jesús de nazaret segunda parte

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“JESÚS DE NAZARET”, SEGUNDA PARTE, JOSEPH RATZINGER, BENEDICTO XVI Anotaciones de lectura (Diego Valenzuela Rodríguez) En el prólogo de su primer libro sobre Jesús de Nazaret, el autor informa que decidió publicar los diez primeros capítulos que van desde el bautismo en el Jordán hasta la confesión de Pedro y la transfiguración. La segunda parte contiene nueve capítulos que van desde la entrada de Jesús de Nazaret a Jerusalén hasta la resurrección. Posteriormente el autor agregará un fascículo sobre la infancia. Este segundo libro, si bien mantiene el propósito central de acercarnos a la figura de Jesús, entra en la exégesis de determinados pasajes de los evangelios como la fecha en que se celebró la última cena de Jesús con sus apóstoles, estudia cuestiones teológicas como la naturaleza divina y la naturaleza humana de Jesús de Nazaret, y otras de carácter histórico como el Derecho Penal romano y el judío. En el segundo libro se advierte un estilo más académico. El autor no agota el estudio de todas las aristas de cada tema

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my comments on J.Ratzinger´s second volume of his book "Jesus of Nazareth"

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Page 1: Jesús de Nazaret segunda parte

“JESÚS DE NAZARET”, SEGUNDA PARTE,

JOSEPH RATZINGER, BENEDICTO XVI

Anotaciones de lectura

(Diego Valenzuela Rodríguez)

En el prólogo de su primer libro sobre Jesús de Nazaret, el autor informa que decidió publicar los diez primeros capítulos que van desde el bautismo en el Jordán hasta la confesión de Pedro y la transfiguración.

La segunda parte contiene nueve capítulos que van desde la entrada de Jesús de Nazaret a Jerusalén hasta la resurrección. Posteriormente el autor agregará un fascículo sobre la infancia.

Este segundo libro, si bien mantiene el propósito central de acercarnos a la figura de Jesús, entra en la exégesis de determinados pasajes de los evangelios como la fecha en que se celebró la última cena de Jesús con sus apóstoles, estudia cuestiones teológicas como la naturaleza divina y la naturaleza humana de Jesús de Nazaret, y otras de carácter histórico como el Derecho Penal romano y el judío.

En el segundo libro se advierte un estilo más académico. El autor no agota el estudio de todas las aristas de cada tema sino que selecciona determinados aspectos que estima de mayor relevancia.

En este segundo libro se advierte algunas tensiones entre puntos expuestos en diversos capítulos del mismo libro o del primero.

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La entrada a Jerusalén y la purificación del templo

Referencias históricas

El pueblo judío había perdido su independencia el año 37 AC cuando Herodes I el Grande ocupó Jerusalén bajo el pretexto de la rivalidad entre dos príncipes judíos. Los trabajos de reconstrucción del templo fueron iniciados bajo su régimen.

En tiempos de Jesús en Galilea reinaba Herodes Antipas bajo la tutela de Roma mientras que Judea era gobernada directamente por Roma bajo un régimen que reconocía al pueblo judío cierto grado de autonomía y el libre ejercicio de su religión monoteísta.

Poncio Pilato, procurador entre los años 26 y 36 DC, no respetó esas reglas y fue depuesto por su crueldad y métodos brutales de ejercer la autoridad.

El pueblo judío mantenía viva la esperanza en la venida del Mesías anunciado por los profetas, quien restablecería el reino de David y dominaría todos los pueblos.

La Fiesta de la Pascua celebra la liberación del pueblo judío del dominio egipcio y para esa fecha había un peregrinaje al templo de Jerusalén.

La entrada a Jerusalén

Jesús y sus discípulos emprenden la peregrinación desde el mar de Galilea, situado a 200 metros bajo el nivel del mar, hasta la ciudad santa de Jerusalén, a 760 metros sobre dicho nivel. No es sólo un ascenso en la acepción geográfica del término sino que es también un ascenso interior de Jesús para ofrecerse en la crucifixión, ofrenda que reemplaza los sacrificios en el templo y constituye el ascenso hasta el extremo del amor (Jn, 13,1).

Una muchedumbre sigue a Jesús y sus discípulos en este peregrinaje, en la que se aviva el sentimiento mesiánico cuando Jesús devuelve la vista a un ciego.

Jesús entra a Jerusalén montando un asno blanco, símbolo bíblico de realeza y en especial de la bendición de Jacobo a Judas al entregarle el bastón de mando que permanecerá a sus pies hasta la venida de aquel a quien pertenece el poder, a quien los pueblos deben obediencia (Génesis, 40,10s).

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Los peregrinos ponen sus mantos, y otros ramas de árboles sobre el camino por el que Jesús avanza, y proclaman:

“Hosanna! Bendito sea el que viene en nombre del Señor! Bendito sea el reino que viene de nuestro padre David! Hosanna en lo más alto de los cielos!” (Mc 11,9s; Ps 118,25s).

La expresión Hosanna se usó inicialmente en el séptimo día de la Fiesta de las Tiendas como palabra de súplica para que llegue el agua, pero en el tiempo de Jesús había adquirido un significado de esperanza en la llegada del Mesías, del reino de David, del reino de Dios sobre Israel.

Después de exclamar Hosanna, los peregrinos transforman la bendición de los sacerdotes a los peregrinos que llegaban al templo para la Fiesta de Pascua (Salmo 118) en bendición a Jesús, el hijo de David que viene en nombre del Señor.

Esta recepción de Jesús produjo susto en Jerusalén como si fuese un temblor, comparable al sobresalto ocurrido cuando tres magos preguntaron por el rey de los judíos a quien venían a adorar y cuya estrella vieron en el Oriente (Mt 2,3)

La purificación del templo

Jesús entró al templo, observó a su alrededor y se fue a la casa de Lázaro en Betania. Al día siguiente volvió y por la fuerza expulsó del patio de los gentiles a los vendedores de palomas para sacrificios y a los cambistas de monedas romanas con la efigie del César por monedas del templo.

“Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba diciéndoles. “¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos” Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer, salía fuera de la ciudad” (Mc, 11, 15-17 Cf. Is, 56,7; Jr 7,11).

Mateo (21,14-16) agrega:

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“También en el Templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó. Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que había hecho y a los niños que gritaban en el Templo: “Hosanna al Hijo de David”, se indignaron y le dijeron: “¿Oyes lo que dicen éstos?” “Sí -les dice Jesús- ¿No habéis leído nunca que

De la boca de los niños y de los que aún maman

te preparaste alabanza?”

Juan (2,14-22) dice:

“Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; esparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: “Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado” Sus discípulos se acordaron que estaba escrito:

El celo por tu Casa me devorará.

Los judíos entonces le replicaron diciéndole: “¿Qué señal nos muestras para obrar así?” Jesús les respondió: “Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré” Los judíos le contestaron: “Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús”

Hay quienes invocan la purificación del templo como argumento para sostener que Jesús era un revolucionario escatológico zelote. Aducen igualmente el carácter político de su entrada a Jerusalén, así como un testimonio presentado en el juicio de Jesús que lo cita diciendo: “Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en tres días edificaré otro no hecho por hombres” (Mc 14,58).

Benedicto XVI señala que es una interpretación errónea. Los sacerdotes del templo habían autorizado a comerciantes y cambistas para operar en el patio de los gentiles, con lo que corrompieron la destinación arquitectural propia del “patio de los gentiles”, desacralizaron el templo destinado al encuentro de Dios con los hombres.

El acto de purificación de Jesús no va en contra del templo sino que busca restablecer la Casa del Padre como Casa de oración. En las palabras de Jesús se encuentra la visión universalista de Isaías (56,7) del futuro en que todas las naciones adorarán al Señor como Dios único, y es en tal sentido que el “patio de los gentiles” del templo es el “espacio abierto a todos” que invita a orar al único Dios.

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Los sacerdotes y los guardias del templo entienden que la purificación del templo no es un acto sacrílego ni de rebelión política y no intervienen; simplemente interrogan a Jesús.

En cuanto a la entrada a Jerusalén montando un asno blanco, Benedicto XVI nos dice que Jesús reivindica una prerrogativa real en línea con Zacarías (9, 9-10):

“Exulta sin freno, hija de Sión,

grita de alegría, hija de Jerusalén!

He aquí que viene a ti tu rey:

justo él y victorioso,

humilde y montado en un asno,

en un pollino, cría de asna.

Él suprimirá los cuernos de Efraim

y los caballos de Jerusalén;

será suprimido el arco de combate,

y él proclamará la paz a las naciones.

Su dominio irá de mar a mar

y desde el Río hasta los confines de la tierra.”

En cuanto al testimonio en el juicio de Jesús, se trata de un testigo falso que pretende citarlo fuera de contexto.

El mensaje escatológico

Mateo y Lucas dan cuenta de las palabras proferidas por Jesús sobre Jerusalén:

“Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. Cuantas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Lc, 13,34)

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Con estas palabras Jesús anuncia que el templo de Jerusalén quedará vacío, dejará de ser la Casa del Padre, el lugar de encuentro con Dios, porque en Jerusalén no oyeron sus enseñanzas, no recibieron al que viene en nombre del Señor.

Mateo relata a continuación los dichos de Jesús sobre la destrucción del templo, la destrucción de Jerusalén, el Juicio Final y el fin del mundo, el texto más difícil de los Evangelios.

Recordemos que en el año 66 DC se desata en Jerusalén una rebelión contra Roma que es además una cruenta guerra civil entre facciones judías, en la que ocurren toda clase de atrocidades. Los cristianos no participaron en esta guerra y se refugiaron en Pela antes del sitio de Jerusalén, lo que muestra una vez más el rechazo de los seguidores de Jesús a la opción violenta de los zelotes.

En el verano del 70 DC fueron suspendidos los sacrificios cuotidianos en el templo como consecuencia de la hambruna que afectaba a la ciudad sitiada.

El mismo año los romanos destruyeron Jerusalén y su templo, que nunca fue reconstruido. Los sobrevivientes fueron enviados a las minas o al circo, o vendidos como esclavos.

Después de la rebelión de Bar Kochba (132-135 DC), Adriano prohibió a los judíos el acceso al área de Jerusalén y allí se construyó una nueva ciudad, Aelia Capitolina, que celebraba el culto a Júpiter Capitolino.

En el siglo IV Constantino permitió a los judíos visitar la ciudad una vez al año, en la fecha de su destrucción, para que puedan observar el duelo junto al muro del templo.

La destrucción del templo y el término de los sacrificios fue un acontecimiento de la mayor gravedad ya que Dios perdía su morada terrenal y no era posible expiar las culpas en el mundo, esto es, no había contrabalance a la creciente corrupción.

En el día de la expiación, Yom Kippur, se esparcía en el propiciatorio -lámina de oro cuadrada que cubría el Arca de la Alianza- la sangre del toro inmolado, esto es, la sangre de la víctima expiatoria que absorbía los pecados de los hombres y se purificaba al entrar en contacto con la divinidad. Por esta vía los hombres quedaban purificados.

Pero destruido el templo, ¿dónde estaba la Alianza? ¿Dónde estaba la promesa?

El judaísmo de los saduceos, ligado enteramente al templo, no pudo sobrevivir a la destrucción. De las otras corrientes que existían en aquel tiempo sólo subsistió el fariseísmo, el cual elaboró en la escuela rabínica de Jamnia una nueva manera de leer e interpretar la Torah.

Desde entonces es posible hablar del “judaísmo” propiamente tal: estudio y lectura de las escrituras como revelación de Dios sin los sacrificios en el templo.

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Los miembros de la comunidad cristiana primitiva en Jerusalén “acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hechos de los Apóstoles, 1,46).

Para los cristianos, con la muerte y resurrección de Jesús ocurre un cambio religioso fundamental: el templo, la casa del Señor, queda vacío. El encuentro con Dios ya no se efectúa en el templo, ni la expiación con los sacrificios. En la teología elaborada primero por Esteban en Jerusalén y después por Pablo, el encuentro del hombre con Dios se hace en Jesús:

“...todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado en alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús” (Pablo, epístola a los romanos, 3, 23-25)

Para “instrumento de propiciación” Pablo emplea el término griego “hilastèrion” que corresponde al hebreo “kapporet”, nombre del propiciatorio del Arca de la Alianza.

“Di a tu hermano Aarón que no entre en cualquier tiempo en el santuario que está tras el velo, ante el propiciatorio que está encima del arca, no sea que muera: pues yo me hago ver en la nube encima del propiciatorio” (Levítico, 16,2)

Jesús es presencia de Dios y en él se encuentran Dios y el hombre, Dios y el mundo.

Comentario. En el templo de Jerusalén Jesús anunció el reino de Dios pero no fue escuchado porque esperaban la llegada del rey que devolvería a Israel el reino de David y gobernaría sobre todos los pueblos. Entonces Jesús anunció que la Casa del Padre quedará vacía, que el templo dejará de ser el lugar de encuentro del hombre con Dios, que la sangre de la víctima inmolada esparcida por el propiciatorio sobre el Arca de la Alianza no purificará a los hombres que ofrecen el sacrificio.

Benedicto XVI nos dice que Pablo previó esta abolición del templo e introdujo la teología del sacrificio en su cristología, y en tal predicamento sostiene precisamente al inicio de su obra que la finalidad de la peregrinación de Jesús a Jerusalén, de su “ascenso” interior, fue ofrecerse a sí mismo en la cruz, ofrecimiento que reemplaza los sacrificios de la antigüedad.

El sacrificio es un tema difícil que se va a desarrollar en un capítulo posterior del libro; aquí sólo quisiera recordar que en el curso de su historia el hombre ha construido moradas para la divinidad y ha inmolado víctimas propiciatorias y que esta etapa queda superada en el cristianismo.

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El autor nos dice que en la oposición secular entre judaísmo y cristianismo reconoce un deber de diálogo entre las dos maneras de hacer una lectura nueva de los escritos bíblicos para comprender correctamente la voluntad y la palabra de Dios. Llegamos a un tiempo de humildad en el aprecio mutuo para comprender y comprenderse.

El tiempo de los gentiles

Una lectura superficial de los evangelios puede dar la impresión que Jesús anunció el fin de los tiempos inmediatamente después de la destrucción del templo de Jerusalén.

En realidad Jesús anunció para después de la destrucción de Jerusalén y su templo que

“ habrá... cólera contra este pueblo y caerán al filo de la espada y serán llevados cautivos a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada por los gentiles hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles”. (Lc, 21,24)

“Se proclamará esta buena nueva del reino en el mundo entero para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin” (Mt, 24,14)

“Y es preciso que antes sea proclamada la buena nueva a todas las naciones” (Mc, 13,10)

El mundo no llegará a su fin antes de que la buena nueva haya sido llevada a todos los pueblos. Es el tiempo de la Iglesia de los gentiles, la Iglesia de todos los pueblos.

Llevar la buena nueva a todos los pueblos responde no sólo a la necesidad individual de salvación sino que además responde a una gran concepción de la historia, cual es que el mundo alcance su finalidad.

Israel tiene su propio tiempo que viene después del tiempo de los gentiles.

Luego de citar a Bernard de Clairvaux e Hildegarde Brem, Benedicto XVI nos dice que los judíos son predicación viviente porque en ellos se realiza la pasión de Jesús.

Profecía y apocalipsis en el mensaje escatológico

Lo esencial del mensaje escatológico de Jesús no es el anuncio de la destrucción de Jerusalén y del templo, acontecimientos históricos, sino que anunciar que la Casa del Padre quedará vacía y terminarán los sacrificios veterotestamentarios.

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En esto hubo pleno acuerdo en la comunidad cristiana primitiva, al margen de debates secundarios sobre obligatoriedad de los usos propios del judaísmo en la Iglesia de los gentiles.

También está el anuncio del tiempo de los gentiles durante el cual los cristianos deberán llevar el Evangelio a todos los pueblos y a todos los hombres y tal es la meta que Iglesia debe alcanzar para que la historia de la humanidad pueda completarse. La salvación del pueblo judío vendrá después del tiempo de los gentiles, que es tiempo de sufrimiento, de persecuciones y de guerras.

En su mensaje escatológico Jesús nos advierte del peligro de los falsos profetas y de las divagaciones apocalípticas; lo importante es vivir el presente con probidad y vigilancia, esto es, conformándose a sus enseñanzas. Jesús ilustra ese deber en diversas parábolas como la de las vírgenes necias.

En cuanto se refiere a la parte propiamente apocalíptica del mensaje escatológico, el anuncio del fin del mundo, de la venida del Hijo del Hombre, del Juicio Final (Mc, 13,24-27), Benedicto XVI señala que Jesús emplea términos e imágenes veterotestamentarios, en particular de los libros de Daniel, Ezequiel e Isaías, y de este modo invita a su re-lectura para que las comunidades de creyentes adapten las palabras de Jesús a situaciones actuales, manteniendo su fidelidad.

La novedad del mensaje apocalíptico, el verdadero acontecimiento es que el Hijo del Hombre anunciado por Daniel (Cf., 7,13s) está encarnado en Jesús, que el futuro anunciado está presente, que el futuro no va a colocarnos en una situación diferente porque el encuentro con Jesús ya se realizó.

Las imágenes cósmicas están centradas en una persona presente y conocida, de modo que tanto el contexto cósmico como la cuestión cronológica sólo tienen una importancia secundaria.

“El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán” (Mc, 13,31)

El lavado de pies

Los evangelios de Marcos y de Juan difieren sobre la fecha de la última cena en la cual Jesús lavó los pies de sus apóstoles y esta diferencia cronológica se trata más tarde en el libro.

Lavar los pies de los comensales era una labor reservada a los esclavos, por lo que el gesto de Jesús de lavar y secar los pies de cada uno de sus doce apóstoles antes de pasar a la mesa fue un acto de amor y humildad.

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“Antes de la Fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn, 13,1)

Ha llegado la “hora” de Jesús, y las expresiones fundamentales en Juan son el “paso” (metábasis) y el “amor” (agápè). Ambas expresiones se aclaran mutuamente porque amar es transformarse, salir de los límites de la condición humana destinada a la muerte en la cual estamos separados los unos de los otros, en la cual cada uno es impenetrable para los demás. El amor hasta el extremo es el gran paso, la metamorfosis del ser que opera más allá de las barreras que cierran la individualidad, es irrupción en la esfera divina, es amar hasta el fin.

El fin (télos), la totalidad del don, la metamorfosis del ser que se da hasta en la muerte:

“Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: “Todo está cumplido”. E inclinando la cabeza entregó el espíritu” (Jn, 19,30).

La creación es un acto positivo de la voluntad de Dios. Jesús sale del Padre en un acto de amor, asume la condición humana y regresa al Padre sin abandonar su condición, sin despojarse de la carne como de algo inferior. Jesús no va solo al Padre, atrae consigo a la humanidad.

Al cumplir con el rito judaico de lavar y secar los pies antes de pasar a la cena, Jesús realiza un servicio de amor que purifica el corazón de sus apóstoles; ellos se conmueven y estremecen por este gesto de amor y humildad para ir juntos a la cena pascual, gesto que acompaña y dignifica al hombre para ir ante Dios.

“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt, 5,8)

Para la exégesis liberal, la pureza de corazón es pureza moral, esto es, que en lugar del culto y su mundo el cristianismo introduce una moralidad. Esta interpretación, nos dice Benedicto XVI, no hace justicia a los Evangelios porque es la fe que purifica los corazones.

