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Indice

BLOQUE 1 CATEGORIAS TEORICO-METODOLOGICAS PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA .................................................................................................................................... 4

1.1 Conceptos .............................................................................................................................. 4

1.2 El carácter polisémico de la Historia ................................................................................... 8

1.3 La historia como realidad .................................................................................................... 9

1.4 El papel que juegan en la historia las categorías: espacio, tiempo, estructura, duración y coyuntura ................................................................................................................................ 10

1.5 Actores de la historia (individuales y colectivos) ............................................................... 13

1.6 Fuentes de la historia: primarias, secundarias, directas e indirectas ................................ 15

1.7 Ciencias auxiliares de la historia ....................................................................................... 17

1.8 Divisiones de la historia para su estudio ........................................................................... 17

BLOQUE 2 ESCUELAS DE INTERPRETACION HISTORICA .................................................. 20

2.1 Función de la historia según las escuelas de interpretación histórica .............................. 20

BLOQUE 3 EL POBLAMIENTO DE AMERICA .......................................................................... 31

3.1 Características de las teorías del poblamiento de América .............................................. 31

BLOQUE 4 DESARROLLO SOCIOCULTURAL DE LAS SOCIEDADES DEL MEXICON ANTIGUO ................................................................................................................................... 36

4.1 Etapa Lítica y sus periodos: Arqueolítico, Cenolítico y Protoneolítico .............................. 37

4.2 Características y ubicación de las áreas y sub áreas culturales del México antiguo ........ 38

4.3 Ubicación de los horizontes culturales de Mesoamérica. ................................................. 40

4.4 Ubicación espacial-temporal y organización social, política, económica, religiosa y cultural de las principales sociedades del México antiguo .................................................................. 45

BLOQUE 5 LA CONQUISTA DE MEXICO ................................................................................ 68

5.1 Causas económicas, políticas, sociales y culturales que motivaron los viajes de exploración de Portugal y España .......................................................................................... 68

5.2 Loa viajes de Cristóbal Colón y el descubrimiento de América ........................................ 69

5.3 Primeros contactos con el territorio mexicano (expediciones españolas a América) ........ 72

5.4 La conquista de México-Tenochtitlán ............................................................................... 75

5.4 La colonización de las sociedades del México antiguo ..................................................... 83

BLOQUE 6 LA VIDA EN MEXICO DURANTE EL VIRREINATO ............................................... 85

6.1 Organización política y divisiones territoriales de la Nueva España ................................. 85

6.2 División territorial de la Nueva España ............................................................................. 88

6.3 Organización social de la Nueva España ......................................................................... 89

6.4 Propiedad de la tierra en el virreinato ............................................................................... 93

6.5 Actividades económicas de la Nueva España .................................................................. 95

6.6 Función de la Iglesia en la Nueva España ...................................................................... 103

6.7 Arte, cultura y educación en Nueva España ................................................................... 105

BLOQUE 7 LA GUERRA DE INDEPENDENCIA ..................................................................... 108

7.1 Antecedentes externos de la guerra de Independencia .................................................. 108

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7.2 Antecedentes internos de la guerra de Independencia ................................................... 115

7.3 La participación y el pensamiento político de los actores individuales y colectivos en la etapa de «inicio» de la guerra de Independencia. ................................................................ 122

7.4 La participación y el pensamiento político de los actores individuales y colectivos en la etapa de «organización» de la guerra de Independencia. .................................................... 125

7.5 La participación y el pensamiento político de los autores individuales y colectivos en la etapa de «resistencia» de la guerra de Independencia ........................................................ 130

7.6 La participación y el pensamiento político de los actores individuales y colectivos en la etapa de la «consumación» de la guerra de Independencia ................................................ 132

BLOQUE 1 CATEGORIAS TEORICO-METODOLOGICAS PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA

UNIDAD DE COMPETENCIA Distingue los conceptos básicos para el estudio de la historia y los utiliza para explicar acontecimientos que han ocurrido en su comunidad.

1.1 Conceptos ¿Qué es la historia? La historia, como resultado de un trabajo científico realizado con base en un proceso de indagación y reflexión, se consolida cada vez más como un área de conocimiento sistematizada continuamente y que tiene un objeto de estudio: los hechos sociales ocurridos en el pasado. Los historiadores, como todos los científicos, integran una comunidad preocupada por las formas de hacer su investigación y de los resultados de sus avances, y para ello efectúan

deliberaciones sobre su quehacer y han llegado al convencimiento de que los hechos históricos —que siempre son sociales— no pueden ser conocidos en su totalidad al ser muy difícil recuperar todas las variables concurrentes en el hecho a investigar; esto quiere decir que los aspectos de los hechos que el investigador decide trabajar serán prioriza-dos de acuerdo con las preguntas construidas por ellos para captar la realidad social pasada, pero siempre las hacen desde el presente; y tales pre-guntas responden a necesidades del conocimiento de su sociedad actual.

Es tarea del historiador seleccionar el hecho a estudiar —y los aspectos prioritarios a investigar— y ubicarlo en un contexto para relacionar las distintas variables que intervienen en su desarrollo. Además, realizará una delimitación justificada del tiempo cronológico en que se sitúe su objeto de investigación, pues resulta prioritario tener presente que todos los hechos históricos se registran en un tiempo y un espacio precisos, al ser resultado del quehacer humano. Asimismo, el espacio de ubicación del tema a investigar es básico, pues el hecho histórico siempre se desarrolla en un espacio territorial, esto es, una ciudad, una región, un país, un continente; esta delimitación territorial depende también de la intención del historiador, a quien puede interesarle estudiar, en el caso de México, la cultura olmeca, la caída de Tenochtitlán, la ruta de la Independencia y el establecimiento del primer imperio mexicano, etc. Como es observable, el tiempo y el espacio son categorías nodales en el conocimiento histórico, pero siempre en relación con el hacer humano. Es preciso no olvidar que los investigadores indagarán en los registros del pasado, por lo que el tiempo pasado es la base de la historia, pero relacionado íntimamente con el presente y el futuro. Ante estas particularidades la historia está en un proceso de enriquecimiento incesante. Por eso nosotros sólo nos acercaremos a un intento de definición que con los avances teóricos y metodológicos efectuados día a día es posible corregir, complementar o precisar. Así, comprenderemos por historia a la ciencia que estudia y analiza los hechos realizados por

hombres y mujeres en diferentes espacios y tiempos —en pos de sus particulares intereses— para obtener una explicación de los mismos y utilizarlos en nuestra vida presente y futura. Las difíciles condiciones actuales del país afectan y preocupan a la inmensa mayoría de los mexicanos; en ocasiones nos preguntamos por qué estamos en tales condiciones o cómo podemos salir de ellas. En efecto, este tipo de cuestionamientos son necesarios para compren-der la realidad en que vivimos; sin embargo, dichas preguntas deben ser ampliadas y orienta-das hacia los resultados de las investigaciones históricas para poder obtener respuestas claras y útiles y no caer en lugares comunes surgidos del pensamiento común exclusivamente. La investigación histórica requiere de preguntas precisas para realizar la investigación; es decir, necesitamos saber qué queremos de la historia y para qué, porque sin una intención específica que aporte algo significativo al conocimiento de nuestra realidad, los resultados no serán trascendentes. De igual forma, si como estudiantes de historia se nos orienta a aprendernos fechas, Nombres, lugares, etc., sin que nos cien respuestas a preguntas trascendentes, estaremos cubriendo una actividad sin ningún interés real y, por lo tanto, podríamos repudiar la historia sin conocerla adecuadamente. Este texto pretende allegar información para comprender por qué vivimos las condiciones actuales, quiénes las han forjado, cómo y en función de qué intereses. Además, no debemos olvidar que ha sido gracias a los conocimientos que nos ha brindado la historia, desde el jardín de niños, que somos portadores de valores que nos dan la identidad de mexicanos, aun con todas las diferencias con que hayamos interiorizado esos conocimientos. Un punto más es importante resaltar: necesitamos generar preguntas, atrevemos a preguntar a la historia lo que sólo ella puede contestar, ya que cada uno de nosotros tiene sus propias interrogantes. La historia, a través del resultado de sus investigadores, es probable que nos informe, pero si no se han contestado tales inquietudes, indudablemente se estará abriendo paso a nuevos conocimientos por construir —como sucede en todas las ramas del saber científico— que no ha terminado de explicar la realidad siempre cambiante. Teoría de la historia Un aspecto poco tratado por las personas no interesadas en el hacer científico es el referido a cómo los historiadores, y los otros investigadores en general, generan acuerdos para precisar las distintas estrategias de trabajo que serán aceptadas para que los resultados de sus investigaciones sean validados como científicos. Tal realidad se presenta en todos los campos del conocimiento porque, como lo hemos señalado antes, la realidad está en constante transformación y va generando nuevos ámbitos para ser comprendidos por aquellos que buscan explicaciones a lo que sucede; imaginemos, por ejemplo, cómo es analizado el material traído a la tierra por los tripulantes de las naves espaciales (cómo se cataloga, con qué instrumental lo revisan, qué condiciones se precisan para mantenerlo, qué buscan, para qué finalidad, etcétera). En el caso de la historia esto también sucede. Distintos historiadores se han interesado en investigar lo referente al producto de su propio hacer —esto es, de cómo alcanzan sus resulta-dos para someterlos a reflexión—, así como de los diversos problemas surgidos de esa

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actividad particular. A esa ocupación surgida de la práctica de los historiadores se le conoce como teoría de la historia. La teoría de la historia tiene como propósito reflexionar acerca del qué orienta el pensamiento que aborda los sucesos del pasado y de las categorías que de allí surgen. Cada época tiene a sus historiadores, quienes hacen sus trabajos a partir de una concepción teórica de la vida. Así, a fines de la Edad Media el pensamiento dominante —sustentado en preceptos divinos— que explicaba la historia humana sujeta a una deidad (lo que implicaba una teoría) comenzó a romperse para señalar que no podía considerarse de esa única forma el desarrollo humano. Así aparecieron hombres que, aun siendo creyentes, buscaron explicar la realidad a partir de otras posiciones. Lentamente comenzó a trabajarse bajo una perspectiva distinta al considerar a la razón humana como otra vía para acceder al conocimiento de la realidad. Una vez que esta propuesta se impuso —y comenzó a ser aceptada la perspectiva científica— los hombres han buscado explicar por qué el género humano existe y las razones para ello. De allí se han derivado varias teorías. Por ello, y como acontece en la esfera de la ciencia social que tiene por objeto central de su interés analítico al género humano y éste es tan disímil, las teoría son variadas, excluyentes, coincidentes, aceptadas, rechazadas, superadas y, como lo hemos planteado en este texto, sujetas a modificaciones constantes en función del mismo devenir social. Por ello en todo libro de historia, o resultado de investigación histórica, habrá una teoría ordenadora de las ideas del autor, de cómo determina su objeto de trabajo, cómo concibe las fuentes de información y la metodología utilizada, y ello implicará una intención específica. Por lo tanto, hablar de teoría de la historia es hablar de teorías de la historia, y cada una de ellas formula principios generales a partir de los cuales intenta explicar el desarrollo humano, continuidades, cambios y elementos comunes para tratar de aportar regularidades. De esas regularidades se derivaría una teoría específica de la historia y, en este punto, aún existe debate entre los historiadores. Historiografía Hasta este párrafo hemos tratado principalmente a la historia como proceso y conocimiento científico, pero necesitamos precisar cómo se ha escrito y cómo se sigue escribiendo a partir de una reflexión teórica y práctica, aspecto que también es objeto de reflexión entre los historiadores y otros científicos sociales. Podríamos decir que la historia, a su vez, tiene una historia de cómo ha sido escrita y tal actividad se conoce con el nombre de historiografía. La historiografía es el registro escrito de lo acontecido en las sociedades y nos permite conocer cómo lo han hecho los historiadores (con qué tipo de recursos teóricos, metodológicos e instrumentales), además de saber cómo han sido las sociedades estudiadas en el pasado. La historiografía se basa en la historia escrita (por ejemplo, La Odisea, para conocer acerca de la historia de Grecia) y en el registro escrito (cartas, edictos, leyes, proclamas y más). Así, a lo largo del tiempo las formas de escribir y las razones para ello han sido muy variadas. Ejemplificamos: una de las primeras obras escritas que tenemos para conocer la etapa de la conquista de México es la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, del español Bernal Díaz del Castillo. Esta obra nos permite acercarnos a la forma en que el extranjero veía la realidad en la que estaba viviendo, pero desde su óptica de español y de conquistador. Asimismo, es importante tener en cuenta para qué escribe y para quién escribe, pues se dirige a los monarcas españoles con la intención de obtener un beneficio económico y social por haber participado en tal contienda. Éste es sólo un ejemplo, pues, también es justo especificarlo, Díaz del Castillo no fue un historiador, sino un soldado que ofreció su narración

de los hechos, tal como él los quiso presentar, aunque para nosotros es una fuente importante para conocer lo sucedido en el tal período. Para épocas posteriores han sido historiadores quienes ofrecen los resultados de sus investigaciones, pues a diferencia de Bernal Díaz, Francisco Xavier Clavijero —para el período colonial— y Lucas Alamán —para el México en construcción como nación— siguieron una formación profesional para ser considerados como historiadores, sabedores de la necesidad de ofrecer una fundamentación a sus escritos y en relación muy estrecha con el desarrollo científico que en ese momento se había alcanzado. Ambos historiadores nos dejaron información de la Nueva España y del México independiente en función de sus posiciones y formas de entender la historia.

Para el caso de la historiografía mexicana, y sobre todo cuando ya se consolida el país como una república, esto es, de la época de Benito Juárez y los liberales en adelante, la historia será escrita con una intencionalidad muy específica: dar cohesión a sus pobladores al fomentársele la idea de un pasado común. Así aparecerán nuestros grandes héroes, como Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Morelos y más. A uno de los más importantes historiadores de nuestro país, don Luis González y González, entre otros, se debe el haber puesto en evidencia esa intencionalidad y esa forma de escribir la historia —bautizada con el nombre de «historia de bronce»—, dado que sus presupuestos teóricos llevaban a los historiadores a realizar sus trabajos con una perspectiva maniquea, es decir, dividida en hombres buenos y hombres malos. También, y dada esa necesidad de hacer homogéneo el pasado, se enfatizaba en una orientación abarcadora de todo el territorio y presentada como historia nacional, que además privilegiaba el eje político para explicar toda la realidad. Ese tipo de hacer historia fue criticado

por los historiadores inconformes con tal perspectiva de trabajo e impulsaron modificaciones aunque, es preciso señalar, no ha dejado de practicarse —la forma criticada— por quienes la consideran correcta y necesaria. A mediados de 1960 se inició una corriente renovadora a nivel mundial entre los historiadores (diferente a la que concebía a la historia como historia política exclusivamente), interesada en profundizar en un hecho que se considera fundacional del México contemporáneo y que es conocido como la Revolución mexicana, iniciada en 1910. Este importante acontecimiento atrajo la mirada de historiadores mexicanos y extranjeros y de allí surgieron estudios sobre los obreros y los campesinos, grupos que anteriormente no habían sido analizados. Como complemento, la investigación de los grupos económicos dominantes aumentó. Algunos historiadores fueron más atrás en el tiempo para intentar ubicar cuándo habían surgido los principales grupos empresariales o los grandes propietarios de tierras mexicanas y cómo habían logrado sus recursos económicos y, en ocasiones, también el poder político. Ante la nueva perspectiva, para los años setenta, el enfoque crítico de la llamada historia nacional posibilitó una interpretación distinta en el quehacer histórico como respuesta a los temas propuestos a abordar. Esta modalidad permitió establecer que los procesos sociales de un país no se construyen de igual forma en todo su territorio, sino que algunas localidades —y regiones— tienen sus propios ritmos en los diversos aspectos que estudia la historia: político, económico, social, cultural, etcétera, y no forzosamente coincidentes con lo conocido como historia nacional. De tal forma pudimos saber, por ejemplo, que la lucha de independencia no

