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Page 1: Ilustres Desconocidos Por Simon Martinez Urbanez

Simón Martínez Ubarnez

[ILUSTRES DESCONOCIDOS -PROTAGONISTAS

DE SU TIEMPO ] Ilustres desconocidos es un trabajo de ensayo biográfico que recoge perfiles de diez personajes cesarenses, con destacada figuración en el ámbito regional, nacional o internacional, siendo totalmente ignorados por sus coterráneos. Con un solo sobreviviente en el grupo, el trabajo incluye protagonistas en el campo filosófico, cultural, político, militar, literario, artístico, folclórico, que sin duda, sorprenderá a los cesarenses, saber que nacieron en su tierra.

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PROTAGONISTAS DE SU TIEMPO

INTRODUCCIÓN

El desconocimiento de la historia por parte de los pueblos, siempre les hace correr el riesgo de repetir el eterno retorno de sus propios errores y de no tener suficiente claridad para orientar el futuro. La historia no se estudia para dormir sobre las glorias del pasado, sino para adquirir la fuerza moral que oriente y guíe hacia e l futuro. Un aspecto fundamen-tal que los pueblos deben conocer de la historia es el derrotero que trazaron los hombres que la hic ieron.

En Colombia en general y de manera particular en e l Caribe, testigo y escenario privilegiado de la historia nacional, las provincias marginadas se han visto re legadas en el momento de la construcción de la historio-grafía nacional, generalmente hecha por académicos andinos, aristócra-tas y clasistas; ello no ha contribuido a generar en el grueso de la población sentido de pertenencia ni de arraigo al ser nacional, pues, en general, a la gente se le cuenta una historia que la extraña y la desconoce. Nadie, en realidad, puede sentirse perteneciente a un contexto del cual se siente excluido. De ahí que e l nuevo paradigma insista en la necesidad de construir la historia desde lo local, para contrarrestar el academicismo centralista.

En ese proceso de construcción de la historia local y regional, estudiar el papel de los protagonistas es fundamental para una comprensión de la verdadera dimensión de los acontecimientos y hechos relevantes.

En el caso del departamento del Cesar, la construcción de una memoria histórica escrita es una tarea por hacer, lo cual implica serios compromisos en la preservación del patrimonio documental y de archivos locales aún existentes, pero en altísimo riesgo por su estado de vulnerabilidad. Esta es una tarea que se puede emprender desde diversas perspectivas y, por fortuna, comienzan a percibirse esfuerzos que se realizan en este sentido por parte de entidades académicas y gubernamentales.

En el caso particular que nos ocupa, hemos considerado pertinente de-dicar un poco de atención a diez personajes de la historia del departa-mento, quienes, desde diferentes perspectivas, son verdaderos protagonistas de su tiempo, que lograron una posición destacada y sig-nif icativa; sin embargo, el tiempo se encargó de colocar sobre ellos un manto de olvido, porque no hubo en su momento quién escribiera sobre su presencia histórica. Por eso los hemos denominado ilustres descono-cidos, pues se trata de verdaderos grandes ignorados. Sin embargo, la pretensión es modesta, se trata de construir unos ensayos biográficos de diez personajes que, durante los siglos XIX y XX, tuvieron un protago-

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nismo significativo para la historia o la cultura en el contexto regional, nacional o internacional.

Hablaremos, pues, de personajes desconocidos, poco afamados aún en su tierra natal, en donde existe poca información acerca de su trayec-toria histórica, lo cual se suma al hecho de que la investigación cultu-ral e histórica por parte de académicos y estudiosos en el departamento del Cesar no ha sido una prioridad de marcado interés; este ha sido el factor que mayor inc idencia ha tenido para que se conozca poco acer-ca de los personajes que nos ocuparon como objeto del proyecto. Puesto que no existían antecedentes de la investigación, hubo que recurrir a una información dispersa y fragmentada, no solo en diversidad de do-cumentos y fuentes, sino en los más apartados lugares, a los cuales fue necesario dirigir la atención, con e l fin de lograr los resultados que aquí presentamos.

De esa manera, fue necesario complementar la información que ya poseíamos, buscando en centros de documentación y archivos como el Museo de la Constitución —en Río Negro, Antioquia—, información sobre los cesarenses que actuaron como constituyentes en ese foro le-gislativo; en la Biblioteca del Congreso, en el Museo Nacional, en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en la Academia Colombiana de Historia —todos ubicados en Bogotá—, alguna información sobre los consti-tuyentes de 1886 y otros personajes; igualmente en Santa Marta, Barranquilla , Ocaria, Río de Oro, los rastros de otros protagonistas, así como en e l exterior, vía Internet. De este modo se fueron atando los cabos sueltos.

En otros casos, fue necesario recurrir a entrevistas con testigos excep-cionales, especialmente estudiosos, descendientes o parientes de algu-nos de los personajes, quienes aportaron sus conocimientos y opiniones acerca de alguno de los personajes en particular.

Es así como hoy podemos entregar un ensayo general, comprensible desde cada una de sus unidades, acerca de los personajes que nos ocu-paron durante buen tiempo como objeto de interés investigativo.

El trabajo contiene diez secciones, correspondientes a los ensayos bio-gráficos de cada personaje, los cuales no se pueden considerar como un trabajo acabado, sino como una propuesta que debe despertar la inic iativa de profundizar en cada uno de ellos. A pesar de no ser un trabajo definitivo, estos ensayos sí nos han permitido cumplir con el objetivo propuesto, como era el de rescatar, preservar y divulgar los aspectos relacionados con la vida y obra de estos personajes, con el fin de mostrarlos como ejemplos y paradigmas dignos de imitar en el pro-ceso de construcción de la identidad cesarense y para afianzar el sentido de integración y pertenencia a esta tierra.

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Con ello esperamos, igualmente, poder contribuir en el esfuerzo de la dirigencia departamental, encaminado a la generación de motivos de reconocimiento que ayuden a fortalecer el sentido de pertenencia y arrai-go a la realidad histórica y cultural del departamento del Cesar, mediante el conocimiento y la valoración de quienes han hecho méritos para convertirse en paradigmas dignos del reconocimiento y la emulación por parte de sus coterráneos.

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1.Manuel Salome Barrera era hermano de Mana Barrera, abuela materna de Candelario Obeso (1849-1884), quien inauguró la poesía negra en Colombia y al cual le unió, además, un gran vínculo de amistad.

JUA N M A NU EL BA RRERA

GRA N FIGURACIÓN EN LA VIDA NA CIONAL

(CH IRI GU A NÁ , 1828 - R ío D E O RO , 188 8)

Uno de los grandes hombres que dado a Colombia el pueblo de Chiriguaná, si no e l más grande, ha sido Juan Manuel Barrera Romero, de quien se puede decir que, a pesar de su protagonismo histórico, es un profeta desconocido en su propia tierra y que, pese a los reconocimien-tos y homenajes de que ha sido objeto en otras partes, sus coterráneos aún ignoran las dimensiones de esta personalidad.

Barrera fue uno de los grandes protagonistas de la historia del Estado Soberano del Magdalena, el Caribe y Colombia, en el siglo XIX.

El 3 de abril de 1828, nació en La Villa de Chiriguaná, ubicada en el centro del actual departamento del Cesar, en e l hogar formado por Manuel Salomé Barrera, un comerciante de estable condic ión económi-ca, natural de Mompox,1 y Filomena Romero, natura l de Chiriguaná.

En su tierra nata l, bajo la tute la paterna, inic ió los estudios elementa les, que posteriormente perfeccionó con los estudios de bachillerato, realizados en el recientemente fundado (1804) Colegio Pinillos de Mompox, los cuales complementó con la carrera de Jurisprudencia, que desarrolló en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, campo en cuyo ejercicio profesional se destacó notablemente.

Chiriguaná, la tierra nata l de Barrera, otrora reconocido como epicentro cultural del departamento del Magdalena y posteriormente del Cesar, al parecer se durmió sobre los laureles del pasado, pues su dirigencia descuidó los compromisos del presente para consolidar un futuro sólido y seguro. Si bien en el pasado Chiriguaná cumplió destacadas citas con la historia , hoy, los caminos inciertos por los cuales lo orienta una dirigencia política un tanto decadente no permiten constituir sino incer-tidumbre frente al porvenir del pueblo. Otra era la situación que se vivía en el siglo XIX, época en la que vivió Juan Manuel Barrera, y durante la primera mitad del siglo XX.

Nuestro personaje inició su vida pública a temprana edad, en una época en que los jóvenes y las mujeres tenían escaso protagonismo en la vida política y social del país. Llegó a destacarse en tantos campos de la acti-vidad pública y administrativa como pocos coterráneos suyos; siendo, junto con otros personajes que son objeto de análisis en este estudio, los protagonistas más destacados en e l panorama nacional, nacidos en e l siglo XIX en lo que hoy es el Cesar. Pero como hombre de muchas facetas, Barrera aventajó a la mayoría de ellos, especialmente por su trascenden-cia en el contexto nacional.

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2. Villareal Torres, Jaime. En: Antología Poética. Santa Marta. Inst ituto de Cultura del Magdalena, 1986.p.13.

Debido a su liderazgo, capacidad y preparación académica, lograda, como ya se mencionó, en e l Colegio P inillos de Mompox, su vida pública tuvo un comienzo temprano, inc luso antes de haber obtenido la ciudadanía. Fue así como a la edad de 18 años asumió su primer cargo público en calidad de jefe político del cantón de Chiriguaná —equivalente a l cargo actual de alca lde—, investidura que también e jerció en Valledupar y San Juan del Cesar. En este campo fue, además, presidente de las Corporaciones Munic ipales de San Juan del Cesar y Río de Oro, y prefecto (gobernador) del departamento de El Banco en dos oportunidades. En e l campo educativo, e jerció en calidad de maestro en Villanueva, a l sur de La Guajira, inspector de Instrucc ión Pública del departamento de El Banco, catedrático y vicerrector en 1865 de la Universidad del Magdalena cuando fue fundada en su primera época.

Mientras e jercía como jefe político en San Juan del Cesar, contrajo nupcias con la dama de esa tierra, doña María Trinidad Marulanda, de cuya unión hubo dos hijos, Isaías, muerto a los 23 arios siendo capitán del e jérc ito en la Columna de Ocaña, y Elisa, una de las primeras poetizas que tuvo e l Magdalena Grande y la Costa Caribe, orientada y protegida literariamente por su pariente Candelario Obeso, a su vez, uno de los grandes de las letras colombianas de la segunda mitad de la centuria decimonónica. La obra de Elisa Barrera, publicada conjuntamente con la de su padre, fue prologada precisamente por Obeso, en un texto poco conocido por sus estudiosos, pero de exquisita factura literaria , que demuestra el talante del primer poeta negro de Colombia. Al respecto de la obra de padre e hija , señala Jaime Villareal Torres (1986) en e l prólogo de la Antología poética de autores del departamento del Magdalena recopilada por é l, y coinc idente con e l centenario de la muerte de Barrera, que

la corriente sanguínea por donde se transmite la secreta floración del verso, hace transición poética de padre a hija en Juan Manuel Barrera (1828-1888) con el Álbum de mis versos y Las Glorias de la

Patria, para renacer luego en su hija Elisa, quien con el seudónimo de Celia, escribe una obrita titulada Versos de Celia, prologada por el célebre cantor del boga, Candelario Obeso.2

Esta obra, precisamente, consagró a Elisa Barrera como la primera poetiza del Magdalena Grande.

Juan Manuel Barrera se desempeñó con brillo en tantos campos de la actividad administrativa del Estado, que no ha tenido parangón entre sus coterráneos contemporáneos, pues fue un aventa jado, en cuanto hombre de muchas facetas que, con excepción de la carrera diplomática, sobresalió con méritos sobrados en los demás aspectos de la vida pública. Nunca fue un hombre del montón.

Pero tal vez en donde más se destacó este ilustre chiriguanero fue en e l campo legislativo en el cual se inició a los 24 años como diputado de la

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Cámara de la Provincia de Riohacha; en 1857 fue designado secretario de la Asamblea Constituyente y Legislativa del Estado Soberano del Magdalena, corporación en la cual e jerc ió, además, el cargo de diputa-do en diferentes períodos, en los cuales sobresalió por su actividad beligerante y liderazgo, que lo consagrarían como uno de los inte lec-tuales más destacados de la política en e l Estado Soberano. Sin embar-go, el máximo honor logrado en el campo legislativo, lo alcanzó con su participación como diputado (constituyente), durante todo e l período deliberatorio de la Convención de Rionegro, que dio a l país una de sus constituc iones más famosas, por lo avanzada y moderna, de acuerdo con las tendencias mundiales del momento, la cual fue expedida en 1863 y que ha sido conocida como la Constitución de Rionegro, susti-tuida después por la famosa Constitución del 86. Barrera había partici-pado en ella como miembro del partido liberal y en todas las actas y protocolos aparece estampada su firma y el testimonio de sus interven-ciones.

Como resultado de la revoluc ión ocurrida en e l país en 1860 y después del triunfo del partido liberal, e l 4 de febrero de 1863 fue instalada la Convención de Rionegro. Estaba compuesta de 63 delegados en repre-sentación de los diferentes estados que componían el país en ese mo-mento, incluido Panamá, que arios después se independizaría. La diputación del Magdalena fue integrada por Juan Manuel Barrera, los hermanos vallenatos José María y Manuel Louis Herrera y los dirigentes samarios Luis Capella Toledo y Agustín Núñez. En ese cuerpo legislativo, cuya orientac ión ideológica era encabezada por la notable figura de Tomás Cipriano de Mosquera, Barrera tuvo la ocasión de interactuar con delegatarios de otros estados soberanos, que ya habían ocupado o más tarde ocuparían e l solio presidencial, entre ellos Aquiles Parra, Francisco Javier Zaldúa, Manuel Murillo Toro y Rafael Núñez, quienes salieron del país una vez aprobada la Constitu-ción. Allí se aprobó el Pacto de la Unión de los Estados Soberanos, que había sido expedido por el Congreso de Plenipotenciarios el 20 de sep-tiembre de 1861, en el cual se establecía la estructura federalista del Estado colombiano y se intentó, por inic iativa de Rafael Núñez, trasla-dar la sede del gobierno de la Unión a Panamá. Este mismo dirigente sería quien, después de dar un viraje en su accionar político, derogaría la Constituc ión de Rionegro y dic taría e l Decreto 594 del 10 de septiembre de 1885, mediante el cual convocaba al Consejo Legislativo que se en-cargaría de reemplazarla por la Constituc ión de 1886, después de tan solo 23 años de vigencia. En e l campo legislativo, Barrera también se desempeñó en varios perío-dos en la función de suplente de los representantes del Estado del Mag-da lena en e l Congres o per o s obre t odo e n ca lida d de senador plenipotenciario del Congreso, en representación de su propio estado.

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En el campo castrense, Barrera se desempeñó como jefe militar y jefe de operaciones en la línea de Fonseca y Barrancas y como comandante del Batallón Carabobo y de otros bata llones durante las innumerables gue-rras del siglo XIX. Herido en un combate en Valledupar, quedó inválido del brazo izquierdo y fue ascendido a teniente coronel y coronel efectivo y posteriormente a jefe militar de El Banco, desde donde fue designado escolta de honor del presidente Manuel Murillo Toro, a partir del mo-mento mismo en que este regresó al país por la vía de Sabanilla, a co-mienzos del mes de abril de 1864, para asumir la presidencia de la República, después de haber sido elegido en ausencia suya, con gran participación del Estado del Magdalena —que comprendía la actual re-gión Caribe—, proceso en el cual Barrera tuvo un notable protagonismo.

Como liberal radical, Barrera contribuyó a la causa electoral de elegir el primer gobernante de los Estados Unidos de Colombia, responsabilidad que recayó en su antiguo compañero constituyente de Rionegro, Ma-nuel Murillo Toro, quien una vez cumplida la misión del cuerpo legisla-tivo, había viajado a Estados Unidos, en donde entabló una gran amistad con el presidente Abraham Lincoln. Cuando su amigo fue elegido, Lincoln le prestó una embarcación de la marina norteamericana para que lo tras-ladara hasta el Caribe colombiano, en donde fue recibido por Barrera como su escolta de honor, en calidad de lo cual se responsabilizó de la seguridad presidencia l hasta conducirlo a Bogotá, en donde se posesionó el 10 de abril de 1864. Otro campo en el cual Barrera alcanzó notable desempeño, debido a su inteligencia y sólida formación jurídica, obtenida en el Claustro Rosarista, fue el judicia l, en el cual, además de ser juez en diversas ocasiones, al-canzó las dignidades de Magistrado de la Corte Superior (hoy Corte Suprema) de Justicia y presidente de la misma en tres ocasiones. Otros disímiles cargos desempeñados por Barrera como hombre público, fueron: administrador subalterno de correos nacionales, registrador de instrumentos públicos; auditor de guerra de la columna de Ocaña; co-rresponsal de varios periódicos del país, director de una empresa agrícola en Río de Oro y abogado litigante. Una dimensión de sus capacidades que le daría glorias para la posteridad, fue la actividad desarrollada como escritor, campo en el cual produjo cuatro obras literarias, reseñadas en diversas antologías poéticas del departamento del Magdalena, en lo que corresponde al siglo XIX, en las cuales Barrera aparece como uno de los primeros escritores del Magdalena Grande, siguiendo cronológicamente a los pioneros en este campo de las letras como fueron los sacerdotes Pedro Regalado García (1739), oriundo de Santa Marta, y Francisco Antonio de Olaya y Morejón (1741), natural de Tenerife; Gregorio de Guzmán y Zafreño (1741), de Mamatoco y Luis Capella Toledo; todos ellos considerados como "los primeros poetas magdalenenses por antonomasia".

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3. Ibid., p.20.

Las obras de Barrera, de las cuales se conservan algunos ejemplares casi como incunables en reconocidas bibliotecas nacionales como la Luis Ángel Arango y la Biblioteca Departamental del Atlántico, no dispuestas para consulta del amplio público sino para públicos restringidos, son: Álbum de mis versos, Nomenclátor autobiográfico, Historia de la Biblia y Las glo-rias de la Patria.

Desde el punto de vista literario, si bien de é l se puede decir lo que muchos críticos dijeron en su tiempo de Rafael Núñez, que fue "más importante en la política que en la poesía", Barrera contemporizó con los grandes de las letras colombianas del siglo XIX, entre ellos José Eusebio Caro, Miguel Antonio Caro, Rufino Cuervo, Rafael Pombo y Jorge Isaac, entre otros, casi todos portadores de un estilo romántico tardío, si se tiene en cuenta que el Romantic ismo se había originado en Europa desde el siglo XVIII y había llegado con gran retraso a las letras americanas, especialmente de Colombia, prolongándose en vertientes decadentes, hasta el siglo XX, como la de Julio Flores, muerto en 1923.

Como poeta romántico y tras vivir los avatares de la guerra en diferentes escenarios, ya en el ocaso de su vida, Barrera se dedicó a reflexionar reposadamente en su poesía acerca del significado de cualquier confla-gración. De ahí que, comparada la estructura y contenido de su poesía con la realidad nacional de Colombia en los comienzos del siglo XXI, podemos decir que sus versos adquieren inusitada vigencia, cuando, por ejemplo, dice en un fragmento de su poema:

A REmllio3 (Se conserva con la ortografía original de la época)

Yo no quiero encontrarme en los escombros

En que el bronco cañón estrepitoso,

Vomitando va la muerte destructora

Con horrísonos sones espantosos

En bombas y metra llas infer nales

I de l f us il e l p lomo pres ur oso

Los hilos cortas de apreciadas vidas

I tornan en inválidos mil otros.

Necios humanos que la vida esponen

Por insaciables fines caprichosos

De tajantes espadas e l encuentro

Yo no quiero escuchar, ni el horroroso

Triqu itraque de agudas bayonetas

[...]

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Aunque su obra literaria haya perdido vigencia por el estilo en el cual se escribió en su debido momento, adquiere en nuestros días visos excep-cionales, sobre todo si se tienen en cuenta las dificultades que implicaba publicar en el país en esta época, especialmente para un hombre de pro-vincia, que tenía que enfrentarse a las barreras que se imponían desde el centralismo siempre vigente de la capital del país.

