johann wolfgang goethe - werther

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WERTHER Johann Wolfgang Goethe Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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WERTHER

Johann Wolfgang Goethe

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He recogido con afán todo lo que he podidoencontrar referente a la historia del desdichadoWerther, y aquí os lo ofrezco, seguro de que melo agradeceréis. Es imposible que no tengáisadmiración y amor para su genio y carácter,lágrimas para su triste fin.Y tú, pobre alma que sufres el mismo tormento¡ojalá saques consuelo de sus amarguras, y lle-gue este librito a ser tu amigo si, por caprichode la suerte o por tu propia culpa, no encon-traste otro mejor!

LIBRO I4 DE MAYO DE 1771¡CUÁNTO me alegro de mi viaje! ¡Ay, amigomío, lo es el corazón del hombre! ¡Alejarme deti, a quien tanto quiero; dejarte, siendo insepa-rable, y sentirme dichoso! Sé que me lo perdo-nas. ¿No parece que el destino me había puestoen contacto con los demás amigos, con el exclu-sivo fin de atormentarme? ¡Pobre Leonor! Y, sin

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embargo, no es culpa mía, ¿Podía yo evitar quese desarrollase una pasión en su desdichadoespíritu, mientras me embelesaba con las gra-cias hechiceras de su hermana? Así y todo, ¿notengo nada que echarme en cara? ¿No he nutri-do esa pasión? Más aún: ¿no me he divertidofrecuentemente con la sencillez e inocencia desu lenguaje, que muchas veces nos hacía reír,aunque nada tenía de risible? ¿No he?.. ¡Oh!¡Qué es el hombre, y por qué se atreve a quejar-se? Quiero corregirme, amigo mío; quiero co-rregirme, y te doy palabra de hacerlo; quiero novolver a preocuparme con los dolores pasajerosque la suerte nos ofrece sin cesar; quiero vivirde lo presente, y que lo pasado sea para mí pa-sado por completo. Confieso que tienes razóncuando dices que aquí abajo habría menosamarguras si los hombres (Dios sabrá por quélos ha hecho como son) no se dedicasen contanto ahínco a recordar dolores antiguos, envez de soportar con entereza los presentes.

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"Di a mi madre que no dejaré de la mano suasunto, y que le daré noticias de él lo más pron-to que pueda. He visto a mi tía: lejos de encon-trar en ella a la perversa mujer que ahí mehablaron, te aseguro que tiene excesiva vivezay excelente corazón. Me he hecho eco de lasquejas de mi madre por la parte de herenciaque le retiene, me ha explicado su conducta ylos motivos que la justifican; también me hadicho bajo qué condiciones está dispuesta aentregarnos aún más de lo que pedimos. Bastade esto por hoy, di a mi madre que todo searreglará. He visto una vez más, amigo mío, eneste negocio insignificante que las equivocacio-nes de la negligencia causan en el mundo másdaño que la astucia y la maldad; bien es ciertoque éstas abundan menos."Por lo demás, aquí me encuentro perfectamen-te. La soledad de este paraíso terrenal es unprecioso bálsamo para mi alma, y esta estaciónjuvenil consuela por completo mi corazón, quecon frecuencia se estremece de pena. Cada

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árbol, cada planta es un ramillete de flores, ysiente uno deseos de convertirse en abeja, pararevolotear en esta atmósfera embalsamada,sacando de ella el necesario alimento."La ciudad propiamente dicha es desagradable;pero en sus cercanías brilla la naturaleza contodo su esplendor. Por eso el difunto conde deM... hizo plantar su jardín en una de estas coli-nas, que se cruzan en variado y encantadorpanorama, formando los valles más deliciosos.El jardín es sencillo, y se observa desde la en-trada que el plan, más que engendro de sabiojardinero, es combinación de un alma sensible,deseosa de gozar de sí misma. Muchas lágrimashe consagrado ya a la memoria del conde en lasruinas de un pabelloncito, que era su retiropredilecto y que también es el mío. En breveseré yo el dueño del jardín: en sólo dos días mehe sabido granjear la buena voluntad del jardi-nero y te aseguro que no llegará a arrepentirsede ello."

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10 DE MAYO"Reina en mi espíritu una alegría admirable,muy parecida a las dulces alboradas de la pri-mavera, de que gozo aquí con delicia. Estoysolo, y me felicito de vivir en este país, el más apropósito para almas como la mía, soy tan di-choso, mi querido amigo, me sojuzga de talmodo la idea de reposar, que no me ocupo demi arte. Ahora no sabría dibujar, ni siquierahacer una línea con el lápiz; y, sin embargo,jamás he sido mejor pintor Cuando el valle sevela en torno mío con un encaje de vapores;cuando el sol de mediodía centellea sobre laimpenetrable sombra de mi bosque sin conse-guir otra cosa que filtrar entre las hojas algunosrayos que penetran hasta el fondo del santua-rio, cuando recostado sobre la crecida hierba,cerca de la cascada, mi vista, más próxima a latierra, descubre multitud de menudas y diver-sas plantas; cuando siento más cerca de mi co-razón los rumores de vida de ese pequeñomundo que palpita en los tallos de las hojas, y

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veo las formas innumerables e infinitas de losgusanillos y de los insectos; cuando siento, enfin, la presencia del Todopoderoso, que nos hacreado a su imagen, y el soplo del amor sinlimites que nos sostiene y nos mece en el senode una eterna alegría; amigo mío, si los prime-ros fulgores del alba me acarician, y el cielo y elmundo que me rodean se reflejan en mi espíritucomo la imagen de una mujer adorada, enton-ces suspiro y exclamo: "¡Si yo pudiera expresartodo lo que siento! ¡Si todo lo que dentro de míse agita con tanto calor, con tanta exuberanciade vida, pudiera yo extenderlo sobre el papel,convirtiendo éste en espejo de mi alma, comomi alma es espejo de Dios!" Amigo... Pero meabismo y me anonada la sublimidad de tanmagníficas imágenes,".

12 DE MAYO"No sé si vagan por este país algunos geniosburlones, o si sólo existe dentro de mí la víviday celestial visión que da apariencias de paraíso

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a todo lo que me rodea. Cerca de la ciudad hayuna fuente, donde estoy encantado, como Me-lusina con sus hermanas. Siguiendo la rampade una pequeña colina se llega a la entrada deuna gruta; bajando después unos veinte escalo-nes se ve brotar entre las rocas un agua cristali-na. El pequeño muro que sirve de cinturón a lagruta, los corpulentos árboles que le dan som-bra, la frescura del lugar, todo atrae y todo cau-sa una sensación indefinible."Ningún día paso menos de una hora en estesitio, al que las muchachas de la ciudad acudenpor agua: ejercicio inocente y necesario que enotro tiempo desempeñaban las mismas hijas delos reyes. Sentado aquí, pienso con frecuenciaen las costumbres particulares, veo a los hom-bres de antaño hacer sus conocimientos y bus-car sus mujeres en la fuente; sueño con los ge-nios benéficos, moradores de los arroyos y ma-nantiales. El que no sienta lo que yo siento nosabe lo que en un día de verano es la saludable

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frescura de un riachuelo después de una jorna-da penosa."

13 DE MAYO"¿Me preguntas si debes enviarme mis logros?¡Por Dios, hombre, no me abrumes con ese au-mento de equipaje! No quiero que me guíen,que me exciten, que me espoleen: aquí me bastami corazón. Sólo echaba de menos un canto queme arrullase, y he encontrado en mi Homeromás de lo que buscaba. ¡Cuántas veces templocon sus versos el hervor de mi sangre! Porquetú no conoces nada más desigual, ni más varia-ble que mi corazón. Amigo mío: ¿necesitarédecírtelo, a ti que has sufrido más de una vezviéndome pasar de la tristeza a la alegría másalborotadora, y de una dulce melancolía a lapasión más violenta? Trato a este pobre co-razón como a un niño enfermo, le concedocuanto me pide. No se lo cuentes a nadie, queno faltaría quien dijese que con ello cometo uncrimen."

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15 DE MAYO"Ya me conoce y me quiere la gente humilde deestos lugares: sobre todo los niños. Cuando alprincipio me acercaba a ella, le dirigía amisto-samente tal o cual pregunta, había quien, rece-lando que quería divertirme a su costa, mevolvía la espalda sin pizca de urbanidad. Nome desanimaba esto, pero me hacía pensar coninsistencia en una cosa que antes de ahora heobservado, y es que los que ocupan cierta posi-ción social se mantienen siempre impasibles acierta distancia de las clases inferiores del pue-blo, como si temieran mancharse con su contac-to, habiendo también calaveras y bufones quefingen acercarse a esta pobre gente, cuando suverdadero objeto es hacerle sentir con másfuerza el peso de la voluntad."Bien sé que no somos iguales ni podemos ser-lo; pero, en mi opinión, el que cree preciso viviralejado de lo que se llama pueblo para que éstele respete, es tan despreciable como el mandria

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que se oculta de sus enemigos por temor deque le venzan."Hace poco estuve en la fuente y encontré enella a una criadita, que, habiendo colocado sucántaro al pie de la escalinata, buscaba con lavista a alguna de sus compañeras para que leayudase o colocárselo sobre la cabeza. Bajé, yfijando en ella mi mirada le dije: "¿Quieres quete ayude, hija mía?" "¡Oh señor!...", balbució,poniéndose roja como una amapola. "¡Bah!,fuera escrúpulos..." La ayudé a salir del apuro,me dio las gracias y se fue."

17 DE MAYO"He hecho conocimientos de todos géneros,aunque sin formar sociedad con nadie. Algúnatractivo, que no me doy cuenta, debo de tenerpara muchas personas que espontáneamente seme acercan con deseos de intimar; por mi parte,siento el separarme de ellas cuando sólo unbreve rato seguimos el mismo camino. Si mepreguntas cómo es la gente de este país, te diré:

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"Como la de todos." La raza humana es igual entodas partes. La inmensa mayoría emplea casitodo su tiempo en trabajar para vivir, y leabruma de tal modo la poca libertad de quegoza, que pone de su parte cuanto puede paraperderla. ¡Oh destino de los mortales!"Por lo demás, la gente es buena. Si algunasveces me entrego con ella a placeres que aúnquedan a los hombres, como son el charlar ale-gre, franca y cordialmente en torno a una mesabien servida, organizar una expedición al cam-po, un baile u otra diversión cualquiera, meencuentro en mi elemento, con tal que no se meocurra entonces la idea de que hay en mí otraporción de facultades que debo ocultar cuida-dosamente, por más que se enmohezcan noejercitándolas. ¡Ah!, esto desgarra el corazón,pero el hombre nace para morir sin que lehayan conocido. ¡Ay! ... ¿Por qué no existe ya laamiga de mi juventud? ¿Por qué la conocí? Mediré a mí mismo: "¡Insensato! Buscas lo quenadie encuentra en la tierra." Y, sin embargo,

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yo lo he encontrado; yo he poseído aquel co-razón, aquella alma superior, en cuya presenciame figuraba ser más de lo que soy, porque eracuanto yo podía ser. ¿Qué fuerza de mi espíri-tu, Dios mío, estaba entonces paralizada? ¿Nopodía yo desplegar ante ella la maravillosa sen-sibilidad con que mi corazón abraza el univer-so? ¿No era nuestro trato una cadena continuade los más delicados sentimientos, de los ímpe-tus más vehementes, cuyos matices, hasta losmás superficiales, brillaban con el esmalte deltalento? Y ahora..., ¡ay! Tenía algunos años másque yo, y ha llegado antes al sepulcro. Jamásolvidaré su privilegiada razón y su indulgenciamás que humana. Hace algunos días encontraréa M. V., joven franco y expansivo, y de unafisonomía que revela felicidad. Ha acabado susestudios y, sin presumir de genio, está conven-cido de que no todos valen lo que él. Mis ob-servaciones atestiguan que es laborioso; en re-sumen, sabe algo. Habiendo averiguado quedibujo y poseo el griego (dos fenómenos en este

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país), cultiva mi amistad alardeando frecuen-temente de erudito, pasa revista desde Bateuxhasta Wood, desde Piles hasta Winkelmann, yme ha asegurado que conoce la primera partede la teoría de Sulzer y que tiene un manuscritode Heine sobre el estudio del arte antiguo. Yo ledejo hablar."También he hecho conocimiento con el juez,hombre excelente y de un carácter abierto yleal. Dicen que es delicioso verle rodeado desus nueve hijos, y todo el mundo se hace len-guas de la hija mayor. Me ha ofrecido su casa, yun día de éstos le haré mi primera visita. Porpermiso que le han concedido después de lamuerte de su mujer, vive en una casa de cam-po, del príncipe, a legua y media de la ciudad.Ésta y la morada que en ella tenía habían llega-do a serle insoportables. Por último también heencontrado aquí algunos entes en los cualestodo me parece fastidioso, y más fastidioso quenada, sus demostraciones de afecto.

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"Adiós: esta carta te agradará; es historia desdeel principio hasta el fin."

22 DE MAYO"Muchas veces se ha dicho que la vida es unsueño, y no puedo desechar de mí esta idea.Cuando considero los estrechos límites en queestán encerradas las facultades intelectuales delhombre; cuando veo que la meta de nuestrosesfuerzos estriba en satisfacer nuestras necesi-dades, que éstas sólo tienden a prolongar unaexistencia efímera; que toda nuestra tranquili-dad sobre ciertos puntos de nuestras investiga-ciones no es otra cosa que una resignación me-ditabunda, y que nos entretenemos en bosque-jar deslumbradoras perspectivas y figuras abi-garradas en los muros que nos aprisionan; todoesto, Guillermo, me hace enmudecer. Me re-concentro en mí mismo y hallo un mundo de-ntro de mí; pero un mundo más poblado depresentimientos y de deseos sin formular, quede realidades y de fuerzas vivas

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"Cuantos se dedican a la enseñanza convienenen que los niños no saben darse cuenta de suvoluntad; pero, por más que para mí sea unaverdad inconcusa, no creerán muchos que loshombres como los niños, caminando a tientassobre la tierra, ignorando de dónde vienen yadónde van, son poco menos que autómatas y,exactamente como los niños, se dejan gobernarcon juguetes, confites y azotes."Te concederé desde luego (porque sé que melo puedes objetar) que los más felices son losque no se curan del pasado ni del porvenir, losque pasean, visten y desnudan su muñeca, y losque, dando cautelosas vueltas alrededor delarmario donde la madre ha encerrado las golo-sinas, cuando logran atrapar el manjar apeteci-do, lo devoran a dos carrillos y gritan: "¡Más!"Estas criaturas son envidiables. También lo sonlas que, encareciendo con títulos pomposos susfrívolas ocupaciones, o tal vez sus pasiones,reclaman gratitud al género humano, como sipara su salud y su dicha hubieran llevado a

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cabo alguna empresa gigantesca. ¡Feliz el quepueda vivir de este modo! Sin embargo, elhombre humilde que comprende adónde vatodo a parar; el que observa con cuánta facili-dad convierte cualquiera su huerto en un paraí-so, y con cuánto tesón el infeliz que gime en-corvado bajo el fardo de la miseria prosiguecasi exánime su camino, aspirando, como to-dos, a ver un minuto más la luz del sol, estátranquilo, crea un mundo, que saca de sí mis-mo, y también es feliz, porque es hombre.Podrá agitarse en una esfera muy limitada; pe-ro siempre llevará en su corazón la dulce ideade la libertad y el convencimiento de que saldráde esta prisión cuando quiera."

26 DE MAYO"Hace mucho tiempo que conoces mi modo dealojarme, mi costumbre de hacerme una cabañaen cualquier punto solitario donde me instalo,sin ningún género de comodidades. Pues bien,

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aquí he encontrado un rinconcito que me haseducido."A una legua de la ciudad está la aldea deWahlhelm (1). Su situación al pie de una colinaes muy agradable, y cuando, saliendo de laaldea, se sigue la vereda de una loma, llega adescubrirse de cuatro años de edad, que se hab-ía sentado en el todo el valle de una ojeada."Una viejecita muy servicial y de muy buenhumor vende en un ventorrillo vino, cerveza ycafé. Lo que más me encanta son dos tilos quedan sombra con su amplio ramaje a una plazo-leta que hay delante de la iglesia, rodeada decasas rústicas, de cortijos y de chozas. Conozcopocos parajes tan ocultos y tranquilos. Hagoque desde mi albergue me lleven a él mi mesitay mi silla. y tomo café y leo a Homero. La pri-mera vez que la casualidad me condujo bajo lostilos, era una hermosa siesta y encontré desiertala plaza: los aldeanos estaban en el campo. Sólovi a un muchacho, como de cuatro años deedad, que se había sentado en el suelo, estre-

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chando contra su pecho a otro niño de seis me-ses. Le tenía entre sus piernas, formando asíuna especie de asiento. A pesar de la vivacidadcon que sus ojos miraban a todas partes, per-manecía sentado y tranquilo. Este espectáculome cautivó. Sentéme yo en un arado que habíaenfrente y dibujé con sumo gusto este episodiofraternal. Añadiendo los setos cercanos, lapuerta de una cabaña y algunos pedazos deruedas de carretas, todo con el desorden en queestaba; vi al cabo de una hora que había hechoun dibujo bien compuesto y lleno de interés, sinhaber añadido nada de mi propia invención.Esto me aferró a mi propósito de no atenermeen adelante más que a la naturaleza. Sólo ellaposee una riqueza inagotable; sólo ella forma alos grandes artistas. Mucho puede cacarearseen favor de las reglas; casi lo mismo que enalabanza de la sociedad civil. Un hombre for-mado según las reglas, jamás producirá nadaabsurdo y absolutamente malo, así como el queobre con sujeción a las leyes y a la urbanidad

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nunca puede ser un vecino insoportable ni ungran malvado; sin embargo, y dígase lo que sequiera, toda regla asfixia los verdaderos senti-mientos y destruye la verdadera expresión dela naturaleza. "No tanto—dirás tú; la regla nohace más que encerrarnos en justos límites; esuna podadera que corta las ramas inútiles"Amigo mío, permite que te haga una compara-ción. Sucede en esto lo que en el amor. Un jo-ven se enamora de una mujer, pasa todas lashoras del día a su lado, le prodiga sus caricias ysus bienes, y así le prueba sin cesar que ella espara él todo en el mundo. Llega entonces unvecino, un empleado, que le dice: "Caballerito,amar es de hombres; pero es preciso amar a lohombre. Divide tu tiempo; dedica una parte deél al trabajo, y no consagres a tu querida másque los ratos de ocio; piensa en ti, y cuandotengas asegurado lo que necesites, no seré yoquien te prohiba hacer con lo que te sobrealgún regalo a tu amada; pero no con muchafrecuencia; el día de su santo por ejemplo, o el

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aniversario de su nacimiento..." Si nuestroenamorado le escucha, llegará a ser un hombreútil, y hasta yo aconsejaré al príncipe que le déalgún empleo; pero ¡adiós el amor!..., ¡adiós elarte!, si él es artista. ¡Oh amigos míos! ¿Por quéel torrente del genio se desborda tan de tardeen tarde? ¿Por qué muy pocas veces hiervensus olas y hacen que vuestras almas se estre-mezcan de asombro? Queridos amigos: porquepueblan una y otra orilla algunos vecinos pací-ficos, que tienen lindos pabelloncitos, cuadra-dos de tulipanes y arriates de hierbajos queserían destruidos, cosa que saben ellos muybien, por lo cual conjuran con diques y zanjasde desagüe el peligro que los amenaza."

27 DE MAYO"Ahora caigo en que entregado al éxtasis, a lascomparaciones y la declamación, he dado alolvido referirte hasta el fin lo que fue de los dosmuchachos. Sumergido en el idealismo artísticode que en desaliñado estilo, te daba razón mi

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carta de ayer permanecí dos horas largas sobreel arado. Una joven, con una cesta al brazo,vino por la tarde a buscar a los pequeñuelos, ygritó desde lejos: "Felipe, eres un buen chico."Me saludó, le devolví el saludo, me levanté, meacerqué a ella y le pregunté si era la madre deaquellas criaturas. Me contestó afirmativamen-te, y después de haber dado un bollo al mayor,tomó al otro en sus brazos y le besó con toda laternura de una madre. "Había encargado a Fe-lipe que cuidase de su hermanito—me dijo—, yyo con el mayor de mis hijos he estado en laciudad a comprar pan blanco, azúcar y un pu-chero—todo esto se veía en la cesta, cuya tapase había caído—. Quiero dar esta noche unacena a mi Juan—éste era el nombre del máspequeño—. El mayor es un aturdido que merompió ayer el puchero, peleándose con Felipepor arrebañarlo." Le pregunté dónde estaba elmayor, y mientras me contestaba que corriendoen el prado detrás de un par de patos, apareciódando brincos y trayendo a Felipe una varita de

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avellano. Seguí hablando algunos momentoscon esta mujer, y supe que era hija del maestrode escuela, que su marido estaba en Suiza enbusca de una herencia que le había dejado unprimo. "Querían engañarle—dijo—y no contes-taban a sus cartas: por eso ha ido. ¡Con tal queno le suceda nada malo! Hasta ahora no he re-cibido noticias suyas." Me separé con pena deesta mujer; di un kreutzer a los niños mayores,y otro a la madre para el más pequeño, dicién-dole que cuando volviese a la ciudad le com-prase en mi nombre una tortita. Después deesto nos separamos. Te juro, amigo mío, quecuando no estoy en calma basta para apagarmis arrebatos la presencia de una criatura comoésta, que recorre en un abandono feliz el círculoestrecho de su vida, sin pensar en el mañana, ysin ver en la caída de las hojas de los árbolesotra cosa que la proximidad del invierno."Desde ese día voy frecuentemente a aquel pa-raje. Los muchachos se han acostumbrado averme; yo les doy azúcar cuando tomo el café, y

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por la tarde ellos parten conmigo su pan conmanteca y su cuajada. Ningún domingo dejo dedarles un kreutzer, y si no estoy en casa cuandosalen de la iglesia, lo reciben de mi pupilera, aquien dejo el encargo de hacerlo."Son cariñosos; me cuentan toda especie decuentos y me divierto, sobre todo, con sus pa-siones y la cándida explosión de sus deseos,cuando se reúnen con otros chicos de la aldea.Mucho trabajo me ha costado convencer a lamadre que no debe inquietarse con la idea deque sus hijos puedan, como ella dice, incomo-dar al señor."

30 DE MAYO"Lo que te dije el otro día sobre la pintura esaplicable a la poesía: basta con conocer lo quees bello y atreverse a expresarlo. En verdad, nose puede decir más en menos palabras. He asis-tido hoy a una escena que, fielmente referida,sería el mesor idilio del mundo; pero poesía,escenario, idilio..., ¿qué falta hacen? ¿Es preciso,

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cuando debemos interesarnos en una manifes-tación de la naturaleza, que se halle artística-mente combinada?"Si después de este exordio esperas oír algogrande y sublime, te llevas un gran chasco: espura y simplemente una joven aldeana que meha inspirado esta irresistible simpatía... Comode costumbre, referiré mal, y, como de costum-bre me encontrarás, según creo exagerado.Culpa es de Wahlheim, y siempre de Wahlheimel que suceda así."Se había formado una reunión bajo los tilospara tomar café. Esto no me hacía gracia, e in-venté un pretexto para echarme fuera."Salió un joven de una casa inmediata y se pusoa componer el arado donde yo había dibujadopoco antes. Me agradó su aspecto y le dirigí lapalabra preguntándole por su manera de vivir.Pronto nos hicimos amigos, como siempre su-cede con esta clase de gente; en seguida hubointimidad entre los dos. Me contó que servía auna viuda que le trataba a maravilla. Por lo que

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de esto me dijo y por los grandes elogios quehizo de ella, conocí al punto que el pobre diabloestaba enamorado. Decía que no era joven, quehabía sufrido mucho con el primer marido yque temblaba ante la idea de contraer segundasnupcias. Su relato hacía verse de tal modo hastaqué extremo era a sus ojos bella y encantadora,y con cuánto afán deseaba que se dignase ele-girle para borrar el recuerdo de las faltas de suprimer marido, que yo debería repetírtelo pala-bra por palabra, para darte cabal idea de la in-clinación desinteresada, del amor y de la fideli-dad de este hombre. Necesitaría el talento delmejor poeta para pintar, al mismo tiempo, deuna manera expresiva, la animación de sus ges-tos, la armonía de su voz y el fuego celestial desus miradas. No, no hay palabras que puedanreproducir la ternura que rebosaba todo su sery su lenguaje: cuanto yo te dijera sería pálido.Llamaba particularmente mi atención verletemeroso de que yo pudiera formar injustospensamientos sobre sus relaciones o dudase de

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la intachable conducta de la viuda. El placerque experimenté oyéndole hablar de su figura yde su belleza, que, sin tener el encanto de lajuventud, le atraía irresistiblemente y le enca-denaba, no puedo explicármelo más que con elcorazón. Nunca había visto un deseo apremian-te, una pasión ardiente, unidos a tanta pureza;sí, puedo decirlo; nunca había imaginado nisoñado que existiese tal pureza. No hagas burlade mí si te confieso que al recuerdo de esta ino-cencia y de este candor me abraso en ocultofuego, languidezco y me consumo. Ahora de-seo encontrar pronto ocasión de conocerla...;mejor dicho, y pensándolo bien, deseo evitarlo.Más vale que la vea por los ojos de su amante:acaso los míos no la verían de la manera queahora la veo, ¿y qué gano en privarme de estahermosa imagen?"

16 DE JUNIO"¿Por qué no te escribo? Tú me lo preguntas;¡tú, que te cuentas entre nuestros sabios! Debes

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adivinar que me encuentro bien y que..., en unapalabra, he hecho una amistad que interesa ami corazón. Yo he..., yo no sé..."Difícil me será referirte de por sí cómo he co-nocido a la más amable de las criaturas. Soyfeliz y estoy contento; por lo tanto, seré malhistoriador."¡Un ángel! ¡Bah! Todos dicen lo mismo de laque aman, ¿no es verdad? Y, sin embargo, yono podré decirte cuán perfecta es y por qué esperfecta; en resumen, ha esclavizado todo miser." ¡Tanta inocencia con tanto talento! ¡Tantabondad con tanta firmeza! ¡Y el reposo del almaen medio de la vida real, de la vida activa!"Cuando digo de ella no es más que una pala-bre ría insulsa, una helada abstracción, que nopuede darte ni remota idea de lo que es. Otravez..., no quiero contártelo en seguida. Si lodejo, no lo haré nunca, porque (dicho sea paranosotros), desde que he comenzado esta carta,tres veces he tenido ya intención de soltar la

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pluma, hacer ensillar mi caballo y marcharme.Y, sin embargo, esta mañana me había jurado amí mismo no ir; así y todo, a cada momento measomo a la ventana para ver la altura a que seencuentra el sol........................................"No he podido vencerme: he ido a hacerle unavisita. Heme ya de vuelta, Guillermo, estoycenando y escribiéndote."Si continúo de este modo, no sabrás al fin másque al principio. Escucha, pues: procuraré so-segarme para poderte hacer una detallada rela-ción de todo."Te dije últimamente que había hecho conoci-miento con el juez S. y que me había invitado avisitarle en su retiro, o por mejor decir, en sureinezuelo. No me acordaba de esta visita, yacaso no la hubiera hecho nunca si la casuali-dad no me hubiese descubierto el tesoro escon-dido en este paraje solitario."La gente joven había dispuesto un baile en elcampo, al que debía yo asistir. Tomé por pareja

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a una señorita bella y de buen genio, pero detrato indiferente, y convinimos en que yo iríacon un coche a buscar a esta señorita y a su tía,que la acompañaba, para conducirlas al sitio dela fiesta y convinimos, además, en que al pasorecogeríamos a Carlota S. "Vais a conocer a unajoven muy guapa", me dijo mi pareja, mientrasatravesábamos la gran selva y nos acercábamosa la casa. "¡Cuidado con enamorarse!", añadió latía. "¿Y por qué?" pregunté yo. "Porque ya estáprometida a un joven que vale mucho y que,por haber perdido a su padre, ha tenido necesi-dad de hacer un viaje para arreglar sus asuntosy solicitar un buen empleo." Escuché estos deta-lles con bastante indiferencia."Descendía el sol rápidamente hacia las monta-ñas que limitaban el horizonte, cuando el cochese detuvo en la puerta del patio de la casa. Hac-ía un calor sofocante, y las señoras tenían mie-do de que descargase una tempestad, que pa-recía formarse entre pardas y oscuras nubeci-llas que cercaban el horizonte. Disipé los temo-

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res de mis compañeras, fingiendo tener pro-fundos conocimientos del tiempo, a pesar deque también yo presentía que se nos iba a aguarla fiesta."Ya había yo bajado del coche, cuando llegóuna criada a la puerta del patio y nos dijo quehiciésemos el favor de aguardar un momento,que la señorita Carlota no tardaría en salir.Atravesé el patio y avancé con desenfado haciala casa; cuando hube subido la escalera y fran-queé la puerta, contemplaron mis ojos el es-pectáculo más encantador que he visto en mivida. En la primera habitación, seis niños, des-de dos hasta once años de edad saltaban alre-dedor de una hermosa joven, de mediana esta-tura, vestida con una sencilla túnica blanca,adornada con lazos de color de rosa en lasmangas y en el pecho. Tenía en la mano un panmoreno, del que a cada uno de los niños corta-ba un pedazo proporcionado a su edad y a suapetito. Les repartía las rebanadas con la mayorgracia, y ellos, gritando, se lo agradecían, des-

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pués de haber tenido un buen rato las maneci-tas levantadas, aun antes que el pan estuviesecortado. Por fin, provistos de su merienda,unos se alejaron saltando de contento; otro, decarácter menos juguetón, se fueron sosegada-mente a la puerta del patio para ver a los foras-teros y el coche que debía llevarse a Carlota.Esta me dijo: "¿Me perdonaréis que haya cau-sado la molestia de entrar y haber hecho espe-rar a esas señoras? Distraída en vestirme y entomar las disposiciones que en la casa exige miausencia, me había olvidado de dar su merien-da a los niños, que no quieren recibirla sino demi mano." Contesté con un cumplido insignifi-cante: mi alma estaba absorta en contemplar sutalle, su rostro, su voz, sus menores movimien-tos. Apenas pude volver de mi sorpresa al verlaentrar presurosa en otra habitación para tomarlos guantes y el abanico. Los niños, permane-ciendo a cierta distancia, me miraban de reojo;yo me acerqué al más pequeño, cuya fisonomíaera sumamente interesante. Se retiraba huyen-

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do de mí, cuando Carlota, que salía ya por lapuerta, le dijo: "Luis, da la mano a ese caballe-ro, que es tu primo.""Obedeció el niño sonriendo, y, aunque teníalas narices llenas de mocos, no pude resistir latentación de darle algunos besos."¿ Primo?—dije a Carlota, ofreciéndole la ma-no—. ¿Creéis que yo merezca la dicha de serpariente vuestro?" "¡Oh!—exclamó ella jovial-mente—; nuestro parentesco es muy antiguo, yyo sentiría infinito que fueseis el peor de la fa-milia.""Al salir, encargó a Sofía, niña de once a doceaños y la mayor de las hermanas que quedabanen la casa, que cuidase bien de los niños y salu-dase a su padre cuando volviese de paseo. Re-comendó a los pequeños que obedeciesen aSofía como si fuese ella misma, lo que muchosprometieron terminantemente; pero una travie-sa rubilla, que podría tener unos seis años, seapresuró a decir: "Pero ella no eres tú, Lota, ynosotros queremos mejor que seas tú." Los dos