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se vivió igual en lo que hoy es Chihuahua en la manera en que se vivió en Chiapas, por ejemplo. La historia regional arrojó conocimiento muy importante para comprender las diferencias y similitudes de los mexicanos. La forma de escribir la historia seguía modificándose con el discurrir del tiempo, con los avances científicos y tecnológicos y por la reflexión de sus investigadores. En los años ochenta se presentó una nueva corriente, surgida con antelación en Europa, que expuso los aspectos anteriormente no abordados ni profundas ni sistemáticamente por considerárseles no muy importantes. La vida cotidiana de las épocas pasadas comenzó a conocerse: las formas de vestir, de pensar, de amar, la vida en los conventos, en los manicomios, los diferentes tipos de comida, las fiestas y otros temas más cobraron gran interés. Pero estas propuestas no eliminaron temáticas siempre trascendentes: la economía, la política y otro género muy antiguo, la biografía, siguieron renovándose en sus métodos y sus concepciones. En los últimos años la historiografía también se ha enriquecido con el aporte efectuado por los historiadores, quienes con un enfoque de género han hecho aparecer en la historia de México a las mujeres como un sujeto social trascendente, pues anteriormente parecían inexistentes. Indiscutiblemente, lo acaecido en México está inserto en el desarrollo de la historia como hacer científico y realidad a nivel mundial. No fue casual que uno de los congresos de Historia a Debate se realizara en la capital de nuestro país en septiembre de 2003. En él se planteó lo siguiente: Según nuestro criterio, la historiografía digital ha de seguir siendo complementada con libros y demás formas convencionales de investigación, difusión e intercambio académico, y viceversa. Este nuevo paradigma de la comunicación social no va a reemplazar, en consecuencia, las actividades presenciales y sus instituciones seculares, pero formará parte de una manera creciente de la vida académica y social real. La generalización de Internet en el mundo universitario y en el conjunto de la sociedad, y la educación informática de los más jóvenes irá imponiendo esta nueva historiografía como factor relevante de la inacabada transición paradigmática entre los siglos XX y XXI. Para poder reescribir la historia —que es inagotable— se necesitan nuevas preguntas acordes con el presente que vivimos y con las necesidades emergentes y, ante tal situación, el papel de los jóvenes historiadores es muy importante porque son parte de una generación obligada a renovar a los historiadores que surgimos en contextos diferentes. No olvidemos que el pasado se activa por el presente (donde el desarrollo científico coadyuva, en general, al proveer sus propios avances en varias ramas, como la informática), pero también que la historia se escribe en función de teorías diversas —con pretensiones específicas— situación que los historiadores conocen y asumen (aunque no siempre lo declaren). Así la historiografía permite realizar, a través del análisis de cada resultado de investigación escrito, la teoría, metodología, conceptos operativos, técnicas de investigación y posición del historiador para poder precisar el tipo de investigación que realiza.

1.2 El carácter polisémico de la Historia Uno de los problemas que puede enfrentar el estudiante cuando refiere que estudia historia reside en el hecho de que una parte significativa de los mexicanos no tiene preciso el concepto de aquélla tal y como lo definimos anteriormente. Esta situación deriva, principal pero no

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exclusivamente, del hecho de que se confunda con un género literario que es la «narrativa», puesto que ésta presenta «una trama» que es contada, de manera oral o escrita, y que también se conoce con el nombre de «historia». Derivado de esto es común escuchar «te voy a contar una historia», esto es, la trama de alguna situación perteneciente al ámbito de la ficción o la recreación, pero no fundamentada en el proceso de investigación histórica al no ser esa su pretensión. En el caso de la lengua inglesa encontramos esa diferenciación claramente establecida cuando utiliza palabras distintas para esas dos realidades: Historia alude a la ciencia que se encarga del análisis de los hechos desarrollados en el pasado, mientras que story hace alusión a un relato real o ficticio, pero sin pretensión de sustentar un conocimiento científico. Es preciso señalar que la polisemia de la palabra «historia» tiene un origen surgido dentro del propio desarrollo de las sociedades, porque los primeros registros considerados como «la historia» de un pueblo, un país y del universo mismo fueron las leyendas, los mitos y los cantos épicos, esto es, «los registros» que cada sociedad creó con el fin de entender y explicar el mundo otorgándole un sentido de identidad y de pertenencia. No olvidemos que aún tienen permanencia en nuestros días algunos de ellos; por ejemplo, los hombres y las mujeres que conformamos sociedades con una fuerte identidad religiosa basada en la propuesta judeo-cristiana tenemos la Biblia como referente para «explicar» la vida desde el momento de «la creación». También, por derivar de una perspectiva occidental nuestro concepto de historia —como ciencia— y ubicar al griego Herodoto como «el padre de la historia» (por sus escritos acerca de los combates escenificados entre griegos y persas, llamados Las Guerras Médicas), tales regis-tros han sido considerados como resultado del trabajo de un historiador. Un caso similar para México es el de Bernal Díaz del Castillo, que escribió, siendo soldado, su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Estos ejemplos alimentan la confusión, pues si bien Herodoto y Bernal Díaz fueron cronistas, no realizaron su actividad con la rigurosidad que requiere la historia como ciencia, aunque sí nos dan información de una época. Esta doble acepción de la palabra historia, como «trama» —desde el ámbito literario— y como «narración de hechos verdaderos» —desde la Grecia clásica—, evidencia el carácter poli-sémico de la palabra misma, y sólo los que se acercan a ella desde la perspectiva de análisis del devenir humano —como un ámbito del conocimiento que cuenta con un desarrollo teórico, metodológico e instrumental— podrá entenderla en su acepción científica.

1.3 La historia como realidad Hasta este momento hemos abordado algunos de los elementos particulares de la historia como ciencia, como área del conocimiento, al contar con una definición, un objeto de investi-gación, una precisión de su razón de ser, esto es, un para qué, su utilidad práctica, el cómo se ha ido consolidando como un campo del saber humano, etc. Sin embargo, necesitamos enfati-zar que la historia intenta explicarnos los hechos generados por el hombre, en su acepción de género humano, y que ese hacer humano es una parte muy importante de lo que conocemos como realidad. Ya un historiador francés del siglo XX, Pierre Vilar, llamaba a considerar que «historia» designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de este conocimiento. Comprender esta diferencia nos permitirá ser más precisos. La historia es la realidad que el ser humano genera, vive —generó o vivió—, y también un área del conocimiento que pretende explicar esa realidad.

Por lo que se refiere a la especificidad de la porción de la realidad que corresponde a la historia —como objeto de investigación—, un historiador polaco llamado Adam Schaff refiere: […] el acontecimiento, el hecho es lo devenido, objetivo que mediante una cantidad infinita de hilos, está ligado a la realidad de la cual es un fragmento, una partícula. Para conocer éste, o sea el hecho histórico dado, debemos seleccionar en esta cantidad infinita los lazos que nos interesan en el marco del sistema de referencia dada (que constituye para el historiado• el fin intencional de su estudio). Todos nosotros sabemos que la realidad en la que estamos insertos está constituida por múltiples componentes articulados; de allí que cada ciencia esté interesada en estudiar los múltiples fragmentos integradores de ella. Pero para poder explicar cada parte de ese todo integral, efectuamos una separación artificial. Esta separación ha sido considerada como la forma más adecuada para profundizar en cada componente; mas el trabajo de integrarlos nuevamente requiere de un esfuerzo de abstracción para el cual se necesita una capacitación especial y, en nuestros días, tiende a identificarse con una actividad multi, inter y transdisciplinaria que sólo podrá realizarse, de una mejor manera, en equipos de especialistas. Aun así, al considerar estas limitaciones, los historiadores nos empeñamos en precisar un objeto de investigación —la realidad acaecida— y emplear los métodos más rigurosos para acercarnos a ella y ofrecer las respuestas que buscamos. Es preciso enfatizar esta situación: cuando nos referimos a la historia hacemos alusión a la realidad histórica tal y como sucedió, pero también al resultado de un trabajo con rigor científico que aborda, como su objeto de investigación, parte de esa realidad histórica.

1.4 El papel que juegan en la historia las categorías: espacio, tiempo, estructura, duración y coyuntura Sin pretender considerar que la enseñanza y el aprendizaje de la historia es igual en la

educación básica que en la media y media superior, es importante tener presente que los conceptos de tiempo y espacio para la historia, como ciencia, tienen su complejidad para aprehenderse y enseñarse. Lo necesario, para nuestro caso, es comprender que cada periodo histórico tiene particularidades que le dan un sentido de unidad y que ubicarlo bajo una delimitación temporal construida por la comunidad científica de los historiadores nos ayuda a comprender qué nos acerca y qué nos distancia de los hombres y las mujeres que actuaron en ese tiempo específico. Como ejemplo podemos preguntarnos cómo se gobernaba «antes» en México, que es

uno de los temas que este libro presenta. De esta forma tenemos una pregunta específica y partimos hacia el pasado para saber al respecto. Al efectuar esta retrospección nos percatamos de que son tres momentos diferentes de la historia de nuestro país pues los contenidos de el estudio de la historia nacional es el elemento este libro sólo abordan hasta el momento de la independencia política la del México antiguo, la Colonia y el México independiente. Un resultado inmediato es ubicar el mismo tema de investigación en tres períodos distintos, aunque

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los tres estén enmarcados en el pasado. La categoría de tiempo es determinante en este tipo de investigación, y comprender esto es básico. Al inicio de este bloque se especificó que los hechos que al historiador le interesa investigar se sitúan en un tiempo y en un espacio determinados, pues estas dos coordenadas básicas de la historia tienen significado por el hacer de los hombres y de las mujeres que los modifican poderosamente; pero ahora integraremos un aspecto que complementa la idea del tiempo, si bien ya enunciada, necesita especificarse. Nos apoyaremos en una cita de Antonio García de León: El tiempo no existe fuera de los hechos ni de sus interrelaciones, y como factor real del movimiento histórico, tiene sentido, precisamente, en el seno de una amalgama de sucesos y de su estrecha combinación con el espacio. La mayor o menor profundidad de los acon-tecimientos confiere también a la historia ritmos diversos, densidades múltiples que suelen aparecer de manera simultánea, confiriéndole una mayor o menor apariencia de velocidad o lentitud, según los procesos sociales que se despliegan en su curso[...1«En la construcción de la trama histórica interviene entonces el «trabajo sobre el tiempo», que no es solamente una puesta en orden cronológico, o una simple estructuración en periodos, sino principalmente una jerarquización de los fenómenos en función del ritmo según el cual cambian y se modifican. El tiempo de la historia no es así una línea recta, ni una línea rota en periodos, ni siquiera un mapa: las líneas que lo entrecruzan componen más bien un relieve. Al «trabajo sobre el tiempo» se une la reflexión sobre éste y sobre su propia fecundidad. La historia invita así a una meditación sobre la fecundidad propia del tiempo, sobre lo que éste hace y deshace. El tiempo se convierte así en el principal actor de la historia, en el precipitador de lo impredecible. El pasado, lo sucedido en «el ayer», constituye la base sobre la que trabajan los historiadores. De allí la expresión de: «en la construcción de la trama histórica interviene entonces el trabajo sobre el tiempo». Sin embargo, es imprescindible, una vez ubicada la importancia del concepto tiempo, apuntar algunas características que al paso del tiempo cronológico los historiadores y otros científicos sociales, muy particularmente los filósofos han señalado para desentrañar esta impresionante densidad histórica, y así acercarnos a una meditación sobre la fecundidad propia del tiempo, sobre lo que éste hace y deshace al convertirse en el precipitado de lo impredecible. La comunidad de los historiadores no ha dejado de reflexionar acerca de lo que es el tiempo como concepto básico de su trabajo, y a nosotros nos corresponde no dejar de comprender que la historia, como ciencia, está en constante perfeccionamiento tanto en sus aspectos teóricos como metodológicos, y en el resultado de sus investigaciones específicas. Un historiador francés, Ferdinand Braudel, hacia los años 50 y 60 del siglo pasado, aportó al conocimiento generado por la reflexión del tiempo en la historia tres niveles o fragmentos de la duración temporal. Mario García García, en su artículo «El tiempo en la historia», lo sintetiza de manera excelente: El tiempo corto es, como su nombre lo indica, un tiempo breve, es el tiempo a la medida de los hombres, el tiempo del cronista o del periodista. Abarca todos los aspectos de la vida cotidiana, pero ha sido preferentemente usado en historia política para el estudio de los grandes acontecimientos. En él el tiempo se mide por días, meses y años. El tiempo medio nació con el desarrollo de la economía. Aquí se estudian los ciclos económicos decenales, de veinticinco años o de medio siglo. El análisis que estos ciclos impusieron, ampliaron los criterios de duración para explicar coyunturas sociales más breves. Las

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fluctuaciones económicas, a la vez que conducían a alargar las duraciones, permitían incorporar el tiempo corto, para buscar causalidades. El tiempo largo o la larga duración (de uno a varios siglos) comienzan ya en los análisis seculares y logra su plena realización en los análisis estructurales. Braudel otorga gran im-portancia a este nivel de la duración, porque en él se revelan las estructuras: el ensamblaje de la sociedad. Para el historiador francés, la modificación de estas estructuras es un proceso tan lento, que ante los ojos de varias generaciones aparecen como elementos estables. La lentitud de sus cambios obstruye el curso de la historia; pero a la vez de ser obstáculos son sostenes. Su presencia determina el transcurrir histórico. El reconocimiento de estas largas duraciones permite explicar lo que en tiempos cortos no se mira o no se puede ver de manera «fácil», pero posibilita redimensionar la fuerza de lo nuevo y la radicalidad del cambio. Esta forma de invitarnos a percibir en la larga duración las estructuras cimentadoras de la sociedad, sobre todo al momento de presentarse una coyuntura, amplía la forma de mirar el tiempo. Así, lo que le interesa al historiador es la manera en que se entrecru-zan las duraciones, cómo se integran, cuándo encuentran sus puntos de ruptura. En definitiva, las tres duraciones son parte de un mismo proceso y estructura, duración y coyuntura, categorías que nos permiten ver objetos de investigación en sus varias dimensiones. Por ello, como dice Antonio García de León, no sólo debemos comprender el tiempo como una sucesión lineal de hechos, con una postura cronológica, sino también abordándolo con la perspectiva de «un antes» y «un ahora», en donde seamos capaces de observar lo que perdura y lo que se modifica para poder comprender por qué sucede eso y las posibles implicaciones. Eso mismo sucede con la idea de espacio —entendido como territorio—, resultado de la relación que establecen con él los sujetos sociales que lo habitan, pero también comprender cómo ese entorno los afecta a ellos —los sujetos sociales—, pues no es lo mismo vivir en cualquiera de los polos a hacerlo en las márgenes del Mediterráneo o en una isla en Oceanía. Así, los conceptos de tiempo y espacio son prioritarios para la historia y es preciso comprender el sentido en el que los enmarcamos para entender qué y por qué pasó lo que nos interesa saber. En cuanto a lo que nos interesa saber —esto es, nuestro tema de estudio— podemos abordarlo a través de cómo cambia o permanece en el tiempo y ubicándolo en el espacio que decidamos estudiar; esta situación modifica ideas anteriores en cuanto a que la historia sólo se encargaba de grandes acontecimientos, pero episódicos, como guerras o acciones de los héroes. También nos interesa dejar establecido que no podemos ya conformarnos con explicaciones que atienden a una sola variable del acontecer social, esto es, mantener la idea de que una sola causa puede generar rupturas de la continuidad de la vida, porque reduce increíblemente nuestra potencialidad de comprensión de los procesos sociales tan diversos y complejos. Otro de los conceptos básicos para la realización de la investigación que efectúan los historiadores refiere al espacio en el que se inscriben los actores sociales que actúan en el periodo determinado por el mismo investigador. Es preciso tener presente que el concepto de espacialidad tiene una relación muy estrecha con el de territorialidad, pero no puede utilizarse como sinónimo puesto que la espacialidad es una categoría construida por los científicos sociales para hacer su trabajo. Presentemos un ejemplo: la categoría región, que alude a espacialidad, es un constructo metodológico para aproximarse a un espacio de análisis que abarca delimitaciones acorde con los intereses del investigador, por lo que puede hablarse de la región huasteca y comprender población, flora, geografía,

economía, cultura y otros aspectos más que se ubican en varias entidades federativas de la República mexicana o de la región petrolera de la costa del Golfo de México, que incluye Tamaulipas, Veracruz, Tabasco y Campeche. Otros conceptos que refieren espacialidad son: local, regional, nacional, subcontinental, continental y mundial, y por ello encontramos niveles de análisis que atienden lo local, regional, nacional, subcontinental, continental y mundial, siempre en dependencia de las preguntas que requiera satisfacer el investigador. Asimismo, necesitamos explicitar que cuando un investigador decide hacer historia local no puede dejar de tener en consideración que su objeto de estudio está inserto a su vez en un ámbito regional, otro nacional, otro subcontinental, otro continental y en el mundial, sobre todo en estos inicios del siglo XXI, cuando la realidad social se ha globalizado, y con ello el hacer científico del cual es parte significativa el que concierne a la historia. En correspondencia con el concepto de espacio es importante tener presente que ahora también hablamos de un referente muy novedoso, el ciberespacio, y que indudablemente es ya parte de una realidad a la cual hay que teorizar. Uno de los ejemplos más precisos de cómo esta contemporaneidad evidencia nuevos retos de análisis lo sintetiza la presencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que movilizó a la sociedad civil mundial para que intercediera ante las autoridades mexicanas y no se registrara una confrontación armada que, indiscutiblemente, no hubiese podido resistir. Como la realidad es cambiante, la ciencia que intenta dar cuenta de una parte de ella, de los hechos históricos particularmente, también cambia, y las categorías utilizadas para acercaros a su análisis siguen ese mismo devenir.