Pedro, refiriéndose a los gentiles, dice:

“Dios... purificó sus corazones con la fe...Nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos” (Hechos de los Apóstoles, 5-11).

La fe no es una simple decisión autónoma del hombre. La fe nace porque el espíritu de Dios lo toca interiormente, abre y purifica su corazón. Es la palabra de Jesús que limpia los corazones.

“Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado. Permaneced en mi como yo en vosotros...” (Jn, 15, 3,4)

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Son las enseñanzas de Jesús que llegan al corazón de los hombres y los “santifican”, lo que en el lenguaje sacerdotal significa que los habilita al culto. En la palabra de Dios se baña y purifica el corazón del hombre.

En su oración sacerdotal, Jesús dice al Padre “Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad”. (Jn, 17,17)

En cuanto dice relación con el carácter mismo del lavado de pies, ya los padres de la Iglesia diferenciaron el “sacramentum” del “exemplum”: el primero es el misterio de Jesús, de su vida y de su muerte, que viene a nosotros, es la venida del espíritu de Dios que nos transforma, que nos renueva desde el interior, es la dinámica de una nueva existencia.

“En verdad, en verdad os digo:

el que crea en mi, hará él también las obras que yo hago,

y hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn, 14,12)

Lavar y secar los pies de sus apóstoles es también un ejemplo que Jesús da de su mandamiento

“Os doy un mandamiento nuevo:

que os améis los unos a los otros.

Que como yo os he amado,

así os améis también vosotros los unos a los otros.

En esto conocerán todos que sois discípulos míos:

si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn, 13,34,35)

Hay quienes piensan que la esencia del cristianismo está contenida en ese mandamiento de amarse los unos a los otros como Jesús ama, estar dispuestos a sacrificar la vida propia por el otro. Es así como muchos interpretan el sermón de la montaña como una exigencia más radical que los diez mandamientos veterotestamentarios y que revelaría un nuevo nivel de humanismo.

Citando a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino, Benedicto XVI nos dice que el cristianismo va mucho más allá de una exigencia moral. Es purificación del espíritu al acoger ese don que es la venida del espíritu de Dios, es sumergirse en la misericordia de Dios, y así el corazón puro encuentra el camino a seguir en la vida. La verdadera novedad del cristianismo es esa experiencia espiritual de la nueva interioridad que da la gracia del espíritu de Dios.

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Benedicto XVI afirma: “Ser cristiano es antes que nada un don, sin embargo enseguida se desarrolla en la dinámica de vivir y actuar con ese don”.

El misterio del traidor

Después del lavado de los pies, Juan (13, 21 y 22) nos dice

“...Jesús se turbó en su interior y declaró: “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará” Los discípulos se miraban unos a otros sin saber de quien hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: “Pregúntale de quien está hablando”. Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: “Señor, ¿quien es?” Le responde Jesús: “Es aquel a quien de el bocado que voy a mojar” Y mojando el bocado lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces tras el bocado entró en él Satanás. Jesús le dice: “Lo que vas a hacer hazlo pronto” Pero ninguno de los comensales entendió porqué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: “Compra lo que nos hace falta para la fiesta” o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado salió. Era de noche”.

Como señala Juan, la traición que Judas iba a cometer afectó a Jesús profundamente. Después del lavado de los pies, cita el salmo 41,10:

“...pero tiene que cumplirse la Escritura:

El que come mi pan

ha alzado contra mi su talón”

Juan no menciona los motivos de la traición de Judas y sólo hace una referencia sobre su carácter con ocasión de la unción de Betania: “era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaran en ella”. (Jn, 12,6).

Judas sale a cometer la traición, pero más tarde el remordimiento lo consume:

“Entonces Judas, el que lo entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos diciendo: “pequé entregando sangre inocente”. Ellos dijeron: “a nosotros, ¿qué?”. Él tiró las monedas en el Santuario, después se retiró y fue y se ahorcó” Mt, 27,3-6)

Page 13: Jesús de Nazaret segunda parte

Judas se arrepiente de haber traicionado a Jesús pero en su desesperación sólo piensa en poner fin a su vida, no pide el perdón de Jesús cuya luz puede atravesar las tinieblas del mal.

Dos conversaciones con Pedro

Cuando Jesús llega donde Pedro para lavarle los pies

“éste le dice: “Señor, tú lavarme a mi los pies?” Jesús le respondió: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora; lo comprenderás más tarde”. Le dice Pedro: “No me lavarás los pies jamás”. Jesús le respondió: “Si no te lavo no tienes parte conmigo”. Le dice Simón Pedro: “Señor, no sólo los pies sino hasta las manos y la cabeza”. Jesús le dice: “El que se ha bañado no necesita lavarse; está del todo limpio” (Jn, 13,6-10)

Pedro no estima apropiado que el Maestro le lave los pies porque es invertir las jerarquías, pero cuando Jesús le dice que si no deja que le lave los pies ya no podrá seguir con él Pedro se apresura a pedirle que no sólo le lave los pies sino que también las manos y la cabeza. En su diálogo con Pedro, Jesús le da dos respuestas enigmáticas:

“lo que yo hago tú no entiendes; lo comprenderás después” y

“el que se ha bañado no necesita lavarse”.

Benedicto XVI señala en primer lugar que no corresponde oponerse al humilde servicio de amor de Jesús. El Señor es el Servidor de Dios que se hace nuestro servidor y carga con el fardo de nuestras culpas, nos purifica y nos da la capacidad de acercarnos a Dios.

“Tú eres mi siervo (Israel) en quien yo me gloriaré” (Isaías, segundo canto del Siervo)

Benedicto XVI nos dice que el núcleo del relato de la pasión en el evangelio de Juan es el vínculo entre el humilde servicio y la gloria porque en la humillación de ser crucificado se revela la gloria de Dios.

En cuanto a que no necesita lavarse quien se ha bañado, el autor estima que debemos entender la respuesta de Jesús como una referencia al bautismo.

La segunda conversación de Jesús con Pedro tiene lugar en la despedida después de la cena:

“Simón Pedro le dice: “Señor ¿adonde vas?” Jesús le respondió: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde” (Jn, 13,36)

Jesús había anunciado su partida a los judíos (Jn, 7,34 y 8,21), y éstos se preguntaron si iría a predicar a la diáspora judía en el mundo helénico o si se quitaría la vida. La respuesta de Jesús a Pedro anuncia su propio martirio y el de Pedro.

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Cuando “Pedro le dice:

“¿Porqué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti” le responde Jesús: “¿Que darás tu vida por mi? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces” (Jn,13, 37,38)

El lavado de pies y la confesión de los pecados

Benedicto XVI señala que además del baño completo, que es alusión al bautismo, corresponde el lavado de pies antes de la cena con Jesús, que es la eucaristía. Esta purificación es referencia a una práctica de la comunidad cristiana primitiva que tiene sus raíces en el judaísmo: la confesión pública de los pecados como medio de purificación. Esta práctica es una etapa hacia el sacramento de la penitencia que se establecerá en la historia de la Iglesia.

Lavado de los pies, confesión de los pecados son actos de humildad que purifican. Cuando Jesús se humilla lavando y secando los pies de sus apóstoles, cuando su humillación llega hasta la crucifixión, se revela la gloria de Dios:

“Ha llegado la hora

de que sea glorificado el Hijo del Hombre.

En verdad, en verdad os digo:

si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;

pero si muere

da mucho fruto.

El que ama su vida, la pierde;

y el que odia su vida en este mundo,

la guardará para una vida eterna.

Si alguno me sirve, que me siga

y donde yo esté allí estará también mi servidor.

Si alguno me sirve el Padre le honrará.

Ahora mi alma está turbada.

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Y ¿qué voy a decir?

Padre, líbrame de esta hora!

Pero, si he llegado a esta hora para esto!

Padre glorifica tu nombre.

Vino entonces una voz del cielo:

“Lo he glorificado y de nuevo le glorificaré” (Jn, 12,23-28)

Comentario Como simple lector habría deseado tener mayor información sobre los motivos de Judas Iscariote para traicionar a Jesús, y comprender más a fondo cuando Jesús después de mojar un bocado y dárselo a Judas le dice: “lo que vas a hacer, hazlo pronto”. ¿Por qué no lo invitó a arrepentirse sino que lo exhorta a partir sin demora?

También me habría interesado conocer los motivos de Judas para no dar una respuesta a Jesús, sino que partió de noche a traicionarlo.

El diccionario de la lengua de la Real Academia Española asigna diversas acepciones al término “gloria”. En particular señala que en teología “gloria”, uno de los cuatro novísimos del hombre: muerte, juicio, gloria e infierno, significa vista y posesión de Dios en el cielo. También la define como el lugar de los bienaventurados.

La oración sacerdotal de Jesús

En Juan 17 se encuentra la oración que Jesús pronunció después del lavado de los pies de sus apóstoles, conocida como la oración sacerdotal de Jesús.

La Fiesta judía de las Expiaciones como trasfondo bíblico de la oración sacerdotal

La Fiesta de las Expiaciones, Yom Kippur, (Levítico, capítulos 16, 23, 26-32), posee un ritual de rico contenido teológico que Jesús realiza, esto es, efectúa, lo transforma en realidad en su oración sacerdotal.

En Yom Kippur el sumo sacerdote sacrifica animales en expiación primero de sí mismo, segundo de la clase sacerdotal y tercero de la comunidad total de Israel. Es el único día del año en que pronuncia el nombre de Dios revelado a Abraham en el arbusto ardiente.

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La expiación de las transgresiones cometidas en el año por Israel lo vuelve a su condición de “pueblo santo”, a su destino de ser el pueblo de Dios en medio del mundo, el objetivo más profundo de la creación: crear un espacio de respuesta al amor y la voluntad de Dios.

En la teología rabínica la idea de la Alianza, de crear un pueblo santo como interlocutor y en unión con Dios precede y es la razón profunda de la creación: el cosmos fue creado para que exista un espacio para el sí del hombre al amor de Dios.

La Fiesta de las Expiaciones restablece la harmonía que había sido turbada por el pecado, restablece el sentido del mundo y por eso constituye la cúspide del año litúrgico judaico.

En su oración sacerdotal, Jesús reza por sí mismo, por sus apóstoles y por los creyentes de todos los tiempos; reza por la salvación de todos, por la “vida del mundo” en su totalidad. Jesús es el sumo sacerdote que ofrece su vida en expiación de todos, esa expiación que da sentido a la historia del mundo a pesar de las faltas y la destrucción.

La oración sacerdotal de Jesús, fiesta siempre accesible de la reconciliación de Dios con los hombres, posee una profunda relación desde su interior con el sacramento de la eucaristía: los sacrificios de animales quedan atrás en la historia, ahora se instituye el sacrificio como palabra “thysía logikè”.

Palabra que no sólo es humana sino que a la vez es palabra del Verbo, de la Palabra, de Jesús que lleva consigo al diálogo interior de Dios las palabras de todos los hombres. Palabra que es cuerpo dado y sangre vertida.

La oración sacerdotal de Jesús tiene además el trasfondo bíblico de los cantos del servidor de Dios (Isaías, 53): profundización espiritual y renovación de la idea del sacerdocio; el servidor de Dios carga sobre sus espaldas con el fardo de las iniquidades, con el pecado de las muchedumbres y se ofrece a sí mismo en expiación.

En todo esto el servidor de Dios manifiesta el ministerio del sumo sacerdote, es sacerdote y víctima y en él se realiza la reconciliación.

La novedad de Jesús, visible en la ruptura exterior con el templo y los sacrificios, conserva en la oración del sacerdocio una profunda unidad con la historia de la salvación de la antigua Alianza.

Cuatro grandes temas de la oración sacerdotal

La vida eterna

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“Esta es la vida eterna:

que te conozcan a ti,

el único Dios verdadero,

y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn, 17,3)

El tema de la vida, zoè, está presente desde el prólogo en todo el evangelio de Juan. A diferencia de la vida biológica, la vida eterna es la vida verdadera que no puede ser destruida por nada ni nadie. Es la vida plena e indestructible que encontraron los primeros cristianos, la vida que es conocimiento de Dios en el sentido bíblico en que conocer crea comunión, conocimiento al que se llega por la fe. Es así como los primeros cristianos son llamados simplemente “los vivientes” (hoy zontes).

En la resurrección de Lázaro, Jesús dice a Marta:

“El que cree en mí aunque muera, vivirá;

y todo el que vive y cree en mí,

no morirá jamás.” (Jn, 11,25)

En las despedidas después de la última cena Jesús dice a sus apóstoles:

“Dentro de poco el mundo no me verá,

pero vosotros sí me veréis,

porque yo vivo y vosotros también viviréis” (Jn, 14,19)

La vida eterna no comienza después de la muerte como alguno pudiera pensar, sino que comienza con la fe que da el conocimiento de Dios.

La vida eterna es la relación con Dios en Jesús.

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Conságralos en la verdad

En términos bíblicos, sólo Dios es plenamente santo (qadös): perfecto y libre de toda culpa.

La santidad es la manera particular de ser de Dios, del ser divino en tanto tal.

Consagrar y santificar indican que una realidad, sea persona o cosa, entra a la propiedad de Dios, principalmente por su destinación al culto divino.

“Conságrame todo primogénito, todo lo que abre el seno materno entre los israelitas. Ya sean hombres o animales, míos son todos” (Éxodo, 13,2)

“Todo primogénito que nazca en tu ganado mayor o menor, si es macho, lo consagrarás a Yahveh tu Dios” (Deuteronomio, 15,19)

La consagración o santificación comprende dos aspectos, opuestos sólo en apariencia. Por una parte, separación de la realidad consagrada de su medio, de la vida personal hombre; por la otra, desde esa esfera de lo totalmente dado a Dios, existencia de la realidad consagrada “para” el mundo, “para” los hombres, a quienes representa y debe curar. Separación y misión forman una sola realidad.

“...a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo...” (Jn, 10,36

“Santifícalos en la verdad:

tu Palabra es verdad.” (Jn, 17,17)

“Y por ellos me santifico a mi mismo

para que ellos también sean santificados en la verdad” (Jn, 17,19)

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La primera consagración en la oración sacerdotal de Jesús es su consagración por el Padre. Los exégetas señalan cierto paralelismo con una frase de la vocación del profeta Jeremías

“Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía,

y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr, 1,5)

La consagración de Jesús es reivindicación total del hombre por parte de Dios, una separación para él, que sin embargo es al mismo tiempo una misión para los pueblos. La consagración de Jesús es idéntica a la encarnación: plena unidad con el Padre y ser plenamente para el mundo.

La segunda consagración es “me santifico (hagiázo) a mi mismo” (Jn, 19,19) Rudolf Bultmann estima que aquí consagración es darse a si mismo para el sacrificio, es la pasión como sacrificio.

En la nueva liturgia de la expiación de Jesús, él es el sacerdote enviado por el Padre y es el sacrificio que se hace presente en la eucaristía.

“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.

Si uno come de este pan, vivirá para siempre;

y el pan que yo le voy a dar,

es mi carne para la vida del mundo” (Jn, 6,51)

La tercera es la consagración de los discípulos (Jn, 17,17 y 19). Por esta consagración los discípulos participan en el ser consagrado de Jesús, están consagrados “en la verdad” santificadora y purificadora que es Jesús mismo, son partícipes en su consagración, en su sacerdocio, en su sacrificio.

Después de la destrucción del templo, el judaísmo buscó una nueva interpretación de las prescripciones rituales y vio en la “santificación” el acatamiento de los mandamientos de Dios, la inmersión en su palabra y voluntad.

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Para el cristianismo, Jesús es la Torah en persona y la santificación se realiza en la comunión del querer y del estar con él.

Si por la consagración de los discípulos entendemos la participación en la misión sacerdotal de Jesús, en sus palabras en el evangelio de Juan está instituido el sacerdocio neotestamentario.

Yo les he dado a conocer tu nombre

“He manifestado tu Nombre a los hombres

que tú me has dado tomándolos del mundo” (Jn, 17,6)

“Yo les he dado a conocer tu Nombre

y se lo seguiré dando a conocer,

para que el amor con que tú me has amado esté en ellos

y yo en ellos” (Jn, 17,26)

El Nombre de Dios es más que una palabra; su Nombre significa que puede ser invocado y entra en comunión con Israel. El “Nombre de Dios” es la inmanencia de Dios, su presencia trascendente en el mundo y en todo lo humano.

Dios, infinitamente grande, trasciende y abraza todo el Universo. Israel no habría podido simplemente decir: Dios habita en el templo y por eso el Deuteronomio dice que Dios eligió el templo para morada de su Nombre:

“llevaréis al lugar elegido por Yahveh vuestro Dios para morada de su nombre todo lo que yo os prescribo:” (Deuteronomio, 12,11)

Tal es el concepto del Nombre de Dios en la oración sacerdotal de Jesús. La revelación del Nombre de Dios es la nueva y radical manera por la cual Dios se hace presente entre los hombres. En Jesús Dios entra totalmente en el mundo de los hombres: quien ve a Jesús ve al Padre (Jn, 14,19)

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Que todos sean uno

En su oración sacerdotal, Jesús se refiere en tres oportunidades a la unión de los discípulos, tanto los del momento y como los del futuro, ese vasto horizonte de la comunidad de los creyentes a través de las generaciones:

“...cuida en tu nombre a los que me has dado,

para que sean uno como nosotros” (Jn, 17,11)

“...para que todos sean uno.

Como tú, Padre, en mí y yo en ti,

que ellos también sean uno en nosotros...” (Jn, 17,21)

“...para que sean uno como nosotros somos uno,

yo en ellos y tú en mi,

para que sean perfectamente uno...” (Jn, 17,22)

Benedicto XVI se pregunta: ¿Cuál es la unidad, la unión de los discípulos por la que Jesús reza al Padre?, y estima de interés escuchar a Rudolf Bultmann.

Bultmann sostiene que la unidad tiene su fundamento en la unidad entre el Padre y el Hijo, tal como lo dice el Evangelio. “Ella no se funda, pues, sobre elementos que resultan de hechos naturales o de carácter histórico-universal y tampoco puede ser establecida por una organización, por instituciones o por dogmas...La unidad sólo puede crearla la palabra que la anuncia, en la cual quien revela -en su unidad con el Padre- está cada vez presente. Si bien el anuncio necesita de instituciones y de dogmas para hacerse realidad, estos no pueden en caso alguno garantizar la unidad de un anuncio auténtico. Por otra parte, debido a la división efectiva de la Iglesia -que por lo demás es la consecuencia de sus instituciones y de sus dogmas- la unidad del anuncio no debe necesariamente ser vana. La Palabra puede resonar de modo auténtico dondequiera que se mantiene la tradición. Ya que la autenticidad del anuncio...no es controlable y la fe que responde a la

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Palabra es invisible, la auténtica unidad de la comunidad también es invisible...Es invisible porque no es del todo un fenómeno mundano... (Das Evangelium des Johannes, p.393s.)

Al respecto, Benedicto XVI estima que estas sorprendentes palabras de Bultmann podrían ser materia de discusión, en especial los conceptos de “instituciones” y de “dogmas” y aún más el concepto de “anuncio”. ¿El anuncio crea evidentemente la unidad? ¿En el anuncio está presente quien lo revela en su unidad con el Padre? ¿No está a menudo sorprendentemente ausente?