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hermanos mayores se habían encaramado en elcoche, y, por mi intercesión, Carlota les permi-tió acompañarnos hasta la selva, aunquehaciéndoles prometer que se mantendrían fir-mes y que no se pelearían el uno con el otro."Apenas nos habíamos colocado nuestros asien-tos; apenas las damas habían cambiado el salu-do y las lisonjas de costumbre sobre los trajes,especialmente sobre los sombrerillos, y pasadorevista a las personas que debían asistir al baile,cuando Carlota hizo para el coche y mandó asus hermanos apearse. Estos quisieron besarlede nuevo la mano: el mayor lo hizo con toda laternura de un adolescente; el más pequeño, contanta viveza como atolondramiento. Les en-cargó una vez más que saludasen a sus otroshermanos, y continuamos nuestra marcha."La tía de mi pareja preguntó a Carlota si habíaconcluido el libro que últimamente le habíaprestado. "No—dijo ella—, no me gusta, y os lodevolveré pronto; tampoco el anterior me hizomucha gracia." Manifesté curiosidad por saber

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de qué libros se trataba, y quedé sorprendido alcontestar Carlota que (2). Encontraba en cuantodecía un talento nada común; cada palabraañadía nuevos encantos, nuevos fulgores deinteligencia a su rostro, y observé que se expli-caba con tanto más gusto cuanto que veía en míuna persona que la comprendía."Cuando yo era más niña—me dijo—mi lecturafavorita eran las novelas. Dios sabe cuánto pla-cer experimentaba yo cuando podía sentarme eldomingo en algún rinconcillo para participarcon todo mi corazón de la dicha o de la desgra-cia de alguna miss Jenni. No quiere esto decirque este género de literatura haya perdido amis ojos todos sus encantos; pero, como ahorason contadas las veces que puedo leer, cuandolo hago deseo que la obra esté perfectamentedentro de mi gusto. El autor que prefiero esaquel en quien hallo el mundo que me rodea, elque cuenta las cosas como las veo en torno mío,el que con sus descripciones, me atrae y meinteresa tanto como mi propia vida doméstica,

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que indudablemente no es un paraíso, pero síuna fuente de dicha inefable para mí.""Procuré ocultar la emoción que me causabanestas palabras, pero no lo conseguí por muchotiempo, pues cuando la oí hablar, incidental-mente, del vicario de Wakefield, de... (3), nopudiendo contenerme, le dije cuanto se me ocu-rrió en aquel instante, y sólo después de unrato, al dirigir Calota la palabra a nuestrascompañeras, caí en la cuenta de que éstas hab-ían permanecido como dos marmolillos, sintomar parte en la conversación. La tía me mirómás de una vez con un aire de burla, del que nohice el menor caso."Hablamos entonces del baile. "Si bailar es undefecto—dijo Carlota—, confieso ingenuamenteque no concibo otro de más atractivos. Cuandoalguna cosa me desvela con exceso y me acercoa mi clavicémbalo, aunque esté desafinado, mebasta con mal tocar una contradanza para darlotodo al olvido." "¡Con cuánto embeleso mien-tras ella hablaba, fijaba yo mi vista en los ojos

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negros! ¡Cómo enardecían mi alma la anima-ción de sus labios y la frescura risueña de susmejillas! ¡Cuántas veces, absorto en los magní-ficos pensamientos que exponía dejé de prestaratención a las palabras con que se explicaba!Tú, que me conoces a fondo puedes formar unaidea exacta de todo esto. En fin, cuando el co-che paró delante de la casa del baile yo eché piea tierra completamente abstraído. La hora delcrepúsculo, el laberinto de sueños en que vaga-ba mi imaginación, todo contribuyó a que ape-nas hiciese alto en los torrentes de armonía quellegaban hasta nosotros desde la sala ilumina-da."El señor Audran y un tal... (¿quién puede rete-ner en la memoria todos los nombres?), queeran las parejas de la tía y de Carlota, nos reci-bieron en la puerta y se apoderaron de sus da-mas, yo los seguí con la mía."Comenzamos por bailar varias veces el minué.Saqué una por una todas las señoras y pudeobservar que las que valían menos eran las que

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hacían más dengues antes de decidirse a poner-se a bailar Carlota y su caballero comenzaronuna contradanza inglesa: puedes figurarte elplacer que experimenté cuando le tocó hacer lafigura conmigo. ¡Es preciso verla bailar! Lohace con todo su corazón, con toda su alma;todo su cuerpo está en una perfecta armonía, yse abandona de tal modo con tanta naturalidad,que parece que para ella el baile lo resume to-do, que no tiene otra idea ni otro sentimiento yque, mientras baila, lo demás se desvanece antesus ojos."Le pedí la segunda contradanza y me ofrecióla tercera, asegurándome que tendría muchogusto en bailar la alemanda. "Aquí es costum-bre—añadió— cada cual baile la alemanda consu pareja, pero mi caballero valsa mal y meagradecerá que le releve de esta obligación.Vuestra compañera tampoco la sabe ni se cuidade ello, y he observado, durante la danza ingle-sa, que bailáis a maravilla. Por lo tanto, si quer-éis bailar conmigo la alemanda, id a pedirme a

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mi caballero mientras yo hablo a vuestra da-ma." Después le di la mano, y se convino enque, mientras nosotros bailábamos juntos, sucaballero acompañaría a mi pareja."Se comenzó, nos entretuvimos un rato enhacer diferentes pasos y figuras. ¡Qué gracia,qué agilidad en sus movimientos! Cuando lle-gamos al vals y las parejas, como las esferascelestes, empezaron a girar unas alrededor deotras, hubo un momento de confusión, porqueson contados los que valsan bien. Tuvimos laprudencia de dejar pasar el primer ímpetu delos demás; pero cuando los menos hábiles seretiraron, nos lanzamos de nuevo y dejamosbien puesto nuestro pabellón, y seguidos deotra pareja, que eran Audran y su compañera.Jamás he sido más ligero; yo era ya un hombre.Tener en mis brazos a la criatura más amable,volar con ella como una exhalación, desapare-ciendo de mi vista todo lo que rodeaba, y...,Guillermo, te lo diré ingenuamente: me hice eljuramento de que mujer que yo amase, y sobre

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la cual tuviera algún derecho, no valsaría jamáscon otro que conmigo; Jamás, aunque me costa-se la vida. ¿Me comprendes?"Dimos algunas vueltas por la sala para tomaraliento; después ella se sentó y le presenté, paraque refrescase, unos limones que yo había se-parado cuando se hacía el ponche, los únicosque quedaban. Observé que agradecía mi aten-ción; pero se hallaba al lado una dama indiscre-ta, a quien ella ofrecía pedacitos por pura cor-tesía, y cada uno que tomaba era un puñal queme atravesaba el corazón. En la tercera contra-danza inglesa nos tocó ser la segunda pareja.Cuando concluíamos de hacer la cadena y yo(¡Dios sabe con cuánta voluptuosidad!) me ad-hería al brazo de Carlota, fijo en sus ojos, quebrillaban con la cándida expresión del placermás puro y espontáneo, nos hallamos delantede una señora que, aunque ya se iba alejandode lo mas florido de su juventud, me había lla-mado la atención por cierto aire de amabilidadque hermoseaba su semblante. Miró a Carlota

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sonriendo, hizo como que la amenazaba, y pro-nunció al paso dos veces el nombre de Alberto,con un tonillo misterioso.""¿Puedo dije a Carlota—sin cometer una im-prudencia preguntaros quién es Alberto?" Iba aresponderme; pero tuvimos que separarnospara ha cer la gran cadena, y cuando llegamos acruzar uno al lado del otro, me pareció queestaba pensativa.""¿Por qué os lo he de ocultar?—me dijo aldarme la mano para hacer una figura—. Alber-to es un joven muy apreciable al cual estoyprometida.""Aunque esto no era nuevo para mí, porque lohabía sabido en el coche, me causó tanta sor-presa como si lo ignorase, y es que no me habíaocupado de tal noticia con relación a Carlota,que en tan breves instantes llegó a serme tanquerida. En una palabra, me turbé, me descon-certé y embrollé de tal modo la figura, que, sinla presencia de ánimo de Carlota y la oportuni-dad con que enmendaba mis torpezas, no se

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hubiera podido continuar la contradanza. Aúnduraba el baile cuando los relámpagos quedesde mucho antes esclarecían el horizonte, yque yo achacaba sin cesar a ráfagas de calor sehicieron más intensos, y el ruido del truenoapagaba el de la música. Tres señoras, seguidasde sus caballeros, abandonaron la contradanza,se generalizó el desorden y enmudecieron losinstrumentos. Cuando repentino pavor o acci-dente imprevisto nos sorprende en medio delos placeres, producen en nosotros, y es natural,una impresión más honda que de ordinario yasea por el contraste que se destaca vigorosa-mente, ya porque, una vez abiertos nuestrossentidos a las emociones, adquieren una sensi-bilidad exquisita. A esta causa debo atribuir losgestos extraños que vi hacer entonces a muchasseñoras. La más prudente corrió a sentarse enun rincón, tapándose los oídos y volviendo laespalda hacia la ventana; otra se arrodilló de-lante de ella y escondió la cabeza en su regazo;una tercera se metió entre las dos ventanas y

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abrazaba a sus hermanitas, vertiendo torrentesde lágrimas. Algunas querían volverse a suscasas; otras, que estaban más amilanadas, nisiquiera tenían ánimo para reprimir la audaciade los astutos jóvenes, que se ocupaban afano-sos en robar de los labios de las bellas afligidaslas temidas plegarias que dirigían al cielo. Al-gunos hombres habían salido a fumarse tran-quilamente una pipa, y los demás de la reuniónacogieron con júbilo la feliz idea que tuvo ladueña de la casa de trasladarnos a otra piezadonde las ventanas tenían postigos y colgadu-ras. Carlota, apenas entramos en la nueva habi-tación, hizo poner las sillas en corro y propusoun juego. Vi que varios caballeros, enderezán-dose como para indicar que estaban prontos, serelamían de gusto, soñando ya en las sentenciasde las prendas. "Jugamos a contar —dijo ella—.Pestadme atención. Yo iré pasando por toda larueda, siempre de derecha a izquierda y voso-tros al mismo tiempo contaréis desde uno hastamil, diciendo a mi paso cada cual el número

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que le toque. Debe contarse muy de prisa, y elque titubee o se equivoque recibirá un bofetón."Nada más divertido. Carlota, con el brazo ex-tendido, echó a andar dentro del corro. "¡Uno!",dijo el primero. "¡Dos!", el segundo. "¡Tres!", elque estaba al lado, y así sucesivamente. Ella fuepoco a poco acelerando sus pasos, aquello yano era andar: volaba. Uno se equivocaba. ¡Plaf!,bofetón; el que le sigue lanza una carcajada.¡Plaf!, nuevo bofetón y Carlota corriendo cadavez más. A mí me alcanzaron dos sopapos, ycon inefable placer creí haber notado que melos aplicaba más fuerte que a los otros. El juegoconcluyó en medio de una risa y una algazarageneral antes que la cuenta hubiese llegado alnúmero mil. Las personas que tenían más inti-midad formaron conversación aparte; la tem-pestad había cesado, y yo seguí a Carlota, quese volvió a la sala. En el camino me dijo: "Losbofetones han hecho que se olviden de la tem-pestad y de todo." Nada pude contestarle. "Yoera—prosiguió—una de las más miedosas; pero

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aparentando valor para animar a los demás,llegué a tenerlo de veras." Nos acercamos a laventana; se oían truenos lejanos y el ruido apa-cible de una abundante lluvia que caía sobre loscampos. Una atmósfera tibia nos acaricia conoleadas de los más suaves perfumes."¡Carlota había apoyado los codos en el marcode la ventana y miraba hacia la campiña, luegolevantó los ojos al cielo; después los fijó en mí yvi que los tenía cuajados de lágrimas; por fin,puso su mano sobre la mía y exclamó: "¡OhKlopstock!" (4)."Abismado en un torrente de emociones queesta sola palabra despertó en mi espíritu, re-cordé al instante la oda sublime que ocupaba ala sazón el pensamiento de Carlota. No puderesistir: me incliné sobre su mano, se la llené debesos y de lágrimas de placer, y volvieron misojos a encontrarse con los suyos. ¡Oh insignepoeta! Esta sola mirada, que debías haber visto,basta para tu apoteosis. ¡Ojalá no vuelva yo a

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oír pronunciar tu nombre tan frecuentementepronunciado!"19 DE JUNIO"¿En qué punto de mi relato quedé el otro día?No lo recuerdo. y sólo puedo decirte que eranlas dos de la madrugada cuando me acosté, yque, si en vez de escribirte, hubiera podidohablarte, alcaso te hubiera hecho pasar toda lanoche en claro."Nada te he dicho aún de lo que sucedió anuestro regreso del baile, ni hoy tengo disponi-ble el tiempo que necesitaría para hacerlo."El día amaneció deslumbrador. Algunas gotasde agua caían de las hojas de los árboles, y lacampiña hacía gala de vivificante humedad.Nuestras compañeras de viaje comenzaron adar cabezadas y Carlota me dijo que, si yoquería hacer otro tanto, no lo dejase por ella."Mientras vea esos ojos abiertos—le contesté,fijando en ella mi mirada—no hay peligro deque yo me duerma."

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"Uno y otro hemos llegado despiertos a su casa.La criada le abrió la puerta sin hacer ruido, yhabiéndole preguntado Carlota por su madre yhermanitos, aseguró que todos seguían bien ydurmiendo a pierna suelta. Despedíme de ella,pidiéndole permiso para volver a verla el mis-mo día. Me lo concedió, fui, desde entoncesbien pueden el sol, la luna y las estrellas reco-rrer sosegadamente sus órbitas, sin que yo sepasi es de día o de noche, porque todo el universoha desaparecido ante mis ojos."

21 DE JUNIOPaso unos días tan felices como los que Diosreserva a sus elegidos, y sucédeme lo que mesuceda, no podré decir que no he saboreado losplaceres más puros de la vida. Me he estableci-do enteramente en mi retiro de Wahlheim queya conoces, allí no me separa más que medialegua de distancia de la casa de Carlota; allíestoy siempre contento, y gozo cuanto el hom-bre puede gozar en la tierra.

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"Cuando elegí a Wahlheim por límite de misexcursiones, ¿cómo hubiera yo podido figu-rarme que estuviese tan cerca del cielo? ¡Cuán-tas veces, prolongando mis largos paseos, hevisto más allá del río, ora desde la cima de lamontaña, ora desde lo hondo del valle, esa casade campo que hoy es el centro de todos misdeseos!"He hecho, mi querido Guillermo, mil reflexio-nes sobre el afán con que el hombre trata deextenderse fuera de sí mismo, de hacer nuevosdescubrimientos y de correr sin objetivo fijo;después he meditado sobre la oculta inclinaciónque le nace buscarse límites y seguir el caminotrillado, sin cuidarse de lo que hay a derecha oizquierda. Cuando yo vine aquí y contemplédesde la colina este hermoso valle, me atrajohacia él un encanto inconcebible... Allá abajo, elbosquecillo... ¡Ah, si tú pudieras descansar a susombra! Allá arriba, la cumbre de la montaña.¡Ah, si tú pudieras contemplar desde ella estesoberbio paisaje! Y estas cordilleras de colinas,

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y estos valles solitarios... ¡Oh, quién pudieraperderse en su seno!... Yo iba y venía sin encon-trar jamás lo que buscaba. Con lo que está dis-tante de nosotros sucede lo que con el porvenir.Un horizonte inmenso y oscuro se extiendedelante de nuestro espíritu; en él, a la par quenuestras miradas, se sumergen nuestros senti-mientos, y, ¡ay!, ardemos en deseos de entre-garle por completo nuestro ser, soñando sabo-rear en toda su plenitud las delicias de una sen-sación grande, sublime, sin igual. Pero cuandohemos corrido para llegar, cuando el allí se haconvertido en aquí, vemos que todo es comoera antes; permanecemos en nuestra miseria,encerrados en el mismo círculo, y el alma sus-pira por la ventura que acaba de escapárseleuna y otra vez."Por eso el hombre más inquieto y vagabundovuelve al fin los ojos hacia su patria, y halla ensu lugar, en los brazos de su esposa, en mediode sus hijos, entregado a los cuidados que seimpone para el bien de tan queridos seres, la

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dicha que en vano ha buscado por toda la tie-rra."Cuando al despuntar el día me pongo en ca-mino para ir a mi nido de Wahlheim, y en eljardín de la casa donde me hospedo cojo yomismo los guisantes, y me siento para quitarleslas vainas al mismo tiempo que leo a Homero;cuando tomo un puchero en la cocina, corto lamanteca, pongo mis legumbres al fuego y mecoloco cerca para menearlas de vez en cuando,entonces comprendo perfectamente que losorgullosos amantes de Penélope puedan matar,descuartizar y asar por sí mismos los bueyes ylos cerdos. No hay nada que me llene de ideasmás pacíficas y verdaderas que estos rasgos decostumbres patriarcales, y, gracias al cielo,puedo emplearlos, sin que sea afectación, en mimétodo de vida."¡Cuán feliz me considero con que mi corazónsea capaz de sentir el inocente y sencillo regoci-jo del hombre que sirve en su mesa la col que élmismo ha cultivado, y que, además del placer

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de comerla, tiene otro mayor recordando enaquel instante los hermosos días que ha pasadocultivándola, la alegre mañana en que la plantó,las serenas tardes en que la regó, y el gozo conque la veía medrar de día en día."

29 DE JUNIO"El médico de la ciudad estuvo anteayer en casadel Juez y me halló, entre los hermanos de Car-lota, echado en el suelo, donde unos gateabansobre mí, otros me pellizcaban y yo les hacíacosquillas, formando todos juntos un ruidoespantoso. El doctor, sabio maniquí que mien-tras se arregla los puños y una chorrera quevale por dos, juzgó mi faena indigna de unhombre de seso; lo conocí en su semblante. Sinturbarme ni mucho menos, le dejé mascullarestupendos discursos, ocupándome, entre tan-to, en levantar los castillejos de naipes de losniños que éstos habían echado por tierra; él seapresuró a decir en la ciudad que los hijos del

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juez estaban muy mal criados, y que Wertheracaba de echarlos a perder."Sí, querido Guillermo, no hay nada en el mun-do que interese a mi corazón tanto como losniños. Cuando los observo y descubro en estosdiablillos los gérmenes de todas las virtudes, detodas las facultades que algún día les seránnecesarias; cuando veo en su terquedad la cons-tancia y la entereza futuras en su travieso des-enfado el buen humor y la indiferencia con quemás adelante sortearán los peligros de la vida...,todo esto tan puro tan entero...., entonces repitosiempre, las admirables palabras del gran ma-estro de los hombres: "¡Si no os hacéis semejan-tes a uno de ellos!" Y, sin embargo, amigo mío,nosotros tratamos como a esclavos a estas cria-turas, que son nuestros iguales, y que debíamostomar por modelos. No les concedemos volun-tad propia; pero ¿la tenemos nosotros? ¿Cuáles, pues, nuestra prerrogativa? ¿Acaso consisteen la mayor edad e inteligencia? ¡Oh Dios eter-no! Desde tu cielo ves niños viejos, niños jóve-

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nes, y nada más. Hace mucho tiempo que tuHijo nos hizo saber cuáles son los que Tú pre-fieres. Pero los hombres creen en Él y no le es-cuchan—ésta es también una añeja costum-bre—y hacen a sus hijos como ellos son y..."Adiós, Guillermo: no quiero desatinar mássobre esta materia."

1 DE JULIO"Mi corazón, que sufre más que el que se con-sume en el lecho del dolor, comprende lo útilque debe de ser Carlota para un enfermo. Éstava a pasar ahora algunos días en la ciudad,cuidando a una excelente señora, que, al decirde los médicos, está cerca de su fin, y deseallegar al amargo trance en brazos de mi amiga.La semana pasada hicimos una visita al cura de***, aldehuela situada en la montaña, a una le-gua de aquí, Carlota llevaba consigo a la mayorde sus hermanas, cuando entramos en el patiode la casa, al que daban sombra dos grandesnogales; el buen anciano estaba sentado en un

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escaño, delante de la puerta. Pareció reanimar-se a la vista de Carlota; olvidó su nudosobastón, y se arriesgó a salir a recibirla. Carlotacorrió hacia él le obligó a sentarse, haciéndoloella a su lado: le dio mil recuerdos de parte desu padre y besó al hijo del cura, que es un me-quetrefe muy mimado y muy sucio. Si tú lahubieses visto cómo entretenía al pobre viejo,cómo alzaba la voz para hacerla penetrar en susoídos casi embotados; cómo le hablaba de jóve-nes robustos que habían muerto de repente, yde la excelencia de las aguas de Carlsbad,aprobando la intención que tenía el cura de ir atomarlas el verano del año siguiente; cómo lemanifestaba que tenía mejor semblante y unaire más animado que la última vez que se hab-ían visto... Mientras tanto, yo ofrecí mis respe-tos a la mujer del sacerdote. Este se había pues-to más contento que unas pascuas, y no pu-diendo yo resistir el deseo de alabar los hermo-sos nogales que nos daban agradabilísima

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sombra, emprendió, no sin algún trabajo, latarea de contarnos su historia.""No sabemos—dijo—quién ha plantado el másviejo; unos dicen que fue tal cura, otros, que talotro. El más joven tendrá cincuenta años cuan-do llegue octubre: es de la edad de mi mujer. Supadre, que me precedió en este curato, loplantó una mañana, y ella vino al mundo lanoche del mismo día. No podré deciros cuántoquería él este árbol; pero os diré que no lo quie-ro yo menos. Siendo un pobre estudiante, vineaquí por primera vez hace veintisiete años; laque hoy es mi mujer estaba haciendo mediadebajo del nogal, sentada sobre una viga.""Habiéndole preguntado Carlota por su hija,dijo que había ido con el señor Schmidt al llanoa ver a los trabajadores; luego continuó su dis-curso, refiriéndonos cómo le habían tomadocariño en aquella casa, cómo llegó a ser vicariode su antecesor y cómo, por último, lo habíareemplazado. Apenas dio punto a su relato,cuando vimos llegar por el jardín a su hija,

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acompañada del señor Schmidt. Saludó a Car-lota con la mayor cordialidad, y debo confesarque me fue muy simpática. Es una morenitavivaracha y esbelta, capaz de hacer pasar acualquiera en el campo una deliciosa tempora-da. Su novio (pues el señor Schmidt se presentódesde luego como tal) es un joven de buen as-pecto, pero taciturno; en vano le incitó variasveces Carlota a que tomase parte en nuestraconversación. Lo que más me enfadó fue quecreí notar en su tono que aquella tenacidad conque se oponía a comunicarse, no era hija de lafalta de talento, sino del capricho y el malhumor. Por desgracia, tuve bien pronto ocasiónpara convencerme de ello; pues mientras Fede-rica paseaba y charlaba con mi amiga, e inci-dentalmente conmigo, la cara del señorSchmidt, que era de suyo algo morena tomó untinte sombrío, tan pronunciado, que Carlota sevio en el caso de llamarme la atención y hacer-me comprender que no debía mostrarme tangalante con aquella joven. No hay nada que me

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disguste tanto como ver a los hombres martiri-zarse unos a otros, sobre todo cuando en la florde la edad, pudiendo abrirse fácilmente loscorazones a todos los deleites del contento,pierden por tonterías aquellos días hermosos,sin percatarse hasta muy tarde de que semejan-te prodigalidad no tiene reparación posible.Esta idea me atormentaba, y cuando al anoche-cer volvimos al presbiterio y nos sentamos auna mesa, donde nos sirvieron lacticinios,aprovechando la circunstancia de estar hablan-do sobre los placeres y penas de la vida, tronécon todas mis fuerzas contra el mal humor."Los hombres—dije—nos quejamos con fre-cuencia de que son muchos más los días malosque los buenos, y me parece que casi nunca nosquejamos con razón. Si nuestro corazón estu-viera siempre dispuesto para gozar de los bie-nes que Dios nos dispensa cada día, tendríamosbastante fuerza para soportar los males cuandose presentan."

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""El buen o mal humor no obedece a nuestravoluntad—exclamó la mujer del cura—. ¡Cuán-tas cosas hay que dependen del cuerpo ! ... To-do nos fastidia cuando no estamos bien.""Manifesté que pensaba lo mismo, y añadí:""Consideremos ese fastidio como una enfer-medad, y veamos si hay manera de curarla."""Eso es hablar razonablemente—dijo Carlota—y por mi parte, creo que podemos hacer mucho:hablo por experiencia. Cuando alguna cosa memortifica y comienzo a ponerme triste, corro ami jardín, me paseo tarareando algunas contra-danzas, y se acabó la pena."""Eso quería yo decir—repuse al instante—.Sucede con el mal humor lo que con la pereza.Hay una especie de pereza a la cual propendenuestro cuerpo, lo que no impide que trabaje-mos con ardor y encontremos un verdaderoplacer en la actividad, si conseguimos una vezhacernos superiores a esa propensión"."Federica estaba muy contenta: su novio mereplicó que no siempre es el hombre dueño de

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sí mismo, y sobre todo, que no hay remedioconocido para manejar los sentimientos.""Aquí se trata—respondí—de una sensacióndesagradable, que ninguno querría experimen-tar, y mal podemos conocer la extensión denuestras fuerzas si no las ponemos a prueba.Todo el que está enfermo consulta con losmédicos, y nunca rechaza el tratamiento máspenoso ni las medicinas más amargas, si creerecobrar la salud que desea.""Adivirtiendo que el buen anciano aplicaba eloído para participar en la conversación, levantéla voz, y le dirigí estas palabras:""Se predica contra muchos vicios; pero no séque nadie haya predicado contra el malhumor." (5).""Esto toca a los párrocos de las ciudades—dijoel padre de Federica—; los aldeanos no tienenni noticia de tal achaque. Sin embargo, novendría mal alguna que otra vez un sermoncito:a lo mejor, seria una lección para el juez y paranuestras mujeres."

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"Todos nos reímos de este final; él mismo hizolo propio, y tanto que rompió a toser, con locual quedó interrumpida la conversación poralgunos minutos. Después tomó la palabra elseñor Schmidt, y me dijo:""Habéis dado el nombre de vicio al malhumor, y me parece que eso es exagerar."""De ningún modo—repliqué—, ¿cómo he decalificar una cosa que daña a nuestro prójimo ya nosotros mismos? ¿No basta con que no po-damos hacernos felices los unos a los otros? ¿Estambién preciso que acabáremos al placer quecada uno puede procurarse aún a sí propio?Citadme un atrabiliario que sepa disimular sumal humor y soportarlo sólo para no turbar laalegría de los que le rodean. ¿no es más bien undespecho oculto, hijo de nuestra pequeñez, undescontento de nosotros mismos loca vanidad?Vemos gente feliz que no nos debe su felicidad,y esto nos es insoportable."

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"Carlota me miró, riéndose de la vehemenciaconque yo hablaba y una lágrima que sorprendíen los ojos de Federica me animó a continuar:""¡Mal hayan—dije—aquellos que utilizan elimperio que tienen sobre un corazón, paraarrancarle las alegrías inocentes que brotan enél! Todos los dones, todos los agasajos posibles,no bastan para pagar un instante de placer es-pontáneo que suele convertir en amargura laenvidiosa suspicacia de nuestro verdugo.""Mi corazón estaba lleno de pasión en estemomento, mil recuerdos acudieron a mi alma,y el llanto se agolpó en mis ojos."Continué: "¿Por qué no hemos de decirnoscada día: todo lo que puedes hacer por tus ami-gos es respetar sus placeres y aumentarlos to-mando parte en ellos? ¿Puedes acaso ofrecerlesuna gota de bálsamo consolador, cuando susalmas se hallan atormentadas por una pasiónque aflige, despedazadas por el dolor?... ¡Ycuando la última, la más espantosa enfermedadsorprenda a quien hayas atormentado en sus

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horas de dicha cuando en el lecho, en el mástriste abatimiento levante al cielo sus apagadosojos, y el sudor de la muerte se apodere de sufrente lívida, y tú, de pie junto a la cama comoun condenado, veas que nada puedes con todotu poder y sientas filtrarse la angustia hasta elfondo de tu alma, pensando que lo darías todopor depositar en el seno del moribundo unátomo de alivio, una chispa de valor!...""Estas palabras me hicieron recordar de una manera vigorosa un suceso parecido que yo habíapresenciado. Me alejé del grupo, llevándome elpañuelo a los ojos, y sólo volví en mí cuando lavoz de Carlota me gritó:"¡Vámonos!""¡Cómo me ha regañado durante el camino, pordedicar a todo un entusiasmo vehemente! ...Dice que esto me matará si no consigo domi-narme. ¡Oh, no, ángel mío! Yo quiero vivir parati."

6 DE JULIO

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"Carlota está siempre al lado de su moribundaamiga, y siempre es la misma; siempre estacriatura afable y benéfica, cuya mirada, donde-quiera que se fija, dulcifica el dolor y hace feli-ces a las personas. Ayer tarde fue a pasearsecon Mariana y la pequeña Amelia. Yo lo sabía,me reuní con ellas y caminamos juntos. Des-pués de haber andado como una legua y media,volvimos hacia la ciudad, y llegamos a la fuen-te, que ya me gustaba mucho y que ahora megusta mil veces más."Sentóse Carlota sobre el pequeño muro, losdemás estábamos de pie delante de ella. Miréalrededor, y me acordé del tiempo en que micorazón estaba solitario. "¡Fuente querida!—medije a mí mismo—; ¡cuánto tiempo hace que nohe gozado de tu frescura, y cuántas veces, pa-sando de prisa junto a ti ni siquiera te he mira-do!" Bajé los ojos y vi que subía la pequeñaAmelia con un vaso de agua, cuidando de noverterlo.

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"Miré a Carlota y comprendí todo lo que ella espara mí. En esto, llegó Amelia con su vaso; Ma-riana quiso quitárselo."¡No!—exclamó la niña con la más dulce expre-sión—, ¡No! Lota, tú has de beber antes quenadie.""La verdad, la bondad con que aquella muñecapronunció estas palabras, me arrebataron hastael punto de que, para expresar mis sentimien-tos, no supe hacer otra cosa que tomarla en misbrazos y besarla con tanta efusión, que empezóa gritar y a llorar.""Eso no está bien hecho," me dijo Carlota."Quedéme confuso.""Ven, Amelia—prosiguió, cogiéndola de lamano y haciéndole bajar los escalones—. Láva-te en seguida en esa agua fresca, y no te suce-derá nada." Fijé mi atención en la niña, que afa-nosa se frotaba las mejillas con sus manos mo-jadas, convencida de que la fuente milagrosa lalimpiaría de toda mancha, quitándole la afrentade haber sido tocada por una barba impura.

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Carlota le decía: "¡Basta ya!" Y ella continuabafrotándose con nuevo brío, como si mientrasmás lo hiciese, fuera mejor. Guillermo, te ase-guro que no he asistido a ninguna ceremoniacon más respeto... Y cuando Carlota subió, debuena gana me hubiera prosternado a sus pies,como ante los de un profeta redentor de lospecados de un pueblo. No pude resistirme aldeseo de contar por la noche lo sucedido, contoda la alegría de mi corazón, a uno que yocreía sensible, porque tiene agudeza. ¡Cómo meequivocaba! Censuró la conducta de Carlota,dijo que no se debía hacer creer nada a los ni-ños; que estos abusos eran origen de errores ysupersticiones sin número, que hay necesidadde evitar desde muy temprano... Entonces re-cordé que ocho días antes había hecho estecharlatán bautizar a un niño, por lo cual, oyén-dole como el que oye llover, seguí siendo fielcon todo mi corazón a esta verdad: precisoobrar con los niños como obra con nosotros elSeñor, que nunca nos hace más felices que

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cuando nos deja embriagarnos con una ilusiónagradable."