1.5 Actores de la historia (individuales y colectivos) Hablar del sujeto de la historia es hablar del elemento que le da a la historia su posibilidad de ser. El hombre es quien la hace y él también la escribe (obviamente considerando al hombre en su sentido genérico). Así, no puede haber historia sin sujeto, pero tampoco puede haber sujeto sin historia. Para poder comprender cómo ha actuado el sujeto de la historia es necesario hacer uso de una expresión que los historiadores han construido y que se conoce como sujeto histórico. Esta

construcción refiere a una articulación de diversos sujetos particulares que se conjuntan para impulsar una propuesta de desarrollo material y espiritual —en pos de sus intereses— y que domina a otros grupos que pudieran oponérsele. Es necesario aclarar que el sujeto histórico no es homogéneo, pero tiende a unificar un proyecto en un tiempo y en un espacio determinados, y por ello cada época histórica va generando su particular sujeto histórico. Para tener una idea más clara ejemplificare-mos con lo ocurrido a partir de los años sesenta del siglo XX, cuando se vivió un quiebre del modelo de vida dominante

instaurado al término de la Segunda Guerra Mundial. Hasta ese momento, las historias

nacionales oficiales —elaboradas por los historiadores contratados por los gobiernos de cada país— eran aceptadas casi sin reticencias. Sin embargo, cuando el actor central de esta situación, el Estado, comenzó a ser cuestionado por otros grupos para quienes no tenía respuestas adecuadas a sus necesidades, entonces se hicieron manifiestos sujetos históricos particulares que anteriormente no aparecían: los obreros, los campesinos, los estudiantes y otros, que cuestionaron la perspectiva que planteaba un desarrollo evidente de toda la población nacional y que justificaba el ejercicio del poder político de los grupos que lo ostentaban. Los historiadores —entre la gama de intelectuales que toda sociedad produce— empezaron a realizar los estudios de estos grupos, y los resultados arrojaron múltiples fisuras de las historias nacionales que hablaban de prosperidad para todos. Ante esta situación aparecieron en la historia mexicana —a través de los resultados de investigación de los historiadores y otros científicos sociales— los sujetos históricos contemporáneos que fueron ubicados en tiempos y espacios delimitados. Para el caso específico de México, después de 1968 esta perspectiva cobró una fuerza muy significativa y empezó a dejarse de lado un sujeto histórico característico del siglo XIX y parte del XX: el héroe, y se empezó a hablar del movimiento obrero o del movi-miento campesino como sujetos capaces de modificar un orden social. Sin embargo, a partir del surgimiento de la globalización que vivimos desde finales del siglo XX, y por el reclamo de un buen número de actores y fuerzas sociales que demandan mejores condiciones de existencia —mejor calidad de vida y la eliminación de la injusticia social—, ha sido acuñada la categoría de «nuevos actores sociales», que a diferencia de los sujetos históricos anteriores no están tras la disputa del poder político para adueñarse de él, sino por «la mora-lización de la vida pública». Los nuevos actores sociales —grupos cívicos, ciudadanos, de género, ecologistas, étnicos, locales, regionales— dan paso a «nuevos movimientos sociales» que enfrentan al principal garante del estado de cosas actuales: el Estado y sus instituciones, pero no pretenden destruirlo. Así tenemos actores individuales y colectivos, como elementos actuantes en interacción, que se manejan en determinadas relaciones sociales con ciertos márgenes de autonomía —lo que no significa independencia total— respecto de aque-llos que los dominan. El actor individual es un actor social cuando encierra en sí valores que representan algo para su sociedad y puede ser un hombre o una mujer que pretenda alcanzar objetivos personales o colectivos, pero también puede ser un actor colectivo en busca de intereses compartidos como lo hacen los estudiantes, las mujeres o los jóvenes que tienen algo por qué luchar. Estos actores, individuales o colectivos, se mueven en función de su cultura y acatan algunas normas institucionales, aunque por momentos las rompan. De esta forma es necesario comprender que actor individual y colectivo no son contradictorios y actúan entre los márgenes de lo dado y lo posible. Obviamente, para principios del siglo XXI existe una multiplicidad de actores en función de las características que los agrupan, como su profesión, origen cultural, relaciones

interpersonales y poder adquisitivo. Pero cuando generan prácticas específicas es cuando se perciben. La participación es el medio por el cual los actores, individuales o colectivos, intentan hacer valer sus derechos ciudadanos y regularmente pretenden una mejor distribución de los recursos y la justicia; en los inicios del siglo XXI, con la innegable globalización informática, los actores adquieren características comunes, aun traspasando fronteras nacionales. Los actores de la historia no están inmóviles y generan las prácticas que los caracterizan.

1.6 Fuentes de la historia: primarias, secundarias, directas e indirectas

Como todas las ciencias, la historia necesita de elementos que le permitan sustentar las indagaciones que realiza para poder registrar las huellas del pasado. Estos elementos son muy diversos, y cada uno de ellos es analizado —para ser aceptado entre la comunidad de los historiadores—como verificador de lo que se afirma. Algunos elementos parecen inobjetables, como una pirámide, un registro escrito o una pintura efectuada sobre las rocas, pero requieren de precisión. Por ello, es necesario tener presente que cada época histórica incorpora o desecha fuentes de información que los historiadores utilizan y que, conjuntamente con el avance de otras ciencias, esas fuentes se validan o no. Así, he-rramientas construidas por las primeras comunidades humanas, restos de utensilios que produjeron para su vida

diaria (cerámica, tejidos, armas) o materiales fósiles ofrecen información que puede utilizarse para la reconstrucción de hechos acaecidos hace miles de años porque se sustentan en análisis físicos, químicos o biológicos, efectuados en los terrenos de cada una de estas ciencias. Esta realidad nos permite comprender que el avance científico es continuo e integral, pero que nosotros, los humanos, lo dividimos por áreas de conocimiento para tratar de explicarlo. En fechas más recientes, la mayor parte de la producción generada por el humano puede servir de fuente para el trabajo de los historiadores; así, el vestido, las máquinas de todo tipo, los objetos de ornato —pinturas, collares, candelabros, tapices—, los medicamentos, los productos para aseo, todo lo pensado y materializado puede servir para la reconstrucción de lo que un historiador quiera analizar, pero no debemos olvidar que son las comunidades científicas las que validan o no las fuentes utilizadas. Para inicios del siglo XXI un grupo de historiadores, que alberga a más de 3000 integrantes de diversas nacionalidades, ha organizado congresos que bajo el nombre de Historia a Debate se reúne con regularidad para reflexionar acerca de la historia —en múltiples aspectos— y, en lo concerniente a las fuentes, señala que: Somos partidarios de una nueva erudición que amplíe el concepto de fuente histórica a la documentación no estatal, a los restos no escritos de tipo material, oral o iconográfico, a las no-

fuentes: silencios, errores y lagunas que el historiador y la historiadora ha de valorar procurando también la objetividad en la pluralidad de las fuentes [...] La historia se hace con ideas, hipótesis, explicaciones e interpretaciones, que nos ayudan además a construir/ descubrir las fuentes […] Las nuevas tecnologías están revolucionando el acceso a la bibliografía y a las fuentes de la historia, desbordando las limitaciones del papel para la investigación y la publicación; posibilitando nuevas comunidades globales de historia-dores. Internet es una poderosa herramienta contra la fragmentación del saber histórico si se utiliza de acuerdo con su identidad y posibilidades, esto es, como una forma interactiva de transmitir información instantánea de manera horizontal a una gran parte del mundo. Las consideraciones de esta importante agrupación, surgida también en una nueva época basada en el desarrollo de las técnicas de información y comunicación más actuales, es una muestra de cómo las fuentes se multiplican y permiten otras aproximaciones a viejos y nuevos temas de investigación. Aun así, los historiadores han llegado al acuerdo de calificarlas en dos grandes apartados: primarias y secundarias. Las fuentes primarias están constituidas por cualquier «registro diverso» elaborado al mismo tiempo que el hecho a investigar y, generalmente, por los actores involucrados en ellos. Las fuentes secundarias son registros que describen un hecho a partir de fuentes primarias e intervienen allí, también con una recurrencia considerable, los historiadores u otro analista externo. Una de las maneras más contundentes de presentar esta diferenciación y designar a cada una de esas fuentes es la siguiente:

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Otra división de las fuentes es la posición que guardan «los registros» respecto con el hecho a investigar; se clasifican en directas o indirectas. Las fuentes directas son registros creados con fines específicos, como los censos de población, un reglamento deportivo, una pirámide, etc. Si al historiador le interesa hacer la historia de un país y quiere precisar datos de su población recurrirá a los censos; si le interesa la historia del basquetbol tendrá que analizar su normativa; si le interesa la historia de los mayas tendrá que ir a Chichén Itzá y observar las pirámides. Pero esos mismos temas de interés podrán complementarse con fuentes indirectas. Para el caso de quien estudia población también puede recurrir a fotografías para apreciar características específicas de algún grupo en particular; si estudia el basquetbol puede acudir a un gimnasio para precisar algunos detalles de la forma en que se practica, y si le interesa la historia de los mayas tendrá que saber de la flora y la fauna de la región. Por esto se dice que hay una posición de la fuente con el objeto de investigación, ya sea directa o indirecta.

1.7 Ciencias auxiliares de la historia Como todo el quehacer científico, el referido a la historia no se ha desarrollado por separado y desde sus orígenes ha estado asociado con otros campos del conocimiento. Ya hemos hecho alusión, por ejemplo, a la geografía, pero hay algunas otras áreas muy interrelacionadas con la historia, como la arqueología, la genealogía, la heráldica, la numismática, la paleografía y más. Pero existen otras que pueden colaborar en este tipo de investigación, como la economía, la demografía, la ciencia política, la antropología o la sociología, con las que las fronteras pueden ser muy flexibles, y otras más como la biología, la química, la física o las matemáticas, que permiten apoyo a la historia mas su relación no es tan directa como las anteriores. Obviamente el conocimiento científico es uno, aunque sus objetos de investigación sean múltiples, por lo que el avance en cualquiera de los distintos campos apoya —y es apoyado— por los restantes.

1.8 Divisiones de la historia para su estudio Hasta el tema anterior abordamos aspectos de orden teórico-metodológico para acercarnos a conocer qué vamos a comprender por historia —desde la perspectiva de constituir un cono-cimiento científico—, cómo se construye su objeto de investigación, por qué no es lo mismo historia que historiografía, cuáles son sus categorías, fuentes, etc., y todo esto para apoyar la comprensión de cómo hacen su trabajo los historiadores. A partir de ello podemos tener algunos referentes para discriminar si lo que algunas personas consideran como resultado de la investigación histórica es acertado o no. Ahora tenemos información básica para saber comprender la necesidad de un rigor científico y poder hacer investigación de este tipo. Muy pocas personas se atreverían a decir que hacen investigación en el campo de la física, biología o aeronáutica porque tienen entendido que eso requiere de una capacitación profesional, pero siguen creyendo que se puede realizar investigación histórica sin profesionalización. Desafor-tunadamente, y aun a nivel de autoridades de instituciones educativas, esta apreciación se mantiene y por ello se improvisa frecuentemente al docente que trabaja los contenidos de estas experiencias educativas y conocemos las consecuencias. El último tema abordado en este bloque mantiene una perspectiva metodológica, pues nos adentrará a conocer por qué el estudio de la historia ha requerido divisiones para poder realizarse pero, al mismo tiempo, nos adentrará ya en el estudio de los resultados de investigación ofrecidos por los historiadores y otros científicos a sus sociedades, permitiéndonos compartir esos códigos con otros mexicanos o con extranjeros.

Prehistoria e historia Una de las primeras divisiones realizadas por los historiadores para tratar el desarrollo de las sociedades humanas, pues hemos planteado que los hombres y las mujeres son quienes impulsan «la rueda de la historia», tiene como acuerdo establecer que la historia inicia con la invención y difusión de la escritura y que ello sucedió cerca del año 3500 a. C. Así, lo sucedido antes de esa fecha —que es una convención— se denomina prehistoria, y cubre aproximadamente 3.5 millones de años del pasado de la humanidad. Es un tiempo cronológico muy largo y parte del desarrollo de las primeras sociedades humanas, de los homínidos propiamente (hace 4 millones de años) hasta la fecha anteriormente justificada del 3500 a. C. La prehistoria, a su vez, se divide para su estudio en grandes edades o períodos que reciben los nombres de Paleolítico y Neolítico, con un proceso de transición entre ellos que se denomina Mesolítico. Por lo que se refiere a la historia, como período de investigación, se inicia con la invención de la escritura (3500 a. C.) y llega hasta nuestros días. Este lapso de poco más de 5000 años «del hacer humano» es posible reconstruir al tener como fuente básica a la escritura. Este período también se subdivide para su investigación y se aceptan, casi en todos los países, cuatro cortes: Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea. Estas divisiones surgidas del propio desarrollo científico de los historiadores aluden principalmente a una división con base en criterios de temporalidad, mas ya hemos señalado que la otra categoría básica es la de especialidad y, de la combinación de ambas, surgen otras divisiones importantes que desde la educación básica se abordan: historia universal e historia nacional. Historia universal y nacional Con atención al concepto de espacio, y en correspondencia con las características de represen-tación que un joven puede hacer de él, ahora será comprensible cómo la idea de la posibilidad de realizar un libro de historia universal respondió, y responde, a pretensiones escolares para explicarnos el desarrollo de la humanidad. Lo importante es que hoy podemos entender lo complejo que es esto pero, además, podemos realizar una crítica constructiva a tal perspectiva. La gran mayoría de los textos de historia universal escritos, por lo menos hasta los años 60 del siglo pasado, nos presentaban la historia de Europa como sinónimo de historia universal, y quedaban fuera —o subordinados a ella— desarrollos sociales que se produjeron en Asia, África, Oceanía y América. Esta realidad tuvo como sustento el que fueron los historiadores europeos quienes primeramente acometieron tales retos, mas con el devenir del tiempo y el avance de la investigación histórica fuera de Europa occidental se observó tal parcialidad —denominándola eurocentrismo— con la pretensión de hacer evidente ese sesgo y buscar relativizarlo. Aun así, cuando dividimos la historia universal para su estudio se mantienen los cortes ya aludidos anteriormente de historia antigua, media, moderna y contemporánea, aunque se aborden a través de temas como las grandes civilizaciones agrícolas; las civilizaciones clásicas del Mediterráneo; el pueblo judío y el cristianismo; los bárbaros, el Islam y Bizancio; Mundos separados: Europa y Oriente; las revoluciones de la era del Renacimiento; los imperios