Bultmann sostiene que la Palabra resuena de modo auténtico allí donde se mantiene la tradición, pero ¿de qué tradición se trata? ¿de dónde viene? ¿en qué consiste? ¿cómo podemos reconocer el anuncio auténtico?

Bultmann piensa que el anuncio auténtico crea la unidad y que el fraccionamiento de la Iglesia no es obstáculo a esta unidad proveniente del Señor. ¿No sería necesario entonces el ecumenismo?

¿Es la de Bultmann la interpretación justa de la oración de Jesús?

Benedicto XVI nos dice que la unidad de los discípulos de Jesús, de la Iglesia del futuro, no es un fenómeno humano: son las fuerzas del mundo que producen las divisiones en cuanto obran al interior de la Iglesia, de la cristiandad. La unidad sólo puede provenir del Padre por el Hijo, unidad ligada a la gloria que da el Hijo, su presencia por el Espíritu Santo que es el fruto de su crucifixión, de su transformación en la muerte y de su resurrección.

La fuerza de Dios opera en el mundo en que viven los discípulos, es del tal calidad que permite que el mundo la reconozca y de ese modo conduce a la fe. Para ser eficaz en y para el mundo, la fuerza que no proviene del mundo ha de ser perceptible por el mundo. La oración de Jesús por la unidad de sus discípulos tiene por objeto que su misión sea visible precisamente por esa unidad, unidad que sea reconocible como algo que no existe en otra parte del mundo, que no pueda ser explicada por la acción de los hombres, que revele la acción de otra fuerza.

Por la unidad de sus discípulos a través del tiempo es evidente que Jesús es el “Hijo”, y se reconoce a Dios como creador de esa unidad que sobrepasa las tendencias a la desintegración propias del mundo.

La unidad por la cual rezó Jesús se funda en la fe en Dios y en su enviado: Jesús. La unidad de la Iglesia se funda sobre esa fe que Pedro profesó en nombre de los doce apóstoles en la sinagoga de Cafarnaum:

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“...tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn, 6,68 y 69)

La fe es más que una palabra, más que una idea, la fe significa entrar en comunión con el Hijo y por él con el Padre. La fe es el verdadero fundamento de la comunidad de los discípulos, de la unidad de la Iglesia. Esta fe es invisible pero se transforma en carne, en un cuerpo verdadero porque los discípulos están unidos con Jesús.

La fe en Jesús incluye la misión. La santidad, que es pertenencia a Dios, significa misión. Jesús como el Santo de Dios es su enviado, su ser es “ser enviado”, vive totalmente a partir del Padre, no le opone nada, nada le es propio:

“mi doctrina no es mía,

sino del que me ha enviado” (Jn, 7,16)

Igualmente, el espíritu de Dios:

“Cuando venga él,

el Espíritu de la verdad,

os guiará hasta la verdad completa:

pues no hablará por su cuenta,

sino que hablará lo que oiga,

y os anunciará lo que ha de venir” (Jn, 1613)

Después de la resurrección, Jesús envía a sus discípulos en misión:

“Como el Padre me envió,

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también yo os envío” (Jn, 20,21)

Los discípulos representan a Jesús, dicen lo que oyeron, se dejan guiar por el espíritu de verdad, el espíritu de Dios. La permanencia de su misión es sacramental: no se trata de una facultad administrada autónomamente ni de una institución creada por los hombres. Se trata de estar implícitos en el Verbo desde el comienzo (Jn, 1,1) .

A través del hecho esencial de ser los enviados de Dios, la Iglesia en la antigüedad encontró en la “sucesión apostólica” la modalidad propia de la permanencia sacramental de la misión. Sucesión -diadochè- posee sentido estructural, evoca permanencia de la misión en los discípulos e indica palabra transmitida a la que el testigo está unido por el sacramento.

Con la sucesión apostólica, la Iglesia antigua encontró, no inventó, dos elementos fundamentales para su unidad: el canon de las escrituras y el símbolo de la fe. Este último es una breve síntesis de los elementos esenciales de la fe elaborada siguiendo las diversas profesiones bautismales de la Iglesia primitiva. Este símbolo de la fe o “Credo” es la verdadera hermenéutica de las escrituras, la llave para interpretarlas según el espíritu de las mismas.

La unidad de estos tres elementos: sucesión apostólica, el canon de las escrituras y el símbolo de la fe, constituye la verdadera garantía de que la Palabra resuena de modo auténtico y la tradición se mantiene.

Jesús reza para que por la unidad de sus discípulos el mundo lo reconozca como el enviado del Padre. Reconocimiento que no es algo simplemente intelectual porque la fe que resulta de ser tocado por el amor de Dios es algo que transforma, es el don de la verdadera vida.

La universalidad de la misión de Jesús queda en evidencia: es por los discípulos y su misión que el mundo debe ser arrancado a su alienación, debe volver a encontrar la unidad con Dios.

Este universalismo (Jn, 3,16 y 6,51) aparece en contradicción con las duras palabras de la oración sacerdotal:

“Por ellos ruego;

no ruego por el mundo,

sino por los que tú me has dado,

porque son tuyos” (Jn, 17,9)

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Para comprenderlo, nos dice Benedicto XVI, debemos tener en cuenta que Juan emplea el término mundo,“cosmos”, en doble sentido. Por una parte, la creación de Dios, los hombres, sus creaturas a quienes ama hasta darse a sí mismo en su Hijo; por otra parte, lo que se ha desarrollado históricamente en el mundo de los hombres: corrupción, mentira, violencia que pasan a ser algo “natural”.

Pascal habla de una segunda naturaleza que se ha impuesto sobre la primera. Filósofos modernos emplean otras figuras para ilustrar esta situación del hombre; por ejemplo, Heidegger habla del hecho de encontrarse condicionado por el “sí” impersonal, por el hecho de existir en la “no-autenticidad”.

De un modo muy diferente, Marx se refiere a la alienación del hombre.

En el fondo la filosofía describe lo que la fe llama el “pecado original”, un mundo que debe desaparecer, que debe ser transformado en el mundo de Dios. Tal es la misión de Jesús y sus discípulos, rescatar al mundo de la alienación del hombre para que vuelva a ser de Dios, y que el hombre al ser uno con Dios vuelva a ser enteramente sí mismo. Sin embargo esta transformación tiene por precio la crucifixión de Jesús y para sus testigos la disponibilidad al martirio.

La oración de Jesús por la unidad instituye la Iglesia, comunidad de los discípulos que por la fe en Jesús como enviado del Padre recibe su unidad y está implícita en la misión de Jesús de salvar al mundo conduciéndolo al conocimiento de Dios. La Iglesia nace de la oración de Jesús, el acto por el cual se consagra a sí mismo, se sacrifica por la vida del mundo. La Iglesia nace como la comunidad que por la palabra de los apóstoles cree en Jesús.

La última cena

Estudiar las múltiples y con frecuencia contradictorias tesis que han sido formuladas sobre diversos aspectos relativos a la última cena de Jesús con sus discípulos y a la institución de la eucaristía, no es propósito del libro de Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret, orientado a reconstituir su figura.

Lo que no obsta para que el libro trate de la historicidad de acontecimientos esenciales para la fe. Así como la fe bíblica no es recuento de leyendas como símbolos de verdad que van más allá de la historia sino que se funda sobre una historia que se desarrolló sobre esta tierra, de igual modo la fe neotestamentaria no es solo una idea y para ella lo que ocurrió en la historia real del mundo es determinante.

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La investigación histórica no puede dar certeza absoluta sobre todos y cada uno de los detalles de los acontecimientos que estudia; solamente proporciona un alto grado de probabilidad.

Ejemplo de lo anterior es el trabajo realizado por el exégeta alemán Joachim Jeremias para filtrar con la mayor erudición histórica y filológica y la mayor precisión metodológica el material histórico transmitido y así rescatar las auténticas palabras pronunciadas por Jesús, las “ipsissima verba Iesu”. Pues bien, a pesar de la alta calidad científica del trabajo de Jeremias surgen cuestionamientos críticos que demuestran, a lo menos, que la certeza a la que es posible llegar tiene sus límites.

Si estudios científicos demuestran más allá de toda duda razonable la imposibilidad histórica de palabras y acontecimientos esenciales la fe habrá perdido su fundamento.

Habida cuenta de las limitaciones en la certeza que puede producir la investigación histórica, no es razonable exigir pruebas que demuestren con absoluta certeza cada uno de los detalles; lo importante es verificar si las convicciones fundamentales de la fe son históricamente posibles y creíbles aún siendo confrontadas a los serios conocimientos exegéticos actuales.

Muchas cuestiones accesorias pueden quedar abiertas, pero el “factum est” del prólogo de Juan:

“En el principio existía la Palabra

y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Juan, 1,1)

es la categoría cristiana fundamental no sólo para la encarnación sino que igualmente para la última cena, la crucifixión y la resurrección. La encarnación se realiza para el sacrificio de sí mismo por los hombres y la resurrección; de otro modo el cristianismo no sería verdad.

La verdad del “factum est” no debe buscarse en la absoluta certitud histórica, sino que debe reconocerse su seriedad leyendo las escrituras como tales de un modo justo. La última certeza sobre la cual fundamos toda nuestra existencia es dada por la fe y a partir de la fe podemos mirar todas las hipótesis exegéticas.

El libro de Benedicto XVI trata de los asuntos esenciales para la fe, y lo hace en cuatro secciones.

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Fecha de la última cena

Los evangelios sinópticos presentan una fecha diferente que el evangelio de Juan.

“El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de la Pascua?”

“Y al atardecer, llega él con los Doce” (Mc, 14,12 y 17)

La última cena habría sido la cena pascual de la tarde del jueves, esto es, en víspera de la Fiesta de Pascua, víspera en la que los peregrinos cenaban y en la que se sacrificaba corderos en el templo. Esa misma noche Jesús habría sido arrestado en Getsemaní y juzgado por el sanedrín, y a la mañana siguiente entregado a Poncio Pilatos, quien lo condenó a muerte por crucifixión llevada cabo la misma mañana, muriendo Jesús en la tarde del viernes, Fiesta de Pascua. El sábado, sabbat, día de fiesta judía, Jesús habría permanecido sepultado y habría resucitado el domingo, primer día de la semana.

“De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron al pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua” (Jn, 18,28)

“Pilatos...hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta...” (Jn, 19,13y14)

En la cronología de Juan la última cena de Jesús con sus apóstoles no es la cena pascual, y su arresto, juicio, condena, crucifixión y muerte suceden en la víspera del día de Pascua. Jesús muere cuando los corderos son sacrificados en el templo.

Benedicto XVI cita en particular los estudios hechos por Annie Jaubert que sacan a luz la existencia desde el siglo II AC de un calendario sacerdotal que fijó cada una de las fiestas litúrgicas en un mismo día de semana, de modo que la Fiesta de Pascua cae el 15 Nisan,

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un miércoles. Según la señora Jaubert, Jesús habría celebrado la cena pascual el martes víspera de Pascua y habría sido arrestado en la noche del miércoles, de modo que su juicio, condena, crucifixión y muerte habrían ocurrido antes de la verdadera Pascua, que fue el viernes.

La cronología de la señora Jaubert resolvería cierta dificultad que se presenta cuando se fija en pocas horas una serie de acontecimientos: el arresto de Jesús, el interrogatorio ante el sanedrín, su entrega a Pilato, el sueño de la mujer de Pilato, el envío de Jesús a Herodes, su regreso donde Pilato, la flagelación, la condena a muerte, el camino a la crucifixión y la muerte. La nueva cronología coloca todos esos acontecimientos entre la noche del martes y la mañana del viernes.

La tesis de la señora Jaubert fija la última cena en un martes, pero una antigua tradición desde el siglo 2 DC fija la última cena en un jueves.

El calendario al que se refiere la señora Jaubert fue sobre todo empleado en Qumrn y los essenios, y parece como poco probable que Jesús lo utilizara.

La mayoría de los exégetas rechaza la validez de la tesis de la señora Jaubert.

Benedicto XVI estima en particular el estudio cronológico en el libro de John P. Meier “A Marginal Jew”. Meier estima necesario pronunciarse sea por los sinópticos sea por el evangelio de Juan y concluye que la cronología de Juan es la acertada porque la crucifixión no tiene lugar en el día de la Fiesta de Pascua. Jesús muere cuando los corderos pascuales son sacrificados, por lo que Meier estima natural que los cristianos hayan reconocido a Jesús como el verdadero cordero y de este modo llevado el rito del sacrificio de los corderos a su significado verdadero.

Queda la pregunta: ¿porqué los sinópticos hablan de la cena pascual? ¿en qué se funda esta tradición? Meier no tiene otra respuesta que la crítica redaccional y literaria: piensa que los párrafos 14,1a y 14,12-16, los únicos en que Marcos habla de la Pascua, habrían sido agregados con posterioridad. Al respecto, Benedicto XVI nos dice que si bien esta tesis cuenta con el apoyo de importantes exégetas, la estima artificial.

¿Cuál fue la fecha de la última cena de Jesús con sus apóstoles? Meier da una respuesta clara y convincente, nos dice Benedicto XVI: Jesús estaba consciente de su muerte inminente, que no podría celebrar la Pascua. Por tal motivo, Jesús invita a sus discípulos a una última cena que no pertenece al rito judío, a una cena en que se despide, a una cena en la que se da a sí mismo como el verdadero cordero pascual. Jesús instituye así su Pascua, sin renegar por ello del antiguo rito.

Comentario: Queda abierta la pregunta ¿porqué difieren los evangelios sinópticos con el evangelio de Juan sobre la fecha de la última cena de Jesús con sus apóstoles?

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La institución de la eucaristía

Los evangelios de Marcos, Mateos y Lucas y la primera epístola de Pablo a los corintios relatan la institución sacramental de la eucaristía, con algunas diferencias que han dado lugar a numerosas interpretaciones. Mateos coincide con Marcos y Lucas con Pablo.

“Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: “Tomad, este es mi cuerpo”. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la Alianza, que será derramada por muchos” (Mc, 14,22-24)

“Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.” Asimismo también la copa después de cenar diciendo: “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío”. (Primera epístola a los corintios, 11,23-25)

El texto de Pablo es el más antiguo, escrito alrededor del año 56 DC, y dice haberlo recibido del Señor, esto es, de una tradición que remonta en su origen hasta la última cena.

Rudolph Pesch (Markusevangelium II) estima que el evangelio de Marcos recoge la tradición más antigua, y agrega que sólo es una narración mientras que en Pablo hay una elaboración y adaptación litúrgica: “haced esto en recuerdo mío”.

Por su parte, Benedicto XVI estima que en el texto de Pablo se ve reflejado el testamento de Jesús y su carácter normativo es prueba de autenticidad. Agrega que la “narración” contenida en el evangelio de Marcos no hace abstracción de su significado normativo para la liturgia de la Iglesia y presupone una tradición litúrgica en uso.

Para ciertos exégetas Jesús no pronunció en la última cena las palabras sobre el pan y el vino que figuran en los evangelios y en la epístola de Pablo. Algunos de ellos caracterizan a Jesús como un afable rabino y otros como un agitador político; en todo caso, estiman que habría contradicción entre su anuncio del reino de Dios y la idea del sacrificio expiatorio de su Hijo.

Rudolph Pesch (Abendmahl, p.104) dice: “la última palabra que Dios pronuncia por su último mensajero (el mensajero de la alegría, después del último mensajero del juicio, Juan) es una palabra de salvación. El anuncio de Jesús está caracterizado por la orientación claramente prioritaria hacia la promesa de salvación por parte de Dios, como también por la superación del Dios juez por el Dios de la bondad que está presente.” Peter Fiedler, citado por Pesch, opina que la idea de expiación es incompatible con la

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imagen que Jesús tiene de Dios, y en esto concuerdan muchos exégetas y representantes de la teología sistemática.

Benedicto XVI dice que los textos eucarísticos pertenecen a la tradición más antigua y sería impensable que los primeros cristianos hubiesen ideado la eucaristía, esa novedad de Jesús.

Para la sensibilidad moderna aparece inconcebible la idea de una expiación, un tema que debe estudiarse en profundidad:

Eminentes exégetas, como Rudolph Pesch, Gerhard Lohfinh y Ulrich Wilckens, piensan que no hay oposición insoluble entre el mensaje del reino y la última cena. Piensan que Jesús, ante el fracaso de su proposición contenida en el anuncio del reino de Dios, identificó su misión con el Servidor de Dios por cuanto sólo quedaba abierto el camino de la expiación vicaria: tomar sobre sí mismo el infortunio de Israel para traer la salvación a la multitud.

Benedicto XVI piensa que la imagen bíblica de Dios y de la historia de la salvación da lugar a que el rechazo del primer ofrecimiento abra una nueva vía al amor de Jesús. Esto forma parte de la historia de Dios con los hombres que nos relata el Antiguo Testamento, esa aceptación de la libre decisión de los hombres que hace surgir nuevas vías para la salvación. Es así como hay respuestas de Dios al no de Adán con una nueva solicitud para el hombre, a la torre de Babel con la elección de Abraham, al pedido de un rey para Israel con la profecía a David que conduce directamente a Jesús.

El capítulo 6 del evangelio de Juan parece indicar un cambio en el caminar de Jesús con los hombres. Después de su mensaje eucarístico, la muchedumbre y muchos discípulos le dan la espalda; sólo quedan con Jesús los doce apóstoles. Hay un cambio parecido en el evangelio de Marcos, cuando después de la segunda multiplicación de panes y la profesión de fe de Pedro, Jesús inicia sus anuncios de la pasión y se encamina hacia Jerusalén para su última Pascua.

En un artículo de 1929 Erik Peterson sostuvo que la Iglesia existe sólo porque “los judíos como pueblo elegido de Dios no acogieron la fe en el Señor”. De haber aceptado a Jesús “el Hijo del Hombre habría regresado y el reino mesiánico, en el cual los judíos habrían ocupado el lugar más importante, habría comenzado” (Teologische Traktate, p.247)

Romano Guardini en sus obras sobre Jesús acogió y modificó esta tesis: piensa que el mensaje de Jesús comienza con el ofrecimiento del reino de Dios, pero que el “no” de Israel habría llevado a una nueva fase en la historia de la salvación de la cual son parte la muerte y resurrección de Jesús y la Iglesia de los gentiles.

Peterson estima que no hubo ruptura en el mensaje de Jesús y que sus discípulos continuaron a luchar por el “sí” de Israel después de Pascua, pero cuando esta tentativa fracasa fueron hacia los gentiles.

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Benedicto XVI agrega que tal cambio se percibe claramente en los evangelios y no es aceptable presumir comprensión de los cambios en el encaminamiento de Jesús con los hombres. No hay una oposición cortante entre el anuncio del reino y el mensaje de Jesús en Jerusalén, sólo algunos índices de cambio.

Benedicto XVI sostiene, como también John P. Meier, que la estructura de los evangelios no permite establecer una cronología del anuncio de Jesús. Es verdad que al progresar en su camino a Jerusalén Jesús acentúo la necesidad de su muerte y resurrección, pero no es factible ordenar cronológicamente el material recogido en los evangelios, distinguir un antes y un después.

Las parábolas de Jesús se encuentran bajo el signo de la crucifixión. El don de sí hasta la crucifixión es el extremo radicalismo del amor incondicional de Dios por los hombres; Jesús toma sobre sí el “no” de los hombres y de este modo los atrae a su “sí”.