A pesar de su importancia histórica, Barrera ha sido otro de los grandes olvidados. Pero la amnesia, la desmemoria y el olvido son variantes que la cultura de nuestros pueblos utiliza como mecanismo de defensa con-tra sus propios fantasmas, aunque en este proceso se arrastren muchas veces fantasías, sueños y realidades que nunca deberían desdibujarse de la visión latente en la memoria colectiva, sino más bien, ser los paradigmas y puntos de referencia orientadores del accionar de los pueblos y sociedades en sus esfuerzos de construcción del futuro.

Juan Manuel Barrera ha sido una víctima del caos del olvido que asola a nuestros pueblos, los cuales un día confiaron sus recuerdos y su historia a la memoria de la palabra hablada. Pero esa memoria falla, y en su proceso de disolución nos ha privado de la satisfacción de compartir la gloria con uno de nuestros grandes. Nuestro coterráneo nació y murió en el Cesar (Chiriguaná, 1828 - Río de Oro, 1888), y fue un claro emblema y muestra de hasta dónde puede llegar nuestra inteligencia pensante, especialmente esa que, escamoteando las ta lanqueras que las contingencias que la marginalidad y la pobreza crean, logra escalar hasta cimas insospechadas, armada tan solo con las herramientas de la voluntad, el sacrificio, la tenacidad, la perseverancia y la transparencia de sus acciones. Pero de Barrera es poco lo que su gente conoce.

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JOSÉ M ARÍA LO UI S HE RRER A

PRECURS OR DE LA AUTON OMÍA DEL VALLE DE UPAR

(VA LLED UPA R, 1832 - HACIENDA QU ITA PESARES, U RUM ITA, 1892)

El periódico La Restauración , de Barranquilla , del 8 de dic iembre de 1892, al registrar la muerte del ilustre General vallenato José María Louis Herrera, señalaba:

¡Se ha extinguido una de las más preciosas existencias del liberalismo colombiano, y una de sus más poderosas columnas en esta sección de la patria!... El partido liberal ha recibido golpe rudo con la muerte del caudillo que joven, fue Magistrado, General y gran abogado de la Re-pública!, ¡y se inclina ante su tumba para bendecir su memoria!

El General José María Louis Herrera nació en Valledupar en 1832, de padre francés y madre vallenata. Nació en la época inmediatamente pos-terior a las guerras de independencia, correspondiéndole formarse en medio de un ambiente de agitadas contiendas políticas, que no fueron ajenas a sus inquietudes juveniles.

Dadas las condiciones existentes en la Valledupar de entonces, sus es-tudios no fueron profundos, pero logró destacarse en la vida republi-cana como el líder va llenato de mayor reconocimiento a nive l nacional y regional en su momento, desarrollando una vida pública equilibrada entre la milic ia y la política. Ello le permitió consolidar un liderazgo local y provinc ial, en defensa de los intereses regionales frente a la capita l del estado, lo cual fue considerado como una aversión a los samarios y se tradujo en calumnias y persecuciones que el caudillo supo enfrentar con valor, inc luido el destierro del territorio del Estado del Magdalena.

De temperamento fuerte y dominante, a muy temprana edad ingresó a las milic ias del estado junto con su hermano Manuel Louis Herrera, temido este por la forma cruel como trató a sus enemigos. Antes de cumplir la edad de treinta arios alcanzaría el grado de general y con esa dignidad hizo parte del cuerpo legislativo de tendencia libera l radical, que se reunió a comienzos de 1863 en Rionegro, Antioquia, para dar forma a la Constitución de Rionegro, haciendo parte del cuerpo legislativo en calidad de diputado por el Estado Soberano del Magdalena, junto con su hermano, a quien hizo e legir mediante los artific ios políticos que sabía manejar muy bien, especialmente cuando se proponía una meta personal. Como diputado constituyente de Rionegro, hizo parte de la Comisión de lo interior.

En su desempeño público, también fue jefe munic ipal superior de la provincia de Riohacha y gobernador de la misma entre 1860 y 1861, de donde pasó a la Jefatura Superior del Estado Federal del Magdalena, y

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4. Diago Julio, Lázaro. Riohacha, Fénix del Caribe. Riohacha, Fondo Mixto de Cultura, 2005. 5. Alarcón, José del Carmen. Compendio de historia del departamento del Magdalena desde 1525 hasta 1895. Bogotá, El Voto Nacional, 1963. 6. Diago J., Lázaro. Op. Cit ., p. 202. 7. Alarcón, José del Carmen. Op. Cit ., p. 235.

en 1863 fue presidente del Estado Soberano, después de haber partic i-pado como diputado constituyente por el Estado —con su hermano Ma-nuel, Juan Manuel Barrera, Luis Capella Toledo y Agustín Núñez—, en la Convención de Rionegro, convocada al finalizar la guerra de 1860-1862. Hizo parte de la asamblea legislativa "integrada por los antiguos Gólgotas y liberales extremistas"4 En virtud de dicha Constitución, hegemónicamente liberal, aprobada el 8 de mayo de 1863, la República pasó a llamarse Estados Unidos de Colombia; en ella se extremó el federalismo al establecer la soberanía absoluta de los estados en lo relacionado con su régimen interno e incluso en el orden público; se sometió a la iglesia al control del gobierno y se proclamó la defensa de la vida como un derecho. Sobre la actuación de los hermanos Louis Herrera en Rionegro, el historiógrafo José María Valdeblánquez, dice que "el inquieto político revolucionario magdalenés... enemigo sistemático de los samarios.., hizo nombrar a su hermano Manuel, como diputado a dicha convención, lo cual no es de extrañar, si se atiende a que reputaba al Estado del Mag-dalena como su propio estado".5 Esa beligerancia lo llevó a promover en varias ocasiones la separación de Valledupar del Estado Soberano del Magdalena, si no se acogían sus ideas y peticiones.

Concluida la tarea legislativa de Rionegro, como ya se indicó, Herrera se hizo elegir Presidente del Estado Soberano del Magdalena, cargo del cual fue depuesto por la severidad de sus determinaciones y especial-mente por el temor que infundía entre quienes no compartían sus de-cisiones, ya que, como controvertido político del Estado Soberano del Magdalena, manifestó la rebeldía de la provinc ia, especia lmente de Riohacha y Valledupar frente a Santa Marta y promovió su indepen-dencia.

Ese temperamento fue el factor más determinante para que Louis Herrera fuera derrocado como Presidente, suceso que generó una guerra intestina en el Estado, para la cual organizó su propio e jército con e l cual combatió desde diversas zonas del Estado. Fue así como en el vapor Colombia, que había zarpado de Santa Marta con destino a Cartagena, cambió de rumbo y arribó de nuevo a Riohacha el 17 de marzo de 1866,

[...] comandando a más de doscientos hombres profusamente armados y como quiera que las tropas liberales habían dejado la ciudad, el General Louis la ocupó militarmente y se proclamó Presidente del Estado Soberano de Padilla, que él creó de facto, a contrapelo del constitucional departamento de Padilla, que tenía su prefecto que lo era el General Felipe Farías.6

En el decir de Alarcón, "llevaba 40 rifles de sable para poner en manos, diez mil tiros, 25 mil fulminantes y además e l Batallón Regenerador de doscientas plazas y su jefe, General Manuel Martínez".7

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8. Diago J., Lázaro. Op. Cit ., pp. 202-203.

La acción del General Herrera en Rioacha causó un desorden político-administrativo tal, que obligó al presidente del Estado Federal del Magda-lena, Don Tomás Abello, a nombrar en 1866 dos prefectos más, después del General Farías; esto generó un estado de confusión frente a los dos gobernantes: uno conservador y otro liberal, de modo que los riohacheros no sabían a cuál de los dos acatar, cuando dictaban sus decretos.

Según apreciación del historiador de Riohacha, Lázaro Diago Julio, "el General Louis Herrera poseía un acentuado delirio cesarista que lo impulsaba a ser expansionista".8 Una vez se había tomado Riohacha, e l 24 de marzo envió a dos capitanes acompañados de cien soldados hacia Valledupar. La finalidad no era ocupar militarmente a la Ciudad de los Reyes, más bien la comitiva iba con el ánimo conciliador de dialogar con los jefes conservadores, e invitarlos a organizarse en un partido que fue-ra afecto al General Herrera y se tomara el gobierno del departamento de Valledupar.

Los argumentos que llevaban los delegatarios para convencer a los jefes conservadores vallenatos fueron muy motivantes, y pensados con gran astucia, pues, gracias a no se sabe qué clase de artimaña, iban acompañados de una c ircular que habían logrado hacer firmar al detenido Farías, en la cual este solicitaba a los habitantes de Padilla y Valledupar que no hostilizaran con el General Herrera, pues iba animado de las mejores intenciones y contaba con la protección del General Mosquera para fun-dar un buen gobierno, que traería grandes benefic ios al Estado. El resto de argumentos consistían en señalar que el gobierno de Bogotá, regido temporalmente por José María Rojas Garrido (por mes y medio, entre abril y mayo de 1866, a l concluir e l período de Manuel Murillo Toro), promulgaba leyes anticlericales, antirreligiosas y revolucionarias.

Los argumentos de los emisarios del General vallenato calaron hondo en la dirigencia conservadora, entre quienes se hicieron pronunciamientos y proclamaron gobernador de su departamento al patricio Sinforoso Pumarejo, cuyo nombramiento fue avalado y ratificado por e l General Herrera, en calidad de Presidente de facto del Estado Soberano de Padilla, que él mismo había proclamado y que, ante la intransigencia samaria, pretendía convertir en e l epicentro del arbitra je político de la Costa Caribe. Tal actitud, obviamente, puso en alerta a los defensores de la legitimidad, quienes alistaban sus tropas para marchar sobre Riohacha y derrocar al usurpador.

Las fuerzas liberales legitimistas, que eran numerosas, se organizaron en varios bata llones en torno a Camarones, Dibulla, Fonseca, Barrancas y otras poblaciones, y uno de sus frentes, integrado por dos batallones, puso sitio a la ciudad de Riohacha, motivando la huída del General Louis Herrera hacia Fonseca; sin embargo, a l percatarse de la numerosa tropa que lo perseguía, decidió regresar a Riohacha, donde aún mantenía preso al General Felipe Farías. Al enterarse de las condic iones de

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9. Diago J., Lázaro. Op. Cit ., p. 202.

Riohacha, se las ingenió para que sus hombres liberaran a Farías y e l vapor Colombia lo trasladara a Cartagena. El 11 de abril volteó cara, dirigiéndose a l sitio conocido como 'Cardona' del Paso', en donde cua-tro días más tarde enfrentó a l ejérc ito regular, saliendo mal librado, ra-zón por la cual emprendió la huída del escenario, con tan buena suerte que le llegaron refuerzos que había solic itado en préstamo a los bata llo-nes Boyacá, Granadero y Regenerador, del interior de la República, con los cuales retomó a Riohacha.

Mientras estos sucesos ocurrían al sur de la península, el vapor Colombia había llegado no a Cartagena, sino a Santa Marta, y por orden de su capitán, hasta ese momento convencido louisherrerista, pasó a hacer parte de las fuerzas legitimistas y fue artillado luego de poner en libertad a Farías. A partir de esta acción, e l gobierno de Santa Marta ordenó a l vapor Colombia, ya convertido en nave de guerra, regresar a Riohacha para bombardearla y desalojar a las tropas del General Louis. La ac-ción del Colombia fue devastadora para la ciudad pero el general Louis se sostenía entre sus ruinas. El 10 de julio de 1867 fue atacado por las tropas comandadas por e l General Farías quien resultó derrotado y salió hacia e l sur para reorganizarse y enfrentarse un mes más tarde a las tropas de Louis Herrera, a quien venció e l 14 de agosto así pues, este ordenó a sus tropas la huída hacia e l interior del departamento de Padilla.

De esa manera, Riohacha concluyó el ario 1867 en medio de la desola-ción y la ruina, hasta el punto que se llegó a afirmar que ya su territorio era parte del desierto de La Guajira. No obstante, los seguidores de ambos bandos, lejos ya de la contienda, decidieron hacer las paces y vivir en armonía con el propósito de reconstruir la ciudad derrumbada por los bombardeos.

Después de su derrota, el General Louis Herrera se localizó en inmedia-ciones de Fonseca, constituyéndose en el temor de los moradores de la región, de tendencia oficia lista. Mientras tanto, había llegado a la Presi-dencia del Estado del Magdalena el dirigente camaronero Luis Antonio Robles, quien, además de la delicada situación que debió enfrentar, por la acción de los nuñistas antirradicales encabezados por José María Campo Serrano, debió encarar la situación provocada en Fonseca por la presencia del General Louis, quien era visto como "militar peligroso para la paz del Estado Federal y más aún, del departamento de Padilla".9

Robles, eminente jurista de reconocidos méritos en el ámbito nacional, no dudó en tomar una drástica determinación pues, aunque en Fonseca Louis Herrera había asumido una actitud de paz, su presencia despertaba sospechas, por cuanto la opinión pública, encabezada por el jefe munici-pal de Fonseca, José Francisco Socarrás, lo señalaba como un "maquinador contra la paz pública". Fue así como, el 30 de marzo, e l Presidente del Estado Federal dictó una drástica resolución mediante la cual:

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10. Alarcón, José del Carmen. Op. Cit ., p. 246. 11. Ibid.

[...] Ordeno salir del Estado Federal del Magdalena al General José María Louis Herrera, a donde no podrá volver sino después de nueve meses, o antes, si asegura mediante fianza, no conspirar contra el or-den público [...].

Ya estando en el sur, más concretamente en la región de El Banco, y al saber que el e jército gobiernista lo perseguía, disolvió su tropa y huyó con el armamento a Santander, de donde regresó en plan pacífico, pero se reorganizó de nuevo, atrincherándose en Riohacha, en donde fue acosado por el gobierno y obligado a huir hacia el estado de Bolívar; allí fue atacado por las fuerzas de Farías, luego, fue apresado en San Ángel y conducido a Santa Marta. Sin embargo, por intervención del Presidente del Estado de Bolívar encabezado por Núñez, quien solicitaba que se garantizara la vida del General, Louis Herrera fue indultado a pesar de las protestas del gobierno de Santa Marta. Después de estos hechos, y bajo protección del Estado de Bolívar, se radicó algún tiempo en Ba-rranquilla , en donde, según e l historiador Alarcón'" se encontraba su club revolucionario. Por eso no extrañan los comentarios de la prensa local el día de su muerte.

Al regresar a su estado para dedicarse nuevamente a la actividad políti-ca, en una demostración de astucia, se declaró políticamente neutral; no obstante, el temor que inspiraba su presencia hacía que el gobierno se sintiera nuevamente amenazado. A pesar de ello, con astucia inusitada, va liéndose de los bandos contrarios, logró armar una coalic ión en la Asamblea del Estado, que lo eligió senador de la República en 1869, sin haber sido candidato ni tener votos, posición desde donde adelantó una notable gestión para fortalecer la presencia y el reconocimiento político de Valledupar, de donde era el máximo representante. Posteriormente intentaría rehacer un ejérc ito en San Juan del Cesar, sin mayor suerte, por lo que se retiró a Barranquilla.

El General Herrera fue tal vez e l primer defensor integra l de los intere-ses de Valledupar, pues frente al centralismo discriminador de los samarios y cienagueros, y guiado por e l amor a su estado, recurría a la intimida-ción y la amenaza de separación si no se avenían con sus ideas11; y en no pocas ocasiones los ridiculizaba públicamente, realzando los valores de la gente de Padilla y Valledupar.

Los últimos días de su vida transcurrieron dedicados a las actividades del campo en donde rindió tributo a la agitada vida política que siempre lo caracterizó. Su muerte ocurrió el 16 de noviembre de 1892, en su hacienda Quita Pesa res, ubicada entre Urumita y Villanueva, en la cual fue sepultado en medio de una gran manifestación de pesar regional, pues, como dice la canción de Rafael Escalona, "después de la muerte renacen las glorias, después de la muerte se olvida el rencor". Con e l tiempo la maleza cubrió su tumba y la bruma del olvido sus recuerdos.

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12. De la Rosa José Nicolás. Floresta de la Santa Iglesia Catedral de la ciudad y provincia de Santa Marta. Banco Popular, Bogotá, 1975, p. 213. 13. Ibid. 14. En: La Perla de la América. Academia Colonial de Historia, Bogotá 1985. 15. Meléndez Sánchez, Jorge. La t ierra de Don Antón. Estudio sobre Aguachica Colonial. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional. S. f. p. 51.

GUILLERMO QUINTERO CALDERÓN

PRESIDENTE DEL GOBIERNO DE LOS CINCO DÍAS

(P UERT O N ACIONAL, GAMARRA, 1832 - BOGOTÁ , 1819)

Cuando la historia habla de presidentes costeños, solo menciona a Ra-fael Núñez y a José María Campo Serrano. Pero hubo un "gobierno de cinco días", presidido por un hombre nacido en e l Cesar, aunque la historia no lo reconoce como hijo de esta tierra.

Se trata de Guillermo Quintero Calderón, nacido el 3 de febrero de 1832, en e l pueblo ribereño de Puerto Nacional, ubicado a orillas del Río Magdalena, hoy corregimiento de Gamarra; el cual durante la Colonia se había conocido como Puerto Real de Ocaña y actualmente —después que el río cambió de cause y dejó solo un brazo por donde fue su viejo recorrido—, se llama Puerto Viejo.

La historia del puerto de Gamarra está íntimamente ligada a la de la provincia de Ocaña desde los orígenes mismos de esta ciudad, en la se-gunda mitad del siglo XVI, a l fundarse Ocaña, en 1568, como señala José Nicolás de la Rosa, "en un llano de tierra doblada, circundado de serranías, que se divisan con a lgunas abras"12. En medidas de la época, Ocaña se encontraba a 150 leguas de la capita l de la provincia, en esos momentos Santa Marta, de las cuales 125 correspondían a la navegación por el río y 25 al camino por tierra. Para llegar al río era necesario reco-rrer una ruta "doblada de serranías, desde e l puerto llamado común-mente de Ocaña, que está a las orillas del dicho Río Grande, donde tiene almacenes para hospedar pasajeros y asegurar sus haciendas"13.

Las condic iones de localización de Ocaña, calificada por Antonio Julián como "la mejor ciudad de la Provincia" de Santa Marta, rápidamente mostraron la necesidad de una vía que la desembotellara y le permitiera comunicarse con el resto del país14. El historiador ()cañero Jorge Meléndez, en su obra sobre la Agua chi ca colonial, señala que "la soluc ión estuvo, para el siglo XVI, con la fundación del Puerto Real de Ocaña, en 1570, y con su traslado posterior, en los arios ochenta, cerca de Aguachica"15, con lo cual la montaña se acercaba al río y se soluc ionaba un problema de estabilidad de los caminos.

La capitulación de Francisco Fernández de Contreras, en su calidad de fundador, contenía todos los privilegios de un fundador. Actuó como encomendero y repartidor de los indios hacaritamas, c imitariguas y torcoromas, se adjudicó las tierras ubicadas al occidente de la ciudad y adquirió los derechos sobre el Puerto Real.

En razón de lo anterior, el Puerto Real quedaba adscrito a la ciudad de Ocaña y todos los transeúntes que por a llí pasaban tenían que pagar derechos de alcabala, cuantif icables por e l peso en arrobas de la mercan-cía introducida por el puerto; e l producido se repartía entre el rematador

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del puerto y la renta de propios para el cabildo, con la cual se construían y mantenían los caminos. De ese impuesto o peaje estaban exentos los habitantes de Ocaria, privilegio concedido por e l fundador en recompensa por los servicios, sacrificios y gastos de la conquista.

Debido a esta condic ión, Quintero Calderón aparece como nacido en Ocaria, cuando sus primeras luces las vio en e l puerto, llamado Puerto Nacional después de las guerras de independencia. Allí, sus padres, después de haber emprendido un via je hacia Bogotá, en donde tenían planeado radicarse, y viendo las posibilidades que e l Puerto ofrecía en — ese momento en que la navegación a vapor era introducida en e l país— insta laron un próspero negocio comerc ia l. En el viejo puerto, a l lado de su padre, e l ilustre personaje se inic ió en las primeras letras y en los conocimientos de la actividad productiva de la familia. Posteriormente fue enviado a la c iudad de Mompox, epicentro cultural y académico del río Grande, en donde se hizo bachiller del Colegio Pinillos, y posteriormente se marchó a Bogotá en donde se graduó en Leyes en e l Colegio Mayor del Rosario.