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Europeos y el Absolutismo; la Ilustración y las revoluciones liberales; el apogeo de los imperios coloniales, las nuevas potencias y el mundo colonial; las grandes transformaciones del siglo XX; la Primera Guerra Mundial y las revoluciones sociales; la Segunda Guerra mundial, las transformaciones de la época actual y los cambios económicos, tecnológicos y culturales. En correspondencia con la categoría de espacio, o espacialidad, también aludimos que apareció la necesidad de ir elaborando historias propias de cada localidad o región hasta el surgimiento de los Estados nacionales. Esta nueva realidad político-económica obligó a sus gobernantes a idear estrategias para darles un sentido de pertenencia a tales circunscripciones mayores y comenzó a escribirse este tipo de historia. Para el caso de México, y así lo seguimos reproduciendo, se ha elaborado una propuesta que refiere los hechos económicos, políticos, sociales y culturales más trascendentes para la comprensión y explicación de lo que es nuestro país en términos generales. Así, trabajaremos bloques que aluden a lo sucedido en nuestro territorio desde el momento en que fue poblado originalmente hasta lograr la independencia política con respecto a España en 1821. Esta forma de hacer y estudiar la historia se fomenta principalmente por parte de quienes saben que el conocimiento que nos brinda puede ser un arma de liberación o de control o, aunque parezca paradójico, de ambos aspectos. Cerraremos este tema con la consideración del maestro Luis Villoro: La historia ha sido un elemento indispensable en la consolidación de las nacionalidades … En otros casos, la historia que trata de regiones, grupos o instituciones, ha servido para cobrar conciencia de la permanencia de los individuos a una etnia, a una comunidad cultural, a una al hacerlo, ha propiciado la integración y perduración del grupo como colectividad. Ninguna actividad intelectual ha logrado, mejor que la historia, dar conciencia de la propia identidad a una comunidad. La historia nacional, regional o de grupos cumple, aun proponérselo, con una doble función social: por un lado favorecer la cohesión en el interior del grupo, y por el otro, refuerza actitudes de defensa y de lucha frente a los grupos externos. Microhistoria Por fortuna para nuestro propio desarrollo historiográfico, el maestro Luis González y González publicó un texto llamado Pueblo en vilo (microhistoria de San José de Gracia), en 1968, el cual demostró la importancia de observar y comprender que los procesos sociales en un país no se presentan de igual forma en todo el territorio, sino que algunas regiones —y localidades—tienen sus propios ritmos y características. El maestro González y González escribió en su prólogo: Se ha intentado referir la historia global de San José de Gracia. Se enfoca la vista hacia todas las direcciones: lo durable y lo efímero, lo cotidiano y lo insólito, lo material y lo espiritual. Se hace un poco de todo: demografía y economía retrospectivas: se tocan varios aspectos de la vida social (la familia, los grupos y las clases, el trabajo y la ociosidad, la matonería y el machismo, el alcoholismo y el folklore). Se ha logrado establecer la serie completa de vicisitudes relacionadas con la propiedad del suelo. Aunque la vida política ha sido débil, no se excluye; se trata ampliamente la actitud anti política y uno que otro coqueteo del pueblo con la vida pública. Se describen también las peripecias militares. No se desaprovecha la oportunidad de referir combates acaecidos en la zona O en los que haya tomado parte gente de San José. El fenómeno religioso está en el centro aún cuando sea el menos cambiante. No se pudo hacer para todas las épocas una exposición de ideas, creencias y actitudes res-pecto a lo exótico, la naturaleza, la historia, la vida, la muerte, el dinero, lo confortable, la modernidad y la tradición. Tampoco fue posible emprender una historia completa de los

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sentimientos colectivos. No cabe duda que es más fácil rastrear las vicisitudes materiales que las síquicas. Después del aporte del maestro González aparecieron múltiples centros de investigación en México que atendieron los desarrollos regionales de todo el país, lo que ha enriquecido el conocimiento de la historia de México. Y si bien sigue la historia nacional que conocemos no es menos cierto que corresponde a cada uno de nosotros profundizar en los conocimientos de historias regionales o locales, en atención de nuestros intereses específicos.

BLOQUE 2 ESCUELAS DE INTERPRETACION HISTORICA UNIDAD DE COMPETENCIA Comprara las características de las escuelas de interpretación histórica y describe la función de la historia a partir del enfoque de cada una de ellas.

2.1 Función de la historia según las escuelas de interpretación histórica Escuela positivista La tradición positivista moderna, si bien recibe este nombre después de que Augusto Comte presentó su propuesta de análisis de las sociedades a través de una revisión histórica y compa-rativa, ya había tenido precursores en la misma Francia por razones muy importantes. Correspondió a Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint Simon (1760-1825), iniciar una propuesta de interpretación de la historia en función de haber sido testigo de la importante transformación política vivida en Francia al suscitarse la ruptura del régimen monárquico, del «viejo régimen». Saint Simon también era heredero de la propuesta que los filósofos de la Ilustración habían adelantado en varios niveles, pero para él era muy importante comprender cómo hacían su trabajo los científicos y ser respaldados por las autoridades para mejorar a la sociedad. Para realizar sus investigaciones propuso tajantemente romper con los preceptos religiosos que limitaban la participación humana en la explicación de la realidad con base en la razón. Hizo explícita su perspectiva en cuanto a que la ciencia no debe servir para destruir sino para construir, esto es, debe ser positiva. Además, planteó que el desarrollo de la ciencia debía tener una utilidad, pues si bien la consideraba un saber abstracto, se concretizaba al momento de aplicarse a la sociedad. Uno de sus principios básicos, y por ello es tan importante, declaraba que los fenómenos humanos son susceptibles de observaciones precisas y objetivas. También este pensador, al tener como trasfondo social el avance de la industrialización y de las ciencias naturales —para él principalmente la biología—, realizó una comparación entre la evolución del cuerpo humano y la evolución de la sociedad, y llegó a proponer que en un principio los hombres se situaban al mismo nivel de los animales y que únicamente fueron pequeñas diferencias biológicas, así como su desarrollo social, lo que les permitió distanciarse de aquéllos. Esto era muy novedoso, pues apuntó que la sociedad no era algo estático sino que estaba en movimiento como un cuerpo regido por leyes específicas que lo mantenían en transformación y, además, comprendía la importancia de la socialización. Saint Simón, para los años de madurez, criticó los resultados de la revolución de 1789 en materia política, al ser testigo del ascenso de Napoleón Bonaparte y de la preponderancia de la burguesía. De allí deriva una propuesta tendente a creer en una sociedad en la que la

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producción, tanto la material como la intelectual, pudiera generarse sin propiedad privada en función del beneficio colectivo. Esta perspectiva lo llevó hacia posturas de un socialismo difícil de concretar y fue hostilizado por ello. Uno de sus colaboradores, Isidore Marie Auguste Francoise Xavier Comte, más conocido como Augusto Comte (1798-1857), fue reconocido posteriormente por mantener algunos de los principios de Saint Simón, pero también marcó una distancia. En un primer momento Comte siguió la orientación de buscar puntos de coincidencia entre las ciencias de la naturaleza con el análisis de la sociedad. Desde este punto de partida proponía seguir el método de las ciencias de la naturaleza para estudiar lo social, y planteaba la necesidad de investigar y observar empíricamente el fenómeno social que se quisiera analizar aunque, posteriormente, esa observación tendría que ser interpretada por una teoría en pos de explicar cómo debería cuenta ser la sociedad de su tiempo. Esta perspectiva planteaba la posibilidad de que el investigador, de manera objetiva, se acercara al análisis del desarrollo evolucionista de la sociedad y, supuestamente, la captación de los hechos de interés en ser estudiados ofrecería evidencias capaces de ser interpretadas. La inducción era el método de trabajo de Comte y, así, los problemas sociales y morales podían ser abordados con la pretensión de construir, de ser positivos y elaborar leyes sociales en beneficio de la sociedad. Esto incluía a la propia historia, que sería uno de sus principales temas de investigación, de donde derivaría la Ley de los tres estados. En la búsqueda por explicar la realidad, Comte encontró que las sociedades humanas habían realizado el siguiente recorrido: Estadio teológico: el hombre busca la naturaleza esencial de las cosas, su origen y su propósito. Son seres o fuerzas sobrenaturales las que crean y regulan los fenómenos y les asignan su propósito. Hay tres tipos: Fetichismo: culto a objetos. Politeísmo: culto a varios dioses. Monoteísmo: culto a un solo Dios. Estadio metafísico: es el menos importante. Es un estadio transitorio entre el teológico y el positivo. Aquí las fuerzas abstractas sustituyen a la divinidad para explicar las causas y los propósitos de los fenómenos. Alcanza su desarrollo pleno cuando una entidad es considerada causa de todo. Estadio positivo: según Comte lo único que conocemos son los fenómenos y las relaciones entre ellos, no sus causas últimas ni su esencia. Se buscarán las leyes invariables que go-biernen todos los fenómenos. Hay leyes concretas y abstractas; las primeras se encuentran inductivamente de un modo empírico, las segundas deductivamente mediante la teoría. Su meta última es anunciar el mayor número de leyes generales abstractas para explicarlo todo. También estos estadios se podían dar en las etapas de la vida de los individuos: los niños serían el estadio teológico, los adolescentes el metafísico y los adultos el positivo. La distancia que tomó respecto a Saint Simón se ubicó en la parte más cuestionable de las perspectivas de ambos pensadores, pues Saint Simón orientó su búsqueda hacia el socialismo y lo hizo para justificar al gobierno francés y su necesidad de orden para progresar. Es necesario tener presente que su propuesta surgió después de la gran conmoción originada por la revolución francesa y los años difíciles que se sucedieron para reorganizar a tal sociedad. En este punto, también, se desprende una idea que subyace en ambos autores respecto a que la

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historia tiene una finalidad ya establecida hacia el progreso (para Saint Simón el socialismo y para el estado positivo). Esta perspectiva, si bien con salidas distintas, se basa en una misma idea: la humanidad tiene un solo derrotero a seguir. Allí es donde radica la interpretación de la historia como un devenir marcado e invariable. Un elemento más a precisar es la supuesta aproximación objetiva hacia los objetos de investigación, como si la persona que los realizara no tuviera ya una carga valorativa desde el momento en que elige tal o cual tema. La supuesta objetividad radicaría en otros momentos de la investigación, pero no en el inicio. No obstante estos cuestionamientos a las primeras figuras del positivismo moderno ambos aportaron elementos necesarios para el desarrollo científico, pues intentaron eliminar preceptos metafísicos para explicar la realidad social bajo la impronta de imitar a las ciencias naturales; así, pusieron en práctica la observación y la comparación para investigar. Por su nexo con las ciencias naturales —y el desarrollo de las mismas en el siglo XIX— también buscaron establecer leyes más que relaciones de causalidad, y derivaron en la idea de progreso por evolución hacia el orden social. Esta interpretación aún es vigente entre personas que consideran posible comprender la historia con datos de distintas fuentes y presentarlos bajo una sucesión lineal, que pudiera percibirse como objetiva, no contaminada y, posteriormente, complementarían su trabajo con la interpretación de los resultados. Así la evolución de las sociedades estará regida por leyes generales de validez universal y los acontecimientos no dependerán de la actividad humana sino de reglas completamente ajenas al ámbito de los actores, imponiéndose de manera natural llevándole inevitablemente a actuar de determinada forma. Uno de los ejemplos más recurrentes de esta forma de comprender la realidad es el de intentar medir la capacidad cognitiva de los estudiantes exclusivamente a través de baterías de reactivos y asignar una calificación con base en los aciertos y errores. Si el alumno contestó más de la mitad de manera equivocada se presenta como una prueba «objetiva» de su mal rendimiento y no se toman en cuenta otras variables. Afortunadamente, ante este tipo de aplicación tan mecánica, han surgido otras posturas y se trata de evaluar de una manera más integral, pero la idea de la objetividad y del progreso están allí presentes. Historicismo Wilheim Dilthey (1833-1911) es uno de los exponentes más importantes del historicismo y su interpretación de la historia surge como respuesta a las condiciones reinantes en su natal Alemania, justo en el momento en que la industrialización la convierte en una importante potencia. También es testigo de algunas respuestas obreras a tal régimen productivo. Partícipe de una sociedad de fuerte tradición filosófica, Dilthey se preocupa profundamente por encontrar explicaciones para la industrialización de Alemania más allá de los cambios técnicos y económicos perceptibles y que, desde su perspectiva, ocultan la continuidad histórica y humanista que los filósofos alemanes habían sabido presentar. Ante esta inicial inquietud asume la diferenciación, cada vez más aceptada, entre las ciencias de la naturaleza y las del espíritu para adentrarse en la interpretación de la historia, y las divide de la siguiente manera: Ciencias de la naturaleza: aspiran al conocimiento de leyes, se enfrentan a fenómenos aislados que tienen que relacionarse entre sí como causas y efectos, forman un todo ordenado, dan lugar a hipótesis que el futuro se encarga de respaldar o de desmentir y aspiran a tener una

validez eterna, pues pretenden controlar realidades duraderas, estructuras fijas o de lenta evolución. El conocimiento de las leyes de la naturaleza tiene una utilidad económica. Ciencias del espíritu: tienen como finalidad el conocimiento de individualidades históricas ejemplares con sus acciones concretas; forman un todo que conecta todos los aspectos de la vida humana: ideas, proyectos, sentimientos, afectos, entusiasmos y reflexiones. La historia quiere conocer realidades que tienen lugar en un tiempo breve y casi nunca se muestran ante nuestros ojos, sino que están sepultadas en el pasado. A partir de esta división marca diferencias con los positivistas, pues plantea una forma distinta de concebir la historia que, según él, no depende de leyes absolutas objetivas y externas a los individuos, sino que la propia experiencia de los individuos va desarrollando de manera singular soluciones a sus necesidades vitales.

Para Dilthey es muy importante recuperar lo singular, lo cultural creado por los hombres —en un espacio y en un tiempo específicos— con la intención de distanciarse de las generalizaciones sin sustento empírico; en esa forma de hacer el análisis coincide con los positivistas. No desconoce la universalidad pero para él el individuo está en relación con otros individuos y por ello inmersos en un ambiente similar, por lo que las soluciones a las necesidades vitales son más o menos comunes, pero no acepta la imposición de leyes que indiquen un solo camino a seguir para el hacer de las sociedades. Así, las sociedades llegan a coincidencias en las soluciones singulares a sus necesidades y van dando lugar a experiencias generales y regularidades acumuladas en una tradición, cuya exactitud está sustentada por esa acumulación de experiencias singulares cada vez mayores, así como en la subordinación de estas experiencias individuales a generalizaciones ya existentes y a la prueba constante. Como ejemplo podemos presentar la siguiente situación: si a un obrero le pagan adecuadamente resolverá sus necesidades

vitales y se mantendrá trabajando en una fábrica; si produce más probablemente se le incremente el salario. Otros obreros se percatarán de ello y si se les pide que trabajen más tiempo esperarán que se les pague más salario. De esta forma los trabajadores generarán una experiencia que podrá extenderse a otros operarios y en el momento en que se les pague más por más tiempo de trabajo se comprobará la generalización ya existente, y se comprobará una y otra vez. Esas regularidades influyen en los hombres ya sean conscientes de ello o no. Todo lo que en nosotros manda como costumbre y tradición se basa en estas experiencias de la vida. Así, Dilthey privilegia el estudio de los humanos en espacios y tiempos acotados como una realidad histórico-social-humana. La investigación de estas realidades permitirá constatar que las concepciones del mundo nacen de la vida y de las necesidades que la vida presenta, por lo que todas las concepciones del mundo tienen una existencia histórica y para comprenderlas es necesario que se entiendan relacionadas con su contexto. El término de comprender será también muy importante en la propuesta de Dilthey. (Es necesario recordar que a Dilthey le corresponde vivir en un período en el que Alemania estaba constituida por diversos principados y cada uno de ellos tenía sus particularidades. No obstante, bajo la administración de Otto Von Bismark, se iniciará la unificación y el importante despegue económico que vive Alemania para principios del siglo XX).