Benedicto XVI presenta ejemplos de lo anterior.

Primero, la orientación del mensaje de Jesús hacia el signo de la cruz ya está presente en las bienaventuranzas:

“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,

porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt, 5,10)

Segundo, Lucas (4,16-36) relata que hacia el inicio de su misión Jesús fue un sábado a la sinagoga de Nazaret y leyó del volumen del profeta Isaías el pasaje que comienza con “el espíritu del Señor está sobre mi”. Los que se encontraban en la sinagoga hicieron preguntas, se enfurecieron con las enseñanzas de Jesús y quisieron matarlo:

“Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad., y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó”. (Lc, 4,28-30)

La teología de las palabras de la institución

Hay algunas diferencias sobre las palabras que pronunció Jesús en la última cena.

Recordemos que la “berakha”, oración de acción de gracias y bendición de la tradición judía, se pronuncia tanto en la cena de Pascua como en los otros banquetes: “eucharistía”, agradecer a Dios, y “eulogia”, alabarlo. Jesús tomó en sus manos el pan, pronunció la oración de acción de gracias, bendijo el pan, lo rompió y lo repartió a los apóstoles.

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En Marcos y Mateo se transmite las palabras de Jesús “éste es mi cuerpo”. En Pablo y Lucas se agrega el mandamiento “haced esto en recuerdo mío”.

Respecto del vino, Marcos transmite las siguientes palabras de Jesús: “esta es mi sangre de la Alianza, que será derramada por muchos”. Mateo agrega “para perdón de los pecados”.

En Pablo, “esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío”, y en Lucas “esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros”.

Hay pues diferencias entre las fórmulas en Marcos/Mateos, por una parte, y en Pablo/Lucas por la otra. En los primeros se dice “esta es mi sangre de la Alianza” y en los segundos “esta copa es la nueva Alianza”. La primera formulación se refiere a la Alianza y la segunda a la Nueva Alianza:

“Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: “Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras” (Éxodo, 24,8)

“He aquí que días vienen -oráculo de Jahveh- en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza y yo hice estragos en ellos -oráculo de Yahveh-” (Jeremías, 31,31,32)

La Alianza del Sinaí, con la aspersión de la sangre de los sacrificios, fue rota por el pueblo al adorar un ídolo, el becerro (novillo) de oro, y desde entonces continúa toda una historia de violaciones a la promesa de obediencia y Dios abandona su pueblo al exilio y el templo a la destrucción.

Viene la Nueva Alianza, que no se funda en las frágiles promesas de obediencia sino que en los corazones:

“...esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días -oráculo de Yahveh-; pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jeremías, 31,33)

En la Nueva Alianza con Jesús, el Hijo se hace servidor y toma sobre sí, por su obediencia hasta la muerte, toda la desobediencia del hombre. No es un perdón

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incondicional porque el mal no puede ignorarse; hay que vencerlo con la bondad incondicional de Jesús. La marea del mal se opone a la obediencia del Hijo en quien Dios ha sufrido, pero esa obediencia es infinitamente mayor.

Dios no sólo actúa como Dios ante los hombres sino que además como hombre ante Dios. La Nueva Alianza está fundada de modo indestructible en el corazón de los hombres porque se realiza por el sufrimiento vicario del Hijo que se hace servidor.

La sangre de los animales sacrificados no era perdón sino que signo de esperanza en la obediencia salvadora de Jesús. Él nos da la nueva alianza en su sangre, en la totalidad de sí mismo, y elimina toda traición al absorberla en su fidelidad incondicional. Es el nuevo culto que Jesús instituye en la última cena: participamos en el cuerpo y sangre el Hijo que nos acoge.

La Iglesia comprendió desde un principio que la consagración del pan y del vino no son una fórmula mágica sino que parte central de la acción de gracias y bendición por la cual los dones terrestres de Dios que son el pan y el vino son ofrecidos nuevamente a los hombres como el cuerpo y la sangre de Jesús, como el don de sí de Dios en el amor acogedor del Hijo.

En los Hechos de los Apóstoles y en la Iglesia primitiva la acción de “romper” el pan es la eucaristía, la comunión.

Norbert Baumert, jesuita, y Maria-Irma Seewan han presentado recientemente una interpretación de las palabras “derramada por muchos”, en el sentido que Jesús se refiere a “derramar la sangre del cáliz”, acto por el cual la vida divina se da abundantemente pero sin alusión alguna a la actuación de quienes sacrifican animales.

Esta interpretación deja sin resolver la expresión “por muchos”. Joaquim Jeremias señaló que esta expresión es originalmente un semitismo y que en el Antiguo Testamento significa “la totalidad” (Die Abendmahlsworte Jesu, 1935). La exégesis moderna estima que “por muchos” no se puede extender a “la totalidad” ya que basándose en el lenguaje de Qumrn significa “la totalidad de Israel” (Pesch, Abendmahl, p.99; Wilkens ½, p.84), y que sólo al llegar el evangelio a los gentiles se hizo evidente el horizonte universal de la muerte de Jesús y de su expiación.

Si bien en Marcos/Mateo se dice que la sangre es derramada “por muchos”, en Pablo/Lucas se dice que es derramada “por vosotros”. Lo común en los cuatro textos es que la sangre es derramada “por”, y esto porque la naturaleza de Jesús es el “existir por”, una existencia que no es para sí mismo sino que para los otros. Si llegamos a comprender esto nos hemos acercado verdaderamente al misterio de Jesús.

En todo caso, sería presuntuoso de nuestra parte pretender escudriñar la conciencia de Jesús basados en nuestros conocimientos de aquellos tiempos y de sus conceptos teológicos: sólo podemos decir que en Jesús se realiza la misión del Servidor de Dios y del Hijo y que esta misión es universal.

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Tanto en Juan como en Pablo hay referencias en tal sentido.

El teólogo protestante Ferdinand Katenbusch sostuvo en 1921 que las palabras de Jesús en la última cena constituyen el acta de fundación de la Iglesia. Benedicto XVI así lo piensa: con la eucaristía se instituye la Iglesia y la eucaristía es el hecho visible de reunirse, un proceso que entra en comunión con Dios y en el que Dios, desde el interior, acerca los hombres unos a otros.

De la cena a la eucaristía de la mañana del domingo

¿Cual es el significado preciso del mandamiento de Jesús en la última cena “haced esto en recuerdo mío”? No se trata de reunirse nuevamente en cada cena pascual, una fiesta judía regulada por la tradición y con una fecha precisa.

El mandamiento es de “romper” el pan, la oración de acción de gracias y bendición con las palabras de la transubstanciación del pan y del vino. Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena son el elemento esencial del nuevo culto, aunque aún no se había establecido su forma litúrgica definitiva.

Rudolf Pesch señala que dadas la estructura social de la Iglesia naciente y las costumbres de vida de aquel entonces, la cena en recuerdo de Jesús comportaba probablemente sólo el pan.

Pero en otro tipo de sociedad, como eran los cristianos en Corinto, las cosas fueron diferentes al inicio:

“Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre otro se embriaga”

“Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que no os reunáis para castigo vuestro” (Pablo, primera epístola a los corintios, 11,20 y 34)

Este tipo de experiencia determinó que muy pronto se separase la Cena del Señor de una comida normal y se aceleró la formación de una estructura litúrgica de la eucaristía, que es fundamentalmente recitar la “berahka” con las palabras de Jesús de consagración del pan y del vino.

Jesús pronunció la acción de gracias por la certeza de su próxima resurrección, que permitió dar su cuerpo y su sangre en garantía de resurrección y vida eterna:

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“En verdad, en verdad os digo,

si no coméis la carne del Hijo del hombre,

y no bebéis su sangre,

no tenéis vida en vosotros.

El que come mi carne y bebe mi sangre,

tiene vida eterna,

y yo le resucitaré el último día.

Porque mi carne es verdadera comida

y mi sangre verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre,

permanece en mí,

y yo en él.

Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado

y yo vivo por el Padre,

también el que me coma

vivirá por mí.

Este es el pan bajado del cielo;

no como el que comieron vuestros padres y murieron;

el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn, 6,53-58)

Josef Andreas Jungmann, experto en la historia de la celebración eucarística y uno de los artesanos de la reforma litúrgica, señala que desde muy pronto la cena quedó separada de la acción de gracias y consagración del pan y del vino.

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Lo que la Iglesia conmemora no es la última cena sino lo que Jesús instituyó y confió a la Iglesia: el recuerdo de su muerte propiciatoria. En toda la tradición del cristianismo la eucaristía estuvo separada de una verdadera comida. Hasta la Reforma del siglo XVI no se empleó el termino “comida”.

El don de la sangre y del cuerpo de Jesús en la última cena está ligado a su resurrección, y habiendo ésta ocurrido en la mañana del primer día de la semana, el día después del sabbat, espontáneamente la mañana del primer día de la semana pasó a ser el momento del culto cristiano, y ese día pasó a llamarse el día del Señor: Domingo.

A la celebración de la eucaristía se unió la liturgia de la Palabra, la lectura de las escrituras, explicación y oración que inicialmente era practicada en las sinagogas. La formación del culto cristiano quedó terminada en el siglo II DC.

Getsemaní

En camino al monte de los Olivos

Al terminar la cena, Jesús y sus discípulos cantaron los salmos y partieron al monte de los Olivos. Benedicto XVI piensa que Jesús probablemente cantó algunos salmos del “hallel” (Salmos, 113-118 y 136) en los que se agradece a Dios por haber liberado a Israel de Egipto.

El hecho que Jesús cante con sus apóstoles los salmos de Israel es fundamental para comprender su figura e igualmente que los mismos salmos reciben un nuevo modo de presencia con su ampliación más allá de Israel hacia la universalidad.

En el Salterio canónico aparece la figura de David, considerado el autor principal de los salmos, guía e inspirador de la oración de Israel en quien se resumen todos los sufrimientos y todas las esperanzas de Israel, quien las lleva en sí y las transforma en oración.

La Iglesia naciente consideró a Jesús como el nuevo David y los salmos han sido recitados en comunión con Jesús. Este proceso se caracteriza por la unión de los dos Testamentos, la antigua y la nueva Pascua.

Jesús se había alojado en Betania pero va a pasar esa noche al monte de los Olivos, respetuoso de la prescripción de no salir de los límites de Jerusalén para la cena de Pascua, límites que en la víspera de Pascua eran ampliados para permitir a todos los peregrinos celebrar la cena.

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Jesús siempre fue observante de las prescripciones judías: celebra las fiestas judías, reza en el templo, se comporta como Moisés y los otros profetas. Pero al mismo tiempo constituye una novedad: su explicación del sabbat (Mc, 2,27) y de las prescripciones de pureza ritual (Mc, 7), la nueva interpretación del decálogo en el sermón de la montaña (Mt, 5,17-48), la purificación del templo (Mt, 21,12).

Mientras caminan hacia el monte de los Olivos, Jesús hace tres profecías:

“...Todos vosotros vais a escandalizaros en mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Mt, 26,31) (Zacarías, 137) (Nota: escandalizarse es consternarse, indignarse, enojarse, irritarse)

“Más después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (Mc, 14,28)

“Pedro intervino y le dijo: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces” (Mt, 26, 33 y 34)

Al llegar a una granja llamada Getsemaní en las laderas del monte de los Olivos, Jesús dice a sus apóstoles que irá a rezar y parte en compañía de Pedro, Santiago y Juan.

La oración del Señor

Los tres sinópticos, el evangelio de Juan y la epístola a los hebreos de Pablo contienen relatos de la oración de Jesús en el monte de los Olivos.

“Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo”. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero sino como quieras tú”. Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro “¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Y alejándose de nuevo, oró así: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad”. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Viene entonces donde los discípulos y les dice: “Ahora ya podéis dormir y descansar”. Mirad ha llegado la hora en

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que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. Levantaos!, Vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca” (Mt, 26,46-46)

“Van a una propiedad cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: “Sentaos aquí mientras yo hago oración”. Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad”. Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y decía: “Abbá, Padre! Todo es posible para ti; aparta de mi esta copa; pero no sea lo que yo quiero sino lo que quieras tú”. Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: “Simón, ¿duermes? ¿ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no sabían qué contestarle. Viene por tercera vez y les dice “Ahora ya podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del hombre v a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos! vámonos! Mirad, que el que me va entregar está cerca”. (Mc, 14,32-42)

“Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.

Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: “¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación.” (Lc, 22,41-46)

“Ahora mi alma está turbada.

Y ¿qué voy a decir?

Padre, líbrame de esta hora!

Pero si he llegado esta hora para esto!”

Padre, glorifica tu Nombre!

Vino entonces una voz del cielo:

“Le he glorificado y de nuevo le glorificaré” (Jn, 12,27 y 28)

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“El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aún siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia” (Pablo, epístola a los hebreos, 5,7 y 8)

Jesús pide a Pedro, Santiago y Juan que velen mientras reza, pero la somnolencia los vence. Es la somnolencia de los discípulos que se mantiene a través de siglos como ocasión del mal; somnolencia del alma que no se conmueve por el mal, por toda la injusticia y el sufrimiento que devastan la tierra; insensibilidad que prefiere no ver, que se tranquiliza diciéndose que en el fondo las cosas no son tan graves y así puede gozar de una vida satisfecha de sí misma.

Mateos y Marcos dicen que para orar Jesús se echa por tierra cara al suelo, actitud de sumisión a Dios que la Iglesia occidental mantiene para determinadas ordenaciones. Por su parte Lucas dice que Jesús cae de rodillas, la posición clásica para rezar.

Jesús estaba tristísimo, sumido en la angustia ante la proximidad de su muerte, espantado ante el abismo de la nada que lo hace temblar y hasta sudar como gotas de sangre.

El evangelio de Juan recurre a la palabra “tetáraktai”, que es la misma que “tarássein” empleada para mostrar la turbación profunda de Jesús frente a la tumba de Lázaro, y cuando anuncia en la última cena la traición de Judas.

Es la turbación de quien es la vida misma frente al abismo que es el poder de la destrucción, del mal, de todo lo que se opone a Dios y que ahora lo sumerge, que ahora deberá tomar sobre sí, aún más, que deberá acogerlo en sí al punto de ser personalmente “pecado”:

“A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (Pablo, segunda epístola a los corintios, 5,21)

Benedicto XVI agrega: “porque es el Hijo puede ver con claridad extrema toda la marea inmunda del mal, todo el poder de la mentira y del orgullo, toda la astucia y atrocidad del mal que se cubre con la máscara de la vida y obra continuamente para destruir al ser, para desfigurar y destruir la vida. Precisamente por que él es el Hijo, siente en profundidad el horror, todo el disgusto y la perfidia que debe beber en ese “cáliz” que le está destinado: todo el poder del pecado y de la muerte. Ese todo que debe acoger en sí a fin de que, en él, ese todo sea privado de poder y vencido”.

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La angustia de Jesús es mucho más radical que la del hombre común frente a la muerte; es el enfrentamiento entre luz y tinieblas, entre vida y muerte, el verdadero drama del escoger que caracteriza la historia del hombre.

En la oración de Jesús dos voluntades aparecen como opuestas: la “voluntad natural” del hombre Jesús, temblando ante el aspecto destructivo y monstruoso del acontecimiento que pide alejar ese cáliz, y la “voluntad del Hijo” entregado totalmente a la voluntad del Padre.

Para comprender este misterio de dos voluntades, leamos en Juan las dos peticiones de Jesús:

“Padre, líbrame de esta hora!

Pero si he llegado a esta hora para esto!

Padre, glorifica tu Nombre” (Jn, 12,27 y 28)

La proximidad y el horror de la muerte atormentan a Jesús y por eso pide ser salvado de la hora que viene, pero la conciencia de su misión le hace pedir al Padre que glorifique su nombre.

La aceptación del horror de la crucifixión, de la ignominia que hace desaparecer la dignidad personal, de la ignominia de una muerte infame, es aceptación que glorifica el nombre de Dios porque así Dios manifiesta lo que es: el Dios que en el abismo de su amor, en el hecho de darse a sí mismo, opone el poder del bien a los poderes del mal.

La voluntad de Jesús y la voluntad del Padre

En la oración de Jesús ¿qué significa “mi voluntad” opuesta a “tu voluntad”?, ¿quienes se oponen? ¿El Hijo y el Padre? ¿O el hombre Jesús y Dios Trinitario?

No hay otra parte de las escrituras que permita escudriñar en tanta profundidad el misterio de Jesús como en la oración de Jesús en el monte de los Olivos. Así lo comprendió la Iglesia antigua en la cristología que formuló en los Concilios de Nicea (325) y Calcedonia (451).

En Nicea se esclareció el concepto cristiano de Dios. Las tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son una sola cosa en la única “substancia” de Dios.

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En Calcedonia, Benedicto XVI nos dice que los padres conciliares acogieron entusiastamente la proposición del Papa León el Grande en el sentido que en Jesús hay dos naturalezas en una sola persona. El Concilio buscó aprehender conceptualmente la unión de la divinidad y la humanidad de Jesús por la fórmula que la única persona del Hijo de Dios lleva en sí ambas naturalezas “sin confusión y en la unidad”.

De este modo se preservó la diferencia infinita entre Dios y los hombres, sus criaturas. La humanidad de Jesús no está disminuida ni absorbida por su divinidad; existe enteramente como tal pero sostenida y ceñida por la persona divina del Logos. La expresión “única Persona” se refiere a la unidad radical en la cual Dios, en Jesús, entró en el hombre.

El Concilio de Calcedonia no entró a definir los conceptos de “persona” y “naturaleza”. Al regreso a sus diócesis, numerosos obispos prefirieron no recurrir a conceptos aristotélicos y continuar expresándose en términos simples, lo que tuvo el efecto de dejar oscura la fórmula conciliar. Por tal motivo la fórmula fue recibida en medio de acalorados litigios. Se produjo una división de las Iglesias: sólo las Iglesias de Roma y Bizancio aceptaron definitivamente el Concilio y su fórmula. La Iglesia de Alejandría (Egipto) prefirió la fórmula de una “naturaleza divinizada” (monofisismo); hacia el Oriente, Siria se mantuvo escéptica frente al concepto de “única persona” porque le parecía comprometer la humanidad de Jesús (nestorianismo).

Aún más que los conceptos, fueron ciertas formas de devoción opuestas unas a otras las que tuvieron mayor impacto por la carga emocional de los sentimientos religiosos.

El Concilio de Calcedonia es la vía que nos introduce al misterio de Jesús. Nos corresponde estudiarlo en el contexto del pensamiento contemporáneo, en el que los conceptos de persona y de naturaleza han tomado un significado diferente al de la época de Calcedonia. Este trabajo debe ser ecuménico, participando todas las Iglesias pre-Calcedonia para volver a encontrar la unidad perdida en lo que es el núcleo de la fe cristiana: que Dios en Jesús se hizo hombre.

En los medios bizantinos surgió fundamentalmente la pregunta: ¿si en Jesús sólo hay una persona divina que ciñe las dos naturalezas, que ocurre con la naturaleza humana? ¿Puede ésta subsistir realmente en su particularidad y en su esencia si la sostiene la única persona divina? ¿No es absorbida por lo divino, al menos en su parte superior, la voluntad?

