integración y desintegración de un espacio fronterizo - jorge pinto

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Integración y desintegración de un espacio fronterizo. La Araucanía y las Pampas, 1550 – 1900. 1 Jorge Pinto Rodríguez. Introducción. El propósito de este artículo consiste en presentar una síntesis de lo que ocurrió en la Araucanía desde mediados del siglo XVI hasta fines del siglo XIX, en términos de una sugerencia para analizar la historia regional. Desde nuestro punto de vista se produjo en esta zona un proceso muy interesante que provocó enormes transformaciones en las dos sociedades que estuvieron en contacto (la indígena y no indígena) y en las relaciones que se establecieron entre las dos. Nos parece que hay claras diferencias respecto de lo que ocurrió entre 1550 y 1650 y lo que pasó entre esa fecha y I850 y, más adelante, en la segunda mitad del siglo pasado. Creemos que en la historia secular de la Araucanía se produjeron tres fases menores que corresponden, sucesivamente, a la configuración de un espacio de conquista y territorio de guerra (1550- 1650); la emergencia y consolidación de un espacio fronterizo (1650-1850) y la desintegración de éste (1850- 1900). Más que en las fases mismas, en las páginas siguientes centraremos la atención en los factores que provocaron los cambios, tratando de explicar por qué ocurrieron y cómo fueron perfilando una historia que favoreció la articulación de la Araucanía con las Pampas en el nuevo escenario que se generó en América con la llegada de los españoles, hasta que los estados nacionales de Chile y Argentina decidieron invadir de nuevo este territorio en el siglo XIX. Como en toda síntesis, no podremos profundizar aquí una serie de comentarios que merecerían, sin duda, un tratamiento más extenso. Antes de iniciar el análisis, quisiéramos insistir, sin embargo, en otro asunto que consideramos fundamental para entender algunas de las cuestiones que vamos a plantear. Las relaciones que se inician en el siglo XVI entre los mapuche y la sociedad europea, se establecieron [11] entre dos grupos que habían alcanzado distintos niveles de desarrollo. El contacto no fue, por tanto, simétrico; hay, por lo menos, una asimetría que tuvo, desde nuestro punto de vista, enorme influencia en el carácter de las relaciones interétnicas que se dan en el Nuevo Mundo: los distintos grados de intervención sobre el "otro" que cada una había desarrollado. Nos parece que la sociedad europea era una sociedad preparada para intervenir y transformar al indígena y que disponía, además, de los mecanismos para hacerlo. Por el contrario, la sociedad indígena, juega un rol más pasivo, primero, porque no acude a la relación con el propósito de transformar al español y, segundo, porque tampoco ha refinado sus procedimientos de intervención sobre aquél. Esto es, tal vez, lo que hace aparecer a los conquistadores como más etnocéntricos y, en algunos casos, etnocidas y genocidas. Al margen de los juicios de valor que surgen de esta apreciación, la voluntad y capacidad de intervención de la sociedad europea transforma sus acciones en eventos mucho más influyentes que los desplegadas por la sociedad indígena en las situaciones que se generan en lía Araucanía y las Pampas. En el fondo, lo que queremos decir es que para entender muchos cambios que se producen en este espacio tenemos que mirar lo que está ocurriendo en el mundo de los conquistadores; tal vez son ellos los que tienen más posibilidades de decidir el curso de la historia. Esto no quiere decir que el mundo indígena no juegue un rol importante; simplemente estamos señalando que en el juego de influencias, los europeos están en mejores condiciones de orientar el curso de los hechos. Las relaciones entre huincas y mapuche no fueron simétricas. Desde nuestro punto de vista, esto refleja, una vez más, el carácter colonial que adquiere nuestro desarrollo histórico 2 . 1 En: Pinto, J. (ed.). “Araucanía y Pampas. Un Mundo fronterizo en América del Sur”. Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1996. p. 11-46. 2 Sobre el carácter de las relaciones que se producen entre indígenas y no indígenas en esta frontera recomendamos la consulta de los artículos de Susana Bandieri, "Historia regional y relaciones fronterizas en los Andes meridionales". En Cuadernos de Historia, Universidad Autónoma de Nuevo León, N" 12, 1995 y Rolf Foerster, ¿Relaciones interétnicas ó relaciones fronterizas?". En Revista de Historia Indígena, N° 1, Universidad de Chile, Santiago, 1996, pp. 9-33.

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Integración y desintegración de un espacio fronterizo. La Araucanía y las Pampas, 1550 – 1900. 1 Jorge Pinto Rodríguez. Introducción.El propósito de este artículo consiste en presentar una síntesis de lo que ocurrió en la Araucanía desde mediados del siglo XVI hasta fines del siglo XIX, en términos de una sugerencia para analizar la historia regional. Desde nuestro punto de vista se produjo en esta zona un proceso muy interesante que provocó enormes transformaciones en las dos sociedades que es

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Integración y desintegración de un espacio fronterizo. La Araucanía y las Pampas, 1550 – 1900.1

Jorge Pinto Rodríguez.

Introducción.

El propósito de este artículo consiste en presentar una síntesis de lo que ocurrió en la Araucanía desde mediados del siglo XVI hasta fines del siglo XIX, en términos de una sugerencia para analizar la historia regional. Desde nuestro punto de vista se produjo en esta zona un proceso muy interesante que provocó enormes transformaciones en las dos sociedades que estuvieron en contacto (la indígena y no indígena) y en las relaciones que se establecieron entre las dos. Nos parece que hay claras diferencias respecto de lo que ocurrió entre 1550 y 1650 y lo que pasó entre esa fecha y I850 y, más adelante, en la segunda mitad del siglo pasado. Creemos que en la historia secular de la Araucanía se produjeron tres fases menores que corresponden, sucesivamente, a la configuración de un espacio de conquista y territorio de guerra (1550-1650); la emergencia y consolidación de un espacio fronterizo (1650-1850) y la desintegración de éste (1850-1900). Más que en las fases mismas, en las páginas siguientes centraremos la atención en los factores que provocaron los cambios, tratando de explicar por qué ocurrieron y cómo fueron perfilando una historia que favoreció la articulación de la Araucanía con las Pampas en el nuevo escenario que se generó en América con la llegada de los españoles, hasta que los estados nacionales de Chile y Argentina decidieron invadir de nuevo este territorio en el siglo XIX. Como en toda síntesis, no podremos profundizar aquí una serie de comentarios que merecerían, sin duda, un tratamiento más extenso.

Antes de iniciar el análisis, quisiéramos insistir, sin embargo, en otro asunto que consideramos fundamental para entender algunas de las cuestiones que vamos a plantear. Las relaciones que se inician en el siglo XVI entre los mapuche y la sociedad europea, se establecieron

[11] entre dos grupos que habían alcanzado distintos niveles de desarrollo. El contacto no fue, por tanto, simétrico; hay, por lo menos, una asimetría que tuvo, desde nuestro punto de vista, enorme influencia en el carácter de las relaciones interétnicas que se dan en el Nuevo Mundo: los distintos grados de intervención sobre el "otro" que cada una había desarrollado. Nos parece que la sociedad europea era una sociedad preparada para intervenir y transformar al indígena y que disponía, además, de los mecanismos para hacerlo. Por el contrario, la sociedad indígena, juega un rol más pasivo, primero, porque no acude a la relación con el propósito de transformar al español y, segundo, porque tampoco ha refinado sus procedimientos de intervención sobre aquél. Esto es, tal vez, lo que hace aparecer a los conquistadores como más etnocéntricos y, en algunos casos, etnocidas y genocidas.

Al margen de los juicios de valor que surgen de esta apreciación, la voluntad y capacidad de intervención de la sociedad europea transforma sus acciones en eventos mucho más influyentes que los desplegadas por la sociedad indígena en las situaciones que se generan en lía Araucanía y las Pampas. En el fondo, lo que queremos decir es que para entender muchos cambios que se producen en este espacio tenemos que mirar lo que está ocurriendo en el mundo de los conquistadores; tal vez son ellos los que tienen más posibilidades de decidir el curso de la historia. Esto no quiere decir que el mundo indígena no juegue un rol importante; simplemente estamos señalando que en el juego de influencias, los europeos están en mejores condiciones de orientar el curso de los hechos. Las relaciones entre huincas y mapuche no fueron simétricas. Desde nuestro punto de vista, esto refleja, una vez más, el carácter colonial que adquiere nuestro desarrollo histórico2.

1 En: Pinto, J. (ed.). “Araucanía y Pampas. Un Mundo fronterizo en América del Sur”. Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1996. p. 11-46. 2 Sobre el carácter de las relaciones que se producen entre indígenas y no indígenas en esta frontera recomendamos la consulta de los artículos de Susana Bandieri, "Historia regional y relaciones fronterizas en los Andes meridionales". En Cuadernos de Historia, Universidad Autónoma de Nuevo León, N" 12, 1995 y Rolf Foerster, ¿Relaciones interétnicas ó relaciones fronterizas?". En Revista de Historia Indígena, N° 1, Universidad de Chile, Santiago, 1996, pp. 9-33.

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I. La primera invasión, 1550-1650. La Araucanía como territorio de conquista europea y resistencia indígena

Hablar de espacio fronterizo en la Araucanía en el siglo XVI tal vez no corresponde a lo que efectivamente ocurrió. Si por espacio

[12] fronterizo entendemos el territorio en el cual dos sociedades entran en contacto, es evidente que en 1550 se inicia un proceso de invasión europea que dio origen no a un contacto propiamente tal, sino a un choque o enfrentamiento que se tradujo en una guerra de conquista y una resistencia indígena, que trastornan toda la región. Guerra y resistencia, eso es lo que se puede apreciar en el siglo XVI3.

En ese proceso el interés del europeo no estaba centrado, sin embargo, en el territorio; su atención se vuelca a los hombres. En estricto rigor, al conquistador no le interesaba dominar territorios, sino hombres que pudieran producir lo que se necesitaba para conectar la economía local con la economía europea, vale decir, metales preciosos. Si hubo interés por los territorios, éste sólo existió cuando en aquellos se podía encontrar oro o plata para exportarlo a Europa. Si no se encontraban, el interés desaparecía y, si se encontraban, la población indígena era fundamental para arrancarle a la tierra los metales que se querían obtener. En síntesis, el siglo XVI es un siglo en el que podemos hablar de un proceso de conquista de sujetos, más que de conquista de territorios. Para el invasor y su interés de articular la economía colonial a la metrópoli, los hombres importaban más que las tierras4.

[13] El problema radicaba en que el indio, tal como fue visto por el europeo, no servía para sus

propósitos. Sin disciplina laboral, incapaz de producir excedentes y ajeno a los principios que movían a la economía capitalista, los pueblos aborígenes quedaron al margen de toda posibilidad de articularse al proyecto colonial.

Este exigía indios de otra naturaleza, productores de excedentes para un mercado que marcaba el ritmo de la vida. Ese fue el sentido que tuvo la legislación laboral en Chile en el siglo XVI, particularmente la Tasa de Santillán, como lo probara hace ya varios años Álvaro Jara5. Más tarde en 1580, Ruiz de Gamboa insistió en que debía ''procurar que los dichos indios sean reformados al ser de hombres..."6 un ser "hombre" que no significaba otra cosa que comportarse económicamente como quería el invasor. Y aunque esa legislación fue pensada especialmente para los indígenas del Valle Central, no hay dudas que encerraba el principio de acción que orientaba al español en su relación con los indios de la Araucanía: transformarlos en productores de excedentes. Eso queda claramente establecido en las ordenanzas particulares que Santillán elaboró para los indios de Concepción.