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También apuntaba que las etapas históricas variaban por otros elementos imprevisibles que le daban a cada etapa un carácter singular dentro de la historia. Si las concepciones del mundo se explicaban a través de experiencias de vida singulares que con la recurrencia llegaban a configurar generalizaciones, por un método comparativo se podría extraer lo similar de las diferentes etapas históricas, esto es, aquellas regularidades repetidas en los acontecimientos históricos —lo que él denominó el nexo efectivo, una conexión que se hallaba contenida en sus resultados permanentes, pero desde el interior mismo de los aspectos que se investigaban y no desde fuera—, y de tal forma se llegaría a extraer regularidades que para efectos del mundo social tendrían las mismas características de las regularidades observadas en las concepciones del mundo. Sin embargo, esencialmente no podría predecirse el desarrollo futuro del mundo social debido a los elementos imprevisibles. Con tal reflexión se distanciaba evidentemente de los positivistas. Ante estas particularidades la historicidad de los hechos se da en dos niveles: una específica y una general. Por un lado presentan una lógica interna que debe ser analizada para ver los nexos y relaciones que se dan entre los componentes de tal hecho (individuos, medio, contexto histórico específico), de manera empírica, y por el otro lado, para comprenderlo en su totalidad es necesario ver sus nexos y relaciones con otros hechos históricos del pasado y del presente, mediante la comparación. Todo es histórico en tanto permanece en las generalizaciones existentes. Pero los nexos efectivos primariamente son captados por quien los vive, para quien la sucesión del acontecer interno se desarrolla en relaciones estructurales. Luego, es posible observar el mismo nexo en la actividad de los otros individuos. Su universalidad alcanza el presente, el pasado y las posibilidades del futuro de una vida. Luego, este mismo nexo aparece en el curso histórico, que contiene a todas las unidades de vida. Y cuando el espectador observa conexiones más amplias surge la captación de lo dado históricamente. Para poder realizar esta captación, esta comprensión, la conciencia histórica necesita adentrarse en la realidad de la acción humana, que es diferente, libre y creativa. Sólo las ciencias del espíritu logran conectar la acción histórica con la interioridad del hombre. Con todo este andamiaje teórico, el sujeto se vuelve muy importante en la concepción de la historia, por lo que los alcances de las ciencias del espíritu implican relatividad, pues son resultados de momentos particulares y la intención es entender lo específico de cada momento histórico. La base de tal interpretación le llevó a un relativismo, pues según su intención los objetivos principales consistían en la defensa de argumentar lo que era la vida y la comprensión de ésta como único problema central. Uno de los continuadores de esta interpretación fue el italiano Benedetto Croce (18661956), observador directo del proceso de unificación de los distintos estados y reinos italianos bajo la dirección del conde de Cavour. Al igual que Dilthey consideró que la historia era útil para comprender la racionalidad más profunda del espíritu, pero siempre basada en hechos y experiencias ubicadas en tiempos y espacios específicos. El empirismo se mantiene como captación del dato y, a partir de su análisis, podría precisarse la ética —como expresión de la comunidad—, que es donde se manifiestan de forma racional los actos y los comportamientos particulares. La historia así se erigía como el espacio de la libertad, en la forma que el ser hu-mano se realiza y evoluciona. Esta interpretación de la historia privilegió al sujeto en su contexto inmediato para que al comparar múltiples situaciones se alcanzaran generalidades, pero sin dejar de observar que sólo correspondían a períodos muy específicos. Si con los positivistas se miraba hacia el futuro

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prometedor de la humanidad, con los historicistas se miraba el caso particular en una especie de retorno a constantes. Esta forma de interpretación está presente en una frase que común-mente podemos escuchar: «la historia siempre se repite», como si no existieran elementos acu-mulativos —como creación del género humano— que nos permitieran encontrar posibilidades de superación a las distintas problemáticas que se presentan. Aun así su insistencia en el tiem-po y espacios específicos para hacer la investigación de las sociedades fue muy importante. Escuela marxista Karl Marx (1818-1883) es un pensador alemán que efectuó una conjunción entre las investi-gaciones que realizaba y una propuesta de transformación de la realidad que analizó. El Capital es una de sus principales obras publicadas, y aunque inconclusa, aportó resultados de investigación que posibilitaron una interpretación de la historia contrastante con el positivismo y con el historicismo. Al dedicarse a efectuar el análisis histórico del surgimiento y consolidación del sistema capitalista efectuó una revisión de distintos tipos de fuentes eco-nómicas, políticas y filosóficas, que derivaron en una interpretación materialista de la historia. El materialismo histórico es una corriente de pensamiento iniciada por Marx, seguida y complementada por otros filósofos y políticos, que sustenta los cambios ocurridos en el de-sarrollo de la humanidad en los procesos económicos basados particularmente en el trabajo humano. Para Marx y Federico Engels —pensador alemán con quien compartió enfoques teóricos y prácticos, además de una profunda amistad— el trabajo humano es el mediador más importante entre el hombre y la naturaleza. En este aspecto particular Engels desarrolló un texto titulado El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre en el que resalta esta consideración. En términos muy sucintos se plantea cómo las necesidades básicas humanas impelen al hombre a transformar a la naturaleza y esa misma naturaleza modificada por el hombre le impacta a él. Esta propuesta llevaría a establecer, junto a otras investigaciones, que las condiciones materiales determinan las formas en que piensan los hombres en términos de las grandes mayorías y no el sentido opuesto, esto es, que las formas en que se piensa determinan la vida del hombre. Para Marx los hombres nacen en condiciones materiales determinadas. Después de este planteamiento, y a partir de sus investigaciones, resaltó que la humanidad se dividía en clases sociales dependiendo de su posesión —o no posesión— de los medios de producción (entre los más importantes consideraba a la tierra, los diversos instrumentos y la maquinaria) y que ello incidiría en la forma en que se organizaran las actividades productivas y el tipo específico de relacionarse los hombres para esa actividad; a eso le llamó relaciones sociales de producción. En cuanto a las relaciones sociales de producción investigadas a través de sus estudios históricos, principalmente de realidades de Europa occidental, advirtió que las distintas sociedades antecesoras al capitalismo se organizaron como comunidades primitivas inicialmente —y que le correspondieron ciertas formas de organización social— para dar paso a otra modalidad: el esclavismo e, igualmente, tuvo sus propias formas de organización, y que cuando éstas ya no fueron redituables advino el feudalismo, y que tal forma de producción, al agotar sus posibilidades, dio paso al capitalismo como sistema que a él le correspondía vivir, observar y estudiar, tal como lo señalamos para el caso de Comte y Dilthey anteriormente.

Marx, quien al hacer sus investigaciones mantuvo preceptos del positivismo —en cuanto a la necesidad de buscar evidencias empíricas para investigar las cuestiones sociales—, se distancia de aquél al establecer que el investigador no es un ser que recoja el dato desde una perspectiva de objetividad pura sino que en su formación cuenta con una perspectiva que le hace elegir lo que pretende investigar y, desde ese momento, ya hay una intervención; además, está convencido de que «no sólo se trata de interpretar el mundo, sino de transformarlo». Tal propuesta deriva de su revisión del desarrollo del capitalismo y de su constatación de que la lucha entre quienes poseen los medios de producción y quienes no los tienen es «el motor de la historia». Tal apreciación está en consonancia con su propio método científico sustentado en la lógica dialéctica que comprende a la realidad misma como una constante lucha de contrarios, imbricados de manera que forman una unidad —en lucha constante—, y eso se convierte en la fuerza generadora del movimiento. Para el caso específico del capitalismo, presenta cómo el capitalista —en su devenir histórico— fue despojando al ahora obrero —antes campesino y/o artesanos— de sus medios de producción hasta no dejarle más opción que irle a vender su fuerza de trabajo. Esta es otra de las categorías que construirá Marx para especificar que el comprador de esta capacidad es el que indica cómo se utilizará y que el obrero ejecutará las órdenes a cambio de un salario. Pero, precisará Marx, que la fuerza de trabajo tiene una particularidad y es la de producir un excedente. Esto es, el capitalista contratará al obrero y usará su fuerza de trabajo en una jornada laboral, pero ese desgaste será retribuido con un salario que le permitirá cubrir sus necesidades básicas mas no recibirá lo que realmente ese salario genera en valor, sino que el valor de lo producido será mayor a lo que recibe. Así, una vez que la mercancía se venda el capitalista recuperará lo invertido y se quedará con un excedente que Marx denominará ganancia y que surgirá de ese trabajo no pagado y al que denominará plusvalía. De tal forma la plusvalía será el valor generado por el obrero pero que no le redituará a él —que es el productor directo— una ganancia, sino que ésa será el beneficio del capitalista. Por tal realidad el capitalista, para no dejar de serlo, siempre buscará mantener y ampliar su tasa de ganancia. Otra aportación del materialismo histórico establece que los grupos que tienen el poder económico (cuestión material) serán también aquellos que puedan imponer su manera de pensar a gran parte de la población (ideología), y lo harán sutil o violentamente. Para ello, también lo señala el marxismo, los dueños del poder económico cuentan con el apoyo de las autoridades que han validado este tipo de relaciones y que son funcionarios de un tipo parti-cular de Estado, el Estado liberal, que proclama a la propiedad privada como la forma válida de relacionarse los hombres entre sí, pues el obrero es libre de vender su mercancía (su fuerza de trabajo) a quien se la quiera comprar. Obviamente, el marxismo es más que lo planteado hasta aquí, pero regresaremos a lo que corresponde a la interpretación de la historia retomando los elementos señalados. El materialismo histórico evidenciará que el acontecer histórico es resultado de la forma en que se organizan los hombres alrededor de las actividades productivas, y desde allí se generarán contradicciones sociales en la medida que una clase social se apropia del trabajo de los

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demás. Entonces, para frenar el desarrollo del capitalismo, serán los obreros los llamados a hacerlo cuando las contradicciones se agudicen de tal manera que les permitan observarse como un sujeto que no tiene nada que perder en la confrontación. Pero intentar modificar ese orden no será algo que la evolución social conlleve, sino que los obreros tendrán que percatarse de esa situación y eso no será fácil porque el grado de enajenación en el que se encuentran es muy fuerte debido a que se ha hecho mirar tal relación como algo natural y no como condiciones sociales forjadas por los hombres. Para superar ese estado se requiere que los obreros se identifiquen como una sola clase (sean mineros, petroleros, ferrocarrileros o cualquier otro tipo de asalariado) para enfrentar unidos a los capitalistas, quienes sí tienen una conciencia de clase y se unen cuando es necesario, además de que cuentan con los órganos represivos del Estado liberal si alguien atenta contra la propiedad privada. El concepto de la propiedad privada, a su vez, se ha naturalizado al grado de que no se cuestiona ni siquiera en su forma más excesiva, y es el núcleo sustentador del capitalismo. Marx por eso no sólo generó una interpretación de la historia sino que pretendió modificar la realidad analizada y, desde ese sistema de interpretación, presentó al sujeto histórico que podía hacerlo en la pretensión de lograr una sociedad sin divisiones de clase como en lasque se observan en unos cuantos hombres concentradores de una gran riqueza y otros que difícilmente pueden subsistir. La idea de una sociedad igualitaria en la que todos sus miembros trabajaran y no existiera la propiedad privada era uno de sus principios. No obstante, el planteamiento respondía a un momento del desarrollo del capitalismo, y aunque se presentaron intentos de algunos grupos, principalmente en Francia y Alemania para poner en práctica esta teoría, fueron derrotados. Un tanto lejos de la lógica del discurso marxista que consideraba que en los países más industrializados sería donde podría darse el triunfo del proletariado, pero que logró una experiencia triunfadora, aun sin cumplir con tales características, se desarrolló en Rusia, hacia 1917. Allí se intentó hacer viable la propuesta de Marx de crear una sociedad sin clases, y un grupo de intelectuales unidos a obreros y campesinos lograron derrumbar el gobierno zarista. Pero quienes condujeron finalmente ese gran esfuerzo dejaron de lado el análisis marxista una vez logrado el control en una mayúscula parte de la Europa oriental Aun así, para una parte significativa de la población mundial la teoría marxista demostró que la historia avanza y se transforma a partir del conflicto y las contradicciones de clase. Su método dialéctico, para hacer el análisis social, señalaba que había que ir de la experiencia concreta a la abstracción y luego confrontarla nuevamente con la realidad concreta y no detener el proceso. Eso marcaría el derrotero de la historia, aunque no siempre ésta sería el resultado de lo que los hombres quisieran sino de las condiciones que se crearan. La crítica al marxismo radica, en cuanto a la interpretación histórica, en presentar una finalidad ya delineada, a priori, y dejar de considerar que la realidad —y en ella la sociedad misma— está transformándose constantemente y que el papel del investigador es analizar estos procesos más que estudiar una naturaleza que se supone inmutable, pues la relación entre el objeto y el sujeto es de mutua incidencia. En ello presenta coincidencias con el historicismo, al llamar la atención para analizar realidades concretas, relaciones de producción —modo de producción—; desarrollo de las fuerzas productivas; estructura económica), pero se distancia porque el marxismo señala que el trabajo del hombre, tanto material como intelectual, es acumulativo y ello ha permitido un avance en cuanto a género humano.

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Escuela de los Annales franceses Durante el siglo XX se vivieron dos impresionantes guerras que obligaron a una gran cantidad de científicos sociales a reflexionar respecto a la existencia misma del género humano y su devenir. Uno de los países que se vio inserto en ambas conflagraciones, Francia, aportó una perspectiva que hizo revitalizar a la historia como una posibilidad de explicación a tan impactante realidad. Correspondió a Marc Bloch y Lucian Febvre fundar una revista que dio entrada a esas preocupaciones en 1929, un año muy difícil por la situación económica en buena parte de los países occidentales, con el nombre de Anuales de historia económica y social. Tal aconteci-miento se ha considerado como el punto de partida a lo denominado, desde entonces, Escuela de los Annales, que ha significado una renovación en el quehacer histórico. Sin embargo, es preciso señalar sus diversas modificaciones y orientaciones para no caer en la fácil tentación de considerarla como una escuela monolítica y cerrada, pues una fue la perspectiva de sus fundadores, Marc Bloch y Lucien Febvre, y otra la de historiadores como Ferdinand Braudel, hasta llegar a nuestros días bajo la denominación de Nueva Historia Francesa. Es posible considerar a esta corriente de múltiples participantes como una escuela que se interesa en ampliar y profundizar en la problemática del historiador ante su objeto de estudio: desarrollar una labor de reflexión que rompiera los estrechos límites de la herencia anterior, de la historia «ecológica» — de los hechos— hasta entonces predominante. Ya con tal declaración se abría una distancia y una crítica al positivismo desde las raíces, y se basó en la práctica de sus fundadores, historiadores de profesión. Esta importante particularidad le devolvió a la historia un sustento nodal, pues la teorización volvió a hacerse desde el interior de la investigación histórica, y no ante la imposición a la historia de concepciones abstractas y generales elaboradas como modelos interpretativos suprahistóricos, es decir, fuera de la historia. Ello contribuyó a la amplia difusión lograda por las ideas emanadas de Annales, no sólo en Francia, sino mucho más allá de sus fronteras. Nuevamente serán las condiciones reales las demandantes de una teorización desde la historia misma, pero distinta a la registrada con las anteriores interpretaciones, pues se habían tornado esquemáticas y, en no pocos casos, reivindicatorias de lo establecido como algo estático e inamovible. También se precisa señalar que el marxismo fue una de las escuelas de interpretación que los primeros annales reconocieron al interesarse en el análisis de los procesos, no de los hechos, en la pretensión de analizar las estructuras más profundas de la realidad. Por ello esos procesos y realidades debían ser aprendidos mediante un abordaje que mirara a la totalidad y no a una parte aislada de la realidad, oponiéndose a la tendencia a fragmentar la historia en ramas independientes cuya práctica llegara, de hecho, a ignorar u oponerse a otras. El enfoque de estos historiadores obligaba a una historia que integrara, además de lo económico, lo social, la interacción con el medio geográfico, la demografía y otras aristas de la vida social; algunas sólo fueron esbozadas por la primera generación de la revista y más tarde devinieron esferas particulares de los estudios históricos, destino nunca previsto para ellas por los fundadores. Pero la integración de esta historia total no podía, ya entonces, entenderse como una función exclusiva de historiadores y ello abrió las puertas de Annales, desde su misma concepción, a trabajos de especialistas provenientes de otros campos de investigación social. Esta apertura se correspondía con la necesidad social de buscar formas de trabajo más am-plias y aportativas, por lo que distintos institutos de investigación aparecieron con la pretensión