Así nació la herejía del “monotelismo” la cual sostiene que una persona sólo puede tener una voluntad; tener dos voluntades sería esquizofrenia. Al fin y al cabo, la persona se manifiesta en la voluntad y si sólo hay una persona entonces sólo puede haber una voluntad. ¿Qué tipo de hombre es aquél que no posee una voluntad humana propia? ¿Un hombre sin voluntad propia, es verdaderamente un hombre? ¿Dios se hizo hombre en Jesús, si ese hombre carecía de voluntad?

El teólogo bizantino Máximo el Confesor (fallecido en 662) dio una respuesta a la controversia sobre la oración de Jesús en el monte de los Olivos: la naturaleza humana de Jesús por estar unida al Logos no queda amputada de voluntad sino que se mantiene

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completa; la voluntad forma parte de la naturaleza humana. La dualidad en Jesús de la voluntad humana y la voluntad divina no conduce a la esquizofrenia de una doble personalidad porque naturaleza y persona deben ser consideradas cada una en su propio modo de ser. En Jesús existe la “voluntad natural” de la naturaleza humana pero sólo “una voluntad de la persona”, lo que es posible sin destrucción del elemento humano porque desde la creación la voluntad del hombre está orientada hacia la voluntad divina. Al adherir a la voluntad divina, la voluntad humana se completa y no se destruye. La voluntad humana tiende a la sinergía con la voluntad de Dios, pero a causa del pecado pasa a la oposición.

El hombre al ver que realiza su propia voluntad en la adhesión a la voluntad de Dios, siente que su libertad está comprometida por la voluntad de Dios; esto es, no ve en el “sí” a la voluntad de Dios la posibilitad de ser plenamente él mismo sino que ve en ese “sí” una amenaza a su libertad y le opone resistencia.

En el monte de los Olivos Jesús trae consigo la voluntad natural del hombre de oposición a la sinergía. Dicho en otras palabras, en la voluntad humana de Jesús está presente la resistencia a Dios de la naturaleza humana, esa obstinación de todos nosotros, y Jesús lleva esa naturaleza recalcitrante hacia lo alto, hacia su verdadera esencia.

En la oración de Jesús “no sea como yo quiero sino como quieras tú” la voluntad natural humana es atraída totalmente al “yo” del Hijo, cuya esencia se expresa precisamente por esa oración, en el total abandono del “mí” en el “ti” de Dios. Ese “mi” que acoge la oposición del hombre y la transforma de modo que en la obediencia del Hijo todos nos encontramos presentes.

En la oración en el monte de los Olivos, Jesús se dirige al Padre con la invocación “Abbá” (Mc, 14,36) que siempre usa para llamar a Dios. En una obra sobre este vocablo hebraico, Jeremias señala que no hay precedente alguno de su empleo en las escrituras para referirse a Dios, por lo que podemos colegir que es una “ipsissima vox Ieusu”. Abbá pertenece al lenguaje infantil para dirigirse al padre, y el hecho que Jesús ose dar ese paso, que hable a Dios con esa familiaridad, revela la esencia íntima de su relación con Dios.

Comentario: Hubiera preferido que al referirse a los Concilios de Nicea y Calcedonia, el libro incluyera una explicación más desarrollada tanto sobre las herejías como sobre los aspectos conceptuales y los aportes del pensamiento griego clásico. Tal como está expuesto lo relativo a estos dos Concilios, el libro no proporciona al lector información suficiente sobre el trasfondo de los debates conciliares, la trascendencia histórica de las definiciones y una breve referencia a los aspectos filosóficos propiamente tales.

La oración de Jesús en el monte de los Olivos, en la epístola a los hebreos

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“El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aún siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegando a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melchisedec” (Pablo, epístola a los hebreos, 5,7-10)

La epístola de Pablo recoge una tradición autónoma ya que en los evangelios sinópticos no se habla de “poderoso clamor y lágrimas”. Evidentemente, aquí Pablo no se refiere sólo a la noche de Getsemaní sino que a todo el recorrido de la Pasión de Jesús hasta su crucifixión, hasta el momento en que Mateos y Marcos hablan del gran grito en que Jesús proclama las palabras iniciales del Salmo 22:

“Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado”

y luego del grito de expiración:

“Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu” (Mt, 27,50)

El “poderoso clamor y lágrimas” nos habla del encuentro de Jesús con los poderes de la muerte, cuando percibe en tanto Santo de Dios la profundidad abismal y el espanto de la muerte. Pablo muestra en la epístola a los hebreos que toda la Pasión de Jesús, desde el monte de los Olivos hasta su último grito en la cruz, constituye una ardiente súplica a Dios por la vida en contra del poder de la muerte.

Por el hecho de rezar, clamar y llorar Jesús cumple la función de Sumo Sacerdote: eleva a Dios el tormento del ser de los hombres, presenta al hombre ante Dios.

En la epístola a los hebreos Pablo nos dice que Jesús llegó a la perfección, teleioûn, lo que en los cinco libros de Moisés en el Pentateuco significa ser consagrado sacerdote. Por su obediencia Jesús es consagrado “Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec”

Pablo también nos dice que Jesús “fue escuchado por su actitud reverente”. Harnack y Bultmann piensan que en el texto original de la epístola se indicaba que la súplica de Jesús no fue escuchada, pero Benedicto XVI piensa que una posible traducción del texto sería: “fue escuchado y liberado de su angustia” ya que, como dice el evangelio de Lucas, “se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba”. Esto permitió a Jesús enfrentar con coraje su pasión.

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Además debemos considerar que Dios escuchó a Jesús por cuanto en su resurrección venció a la muerte, y con ella trajo la promesa de resurrección para todos los hombres.

En el evangelio de Juan Jesús se dirige al Padre pidiendo que lo libre de esta hora, pero que si ha llegado a esta hora para esto que el Padre glorifique su Nombre. Una voz del cielo le respondió: “Le he glorificado y de nuevo le glorificaré” (Jn, 12,27 y 28)

Benedicto XVI nos dice que en la crucifixión de Jesús se manifiesta la gloria de Dios que va más allá de ese momento y abarca toda la inmensidad de la historia. Esa gloria es la nueva vida que va al encuentro de los hombres. En la cruz, Jesús es fuente de vida para él y para todos los hombres. La muerte fue vencida en la cruz.

La epístola de Pablo a los hebreos dice que Jesús “llegando a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melchisedec” (5,9 y 10) (Salmo 110,4)

El juicio de Jesús

El debate preliminar en el Sanedrín

Las autoridades del templo se mantenían en vigilia durante la Fiesta de Pascua, cuando Jerusalén era invadida por los peregrinos y las esperanzas mesiánicas se podían transformar fácilmente en una mezcla explosiva de carácter político. No se habían inquietado por la actividad desarrollada por Jesús de Nazaret, estimando se trataba de uno más de los movimientos religiosos sin mayor importancia en Galilea.

Pero esta situación cambia radicalmente cuando se sabe que Jesús resucitó a Lázaro en Betania, cerca de Jerusalén, y que tiene numerosos seguidores.

Cabe recordar al respecto que en Israel lo político y lo religioso estaban imbricados al punto que no era posible separar lo uno de lo otro, por lo que una pretensión mesiánica -entendida como la reivindicación de la autoridad del rey de la dinastía davídica que debía liberar a Israel y gobernar sobre todas los pueblos- constituía un abierto desafío a Roma.

La dinastía de Anás y Caifás deseaba conservar el poder y no escuchó el llamado de Jesús que separó por entero lo político de lo religioso. Por el contrario, sólo ven en Jesús el peligro de alterar la vida religiosa del pueblo judío y de su templo, elemento unificador del país, tolerada por Roma y que beneficiaba directamente a la aristocracia saducea.

Caifás en su condición de Sumo Sacerdote declara en el Sanedrín “os conviene que muera uno solo y no perezca toda la nación”. El mal menor es que muera uno para salvar

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a Israel de la represión romana ante cualquier intento mesiánico. Los demás miembros del Sanedrín aceptan esta proposición.

Juan señala que la condenación de Jesús por el Sumo Sacerdote es profética por cuanto la función vicaria de Jesús se realiza al morir crucificado para la salvación de todos.

Para la Fiesta de Pascua, Jesús y sus discípulos se unen a los peregrinos. Al entrar a Jerusalén montando un borrico blanco, símbolo de realeza, Jesús es vitoreado como el Mesías por los peregrinos que colocan a su paso mantos y ramas de árboles. Más tarde Jesús expulsa a los mercaderes y cambistas del patio de los gentiles del templo y en sus palabras reivindica plena autoridad.

“Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: ¿qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación. Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquél año, les dijo: “vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación”. Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación -y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde este día, decidieron darle muerte. Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Ephraim, y allí residía con sus discípulos”. (Juan, 11,45-54)

Jesús ante el Sanedrín

Judas Iscariote llevó donde Jesús a un grupo armado enviado por el Sanedrín. Jesús disuadió a Simón de oponer resistencia armada.

Arrestaron a Jesús y lo llevaron ante el Sanedrín.

Exégetas e historiadores del Derecho han examinado hasta en sus últimos detalles el enjuiciamiento de Jesús pero el autor prefiere no entrar a la discusión de sutilezas históricas habida cuenta de que no conocemos el Derecho Penal saduceo de aquella época.

Como se había señalado, la purificación del templo no produjo agitación pública ni dio lugar a la intervención de los guardianes del templo, por lo que se puede deducir que fue un acto simbólico dentro de ciertos límites.

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De lo que se acusaba a Jesús es haber hecho declaraciones estimadas blasfemas por algunos testigos que acudieron al Sanedrín, en el sentido de que destruiría el templo y lo volvería a levantar en tres días. Pero las versiones de los testigos no eran concordantes y el cargo fue dejado de lado.

El segundo cargo que se formuló a Jesús es declararse Hijo de Dios:

“Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: “Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”. Y dijo Jesús: “Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo”. El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?” Todos juzgaron que era reo de muerte.” (Mc, 14,60-64)

En su respuesta Jesús afirma: “yo soy” lo que hace resonar Éxodo, 7,13: “yo soy el que soy”.

A esto agrega palabras extraídas del Salmo 110, 1: “siéntate a mi diestra” y del Libro de Daniel, 7,13: “y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre”.

Al colocarse Jesús al lado de Dios parecía entrar en conflicto con el fundamento de la fe de Israel, le fe en un solo y único Dios. El Sumo Sacerdote se rasga entonces las vestiduras, lo que correspondía al oír una blasfemia.

El procedimiento seguido en el Sanedrín en contra de Jesús no fue un juicio propiamente tal sino que un interrogatorio, ya que las autoridades judías no podían condenar a muerte ni aplicar la pena , lo estaba reservado a la potestad romana.

Después del canto del gallo que indicó el comienzo de un nuevo día, Jesús fue llevado ante Poncio Pilato. A su paso Pedro vio su mirada y recordó que antes del canto del gallo lo había negado tres veces; salió y lloró amargamente.

Jesús ante Pilato

Referencia histórica (Enciclopedia Británica)

Poncio Pilato fue nombrado procurador de Judea por el emperador Tiberio a pedido de su favorito Sejanus y gobernó entre los años 26 y 36. El historiador Josefo nos presenta Pilato como un hombre recio, estricto, autoritario, que ordenó a las tropas romanas entrar a Jerusalén llevando en sus estandartes imágenes del emperador. Los judíos habrían demostrado en Cesárea, lugar de residencia del procurador, y Pilatos los habría

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conminado a deponer su actitud o enfrentar la muerte. Cuando los judíos manifestaron estar dispuestos a morir, muy impresionado Pilato ordenó retirar las imágenes.

A la caída de Sejanus el año 31, la posición de Pilato quedó vulnerable y habría sido objeto de críticas y amenazas de los judíos tal como la que señalan los Evangelios al tratar del juicio de Jesús de Nazaret. El año 36 los samaritanos recurrieron a Vitelius, legado de Siria, por haber sido atacados por Pilato en el monte Gerizim; Pilato fue llamado de regreso a Roma para ser juzgado por opresión y crueldad.

Los cuatro Evangelios concuerdan en lo esencial en sus relatos del juicio de Jesús, pero sólo Juan se refiere a la interrogación de Jesús sobre los cargos que le formula el Sanedrín de proclamarse el Mesías, de reivindicar la dignidad real, lo que constituye un delito político que debe ser castigado por la autoridad romana:

“Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Respondió Jesús: “Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí”. Pilato respondió: “¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”. Respondió Jesús:

“Mi reino no es de este mundo.

Si mi reino fuese de este mundo,

mi gente habría combatido

para que no fuese entregado a los judíos;

pero mi reino no está aquí”.

Entonces Pilato le dijo: ¿Luego tú eres rey?”. Respondió Jesús:

“Sí, como dices, soy rey.

Yo para esto he nacido

y para esto he venido al mundo:

para dar testimonio de la verdad.

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”

Le dice Pilato: “¿Qué es la verdad?” (Jn, 18,33-38)

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Se ha estudiado en profundidad el tema de la realeza invocada por Jesús como causal de su condena a muerte, en particular el valor histórico de esta tradición. Exégetas como Charles H. Dodd y Raymond E. Brown la estiman válida, pero Charles K. Barret sostiene una posición extremadamente crítica: “las integraciones y modificaciones de Juan no suscitan confianza sobre su fiabilidad histórica”.

Benedicto XVI dice que el propósito de Juan no fue presentar una transcripción del proceso verbal, pero podemos suponer que tenía la capacidad de comprender exactamente la cuestión central del juicio.

La respuesta de Jesús coloca a Pilato en una situación muy particular. Jesús reivindica realeza y reino (basileía) pero sin el atributo del poder militar que era clave para juzgarlo. Un reinado requiere de poder, de autoridad (exousía) para gobernar pero Jesús declara que su reinado es espiritual para dar testimonio de la verdad. Pilatos se pregunta en voz alta: “¿qué es la verdad?”.

Benedicto XVI nos dice que la doctrina moderna sobre el Estado se hace igual pregunta: ¿puede la política tomar la verdad como categoría de su estructura? ¿o hay que dejar la verdad como dimensión inaccesible entregada a la subjetividad y limitarse a establecer la paz y la justicia con los instrumentos del poder? Ante la imposibilidad de establecer un consenso sobre la verdad, ¿no se transforma la política en instrumento de tradiciones que sólo buscan conservar el poder?

Si la verdad es subjetiva, ¿cómo es posible hacer justicia? ¿No deben existir criterios comunes que garanticen la justicia para todos, criterios que no están sometidos a la arbitrariedad de opiniones cambiantes y de concentraciones de poder? ¿No es cierto que las dictaduras se mantienen por la fuerza de la mentira ideológica y que sólo la verdad puede traer la liberación?

¿Qué es la verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Puede entrar como criterio de nuestro pensamiento y de nuestra voluntad, tanto en la vida de cada uno como en la vida de la comunidad?

Tomás de Aquino definió la verdad como “adequatio intellectus et rei” (Suma Teológica). Pero esto es sólo una pequeña parte de lo que realmente existe, no es la verdad en toda su amplitud y plenitud. Tomás de Aquino agrega que la verdad está propia y primeramente (proprie et primo) en la inteligencia divina; en la inteligencia humana propia pero secundariamente” (proprie quidem et secundundario). Dios es “ipsa summa et prima veritas”. Esta fórmula nos acerca a lo que Jesús quiere decir cuando habla de la verdad.

“Dar testimonio de la verdad” es poner a Dios en primer plano, por sobre los intereses del mundo, es hacer que el mundo sea descifrable, que la verdad sea accesible de tal manera que pueda ser la medida y el criterio de orientación en el mundo del hombre, que el poder de la verdad, el derecho de la verdad vengan al encuentro de los grandes y de los poderosos.

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Cuando la verdad no es descifrable, cuando no es reconocible el mundo no está redimido y entramos a una situación que conduce al pragmatismo, y el poder de los fuertes pasa a ser el verdadero dios de este mundo de los hombres.

Podemos pensar que gracias a los avances científicos el mundo es ahora descifrable. En tal sentido Francis S. Collins, quien dirigió el Human Genome Poroject, dijo: “el lenguaje de Dios ha sido descifrado” (The Language of God, p. 99). Es cierto que la verdad funcional del hombre ahora es visible, pero la verdad del hombre sobre sí mismo, sobre lo que es, de donde proviene, donde va, el objeto de su existencia, el bien y el mal, no se puede leer en el genoma. Pareciera que el mejor conocimiento de nuestra verdad funcional va acompañado de una ceguedad sobre la “verdad” misma, saber cual es nuestra verdadera realidad y nuestra verdadera finalidad.

No sólo Pilato dejó sin respuesta la pregunta ¿qué es la verdad? También hoy día se percibe esa dificultad en el debate político y en la discusión sobre la formación del Derecho. Sin la verdad el hombre no puede aprehender el sentido de la vida. Si la verdad no le es accesible, reconocible, entonces deja el campo libre a los más fuertes, y la verdad es reconocible cuando Dios es reconocible, y lo es en Jesús; en él Dios entró en el mundo y sentó el criterio de la verdad en el corazón de la historia. Exteriormente la verdad es impotente en el mundo, como lo fue Jesús al ser crucificado. Pero es en la ausencia total de poder que Jesús es potente, y sólo así la verdad se hace siempre más poderosa.

Después de interrogar a Jesús, Pilato volvió donde los acusadores para decirles que no encontraba delito alguno cometido por Jesús. Luego dijo que siendo costumbre liberar a uno por Pascua daba a elegir entre Jesús y Barrabás:

“Y dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: “Yo no encuentro ningún delito en él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al rey de los judíos?” Ellos volvieron a gritar diciendo: “A ése no, no; a Barrabás”. Barrabás era un salteador” (Jn, 38-40)

“Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato” (Mc, 15,7)

Juan se refiere a los acusadores de Jesús como “los judíos”. Tanto Juan como Jesús y todos sus seguidores eran judíos por lo que debemos entender que la expresión “los judíos” en el evangelio no se refiera al pueblo de Israel sino que a la aristocracia del templo.

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En cuanto a la “plebe” (ochlos) que pide la liberación de Barrabás -hijo del padre-, Benedicto XVI dice que se trata de partidarios de este rebelde que concurren en masa a pedir su amnistía en la Fiesta de Pascua.

En evangelio de Mateos amplifica la expresión “los judíos”:

“Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Y cuando el procurador les dijo: “¿A cual de los dos queréis que os suelte?”, respondieron: “A Barrabás”. Díseles Pilato: “Y ¿qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?”. Y todos a una: “! Sea crucificado!” - Pero ¿qué mal ha hecho? Preguntó Pilato. Más ellos seguían gritando con más fuerza: “! Sea crucificado!” Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo “Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis”. Y todo el pueblo respondió: “! Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle, se lo entregó para que fuera crucificado”. (Mt, 27, 20-26)

Al respecto, Benedicto XVI concuerda con Joachim Gnilka (Matthäusevangelium II, p. 4599) en estimar que Mateos evidentemente no relata un hecho histórico cuando dice que “todo el pueblo” pidió la crucifixión de Jesús; frente al pretorio estaban los acusadores de Jesús, la aristocracia del templo, y luego al momento de la amnistía se agregó la “plebe” de los partidarios de Barrabás. Es dable pensar que Mateos quiso formular una etiología teológica que permite explicar el terrible destino de Israel en la guerra judeo-romana.

En ese contexto, Mateos tal vez pensó en las palabras de Jesús cuando predice el fin del templo:

“!Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! !Cuantas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa” (Mt, 23,37 y 38).