El proyecto colonial, implicaba también "fabricar" nuevos cristianos. En verdad, se podría hablar de un doble proceso de "construcción de sujetos", orientado el primero a producir "excedentaristas" y el segundo, la nueva feligresía de la cristiandad occidental. Ambos se encontraron en los ámbitos laborales que fueron surgiendo en todo el continente. Allí, ha explicado Pedro Morandé, las exigencias laborales impuestas por los

3 El concepto de frontera ha sido largamente debatido en el curso del siglo XX por la historiografía latinoamericana, europea y norteamericana. Sin duda, la obra de F. J. Turner, aparecida a fines del siglo pasado, desató una polémica que aún continúa. Sin embargo, no es nuestra intención insistir en ella, sólo queremos marcar aquí la diferencia que existiría entre una relación o contacto fronterizo surgida entre dos pueblos que comparten o habitan territorios limítrofes y aquella que se produce cuando una sociedad o comunidad decide invadir territorios poblados por otro grupo, generando guerra y resistencia. Desde nuestro punto de vista, en el segundo caso predominaría una violencia ocasionada no por situaciones derivadas de una relación fronteriza, sino por la guerra que provoca el invasor y la resistencia de los invadidos. Llamar a los territorios de guerra espacios fronterizos significaría legitimar las acciones desatadas por los agresores y confundir al investigador, toda vez que lo alejaría de la lógica que predomina en las relaciones sociales de los espacios que aquí llamamos fronterizos, confundiéndolas con las que predominan cuando emerge una guerra de conquista. Para una bibliografía relacionada con el debate acerca de los espacios fronterizos véase el libro de Patricia Cerda, Fronteras del Sur, Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1996. 4 Este hecho fue destacado por Pierre Chaunnu en su libro Conquista y explotación de los nuevos mundos, Nueva Clío, Barcelona, 1984, p. 14. 5 Álvaro Jara, Los sesmos del oro en la Tasa de Santillán, Universidad de Chile, 1963. 6 Tasa y ordenanzas sobre los tributos de los indios hechas por el gobernador Martín Ruiz de Gamboa, 7.5.1580. En CDiHCh, 2° Serie, T. III. pp. 58-68. En la cita Ordenanza VI. Véase también Álvaro Jara, Fuentes para la historia del trabajo en el reino de Chile, T. I, Universidad de Chile. Santiago, 1965.

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españoles se encargaron de modelar al nuevo productor y la desacralización de ese mismo ámbito laboral derrumbó los cultos ritualistas, para abrir paso a la religión de la palabra que traía el conquistador7.

Los estudios de Steve Stern sobre Huamanga han permitido seguir, con cierta precisión, como este proceso transformó a los vigorosos pueblos autóctonos de la Sierra Andina, en una casta inferior de "indios"

[14] subordinados a los colonizadores españoles. En este proceso, agrega Stern, los propios pueblos dominados pusieron algo de su parte para que esto ocurriera. Fueron, precisamente, los agentes de poder de la propia sociedad indígena los reproductores de los mecanismos de dominación impuestos por el invasor8.

Entre los mapuche, las experiencias de la sierra andina o de Hernán Cortés, en México, eran irrepetibles. Las fuentes reiteran la imagen de una sociedad sin cabeza, carente de autoridad y con una organización que nadie comprendió. Las autoridades terminaron haciendo suya la idea de una sociedad de "behetría", imposible de controlar. Los historiadores que han recogido aquellas calificaciones, han puesto el acento en el carácter negativo que le atribuía el español al mapuche, sin reparar que se trataba, más bien, de un quejumbroso lamento frente a la imposibilidad de contar con una dirigencia indígena que les permitiera traspasar a esa población los mecanismos de dominación que querían imponer. Dicho en otras palabras, el proceso de "fabricación" de los nuevos sujetos que demandaba el proyecto colonial, se veía en la Araucanía gravemente obstaculizado.

Este fue uno de los factores por el cual la conquista en Chile se revistió de tanta violencia. La convicción de los españoles del siglo XVI que en la Araucanía había abundante oro y que los mapuche debían recogerlo, los obligó a insistir en el control del territorio y de su población. Cuando constataron que los indios eran casi irreductibles y que no conformaban una sociedad que dispusiera de una estructura de poder que favoreciera la intervención por la vía de los métodos capilares, no les quedó mas alternativa que insistir en el empleo de la fuerza.

Así pensaban las autoridades civiles, los encomenderos y los misioneros al promediar la segunda mitad del siglo XVI. Surgió entonces la idea que el mapuche era un indio bárbaro, de barbaridad insuperable o incorregible, que estorbaba al europeo, al punto de ponerse en duda la conveniencia de su conservación. Cuando el franciscano Juan Gallegos recomendaba predicar con "bolas de fuego", no estaba sino reconociendo que la violencia, aunque costara la vida de los indios, constituía el mejor camino para someterlos. Esa sería la postura que retomaría más tarde fr. Pedro de Sosa, uno de los más acérrimos partidarios del empleo de la fuerza en la reducción de los indios, y algunas autoridades que discutieron el asunto a fines del siglo, cuando se redactó el Tratado de la importancia y utilidad que hay en dar por esclavos a

[15] los indios rebelados de Chile de Melchor Calderón, publicado por Medina en el tomo II de su Biblioteca Hispano Chilena9.

El Tratado no constituye un estudio acerca del indígena; tal como su nombre lo indica, aborda el problema de la esclavitud de los indios que aún permanecían rebeldes y, al margen de los detalles de una polémica que reunió a los hombres más doctos del reino, parece reflejar la convicción de que el mapuche admite alguna posibilidad de salvación en el marco del proyecto colonial del español del siglo XVI. En el fondo, la esclavitud se percibía como un medio para corregir al indígena y hacerlo funcional al proyecto que se estaba imponiendo. Había, por lo demás, causas legítimas que la justificaban, sobre todo si se tiene en cuenta que los primeros españoles que cometieron abusos contra los indios, fueron castigados por la justicia divina, empobreciendo a los hijos o nietos de los primeros conquistadores.

La polémica desatada en tomo al Tratado de Melchor Calderón y el cariz que tomó la ofensiva militar de los mapuche después de Curalaba (1598), polarizó las opiniones. Entonces, terminó imponiéndose la idea de que el mapuche constituía un estorbo que había que eliminar. De aquel sujeto que se podía transformar, aunque fuera por la esclavitud, se pasó a la imagen de un indígena incorregible, al que se podía matar, sin cargos de conciencia.

7 Pedro Morandé, Ritual y palabra. Centro Andino de Historia, Lima, 1981. 8 Steve Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española. Huamanga hasta 1640, Alianza Editorial, Madrid, 1986. 9 Fondo Histórico Bibliográfico J. T. Medina, Santiago, 1963. Medina sostuvo que el Tratado es de 1601, pero Álvaro Jara lo fecha en 1599.

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Descritos como bestiales por su incompetencia en el trabajo, González de Nájera proclama su barbaridad en la relación cuarta del informe que preparó en Madrid al Presidente del Consejo de indias, don Pedro Fernández de Castro, que él mismo tituló Desengaño y reparo de 1a guerra del reino de Chile, con el objeto de dar cuenta dejo que pasaba en el país. Los indios, dice, usan en extremo sus bárbaras crueldades, preciándose de mostrarse inhumanos. Cuando aplican tormentos a sus prisioneros, "prolongan sus bestiales deleites", pues constituyen una "infernal nación", por lo cual, concluye el militar, ''deseo que se entienda que son estos bárbaros de naturaleza tan inclinados a derramar sangre y comer carne humana, que no se encarece todo lo que se debe su crueldad, en llamarlos crueles fieras...". Carecen de razón; a cambio, la naturaleza los dotó de crueldad para su sustento y conservación10.

[16] Fray Pedro de Sosa, el franciscano que mencionábamos más arriba, nacido en 1566 y de grandes

letras y religión, según el p. Rosales, intentó con todas sus fuerzas probar que el indio no tenía salvación. En un documento que redactó para difundir sus ideas, De cuan nocivos han sido los medios que se han ejecutado en el Reyno de Chile, señaló que los indios eran indómitos y soberbios, formados en sus apostasías y cebados en la sangre del cristiano. Eran del español enemigos incorregibles, bárbaros por naturaleza. Contra ellos sólo cabía aplicar "de una vez la potencia militar suficiente y necesaria", porque, como decía San Pablo, "se debe salir del mundo" antes que consentir tanto pecado11.

A comienzos del XVII se había configurado entre los españoles la imagen de un mapuche incorregible, para con quien sólo cabía el uso de la fuerza. El proyecto colonial, que demandaba sujetos funcionales a la economía y la religión que querían imponer los españoles, empezaba a desmoronarse. La "barbaridad" del indígena se transforma, así, en un estereotipo que justifica la violencia y legitima la política de exterminio que promueven los soldados y encomenderos que coincidieron en esa apreciación. El viejo sueño de transformar al indio a través de la encomienda, los pueblos y la evangelización había terminado en la Araucanía en el más completo fracaso. Es el fracaso de un proyecto fundacional que ponía el acento en la "fabricación" de un nuevo sujeto, construido desde una raíz nativa que se quería enterrar y exterminar. Poco a poco, el etnocidio va cediendo terreno al genocidio. La imagen del "otro" como un individuo incorregible que frena la propagación de la fe tranquiliza la conciencia y proporciona argumentos en favor de acciones que para otros hombres de la época carecían de legitimidad. Lejos de ser un espacio fronterizo, la Araucanía se transformó, en el siglo XVI y la primera parte del XVII, en un territorio de guerra: el europeo invade y el mapuche resiste.

Al comienzo los mapuche tuvieron la impresión de que los españoles constituían un nuevo ejército del inca; pero, cuando constataron que no era así, tuvieron el mismo grado de dificultad de otros pueblos del continente para dimensionar correctamente a quienes tenían al frente. Y así como Moctezuma confundió a Cortés con Quetzacoatl, varios mapuche pensaron que tenían al frente a sujetos sobrenaturales.

De un relato de Gerónimo de Bibar se desprende el carácter traumático que tuvo el primer encuentro militar entre los mapuche y la

[17] hueste de Valdivia. Los indios, dice el cronista, huyeron despavoridos, aterrados por los arcabuces y caballos12. Alonso de Góngora cuenta que fue Lautaro el primero en darse cuenta que los españoles eran mortales y que lo comunicó a los demás, abriendo una nueva perspectiva en sus relaciones con ellos13. Con todo, a los mapuche debió ocurrir lo mismo que a otros indígenas de América: la conquista se transformó en un cataclismo que dislocó su relación con los dioses, el cosmos y el acontecer temporal14.