de ser más abarcativos y transdisciplinarios y, al mismo tiempo, comprendiendo la necesidad de trabajar en forma conjunta. Pero, también, se apelaba a la asunción de un papel activo del historiador en relación con sus fuentes y, no explícito, con su propia realidad. Para ello mucho tuvo que ver la misma actitud de los fundadores de Annales ante la ocupación de Francia por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Los momentos de gran conmoción social trastocan la continuidad y es posible observar situaciones consideradas como «naturales» y que en realidad responden a logros sociales. Esa posibilidad de mirar diferente a la realidad social e intentar comprenderla le dio al grupo de “analistas” una alternativa para su trabajo. Esta misma apertura hacia fuera permitió una apertura interna concretada en la generación de consensos en cuanto a integrar metodologías distintas. Una segunda fase de esta escuela se presentó al asumir la dirección de la revista Fernand Braudel, entre 1956 y 1968, y que corresponde a un período de estabilidad sustentada en el modelo de crecimiento económico de posguerra. Con Braudel, como señalamos en el bloque I, tuvo una considerable fuerza la realización de investigaciones de «larga duración», basadas principalmente en una compleja pero importante adecuación de distintas ciencias como la demografía, la economía, la geografía y la historia misma para realizar esa historia que pre-tendía ser total, como el trabajo mismo de El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II; la propuesta impactó tanto a Europa occidental como a América Latina. Esta impronta no sólo se vivió en la forma de entender la historia para su construcción sino que también generó un importante movimiento para tratar de rescatar archivos de diferentes tipos (para el caso de México fue muy importante porque una parte significativa de esas fuentes primarias se perdían y, dada la resonancia mundial de ese tipo de trabajos, hubo ciertos recursos para preservar esos registros). De este enfoque se privilegiará la reconstrucción de procesos no sólo económicos sino también culturales. Esa nueva vertiente le permitió a los annales interesarse por ámbitos no abordados con tal perspectiva anteriormente. Así dio inicio a una corriente interesada en tratar lo que llamaron «la historia de las mentalidades». Este tipo de trabajos permitió evidenciar los distintos ritmos en que discurren los diversos niveles estructurales, es decir, los ámbitos económico, social, mental. Esta evidencia posibilitó comprender, por ejemplo, cómo en lo político puede considerarse que un país es moderno al elegir a sus autoridades bajo el esquema del voto democrático, pero si se analiza al ciudadano que sufraga en cuanto a la percepción de lo que representa para él la autoridad civil, se encontrarían distintas representaciones. Este nivel de las estructuras mentales presenta una lenta transformación, y ha permitido reconocer su importancia para la explicación histórica de los modos de percepción de la realidad por grupos distintos y que son heredadas de un pasado muy lejano.

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En esta fase de crecimiento empezó a perfilarse una conjunción muy especial entre la historia y la sociología y, al mismo tiempo, llevó a otro momento de esta corriente francesa al tener a Jacques Le Goff como uno de sus más importantes representantes entre 1969 y 1989. La paradoja presente en esta última fase se ubica en que la riqueza de la ampliación temática significó una atomización de la historia al adentrarse en múltiples aspectos que no son fáciles de relacionar con interpretaciones más generales. La crítica propositiva más importante ante esta realidad la presenta el colectivo de historiadores agrupados en una gran red cibernética, aunque también presencial, denominado Historia a debate, que señala a la que aún es tan importante escuela interpretativa, la necesidad de reflexionar en ciertos aspectos medulares diciendo: Algunos de los paradigmas y enseñanzas de los ahora viejos annales que interesaría recordar y poner al día al construir, autocríticamente, la historiografía del siglo XXI:

1) Su crítica a la historia tradicional que hoy vuelve por sus fueros con una inusitada fuerza en la investigación y la enseñanza de la historia. Hoy se acepta que la nueva historia se excedió, para imponerse académicamente, en su crítica al positivismo, pero la vuelta sin más a la historia de los «grandes hombres», las «grandes batallas» y las «grandes instituciones» (por ejemplo, las historias últimas de la transición española) es mucho peor porque, apartando a la historia de las ciencias sociales, se amenaza su profesionalización, devolviendo la historia al seno de la literatura. Por eso sigue siendo útil, para el futuro de la historia, que los alumnos sigan leyendo viejos libros como «Combates por la historia» de L. Febvre o ¿Qué es la historia? de E. H. Carr.

2) Su ejemplo como escuela historiográfica con 60 años de organización colectiva, creación

de instituciones, intervención pública e innovación permanente. Frente a la tendencia academicista al individualismo pesimista engendrada en los años 80, hay que recordar que los grandes historiadores del pasado lo fueron también por representar escuelas o tendencias historiográficas, más aun, diríamos, que por su genio individual. En la historiografía, como en la historia, el futuro lo construyen los que se agrupan para pensar la historia que se investiga o se enseña, para debatir, para llegar a consensos e intervenir. Además, si esto no lo hacemos los propios historiadores, lo harán otros por nosotros [...]

3) Su apuesta por una historia total, concepto de origen marxista pero difundido por

Annales. A la fragmentación de los temas, métodos y escuelas de los años 80 ha sucedido una globalización de la economía y la información, la política y la cultura, a la cual la historiografía no puede ser ajena: afecta a los historiadores porque afecta a la historia. Ha nacido una nueva dimensión de la historia global como historia mundial, y son precisas nuevas tentativas de enfoques globales de la investigación, la enseñanza y la divulgación de la historia, para lo cual hay que abandonar la fallida definición de los nuevos historiadores de la historia total como un «horizonte utópico», que sirvió de coartada para una historia cada vez más fragmentada.

4) Su poco academicista definición del oficio de historiador como un profesional que tiene

que servir, como investigador y docente, a los hombres de su tiempo. Bloch y Febvre decían que hay que comprender el pasado por el presente y el presente por el pasado, que el historiador no es un anticuario y debe nutrirse de la vida que le rodea, que la historia ha de servir para que la gente viva mejor, etc. Los historiadores de los terceros Annales, Jacques Le Goff, Georges Duby o Emmanuel Le Roy Ladurie, lograron algo muy difícil: que algunos de sus trabajos de investigación (de períodos no

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contemporáneos) llegaran a un público muy amplio. Compromiso social y alta divulgación, conexión academia-sociedad, pasado/presente/futuro: ahí está una de las claves del triunfo de Annales.

Precisamente, la pérdida de influencia pública en los últimos años de la historia en Francia en favor de la sociología o la filosofía tiene que ver con una desconexión con la sociedad, que ilustra lo que decíamos antes: la Escuela de Annales se ha acabado junto con el siglo XX, pero, como el cid Campeador, puede ganar batallas después de muerta. Incuestionablemente la crítica es contundente. Pero solo así, recuperando lo valioso y destruyendo lo que parece cosificarse sin más análisis y casi con autocomplacencia, es como la ciencia sigue los derroteros que quienes la hacen le imprimen.

BLOQUE 3 EL POBLAMIENTO DE AMERICA UNIDAD DE COMPETENCIA Describe las ideas que existen sobre el poblamiento de América con la finalidad de distinguir las primeras explicaciones y las teorías científicas. Distingue las características de las teorías científicas y no científicas para describir las ideas que existen sobre el poblamiento de América.

3.1 Características de las teorías del poblamiento de América La necesidad de saber el origen más remoto del género humano ha llevado a un gran número de investigadores a establecer una serie de hipótesis explicativas de la aparición del hombre sobre la tierra. En función del tiempo y el lugar en que se estudia el hecho se han generado argumentos —unos ciertos y otros equivocados— para saber cómo se dio tal portento, pero hasta el día de hoy se mantienen grandes incógnitas. En este bloque presentaremos algunas de las formas construidas por los humanos para tratar de contestar dos preguntas centrales: ¿de quiénes somos descendientes?; y ¿cómo apareció el hombre en lo que hoy llamamos continente americano? Principales teorías no científicas del origen del hombre americano: mitos y leyendas Una de las interrogantes que ha inquietado poderosamente a los humanos de todos los tiempos es la referida al origen mismo de esta especie. Hasta nuestros días el avance científico nos permite saber cómo, a partir de células, adquirimos ciertas características y paulatinamente crecemos, nos reproducimos y, además, tenemos la conciencia de que vamos a morir, situación que mantiene abiertas incógnitas en el siglo XXI. No obstante, tanto el origen de la vida como el fin de ella han encontrado diversos tipos de respuestas. Sobresalen, por su aparición más remota, el mito y la leyenda. Los mitos y las leyendas surgen como narraciones, primero orales, que el género humano crea para abordar diversos aspectos de la realidad. Ambos tienen la característica de contemplar la presencia de seres y sucesos sobrenaturales en su discurrir, pero también tienen diferencias. Así, el mito inicia su discurso sin precisar un tiempo histórico específico y recrea —de forma ficticia— el origen del mundo y realidades que son comunes a todos los grupos humanos con la pretensión de darles un significado.

La leyenda, por su parte, relata sucesos que señalan espacialidad y cierto tiempo histórico. Comúnmente se recrea de forma oral y cumple una función orientada hacia aspectos de «moralidad», pero no cuenta con un soporte que le permita comprobarla, aunque aluda a situaciones más relacionadas con las acciones humanas. El aspecto central a tratar en este bloque tiene que ver con la aparición del hombre en América y ha sido tema de investigación muy importante, pero antes de que los actuales investigadores lo abordaran las culturas del México antiguo se preguntaron lo mismo y respondieron con elucidaciones míticas que han pasado de generación en generación hasta llegar a nuestros días. Así, la cultura maya, por ejemplo, relata en el Popol Vuh —que es una versión mitológica acerca de la creación del mundo— cómo los dioses decidieron crear al hombre, a partir de la nada, e incluye los intentos fallidos antes de lograrlo. Este mito permaneció oculto por muchísimos años y fue hasta 1701 que indígenas mayas de Guatemala lo mostraron a Francisco Ximénez, —sacerdote español de la orden de los dominicos—, que se encargó de traducirlo al español y difundirlo. El siguiente texto es un fragmento que nos permitirá acercarnos a la narración mitica:

El Popol Vuh, como todo mito, no precisa un lugar ni un tiempo específico para datar el origen de los mayas, pero sí presenta a sus dioses principales reunidos para generar la vida y

señalarles a sus criaturas la obligación de adorarles. Obviamente cada cultura asentada en lo que hoy llamamos América generó sus mitos —los conozcamos o no—para descifrar el origen del hombre y otros eventos que les causaban incertidumbre. Por ello mexicas, in cas, mapuches —por mencionar algunas sociedades de este continente— crearon sus propios mitos y leyendas. Para ejemplificar a la leyenda retornamos fragmentos de un texto titulado «Quetzalcóatl en la historia y en la leyenda», de Eduardo Matos Moctezuma, que refiere otro hecho vivido en lo que hoy es tierra mexicana, para contrastar características con el mito. Esta leyenda refiere a la «explicación» que los mexicas dieron de la llegada de los conquistadores españoles.

El párrafo retomado de Eduardo Matos Moctezuma es muy aleccionador porque delimita con claridad los aspectos de la narración que tienen un sustento —en este caso textos de los

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primeros evangelizadores, retomados para los puntos 1 y 2 de su escrito— y la parte imposible de comprobar se presenta en los puntos 3 y 4. Pero no sólo en las sociedades de América se crearon mitos y leyendas. Estas tradiciones humanas también aparecieron en el resto de las diversas sociedades asentadas en otras lati-tudes y constituyen los primeros intentos para referir el origen del hombre. Así, cuando se «descubre América», serán los españoles quienes impongan otra versión del origen de la vida basándose en la Biblia, el libro sagrado para varias religiones y entre ellas de la Iglesia católica que, ligada a la monarquía de España, conquistará a los indoamericanos en el siglo XVI. A partir de entonces se generaron grandes debates, sobre todo teológicos, para dilucidar el origen del hombre americano al mismo tiempo que otros pensadores seguían preguntándose por el origen del hombre mismo —y del mundo— a pesar de la hostilidad que las grandes religiones imperantes les oponían. Será hasta la presentación del libro de Charles Darwin, El origen de las especies, en 1859, que una explicación basada en preceptos científicos sustente la teoría más aceptada en el siglo XXI respecto al origen del hombre. Darwin escribió en la introducción de su texto: [...] Como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir, y como, en consecuencia, hay una lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, al variar, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá mayor probabilidad de sobrevivir y habrá sido así naturalmente seleccionado. Según el poderoso principio de la herencia, toda variedad seleccionada tenderá a propagar su nueva y modificada forma. El mismo Darwin insistió en que otros investigadores contemporáneos habían llegado a conclusiones similares a las suyas pero, de forma muy clara, también señalaba la necesidad de seguir trabajando ante los retos generados por los grandes vacíos de explicación que se mantenían. Las críticas de parte de los «hombres del conocimiento» —tanto eclesiásticos como civiles— fueron fuertes, pero poco a poco el conocimiento científico se fue separando del teoló-gico y presentando evidencias de sus aseveraciones. Para el siglo XIX las teorías no científicas (esto es, las basadas en mitos, leyendas y en la fe) se fueron inscribiendo en ese terreno de la aceptación que no requiere de comprobación, sobre todo entre las grandes masas poblaciona-les, pero las comunidades científicas las dejaron fuera de su ámbito de estudio para explicar no sólo cómo había aparecido el hombre en el planeta sino en lo que hoy es América. A finales del siglo XIX y principios del XX, el origen del hombre americano encontraba dos posibles explicaciones: El hombre era autóctono del continente Americano. El hombre migró del continente Euroasiático-africano hacia el continente Americano. La tesis del origen autóctono del hombre americano fue sustentada y difundida por Florentino Ameghino, paleontólogo nacido en Argentina, quien afirmó en su libro La antigüedad del hombre en el Río de la Plata (1880) que el hombre —como género humano— era originario de la zona de la pampa argentina. Las pruebas que presentó fueron refutadas por Ales Hardlicka, investigador checo-norteamericano, quien contaba con instrumental más preciso y comprobó que los dos restos óseos que apoyaban la tesis de Ameghino correspondían uno a un hombre relativamente moderno y el otro a un felino. Si bien la teoría de Ameghino no fue aceptada, debido a lo erróneo de la datación en que había fechado sus hallazgos, sirvió para que otros investigadores precisaran su instrumental teórico y práctico para ahondar en las respuestas a la misma interrogante: ¿de dónde es originario el hombre que habita América?