8 DE JULIO"¡Qué niños somos! ¡Con qué vehemencia sus-piramos por una mirada! Habíamos ido a pie aWahlheim, las señoras salieron en coche, y du-rante nuestro paseo creí ver en los ojos negrosde Carlota... Soy un loco: perdóname. Seríapreciso que vieras estos ojos. Abreviaré, porqueel sueño cierra los míos."Las señoras subieron en el coche, y al lado estábamos el joven W., Selstadt, Audran y yo.Charlaban por la portezuela con estos jóvenesaturdidos que son, por cierto, locos y superfi-ciales. Yo buscaba los ojos de Carlota. ¡Ay!, susmiradas vagaban ya a un lado, ya a otro, sindirigirse a mí, que sólo de ella me ocupaba. Micorazón le dijo adiós mil veces; pero ella no meveía. Pasó el coche, y una lágrima humedeciómis párpados. Lo seguí con la vista. Carlotasacó la cabeza por la portezuela y se volvió a

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mirar.... ¡Ah!..., ¿era a mí? Amigo mío, floto enesta incertidumbre; esto me consuela. Acasovolvió para verme; acaso... Buenas noches. ¡Oh,qué niño soy!"

10 DE JULIO"Quisiera que vieses la cara estúpida que pongocuando la gente habla de Carlota, y, sobre todocuando me preguntan si me gusta. ¡Gustarme!Odio de muerte esta palabra. ¿Qué hombrehabrá a quien no le guste, a quien no le robe elpensamiento, todo el corazón?... ¡Gustar! Elotro día me preguntaron si Ossian me gustaba."

11 DE JULIO"La señora M.... está muy mala. Ruego a Diospor su vida, porque sufro viendo que Carlotasufre. No la veo sino alguna vez en casa de unade sus amigas donde hoy me ha contado unahistoria singular. El señor M... es un viejo ava-ro, perverso y repugnante, que ha tenido ator-mentada y muy sujeta a su mujer toda la vida;

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ella, sin embargo, ha sabido sacar fruto de susituación. Habiéndola desahuciado el médicohace algunos días, mandó a llamar a su marido,y, en presencia de Carlota, le habló en estostérminos: "Debo confesarte una cosa que, des-pués de mi muerte, podría ser motivo de in-quietud y pesares. Hasta hoy he gobernado lacasa con todo el orden y economía posible; perodebo pedirte perdón porque te he engañadodurante treinta años. Desde nuestro casamientofijaste una cantidad muy pequeña para los gas-tos de comida y demás de la casa. Cuando éstaha prosperado, y nuestros negocios han levan-tado el vuelo, no he podido lograr que aumen-tes la suma destinada para cada semana; túsabes que en el tiempo de nuestros mayoresgastos me obligabas a atender a todo con unflorín diario. He obedecido sin replicar, y cadasemana he tomado del cofre del dinero lo in-dispensable para cubrir mis atenciones, segurade que jamás se sospecharía que una mujerrobase a su marido. Nada he malgastado, y sin

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hacer esta confesión hubiera entrado tranquilaen la eternidad; pero sé que la que me sucedaen el gobierno de la casa no podrá manejarsecon lo poco que tú das, y no quiero que lleguesa echarle en cara que tu mujer se contentabacon ello."He hablado con Carlota sobre la increíble ce-guera que hace que un hombre no sospechemanejo alguno en una mujer que con siete flo-rines cubre de domingo a domingo todos losgastos cuando se ve que éstos pasan del doble.Sin embargo, conozco gente que hubiera reci-bido en su casa, sin asombrarse, la inagotablecántara de aceite del profeta."

13 DE JULIO"No, no me engaño: leo en sus ojos negros elverdadero interés que le inspiran mi persona ymi suerte. Conozco, y en esto debo creer en micorazón, que ella... ¡Oh! ¿Podré y me atreveré aexpresar en estas palabras la dicha que siento?Conozco que me ama.

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"¡Soy amado!... ¡Si vieras cómo me ofreció aho-ra; si vieras..., te lo diré, porque tú sabrás com-prenderme: si vieras lo mucho más que valgo amis propios ojos desde que soy dueño de suamor! Somos realmente el uno del otro por sen-timiento o sólo por vanidad? No conozco hom-bre alguno capaz de robarme el corazón deCarlota, y, a pesar de ello cuando ésta habla desu futuro esposo, con todo el calor, con todo elamor posible, me hallo como el desgraciado aquien despojan de todos sus títulos y honores,y le obligan a entregar su espada."

16 DE JULIO"¡Ah qué sensación tan grata inunda todas misvenas cuando por casualidad mis dedos tocanlos suyos, o nuestros pies se tropiezan debajode la mesa! Los aparto como de un fuego, y unafuerza secreta me acerca de nuevo a pesar mío.El vértigo se apodera de todos mis sentidos, ysu inocencia su alma cándida, no le permitensiquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esta

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insignificantes familiaridades. Si pone su manosobre la mía cuando hablamos, y si en el calorde la conversación se aproxima tanto a mí quesu divino aliento se confunde con el mío, creomorir herido por el rayo, Guillermo y este cielo,esta confianza, si llego a atreverme... Tú meentiendes. No, mi corazón no está tan corrom-pido. Es débil, demasiado débil... Pero, en esto,¿no hay corrupción?"Carlota es sagrada para mí. Todos los deseosse desvanecen en su presencia. Nunca sé lo queexperimento cuando estoy a su lado: creo quemi alma se dilata por todos mis nervios."Hay una sonata que ella ejecuta en el cla-vicémbalo con la expresión de un ángel: ¡tienetal sencillez y tal encanto! Es su música favoritay le basta tocar su primera nota para alejar mizozobra cuidados y aflicciones."No me parece inverosímil nada de lo que secuenta sobre la antigua magia de la música¡Cómo me esclaviza este canto sencillo! ¡Y cómosabe ella ejecutarlo en aquellos instantes en que

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yo sepultaría contento una bala en mi cabeza!Entonces, disipándose la turbación y las tinie-blas de mi alma, respiro con más libertad."

18 DE JULIO"Guillermo, sin el amor, ¿qué sería el mundopara nuestro corazón? Lo que una linternamágica sin luz. Apenas se introduce la lampari-lla, cuando las imágenes más variadas aparecenen el lienzo diáfano. Y aunque el amor no seaotra cosa que fantasmas pasajeros, esto bastapara labrar nuestra dicha cuando, deteniéndo-nos a contemplarlos como niños alegres, nosextasiamos con tan maravillosas ilusiones. Hoyno he podido ir a casa de Carlota; una visitainevitable lo ha impedido."¿Qué hacer? He enviado a mi criado, sin másobjeto que el de tener cerca de mi a alguno quela haya visto hoy. ¡Con cuánta impaciencia lehe esperado! ¡Con qué alegría he vuelto a verle!Le hubiera besado, a no ser el colmo de la locu-ra.

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"Cuentan que la piedra de Bolonia, cuando sepone al sol absorbe los rayos y puede luegoalumbrar parte de la noche: en este caso sehallaba mi criado para mí. La idea de que losojos de Carlota se habían fijado en su cara, ensus mejillas, en los botones de su casaca y en elcuello de su abrigo, hacía todo esto tan sagradoy tan precioso para mí, que en aquel momentono hubiera yo dado a mi sirviente por mil es-cudos. Su presencia me llenaba de gozo. ¡Dioste libre de reírte! Guillermo, ¿se puede llamarilusiones a lo que nos hace felices?"

19 DE JULIO"¡La veré!, exclamo con júbilo por la mañanacuando, al despertarme lleno de alegría, dirijomis miradas hacia el naciente sol; ¡la veré!, y notengo otro deseo en todo el día. Lo demás des-aparece ante esta esperanza."

20 DE JULIO

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"Vuestra idea de que me vaya con el embajadorde... no es aún la mía. No me gusta dependerde nadie, y, además, sabemos que ese hombrees áspero en su trato. Dices que mi madre sealegrará de verme ocupado. Deja que me ría.¿No tengo ya bastante que hacer? Y, en el fon-do, ¿no es lo mismo que yo cuente guisantesque lentejas? Todas las cosas de este mundovienen a parar en bagatelas, y el que por com-placer a los demás, contra su gusto y sin nece-sidad, se fatiga corriendo tras la fortuna, loshonores u otra cosa cualquiera, es siempre unloco."

24 DE JULIO"Dado el interés que manifiestas en que no des-cuide el dibujo, casi preferiría callarme a decirteque desde hace mucho tiempo apenas me heocupado de tal cosa."Jamás he sido tan feliz; jamás me ha impresio-nado la naturaleza tan profundamente: hastauna piedrecilla, un tallo de hierba..., y, sin em-

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bargo, no sé cómo expresarme. ¡Mi imaginaciónestá tan débil! Todo vaga y oscila ante mí de talmodo, que ni siquiera puedo captar un contor-no. A pesar de ello, me figuro que, si tuviesebarro o cera, modelaría perfectamente cuantoconcibo. Si esto dura, me entretendré con barrocomún, aunque no haga más que bolitas."Tres veces he comenzado el retrato de Carlota,y las tres me ha salido mal. Esto me es tantomás sensible cuanto que hace poco tiempo teníayo gran facilidad para sacar el parecido. Últi-mamente he hecho su retrato de perfil; precisoserá que me contente con él."

25 DE JULIO"Si, Carlota, yo cuidaré de todo y lo arreglarétodo; sólo os pido que me deis más encargos ycon más frecuencia. También tengo que hacerosuna súplica: no uséis la salvadera cuando meescribáis. He besado con efusión la carta dehoy, y todavía rechina la arenilla entre misdientes."

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26 DE JULIO"Más de una vez me he propuesto no verla tana menudo, pero ¿quién podría cumplirlo? To-dos los días me vence la tentación, y todostambién me digo a mí mismo solemnemente:"Mañana no iré"; pero, cuando mañana se vuel-ve hoy, hallo un nuevo y poderoso motivo queme conduce a su casa antes de haberme dadocuenta de ello. Ya porque me ha preguntadopor la noche si nos veremos al día siguiente, ysería una grosería no ir; ya porque me ha hechoalgún encargo y quiero yo mismo decirle elresultado; ya porque, estando la mañana deli-ciosa, me voy a Wahlheim, desde donde sólofalta media legua para llegar a su casa, y suatmósfera me atrae..., ¡zas!, me planto allí de unbrinco. Sabía mi abuela un cuento de una mon-taña de imán: los bajeles que se acercaban de-masiado perdían de pronto todo el herraje; losclavos volaban hacia la montaña, y los pobres

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marineros perecían entre las tablas, que se ibansumergiendo unas tras otras."

30 DE JULIO"Alberto ha llegado y yo me marcharé. Aunqueél fuese el mejor y más noble de los hombres, yyo me reconociera inferior bajo todos concep-tos, me sería insoportable que a mi vista pose-yese tantas perfecciones. ¡Poseer! ... Basta, Gui-llermo; el novio está aquí. Es joven bueno yhonrado a quien nadie puede dejar de querer.Felizmente, yo no he presenciado la llegada: mehubiera desgarrado el corazón. Es tan generoso,que ni una sola vez se ha atrevido aún a abra-zar a Carlota en mi presencia. ¡Dios se lo pague!La respeta tanto, que debo quererle. Se muestramuy afectuoso conmigo, y supongo que esto esmás obra de Carlota que efecto de su propiainclinación; las mujeres son muy mañosas eneste punto y están en lo firme; cuando puedenhacer que dos adoradores vivan en buena in

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teligencia, lo que sucede pocas veces lo hacen, yel provecho, indudablemente, es para ellas."Sin embargo, no puedo rehusar mi estimacióna Alberto. Su exterior tranquilo forma marcadí-simo contraste con mi carácter turbulento, queen vano desearía ocultar. Tiene una sensibili-dad exquisita y no desconoce el tesoro que po-see con Carlota. Parece poco dado al malhumor, que, como sabes es el vicio que másdetesto."Me juzga hombre de talento, y mi amistad conCarlota, unida al vivo interés que pone en todassus cosas, da más valor a su triunfo y la quierecada vez más. No me meteré en averiguar sisuele atormentarla a solas con tal o cual chispa-zo de celos; pero confieso que si yo estuviese ensu lugar, no dejaría de sentirlos"Sea lo que quiera, la alegría que yo experimen-taba al lado de Carlota se ha desvanecido. ¿Diréque esto es locura o ceguera? Pero ¿qué impor-ta el nombre? La cosa no puede ser más clara.No sé hoy nada que no supiera antes de la lle-

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gada de Alberto; no ignoraba que no debíaformar ninguna pretensión respecto a Carlota ytampoco la había formado..., quiero decir queúnicamente sentía lo que es inevitable sentir alcontemplar tantos hechizos, y así y todo, no séqué me pasa al ver que el otro llega y se alzacon la dama."Estoy que bramo, y mandaré a paseo a todo elque diga que debo resignarme, y que esto nopodía suceder de otro modo... ¡Vayan al diablolos razonadores! Vago por los bosques, y cuan-do llego a casa de Carlota y veo a Alberto sen-tado junto a ella entre el follaje del jardinillo, ytengo precisión de detenerme, me vuelvo locode atar y hago mil necedades. "En nombre delcielo—me ha dicho hoy Carlota—, os ruego queno repitáis la escena de anoche: estáis espanto-so cuando os ponéis tan contento." Te diré, paraentre nosotros, que acecho todos los instantesen que él interviene; de un salto me meto en-tonces en su casa, y me vuelvo loco de alegríasiempre que ella está sola."

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8 DE AGOSTO"Te ruego, querido Guillermo, que te persuadasde que no pensaba en ti cuando calificaba deinsoportables a los que recomiendan resigna-ción, siempre que sucede lo que es lógico quesuceda. Verdaderamente, no se me ocurría en-tonces que tú fueses del mismo parecer. Tienesrazón en el fondo; pero escucha una palabra,amigo mío. En el mundo se sale pocas veces deun apuro con un dilema. Los sentimientos y lasacciones tienen tantos matices como gradacio-nes hay entre una nariz aguileña y otra chata."No creo que te enojes si, admitiendo tu argu-mento en todas sus partes, procuro salvarmeentre dos supuestos. "O tienes alguna esperan-za respecto a Carlota—me dices— o no tienesninguna. En el primer caso, trata de realizarla,esfuérzate para ver cumplidos tus deseos; en elsegundo caso, ármate de valor y haz por librar-te de una pasión funesta que te aniquilará."

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Amigo mío, esto está muy bien.... y se dicepronto."¿Puedes exigir al desdichado cuya vida se ex-tingue poco a poco por irresistible influjo deuna enfermedad lenta, puedes exigir, digo, queen un instante ponga fin a sus dolores con unapuñalada? El mal que debilita sus fuerzas, ¿nole quita al mismo tiempo el valor necesario pa-ra librarse de él? Es verdad que puedes contes-tarme con una comparación análoga. ¿Habráquien no prefiera cortarse un brazo a arriesgar-se a perder la vida por indecisión y cobardía?No lo sé; y como no hemos de entablar unalucha de comparaciones, hago punto. Sí. Gui-llermo, tengo algunas veces momentos de unvalor súbito y vehemente, y cuando esto suce-de, me bastaría saber adónde he de ir..., parairme sin vacilar."Por la tarde. Me he encontrado hoy con mi dia-rio entre las manos, del que apenas me ocupohace tiempo, y noto con estupefacción el modoque he tenido de avanzar a sabiendas paso a

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paso, en este asunto, conduciéndome como unmuchacho, a pesar de haber visto siempre conclaridad mi situación. Hoy mismo la veo tanclara como la luz, y, sin embargo, no hay unsolo síntoma de alivio."10 DE AGOSTO"Si yo no fuese uno loco, podría pasarme lavida más feliz y sosegada. Pocas veces se reú-nen para alegrar un corazón circunstancias tanfavorables como las que me rodean. Esto afirmami creencia de que nuestra felicidad dependede nosotros mismos. Formar parte de esta ama-ble familia ser querido de los padres como unhijo, de los niños como un padre, y de Carlota...y de este excelente Alberto que no turba midicha con celos ni mal humor, que me profesaverdadera amistad y que ve en mí a la personaque más estima en el mundo después de Carlo-ta... Guillermo, es un placer oírnos cuando va-mos de paseo y hablamos de ella; nunca se haimaginado nada tan dichoso como nuestra si-

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tuación, y, sin embargo, las lágrimas algunasveces humedecen mis ojos."Cuando me habla de la virtuosa madre de Car-lota, y me refiere que poco antes de morir dejóal cuidado de ella la casa y los niños, y al de él aCarlota; que desde entonces la joven ha revela-do dotes inusitadas; que se ha vuelto una ver-dadera madre para la dirección de los asuntosdomésticos, que todos los momentos de su vidaestán esmaltados por la ternura y el trabajo, sinque jamás hayan sufrido alteración su buenhumor y su alegría... Yo camino junto a él, co-giendo las flores que encuentro al paso, con lascuales hago un bonito ramillete y lo arrojo alcercano río, siguiéndolo con la mirada mientrasse aleja sobre las ondas mansamente. No sé si tehe dicho que Alberto permanecerá en esta ciu-dad, y que espera de la corte, donde es muyquerido, un buen empleo. Conozco pocas per-sonas que le igualen en el orden y el apego a losnegocios."

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12 DE AGOSTO"Alberto es indudablemente, el mejor de loshombres que cobija el cielo. Ayer me pasó conél un lance peregrino. Había ido a su casa adespedirme, porque se me antojó dar un paseoa caballo por las montañas, desde donde te es-cribo ahora. Yendo y viniendo por su cuarto, visus pistolas. "Préstamelas para el viaje", le dije."Con mucho gusto—respondió—, si quierestomarte el trabajo de cargarlas, aquí sólo estáncomo un mueble de adorno." Tomé una; él con-tinuó: "Desde el chasco que me ha ocurrido pormi exceso de precaución, no quiero cuentas conesas armas". Tuve curiosidad de saber esta his-toria, y él dijo: "Habiendo ido a pasar tres me-ses en el campo con un amigo, llevé un par depistolas; estaban descargadas, yo dormía tran-quilo. Una tarde lluviosa, en que no tenía nadaque hacer, se me ocurrió la idea, no sé por qué,de que podían sorprendernos, hacer falta laspistolas, y... tú sabes lo que son apreciaciones.Di mis armas al criado para que las limpiase y

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las cargara. Jugando éste con las criadas, quisoasustarlas, y al tirar del gatillo, la chimenea,Dios sabe cómo, dio fuego, y despidiendo labaqueta que estaba en el cañón, hirió en undedo a una pobre muchacha. Sobre consolarlatuve que pagar la cura, y desde entonces dejosiempre las pistolas vacías. ¿De qué sirve laprevisión, querido amigo? El peligro no se dejaver por completo. Sin embargo..." Ya sabescuánto quiero a este hombre; me encocoran sussin embargo. ¿Qué regla general no tiene excep-ciones? Este Alberto es tan meticuloso, que,cuando cree haber dicho una cosa atrevida ab-soluta, casi un axioma no cesa de limitar, modi-ficar, quitar y poner hasta que desaparece cuan-to ha dicho. No fue en esta ocasión infiel a susistema; yo acabé por no escucharle, mecién-dome en un mar de sueños, con súbito movi-miento, apoyé el cañón de una pistola sobre mifrente, más arriba del ojo derecho. "Apartaeso—dijo Alberto, echando mano a la pistola—.¿Qué quieres hacer?" "No está cargada", con-

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testé. "¿Y qué importa? ¿Qué quieres hacer? —repitió con impaciencia—. No comprendo quehaya quien pueda levantarse la tapa de los se-sos. Sólo pensarlo me horroriza." "¡Oh hom-bres!—exclamé— no sabréis hablar de nada sindecir: esto es una locura, eso es razonable, talcosa es buena, tal otra es mala! ¿Qué significantodos estos juicios? Para emitirlos, ¿habéis pro-fundizado los resortes secretos de una acción? ¿Sabéis distinguir con seguridad las causas quela producen y que lógicamente debían produ-cirla? Si tal ocurriese, no juzgaríais con tantaligereza." "Tú me concederás—dijo Alberto—que ciertas acciones serán siempre crímenes seael que quiera el motivo que las produzca.""Concedido—respondí yo, encogiéndome dehombros— Sin embargo, advierte, amigo míoque ni eso es verdad en absoluto. Indudable-mente, el robo es un crimen; pero si un hombreestá a punto de morir de hambre, y con él sufamilia, y ese hombre por salvarla, se atreve arobar, merece compasión o merece castigo?

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¿Quién se atrevería a tirar la primera piedracontra el marido que en el arrebato de una cóle-ra justa mata a su infiel esposa y al infame se-ductor? ¿Quién quede acusar a la sensible don-cella que en un momento de voluptuoso deliriose abandona a las irresistibles delicias delamor? Hasta nuestras leyes, que son pedantes einsensibles, se dejan conmover y detienen laespada de la justicia." "Eso es distinto—respondió Alberto—, el que sigue los impulsosde una pasión pierde la facultad de reflexionar,y se le mira como a un ebrio o un demente.""¡Oh hombres de juicio!—exclamé sonriéndo-me—. ¡Pasión! ¡Embriaguez! ¡Demencia! ¡Todoesto es letra muerta para vosotros, impasiblesmoralistas! Condenáis al borracho y detestáis alloco con la frialdad del que sacrifica, y dais aDios, como el fariseo, porque no sois ni locos niborrachos. Más de una vez he estado ebrio, másde una vez me han puesto mis pasiones al bor-de de la locura, y no lo siento, porque heaprendido que siempre se ha dado el nombre

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de beodo o insensato a todos los hombres ex-traordinarios que han hecho algo grande, algoque parecía imposible. Hasta en la vida privadaes insoportable ver que de quien piensa darcima a cualquier acción noble generosa, inespe-rada, se dice con frecuencia: "¡Está borracho!¡Está loco!" ¡Vergüenza para vosotros los quesois sobrios, vergüenza para vosotros los quesois sabios!"""¡Siempre extravagante!—dijo Alberto—. Todolo exageras, y esta vez llevas la humorada hastael extremo de comparar con grandes acciones elsuicidio, que es de lo que se trata, y que sólodebe mirarse como una debilidad del hombre;porque, indudablemente es más fácil morir quesoportar sin tregua una vida llena de amargu-ras.""Estuve a punto de cortar la conversación: nohay nada que me ponga más fuera de mí querazonar con quien sólo responde trivialidades,cuando yo hablo con todo mi corazón. Sin em-bargo, me contuve porque no era la primera

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vez que le oía decir vulgaridades y que me sa-caba de mis casillas. Le repliqué con algunaviveza: "¿A eso llamas debilidad? Te suplicoque no te dejes seducir por las apariencias. ¿Teatreverías a llamar débil a un pueblo que gimebajo el insoportable yugo de un tirano, si al finestalla y rompe sus cadenas? Un hombre que alver con espanto arder su casa, siente que semultiplican sus fuerzas, y carga fácilmente conun peso que sin la excitación apenas podríalevantar del suelo, un hombre que, furioso deverse insultado, acomete a sus contrarios y losvence: a estos dos hombres, ¿se los puede lla-mar débiles? Créeme, amigo mío: si los esfuer-zos son la medida de la fuerza, ¿ por qué unesfuerzo supremo ha de ser otra cosa?""Alberto me miró, y dijo: "No te enojes; peroesos ejemplos que citas no tienen aquí verdade-ra aplicación." "Puede ser—le contesté—; no esla primera vez que califican mi lógica de pala-brería. Veamos si podemos representarnos deotro modo lo que debe experimentar el hombre

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que se resuelve a deshacerse del peso, tan lige-ro para otros, de la vida, porque no raciocina-remos bien sobre ello mientras nos andemospor las ramas. La naturaleza —proseguí—tienesus límites; puede soportar, hasta cierto punto,la alegría, la pena, el dolor; si pasa más allá,sucumbe. No se trata, pues, de saber si unhombre es débil o fuerte, sino de si puede so-portar la extensión de su desgracia, sea moral,sea física; y me parece tan ridículo decir que unhombre que se suicida es cobarde como absur-do sería dar el mismo nombre al que muere deuna fiebre maligna." "¡Paradoja! ¡Rara parado-ja!" dijo Alberto. "No tanto como crees—respondí—. Convendrás conmigo en que lla-mamos enfermedad mortal a la que ataca a lanaturaleza de tal modo, que sus fuerzas des-truidas en parte, paralizadas, se incapacitanpara reponerse y restablecer por una evoluciónfavorable el curso ordinario de la vida... Puesbien querido amigo: apliquemos esto al espíri-tu. Mira al hombre en su limitada esfera, y

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verás cómo le aturden ciertas impresiones,cómo le esclavizan ciertas ideas, hasta quearrebatándole una pasión todo su juicio y todasu fuerza de voluntad, le arrastra a su perdi-ción. En vano un hombre razonable y de sangrefría se compadecerá de la situación del infeliz;en vano le exhortará; es semejante al hombresano que está junto al lecho de un enfermo, sinpoderle dar la más pequeña parte de sus fuer-zas." Estas ideas parecieron a Alberto poco con-cretas. Le hice recordar a una joven que habíaencontrado ahogada hacía poco tiempo, y leconté su historia."Era una criatura bondadosa, encerrada desdesu infancia en el estrecho círculo de las ocupa-ciones domésticas, de un trabajo siempre igual,que no conocía otros placeres que los de ir al-gunas veces a pasearse los domingos por loscontornos de la ciudad con sus compañeras,engalanada con la ropa que poco a poco habíapodido adquirir, o bailar una sola vez en lasgrandes fiestas, y charlar algunas horas con una

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vecina, con toda la vehemencia del más sincerointerés, sobre un chisme o una disputa. El ardorde su juventud le hace experimentar deseosdesconocidos, que aumentan con las lisonjas delos hombres; sus antiguos placeres llegan pasoa paso a serle insípidos; al cabo encuentra a unhombre hacia el cual le empuja con incontras-table fuerza un sentimiento nuevo para ella, yfija en él todas sus esperanzas; se olvida delmundo entero, nada oye nada ve, nada amasino a él, sólo a él; no suspira más que por él,sólo por él. No está corrompida por los frívolosplaceres de una inconstante vanidad, y su de-seo va derecho a su objeto: quiere ser de él;quiere, en una unión eterna, encontrar toda ladicha que le falta, gozar de todas las alegríasjuntas al lado del que adora. Promesas repeti-das ponen el sello a todas sus esperanzas; atre-vidas caricias aumentan sus deseos y sojuzgansu alma por entero; flota en un sentimiento va-go, en una idea anticipada de todas las alegrías;ha llegado al colmo de la exaltación. En fin,

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tiende los brazos apara abrazar todos sus dese-os... y su amante la abandona. Mírala delantede un abismo, inmóvil, demente: una nocheprofunda le rodea; no hay horizonte, no hayconsuelo, no hay esperanza: la abandona el queera su vida. No ve el inmenso mundo que tienedelante ni los numerosos amigos que podríanhacerle olvidar lo que ha perdido; se siente ais-lada, abandonada de todo el universo, y ciega,acongojada por el horrible martirio de su co-razón, para huir de sus angustias se entrega a lamuerte, que todo lo devora. Alberto, ésta es lahistoria de muchos. ¡Ah!.... ¿no es éste el mismocaso de una enfermedad? La naturaleza no en-cuentra ningún medio para salir del laberintode fuerzas revueltas y contrarias que la agitan,y entonces es preciso morir. Infeliz del que losepa y diga: "¡Insensata!, si hubiera esperado, sihubiera dejado obrar al tiempo, la desespera-ción, trocada en calma, hubiera encontrado otrohombre que la consolase." Esto es lo mismo quedecir: "¡Loca! ¡Morir de una fiebre! Si hubiera

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esperado a recobrar sus fuerzas, a que se purifi-casen los malos humores, a que cediera el arre-bato de su sangre, todo se hubiera arreglado ytodavía viviría.""No Juzgando Alberto muy exacta esta compa-ración, hizo nuevas observaciones; entre otrascosas, que yo no había hablado más que de unajoven inocente, y que no debe juzgarse delmismo modo a un hombre de talento, cuya in-teligencia menos limitada le permite ver el an-verso y el reverso de las cosas. "Amigo mío—exclamé—, el hombre siempre es hombre, y eltalento que tengan este o el otro sirve de poco,o más bien de nada, cuando al fermentar unapasión, la naturaleza se arroja a los límites desus fuerzas. Más aún...Pero ya volveremos ahablar de esto", añadí tomando mi sombrero."Mi corazón estaba a punto de estallar, y nosseparamos sin haber llegado a entendernos. Esverdad que en este mundo pocas veces sucedelo contrario."

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15 DE AGOSTO"Es muy cierto que sólo el amor hace que elhombre necesite a sus semejantes. Conozco quecontraría a Carlota perderme, y los niños nopiensan en otra cosa sino en que siempre vol-veré al siguiente día. Hoy he ido a su casa paraafinar el clavicémbalo, lo cual no he consegui-do, porque los pequeños me perseguían paraque les contase un cuento, y Carlota misma seempeñó en que debía darles gusto. Les he re-partido el pan de la merienda, que ahora reci-ben de mis manos tan contentos como de las deCarlota, y les he referido la historia de la prin-cesa servida por encantamiento. Te aseguro quecon esto aprendo mucho, y me asombra la im-presión que el relato les produce. Como algu-nas veces me veo obligado a inventar algúnincidente que no recuerdo al repetir el cuento,en seguida me dicen que antes pasaba de dis-tinto modo, por lo cual me dedico ahora a refe-rir siempre lo mismo, sin variante de ningúngénero. De esto he deducido que el autor que al

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hacer una segunda edición de una obra la mo-difica, daña necesariamente a su libro aunquegane desde el punto de vista literario. Recibi-mos con docilidad toda primera impresión,porque el hombre está hecho de tal modo, quellega a persuadirse de que son verdad las cosasmás absurdas, pero desde luego se graban en éltan profundamente, que infeliz del que preten-da destruirlas o borrarlas."