10 Alonso González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, imprenta Ercilla, Santiago, 1889, p. 53 y 60. Los entrecomillados en pp. 54 y 60 respectivamente. 11 Este documento fue publicado por Medina en su Biblioteca Hispano-Chilena, tomo II, pp. 193-208. 12 Gerónimo de Bibar, Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile. Fondo Histórico y Bibliográfico J. T. Medina, Santiago, 1965, p. 148. 13 Hay un texto de Alonso de Góngora que es muy ilustrativo. Refiriéndose a Lautaro, señala que éste "en voz alta les comenzó a decir que los cristianos eran mortales como ellos y los caballos también y se cansaban cuando hacía calor más que en otro tiempo alguno". Historia de Chile desde el descubrimiento hasta 1575. Colección de Historiadores de Chile, Santiago, 1862. 14 Enrique Florescano, "La conquista y la transformación de la memoria indígena". En Los Conquistadores, Heraclio Bonilla, compilador. Flacso, Quito, 1992, pp. 67-102.

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Asumido como mortal, al mapuche le costaba comprender a un sujeto que con tanto afán se empeñaba en reunir cosas que para él no tenían valor. De ser cierta la historia que a Valdivia se le hizo tragar oro al momento de su muerte, ésta sólo informaría de una incapacidad para entender a un invasor al que se juzgó no por lo que era, sino por lo que buscaba.

Los propios españoles se dieron cuenta de esta situación. Reiteradamente las fuentes informan de cuanto daño provocaba a la relación con los indios la excesiva ambición con que actuaban los soldados y encomenderos, provocando una resistencia indígena que desalentaba al conquistador. Y, en el caso de los mapuche, no se trataba sólo de una resistencia al trabajo, sino de una lucha por la defensa de sus propios estilos de vida. "Son grandes las vejaciones y agravios que los indios reciben", se decía en 1573 y, años más tarde, se reconocía que la guerra que hacían los indios contra el servicio personal, era para mantener sus viejas costumbres15.

Al mapuche también le costaba entender a un sujeto que desmentía en los hechos lo que decía con palabras. Los problemas eran de

[18] doble naturaleza. Por una parte, existían diferencias lingüísticas y de concepción de mundo que entorpecían la comunicación; por otra, conductas que no facilitaban su fluidez. El mapuche terminó viendo en el español un individuo inconstante, mentiroso y siempre dispuesto a burlarse de de él, a quien debía resistir con todas sus fuerzas.

En ese contexto se desarrolló la Guerra de Arauco durante el siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII, una guerra que impregnó la época, marcando el pulso de su historia16. 2. La constitución del espacio fronterizo, 1650-1850.

Paulatinamente, las cosas empezaron a cambiar. Una serie de eventos que se produjeron en la primera mitad del siglo XVII favorecieron la constitución de un espacio que dejó de funcionar con la lógica militar de los años anteriores y que abrió nuevos horizontes para la relación entre mapuche y no mapuche. Vamos a examinar aquí los cambios que se produjeron en la economía, el nuevo discurso del invasor, el surgimiento de un mecanismo de diálogo (el parlamento) y las transformaciones que se desencadenaron en la sociedad indígena. Todos están íntimamente relacionados. Esta relación favoreció, sin duda la constitución del espacio fronterizo.

a) Los cambios en la economía

Una serie de estudios publicados en los últimos años han puesto en evidencia que la economía colonial en América funcionó, por lo menos desde el siglo XVII, con una alta dosis de autonomía, al amparo de la demanda que generaron ciertos polos de crecimiento que conectaban la economía colonial con la metrópoli. El enorme interés que ha despertado la minería y algunos cultivos tropicales, ha permitido comprender como operó la economía en el Perú, México y algunas regiones

[19] de Centroamérica y el sentido que tuvieron los esfuerzos desplegados por los borbones, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII, para romper aquellas articulaciones y recuperar el mercado colonial para la naciente industria peninsular. De este modo, no sólo hemos logrado conocer el trasfondo de las reformas

15 Se citan aquí una carta de fr. A. de San Miguel del 14.12.1573 y otra de los franciscanos Juan de Torralba y Cristóbal Rabanal de 5.3.1578, ambas en CDIHCh., 2º Serie, tomo II, pp. 57-57 y 368-371, respectivamente. 16 Escapa a los objetivos de este artículo referirse al sentido de la guerra propiamente tal. Tres buenos trabajos sobre este punto son el libro de Álvaro Jara, Guerra y Sociedad, Editorial Universitaria, Santiago, 1971; el artículo de Holdenis Casanova, "El rol del jefe en la sociedad mapuche prehispánica". En Sergio Villalobos y otros, Araucanía, Temas de Historia Fronteriza, Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1989, pp. 31-45; y el artículo de Rolf Foerster, "Guerra y aculturación en la Araucanía". En Jorge Pinto y otros, Misticismo y violencia en le temprana evangelización de Chile, Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1991, pp. 169-212.

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borbónicas, sino, y esto es muy importante para nosotros, como respondió nuestra economía a las circuns-tancias generadas por aquellos polos de crecimiento, transformados en verdaderos mercados interiores17.

Sin embargo, si bien el interés por las economías que lograron conectarse directamente con la metrópoli ha permitido avanzar significativamente en la comprensión del mundo colonial, no podríamos decir lo mismo respecto de aquellos espacios localizados casi en la periferia del Imperio. Tal es el caso de la Araucanía y las Pampas, en el cono sur del continente, cuya articulación interna ha sido revelada por numerosos estudios; pero, en nuestra opinión, sin explicar todavía el significado que tuvo esa articulación en la configuración de aquel espacio fronterizo que permitió una relación mucho más expedita y menos conflictiva entre la sociedad indígena y la sociedad europea.

En los primeros trabajos que publicamos en la Universidad de la Frontera tratamos de identificar los factores que permitieron la constitución de este espacio fronterizo, privilegiando lo que había ocurrido en el ámbito de la economía18. En aquellos trabajos señalábamos que

[20] entre 1590 y 1650 se produjeron hondas transformaciones en los territorios ubicados en lo que entonces era la capitanía general del reino de Chile. Desde luego, el agotamiento aurífero, la disminución de la población indígena y su permanente resistencia, pusieron en duda la conquista de un territorio que, a mediados del XVI, parecía vital para sostener a la naciente colonia local. Simultáneamente, empezaba a configurarse el polo minero de Potosí, cuya demanda alentó una producción especializada en varias regiones del continente, una de las cuales fue, en Chile, el Valle Central.

Los compañeros de Pedro de Valdivia habían pasado por él, 50 años antes, sin prestarle mayor atención. Atraídos por el oro y la mano de obra que esperaban encontrar en la zona de Concepción, se dirigieron, sin tardanza, a lo que más tarde empezaría a llamarse Araucanía. Sin embargo, los esfuerzos por controlarla se estrellaron contra una resistencia indígena que los europeos no pudieron superar. La actitud del mapuche fue desgastando el proyecto colonial del siglo XVI, que poco a poco empezó a debilitarse. Además, el oro, que nunca fue tan abundante, empezó a escasear, sin que con ello disminuyera la belicosidad del mapuche.

En ese contexto apareció Potosí. La fertilidad del Valle Central, abrió entonces una nueva alternativa para la naciente colonia. Esta vez, lejos de buscarse su articulación con la metrópoli a través del oro de la Araucanía, se podía intentarla por medio de la exportación de sebos, cueros, cordobanes y cereales que demandaba el polo minero. Se podía, pues, abandonar la Araucanía, sin poner en peligro la estabilidad de la colonia; o, dicho de otro modo, su viabilidad, ya no pasaba por la minería de esa zona, sino por las potencialidades de una región que hasta entonces nadie había valorado.

Tal hecho habría provocado un redescubrimiento del Valle Central y el consiguiente abandono de la Araucanía. Precisamente, habría sido ese abandono lo que, de acuerdo a los primeros estudios que hicimos de esta región, habría generado las condiciones apropiadas para la emergencia del espacio fronterizo que alentó una convivencia más armónica entre europeos y mapuche. Casi en la periferia del Imperio y ocupando tierras que poco interesaban al invasor, "huincas" y mapuche habrían iniciado una convivencia, que salvó a los últimos de la extinción que sufrieron los otros pueblos indígenas de Chile.

Varias de las cuestiones que hemos señalado siguen teniendo validez. Sin duda, en el siglo XVII se produjo en Chile un redescubrimiento del Valle Central y el oro de la Araucanía dejó de interesar. Sin embargo, lo que en nuestros primeros trabajos no logramos percibir,

[21]

17 Este es un punto que la historiografía latinoamericana ha tratado con suficiente detención en los últimos años. En nuestra opinión, los trabajos más relevantes son los de Carlos Sempat Assadourian, El sistema de la economía colonial, (Lima, 1982); Carlos Contreras, La ciudad del Mercurio. Huancavelica, 1570-1700, (Lima, 1982); Juan Carlos Garavaglia. Marcado interno y economía colonial, (México, 1983); Alberto Flores-Galindo, Arequipa y el sur andino, siglos XVIII-XX, Editorial Horizonte, Lima, 1977. Véase también el artículo de Luis Miguel Glave, "Trajines, un capítulo en la formación del mercado interno colonial", en Revista Andina, Vol. 1, N° 1, Lima, 1983, pp. 9-76, y el conjunto de trabajos publicados en La participación indígena en las mercados surandinos, Olivia Harris, Brooke Larson y Enrique Tandeter, compiladores, CERES, La Paz, 1987. Aunque se refiere al siglo XVII, también es interesante el libro de Clara López Beltrán, Estructura económica de una sociedad colonial. Charcas en el siglo XVII, CERES, La Paz, 1988. 18 Jorge Pinto y otros, Misioneros en la Araucanía, 1600-1900, Celam, Bogotá, 1990 y Jorge Pinto, "Crisis económica y expansión territorial: la ocupación de la Araucanía en la segunda mitad del siglo XIX". En Estudios Sociales, N° 72, CPU, Santiago, pp. S5-126.

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fue el rol que empezaba a jugar la Araucanía en el nuevo escenario que se estaba configurando. Para comprenderlo es necesario dirigir la mirada hacia las Pampas y evaluar dos procesos simultáneos: el crecimiento de su masa ganadera y el rol de los maloqueros en la llamada "araucanización de las Pampas"19.

Como ganado cimarrón primero y luego en las estancias, la masa ganadera que llego a las Pampas con los primeros españoles experimentó un extraordinario crecimiento, generando una riqueza que muy pocos valoraron, salvo un segmento de la sociedad mapuche. Ese descubrimiento habría tenido un enorme valor para la constitución del espacio fronterizo que conformaron la Araucanía y las Pampas, pues favoreció su propia articulación interna y la articulación de toda la región con el resto del Imperio, acelerando o reorientando lo que se ha llamado "araucanización de las Pampas".

Este proceso se había iniciado, según la opinión de los especialistas, con anterioridad a la llegada del conquistador. Por los boquetes cordilleranos empezaron a trasladarse grupos mapuche que entraron en contacto con las poblaciones de la otra banda de la cordillera. La llegada del europeo no interrumpió ese proceso; más bien, el enorme atractivo que representaba la masa ganadera que crecía en las Pampas, lo acentuó y conectó con el tráfico de la sal que practicaban los pehuenche20.