Desde muy joven demostró grandes habilidades para la política, la milicia y e l comerc io, actividad en la cual ayudó mucho a su padre, un comerc iante del puerto, a quien le hacía todas las transacciones desde Mompox, mientras estudiaba el bachillerato y, posteriormente, administraba sus negocios en Salazar de las Palmas y San José de Cúcuta.

En la política, fue uno de los grandes hombres con que contó la región durante la segunda mitad del siglo XIX. Asistió al Congreso como repre-sentante a la Cámara y senador, y fue elegido constituyente en dos opor-tunidades, en 1886 y 1910. En la primera ocasión, partic ipó en la constituyente que dio a l país la constituc ión más famosa que ha tenido, en la cual fue e l promotor de la eliminación definitiva de la pena capital en la Constitución Nacional, como una huella fecunda que aún perdura.

Admirable por sus e jecutorias políticas, por e l prodigio de su personali-dad y e l carácter de hombre probo en todo e l sentido de la palabra, e l escrutinio nacional le otorgó reconocimientos y honores políticos que lo llevaron a ocupar a ltas dignidades en e l Estado colombiano como consejero de Estado, ministro de gobierno y de guerra, designado (1892-1896), candidato presidencia l en dos oportunidades y presidente de la República por el término de una semana; además de general y comandante en jefe del e jérc ito de la República. Su carrera militar la había inic iado muy joven a l lado de Tomás Cipriano de Mosquera, combatiendo la dictadura del general José María Melo. Después de partic ipar en varias guerras c iviles fue nombrado, en 1888, gobernador del departamento de Santander; a lcanzó e l rango de general en jefe del e jérc ito de la República el 14 de enero de 1891 y posteriormente fue e legido representante a la Cámara y Senador de la República.

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16. Banco de la República. Los constituyentes de 1886. Juan de Dios Ulloa, Guillermo Quintero Calderón, Antonio Carreño. Tomo 2. Banco de la República, Bogotá, 1986, p. 259.

A la más a lta dignidad de la nación llegó el 12 de marzo de 1896, siendo la suya una de las más breves presidencias en la historia del país. Miguel Antonio Caro estaba encargado del poder ejecutivo en calidad de vice-presidente, desde su posesión en 1892, debido a l marginamiento políti-co del presidente Rafael Núñez y su posterior muerte en 1894. Por razones que nunca fueron precisadas, Caro pidió licencia para retirarse del po-der y la persona constitucionalmente habilitada para sucederlo era el General Guillermo Quintero Calderón, quien había sido e legido desig-nado el 12 de agosto de 1892, cuando se desempeñaba como Comandante General del Ejército, y reelegido en 1894.

Al entregarle el cargo Caro le expresó en una carta a Quintero Calderón:

Prestará Ud. por tanto, al encargarse del Poder Ejecutivo, un gran servicio a la causa pública, y a mí personalmente, pues me permite retirarme honorablemente y con ánimo tranquilo, quedando las riendas del gobierno en las manos del hombre leal, del ciudadano benemérito que dos veces consecutivas ha merecido la confianza del Congreso Nacional.16

Acompañado del vicepresidente y el gobernador de Cundinamarca, el designado Quintero Calderón tomó posesión del cargo, ante la Corte Suprema de Justic ia , e l 12 de marzo de 1896 a la una de la tarde, pro-nunciando un breve discurso de unidad nacional sin promesas ni pom-pas, que tuvo la mayor acogida entre la prensa de los diversos matices políticos y también en e l partido de gobierno, pues en é l tranquilizaba a las mayorías nacionalistas y llamaba a los diversos sectores a la concilia-ción, al determinar como programa de su administración e l cumplimiento de las leyes y el logro de la concordia; además, señalaba su compromiso de hacer respetar la re ligión católica como elemento esencia l del orden socia l y afirmaba que sobre esta base adelantaría sus políticas educativas y de administración pública. A los conservadores disidentes y a los libe-rales, los animaba anunciando una política de acercamiento y concilia-ción, lo cual se refle jó en el gabinete que nombró y en la rectif icac ión de la política económica aplicada por Caro. Pero Miguel Antonio Caro venía de ser uno de los protagonistas del pesado ambiente de la política nacional de finales del siglo XIX, gene-rado por la intransigencia y la imposic ión propias del período de la Re-generación, que se caracterizaba por una política del exclusivismo y la intolerancia, con la cual se recortaron los derechos civiles y se reprimió toda manifestación de la crítica venida de quienes se consideraban con-trarios a los postulados católicos y conservadores. Su primera víctima era el libera lismo y, posteriormente, lo fueron los disidentes conservadores que a partir de 1891 se iban apartando de los conservadores nacionalistas en el poder; la oposic ión conservadora fue ganando terreno, aprovechándose de los errores del gobierno de Caro, hasta formalizar su separación

definitiva en un documento de enero de 1896, conocido como el "Mani-

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17. Bayona, Félix J. “Guillermo Quintero Calderón”. En: Boletín Hacaritama, Ocaña, s.f. 18. Editorial del periódico El Derecho, del 13 de marzo de 1896, Que con la autorìa de Valentín Aldana, fue titulado ¿Política nueva?. 19. Ver: Circular de Beneplácito del comité Eleccionario del Part ido Liberal, publicada en el periódico El Republicano, el 16 de marzo de 1896. Firmada por Parra(Aquiles), Camacho(Salvador), Ezquerra(Nicolás), Robles(Luis Aurelio), Mendoza y Uribe y suscrita por Espinosa como secretario.

fiesto de los 21", e l cual, además de condenar la manera arbitraria y personalista como se manejaba el conservatismo, concluía con un llama-do a renovar su dirigencia y reformar la Constitución. Por la misma época en que Quintero Calderón asumía el poder, Caro se encontraba de descanso desde hacía a lgunos días en la poblac ión de Sopó, en el norte de Bogotá, con e l propósito de retirarse de la vida política. Este retiro le duró poco, ya que e l discurso de posesión de Quintero y la designación del nuevo gabinete, hecha con criterio inde-pendiente y sin atender sus intrigas y consejas, debió inquietarlo bastan-te, especia lmente por su intención de rectif icar la política económica. Por eso, como señala Bayona17, "su anhelo de concordia nacional trope-zó con la ambic iosa y teatral actitud de Caro".

Refiriéndose a l discurso del nuevo presidente y a l nombramiento del nuevo gabinete, compuesto por tres conservadores nacionalistas y dos históricos, la prensa de la época señalaba:

Se ha limitado en la presente ocasión a frases sencillas, escasas de promesas, que ni define un programa político, ni da asidero a las ilusiones o las esperanzas de ningún partido. En cambio, habiendo hecho dimisión el Ministerio anterior, los nombramientos para llenar el gabinete pueden servir como indicante de la política que se propone seguir el nuevo Magistrado...18

Y en una c ircular publicada en El Republicano, los líderes oposicionistas de la época manifiestaban: "Nombramiento señor Abraham Moreno para Ministro de Gobierno, acrecen confianza garantías del sufragio y libertad de la prensa [sic]. Esperamos que esto aumentará la decisión de los liberales para concurrir a las urnas".19

Por eso, la piedra que rompió el crista l, golpeó cuando Caro se enteró de que Quintero había nombrado como Ministro de Gobierno a Abraham Moreno —un conservador histórico, sector que acababa de publicar sus motivos de disidencia con Caro—. Esta designación despertó la expresión de beneplácito de los liberales, quienes llevaban diez arios de exclusión política. Moreno se había opuesto al cierre de la prensa por parte del go-bierno conservador, como una manera de permitir la prensa libre y respon-sable para criticar y combatir los actos de la administrac ión. Caro inic ió ingentes esfuerzos para conseguir que Calderón revocara el nombramiento, de Abraham Moreno, como ministro de gobierno, aludiendo que había tenido un cargo secretarial en e l gobierno de Marceliano Vélez, su rival en Antioquia; su argumento consistía en que:

[...]es un gran error creer que se apacigua al enemigo trayéndolo a los primeros puestos. Se les ensoberbece, y los leales se resisten con justicia.., la unidad de los elementos cristianos no se obtiene nombrando cardenales protestantes... Esos señores pueden venir al poder cuando tengan mayoría para ganar las elecciones o fuerza para ganar batallas.

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20. Aguilera, Mario. “Cien años del gobierno de los cinco días, Guillermo Quintero Calderón y Miguel Antonio Caro”. En: Revista Credencial Historia, Nº 82, Bogotá, Octubre de 1996.

Caro había anunciado que si Quintero se empeñaba en mantener el nom-bramiento de Moreno, reasumiría el mando. Pero Quintero, hombre de reconocido carácter, con un claro programa de unificación y concordia dentro del partido regenerador, se mantenía en su decisión y, resaltando las virtudes personales y políticas del ministro Moreno, buscaba un acer-camiento a los sectores marginados de la administración pública, lo cual dejaba claro en la circular que había enviado a los gobernadores el mismo día de su posesión, en la cual solicitaba trabajar por la concordia, el saneamiento fiscal y la moralidad en el manejo de los recursos públicos, procurando la amortizac ión del papel moneda y el restablec imiento de la c irculac ión de la moneda metálica, así como controlar e l gasto públi-co, proteger la industria , fomentar la libertad económica garantizando las libertades públicas, y promover la instrucc ión pública, la educación del e jército y e l respeto a la Religión Católica. Muchos de estos princi-pios reñían con la política despótica de Caro. Quintero defendía su posición basado en el princ ipio de que "la patria está por encima de los agravios" y de que su idea era la reconciliación de Caro y Vélez, Reyes y Roldán y de todos los amigos de la Constituc ión. No obstante su ánimo, estas decisiones tropezaban con las ambiciones sectarias de Caro, quien e l día 17 de marzo reasumió el poder desde Sopó, y reformó el gabinete, nombrando como Ministro de Gobierno a l General Manuel Casablanca, a quien trasladó las tareas del gobierno, antes regresar a Bogotá el 10 de abril siguiente. Además, consiguió fa-cultades para declarar la capita l en estado de sitio en caso de que hubie-ra manifestaciones contrarias al cambio de gobierno, debido a los rumores calle jeros de que habría oposic ión armada a su retorno al poder. Los motivos expuestos por Caro para reasumir el poder quedaron expre-sados en el telegrama que, fechado el 17 de marzo, dirigió a todos los gobernadores del país, en el cual les manifestaba:

Participo a V. Sa que por motivos graves y cumpliendo el más penoso de los deberes, he reasumido hoy el e jercicio del Poder Ejecutivo, como Vicepresidente de la República.

Al enterarse el general Quintero de la decisión de Caro, aceptó callada-mente su derrota y salió del palac io presidencia l seguido de un solo sirviente que en un coche conducía el baúl con sus pertenencias, hacia su humilde vivienda localizada en el Puente de Lesmes, a donde llegaron posteriormente muchos conservadores a vitorearle, sin que é l se dejara ver. De esa manera se frustraba al país de un promisorio futuro de unión nacional, que traslucía prosperidad y paz republicana, y que tendría que esperar casi cuatro décadas más para iniciar.

La prensa capitalina registró el "Gobierno de los cinco días"20 con mucha benevolencia, así como la hombría, carácter y rectas intenciones del nuevo gobernante, al tiempo que deploró el tr iste retorno de Caro al poder.

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21. Bayona, op. cit.

Sobre este acontecimiento y particularmente sobre la actitud del Presi-dente Caro, e l escritor ocañero Félix Bayona Lázaro, comentaba que con e llo Caro sólo a lcanzó a truncar "un futuro promisorio de unión nacional, que traslucía prosperidad, como fruto de la paz republicana que en sus sueños había" 21 Y acerca de la actitud de Quintero, el perió-dico El Republicano, del 21 de marzo de 1896, señalaba: "Un gobernante que llega al poder a su pesar, que lo ejerce según los dictados de su conciencia, y sereno ante la tormenta que suscita su honradez, desciende inmediatamente de él sin amargura y con la tranquilidad del deber cumplido". Caro concluyó el mandato en medio de la crisis política desatada por la radical división entre conservadores nacionalistas e históricos, acentua-da con la campaña presidencia l para el período 1898-1904; además, a pesar de haber participado durante dicha campaña, en 1987 los liberales continuaban preparándose para la guerra. A la situación política se agre-garía la económica, debida a la caída de los precios del café y el deterio-ro de las importaciones y el erario público en general, con un consecuente retraso en los sueldos públicos, y el freno a las obras públicas. Todo ello llevó al gobierno a asumir medidas impopulares como el monopolio en la producción de cigarrillos y fósforos. Mientras tanto, las luchas de la oposición contra Caro, la cris is política de la Regeneración, y e l episodio del gobierno de los cinco días habían dado a Quintero Calderón un prestigio tal, que este se mantendría en el escenario de la política como una prominente figura del conservatismo histórico. Era así como, a l acercarse el debate e lectoral, se agitaba la vida política a finales de 1896. Los conservadores republicanos se preparaban para participar con sus mejores hombres en la contienda y poder derrotar a los nacionalistas continuadores de la obra de Caro. La junta de notables republicanos o históricos, reunida en Bogotá el 12 de marzo de 1897, designó por unanimidad a Quintero Calderón como director de ese partido, lo cual suscitó la adhesión de muchos copartidarios en toda la República. Quintero asumió la responsabilidad asignada y en la campaña para e l período presidencial de 1898-1904, se dedicó inicia lmente a apoyar la candidatura presidencia l del general Rafael Reyes, en cuya fórmula él había sido postulado como candidato a la vicepresidencia. En ese mo-mento Quintero simbolizaba para el país el patriotismo, el honor y la valentía, y para sus copartidarios la unidad y la fraternidad conservado-ra. Por el otro lado, Caro, que se había inhabilitado para ser candidato, buscaba el modo de seguir gobernando y para ello lanzó la fórmula de Manuel Antonio Sanclemente a la presidencia y José Manuel Marroquín a la vicepresidencia. Aspiraba con e llo que el anciano presidente, impo-sibilitado para gobernar, se excusara de venir a Bogotá y pudiera gobernar el vicepresidente, a quien esperaba poder manejar a su manera. Por

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22. Citado Por Bayona Lázaro, Félix. En: Guillermo Quintero Calderón, Boletín Hacaritama. Ocaña, S.f.

su parte, los liberales, que no tenían ninguna posibilidad de ganar, pre-sentaron la fórmula de Miguel Samper y Foción Soto.

Caro logró imponer su fórmula y el 7 de agosto, mientras Sanclemente permanecía de reposo en Buga, Marroquín asumió el poder ejecutivo, teniendo rápidamente que sortear la primera crisis política desatada por sus decisiones. Esta situación llevó a Caro a maniobrar nuevamente, so-lic itándole a Sanclemente que hiciera presencia en Bogotá. Este asumió el mando e l 3 de noviembre, pero rápidamente se enfermó y se retiró a Anapoima —y con él gran parte del gabinete—, dejando la concentración del gobierno en el ministro de Gobierno Rafael María Palacio, quien firmaba por e l presidente. El país entró entonces en un caos político y financiero, acompañado de censura de prensa, persecución a los líderes liberales, corrupción y desgobierno, dando origen a la guerra que estalló el 18 de octubre de 1899. El gobierno declaró turbado e l orden público en todo e l país, la contienda se generalizó, y la miseria se apoderó de campos y ciudades. La actitud de Quintero Calderón a l enfrentar a Caro en las e lecc iones de 1898 —una de las más duras batallas que logró enfrentar en su vida política—, demostró su reciedumbre de carácter, su fortaleza de espíritu y su incólume voluntad de libre pensamiento, que se manifestaron aún después de sucumbir altivo y enhiesto frente a las maquinarias oficia les y las poderosas fuerzas del clientelismo corrompido, que desde entonces se imponía en el país, orquestado por quienes, audaces y soberbios, detentaban el poder para sí. Fue tanta la grandeza que demostró en esa ocasión, que muy pronto desechó rencores y en procura del bienestar nacional y el futuro de la patria, a l decir de Lucio Pabón Núñez, "pres-cindió erguidamente de sus resentimientos contra el humanista"22. Sin declinar en su accionar político y a pesar de haber llegado a la edad de 68 arios, Quintero junto con otros republicanos, entre quienes se encontraban los generales Jorge Moya Vásquez y los hermanos Martínez Silva, decidieron asestar el golpe de Estado contra Sanclemente, com-prometiendo al vicepresidente Marroquín, con e l apoyo de los liberales, mediante negociac iones hechas con Aquiles Parra. Aprovechando la derrota de las fuerzas del gobierno en Sibaté el 31 de julio de 1900, e l general Moya Vásquez marchó sobre Bogotá y, apoyado por ciudadanos conservadores, se apoderó sin ningún tropiezo de los cuarteles, con ex-cepción del cuartel de San Agustín, hacia e l cual se dirigió Quintero Calderón a disputar el mando a l Ministro de Guerra, General Casablanca, al tiempo que comprometían al vicepresidente Marroquín para que se encargara del poder.

Con el argumento de que las fuerzas y e l público exigían un cambio de gobierno, Marroquín se dirigió de inmediato a palacio, en donde asu-mió e l poder; esa misma noche designó a Moya comandante en jefe del Ejército, a Carlos Martínez Silva en el Ministerio de Relaciones Exterio-

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23. Quintero Calderón, Guillermo. Carta dirigida al presidente Marroquín, 12 de Diciembre de 1901. Consultada en: Banco de la República, op. cit. P.269. 24. Ibit. p.269.

res y a Quintero Calderón en el Ministerio de Gobierno, cargo del cual renunció Quintero para protestar por el nombramiento del conservador guerrerista Arístides Fernández como Ministro de Guerra, pues este ha-bía hecho modificar las intenciones conciliadoras inicia lmente manifes-tadas por Marroquín. Quintero Calderón antes de retirarse del gobierno, junto con Carlos Martínez Silva y Miguel Abadía Méndez, habían iniciado conversaciones de paz con los rebeldes, representados por Aquiles Parra; sin embargo, dichas conversaciones fueron interrumpidas por intrigas de Fernández que provocaron la desautorizac ión de Marroquín. Todo e llo acabó con las negociaciones cuyo objeto era poner fin a la guerra. El retiro de los conciliadores del gabinete de Marroquín llevó al traste las negociaciones de paz y dejó el camino expedito a los guerreristas que se afianzaron en e l poder. La guerra, que en gran parte se había apaci-guado, se recrudeció; el gobierno declaró la guerra a muerte a los rebeldes y estos transformaron sus ejércitos regulares en guerrillas, con el f in de evitar caer en manos del gobierno. Quintero permaneció en el Ministerio del Gobierno durante 17 meses, en los cuales suscribió diversas determinaciones fuertes y represivas que buscaban detener el impulso feroz de la rebeldía alzada en armas, no obstante ser partidario de un armistic io con los rebeldes y de reformas que permitieran poner fin a la guerra. Pero la tendencia guerrerista que comenzaba a cobrar fuerza en el gobierno lo llevó a presentar su renuncia el 12 de diciembre de 1901, cuando en carta dirigida al Presidente Marroquín ar-gumentaba que estaba "persuadido íntimamente de que es inútil para el bien público mi cooperación con el gobierno"23 y que, por tanto tenía el deseo absoluto de retirarse de todo cargo público. Temeroso de que Quintero fuese a engrosar las filas de la oposición, Marroquín no aceptó su renuncia; pero a l negarse aquel a autorizar e l nombramiento de Arístides Fernández como Ministro de Guerra, por considerarlo inoportuno para la política de moderación y diá logo que hasta ahora venían desarrollando, decidió aceptar su retiro y le ofreció un cargo en e l Consejo de Estado. Ante tal ofrec imiento, Quintero le replicó, en una carta del 11 de enero de 1902, en la cual demuestra el talante de su personalidad y la solidez de sus principios, dic iéndole:

Mi retiro de todo empleo público y de ¡apolítica militante a que ellos me obligan, obedece a escrúpulos de mi propia conciencia, que yo, el primero, tengo que respetar en todo cuanto pueda menoscabar mi probidad política y personal.24

Con la renuncia al Ministerio de Gobierno y al Consejo de Estado, ter-minaba una etapa de 50 arios de servic ios a la patria en la más variada gama de cargos públicos, cuyos méritos reconoció e l gobierno de

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25. Quintero Calderón, Guillermo. Bosquejo de enmiendas políticas. Bogotá. s.e 1908.