18 DE AGOSTO"¿Es preciso que lo que constituye la felicidaddel hombre sea también la fuente de su mise-ria? Este sentimiento, que llena y rejuvenece micorazón ante la vivaz naturaleza, que viertesobre mi seno torrentes de deliciosas dulzuras yconvierte en un paraíso el mundo que me ro-dea, ha llegado a ser para mí un insoportableverdugo, un espíritu que me atormenta y queme persigue por todas partes. Cuando contem-plaba otras veces desde las crestas de las rocas,más allá del río, hasta las lejanas colinas, el

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fértil valle, y que todo germinaba con lozaníaen torno mío, cuando veía esas montañas bor-dadas, desde la falda hasta la cima, de espesosy corpulentos árboles, estos valles salpicadosde risueña floresta en todos sus contornos: elarroyo apacible que se deslizaba adormecidocon el murmullo de los cañaverales, reflejandolas matizadas nubes que la brisa suave de latarde mecía en el cielo; cuando escuchaba a lospájaros animando con sus gorjeos la enramada,mientras copiosísimos enjambres de insectillosjugueteaban alegremente en los últimos rayosde sol, a cuyo destello el escarabajo oculto antesdebajo de la hierba abandonaba, zumbando suprisión; cuando el ruido y la vida llamaban miatención hacia la tierra, y el musgo que arrancasu alimento a la dura roca, y las retamas quecrecen en la pendiente de la árida colina areno-sa, me descubría la íntima, ardiente y santavida de la naturaleza, ¡con qué jubilo abrazabatodos estos objetos mi encendido corazón! Yoestaba como un dios en este mar de riquezas,

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en este inmenso universo, cuyas formas subli-mes parecían moverse, animando toda mi crea-ción en el fondo de mi alma. Me rodeabanenormes montañas; tenía delante de mí pro-fundos abismos, donde se precipitaban torren-tes tempestuosos, los ríos se deslizaban bajomis pies; oía algo como un rugido en los bos-ques y los montes agitándose y confundiéndosetodas estas fuerzas misteriosas en las profundi-dades de la tierra, mientras sobre ésta y bajo elcielo revoloteaban las razas infinitas de los se-res que lo pueblan todo de mil diversas formas,mientras los hombres se juzgan reyes de estevasto universo, agazapándose juntos en el nidode sus reducidas moradas. ¡Pobre loco, quetodo te parece mezquino, porque tú eres muypequeño! Desde la inaccesible montaña y eldesierto que ningún pie ha pisado aún, hasta laúltima orilla de los océanos desconocidos, loanima todo tu espíritu del eterno creador,gozándose en estos átomos de polvo que viveny le comprenden. ¡Ay cuántas veces deseaba

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entonces, con las alas de la garza que pasabasobre mi cabeza, trasladarme a las costas de eseinmenso mar para beber en la espumosa copade lo infinito dulcísimas delicias y sentir, aun-que sólo fuera por un momento, en el espacioestrecho de mi seno una gota de la felicidad delser que todo lo engendra en él y por él! Herma-no mío, el recuerdo de tales horas basta parafortalecerme. Más aún: los esfuerzos que hagopara recordar estos sentimientos inefables, parapoder expresarlos, elevan mi alma sobre ellamisma, y me obligan a sentir doblemente loangustioso de mi estado actual."Parece que se ha levantado un velo delante demi alma, y el inmenso espectáculo de la vida noes a mis ojos otra cosa que el abismo de la tum-ba, eternamente abierto. ¿Podrás decir "estoexiste" cuando todo pasa, cuando todo se pre-cipita con la rapidez del rayo, sin conservar casinunca todas sus fuerzas, y se ve, ¡ay!, encade-nado, tragado por el torrente y despedazadocontra las rocas? No hay momento que no te

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consuma, que no consuman los tuyos; no hayun momento en que no seas, en que no debasser destructor: tu paseo más inocente cuesta lavida a millares de pobres insectos; uno solo detus pasos destruye los laboriosos edificios delas hormigas y sumerge todo un pequeñomundo en un sepulcro."¡Ah!, no son las grandes y poco frecuentescatástrofes del mundo, no son esas inundacio-nes, esos temblores de tierra, que se tragan avuestras ciudades, lo que me conmueve, lo queme roe el corazón es la fuerza devoradora quese oculta en toda la naturaleza, y que no haproducido nada que no destruya cuanto le ro-dea y no se destruya a sí mismo."De este modo avanzo yo con angustia por miinseguro camino, rodeado del cielo, de la tierra,y de sus fuerzas activas: no veo más que unmonstruo ocupado eternamente en mascar ytragar."21 DE AGOSTO

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"Al sacudir por las montañas el yugo de unapesadilla, es en vano que extienda los brazoshacia ella, en vano que la busque por la nocheen mi lecho, cuando un sueño feliz y sencillome hace creer que estoy en el campo, sentado asu lado, estrechando su mano y llenándola debesos. ¡Ah!, cuando todavía embriagado por elsueño busco esa mano y me despierto, un to-rrente de lágrimas brota de mi corazón oprimi-do y lloro sin consuelo en las tinieblas de loporvenir."

22 DE AGOSTO"Es cosa fatal, Guillermo. Mi actividad se con-sume en una inquieta indolencia; no puedoestar ocioso, y, sin embargo, no puedo hacernada. Mi imaginación y mi sensibilidad no seconmueven ante la naturaleza, los libros mecausan tedio. Cuando el hombre no se encuen-tra a sí mismo, no encuentra nada. Te juro quemuchas veces me alegraría de ser un jornaleropara tener, al menos, al despertarme por la ma-

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ñana, la perspectiva de un día ocupado, unmóvil, una esperanza. Envidio con frecuencia aAlberto cuando le veo enterrado en papeleshasta los ojos, y creo que sería feliz hallándomeen su lugar. Más de una vez he estado a puntode escribirte y de escribir al ministro solicitan-do ese destino en la embajada que, según measeguras, me concederían al instante. Así locreo. Hace tiempo que me estima el ministro, yantes de ahora me ha instado mucho para queacepte un empleo. Suele preocuparme esto du-rante una hora; pero cuando lo reflexiono yrecuerdo la fábula del caballo que, cansado desu libertad, se deja poner la silla y la brida paraestar poco después rendido de fatiga.... no sé loque debo hacer. Por otra parte, querido Gui-llermo, este deseo de cambiar de estado que mesubyuga, ¿no será acaso una oculta insoporta-ble impaciencia que me perseguirá por todaspartes?"

28 DE AGOSTO

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"Es indudable que, si mi mal tuviera cura, estagente lo curaría. Hoy es mi cumpleaños, y muyde mañana he recibido un paquetito de Alberto.Lo primero que ha herido mis ojos al abrirlo hasido uno de los dos lazos de color de rosa quellevaba Carlota la primera vez que la vi, lazoque después le había pedido varias veces; losegundo, dos tomitos en dozavo, las obras deHomero, de Wetstein edición que tanto he de-seado para no ir a mis paseos cargado con laErnesti. Ya ves cómo previenen mis deseos;cómo buscan medios para darme estas peque-ñas pruebas de amistad, mil veces más precio-sas que esos presentes magníficos conque noshumilla la vanidad del que nos obsequia. Besoel lazo infinitas veces al día, y en cada aspira-ción saboreo el recuerdo de las felicidades conque me embriagaron esos pocos días felices quehan pasado para siempre. Guillermo, es lo quedebe ser, y no me quejo: las flores de la tierrasólo son vanas apariencias. ¡Cuántas se marchi-tan sin dejar ni el más leve rastro! ¡Qué pocas

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fructifican y qué pocos de estos frutos llegan ala madurez! Y, sin embargo..., ¡oh hermanomío!..., ¿podemos no hacer caso de los frutosmaduros, despreciarlos y dejar que se pudransin gozar de ellos?"Adiós. El verano es magnífico. Trepo algunasveces a los árboles del jardín de Carlota, y conuna pértiga larga cojo las peras de las ramasmás altas. Carlota está debajo del árbol y recogelos frutos que yo echo a sus pies."

30 DE AGOSTO"Desgraciado, ¿no está loco? ¿No te engañas a timismo? ¿Adónde te conducirá esta pasiónindómita y sin objeto? No pienso más en ella;ya no cabe en mi imaginación otra figura que lasuya, y todo lo que me rodea no lo veo sino conrelación a ella."Esto me procura algunas horas de felicidadque deben concluir tan pronto como sea precisoque nos separemos. ¡Ah, Guillermo, adónde mearrastra con frecuencia mi corazón! Siempre

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que paso dos o tres horas a su lado, absorto enla contemplación de su hermosura, de sus mo-vimientos, de su celestial lenguaje, todos missentidos se excitan insensiblemente, una som-bra se extiende ante mi vista, y mis oídos seembotan, siento que oprime mi corazón unamano homicida; mi corazón, con sus latidosprecipitados, busca consuelo a mis sentidosoprimidos y no hace más que aumentar el des-orden..."Guillermo, muchas veces no sé si estoy en elmundo y si la tristeza me agobia o si Carlota nome concede el triste consuelo de aliviar mi mar-tirio, dejándome bañar su mano con mi llanto.Necesito salir, necesito huir, y corro a ocultar-me muy lejos en los campos. Entonces gozotrepando por una montaña escarpada, abrién-dome paso entre un bosque impenetrable, entrelas breñas que me hieren y los zarzales que medespedazan. Entonces me encuentro un pocomejor, ¡un poco!, y cuando, extenuado de sed yde cansancio, sucumbo y me detengo en el ca-

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mino; cuando en la profunda noche, brillandosobre mi cabeza la luna llena, me siento en elbosque solitario sobre un tronco torcido, paradar algún descanso a mis pies desgarrados, ome entrego a un sueño tranquilo durante laclaridad crepuscular..., ¡oh Guillermo!, el silen-cio albergue de una celda, un sayal y el cicilioson los únicos consuelos a que aspira mi alma.Adiós. No veo para esta cuita otro fin que elsepulcro."

3 DE SEPTIEMBRE"Mi marcha es precisa, Guillermo: te agradezcoque hayas fijado mi resolución vacilante. Quin-ce días hace que acaricio la idea de dejarla. Mimarcha es precisa. Está de nuevo en la ciudad,en casa de una amiga, y Alberto..., y... Mi mar-cha es precisa."

10 DE SEPTIEMBRE"¡Qué noche, Guillermo, qué noche tan horriblehe pasado! Ahora tengo valor para todo. No

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volveré a verla. ¡Oh!, que no pueda ir volando aarrojarme en tus brazos; que no pueda, amigomío, expresarte con el mayor transporte y de-rramando un raudal de llanto los sentimientosque oprimen mi corazón! Heme aquí, delantede mi pupitre, casi sin aliento, procurando so-segarme y aguardando a que amanezca, porquelos caballos estarán ensillados al despuntar elsol."¡Ah! Carlota duerme descuidada sin sospecharque no volverá a verme. He tenido bastantevalor para separarme de ella sin descubrir misecreto durante una conversación de dos horas.¡Y qué conversación, Dios mío!"Alberto me había ofrecido que iría al jardíncon Carlota después de cenar. Yo estaba en laexplanada, bajo los corpulentos castaños, vien-do por última vez el sol que se oculta más alládel risueño valle, y el río que se desliza man-samente. ¡Había estado tantas veces con ella enaquel paraje! ¡Había contemplado tantas vecesel mismo magnífico espectáculo! Y ahora . . .

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Empecé a ir y venir por aquella alameda, paramí tan querida, donde un atractivo secreto ysimpático me había retenido frecuentementeantes de conocer a Carlota. ¡Con qué placer, alalborear nuestra amistad, nos dimos mutua-mente cuenta de la preferencia que nos inspira-ba este sitio, que es, sin duda, uno de los másseductores que conozco entre las creaciones delarte!"A través de los castaños se descubre una vastaperspectiva. . . ¡Ah! Recuerdo que te he habladobastante en mis cartas de estos altos muros dehaya y de esta alameda en que insensiblementeva desapareciendo la luz cuanto más próximoestá un bosquecillo donde termina y dondetodo se confunde en una plazoleta que pareceimpregnada de todas las melancolías de la so-ledad. Aún me dura la indefinible sensaciónque experimenté cuando entré en ella por pri-mera vez. En el instante en que el sol se hallabaen lo más alto de su carrera; ya entonces tuveun vago presentimiento de que aquel alto para-

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je sería para mí teatro de infinito dolor y gran-des alegrías."Hacía media hora que estaba entregado a losdulces y crueles pensamientos de la despediday de volvernos a ver, cuando los vi subir por laexplanada. Corrí hacia ellos, cogí con el mayorentusiasmo la mano de Carlota y se la besé.Llegábamos a lo más alto cuando apareció laluna por detrás de los zarzales que cubrían lacolina. Hablamos de cosas distintas y nosaproximamos a la sombría plazoleta. Carlotaentró y se sentó, Alberto se puso a uno de suslados, y yo, al otro, pero mi inquietud no mepermitía permanecer mucho tiempo sentado.Me levanté me coloqué delante de ella; di algu-nos pasos y volví a sentarme. Yo sentía algoparecido a la agonía. Carlota nos hizo observarel bello efecto de la luna, que por encima de lashayas alumbraba toda la explanada. El cuadroera soberbio y tanto más sublime para nosotroscuanto que nos rodeaba una profunda oscuri-dad. Después de un breve rato en que todos

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guardamos silencio, Carlota tomó la palabra:"Nunca—dijo—, nunca me paseo a la claridadde la luna sin acordarme de mis queridos ami-gos difuntos, sin sentirme conmovida por laidea de la muerte y de lo porvenir. ¡Nada mue-re! —añadió con un acento, que revelaba lasensación más viva—: pero Werther ¿volvere-mos a encontrarnos? ¿Nos reconoceremos?¿Qué pensáis de esto? ¿Qué decís?"""Carlota—exclamé, presentándole mi mano ycon los ojos cuajados de lágrimas—, ¡sí, volve-remos a vernos! En esta vida y en la otra volve-remos a vernos.""No pude decir más, Guillermo. ¿Era precisoque ella me hiciese esta pregunta cuando todami alma se ocupaba de tan cruel separación?""Y nuestros queridos muertos—continuó Car-lota—, ¿saben algo de nosotros? ¿Tienen ideade que los traemos a la memoria con indeciblecariño en nuestros momentos de felicidad? ¡Oh!La imagen de mi padre vaga siempre en tornomío, cuando estoy por la noche sentada tran-

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quilamente en medio de sus hijos, de mis hijos,que se agrupan en mi derredor como se agru-pan al suyo. Sí, entonces dirijo al cielo mis ojos,bañados por una lágrima de deseo, anhelandoque vea cómo cumplo la palabra que en su le-cho de muerte le di de ser la madre de sushijos—exclamó llena de emoción—. Perdóna-me, madre querida, si no soy para ellos lo quetú fuiste. ¡Ah!, yo hago cuanto puedo: estánvestidos y alimentados y, sobre todo, se loscuida y se los quiere. Si pudieras ver nuestraunión, ¡oh alma queridísima!, elevarías las másvivas acciones de gracias a ese Dios a quienpedías con las más amargas lágrimas, con lasúltimas que brotaron de tus ojos, que hicierafelices a tus hijos.""Esto decía Carlota. ¡Oh Guillermo, quién pu-diera repetir lo que decía! ¿Cómo la letra, fría einsensible, podría reproducir sus palabras, queeran flores celestiales de su alma? Alberto lainterrumpió, diciendo con dureza: "Carlota, eso

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te afecta demasiado. Comprendo que esas ideaste son queridísimas, pero te ruego..."""Alberto—dijo Carlota—, ya sé que no hasolvidado aquellas noches en que nos sentába-mos alrededor del velador, cuando papá estabafuera y habíamos hecho acostarse a los niños.Tú tenías casi siempre un buen libro, y casinunca leías en él. La conversación de aquellacriatura sublime, ¿no era preferible a todo?¡Qué mujer! Amable, bella, siempre alegre ysiempre trabajadora... ¡Dios sabe las veces que,arrodillada sobre mi lecho y derramandolágrimas, le he pedido que me haga semejante ami madre! """Carlota—exclamé, arrojándome a sus plantasy estrechando su mano, que bañaba con millanto—; Carlota, siempre os acompañen labendición de Dios y el espíritu de vuestra ma-dre.""¡Si la hubierais conocido!—dijo, apretándomela mano—. Era digna de que la conocierais."Creí que me anonadaba: nunca se había pro-

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nunciado en mi elogio una frase más grande,más gloriosa. Carlota prosiguió: " ¡Y esa mujerha muerto en la flor de su edad, cuando suúltimo hijo no había cumplido seis meses! Suenfermedad no fue larga: estaba resignada ytranquila; su única pena era tener que abando-nar a sus hijos, sobre todo al más pequeñito.Cuando entraba en la agonía me dijo: "¡Tráeme-los!" Yo los llevé, los menores no comprendíansu desgracia; los mayorcitos estaban profun-damente afectados. Cuando rodearon su lecho,levantó las manos al cielo y rogó por ellos; lue-go, uno después de otro, los besó; después, lesdio el último adiós, y me dijo: "Tú serás su ma-dre." Por toda respuesta estreché su mano."Mucho me prometes, hija mía —me dijo—.Frecuentemente he visto en tus lágrimas dereconocimiento que comprendes lo que hay enlas miradas y el corazón de una madre. Ten louno y lo otro para tus hermanos, y para tu pa-dre, la fidelidad y la obediencia de la esposa.Serás su consuelo." Pidió que entrase mi padre,

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que había salido para ocultarnos el inmensodolor que le abrumaba; tenía el corazón despe-dazado. Tú Alberto, estabas en la alcoba; oyóella que alguno paseaba, preguntó quién era, ydijo que te acercases. Nos miró a los dos fija-mente, y su mirada tranquila revelaba la ideade que juntos habíamos de ser felices." Albertose arrojó en sus brazos, exclamando: "¡Lo so-mos! ¡Lo seremos!" El flemático Alberto estabafuera de sí: yo no me conocía a mí mismo.""Werther—prosiguió Carlota—, ¿y esta mujerdebía morir? ¡Oh Dios! Cuando algunas vecespienso cómo nos dejamos robar lo que másqueremos en el mundo. Y nadie lo siente contanta fuerza como los niños; los míos, muchodespués se quejaban de que los hombres negrosse habían llevado a mamá.""Carlota se levantó. Yo, temblando, pero sa-liendo del letargo que me sojuzgaba, permanecísentado y estrechando entre las mías una desus manos.

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""Es preciso volver a casa—dijo—; ya es hora."Quiso apartar su mano, y yo la retuve con másbrío. "¡volveremos a vernos!—exclamé—. ¡Vol-veremos a encontrarnos! Sea lo que sea nuestraaparición, nos reconoceremos. Me voy—proseguí—, me voy voluntariamente, pero, sicreyera que se trataba de una separación eter-na, no podría soportar esta idea. ¡Adiós, Carlo-ta; adiós, Alberto! Volveremos a vernos."""Creo que mañana", dijo en tono chancero.Este "mañana" me traspasó el corazón. ¡Ah! Ellaignoraba, cuando separó su mano de la mía...Se fueron alejando por la alameda... Yo perma-necí inmóvil, siguiéndolos con la vista, a la luzde la luna. Me arrodillé, di rienda suelta a mislágrimas, levantéme de súbito, fui corriendohacia la explanada, y todavía, a lo lejos, bajo lasombra de los altos tilos, cerca de la puerta deljardín, vi brillar su vestido blanco. Extendí losbrazos hacia ella... y desapareció."

LIBRO II

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22 DE SEPTIEMBRE DE 1771"LLEGAMOS ayer. El embajador está indis-puesto y guardará cama algunos días, si, almenos, fuera un hombre de buen trato, todomarcharía bien. Lo veo, lo veo, la suerte me hareservado rudas pruebas; pero, ¡ánimo! Uncarácter ligero lo soporta todo. ¡Un carácterligero! Risa me da al ver que esta frase se haescapado de mi pluma. ¡Ah! si yo fuera algomás superficial, sería el hombre más feliz de latierra. Pero, ¡quía! Otros, pobres de fuerza y detalento, se pavonean delante de mí con aire desuficiencia, y yo me aburro con mi superioridady mis conocimientos. Tú, Señor, que me hasdado estos bienes, ¿por qué no me negaste lamitad de ellos concediéndome, en cambio, laconfianza y satisfacción de mí mismo?"¡Paciencia, paciencia!, esto cambiará. Sí, amigomío, confieso que tienes razón: desde que pasotodos los días mezclado con la multitud y veolo que son los demás y cómo proceden estoymucho más contento de ser como soy. Induda-

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blemente, puesto que nos han hecho así y todolo comparamos con nosotros mismos, y a noso-tros mismos con todo, el bien o el mal está en elobjeto que nos sirven para el paralelo, y, portanto, nada me parece más pernicioso que lasoledad."Nuestra imaginación, propensa por su natura-leza a exaltarse, alimentada por las fantásticasimágenes de la poesía, se forja una serie de se-res, entre los cuales ocupamos el último lugar,y todo nos parece más grande fuera de noso-tros, y todas las personas, más perfectas que lanuestra.Sin duda, esto es natural; a cada paso vemosque nos faltan muchas cosas, y precisamente loque nos falta nos parece que otro lo posee; leatribuimos todo cuanto nosotros tenemos, y leencontramos, además, cierto atractivo ideal.Así, pues, este hombre es perfectamente feliz,tal como nosotros le soñamos."Al contrario, cuando con toda nuestra debili-dad y nuestros esfuerzos proseguimos nuestro

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trabajo sin distraernos, vemos con frecuenciaque, caminando reposadamente y costeando,avanzamos más que otros a fuerza de vela yremo... Y, sin embargo, siempre está contentode sí mismo el que marcha al lado de los demáso logra adelantarse."

26 DE SEPTIEMBRE DE 1771"A decir verdad, comienzo a estar aquí bastantebien. Lo mejor de todo es que no me falte traba-jo y que esta gente y estas fisonomías de todasclases, nuevas para mí, me entretienen de unmodo agradable. He hecho conocimiento con elconde de C., a quien estimo más cada día. Per-sona de superior inteligencia, revela un almaformada por la amistad y la ternura. Se ha en-cariñado conmigo con motivo de un asuntocuyo arreglo me encargaron. Desde las prime-ras frases observó que nos entendíamos y quepodía hablarme de diferente modo que a losdemás. No encuentro palabras para alabar lafranqueza con que me honra, ni hay nada en el

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mundo que produzca una alegría tan grande ytan verdadera como el hallazgo de un almaprivilegiada que nos abre sus puertas."

24 DE DICIEMBRE DE 1771"El embajador me hace pasar muy malos ratoscosa que ya tenía yo prevista. Es el tonto másinsoportable de la tierra; caminando paso apaso y siendo meticuloso como una solterona,nunca está satisfecho de sí mismo, ni hay me-dio de contentarle. Me gusta trabajar de prisa yno retocar lo que escribo: él es capaz de devol-verme una minuta diciéndome: "Está bien, perorepasadla; siempre se encuentra alguna expre-sión mejor, alguna palabra más propia." Cuan-do esto pasa, me daría a todos los demonios.No ha de faltar una conjunción; es enemigomortal de las inversiones gramaticales que aveces se me escapan; no comprende más perio-do que el que escribe con la cadencia del ritmotradicional. Es un suplicio tener que entendersecon semejante hombre.

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"Lo único que me consuela es la amistad con elconde de C. Hace algunos días me manifestócon la mayor franqueza que le fastidian sobe-ranamente la lentitud y nimiedad característicade mi embajador. "Esta gente es una polillapara sí misma y para los demás—me decía—;pero hay que sufrirla, como sufre cualquierviajero el estorbo de una montaña. Si ésta noexistiera, el camino, indudablemente, sería másfácil y más corto; pero la montaña existe y hayque pasarla.""El viejo conoce bien la preferencia que sobre élme da el conde; esto le quema, y aprovecha lasocasiones que se presentan para hablar mal deél en presencia mía. Como es natural, yo le con-tradigo, y ya tenemos altercado. Ayer, porejemplo, me cogió por su cuenta, y me sacó porcompleto de mis casillas. "El conde—decía—conoce bastante bien las cosas del mundo, tienefacilidad para el trabajo y escribe bien; pero,como la mayor parte de Los hombres de inge-nio, carece de conocimientos profundos." Des-

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pués hizo una mueca que podría traducirse por"¿Te alcanza a ti este dardo?", pero no me pro-dujo ningún efecto. Desprecio a quien piensa yse conduce de este modo, y le respondí conbastante viveza, que el conde merece el mayorrespeto, tanto por su carácter como por su ins-trucción. "No conozco a nadie—añadí—quehaya logrado desarrollar mejor talento y apli-carlo a multitud de objetos, conservando, sinembargo, toda la actividad necesaria para lavida común" Hablar así a este imbécil erahablarle en griego, y me despedí de él para evi-tar que me revolviese más la bilis diciendo ma-jaderías. Y toda la culpa es de los que me habéisamarrado a este yugo, contándome maravillasde la actividad. ¡Actividad! Remaría volunta-riamente diez años más en la galera donde aho-ra estoy sujeto, si el que no tiene otra ocupaciónque la de plantar patatas y el que va a vendersus granos a la ciudad no hiciera más que yo.¿Y la miseria brillante que veo, el fastidio quereina entre esta gente tosca, esta manía de cla-

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ses en la cual estriba el que acechen y espíen laocasión de elevarse unos sobre otros, fútiles ymenguadas pasiones que se presentan al des-nudo? Aquí, por ejemplo, hay una mujer queno habla a nadie de otra cosa que de su noblezay de sus fincas; de modo que los forasterosdirán para sus adentros: "Esta es una sandía aquien un poco de nobleza y cuatro terrones lehan vuelto el juicio." Pero no es esto lo peor: lasusodicha es simplemente hija de un escribanode estas cercanías. No puedo comprender a laespecie humana, cuyas pretensiones orgullosassuelen estar destituidas de todo fundamento.Es verdad, mi querido Guillermo, que cada díame convenzo más de lo estúpido que es quererjuzgar a los demás. ¡Tengo tanto que hacerconmigo mismo y con mi corazón, que es tanturbulento! ¡Ah! Dejaría de buen grado seguir atodos su camino, si ellos quisieran también de-jarme andar por el mío."Lo que más me irrita son las miserables distin-ciones sociales. Sé, cómo cualquiera, cuán nece-

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saria es la diferencia de clases y conozco susventajas, de las que yo mismo me aprovecho;pero no quisiera que viniesen a estorbarme elpaso, precisamente cuando podría gozar aúnalguna pequeña alegría, alguna apariencia defelicidad. He hecho conocimientos últimamenteen el paseo con la señorita B., criatura amable,que, en medio del mundo infatuado en quevive, conserva bastante naturalidad. Nuestraconversación nos fue grata a los dos, y cuandonos separamos le pedí permiso para visitarla.Me lo concedió con tanta franqueza, que ape-nas pude aguardar la hora conveniente para ira verla. No es de aquí, y vive con una tía suya.La fisonomía de la vieja me desagradó; yo memostraba deferente con ella, le dirigía casisiempre la palabra, y en menos de media horaadiviné lo que la sobrina me ha confesado des-pués; esto es, que su querida tía carece, a suedad, de todo: de fortuna y de talento. No tienemás recursos que una larga lista de abuelos, enla que se atrinchera como detrás de un muro, ni

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más diversiones que la de mirar con altanería ala plebe que pasa por debajo de su balcón. Debede haber sido hermosa en su juventud y hapasado su vida en bagatelas: ha sido por suscaprichos el tormento de algunos jóvenes infe-lices, y después, en su edad madura, aceptóhumildemente el yugo de un oficial ya ancianoque, por un mediano pasar, sufrió con ella laedad de bronce y murió; pero ahora ella se vesola en la edad de hierro, y nadie la miraría sisu sobrina fuese menos amable."

8 DE ENER0 DE 1772"¡Qué pobres hombres son los que dedican todasu alma a los cumplimientos y cuya única am-bición es ocupar la silla más visible de la mesa!Se entregan con tanto ahínco a estas tonteríasque no tienen tiempo para pensar en los asun-tos verdaderamente importantes. Una de tantassandeces me aguó, la semana última, toda unafiesta.

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"¡Necios!, no ven que el lugar no significa naday que el que ocupa el primer puesto hace muypocas veces el primer papel. ¡Cuántos reyesgobernados por sus ministros! ¿Cuántos minis-tros por sus secretarios! ¿Y quién es el primero?Yo creo que aquel cuyo ingenio domina al delos demás, de que por su carácter y destrezaconvierte las fuerzas y las pasiones ajenas eninstrumentos de sus deseos."

20 DE ENERO"Necesito escribiros, mi querida Carlota, aquíen un rincón de una pobre posada de aldeadonde me he refugiado huyendo de una tem-pestad. Desde que me encuentro en este tristealbergue de D., entre personas extrañas, com-pletamente extrañas a mi corazón, ni un instan-te, ni uno siquiera, he dejado de sentir la impe-riosa necesidad de escribiros. Vuestro ha sidomi primer pensamiento en esta cabaña, en estasoledad, en esta prisión, en tanto que la nieve yel granizo golpean contra mi ventana. Desde

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que entré aquí, ¡oh Carlota!, vuestra imagen yvuestro recuerdo, este recuerdo tan vivo y tansanto, se han apoderado de mí y he creído,¡Dios mío!, sentir todas las alegrías de nuestraprimera entrevista."¡Si pudierais verme querida Carlota, en mediodel torrente de distracciones que me asedian!Todas mis sensaciones se enervan y se embo-tan. Ni un solo momento de regocijo para micorazón, ni el más insignificante solaz para mialma. Nada, nada: estoy aquí como si asistiera auna función de sombras chinescas. Veo pasar yrepasar delante de mí hombrezuelos y caballi-tos y me pregunto muchas veces si no es estouna ilusión óptica. Yo formo parte de los per-sonajes y desempeño también mi papel: mejordicho, se me obliga desempeñarlo, se me hacemaniobrar como a un autómata. Si cojo la manodel que tengo más cerca, retrocedo con espanto,creyendo que es de madera."Por la noche hago proyecto de ir a ver la albo-rada del siguiente día: amanece y me quedo en

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la cama. De día acaricio la idea de ver despuésla luna, y cuando llega la noche, me olvido deello en mi alcoba. Apenas me explico por quéme levanto y por qué me acuesto."El resorte que daba movimiento a mi vida, seha roto; el encanto que me tenía despierto enlas tinieblas de la noche y me desvelaba por lasmañanas se ha desvanecido."Sólo una criatura he encontrado aquí digna delnombre de mujer: la señorita B. Se parece a miquerida Carlota, si es que alguien puede pare-cerse a vos. "¡Y qué—diréis—, ¿ahora venís congalanterías?" Sí, no es esto del todo falso: desdehace algún tiempo soy muy lisonjero... porqueno puedo ser otra cosa. Me doy aires de inge-nioso, y dicen las damas que nadie podrá hacerun elogio con más delicadeza que yo. Añadid:ni mentir, porque lo uno va siempre unido a lootro. Os estaba hablando de la señorita B. En elfuego de sus ojos azules se adivina desde luegola energía de su alma. Su posición la mortifica,porque no basta a satisfacer ninguno de los

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deseos de su corazón. Aspira a alejarse del tor-bellino social, y soñamos horas enteras con unafelicidad pura, en medio del campo. ¡Ah, cuán-tas veces, Carlota, la he obligado a que os ad-mire!¿Obligado? No, su admiración es espontánea.¡Tiene tanto gusto en oír hablar de Carlota! ¡Laquiere tanto! ¡Oh si yo estuviese sentado avuestros pies en aquel gabinetito seductor ytranquilo, con los niños retozando a nuestroderredor! cuando os molestase el ruido quehicieran, yo los agruparía y obligaría a guardarsilencio, refiriéndoles algún cuento pavoroso.El sol declina majestuosamente detrás de lascolinas cubiertas de deslumbradora nieve; latempestad ha pasado, y yo... es preciso que mevuelva a mi jaula. ¡Adiós! ¿Está Alberto a vues-tro lado? ¿Qué digo? Dios me perdone estapregunta."8 DE FEBRERO"Hace una semana que el tiempo no puede serpeor, y me alegro de ello, porque desde que

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estoy aquí no he logrado ver un día bueno sinque algún cócora me lo estropee o me lo robe.Al menos, cuando llueve de firme, cuando nie-va, cuando hiela o deshiela, me digo a mí mis-mo: "Mejor estoy en casa, que fuera." Pero siamanece con sol, si todo pronostica un buendía, nunca dejo de exclamar: "He aquí un favordel cielo, que podemos usurparnos unos aotros." No hay nada que los hombres no se qui-ten sin escrúpulos: salud, reputación, alegría,reposo. Por supuesto, casi siempre con la sonri-sa en la boca, y, según ellos dicen, con las mejo-res intenciones. Algunas veces quisiera supli-carles que no se desgarrasen tan despiadada-mente las entrañas."17 DE FEBRERO"Sospecho que no podré continuar muchotiempo al lado del embajador."Este hombre es completamente insoportable.Tiene una manera tan ridícula de trabajar, queno puedo menos de altercar con él y de obrarcon frecuencia a mi capricho y a mi modo, cosa

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que, como es natural, jamás le deja contento.Últimamente se ha quejado a la corte, y el mi-nistro me ha reprendido; con mucha blandura,por cierto, pero ello es que me ha reprendido, yya tenía propósito de presentar mi dimisión,cuando ha llegado a mis manos una carta parti-cular que me envía... (6), la carta que me hahecho arrodillarme para adorar su espíritu no-ble, sabio y elevado. ¡Cómo elogia el espontá-neo y juvenil ardor de mis exaltadas ideas deactividad, de influir en los demás y de energíaen los negocios; buscando, sin destruir esasideas, el medio de moderarlas y conducirlas alpunto en que pueden encontrar su verdaderodesarrollo y producir su efecto! Ya me tienesanimado por ocho días y reconciliado conmigomismo. ¡Qué hermosa es la paz del alma, y quétriste, amigo mío, que semejante joya tengatanto de frágil como de bello y singular!"20 DE FEBRERO"Dios os bendiga, amigos míos, y os dé todoslos días felices que a mí me niega. Alberto te

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agradezco que me hayas engañado. Aguardabala noticia del día de vuestra boda, porque esedía tenía resuelto descolgar solemnemente de lapared el retrato de Carlota, y enterrarlo entremis papeles. ¡Ya estáis casados y todavía tengoaquí su retrato! Aquí permanecerá. ¿Por quéno? Sé que también estoy con vosotros: sé que,sin perjuicio tuyo, tengo un lugar en el corazónde Carlota. Sí; ocupo en él el segundo puesto, yquiero y debo conservarlo. ¡Oh ! Me volveríaloco si ella pudiese olvidar... Alberto, dentro deesta idea se encierra el infierno, adiós. Adiós,Carlota; adiós ángel del cielo."