A mediados del siglo XVII el tráfico de ganado y de sal había adquirido cierta magnitud. Ya en 1635 se hacía referencia a las incursiones de los indios chilenos a las Pampas y, en 1664, a la intensidad del comercio de ganado, precisándose que una parte de éste se destinaba a Potosí21. Los toquis, el segmento más activo de la sociedad mapuche en

[22]

19 Algunos historiadores han hecho ya algunas referencias al fenómeno que vamos a comentar, entre ellos cabría citar a Raúl Mandrini, Miguel Ángel Palermo y Carlos Martínez Sarasola en Argentina y a Sergio Villalobos, José Bengoa y Leonardo León en Chile. 20 Sobre este punto remito al lector al libro de Sergio Villalobos, Los Pehuenches en la vida fronteriza. Ediciones de la Universidad Católica de Chile, Santiago, 1989. Véase también el artículo de Miguel Ángel Palermo, "La compleja integración hispano-indígena del sur argentino y chileno durante el período colonial". En América Indígena, Vol. LI, Nº 1, México, 1992, pp. 153-192. 21 Respecto de la referencia de 1635 véase Helmut Schindler, "Tres documentos del siglo XVII acerca de la población indígena bonaerense y la penetración mapuche". En Cuadernos del instituto Nacional de Antropología. vol. 8. Buenos Aires, 1972-1978, pp. 149-152; y, acerca de la información de 1664 Raúl Molina, Primeras crónicas de Buenos Aires. Las dos memorias de los hermanos Massiac (1660-1662), Buenos Aires, 1955, p. 21. Agradezco a Juan Francisco Jiménez haber puesto a mi disposición estos textos.

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[23]

la resistencia al invasor, empezaron a cambiar su rol, transformándose en maloqueros que iban a las Pampas en busca de un ganado que proporcionaba riqueza y poder. Los viejos ulmenes, tradicionales dirigentes de esa sociedad, tuvieron que ceder, incluso, frente a estos nuevos personajes que surgían al interior de la sociedad indígena22.

El éxito de los maloqueros dependía de dos factores: su capacidad para activar las redes que hacían posible el traslado del ganado de las Pampas a la Araucanía, a través de circuitos comerciales dominados por los indígenas, y sus posibilidades de comercializarlo en la propia Araucanía con mercaderes que se trasladaban a la región para apropiarse de el. Partes fundamentales de un complejo engranaje, los maloqueros permitían que los circuitos indígenas y capitalistas se conectaran al sur del río Bio Bio, otorgándole a la región una función que ninguno de los españoles que la visitó en el siglo XVI llegó a imaginar.

La sensación que tenemos en Chile que la articulación del Valle Central a Potosí se logró exclusivamente gracias a la enorme potencialidad de aquella región empieza, pues, a desvanecerse. No se trata de negarla, porque efectivamente era una región muy feraz, sobre todo si se tiene en cuenta el bajo nivel de la demanda, sino, de dimensionarla en términos más adecuados. Más aún, lo que estamos planteando nos permite sospechar que el Valle Central pudo conectarse a Potosí, por lo menos al principio, gracias al ganado que llegaba de las Pampas a la Araucanía y que se desplazaba luego más al norte o a las estancias de 22 Leonardo León, "Maloqueros, tráfico ganadero y violencia en las fronteras de Buenos Aires, Cuyo y Chile, 1700-1800". Er. Jarbuch fur Geschichte von Staat, Wirstchaft und Gesellschaft Lateinamerikas, Koln, 1989, pp. 37-83.

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Concepción, donde era faenado para exportarse a los mercados mineros del Alto Perú. Testimonios más tardíos permiten afirmar que parte de este tráfico llegaba directamente a las haciendas del Valle Central, a través de boquetes cordilleranos que desembocaban en esa zona. Al menos, eso se desprende del descubrimiento de un camino que hizo José de Cerro y Zamudio en 1804, que comunicaba la Pampa con la ciudad de Talca23.

[24] Obviamente, las redes indígenas y las redes capitalistas que se conectaban en la Araucanía y las

Pampas no quedaron reducidas al tráfico del ganado y la sal. Los mercaderes que iban en su búsqueda llevaban una serie de productos que servían para el canje y la sociedad indígena desarrolló una interesante artesanía textil que sostenía también el intenso tráfico comercial. Sin el brillo del comercio interregional que se desarrolló en otras áreas del continente, y sin estudios todavía que lo hayan valorizado en su justa dimensión, la integración económica también existió en el extremo austral de América. Los numerosos testimonios citados por Leonardo León, lo prueban con toda claridad24. Lo que por nuestra parte quisiéramos agregar tiene que ver con lo que ya ha planteado Miguel Ángel Palermo en el sentido de que este comercio no sólo habría tenido importancia para esta zona, sino para todo el sistema de intercambios que generó el polo minero altoperuano25. La frontera austral terminó, al fin, cumpliendo un rol económico fundamental para Chile, favoreciendo la constitución de un amplio espacio fronterizo que hizo posible la sobrevivencia de uno de los pocos grupos indígenas que no se extinguió en la Colonia. La propia resistencia indígena fue sobrepasada por la intensidad y significación del comercio fronterizo.

Los cambios ocurridos en la economía jugaron, pues, un rol fundamental en la historia de las relaciones que se dieron entre huincas y mapuche en el extremo sur del continente, contribuyendo el intercambio comercial a sostener una realidad impensada en el siglo XVI.

[25]

b) Los hallazgos del padre Luis de Valdivia y la nueva postura del europeo frente al mapuche.

El espacio fronterizo no se constituyó sólo por factores de orden económico. Ejercieron, sin duda,

una fuerte gravitación; sin embargo, tan importantes como aquellos fueron las percepciones que los hombres de la época se formaron de la realidad local, después de la traumática experiencia del siglo XVI. Entre estos, quizás el más importante fue el padre Luis de Valdivia. Sus constataciones acerca del funcionamiento de la sociedad mapuche, unidas a la propuesta misionera de los jesuitas, cuya presencia en la región terminó por desplazar a los franciscanos, contribuyeron a configurar el nuevo escenario que haría cambiar las relaciones existentes entre mapuche y no mapuche.

El padre Luis de Valdivia había llegado a Chile en 1593, con el primer grupo de jesuitas que vino al país. Cabal exponente de la propuesta evangelizadora de los jesuitas, tempranamente se dio cuenta que la guerra perturbaba la evangelizaron en la Araucanía. Su propuesta de "guerra defensiva" era, en el fondo, una

23 Referencias en Germán Tjarks, "Belgrano, cronista de viajeros". En Historia, N° 13, Buenos Aires, 1958, pp. 57-64. Convendría señalar, en todo caso, que algunas fuentes de la segunda mitad del siglo XVIII señalan que el tráfico de ganado se hacía desde las haciendas españolas a las tierras indígenas (véase, por ejemplo, y el Informe del gobernador Manuel de Amat al rey, 16 de marzo de 1759, Biblioteca Nacional, Sala Medina, tomo 189, fs. 138-146v. y el Informe del obispo de Concepción (Espiñeira) al rey, Concepción, 7 de febrero de 1765, Biblioteca Nacional, Sala Medina, tomo 191. fs. 302-306). Esta apreciación, que contradice otras fuentes que reconocen la importancia del comercio y el tráfico de ganado en la dirección que hemos señalado en este trabajo (véase Relación del Dr. Dn. José Santiago Concha, 15 de diciembre de 1917, Biblioteca Nacional, Sala Medida, tomo 178, fs. 236-329), se refiere, más bien, al tráfico de caballares. 24 Leonardo León, Maloqueros y conchavadores en Araucanía y las Pampas, 1700-1800, Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1991, p. 11. Véase también el interesante trabajo de Juan María Veniard, "La gran rastrillada a Chile para el botín de los malones (la. y 2a. parte)". En Res Gesta, Núms. 33 y 34, Instituto de Historia de la Universidad Católica de Argentina. Buenos Aires, 1994-1995. 25 Miguel A. Palermo, ob. cit.

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propuesta misionera encaminada a limpiar el camino de los obstáculos que impedían llegar al mapuche con el mensaje cristiano26.

El p. Valdivia vivió entre los mapuche, aprendió su lengua y dialogó con ellos. Eso le permitió alcanzar una comprensión de esa sociedad que pocos habían logrado. Tal vez el documento que mejor refleja la calidad de sus descubrimientos es la carta que dirigió al p. Diego de Torres Bollo, provincial de la Orden en Paraguay, el 2 de junio de 1612, dándole cuenta de como ajustó las paces con la provincia de Catiray27.

[26] Valdivia cuenta con lujo de detalles los entretelones de las entrevistas que tuvo con varios caciques

mapuche y, en una parte vital para nosotros, expresa:

"ulmenes son los cabeza de linaje, y no tienen más vasallos que sus propios parientes: que en esta tierra no hay otro modo de caciques, ni curacas, aunque llaman curaca al que escogen por de más capacidad para hablar con españoles"28. Casi 60 años después de la llegada de los primeros españoles, el p. Valdivia lograba descubrir la

estructura básica de poder de la sociedad indígena y dimensionar su verdadero alcance. Vale decir, había descubierto al ulmén como un interlocutor válido, en una sociedad que dejaba de ser una sociedad sin cabeza y que se podía intervenir, con las limitaciones que el propio Valdivia observó, a través de su dirigencia. Cuando Valdivia propone la guerra defensiva e intenta medios distintos para tratar con el mapuche, lo hace, entonces, porque está convencido de que a través de los ulmenes se podían establecer acuerdos que la base social respetaría. El mismo señaló que los mapuche lo llamaron "anelmapuboe", vale decir, asentador y aquietador del reino29.

[27] Lo que estaba observando el p. Valdivia favorecía la propuesta global que los jesuitas hicieron para

regular las relaciones con los indígenas. En efecto, a diferencia de los franciscanos, que hicieron responsables a los indios de sus costumbres y prácticas religiosas, los jesuitas desplazaron la culpa hacia Satanás, transformando a los indios en víctimas del Demonio. Según ellos, había que defenderlos y librarlos de las

26 Más antecedentes sobre este asunto en Armando de Ramón, "El pensamiento político-social del padre Luis de Valdivia", en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, No. 64, Santiago, 1961, pp. 85-106; Jorge Pinto, "Misioneros y mapuches: el proyecto del padre Luis de Valdivia y el indigenismo de los jesuitas en Chile", en Encuentro de Etnohistoriadores, Universidad de Chile, Santiago, 1988; Maximiliano Salinas, "El evangelio, el imperio español y la opresión contra los mapuches: el padre Luis de Valdivia en Chile, 1593.1619", en Jorge Pinto y otros. Misticismo y violencia en la temprana evangelización de Chile, pp. 71-167; y, Horacio Zapater, La búsqueda de la paz en la guerra de Arauco: padre Luis de Valdivia, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1992. 27 Fue publicada por Lozano en su Historia de la provincia del Paraguay, tomo II, imprenta de la viuda de Manuel Fernández, Madrid, 1755, pp. 471-480. Sobre este punto véase, también, Horacio Zapater, "Parlamento de paz en la guerra de Arauco (1612-1626)", en Sergio Villalobos y otros, Araucanía, temas de Historia Fronteriza, pp. 47-82. 28 ídem, p. 473. Debo agradecer a mi colega y amigo Patricio Cerda, los primeros comentarios sobre este texto, clave para entender la propuesta del p. Luis de Valdivia y la política que se diseña después con los mapuche. Sobre este punto Cerda entrega un testimonio del siglo XVI muy interesante. Refiriéndose a un informe del Visitador Lorenzo de Alnen, señaló que este reconocía que la sociedad mapuche era "sin cabeza con quien capitular". Cerda, que se expande en algunas consideraciones en torno a la idea de behetría acuñada por el español, argumenta que esta afirmación se hacía para justificar el dominio que quería imponer el invasor. Puede tener razón, sin embargo, nosotros insistimos en que se trata de una percepción que muestra en toda su dimensión la inquietud de un "huinca" que no encontraba en la sociedad indígena un interlocutor a través del cual traspasar al resto de la sociedad sus mecanismos de dominación. Véase Patricio Cerda, "Equivalencias y Antagonismos en la Cosmovisión Mapuche y Castellana". En Nutram, Años VI, N° 2, Santiago, 1990, pp 11-35. 29 ídem, p. 472. Respecto de los avances que fueron haciendo los españoles en la comprensión de la sociedad indígena en el siglo XVII, puede verse la Memoria de los sucesos de la guerra de Chile, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979 de Jerónimo de Quiroga. Un estudio muy interesante sobre este mismo punto es el de Osvaldo Silva, "Acerca de los capitanes de amigos: un documento y un comentario", publicado en Cuadernos de Historia, Nº 11, Universidad de Chile, Santiago, 1991, pp. 29-45.

