra casa ser nuestro orgullo. En ella nadie os pre-guntar quin sois y os orecer, con el pan y la sal de la amistad, esta heredadde nuestros mayores, que queremos honrar como la honraron ellos.

    SeresCngresales:

    Alejandro, el ms grande general, tuvo por maestro a Aristteles. Siemprehe pensado entonces que mi ocio tena algo que ver con la losoa.

    El destino me ha convertido en hombre pblico. En este nuevo ocio, agra-dezco cuanto nos ha sido posible incursionar en el campo de la losoa.

    Nuestra accin de gobierno no representa un partido poltico, sino un

    gran movimiento nacional, con una doctrina propia, nueva en el campo po-ltico mundial.

    He querido entonces orecer a los seores que nos honran con su visita,una idea sinttica de base losca, sobre lo que representa sociolgicamen-te nuestra tercera posicin.

    No tendra jams la pretensin de hacer losoa pura, rente a los maestrosdel mundo en tal disciplina cientca. Pero, cuanto he de armar, se encuentraen la Repblica en plena realizacin. La dicultad del hombre de Estado res-ponsable, consiste casualmente en que est obligado a realizar cuanto arma.

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    II

    Elhmbrepuededesafarcualquiermudanzasisehallaarmaddeunaslidaverdad

    Los problemas sustantivos no han sido resueltos en el tiempo, tal vezporque existe un problema y una verdad demostrable para cada generacin.Quiz, para cada generacin, sean siempre los mismos tal problema y talverdad.

    Los griegos de Scrates se ormulaban grandes preguntas: el ser, el prin-cipio, la virtud, la belleza, la nalidad, y trataron de ormular debidamentesus tablas de Moral y sus pr incipios de tica. No es lcito dar tales problemaspor juzgados para permitirnos despus extraviar al hombre que ignora lasviejas verdades centrales con nuevas verdades superciales o con simplessosmas. El hombre est hoy tan necesitado de una explicacin como aque-llos para quienes Scrates, tantos siglos atrs, orzaba sus problemas.

    A los pueblos han sido descubiertos hechos de asimilacin no entera-mente sencilla. Se ha persuadido al hombre de la conveniencia de saltar singradaciones de un idealismo riguroso a un materialismo utilitario; de la e ala opinin; de la obediencia a la incondicin.

    La libertad, conquista mxima de las modernas edades, no se produjoacompaada de una previa reestructuracin de sus corolarios. Es posible quehubiese cierta improvisacin en tal victoria, porque siempre resulta dicilestablecer el orden entre las tropas que se apoderan de una ciudad largamen-te asediada.

    La edad del materialismo prctico, por otra parte, ha correspondido conun gigantesco progreso econmico. Una de sus caractersticas ha sido la dereducir las perspectivas ntimas del hombre. Este no posee la misma me-

    dida de su personalidad a la sombra del olmo buclico que junto al pode-ro estruendoso de la mquina. Debemos preguntarnos si, al sobrevenir lasradicales modicaciones de la vida moderna, se produjeron las oportunasorientaciones llamadas a equilibrar al hombre conmovido por la violentatransicin al espritu colectivo.

    Preclaros cerebros han intentado advertir al mundo del peligro que supo-ne que el hecho no haya tenido un prlogo ni una preparacin; de que no sehaya adaptado previamente el espritu humano a lo que haba de sobrevenir.El hombre puede desaar cualquier contingencia, cualquier mudanza, a-

    vorable o adversa, si se halla armado de una verdad slida para toda la vida.Pero si sta no le ha sido descubierta al comps de los avances materiales, esde temer que no consiga establecer la debida relacin entre suyo, medida detodas las cosas, y el mundo circundante, objeto de cambios undamentales.

    En tal coyuntura la losoa recupera el claro sentido de sus orgenes.Como misin pedaggica halla su nobleza en la sntesis de la verdad, y suproyeccin consiste en un iluminar, en un llevar al campo visible ormas yobjetos antes inadvertidos; y, sobre todo, relaciones. Relaciones directas delhombre con su principio, con sus nes, con sus semejantes y con sus reali-dades mediatas.

    De los elevados espacios, donde las razones ltimas resplandecen, proce-de la norma que articula al cuerpo social y corrige sus desviaciones.

    III

    SilacrisismedievalcndujalRenacimient,ladehy,cnelhmbremslibreylacncienciamscapaz,puedellevaraun

    renacermsesplendrs

    Entra en lo posible que las tradiciones muertas no resuciten. Si el pen-samiento humano, considerado como tesoro de conceptos, se mira a travsdel ritmo vertiginoso y ebril de la vida actual, puede que aparezca comoun campo desolado, escenario de patticas batallas. Es posible tambin quemuchas tradiciones cadas no sean adaptables al signo de la presente evolu-cin y que otras hayan perdido incluso su objeto. En cierto modo era ste elpanorama de la humanidad en los albores de la Edad Media: se considerabansucientemente denidas algunas verdades, pero aun stas aparecan cerra-das y custodiadas, y el pueblo se alimentaba slo de e. La verdad socrtica,

    la platnica y la aristotlica, no ueron textos prcticos para el Medioevo,que haban perdido, en el ragor de una terrible crisis, todo contacto con lacontinuidad intelectual del pasado. Es cierto que no resucitaron entoncesmuchas tradiciones, pero con los restos del nauragio, el pensamiento hu-mano elabor, a la luz de la e, que es indeclinable, una nueva mstica, conun nuevo contenido.

    El Renacimiento prueba que el camino es un actor asequible al hombreen todo momento. No es el rigor de nuestra crisis el que debieron arrostrarlas islas pensantes de la Edad Media: el nuestro es, simplemente, un rigor de

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    otra clase. No tiene ante s, o no cree tenerlo, un innito. No da la sensacinde producirse para el tiempo, sino para el momento.

    Se dira de algunos, que les preocupan menos las verdades que las apa-riencias, y menos la visin de lo ltimo y lo general que lo inmediato y per-sonal. La marcha atigosa y rpida de la evolucin social, como de la econ-mica, han trastornado los habituales paisajes de la conciencia.

    No es recuente hallar seres que posean una perspectiva completa de su jerarqua. La conquista de derechos colectivos ha producido un resultadociertamente inesperado: no ha mejorado en el hombre la persuasin de supropio valer. Esa miopa para la nobleza de los valores procede, posiblemen-te, de una deciente pedagoga.

    Caracteriza a las grandes crisis la enorme trascendencia de su opcin. Sila actual es comparable con la del Medioevo, es presumible que dependa denosotros un Renacimiento ms luminoso todava que el anterior, porque elnuestro, contando con la misma e en los destinos, cuenta con un hombrems libre y, por lo tanto, con una conciencia ms capaz.

    El gran menester del pensamiento losco puede consistir, por con-siguiente, en desbrozar ese camino, en acompasar ante la expectacin delhombre el progreso material con el espiritual.

    IV

    Laprecupacintelgica

    La primera preocupacin ue necesariamente la teolgica. El conoci-miento precisaba luz con que enocar los objetos, o un espacio iluminadodonde situarlos para su examen posterior. El Origen era el actor supremo ynatural de este proceso previo. Las inquietudes teolgicas satisacan en par-

    te una necesidad primaria y, despus, condicionaban categricamente todaotra traslacin de juicio sobre el existir.

    La cultura condujo a distinguir con mayor claridad las relaciones existen-tes entre lo sobrenatural y el conocimiento; pero el carcter de aquella ne-cesidad era consustancial al alma humana, como vocacin de explicacionesltimas o como una conciencia de hallarse encuadrada en un orden superior.Las comunidades ms avanzadas razonaban sobre el problema y, a su modo,llegaron a humanizar en una mitologa su presentimiento, mientras que lasatrasadas, necesitadas igualmente de una explicacin, adoraron al Ser Supre-

    mo en las cosas y objetos inanimados. Respecto a la explicacin de ese estadode necesidad, unido a la razn teolgica por impalpables vnculos, y por loque toca a sealar su vigencia, es indierente la visin especicada de lasrazas o grupos superiores o la tendencia primitiva y pantesta de las tribus;ambas prueban, por igual, el carcter de esa necesidad.

    Lo inexplicado resida sobre objetos distintos, porque antes de que otrastradiciones estableciesen conceptos terminantes sobre una inquietud uni-versal, se optaba slo sobre el objeto de la veneracin. As los eleatas, ensa-

    yaban un principio de adoracin en torno a su ser sustancial e inmutable y,en el mecanismo de Demcrito, opera en la teora sobre el movimiento delos tomos actuantes lo que l crea una explicacin material plausible a unproblema ormulado de un modo general. Para Parmnides hay ya un soloDios, el mayor entre los dioses y los hombres, que ni en su gura ni en su pensarse parece a los mortales.

    La humanidad empezaba a escrutar ambiciosamente el silencio de loscielos. El pensamiento no se conorm con la alegre orga de los dioses mi-tolgicos. Lo que el hombre no poda hallar en la corte de Zeus, ejemplari-dad y principios absolutos, deba buscarlo por otros caminos. Platn, en elEutirn, concretar ms tarde ese estar alerta de Scrates ante la mximavirtud, considerada como resplandor de un Ser uente del orden csmico. Elabismo de la Teogona de Hesodo y el,lo ilimitado, de Anaximan-dro, empezaban a poblarse de luz ante la inquieta pupila humana. La uerzaque genera en lo innito ser al pr incipio el Amor, smbolo inmediato de laaccin de crear asequible a nuestros sentidos, y ms tarde su representacinltima en la Omnipotencia.

    Quin es Dios para que le orezcamos sacricios?, pregunta el Rig-Veda.Padre del Universo, Prajapati llama a este ser, al que todo aparece subordi-nado. Idntica preocupacin se nos ormula en el oo griego, la palabra

    primera, la primera voz, uerza que encabeza posteriormente el Antiguo Tes-tamento. Era necesario ese "verbo" para dierenciar a su luz el bien del mal,como era necesario Prajapati para reconocer luego en su poder el atmanhind, el alma, el yo mismo.