15 DE MARZO"He sufrido una mortificación que me echará deaquí: estoy furioso. Lo dicho: esto es un hecho,y vosotros tenéis la culpa de todo; vosotros, queme habéis soliviantado, atormentado, obligadoa tomar un destino que yo no quería. Noshemos lucido. Y con el fin de que no me digasque lo echo todo a perder con mis ideas exage-

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radas, voy, mi querido amigo, a exponerte losucedido, con la sencillez y exactitud de uncronista."El conde de C. me aprecia y me distingue, yalo sabes, porque te lo he dicho cien veces. Ayercomí en su casa. Justamente era uno de los díasen por las tardes tiene tertulia, a la que concu-rren las damas y caballeros más distinguidos.Yo no había pensado semejante cosa, y jamáspude figurarme que nosotros, los menos enco-petados, sobrábamos allí. Adelante. Comí, ydespués de comer estuve paseándome y char-lando con el conde en el gran salón. Llegó elcoronel B. que terció en nuestras plática, y porfin, insensiblemente sonó la hora de la tertulia.¡Bien sabe Dios que no pensaba en ello! Entró lanobilísima señora de S. con su marido y la pavade su hija, que tiene el pecho como una tabla yun talle que no es talle. Pasaron por delante demí con el aire desdeñoso que los caracteriza. Noinspirándome la gente de este linaje otra cosaque una antipatía profunda, resolví retirarme, y

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aguardaba sólo a que el conde se viese libre desu fastidiosa palabrería, cuando entró la señori-ta B. Como siempre que la veo se impresionaun poco mi corazón, me quedé, y fui a colocar-me detrás de su asiento. Llegué a observar queme hablaba con menos franqueza que la acos-tumbrada y con algún embarazo. Esto me sor-prendió. "Es ella como todas estas gentes?", mepregunté a mí mismo. Estaba picado y queríaretirarme; sin embargo, me quedaba, esperandocon alguna frase que me dirigiera llegaría aconvencerme de que mi pregunta era injusta.Entre tanto, el salón se llenó. El barón F., quellevaba encima todo un guardarropa del tiempoen que se coronó a Francisco 1 (7); el consejeroáulico R., que se anuncia haciéndose llamar suexcelencia con su mujer, que es sorda, etcétera.No debo pasar por alto a J., el desaliñado, quetapa los agujeros de su traje gótico con retalesdel día. Estas y otras personas fueron entrando,mientras yo hablaba con algunas conocidasmías, que me parecieron muy lacónicas. Pen-

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sando y ocupándome exclusivamente de B., noadvertí que las señoras cuchicheaban en unextremo del salón, y que algo extraordinariosucedía entre los caballeros; no advertí que laseñora de S. hablaba aparte con el conde (Todoesto me lo ha dicho después la señorita B.) Porúltimo, el conde se acercó a mí, y me llevó alhueco de una ventana. "Ya conocéis—me dijo—nuestras costumbres extravagantes. He obser-vado que la tertulia en masa está descontentade veros aquí, y aunque yo no querría por todoel mundo..." "Dispensadme, señor —exclamé,interrumpiéndole—. Debía haber caído en ello,lo sé, y sé también que me perdonaréis estairreflexión—dije al mismo tiempo que le hacíauna reverencia—. Yo ya había pensado retirar-me, y no sé que espíritu me lo ha detenido.""El conde me apretó la mano de un modo quedaba a entender cuanto podía decir. Me escurrípausadamente y, fuera ya de la augusta asam-blea, subí a mi birlocho y fui a M., para verdesde la colina la puesta del sol, leyendo el

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magnífico canto en que refiere Homero cómoUlises fue hospedado por uno que guardabapuercos. Hasta aquí todo iba bien."Ya de noche, volví a mi posada para cenar.Sólo encontré algunas personas que jugaban alos dados en el comedor, en un ángulo de lamesa, para lo cual habitan levantado un pocolos manteles. Entró el apreciable A. y dejó susombrero, mirándome al mismo tiempo; se vi-no hacia mí y me dijo en voz baja:"¿Conque has tenido un disgusto?" "¿Yo?" "Elconde te ha echado de su tertulia." "¡Cargue eldiablo con ella! Me salí para respirar un airemás puro." "Me alegro de que no des importan-cia a lo que no la tiene; solamente siento que lacosa se haya hecho pública." Esto dio margen aque se desertase en mí el enojo. Conforme iballegando la gente para sentarse a la mesa, memiraban, y yo decía para mi sayo: "Te miranpor lo de la reunión." Y esto me quemaba lasangre.

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"Y como ahora, donde quiera que me presentó,oigo decir que los que me envidian baten pal-mas, que me citan como un ejemplo de lo quesucede a los presuntuosos que se creen autori-zados para prescindir de todas las considera-ciones porque están dotados de algún ingenio,y oigo, además, otras majaderías semejantes, debuena gana me clavaría un cuchillo en el co-razón. Digan lo que digan de los caracteresdespreocupados, yo querría saber quien es elque puede sufrir que tanto bellaco murmure deél de este modo. Sólo cuando carece de funda-mento la murmuración es fácil depreciar a losmurmuradores."16 DE MARZO"Todo conspira contra mí. Hoy he encontradoen el paseo a la señorita B. Me he visto obligadoa acercarme y, apenas nos hemos alejado unpoco de los demás, le he dado mil quejas por loque anteayer me ocurrió con ella. "¡Oh Wert-her!—me dijo con la mayor ternura—. ¿Cómointerpretáis tan mal aquella turbación mía, vos

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que me conocéis tan bien? ¡Cuánto he sufridopor vos, desde el instante en que os vi en elsalón! Todo lo adiviné; cien veces estuve a pun-to de decíroslo. Sabía que las señoras de S. y deT. se alejarían con sus maridos antes que per-manecer en vuestra compañía; sabia que elconde no se atrevería romper con ellos..., ¡yahora vos me pedís cuenta!" "¡Cómo señorita!",dije, ocultando mi turbación y sintiendo quealgo como agua hirviendo corría por mis venas,a la par que recordaba todo lo que me habíadicho A. al entrar en casa. "¡Cuánto me ha cos-tado ya todo esto!", exclamó aquella hermosacriatura con los ojos llenos de lágrimas. Dejé deser dueño de mí mismo, y faltó poco para queme arrojase a sus pies. "Explicaos", le dije. Suslágrimas rodaron; yo estaba fuera de mí. Seenjugó el llanto sin cuidarse de ocultármelo.""Mi tía—prosiguió—, a quien ya conocéis, sehallaba presente. ¡Contenta se puso de veros ami lado! Werther, ayer tarde y esta mañana hetenido que sufrir un sermón por ser amiga

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vuestra, y me he visto obligada a oír que osinsultaban, que os humillaban, sin poder de-fenderos y sin atreverme a defenderos más quea medias.""Cada palabra que profería era una espada queatravesaba mi corazón. Sin comprender el bienque me hubiera hecho ocultándome todas estascosas continuó refiriendo lo que aún dirían demí, y quiénes se gozarían en el triunfo, ce-lebrándolo y haciendo saber que se ha castiga-do mi orgullo y mi desprecio hacia los demás,cosas que hace tiempo vienen echándome encara."¡Y oír todo esto de su boca, Guillermo; oírseloa ella, cuyo afecto para mí es verdadero y pro-fundo! Quedé anonadado, y todavía fermentala cólera en mi pecho. Quisiera qué alguno deellos tuviera el valor de pronunciar una solapalabra delante de mí, para atravesarle de partea parte con mi espada. Me sosegaría si viesecorrer la sangre. ¡Ah! más de cien veces he co-gido un cuchillo para acabar con la asfixia que

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me ahoga. Se habla de una noble raza de caba-llos que, cuando están enardecidos y cansadoscon exceso, se abren por instinto una vena pararespirar con más libertad. Muchas veces meencuentro en este caso; querría abrirme unavena que me proporcionase la libertad eterna."24 DE MARZO"He pedido mi cesantía con esperanzas de ob-tenerla y sé que me perdonarás el que lo hayahecho sin consultarte. Necesito salir de aquí, ysé todo lo que pudieras decirme para evitarlo;así, pues, di a mi madre lo que ocurre, de modoque no ponga el grito en el cielo. Es preciso quelleve con paciencia el que no la satisfaga quienni a sí mismo logro satisfacerse."No dudo que esto le causará mucha pena. ¡Verque su hijo se detiene de pronto en la brillantecarrera que le llevaba en línea recta a los pues-tos de consejero y embajador! ¡Ver que se des-vía del camino!... Haz todas las objeciones quese te ocurran y cuantas combinaciones conduz-can a demostrar en qué casos podía y debía

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continuar aquí; he decidido irme, y me voy.Para que sepas adónde te diré que mi compañíaes muy grata al príncipe de..., y que, cuando hatenido noticia de mi determinación, me ha pe-dido que le acompañe a sus estados para pasarcon él la primavera. Me ha prometido quetendré libertad absoluta; y como estamos deacuerdo casi en todo, voy a correr el albur ymarcharme con él."POST SCRIPTUM, 19 DE ABRIL"Te agradezco tus cartas. No las he contestadoporque para enviarte ésta esperaba a recibir elcese de la corte, temía que mi madre influyeracon el ministro y diese al traste con mis planes;pero ya está todo arreglado puesto que ha sidoaceptada mi dimisión. No te diré la repugnan-cia con que han accedido a mis deseos ni lo queme escribe el ministro, porque aumentaríanvuestras lamentaciones. El príncipe herederome ha dado una gratificación, veinticuatro du-cados, diciéndome palabras que me han enter-necido hasta el punto de hacerme llorar. No

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necesito, pues, el dinero que últimamente habíapedido a mi madre."

5 DE MAYO"Salgo mañana, y como sólo dista seis millasdel camino el lugar donde nací, quiero volver averlo y recordar los antiguos días de mi infan-cia, que pasaron como un sueño."Quiero entrar por la misma puerta por dondesalí con mi madre cuando, después de quedarseviuda, abandonó esta querida y sosegada aldeapara encerrarse en esa horrible ciudad. Adiós,Guillermo; ya tendrás noticias de mi viaje."

9 DE MAYO"He visitado el pueblo donde nací, con toda ladevoción de un peregrino, impresionándomeuna porción de sentimientos inesperados. Hicedetener el coche cerca del gran tilo que hay aun cuarto de legua de la población, a la partesur; me apeé y mandé al cochero que fuese de-lante, con objeto de seguir yo a pie y saborear

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todos los recuerdos con toda viveza y plenitudde la novedad. Me detuve bajo el tilo que en miinfancia había sido objeto y término de mis pa-seos. ¡Qué diferencia! Entonces con una dichosaignorancia me lanzaba impetuosamente haciaese mundo desconocido en que esperaba hallarpara mi corazón todo el alimento, todas lasventuras que debían colmar y satisfacer la efer-vescencia de mis deseos. Ahora vuelvo ya deese vasto mundo, y ¡oh amigo mío, cuántasesperanzas perdidas, cuántos planes destrui-dos! Aquí están delante de mí las montañas quemil veces contemplé como el único muro que seoponía a mis deseos. Entonces podía quedarmeen estos sitios horas enteras, pensando en esca-lar esas alturas, llevando mi pensamiento alfondo de los valles y de las alamedas que divi-saba entre las tintas suaves del crepúsculo; ycuando llegaba el momento de volver a mi ca-sa, yo abandonaba este paraje querido con in-decible pena. Al acercarme al pueblo, he salu-dado todos los viejos pabellones de los jardines.

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Los nuevos me desagradan, como todos loscambios que he observado. Pasé la puerta queda entrada a la población, y entonces sí que meencontré dentro de mis recuerdos. Amigo mío,no quiero detenerme en detalles, la relaciónsería tan pesada como grande ha sido el placerque he experimentado. Pensaba alojarme en laplaza, precisamente al lado de nuestra antiguacasa. Observé al paso que la escuela, donde unabuena vieja nos reunía cuando niños, se habíaconvertido en una abacería. Me acordé de lainquietud, de los temores, los apuros y las aflic-ciones que yo había sufrido en aquella especiede agujero. No daba un paso que no me obliga-ra a entusiasmarme. No encuentra un peregri-no en tierra santa tantos lugares consagradospor religiosos recuerdos, y dudo que su almaexperimente tan puras emociones. Bajé por laorilla del río adelante hasta una alquería adon-de iba yo en otro tiempo muy a menudo: es unparaje reducido, donde los muchachos nos di-vertíamos en tirar piedras a la superficie del

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agua para ver quién las hacia singlar mejor.Recordé vivamente que me detenía algunasveces a ver correr el agua, formándome las ide-as más maravillosas de su curso; recordé lascaprichosas pinturas que me hacía de los paísesadonde aquella corriente debía ir a parar; re-cordé que pronto encontraba mi imaginaciónlos límites de esos países, y que, sin embargo,yo iba más lejos, y acababa por perderme en lacontemplación de un paisaje lejano y vagoroso.Amigo mío, de este modo con esta felicidad,vivieron los venerables padres del génerohumano; tan infantiles fueron sus impresionesy su poesía. Cuando Ulises habla de la mar in-mensa y de la tierra, su lenguaje es verdadero,humano, intimo, sorprendente y misterioso.¿De qué me sirve poder repetir con todos loscolegas que la Tierra es redonda? ¡La Tierra!Sólo necesita el hombre algunas palabras paratener ocupación toda su vida, y menos todavíapara volver a esta tierra de donde salió.

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"Estoy ahora en la casa de campo del príncipe.Se vive muy bien con este hombre: es la verdady la sencillez personificada, pero está rodeadode gente singular que no acabo de comprender.Sin tener el aspecto de unos bribones, les faltael talento de los hombres de bien. Algunas ve-ces me parecen muy respetables, y, sin embar-go, no llego a fiarme de ellos. Me molesta que elpríncipe hable con frecuencia de cosas que haoído decir o que ha leído, copiando siempreservilmente lo que lee y lo oye. Añade a esto,que tiene en más mi talento que mi corazón,este corazón, única cosa de que estoy orgulloso,única fuente de toda fuerza, de toda felicidad yde todo infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé, cualquie-ra lo puede saber; pero mi corazón lo tengo yosólo."25 DE MAYO"Tenía un proyecto del que pensaba hablartecuando se hubiera realizado; ahora veo que noresultará nada, y voy a darte cuenta de mi se-creto: quería entrar en el ejército. Mucho tiem-

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po he acariciado esta idea, causa la más pode-rosa de cuantas me movieron a seguir alpríncipe, que es general de las fuerzas de ...Paseando juntos le he descubierto mi designio;pero me ha disuadido, y sólo hubiera dejado deceder a sus razones si fuera en mí una verdade-ra vocación lo que no pasa de simple capricho."11 DE JUNIO"Di lo que quieras; pero necesito irme de aquí,donde no hago otra cosa que fastidiarme. Elpríncipe no puede ser para mi mejor dé lo quees; sin embargo, no estoy contento a su lado, yconsiste en que en el fondo no hay nada seme-jante entre los dos. Es un hombre de talento,pero de talento vulgar. Su conversación no mecausa mayor placer que uno obra bien escrita.Permaneceré aún ocho días aquí: cuando hayanpasado volveré a vagabundear. Lo mejor quehe hecho desde que vine, ha sido dedicare aldibujo. El príncipe no es extraño al arte y aún losería menos si no estuviese forrado de fastidio-sas fórmulas científicas y de una huera termi-

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nología. Más de una vez, arrastrándome miloca imaginación por los caminos del arte y dela naturaleza, me muerdo los labios al ver que,convencido de que pone una pica en Flandes,me interrumpe a tontas y a locas para encajaren la conversación algún término técnico."16 DE JULIO"Sí; yo no soy otra cosa que un viajero, un pere-grino en el mundo. ¿Y tú? ¿Eres algo más?"18 DE JULIO"¿Adónde quiero ir? Te lo diré en confianza.Tengo precisión de permanecer aquí otrosquince días. Después, me he dicho a mí mismoque deseo visitar las minas de...; pero, en elfondo, no hay nada de esto: lo que quiero úni-camente es aproximarme a Carlota. Esto es to-do. Me río de mi corazón, y hago todo lo queme manda."29 DE JULIO"¡Bien! ¡Muy bien! Todo marcha a maravilla.¡Yo! ¡Su marido! ¡Oh Dios! si tú, que me hasdado la vida, me hubieses reservado semejante

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felicidad, mi existencia hubiera sido una adora-ción continua. No quiero quejarme contra ti;perdóname estas lágrimas, perdona mis inútilesdeseos. ¡Ella, mi mujer! ¿Si hubiera estrechadoentre mis brazos a la criatura más amable quehay bajo el cielo! Guillermo, cuando Albertoabraza su talle esbelto, tiemblo de pies a cabe-za."¿Me atreveré a decirlo? ¿Y por qué no? Carlotahubiera sido conmigo más feliz que con él. No;no es éste el hombre que puede satisfacer todoslos deseos de este ángel. Cierta falta de sensibi-lidad, cierta falta de... (traduce esto como teparezca). Yo veo que sus almas no simpatizan;lo veo cuando, leyendo uno de nuestros librosfavoritos, laten al unísono el corazón de Carlotay el mío, y lo veo en otras mil ocasiones en querevelamos los sentimientos que nos producenlas acciones ajenas. ¡Oh Guillermo! ¿Es verdadque él la ama con toda su alma..., y que, así ytodo, no merece el amor de ella?

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"Un importuno ha venido a interrumpirme. Mislágrimas se han secado, mi melancolía ha des-aparecido. Adiós, querido amigo."4 DE AGOSTO"No soy el único que se queja. Todos los hom-bres ven burladas sus esperanzas y son enga-ñados en lo que desean. Acabo de visitar a labuena mujer de los tilos: el mayor de los mu-chachos ha corrido a mi encuentro. Sus gritosde alegría han anunciado mi llegada a la ma-dre, que está muy abatida. Sus primeras pala-bras han sido: "¡Ay, mi buen señor! Mi Juan hamuerto. "Juan era el menor de los niños. Yoguardé silencio. "Mi marido—añadió— havuelto de Suiza con las manos en la cabeza a noser por algunas buenas almas, se hubiera vistoobligado a venir pidiendo limosna." No se meocurrió decirle nada; pero hice un regalillo a suhijo. Ella me rogó que aceptase unas manzanas,las tomé y me alejé de aquel sitio de tan tristememoria."21 DE AGOSTO

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"He cambiado por completo en un abrir y ce-rrar de ojos. Aunque todavía algunas veces seilumina mi vida con la claridad de una luz sua-ve, no es, ¡ay!, más que por un solo instante.Cuando me entrego a mis ensueños, no consigodesechar este pensamiento. "Pues qué, si Alber-to muriese, ¿no podrías tú ser..., no podría serella...?" Y así continúo corriendo tras esta vagasombra, hasta que me conduce al borde delabismo, donde me detengo con espanto."¡Qué diferente me parece todo, cuando salgode la ciudad por el camino que recorrí en cocheel día que, para llevarla al baile, fui por Carlotala primera vez! Todo ha cambiado, todo hadesaparecido. Ni una señal en la naturaleza, niun latido en mi corazón que recuerde aquel día.Soy como la sombra de un príncipe opulentoque volviese al palacio edificado y decoradocon todo lujo y magnificencia por él en otraépoca, para encontrar arruinadas las espléndi-das maravillas que legó a un hijo queridísimo."3 DE SEPTIEMBRE

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"Hay ocasiones en que no comprendo cómopuede amar a otro hombre, cómo se atreve aamar a otro hombre, cuando yo la amo con unamor tan perfecto, tan profundo, tan inmenso;cuando no conozco más que a ella, ni veo másque a ella, ni pienso más que en ella."4 DE SEPTIEMBRE"Sí, así es. Al mismo tiempo que la naturalezaanuncia la proximidad del otoño, siento el oto-ño dentro de mí y en torno mío. Mis hojas ama-rillean, y las de los árboles vecinos se han caídoya. ¿He vuelto a hablarte de un joven aldeanoque conocí cuando vino por primera vez a estosparajes? He pedido en Wahlheim noticias su-yas, y me han dicho que, habiéndole echado dela casa donde servía, nadie ha vuelto a saber deél. Ayer le encontré, por casualidad, camino deotra aldea; le dirigí la palabra, y me ha contadosu historia, que me ha impresionado muchocomo comprenderás fácilmente cuando a mivez te la refiera. Pero ¿a qué conducen estospormenores? ¿No debía yo guardar para mí lo

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que me aflige y me angustia? ¿Por qué he deafligirte también? ¿Por qué he de darte sin cesarocasión para que te quejes y me riñas? ¡Bah!,acaso no es mía la culpa, sino de mi estrella."Este hombre respondió a mis primeras pre-guntas con sombría tristeza, en la que me pare-ció ver alguna confusión; pero en breve, comosi cayera en la cuenta de con quién hablaba, yme reconociese, me confesó con franqueza susfaltas y deploró su desdicha. ¡Que no pueda yo,amigo mío, recordar una por una sus palabras!Confesaba, refería (experimentando, al hacermemoria de ello, una especie de alegría y deplacer) que su amor hacia su ama fue aumen-tando cada vez más hasta el punto de no saberlo que hacía ni, hablándote en su lenguaje,dónde tenía la cabeza. No podía beber, comerni dormir; esto le martirizaba, y hacía lo que nodebía hacer y olvidaba lo que le habían manda-do, parecía que tenía los demonios en el cuer-po, y por último, un día que ella estaba en unahabitación de un piso alto, lo supo él y la si-

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guió, o más bien se sintió arrastrado en pos deella. Rogó inútilmente y pretendió hacer uso dela fuerza. Ignoraba cómo pudo llegar a tal ex-tremo y ponía a Dios por testigo de que siem-pre había pensado en ella con toda pureza y deque su más vehemente deseo había sido casarsepara pasar la vida a su lado. Después de plati-car un rato de este modo, titubeó, como aquel aquien aún le falta algo que decir y que no seatreve a continuar. Al cabo me confesó tímida-mente que ella le solía tolerar ciertas confianzasy le había concedido algunos ligeros favores.Cortó dos o tres veces el relato para repetirmeque no decía esto "por despreciarla"; que laquería tanto como antes; que jamás habíahablado con nadie de estas cosas, y que sólo melas refería para que me convenciese de que élno era un malvado ni un insensato. Y ahora,amigo mío, vuelvo a mi eterno estribillo: ¡si yopudiera pintarte a este muchacho tal como es-taba, tal como todavía le ven mis ojos; si yopudiera decirte perfectamente todo para que

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comprendieses cómo me interesa, cómo debointeresarme por él! Basta; conoces lo que mepasa, me conoces y sabes demasiado bien cuán-to me interesan todos los desdichados, y, sobretodos, este de que te hablo."Leo lo escrito, y observo que se me olvidabareferirte el fin de la historia, que se adivinafácilmente. La viuda se defendió, llegó su her-mano, que hacía mucho tiempo odiaba al cria-do y deseaba echarle de la casa, por temor deque un nuevo matrimonio de la hermana priva-se a sus hijos de una herencia que esperabanfundadamente, puesto que aquélla no teníasucesión directa; este hermano plantó al criadoen la calle, y armó tan completo escándalo so-bre lo ocurrido, que aunque la viuda hubieradeseado recibir de nuevo al muchacho, no sehubiera atrevido a ello. Dicen que también aho-ra está que trina el hermano con otro criado quetiene la consabida, respecto al cual aseguranque se casará con ella, cosa que el antiguo está

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firmemente resuelto a no sufrir mientras alien-te."No he exagerado ni embellecido esta historia;hasta puedo decir que la he contado débil, de-bilísimamente, y que ha perdido mucho de susencillez, porque la he encerrado en el moldede nuestro lenguaje usual y circunspecto."Esta pasión, que encarna tanto amor y tantafidelidad, no es una ficción poética; vive, cente-llea con toda su pureza en estos hombres queapellidamos incultos y groseros nosotros, gentecivilizada hasta el punto de no ser ya nada."Lee esta historia con recogimiento, te lo supli-co. Yo, escribiéndote hoy estas cosas estoy so-segado, ya lo ves: ni me precipito ni me embro-llo, como acostumbro. Lee, querido Guillermo,y piensa quien que ésta es, además, la historiade tu amigo. Sí, esto es lo que me ha sucedido,esto es lo que me sucederá a mí, que no tengo lamitad del valor y la resolución de este pobrediablo, con el cual apenas me atrevo a compa-rarme."

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5 DE SEPTIEMBRE"Carlota escribió una nota a su marido, queestaba en el campo, donde le retenían los nego-cios. La esquela comenzaba así: "Querido, que-ridísimo amigo: vuelve lo más pronto que pue-das; te espero impaciente... "Uno que llegó trajola noticia de que algunas ocupaciones impedir-ían a Alberto regresar tan pronto. La cartaquedó sin concluir sobre la mesa, y por la no-che vino a dar en mis manos. La leí y sonreí:Carlota me preguntó la causa. "La imaginaciónes una cosa divina—exclamé—, por un momen-to me había figurado que este escrito era paramí. "No contestó nada; creo que le disgustó miocurrencia. Yo guardé silencio."6 DE SEPTIEMBRE"Mucho me ha costado resolverme a dejar elfrac azul que llevaba cuando bailé con Carlotapor primera vez; pero ya estaba inservible."Me he encargado otro idéntico, con cuello yvuelos iguales, y una chupa y unos calzonesamarillos como los que tenía. Bien conozco que

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no es lo mismo llevar uno que otro; sin embar-go..., ¿quién sabe? Me figuro que, con el tiem-po, le tocará al nuevo su turno, y será el prefe-rido."12 DE SEPTIEMBRE"Habiendo ido Carlota a ver a Alberto, ha esta-do ausente algunos días. Hoy, al entrar en suhabitación, salió a mi encuentro y le besé lamano con indecible júbilo."Sobre un espejo había un canario que voló asus hombros. Cogiéndole entre sus dedos, medijo: "Es un nuevo amigo que destino a misniños. Es muy bonito; miradle. Cuando le doypan, divierte ver cómo agita las alas y picotea.También me besa; vedlo: "acercó su boca al pa-jarillo, y éste se plegó tan amorosamente contrasus dulces labios, como si comprendiese la feli-cidad que gozaba.""Quiero que también os dé un beso", dijo ella,acercando el pájaro a mi boca. Este trasladó supiquito desde los labios de Carlota a los míos, y

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sus picotazos eran como un soplo de celestialfelicidad.""Sus besos—dijo—no son completamente des-interesados; busca comida, y cuando no la en-cuentra en las caricias que le hacen, se retiradescontento" "También come en mi boca.", ex-clamó Carlota, presentándole algunas migajasde pan en sus labios entreabiertos, sobre loscuales sonreían con voluptuosidad el placer y eléxtasis de un amor correspondiente."Volví la cabeza. Ella no debía hacer lo que hac-ía, ella no debía inflamar mi imaginación conestos transportes candorosos de alegría purísi-ma, ni despertar mi corazón del sueño en que learrulla la indiferencia que siento por la vida. ¿Ypor qué no? Es que se fía de mí, es que sabe dequé modo la amo."

15 DE SEPTIEMBRE"En verdad, Guillermo, que hay para darse aldiablo cuando se ven personas tan desprovistasde razón y de sentimientos, que desconocen

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cuanto tiene valor en este mundo. Tú recor-darás aquellos nogales del presbiterio, a cuyasombra me sentaba yo con Carlota. ¡Cuánto mealegraba el corazón la vista de tan magníficosárboles y cómo embellecían el patio! ¡Cuántafrescura había en su sombra y cuánta majestaden su follaje! Eran recuerdos vivos de los res-pectivos párrocos que, en un tiempo ya remoto,los habían plantado. El maestro de escuela nosha citado muchas veces el nombre de uno deéstos, llevaba el mismo de su abuelo, y pareceque era una persona dignísima. Por eso, cuandome sentaba debajo de aquellos nogales, en esterecuerdo había algo querido y sagrado para mí.Ayer deplorábamos que los hayan cortado: elmaestro de escuela lloraba. ¡Cortado! Tengo talindignación que sería capaz de matar al mise-rable que les dio el primer hachazo."Si yo fuera dueño de dos árboles semejantes,me bastaría ver a uno secarse de viejo para des-esperarme. Juzga por esto lo que me afecta elsacrilegio cometido. ¿De qué sirve la conciencia

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a los hombres? Todo el pueblo murmura, y lamujer del cura actual comprenderá la heridaque ha abierto en los instintos de los buenosaldeanos, cuando recoja la manteca, los huevosy los demás tributos voluntarios. Porque ella, laesposa del nuevo párroco (el que yo conocí hamuerto también) es la autora; ella, criatura fla-cucha y enclenque, que hace muy bien en nointeresarse por nadie en el mundo, porque na-die comete la sandez de interesarse por ella,marisabidilla que se atreve a disertar sobre loscánones de la iglesia y a trabajar para la refor-ma crítico-moral del cristianismo, encogiéndosede hombros ante las ideas de Lavater, mujer, enfin, cuya salud raquítica no resiste la más ino-cente diversión. Sólo un bicho así hubiera sidocapaz de cortar los nogales. ¿Comprendes quelas hojas que se caían, sobre ensuciar el patio deesta señora, lo llenasen de humedad? Además,las ramas quitaban la luz, y cuando madurabanlas nueces los chiquillos se entretenían en de-rribarlas a pedradas, lo cual alborotaba los ner-

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vios de la pobrecita, robándole el sosiego en susprofundas meditaciones, cuando acaso compa-raba y pesaba juntos a Kennikot, Semler y Mi-chaelis. Al avistarme con la gente de la aldea,después de tan importante descubrimiento,pregunté, sobre todo a los viejos, por qué lohabían consentido.""¿Y qué creéis—me respondieron—, cuando elalcalde manda una cosa, ¿quién ha de oponer-se?" Hay, sin embargo, en este asunto un ladocómico. El alcalde y el cura (porque éste pensa-ba sacar algún provecho del disparate cometidopor su mujer, que con frecuencia le quema lasangre) el alcalde y el cura, digo, pensaban re-partirse el fruto de los árboles cortados; pero eladministrador de rentas lo supo y dio con elplan en tierra, haciendo valer antiguos dere-chos sobre el patio del presbiterio donde habíanestado los nogales, que fueron vendidos enpública subasta. En resumen, ya no hay noga-les... ¡Oh, si yo fuera príncipe, ya les diría a lamujer del cura, al alcalde y al administrador...!