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garras del maligno. Eso hizo posible la emergencia de un discurso diferente, que se reflejó en una mirada menos severa hacia el mapuche y menos confrontacional a la vez30.

Ese discurso, recogido con mucha nitidez por el p. Diego de Rosales, ganó fuerza también en algunos civiles y militares. El maestre de campo Alvar Núñez, reconocía, por ejemplo, que por medio de la guerra defensiva el padre Valdivia podía hacer bastante por la conversión de los indios31, y Jerónimo de Quiroga le encontraba razón cuando alegaba que la fe no se manda, sino se persuade y que las almas no se rinden por el rigor de las armas32.

La diabolización del mapuche, aunque encierra una fuerte dosis de negación, terminó salvando al mapuche, porque, sin dejar de ser etnocida, alentó una actitud más benevolente hacia los indios. Esa actitud era fundamental para reemplazar la lógica militar del XVI por otra que alentara las relaciones más pacíficas que demandaba el espacio fronterizo que se estaba constituyendo en la región. No queremos decir con esto que los españoles y los propios jesuitas hayan renunciado a la intención de intervenir y transformar al mapuche; eso no ocurrió. Lo que nos interesa destacar es, simplemente, que se impuso un nuevo discurso sobre el "otro" que rebajó el perfil confrontacional que existió en el siglo XVI33. Ese discurso, que se apoyaba en la propuesta evangelizadora

[28] de los jesuitas y en los hallazgos del p. Luis de Valdivia sobre la jefatura de la sociedad mapuche, permitió reemplazar la lógica bélica del XVI por otra que buscó el entendimiento, contribuyendo, de manera decisiva, a la constitución del espacio fronterizo que estaba naciendo en la Araucanía y las Pampas.

c) El rol de los parlamentos.

En un trabajo reciente, Osvaldo Silva sugiere que, a comienzos del XVII se descubre al parlamento como un mecanismo de intervención que suavizó también las relaciones interétnicas en la Araucanía34. Obviamente, este fue un factor que contribuyó a distensar aquellas relaciones y a generar condiciones muy distintas a las que imperaron en el siglo XVI, sobre todo cuando la economía empezaba a funcionar sobre bases que exigían paz y entendimiento.

El parlamento tenía la virtud de contener las lógicas de las dos sociedades que estaban en contacto. Desde el punto de vista de la sociedad indígena, la "parla" rescataba el valor de la palabra en una sociedad que carecía de grafía y, desde el punto de vista de los españoles, las "actas" contenían los acuerdos que legitimaban el pacto en una sociedad escritural35. Los preparativos del parlamento, permitían, además,

[29] limar asperezas y resolver conflictos menores al interior de cada una de las sociedades que acudían al encuentro. 30 Para un comentario más extenso sobre este punto véase Jorge Pinto, "Etnocentrisrno y etnocidio. Franciscanos y jesuitas en la Araucanía 1600-1900". En Primeras Jornadas de Educación Indígena (1989), Universidad Católica de Chile. Temuco, 1991, pp. 37-70. 31 Francisco Núñez de Pineda, Suma y epilogo de lo más esencial que contiene el libro intitulado Cautiverio Feliz y guerras dilatadas del Reino de Chile, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1984. 32 Jerónimo de Quiroga. Memoria, de los sucesos de la guerra de Chile. 33 Este fenómeno ha sido observado ya por Rolf Foerster y Guillaume Boccara. Foerster sostiene que, a diferencia de los franciscanos, a los jesuitas les interesó intervenir la cultura indígena, alterando las formas que habían predominado en las relaciones mapuche-no mapuche (Jesuitas y mapuches 1593-1767, Editorial Universitaria, Santiago, 1996). Por su parte, Boccara, señala que los jesuitas reemplazaron el modelo soberano del poder, por otro; basado en el disciplinamiento del indígena ("Dispositivos de poder en la sociedad colonial fronteriza chilena del siglo XVI al siglo XVIH". En Jorge Pinto (editor). Del discurso colonial al proindigenismo. Ensayos de historia latinoamericana. Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1996, pp. 27-39). Ambos planteamientos contribuyen a comprender los nuevos diagnósticos y apreciaciones imperantes en la sociedad española del siglo XVII sobre el mapuche, que estimularon un nuevo tipo de relación interétnica. 34 Osvaldo Silva, "Guerra y trueque como factores de cambio en la estructura social. El caso mapuche". En Guillermo Bravo (Editor), Economía y comercio en América Hispana, Serie Nuevo Mundo: Cinco Siglos, Nº 5, Santiago, 1990, pp. 83-95. 35 Esta característica del parlamento se puede deducir de los planteamientos formulados por Martín Lienhard en su libro La voz y su huella, Ediciones Casa de las Américas, La Habana, 1990.

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En el fondo, se trataba de establecer acuerdos que aseguraran cuotas de poder entre todos los actores del mundo fronterizo, tanto indígenas como españoles, que permitieran el cumplimiento de un conjunto de reglas que favorecía a todos. Este fue el trasfondo de las Paces de Quillín, uno de los primeros parlamentos celebrado por una autoridad peninsular, el gobernador Marqués de Baides, con los caciques mapuche, en 1640, cuyas características se pueden extender a los restantes parlamentos que se celebraren más adelante.

En efecto, cuando el Marqués de Baides llegó a la región, el espectro de la guerra todavía estaba presente. Por lo mismo, el gobernador tuvo, al parecer, la primera intención de castigar a los indígenas, recurriendo a los mismos procedimientos que se habían empleado hasta entonces. Sin embargo, estando en la zona, cambió de opinión. Un ligero reconocimiento de la realidad local y la opinión de muchos de sus asesores debieron convencerle de la necesidad, y posibilidad real, de llegar a un acuerdo con los mapuche para asegurar la paz en una región cuya economía ya estaba funcionando al amparo de las redes indígenas y redes capitalistas se empezaban a entretejer. Los mapuche lo tenían muy claro; era evidente que el pacto les convenía y, sin lugar a ninguna duda, pues, como dijo Antigueno, con la paz "podrían vivir seguros en sus tierras y gozar con quietud de sus mujeres e hijos y no andarse escondiendo en los montes, que ya estaban cansados de las armas"36.

Los parlamentos eran, pues, como ha dicho Leonardo León, una especie de pacto colonial que involucraba a los caciques mapuche, a la corona y a los terratenientes, comerciantes y soldados locales37. Más allá de su valor simbólico, su carácter pragmático quedó en evidencia durante el resto del siglo XVII y todo el XVIII, lo que terminó convirtiéndolos en un mecanismo muy eficiente y respetado para asegurar la paz fronteriza, añorado, incluso, cuando los conflictos amenazan la tranquilidad fronteriza. El cúmulo de intereses que quedaban resguardados en los parlamentos, los transformaron en un factor crucial de las relaciones

[30] interétnicas que se dieron en la Araucanía a partir del siglo XVII. No sólo garantizaban la paz; generaban las bases para que la economía funcionara a partir de acuerdos generales y pactos menores con grupos o parcialidades que, coyunturalmente, podían transformarse en aliados o enemigos de una causa38.

d) Las transformaciones de la sociedad indígena.

El espacio fronterizo demandaba un tipo de sociedad indígena diferente a la que encontraron los españoles en el siglo XVI. Esa sociedad se pudo configurar por una serie de cambios que alteraron el marco de las relaciones existentes hasta 1600 ó 1650, entre la sociedad indígena y el invasor.

Desde luego, una primera cuestión que convendría comentar dice relación con los efectos que tuvo la resistencia militar que ofrecieron los mapuche desde muy tempranamente. La capacidad de la jefatura militar de apropiarse de algunas armas del español y agrupar a los indígena en una resistencia que desgastó al europeo, fue aunando el proyecto colonial del siglo XVI39.

Sin embargo, tan importante como lo anterior fue la emergencia de un segmento al interior de la sociedad indígena que privilegió el entendimiento con los españoles. Cuando la economía fronteriza empezó a funcionar y los viejos dirigentes indígenas se dieron cuenta que podían articular sus prácticas económicas a las exigencias de la nueva realidad, las relaciones entre "huincas" y mapuche comenzaron a variar. El antiguo guerrero, que defendía con las armas las tierras y la libertad de su pueblo, se transformó en un mediador étnico que buscó las paces con el antiguo enemigo, para sustentar su poder en las posibilidades que ofrecía el contacto con aquel40.

36 Una versión de las Paces de Quillín en Alonso Ovalle, Histórica Relación del Reino de Chile, Imprenta Ercilla, Santiago, 1888, tomo II, pp. 165-170. Carlos Lázaro ha encontrado otra versión muy interesante en la Biblioteca Nacional de Madrid, Manuscrito 2371. 37 Leonardo León, "El pacto colonial hispano-araucano y el Parlamento de 1692". En Nutram, No. 30, Ediciones Rehue, Santiago, p. 50. 38 Sobre la capacidad negociadora que se desplegaba en los parlamentos resulta muy interesante examinar la manera como actuó el gobernador A. O’Higgins. Referencias en J. Pinto, Misioneros en la Araucanía, pp. 85-86. 39 Un interesante análisis de cuestiones relativas a este punto en Margarita Alvarado, "Weichafe: el guerrero mapuche". En Revista de Historia Indígena, n° 1, pp. 35-54. 40 Algunos planteamientos sobre este punto adelantamos en Misioneros en la Araucanía, pp. 33 y 85-87. Sin embargo, los mejores estudios que disponemos a la fecha son los que ha hecho León sobre los caciques del siglo XVIÍI Curiñamcu y Aillapangui. Ambos revelan los cambios que se hablan producido en la sociedad indígena. Véase "El malón de

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[31] Esas posibilidades eran muy ventajosas, porque las bases económicas de la sociedad indígena ya casi

nada tenían que ver con las del pueblo recolector que encontraron los españoles en el siglo XVI. La expansión del tráfico ganadero, el auge de la actividad textil y los propios consumos que se fueron haciendo habitual entre los mapuche, habían transformado a la economía Indígena en una economía complementada y dependiente de la economía colonial41.