    Cuando Platn arma que Dios es la medida de todas las cosas, cobra alturael hombre medida de todas las cosas de Protgoras, porque entre ellas se hallanmuchas a las que el hombre no halla en la Naturaleza una explicacin razona-ble. Muchos siglos despus, un ilustre cerebro haba de explicar con admirablesencillez el proceso de esa inquietud. No tena necesidad por cierto de apoyarse

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    Vctor Hugo en la teora de los druidas, dos mil aos antes de Jesucristo, segnlos cuales las almas pasan la eternidad recorriendo la inmensidad para pre-guntar, sobre la necesidad de un orden supremo, lo siguiente:Y no hay Dios?

    Cmo el hombre, perecedero, enermo y vil, tendra lo que le alta al universo?La criatura llena de miserias tendra ms ventajas que la creacin llena de soles!Tendramos un alma y el mundo no! El hombre sera un ojo abierto en medio deluniverso ciego. El nico ojo abierto! Y para ver qu? La nada!

    No es imposible distinguir en esas rases la enunciacin eliz del proble-ma del pensamiento antiguo.

    V

    Larmacindelesprituamericanylasbasesdelaevlucinidelgicauniversal

    Cuando el Renacimiento lucha por levantar de las ruinas los valores sus-tanciales, no se apoya slo en la Revelacin ni en la disposicin religiosacongnita del hombre. El camino abierto por los griegos ser mtodo paralos escolsticos y punto de reerencia para la reaccin posterior. El Credo utintelligam de Santo Toms inorma toda una Edad humana.

    Centra sobre un n la esencia y el existir; condiciona una tica y una mo-ral y, acaso, por primera vez, se relacione con sta, en jerarqua de necesidad,el libre albedro, la libertad de la voluntad, como requisito de la Moral. Latomstica, cualquiera sea el curso ulterior del pensamiento, centr al hom-bre en un momento decisivo ante un panorama hasta entonces conuso. Lecentr con poder suciente para negar los propios principios de que estasituacin proceda. En cierto modo, los adversarios del tomismo, por lo quea la denicin de los valores humanos respecta, son ruto suyo. Cuando el

    romanticismo de Spinoza calica a lo Supremo de sustancia del Universo,se halla estructurado ya un mundo de valores, que servir a la humanidadpara lanzarse a uno de sus ms tremendos y ecaces esuerzos. Lo planteadohabr sido la cr isis del espritu europeo, la ormacin del espritu americano

    y la evolucin ideolgica universal posterior. A travs de las ideas religiosasdel Renacimiento y de principios de la Edad Moderna el hombre recibe delpensamiento helnico, como Israel desde el Sina, una tabla de valores. Peroobservemos que el resultado indirecto de tales valores, al situar al ser huma-no ante Dios, ue denir la jerarqua del hombre.

    Poco despus, Descartes habr desviado el ancho y ambicioso cauce ensentido vertical, para orendar a una ciencia naciente y progresista la pre-ocupacin inicial del mundo antiguo. El pienso, luego existo, dar comosupuesto previo un orden, una naturaleza establecida, un hombre. Y serindierente a esta enunciacin la pertinaz pregunta ltima del hombre.

    La losoa empezar a ragmentarse; aparecer una alta especulacincientca, consumada en especialidades, dorada por los proundos inten-tos del racionalismo kantiano, y otra de matices ms prcticos, ms di-rectos, pero de contenido inerior. En adelante, las preocupaciones serninmediatas o especcas.

    No existe punto ninguno de contacto entre los problemas de Scrates ylos de Voltaire. La tendencia ha cambiado de direccin. Lo que era movi-miento vertical es ahora traslacin horizontal.

    Comte verica un hbil escamoteo de objetivos: sustituye el culto de Dios porel culto de la humanidad. Ser, rigurosamente, el principio de una edad distintapero, entendmonos, de una mutacin histricamente necesaria y til.

    Se opera una revolucin total, grandiosa en sus aspectos materiales, perotal vez mal acompaada de una visin correcta de las perspectivas de on-do. Estas empiezan a esumarse de las operaciones intelectuales y con ellasse esuma insensible y progresivamente tambin la medida del hombre; laque ste posea de su situacin y de las cosas, a travs de s, como refejo deuerzas superiores. El progreso se acenta en la tcnica y en el movimientosocial, pero no se puede decir que vigorice por s solo parcelas ntimas anta-o regadas por la intuicin de las magnitudes csmicas.

    VI

    Elrecncimientdelasesenciasdelapersnahumanacmbase

    deladignifcacinydelbienestardelhmbre

    Cuando llegamos a Darwin y a sus conexiones con la losoa, advertimosde pronto que estamos ya muy lejos del mundo de Scrates y sus guras pen-santes. La evolucin se nos orece como una teora biolgica que no deseasesostener trato de ninguna especie con otro linaje de cuestiones. Y por debajodel mundo cientco, se plantea el problema de si el alma humana puededigerir la sustitucin de su culto elemental y tradicional, por una exgesispuramente cientca.

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    En ltimo trmino esta orientacin no nos produce resultados positivosen orden a la organizacin de la vida comn. No podemos deducir de ellael clima de una nueva tica y mucho menos el de una nueva Moral. Es unproblema biolgico lo preerido; un suceso de orden sico, del que es msque dicil extraer consecuencias para la vida espiritual de los pueblos. No esposible undar sobre una ley tcnica, desconectada de las razones ltimas,una ley positiva, ni siquiera un tratado de buenas costumbres.

    Elevada una explicacin semejante a lo general, el hombre, la sociedad oel Estado, se ven obligados a inventar de pronto una escala nueva de valores,una nueva Moral. En el apogeo de una edad de ambiciones materiales, des-pus de un largo espacio, casi siglo y medio, de desechar todo razonamientometasico, el pensamiento no sabe permanecer indenidamente reugiadoen criterios marginales, ni gusta de trasladar sus cultos para proveerse de losmismos resultados.

    Desde una esera rectora, al considerar la posibilidad de proveer a lospueblos de buenas condiciones materiales de vida, el problema deja de serabstracto, para convertirse en una necesidad apremiante. El hombre que hade ser dignicado y puesto en camino de obtener su bienestar, debe ser antetodo calicado y reconocido en sus esencias.

    VII

    Larealizacinperectadelavida

    Entendemos en la virtud socrtica la realizacin perecta de la vida. Estoes: comprensin de la propia personalidad y del medio circundante que de-ne sus relaciones y sus obligaciones privadas y pblicas.

    Cuando Leibniz nos dice: Quien lo hubiera contemplado todo, lo lejano y

    lo cercano, lo propio y lo extrao, lo pasado y lo uturo, con la misma claridady distincin, con lo cual por supuesto desaparecera la dierencia de cercano ylejano, propio y extrao, pasado y uturo, ese tal, libre de pecado, slo querra yrealizara el bien, alude al arquetipo de vir tud que puede producir el desdnante lo perecedero.

    No sera una actitud, sino una escptica o una apostlica inhibicin. Lavirtud socrtica era actuante, tan batalladora como haba de ser despus lacristiana; contemplaba el mundo prctico y lo saba lleno de tentaciones ydicultades.

    Virtuoso para Scrates era el obrero que entiende en su trabajo, por oposi-cin al demagogo o a la masa inconsciente. Virtuoso era el sabedor de que eltrabajo jams deshonra, rente al ocioso y al politiquero.

    En el Eutirnnos dice Platn que no hay una virtud especca, un ideal espe-cco para cada cual, sino un ideal del hombre que no es acaso ms que una dis-posicin para resolver las ecuaciones vitales con arreglo a una estimativa tica.

    VIII

    Lsvalresnrmaleshandecmpensarlaseuriasdelasluchasylascnquistasypnerunmurinranqueablealdesrden

    El bien y el mal obran sobre el hombre como sobre la sociedad. De lo indivi-dual a lo colectivo sus momentos oscilan entre arrebatos msticos y paroxismospavorosos. Una postura moral procedente de un ondo religioso slido o de unarenada educacin tica intenta estipular los lmites entre posibles y tentadoresextremos. El hombre, en la desgracia, tiende a la introversin como tiende a laextraversin en la prepotencia. La duda y la soberbia son los extremos mximosde esa oscilacin, producida en ausencia de medidas sucientes.

    La ciencia puede resolver en la abstraccin los problemas, partiendo depremisas igualmente abstractas, pero en la vida de las comunidades los eec-tos de esas oscilaciones suelen ser muy otros. Cuando un pueblo se aproximaa un momento grave, sus cerebros de primera la se preguntan si el nimoestar debidamente preparado para las horas que se avecinan.

    Pues bien; es orzoso plantearse la misma pregunta cuando se trata dellevar a la humanidad a una edad mejor. Incumbe a la poltica ganar dere-chos, ganar justicia y elevar los niveles de la existencia, pero es menester deotras uerzas. Es preciso que los valores morales creen un clima de virtud

    humana apto para compensar en todo momento, junto a lo conquistado, lodebido. En ese aspecto la virtud rearma su sentido de ecacia. No ser sloel herosmo continuo de las prescripciones litrgicas; es un estilo de vida quenos permite decir de un hombre que ha cumplido virilmente los imperati-vos personales y pblicos: dio quien estaba obligado a dar y poda hacerlo, ycumpli el que estaba obligado a cumplir.

    Esa virtud no ciega los caminos de la lucha, no obstaculiza el avance delprogreso, no condena las sagradas rebeldas, pero opone un muro inran-queable al desorden.

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    Elamrentrelshmbreshabracnseguidmejresrutsenmenstiempdelquehacstada

    lahumanidadlasiembradelrencr

    Necesariamente ha debido ser larga la poca de la revolucin social, a la quecaracteriz un adusto ceo. Todava no puede considerrsela realizada, pero espreciso que aquella interpretacin de la virtud socrtica esparza, junto a la con-ciencia de la dignidad humana, otra clase de valores. Junto al imperativo categ-rico kantiano se orece al mundo un campo ilimitado.Obra en todo momento co-mo si las mximas de tu conducta particular debieran convertirse en leyes generales.Kant proclam ante la expectacin de la humanidad un credo que slo podrahallar precedentes en los principios cristianos del amor mutuo, con la dierenciade que en este caso la enunciacin aecta el rigor de la disciplina.

    El trasladar a lo colectivo lo que se desea en lo ntimo, es insinuar lasuperacin de cuanto hubo de aislamiento y desdn en una poca de glo-riosos intentos.