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¡Príncipe! ... ¡Ah!, si yo fuera príncipe ¿qué meimportarían los árboles de mi país?"10 DE OCTUBRE"Me basta ver sus ojos negros para ser feliz. Loque me apena es que Alberto no parece tandichoso como él esperaba y como él mismocreía. ¡Ah! si yo... No me gusta emplear reticen-cias; pero no puedo expresarme de otro mo-do..., y me parece que me explico con bastanteclaridad."12 DE OCTUBRE"Ossián ha desbancado a Homero en mi espíri-tu. ¡A qué mundo nos transportan los sublimescantos de aquel poeta! ¡Vagar por los matorra-les, e aspirar el aire de fuego que columpia enlas nubes las sombras del firmamento a lospálidos rayos de la luna, oír quejarse en la mon-taña la voz de trueno del torrente de la selva, ylos gemidos de las plantas medio abrasadas porel viento, confundiéndose quejas y gemidos conlos suspiros de la joven que agoniza al pie decuatro piedras cubiertas de musgo, bajo las

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cuales reposa el héroe glorioso que fue suamante! ¡Oh!, cuando en aquel desierto con-templo al bardo encanecido por los años, quebusca las huellas de sus padres y sólo encuen-tra sus sepulcros, mientras, sollozando, vuelvela vista hacia la estrella de la tarde, medio es-condida entre el oleaje de una mar tempestuo-sa; cuando veo que renace el pasado en el almadel héroe, que como en los tiempos en que lamisma estrella irradiaba sobre los bravos gue-rreros exploradores, o la luna ayudaba con supropia claridad al regreso de sus naves victo-riosas, cuando leo en su frente un profundodolor, y le veo solo en el mundo caminandotrémulo hacia la tumba, saboreando una su-prema y dolorosa alegría en la aparición de losfantasmas inmóviles de sus padres; cuando leoigo gritar, fijos los ojos en la tierra seca y en lahierba doblada por el viento: "El viajero vendrá;vendrá el que me ha conocido en mi esplendor,y preguntará dónde está el bardo, preguntaráqué ha sido del hijo de Finga! Y su pie hollará

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mi tumba mientras su voz llamará en vano! ...Entonces, amigo mío, quisiera, como leal escu-dero, sacar la espada, y con ella librar a mipríncipe de las angustias de una vida que esuna muerte lenta, hiriéndome después a mímismo para enviar mi alma en pos de la delhéroe libertado."19 DE OCTUBRE"¡Ay de mí! Este vacío, este horrible vacío quesiente mi alma... Muchas veces me digo: "Sipudiera un momento, uno solo estrecharla con-tra mi corazón, todo este vacío se llenaría."26 DE OCTUBRE"Sí, amigo mío, cada día estoy más convencidode que la vida de una criatura vale bien poco.Ayer estuvo a ver a Carlota una amiga suya.Entré en una pieza inmediata y cogí un libropara distraerme; pero no tenía la cabeza bastan-te despejada para fijarme en la lectura. Oí quehablaban en voz baja. Charlaron de cosas indi-ferentes, de las novedades que ocurrían en elpueblo, de que tal persona se había casado y tal

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otra se hallaba enferma, muy enferma. "Tieneuna tos seca—dijo la amiga—, las mejillas hun-didas, la cara más larga. No daría yo un ochavopor su vida." "M. N.—dijo Carlota— está tam-bién bastante echado a perder." "Es verdad—repitió la otra—; tiene el cuerpo hinchado deuna manera que asusta.""Así platicaban tranquilamente, mientras yo metransportaba con la imaginación al lado de es-tos desdichados y veía con cuánta ansiedadsentían escapárseles la vida, y cómo se asían ala más débil esperanza. Después de todo, Gui-llermo, estas jóvenes hablaban del asunto comohabla todo el mundo cuando se trata de lamuerte de un extraño. Yo paseando mi vista entorno mío, viendo echados acá y allá los vesti-dos de Carlota, y los papeles de Alberto sobreestos muebles que han llagado a serme familia-res hasta el punto de notar la menor alteración,me decía a mí mismo: "Puede asegurarse queen esta casa eres todo para todos; tus amigos tehonran, tú contribuyes a su alegría, y parece

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que no podríais vivir los unos sin los otros. Noobstante, si tú te alejases de su lado, sentirían...¿cuánto tiempo sentirían el vacío que tu pérdi-da dejaría en sus existencias? ¡Ah!, el hombre estan versátil por naturaleza, que, aun dondetenga seguridad de ser apreciado en algo, aunallí donde pueda dejar un recuerdo profundode su existencia o de su paso en la memoria yen el alma de los que le son queridos, aun allídebe extinguirse y desaparecer; y esto, ¡ay!,demasiado pronto."27 DE OCTUBRE"Es cosa de arañarse y romperse la cabeza con-siderar lo poco que valemos unos para otros.¡Ay de mí! Nadie me dará el amor, la alegría, elgoce de las felicidades que no siento dentro demí. Y aunque no tuviera el alma llena de la másdulces sensaciones, no sabría hacer dichoso aquien en la suya careciese de todo."27 DE OCTUBRE POR LA NOCHE

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"¡Siento tantas cosas..., y mi pasión por ella lodevora todo! ¡Tantas cosas! . . . ¡Y sin ella todose reduce a nada!"30 DE OCTUBRE"Más de cien veces he estado a punto de arro-jarme a su cuello. Sólo Dios sabe cuánto mecuesta mirar y remirar tantos encantos, sinatreverme a extender mis manos hacia ella.Apoderarse de lo que se ofrece a nuestra vista ynos embelesa, ¿no es un instinto propio de lahumanidad? ¿No se esfuerza el niño por cogercuanto le gusta? Y yo..?"3 DE NOVIEMBRE"Sólo Dios sabe cuántas veces me he dormidocon el deseo y la esperanza de no despertarjamás. Y al día siguiente abro los ojos, vuelvo aver la luz del sol y siento de nuevo el peso demi existencia."¡Ah! ¿Por qué no soy uno de esos maniquíesque se amoldan a todo, a todo, menos a sí mis-mos? Entonces, al menos, el insoportable fondode mi desolación no pesaría sobre mí más que a

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medias. Por desgracia, comprendo que la culpaes únicamente mía. ¡La culpa! No. Bastante esya que lleve en mí la fuente de todos los dolo-res, como hace poco llevaba el manantial detodos mis placeres. ¿No soy siempre aquelhombre que otras veces se deleitaba con losmás puros goces de una exquisita sensibilidadque a cada paso creía descubrir un paraíso, ycuyo corazón abierto a un amor sin límites, eracapaz de abrazar el mundo entero? Este co-razón está ahora muerto, cerrado a todas lassensaciones; mis ojos están secos, y mis acerbosdolores, que no tienen desahogo, llenan deprematuras arrugas mi frente. ¡Cuánto sufro!He perdido ese don del cielo, que por sí soloembellece mi vida, esa fuerza vivificante quehacía crear mundos a mi dolor. Cuando desdemi ventana contemplo el horizonte y tras lacumbre de las colinas el sol disipa las brumasmatinales y desliza sus primeros rayos hasta elfondo de los valles, mientras el sosegado ríocorre mansamente hacia mí, serpenteando entre

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los viejos troncos de los sauces desnudos; esteadmirable cuadro, ahora inanimado y frío co-mo una estampa de color, este espléndido es-pectáculo que otras veces ha hecho desbordarsemi corazón, no derrama ahora en él ni una solagota de entusiasmo o de contento. Allí está elhombre, inmóvil, árido, frente a su Dios, siendoun pozo vacío, una cisterna cuyas piedras sehan roto con la sequía. Muchas veces me hearrodillado para pedir lágrimas al Señor, comoel labrador implora la lluvia cuando ve sobre sucabeza un cielo cobrizo y a sus pies la tierramuriéndose de sed. Pero, ¡ay!, Dios no concedela lluvia ni el sol a nuestros ruegos importunos.¿Por qué aquel tiempo, cuyo recuerdo me mata,era para mí tan dichoso? Porque entonces yoesperaba, confiado en que el cielo no me olvi-daría, y recogía las delicias con que me embria-gaba un corazón lleno de reconocimiento."8 DE NOVIEMBRE"Carlota ha censurado mis excesos... ¡pero conqué tierno interés! ¡Mis excesos! Porque des-

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pués de apurar un vaso de vino, sigo algunasveces bebiendo hasta consumir una botella.""No volváis a hacer eso—me dijo—; pensad enCarlota."""¡Pensar!—exclamé. ¿Qué necesidad tenéis derecordármelo, puesto que, piense o no piense,siempre estáis presente en mi alma? Hoy mesenté en el mismo sitio donde en otro tiempo osbajasteis del coche.""Cambió la conversación para impedirme quehablase del asunto."Amigo mío, aquí me tienes en un estado tal,que esta mujer hace de mí cuanto quiere."15 DE NOVIEMBRE"Te doy las gracias, Guillermo, por el tiernointerés que me manifiestas y por los buenosconsejos que me das; pero te ruego que no tealarmes, que me dejes arrostrar la crisis. A pe-sar de mi abatimiento, me siento aún con bas-tantes fuerzas para llegar hasta el fin. Respetola religión, bien lo sabes: para el que desmayaes un apoyo; para el que se siente devorado por

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la sed es un bálsamo vivificante. Pero ¿puede nidebe dar a todos la salud? ¿A cuántos ha deja-do de dársela, y a cuántos no se la dará jamás,conózcanla o no la conozcan? Y a mí, ¿me sal-vará? ¿El mismo hijo de Dios no ha dicho quesólo estarán con él los que su padre le dé? ¿Y sisu padre quiere reservarme para sí, como pre-siente mi corazón . . .?"No interpretes mal mis palabras ni veas, en loque es una idea sencilla, la menor intención demofarse, te lo suplico. Te hablo con el corazónen la mano. A no ser así, preferiría callarme,porque no me gusta perder el tiempo diciendopalabras vanas sobre materias de que los demásentienden tan poco como yo. ¿Qué otra misiónpuede tener el hombre más que la de llenartodo el camino con sus dolores, y apurar sucáliz hasta las heces? Y puesto que este cáliz fueamargo al mismo Dios del cielo cuando loacercó a sus labios de hombre, ¿por qué he defingir yo una fuerza sobrehumana haciendocreer que lo encuentro dulce y agradable? ¿Por

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qué no he de confesar mi angustia en este mo-mento en que mi ser tiembla y fluctúa entre lavida y la muerte, en que el pasado se proyectacomo un relámpago en el sombrío abismo delporvenir, en que todo lo que me rodea se des-ploma y en que el mundo parece acabarseconmigo? ¿No reconoces la voz de la criaturaextenuada, desfallecida, que se hunde sin re-medio, y a pesar de su inútil lucha, gritandocon amargura: "¡Dios mío, Dios mio! ¿Por quéme has abandonado? ¿Y ha de darme vergüen-za esta exclamación. y he de temer que llegue elmomento en que se escape de mi boca, cuandose escapó de la vida de aquel que, hijo de loscielos, se ha envuelto en ellos como un suda-rio?"21 DE NOVIEMBRE"Carlota no ve ni conoce que prepara por símisma un veneno mortal para los dos, y yollevo con voluptuosidad la copa fatal que ellame presenta. ¿Qué significa el aire de bondadcon que frecuentemente me mira? ¡Frecuente-

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mente! No, algunas veces. ; Por qué muestracomplacencia al notar el efecto que su vista meproduce a despecho mío? ¿Qué causa reconocela compasión que revela en sus ojos?"Ayer, cuando me retiraba, me dio la manodiciéndome: "Buenas noches, querido Werther."¡Querido Werther! Es la primera vez que me hallamado así, y hasta en lo más hondo de mialma he sentido una dicha inefable. Más de cienveces he repetido estas palabras, y por la noche,al acostarme, hablando conmigo mismo, ex-clamé, sin darme cuenta de ello: "¡Buenas no-ches, querido Werther!" No he podido menosde reírme de semejante puerilidad."22 DE NOVIEMBRE"Al dirigir mis ruegos a Dios, no puedo decir:"¡Conservádmela!" Y, sin embargo, hay mo-mentos en que creo que me pertenece. Tampo-co puedo decir: "¡Dádmela!", porque pertenecea otro. Así es como me agito sin cesar sobre milecho de dolores. Basta; no sé adónde iría a pa-rar si continuase."

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24 DE NOVIEMBRE"No ignora Carlota lo que sufro. Su mirada hapenetrado hoy hasta lo más profundo de micorazón. La encontré sola: yo no despegaba mislabios, y ella me miraba fijamente. Absorto anteaquella mirada sublime, llena de afectuoso in-terés y dula compasión, no veía en aquel mo-mento su seductora belleza ni la aureola deinteligencia que ilumina su frente. ¿Por qué nome arrojé a sus pies o la estreché en mis brazoscubriéndola de besos? Se puso al piano: a susarmoniosos acordes unió su dulce y melodiosavoz. No he visto nunca más adorables sus la-bios; parecía que se entreabrían lánguidamentepara aspirar los dulces sonidos del instrumen-to, y exhalarlos de nuevo, suavizados por suhálito. ¡Ah, si yo pudiera hacer que compartie-ses conmigo lo que entonces sentí! Incliné lacabeza, desfallecido, y me juré no atrevermejamás a imprimir un beso en aquella boca..., enaquella boca donde revoloteaban los celestialesserafines. Y, sin embargo, yo quiero... No; hay

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una barrera inaccesible que la separa de mialma. ¡Destruir esta pureza! .... Y luego, el casti-go siguiendo al pecado... ¡Un pecado!...26 DE NOVIEMBRE"Suelo decirme a mí mismo: Tu destino no tieneigual: comparados contigo, los demás hombresson felices; porque jamás mortal alguno se vioatormentado como tú. "Entonces leo a cualquierpoeta antiguo y me parece que es el libro mipropio corazón. ¡Qué! ¿Aún me queda tantoque sufrir? ¿Y antes que yo ha habido hombrestan desgraciados?"30 DE NOVIEMBRE"Nunca, nunca podrá tranquilizarse mi espíritu.Por dondequiera que voy encuentro algo queme pone fuera de mí. Hoy mismo..., ¡Oh desti-no!, ¡oh pobre humanidad...! Me había ido apasear a la orilla del río, a la hora de comer,porque no tenía ningún apetito. No había na-die. El oeste frío y húmedo soplaba de la mon-taña; algunas nubes grises rodeaban el valle. Alarga distancia distinguí un hombre mal vesti-

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do que andaba encorvado entre las rocas, comosi buscase algo. Me acerqué a él, y al ruido demis pasos se volvió. Tenía una fisonomía inte-resante, con cierta expresión de tristeza querevelaba un corazón honrado. Sus negros cabe-llos le caían en bucles sobre la frente, y los deatrás descendían hasta la espalda, formandouna apretada trenza. Como su traje indicabaque era un hombre del pueblo, creí que no sedisgustaría porque me ocupase de él, y le pre-gunté qué hacía."Dando un profundo suspiro, me contestó:"Busco flores y no las encuentro." "Lo creo—repuse sonriendo—; ahora no es tiempo de flo-res." "Hay muchas—añadió, acercándose amí—. En mi jardín tengo rosas y dos especiesde madreselvas... Una me la regaló mi padre;ésta crece con la rapidez que los hierbajos, y,sin embargo, hace dos días que busco una y nola encuentro. También aquí hay flores en todotiempo: las hay amarillas, azules, rojas... y haycentenares que son unas florecillas muy lindas.

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Pues en vano las busco, no encuentro una si-quiera.""Yo notaba en sus palabras y en su aire un no séqué zahareño y feroz, y mañosamente le pre-gunté para qué quería las flores. Una sonrisaextraña y convulsiva contrajo su semblante. "Sime prometéis no hacerme traición—dijo, po-niéndose un dedo sobre la boca—, os diré quehe ofrecido un ramo a mi novia." "Bien, muybien", repliqué. "¡Oh!, ella tiene muchas cosasbuenas...; es rica." "Y, aun así, hace caso devuestro ramo." "Tiene diamantes... y una coro-na..." "Pues ¿quién es? ¿Cómo se llama?" Sinresponder a esta pregunta, añadió: "Si el go-bierno quisiera pagarme, yo sería otro hombre.Sí; hubo un tiempo en que yo estaba bien; perohoy.... todo ha concluido. Ya no soy nada..." Susojos, preñados de lágrimas, se fijaron en el cielocon viva expresión. "¿Eras feliz entonces?", lepregunté. "¡Ah ojalá lo fuera ahora lo mismo!Sí; contento, alegre, dichoso, vivía en un verda-dero paraíso." "¡Enrique!", exclamó en aquel

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instante una anciana que se aproximaba a noso-tros, ¿dónde te metes? Ando buscándote portodas partes. Vamos, ven a comer." "¿Es hijovuestro?", le pregunté adelantándome haciaella. "Sí, señor, es mi pobre hijo. Dios me hadado una cruz bastante pesada." "¿Hace muchotiempo que está así?" "A Dios gracias, hace yaseis meses que ha recobrado la tranquilidad.Pero antes durante un año, ha estado furioso yfue preciso encerrarle en una casa de salud.Ahora no hace mal a nadie; pero siempre estásoñando con reyes y emperadores . ¡Era tanbueno y tan cariñoso! Me ayudaba a vivir con elproducto de su trabajo, porque tenía una letrapreciosa... De repente dio en estar caviloso;cayó enfermo con una fiebre devoradora, yahora... ya veis el estado en que se encuentra. Siel señor quiere que le cuente..." Interrumpí esteflujo de palabras para preguntarle a qué épocase refería su hijo, cuando decía que había sidomuy dichoso. "¡Ah, señor! El pobre alude altiempo en que estaba completamente loco: al

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que pasó en el hospital, cuando no tenía con-ciencia de sí mismo. No cesa de recordar aque-llos días..." Estas palabras me hirieron como unrayo. Puse una moneda de plata en las manosde la anciana y me alejé casi corriendo."Entonces eras feliz—pensaba yo, caminandorápidamente hacia el pueblo. ¡Entonces vivíasalegre en un verdadero paraíso! Pero, señor,¿estará escrito en el destino del hombre quesólo puede ser feliz antes de tener razón o des-pués de haberla perdido? ¡Pobre insensato!Envidio tu locura, envidio el laberinto mentalen que te pierdes. Tú sales lleno de esperanza acoger flores para tu reina en medio del invier-no, y te desesperas porque no les encuentras, yno comprendes la causa de que no las encuen-tres... Pero yo..., yo salgo sin esperanza, sin ob-jeto, y vuelvo a entrar en mi casa como salgo.Tú sueñas en lo que serías si el gobierno te pa-gase ¡feliz criatura que sólo en un obstáculomaterial hallas tu desgracia, que no sabes queen el extravío de tu cerebro, en el desorden de

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tu espíritu estriba tu daño, del que todos losreyes de la tierra no podrían librarte! ¿Puedemorir desesperado el que se ríe de los enfermosque, en su opinión, agravan sus enfermedadesy aceleran su fin yendo lejos a buscar la saluden aguas minerales maravillosas? ¿Puede morirdesesperado el que insulta a la pobre criatura,cuya alma oprimida hace voto de visitar el san-to sepulcro, para librarse de sus remordimien-tos y calmar sus escrúpulos y cuitas? Cada pasoque dé sobre la tierra dura e inculta por ásperossenderos que desgarran los pies, es una gota debálsamo echado sobre la herida de su alma, ydespués de la jornada de cada día, se acuestacon el corazón aliviado de una parte del fondoque le agobiaba. ¿Y os atrevéis a llamar estonecia preocupación, vosotros, charlatanes feli-ces?... ¡Preocupación!... Dios mío, tú ves mislágrimas. ¿Cómo al crear el hombre tan peque-ño, le das hermanos que hasta le despojan ensus amarguras, robándole la confianza que hapuesto en ti, en ti, que nos amas infinitamente?

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Porque la fe en la virtud de una planta medici-nal, o en el agua que destila la vid después depodada, ¿qué es si no es fe en ti, que al lado delmal has puesto el remedio y el consuelo quetanto necesitamos?"¡Oh padre que no conozco! ¡Padre que otrasveces has llenado toda mi alma, y que ahora teapartas de mí, llámame pronto a tu lado! Noguardes silencio más tiempo, porque tu silenciono detendrá a mi alma impaciente. Y si entrelos hombres no podría enojarse un padre por-que su hijo volviese a su lado antes de la horamarcada, y se arrojase en sus brazos exclaman-do: "Héme aquí de regreso, padre mío; no osincomodéis porque haya interrumpido el viajeque me habéis mandado terminar; el mundo esigual por todas partes; tras el dolor y el trabajo,la recompensa y el placer... ¿Qué me importa?Yo no estaré bien más que donde vos estéis; envuestra presencia es donde yo quiero gozar ypadecer... Tú, padre celestial y misericordioso,¿podrías rechazarme?"

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1 DE DICIEMBRE"¡Oh Guillermo! Ese hombre de que te hehablado, ese desdichado feliz, tenía un empleoen casa del padre de Carlota, y una desgraciadapasión que concibió por ella..., ¡por ella!, pasiónque ocultó largo tiempo y que al fin descubrió,le hizo perder su destino. Éste ha sido el origende su locura. Estas pocas palabras, llenas desequedad, pueden hacerte comprender lo queesta historia me habrá trastornado, cuando Al-berto me la refirió con tanta frialdad como aca-so vas tú a leerla."4 DE DICIEMBRE"Te suplico que tengas piedad de mí, porque esun hecho que no podré soportar más tiempo misituación."Hoy estaba sentado cerca de ella, que tocabadiferentes melodías en su clavicémbalo, conuna expresión.... ¡con una expresión!... ¿Cómopodría pintártela? La más pequeña de sus her-manas jugaba con sus muñecas sobre mis rodi-llas. De pronto se me saltaron las lágrimas y

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bajé la cabeza; vi entonces en su dedo el anillode boda, y mi llanto corrió con más abundan-cia. En aquel mismo instante comenzaba a tocaraquella antigua melodía que tanto me impre-sionaba, y mi corazón sintió una especie deconsuelo, recordando el tiempo en que aquellamúsica había herido agradablemente mis oídos;tiempo de felicidad en que las penas eran po-cas, horas de esperanza que pronto huyeron.Me levanté y empecé a pasearme por la habita-ción sin orden ni concierto. Me ahogaba.""¡Basta—exclamé—, basta, por Dios!" Carlotase detuvo y clavó en mí una mirada investiga-dora.""Werther—dijo, muy malo debéis estar, cuan-do vuestra música favorita os desagrada de esemodo. Retiraos, y haced por recobrar la calma.""Me separé de ella y... ¡Dios mío!, tú que vesmis sufrimientos, debes ponerles fin."

6 DE DICIEMBRE

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"Su imagen me persigue: duerma o vele, ellasola llena toda mi alma. Cuando cierro lospárpados, en el cerebro donde se encuentra lapotencia de la vista, dispongo claramente susojos negros. Es imposible que te explique esto.Me duermo, y los veo también: siempre estánallí, siempre fascinadores como el abismo. Todomi ser, todo, está absorbido por ellos. ¿Qué espues, el hombre, ese semidios tan ensalzado?¿No le faltan las fuerzas cuando más las necesi-ta? Y cuando bate sus alas en el cielo de los pla-ceres, lo mismo que cuando se sumerge en ladesesperación, ¿no se ve siempre detenido ycondenado a convencerse de que es débil y pe-queño, él, que esperaba perderse en lo infinito?"

EL EDITOR AL LECTORCUÁNTO hubiera deseado tener, respecto a losúltimos días de nuestro desgraciado amigo,suficientes pormenores escritos de su propiamano, para no verme en la necesidad de inter-

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calar relatos en la continuación de las cartasque él nos ha dejado!He puesto empeño en recoger los más exactosdetalles de las personas que debían estar mejorinformadas, y estos detalles tienen todos uncarácter uniforme. Las narraciones convienenhasta en las menores circunstancias. Unicamen-te en la manera de juzgar los sentimientos delos personajes difieren algo tanto los pareceres.Sólo nos resta, pues, referir con fidelidad lo quenuestras averiguaciones nos han hecho conocer,añadiendo a esto las cartas o fragmentos decartas que ha dejado aquel que ya no existe.No se debe despreciar el menor documentoauténtico, teniendo en cuenta lo difícil que esprofundizar y conocer los verdaderos motivos,los móviles secretos de una acción, por insigni-ficante que sea, cuando emana de un individuoque sale de la esfera vulgar.El desaliento y el pesar habían echado profun-das raíces en el alma de Werther, y poco a pocohabían ido apoderándose de todo su ser. La

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armonía de sus facultades se había destruidopor completo. El ciego y febril arrebato que lastrastornaba causó en él los más fuertes estragos,concluyendo por sumirse en un triste abati-miento, más penoso aún de soportar que losmales con que había luchado hasta entonces.Las angustias de su corazón agotaron las fuer-zas que le quedaban. Su viveza y su sagacidadse extinguieron. Cada vez se mostraba mássombrío e insociable, y, a medida que iba sien-do más desgraciado, se volvía más injusto. Así,al menos, lo aseguran los amigos de Alberto,los cuales dicen que Werther no había sabidoapreciar a aquel hombre de corazón recto que,gozando al fin de una dicha largo tiempo de-seada, sólo pensaba en afianzar el porvenir desu felicidad. ¿Como había de comprender se-mejante anhelo quien disipaba y entregaba alazar los tesoros de su alma, sin reservarse paralo sucesivo más que privaciones y sufrimien-tos?

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Afirman también que Alberto no había podidocambiar en tan poco tiempo, que era siempre elmismo hombre tan ponderado y estimado porWerther cuando empezaron a conocerse. Ama-ba a Carlota sobre todo en el mundo, estabaorgulloso de ella, y deseaba verla admirada porcuantos se le acercaban como la más perfectacriatura. ¿Podía vituperársele porque tratara dealejar de ella la sombra de una sospecha o por-que rehusara ceder en lo más mínimo la pose-sión de tan preciado bien? Confiesan, cierta-mente, que Alberto abandonaba con frecuenciala habitación de su mujer cuando Werther sepresentaba en ella; pero no era, según dicen, nipor odio ni por indiferencia hacia su amigo,sino únicamente porque había notado el pesarsecreto que su presencia ocasionaba a Werther.Un día, hallándose enfermo el padre de Carlotay habiendo tenido necesidad de guardar cama,mandó el coche en busca de su hija. Era unahermosa mañana de invierno. Las primeras

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nieves habían caído en abundancia y el campoestaba cubierto de blanca alfombra.Werther se puso en camino al día siguientepara ir a reunirse con Carlota y acompañarla asu casa si Alberto no iba por ella.El aire fresco y puro de la mañana hizo pocaimpresión en su ánimo. Un peso enormeoprimía su pecho; su espíritu se hallaba ator-mentado por las más tristes imágenes, y de susideas le hacía vagar entre crueles reflexiones.Como vivía en un perpetuo hastío de sí mismo,la situación de los demás le parecía tan violentay agitada como la suya. Se imaginaba haberturbado la buena armonía de Alberto y Carlota,y se dirigía con este motivo los más severosreproches, mezclados de sorda indignacióncontra el marido. Durante el camino sus pen-samientos tomaron este rumbo: "¡Ah!—se decíaapretando los dientes con furor—, ya está rotaesa unión tan íntima, tan cordial, tan espontá-nea. ¿Qué ha sido de aquel tierno interés, deaquella confianza tranquila que parecía inalte-

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rable? Hoy ya no es sino hastío e indiferencia.El menor asunto interesa a ese hombre más quesu mujer, ¡una mujer tan adorable! Pero ¿sabe élacaso apreciarla? ¿Sospecha ni remotamente loque vale? ¡Y ella le pertenece, es suya!... ¡Oh!,bien lo sé. Debía haberme acostumbrado ya aesta idea, y, sin embargo, me desespera y aca-bará por matarme. Y la amistad que Alberto mehabía prometido, ¿qué se ha hecho de ella? ¿Nove en mi adhesión a Carlota un ataque a susderechos y en mis atenciones y cuidados, unaembozada censura? Lo conozco y lo siento; meve con disgusto; quisiera tenerme muy lejos deaquí: mi presencia es un peso para él."Razonando así, tan pronto aceleraba su marchacomo la detenía. Algunas veces parecía querervolverse atrás; pero de nuevo emprendía elcamino, sumido siempre en sombrías reflexio-nes que sólo se adivinaban por algunas pala-bras entrecortadas que salían de sus labios. Deeste modo llegó a la casa sin darse apenas cuen-ta de ello. Entró preguntando por el juez y por

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Carlota, y encontró a toda la gente en conmo-ción. El mayor de los hermanos de Carlota lehizo saber que había sucedido una desgracia enWahlheim: un aldeano había sido asesinado.Esta noticia no hizo en él mayor impresión, y sedirigió a la sala inmediata, donde halló a Carlo-ta esforzándose por retener a su padre, quienenfermo y todo como estaba, quería marchar enseguida al lugar del crimen, para instruir lasprimeras diligencias sobre aquel crimen, cuyoautor era aún desconocido. Se había encontradoel cadáver por la mañana muy temprano delan-te de la puerta de un cortijo y las sospechasrecaían ya en alguno. La víctima había estado alservicio de una viuda, que poco antes despidióa otro criado con motivo de un grave disgusto.Cuando Werther supo estas circunstancias, selevantó de repente exclamando:—¿Es posible? Se impone que vaya yo sin per-der un momento.Se dirigió a Walheim, convencido, luego quereunió todos sus recuerdos, de que el autor del

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crimen era aquel joven a quien él había habladotantas veces y que le había inspirado grandessimpatías. Como era indispensable pasar porlos tilos para llegar al figón donde habían de-positado el cadáver, no pudo menos de expe-rimentar cierta turbación a la vista de aquelloslugares que en otro tiempo le fueron tan queri-dos. El umbral de la puerta donde los chicosacudían a jugar frecuentemente estaba lleno desangre. Así el amor y la fidelidad sentimientoslos más bellos del hombre habían degeneradoen violencia y asesinato. Parecía que para ar-monizar con este pensamiento, los corpulentosárboles, despojados de follaje, se habían cubier-to de escarcha; el seto vivo que rodeaba las ta-pias del cementerio había perdido su hermosocolor verde y dejaba ver, a través de anchosportillos, las piedras de los sepulcros llenas denieve.Al aparecer Werther en el figón, adonde habíaacudido todo el pueblo, se dejó oír un gravemurmullo.

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A lo lejos se distinguía un pelotón de hombresarmados, y todos comprendieron que traían alasesino.No bien dirigió Werther una mirada sobre elpreso, se disiparon sus dudas.Si, era él; era aquel criado tan enamorado de suama, a quien pocos días antes había visto presade negra melancolía y luchando contra unasecreta desesperación.—¿Qué has hecho, desgraciado?—le preguntóal acercarse.El preso miró a Werther sin despegar sus labiosluego dijo fríamente:—Ella no será de nadie, ni nadie será de ella.Condujeron al asesino a presencia de su víctimay Werther se alejó precipitadamente. La extrañay violenta emoción que acababa de experimen-tar había trastornado su seso; se sintió arranca-do de su melancólica apatía por el irresistibleinterés que le inspiraba aquel joven y por undeseo ardiente de salvarle. Comprendía tanbien la desesperación que le había impulsado al

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crimen; le encontraba tantas disculpas y se pe-netraba tan profundamente de la situación deaquel infortunado, que se creía capaz de hacerparticipar de sus sentimientos a todo el mundo.Ardía ya en deseos de defender a voz en gritoal acusado, el discurso más elocuente pugnabaya por brotar de sus labios. Corrió a casa deljuez, ordenando mentalmente los apasionadosargumentos con que pensaba inclinar su ánimoen favor del prisionero.Al entrar en el salón encontró a Alberto, cuyapresencia le desconcertó por un instante; perobien pronto se repuso, y dirigiéndose al juez, lemanifestó su opinión sobre aquel trágico suce-so, con la convicción de que se sentía animado.El juez movió varias veces la cabeza durante elrelato y, aunque Werther hizo uso de toda laenergía, todo el arte persuasivo que un hombrepuede emplear en defensa de un semejante, elmagistrado. como era lógico, no dio señales desensibilidad ni vacilación. Sin dejar concluir anuestro amigo, refutó con brío sus doctrinas y

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le censuró por mostrarse tan decididamenteprotector de un criminal. Le demostró que, contal sistema, todas las leyes serian fáciles de elu-dir y la seguridad pública se vería comprome-tida constantemente. Añadió que, en un asuntode tal gravedad, no podía intervenir del modoque lo hacía sin incurrir en una gran responsa-bilidad, y que era preciso que el proceso siguie-ra su curso ordinario.Werther sin embargo, no se desanimó, y su-plicó al juez que consintiese en hacer la vistagorda respecto a la evasión del prisionero; perotambién sobre este punto fue inflexible el ma-gistrado.Alberto, que hasta entonces había permanecidosilencioso tomó parte en la discusión para apo-yar lo dicho por el juez. Werther, en vista deesto, enmudeció y se alejó con el corazón tras-pasado de amargura mientras el juez repetía:—No, no; nada puede salvarle.No es difícil calcular la impresión que estaspalabras hicieron en el ánimo de Werther, co-

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nociendo algunas frases escritas, sin duda,aquel mismo día que hemos encontrado entresus papeles."¡No es posible salvarte, desgraciado! No; bienveo que nada puede salvarnos."