Marroquín, a l concederle a Quintero, e l 3 de dic iembre de 1902, una pensión vitalic ia de mil quinientos pesos. Sin embargo, a pesar de ser ya septuagenario, después de pensionarse Quintero Calderón volvió a tener una activa vida política y en 1903 fue elegido senador por la Provinc ia de Ocaña, en cuya calidad fue designa-do miembro de la Junta Consultiva del Gobierno, llevando una vida apacible entre el Congreso, cuya presidencia llegó a ostentar para esta época, y las tertulias bogotanas de entonces. Al agitarse la nueva campa-ña electora l y dado e l prestigio político que había consolidado, Quintero Calderón fue señalado por el Nuevo Tiempo como posible candidato presidencia l, junto con Rafael Reyes y Marceliano Vélez. Pero el pru-dente anciano, ya despojado de los ímpetus de guerrillero que lo carac-terizaron en las décadas de los sesenta y setenta, más bien se había vuelto amigo de la concordia y el progreso, viendo con horror los errores guber-namentales, por lo cual desistió de participar en la contienda.

El 7 de agosto de 1904, Rafael Reyes se posesionó como Presidente de la República intentando desde un principio una apertura hacia el libera-lismo, que se había abstenido de partic ipar en la contienda electoral. Reyes nombró ministros liberales y fue combatido por sus intentos pro-gresistas. En 1905 e l Gobierno entró en conflicto con e l Congreso, e l cual, ante los rumores de una guerra civil, de jó de sesionar y convocó a una Asamblea Nacional. Quintero Calderón se ubicó en la oposición, endilgándole a Reyes el calif icativo de dictador, criticando su política fiscal y acusándolo de propic iar la penetración norteamericana; a l mis-mo tiempo fustigó a la Iglesia Católica por contemporizar con e l gobier-no de Reyes.

Quintero Calderón condensó sus experiencias legislativas en la obra Bos-quejo de enmiendas políticas25, en la que además realizó a lgunas aprecia-ciones sobre administración y derecho constitucional, proponiendo reformas políticas de carácter utópico, y comenzó a pensar como el ver-dadero jurista que se había formado y que los agites de la vida pública no le habían permitido desarrollar.

El tratado con Estados Unidos sobre Panamá precipitó la crisis del go-bierno de Reyes, quien había logrado prolongar su período a cinco arios; una ola anti americana empezó a recorrer el país y surgió la Unión Re-publicana, que congregaba a líderes de diferentes matices liberales y conservadores, en medio de una gran confusión política en el país. El 7 de junio de de 1909, Reyes encargó a Jorge Holguín de la Presidencia, desde el munic ipio de Gamarra —tierra natal de Quintero Calderón— y viajó al exterior. El 20 de julio, el Congreso eligió para el cargo de Primer Magis-trado del país, para concluir el período presidencial, al vicepresidente Ramón González Valencia, a quien Reyes, temeroso de una conspiración similar a la de Marroquín, suspicazmente había hecho renunciar. González Valencia no se consideraba en capacidad de sacar adelante al país y, como

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26. Columna editorial “El General Quintero Calderón y el Part ido Republicano”. Publicada por El Tiempo. Enero 21 de 1915. 27. Diario Oficial, Nº 6513, 12 de noviembre de 1885.

él mismo señaló en una carta dirigida a Luis Martínez Silva, "Sólo el deber me obligó a ocupar e l puesto, y este solamente me hará continuar en é l para el período de mi elección, que afortunadamente es corto"26.

El acto más importante de su mandato fue la convocatoria en 1910 de una asamblea nacional constituyente. Quintero Calderón, quien en ese momento había integrado con entusiasmo las filas del partido republica-no, e l cual se enfrentaba con e l partido conservador, y pese a su avanza-da edad de 78 arios, fue elegido nuevamente como constituyente para reformar la Constituc ión de 1886, de cuyo Consejo Nacional de Delega-tarios también había hecho parte, para lo cual fue nombrado —el 24 de septiembre de 1885— como primer suplente del General José Santos quien, a su vez, había sido nombrado en representación del Estado de Santan-der.

La partic ipación de Quintero en e l Consejo de Delegatarios de 1885 había sido reconocida por e l mismo cuerpo legislativo, cuando en sesión del 30 de septiembre de 1885, al resolver una solic itud de licencia presentada por él, expresó:

No se concede licencia que se solicita. El Consejo Nacional estima en cuanto valen el patriotismo é inteligencia con que el H. Delegatario Quintero Calderón presta sus servicios a l país en esta Corporación, sin perjuicio de que continúe prestándolos como jefe militar, con la abnegación, que le constituye uno de los más merecedores hijos de la República.27

La partic ipación histórica de Quintero Calderón en la Asamblea Consti-tuyente reformadora de la Constitución del 86 dio como resultado de sus esfuerzos nada menos que la aprobación que consiguió para abolir definitivamente la pena de muerte por cualquier delito, aunque su ma-durez política y su sapiencia jurídica le permitieron aportar luces en las demás reformas sustanciales que rec ibió la Carta en esa ocasión, muchas de las cuales se mantuvieron vigentes hasta su reemplazo en 1991. Después de su partic ipación activa en la Constituyente de 1910, e l dete-rioro de su salud lo fue alejando poco a poco del trajín de la política; no obstante, a l comenzar la Primera Guerra Mundia l realizó una interven-ción pública para aconsejar a sus copartidarios e l respaldo a los aliados, a quienes consideraba "defensores de los princ ipios y anhelos de libertad democrática, enfrentados al despotismo y a la tiranía". Su muerte le llegó diez días después de haber cumplido 87 arios, en la fría tarde bogotana del 14 de febrero de 1919, en medio de la escasez y en la soledad, ya que por dedicar todas las energías de su vida a la acti-vidad pública, había descuidado sus bienes, sus pertenencias e inc luso a su propia familia, ya que no pudo asistir a los funerales de su esposa, padres y hermanos. Quienes de él se benefic iaron materia l o inte lectual-mente, lo abandonaron en la recta final de su vida, inc luido su amigo

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30. Figuerido, Alberto. Documentos para una Biografía. En los funerales del General Guillermo Quintero Calderón, Colección Jorge Eliécer Gaitán, tomo 1. Bogotá: Centro de Documentación Jorge Eliécer Gaitán, 1949.pp.81-84.

personal el presidente conservador Marco Fidel Suárez, quien por celos políticos se negó a asistir a los funerales y delegó en e l Ministro de Gobierno la firma del decreto de honores para el ilustre personaje.

Solo gente humilde y jóvenes estudiantes se acercaron a rendirle tributo de admirac ión en sus funerales. Y Jorge Eliécer Gaitán, en representación de las juventudes liberales pronunció un lír ico discurso en el cual se destacan las siguientes palabras, que manifiestan c laramente la admiración que despertaba este hijo ilustre de la tierra cesarense entre sus contemporáneos:

Antes que claveles y lágrimas, siemprevivas y laureles regados sobre el mármol bruñido del sepulcro que os ha de dar glacial abrigo, quisiera oír el voto solemne de imitaros en el amor a las ideas, hoy ante vuestro cadáver...28

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29. Mestre. Vicente D. Cartera de campaña sea, táct ica elemental aplicada. Casa editorial de la opinión nacional, Caracas, 1887,p.1.

VICENTE SEBASTIÁN MESTRE

PROYECCIÓN INTERNACIONAL Y POLIFACÉTICO ESCRITOR

(VALLEDUPAR, 1858 - BOGOTÁ, 1919)

En la historia de Valledupar no se encuentra que su tierra haya dado otro hijo con tantos méritos en su hoja de vida y desempeño público, y tan sobresalientes en el campo internacional, lo mismo que por el volu-men numérico de obras escritas y publicadas en el campo cultural, soc ia l y político a nive l nacional e internacional, como el General Vicente Sebastián Mestre Socarrás, autor de cerca de 35 libros sobre diferentes asuntos, quien, además, ocupó destacadas posiciones e hizo parte de muchas organizaciones y clubes profesionales en países de Europa y América.

Hijo de Vicente Sebastián Mestre de Oñate (uno de los signatarios de la Constituc ión de 1853) y Juana Francisca Socarrás, nació en Valledupar el 10 de enero de 1858, en donde fue bautizado por su propio abuelo, el presbítero Valentín Mestre, conocido ampliamente en la historia local como el Padre Valentía, quien después de enviudar se había ordenado sacerdote.

Casi toda su educación secundaria y como abogado la recibió en Europa y desde muy joven se destacó por su clara presencia y liderazgo en la vida pública del país y en misiones en e l exterior, por lo que gran parte de su vida transcurrió fuera del país, en donde además de cultivarse como hombre culto, se caracterizó por su espíritu de emprendimiento y partic ipación en muchas inic ia tivas empresaria les y por los bienes que llegó a poseer como fortuna personal; incluso, durante su residencia en Caracas, fue propietario de la hermosa edificación conocida hoy como el Palacio de Miraflores, que en la capital venezolana cumple la función de Palacio Presidencial. Entre sus actividades académicas en e l exterior, durante su estadía en e l Perú, además de ser catedrático reputado en la rama del derecho, llegó al cargo de rector de la Universidad San Marcos, de Lima, una de las más antiguas del continente.

En la presentación de su obra Cartera de campaña o táctica elemental aplicada, publicada en Caracas en 1887, dicen de él los editores:

Es un joven de comprobada personería política, de inteligencia clara, ilustración nada común y de grandes esperanzas para su patria. Aboga-do, ha sido defensor de la justicia ante los tribunales, en donde ha dejado oír su verbosa y fluida palabra... Estimado el general Mestre por muchos grandes hombres de su patria, acogido y enaltecido en el exterior, él sigue adelante y avanza como prosiguen su carrera lumino-sa los hombres inteligentes.29

Las obras escritas por este prolíf ico escritor vallenato, a lgunas de las cuales han sido recopiladas por bibliotecas de reconocido prestigio en e l país y el exterior —en particular, más de la mitad de ellas en la Biblioteca

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Luis Ángel Arango de la ciudad de Bogotá— tratan los más diversos te-mas, especialmente el de la táctica y la estrategia militar —que Mestre dominaba a la perfección—, derecho internacional, filosofía, geografía, literatura, arqueología, civismo, ética pública, política; casi todas editadas en el extranjero (Caracas, Barcelona, Bruselas, Curazao, Puerto España —Trinidad—) y unas cuantas en Bogotá, por parte de la Imprenta Nacional. Entre ellas se pueden mencionar: Cartera de campaña, o táctica elementa l aplicada; Plano topográfico de la ciudad de Caracas; Dictados del derecho de la guerra; Defensa de la América Latina; Decreto e jecutivo sobre táctica militar; Calidad nacional de los colombianos; Cartilla militar para la instrucc ión moral del soldado venezolano; Granítico; Disyuntiva nacional, Impúribus; Desideratum; Comprobación de la superchería; Argumentos rutilantes; En defensa de Colombia; Lucubraciones sobre hermenéutica; La perfección moral o sea el arte de vivir dichoso según Benjamin Franklin; Moxas diplomáticas; Deontología militar; La bandera de Colombia y e l escudo nacional; La calidad nacional; La Preservación de Colombia; Gestiones patrióticas; Noticias historiales; Los grandes caminos estratégicos de Colombia; La completa desnudez, huellas invisibles de la peregrinación; La hiena perfumada, y muchas otras que quedaron inéditas.

En calidad de miembro correspondiente, efectivo y en algunos casos pre-sidente hizo parte de las siguientes organizaciones europeas: Société Neolatine de Carcassonne; O Instituto de Vizeu; Société de Sauvetage de la Niévre; Institut de Midi de Francia; Association de Sauveteurs du Haut Rhin; Institut de Sauvetage de la Méditerranée; Société de Geo-graphie de Berne; Caballero hospita lario de San Juan Bautista de Espa-ña; socio corresponsal de la Sociedad Económica Graciense de España; miembro de A Sociedade de Geographia de Lisboa, de la Société Union Fraternelle Militaire de Francia; socio corresponsal de la Sociedad Geo-gráfica de Madrid, de la Sociedad Artístico-arqueológica Barcelonesa; miembro de la Real Diputación Arqueológica y Geográfica del Príncipe Don Alfonso de Almería; socio corresponsal de la Real Sociedad Econó-mica Montillana de Amigos del País; miembro efectivo de la Société d'Archéologie de Bruselas y de la Reale Accademia La Stella d'Italia; además, Presidente honorario de la Académie Internationale de Francia.

Internacionalmente fue distinguido con numerosas condecoraciones y reconocimientos, entre los cuales se pueden destacar: Medalla de oro de la Cruz Roja de España; Cruz de Comendador de la Orden de Malta; Cruz de Comendador de la Orden del Mérito Civil de Francia; Cruz de Comendador de la Real y Distinguida Orden Militar del Cristo de Por-tugal; Gran Placa de honor de la Cruz Roja de España; Gran Cruz de Comendador de la Real Orden de Santa Catarina del Monte Sinaí y Medalla de Plata de Alfonso XIII.

Después de haber servido a su patria en la milic ia , la administrac ión pública y el cuerpo diplomático y, sobre todo, después de haber cumpli-do con una encomiable labor social en defensa de los intereses naciona-

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les, le fue negada la pensión que con muchos argumentos solic itó a l Estado colombiano, razón por la cual, en 1919, decidió asumir un digno fina l, suic idándose a la entrada del Capitolio Nacional, en señal de pro-testa por el tratamiento recibido, sin haber dejado descendencia. Los pueblos que desconocen su historia se ven condenados a repetirla. Esta expresión cobra fuerza en momentos aciagos del departamento del Ce-sar, adolescente de una pobreza de liderazgo en todos los aspectos de la vida colectiva, y permite evocar esta figura c imera aunque ignorada, de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, que mucho bien le haría al Cesar en su actual encrucijada.

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SEBA STIÁ N GU ERRA

PIONERO I GNORADO DEL FOLCLOR VA LLENATO

(RIN CONHONDO,¿? - LA SIERRA, 1937)

Considerado por autoridades del folc lor como uno de los grandes entre los pioneros y difusores de la música vallenata —especialmente en lo que corresponde al territorio de los departamentos del Cesar, Antioquia, Magdalena y Bolívar—, debido a su creatividad, originalidad y maestría en la ejecución del acordeón, lo mismo que a la cantidad y calidad de sus composiciones, su creatividad en el verso y el haber sido el creador de un estilo propio y original, de l cual se alimentaron muchas escuelas poste-riores, Sebastián Guerra se perfila hoy como uno de los más grandes, pero olvidado, del folclor vallenato ya que, salvo por las menciones que de él hacen algunos estudiosos como Tomás Darío Gutiérrez y Julio Oñate Martínez y los recuerdos borrosos de algunas personas mayores, es poco lo que los mismos acordeoneros saben de su vida y el significado de su obra en la historia del vallenato, además de que por haberse ausentado tempranamente de su tierra natal, es desconocido por sus propios cote-rráneos.

Sebastián era hijo de la unión conyugal libre de Juana Vicenta Guerra, natural de Rinconhondo, y de quien tomó su apellido, y Pedro Herrera, conocido popularmente como Perucho Herrera, natural de La Sierra (corregimiento de Chiriguaná) y radicado en San Roque (corregimiento de Curumaní), acordeonero de bajo perfil musical y poco conocido o mencionado en la historia del folc lor va llenato, de quien se desconocen las c ircunstancias del dónde y con quién aprendió a tocar el acordeón. Todo indica, sin embargo, que fue el émulo y modelo para su hijo, a pesar de que sus relaciones no fueron estrechas ni prolongadas. Pero el talento es así, en donde nace, no hay barrera que lo detenga y solo requiere de leves estímulos para desarrollarse. Sebastián estaba predesti-nado por la naturaleza a ser el más grande de su tiempo.

Según Emilio Beleño Guerra, sobrino y discípulo de Guerra, este oyó tocar a Perucho en pocas ocasiones, pues se había criado con su progenitora en Rinconhondo, mientras su padre vivía en San Roque, no muy lejos de allí. Siendo un muchacho aún imberbe, mientras viajaba a lomo de burro o descansaba de las faenas labora les del campo, practica-ba con el sombrero, como imitando la digitación de los acordeoneros, tal como lo observaba en su progenitor. Se había entrenado de ta l manera en los movimientos digita les, parodiando las notas del acordeón con sonidos guturales y cantos imperceptibles, que el día que pudo tener el instrumento en sus manos no tuvo mayor dificultad para tocar melodías conocidas.

Aprendió a tocar como autodidacta con el instrumento de su padre, el cual tomaba y manipulaba en su ausencia; esa temprana demostración

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30. Guerra Gut iérrez, Celso. Clasicos del Vallenato. Graficas del 2003. Valledupar, pp.76ss.

de talento y vocación le permitió descollar como el mejor de todos en su época, creando una escuela con estilo propio, de la cual se consideraron deudos grandes acordeoneros, como Pacho Rada, Luis Enrique Martínez, Pedro Nolasco, Abel Antonio Villa, José Antonio y Germán Serna, Samuelito Martínez y muchos troncos de dinastías, como las de los López, los Durán Díaz, los Serna, los Martínez y otros. Sin que se conozcan mayores razones de e llo, San Roque, un viejo corregimiento perteneciente a Chiriguaná hasta 1965, se había constituido en sitio de acordeoneros en las primeras décadas del siglo XX, pues además de Perucho Herrera, allí tocaron el instrumento, antes de Sebastián, Francisco (Pachito) Niebles, Domingo (Mingo) Cuadros y José Mendoza, quien posteriormente se radicó en Curumaní. En versión del investigador Andrés Camacho, un familiar del juglar, su hermano menor de línea paterna, Nicolás Herrera Fonseca, descendiente de Perucho, dice que a pesar de que Sebastián no se crió con su padre, el poco tiempo que estuvieron juntos fue sufic iente para que aprendiera a tocar el acordeón, pues tuvieron suficiente confianza y el padre llevaba al mozuelo a todos los lugares a donde iba. Perucho tocaba sus propias composic iones, pues en su época no era fácil encontrar otras. El interés del muchacho por el instrumento y la curiosidad que este le despertaba, hic ieron que su padre no lo dejara a su alcance, pero él se ingeniaba la manera de tocarlo en su ausencia. Y una noche, a l regresar a casa antes del tiempo sospechado, pues había salido a realizar diligencias por otro sector, Perucho se encontró con la sorpresa de que e l muchacho, asustado por e l desacato de la orden de no tocar e l aparato, lo hacía con claridad, buen ritmo y armonía; motivo sufic iente para apoyarlo desde ese momento.

Sebastián aprendió a tocar en forma magistra l, y a l poco tiempo regresó al lado de su madre, en Rinconhondo, en donde se convirtió en todo un personaje, que imitaba el toque solo con e l sombrero, pero cantaba muy bien y esto atraía a vecinos y transeúntes, a pesar del poco reconocimiento de la música de acordeón a comienzos de siglo. Simultáneamente le hacían compañía musical con el tambor y la caja sus hermanos Luis y Andrés Isaías Guerra, este último padre del conocido Andrés Landero, Rey Vita licio del Festival de la Leyenda Vallenata, quien no tomó el apellido paterno.30

Sebastián Guerra había nacido en Rinconhondo (Cesar), en la segunda mitad del siglo XIX, probablemente antes de 1880 y muy joven emigró hacia las regiones ribereñas del Magdalena, fronterizas entre los depar-tamentos de Bolívar y Magdalena, de donde solo regresaría a morir en La Sierra, en 1936, según unos familiares, o en 1939, según otros.

Inic ió un largo periplo por los pueblos ribereños de la ciénaga de Zapatoza

y el Rio Magdalena con sus innumerables brazos, y posteriormente del río.

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31. Por esta razón podría decir que en la primera parte del siglo XX Guerra fue el acordeonero colonizador de esta región con la nueva música que comenzaba a ganar espacio en el panorama folclórico nacional. En: Gil olivera, Numas Armando. Toño Fernández. La pluma en el aire. Kimpres, Bogotá, 2005.