    Leemos en Empdocles que las alternativas en el predominio del amor ydel odio engendran los diversos perodos en el mundo. Puede muy bien sercierto, aunque Empdocles no buscase la misma conclusin, porque la hu-manidad ha conocido entre pocas de odio otras de un vivir con los brazosabiertos hacia todas las posibilidades de la humana naturaleza. Bajo ese im-perio de msticos rutos se vislumbran mundos nuevos, se educan nacientesnacionalidades, se destruyen las barreras.

    Pero es sintomtico que tales resultados se hayan obtenido slo ante lapresencia de un enemigo comn y de un modo poco duradero: una desoladaexperiencia arm la tesis del pesimismo.

    Algo alla en la naturaleza cuando es posible concebir, como Hobbes en elLeviathan, al homo hominis lupus, el estado del hombre contra el hombre, to-dos contra todos, y la existencia como un palenque donde la hombra puedeidenticarse con las proezas del ave rapaz. Hobbes pertenece a ese momentoen que las luces socrticas y la esperanza evanglica empiezan a desvanecerseante los ros resplandores de la Razn, que a su vez no tardar en abrazaral materialismo. Cuando Marx nos dice que de las relaciones econmicasdepende la estructura social y su divisin en clases y que por consiguiente laHistoria de la humanidad es tan slo historia de las luchas de clases, empeza-

    mos a divisar con clar idad, en sus eectos, el panorama del Leviathan.No existe probabilidad de virtud, ni siquiera asomo de dignidad individual,

    donde se proclama el estado de necesidad de esa lucha que, es por esencia,abierta disociacin de los elementos naturales de la comunidad. Al pensamien-to le toca denir que existe, eso s, dierencia de intereses y dierencia de necesi-dades, que corresponde al hombre disminuirlas gradualmente, persuadiendo aceder a quienes pueden hacerlo y estimulando el progreso de los rezagados.

    Pero esa operacin en la que la sociedad lleva ocupada con dolorosas vici-situdes ms de un siglo, no necesita del grito ronco y de la amenaza y muchomenos de la sangre, para rendir los apetecidos resultados. El amor entre loshombres habra conseguido mejores rutos en menos tiempo, y si hall ce-rradas las puertas del egosmo, se debi a que no ue tan intensa la educacinmoral para desvanecer estos deectos, cuanto lo ue la siembra de rencores.

    X

    Elgradticalcanzadprunpueblimprimerumbalprgres,creaelrdenyaseguraeluselizdelalibertad

    Esa virtud nos sita de plano en el campo de lo tico. La actitud se en-renta con el mundo exterior. Se trata de ver hasta qu punto es susceptiblede pereccionar los mdulos de la propia existencia.

    Aristteles nos dice: El hombre es un ser ordenado para la convivencia so-cial; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual hu-mana, sino en el organismo super-individual del Estado; la tica culmina en la

    poltica. El proceso aristotlico nos lleva a un punto ms alejado del proyec-tado. Deseamos reerirnos slo a la imposicin de la convivencia sobre lasproyecciones de la actitud individual. Nuestra virtud no ser perecta hasta

    ser complementada por esa tica, que mide los valores personales.La vida de relacin aparece como una ecaz medida para la honestidad

    con que cada hombre acepta su propio papel. De ese sentido ante la vida,que en parte muy importante proceder de la educacin recibida y del climaimperante en la comunidad, depende la suerte de la comunidad misma.

    Habr pueblos con sentido tico y pueblos desprovistos de l; polticas civi-lizadas y salvajes; proyeccin de progreso ordenado o delirantes irrupciones demasas. La dierencia que media entre extraer provechosos resultados de una vic-toria social o anegarla en el desorden, corresponde a las dosis de tica posedas.

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    Tales dosis caracterizan los diversos perodos de la Historia. Hacen glo-rioso el triuno y soportable el racaso; atenan las calamidades; prestanuerzas de reserva.

    El progreso est, por lo dems, en absoluta relacin de dependencia conel grado tico alcanzado, establece la moral de las leyes y puede interpretarlassabiamente. Para la vida pblica esto signica el orden, la accin y el uso elizde la libertad.

    Permtaseme decir que la libertad posee carta de naturaleza en los pue-blos que poseen una tica, y es transente ocasional donde esa tica alta.Santo Toms dice: La libertad de la voluntad es un supuesto de toda moral;solamente las acciones libres, derivadas de una refexin racional, son morales.Es cierto que slo esas acciones pueden alcanzar el calicativo de moralescuando se han producido con arreglo a ciertos requisitos.

    La libertad ue primariamente sustancia del contenido tico de la vida.Pero, por lo mismo, nos es imposible imaginar una vida libre sin principiosticos, como tampoco pueden darse por supuestas acciones morales en unrgimen de irrefexin o de inconsciencia.

    XI

    Elsentidltimdelaticacnsisteenlacrreccindelegsm

    Spencer nos dice que el sentido ltimo de la tica consiste en la correc-cin del egosmo.

    El egosmo, que orj la lucha de clases e inspir los ms encendidos ana-temas del materialismo, es al mismo tiempo sujeto ltimo del proceder tico.Corresponde seguramente una actitud ante esa disposicin cerrada que pro-duce la sobrestimacin de los intereses propios. La enunciacin de tal cosa

    corresponde en la Historia a una sangrienta y dura evolucin, cuyo n nopodemos decir que se haya alcanzado an.

    Si la elicidad es el objetivo mximo, y su maximacin una de las nali-dades centrales del an general, se hace visible que unos han hallado medios

    y recursos para procurrsela y que otros no la han posedo nunca. Aqulloshan tratado de retener indenidamente esa condicin privilegiada, y elloha conducido al desquiciamiento motivado por la accin reivindicativa, nosiempre pacca, de los peor dotados. El egosmo estaba destinado, acasopor designio providencial, a transormarse en motor de una agitada edad

    humana. Pero el egosmo es, antes que otra cosa, un valor-negacin, es laausencia de otros valores, es como el ro, que nada signica sino ausenciade todo calor. Combatir el egosmo no supone una actitud armada rente alvicio, sino ms bien una actitud positiva destinada a ortalecer las virtudescontrarias; a sustituirlo por una amplia y generosa visin tica.

    Diundir la virtud inherente a la justicia y alcanzar el placer, no sobre el dis-rute privado del bienestar, sino por la diusin de ese disrute, abriendo sus po-sibilidades a sectores cada vez mayores de la humanidad: he aqu el camino.

    XII

    Lahumanidadyely.Lasinquietudesdelamasa

    Cuando Eurpides pone junto alyo clamante la masa que, desde el coro,expone las inquietudes y pareceres colectivos, extiende junto alyo la dilatadallanura de la humanidad. Descubre en ella un elemento perecto de medi-cin. El ser individual halla su proporcin vertical y horizontalmente.

    Al exponer Humboldt el ideal de humanidad, se gesta, en el campo histrico,el ideal del hombre universal, erigido en representante supremo de la civiliza-cin. Comte lo ciment al armar que la Sociologa es la base necesaria de laPoltica. Hegel llev a sus ltimas consecuencias loscas esa certera intuicin.Arm del espritu, que existe por s mismo, que slo podr llegar al pleno ser ensen la medida en que elyo se eleve al nosotros o, con sus palabras, alyo de lahumanidad. El racionalismo postkantiano haba trasladado asimismo su campovisual desde el individuo a la sociedad, desde el hombre a la humanidad.

    Los chispazos de una revolucin poltico-econmica, con la ereccin delindustrialismo y el capitalismo, generados por el Progreso en las entraas dela Revolucin liberal, provocaron la expansin de los valores individuales

    hacia los contornos pblicos, o mejor dicho, el contorno losco del serempez a apreciarse mejor en su dintorno.

    El individuo se hace interesante en uncin de su participacin en el mo-vimiento social, y son las caractersticas evolutivas de ste las que reclamanatencin preerente. Para derribar las deectuosas concepciones de la etapade los privilegios ue necesario un implacable desdoblamiento de la or tale-za-unidad del individuo. Pero apresurmonos a reconocer que tal mutacindebe considerarse precedida de una larga etapa terica. La prctica corres-ponde a nuestro siglo y est en sus comienzos.

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    Puede que DAlembert acertase al pronosticar la subordinacin delpensamiento-luz a la tcnica y hemos visto que los problemas inmedia-tos, sociales, polticos y econmicos, produjeron un grado de obnubila-cin suiciente para desvanecer en la zozobra colectiva los sagr ados inesdel individuo.

    En el seno de la humanidad que soamos, el hombre es una dignidad encontinuo orcejeo y una vocacin indeclinable hacia ormas superiores devida. Tales actores no operan, por cierto, en una consideracin simplementemasiva de la biologa social. De su ignorancia o de su sojuzgamiento depen-de precisamente el xito de nuestra poca.

    Slo en este punto podemos examinar con mejores garantas de acierto lagran posibilidad de ese ideal de humanidad. Si no lo buscamos a travs de es-ta misma, como una expresin de bloque con necesidades de bloque, sino atravs del individuo, hallaremos enseguida sus dos caractersticas esenciales:humanidad como crisol de la dignidad y como atmsera de libertad.

    Si recordamos a Antstenes, veremos que su ideal de libertad no era enabsoluto compatible con ningn ideal razonado de humanidad. Hay unalibertad irrespetuosa ante el inters comn, enemiga natural del bien so-cial. No vigoriza al yo sino en la medida que niega al nosotros, y ni siquierase es til a s misma para proyectar sobre su actividad una noble calica-cin. Kant insina cul podr ser el alto sentido de la libertad al situarlaen el campo de la ley moral y en el espacio del destino. Nada nos impideconsiderar como destino no slo la nalidad individual, o la suma de susprobabilidades, sino la suma de las probabilidades generales. La misma leymoral no ser considerada como ente aislado, como principio personal,sino como visin mxima del ideal de conducta universal. Con arreglo aambas uerzas presupone Kant la capacidad de autodeterminacin y la lla-ma casualidad libre. La existencia de esa personalidad es un postulado de

    la razn prctica. Pero Fichte va ms lejos todava: El grado supremo slollega a lograrse -nos dice-, cuando sobre ese ciego deseo de poder y sobre laarbitrariedad del individuo se sobrepone en uno la voluntad de libertad, desoberana del hombre, la voluntad racional. El hombre no es una personali-dad libre hasta que aprende a respetar al prjimo.

    La conclusin de que slo en el dilatado marco de la convivenciapuede producirse la personalidad libre, y no en el aislamiento, puede serel agregado indispensable al ideal ilosico de sociologa, cuya expre-sin ms simple sera la de que nos es grato llegar a la humanidad por

    el individuo y a ste por la signiicacin y acentuacin de sus valorespermanentes.