Lo que Alberto había dicho del criminal en pre-sencia del juez, causó a Werther extraordinariaextrañeza. Creyó descubrir en sus palabras unaalusión a él y sus sentimientos, y, por más quealgunas maduras reflexiones le hicieron com-prender que aquellos dos hombres podían te-ner razón, se resistía a abandonar su proyecto ysus ideas.Entre sus papeles hemos encontrado otra notaque se refiere a esta circunstancia y expresa talvez sus verdaderos sentimientos para Alberto:"¿De qué sirve decirme y repetirme: es bueno yhonrado? ¡Ah! Cuando así se me desgarra elcorazón, ¿puedo yo ser justo?"

***

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La tarde era apacible y el tiempo propendía aldeshielo. Carlota y Alberto se volvieron a pie.De vez en cuando volvía ella la cabeza, comoechando de menos la compañía de Werther.Alberto hizo recaer la conversación en su amigoy le censuró con justicia. Habló de su desgra-ciada pasión, y dijo que había debido alejarsepor su propio interés.—Yo lo deseo también por nosotros—añadió—,Y te ruego, Carlota, que trates de dar otro giro asus ideas y sus relaciones contigo, diciéndoleque escasee sus visitas. La gente empieza ya aocuparse de esto, y yo sé que somos objeto dejuicios poco caritativos.Carlota guardó silencio, y Alberto creyó com-prender el motivo de ésta reserva. Desde aquelmomento no volvió a hablar de Werther: si ella,por casualidad o intencionadamente, pronun-ciaba el nombre de su amigo, él mudaba o inte-rrumpía la conversación. La vana tentativa deWerther para salvar al infeliz aldeano, fue co-mo el último resplandor de una llama mori-

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bunda. Cayó en un abatimiento cada vez másprofundo, y una desesperación mansa se apo-deró de él cuando supo que quizá le llamaríanpara declarar contra el asesino, que procurabadefenderse negando su crimen. Todo lo quehabía sufrido hasta entonces en el transcurso desu vida activa, sus disgustos en casa del emba-jador, sus proyectos frustrados, todo, en fin, loque le había herido o contrariado, acudía entropel a su memoria y le agitaba terriblemente.Creyéndose condenado a la inacción por tanrepetidas contrariedades, todo lo veía cerrado asu paso y se sentía incapaz de soportar la vida.Así, pues, encerrado perpetuamente en sí mis-mo, consagrado a la idea fija de una sola pa-sión, perdido en un laberinto sin salida por susrelaciones diarias con la mujer adorada cuyoreposo turbaba, agotando inútilmente sus fuer-zas y debilitándose sin esperanza, se iba fami-liarizando cada vez más con el horrible proyec-to que bien pronto debía realizar

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Insertaremos aquí algunas cartas que dejó yque dan exacta idea de su turbación, de su deli-rio de sus crueles angustias, de sus luchas su-premas y del desprecio que sentía por la vida:

12 DE DICIEMBRE"Querido Guillermo: Me encuentro en un esta-do que debe parecerse al de los que antigua-mente se creían poseídos del espíritu maligno.No es el pesar, no es tampoco un deseo ardien-te, sino una rabia sorda y sin nombre lo que medesgarra el pecho, me anuda la garganta y mesofoca. Sufro, quisiera huir de mí mismo, y pa-so las noches vagando por los parajes desiertosy sombríos de que abunda esta estación enemi-ga."Anoche salí. Sobrevino súbitamente el deshieloy supe que el río se había salido de madre, quetodos los arroyos de Welhein corrían desbor-dados y que la inundación era completa en miquerido valle. Me dirigí a él cuando rayaba lamedianoche, y presencié un espectáculo aterra-

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dor. Desde la cumbre de una roca vi a la clari-dad de la luna revolverse los torrentes por loscampos, por las praderas y entre los vallados,devorándolo y sumergiéndolo todo; vi desapa-recer el valle; vi en su lugar un mar rugiente yespumoso, azotado por el soplo de los huraca-nes. Después, profundas tinieblas; después laluna, que aparecía de nuevo para arrojar unasiniestra claridad sobre aquel soberbio e impo-nente cuadro. Las olas rodaban con estrépito...,venían a estrellarse a mis pies violentamente...Un extraño temblor y una tentación inexplica-ble se apoderaron de mí. Me encontraba allí conlos brazos extendidos hacia el abismo, acari-ciando la idea de arrojarme en él. Sí, arrojarmey sepultar conmigo en su fondo mis dolores ysufrimientos. Pero ¡ay qué desgraciado soy! Notuve fuerzas para concluir de una vez con mismales, mi hora no ha llegado todavía, lo conoz-co. ¡Ah, Guillermo! ¡Con qué placer hubieradado esta pobre vida humana para confundir-me con el huracán, rasgar con él los mares y

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agitar sus olas! ¡Ah!, ¿no alcanzaremos nuncaesta dicha los que nos consumimos en nuestraprisión? ¡Qué tristeza se apoderó de mí cuandomis ojos se fijaron en el sitio donde había des-cansado con Carlota bajo un sauce después deun largo rato de paseo! También allí había lle-gado la inundación, y a duras penas pude dis-tinguir la copa del sauce. Pensé entonces en lacasa del juez en sus prados... El torrente debíade haber arrancado también nuestros pabello-nes y destruido nuestros lechos de césped. Unluminoso rayo del pasado brilló ante mi alma,como brilla en los sueños de un cautivo una olade luz que le finge praderas ganado o grande-zas de la vida. Yo estaba allí de pie... ¡Ah! ¿Esque me falta valor para morir? Yo debía... Y, sinembargo, heme aquí como una pobre vieja querecoge del suelo sus andrajos y va de puerta enpuerta pidiendo pan para sostener y prolongarun instante más su miserable vida."14 DE DICIEMBRE

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"¿Qué es esto, amigo mío? Estoy asustado demí mismo. El amor que ella me inspira, ¿no esel más puro, el más santo y el más fraternal delos amores? ¿He abrigado nunca en lo másrecóndito de mi alma un deseo culpable? ¡Ah;no me atrevería a asegurarlo. ¡Si ahora mismosueño! ¡Cuánta razón tienen los que dicen quesomos juguetes de fuerzas misteriosas!"Anoche..., temo decirlo..., la tenía entre misbrazos, fuertemente estrechada contra mi co-razón... Sus labios balbuceaban palabras decariño, interrumpidas por un millón de besos, ymis ojos se embriagaban con la dicha que rebo-saba de los suyos. ¿Soy culpable, Dios mío, poracordarme de tanta felicidad y porque deseosoñar otra vez lo mismo? ¡Carlota!, Carlota! ...Hace ocho días que mis sentidos se han turba-do; ya no tengo fuerzas ni para pensar; mis ojosse llenan de lágrimas. No me hallo bien en nin-guna parte, y, sin embargo, estoy bien en todas.No espero nada, nada deseo. ¿No es mejor queme ausente?"

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* * *La resolución de abandonar este mundo habíaido robusteciéndose y afirmándose en el ánimode Werther. Desde su vuelta al lado de Carlotahabía considerado la muerte como el términode sus males y como recurso extremo de quesiempre podría disponer. Pero se había pro-puesto no acudir a él de una manera brusca yviolenta. No quería dar este último paso sinocon mucha calma e impulsado por la más firmeconvicción. Sus incertidumbres, sus luchas sereflejan en algunas líneas que parecen ser elprincipio de una carta a su amigo. El papel notiene ninguna fecha:"Su presencia..., su situación..., el interés quemanifiesta por mi suerte, arrancan lágrimas demi cerebro petrificado."Levantar el vuelo y seguir adelante: esto estodo...¿Por qué asustarse? ¿Por qué dudar? ¿Acasoporque se ignore lo que hay allá, porque novuelve, o más bien porque es propio de nuestra

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naturaleza suponer que todo es confuso y tinie-blas en lo desconocido?"Cada vez se acostumbraba más a estos funestospensamientos, y llegaron a hacérsele en extre-mo familiares. Su proyecto fue, al fin, determi-nado de una manera irrevocable. La prueba seencuentra en la siguiente carta de doble sentidoque escribió a su amigo:20 DE DICIEMBRE"Agradezco, querido Guillermo, que tu amistadhaya comprendido tan bien lo que yo queríadecir. Tienes razón; lo mejor que puedo haceres ausentarme. Pero la invitación que me hacespara que vuelva a vuestro lado no está muy enarmonía con mi pensamiento. Antes haré unacorta excursión, a la que convidan el frío conti-nuado que es de esperar y los caminos que es-tarán en buen estado. Tu deseo de venir a bus-carme me agrada mucho; pero te ruego meconcedas un plazo de quince días, y que espe-res a recibir otra carta mía en la que te comuni-que mis últimas noticias. Di a mi madre que

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ruegue a Dios por su hijo; dile también que lepido perdón por todos los pesares que le hecausado. Sin duda, entraba en mi destino ape-sadumbrar a las personas a quienes hubieraquerido hacer fe luces. Adiós, mi querido ami-go; el cielo derrame sobre ti sus bendiciones."* * *No intentamos describir ahora lo que pasaba enel corazón de Carlota y los sentimientos que enél despertaban su esposo y su desgraciado ami-go, por más que el conocimiento que tenemosde su carácter nos permite formar una ideaaproximada.Toda mujer dotada de un alma noble se identi-ficará con ella y comprenderá lo que ha debidosufrir. Indudablemente, estaba decidida a hacercuanto de su parte dependiera para alejar aWerther. Si aún vacilaba, su vacilación era hijade afectuosa piedad: sabía bien cuánto había decostar a su amigo aquel paso supremo, porqueconocía hasta dónde llegaban sus fuerzas. Y, sinembargo, no tardó en verse obligada a tomar

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una resolución. Su marido continuaba guar-dando silencio sobre el asunto, y ella hacía otrotanto; pero esto era un nuevo motivo para quedemostrase con hechos que sus sentimientosencerraban la misma dignidad que los de Al-berto.El día en que Werther escribió a su amigo laúltima carta que hemos copiado era el domingoanterior a la Navidad. Fue por la tarde a casade Carlota y la encontró sola, entretenida enpreparar algunos regalos que pensaba hacer asus hermanos el día de Nochebuena. Con estemotivo él habló de la alegría que iban a expe-rimentar los niños cuando abriéndose de pron-to una puerta. viesen aparecer el árbol de laNavidad lleno de velitas, de dulces y de jugue-tes.—Vos también—dijo, ocultando con una sonri-sa el embarazo que la presencia de Werther lecausaba—tendréis vuestro aguinaldo si soisjuicioso: una vela y alguna otra cosa.

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—¿A qué llamáis ser juicioso?—preguntó él—.¿Cómo debo, cómo puedo yo ser, Carlota?—El jueves—repuso ella—es la víspera de laNavidad, y vendrán los niños con mi padre.Cada uno recibirá entonces su aguinaldo. Ve-nid también ese día..., pero antes, no.Werther se quedó aterrado.—Os ruego—añadió Carlota—que lo hagáis así,y os lo ruego porque lo exige mi tranquilidad.Esto no puede continuar, Werther; no, no pue-de continuar."Él bajó los ojos y, paseándose por la habitacióna grandes pasos, murmuraba entre dientes:"Esto no puede continuar."Carlota, al ver el violento estado en que habíansumido sus palabras, trató por mil medios dedistraerle de sus pensamientos; pero fue envano—No, Carlota—exclamó—, no volveré a veros.—¿Por qué, Werther? Podéis y hasta debéisvenir

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a vernos, pero también debéis procurar ser másdueño de vos. ¡Ah! ¿Por qué habéis nacido conese fuego indomable y esa apasionada violenciaque mostráis en vuestras afecciones? Os supli-co—añadió cogiéndole la mano—que procuréisdominaros. Vuestro talento, vuestras relacio-nes, vuestra instrucción os tienen reservadosmuchos goces. Sed hombre... y triunfaréis deesa fatal inclinación que os arrastra hacia unamujer que todo lo que puede hacer por vos escompadeceros.Werther rechinó los dientes y la miró con airesombrío. Carlota, mientras tanto, retenía entresus manos la de su amigo.—Tened calma—le dijo—. ¿No comprendéisque corréis voluntariamente a vuestra ruina?¿Por qué he de ser yo, precisamente yo..., quepertenezco a otro hombre?... ¡Ah!, temo que laimposibilidad de obtener mi amor es lo queexalta vuestra pasión.Werther retiró su mano y miró a Carlota condisgusto

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—Está bien—asintió—; sin duda esa observa-ción se le ha ocurrido a Alberto. Es profunda. .., ¡muy profunda! . . .—Cualquiera puede hacerla—repuso ella. ¿Nohabrá en todo el mundo una joven capaz desatisfacer los deseos de vuestro corazón? Bus-cadla; yo os respondo de que la encontraréis.Hace bastante tiempo que deploro, por vos ypor nosotros, el aislamiento en que os habéiscondenado. Vamos, haced un pequeño esfuer-zo; un viaje puede distraeros; si buscáis bien,encontraréis algún objeto digno de vuestro ca-riño, y entonces podéis volver para que disfru-temos todos de esa tranquilidad que da unaamistad sincera.—Podrían imprimirse vuestras palabras—dijoWerther sonriendo con amargura—y recomen-darlas a todos los que se dedican a la enseñan-za. ¡Ah, querida Carlota!, concededme un cortoplazo, y todo se arreglará.—Concedido; pero no volváis hasta la vísperade la nochebuena.

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Werther iba a responder cuando entró Alberto.Se saludaron en tono seco y desabrido, y ambosse pusieron a pasear, uno al lado del otro, visi-blemente azorados. Werther habló de cosasinsignificantes que dejaba a medio decir; Alber-to, después de hacer otro tanto, preguntó a sumujer por algunos encargos que le tenía enco-mendados.Al saber que no habían sido terminados, le di-rigió algunas frases que Werther encontró nosólo frías sino duras. Éste quiso marcharse, y lefaltaron las fuerzas. Permaneció allí hasta lasocho, aumentándose su mal humor, cuando vioque ponían la mesa, tomó su bastón y su som-brero. Alberto le invitó a quedarse; pero él con-sideró la invitación como un acto de obligadacortesía, y se retiró dando fríamente las gracias.Cuando volvió a su casa tomó la luz de manode su criado, que quería alumbrarle, y subiósolo a su habitación. Una vez en ella, se puso arecorrerla a grandes pasos, sollozando yhablando solo, pero en voz alta y con calor;

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acabó por arrojarse vestido sobre el lecho, don-de el criado le halló tendido a las once, cuandoentró a preguntarle si quería que le quitase lasbotas. Werther consintió que lo hiciera, prohi-biéndole al mismo tiempo que entrara en sucuarto al día siguiente antes de que él le llama-se.El lunes 21 de diciembre, por la mañana, escri-bió a Carlota la siguiente carta, que se encontrócerrada sobre su mesa y fue remitida a la per-sona a quien se dirigía. La insertamos aquí porfragmentos, como parece que él la escribió:

"Es cosa resuelta, Carlota: quiero morir y te loparticipo sin ninguna exaltación romántica, conla cabeza tranquila, el mismo día en que te verépor última vez."Cuando leas estas líneas, mi adorada Carlotayacerán en la tumba los despojos del desgra-ciado que en los últimos instantes de su vida noencuentra placer más dulce que el placer depensar en ti. He pasado una noche terrible: con

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todo, ha sido benéfica, porque ha fijado mi re-solución. ¡Quiero morir!"Al separarme ayer de tu lado, un frío inexpli-cable se apoderó de todo mi ser; refluía mi san-gre al corazón, y respirando con angustiosadificultad pensaba en mi vida, que se consumecerca de ti, sin alegría, sin esperanza. ¡Ah!, es-taba helado de espanto.Apenas pude llegar a mi alcoba, donde caí derodillas, completamente loco. ¡Oh Dios mío!, túme concediste por última vez el consuelo dellorar. Pero ¡qué lágrimas tan amargas! Mil ide-as, mil proyectos agitaron tumultuosamente miespíritu, fundiéndose al fin todos en uno solo,pero firme, inquebrantable: ¡morir! Con estaresolución me acosté, con esta resolución, in-quebrantable y firme como ayer, he despertado:¡quiero morir! No es desesperación, es conven-cimiento: mi carrera está concluida, y me sacri-fico por ti. Sí, Carlota, ¿por qué te lo he de ocul-tar? Es preciso que uno de los tres muera, yquiero ser yo. ¡Oh vida de mi vida! Más de una

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vez en mi alma desgarrada ha penetrado unhorrible pensamiento: matar a tu marido..., ati..., a mí. Sea yo, yo solo; así será."Cuando al anochecer de algún hermoso día deverano subas a la montaña, piensa en mí yacuérdate de que he recorrido muchas veces elvalle; mira luego hacia el cementerio, y a losúltimos rayos del sol poniente vean tus ojoscómo el viento azota la hierba de mi sepultura.Estaba tranquilo al comenzar esta carta, y ahoralloro como un niño. ¡Tanto martirizan estasideas mi pobre corazón!"Werther llamó a su criado cerca de las diez.Mientras le vestía, le dijo que iba a hacer unviaje de algunos días, y que era preciso, portanto, sacar la ropa y preparar las maletas; lemandó, además, arreglar las cuentas, recogermuchos libros que había prestado y dar a algu-nos pobres, a quienes socorría una vez por se-mana, el importe anticipado de la limosna dedos meses.

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Se hizo servir el almuerzo en su cuarto, y des-pués de haber comido, se dirigió a la casa deljuez, a quien no encontró. Se paseó por el jardíncon aire pensativo que parecía indicar el deseode fundir en una sola todas las ideas capaces deavivar sus amarguras. Los niños del juez no ledejaron solo mucho tiempo: salieron a su en-cuentro saltando de alegría y le dijeron quecuando llegase mañana y pasado mañana, y eldía siguiente, Carlota les daría los aguinaldos:sobre esto le contaron todas las maravillas queles prometía su imaginación. "¡Mañana —exclamó Werther—, y pasado mañana..., y des-pués otro día!"Los abrazó cariñosamente, se disponía a aban-donarlos, cuando el más pequeño dio señalesde querer decir algo al oído. El secreto se redujoa participarle que sus hermanos mayores hab-ían escrito felicitaciones para el año nuevo: unapara el papá, otra para Alberto y Carlota, y otrapara Werther. Todas las entregarían por la ma-ñana temprano el primer día del año. Estas pa-

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labras le enternecieron: hizo algunos regalos atodos y tras de encargarles que saludaran a supapá, montó a caballo y se marchó llorando.A las cinco volvió a su casa; recomendó a lacriada que cuidase de la lumbre hasta la noche,y encargó al criado que empaquetase los librosy la ropa blanca y metiese en la maleta los tra-jes.Parece probable que después de esto debió deser cuando escribió el siguiente párrafo de suúltima carta de Carlota:"Tú no me esperas; tú crees que voy a obedecer-te y a no volver a tu casa hasta la víspera de laNavidad... ¡Oh Carlota!..., hoy o nunca. El díade la Nochebuena tendrás este papel en tusmanos trémulas y lo humedecerás con tus pre-ciosas lágrimas. Lo quiero..., es preciso. ¡Oh,qué contento estoy de mi resolución!"Entre tanto, Carlota se encontraba en una situa-ción de ánimo bien extraña. En su última entre-vista con Werther había comprendido cuán

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difícil le sería decidirle a que se alejara, y habíaadivinado mejor quenunca los tormentos que el infeliz iba a sufrirseparado de ella.Habiendo participado a su marido, como inci-dentalmente, que Werther no volvería hasta lavíspera de la Navidad. Alberto se marchó a veral juez de un distrito inmediato para ventilarun asunto que debía retenerle hasta el siguientedía.Carlota estaba sola, ninguna de sus hermanasse encontraba a su lado. Aprovechando estacircunstancia, se abandonó a sus ideas y dejóvagar su espíritu entre los afectos de su pasadoy su presente.Se contemplaba unida a un hombre cuyo amory fidelidad le eran bien conocidos y a quienamaba con toda su alma; a un hombre que porsu carácter, tan entero como apacible, parecíaformado para asegurar la felicidad de una mu-jer honrada. Comprendía lo que este hombreera y debía ser siempre para ella y para su fami-

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lia. Por otra parte, le había sido tan simpáticoWerther desde el momento en que se conocie-ron, y llegó a serle tan querido, era tan es-pontáneo el afecto que los unía, y había engen-drado tal intimidad el largo trato que medióentre ambos, que el corazón de Carlota conser-vaba de ello impresiones indelebles. Se habíaacostumbrado a contarle todo lo que pensaba,todo lo que sentía.Su marcha, por tanto, iba a producir en la vidade Carlota un vacío que nada podía llenar.¡Ah!, si ella hubiera podido hacerle su herma-no, ¡qué feliz habría sido! ¡Si hubiera podidocasarlo con alguna de sus amigas! ¡Si hubierapodido restablecer la buena inteligencia queantes reinó entre Alberto y él! Pasó en su menterevista a todas sus amigas, y en todas encontra-ba defectos...; ninguna le pareció digna delamor de Werther. Después de mucho reflexio-nar concluyó por sentir confusamente, sin atre-verse a confesárselo, que el secreto deseo de sucorazón era reservárselo para ella, por más que

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se decía a sí misma que ni podía ni debía hacer-lo. Su alma, tan pura y tan hermosa, y hastaentonces tan inaccesible a la tristeza, recibió enaquel momento una herida cruel. La perspecti-va de su dicha se disipaba entre las nubes quecubrían el horizonte de su vida.A las seis y media oyó a Werther, que subía laescalera, preguntando por ella. Al momentoreconoció sus pasos y su voz, y el corazón lelatió vivamente por primera vez, podemos de-cirlo, al acercarse el joven. De buena gana habr-ía mandado que le dijesen que no estaba encasa, y, cuando le vio entrar, no pudo menosque exclamar con visible azoramiento y llenade emoción.—¡Ah!, habéis faltado a vuestra palabra.—Yo nada os prometí—repuso él.—Pero debisteis haber atendido mis súplicas,teniendo en cuenta que os las hice para bien deamigos.No se daba cuenta de lo hacía, ni de lo que de-cía y envió por dos amigas suyas para no en-

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contrarse sola con Werther. Éste dejó algunoslibros que había llevado y pidió otros.Carlota esperaba con afán que sus amigas lle-gasen, pero un momento después deseaba locontrario. Volvió la criada y dijo que ningunade las dos podía complacerla.Entonces se la ocurrió dar a la criada orden deque se quedara en la habitación inmediatahaciendo labor; pero en seguida cambió deidea.Werther se paseaba por la sala con visible agi-tación.Carlota se sentó al clavicémbalo y quiso tocarun minué; pero sus dedos se resistían a secun-dar su intento. Abandonó el clavicémbalo y fuea sentarse al lado de Werther, que ocupaba enel sofá su sitio de costumbre.—¿No traéis nada que leer?—dijo Carlota.No traía él nada.—Ahí, en la cómoda—prosiguió ella—, tengo latraducción que hicisteis de algunos cantos deOssián. Todavía no la he visto, porque esperaba

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que vos me la leeríais; pero hasta ahora no seha presentado ocasión.Werther sonrió y fue a buscar el manuscrito. Alcogerlo experimentó un involuntario estreme-cimiento; al hojearlo se llenaron de lágrimas susojos. Luego, esforzándose para que su voz pa-reciera segura, leyó lo que sigue:—"¡Estrella del crepúsculo que resplandecessoberbia en occidente, que asomas tu radiantefaz entre las nubes y te paseas majestuosa sobrela colina!..., ¿qué miras a través del follaje? Losindómitos vientos se han calmado; se oye lejanoel ruido del torrente; las espumosas olas se es-trellan al pie de las rocas y el confuso rumor delos insectos nocturnos se cierne en los aires.¿Qué miras, luz hermosa? Sonríes y sigues tucamino. Las ondas se elevan gozosas hasta ti,bañando tu brillante cabellera. ¡Adiós, rayo deluz dulce y tranquilo! ¡Y tú, sublime luz delalma de Ossián brilla aparece a mis ojos! Vedla;allí asoma en todo su esplendor. Ya distingo amis amigos muertos; se reúnen en Lora como

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durante mejores días... Fingal avanza con unahúmeda columna de bruma; en torno suyoestán sus valientes. Ved los dulcísimos bardos;Ulino, con su cabello gris; el majestuoso Ryno;Alpino, el celestial cantor, y tú, quejumbrosaMinona! ¡Cuánto habéis cambiado, amigosmíos, desde las fiestas de Selma, donde nosdiputábamos el honor de cantar, como los céfi-ros de primavera columpian unas tras otras laslozanas hierbas de la montaña! Se adelantó Mi-nona, en todo el esplendor de su belleza, con lavista baja y los ojos llenos de lágrimas. Flotabasu cabellera a merced del viento que soplabadesde la colina. El alma de los héroes se entris-teció al oír su dulce canto, porque habían vistomuchas veces la tumba de Salgar, y muchastambién la agreste morada de la blanca Col-ma..., de Colma, abandonada en la montaña,sin más compañía que la del eco de su voz ar-moniosa. Salgar había prometido ir; pero, antesque llegase, la noche envolvió en sus tinieblas a

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Colma. Escuchad su voz; oíd lo que cantabavagando por la montaña:""COLMA.—Es de noche; estoy sola, extraviadaen las tempestuosas cimas de los montes. Elviento silba en torno mío. El torrente se precipi-ta con estruendo desde lo alto de las rocas. Notengo ni una cabaña que me defienda contra lalluvia, y estoy abandonada entre estos peñascosazotados por la tormenta. Rompe, ¡oh luna!, tuprisión de nubes. ¡Dejadme ver vuestros res-plandores, luceros de la noche! Guíeme un rayode luz al sitio donde el dueño de mi amor repo-sa de las fatigas de la caza, con el arco suelto asus pies, con los perros jadeando en su derre-dor. ¿Es preciso que permanezca aquí, sola ysentada sobre la roca, encima de la cóncavacascada? Oigo los rugidos del torrente y delhuracán, pero, ¡ay!, no llega a mi oído la delque amo. ¿Por qué tarda tanto mi Salgar?¿Habrá olvidado su promesa? Éstos son la rocay el árbol, éstas las espumosas ondas. Tú meofreciste venir aquí al anochecer... ¡Ah! ¿Dónde

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estás, Salgar mío? Yo quería huir contigo, yoquería abandonar por ti a mi orgulloso padre ya mi orgulloso hermano. Hace mucho tiempoque son enemigas nuestras familias; pero noso-tros no somos enemigos, Salgar. ¡Cálmate porun momento, huracán! ¡Enmudece por un ins-tante, potente catarata! Dejad que mi voz re-suene por todo el valle, y que la oiga mi viajero.Salgar, yo soy quien te llama. Aquí están elárbol y la roca. Salgar, dueño mío, aquí me tie-nes; ven... ¿Por qué tardas? La luna aparece; lasolas, en el valle, reflejan sus rayos; las rocas seesclarecen; las cumbres se iluminan. Sin em-bargo, no veo a mi amado. Sus perros, quesiempre se le adelantan, no me anuncian suvenida. ¡Ah, Salgar! ¿Por qué me dejas sola?Pero ¿quiénes son aquellos que se distinguenallá abajo entre los arbustos? Hablad, amigosmíos... ¡Oh!, no contestan. . . ¡Qué ansiedadsiente mi alma!... ¡Están muertos! Sus cuchillasse han enrojecido con la sangre del combate.¡Oh, hermano mío!..., ¿por qué has matado a mi

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Salgar? Y tú mi querido Salgar, ¿por qué hasmatado a mi hermano? ¡Os quería tanto a losdos! ¡Estabas tú tan bello entre los mil guerre-ros de la montaña! ¡Y él era tan bravo en la pe-lea! Escuchad mi voz y respondedme, amadosmíos. Pero, ¡ay de mí!, se hallan mudos, mudospara siempre. Sus corazones permanecen hela-dos como la tierra. ¡Oh!, desde las altas rocas,desde las cumbres en que se forman las tempes-tades, habladme vosotros, espíritus de losmuertos. Yo os escucharé sin pavor. ¿Adóndehabéis ido a reposar? ¿En qué gruta del montepodré encontrarlos? Ninguna voz suspira en elviento; ningún gemido solloza entre los de latempestad. Aquí, abismada en mi dolor, ane-gada en llanto, espero la nueva aurora. Cavadsu sepultura, amigos de los muertos; pero no lacerréis hasta que yo baje a ella. Mi vida se des-vanece como un sueño. ¿Acaso puedo sobrevi-virlos? Aquí, cerca del torrente que salta entrepeñascos, es donde quiero quedarme con ellos.Cuando la noche caiga sobre la montaña y silbe

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el viento entre los matorrales, mi espíritu selanzará al espacio lamentando la muerte de misamigos. El cazador me oirá desde su cabaña defollaje; mi voz le dará miedo y, sin embargo meamará, porque será dulce mientras llore porellos. ¡Los quería tanto! Así cantabas, ¡oh Mi-nona, bella y pálida hija de Thormann! Nues-tras lágrimas corren por Colma y nuestra almase torna sombría como la noche. Ulino apareciócon el arpa y nos hizo oír el canto de Alpino.Alpino fue un cantor melodioso, y el alma deRyno era un rayo de fuego. Pero uno y otroyacían en la estrecha mansión de los muertos, ysus voces no resonaban ya en Selma. Un día,volviendo Ulino de la caza, antes que los doshéroes hubiesen sucumbido, los oyó cantar enla colina. Su canto era dulce, pero no triste. Selamentaban de la muerte de Morar, el mayor delos héroes. El alma de Morar era gemela de lade Fingal; su espada, semejante a la espada deOscar. Murió; gimió su padre, y los ojos de suhermana Minona se llenaron de lágrimas al oír

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el canto de Ulino. Minona retrocedió como laluna esconde su cabeza detrás de las nubescuando presiente la tempestad. Yo acompañabacon el arpa el canto de las lamentaciones."""RYNO.— Cesaron ya el viento y la lluvia lasnubes se disipan; el cielo aparece diáfano; elsol, caminando al ocaso dora con sus últimosrayos las crestas de los montes. El torrente en-rojecido rueda por el valle. Dulce es el murmu-llo del río, pero más dulce es la voz de Alpinocuando canta a los muertos. Su cabeza está in-clinada por el peso de los años, y sus ojos, es-caldados por el llanto. Alpino, celestial cantor,¿por qué vagas solitario por la montaña silen-ciosa? ¿Por qué gimes como el viento en el bos-que y como la ola que se rompe en lejana pla-ya?"""ALPINO.—Mi llanto, Ryno, brota por losmuertos. Mi voz va hacia los habitantes delsepulcro. Tú eres ágil y esbelto, Ryno, eres belloentre los hijos de la montaña; pero caerás comoMorar, y la aflicción irá también a sentarse so-