Recordemos la inmensa analogía que existe entre el mensaje escatológico de Jesús y el mensaje del profeta Jeremías sobre la destrucción del templo, el exilio de Israel y una nueva alianza.

Hay quienes sostienen que los evangelios culparon a los judíos de la muerte de Jesús por motivos políticos favorables a Roma. Pero tal afirmación carece de fundamento histórico

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porque cuando los evangelios fueron redactados ya había ocurrido la persecución a los cristianos ordenada por Nerón después del incendio de Roma.

En el juicio de Jesús hay un incidente penoso que se desarrolla en tres actos. Primero, la presentación de Jesús como candidato a la amnistía de Pascua. Pero amnistía supone previa condenación, y cuando la plebe ejerce su derecho por aclamación deja a Jesús como condenado. Es preferir al exaltado sobre el no-violento. Es la elección de la aristocracia del templo cuando dicen: “No tenemos más rey que el César”, porque al amor y la verdad prefieren la esperanza mesiánica de un rey que liberará Israel y gobernará sobre todos los pueblos. Es la elección por la violencia que años más tarde conducirá a la guerra judeo-romana, a la destrucción de Jerusalén y del templo.

El segundo acto es la brutal flagelación de Jesús. El Derecho Penal romano establecía la flagelación para el condenado a muerte por varios verdugos hasta que se cansaban y la carne del condenado pendía en jirones sangrientos (Bilnzler, p. 321). Eso explica que Jesús cayera al llevar el brazo de la cruz y que muriera rápidamente en la cruz.

El tercer acto es la coronación de espinas. Después de la flagelación, los soldados se mofan colocando sobre su cabeza una corona de espinas, le colocan un cetro de caña en la mano derecha y lo cubren de un manto color púrpura. Se arrodillan diciendo: salve, rey de los judíos! y lo abofetean.

Jesús es conducido hasta Pilato en esa vestimenta y el procurador lo presenta a la muchedumbre: “Ecce homo!” (Jn, 19,5). Luego se sienta y pronuncia la sentencia de muerte por crucifixión.

Pilato sabía que Jesús era inocente del cargo de sedición.

Como procurador representaba el Derecho romano sobre el cual descansaba la pax romana junto a su poderío militar. La paz descansa en la justicia y la fuerza de Roma era su sistema jurídico, el orden jurídico con el cual se podía contar.

Pero la interpretación pragmática del Derecho vence en Pilato; más importante que la verdad era la fuerza pacificadora del Derecho. Absolver al inocente podía ser fuente de problemas, para él personalmente por las amenazas que le habían proferido y para el orden público en la Fiesta de Pascua. Tal vez así Pilato pudo tranqulizar su conciencia poniendo la paz por encina de la justicia.

Comentario: La lectura de los capítulos precedentes muestra tensiones internas sobre un tema de importancia para comprender lo que ocurrió en Jerusalén en esa Fiesta de Pascua.

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Juan dice que el Sanedrín se reúne después que Jesús resucita a Lázaro, esto es, antes de su llegada en peregrinaje a Jerusalén, y que a proposición del Sumo Sacerdote Caifás resuelven su muerte.

Al tratar de la entrada de Jesús a Jerusalén, el libro cita a Mateo (21,10): “toda la ciudad se conmovió”, lo que estima comparable al sobresalto producido con la llegada de los tres magos a Jerusalén que preguntaban “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? (Mt, 2,1). Esa conmoción era como el susto que produce un temblor.

Al tratar de la purificación del templo, se dice que Jesús atacó una práctica corrupta autorizada por la aristocracia del templo al permitir a los comerciantes y a los cambistas instalarse y operar en el patio de los gentiles: “Echó fuera a los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas” (Mt., 21,12)

Se agrega que ni la policía del templo ni la cohorte romana en la fortaleza Antonia intervinieron y que más tarde sumos sacerdotes y ancianos le preguntaron “¿con qué autoridad haces esto?” (Mt., 21,23)

Hay, pues, cierta tensión entre la conmoción que produce en Jerusalén la entrada de Jesús montando un borrico blanco y los peregrinos saludándolo y echando sus mantos y ramas al camino para que pasara con honores reales, y el hecho que al volcar las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas no intervengan los guardias del templo cuando el Sanedrín ya había resuelto que Jesús debía morir.

En un capítulo se dice que seguramente la purificación del templo fue un acto simbólico dentro de ciertos límites.

La crucifixión y el entierro de Jesús

Reflexión preliminar: palabra y acontecimiento en el relato de la Pasión

En los relatos de la crucifixión los Evangelios citan y aluden con frecuencia a las escrituras de tal modo que palabras y hechos se compenetran íntimamente: los hechos plenos de significado en las palabras de las escrituras, y las palabras de Jesús que anteriormente habían sido sólo palabras, muchas veces incomprensibles para los discípulos, se hacen realidad y se entreabren a la comprensión.

A primera vista la crucifixión y muerte de Jesús aparecía como un hecho irracional que cuestionaba todo su mensaje y lo que él representaba.

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Por eso es que detrás de los relatos de los Evangelios hay todo un proceso de comprensión y de formación de la Iglesia naciente. Proceso que está bien ilustrado en el relato sobre los discípulos que en el camino de regreso a Emaus conversan sobre lo acontecido, y que cuando Jesús resucitado les pregunta al respecto responden que los sumos sacerdotes y los magistrados condenaron a muerte y crucificaron a Jesús y que ellos habían esperado que Jesús iba a liberar a Israel. Jesús entonces les explica lo que las profecías y las escrituras dicen sobre él. (Lc, 24,13-35)

Son los hechos que en un primer momento parecen incomprensibles los que conducen a una nueva interpretación de las escrituras. Esta concordancia entre hechos y escrituras determina la estructura de los evangelios y es constitutiva para la fe de la Iglesia. Sin esta concordancia en la que hechos y escrituras se entrelazan no puede comprenderse el desarrollo de la Iglesia y la credibilidad de su mensaje.

Benedicto XVI cita especialmente dos textos veterotestamentarios que estima de importancia fundamental por cuanto abrazan e iluminan teológicamente el conjunto de los hechos de la Pasión.

El salmo 22 es un grito de angustia que Israel sufriente dirige a Dios aparentemente callado.

En la extrema angustia, se oye el dolor del que sufre ante un Dios aparentemente ausente y la oración se transforma en grito:

“Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?

!lejos de mi salvación la voz de mis rugidos!

Dios mío, de día clamo, y no respondes,

también de noche, no hay silencio para mí.” (2 y 3)

El sufrimiento del inocente lo toman como prueba de que Dios no lo ama y se mofan:

“Y yo gusano, que no hombre,

vergüenza del vulgo, asco del pueblo,

todos los que me ven de mí se mofan,

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tuercen los labios, menean la cabeza:

“Se confió a Yahveh, !pues que él lo libre,

que le salve, puesto que le ama” (7-9)

También el salmo habla de la túnica que los verdugos echan a la suerte:

“Repártense entre sí mis vestiduras

y se sortean mi túnica” (19)

Pero el grito de angustia se transforma en oración de alabanza.

La Iglesia naciente se reconoce en la “gran asamblea” que debe dar el alimento del cuerpo y la sangre de Jesús y llevar su mensaje a todos los pueblos de la tierra:

“De ti viene mi alabanza en la gran asamblea,

mis votos cumpliré ante los que te temen.

Los pobres comerán, quedarán hartos,

los que buscan a Yahveh le alabarán:

“! Viva por siempre vuestro corazón!” (26 y 27)

“Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines de la tierra,

ante él se postrarán todas las familias de las gentes (28)

Benedicto XVI señala que el otro texto fundamental es Isaías 53, del que habló en el contexto de la oración sacerdotal de Jesús.

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Jesús en la cruz

Las primeras palabras de Jesús en la cruz fueron. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. (Lc., 23,34)

El ruego de Jesús al Padre está en consonancia con lo que predicó en la montaña; pide perdón a quienes lo han crucificado porque “no saben lo que hacen”. La ignorancia no exime sino que atenúa la falta pero deja abierta la puerta para la conversión.

Lo dice Pablo, quien pese a haber seguido estudios con los mejores maestros para ser escriba (rabino) en una mirada retrospectiva admite su ignorancia. Reconoce que sin el don de la fe había perseguido a los cristianos, pero por misericordia recibió se convirtió al haber actuado por ignorancia.

Este conjunto de saber/ignorancia, de conocimiento material y de profunda incomprensión, existe desde siempre. Por eso, las palabras de Jesús sobre la ignorancia deben sacudir el espíritu de quienes pretenden haber alcanzado el conocimiento pero que no se abren a la verdad por la estrechez de sus corazones.

Jesús ultrajado

Jesús ya crucificado recibe tres tipos de ultraje:

“los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “Eh, tú!, que destruyes el santuario y lo levantas en tres días, sálvate a ti mismo bando de la cruz!” (Mc, 15, 29 y 30)

“los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos” (Mc, 15,31 y 32)

“También le injuriaban los que con él estaban crucificados” (Mc, 15,32)

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Es la tentación de Jesús en su retiro en el desierto de usar sus poderes para sí mismo.

También lo desafían a destruir y reconstruir el templo. Al morir Jesús se rasga el velo que guardaba el Santo de los Santos al que sólo penetraba el Sumo Sacerdote una vez al año, pronunciaba el nombre de Dios y comparecía ante él. Ahora, al rasgarse el velo la Casa de Dios queda vacía; al levantar el velo Dios se manifiesta a todos en el Hijo.

En las burlas los sumos sacerdotes, ancianos y escribas encontramos la sentencia de los impíos sobre el justo del Libro de la Sabiduría (la sabiduría y el destino del hombre, 2,12-20):

“Tendamos lazos al justo, que nos fastidia,

se enfrenta a nuestro modo de obrar,

nos echa en cara faltas contra la Ley

y nos culpa de faltas contra nuestra educación.

Se gloria de tener el conocimiento de Dios

y se llama a sí mismo hijo del Señor.

Es un reproche de nuestros criterios,

su sola presencia nos es insufrible,

lleva una vida distinta de todas

y sus caminos son extraños.

Nos tiene por bastardos,

se aparta de nuestros caminos como de impurezas;

proclama dichosa la suerte final de los justos

y se ufana de tener a Dios por padre.

Veamos si sus palabras son verdaderas,

examinemos lo que pasará en su tránsito.

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Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá

y le liberará de las manos de sus enemigos.

Sometámosle al ultraje y al tormento

para conocer su temple

y probar su entereza.

Condenémosle a una muerte afrentosa,

pues, según él, Dios le visitará”

Benedicto XVI señala que tal vez el Libro de la Sabiduría tuvo conocimiento de La República de Platón, en que que imagina que el destino en este mundo del justo perfecto sería la crucifixión.

Es en la burla que aparece el misterio de Jesús. Dios lo salvará de una manera diferente de la que imaginan quienes lo injurian, en la resurrección Dios lo liberará de la muerte y lo confirmará como el Hijo.

El tercer grupo que ultraja a Jesús en la cruz son los otros crucificados. Para referirse a ellos, los evangelios (y también los romanos) emplean el término “lëstë”, bandido, que Juan usa para calificar a Barrabás. En realidad son combatientes de la resistencia a la ocupación romana y por eso son crucificados al mismo tiempo que Jesús. En el caso de Jesús, el cargo es diferente: haberse proclamado rey de Israel. Aunque Pilato sabe que es inocente, “redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz: “Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos”. Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, en latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas “el rey de los judíos” sino “éste ha dicho: yo soy el rey de los judíos”. Pilato respondió: “lo que he escrito, lo he escrito” (Jn, 19-22)

Mientras que uno de los crucificados junto a Jesús le dijo: “¿no eres tú el Cristo? pues sálvate a ti y a nosotros”, el otro le respondió: “¿es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho”. Luego se dirigió a Jesús y le dijo: “Jesús, acuérdate de mi cuando vengas con tu reino”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc, 23,39-43)

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En su respuesta de Jesús sabe que entrará inmediatamente en comunión con el Padre y llevará consigo al otro crucificado, quien mantiene la esperanza hasta el final.

El grito de abandono de Jesús

“Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona” (Nota: desde mediodía hasta las tres de la tarde)

Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: “!Elí, Elí! ¿lemá sabactani?”, esto es: “Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado?” (Mt, 45 y 46) (Mc, 15,33 y 34)

El texto de la exclamación mezcla hebreo y arameo, y luego está traducido al griego en los evangelios de Mateo y Marcos. Los cristianos siempre se han preguntado cuál es el significado del grito de Jesús, ¿cómo era posible que el Hijo fuera abandonado por el Padre?

Al respecto, Rudolf Bultmann nos dice que la crucifixión de Jesús se produce por una interpretación errónea de su obra vista como la de un agitador político. Desde un punto de vista histórica, se trataría de un destino privado de sentido. No sabemos si Jesús pudo encontrar sentido, y es posible que momentáneamente haya perdido la esperanza. (Das Verhältnis, p. 12)

Mateo y Marcos agregan que al oír la exclamación de Jesús los presentes pensaron que llamaba al profeta Elías y se burlaron. En realidad, es el grito inicial del Salmo 22, ya citado, el grito mesiánico de abandono, de extremo tormento en la certeza de la respuesta de Dios.

Los Padres de la Iglesia entendieron que este grito de Jesús que es inicio del Salmo 22 no es una oración individual a Dios sino que es oración para todo Israel, para toda la humanidad sufriente.

Las vestimentas echadas a la suerte

Como era costumbre, los cuatro soldados que crucificaron a Jesús se repartieron sus vestidos, pero la túnica (chiton) la echaron a la suerte porque era un paño tejido sin

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costuras. Juan destaca este hecho por cuanto la túnica del Sumo Sacerdote era tejida de un solo hilo y de ese modo recuerda que Jesús tenía la dignidad de Sumo Sacerdote. Recordemos también el Salmo 22,19 ya citado.

“Tengo sed”

Como era costumbre, al crucificar a Jesús le ofrecieron una bebida narcótica para atenuar los dolores; Jesús no la aceptó pues deseaba mantenerse plenamente consciente: “Le daban vino con mirra, pero él no lo aceptó” (Mc, 15,23)

En el momento álgido Jesús dice “tengo sed” y los soldados le ofrecieron como era costumbre un vino ácido popular entre los pobres como bebida refrescante que podía calificarse de vinagre. “En mi sed me han abrevado con vinagre” (salmo 69,22)

Benedicto XVI se refiere igualmente al canto de la viña:

“Voy a cantar a mi amigo

la canción de su amor por su viña.

Una viña tenía mi amigo

en un fértil otero.

La cavó y despedregó,

y la plantó de cepa exquisita.

Edificó una torre en medio de ella,

y además excavó en ella un lagar.

Y esperó que diese uvas,

pero dio agraces” (Isaías, 5,1 y 2)

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La viña de Israel no ofrece a Dios los frutos de su justicia sino que los granos de uva agrios del hombre que sólo se preocupa de sí mismo. La viña produce vinagre en vez de vino; respondemos al amor de Jesús con un corazón agrio.

Las mujeres cerca de la cruz – la madre de Jesús

“Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén” (Mc, 15,40 y 41)

“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.” (Jn, 19,25-27)

Juan (19,37) cita a Zacarías “mirarán al que traspasaron”

“En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito” (Zacarías, 12,10)

Tal es el llanto de las mujeres que ven a Jesús traspasado.

La última voluntad de Jesús, hijo único, fue confiar su madre a Juan, quien la acoge en su hogar.

En el Apocalipsis, Juan habla del signo grandioso de la mujer que aparece en el cielo, que es todo Israel, que es la Iglesia. Así fue como la Iglesia antigua no tuvo dificultad en reconocer a María en la mujer, y ver en ella a la Iglesia, esposa y madre.

Jesús muere en la cruz

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Lucas (23,46) nos dice que a eso de las tres de la tarde “Jesús, dando un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” y, dicho esto, expiró” . Esta última oración de Jesús está inspirada en el Salmo 31,6: “en tus manos mi espíritu encomiendo”

Según Juan (19,30) la última palabra de Jesús fue: “Todo está cumplido”. En el texto griego la palabra “tetélestai” remite al principio de la pasión cuando Jesús lava los pies de sus apóstoles y el evangelista nos dice que Jesús amó a los suyos “hasta el extremo” (13,1), en griego “télos”.

Cuando Jesús al morir dice “todo está cumplido” significa que su amor ha llegado al extremo de dar la vida.

Otro significado de la palabra “teleoiün” lo encuentra Benedicto XVI a partir de la epístola de Pablo a los hebreos (5,9) ya que en la Torah quiere decir “iniciación”, esto es, consagración sacerdotal, pertenecer completamente a Dios, lo que se confirma en la oración sacerdotal de Jesús:

“Y por ellos me santifico a mí mismo,

para que ellos también sean santificados en la verdad” (Jn, 17,19)

Al morir Jesús ocurre un acontecimiento cósmico: se oscurece el sol, la tierra tiemble, el velo del templo se desgarra y resucitan muertos.

El centurión a cargo de los soldados encargados de las crucifixiones que se encontraba frente a Jesús cuando expiró, se estremeció profundamente y se convierte exclamando: “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc, 15,39) y así comienza la Iglesia de los gentiles.

Según el Derecho judaico (Deuteronomio, 21,22) los ejecutados deben ser enterrados el mismo día y por eso le correspondía a los soldados encargados de la ejecución quebrarles las piernas a los crucificados para acelerar su muerte. Pero al ver que Jesús ya había muerto se limitaron a clavarle una lanza en el corazón, del que salió agua y sangre.

Así se cumplió con el precepto de no quebrar los huesos del cordero pascual (Éxodo, 12,46) y también lo dicho en el Salmo 34,20 y 21):

“Muchas son las desgracias del justo,

pedro de todas le libera Yahveh;

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todos sus huesos guarda,

no será quebrantado ni uno solo”

Así puede comprenderse en todo su alcance lo que dice Juan el Bautista cuando Jesús viene hacia él: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn, 1,29)

Cuando Juan relata que del corazón de Jesús traspasado por una lanza sale sangre y agua, sale al paso a quienes sólo daban importancia al mensaje de Jesús pero no así a su “carne”, su cuerpo viviente que pierde toda su sangre en la cruz. Esta corriente de pensamiento buscaba crear un cristianismo de las ideas solamente, excluyendo por lo tanto la eucaristía.

El entierro de Jesús

“Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir la víspera de sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Se extrañó Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de Joset se fijaban donde era puesto” (Mc, 15,42-47)

“Fue también Nicodemo -aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y aloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús”. (Juan, 19,39-42)

Así, pues, dos discípulos de Jesús que ocupaban posiciones sociales relevantes se ocuparon de rescatar su cuerpo y enterrarlo de acuerdo con la costumbre judaica.

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“Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo.

Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto.” (Lc, 23,55 y 56)

La costumbre judaica era untar el cadáver para la sepultura definitiva como tentativa de parar la muerte, de evitar la descomposición. Al día siguiente del sábado, esto es, el primer día de la semana, ellas acuden al sepulcro y lo encuentran vacío.

La muerte de Jesús como reconciliación (expiación) y salvación

Con un ardiente deseo de comprender el motivo y el fin de la crucifixión de Jesús, la Iglesia naciente penetró progresivamente en la verdad más profunda: había llegado el momento final de la espera que se encuentra en los profetas y en los salmos por cuanto Dios no quiere ser glorificado con el sacrificio de toros y carneros, cuya sangre no puede purificar al hombre ni expiarlo de sus culpas.