    XV

    Esprituymateria:dsplsdelaflsa

    Desde los primeros tiempos el tema magno de las tareas loscas ue unacuestin de acentuacin. Su campo oreca distintas y aun opuestas probabilida-des segn que el acento, la visin preerente, recayese sobre el espritu o sobre lamateria. La disociacin se caracteriz por un conficto con la esencia religiosa,paladn de la inmortalidad del alma y consecuentemente de su primaca. El pro-blema de los valores individuales y de los sociales dependi en todo momento deesa acentuacin, no debida, por cierto, a caprichosas veleidades.

    En la larga y laboriosa investigacin en que el pensamiento mundial haconsumido sus mejores energas, se han producido, como chispazos inespera-dos, revelaciones que sostienen hoy el eterno templo del saber. Pero en el ordende sus consecuencias importa sobremanera comprender que del hecho de su-brayar, quiero decir, del lado en que decidamos situarnos para contemplar lascuestiones propuestas, depende nuestra calicacin ulterior de lo vital.

    Inclinarse hacia lo espiritualo hacia lo materialpudo ser una actitud se-lectiva de ndole pensante o de gnesis cientca cuando apareca pura enun grado anterior de la evolucin. No es sa la situacin del mundo actual,ciertamente. Los problemas presentes, la superpoblacin, la presencia de lasmasas en la vida pblica, la traduccin poltica de las doctrinas, conerenaguda responsabilidad al hecho, en apariencia intrascendente, de tomar par-tido en la suprema disputa.

    XVI

    Cuerpyalma:elcsmsdelhmbre

    Acaso corresponda el mrito de su iniciacin al pensamiento oriental. Cuan-do hallamos en los Vedas la severa armacin de que, con carcter sustancial, sehallan en abierta oposicin alma y cuerpo o, dicho con propiedad, espritu y na-turaleza, experimentamos la sensacin de haber chocado con una duda larvadadesde el Gnesis. La pugna por reprimir la rebelda de la materia y subordinarla

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    por entero al espritu que supone la prctica del Yoga y su tendencia por liberarel alma de las apetencias y dolores del cuerpo, nos advierte que la cuestin habasido enrgicamente planteada en los albores mismos de la civilizacin.

    Para Aristteles el universo constituye una serie, en uno de cuyos extremosse encuentra la pura materia y en otro la pura orma. Claro est que en supensamiento la orma, la causa ormal del ser, su contenido, no era otro que elalma. Pero esa polaridad enuncia con la necesaria evidencia el carcter distintode ambas uerzas. Importa no perder de vista la visin aristotlica, sobre la quedescansa en lo sucesivo la visin espiritualista mundial que ha de sucederle.

    Para Platn, el problema consiste en el vencimiento por el alma de las poten-cias ineriores. El cristianismo agrega a la visin helnica la e. El temor a la diso-ciacin, en el supuesto de la inmortalidad, desaparece en l por la puricacin.

    En la escuela tomista se opera la usin del pensamiento cristiano con la dua-lidad aristotlica. Descartes, primero en encaminar a la losoa por una sendanueva, ignorada hasta entonces, parte tambin de las bases tradicionales. Su ex-posicin del proceso partiendo de la existencia de Dios, el cuerpo y el alma, cons-tituye el prlogo de una posterior explicacin mecnica del universo. Fue sta yno su prlogo lo que la disputa general recogi. Slo en Pitgoras podramos ha-llar una preocupacin, o una tendencia, de parecido carcter, pero la infuenciacartesiana gravit con enormes uerzas en el desarrollo de las investigaciones.

    Berkeley y DAlembert parecen situados, aunque la imagen no sea perecta,en los dos extremos de esa serie aristotlica. La vigorosa acentuacin se conver-tir en un hecho de hondas repercusiones. Descartes dej abandonada, comoal azar sobre el tapete, su teora de la casualidad y sta, en otras manos, prolie-r la conversin de las jerarquas espirituales en extraas opacidades.

    Parece incomprensible que la indierencia de un hombre dotado de tangrave desprecio hacia la masa como Voltaire, ejerciese tan demoledora infuen-cia sobre los principios en que aqulla podra sustentar su lnea de valores.

    La disciplina cientca nos aleja ya de la visin de las esencias centra-les. Kant nos situar ante los conceptos, el espacio y el tiempo, que Bergsonconvertir en materia y memoria. Para el romanticismo de Schelling la seriearistotlica se sostiene en el dualismo, pero sobre el pensamiento alemngravita ya la poca. Esas uerzas, adems, se hallan en permanente tensin. Elmarxismo convertir en materia poltica la discusin losca y har de ellauna bandera para la interpretacin materialista de la Historia.

    Hemos pasado de la comunin de materia y espritu al imperio plenodel alma, a su disociacin y a su anulacin nal. Ciertamente, pese al fujo y

    refujo de las teoras, el hombre, compuesto de alma y cuerpo, de vocaciones,esperanzas, necesidades y tendencias, sigue siendo el mismo. Lo que ha va-riado es el sentido de su existencia, sujeta a corr ientes superiores.

    Esa acentuacin oscilante lo mismo puede someterle como ente explota-ble al despotismo de individualidades egostas, que condenarle a la extincinprogresiva de su personalidad en una masa gobernada en bloque.

    En los hegelianos existi una derecha y una izquierda. Tan pronto comoesa escuela se refej en el poder asistimos a la ormacin de sociedades dendole diversa: el hombre apareci anulado en unas, rente a los imperativosestatales, o con vagas posibilidades de redencin en otras, condicionadas porel equilibrio entre el inters comn y la jerarqua individual. En ambos casosno nos est permitido dudar de la trascendencia de Hegel en la liquidacinde la disputa. Si la derecha hegeliana puede derivar hacia un tesmo conser-vador, la izquierda se desliza necesariamente a un materialismo no losco

    y, me atrevera a sostenerlo, no humano. Por distintos caminos, se alcanza lapendiente marxista.

    Cuando este orcejeo por la interpretacin de la verdad produjo un esta-do de hecho, ocasionando la crisis de los valores sociales, surge una nuevaexplicacin. Acaso resulte prudente considerarla. En Heidegger y en Kierke-gaard observamos un cierto esuerzo por retomar la va de la antigua comu-nin. Obligados a sacricar algunos principios para caracterizarla, intentansin embargo la recticacin. Cuando Heidegger expone la necesidad de questa llegue a realizarse, a lograr una plenitud, establece su divorcio con lacorriente que bajo la arquitectura del bloque amenazaba aniquilar al hom-bre. Kierkegaard proporcion un sentido igualmente elevado a la exposicinde tales ideas restituyendo a la controversia su sentido vertical, al relacionarnuevamente espritu y alma con su causa y su nalidad.

    Keyserling haba observado el ondo del problema atentamente al decir

    que el esuerzo de los siglos XVIII y XIX ue unilateral, pues haban dejado elalma al margen del progreso. Klages lleg a decir que bajo la infuencia des-tructora del espritu llegar a su ocaso, en un da no lejano, la vida terrenaloponindola en su esencia al alma. En semejantes tiempos ya no resultabapopular el hombre de Vico, un conocer, un querer y un poder que tiende alinnito. Vctor Hugo, otra vez, el genial pensador rancs, lanzar en la plazapblica, rente al monumento de Setiembre unas rases imperecederas: ...Sino hay en el hombre algo ms que en la bestia pronunciad sin rer estas pala-bras: Derechos del hombre y del ciudadano, derecho del buey, derecho del asno,

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    derecho de la ostra: producirn el mismo sonido. Reducir el hombre al tamaode la bestia, disminuirle en toda la altura del alma que se le ha quitado, hacerde l una cosa como otra cualquiera; eso suprime de un golpe muchas declara-ciones acerca de la dignidad humana, de la libertad humana, de la inviolabidadhumana, del espritu humano y convierte todo ese montn de materia en cosamanejable. La autoridad de abajo, la alsa, gana todo cuanto pierde la autori-dad de arriba, la verdadera. Sin innito no hay ideal, sin ideal no hay progreso,sin progreso no hay movimiento; inmovilidad, pues statu quo, estancamiento:Este es el orden. Hay putreaccin en ese orden. Preguntad a la jaula lo que

    piensa del ala. Os contestar: el ala es la rebelin....Semejante desao no est dirigido a la conciencia losca, sino al mun-

    do poltico, pero estamos lejos de permitirnos armar que en estos momen-tos, de tan na sensibilidad, resulta actible una slida disciplina intelectualsin repercusiones en el desarrollo de la vida social... No debemos, acaso,ormularnos el problema, con ambicin de ecacia, de si esa acentuacin nodeber ser objeto de una cuidadosa denicin antes de reerirla a los nescomunes? Un pensador moderno ha escrito lo siguiente: Hay un trabajo sinalegra, un placer sin risa, una virtud sin gracia, una juventud sin suavidad, unamor sin misterio, un arte sin irradiacin... por qu?...

    Esa pregunta terrible acaso no est todava pendiente sobre la vida actual.Pero puede gravitar sobre nuestro uturo si no llegamos a relacionar y de-ender debidamente las categoras y valores de ese sujeto de la vida toda, denuestras preocupaciones y nuestros desvelos, que es el Hombre.

    Sin el Hombre no podemos comprender en modo alguno los nes de lanaturaleza, el concepto de la humanidad ni la ecacia del pensamiento...

    XVII

    Laelicidadqueelhmbreanhelaperteneceralreindelmateriallgrarnlasaspiracinesanmicasdelhmbreel

    camindelapereccin?

    De que importa activar la gnesis de un pensamiento susceptible de con-templar la utura evolucin humana da pruebas el sentido de la vida actual.

    Existe una laboriosa tarea en pleno desarrollo, encaminada a modicarsustancialmente las condiciones de vida en pro de la elicidad general. Es im-portante saber si esta elicidad pertenece al reino de lo material, o si cabe pen-

    sar que se trata de realizar las aspiraciones anmicas del hombre y el caminode pereccin para el cuerpo social. Pero cuando volvemos a preguntarnos sila direccin de ese pensamiento ha de ser ejercida en un sentido horizontal, osi cabr imprimirle al mismo tiempo verticalidad, debemos antes examinar,siquiera en busca de indicios, el panorama que se orece a nuestros ojos.