Esta realidad explica las razones por las cuales los propios parlamentos tuvieron tanto éxito. La guerra, decía Luis de la Cruz, refiriéndose a los pehuenche a comienzos de XIX, "la miran como la última desgracia" y cualquier zozobra en la Araucanía ponía en peligro los intereses de los indígenas y no indígenas. En pleno siglo XIX, el cacique Foyel, de Neuquén, explicaba lo mismo al viajero inglés George Ch. Musters con toda claridad:

"Nuestro contacto con los cristianos en los últimos años -decía Foyel- nos ha aficionado a la

yerba [mate], al azúcar, a la galleta, a la harina y a otras regalías que antes no conocíamos, pero que nos han sido ya casi necesarias. Si hacemos la guerra a los españoles, no tendremos mercados para nuestras pieles, ponchos, plumas, etcétera, de modo que en nuestro propio interés está mantener con ellos buenas relaciones"42. Las relaciones de paz eran fundamentales para sostener la nueva realidad que había surgido en la

Araucanía y las Pampas y los cambios ocurridos al interior de la sociedad mapuche habían contribuido a ello. [32]

e) El funcionamiento del espacio fronterizo.

La base del funcionamiento del amplio espacio fronterizo que constituyeron la Araucanía y las Pampas durante la colonia parece haber estado en la complementariedad de las redes indígenas con las redes capitalistas. Al amparo de esa realidad se fueron configurando una serie de fuerzas sociales (tipos fronterizos diría Sergio Villalobos), cuya existencia dependía de la mantención de las condiciones generadas por el contacto interétnico, en una región donde el mundo indígena contribuyó a sostener también la economía colonial.

A sectores importantes de la dirigencia mapuche, a los maloqueros que iban en busca de ganado, a quienes participaban del comercio de la sal o se movían por las rastrilladas que comunicaban las Pampas con la Araucanía, a las comunidades que participaban de la producción de textiles, a quienes manejaban los hilos de comercio con los españoles y, para decirlo en el lenguaje nuestro, a la burocracia indígena (lenguaraces y capitanes de amigos), convenía la mantención del espacio fronterizo. Lo mismo ocurría entre los españoles con los misioneros, el ejército, la burocracia colonial, los conchavadores y los estancieros de la zona. La extinción de la frontera significaba su desaparición o, por lo menos, su reemplazo por agentes diferentes a los que demandaba este espacio. Todos sus pobladores lo sabían muy bien; por eso, a pesar de las quejas de unos y otros, de la intranquilidad que a veces perturbaba la paz y de los abusos que se decía que algunos cometían, la frontera se mantuvo sin mayores alteraciones hasta mediados del siglo XIX. Su funcionamiento daba cuenta de un juego muy complejo de poderes, intereses y relaciones interétnicas, finamente manejadas por quienes debían hacerlo y de la complementariedad de dos formas distintas de moverse en el mundo (la indígena y la capitalista), que podían sobrevivir en el marco de relaciones que aseguraba a cada una su propio espacio43.

Curiñamku. El surgimiento de un cacique araucano, 1765-1767". En Proposiciones, No 19, Ediciones Sur, Santiago, 1990, pp. 18-43; y, "Política y poder en la Araucanía: apogeo del toqui Ayllapangui de Malleco, 1679-1774". En Cuadernos de Historia, Nº 12, Universidad de Chile, Santiago, 1992, pp. 7-67. 41 Sobre estas transformaciones han insistido Josa Bengoa en su Historia del pueblo mapuche e Iván Inostroza, La formación de una sociedad de frontera: Concepción y la Araucanía (inédito). 42 Citado por M. A. Palermo, art. cit., p. 171. La cita de L. de la Cruz en Villalobos, Los pehuenches en la vida fronteriza, p. 80. Sobre los perjuicios de la intranquilidad fronteriza en el comercio véase Holdenis Casanova, Las rebeliones araucanas del siglo XVIII, Ediciones Universidad de la Frontera, Térmico, 1988. 43 Comentarios más extensos sobre este asunto en J. Pinto, Misioneros en la Araucanía.

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La solidez con que funcionaba este mundo fronterizo explica por qué pudo resistir dos eventos que no provocaron en él mayores trastornos: nos referimos a las reformas borbónicas y la independencia de Chile y Argentina.

Respecto de las reformas borbónicas podríamos decir que éstas pasaron en la frontera casi inadvertidas. El esfuerzo de España por retomar el control de sus colonias, sólo se reflejó en la Araucanía

[33] chilena en el apoyo que empezaron a recibir los franciscanos (en desmedro de los jesuitas), cuya gestión evangelizadora entre los indígenas se ajustaba más a la política centralizadora de la Corona; en los intentos por establecer pueblos de indios y en los deseos del gobernador Ambrosio O’Higgins de detener el comercio de textiles (ponchos sobre todo) y asegurar mano de obra indígena para las estancias fronterizas. Por el lado del Atlántico, el interés se centró en el reconocimiento de las Pampas, en la búsqueda de rutas que facilitaran la comunicación con Chile y en la Fundación de algunos establecimientos que asegurara la soberanía española en aquellos territorios. Tanto en las Pampas como en la Araucanía, la estrategia de control que impulsaban los borbones chocó con las "visiones locales" que expusieron las autoridades regionales, cuyo conocimiento de la zona les permitía evaluar mejor las propuestas de las autoridades peninsulares.

Así, aunque la expansión hacia el sur de Buenos Aires fue vista en Argentina como una necesidad, terminó imponiéndose la idea de que era más conveniente mantener con los indígenas una relación armónica, admitiendo que el ganado de la Pampa era un bien compartido que permitía sostener la paz. En el fondo, lo que se buscaba era asegurar una situación que no molestaba a nadie y que había permitido que la economía funcionara sin dificultades44. En Chile ocurrió algo parecido. Desde luego, las autoridades que visitaron la zona constataron que el mapuche había dejado de ser una amenaza y que la región ofrecía innumerables ventajas si se lograba a agilizar el comercio. Así lo sugiere, por lo menos, un extenso informe enviado al rey por el fiscal de la Audiencia de Santiago, don José Perfecto de Salas en 1750 y, más tarde, la gestión de quien llegara a ser virrey del Perú, el gobernador Ambrosio O’Higgins45.

[34] Los sucesos de la independencia tampoco provocaron un efecto desarticulador en la vieja frontera.

Por lo menos, hasta 1850, los cambios no habían logrado alterar, en lo sustantivo, el marco de relaciones existentes durante la colonia. En lo que respecta a Chile, la documentación de la época sugiere que el mayor interés de los gobiernos de esos años, se orientó a contener los focos de resistencia contra la independencia, encabezada por algunos oficiales realistas, que contaba con el apoyo de numerosas parcialidades indígenas, y a establecer con los mapuche acuerdos que aseguraran la tranquilidad en la zona. La escasa adhesión que logró la causa de la independencia en la Araucanía y en toda la zona de Concepción, demuestra, incluso, hasta donde los pobladores de la región veían con temor los cambios que podía provocar un evento no deseado por ellos y que ponía en peligro el funcionamiento del viejo espacio fronterizo46. Por su parte, Argentina había iniciado la ocupación de la pampa húmeda, pero sin la intensidad de las décadas siguientes; y, Chile, demasiado interesado en vincularse a los mercados internacionales a través de la minería del Norte Chico y los trigos y harinas del Valle Central, seguía reservando para la Araucanía los mismos procedimientos de intervención que habían utilizado las autoridades coloniales: misiones, el ejército fronterizo y los acuerdos con las parcialidades mapuche a través de parlamentos celebrados con ellos47.

44 En esto hemos seguido, básicamente, las sugerencias hechas por Pedro Navarro Floria en su libro Ciencia y política en la región nortpatagónica: el ciclo fundador (1179-1806), Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1994. 45 Véase José Perfecto de Salas, Informe a V.M., Santiago de Chile, 5.3.1750. Publicado por Ricardo Donoso en Un letrado del siglo XVIII, el doctor José Perfecto de Salas, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1963, pp. 106-133; Informe de A. O’Higgins al gobernador sobre los medios de mantener en paz a los indios, 13.10.1771. En Biblioteca Nacional, Manuscritos Medina, vol. 274, fs. 203-223; y el libro de Ricardo Donoso, El Marqués de Osorno, Santiago, 1941. 46 Sobre la situación de la Araucanía durante la independencia véase Claudio Gay, Historia Física y Política de Chile, tomos V al VIII, Imprenta de Rouge y Comp., París, 1871; Benjamín Vicuña Mackenna, La Guerra a Muerte, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1972 y Tomás Guevara, Los Araucanos en la revolución de la Independencia, Imprenta Cervantes, Santiago, 1911. 47 Jorge Pinto, "Redes indígenas y redes capitalistas. La Araucanía y las Pampas en el siglo XIX". En Heraclio Bonilla y Amado Guerrero (Editores), Los pueblos campesinos de las Américas. Etnicidad, cultura e historia en el siglo XIX, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 1996, pp. 137-153. La referencia en 144-151.

Comentario [MSOFFICE1]: diferencia con frontera de arriba

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3. La desintegración del espacio fronterizo, 1850-1900.

La situación cambió radicalmente al promediar el siglo XIX. En nuestra opinión, tres fenómenos puntuales generaron un escenario que se tornó cada vez más amenazante para el indígena y el espacio fronterizo que lo cobijaba: la configuración de los estados nacionales, la articulación de sus economías a los mercados internacionales y la

[35] estrechez del mercado de la tierra. Los tres repercutieron en ambos países, primero en Argentina, más tarde, en Chile.

En realidad, las repúblicas latinoamericanas fueron, en el siglo pasado, implacables con los indígenas. Todo el peso de los estados en formación se dejó caer, sin contemplaciones, sobre las comunidades nativas que aún sobrevivían. Si en este sentido los hombres del XVI y del XVII habían dado muestras de incomprensión e intolerancia, los del XIX fueron todavía más lejos. Su etnocentrismo y posturas, a veces abiertamente genocidas, alcanzaron niveles hasta entonces desconocidos.

Como señalábamos al comenzar este artículo, lo que interesó a los españoles en los primeros años de la conquista fueron los indígenas. Decíamos que se podía hablar de un "proceso de conquista" que puso el énfasis es los primitivos pobladores del continente. Para el conquistador, el indígena constituía la mano de obra sin la cual ningún proyecto tendiente a articular la economía colonial con la economía metropolitana podía tener éxito y, para los misioneros, sin indios no había posibilidad de ampliar las bases de la cristiandad occidental. A pesar de la "barbarización" y "demonización" de los indios, estos estuvieron, en los siglos XVI y XVII, en el centro de la "conquista".

En el siglo XIX las cosas fueron diferentes. Hace l50 años el indígena pasó a un segundo plano; lo que interesó entonces fueron sus tierras. La vieja conquista dio paso a una invasión que se tradujo en un desenfrenado proceso de usurpación de territorios. Este fenómeno marcará la dinámica que asumirá la segunda invasión al mundo indígena y la desintegración del viejo espacio fronterizo en el cual éste sobrevivía. En las páginas siguientes vamos a comentar primero lo que pasó en Argentina y, a continuación, lo que sucedió en Chile.

a) Argentina y la temprana intervención del mundo indígena.