Con la crucifixión el mundo obtiene su expiación porque el “cordero de Dios” lleva consigo el pecado del mundo; la relación de Dios con el mundo se renovó y se produjo la reconciliación.

El templo se mantuvo como un lugar venerable de oración y de anuncio, pero los sacrificios ya no tenían valor para los cristianos.

En su epístola a los romanos (3,25) Pablo recoge la tradición de la primera comunidad judeo-cristiana en Jerusalén que calificó a Jesús crucificado de “hilastèrion”, el propiciatorio sobre el Arca de la Alianza en el que, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote esparce la sangre del sacrificio.

Los cristianos interpretaron este rito arcaico así: la reconciliación de Dios y el hombre no se realiza por el contacto de la sangre con un objeto sagrado, pero en la pasión de Jesús toda la abyección del mundo entra en contacto con su infinita pureza, con el Hijo de Dios.

Normalmente el contacto de algo impuro contamina lo que es puro, pero no es así en el caso de la pureza de Jesús que transforma la inmundicia a través de su amor infinito.

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Ahí está la respuesta a la pregunta ¿no es un Dios cruel el que exige una expiación infinita? ¿no es esa una idea indigna de Dios? ¿no debemos renunciar a la idea de expiación para defender la pureza de la imagen de Dios?

El perdón se realiza de manera inversa a lo que esa pregunta presume. La realidad del mal existe, es la consecuencia de nuestra falta y no puede ser simplemente ignorada sino que debe ser eliminada, y es por eso que Dios se sitúa como lugar de reconciliación. En su Hijo toma sobre sí el sufrimiento e introduce al mundo como un don su infinita pureza.

El evangelio de Juan y la epístola a los hebreos de Pablo desarrollan los mismos pensamientos, dejando a la vista que en la crucifixión de Jesús se realiza el significado profundo del Antiguo Testamento que más allá de la crítica cultual de los sacrificios llega al significado y a la intención profunda del culto.

Benedicto XVI propone reflexionar sobre la epístola a los hebreos de Pablo, que interpreta el Salmo 40 como diálogo del Hijo con el Padre en el cual se realiza la encarnación y la nueva forma del culto divino, y lo cita con una variación: donde el salmo dice “el oído me has abierto”, la epístola dice “me has formado un cuerpo”:

“Por eso, al entrar en este mundo dice:

Sacrificio y ablación no quisiste,

pero me has formado un cuerpo.

Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradan.

Entonces dije: !He aquí que vengo

-pues de mi está escrito en el rollo del libro-

a hacer, oh Dios, tu voluntad” (Epístola a los hebreo, 10,5-7)

“Ni sacrificio y oblación querías,

pero el oído me has abierto;

no pedías holocaustos ni víctimas,

dije entonces: heme aquí, que vengo” (Salmo 40, 7 y 8)

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Los sacrificios del templo son reemplazados por la obediencia porque el verdadero modo de venerar a Dios es ofrecer la vida fundada en la Palabra. En esto el salmo va en la misma corriente del pensamiento griego que consideraba que Dios no tenía necesidad de animales y que el hombre no le da a Dios con los sacrificios lo que Dios espera del hombre. Así se llega a la fórmula del “sacrificio por medio de la palabra”: la oración, la apertura del espíritu humano a Dios es el verdadero culto.

En esta línea de pensamiento, desde los Libros de Samuel hasta la profecía tardía de Daniel se encuentra la búsqueda ardiente del amor por la Palabra de Dios que orienta, por la Torah. Dios es venerado de manera justa si vivimos en la obediencia a su Palabra.

Siempre queda un sentimiento de insuficiencia porque nuestra obediencia a la Palabra de Dios desfallece constantemente, y la volunta personal busca imponerse. Este sentimiento profundo de la deficiencia en la obediencia del hombre hace nacer un deseo de expiación que no puede realizarse en los sacrificios. La respuesta a ese deseo está en la versión del Salmo 40 que da la epístola a los hebreos: dar a Dios lo que no somos capaces de darle y que ese don sea nuestro don.

El salmista dice “el oído me has abierto”. La epístola va más lejos, “me has formado un cuerpo”, porque el Verbo se hace hombre y una nueva forma de obediencia se hace posible que va más allá de todo cumplimiento humano de los mandamientos. Es la obediencia perfecta cuyo amor lleva hasta la muerte y pone término a los sacrificios del templo.

Esta obediencia “corporal” es el nuevo sacrificio que nos implica a todos y por el cual nuestra desobediencia queda anulada. Por eso forman parte de la existencia cristiana el bautismo en el que acogemos la obediencia a Jesús, y la eucaristía que nos purifica y acerca a la adoración perfecta de Dios.

La Iglesia naciente se colocó al centro de la búsqueda de una justa comprensión de la relación entre Dios y el hombre; no sólo responde al “¿porqué?” de la crucifixión, sino que da respuesta a las preguntas que judíos y gentiles se hacían sobre la manera en que el hombre puede ser justo ante Dios, sobre la manera como podría comprender al Dios misterioso y escondido si eso estaba al alcance de los hombres.

A partir de estas reflexiones podemos ver que no sólo se elaboró una interpretación teológica de la cruz y de los sacramentos fundamentales del culto cristiano, sino que también la respuesta a la pregunta existencial sobre el significado que para cada uno tiene este obediencia “corporal” de Jesús, presentada como espacio que nos acoge y en cual nuestra vida personal encuentra un contexto nuevo.

Esta interpretación aparece claramente expuesta en la epístola de Pablo a los romanos (12,1) en la que exhorta a ofrecerse a Dios como hostia viva y santa. Es el culto a Dios por la palabra (logiké latreía) que se debe comprender como un abandono de sí mismo a Dios, un abandono en que el hombre se realiza conforme a la palabra, conforme a Dios.

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Pablo no abandona su doctrina de la justificación por la fe pero nos dice que el hombre no está condenado a la pasividad, a ser el destinatario pasivo de una justicia divina exterior a sí mismo, sino que el amor de Jesús a pesar de nuestras insuficiencias nos acoge en su sacrificio vivo para que lleguemos a ser verdaderamente “su cuerpo”.

En tiempos recientes se ha pensado que esta manera de hablar de sacerdocio y de sacrificio es alegórica, espiritual, sin significado cultual real. Pablo y la Iglesia antigua estimaron que los sacrificios materiales fueron impropiamente llamados sacrificios cultuales ya que sólo fueron una tentativa del hombre de acercarse a algo que no estaba a su alcance. El verdadero culto es el hombre vivo que llega a ser por entero respuesta a Dios porque ha sido moldeado por la Palabra que lo transforma y lo sana.

El ministerio apostólico y el anuncio del evangelio que conduce a la fe busca atraer a cada individuo al amor de Jesús para que todos sean “una ofrenda agradable a Dios” (Romanos, 15,16)., y en su centro está la entrada al misterio de la cruz, la celebración de la eucaristía, la participación renovada constantemente en el misterio sacerdotal de Jesús.

A partir de estas reflexiones es posible ver otra dimensión del culto y el sacrificio cristiano, que es martirio. En su epístola a los filipenses, Pable entreve su martirio y lo interpreta teológicamente: “y aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegraría y congratularía con vosotros” (2,17).

El martirio no es alegoría; el martirio conduce al interior de la obediencia a Jesús, y la Iglesia primitiva comprendió su profundidad y grandeza.

Benedicto XVI cita en particular los martirios de Ignacio de Antioquia, Policarpo y Lorenzo.

En último análisis el misterio de la cruz no se puede descomponer en fórmulas racionales; su esplendor enceguece nuestros ojos y sobrepasa nuestra lógica.

“que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc, 10,45)

La resurrección de Jesús entre los muertos

Lo que implica la resurrección de Jesús

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En la epístola a los corintios (1 Co, 15,14s.) Pablo dice que si Jesús no resucitó tanto su mensaje como la fe en Jesús carecerían de contenido, y resalta así la importancia de la resurrección como acontecimiento real.

Si se suprime la resurrección es posible recoger de la tradición cristiana un cierto número de valiosos ideas sobre Dios y el hombre, sobre el ser y el deber ser del hombre, esto es, una visión religiosa del mundo, pero la fe cristiana estaría muerta. En tal caso, Jesús sería una personalidad religiosa que aunque fracasó se impone a nuestra reflexión, pero en una dimensión puramente humana. Jesús no sería el criterio de referencia; éste quedaría entregado a nuestra apreciación subjetiva que escoge lo que le es útil.

Sólo si Jesús resucitó ocurre algo nuevo que cambia al mundo y a la situación del hombre, y Jesús pasa a ser el criterio sobre el cual podemos apoyarnos porque Dios se ha manifestado realmente.

Saber si Jesús sólo existió en el pasado histórico o si existe en el tiempo presente, depende de la resurrección.

Desde un punto de vista histórico, ¿qué es lo que ocurrió? Para los testigos que se encontraron con Jesús resucitado no era fácil explicarlo porque se trataba de algo enteramente nuevo que iba más allá del horizonte de sus experiencias.

El evangelio de Marcos (9,9) nos dice que después de la transfiguración Jesús “ordenó (a sus discípulos) que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de “resucitar de entre los muertos”

La resurrección de entre los muertos no es un hecho milagroso naturaleza comparable a la reanimación de un muerto y si la resurrección de Jesús no hubiera sido otra cosa que la reanimación de un cadáver como fue el caso de Lázaro, carecería de significado porque quienes recuperan la vida y siguen su curso están al fin destinados a morir como todos los hombres.

Los testimonios neotestamentarios no dejan duda que la resurrección de Jesús fue algo diferente, el cambio a una vida totalmente nueva, una vida que no sometida a transformarse ni a morir. Podríamos decir que la resurrección de Jesús es un salto cualitativo, una nueva posibilidad de ser que le abre un nuevo futuro al hombre.

En cuanto comprendemos la resurrección de Jesús como acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión en la existencia humana, damos la interpretación que resulta del Nuevo Testamento.

Jesús salió de la muerte hacia una vida diferente, hacia la inmensidad de Dios y es desde allí que se manifestó a los suyos.

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La fe judaica contemplaba la resurrección de los muertos al fin de los tiempos; en un mundo nuevo existe un modo de vida nueva. Para los discípulos de Jesús era incomprensible su resurrección de entre en el mundo viejo cuya existencia continuaba.

Nadie había pensado en un Mesías crucificado, pero fue a partir de ese hecho que se leyó las escrituras de un nuevo modo y que la crucifixión expresó su sentido. Pero esta nueva lectura de las escrituras sólo pudo comenzar a partir de la resurrección, porque sólo en virtud de la misma Jesús queda acreditado como el enviado de Dios.

Los discípulos quedaron sobrepasados por la realidad. Después de las dudas y la estupefacción, no pudieron oponerse a la realidad que el resucitado era verdaderamente Jesús, estaba vivo, les hablaba y les permitió tocarlo a pesar de que no pertenece al mundo material.

Para el hombre moderno, ¿es posible dar crédito a los testimonios neotestamentarios de la resurrección de Jesús? Como Ger Lüdermann hay quienes estiman evidente que después del “cambio en la imagen científica del mundo...las ideas tradicionales sobre la resurrección de Jesús...deben considerarse sobrepasadas” (citado por Wilkens).

Pero ¿qué significa la imagen científica del mundo? ¿Hasta dónde llega su carácter normativo? Hartmut Gese describe con precisión los límites de esa normatividad (Die Frage des Wesltbildes): por cierto que no puede haber oposición con lo que científicamente constituye un hecho claro, pero de la resurrección se habla de algo que escapa de nuestra experiencia del mundo, se habla de una nueva dimensión de la realidad que se manifiesta. En otras palabras ¿existe otra dimensión de la realidad que la que conocemos? ¿Está eso en oposición a la ciencia? ¿Puede existir algo inesperado, inimaginable, totalmente nuevo? ¿Si Dios existe, no puede crear una dimensión nueva de la realidad humana? ¿No es la creación una espera de esta útil mutación, de este salto cualitativo definitivo? ¿No espera la creación la unificación de lo finito con lo infinito, la unificación entre el hombre y Dios, sobrepasar la muerte?

Los dos tipos diferentes de testimonio de la resurrección

La tradición bajo la forma de profesión de fe

La tradición se puede expresar como breves fórmulas que conservan lo esencial del acontecimiento.

La profesión de fe más importante entre todos los testimonios es de Pablo en epístola a los corintios:

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“Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío”. Asimismo también la copa después de cenar diciendo: “Esta es la copa de la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío”. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga”(11, 23-26)

“Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué...Si no, habéis creído en vano!” (15, 1)

“Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo” (15, 3-8)

Los versículos 3 a 5 fueron transmitidos a Pablo en su primera catequesis recibida en Damasco luego de su conversión, y sin duda alguna provenía de Jerusalén en los años 30. Este Credo de Jerusalén es un verdadero testimonio original.

La muerte de Jesús

Pablo dice que “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras”. Esta referencia a las Escrituras nos muestra cual fue la posición adoptada por la Iglesia naciente frente a los hechos de la vida de Jesús.

Lo que Jesús resucitado enseña a los discípulos de Emaus es el método fundamental para comprender su figura: todo lo que le ocurre y todo lo que le concierne es realización de las Escrituras. Su muerte no se debe al azar, está en la historia de Dios con su pueblo y de ella recibe su lógica y su significado; es un acontecimiento que proviene de la Palabra y que le da cumplimiento.

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En cuanto a la referencia a muerte de Jesús “por nuestros pecados”, al tratar de la crucifixión vimos esa vasta corriente de testimonios de las escrituras que concurren a esta explicación y de la que son el trasfondo.

La muerte de Jesús no es la muerte que deriva del pecado original del hombre, no es consecuencia del querer ser como Dios que termina por hundir al hombre en su propia miseria, marcada por el destino de la muerte.

La muerte de Jesús no viene de la pretensión del hombre sino que de la humildad de Dios, de su amor por el que Dios baja hacia el hombre para atraerlo de nuevo elevándolo hacia sí. Es muerte en el contexto del servicio de la expiación, muerte que realiza la reconciliación, luz para todos los pueblos.

La tumba vacía

Esta simple profesión de fe “fue sepultado” manifiesta que fue una muerte real, la plena participación en el destino humano de morir.

La pregunta que surge es: ¿su cadáver quedó enterrado en el sepulcro o el sepulcro quedó vacío después de la resurrección?

Ha habido amplios debates sobre el tema en la teología moderna. Lo más frecuente es sostener que el sepulcro vacío no es prueba de la resurrección porque se puede explicar de diversas maneras. Se ha dicho que es un punto insignificante que puede ser dejado de lado; en cierto modo esto implica la suposición de que el sepulcro no estaba vacío y que con eso se evita una confrontación con la ciencia moderna sobre la posibilidad de una resurrección corporal.

Por cierto que el sepulcro vacío no constituye por sí solo prueba de la resurrección, pero cabe preguntarse ¿es posible conciliar la resurrección con la permanencia del cadáver en el sepulcro? ¿Pudo Jesús ser resucitado si yace en el sepulcro? ¿De qué tipo de resurrección se trataría entonces?

Hay quienes piensan que el destino del cadáver no tiene importancia para la resurrección, pero de ser así el significado de la resurrección es de tal vaguedad que cabría preguntarse sobre el tipo de realidad y el tipo de cristianismo que esa hipótesis supone.

Thomas Söding, Ulrich Wilkens y otros señalan que en la Jerusalén de la época era absolutamente imposible anunciar la resurrección si el cadáver yacía en el sepulcro.

No hay resurrección si el sepulcro no está vacío porque la resurrección se refiere justamente al cuerpo, a la totalidad de la persona.

El Credo de Jerusalén no dice explícitamente que el sepulcro está vacío pero lo presupone; y los cuatro Evangelios hablan claramente de la tumba vacía.

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En los Hechos de los Apóstoles luego de Pentecostés Pedro anuncia la resurrección de Jesús. Es el primer anuncio:

“Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David:

Veía constantemente al Señor delante de mí,

puesto que está a mi derecha, para que no vacile.

Por eso se ha alegrado mi corazón

y se ha alborozado mi lengua,

y hasta mi carne reposará en la esperanza

de que no abandonarás mi alma en el Hades

ni permitirás que tu santo experimente la corrupción.

Me has hecho conocer caminos de vida,

me llenarás de gozo con tu rostro.” (Hechos, 2,24-28) (Salmo 16, 9-11)

Pedro cita la versión griega del Salmo 16.

El texto en hebreo del versículo 10 dice:

“Tú no puedes abandonar mi alma al shéol,

porque tú no puedes dejar que tu fiel vea la fosa.

Tú me enseñarás el camino de la vida”

Pedro supone que el autor del salmo es David y agrega “el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente” (Hechos, 2,29)

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Sin entrar en la cuestión de si el autor del anuncio de la resurrección de Jesús fue Pedro u otro y cual fue el lugar y la fecha en que se hizo, podemos afirmar que se trata de un anuncio antiguo que la Iglesia desde sus principios consideró auténtico.

El Credo de Jerusalén dice que la resurrección ocurrió según las escrituras. El Salmo 16 dice que no habrá corrupción, lo que es precisamente la definición de resurrección. La corrupción del cadáver se produce porque la muerte vence; quien murió ya no existe como hombre, tal vez sólo como una sombra en el infierno. Es por tal motivo que para la Iglesia antigua y también para los Padres de la Iglesia era fundamental que el cuerpo de Jesús no sufriera corrupción; sólo así quedaba claro que no quedó prisionero de la muerte, que la vida en él triunfó sobre la muerte.

El tercer día

El Credo de Jerusalén proclama que Jesús resucitó al tercer día según las escrituras. Hay quienes piensan que la referencia a las escrituras por el tercer día es a Oseas 6,1 y 2.:

“Venid, volvamos a Yahveh,

pues él ha desgarrado y él nos curará,

él ha herido y nos vendará.

Dentro de dos días nos dará la vida,

al tercer día nos hará resurgir

y en su presencia viviremos”

Como lo han demostrado Hanz Conzelmann, Anna Maria Schwemer, Martin Hengel y otros, esta tesis es insostenible por cuanto se trata de una oración penitencial de Israel pecador, y no se trata de resurrección en su verdadero sentido. Oseas no es citado en los Evangelios ni en el siglo II.

El tercer día no es una fecha teológica sino que simplemente indica el día en que los discípulos encuentran el sepulcro vacío y tienen un primer encuentro con Jesús resucitado. Fue el primer día de la semana, reconocido como el día del culto de la comunidad cristiana. Sólo un acontecimiento de extraordinaria importancia podía hacer

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que se abandonara el sabbat y se instituyera el primer día de la semana como Día del Señor.

Los testigos

El último versículo del Credo de Jerusalén dice que Jesús se apareció primero a Cefas (Pedro) y luego a los Doce y esto confirma el encargo especial que Jesús confió a Pedro “apacienta mis ovejas” (Jn, 21, 15-17).

La tradición bajo la forma de narración

A diferencia de la tradición bajo forma de profesión de fe, que es síntesis normativa de la fe común de los cristianos en fórmulas precisas que imponen fidelidad total, la tradición bajo forma de narración sobre las apariciones de Jesús resucitado son reflejo de diversas tradiciones y no constituyen artículos de fe obligatorios en todos sus detalles. Pero estas narraciones se encuentran integradas en los Evangelios por lo que constituyen testimonios válidos que dan contenido y forma a la fe.