    Advertimos enseguida un sntoma inquietante en el campo universal. Vo-ces de alerta sealan con recuencia el peligro de que el progreso tcnico novaya seguido por un proporcional adelanto en la educacin de los pueblos.La complejidad del avance tcnico requiere pupilas sensibles y recio tempe-ramento. Si tomamos como smbolo de la vida moderna el rascacielos o eltrasatlntico, deberemos enseguida pregurarnos la estatura espiritual delser que ha de morar o viajar en ellos. Ante esta cuestin no caben retricasde uga, porque lo que en ella se ventila es, ni ms ni menos, la escala demagnitudes con arreglo a la cual puede el hombre recticar adecuadamentesu propia proporcin ante el bullicio creciente de lo circundante.

    La vida que se acumula en las grandes ciudades nos orece con desolado-ra recuencia el espectculo de ese peligro al que unos cerebros despiertoshan dado el terrorco nombre de insecticacin. Es cierto que lo sico nomengua ni aumenta la proporcin ntima, porque sta consiste justamenteen la estimacin de s mismo que el hombre posee; pero puede suceder que,en ausencia de categoras morales, acontezca en su nimo una progresivaprdida de conanza y un progreso paulatino del sentimiento de ineriori-dad ante el gigante exterior.

    Frente a un complejo semejante que en ltimo trmino es un problemade cultura y de espritu, son contados los medios de autodeensa. La civi-lizacin tiende a complicarse y no parece que por el camino de lo exteriorpueda resolverse esta incgnita ntima.

    El materialismo intransigente contaba sin duda con el signo mecnico e

    implacable del progreso, sospechando que privado de su sombra csmica elhombre acabara por sentirse minsculo y vctima de la monstruosa trepi-dacin vital. Seguro de ello, provey a su individuo de un sustitutivo de laproporcin espiritual: el resentimiento. Previamente haba sustituido tam-bin las tendencias supremas por uerzas ineriores, por esa gana que ayerintegraba el cuerpo de una teora sumamente interesante y que hoy, derau-dada y desencantada, han convertido sus discpulos en la nusea. Nuseaante la moral, ante la herencia de la vida en comn, nusea ante las leyes y losprocesos inexorables de la Historia, nusea biolgica.

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    Es hasta cierto punto poco comprensible que hayamos pasado contan peligrosa brevedad intelectual de la decepcin del ser insectiicado aesa nusea con que, a espaldas de sagradas leyes, se pretende orientar lacomprensin de la existencia colectiva. Lo sintomtico de este modo depensar est en que no es una abstraccin, como tampoco lo era, pongopor ejemplo, el marxismo. Este operaba sobre un descontento social. Lanusea como entelequia opera sobre el desencanto individual. Es laangustia abstracta de Heidegger en el terreno prctico: corresponde auna sociedad desmoralizada que ni siquiera busca una certidumbre parareclinar la cabeza. No es por tanto la teora lo deplorable, sino la reali-dad, la deormacin postrera de aquella insectiicacin; slo que estavez el individuo insectiicado ha querido aislarse de la catst roe con unamueca cnica.

    Reconozcamos que sta era la consecuencia necesaria y obligada deldoloroso extravo de la escala de magnitudes. Armado con ella poda elhombre enrentarse no slo con la spera y poco piadosa vicisitud de suexistencia sino con la crisis que una evolucin tan terminante haba desuscitar en su intimidad. Saberse ligado a reinos superiores a las leyes ma-teriales del contorno, le acilitaba una generosa concentracin de uerzaspara entrar con biolgica alegra en un cielo en que todos los enmenosparecen desbordarse. En una clebre bula de Goethe le acontece a unhombre desdichado verse compelido a una eleccin extraordinaria. Melu-sina, reina del pas de los enanos, le invita a reducir su tamao y compartircon ella su elevada jerarqua. Le orece amor, poder, riquezas, slo que enun grado inerior: ser rey, pero entre enanos. Trasladados al pas dondelas briznas de hierbas son rboles gigantescos, este hombre, el ms mserode los mortales, aora su orma anterior. Y la aora, suponemos, porque suescala de magnitudes le advierte que en la prosperidad o en el inortunio su

    estado anterior era inimitable. En el hecho complejo del existir, el hombrees, sin ms, una entidad superior.

    La bula de Melusina puede ser igualmente trasladada a otros paisajes,y preerentemente a sos donde la desintegracin y la heterogeneidad de lavida moderna han reducido principios absolutos e ideales en provecho delesplendor material. Se ha producido el milagro de la bula pero a la inversa:al hombre no le ha sido dado elegir con arreglo a su proporcin, y aquel queno posea un grado de e en sus valores espirituales, sustituy la altiva reac-cin por la resignacin o por el descontento, la diuminacin gradual de las

    perspectivas que padece quien no posee una conciencia justa de su jerarqua,la insecticacin.

    Pero semejante desviacin no es consecuencia del auge de los ideales co-lectivos. Que el individuo acepte paccamente su eliminacin, como un sa-cricio en aras de la comunidad, no redunda en benecio de sta. Una sumade ceros es cero siempre; una jerarquizacin estructurada sobre la abdicacinpersonal, es productiva slo para aquellas ormas de v ida en que se producenasociados el materialismo ms intolerante, la deicacin del Estado, el Esta-do Mito y una secreta e inconesada vocacin de despotismo.

    Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de susindividualidades y el sentido con que se disponen a engendrar en lo colec-tivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba; sealcanza por el equilibrio, no por la imposicin. Su dierencia es que as comouna comunidad saludable, ormada por el ascenso de las individualidadesconscientes, posee hondas razones de supervivencia, las otras llevan en s elestigma de la provisionalidad, no son ormas naturales de la evolucin, sinoparntesis cuyo valor histrico es, justamente, su cancelacin.

    En la consideracin de los supremos valores que dan orma a nuestracontemplacin del ideal, advertimos dos grandes posibilidades de adultera-cin: una es el individualismo amoral, predispuesto a la subversin, al egos-mo, al retorno a estados ineriores de la evolucin de la especie; otra resideen esa interpretacin de la vida que intenta despersonalizar al hombre en uncolectivismo atomizador.

    En realidad operan las dos un escamoteo. Los actores negativos de laprimera, han sido derivados, en la segunda, a una organizacin superior. Eldesdn aparatoso ante la razn ajena, la intolerancia, han pasado solamentede unas manos a otras. Bajo una libertad no universal en sus medios ni ensus nes, sin tica ni moral, le es imposible al individuo realizar sus valores

    ltimos, por la presin de los egosmos potenciados de unas minoras. Delmismo modo, bajo el colectivismo materialista llevado a sus ltimas conse-cuencias, le es arrebatada esa probabilidad la gran probabilidad del existir,por una imposicin mecnica en continua expansin y siempre hipcrita-mente razonada.

    El idealismo hegeliano y el materialismo marxista, operando sobre ne-cesidades y calamidades universales que han infuido proundamente enel nimo general, constituyen direcciones cuya resultante ser prudenteestablecer. De la Historia, y aun de sus excesos, extraemos preciosas en-

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    seanzas ante las que en modo alguno podemos ni debemos permanecerinsensibles. Mientras el pensamiento crea poder sostenerse en lo unda-mental, en espacios puramente tericos, el mundo obraba por su cuenta;pero, si lo undamental declin, la jacin prctica de lo abstracto puedeejercer una infuencia perniciosa en la existencia comn. Resulta entoncesnecesario detenernos de nuevo a examinar nuestros absolutos y a limpiarde excrecencias y aadiduras superfuas un ideal apto para servir de poloal sentido lgico de la vida.

    XVIII

    Elhmbrecmprtadrdevalresmximsycluladelbiengeneral

    En esta labor se nos antoja primordial la recuperacin de la escala demagnitudes, esto es, devolver al hombre su proporcin, para que poseaplena conciencia de que, ante las ormas tumultuosas del progreso, siguesiendo portador de valores mximos; pero para que lo sea humanamente,es decir: sin ignorancia.

    Slo as podremos partir de ese yo vertical, a un ideal de humanidadmejor, suma de individualidades con tendencia a un continuo pereccio-namiento.

    Sugerir que la humanidad es imperecta, que el individuo es un expe-rimento racasado, que la vida que nosotros comprendemos y tratamosde encauzar es, en s y en sus ormas presentes, algo irremediablementecondenado a la rustracin, nos hace experimentar la dolorosa sensacinde que se ha perdido todo contacto con la realidad. Lo mismo tenemoscuando se a a la abdicacin de las individualidades en poderes extremos

    una imposible realizacin social.Si hay algo que ilumine nuestros pensamientos, que haga perseverar en

    nuestra alma la alegra de vivir y de actuar, es nuestra e en los valores indivi-duales como base de redencin y, al mismo tiempo, nuestra conanza de queno est lejano el da en que sea una persuasin vital el principio losco deque la plena realizacin del yo, el cumplimento de sus nes ms sustanti-vos, se halla en el bien general.

    XIX

    Hayquedevlveralhmbrelaeensumisin

    Hoy, cuando la angustia de Heidegger ha sido llevada al extremo de undarteora sobre la nusea y se ha llegado a situar al hombre en actitud de deender-se de la cosa, puede hacerse de ello polmica simple, pero es conveniente repetirque no han sido teoras undadas en sugestiones sino en un parcial relajamientobiolgico. Del desastre brota el herosmo, pero brota tambin la desesperacin,cuando se han perdido dos cosas: la nalidad y la norma. Lo que produce la nu-sea es el desencanto, y lo que puede devolver al hombre la actitud combativa es lae en su misin, en lo individual, en lo amiliar y en lo colectivo.

    Ahora bien; va anexo al sentido de norma el sentido de cultura. Nuestranorma, la que tratamos de insinuar aqu, no es un cuadro de imposiciones

    jurdicas, sino una visin individual de la pereccin propia, de la propiavida ideal... En ese aspecto no cabe duda de que su ecacia depende enor-memente de nuestra comprensin del mundo circundante como de nuestraaceptacin de las obligaciones propias. El solo intento de trazar un cuadrocomparativo entre las posibilidades culturales de la Antigedad y las actualesresultara descabellado. El progreso, el incremento de relaciones, la compleji-dad de las costumbres, han ampliado el paisaje en trminos indescriptibles.