A poco de concluir la independencia, Argentina y Chile tuvieron que reorientar sus economías en función de las conexiones particulares que empezaron a buscar sus grupos dirigentes con los mercados más desarrollados del capitalismo decimonónico. Tal como afirma Ernest Laclau, en países como los nuestros, en los cuales no existió un proceso de acumulación originaria similar al que conocieron algunas economías europeas, el crecimiento económico quedó supeditado a la posibilidad de atraer inversiones extranjeras que empiezan a llegar a América Latina en el siglo XIX debido a lo que el propio Laclau llama la renta diferencial del capital a escala internacional48. Aunque es evidente que eso atraía al capital extranjero, correspondía a los grupos dirigentes de

[36] los distintos países que se configuran en el continente, generar las condiciones necesarias para que los capitales se orienten a sus países y no a otros.

En Argentina, el punto de partida de este proceso tuvo relación con la desarticulación del circuito comercial Buenos Aires-Alto Perú, que proporcionaba hasta 1810 el 80 % de las exportaciones ríoplatenses a Europa y con la necesidad de reemplazarlo por las exportaciones de lanas y, años después, por los productos derivados del ganado vacuno que se criaba en las praderas, al sur de la provincia de Buenos Aires49.

48 Ernest Laclau, "Modos de producción, sistemas económicos y población excedente. Aproximación histórica a los casos argentinos y chileno", En Revista Latinoamericana de Sociología, vol. 5, Buenos Aires, 1969. 49 Roberto Schmit, "Comercio y mercado en el litoral argentino durante la primera mitad del siglo XIX, en Jorge Silva Riquer y otros, Circuitos mercantiles y mercados en Latinoamérica, siglos XVIII - XIX, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, 1995, pp. 291-325; Guido di Tella y Ernesto Zymelman. Los ciclos económicos

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Sin embargo, la lana y el ganado vacuno no sólo atrajeron capitales extranjeros, sino obligó a los grupos dirigentes a prestar atención a lo que ocurría al sur de las antiguas provincias del Río de la Plata. Constituido el mercado de tierras, precisamente por el interés que éstas despiertan para la crianza del ganado lanar, este hecho se tradujo, rápidamente, como lo afirma Hilda Sabato, en una presión hacia los indígenas que las ocupaban, obligándolos a replegarse más al sur. El estado en formación en la Argentina inició, así, tempranamente, un acoso a ese mundo que, hasta el XVIII había logrado sobrevivir gracias a la complementariedad de las redes y circuitos comerciales que comentábamos en las páginas anteriores.

En cierta medida, se podría afirmar que los grupos dirigentes de la Argentina tuvieron que hacer su historia, en el siglo XIX, mirando hacia el sur; vale decir, hacia lo que allá se llamaba el Desierto o territorio poblado por indígenas.

Rosas tuvo plena conciencia de esto, al punto de ser uno de los primeros en hacerse cargo de las demandas de los hacendados del interior, cuyas presiones obligaban al gobierno a favorecer la ocupación de aquellas tierras, o, al menos, a terminar con la inestabilidad ocasionada por los indios, según las denuncias de los propios hacendados50.

[37] Asumir ese desafío significaba en Argentina dos cuestiones: en primer lugar, frenar el tráfico de

ganado hacia Chile, y, en segundo lugar, invadir las tierras de los indios. Esas tareas se asumieron, precisamente, desde el estado. Es más, el poder se empezó a concentrar en políticos y militares que, de alguna manera, estaban contribuyendo a lograr esos objetivos. El caso más patético es el del general Julio Argentino Roca: de conquistador del Desierto se transformó, en 1879, como Presidente de la República, en el conquistador de la ciudad. Con ello, dice el autor que voy siguiendo, reproducía un antecedente vital en la Argentina y un mito que se hizo genérico51.

Frenar el tráfico de ganado hacia Chile era clave para la Argentina. Así lo entendió Rosas, cuya expedición al desierto, realizada entre 1833 y 1834, apuntó, entre otras cosas, a detener ese tráfico. Rosas era un hacendado que, entendía, mejor que nadie, las demandas que ese grupo estaba formulando. Años más tarde, Roca tuvo todavía menos dudas. En una carta que dirige el 24 de abril de 1876 al redactor del diario La República de Buenos Aires, precisó que llevar la frontera hasta el Río Negro era cortar un comercio ilícito con Chile, que representaba fáciles pérdidas para el país. Roca calculó que anualmente, salían 40.000 cabezas de ganado robadas por los indios en las Pampas para venderlas en Chile, donde varios prohombres debían a este comercio pingües fortunas. Interceptar este comercio, decía Roca, es cortar para siempre "el comercio ilícito, que desde tiempos inmemoriales hacen con las haciendas robadas por los indios, las provincias del sur de Chile, Talca, Maule, Linares, Ñuble, Concepción, Arauco y Valdivia"52. Para Roca no quedaban dudas, era todo el Valle Central de Chile el que se beneficiaba de un comercio que tenía su origen en el ganado robado de las estancias argentinas. Por lo tanto, había que liquidarlo. Justamente, eso fue lo que persiguió el tratado de paz celebrado por el gobierno argentino del presidente Avellaneda con los caciques Epugner Rosas y Manuel Baigorria, el 24 de julio de 1878, en varias de cuyas cláusulas se

[38] establecía que los mencionados caciques debían perseguir a los ladrones de ganados y a los negociantes de estos53. Estudios recientes, apoyados en apreciaciones del general Álvaro Barros y otros testimonios de la época, estiman que el país perdía, por causa de este tráfico, cerca de 400 mil pesos anuales y una masa de ganado impresionante: 11 millones de reses entre 1820 y 1870 y 4 millones de ovejas y caballos. Aunque el autor que entrega estos datos, los supone exagerados, reconoce que eran aceptados por los hombres de la época54.

argentinos. Editorial Paidos, Buenos Aires, 1973; Hilda Sabato, Capitalismo y Ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar, 1850-1890, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1989. 50 Véase, por ejemplo, una comunicación de Rosas dirigida a los Habitantes de la Provincia de Buenos Aires, el 17 de diciembre de 1832. En Juan Manuel Rosas, Diario de la Expedición al Desierto, 1833-1834, Ediciones Pampa y Cielo, Buenos Aires, 1965, pp. 53-56. 51 David Viñas, indios. Ejército y Fronteras, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1983, p. 13. 52 Citada por Manuel Olascoaga, La Conquista del Desierto. Estudio Tipográfico de la Pampa y Río Negro, 2 tomos. Editorial Araujo, 1940, tomo I, pp. 40-45. La primera edición de la obra de Olascoaga fue publicada hacia 1880. 53 Transcrita por Juan Carlos Walter, La Conquista del Desierto. Círculo Militar, Buenos Aires, 1964, pp. 815-818. 54 Colin Lewis, La consolidación de la frontera argentina a fines de la década del 70. Los indios, Roca y los ferrocarriles. En Gustavo Ferrari y Ezequiel Galio (compiladores). Argentina del 80 al Centenario. Editorial Sudamericana, Buenos

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Sin embargo, cortar ese comercio era sólo una de las metas que debía conseguir el estado. La otra, tanto o más importante, era ocupar las tierras del indio. El proceso se había iniciado, de manera muy incipiente, en el siglo XVIII, cuando las autoridades coloniales, atemorizadas por una eventual invasión inglesa, dieron paso a una serie de estudios sobre la Patagonia septentrional. Años más tarde, hacia 1840, la enorme importancia que adquiere la lana para la economía argentina precipitó la invasión. La aparición del mercado de la tierra, acompañado de un acelerado proceso de privatización, se convirtió en la peor amenaza para el indígena. Al transformarse su tierra en un medio de producción caro y escaso, su suerte quedó sellada55. Para impulsar su economía, señala un historiador norteamericano, Argentina necesitaba hombres, tierras, barcos y ganado de mejor calidad56. Las tierras, agrega este historiador, ya las tenía; lo que no contaba para él, era que esas tierras pertenecían a los indios y que su incorporación a la economía nacional era la peor amenaza que se podía cernir sobre ellos después de la llegada del español en el siglo XVI.

La estancia y la producción para los mercados capitalistas a los cuales se estaba conectando el país eran absolutamente incompatibles con la economía indígena. Entonces, las redes económicas que habían

[39] tejido los mapuche y los circuitos comerciales que fluían por las rastrilladas, ya no servían. Había que intervenirlos y desarticularlos, más aún si las propias tierras de los indios eran vitales para asegurar el éxito de la nueva economía que estaban imponiendo los grupos que participaban en la construcción del estado argentino. Argumentos no faltaron: la necesidad de progreso, de impulsar el desarrollo del país, de incorporar al indio a los beneficios de la civilización y de abrir un espacio al inmigrante europeo, cuya presencia estimularía el progreso. Por último, también estaba la amenaza extranjera: Chile tenía interés en esas mismas tierras57. La acción de las autoridades argentinas, terminó, sin embargo, recayendo no sobre el país vecino; sino, sobre un indígena que casi no pudo sobrevivir a la acción del estado.

Es curioso que un grupo importante de historiadores argentinos, haya terminado reconociendo el mérito que tuvo la gestión de los grupos dirigentes del siglo pasado, sin reparar en el daño que estaban ocasionando a un importante segmento de la sociedad local, en este caso, a la población indígena que habitaba el desierto. Una extensa cita me ahorra comentarios:

"El éxito del gobierno nacional en la guerra con el indio y su consiguiente expulsión más

allá del Río Negro, constituye otro de los rasgos sobresalientes de este “momento político”. Este evento tuvo, como lo señala Estanislao Zeballos, una triple repercusión, económica, política y militar. Al mismo tiempo que se reafirmaba la soberanía nacional sobre la Patagonia, en aquella época en litigio con Chile, y se eliminaba uno de los últimos reductos de conflicto armado, se rescataban para la Nación inmensas extensiones de tierra productiva, a la par que se eliminaba definitivamente el pillaje y la destrucción causadas por las constantes incursiones de los indios. En este sentido, se ha señalado que entre 1820 y 1870 los indios habían robado 11 millones de bovinos, 2 millones de caballos, 2 millones de ovejas, matado 50.000

[40] personas, destruido 3.000 casas y tomado bienes por valor de 20.000.000 de pesos... en términos económicos, el control indígena del sur de la provincia de Buenos Aires y del oeste y norte de Santa Fe, significaba la preservación de una forma primitiva de producción y la absorción de excedentes de producción primitivos hacia Chile"58.

b) El caso de Chile. Aires, 1980, p. 475. Testimonios sobre la frecuencia de este tráfico en el siglo XIX con fuentes chilenas ha reunido Jorge Rojas Lagarde en Malones y comercio de ganado con Chile en el siglo XIX, Faro Editorial, Buenos Aires, 1995. 55 Sabato, ob. cit., p. 74. 56 Harold Peterson, La Argentina y los Estados Unidos, Tomo I, 1810-1914, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985, p. 261. 57 Estanislao Zeballos reproduce en La conquista de quince mil leguas (Editorial Hachete, Buenos Aires. 1958. pp. 270-272), un artículo publicado en la Revista del Sur de Santiago, en diciembre de 1878 en el cual se dejaría entrever este interés. Zeballos lo utiliza para insistir en la necesidad de ocupar ese espacio. 58 Oscar Cornblit, Ezequiel Gallo y Alfredo O’Connel, "La generación del 80 y su proyecto: antecedentes y consecuencias". En Torcuato di Tella, Gino Germani, Jorge Graciarena y colaboradores, Argentina, Sociedad de Masas, Eudeba, Buenos Aires, 1971, pp. 18-58. La cita en p. 48.