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La tesis que refiere un origen no autóctono, esto es, que el hombre americano tiene su origen en el continente euroasiático-africano es, en la actualidad, la aceptada. De acuerdo con los avances paleoantropológicos las primeras huellas de la familia Hominidae, a la que pertenece el género Horno, son originarias de África. Dentro del género Horno está el Homo sapiens, el que más viajó, y en América se han encontrado exclusivamente evidencias de éste, lo que ha llevado a considerar que es nuestro antepasado directo. La explicación más sustentada del tránsito de uno a otro continente refiere que fue por el Estrecho de Bering por donde el hombre pasó, en continuas oleadas, de Asia a América. Este sitio tiene una distancia aproximada de 90 km entre el actual Cabo Dezhnev, en el extremo de Siberia, hasta el Cabo Príncipe de Gales, en Alaska. Además, existen dos islas llamadas Gran y Pequeña Diomede en tal recorrido. Esta tesis se basa en análisis oceanográficos capaces de explicar que, en los periodos glaciales, el nivel de los mares bajó y en los interglaciares subió. Durante la glaciación llamada Wisconsin (que comprende aproximadamente del año 50 000 a.C. hasta el 13 000 a. C. y que tuvo una interface), las aguas del Estrecho de Bering bajaron aproximadamente 100 m, lo que permitió la aparición de un puente terrestre que posibilitó el paso de bandas de cazadores hacia Alaska en busca de alimentos —muy particularmente tras la mega fauna—, dado que las condiciones de la naturaleza eran semejantes a las que dejaban atrás. Esta región se conoce como Beringia y comprendía características similares en lo que hoy conocemos como Siberia (Rusia) y Alaska (en el norte de América). Una vez que las comunidades de científicos establecieron el origen del hombre en África, su posterior desplazamiento por el resto de Europa y su emigración hacia América, surgieron nuevas preguntas, entre las que sobresalía el cómo había sido ese tránsito, si desde un mismo lugar o a partir de puntos diversos. Esto dio cabida a distintas respuestas. Principales teorías científicas del origen del hombre americano: origen único y múltiple Si bien se acepta que el hombre tiene su origen en África y que de allí migró hacia América desde principios del siglo XX, existen posturas distintas —contradictorias o complementarias—para precisar de dónde emigró y cómo lo hizo: La teoría del origen único. Algunos antropólogos, entre ellos Hardlicka, sostienen que el origen del hombre americano fue exclusivamente mongol; esto es, que provenía de Asia y pertenecía a una sola raza. Las evi-dencias de su teoría las basó en elementos antroposomáticos (textura del cabello y color, forma de algunos rasgos de la cara —los ojos, los pómulos, dientes—) y también en elementos culturales, como rasgos comunes del lenguaje. Además, Hardlicka consideraba que el pobla-miento databa de 12 000 a. C. aproximadamente. No obstante el avance de esta postura, quedaron interrogantes que otros investigadores abordaron y cuestionaron la idea de que el hombre americano tuviera a sus ancestros exclusivamente en los mongoles. Los científicos que iniciaron esta otra teoría han sido, principalmente, el portugués Mendes Correa y el francés Paul Rivet, quienes fueron configurando lo que se conoce como la teoría del origen múltiple. La teoría del origen múltiple. El antropólogo y geógrafo Mendes Correa, desde 1925, sin dejar de aceptar la ruta de Bering, presentó la posibilidad de otra ruta para explicar el poblamiento de América y se conoce como australoide, dado que nuestros más remotos ancestros podrían haber pasado de Australia

hacia Tasmania, y de allí a la Antártida para conectar con el sur de América Latina en Tierra del Fuego. Esta teoría la basó en estudios que él mismo hizo de los nativos de Patagonia y Tierra del Fuego, al encontrar similitudes con los aborígenes australianos en el idioma (palabras comunes), rasgos culturales (uso del búmeran, chozas en forma de colmena) y, principalmente, rasgos físicos como el grupo sanguíneo y la forma del cráneo. Junto a Mendes Correa, hacia 1973, Paul Rivet acoge la propuesta que considera el po-blamiento americano desde distintos puntos —no exclusivamente a partir de los mongoles ni sólo por el estrecho de Bering— y postula la tesis de una migración hacia América desde las

islas de Melanesia y Polinesia en su texto Los orígenes del hombre americano. Sostiene su teoría en evidencias físicas comunes, como el color de piel, la estatura, forma del cráneo, etc., entre los melanesios y los Logoa-Santa que habitaron Brasil; también refiere costumbres comunes a los melanésicos y grupos del amazonas, particularmente la cacería de cabezas y el uso de ciertos elementos como hamacas, mosquiteros, tambores de madera y puentes colgantes. Para Rivet fue muy importante remarcar las diferencias raciales existentes entre los distintos pobladores de toda América, lo que lo llevó a mantener su hipótesis del

origen multirracial. Para el día de hoy investigadores relacionados con el Museo Nacional de Antropología e Historia de México comparten la propuesta del poblamiento mediante seis oleadas migratorias, dos de grupos australoides —representantes de las culturas clovis y folsom—, los algonquinos, esquimales y mongoloides, así como una transpacífica de poline-sios/arawak, según Martín Rojas. Para sintetizar podemos plantear que a inicios del siglo XXI el científico ha corroborado que América se pobló, principalmente, siguiendo la ruta de Bering; que ése fue el flujo de migración más fuerte; que el movimiento hacia el sur fue lento y constante y que, también, el hombre se expandió hacia el oeste. Asimismo, se acepta la posibilidad del arribo de otros grupos, aunque éstos sean menos numerosos y antiguos.

BLOQUE 4 DESARROLLO SOCIOCULTURAL DE LAS SOCIEDADES DEL MEXICON ANTIGUO

UNIDAD DE COMPETENCIA Ubica en tiempo y espacio las sociedades que existieron en el México antiguo y las relaciona con su presente. Compara la diversidad cultural de las sociedades del México antiguo para identificar las diferencias étnicas que se presentan en la actualidad en su localidad.

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4.1 Etapa Lítica y sus periodos: Arqueolítico, Cenolítico y Protoneolítico El inicio Las condiciones climáticas que imperaban en lo que hoy conocemos como el continente americano hace más de 40 000 años obligaron a los seres humanos a desplazarse de un sitio a otro. El consumo de plantas y animales para cubrir sus necesidades alimenticias los llevaba a una práctica predatoria que, consecuentemente, exigía volver a trasladarse para conseguir sus fuentes de subsistencia. Así, grupos nómadas realizaron un recorrido que duró miles de años, desde la actual Alaska hasta la Patagonia. Los violentos cambios climáticos que se vivieron en nuestro planeta con anterioridad al año 5000 —específicamente las glaciaciones— no volvieron a presentarse, y las condiciones geográficas y climatológicas se tornaron más benéficas para la vida, como hoy las conocemos. Muy particularmente en las zonas cercanas al Trópico de Cáncer las tierras se volvieron propicias para ser habitadas al contar con abundancia de ríos y lagos. Así, la conjunción de condiciones climáticas favorables, tierras irrigadas y cierto conocimiento acumulado entre los diversos grupos humanos permitieron observar que determinadas plantas crecían con regularidad. De esta relación más estable entre el hombre y la naturaleza surgió la posibilidad de que algunos grupos humanos empezaran a mantenerse por periodos prolongados en lugares específicos e iniciaran un proceso de protección y cuidado de las plantas que los alimentaban, hasta llegar al momento en que aprendieron a sembrar y a cosechar. El proceso fue largo, pero el hombre fue capaz, en algunas regiones más que en otras, de hacer de la agricultura su principal medio de supervivencia. Como es obvio, la caza, la pesca y la recolección se siguieron practicando, pero la agricultura constituyó uno de los hechos más importantes en la historia de la humanidad, pues se volvió la base de las distintas relaciones duraderas que se establecieron entre los hombres, tanto con la naturaleza como entre ellos mismos, al volverse sedentarios. A esta época de la vida del hombre americano corresponde una incipiente actividad humana caracterizada por el uso intensivo de la piedra para confeccionar sus armas y utensilios básicos —metates, hachas, morteros, cuentas, etc. — y, en menor medida, el empleo de la madera, el hueso, la piel de los animales y la fibra vegetal para la elaboración de rudimentarias viviendas, collares, vestido, cestas, cuerdas rústicas y enseres de uso cotidiano. Esta fase del proceso de ocupación del territorio se ha denominado etapa lítica. En la historia del poblamiento de América, pero particularmente para el caso del territorio mexicano, la etapa lítica —según grupos de investigadores— se puede situar en el largo lapso ubicado del 30 000 al 2 000 a.C. Como resulta obvio, este amplísimo conjunto de años tuvo un desarrollo paulatino, pero caracterizado por el predominio de los instrumentos de piedra, en función de las principales actividades para la subsistencia que eran la caza y la recolección, por lo que ha requerido de una división para su estudio y mejor comprensión. Así, la etapa Lítica, también llamada Precerámica, comprende tres cortes: Arqueolítico, Cenolítico y Protoneolítico. En México se han realizado hallazgos que corresponden al Neolítico, y entre los más importantes se ubican restos de mamut y puntas de lanza encontrados en San Luis Potosí, muy relacionados con la caza, así como los petroglifos de AltaVista, en Nayarit, que denotan cierto tipo de organización social. Sin embargo, cerca de ese 2000 a. C. dio inicio otro proceso social que modificó sustancialmente la vida humana con la delimitación de las primeras aldeas, resultado de la sedentarización posibilitada por la agricultura.

4.2 Características y ubicación de las áreas y sub áreas culturales del México antiguo Los distintos grupos de pobladores del actual territorio mexicano configuraron, a lo largo de cientos de años, una división basada en una fuerte dependencia de las condiciones geográficas, pero poco a poco se complementó mediante rasgos sociales diversos que dieron lugar a grandes áreas culturales designadas como Mesoamérica, Aridoamérica y Oasisamérica. Estas denominaciones son conceptos que los científicos sociales han creado para distinguir esas amplias áreas y estudiarlas por separado, pero sin dejar de señalar que forman un todo que conocemos como México antiguo. Mesoamérica El concepto de Mesoamérica surgió primero, en 1943, cuando el doctor Paul Kirchhoff designó con tal nombre a un grupo importante de culturas que

presentaron rasgos comunes y que entablaron ciertas relaciones entre sí. Para precisar qué entenderemos por cada uno de estos conceptos es indispensable delimitar dos elementos que les darán su entorno específico: el espacio y el tiempo. En cuanto al espacio —concebido como territorio—, Mesoamérica es una gran área cultural ubicada sobre la mayor parte de los estados del centro-norte de México; se extiende hasta parte de Centroamérica. Tan vasta extensión presenta variaciones geográficas importantes, pero la existencia de numerosos recursos acuíferos es una constante y, derivada de esa riqueza de suelos, también son variados los recursos naturales que se pueden aprovechar. De esa interacción entre el hombre y la naturaleza, sin olvidar que la sedentarización es uno de los aspectos centrales de los grupos que se ubicaron en esta gran área cultural, se crearon y consolidaron relaciones en función de la economía, la política y la religión, ejes básicos a partir de los cuales se vincularon los hombres con los hombres. Diversos fueron los grupos que dieron vida a esta gran área cultural, la cual se divide para un mejor acercamiento —por metodología— en varias regiones: Occidente de México, Norte de México, Golfo de México, Centro de México, Oaxaca y maya, sobre el actual territorio mexicano. Será esta región la concentradora de las mayores construcciones materiales levantadas antes de la llegada de los conquistadores españoles y que hasta el día de hoy podemos observar. En cuanto al tiempo, Mesoamérica empezaría a constituirse hacia el año 2500 a. C. aproximadamente, cuando las aldeas ya evidenciaron el predominio de la vida sedentaria, de cierta estratificación social y de un inicial intercambio de productos que, a su vez, permitirá la creación de ciertas redes sociales. De allí a la aparición de culturas muy importantes transcu-rrirán cientos de años hasta llegar al momento del impresionante trastorno que se vivió, hacia 1519, con la guerra de conquista española. Aridoamérica Aridoamérica es también otra construcción conceptual ubicada, para su análisis, en el norte mexicano colindante con algunos estados sureños de los Estados Unidos de América. La característica de esta área cultural es la aridez —una menor cantidad de recursos acuíferos respecto a Mesoamérica— y de ello deriva una población que la habitará bajo la modalidad del nomadismo, principalmente, para adecuarse a las difíciles condiciones ambientales y bajo el régimen de caza-recolección en lo esencial.

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Aridoamérica también está constituida por diversas sub áreas. En territorio de los Estados Unidos de América se ubican cinco: Centro y Sur de California, Gran Cuenca, Noroeste de Arizona y Apachería. En territorio mexicano se localiza: Baja California —para algunos Baja California Sur—, que incluye la península completa que tiene tal nombre y parte de la costa de Sonora; la Norte de México —también llamada Norte—, que abarca a los estados de Durango, Nuevo León, San Luis Potosí, Tamaulipas, Zacatecas y el norte de Hidalgo, Guanajuato, Querétaro, Jalisco y Sinaloa, y Apachería, que comprende parte de los estados de Sonora, Chi-huahua y Coahuila. Es necesario esclarecer que la frontera entre Mesoamérica y Aridoamérica fluctuó por momentos debido a la interacción que se presentó entre grupos étnicos que las habitaron, en ocasiones con periodos de paz y otros de guerra. En cuanto al tiempo en el que esta área se perfila —en atención a los rasgos culturales que le proporcionaron los grupos que la constituyeron e iniciaron la construcción de algunos sitios de mayor duración— se establece su existencia hacia los siglos III y II a. C., como en el caso del área de Mesoamérica, Aridoamérica también se impactará con la irrupción de los conquistadores españoles, aunque el contacto con los europeos se dio después de la caída de Tenochtitlán (1521); además, la supeditación real de estos grupos fue ya entrados siglos posteriores. Oasisamérica Un área distinta —y conceptualizada más tardíamente que las dos ya mencionadas— es la de Oasisamérica. Durante muchos años esta área estuvo comprendida en lo que llamamos Aridoamérica; sin embargo, poco a poco se fueron evidenciando rasgos que le daban una distinción. Nuevamente los recursos acuíferos son trascendentales por la presencia de ríos como el Conchos, en Chihuahua; el Yaqui y el Sonora, en el estado de Sonora; el Nazas, en Durango, y el Mayo, entre Sonora y Sinaloa, pero inscritos en el entorno árido que les rodeaba y que remiten a la idea del oasis. Aunque era escasa, el agua permitió una relativa sedentarización a los grupos humanos allí asentados y algún contacto con grupos mesoamericanos. Oasisamérica comprende varias regiones: Anasazi y Fremot se ubican en territorio de los Estados Unidos de América; sobre territorio mexicano se encuentra la región llamada Hohokam, que comprende parte de Sonora; Mogollón, sobre territorio de Chihuahua en colindancia con Sonora; Patayán —o Pataya— en el noroeste de Sonora y Trincheras, entre el río Colorado (donde confluye con el río Gila, que irriga Arizona), y el otro extremo lo constituye el río Sonora. En cuanto al tiempo cronológico sobre el que se configura Oasisamérica las evidencias datan del 100 d. C., pero aún se investigan sus inicios para darle más precisión.

4.3 Ubicación de los horizontes culturales de Mesoamérica. Una vez precisadas las diferencias geográficas entre estas grandes áreas culturales es posible ahora, y después del resultado de muchísimas investigaciones, hablar de otro concepto que nos auxilia a comprender una serie de características comunes que presenta la mayoría de los grupos étnicos que poblaron estos espacios: el de horizonte cultural.

Como horizonte cultural entendemos una serie de elementos comunes que fueron desarrollados por diversos grupos étnicos en diferentes regiones de Mesoamérica, principalmente. Para enmarcar este concepto se ha tomado un tiempo muy amplio, del 2500 a. C. hasta el 1519 d. C., pero es necesario tener presente que estos cortes del tiempo también son resultado de un acuerdo entre científicos al haberse interesado en el estudio de la realidad del México antiguo. Así, por ejemplo, a inicios de la década de 1970 —impulsada por el arqueólogo mexicano Román Piña Chan— empezó a utilizarse una forma de dividir la historia mesoamericana al resaltar como elemento común la producción de alimentos. La señalamos, específicamente, para no olvidar que el conocimiento histórico está en continuo perfeccionamiento y varía en función de los intereses académicos de los investigadores, por lo que es posible que nuevos enfoques y propuestas se sigan elaborando o periodizaciones anteriores se precisen. No obstante, la periodización más utilizada en el siglo XX toma como eje a la producción artística mesoamericana y ubica como clásica a la teotihuacana, aunque existen elementos de orden económico, político y social que también son comunes a otros grupos. Para precisar el desarrollo de las etnias del México antiguo se han definido tres grandes horizontes culturales: Preclásico, Clásico y Posclásico, y ubicaremos en ellos a las diferentes sociedades que les dan contenido. También es necesario señalar que si bien daremos información sobre algunas que representan a cada horizonte, eso no quiere decir que no existieran muchos grupos más, con sus propios aportes y con ritmos de desarrollo diferentes. Preclásico o Formativo (2500 a.C. a 200 d.C.) El periodo Preclásico (aunque también un grupo de investigadores le llaman Formativo para diferenciarlo de la periodización europea) se caracteriza porque los diferentes grupos que poblaban el actual territorio mexicano comenzaron a sedentarizarse como consecuencia del surgimiento de la agricultura. A raíz de tan importante hecho se empezó a perfilar una serie de rasgos que dieron origen a Mesoamérica. La ubicación temporal se encuadra entre el 2500 a. C. (fecha probable de la elaboración de la cerámica mesoamericana) y el 200 d. C. en que surge el poderío de Teotihuacán. El Preclásico se ha dividido en tres fases para un acercamiento más preciso: Preclásico inferior o temprano; medio —u olmeca— y

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superior o tardío. En atención a la periodización que realizan Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, ubicaremos los siguientes cortes:

1. El Preclásico inferior o temprano se caracteriza por el desarrollo de la cerámica, que es una actividad propia de escultura olmeca: cabeza olmeca, altar sociedades sedentarias (a diferencia del Neolítico, donde y máscara de jade predomina el nomadismo). Su corte temporal comprende del 2500 al 1200 a. C., cuando la agricultura permite arraigo a un lugar como aldeas y su organización social está basada en la división sexual del trabajo y el parentesco (donde los adultos son los dirigentes).