    Es lgico pensar, por consiguiente, que la dilatacin del panorama ha- ya redundado en limitacin proporcional de la conciencia de situacin.Cuando nuestro tiempo se plantea cuestiones de Moral o de tica acasolas ms sustantivas e inaplazables que debemos ormularnos hoy, no ig-nora que en la conusin de muchos valores desempea un activo papel elsigno vertiginoso del progreso. La evolucin humana se ha caracterizado,entre otras cosas, por lanzar al hombre uera de s sin proveerle previamen-

    te de una conciencia plena de s mismo. A ese estar uera de s puede aten-der mediante leyes la comunidad organizada polticamente, y tendremosentonces un aspecto de la norma tica. Pero para su reino interior, para elgobierno de su personalidad, no existe otra norma que aquella que se pue-de alcanzar por el conocimiento, por la educacin, que arma en nosotrosuna actitud conorme a moral.

    De que esta norma llegue a constituir un sistema ordenado de lmites e in-ducciones depende absolutamente el porvenir de la sociedad. Ni siquiera noses posible comprender ese porvenir como suma de libertad y de seguridad si

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    no podemos pregurar en l la existencia de normas. Y no somos de los quepensamos que es preerible resolver quirrgicamente el problema encomen-dando la libertad irresponsable al imperio vigilante de la ley. Las colectividadesque hoy deseen presentir el uturo, en las que la autodeterminacin y la plenaconciencia de ser y de existir integren una vocacin de progreso, precisan, co-mo requisito sustancial, el hallazgo de ese camino, de esa teora, que iluminenante las pupilas humanas los parajes oscuros de su geograa.

    XX

    LaCmunidadorganizada,sentiddelanrma

    As como en el examen que nos est permitido aparece la voluntad trans-gurada en su posibilidad de libertad, aparece el nosotros en su ordenacinsuprema, la comunidad organizada. El pensamiento puesto al servicio de laVerdad, esparce una radiante luz, de la que, como en un manantial, beben lasdisciplinas de carcter prctico. Pero por otra parte nos es imposible com-prender los motivos undamentales de la evolucin losca prescindiendode su circunstancia.

    Desde Platn a Hegel la civilizacin ha consumado su azarosa marcha portodos los caminos. Las circunstancias han variado sin tregua y, en ciertos di-latados plazos se dira que volvan y vuelven a producirse con desconcertantesemejanza. La sustitucin de las viejas ormas de vida por otras nuevas son ac-tores sustanciales de las mutaciones, pero debemos preguntarnos si, en el on-do, la tendencia, el objetivo ltimo, no seguirn siendo los mismos, al menosen aquello que constituye nuestro objeto necesario: el Hombre y su Verdad.

    Cuando advertimos en Platn el Estado ideal, un Estado abstracto, com-prendemos que su mundo, en relacin con el nuestro y en su apariencia

    poltica, era innitamente apto para una abstraccin semejante.Las ideas puras y los absolutos podan jarse en el panorama, aprehender

    y congurar ste, cuando menos en su ecacia intelectual. Poda crearse unmundo en que valores ideales y representaciones prcticas eran susceptiblesde producirse con cierta amiliaridad. Platn armaba: el Bien es orden, ar-mona, proporcin; de aqu que la virtud suprema sea la justicia. En tal vir-tud advertimos la primera norma de la Antigedad convertida en disciplinapoltica. Scrates haba tratado de denir al hombre, en quien Aristtelessubrayara una terminante vocacin poltica, es decir, segn el lenguaje de

    entonces, un sentido de orden en la vida comn. La idea platoniana de queel hombre y la colectividad a que pertenece se hallan en una integracinrecproca irresistible se nos antoja undamental. La ciudad griega, llevada ensus esencias al imperio por Roma, contena en enmeno de larvacin todoslos caminos evolutivos.

    Cuando los hechos se producan en ases simples y en estadios relativa-mente reducidos, era actible representarse la sociedad poltica como uncuerpo humano regido por las leyes inalterables de la armona: corazn, apa-rato digestivo, msculo, voluntad, cerebro, son en el smil de Platn, rganoselizmente trasladados por sus unciones y sus nes a la biologa colectiva:un Estado de justicia, en donde cada clase ejercite sus unciones en servicio deltodo, se aplique a su virtud especial, sea educada de conormidad con su destino

    y sirva a la armona del todo. El Todo, con una proposicin central de justi-cia, con una ley de armona, la del cuerpo humano, predominando sobre lassingularidades, aparece en el horizonte poltico helnico, que es tambin elprimer horizonte poltico de nuestra civilizacin.

    Todava en el crepsculo de la mitologa pagana, no aparecen claros losnes ltimos del hombre. Se le concibe adscripto a la ciudad, y ms inte-resante quiz que su persona, es la virtud abstracta que es susceptible derepresentar. No existe, por cierto, un ideal de humanidad, an para la claravisin de los lsoos.

    El Ceso y el Eurotas no son lmites geogrcos o militares, sino tambinintelectuales. Al otro lado del Ponto existe la barbarie y las sombras que Ale-

    jandro rasgar aos despus. El sol es un globo de uego un poco mayor queel Peloponeso.

    La certera inteligencia de Aristteles, que proporcionar el mtodo cuan-do los espacios nos hayan revelado gran par te de sus misterios, se desenvuel-ve tambin en esa concepcin de la jerarqua humana. Hay hombres libres y

    esclavos y no parece que todos se rijan por leyes idnticas. Hay mundos enluz y mundos en sombras.

    Nada de particular tiene que en tal situacin, la ciudad, objetivada y ar-mnica, predomine con carcter irreductible sobre las desigualdades huma-nas, que son desigualdades sin vocacin reivindicativa. Ello nos permitirobservar que cuando al hombre se le priva de su rango supremo, o desconocesus altos nes, el sacricio se realiza siempre en benecio de entidades su-periores petricadas. El hombre es un ser ordenado para la convivencia socialleemos en Aristteles; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la

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    vida individual humana, sino en el organismo superindividual del Estado; latica culmina en la Poltica.

    Los pensamientos citados denen con carcter suciente la sonoma delmundo helnico, y es preciso tener en cuenta que eran lsoos y lsoosidealistas los que la haban trazado. Scrates intuy la inmortalidad, pero so-bre ella no pudo undar un sistema. Platn y Aristteles deban encargarse desituar a ese hombre, que divisaba con angustiada preocupacin el problemaltimo, ante la vida en comn.

    Naca el Estado, aunque la comunidad cuya vida trataba de organizaradoleca de una insuciente revelacin de la trascendencia de los valores in-dividuales. La idea griega necesitaba para ser completada una nueva contem-placin de la unidad humana desde un punto de vista ms elevado. Estabareservada al Cristianismo esa aportacin. El Estado griego alcanz en Romasu cspide. La ciudad, hecha imperio, convertida en mundo, transguradaen orma de civilizacin, pudo cumplir histricamente todas las premisasloscas. Se basaba en el principio de clases, en el servicio de un todo y,lgicamente, en la indierencia o el desconocimiento helnicos de las razonesltimas del individuo.

    Una uerza que clavase en la plaza pblica como una lanza de bronce lasmximas de que no existe la desigualdad innata entre los seres humanos, que laesclavitud es una institucin oprobiosa y que emancipase a la mujer; una uer-za capaz de atribuir al hombre la posesin de un alma sujeta al cumplimientode nes especcos superiores a la vida material, estaba llamada a revolucionarla existencia de la humanidad. El Cristianismo, que constituy la primera granrevolucin, la primera liberacin humana, podra recticar elizmente las con-cepciones griegas. Pero esa recticacin se pareca mejor a una aportacin.

    Enriqueci la personalidad del hombre e hizo de la libertad, terica y limita-da hasta entonces, una posibilidad universal. En evolucin ordenada, el pensa-

    miento cristiano, que pereccion la visin genial de los griegos, podra ms tar-de apoyar sus empresas loscas en el mtodo de stos, y aceptar como propiasmuchas de sus disciplinas. Lo que le alt a Grecia para la denicin perecta dela comunidad y del Estado ue precisamente lo aportado por el Cristianismo: suhombre vertical, eterno, imagen de Dios. De l se pasa ya a la amilia, al hogar;su unidad se convierte en plasma que a travs de los municipios integrar losestados, y sobre la que descansarn las modernas colectividades.

    Roma no era la Grecia cerrada, atenta slo al enmeno exterior de la bar-barie persa. Ha integrado en su existencia la de otros pueblos de costumbres,

    pensamiento y creencias distintas. Las necesidades de su comunidad ueronmuy superiores tambin. Le ue sumamente dicil proporcionarse una ideaabstracta sobre la concepcin del Estado, porque ste se haba tornado pro-porcionalmente complejo. Su historia es un continuo proceso de crecimiento

    y asimilacin que, cuando alcanza la cspide, se interrumpe por la violencia.Lega al mundo sus instituciones, su gloria, su civilizacin. Antes del ocaso,aade a esta herencia colosal la conrmacin de la dignidad humana.

    La libertad, expropiable por la uerza antes de saberse el hombre posee-dor de un alma libre e inmortal, no ser nunca ms susceptible de completaextincin. Los tiranos podrn reducirla o apagar la momentneamente, peronunca ms se podr prescindir de ella: ser en el hombre una concienciade la relacin prounda de su espritu con lo sobrehumano. Lo que ue privi-legio de la Repblica servida por los esclavos, ser ms adelante un carcterpara la humanidad, poseedora de una eliz revelacin.

    Al sobrevenir la crisis, la civilizacin conoci siglos amargos. El derrum-bamiento del imperio, sin parangn en la historia, devuelve el mundo a laoscuridad. Pero sta habra sido espantosa si el crepsculo romano no hu-biese prendido en la noche siguiente la llama inextinguible de aquella revela-cin. Lo que permitir que el hilo de oro del pensamiento contine a travsdel abismo de hogueras y sangre, es el milagro magnco de que el puente delas ideas religiosas no sucumbiese al chocar el hierro de los brbaros con elagrietado mrmol de Roma.