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bre tu ataúd. La montaña te olvidará, y tu arcoabandonado penderá de lo alto de la muralla.¡Oh, Morar!, tú eras ligero como el corzo queama la colina, terrible como el fuego del cieloen la oscuridad de la noche; tu cólera era unatempestad, tu espada era un rayo en el comba-te, tu voz era el rugido del torrente después dela lluvia, el del trueno rodando sobre las mon-tañas. Muchos han caído al golpe de tu brazo;la llama de tu cólera los ha consumido... Perocuando volvías de la guerra, ¡qué dulce y apa-cible era tu encanto! Tu rostro parecía el soldespués de la tormenta; parecía la luna ilumi-nando una noche serena. Tu pecho era un refle-jo del mar cuando se calma el viento que loagita. ¡Qué pequeña y sombría es ahora tu mo-rada! Con tres pasos se mide la sepultura delque no ha mucho fue tan grande. Cuatro pie-dras cubiertas de musgo son tu único monu-mento. Un árbol sin hojas, altas hierbas quecolumpia la brisa. Eso es todo lo que revela alexperto cazador el sitio donde yace el poderoso

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Morar. Tú no tienes madre ni amante que telloren: murió la que te dio el ser: murió tambiénla hija de Morglan. ¿Quién es aquel hombre quese apoya tristemente en un bastón? ¿Quién esaquel hombre cuya cabeza blanquea antes detiempo, y no cesa de llorar? Es tu padre, ¡ohMorar!, tu padre, que no tenía otro hijo. Mu-chas veces oyó hablar de tu valor, de los ene-migos que cayeron a los golpes de tu espada:muchas veces oyó hablar de la gloria de Morar¡ay!, ¿por qué le contaron también tu muerte?Llora, desgraciado padre, llora, que tu hijo note oirá. El sueño de los muertos es muy pro-fundo; su almohada de polvo está muy honda.No se levantará tu hijo al oír tu voz; no se des-pertará a tus gritos. ¡Ah!, ¿cuándo penetrará laluz en el sepulcro? ¿Cuándo se podrá decir alque duerme en él: "despierta"? ¡Adiós, noblejoven; adiós, valiente guerrero! Ya no volverána verte los campos de batalla; ya el bosquesombrío no se iluminará con el centelleo de tuespada. No has dejado hijos, pero el canto de

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los trovadores conservará y transmitirá tunombre a la posteridad. Las edades futurasoirán hablar de tus hazañas y conocerán a Mo-rar. La aflicción de los guerreros era profunda;pero los sollozos de Armino la dominaban. Estecanto le recordó la pérdida de un hijo, muertoen la flor de su edad. Carmor estaba junto alhéroe; Carmor, el príncipe de Galmar. "¿Porqué suspiras de este modo?" le dijo. ¿Es aquídonde hay que llorar? La música y el canto quese dejan oír, ¿no son para reanimar el espíritu,lejos de abatirle? Ligeros vapores se escapandel lago, invaden el bosque y humedecen lasflores: el sol aparece brillante, los vapores sedisipan. ¿Por qué estás triste, ¡oh Armino!, túque reinas en Gorma, que tiene un cinturón deolas?"""ARMINO.—Estoy triste, y tengo motivos po-derosos para estarlo. Carmor, tú no has perdidoun hijo ni tienes que llorar la muerte de unahija radiante de hermosura. Colgar, el intrépidojoven, vive aún, y como él la bella Almira. Los

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retoños de tu raza florecen, Carmor, pero Ar-mino es el último de una rama seca. Sombrío estu lecho, Daura; sombrío es tu sueño en el se-pulcro. ¿Cuándo despertarás? ¿Cuándo volveráa resonar tu voz melodiosa? Levantaos, vientosdel otoño..., desencadenaos sobre la oscura ma-leza... Torrentes de la selva, desbordaos...Huracanes, arrancad a vuestro paso las enci-nas... Y tú, luna, muestra y esconde alternati-vamente tu pálido rostro entre las rasgadasnubes. Recuérdame la terrible noche en quemurieron mis hijos, mi valiente Arindal y miquerida Daura. Daura, hija mía; tú eres tanhermosa como el astro de plata que esclarece lacolina, blanca como la nieve y dulce, dulce co-mo la brisa embalsamada de la de la mañana.Arindal, tu arco era invencible, fuerte tu lanza,poderosa tu mirada, como la nube que ruedasobre las olas; tu escudo parecía un meteoro enel seno de una tempestad. Armar célebre en loscombates, solicitó el amor de Daura, y bienpronto lo obtuvo. Pero Erath, hijo de Odgall,

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temblaba de rabia porque su hermano habíasido muerto por Armar. Vino disfrazado debatelero; su barca se columpiaba gallardamentesobre las ondas. Traía el pelo blanco; su sem-blante era grave y tranquilo. "¡Oh!, tú, la másbella de las jóvenes, amable hija de Armino—dijo—, allá abajo, en una roca, no lejos de laorilla, espera Armar a su querida Daura." Ellale siguió y llamó a Armar; pero el eco sólo con-testó a su voz. "Armar, dueño mío, mi bien,¿por qué me apesadumbras de este modo? Es-cucha, hijo de Armath, oye mis ruegos... Es tuDaura quien te llama." El traidor Erath la dejósobre la roca, y volvió a tierra riéndose. Daurase deshizo en gritos, llamando a su padre y a suhermano: "Arindal, Armino, no vendréis nin-guno de los dos a salvar a vuestra Daura?"Arindal, mi hijo, descendió de la montaña car-gado con el botín de la caza, con las flechassuspendidas del costado, el arco en la mano yrodeado de cinco perros negros. Distinguió ensu orilla al imprudente Erath; se apoderó de él

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y le ató a un roble con fuertes ligaduras. Mien-tras Erath llenaba de gemidos el espacio, Arin-dal, apoderándose de su barca, se dirigió a laroca donde se hallaba Daura. En esto, llegaArmar, prepara furioso una flecha, silba el dar-do, y tú. hijo mío, pereces del golpe destinadoal pérfido Erath. En el momento en que la barcaarribó a la roca, Arindal dio el último suspiro.¡Oh, Daura! La sangre de tu hermano corrió atus pies. ¡Cuál sería tu desesperación! La barcadeshecha contra la roca, se sumergió en elabismo. Armar se arrojó al agua para salvar aDaura o morir. Una ráfaga de viento baja de lamontaña, arremolina el oleaje, y Armar desapa-rece y no vuelve a aparecer. Mi desgraciada hijaquedaba sin amparo, sola, sobre un peñascoazotado por las olas. Yo, su padre, oía sus la-mentos y nada podía intentar en su auxilio.Toda la noche permanecí en la orilla, con-templándola a los débiles rayos de la luna. To-da la noche estuve oyendo sus clamores. Elviento silbaba, el agua caía a torrentes, y la voz

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de Daura se iba debilitando a medida que seacercaba el día. Pronto se extinguió por com-pleto, como se desvanece la brisa de la tardeentre las hierbas de la montaña. Consumidapor la desesperación, expiró, dejando a Arminosolo en el mundo. Mi valor, mis fuerzas y miorgullo murieron con ella. Cuando las tormen-tas bajan de la montaña, cuando el viento delnorte alborota el oleaje, yo me siento en la ribe-ra, y fijo mis ojos en la funesta roca. Muchasveces mientras la luna aparece en el cielo, veoflotar en una penumbra luminosa las almas demis ojos, que vagan por el espacio unidas enabrazo fraternal."

Un torrente de lágrimas que brotó de los ojosde Carlota, desahogando su oprimido corazón,interrumpió la lectura de Werther. Éste arrojó aun lado el manuscrito y, apoderándose de unade las manos de la joven, vertió también amar-go llanto. Carlota, apoyando la cabeza en laotra mano, se cubrió el rostro con su pañuelo.

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Víctimas él y ella de una terrible agitación, ve-ían su propio infortunio en la suerte de loshéroes de Ossián y juntos lo deploraban. Suslágrimas se confundieron. Los ardientes labiosde Werther tocaron el brazo de Carlota. Ella seestremeció y quiso alejarse; pero el dolor y lacompasión la tenían clavada en su asiento, co-mo si una masa de plomo pesase sobre su cabe-za. Ahogándose y queriendo dominarse, su-plicó, sollozante, a Werther que prosiguiese lalectura, su voz rogaba con un acento celestial.Werther, cuyo corazón latía con tal violencia,que parecía querer salirse del pecho, temblabacomo un azogado, tomó el libro y leyó con in-segura voz:—¿Por qué me despiertas, soplo embalsamadode la primavera? Tú me acaricias y me dices:"Traigo conmigo el rocío del cielo; pero prontoestaré marchito, porque pronto vendrá la tem-pestad que arrebatará mis hojas. Mañana lle-gará el viajero; vendrá el que me ha conocido

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en toda mi belleza; su vista me buscará en tornosuyo, me buscará y no me encontrará."Estas palabras causaron a Werther un profundoabatimiento. Se arrojó a los pies de Carlota,completa y espantosamente desesperado, ycogiéndole las manos, las oprimió contra sufrente.Carlota sintió entonces un vago presentimientode un siniestro propósito. Turbado su juicio,cogió a su vez las manos de Werther y las co-locó sobre su corazón. Inclinóse hacia él conternura, y sus abrasadas mejillas se tocaron. Elmundo desapareció para ellos; él la estrechóentre sus brazos, la apretó contra su pecho ycubrió de frenéticos besos los temblorosos la-bios de su amada, que balbucía palabras entre-cortadas.—¡Werther!—murmuraba ella con voz ahogaday desviándose—. ¡Werther!—repetía, y consuave movimiento trataba de alejarse—. ¡Wert-her!—exclamó por tercera vez, ya con acentodigno e imponente.

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Él se sintió dominado; la soltó y se arrojó alsuelo como un loco.Carlota se levantó y, completamente turbada,indecisa entre el amor y la cólera, le dijo:—Es la última vez, Werther; no volveréis avermeY, lanzando sobre aquel desgraciado una mira-da llena de amor, corrió a la habitación inme-diata y se encerró, afligida, en ella.Werther extendió las manos sin atreverse a de-tenerla. En el suelo, Y con la cabeza apoyada enel sofá, permaneció más de una hora sin darseñales de vida.Al cabo de este tiempo oyó ruido y volvió en sí.Era la criada qué venía a poner la mesa. Se le-vantó y empezó a pasear por la habitación.Cuando volvió a quedarse solo, se aproximó ala puerta por donde había desaparecido Carlo-ta, y exclamó en voz baja:—¡Carlota! ¡Carlota! Una palabra sola, un adióssiquiera...

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Ella guardó silencio. Esperó él, suplicó, esperóde nuevo... Por último, se alejó de la puertagritando:— ¡Adiós, Carlota...; adiós para siempre!Llegó a las puertas de la ciudad; los guardias,que estaban acostumbrados a verle, le dejaronpasar. Caían menudos copos de nieve; él, sinembargo, no volvió a la población hasta unahora antes de medianoche.Cuando llegó a su casa, el criado notó que nollevaba sombrero; pero no se atrevió a decírse-lo. Le ayudó a desnudarse; toda la ropa estabacalada. Más tarde encontraron el sombrero enun peñasco que se destaca sobre todos los de lamontaña y que parece querer desgajarse sobreel valle. No se comprende como en una nochelluviosa y oscura pudo llegar a aquel punto sindespeñarse.Se acostó y durmió largo tiempo: cuando elcriado entró en el cuarto al día siguiente paradespertarle, le halló escribiendo, y le pidió café,que le sirvió en seguida.

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Entonces Werther añadió estos párrafos a lacarta que tenía empezada para Carlota:

"Ésta es la última vez que abro los ojos; la últi-ma, ¡ay de mí! Ya no volverán a ver la luz delsol, que hoy se oculta detrás de una niebla den-sa y sombría. ¡Si, viste de luto, naturaleza! Tuhijo, tu amigo, tu amante se acerca a su fin. ¡Ah,Carlota!, es una cosa que no se parece a nada yque sólo puede compararse con las percepcio-nes confusas de un sueño, el decirse: "¡Esta ma-ñana es la última!" Carlota, apenas puedo dar-me cuenta del sentido de esta palabra: "¡Laúltima!" Yo, que ahora tengo la plenitud de misfuerzas, mañana estaré sobre la tierra rígido ysin vida. ¡Morir! ¿Qué significa esto? Ya lo ves:los hombres soñamos siempre que hablamos dela muerte. He visto morir a mucha gente; perosomos tan pobres de inteligencia, que a pesarde cuanto vemos, cunea sabemos nada delprincipio ni del fin de la vida. En este momentotodavía soy mío..., todavía soy tuyo, si, tuyo,

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querida Carlota; y dentro de poco..., ¡separa-dos.... desunidos, quizá para siempre! ¡No, Car-lota, no! ¿Cómo puedo dejar de ser? Existimos,sí. ¡Dejar de ser! ¿Qué significa esto? Es unafrase más, un ruido vano que mi corazón nocomprende. ¡Muerto, Carlota! ¡Cubierto por latierra fría en un rincón estrecho y sombrío! Tu-ve en mi adolescencia una amiga que carecía deapoyo y de consuelo. Murió y la acompañé has-ta la fosa, donde estuve cuando bajaron elataúd; oí el crujir de las cuerdas cuando lassoltaron y cuando las recogieron. Luego arroja-ron la primera palada de tierra, y la fúnebrecaja produjo un ruido sordo, después más sor-do, y después más sordo todavía, hasta quequedó completamente cubierta de tierra. Caí allado de la fosa, delirante, oprimido, y con lasentrañas hechas pedazos. Pues bien: yo no sénada de lo que hay más allá del sepulcro.¡Muerte! ¡Sepulcro! No comprendo estas pala-bras.

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"¡Oh! ¡Perdóname, perdóname! Ayer... aquéldebió ser el último momento de mi vida. ¡Ohángel! Fue la primera vez, si, la primera vezque una alegría pura y sin límites llenó todo miser."Me ama, me ama... Aún quema mis labios elfuego sagrado que brotaba de los suyos; todav-ía inundan mi corazón estas delicias abrasado-ras. ¡Perdóname, perdóname! Sabía que meamabas; lo sabía desde tus primeras miradasaquellas miradas llenas de tu alma; lo sabíadesde la primera vez que estrechaste mi mano.Y, sin embargo, cuando me separaba de ti oveía a Alberto a tu lado, me asaltaban por do-quiera rencorosas dudas."¿Te acuerdas de las flores que me enviaste eldía de aquella enojosa reunión en que ni pudis-te darme la mano ni decirme una sola palabra?Pasé la mitad de la noche arrodillado ante lasflores, porque eran para mí el sello de tu amor;pero, ¡ay!, estas impresiones se borraron comose borra poco a poco en el corazón del creyente

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el sentimiento de la gracia que Dios le prodigapor medio de símbolos visibles. Todo perece,todo; pero ni la misma eternidad puede des-truir la candente vida que ayer recogí en tuslabios y que siento dentro de mí. ¡Me ama! Misbrazos la han estrechado, mi boca ha temblado,ha balbuceado palabras de amor sobre su boca.¡Es mía! ¡Eres mía! Sí, Carlota, mía para siem-pre. ¿Qué importa que Alberto sea tu esposo?¡Tu esposo! No lo es más que para el mundo,para ese mundo que dice que amarte y quererarrancarte de los brazos de tu marido para re-cibirte en los míos es un pecado. ¡Pecado!, sea.Si lo es, ya lo expío. Ya he saboreado ese peca-do en sus delicias, en sus infinitos éxtasis. Heaspirado el bálsamo de la vida y con él he forta-lecido mi alma. Desde ese momento eres mía,¡eres mía, oh Carlota! Voy delante de ti; voy areunirme con mi padre, que también lo es tuyo,Carlota; me quejaré y me consolará hasta que túllegues. Entonces volaré a tu encuentro, te co-geré en mis brazos y nos uniremos en presencia

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del Eterno; nos uniremos con un abrazo quenunca tendrá fin. No sueño ni deliro. Al bordedel sepulcro brilla para mí la verdadera luz.¡Volveremos a vernos! ¡Veremos a tu madre yle contaré todas las cuitas de mi corazón! ¡Tumadre! ¡Tu perfecta imagen!"

A las once llamó Werther a su criado y le pre-guntó si había regresado Alberto. El criado con-testó que le había visto pasar a caballo. Enton-ces le mandó una esquela abierta que sólo con-tenía estas palabras:"¿Quieres hacerme el favor de prestarme tuspistolas para un viaje que he proyectado?Consérvate bueno. Adiós."***La pobre Carlota apenas había podido dormirla noche anterior. Su sangre pura, que hastaentonces había corrido tranquilamente por susvenas, se agitaba en curso febril. Mil sensacio-nes distintas con movían su noble corazón. ¿Eraque abrasaba su seno el calor de las caricias de

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Werther o que estaba indignada de su atrevi-miento? ¿Era que le mortificaba comparar susituación del momento con su vida pasada, consus días de inocencia, sosiego y confianza?¿Cómo presentarse a su esposo? ¿Cómo confe-sarle una escena de que ella misma no queríadarse cuenta, por más que no tuviese nada deque avergonzarse? Mucho tiempo hacía quemarido y mujer no hablaban de Werther, y pre-cisamente ella debía romper el silencio parahacerle una confesión no menos penosa queinesperada. Temía que el solo anuncio de lavisita de Werther fuese para Alberto una granmortificación. ¿Qué sucedería cuando supieraél todo lo ocurrido? ¿Podría esperarse que juz-gara las cosas sin pasión y las viese tales comohabían pasado? ¿Podría desearse que leyeraclaramente en el fondo de su alma? Y, por otraparte, ¿cómo disimular ante un hombre paraquien el pecho de ella había sido siempre untransparente cristal y a quien no había ocultadoni quería ocultar nunca el menor pensamiento?

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Estas reflexiones la abrumaban, abismándolaen una cruel incertidumbre, y siempre se volvíasu pensamiento hacia Werther que la adoraba;hacia Werther, a quien no podía abandonar y aquien era preciso que abandonase. ¡Ah..., quévacío para ella!Aunque la agitación de su espíritu no le permi-tiese ver claramente la verdad de las cosas,comprendió que pesaba sobre ella la fatal des-avenencia que separaba a su marido y Werther;dos hombres tan buenos y tan inteligentes queempezando por ligeras divergencias de senti-miento, habían llegado a una mutua reserva y auna indiferencia glacial. Cada uno se encerrabaen el círculo de su propio derecho y de los erro-res del otro. Se había aumentado la tirantez porambas partes y había llegado a ser tal la situa-ción, que ya no podía despejarse sin violencia.Si los hubiera unido más una dichosa confianzaen los primeros momentos, si la amistad y laindulgencia hubieran abierto sus almas a algu-nas dulces expansiones, acaso habría sido posi-

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ble salvar al desgraciado joven. Una circuns-tancia particular aumentaba la perplejidad deCarlota. Werther, como hemos visto en sus car-tas, no ocultó nunca su deseo de abandonar elmundo. Alberto había combatido esta idea mu-chas veces, y con frecuencia había cuestionadosobre ella con su mujer. Impulsado por unainstintiva repugnancia hacia el suicidio, Albertohabía sostenido muy a menudo, con una rude-za impropia de su carácter, que semejante reso-lución no era de hombre serio, y hasta se habíapermitido alguna burla sobre el asunto, hacien-do así que su incredulidad se reflejara un tantoen Carlota. Esto la tranquilizaba un poco cuan-do en su espíritu aparecían siniestras imágenes;pero esto mismo impedía que participara sustemores a su marido.No tardó Alberto en llegar, y ella salió a recibir-le con una solicitud no exenta de embarazo.Alberto parecía disgustado. No había podidoterminar sus asuntos por ciertas dificultades,hijas del carácter intratable y minucioso del

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juez. El mal estado de los caminos había acaba-do de ponerle de mal humor.Preguntó si había ido alguien durante su au-sencia, y su mujer se apresuró a decirle queWerther había estado allí la víspera por la tar-de. Informado después de que en su cuartotenía algunas cartas y paquetes que habían lle-vado para él, dejó sola a Carlota. La presenciadel hombre por quien sentía tanto cariño y tan-to respeto, operó una nueva revolución en elespíritu de ella. El recuerdo de la generosidaddel esposo, de su amor y de sus bondades, ledevolvió el sosiego. Experimentó un secretodeseo de seguirle, y decidida a ello, hizo lo quehacía muchas veces: ir a buscarle a su cuarto.Le encontró abriendo y leyendo las cartas; al-gunas parecían preñadas de noticias desagra-dables. Le formuló varias preguntas sobre esto,y él contestó lacónicamente, poniéndose luegoa escribir.Durante una hora permanecieron silenciosos,uno enfrente del otro. Carlota se entristecía por

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momentos. Comprendía que, aunque su mari-do estuviese del mejor humor del mundo, iba averse apurada para darle cuenta de lo que sent-ía su corazón, y cayó en un abatimiento que setornaba más profundo a medida que se esfor-zaba ella por ocultar y devorar sus lágrimas.La llegada del criado de Werther aumentó laturbación que experimentaba. El hombre en-tregó la carta de su amo, y Alberto, después deleerla, se volvió fríamente hacia su mujer, y ledijo:—Dale mis pistolas—y volviéndose luego alcriado, añadió—: Decid a vuestro amo que ledeseo un buen viaje.Estas palabras produjeron en Carlota el efectode un rayo. Apenas tuvo fuerzas para levantar-se. Se dirigió lentamente a la pared, descolgólas armas y las limpió con mano temblorosa.Estaba indecisa, y habría tardado largo rato enentregárselas al criado si Alberto, con una mi-rada interrogadora, no la hubiese obligado aobedecer al punto. Carlota entregó las pistolas

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al criado sin poder articular una sola palabra.Cuando éste hubo salido, ella volvió a tomar sulabor y se retiró a su cuarto, presa de una tur-bación espantosa y con el corazón agitado porsiniestros presentimientos.Tan pronto quería ir a arrojarse a los pies de sumarido y confesarle la escena de la víspera, laturbación de su conciencia y sus terribles temo-res, como desistía de hacerlo, preguntándose dequé serviría aquel paso. ¿Podría esperar que sumarido, atendiendo a sus ruegos, corriese in-mediatamente a casa de Werther?La comida estaba en la mesa. Llegó una amigade Carlota sin más objeto que charlar un poco,pero temiendo importunar, quiso retirarse. Car-lota la retuvo en su compañía. Esto dio margena una conversación que animó la comida, y,aunque esforzándose, se charló, y al cabo se diotodo al olvido.El criado de Werther llegó a su casa con laspistolas y las entregó a su amo, que se apresuró

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a cogerlas al saber que venían de manos deCarlota.Mandó que le llevaran pan y vino, y encargan-do después a su criado que fuera a comer, sepuso a escribir:"Han pasado por tus manos; tú misma les hasquitado el polvo, tú las has tocado..., y yo lasbeso ahora una y mil veces."¡Angel del cielo, tú favoreces mi resolución!Tú, Carlota, eres quien me presentas este armadestructora, así recibiré la muerte de quien yoquería recibirla. ¡Qué bien me he enterado porel criado de los menores detalles! Temblabas alentregarle estas armas...; pero ni un adiós meenvías. ¡Ay de mí!, ni un adiós. ¿Acaso el odiome ha cerrado tu corazón por aquel instante deembriaguez que me ha unido a ti para siempre?¡Ah, Carlota!, el transcurso de los siglos no bo-rrará aquella impresión; y tú, estoy seguro deello, no podrás aborrecer nunca a quien tanto teidolatra."

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Después de comer mandó al criado que acabasede empaquetarlo todo. Rompió muchos pape-les, salió a pagar algunas cuentas que teníapendientes y se volvió luego a su casa. Mástarde, a pesar de que llovía, salió de nuevo yllegó hasta el jardín del difunto conde de M.,fuera de la población. Estuvo paseándose largotiempo por los alrededores y regresó a su mo-rada al anochecer. Entonces se puso a escribir:"Guillermo: por última vez he visto los campos,el cielo y los bosques. También a ti te doy elúltimo adiós. Tú, madre mía, perdóname. Con-suélala, Guillermo. Dios os colme de bendicio-nes. Todos mis asuntos quedan arreglados.Adiós, volveremos a vernos..., y entonces sere-mos más felices."***"Mal he pagado tu amistad, Alberto; pero séque me perdonas. He turbado la paz de tuhogar, he introducido la desconfianza entrevosotros... Adiós: ahora voy a subsanar estasfaltas. ¡Quiera el cielo que mi muerte os de-

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vuelva la dicha! ¡Alberto, Alberto!, haz feliz aese ángel para que la bendición de Dios des-cienda sobre ti."***Por la noche aún estuvo revolviendo sus pape-les; rompió muchos, que arrojó al fuego, y cerróalgunos pliegos dirigidos a Guillermo. El con-tenido de éstos se reducía a breves disertacio-nes y pensamientos sueltos, de los cuales noconozco más que una parte. A eso de las diezhizo que encendieran lumbre, mandó que lellevaran una botella de vino y envió a dormir asu criado. El cuarto de éste, como los de todoslos que vivían en la casa, se hallaba a gran dis-tancia del de Werther. El criado se acostó vesti-do para estar dispuesto muy temprano, porquesu amo le había dicho que los caballos de postallegarían antes de las seis de la mañana.DESPUÉS DE LAS ONCE"Todo duerme en torno mío, y mi alma estátranquila. Te doy gracias, ¡oh Dios!, por haber-me concedido en momento tan supremo resig-

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nación tan grande. Me asomo a la ventana,amada mía, y distingo a través de las tempes-tuosas nubes algunos luceros esparcidos en lainmensidad del cielo. ¡Vosotros no desapare-ceréis, astros inmortales! El Eterno os lleva, lomismo que a mí. Veo las estrellas de la Osa, quees mi constelación favorita, porque, de noche,cuando salía de su casa, la tenía siempre delan-te. ¡Con qué delicia la he contemplado muchasveces! ¡Cuántas he levantado mis manos haciaella para tomarla por testigo de la felicidad deque entonces disfrutaba! ¡Oh Carlota!, ¿qué hayen el mundo que no traiga a mi memoria turecuerdo? ¿No estás en cuanto me rodea? ¿Note he robado codicioso como un niño, mil obje-tos insignificantes que habías santificado consólo tocarlos?"Tu retrato, este retrato querido, te lo doy su-plicándote que lo conserves. He estampado enél mil millones de besos, y lo he saludado milveces al entrar en mi habitación y al salir deella. Dejo una carta escrita para tu padre,

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rogándole que proteja mi cadáver. Al final delcementerio, en la parte que da al campo, haydos tilos, a cuya sombra deseo reposar. Estopuede hacer tu padre por su amigo, y tengo laseguridad de que lo hará. Pídeselo tú también.Carlota. No pretendo que los piadosos cristia-nos dejen depositar el cuerpo de un desgracia-do cerca de sus cuerpos. Deseo que mi sepultu-ra esté a orillas de un camino o en un valle soli-tario, para que, cuando el sacerdote o el levitapasen junto a ella, eleven sus brazos al cielo,bendiciéndome, y para que el samaritano lariegue con sus lágrimas. Carlota, no tiemblo altomar el cáliz terrible y frío que me dará la em-briaguez de la muerte. Tú me lo has presenta-do, y no vacilo. Así van a cumplirse todas lasesperanzas y todos los deseos de mi vida, to-dos, sí, todos."Sereno y tranquilo voy a llamar a la puerta debronce del sepulcro. ¡Ah, si me hubiese cabidoen suerte morir sacrificándome por ti! Conalegría con entusiasmo hubiera abandonado

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este mundo, seguro de que mi muerte afianza-ba tu reposo y la felicidad de toda tu vida. Pero,¡ay!, sólo algunos seres privilegiados logran darsu sangre por los que aman y ofrecerse en holo-causto Para centuplicar los goces de sus precio-sas existencias. Carlota, deseo que me entierrencon el traje que tengo puesto, porque tú lo hasbendecido al tocarlo. La misma petición hago atu padre. Prohibo que me registren los bolsillos.Llevo en uno aquel lazo de cinta color de rosaque tenías en el pecho el primer da que te virodeada de tus niños... ¡Oh! Abrázalos mil ve-ces y cuéntales el infortunio de su desdichadoamigo. ¡Cuánto los quiero! Aún los veo agru-parse en torno mío. ¡Ay, cuánto te he amadodesde el momento en que te vi! Desde ese mo-mento comprendí que llenarías toda mi vida...Haz que entierren el lazo conmigo... Me lo disteel día de mi cumpleaños, y lo he conservadocomo sagrada reliquia. ¡Ah!, nunca sospechéque aquel principio tan agradable me condujesea este fin. Ten calma, te lo ruego; no te desespe-

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res... Están cargadas... Oigo las doce... ¡Sea loque ha de ser! Carlota..., Carlota... ¡Adiós,adiós!"

Un vecino vio el fogonazo y oyó la detonación;pero como todo permaneció tranquilo, no secuidó de averiguar lo ocurrido. A las seis demañana del siguiente día entró el criado en laalcoba con una luz, y vio a su amo tendido en elsuelo, bañado en su sangre y con una pistola allado. Le llamó y no obtuvo respuesta. Quisolevantarle y observó que todavía respiraba.Corrió a avisar al médico y a Alberto. CuandoCarlota oyó llamar, un temblor convulsivo seapoderó de todo su cuerpo. Despertó a su ma-rido y se levantaron. El criado, acongojado ysollozando, les dio la fatal noticia. Carlota cayódesmayada a los pies de su marido.Cuando el médico llegó al lado del infelizWerther, le halló todavía en el suelo y en unestado deplorable. Latía el pulso aún; pero to-dos sus miembros estaban paralizados. Había

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entrado la bala por encima del ojo derecho,haciendo saltar los sesos. Le sangraron de unbrazo, y corrió la sangre; todavía respiraba.Unas manchas de sangre que se veían en elrespaldo de su silla indicaban que consumó elsuicidio sentado delante de la mesa donde es-cribía y que en las convulsiones de la agoníahabía rodado al suelo. Se hallaba tendido bocaarriba, cerca de la ventana, vestido y calzado,con frac azul y chaleco amarillo.La gente de la casa y de la vecindad, y pocodespués todo el pueblo, se pusieron en movi-miento. Llegó Alberto. Habían acostado aWerther en su lecho con la cabeza vendada. Surostro tenía ya el sello de la muerte. No se mov-ía; pero sus pulmones funcionaban aún de unmodo espantoso: unas veces casi impercepti-blemente, otras con ruidosa violencia. Se espe-raba que de un momento a otro exhalase elúltimo suspiro.No había bebido más que un vaso de vino de labotella que tenia sobre la mesa. El libro Emilia

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Galotti (8) estaba abierto sobre el pupitre. Eranindescriptibles la consternación de Alberto y ladesesperación de Carlota.El anciano juez llegó turbado y conmovido.Abrazó al moribundo, bañándole el rostro consu llanto. No tardaron en reunírsele sus hijosmayores, y se arrodillaron junto al lecho, be-sando las manos del herido y no pudieron con-tener el más intenso dolor. El mayor, que habíasido siempre el predilecto de Werther, se colgóal cuello de su amigo y permaneció abrazado aél hasta que expiró.La presencia del juez y las medidas que tomóevitaron todo desorden. Hizo enterrar el cadá-ver por la noche a las once en el sitio que habíaindicado Werther. El anciano y sus hijos fueronformando parte del fúnebre cortejo; Alberto notuvo valor para tanto.Durante algún tiempo se temió por la vida deCarlota.

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Werther fue conducido por jornaleros al lugarde su sepultura, sin que le acompañara ningúnsacerdote.