Cauca. Entre las poblaciones de San Bernardo, Costilla, Tamalameque, Zapatoza, El Banco, La Victoria, P iedras de Moler, Caimán, Cerro de San Antonio, Punta de P iedra, Hatillo de Loba, Magangué, Plato, Altos del Rosario, P laya Alta, Mompox, Barranco de Loba, San Martín de Loba, Las Playitas y Juana Sánchez, se desarrolló gran parte de su vida trashumante, con salidas periódicas hacia otras regiones no muy lejanas, especialmente de Los Montes de María, en donde su hermano Andrés Isaías, quien lo acompañó en muchas correrías, posteriormente tuvo a Andrés Landero. Su relación con la generación de gaiteros parece haber sido muy frecuente, pues aún en la época de Toño Fernández se inter-pretaban merengues de Guerra, con los conjuntos de gaita.31 Además de reconocer que enseñó a muchos acordeoneros, a Sebastian se le puede considerar, con toda razón, e l pionero del va llenato en todo el Bajo Magdalena, la región de La Montaña, y además, el primero en penetrar con el acordeón hacia la zona minera de Antioquia, a través de los ríos Cauca y San Jorge. Antes de emigrar había alcanzado a sentar en Rinconhondo las bases de una potencial escuela que, tal vez debido a su ausencia, no logró consolidarse. También se sabe, aunque vagamente, de su influencia en los músicos de La Paz y algunos de la provinc ia de Padilla. Esta se debió, ta l vez, a que al f inal de su vida, Guerra anduvo por La Guajira buscando que la sabi-duría tradic ional de los indígenas wiwa de las estribaciones de la Sierra Nevada, en la zona rura l de San Juan del Cesar, le diera algún a livio a sus padecimientos físicos; de este periplo dejó huellas, pues en La Paz se lo conoce como uno de los pioneros que aportó a la inc linación por e l acordeón de los miembros de la dinastía López, como lo reconoce Mi-guel, uno de los reyes vallenatos que ha tenido esta familia.

Sobre su presencia en La Guajira, Mauric io Bolaños, hermano de Chico, cantaba hace algunos años un verso de dudosa factura, pues él lo atri-buía a Francisco el Hombre y, según él, hacía parte del merengue La Chencha, que a lgunos guajiros atribuyen a El Hombre; mientras que algunos músicos del Magdalena Grande, como Pacho Rada y Luis Enri-que Martínez, se lo reconocen a Sebastián Guerra. Sin embargo, los ver-sos en mención suscitan dudas sobre su autoría, por su estilo y por la toponimia incluida en ellos, que se sale del contexto tradic ional en donde Guerra se movió. El verso dice así:

La Chencha me dejó a mí

y se fue con Sebastián Guerra

desde El Tre in ta pa r aba jo

ella sigue su carrera

Sobre esta composición, y refir iéndose a la importancia que tuvo en su época, es decir, a comienzos del siglo XX, como base de aprendizaje de nuevos acordeoneros, dice el promotor musical Celso Guerra que:

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32. Guerra Gut iérrez, Celso. Clasicos del Vallenato. Graficas del 2003. Valledupar, pp.15-16. 33. En entrevista concedida al autor, en Santa Marta, el 19 de Sept iembre de 1996, en el marco de la investigación sobre piquería vallenata, próxima a publicarse.

La Chencha, una canción de Sebastián Guerra, tema que apareció arios después grabada en Ciudad de Panamá por Avelino Muñoz en el órgano y la voz soprano de Silvia de Crease, sin ningún crédito para el nuestro. Este tema estaba muy de moda para la época y era interpretado por los músicos que deambulaban por el lugar; de manera que se convirtió en predilecta de Pacho Rada para sus ensayos.32

Es importante señalar que la primera composición que interpretó Pacho Rada, quien nació en Plato en 1907 y a los seis años ya tocaba acordeón, fue La Chencha, de Sebastián Guerra, corno él mismo reconoce.

Refiriéndose a esta misma cuestión, e l Vie jo Pacho hablaba de la in-fluencia de Guerra en su época y las aptitudes que le eran reconocidas corno creador, cuando re lataba las circunstancias en que é l aprendió a tocar y la forma en que interpretó su primera canción, en una fiesta en la que tocaba su tío Ángel Pasos y a la que también había sido invitado su padre, Alberto Constantino Rada Ballestas, quien en un momento de descuido dejó e l acordeón sobre una mesa que estaba en la sa la, creando la ocasión para que e l niño de cuatro arios, inc itado por un amiguito, tomara e l acordeón. Lo que siguió de ahí, lo relata e l mismo Viejo Pacho:

Por inic iativa de un amiguito de nombre Eugenio, lo tomé y comencé a tocar y me salió la música de la canción de moda, "La Chencha", un merengue de la autoría del músico más completo que había en ese momento, Sebastián Guerra, natural de Rinconhondo, ya que era cantador, acordeonista y compositor... La verdad es que cuando yo comencé, mi fama se regó por toda la Provincia, porque era igual que Sebastián Guerra, siempre he sido un músico completo: toco, canto y compongo.33

Sebastián fue e l primer acordeonero colombiano en recibir una oferta para grabar en Los Ángeles, California, en 1932, pero nunca aceptó la propuesta por e l temor que le inspiraba e l solo pensamiento de a le jarse de la región. Cuando le describieron el viaje, en el cual debía abordar un barco en Cartagena, sa liendo por el río Magdalena y posteriormente arribar a Colón para atravesar e l Canal de Panamá, llegar al Océano Pacífico y continuar hacia Los Ángeles, en un itinerario de muchos días, Guerra consideró que se trataba de un viaje que no tenía regreso, pues su microcosmos tenía horizontes muy reducidos.

Renunciaba de esa manera a la oportunidad de haber sido el primer colombiano en grabar música de acordeón lo que, de a lguna manera, le cerró las puertas de la fama y la posibilidad de ser conocido por la poste-ridad con toda la magnitud de su obra, en la cual fue original, extenso y prolifero, tanto que llegó a ser calif icado como el acordeonero más com-pleto de su tiempo, muy por encima del más famoso de su generación, Francisco el Hombre. Igualmente, cerró la oportunidad para que le fuera reconocido e l mérito autora] de sus propias canciones, la mayoría de las

cuales fueron usurpadas por acordeoneros y compositores de genera-

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ciones posteriores y hoy aparecen en grabaciones generando gloria a sus usurpadores, quienes se han hecho grandes con ellas.

En cuanto al arte musical, Sebastián Guerra encarnó lo que se llama hoy un músico completo: tocaba, componía, cantaba e improvisaba con sor-prendente facilidad, además, tocaba caja y guacharaca, como sus herma-nos Luis e Isaías.

En asunto de piquería, Sebastián Guerra es recordado por su agilidad y la contundencia con que improvisaba y construía versos para acabar con el contrincante en parranderas, aunque, como ocurre con la mayoría de las primeras piquerías, no se conserven muchos testimonios textuales de esa capacidad.

Entre sus piquerías famosas, se tiene noticia de la que sostuvo en varios encuentros con Tomás de Aquino Palmeras, un pasero que se había redicado en Rinconhondo y trashumaba por los pueblos del centro delCesar; pero de ella no queda sino la remembranza. De la que se conserva mayor información es de aquella que sostuvo en El Banco, en casa de Nicolasa Cadena, a donde llegó proveniente de Juana Sánchez, a cum-plir la cita que le habían puesto algunos seguidores. Allí se enfrentó con Manuel Isabel Oviedo (abuelo del Comandante Emilio Oviedo), un músico académico y erudito, que sabía más teoría musical que ejecución instru-mental; había nacido a fines del siglo XIX en Corozal, hoy departamento de Sucre y había emigrado hacia e l sur de Bolívar, en donde se radicó en el caserío de San Antonio o Los Mangos, de allí se trasladó a Zapatoza y posteriormente a Costilla, lugar donde murió, hacia 1965, después de haber dejado huellas y conformado una familia que hizo posteriores aportes a la cultura musical y al folclor vallenato.

Un verso que se recuerda de Guerra es el que compuso —y cantaba con frecuencia—, haciendo alusión a la enfermedad contraída por él en Playa Alta, a donde había ido a tocar y tuvo un romance fugaz, pero debido a su poca disposic ión para hacer anclaje amoroso, decepcionó a la preten-dida, cuya madre, en venganza, lo hizo "componer" con un -maleficio" que lo llevaría hasta la tumba.

Cuando se sintió muy mal, regresó a Rinconhondo, tierra de gran reco-nocimiento por su tradición mágica, de medic ina empírica y la autoridad de sus curanderos y brujos; allí cerca, en el corregimiento de La Sierra se sometió a tratamiento con Agustín Fernández, otro acordeonero no conocido, quien lo mejoró sensiblemente y regresó al pueblo de La Vic-toria para someterse a una curación con unos médicos llamados invisi-bles; allí agravó y regresó a La Sierra, en donde murió después de una temporada de intentos de seis meses, el 10 de septiembre de 1937. Los versos de esa época dicen:

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Una horrible morcillera

me ha pegado esa muchacha se acabó el ruido de Guerra

Por i(r) a tocá a Playa Alta.

Sebastián llegó a La Sierra

con su ma la en fer medad

los médicos invisibles no lo pudieron curá

Sobre sus enfermedades, son muchos los retazos de canciones que se hallan dispersos en distintas partes de la región Caribe. Hildemaro Bolaño, hijo del memorable Chico Bolaño, recuerda un estribillo que aprendió de su padre, cuya letra dice:

Como dice Guerra Como dice Chan

Por culpa de las mujeres Mataron a Sebastián

Su repentismo siempre estaba a flor de labios. En una ocasión que regresó a su tierra natal, después de una de sus largas ausencias, llegaron a visitarlo varias personas notables del pueblo encabezadas por Isaac Hernández, Samuel Martínez —padre de quien escribe— y Basilio Ruíz, quienes le pidieron que, en respuesta a su saludo, les reconociera con una muestra de su arte musical. Guerra no se hizo rogar y ofreció, como respuesta a su petición, el siguiente cuarteto:

A Isaac yo vengo a contarle

y quienes son de sociedad

soy e l que me río del hambre

y cuando no tengo me da

En su periplo musical por los pueblos ribereños del Magdalena y sus afluentes, es recordado por las personas de mayor edad en los lugares más insospechados de la región. Por ejemplo, en el pueblo de Las Playitas, corregimiento de San Martín de Loba en el departamento de Bolívar, un pueblo retirado de la arteria fluvial, a l cual se penetra a través de uno de los brazos que forma el Magdalena en esta región; en una ocasión, Sebastián llegó invitado por unos amigos y la noticia corrió con rapidez, pues estaba anunciada con anticipación. Allí la aglomeración fue grande y gente de todas las edades y condic iones acudían a conocerlo. Al inic iarse la parranda, el saludo musical fue con estos versos:

Yo soy el Sebastián Guerra

Soy el Guerra Sebastián

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He venido a Las Playitas Por la fama que le dan.

Con un saludo de esta natura leza, en un lugar retirado en donde la presencia de un músico de esta condición se consideraba como un acon-tecimiento histórico, la simpatía que despertó fue grande, sobre todo entre la población femenina. Por eso aún se recuerdan versos que, en forma de piropos estrofados, compuso para a lgunas jovencitas de las más hermosas de la población. Entre esos versos la memoria popular recuerda los siguientes:

Petronita Regalado

Dios te guarde tu hermosura Cuando sales a la calle Pareces la virgen pura

Juana Pérez es una flor

Que cuando se oculta oscurece Y cuando sale a la calle

Todo el mundo resplandece

Pero, igualmente, cumpliendo con la característica de todo buen juglar, su corazón era como el de los marineros. A donde quiera que llegaba señalaba territorio para sus afectos, se enamoraba y entablaba romances, muchos de ellos tormentosos y no siempre bien correspondidos, como le sucedió en el mismo pueblo de Las Playitas. Allí, un amor imposible le amargó la vida, lo cual no fue óbice para que él le compusiera versos, en los cuales dejó impresa la factura de calidad literaria que siempre lo caracterizó como el mejor compositor de su tiempo, no solo por la pleni-tud musical, s ino también por la calidad y refinamiento literario de sus versos. Se recuerdan unos versos alusivos a ese amor imposible, con una protagonista cuyo nombre ha sido olvidado, pues no la menciona en el verso como en otros casos, pero a la cual le dice en forma recriminatoria :

Pa ' qué sa les a la ca lle

Si no quieres que te vea

Cuando mis o jos te miran

Mi co razón te desea

Y cuentan los habitantes de la población que después de varios días de visita, con la espina de un amor no correspondido, en medio de la me-lancolía propia del despecho amoroso, se despidió del pueblo con el abatimiento y desconsuelo que derramó en los siguientes versos:

Adiós Playi ta In feli z

Vivo de tu mala suerte

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34. Gil Olivera, Numas. Op. cit.,pp.138-139.

Vivo privado de verte

Y po r eso me voy de aquí Muchas de sus composic iones como La cédula electoral y Los invasores, compuestas hacia 1928 y 1931 respectivamente, aún permanecen inéditas y son el primer ejemplo de canción política que se conoce en el vallenato. Otras composiciones suyas son Hombre Solo, La Chencha, Petra, El avariento , La pesca del Segebre, entre otras, la mayoría de ellas en ritmo de merengue, las cuales afortunadamente no han sido apropiadas por ningún avivato, pero siguen corriendo el riesgo de ser arrastradas por la avalancha del olvido.

De su legado musical es poco lo que se conoce pero hay que señalar que, como pionero, no sólo lo fue en el acordeón, sino también en la compo-sición, sobre todo al ser quien jalonó por primera vez temáticas particu-lares, como la política, de crítica y protesta, expresada en composiciones como el merengue La Cédula electoral, cuyos versos finales dicen:

Oigan b ien libera les y conservado res

Pongan mucho cu idado en lo que les digo

Que si llegan los Estados Un idos

Pagaremos justos por pecadores Igualmente desarrolló temáticas relacionadas con los animales, como el caso de Hombre Solo, compuesta al perro que le regaló un compadre, y con la actividad labora l, como La pesca del Segeb re, que le compuso a otro compadre; ambas en ritmo de merengue, ya que fue e l ritmo que más cultivó, además del paseo.

En la temática amorosa se conocen versos de otro merengue cuyo título se ignora, pues se sabe que titular las composiciones no era preocupa-ción de la época. Solo se sabe que fueron compuestos para Lupercia Quiroz, de Tamalameque. Su texto dice:

La Qui roz le d i jo a Guerra

Y Guerra le dijo a la Chiva

Mejo r metete conmigo

Que yo soy la recogida

A través de los Gaiteros de San Jacinto, se conoce un merengue que este reconocido grupo musical interpretaba y que fue grabado recientemente en un CD que acompaña al libro Mochuelos Cantores de María la Alta II, Toño Fernández, la p luma en el ai re , obra del filósofo de San Jacinto Numas Armando Gil Olivera34. En dicha obra, Adolfo Pacheco, refirién-dose a la celebración del día del maestro en una año de la década del sesenta, con una parranda realizada en casa de Ramón Vargas en San Jacinto, dice de Torio Fernández: "También cantó otro merengue llama-

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do El Negro Guerra, que era un tío de Andrés Landero". El merengue se refiere a la penosa enfermedad de que hemos hecho referencia y a una supuesta operación que le fue practicada por los médicos invisibles en El Banco o La Victoria :

Yo soy el negro que en o t ro t iempo , Le

daba buen sonido a la diversión . ¡Ay! Ya

perdí, ya perdí el temperamento ya no toco,

ya no toco mi acordeón .

(..-)

Sebastián con su acordeón, Sebastián con su acordeón

Sebastián con su acordeón

Cuando salía po r la calle

Cuando Sebastián se vaya (3)

¡Ay! Queda la murmuración

(C'est pas fini en alemán —dice Toño)

Sebastián Guerra murió antes de que e l bum del disco llegara a Colom-bia y, por las razones señaladas antes, no alcanzó a grabar. De todas maneras, su desaparición fue prematura pues en el momento de su muerteaún estaba en plena madurez y capacidad de producción musical, no permitiendo a uno de los verdaderos pioneros del folclor vallenato figurar para la posteridad acompañado por la fama de sus creaciones. Cuando llegó el tiempo de la grabación, muchas de estas fueron apropiadas por otros compositores, totalmente, o al menos la música de algunas de ellas, para adecuarles la letra que habían compuesto. Por eso, canciones que hacen parte hoy de los c lásicos del folc lor va llenato, hasta las inc luidas en la selección de Cien años de Vallenato, realizada por Daniel Samper y Pilar Tafur, se le deben a Sebastián Guerra, quien ha sido no solo un gran damnificado, sino también el ilustre desconocido del folc lor va llenato.

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JOSÉ A NTO NI O GUE RR A BU LLO NES

O COMPAE CHIPUCO: ENTRE LEYENDA Y REALIDAD

( LAS PALOMAS , ¿ ? - V ALLEDUPAR , 1 967 )

Cuando la imaginación colectiva desdibuja las fronteras de una realidad o un hecho histórico, genera sus propios relatos bajo la forma de leyen-das, que se convierten en paradigmas desde los cuales se recrea la histo-ria y la cultura de un pueblo. Tales relatos se pueden crear en torno a hechos, personas y personajes, que tuvieron a lguna re levancia para la vida colectiva.

En e l caso del personaje vallenato conocido como Compae Chipuco, una serie de hechos ha dado realce a su nombre, aunque del personaje mismo poco se conoce, pues incluso sus propios familiares ignoran datos tan esenciales como las fechas de su nacimiento y de su muerte.

Hasta su verdadero nombre era desconocido por sus coterráneos, pues el día de su muerte sus familiares mandaron a imprimir los carteles de invi-tación al sepelio con el nombre de José Antonio Guerra Bullones y no recibieron una sola visita , hasta cuando a lguien averiguó en la tipografía y le dijeron que se trataba de Chipuco; fue entonces cuando el Concejo Municipal ordenó nuevos carteles con el nombre completo y e l apelativo, y la multitud hizo romería hasta el sitio de velac ión, para acompañarlo por última vez.

Fueron necesarios una canción vallenata, un restaurante, un ron, una esquina (calle 16A con carrera 7a de Valledupar) y una tienda, como hechos que contribuyeron a engrandecer el mágico nombre de un perso-naje local que ha trascendido las fronteras parroquianas, para convertirse en una leyenda cultural, s in que en realidad se tenga en cuenta el referente original sobre el cual se construyó esa leyenda.

Su verdadero nombre era José Antonio Guerra Bullones. Con apellidos de origen provinciano y curazoleño, había nacido en la década de los ochenta del siglo XIX, en el sitio de Las Palomas, ubicado en la zona rural entre Badillo y San Juan del Cesar, hijo del comerciante curazoleño Juan de Dios Bullones, quien se había radicado definitivamente en Badillo —en donde era poseedor de una pequeña parcela— y la sanjuanera Ana Gertrudis Guerra.

Desde la edad de dos arios vivió en Valledupar, en donde más tarde fue acogido y prácticamente adoptado por la familia Castro, cuya casa se encontraba en el marco de la plaza Alfonso López, en donde se levantó mientras contribuía con los oficios domésticos, como el de hacer manda-dos, labores de jardinero y traer e l agua desde el río, ofic ios con los cuales pagaba los gastos de mortuoria de su madre, que fueron costea-

dos por esta familia.

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Como práctica cotidiana gustaba de imitar los sonidos de la natura leza, los cuales repetía haciendo figuras con la boca o silbando, y precisamen-te de esta práctica surgió e l apelativo con el que siempre se le conoció, pues cuentan quienes lo conocieron que al regresar del río, con los calambucos llenos de agua, normalmente imitaba durante el recorrido el sonido de chipuc, chipuc, chipuc... que estos emitían, razón por la cual las personas que realizaban la misma tarea comenzaron a llamarlo con el nombre de Chipuco, con el cual se le conoció por el resto de su vida, en detrimento del nombre propio.