    Las nuevas monarquas aparecidas al galope posean ciertamente unanotable capacidad de asimilacin, pero su proyeccin cultural era suma-mente reducida y el imperio de la uerza en que deban apoyarse hizo to-dava ms limitada esa posibilidad. Europa se convirti en una necesidadarmada: as como las zonas habitadas se polarizaban en torno a los puntosestratgicos y a los osos de los castillos, la humanidad se distribuy en

    torno a jees militares, caudillos y seores. Poco o nada subsistir de cuantohaba impreso su sonoma a la existencia general. El principio de autori-dad cae en manos de la uerza, en razn de ese estado de necesidad aludido.Los mismos reyes ven menguar sus atribuciones y privilegios a medidaque se ven obligados a recurrir al poder de sus ricos seores y a solicitar sualianza para sus empresas militares.

    El saber se reugia junto a los altares. En las abadas y en los conventos seconserva inextinguible la llama que ms tarde volver a iluminar al mundo.Y lo que preserva de la gigantesca crisis el acervo de los valores espirituales

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    humanos, es, con precisin, un sentido mstico: la direccin vertical, hacialas alturas, que unos hombres de e haban atribuido a todas las cosas, empe-zando por la naturaleza humana.

    La Edad Media es de Dios, se ha dicho, y en este hecho, en este paciente ylaborioso mantenerse al margen de sus tinieblas, debemos ver la lenta y di-cil gestacin del Renacimiento. Fue una Edad caracterizada por la violenciadesmedida. No nos es posible hallar en ella las ormas del Estado ni con-templar al hombre. Gracias slo al hecho de acentuar sus desgracias, y aunsu brutalidad a veces, sobre nes e ideales remotos, pudo resultar actible laevolucin resolutiva. En el individuo, no es cil dierenciar la conciencia desu proporcin en el ideal religioso de cuanto ue simplemente ignorancia osupersticin.

    La Edad Media produjo santos y demonios, pero en su desolacin, en supobreza, con el horizonte teido siempre por los resplandores de los incen-dios, no le quedaba al hombre otro escape que poner sus ojos y su esperanzaen mundos superiores y lejanos. La e se vio ortalecida por la desgracia.

    El Renacimiento hall diseminados los restos de una cultura y trat de re-construir con ellos un nuevo clasicismo. Sobre las ruinas de los castillos eudalesedicaron su trono las nuevas monarquas. A la idea de aventura sucedi la em-presa. Cuando los primeros concejos acuden al servicio del rey con pendn alrente, y se distinguen en las batallas, se consuma en la prctica el nal de un lar-go perodo histrico. El Estado tardar todava en sobrevenir, pero en torno a losmonarcas, depositarios de un mandato ideal, representantes de lo que siglos des-pus ser el concepto de nacionalidad, empieza a gestarse la vida de los pueblosmodernos. Los nobles ingleses arrancarn a un Juan Sin Tierra la Carta Magna;los castellanos harn jurar al trono en Santa Gadea, y los aragoneses arrancarn asu rey los Usajes, demostrativos de que la constitucin del Estado est en trancede ensayarse. Habr Cmaras, rudimentarias al principio, y los estamentos harn

    or en los concejos la voz de los gremios y de los municipios.Esta evolucin se produce bajo un signo idealista, cualquiera sea su rea-

    lizacin prctica o su signo poltico, y en la elevada temperatura de la Fepopular. El hombre tena e en s, en sus destinos, y una e inmarcesibleen su subordinacin a lo Providencial. Tal e justica en parte las titnicasandanzas de la poca. Era necesaria para lanzarse a las sombras atlnticas ysacar las Amricas a la luz del sol romano, para detener la invasin trtaraen las puertas de Europa y para levantar un mundo nuevo de la desolacin.Lo conquistado y descubierto en esa Edad constituye un himno sonoro a la

    vocacin por el ideal. Pero es importante no perder de vista que, prescin-diendo del rigor prctico de la organizacin poltica, el clima intelectualde la poca conserv el acento sobre los valores supremos del individuo.Cuando la escuela tomista nos dice que el n del Estado es la educacin delhombre para una vida virtuosa, presentimos la enorme importancia quetuvo ese puente tendido sobre las sombras de la Edad Media. Ese hombre acuyo servicio, el de su pereccionamiento, estaba dedicado el Estado, no erapor cierto el germen de un individualismo anrquico. Para que degenerasehaba que trasladar el acento de sus valores espirituales a los materiales. Elhombre era slo algo que deba pereccionarse, para Dios y para la comu-nidad. La virtud a que Santo Toms se reera no ser enteramente indie-rente a la virtud griega, el patrn de valores ideales para la realizacin dela vida propia.

    Frente al humanismo, la inteligencia humana intenta divisar nuevos ca-minos y orientaciones. Maquiavelo cubrir la vida con el imperativo poltico,

    y sacricar al poder real o a las necesidades del mundo cualquier otra ley,principio o valor.

    Grocio llamar al Estado a erigirse en administrador supremo de la elici-dad del hombre y abrir nuevos cauces al principio de autoridad.

    Los pueblos han vivido dcadas y siglos intensos, han proyectado susuerzas hacia espacios desconocidos, se han desdoblado, diundido en mun-dos nuevos, en empresas antsticas y costosas. Para que esto uese posiblese precisaba un poder enorme de los recursos espirituales. El apogeo de losabsolutos iba a despertar, como consecuencia necesaria, el desprecio a los ab-solutos. La intensa espiritualidad de la obra gestaba, por reaccin, el desen-canto y el materialismo que iban a producirse despus. En la evolucin, porprimera vez acaso, se derivara de un extremo a otro, de un polo al opuesto, yel objetivo a suprimir era, inevitablemente, la temperatura ideal.

    Hobbes predica el absolutismo del Estado en la corriente armada de lapoca, pero predica ya a un hombre desalentado. La unidad social no pare-ce imaginada por l como el indestructible depsito de valores, sino comovctima. Fue el primero en denir al Estado como un contrato entre los indi-viduos, pero importa observar que esos individuos eran lobos entre s, eranseres desprovistos de virtud y, seguramente, de esperanzas supremas; la largacabalgada les haba rendido.

    En la crisis de las monarquas absolutas, vierte su mordacidad el geniode Voltaire. Ciertamente no necesitaba ya la sociedad su corrosivo para rag-

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    mentarse bajo el trono. Montesquieu advirti a la monarqua que sera he-redada en la Repblica y Rousseau coron el prtico de la naciente poca.Se caracteriz por el cambio radical del acento. Acentu sobre lo material, yesto se produjo indistintamente, lo mismo si el sujeto del pensamiento erael individuo, en cuyo caso se insinuaba la democracia liberal, que si lo era lacomunidad, en cuyo caso se avistaba el marxismo.

    Es muy posible que las edades Media y Moderna hayan veriicado sueleccin con un exclusivismo parcial en beneicio del espritu, pero esinnegable que el siglo XVIII y el XIX lo hic ieron, con mayor parcialidad,en avor de la materia. El estado de la cultura en esos siglos pudo preverlas consecuencias, pero debemos estimar necesario en toda evolucin lomismo lo que nos parece dudoso que lo acertado. Rousseau cree en elindividuo, hace de l una capacidad de virtud, lo integra en una comuni-dad y suma su poder en el poder de todos para organizar, por la voluntadgeneral, la existencia de las naciones. Para Kant, lo vital en lo poltico erael principio de libertad como hombre, el de dependencia como sbditos

    y el de igualdad como ciudadanos. Rousseau llamar pueblo al conjuntode hombres que mediante la conciencia de su condicin de ciudadanos ymediante las obligaciones derivadas de esta conciencia, y provistos de lasvirtudes del verdadero ciudadano, acepten congregarse en una comunidad

    para cumplir sus ines.La Revolucin Francesa ue un estruendoso prlogo al libro, entonces

    en blanco, de la evolucin contempornea. Hallamos en Rousseau una evo-cacin constructiva de la comunidad y la identicacin del individuo en suseno, como base de la nueva estructuracin democrtica. Esta concepcinservir de punto de partida para la interpretacin prctica de los ideales enlas nuevas democracias. Pero resulta hasta cierto punto conveniente exa-minar si en la concepcin originaria no se produjo, por la dinmica misma

    de la reaccin, la supresin innecesaria de toda una escala de valores. Pode-mos preguntarnos, por ejemplo, si ue decididamente imprescindible paraderivar el poder absoluto a la voluntad del ciudadano, cegar antes en stetoda posibilidad espiritual. En segundo lugar es preciso tener en cuenta ellargo parntesis que el Imperio abri entre el prlogo y la continuacin dellibro de la evolucin poltica.

    XXI

    LaterribleanulacindelhmbreprelEstadyelprblemadelpensamientdemcrticdelutur

    En ese parntesis, el ideal que el pensamiento haba abandonado a la in-temperie, es rescatado del arroyo por uerzas opuestas, que combatirn conextremada violencia en el uturo. No tratarn de jar sus absolutos en la

    jerarqua del hombre, en sus valores ni en sus posibilidades de virtud; losjarn en el Estado, o en organizaciones de un caracterstico materialismo.

    Todava Fichte crea un amplio espacio donde el individuo, subordinadoal todo social, puede realizarse. Hegel convertir en Dios al Estado. La vidaideal y el mundo espiritual que hall abandonados los recogi para sacri-carlos a la Providencia estatal, convertida en serie de absolutos. De esta con-cepcin losca derivar la traslacin posterior: el materialismo conduciral marxismo, y el idealismo, que ya no acenta sobre el hombre, ser en lossucesores y en los intrpretes de Hegel, la deicacin del Estado ideal con suconsecuencia necesaria, la insecticacin del individuo.

    El individuo est sometido en stos a un destino histrico a travs del Es-tado, al que pertenece. Los marxistas lo convertirn a su vez en una pieza, sinpaisajes ni techo celeste, de una comunidad tiranizada donde todo ha des-aparecido bajo la mampostera. Lo que en ambas ormas se hace patente es laanulacin del hombre como tal, su desaparicin progresiva rente al aparatoexterno del progreso, el Estado ustico o la comunidad mecanizada.

    El individuo hegeliano, que cree poseer nes propios, vive en estado deilusin, pues slo sirve a los nes del Estado. En los seguidores de Marx esosnes son ms oscuros todava, pues slo se vive para una esencia privilegiadade la comunidad y no en ella ni con ella. El individuo marxista es, por nece-

    sidad, una abdicacin.En medio se alza la delidad a los principios democrticos liberales que

    llena el siglo pasado y parte del presente. Pero con deectos sustanciales, por-que no ha sido posible hermanar puntos de vista distintos, que condujerona dos guerras mundiales y que an hoy someten la conciencia civilizada adursimas presiones. El problema del pensamiento democrtico uturo esten resolvernos a dar cabida en su paisaje a la comunidad, sin distraer la aten-cin de los valores supremos del individuo; acentuando sobre sus esenciasespirituales, pero con las esperanzas puestas en el bien comn.