Hay diversidad en los relatos de los cuatro Evangelios: Mateo relata la aparición a las mujeres cerca del sepulcro vacío y luego a los Once en Galilea. Lucas relata las apariciones a los discípulos de Emaus y a los Once y menciona una aparición a Pedro. Juan relata las apariciones a María Magdalena y a los Once en Jerusalén y la aparición en el lago Tiberiades, en Galilea.

En cuanto se refiere al evangelio de Marcos, el texto original termina con el anuncio del ángel a las mujeres de la resurrección de Jesús y el encargo de avisar a Pedro y a los discípulos que Jesús los precederá en Galilea, donde lo verán. No conocemos las razones de esta interrupción.

En el siglo II se agregó un relato recapitulativo que recoge las tradiciones más importantes sobre la resurrección de Jesús.

La tradición bajo forma de profesión de fe no menciona la aparición de Jesús resucitado a las mujeres. Al respecto, Benedicto XVI nos informa que esto se debe posiblemente al hecho de que en el Derecho judío sólo los hombres eran aceptados como testigos ante el tribunal ya que el testimonio de las mujeres no era considerado fiable.

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Las narraciones no se sienten limitadas en tal sentido y contienen relatos de la aparición de Jesús primero a las mujeres y luego a los Once.

Las mujeres habían estado a los pies de la cruz y ellas descubren que el sepulcro está vacío.

Las apariciones de Jesús a Pablo

En las narraciones se describe las apariciones de Jesús resucitado. Es así como en los Hechos de los Apóstoles (26, 12-18) Pablo dice:

“En este empeño iba hacia Damasco con plenos poderes y comisión de los sumos sacerdotes; y al medio día, yendo de camino vi, oh rey, una luz venida del cielo, más resplandeciente que el sol, que me envolvió a mi y a mis compañeros en su resplandor. Caímos todos a tierra y yo oí una vez que me decía en lengua hebrea: “Saúl, Saúl, ¿porqué me persigues? Te es duro dar coses contra el aguijón” Yo respondí: “Quién eres, Señor” Y me dijo el Señor: “Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios; y para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados, mediante la fe en mi”

En 22,9 Pablo dice: “los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba” mientras que en 9,7 se dice: “los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz pero no veían a nadie”.

Lo esencial es que Jesús se aparece a Pablo como una luz resplandeciente y una voz que le encomienda la misión de convertir a los gentiles.

Las apariciones de Jesús en los Evangelios

Los relatos de los Evangelios muestran a Jesús como un hombre, que camina con los discípulos de Emaus, que permite a Tomás tocar con la mano sus heridas de la crucifixión.

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Lo que impresiona es el hecho de que no lo reconocen a primera vista, tanto María de Magdala como los discípulos de Emaus como los apóstoles en el lago Tiberiades.

Jesús se presenta a los apóstoles en Jerusalén cuando estaban reunidos a puertas cerradas, y aparece en medio de ellos. También desaparece después de bendecir el pan en la mesa con los discípulos de Emaus.

Hay identidad real y a la vez libertad con respecto a las leyes del espacio y del tiempo. Tal es la esencia singular de la nueva existencia de Jesús resucitado: es el mismo -un hombre de carne y hueso- y es también el que ha entrado a un tipo diferente de existencia.

Esta presentación de Jesús resucitado en los Evangelios desconcierta. De haber existido el propósito de inventar la resurrección se habría puesto el acento en su absoluta corporeidad, en que lo reconocen de inmediato y tal vez se habría imaginado algún signo distintivo de poder. Pero el testimonio de los Evangelios es descripción auténtica de la experiencia de quienes se encuentran con Jesús resucitado.

En el Antiguo Testamento hay tres tipos de teofanía. Primero (Génesis, 18,1-33): Abraham estaba sentado a la puerta de su tienda cuando ve en la encina de Mambré a tres hombres, acude a recibirlos y en uno de ellos reconoce a Dios. Segundo (Josué, 5,13): Josué estaba cerca de Jericó. Levanta los ojos y ve a un hombre con una espada desnuda en la mano, quien le dice “soy el jefe del ejército de Yahveh”. Tercero (Jueces, 6,11-24 y 13): los relatos sobre Gideon y Sansón en que el ángel del Señor se aparece como un hombre.

La novedad de la teofanía de Jesús resucitado es que es verdaderamente hombre, que ha sufrido y que ha muerto y que ahora vive de una manera nueva en la dimensión de Dios. Jesús no regresa a la existencia empírica que está sometida a la ley de la muerte sino que vive en comunión con Dios. Las apariciones de Jesús resucitado son diferentes de experiencias interiores y de las experiencias místicas; son encuentros reales con Jesús corporal. Jesús resucitado no es un “fantasma” o un “espíritu” como los discípulos temen al verlo.

Se puede hablar de “fantasma” o “espíritu” en Samuel y la pitonisa de Endor (Samuel I, 28, 3-19): Saúl pide a una nigromante evocar a Samuel y ésta lo hace venir del infierno. Es el espíritu de un muerto que en tanto sombra de existencia mora en los infiernos, es llamado temporalmente a la tierra y luego regresa al mundo de los muertos. Jesús resucitado no viene del mundo de los muertos, que ha dejado detrás, viene de Dios como el realmente Vivo, quien es fuente de la vida misma.

Lucas dice que Jesús resucitado habría pedido a los discípulos algo para comer y que frente a ellos habría comido pescado. La mayor parte de los exégetas piensan que es una exageración de Lucas en su celo apologético, porque Jesús resucitado ya no forma parte del mundo temporal y espacial.

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En las apariciones de Jesús hay tres menciones a la mesa. Primero, con los discípulos de Emaus toma el pan en sus manos, lo bendice y se los da y en ese momento reconocen a Jesús, quien ha desaparecido. Cuando Jesús desaparece se hace reconocible.

Segundo, en el lago Tiberiades (Juan 21, 1-14) Jesús invita a los discípulos que habían estado pescando a comer pues había preparado brasas, un pez y pan. Los discípulos no se atrevían a preguntarle ¿quién eres tú? pero sabían que era Jesús. Jesús tomó el pan y se los dio y de igual modo el pez.

Tercero, en Hechos de los Apóstoles (1,3) se dice que Jesús “después de pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén sino que aguardasen la promesa del Padre “que oísteis de mí”. Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días”.

Benedicto XVI nos dice que la referencia al hecho que Jesús resucitado comía con sus discípulos hay que comprenderla como compartir la sal. En efecto, Lucas emplea el término “synalizómenos” que traducido literalmente significa “comiendo la sal con ellos”.

En el Antiguo Testamento comer juntos pan y sal o solamente sal sirve para sellar alianzas. La sal se considera un remedio contra la putrefacción, contra la corrupción propia de la muerte y cada comida equivale a combatir la muerte. Que Jesús coma sal con sus discípulos es signo de vida nueva y permanente, es un acontecimiento de la alianza y por eso se encuentra estrechamente ligado a la última cena. No podemos imaginar lo que fue concretamente la comunión de Jesús con sus discípulos, pero podemos reconocer su naturaleza interior.

Resumen: la naturaleza de la resurrección y su significado histórico

En síntesis, podemos decir que Jesús resucitado no es un hombre que habiendo muerto vuelve a la vida biológica y que deberá volver a morir. Tampoco es un fantasma o espíritu que pertenece al mundo de los muertos y que de algún modo se manifiesta en el mundo de los vivos.

El encuentro con Jesús resucitado difiere de las experiencias místicas en las cuales el espíritu humano se eleva por sobre sí mismo y contempla el mundo de lo divino y lo eterno; es sobrepasar momentáneamente el dominio propio del alma y de las facultades perceptivas pero no es encuentro con una persona que se aproxima desde el exterior.

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A partir de lo anterior, cabe preguntarse sobre la naturaleza particular de la resurrección de Jesús. Es un acontecimiento que siendo parte de la historia va más allá de ella; empleando un analogía poco adecuada pero que ayuda a la comprensión, podríamos considerar la resurrección como un salto cualitativo radical por el cual se abre una nueva dimensión de ser del hombre.

La materia se trasforma en nuevo género de realidad: el hombre Jesús pertenece totalmente a la esfera de lo divino y lo eterno. Aún cuando el hombre ha sido creado para la inmortalidad, el lugar en que su alma encuentra un “espacio” sólo existe con la resurrección y es en esta “corporeidad” que la inmortalidad adquiere su significado en tanto comunión con Dios y con la humanidad entera reconciliada.

Dado que no tenemos experiencia alguna de esa naturaleza, no puede extrañarnos que la resurrección de Jesús sobrepase completamente lo que podemos imaginar. A pesar de ello, debemos referirnos a la resurrección de Jesús como acontecimiento histórico.

En primer lugar, debemos decir que la esencia de la resurrección de Jesús está precisamente en el hecho que quiebra la historia e inaugura una nueva dimensión, que comúnmente llamamos escatológica. La resurrección no es un hecho histórico de la misma naturaleza que el nacimiento o la crucifixión de Jesús; es algo nuevo, un nuevo género de acontecimiento.

Pero la resurrección tampoco está fuera ni por encima de la historia. La resurrección en tanto erupción fuera de la historia y que la sobrepasa, comienza sin embargo en la historia y en cierto grado le pertenece. La resurrección de Jesús va más allá de la historia pero en ella deja su huella.

El anuncio apostólico de un entusiasmo y una audacia inimaginables sin un contacto real de los testigos con Jesús resucitado.

Queda la pregunta: ¿por qué Jesús no mostró a sus enemigos con un vigor irrefutable que era el señor de la vida y de la muerte? ¿Por qué Jesús resucitado se manifestó solamente a un pequeño número de discípulos de cuyo testimonio debemos fiarnos?

Es una pregunta que no sólo concierne la resurrección de Jesús sino también el modo en que Dios se revela al mundo. ¿Por qué sólo a Abraham? ¿Por qué sólo a Israel?

Lo propio de la manera de actuar de Dios es humildemente. Sólo construye poco a poco su historia en la gran historia de la humanidad. Se hace hombre de tal manera que puede ser ignorado por sus contemporáneos. Resucitado, Jesús sólo quiere llegar a la humanidad a través de la fe de los suyos a quienes se manifestó. Golpea humildemente a la puerta de nuestros corazones y si se los abrimos lentamente nos da la capacidad de “ver”.

Tal es el estilo divino: no imponerse por el poderío exterior sino que dar libertad, dar y suscitar amor. Eso que aparentemente es tan pequeño ¿no es verdaderamente grande? ¿No proviene de Jesús un rayo de luz que se extiendo por los siglos? El anuncio de los

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apóstoles ¿habría podido encontrar la fe y construir una comunidad universal si la fuerza de la verdad no hubiera obrado en su interior?

PERSPECTIVA

SUBIO AL CIELO

ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE DIOS PADRE Y VOLVERÁ EN LA GLORIA

Las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos fueron por un tiempo limitado y la última fue a Pablo.

Jesús encargó a sus discípulos anunciar su resurrección y predicar su mensaje tanto en Israel como a todos los pueblos del mundo (Mt, 28,18) (Hechos, 1,8 y 22,21)

El anuncio que Jesús volverá a juzgar a los vivos y a los muertos y a establecer definitivamente el reino de Dios en la tierra formó parte del mensaje de los testigos de la resurrección. Una corriente importante de la teología moderna sostiene que el contenido principal del mensaje de Jesús fue este anuncio ya que Jesús habría pensado exclusivamente en categorías escatológicas. La”espera inmediata” del reino habría sido el verdadero elemento específico de su mensaje, como también del primer anuncio apostólico.

Esta interpretación no se condice con los textos ni con la realidad del cristianismo naciente que vivió la experiencia de la fe como fuerza que opera en el presente y que, al mismo tiempo, es esperanza.

“Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios” (Lucas, 24,50)

“Los que estaban reunidos le preguntaron: “Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?” Él les contestó: “A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.

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Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo” (Hechos, 1,6-11)

Cabe preguntarse si al ascender Jesús “exaltado a la diestra de Dios” (Hechos, 2,33) ¿se separó de sus discípulos y del mundo hasta su vuelta para juzgar a los vivos y los muertos y establecer el reino de Dios en la tierra? ¿Está totalmente ausente o es posible reunirse con él? ¿Hay una presencia real en la ausencia? ¿Vendrá solamente en un último día desconocido o puede venir también hoy día?

Para dar una respuesta es necesario comprender la naturaleza de la ascensión de Jesús al cielo. No se trata de una ascensión física a un determinado lugar en las alturas donde Dios tendría su trono, porque Dios es el creador de los espacios y no ocupa un espacio junto a los demás. Su presencia no es espacial sino que divina, y ser “exaltado a la diestra de Dios” significa participación en la soberanía de Dios sobre todo espacio.

Al despedirse de sus discípulos, Jesús no va a un lejano lugar sino que entra en comunión de vida y de poder con el Dios vivo; no “partió” sino que en virtud del poder mismo de Dios se encuentra siempre presente a nuestro lado.

A la idea de que el Mesías es un nuevo David con un nuevo reino davídico, presente en la pregunta que hacen los apóstoles, Jesús ya había dicho que el Mesías no es hijo de David sino que su Señor (Mt, 22,41-45)

En las palabras de Jesús “Me voy y volveré a vosotros” (Juan, 14,28), está justamente sintetizado el significado de su “partida” que es al mismo tiempo “venida”.

Esta presencia de Jesús explica la alegría de los apóstoles después de la ascensión, cuando ellos regresan de Betania a Jerusalén.

Esta nueva accesibilidad a Jesús presupone para nosotros el bautismo, por el cual nuestra verdadera existencia está cerca de Jesús, a la diestra del Padre. Al avanzar en nuestra existencia cristiana nos reunimos con Jesús resucitado, somos plenamente nosotros mismos.

Jesús no está lejos de nosotros; más bien somos nosotros que estamos lejos de él, pero el camino está abierto.

El regreso de Jesús en el último día es un pilar de la profesión de fe cristiana. El Verbo que se hizo y es hombre para siempre, que inauguró en Dios la esfera del ser humano, llama al mundo a venir a los brazos abiertos de Dios para que en el fin Dios sea todo en todos y el Hijo entregue al Padre el mundo entero que se ha unido a él. Es la certitud de la

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esperanza que Jesús que toda injusticia será reparada, que nada quedará privado de sentido, que la victoria del amor será la última palabra de la historia del mundo.

Para el “tiempo intermedio” se pide a los cristianos la vigilancia como actitud fundamental. El hombre no debe encerrarse en el momento presente entregado a las cosas tangibles, sino que debe elevar su mirada más allá de lo momentáneo y de sus urgencias. Lo que cuenta es mirar siempre a Dios para recibir de él el criterio y la capacidad de actuar de modo justo.

En medio del mal y de un mundo inexplicable, vigilancia es apertura al bien, a la verdad, a Dios. El hombre busca con todas sus fuerzas y con gran sobriedad hacer lo que es justo, viviendo según la orientación de la fe y no de sus deseos. Todo esto se encuentra ilustrado en las parábolas escatológicas de Jesús, en especial la del servidor vigilante (Lucas, 12,42-48) y la de las vírgenes necias (Mt., 25,1-13)

El Apocalipsis (22,20) termina: “dice el que da testimonio de todo esto: “Sí vengo pronto” Amén! Ven, señor Jesús!” Es el llamado de esperanza: que Jesús venga cuando se está en una situación de peligro en la que sólo él puede ayudar.

Al final de la primera epístola de Pablo a los corintios se encuentra la misma oración en arameo, que se ha leído en dos modos distintos: “Marana tha” (Ven, Señor) o “Maran atha” (El Señor vino”)

El libro llamado Didachè (alrededor del año 100) nos dice que este llamado era parte de las oraciones litúrgicas de la eucaristía de los primeros cristianos. En él se concretan ambos modos de la oración aramea: invocan la venida definitiva de Jesús, y con alegría ven al mismo tiempo que Jesús vino, que entremedio de nosotros.

Hay, pues, una tensión intrínseca en la espera del regreso de Jesús. Al respecto, Benedicto XVI cita dos textos del breviario romano, uno de Cirilo de Jerusalén para el primer domingo de Adviento, y el otro de Bernardo de Clairvaux para el miércoles de la primera semana de Adviento. Este último texto habla de las tres venidas de Jesús, siendo el “adventus medio” la presencia espiritual que es anticipatoria, esto es, forma parte de la escatología cristiana.

La obra de dos grandes figuras entre los siglos XII y XIII, Francisco y Domingo, fue un modo por el cual Jesús entró nuevamente en la historia, un modo nuevo de escuchar su palabra y su amor, un modo por el cual renovó la Iglesia y trajo hacia sí la historia.

Lo mismo podemos decir de las figuras santas del siglo XVI: Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco Javier. Ellos traen la nueva irrupción de Jesús en la historia en un siglo que se alejaba de Dios a la deriva.

El misterio, la figura de Jesús aparece de nuevo con una fuerza que transforma a los hombres y modela la historia.

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Comentarios

La obra en dos volúmenes sobre Jesús de Nazaret de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) busca revelarnos la figura de Jesús a través de una selección de temas que el autor escogió como de particular relevancia:

(volumen I) el bautismo, las tentaciones, el sermón de la montaña, la oración del Señor, los discípulos, el mensaje de las parábolas, las grandes imágenes del evangelio de Juan: agua, vid y vino, pan y pastor, la confesión de Pedro, la transfiguración, los nombres con los que Jesús se designa a sí mismo,

(volumen II) la entrada a Jerusalén, el mensaje escatológico de Jesús, el lavado de los pies, la oración sacerdotal de Jesús, la última cena, Getsemaní, el juicio de Jesús, la crucifixión y el entierro de Jesús, la resurrección de Jesús entre los muertos.

Ratzinger no elude los puntos más difíciles sino que por el contrario sabe presentarlos en un lenguaje y con imágenes e ilustraciones que facilitan la comprensión del lector. En las controversias sobre temas críticos para revelar la figura de Jesús, cita y comenta con gran apertura de espíritu opiniones muchas veces opuestas de numerosos exégetas e historiadores católicos, protestantes o judíos. La bibliografía revela un trabajo de investigación muy bien documentado y una erudición de excepción.

En el primer volumen, el autor suele entregarnos una visión de fe muy íntima y presentar ciertos aspectos relevantes con una inspiración que conmueve al lector. Su honestidad intelectual es admirable.

El segundo volumen es algo menos personal, posee un tono más bien académico ya que entra en el debate de cuestiones propias de la teología. Tal vez el lector sienta cierta distancia emocional luego del primer volumen, pero sin duda que ciertos misterios de la fe cristiana expuestos en esta segunda parte del libro sobre Jesús de Nazaret lo invitarán a detenerse en esos temas que sobrepasan el razonamiento.

El autor nos dice que Dios se hace presente en la historia humana paso a paso respetando la libre voluntad de sus creaturas. En tal sentido, en las escrituras del pueblo judío, elegido por Dios para un primer contacto con los hombres, se advierte el llamado de esperanza en la concreción profética de la llegada del Mesías, y esta esperanza culmina y se realiza con Jesús de Nazaret. Con la resurrección de Jesús entre los muertos, el hecho fundamental de la fe cristiana, se ha producido la reconciliación y la humanidad tiene abierto el camino hacia su creador.

Estos comentarios nacen de la lectura de la obra sin tomar posición desde el exterior de la misma.

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