Casado con Carmen Arzuaga, oriunda de San Diego, tuvo con ella va-rios hijos (Alejandro Baute, antes del matrimonio, los mellizos Carmen —propietaria del Hotel Los Cardones— y Antonio, Emma, Erlinda, Cayetano, Soledad y Matilde). El matrimonio radicó su residencia inicialmente en el lugar que hoy se conoce como La Esquina de Chipuco, en donde mantenían una venta de comida calle jera y posteriormente una pensión (de hecho, fueron los primeros en Valledupar en instalar un negocio de esta naturaleza, en la década de 1930). Posteriormente, y teniendo en cuenta el atractivo labora l que en esa época representaba la zona bananera del Magdalena, Chipuco se aventuró hacia esta región, a donde posteriormente llevó a su familia. Allí mantuvieron el servicio de restaurante, con e l aporte y trabajo de todos los hijos; a su regreso se radicó definitivamente en Valledupar, en donde adquirió un lote gran-de localizado entonces en las afueras de la poblac ión, en el sitio que él llamó el Quinto Patio, debido a la distancia que en ese momento lo separaba del centro de Valledupar y que hoy está muy central, en la carrera 12 con calle 18 (en donde hoy se encuentra el edificio FED); allí construyó nuevas habitaciones para arrendar, utilizando los recursos que se había ganado con unas fracciones de la Lotería de Bolívar, y fue precisamente en este sitio en donde lo conoció Cherna Gómez, el autor de la canción que lo hizo famoso.

Además por una adjudicación que le hiciera el municipio de Valledupar, adquirió una parcela ubicada entre los ríos Guatapurí y Cesar, a l oriente del barrio Pescadito, en donde permanecía durante el día dedicado al cultivo de hortalizas. Por eso, en la descripción musical del dentista Cherna Gómez, este pone en boca del personaje la autodescripción que dice:

Me llaman compae Chipuco

Y vivo a orillas del río Cesar

En la actividad hortícola también fue pionero en Valledupar, como el primer cultivador y vendedor de verduras, antes de que llegaran las colo-nizaciones santandereanas y del interior del país. En esta tarea contó con el apoyo profesional del doctor Ciro Pupo Martínez, quien había recibido en obsequio una determinada cantidad de verduras y, al inda-gar por su origen, Chipuco le explicó la forma en que las producía, pero le contó que no tenía mercado, pues la gente en Valledupar no estaba

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acostumbrada a l consumo de verduras. En adelante, el reconocido mé-dico vallenato, en un acto de solidaridad recomendaba a sus pacientes el consumo de las hortalizas frescas, como pepino, pimentón, col y tomate que Chipuco les ofrecía, y lo hacía como recomendación especial com-plementaria de los tratamientos médicos que les asignaba, especia lmen-te a pacientes desnutridos y anémicos.

Del Chipuco acordeonero y compositor se conoce poco y es así como surge la leyenda. Se sabe que había recibido como regalo un instrumento que siempre intentó hacer sonar melódicamente, pero al que solo le sacaba notas fragmentarias e incoherentes, especialmente cuando estaba con tragos, lo cual ocurría con mucha frecuencia; y como compositor, improvisaba versos inconclusos de media estrofa o sin rima completa a todo el que se encontraba en su camino, los cuales inexorablemente con-cluían con la expresión Ruá Ruá.

No obstante y consciente de su realidad personal, Chipuco alcanzó a componer algunos versos que eran ampliamente conocidos en su época, en los cuales hace mención de su condición caratosa, de esos versos dos cuartetas muy elocuentes son:

En e l Ba rrio Cañaguate me t ratan ni un margina() por culpa de este ca rate que me tiene tan fregao Ruá ... Ruá .. Soy un hombre solita rio como San Antonio Abad arrastrando este calvario con mis patas bien pintá Ruá... Ruá ...

Estos versos parecen haber servido de materia prima a Cherna Gómez en la descripc ión de sus rasgos físicos cuando le compuso el famoso paseo, en donde lo define físicamente recurriendo a la autodescripc ión que el mismo personaje hacía en sus versos; Gómez dice:

Soy vallenato de verdá Tengo las patas bien pintás Con mi sombrero b ien alón Y pa' remate me gusta e l ron

Verso este que, al parecer, empata con otros del mismo Chipuco que se han rescatado y que de tanto repetir en medio de sus estados de trance etílico, fueron aprendidos por muchos desprevenidos espectadores de

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los barrios Cañaguate, El Cerezo, La Garita y La Guajira, anexos al cen-tro colonia l de la ciudad. Entre estos encontramos otras dos cuartetas muy expresivas de su realidad psicosocia l:

Me llaman Compae Chipuco vivo humilde y sin pretensión sacándole gusto al gusto yo me divierto tomando ron Ruá... Ruá ... A o rillas del río Cesar

tengo una choza en un p layón

no me considero un jugla r

aunque sé tocá aco rdeón

Ruá... Ruá ...

Los anteriores versos escaparon del fuego devorador del olvido y antes de su muerte, ocurrida en Valledupar en 1997, ya hacían parte de la memoria colectiva en los sectores populares de la ciudad y a él lo habían convertido en un personaje querido de la gente en todos sus estratos. El pueblo lamentó su desaparición, aunque con los primeros carteles invi-tando a su sepelio todo e l mundo se preguntaba quién era José Antonio Guerra Bullones. Por esta razón, en la tumba que guarda sus restos mor-tales en el cementerio de Valledupar aparece como "Compae Chipuco". Su sencillez, carácter pacífico y afable, el contacto que mantuvo siempre con todas las esferas sociales y su aspecto físico sencillo, hic ieron de Chipuco un personaje connatural a l paisaje urbano de Valledupar. Era célebre por los apuntes que se le escuchaban en medio de las borracheras consuetudinarias, hasta el punto de ser reconocido, incluso, por los más grandes personajes de la vida nacional que llegaban a la poblac ión de entonces, en donde todos eran conocidos. Fue así como se dio a conocer con personajes como el Presidente Alfonso López Pumarejo y el dirigen-te Pedro Castro Monsalvo; de ahí que, e l día de su muerte, ocurrida el 13 de noviembre de 1997, asistió de gala toda la sociedad vallenata.

A pesar de no haber sido acordeonero consagrado, entre sus descen-dientes creció la vena artística, ya que Alejandro, su hijo, fue músico y compositor; Cecilia Galvis, su nieta, ha sido una difusora del folclor vallenato en la capital del país y en el exterior, y su nieto Alfonso Guerra es acordeonero en Venezuela; además, a lgunas de sus nietas radicadas en el exterior han sido amantes y difusoras del vallenato en otros países, como Marina Pascal en Francia y Elizabeth de Heijor en Miami. Como anécdota interesante, se cuenta que después de enviudar Chipuco asumió una actitud realista ante la muerte, hasta tal punto que compró el ataúd y la mortaja con la cual debía ser sepultado, para que nadie

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tuviera que hacer gastos en el momento requerido; pero uno de sus hi-jos, conocido con el apelativo de Mandador, cuando estaba bebiendo lo bajaba del zarzo en donde estaba guardado y lo empeñaba o lo vendía, como uno de los pocos objetos de valor con que contaba en casa el conocido personaje, sin embargo, Chipuco lo adquiría de nuevo; esa situación se repitió durante más de veinte arios, pero en el momento de su muerte no había ataúd en donde enterrarlo. De esa manera, un personaje común y corriente, de cuya vida es poco lo que se puede conocer, gracias a su personalidad folclórica y el ascendiente popular que tuvo en su momento, se convirtió en una leyenda musical, que a través de la canción compuesta por un transeúnte que utilizó sus servic ios de hospedaje, le ha dado la vuelta al mundo, pues esta ha sido interpretada por diversos artistas y agrupaciones musicales del Caribe y Latinoamérica.

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WALTER CARROLL

CIENTÍFICO AUTODIDACTA E INDUSTRIAL

(LA GLORIA, ¿1890? - BARRANQUILLA , 1975)

El nacimiento de Walter Carroll en La Gloria, siendo hijo de un nor-teamericano, no fue un hecho fortuito. En su condic ión de puerto sobre e l río Magdalena, la arteria via l más importante de Colombia hasta 1950 —cuando se abrieron las vías terrestres que en calidad de troncales de oriente y occ idente unen a l interior del país con los puer-tos de la costa Caribe—, frente a las costas de La Gloria fueron muchos los ancla jes de las naves y buques mercantes que hic ieron la historia del río Grande.

La draga Cristóbal Colón, los vapores Barranquilla, Cisneros, Gieseken, Elena, Magdalena y Elbers fueron, entre otras, las embarcaciones que surcaron el río frente a esta población, que a partir de su fundación en la segunda mitad del siglo XIX se había constituido en referente de funda-mental importancia para las comunicaciones comerciales con las provin-cias andinas de Ocaria y Pamplona y de estas con el resto del país. Esta posición habría cobrado fuerza con la iniciación hacia 1914 de las explo-raciones petroleras en la zona del Catatumbo, desde donde salía el oleo-ducto que trasportaba crudo hasta La Gloria, para de allí llevarlo a las refinerías.

Posteriormente el territorio del munic ipio revistió gran importancia des-de el punto de vista minero, pues además de producirse petróleo en su suelo, allí se instaló la estación petrolera del corregimiento de Ayacucho, localizado en e l costado orienta l, hacia e l pie de monte cordillerano, en el cual se recibían los crudos producidos en Arauca y Catatumbo para redistribuirlos hacia Coverias, Barrancabermeja o Santa Marta; y al mismo tiempo se rec ibía desde Barrancabermeja, con el mismo fin, e l combustoleo, un derivado del petróleo. El suelo de esta zona es además prometedor como productor de barita, un minera l industria l con muy buenas perspectivas de explotación así como de otros minerales indus-tria les promisorios de acuerdo con las existencias identif icadas durante la puesta en marcha del P lan de Desarrollo Minero del Departamento del Cesar.

La ubicación geográfica del munic ipio de La Gloria, localizado a 131 kilómetros de Ocaria, 329 de Cúcuta, 456 de Barranquilla y conectado con e l interior del país, entre otras, por la carretera Troncal de oriente, que la comunica con Bucaramanga en el sur y con Santa Marta, Barran-quilla y Valledupar en el norte, constituye una favorable posición que lo convierte en el centro de una rica región, en donde la agricultura y espe-cia lmente la ganadería han tenido un notable incremento, atrayendo capita les de diferentes regiones del país, invertidos en grandes hacien-

das y proyectos agropecuarios.

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Gran parte del desarrollo del comercio y e l sector agropecuario que vivió el munic ipio durante el siglo XX estuvo apoyado por la capacidad em-presarial y las inversiones hechas por ciudadanos extranjeros que desde finales del siglo XIX y comienzos de XX, y especialmente después de la Primera Guerra Mundial, llegaron a la región y se asentaron en ella echan-do raíces, especialmente familias italianas, británicas y libanesas que apor-taron su experiencia y trabajo en la construcción del nuevo desarrollo económico que caracterizaba a La Gloria , en medio de la prosperidad que favorecía a los pueblos ribereños. Algunas de estas familias se asen-taron en la cabecera municipal y otras en el corregimiento de Simaña, emporio ganadero y comercia l del sur del actual departamento del Ce-sar, que desde la época colonia l había consolidado su prestigio econó-mico como centro de importancia regional, y no solo generó una alta producción para el consumo local y regional, sino también para las ex-portaciones ordenadas a abastecer centros económicos como la zona minera de Antioquia y el sur de Bolívar.

Entre los ejemplos de los aportes hechos por los extranjeros, se cuenta la destacada figura del científico e industrial Walter Carroll. Su padre, Walter Carroll K leinton, oriundo de Paterson, Estados Unidos, había llegado hasta el puerto de La Gloria en calidad de marinero, y allí conoció a la madre de nuestro personaje, una mujer sencilla, oriunda de La Gloria. Walter Carroll hijo nació allí mismo y durante los primeros arios de su infancia aprendió las primeras letras; después de estudiar medic ina y farmacia como autodidácta, en libros que le conseguía su padre, se tras-ladó muy joven a Santa Marta en donde se radicó por corto tiempo, dedicado a l negocio de la farmacia, en una botica que instaló y desde la cual ofrecía medicamentos preparados a base de productos natura les que él mismo elaboraba, con fundamento en los vademécum y libros que permanentemente consultaba para estructurar sus fórmulas químicas. Fueron tan eficientes los resultados de sus fórmulas que arios más tarde sería reconocido y certif icado por la Asociación Colombiana de Química y Farmacia.

Posteriormente, anticipando mejores posibilidades en la floreciente Ba-rranquilla , se trasladó a esta ciudad, en donde muy pronto transformó el negocio de la botica en un verdadero laboratorio con la estructura de una gran industria, que adquirió gran renombre entre los sectores popu-lares del país, durante gran parte del siglo XX, especia lmente por la producción industria l de l Agua Mineral de Walter Carroll, producida en los laboratorios que con este mismo nombre había creado en la Puerta de Oro. Vale la pena recordar que sus productos eran ampliamente pu-blic itados a través del ya legendario Almanaque Bristol.

En los laboratorios trabajó durante varios arios una joven oriunda del municipio atlanticense de Ponedera, de nombre Blasina Ariza, con quien inic ia lmente Carroll mantuvo una relación formal de trabajo y posterior-mente se hicieron novios y conformaron una familia de prestigiosos pro-

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fesionales y hombres de empresa, entre quienes hay médicos, ingenieros y farmaceutas que dieron continuidad a la empresa familiar hasta algún tiempo después de la muerte de sus padres y dieron a sus productos la posic ión industrial y económica que los destacó en todo el país y en algunos países del Caribe.

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JOSÉ FRA NCI S C O S OCA RRÁS

PIONERO DEL PSICOANÁLISIS EN COLOMBIA

(VALLEDUPAR, 1906 - BOGOTÁ, 1995)

La historia de los pueblos es realizada por los hombres que integran su masa social en forma colectiva o individual; y de la trascendencia de las acciones realizadas en forma socia l o personal depende la supervivencia cultural de los grupos humanos para la posteridad. Por eso, la obra indi-vidual destacada de las personas y la trascendencia de los valores que logran perfeccionar en lo individual con repercusiones colectivas, las convierten en verdaderas personalidades o personajes de la historia de su pueblo.

El departamento del Cesar es una tierra cuya existencia en el tiempo ha estado cargada de acontecimientos, fenómenos, hechos y personajes de trayectoria histórica nacional, no solo en el presente, sino, sobre todo, en su ya largo pasado; sin embargo, es poco lo que el país le reconoce en este sentido y por eso, ante la faz nacional, aparecemos únicamente como el epicentro generador de ese modo del sentir musical de la nación, hoy conocido como música vallenata, que si bien es un gran aliciente para el espíritu nacional, no es lo único que como sociedad hemos aportado ni somos capaces de aportar en la construcción de la nación colombiana y el ser nacional.

Pero, "para el pueblo es más importante el mito que la razón", había manifestado en alguna ocasión e l maestro Rafael Carrillo, filósofo cesarense de trayectoria mundial. Y ese pensamiento se puede aplicar cuando se analiza e l reconocimiento que en la mente colectiva tienen los personajes folc lóricos del Cesar a nivel local y nacional, mientras se ignora la verdadera trascendencia que en el espíritu nacional tienen otros que, con sus aportes, contribuyeron de manera singular a la construcción de la personalidad actual de la nación colombiana.

Valga todo lo anterior como referencia para ubicar a un verdadero per-sonaje, a una personalidad hija del Cesar que, para fortuna de sus cote-rráneos, logró vivir entre la primera y la última década del siglo XX y a su muerte, ocurrida a la edad de 89 años, había entregado a la historia nacional una obra que, por sus aportes al desarrollo de la ciencia y la cultura del país, bien puede ser considerada como fundamental para la cultura colombiana.

Se trata de José Francisco Socarrás Colina, un vallenato nacido en la Calle Grande, e l 6 de noviembre de 1906, hijo de Sabas Socarrás Baleta, un veterano de la Guerra de los Mil Días, y Crisanta Colina Pavajeau, una sencilla ama de casa, como todas las mujeres de su tiempo, pero con una rec iedad de carácter tal, que ante la ausencia casi absoluta del pa-dre, le imprimía a la disciplina aplicada al pequeño Francisco la exigen-

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35. De Francisco Zea, Adolfo. “ El Profesor Socarrás”. El Tiempo, Magazín Dominical, marzo 13 de 1195, Bogotá, p.5A.

cia de un régimen espartano. La infancia de José Francisco transcurrió en su natal Valledupar que, cuando é l nació, era tan solo un villorrio de quince mil habitantes; a llí realizó los estudios primarios bajo la tute la del profesor Miguel Vence, los cuales le permitieron continuar el bachi-llerato en el Colegio Biff i de Barranquilla y concluirlos en el Colegio Mayor del Rosario de Bogotá, bajo la égida de uno de los personajes colombianos que marcó gran parte de la vida inte lectual del país de comienzos de siglo, como fue Monseñor Rafael María Carrasquilla. Ter-minar bachillerato en El Rosario le permitió adelantar estudios poste-riores de medic ina en la Universidad Nacional de Colombia, los cuales culminó en 1930. Desde su época de universitario, manifestó serio inte-rés por la psiquiatría, una especialidad de la cual poco se hablaba en Colombia. Este interés lo motivó a escribir su tesis de grado sobre Psi-coanálisis, una de las tendencias intelectuales que había dominado el pensamiento c ientíf ico en e l campo humano de comienzos del siglo en e l mundo, pero que hasta el momento no había sido objeto de interés por parte de la ciencia médica nacional.

Este primer trabajo, sumado a acciones posteriores, lo convertirían en uno de los pioneros de la psiquiatría en Colombia. Sin embargo, un alma inquieta y buscadora como la de Socarrás Colina siempre estaba a la expectativa en diferentes campos de la cultura, lo que le permitió incursionar con relativo éxito en e l periodismo, la antropología, la lite-ratura, la ciencia, la educación, la política, e incluso en e l folc lor. Como lo señaló e l periódico El Tiempo, con motivo de su muerte, ocurrida el 13 de marzo de 1995,

[...I fue el profesor Socarrás un auténtico cultivador de la sabiduría, que no disfrutaba con criterio egoísta, sino que la entregaba a sus alumnos de diversas universidades, a las instituciones académicas de que hizo parte, a sus innumerables amigos y desde luego a los lectores de sus columnas periodísticas...35

Socarrás Colina inició su vida como servidor público en 1930, en calidad de médico de la ciudad rural en Ciénaga, rodeado del ambiente tenso y convulsionado que había dejado la revuelta que en 1928 había culmina-do con la masacre de los obreros de las bananeras, a manos de escuadro-nes del e jérc ito colombiano que atendían directrices de los gringos propietarios del enclave bananero. A partir de 1931, se radicó en Santa Marta en donde alternaba el ejercic io de la medicina con e l del periodis-mo y la docencia; campos en los cuales descolló como director del perió-dico El Estado y posteriormente como tesorero departamenta l del Magdalena y Director de Instrucción Pública (hoy Secretario) del depar-tamento del Magdalena, cargo en e l cual adquirió una afic ión por la educación que le duraría toda la vida.

En calidad de Secretario de Educación, fue consultado e intervino en la disputa territorial que sobre e l poblado tenían los munic ipios de San Sebastián y Chimichagua, pertenecientes ambos al antiguo departamen-

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to del Magdalena, los cuales veían la posibilidad de obtener hipotéticas regalías, derivadas de la explotación del petróleo y gas natural que se comenzaba a explorar en la región. En dicha disputa tuvo gran protago-nismo el ingeniero Luis B. Ortiz, e legido para ese momento como dipu-tado por la región ribereña.

En desarrollo de este proceso, el ingeniero Ortiz se comunicó con su amigo el profesor Socarrás, quien en esos momentos ejercía como Secre-tario de Instrucción Pública y, teniendo en cuenta la discusión generada en torno al villorrio, propuso cambiarle el nombre de San Martín de Arenas Blancas por e l de Astrea, como alegoría a la diosa de la mitolo-gía griega, hija de Zeus y Temis, que abandonó el mundo de los hombres al f inal de la edad de oro, para habitar el mundo de los dioses, y encarna o representa dentro del panteón griego el sentimiento de la discordia.