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    En lo poltico parte muy importante de tal crisis de las ideas demo-crticas se debe al tiempo de su aparicin. La democracia como hechotrascendental estaba llamada a suceder ipso acto a los absolutismos. Sinembargo, suri un largo comps de espera impuesto por la persisten-cia de monarquas templadas y repblicas estacionarias que, para sub-sistir, creyeron necesario aplicar en leves dosis principios propios de lademocracia pura, preerentemente aquellos que podan ser adaptados sinpeligro. Tal operacin dulciic la evolucin, pero sustrajo partes muyimportantes de personalidad al nuevo orden de ideas, que a su adve-nimiento pleno hall, rente a colosales enemigos, muy disminuida sunovedad. Sucedi as que los pueblos que pudieron establecerla en sumomento han alcanzado con ella los caminos de pereccin necesarios,

    y los que no lo consiguieron, han optado por el empleo de sustitutivos,los extremismos, con tal de hacer eectivo por cualquier va, el carctertrascendental.

    Y sin embargo lo trascendental del pensamiento democrtico, tal comonosotros lo entendemos, est todava en pie, como una enorme posibilidaden orden al pereccionamiento de la vida.

    En varias ocasiones ha sido comparado el hombre al centauro, mediohombre, medio bruto, vctima de deseos opuestos y enemigos; mirando alcielo y galopando a la vez entre nubes de polvo.

    La evolucin del pensamiento humano recuerda tambin la imagen delcentauro: sometido a altsimas tensiones ideales en largos perodos de suhistoria, condenado a proundas oscuridades en otros, esclavo de sordosapetitos materiales a menudo. La crisis de nuestro tiempo es materialista.Hay demasiados deseos insatisechos, porque la primera luz de la culturamoderna se ha esparcido sobre los derechos y no sobre las obligaciones; hadescubierto lo que es bueno poseer mejor que el buen uso que se ha de dar a

    lo posedo o a las propias acultades.El enmeno era necesario, de una necesidad histrica, porque el mun-

    do deba salir de una etapa egosta y pensar ms en las necesidades y lasesperanzas de la comunidad. Lo que importa hoy es persistir, en ese princi-pio de justicia, pero recuperar el sentido de la vida para devolver al hombresu absoluto.

    Ni la justicia social ni la libertad, motores de nuestro tiempo, soncomprensibles en una comunidad montada sobre seres insectiicados,a menos que a modo de dolorosa solucin el ideal se concentre en el

    mecanismo omnipotente del Estado. Nuestra comunidad, a la que debe-mos aspirar, es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa

    y eecto, en que exista una alegra de ser, undada en la persuasin de ladignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmentealgo que orecer al bien general, algo que integrar y no slo su presenciamuda y temerosa.

    En cierto modo, siguiendo el smil, equivale a liberar al centauro resta-bleciendo el equilibrio entre sus dos tendencias naturales. Si hubo pocasde exclusiva acentuacin ideal y otras de acentuacin material, la nuestradebe realizar sus ambiciosos nes nobles por la armona. No podremosrestablecer una Edad-centauro slo sobre el msculo bestial ni sobre susolo cerebro, sino una edad-suma-de-valores , por la armona de aquellasuerzas simplemente sicas y aquellas que obran el milagro de que los cie-los nos resulten amiliares.

    Los monjes de la Edad Media borraron el contenido de los libros paga-nos para cubrirlos con los salmos. La Edad Contempornea trat de borr arlos salmos, pero no aadi nada ms que la promesa de una vaga libertada la sed de verdades del hombre. En 1500 la humanidad concentr susdispersas energas para empresas gigantescas y nos dio nuevos mundos yormas de civilizacin. En 1800 reprodujo el intento y cre ebrilmente,generosamente, una poca. No ser el nuestro, acaso, el momento de ha-cer acopio de las energas humanas para conormar el perodo supremode la evolucin? Cuando pensamos en el hombre, en elyo y en el nosotros,aparece claro ante nuestra vista que nuestra eleccin debe ser objeto deproundas meditaciones.

    La sociedad tendr que ser una armona en la que no se produzca diso-nancia ninguna, ni predominio de la materia ni estado de antasa. En esaarmona que preside la norma puede hablarse de un colectivismo logrado

    por la superacin, por la cultura, por el equilibrio. En tal rgimen no es lalibertad una palabra vaca, porque viene determinada su incondicin por lasuma de libertades y por el estado tico y la moral.

    La justicia no es un trmino insinuador de violencia, sino una per-suasin general; y existe entonces un rgimen de alegra, porque don-de lo democrtico puede robustecerse en la comprensin universal dela libertad y el bien general, es donde, con precisin, puede el individuorealizarse a s mismo, hallar de un modo pleno su euoria espiritual y la

    justiicacin de su existencia.

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    Sentiddeprprcin.Anheldearmna.Necesidaddeequilibri

    Para el mundo existe todava, y existir mientras al hombre le sea dadoelegir, la posibilidad de alcanzar lo que la losoa hind llama la mansin dela paz. En ella posee el hombre, rente a su Creador, la escala de magnitudes,es decir, su proporcin. Desde esa mansin es actible realizar el mundo de lacultura, el camino de pereccin.

    De Rabindranath Tagore son estas rases: El mundo moderno empujaincesantemente a sus vctimas, pero sin conducirlas a ninguna parte. Que lamedida de la grandeza de la humanidad est en sus recursos materiales es uninsulto al hombre.

    No nos est permitido dudar de la trascendencia de los momentos queaguardan a la humanidad. El pensamiento noble, espoleado por su vocacinde verdad, trata de ajustar un nuevo paisaje. Las incgnitas histricas sonciertamente considerables, pero no retrasarn un solo da la marcha de lospueblos por grande que su incertidumbre nos parezca.

    Importa, por tanto, conciliar nuestro sentido de la pereccin con la na-turaleza de los hechos, restablecer la armona entre el progreso material ylos valores espirituales y proporcionar nuevamente al hombre una visincertera de su realidad. Nosotros somos colectivistas, pero la base de ese co-lectivismo es de signo individualista, y su raz es una suprema e en el tesoroque el hombre, por el hecho de existir, representa.

    En esta ase de la evolucin lo colectivo, el nosotros, est cegando en susuentes al individualismo egosta. Es justo que tratemos de resolver si ha de acen-tuarse la vida de la comunidad sobre la materia solamente o si ser prudente que

    impere la libertad del individuo solo, ciega para los intereses y las necesidadescomunes, provista de una irrerenable ambicin, material tambin.

    No creemos que ninguna de esas ormas posea condiciones de redencin.Estn ausentes de ellas el milagro del amor, el estmulo de la esperanza y lapereccin de la justicia.

    Son atentatorios por igual el desmedido derecho de uno o la pasiva imperso-nalidad de todos a la razonable y elevada idea del hombre y de la humanidad.

    En los cataclismos la pupila del hombre ha vuelto a ver a Dios y, de refejo,ha vuelto a divisarse a s mismo. Si debemos predicar y realizar un evangelio

    de justicia y de progreso, es preciso que undemos su vericacin en la su-peracin individual como premisa de la superacin colectiva. Los rencores

    y los odios que hoy soplan en el mundo, desatados entre los pueblos, y entrelos hermanos, son el resultado lgico, no de un itinerario csmico de carc-ter atal, sino de una larga prdica contra el amor. Ese amor que procede delconocimiento de s mismo e, inmediatamente, de la comprensin y la acep-tacin de los motivos ajenos.

    Lo que nuestra losoa intenta restablecer al emplear el trmino armonaes, cabalmente, el sentido de plenitud de la existencia. Al principio hegelianode realizacin delyo en el nosotros, apuntamos la necesidad de que ese no-sotros se realice y pereccione por elyo.

    Nuestra comunidad tender a ser de hombres y no de bestias. Nuestradisciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, co-existencia de las libertades que procede de una tica para la que el bien ge-neral se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debemendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexora-bilidad. La nusea est desterrada de este mundo, que podr parecer ideal,pero que es en nosotros un convencimiento de cosa realizable. Esta comuni-dad que persigue nes espirituales y materiales, que tiende a superarse, queanhela mejorar y ser ms justa, ms buena y ms eliz, en la que el individuopuede realizarse y realizarla simultneamente, dar al hombre uturo la bien-venida desde su alta torre con la noble conviccin de Spinoza: Sentimos,experimentamos, que somos eternos.

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    ndice

    Presentacin ....................................................................................................

    Conerencia magistral del Excmo. Seor Presidente de la Nacin,general Juan D. Pern, al cierre del Primer Congreso Nacionalde Filosoa. Mendoza, 9 de abril de 1949 ..................................................... 5

    La Comunidad Organizada ............................................................................ 7

    I - El hombre y la sociedad se enrentan con la ms prounda

    crisis de valores que registra su evolucin ........................................ 7

    II - El hombre puede desaar cualquier mudanza si se hallaarmado de una slida verdad ............................................................8

    III - Si la crisis medioeval condujo al Renacimiento, la de hoy,con el hombre ms libre y la conciencia ms capaz, puedellevar a un renacer ms esplendoroso ...............................................9

    IV - La preocupacin teolgica ............................................................... 10

    V - La ormacin del espritu americano y las bases de laevolucin ideolgica universal ........................................................ 12

    VI - El reconocimiento de las esencias de la persona humanacomo base de la dignicacin y del bienestar del hombre ............. 1

    VII - La realizacin perecta de la vida.....................................................14

    VIII - Los valores normales han de compensar las euorias de lasluchas y las conquistas y oponer un muro inranqueableal desorden ........................................................................................ 15

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    IX - El amor entre los hombres habra conseguido mejores rutosen menos tiempo del que ha costado a la humanidad la siembradel rencor .......................................................................................... 16

    X - El grado tico alcanzado por un pueblo imprime rumboal progreso, crea el orden y asegura el uso eliz de la libertad ........ 17

    XI - El sentido ltimo de la tica consiste en la correccindel egosmo ....................................................................................... 18

    XII - La humanidad y el yo. Las inquietudes de la masa ......................... 19

    XIII - Superacin de la lucha de clases por la co