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En Chile, las cosas se dieron de un modo diferente, aunque al final los efectos sobre el indígena y el

espacio fronterizo fueron los mismos. Chile inicia su historia republicana mirando hacia el norte. En su caso, la articulación de su economía

a los circuitos del capitalismo decimonónico pasaba por la aceleración de la producción minera del Norte Chico. Hacia allá se orientaron las inversiones inglesas, el interés de los empresarios locales y de las autoridades de gobierno. El propio Portales intentó, pocos años después de la Independencia, establecer en las cercanías de Valparaíso una planta refinadora de cobre que permitiera procesar un metal que significaba tanto para el país como las lanas para Argentina59.

Los agricultores también miraron hacia el norte. Hasta el momento mismo de la Independencia, los mercados que habían estimulado la producción agroganadera de las haciendas y estancias del Valle Central y el intenso tráfico de ganado que venía de las Pampas, se encontraban localizados en los distritos mineros del Norte Chico, en Lima y el Alto Perú. Aunque la Independencia generó graves dificultades a este comercio, sobre todo con el Perú, nuestros agricultores sabían que la situación sólo se podía remediar si se recuperaban esos mercados. A eso habría apuntado la primera guerra contra la Confederación Perú Boliviana de la década del 30, cuyo, desenlace en favor de Chile, habría permitido a los agricultores recuperar aquellos mercados60. En 1836,

[41] Portales decía que derrotar a la Confederación significaba conseguir la segunda independencia, es decir, aquella que aseguraba al país el exclusivo control del Océano Pacífico, por donde deberían fluir las mer-caderías chilenas que se enviaba al exterior61.

En esas condiciones, era muy difícil que la Araucanía llegara a interesar a los empresarios chilenos, a los inversionistas extranjeros y a las autoridades de gobierno. Definitivamente, Chile había fijado su atención en el Norte y así lo deja entrever el general Manuel Bulnes, en 1831, cuando Rosas le pide colaboración para enfrentar juntos al mapuche de la vieja frontera. De acuerdo a lo que refiere Zeballos, Rosas se habría dirigido al general Bulnes, por entonces la máxima autoridad militar en el sur de Chile, solicitándole su ayuda para terminar con el problema indígena. Dos años más tarde, el gobierno chileno se habría excusado, señalando que ese no era un problema para el país62. A pesar del refugio que buscaron en la Araucanía los últimos realistas que resistieron la Independencia y de la intranquilidad que provocó más tarde la banda de los Pincheiras, la Araucanía, económicamente hablando, interesaba muy poco a Chile. Es más, cuando en 1835 el gobierno decidió tomar algunas medidas, envió a Roma al sacerdote argentino Zenón Badía con el objeto de reclutar franciscanos italianos que estuviesen dispuestos a evangelizar a los mapuche. Es decir, las nuevas autoridades optaban por emplear los mismos procedimientos que había utilizado la corona española durante la Colonia para relacionarse con los mapuche, alternativa que se confirmó en 1849, cuando se abrieron las puertas de la Araucanía a los capuchinos italianos que empezaron a llegar desde ese año63.

[42]

59 Diego Portales, Epistolario. 1821-1837, Imprenta de la Dirección General de Prisiones, Santiago, 1936, tomo I, p. 314. 60 Luis Vítale, Interpretación marxista de la historia de Chile, PLA, Santiago, 1971, pp. 168-176. 61 Portales, ob. cit., tomo III, pp. 452-454 62 Zeballos, ob. cit., p. 56. 63 Jorge pinto, "Jesuitas, franciscanos y capuchinos italianos en la Araucanía (1600-1900)". En Revista Complutense de Historia de América, No. 19, Madrid, 1993, pp. 109-147. La referencia en p. 123. Los textos que informan sobre la situación de la Araucanía durante la guerra de la independencia y la información que se puede recoger en la colección de Antiguos periódicos chilenos y la Colección de Historiadores y Documentos Relativos a la Independencia de Chile, permiten sostener que las autoridades republicanas siguieron recurriendo también durante la primera mitad del siglo XIX, a los parlamentos, como un mecanismo de entendimiento con los mapuche. Particularmente interesante son los datos que aporta Gay sobre el Parlamento de Tapihue, celebrado el 30 de diciembre de 1824 (Historia Física y política de Chile, torno VII, pp. 303-306), no sólo por lo que al Parlamento se refiere, sino por lo que dice respecto de las razones por las cuales las distintas parcialidades mapuche adhirieron o no a la causa de la Independencia. Viejas rencillas o conflictos intertribales seguían incidiendo en la conducta de los dirigentes indígenas. Esto probaría que el viejo espacio fronterizo seguía funcionando en la primera mitad del siglo XIX como había funcionado durante la Colonia.

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[43]

Al comenzar la segunda mitad del siglo pasado las cosas adquirieron un matiz diferente, principalmente por la actitud que asumió el gobierno chileno. Ya está dicho que hasta 1850 la Araucanía poco o nada había interesado a los empresarios chilenos y a las autoridades de gobierno; sin embargo, la sistemática penetración de los empresarios mineros tras el carbón, por la península de Arauco, la crisis económica que se desató en 1857 y la presencia cada vez más exigente de los inversionistas ingleses que estaban llegando al país, los obligó a desplazar su mirada hacia el sur64. Simultáneamente, el estado nacional empezaba a consolidarse y los grupos dirigentes se dan cuenta que pueden recurrir a éste para emprender la ocupación de la región. La fundación de Angol, en 1862, en el mismo sitio donde en el siglo XVI los españoles habían instalado originalmente la ciudad, fue el punto de partida de una intervención semejante a la que se había iniciado en Argentina en la década del 30, apoyada por una frondosa legislación que sancionó la ocupación de las tierras indígenas65.

Esa intervención hizo posible que los dos países se dieran finalmente la mano en su lucha contra el mapuche. Zeballos cuenta que su obra, La Conquista de Quince mil Leguas, fue leída en Chile cuando una serie de conflictos limítrofes amenazaban la paz entre ambos países, abriéndole los ojos a muchos hombres de gobierno y formadores

[44] de opinión pública. Cornelio Saavedra, a la sazón Ministro de Guerra, impresionado por su lectura se habría transformado en un paladín de la paz y en un decidido partidario de aunar los esfuerzos para contener al 64 Sobre estos factores véase, Sergio Villalobos y otros, Relaciones fronterizas en la Araucanía, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1982; Luis Ortega, La industria del Carbón en Chile. Cuadernos de Humanidades, Universidad de Santiago, Santiago, 1988; Eduardo Cavieres, Comercio chileno y comerciantes ingleses. Un ciclo de historia económica de Chile, Ediciones Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 1983; Patricia Cerda, Fronteras del Sur, ob. cit; y Jorge Pinto, "Morir en la frontera. La Araucanía en tiempos de Balmaceda". En Luis Ortega (editor), La Guerra Civil de 1891, Universidad de Santiago, Santiago, 1993. 65 Arturo Leiva, El primer avance a la Araucanía. Angol, 1862, Ediciones Universidad de la Frontera, Temuco, 1984; y, José Aylwin. Estudios sobre tierras indígenas de la Araucanía: antecedentes histórico legislativo. Instituto de Estudios Indígenas, Universidad de la Frontera, Temuco, 1995.

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indígena. Igual postura habría adoptado Vicuña Mackenna, quien envió a Zeballos una calurosa carta de felicitaciones por la obra tan magnifica que había escrito66.

Acosados por las tropas de uno y otro país, los mapuche casi no tuvieron alternativa. Obligados en Chile a establecerse en las reducciones que les fijó el gobierno, se vieron condenados a vivir en las peores tierras de la zona. Las otras, las que verdaderamente aseguraban éxito económico, quedaban en poder de los nuevos dueños, aquellos que de mejor manera conectaban la economía regional con los mercados más activos de la economía mundial.

En la época presente, decía un misionero franciscano que vio extinguirse la frontera, refiriéndose a las nuevas dificultades que enfrentaba la evangelización, por "el progreso con que la república marcha", empujando "rápidamente a los especuladores a buscar localidades que les ofrezcan una alahueña perspectiva a sus negocios comerciales e industriales", se han abierto las puertas a los abusos que pueden complicar mucho más las cosas67.

Esos abusos fueron los que aplastaron al mapuche y lo condenaron a vivir como extranjero en su propia tierra. Aunque otro misionero pensaba que la cruz del redentor acompañada de la locomotora y "la espada del heroico soldado chileno" iban resolviendo el viejo problema de Arauco68, el lamento de los mapuche sólo reflejaba la desolación de una población que hasta esos años había podido compartir su mundo con los huincas venidos del norte.

Teníamos razón en sublevarnos, decía Pedro Kayupi, a fines del siglo XIX, recordando el último gran levantamiento mapuche de 1881. "Teníamos razón, porque se nos iban a quitar nuestro terrenos. Así ha sucedido. Yo apenas tengo donde vivir. Inútilmente he reclamado"69. "Que he hecho yo, pobre hombre, decía otro cacique mapuche que vivió

[45] por los mismos años, para tener que sufrir tanto... si pudiera morir, ¡que bueno sería!"70.

En Argentina, los resultados fueron tan dramáticos como en Chile. Al informar acerca de la expedición contra Sayhueque, el general Villegas, que había comandado las tropas en lo que fue casi la última campaña contra el indígena, en 1883, señaló:

“En el territorio comprendido entre los ríos Neuquén, Limay, Cordillera de los Andes y lago Nahuel Huapi, no ha quedado un solo indio; todos han sido arrojados al Occidente... Con la vigilancia que en adelante ejercerán nuestros destacamentos, colocados en los boquetes de la Cordillera, les será imposible pasar al Oriente... Hoy, recién puede decirse que la nación tiene sus territorios despejados de indios, pronto así a recibir en su fértil suelo a millares de seres que sacarán de él sus productos. La Patagonia será, sin duda, un emporio de riquezas..."71. El acoso al mundo indígena fue también el acoso al espacio fronterizo que había florecido en las

Pampas y la Araucanía durante la Colonia. Aunque en las últimas páginas hemos puesto de relieve el costo que tuvo su ocupación para los mapuche, tan víctimas como aquellos fueron los miembros de la sociedad global (misioneros, conchavadores y militares de la antigua frontera), que habían sobrevivido en él. La desintegración del espacio fronterizo pulverizó viejas relaciones sociales y a los actores que habían participado de ellas.

[46]

66 Zeballos, ob. cit., pp. 275-276. 67 Informe del fr. Victorino Palavicino, ofm, s/f, presumiblemente 1857. Archivo del Colegio de Propaganda Fide de Chillan, Asuntos Varios, vol, 21, doc. 87. 68 Fr. Luis Mansilla, ofm. Las misiones franciscanas en la Araucanía, Imprenta El Misionero Franciscano, Angol, 1904, p. 355. 69 Citado por Tomás Guevara, Las últimas familias y costumbres araucanas, Imprenta Cervantes, Santiago, 1912, pp. 277-284. 70 Pascual Coña, Testimonio de un cacique, Pehuén Editores, Santiago, 1984, pp. 456-458. 71 La cita ha sido tomada de Curruhuinca – Roux, Las matanzas del Neuquén, Plus Ultra, Buenos Aires, 1984, p. 167.