En 1934 Socarrás Colina fue designado Director Nacional de Enseñanza Secundaria del Ministerio de Educación, por lo que se trasladó a Bogo-tá, y en 1937 pasó a desempeñarse como Director Fundador de la recien-temente creada Escuela Normal Superior, empresa cultural que tantos aportes ha realizado en la construcción y consolidación de la cultura y la identidad nacional. La misión asignada a Socarrás por el Ministro de Educación, Darío Echandía, era la de organizar esta institución al estilo de la Escuela Normal Superior de París, misión en la cual, con mucho tacto e intuición, aprovechó la presencia en el país de científicos y hom-bres de letras extranjeros, muchos de los cuales habían llegado al país a causa de la persecución nazi, la recesión económica italiana y la Guerra Civil española.

Entre esos profesores venían muchos destacados científ icos que contri-buyeron a formar nuevas generaciones de intelectuales e investigadores colombianos, y a los cuales Germán Arciniegas definió como una segun-da Expedición Botánica. Vale la pena destacar entre esos personajes al antropólogo y etnólogo francés Paul Rivet, el economista alemán Rudolf Hommes y a los españoles Urbano González de la Calle , Pablo Vila y Luis de Zuleta, a quienes se sumaron colombianos de la ta lla del botáni-co Enrique Pérez Arbeláez y el entomólogo Luis María Murillo, los cua-les en conjunto contribuyeron a formar la nueva generación de científicos, especialmente en las ciencias socia les de Colombia, cuyo impacto tras-ciende hasta nuestros días.

Socarrás Colina se mantuvo a l frente de la Normal Superior hasta cuan-do esta ya había logrado consolidarse en 1945 y e l país contaba con la primera entidad de formación superior pedagógica y científica humanística con que aún cuenta hoy, conocida como la Universidad Pedagógica Na-cional.

Al retirarse de la dirección de la normal superior, Socarrás incursionó en el mundo político, siendo elegido representante a la Cámara por el

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departamento del Magdalena, y aunque su desempeño no duró mucho tiempo, logró dejar como resultado de su gestión el proyecto de ley mediante el cual se creó el Ministerio de Salud, que hasta ese momento no era sino un apéndice del Ministerio de Gobierno. Socarrás se retiró de la Cámara para aceptar una beca que le fue otorgada por mediac ión de Paul Rivet, para adelantar la especialización en psicoanálisis en el instituto de esta especia lidad en París y en psiquiatría en la Facultad de Medic ina.

En París inició sus estudios de psicoanálisis bajo la tutoría de Cenac, una de las autoridades del momento en esta materia, pero a l mismo tiempo se mantuvo como espectador activo ante las discusiones científicas que en ese momento protagonizaban dos importantes mujeres en e l campo de la psiquiatría, como eran Anna Freud, la hija de Sigmund, y Melanie Klein, en torno al papel de la fantasía en el desarrollo de la personalidad del niño. Simultáneamente se mantenía actualizado en todos los avances que en este campo de la medic ina se producían a nivel mundia l y llegó a tener la influencia directa de Alfred Adler, uno de los discípulos directos de Freud, bajo cuya tute la logró adelantar experimentos científ icos usando el método del psicodrama, como estrategia de proyección y estudio de la personalidad.

Al regresar de Europa le fue ofrecida la dirección del Hospital Psiquiá-trico de Maracaibo y la cátedra de psiquiatría en la facultad de medic ina de la Universidad de Zulia, pero él decidió radicarse en Bogotá a ejercer en calidad de especialista en psicoanálisis, actividad que hasta ahora no era ejercida por profesionales en el país. Al mismo tiempo lideraba un grupo de especialistas afines para conformar la Asociación de Psiquiatría y la Asociación Psicoanalítica de Colombia lo que lo convirtió en pionero de estas especialidades, que a partir de entonces comenzaron a enseñarse con rigor científico en las facultades de medicina de las universidades colombianas.

El ejercicio pleno de la profesión no le restó tiempo para retomar las actividades cultura les que le atraían, como el periodismo, la literatura y la historia que, al mismo tiempo, combinaba con la docencia en las cátedras de psicología, semiología, psiquiatría y bioquímica, en las universidades Libre, Externado de Colombia y Nacional, además de la Clínica de Psiquiatría de la Universidad Nacional.

Con todos estos trabajos Socarrás sumó méritos para ser reconocido y admitido como miembro de la Sociedad de Psicoanálisis de París y de las academias Colombiana de la Lengua, Nacional de Medicina, Colombia-na de la Historia, de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, de la Academia Colombiana de Educación, de la Asociación Psicoanalítica de Colombia y como miembro honorario de muchas organizaciones de la cultura y el conocimiento, de las cuales hizo parte activamente. 347

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36. Ver: Entrevista concedida a Roberto Salazar Ramos, e incluida en El Tiempo. Nota Editorial. Marzo 25 de 1995,p.5ª. 37. El profesor Socarrás. op.cit.

Por otro lado, la actividad inte lectual que desarrolló cultivando diversos campos de la ciencia y la cultura, se crista lizó en sus obras, las cuales refle jan e l espíritu investigativo que siempre lo animaba: Alimentación de la clase obrera en Bogotá (1939); Laureano Gómez: Psicoanálisis de un resentido (1942); su libro de cuentos Viento de Trópico, que apareció en 1961; La crisis de los valores en Colombia, obra ensayística, publicada en 1978, en una edic ión tota lmente agotada; y, póstumamente, fue publicada en el ario 2000, su obra histórica Apuntes sobre la historia de Valledupar: Todas sus obras en conjunto, además de los innumerables artículos publicados en revistas especia lizadas de psicología, psiquiatría , literatura, historia y cultura, demuestran la gran versatilidad de este gran personaje de la tierra cesarense.

A lo largo de su intensa vida, José Francisco Socarrás Colina se caracte-rizó por la transparencia y la sinceridad de sus actuaciones, la humildad y la sencillez de su comportamiento y la brillantez de su pensamiento; y aunque la mayor parte de su vida la desarrolló fuera de su tierra nata l, nunca perdió e l sentimiento de arra igo a su redil nativo ni el profundo interés por e l estudio de su realidad histórica, soc ia l y cultural, s in otra ambic ión que la del servic io a su gente, porque en cuanto a bienes mate-ria les fue poco lo que logró atesorar.

De ta l modo que, a manera de epílogo de este breve ensayo sobre su vida, podemos retomar lo dicho en el editoria l de l periódico El Tiempo del 25 de marzo de 1995, en donde se afirmaba:

Pocas personalidades colombianas han reunido tan variadas condi-ciones para la admiración pública como el profesor José Francisco Socarrás... La abundancia del conocimiento, la bondad del ánimo, la transparencia del espíritu, la brillantez del estilo, la prodigalidad de su bondad personal, formaron en torno suyo un conjunto de distintivos de primer orden, que supo siempre acrecentar en los ochenta y nueve arios de su meritoria existencia.36

Agregamos a esta apreciación la descripción que de é l hizo Adolfo de Francisco Zea con motivo de su muerte, en e l Magazín dominical del mismo periódico, en donde afirmó:

El profesor Socarrás fue una de las figuras médicas más brillantes del siglo en Colombia, magnífico escritor, excelente psiquiatra e insigne educador, acumuló en el curso de su meritoria existencia una vasta cultura que puso al servicio de sus semejantes; en el consultorio particu-lar intercambió ideas con quienes tuvimos el honor de ser sus amigos.37

Todo este acumulado en una sola personalidad, hic ieron del profesor Socarrás Colina uno de los personajes meritorios de la vigésima centuria que acaba de concluir, en e l departamento del Cesar y en general en e l Caribe colombiano; no fue otra la razón por la cual los lectores del más prestigioso periódico del país lo postularon como uno de los cien perso-najes del siglo en Colombia. 348

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Para los cesarenses es un motivo de orgullo tenerlo como coterráneo, pues es una de las personalidades cimeras del Cesar y de Colombia en el siglo XX, aunque es poco lo que se conoce de la magnitud de sus accio-nes y el significado de estas para la vida y la cultura nacional. 349

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38. Carrillo, Rafael, Escritos filosóficos (filosofía contemporánea) UST A, Bogotá, 1986,pp.7ss. 39. Ibit.,p.13.

RAFAEL CARRILLO LÚQUEZ

PIONERO DE LA FILOSOFÍA MODERNA EN COLOMBIA

(ATÁNQUEZ 1907 - VALLEDUPAR 1996)

Rafael Carrillo Lúquez nació en Atánquez, un antiguo asentamiento de los indios kankuamo, descendientes de los ta irona, ubicado en las estribaciones surorienta les de la Sierra Nevada de Santa Marta, a esca-sos 26 kilómetros de Valledupar. Realizó sus estudios primarios entre la escuela de su pueblo nata l, dirigida por sacerdotes capuchinos y el cole-gio del profesor Acuña de Valledupar; e l bachillerato completo lo hizo en el Liceo Celedón de Santa Marta, que hasta 1923 —fecha en la cual él ingresó—, era la única instituc ión ofic ia l de educación secundaria exis-tente en e l Vie jo Magdalena; a llí obtuvo su título de Bachiller en Filo-sofía y Letras en 1928.

A pesar de ser un estudiante destacado en todas las materias, como lo indican las calif icaciones obtenidas, Carrillo demostró particular interés y fue sobresaliente en las asignaturas humanísticas, ya que, según él mismo confesó:

Desde mi ingreso al colegio, sentí predilección por las materias que podríamos comprender con la expresión "humanidades". Me atrajeron en forma definitiva, sobre todo en los cursos superiores.., dentro de los cursos humanísticos me interesaron el latín y la filosofía. Mi predilección por esta partió de mí mismo. Y fue una predilección "a pesar de"...38

Este "a pesar de" hace especial referencia a l ambiente inte lectual en que tuvo que vivir en la Santa Marta de los años veinte, en cuyo rec ién fundado colegio de bachillerato todo se reducía a oír c lases y a dic tar clases, con un profesorado que se limitaba a cumplir con su deber. Allí no existía ningún otro tipo de preocupación inte lectual ni interés de los docentes por incrementar su bagaje inte lectual; y en consecuencia, no se sabía nada de lo que pasaba cultura lmente en Bogotá y menos en Euro-pa. Tampoco existían periódicos, revistas ni librerías.

Ese ambiente no sería nada favorable para e l desarrollo de grandes em-presas del pensamiento, sino que, como arios después analizaba el maes-tro Carrillo —como era llamado por sus discípulos—:

Fue la impregnación en un sentido negativo del ambiente intelectual. Los textos adoptados para la enseñanza de la filosofía no solo carecían de todo poder de incitación a la ocupación con la filosofía, sino que se caracterizaban por una fuerza que tendía al desvío de esta ocupación. No inc itaban absolutamente nada a la preocupación filosófica y el hecho de haberme decidido por la filosofía desde muy temprano y por toda mi vida, es un testimonio de que ya en mis tiempos de colegio existía en mí una preocupación por la filosofía.39 350

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41. cfr. Carrillo, Rafael. Escritos Filosóficos(filosofía contemporánea). Bogotá: USTA, 1986.

En la facultad, la cátedra de filosofía del derecho, regentada por e l padre José Alejandro Bermúdez, tenía las mismas bases de la filosofía enseriada en los colegios: era de tipo escolástico, enseriada y aprendida de memoria; en ella no había espacio para el análisis, la reflexión, la crítica ni la contradicción; mientras las otras asignaturas, carentes total-mente de investigación, eran verdaderos monumentos a la rutina y el memorismo, y quien logró hacer algo importante o excepcional, lo hizo por sus propia cuenta y por sus propios medios. El temperamento calmado, herencia de sus antepasados ta irona, sumado al ambiente sosegado de la capita l colombiana en ese momento, más la avidez de saber del joven universitario, fueron condic iones que favo-recieron grandemente su espíritu autodidacta y le abrieron la posibili-dad de establecer re lac iones amistosas con lo más destacado de la inte lectualidad colombiana del momento. Alternaba la actividad de es-tudiante con el ejercicio docente en colegios de Bogotá pero simultá-neamente se dedicaba al estudio de lenguas clásicas (latín y griego) y alemán, logrando además una amplia cultura musical, para lo cual asis-tía a las audic iones programadas por la Biblioteca Nacional, entidad en la cual permanecía gran parte del tiempo libre, que él dedicaba al cultivo de su intelecto, mediante la lectura de filósofos y pensadores alemanes, ingleses y franceses, además de los clásicos griegos y latinos, los cuales abordaba en sus lenguas originales.

Simultáneamente al cultivo inte lectual, comenzaba a probarse como escri-tor, redactando ensayos filosóficos, y publicando por entregas sus trabajos en periódicos de la capital, los cuales fueron editados posteriormente en forma sistemática.41

Estas actividades autodidácticas fueron haciendo del f ilósofo de Atánquez un hombre culto, refinado, sensible, visionario y portador de una amplia y sólida cultura universal, lo cual nunca le hizo perder de vista el punto de referencia que siempre fue para él el ambiente cultura l en e l cual nació y se levantó, y del que permanentemente hacía remembranzas; frente a ellas incluía a la música de Chicote, herencia kankuama de sus antepasados tairona, sobre la cual decía:

El Chicote y la música clásica, para ser escuchadas y valoradas en sus verdaderas dimensiones, requieren de un ambiente especial: el Chicote en Atánquez y la música clásica en un auditorio apropiado... Escuchar chicote fuera de Atánquez, hace que se pierda su dimensión y sentido.

Su profundo sentimiento de arra igo y permanente evocación de Atánquez y todo lo que significaba estuvo presente en e l Maestro has-ta los últimos días de su vida, y ta l vez uno de sus últimos anhelos no cumplidos fue el de volver a Atánquez a escuchar la música de Chicote libando unos churros.

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La humildad y sencillez del Maestro lo llevaron a no aceptar de sus cote-rráneos homenajes festivos que representaran fiestas, cócte les o a lgo parecido; inc luso, en 1995, cuando la Rectoría de la Universidad Popu-lar del Cesar intentó un acercamiento para definir la ceremonia en la cual le sería otorgado el título de Doctor Honoris Causa en Educación, como un reconocimiento general del pueblo del Cesar a su obra intelec-tual y cultural, él fue muy enfático en señalar que sólo aceptaría ese homenaje si se trataba de un acto académico, entendiendo como ta l algún evento en el cual se difundiera el pensamiento filosófico, que en particular podría ser el suyo. Por tanto, la programación tendría que ser discutida minuciosamente con él. Lamentablemente, la llegada inespe-rada de su muerte no permitió la realización del acto y sus coterráneos lo perdieron sin haber comprendido siquiera pálidamente las verdaderas dimensiones de su vida y de su obra. Al respecto de los reconocimientos, interrogado en una ocasión por su amigo Numas Gil, acerca de cómo interpretaba él el hecho de que sus paisanos, los vallenatos, no lo reconocieran como uno de sus grandes hombres, tal como lo habían hecho con Rafael Escalona y otros juglares del folclor, siendo é l el más grande y universal de todos los pensadores vallenatos de todos los tiempos, no titubeó en responder con pasmoso y calmado estoic ismo esta frase, que bien puede ser enmarcada como un aforismo clásico del pensamiento universal: "Porque para las masas, es más importante el mito que la razón". Su vinculación, dedicación y permanencia en la Universidad Nacional tuvo una duración superior a los 60 arios, desde su llegada como estudiante en 1929, hasta 1995 cuando, por el deterioro de su estado de salud, sus fami-liares decidieron traerlo a Valledupar. Su permanencia en Bogotá tuvo escasos intervalos, representados por viajes de estudio o vacaciones a Ale-mania, en donde además había creado vínculos de afecto, pues allí había nacido y vivía su único hijo, Hurgen Rafael Prost Carrillo. Una afortunada circunstancia lo había vinculado a la cátedra en la Uni-versidad Nacional: a l ser nombrado Darío Echandía embajador de Co-lombia en Roma, siendo profesor titular de filosofía del derecho, este recomendó a Carrillo como sucesor suyo y, a pesar de las objeciones que se le hic ieron por carecer de título universitario, Echandía insistió adu-ciendo que, como titular de la cátedra, é l respondía por su recomenda-do. Este gesto de benevolencia y generosidad nunca sería olvidado por el Maestro Carrillo.

Sus formación jurídica y el manejo de problemas colindantes con la filo-sofía del derecho lo hacían merecedor de semejante respaldo, ya que en esos momentos era uno de los inte lectuales colombianos mejor prepara-dos en esta materia.

Son dignos de meción sus inquietudes filosóficas y el gran acervo inte-lectual que había cultivado durante los últimos quince arios de vida aca-

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42. En entrevista concedida a Carlos Sánchez Lozano, e incluida en el Gil Olivera, Numas Armando. Rafael Carrillo, pionero de la filosofía moderna en Colombia. , Universidad del At lánt ico, 1997, Barranquilla. p.105. 43. En entrevista concedida a Numas Armando Gil e incluida en Reportaje a la Filosofía. Tomo I. Punto Inicial. Bogotá, 1993, pp.1-11.

démica y cultura l, especialmente con la lectura de Husserl, Scheller, Heidegger y Kelsen, y el intercambio epistolar con filósofos latinoameri-canos, entre los cuales se encontraban los argentinos Francisco Romero, uno de los más connotados intelectuales latinoamericanos del momento y de'quien e l Maestro se expresaba en los siguientes términos: "No puedo pasar por a lto e l nombre de mi gran amigo argentino Francisco Romero, que entonces ejercía el rectorado de la filosofía en la Argentina y que fue mediante sus cartas y sus escritos un permanente acicate de mi interés por la filosofía"; y Rissieri Frondizzi, quien había sido discípulo de Husserl en Alemania y tenía intereses temáticos similares a los de Carrillo.

Estas re lac iones y e l tesonero esfuerzo que había aplicado en su forma-ción le daban un bagaje tal que lo convertían en uno de los pensadores más serios y consistentes del país, lo cual se ponía en evidencia en sus innumerables escritos y en las cátedras, ejerc idas ahora no sólo en la Universidad Nacional, sino también en la Javeriana y el Rosario.

En 1946, atendiendo a una necesidad sentida de la juventud colombia-na, el Maestro Carrillo, con e l respaldo de un grupo de jóvenes, entre quienes se encontraban Cayetano Betancur, Danilo Cruz Vélez, Abel Naranjo Villegas y Luis Eduardo Nieto Arteta —los cuales habían hecho de la filosofía, de los pensadores más grandes de la filosofía de todos los tiempos y en particular de los pensadores a lemanes e l centro de sus in-quietudes inte lectuales—, y con e l apoyo de grandes figuras como Luis López de Mesa, conscientes de la necesidad de crearle a la filosofía un ambiente entre nosotros llevándola a un público lo más amplio posible, promovieron la apertura de un espacio para e l desarrollo del pensa-miento filosófico contemporáneo.

Según Carrillo, este grupo sentía "la necesidad de fundar un centro en la Universidad Nacional, que constituyera como un hogar espiritual de todos los que quisieran ingresar en él y encauzarse en el e jerc ic io del pensamiento filosófico".42

Para lograr su objetivo, generaron un hecho considerado por él como "la ocasión para la creación del Instituto de Filosofía": dirigieron una carta al Ministro de Educación, que era en ese momento el Maestro Germán Arciniegas, y a l rector de la Universidad Nacional, e l Dr. Gerardo Molina, pidiéndoles la creación del Instituto de Filosofía de la Universidad Na-cional. Tanto e l Ministro como el Rector, "aportaron un decisivo interés para llevar a cabo lo que se había pedido en la carta"43. De esa manera llegaba la filosofía a l primer c laustro universitario de Colombia y fue así como apareció —aunque por efecto de las circunstancias históricas, tar-díamente—, la filosofía moderna en e l escenario cultural del país. Por eso, e l Maestro siempre consideró que la fundación del Instituto de Fi-losofía de la Universidad Nacional —empleando una expresión de Ba-con—, había sido un temporis partus.

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Creado ya e l Instituto, decía el Maestro, "vino, pues, la fundación de ese Centro de Filosofía; vinieron mis colaboradores docentes [Danilo Cruz Vélez, Jaime Jaramillo Uribe y Jaime Vélez Sáenz, entre los primeros]; vinieron los estudiantes y un entusiasmo nunca visto después invadió dicho centro". Desde el Instituto de Filosofía comenzaron a enseñarse las nuevas ten-dencias filosóficas vigentes en el mundo, especialmente las alemanas, sin descuidar lo más destacado del pensamiento universal, francés, inglés y español y los c lásicos griegos, los cuales debían ser estudiados directamente en sus fuentes y lengua, a partir de la confrontac ión crítica de los textos originales, sin auxilio de literatura secundaria.

Como líder del grupo, Carrillo fue designado primer director del recién creado Instituto, con la misión de organizarlo, orientarlo y proyectarlo como un espacio del pensamiento y las ideas renovadoras del espíritu moderno y contemporáneo; tarea que supo cumplir con altura, proyectando a l Instituto en sus primeros años como un bastión de reconocimiento continenta l, por el que pasó lo más destacado del quehacer inte lectual nacional. El Instituto de Filosofía, convertido más tarde, bajo la direcc ión acertada de Cayetano Betancur, en la Facultad de Filosofía, fue el primer espacio institucional que hizo posible un acercamiento entre la juventud colombiana y el pensamiento filosófico alemán. De él decía Carrillo que "mientras permaneció como Instituto, fue un fa lansterio. No en e l sentido originario que le dio Fourier, sino en e l sentido originado por Nietzsche a esta expresión".

A partir de su creación como instituto y posteriormente como facultad, no ha dejado de ser la tribuna desde donde se han agitado los aires de renovación del pensamiento filosófico colombiano, por cuyas aulas han pasado los más destacados inte lectuales de las diferentes regiones del país, que han ejercido un liderazgo significativo en su medio y en el exterior. Basta mencionar, a manera de e jemplos, los nombres de Rafael Gutiérrez Girardot, Juan B. Fernández, Ramón Pérez Mantilla, Antanas Mokus y Numas Gil, entre otros. Esta dependencia sirvió, además, como punto de apoyo para orientar los derroteros de las otras facultades del primer c laustro universitario de Colombia. Porque a ella , como lo señalaba su fundador,

[...] asistían estudiantes de derecho, de ciencias físicas y matemáticas, de medicina y de otras áreas. A veces, ésta al comienzo mera asistencia, se convertía en un abandono de la carrera profesional que había abrazado para quedarse del todo con los estudios de filosofía. Muchos de los que hoy son profesionales del derecho y que asistían a escuchar las lecciones de filosofía un par de horas al día, por puro interés por la disciplina, me dicen que siempre han visto la contribución que significó en su carrera. Algunos se constituyen en juristas y filósofos a la vez.

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44. Sierra Media Rubén. “La filosofía en Colombia”. En: Nueva Historia de Colombia, Tomo IV. Planeta Bogotá, 1989, p.216.

Carrillo afirmaba y defendía con sólidos argumentos que, después de los griegos, lo más serio y consistente que ha dado el pensamiento universal, ha sido la filosofía alemana, lo cual explica sus esfuerzos pedagógicos para la difusión y estudio de este pensamiento y e l reconocido influjo que en su obra filosófica tuvieron hombres de la talla de Max Scheller, Nicolai Hartman, Edmundo Husserl y Martín Heidegger, lo cual se vio refle jado en sus obras sistemáticas Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho, Filosofía del derecho como filosofía de la persona, Un nuevo problema filosófico y La rebelión contra los sistemas.

Siempre tuvo Carrillo especial predilección por la f ilosofía y la cultura alemana; y lo que pensaba de la filosofía, también lo decía de la música, pues para él los únicos músicos que se acercaban a los alemanes, eran los ita lianos.

Pero no todo fue viento a favor de la nueva empresa intelectual, pues cuando apenas estaban echando los basamentos para una nueva forma de hacer filosofía, cuando apenas terminaba e l período de moderniza-ción iniciado con la apertura generada por el gobierno en 1930 y que 16 arios después había permitido la creación del Instituto de Filosofía, se produjo la caída del régimen libera l y e l retorno del conservatismo al poder, lo que significó la rápida evoluc ión hacia una especie de contra-rrevoluc ión. A partir de la muerte de Gaitán en 1948 se desató una per-secución a las ideas liberales cuyo partido era identif icado como un "agente del comunismo internacional", según la expresión de Laureano Gómez expuesta en su Teoría del Basilisco, en la cual el liberalismo y todo lo que se le asimilara era considerado como la diminuta cabeza de ese enorme monstruo que era el comunismo.

Al llegar Gómez a l poder en 1950, según Rubén Sierra Mejía, se inaugu-ró "una era de intolerancia hacia cualquier idea o pensamiento que no se ajustara a unos ideales fictic ios de cristianismo e hispanidad diseña-dos por el régimen"44, lo que traería como consecuencia la instauración en Colombia de un régimen de intolerancia política e ideológica similar al del período de la Regeneración.

La filosofía moderna, que había aparecido como producto de una ten-dencia aperturista de gobiernos liberales, fue asociada con estos y co-menzó a ser difamada desde las instancias ofic iales y la iglesia misma, hasta el punto que, desde el sistema educativo comenzaron a crearse las condiciones para contrarrestar su influencia. Todo esto representaba un duro revés para un proceso que, aunque tardíamente, comenzaba a ger-minar en Colombia y en tan corto tiempo ya se le quería exterminar.

Esa especie de contrarrevolución iniciada en los arios cincuenta desde el gobierno, tenía características similares a lo que había ocurrido durante la Guerra Civil, con los pensadores españoles que habían intentado in-corporar en la cultura española el espíritu moderno, los cuales fueron

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45. En entrevista concedida a Carlos Sánchez Lozano, e incluida en el Gil Olivera, Numas Armando. Rafael Carrillo, pionero de la filosofía moderna en Colombia. , Universidad del At lánt ico, 1997, Barranquilla. p.105.

perseguidos por una dictadura apoyada por la iglesia, llevando a que el proyecto inic iado se ahogara. En Colombia, e l rec ién creado Instituto de Filosofía, escenario del pensamiento filosófico moderno, no contó con mejor suerte; y aunque no fue cerrado, algunos de sus profesores y directivos fueron perseguidos e, inc luso, destituidos (entre ellos Carri-llo). Se buscaba con ello cambiar de rumbo y hasta se intentaba orientar los valores de la vida colombiana acorde con los patrones franquistas, que desde España servían de modelo al gobierno colombiano.

El entusiasmo que Carrillo había experimentado desde muy joven por el pensamiento alemán lo llevó a emigrar a ese país en 1953, después de haber sido destituido del cargo de Director del Instituto de Filosofía, por orden del gobierno de Laureano Gómez. Su permanencia en Ale-mania lo puso frente a frente con la cultura que había admirado desde lejos, y esto sirvió para acrecentar en él su particular fervor por la f iloso-fía y su admiración por esta cultura; ampliando y perfeccionando a l mis-mo tiempo el conocimiento y dominio del idioma alemán, que siempre había considerado esencial para la ocupación de la filosofía.

Acerca de su interés por el pensamiento alemán, Carrillo reconocía ade-más que este había influido en su ejercic io magisteria l, cuando afirmaba: "Esas lecturas de los filósofos alemanes orientaron mis clases en el Instituto de Filosofía... Pero ya habían orientado, siete arios antes mis escritos filosóficos aparecidos semanalmente durante el ario de 1939 en un diario capitalino".45

La influencia de filósofos y pensadores alemanes en la obra de Carrillo se refleja a lo largo de todos sus escritos. Sin embargo, no se trata de una influencia ciega ni de la adopción de posiciones sin reelaboración, como una copia mal repetida del pensamiento extranjero; todo lo contrario, en él se percibe un primer esfuerzo de originalidad y autentic idad en el pensar filosófico desde nuestra propia realidad, para lo cual desarrolló con todos los medios inte lectuales que estaban a su alcance un discurso propio, e incluso crítico, frente a posiciones y doctrinas europeas, como en el caso de Kelsen.

Su particular entusiasmo por la obra de Martín Heidegger, por ejemplo, solo se consolidó después de su primer viaje a Alemania, aunque ya en 1945 había publicado su obra Filosofía del derecho como filosofía de la persona, en la que recurría a la analítica existencial, es decir, al pensa-miento heideggeriano de la primera época, con el cual c imentaba lo que se podría llamar su antropología filosófica.

En su primer via je a Europa en 1953 permaneció durante un semestre en la Universidad de Basilea bajo la tutela inte lectual de Karl Jaspers, una de las figuras más prominentes del existencialismo alemán. De Basilea pasó a la Universidad de Heidelberg donde permaneció durante seis años y desde donde se desplazaba constantemente hasta Colonia, en cuya

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Universidad tenía la oportunidad de escuchar las clases que dictaba Martín Heidegger, quien se encontraba ya en e l momento culminante de su carrera filosófica.

Al regresar al país en 1958, e l influjo recibido de Heidegger se hizo más evidente, sobre todo en las clases que volvió a dictar en la Universidad Nacional, a donde fue llamado nuevamente por su rector, Mario Laserna.

En 1947, la Sección de Extensión Cultural de la Universidad había pu-blicado su obra Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho, a propósito de la teoría del derecho del austriaco Hans Kelsen, obra en la que se ponía de presente una profunda influencia de la teoría de los valores, la ética y la antropología schelleriana. Sus planteamientos fundamentales están en la línea de la filosofía del derecho y temas colindantes, analizados desde la perspectiva de la teoría de Kelsen, la cual estudia Carrillo amparado en la tesis fundamental de su libro, según la cual la teoría pura del derecho de Kelsen se presenta rodeada de un ambiente axiológico en e l que trata fundamentarse. El e je centra l de la obra gira en torno a la hipótesis de que la interpretación del derecho de Kelsen tiende, sin que su autor se lo proponga, a fundamentarse en una axiología y de que su ciencia jurídica carece de fundamentación sufic iente.

Como propósito fundamental, además de rodear a la teoría pura del derecho de un ambiente axiológico, busca evitar recurrir a la teoría del derecho natura l, en los dos sentidos en que comúnmente era empleada, es decir, como un derecho que convive con e l derecho positivo y del derecho como un ideal.

Es importante anotar que Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho rápidamente se convirtió en un clásico universal y en un texto obligado para la cátedra de filosofía del derecho en muchas universidades del mundo, especialmente de Europa y América, ya que fue traducido a otros idiomas.

Otras obras sistemáticas suyas, además de un gran número de ensayos publicados en revistas cultura les de Europa y América, fueron: La filo-sofía del derecho como filosofía de la persona, en la cual sustenta la tesis fundamental de que el derecho carece de sentido sin e l hombre y que para una adecuada comprensión filosófica del derecho hay que partir de una adecuada concepción de persona; La rebelión contra los sistemas, en la que busca prevenir contra las orientac iones filosóficas que tienden a construirse en sistemas como una de las modalidades de la filosofía del siglo pasado; Escritos filosóficos, que es la recopilac ión de una serie de ensayos sobre filosofía contemporánea publicados en di-ferentes órganos periodísticos y revistas, los cuales fueron recogidos en un solo volumen; y "Un nuevo problema filosófico", que había aparecido inic ia lmente como una serie de artículos publicados en varias entregas en un diario capita lino en 1939, en donde manifiesta su interés y

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46. Citado por Gil Olivera, Numas. Rafael Carrillo, pionero de la filosofía moderna en Colombia. Epígrafe, p i. 47. cfr. El Espectador. Lecturas dominicales. Bogotá, agosto 11 de 1996.

aborda e l problema acerca de la pregunta filosófica fundamental, a sa-ber, acerca de qué es la filosofía.

Su obra completa fue publicada en 1986 por la Universidad de Santo Tomás, bajo el título genérico de Escritos filosóficos (Filosofía contemporánea).

Vistas en su conjunto la vida y obra de Rafael Carrillo Lúquez, este colosal hombre caribe, cesarense, kankuamo, hijo de Atánquez, aparece no sólo como el pensador universal más grande que haya nacido en tierra cesarense, sino que es, junto con sus contemporáneos Nieto Arteta y Cruz Vélez, e l gran pionero de la modernización de la filosofía en Colombia, cuyo aporte tiene la mayor significación y re levancia, materia lizadas en un incansable magisterio, e jercido durante más de cuatro décadas, y en sus consistentes escritos, e laborados y publicados a lo largo de su vida inte lectual, todos ellos en e l campo de la filosofía del derecho, la antropología filosófica, la ética y la teoría de los valores. Igualmente, la importancia de su trabajo se evidencia en la este la de grandeza que dejó a lo largo de su vida, especia lmente reconocida por la juventud colombiana que, durante el período de su e jerc ic io académico, desfiló por sus c lases en la Universidad Nacional, en la Javeriana y e l Rosario, quienes lo reconocen como un verdadero faro iluminador de juventudes, e inc luso como un modelo de tolerancia y comprensión. Todo e llo llevó a uno de sus contemporáneos, el f ilósofo Guillermo Hoyos Vásquez, a expresarse de él en las siguientes palabras:

El trabajo hombro a hombro con el Maestro Carrillo deja imágenes muy vivas. Normalmente nos turnábamos el curso y seminario de fenomenología. Su respeto a mi interpretación de Husserl es un modelo de tolerancia y comprensión entre colegas. Cada vez que aparecía un libro nuevo en Alemania lo sabíamos por Carrillo. Él era quien comentaba las novedades y describía inclusive las reseñas más recónditas.46

Como testimonio de afirmación de las dimensiones de la obra de Carri-llo y su significado para el pensamiento nacional, recogemos aquí los conceptos de dos destacadas figuras de la filosofía colombiana de los últimos arios, quienes, en cuanto conocedores de la significac ión históri-ca que para e l pensamiento colombiano tuvo este ilustre hijo del Cesar, se refieren a él dic iendo: "El Senior de la filosofía moderna es el Maes-tro Rafael Carrillo, cuya importancia en la vida espiritua l de Colombia, nunca será sufic ientemente reconocida". Así se refería Rubén Jaramillo Vélez, un connotado pensador y formador de generaciones calif icado como un "filósofo de la cultura que orienta el camino a las nuevas generaciones"47, fundador y director de la Revista Argumentos. Por su parte, Guillermo Hoyos Vásquez, e l máximo repre-sentante de la teoría de la acc ión comunicativa en Colombia, doctorado en Alemania —lo mismo que Carrillo— ex-decano de la Facultad de Filo-sofía de la Universidad Nacional, y uno de los creadores del Doctorado

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en Filosofía en esa universidad, considerado también como el seguidor más destacado de Habermas en Colombia, quien logró compartir espa-cios académicos con é l en la Universidad Nacional. Guillermo Hoyos dice de él:

Rafael Carrillo nos acompañó hasta el momento en que ya había cumplido su misión que fue en aquel momento en el que la comunidad colombiana despertaba a la modernidad, el hacerla tomar conciencia de ello... Él y sus compañeros inauguraron esta etapa de la filosofía en Colombia. Sin ellos no estaríamos donde estamos.48

Ese fue nuestro coterráneo Rafael Carrillo, cuyo nombre, a l menos, ha sido asignado a la Biblioteca Departamenta l del Cesar, como reconoci-miento a la magnitud de su obra y su pensamiento.

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WILLY RAMOS

EL ARTISTA CESARENSE DE TALLA INTERNACIONAL

(PUEBLO BELLO, 1954)

El pintor de mayor trayectoria mundia l que haya nacido en el departa-mento del Cesar es, sin duda, Guillermo Ramos Mestre, otro de los ilus-tres hijos de esta tierra desconocido por los cesarenses, pero conocido en el mundo artístico europeo como Willy Ramos.

Willy Ramos nació en Pueblo Bello el 22 de enero de 1954, hijo de una humilde pareja campesina conformada por José Ramos y Teodosia Mestre, ocupó e l último puesto entre los hijos varones de un tota l de nueve hermanos. Desde muy temprana edad dio muestras de su ta lento artísti-co, lo que le va lió e l mecenazgo de los fra iles capuchinos, a los cuales servía como acólito en la iglesia misional de su pueblo nata l, en donde su talento fue reconocido por Fray Atanasio de la Ñora, quien lo animó para seguirse cultivando.

A la edad de catorce arios, los fra iles lo llevaron a Valencia, España, en donde tuvo la orientación necesaria para convertirse en el artista cesarense actualmente más conocido y mejor cotizado en Europa y Norteamérica; es reconocido por la crítica europea como el colombiano mejor posic io-nado, después de Fernando Botero, y, además, recomendado por los asesores de inversión que sugieren a los inversionistas la adquisic ión de sus obras, por la perspectiva de su pronta valorización.

Realizó sus estudios básicos de Bellas Artes inic ialmente en la Escuela de San Carlos de Valencia; posteriormente en la Escuela de Pintura Mural Contemporánea de Sant Cugat del Vallés de Barcelona y en e l Istituto Stata le D'Arte de Urbino, en Ita lia. Más adelante, cursó la maestría y el doctorado en Bellas Artes, con titulaciones que le fueron otorgadas por la Universidad Politécnica de Valencia, en la cual es actualmente maestro de la Facultad de Bellas Artes.

Entre las ciudades del mundo cuyas galerías han colgado sus exposic iones se encuentran Valencia, Murcia, Barcelona, Madrid, Castellón, París, Roma, Turín, Nápoles, Chicago, New York y, en una ocasión, Valledupar. Ade-más, algunas de sus obras ya pertenecen a colecc iones de museos, como el de Arte Contemporáneo de Elche, e l Museo Popular de Arte Con-temporáneo de Villafamés, Caste llón, y el Museo de Arte Moderno de Chicago.

La obra de Willy Ramos muestra, tanto cualitativa como cuantitativamente, una gran capacidad de trabajo. La cantidad de obras que realiza en torno a un mismo tema, como cuando de visita a Colombia se refugia en alguna estancia campestre de la Sierra Nevada, pone de manifiesto su capacidad de abstracción en obras muy concretas, aunque plenas de emoción y exu-berantes del sentimiento de arraigo al solar nativo.

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El diá logo conciliador entre los e lementos que utiliza —acrílicos, agluti-nantes, látex, óleo, pigmentos—, a la vez que sus empastes claros y preci-sos, en tonalidades bajas en la intensidad del color, son consecuencia del empleo como soporte de unos tipos de cartón que, de alguna manera, actúan como observantes. La sencillez de su trabajo se percibe en la capacidad de expresarse con el mínimo de líneas, que al mismo tiempo le dan a sus trazos un sentido de plenitud y, unido esto a la distribución de la estructura, de tipo geomé-trico, permiten apreciar la exhuberancia de su expresividad. En e l trasfondo de la obra de Ramos yace oculta, pero latente, la re-membranza viva de su entorno de origen, evocación de ausencias, coti-dianidades y amaneceres serranos, que se plasman en cada trazo con elocuente objetividad, sin que ello limite la expresividad universal abs-traída de quien es y se siente artista. Por eso, su obra es una embajadora del Cesar ante el mundo de la cultura universal.

Pero ni la dolorosa situación del país, tan doloridamente dibujada por los medios en e l Vie jo Continente, ni la distancia del terruño nativo, ni la muerte simultánea de sus padres, ni e l extrañamiento de casi cuarenta arios en la distancia, ni la estabilidad de un hogar formado con sus tres mujeres —María José, la esposa y sus hijas Sonia y Carmen—, han logrado quebrantar el indeclinable amor de este hombre de colores, por un país que, aunque no le brindó oportunidades, él sigue queriendo y represen-tando con orgullo. Pues a pesar de haber asumido, por obvias razones, la nacionalidad española, Willy jamás acepta, ni en bromas, que se hable de él como de un español o extranjero, pues se sabe y siente sencillamente colombiano, con nacionalidad española. Esto último lo corrobora el artista cuando afirma:

Nací en Pueblo Bello, Colombia, en el ario 1954. Pasé mi infancia entre mis padres, muchos hermanos, ríos, montañas y lluvias torrenciales. Durante ese tiempo me llené de colores, olores y ganas de vivir. Desde los catorce arios vivo en España. Pinto y dibujo, me embadurno de colores, y así un día tras otro sin llegar a saber por qué lo hago.

Su sensibilidad, sencillez, chispa creadora, humor y sentido de pertenen-cia a la tierra han hecho de Willy Ramos un verdadero embajador del país ante el mundo, labor que ha realizado durante cuatro décadas de ausencia presente, durante las cuales no se ha logrado romper el cordón umbilica l que lo unirá por siempre a su tierra. Como ejemplo de superación personal y profesional, es muy importante que sus coterráneos sepan algo de é l, pues es un verdadero paradigma o modelo de lo que la tenacidad, e l empeño y e l espíritu de sacrific io pueden hacer para lograr sueños entre la gente de nuestra tierra.

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