2. El Preclásico medio —algunos investigadores también le llaman olmeca— se caracteriza

por importantes innovaciones en la tecnología agraria, como los sistemas de riego, las represas, canales, terrazas y más, lo que ha llevado a pensar en la realidad del conocimiento hidráulico y de dirigentes —y dirigidos— para su construcción. Esta complejidad muestra una diferenciación social que requerirá de ciertas normas de convivencia y, por lo mismo, de la necesidad de algunas instituciones reguladoras. El periodo se enmarca entre el 1200 y el 400 a. C.

3. El Preclásico superior o tardío se caracteriza por la proliferación de grupos que,

influenciados por los olmecas, inician construcciones de mayor dimensión material para sus centros ceremoniales y las emergentes ciudades. Los sitios prototípicos son Cuicuilco —en el sur del Valle de México— y Chupícuaro, en Michoacán. Su ubicación temporal se sitúa entre el 400 a. C. y el 200/150 d. C.

Podemos resumir las características principales del Preclásico de la siguiente manera:

a) Una economía basada primordialmente en la agricultura, aunque la caza, la pesca y la domesticación de animales también se practicaban. Maíz, frijol y chile eran los cultivos más importantes. Para el trabajo en el campo se usaba la coa como insustituible herramienta. El consumo del cacao y el aprovechamiento del maguey datan de estos años.

b) En el aspecto de la construcción se presentan los primeros basamentos para sitios

ceremoniales; también un incipiente —pero definido— trazo urbano y la localización de mercados para la actividad comercial.

c) Se genera un conjunto de prácticas religiosas que, aunado a conocimientos de medición

del tiempo, llevarán a la creación de dos calendarios, uno agrícola-religioso y otro adivinatorio.

d) Surgen las primeras organizaciones sociales que diferenciarán a los distintos habitantes

de las aldeas, principalmente entre los productores y los no productores; los sacerdotes se perfilan como las autoridades máximas y paulatinamente se construirán ciudades.

e) Los primeros grupos que se comprenden dentro de este horizonte se asentaron en parte

del Valle de México y en la costa del Golfo, principalmente. Clásico (200-900 d. C.) Con el nombre de periodo Clásico se alude al momento más esplendoroso de Mesoamérica, tanto por la cantidad de culturas que se consolidaron como por el predominio de una visión de la vida donde prevaleció la convivencia pacífica, sin que ello quiera decir que estuvo exenta de

guerras, pero sí con la estabilidad necesaria para permitir el crecimiento socioeconómico propicio para la monumentalidad. Esta estabilidad política permitió el surgimiento de grandes urbes como Teotihuacán y Cholula, en el centro de México; Monte Albán, en Oaxaca; Calakmul, en Campeche, y Tikal en el área maya guatemalteca. Tales ciudades se volvieron muy complejas, a diferencia de las aldeas del Preclásico, y lograron mantener lazos de convivencia tanto comercial como política. La agri-cultura siguió sustentando la economía, pero el comercio fue uno de los elementos que posibi-litó el surgimiento y consolidación de las ciudades —abastecidas por sus regiones— al permitir el intercambio de variadísimos productos, el tránsito de muchísima gente y de sus ideas. Si bien el horizonte cultural denominado Clásico comprende del 200 al 900 d. C. —esto es, 700 años—, ha sido dividido en tres fases para su mejor comprensión: Protoclásico, Clásico y Epiclásico.

1. La fase del Protoclásico colinda con el Preclásico tardío, pero comienza a distinguirse por ciertos elementos (aunque los arqueólogos, principalmente, siguen investigaciones en tal sentido debido a que no ocurre de forma idéntica en toda Mesoamérica). Su delimitación cronológica se ubica entre el O y el 300 d. C. A decir de algunos investigadores, como Marion Popenoe, un aspecto que le da singularidad a esa fase es

un estilo cerámico diferente, pues las vajillas ya no se hacen sólo para uso doméstico común, sino como mercancía que se destina para las familias pudientes. Pero lo que sí es trascendente para el altiplano central es la construcción de las grandes pirámides teotihuacanas, si bien, a decir de Eduardo Matos Moctezuma, Teotihuacán pertenece al Clásico de manera temprana.

2. El horizonte cultural Clásico propiamente dicho se desarrolla entre el 300 y el 650 d. C. y

tendrá en Teotihuacán, pero también entre los zapotecas y los mayas, a sus representantes más claros a partir de la organización social que alcanzaron. La diferenciación entre los grupos dirigentes de sacerdotes y militares con el resto de la población se marca muy significativamente y se definen las deidades más importantes de Mesoamérica —lo que se llama el panteón mesoamericano—; el desarrollo científico se consolida y las expresiones artísticas alcanzan su máxima expresión. Las redes

comerciales son muy extensas y la zona del Valle de México se erigirá como el centro del México antiguo.

3. Con el nombre de Epiclásico una gran parte de la comunidad de investigadores que estudian Mesoamérica designa a la última fase del Clásico y se caracteriza por la desintegración de las grandes ciudades y su poderío regional y, por consiguiente, proliferan diversos grupos que hicieron de la guerra la principal forma de subsistir. El periodo de hegemonía de las metrópolis se colapsó y pasaron algunas centurias hasta que volvió a consolidarse otro grupo similar. El corte temporal del Epiclásico se ubica entre el 650 y el 900 d. C.

De una forma muy sucinta podemos comprender algunos puntos característicos del Clásico:

a) Las sociedades se tornaron más complejas y dieron paso al surgimiento de ciudades que mantenían su dependencia de la agricultura y, al no serles suficiente la producción local, lograron supeditar amplias áreas vecinas para abastecerles, lo que se complementó con una fuerte actividad comercial.

b) La centralidad de esas urbes generó círculos regionales que les abastecían mientras en las metrópolis se instalaban grupos privilegiados en lo económico, político y cultural. También se requirió de ejércitos organizados para su protección.

c) La estabilidad económica y política de las grandes ciudades posibilitó el auge de la arquitectura y llegó a ser la expresión más representativa de todo ese dinamismo; la muestra más acabada la constituyen el impresionante complejo urbanístico de Teotihuacán y la pirámide de Cholula o Tlalchihualtépetl —el edificio más grande de todo el México antiguo— en el actual estado de Puebla. La perfección de estas construcciones nos indica la imperiosa necesidad de congraciarse con sus dioses por la estabilidad alcanzada; de allí el afianzamiento del panteón mesoamericano común a la mayoría de las varias culturas, aunque en ocasiones los nombres fueran diferentes.

d) Toda vez que la religión se convirtió en el elemento que aglutinó a variadísimos grupos humanos, no es difícil comprender cómo los sacerdotes se consolidaron como un poder real e instituyeron sus propias maneras de preservarlo. El desarrollo del conocimiento —de todo tipo— se convirtió en un componente que reforzaba ese poder y sustentaba una organización social ya jerarquizada y aceptada. Las instituciones de un estado teocrático se habían configurado.

El Posclásico (900 a 1521 d. C.) El Posclásico es el horizonte cultural que explica la fase que comprende desde la desintegración de Teotihuacán hasta el momento de la llegada de los conquistadores españoles. En él es posible observar algunas características que evidencian el agotamiento, aunque no la completa desaparición, del periodo Clásico y el predominio de la guerra como forma de vida y motor de ese cambio. Después de la caída de Teotihuacán se presentaron movimientos tendentes al reacomodo del poder que la ciudad concentraba y se posibilitó el surgimiento de urbes menores, como el caso de Tula. Estos reacomodos de poder hicieron que el grupo de los militares adquiriera más importancia y que un clima bélico impusiera prácticas que, si bien se registraban con anterioridad, se generalizaran y consolidaran; tal es el caso del sacrificio humano. El fenómeno de las migraciones es otro

de los rasgos propios del Posclásico y, muy particularmente, el flujo que provino de la región norte de Mesoamérica, que además dejó registro escrito de esos desplazamientos. El Posclásico también ha sido dividido, para su mejor estudio y comprensión, en dos fases: temprano y tardío.

1. El Posclásico temprano se caracteriza por ser un periodo de dispersión y gran variedad de grupos que si bien fueron herederos de los teotihuacanos no volvieron a tener el poder de aquéllos. Con el ocaso de Teotihuacán será Cholula la ciudad que tendrá importancia, pero posteriormente surgirá Tula como la nueva metrópoli irradiadora de poder, sustentado tanto en el desarrollo del conocimiento como en el arte de la guerra. Su corte cronológico se ubica entre el 900 y el 1350 d. C.

2. El Posclásico tardío presenta varios elementos propios que le dan su particularidad; entre los más importantes se distingue el poblamiento, nuevamente significativo, de la cuenca del Valle de México mediante varios grupos. Pero sin lugar a dudas son el asentamiento y la consolidación de la cultura mexica los que marcan esta fase basada en el militarismo y su desarrollo como imperio. Su ubicación temporal se inscribe entre el 1300 y 1521 d. C.

Resumidamente podemos señalar como puntos característicos del Posclásico los siguientes:

a) Abandono o destrucción de las ciudades más importantes de Mesoamérica cuyas causas siguen investigándose en nuestros días.

b) Surgimiento de diversos grupos que tratan de generar cierta hegemonía y comienzan a

hacer de la guerra una de sus actividades centrales para tal efecto.

c) Dispersión del poder que se había generado en torno del Valle de México y cierta preponderancia de Tula, en Hidalgo, que impacta a la cultura maya.

d) Surgimiento del señorío mexica y expansión hacia gran parte de Mesoamérica bajo la

conducción de poderes militares y religiosos plenamente identificados.

4.4 Ubicación espacial-temporal y organización social, política, económica, religiosa y cultural de las principales sociedades del México antiguo Para comprender la riqueza que el conocimiento de la historia nos brinda es necesario re-lacionar la información que aprehendemos con nuestra cotidianidad. Así, por ejemplo, en dependencia de la ubicación territorial en que vivamos podemos tratar de reconocer en qué área cultural nos inscribimos, si se mantienen las características que le dieron su particularidad y pensar qué las ha mantenido o modificado. Lo mismo puede hacerse en función de los horizontes culturales estudiados, y si además efectuamos un cruce entre las variables tiempo y espacio, comprenderemos mucho de nuestra identidad. Sin embargo, esto puede aún magnificase si ubicamos elementos del orden cultural aportados por los grupos étnicos actuantes en las tres grandes áreas ya trabajadas. Esta relación permitirá comprender el porqué de las marcadas diferencias regionales dentro de un solo país y, de forma muy precisa, por qué las sociedades asentadas en Aridoamérica y Oasisamérica son similares entre sí, pero tan distintas, ambas, con respecto a Mesoamérica.

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Sociedades de Oasisamérica Esta área cultural funge tanto geográfica como culturalmente en la zona noroccidental del país, como punto medio entre lo que se conoce como Aridoamérica y Mesoamérica; sus pobladores pudieron dedicarse a la agricultura, aunque, por cuestiones geográficas y climatológicas, la caza y la recolección eran también muy importantes. Hohokam (200 al 1450 d. C.) Ubicación geográfica: los hohokam se ubicaron primordialmente en las inmediaciones de los ríos Gila y Salado —que irrigan Arizona, en territorio de Estados Unidos— y la parte norte del desierto de Sonora, en suelo mexicano, en su colindancia con tierras del estado de Chihuahua. El poblamiento de tal área tuvo diferentes fases que se han podido datar por medio del análisis de sus vestigios arqueológicos, entre los que destaca una red de canales para orientar el agua hacia sus tierras de cultivo. Organización social: en las distintas fases de su existencia pasaron de una organización basada en la división sexual del trabajo hacia momentos de mayor complejidad social —al tener la capacidad de alimentar a una población más numerosa—, lo que provocó cierta estabilidad prolongada y el surgimiento de un grupo dirigente, pero cuando aparecieron los momentos de sequía volvieron a organizarse en pequeñas rancherías sin profundas divisiones ni diferenciaciones. En los periodos de apogeo lograron más contacto con culturas mesoamericanas y fueron influidos por los toltecas. Economía: como en la mayor parte de los grupos que poblaron Oasisamérica la agricultura fue su principal forma de supervivencia y lograron cultivar algodón, tabaco, maguey, maíz, frijoles y pitahayas, aunque siguieron practicando la caza y la recolección de frutos del desierto. Comerciaron con otras culturas al ofrecer ciertas piedras consideradas preciosas (como la turquesa), minerales (cobre) y animales; la práctica de la guerra contra sus vecinos no les fue ajena. Elementos culturales: dado un cierto contacto con las culturas de Mesoamérica se tiene testimonio de cierta práctica del juego de pelota, elementos de construcción basados en plataformas escalonadas y algunos rasgos iconográficos en su cerámica. Entre las prácticas más representativas se encuentra la cremación de los muertos, cuyas cenizas eran depositadas en sepulturas y en algunos casos en recipientes de cerámica. Las urnas de cenizas eran acompañadas por ofrendas a las divinidades de la muerte e incluían joyas y piezas de alfarería. Mogollón (500 a. C. al 1500 d. C.) Ubicación geográfica: el grupo Mogollón se estableció fundamentalmente en acantilados y regiones altas en el estado de Chihuahua y parte de Sonora. Algunos investigadores señalan que esta cultura presenta dos grandes tradiciones que se suceden: la mogollón propiamente dicha y la cultura Paquimé, considerada derivación de la primera, más delimitada por la influencia del río Casas Grandes en Chihuahua. Ambos grupos lograron una adecuación importante a su entorno geográfico para la supervivencia entre bosques de pinos, abruptos cortes en la sierra madre occidental, valles y zonas del desierto. Organización social: sobre todo en el primer periodo los especialistas señalan un patrón similar a la organización presentada por las sociedades seminómadas: las mujeres se de-dicaban fundamentalmente a la cerámica, la hechura de cestas y el cuidado del hogar. Los

hombres probablemente más involucrados con la cacería, la recolección, la agricultura y el comercio, así como el entrenamiento de los niños en estas labores. Para la fase Paquimé la organización se complejizó y los sacerdotes tuvieron jerarquía, aunque sin llegar a mostrarse diferencias abismales entre los distintos habitantes. Economía: la necesidad de generar y almacenar alimentos, a pesar de no contar con las mejores condiciones geográficas y climáticas, permitió cierto grado de actividad agrícola, pero al estar ubicados en zona montañosa, la recolección y la cacería tuvieron mucho peso. En su fase de mayor esplendor comerciaron con culturas de Mesoamérica a las que abastecían de artículos fabricados con conchas marinas de las costas del Pacífico, también de turquesas y de un pigmento muy cotizado, el cinabrio, para la decoración de la cerámica. Elementos culturales: característica distintiva de los mogollones, respecto a los hohokam, es que enterraban a sus muertos y, al imaginar alguna situación especial relativa con la muerte, los acompañaban de ofrendas que comprendían piezas de cerámica y piedras semipreciosas. Su cerámica también fue distinta, pues el material empleado permitía objetos de color blanco que adornaban con figuras de animales o de humanos. En la fase Paquimé llegaron a construir casas de varios pisos (a diferencia de la fase anterior en la cual habitaban los abrigos rocosos de las montañas o «casas semisubterráneas») y destinaron espacios públicos para la distribución de agua, obtenida de pozos, para el juego de pelota y para ciertos espacios del comercio. Se supone que los grupos taracahitas (yaquis, mayos, ópatas y tarahumaras o rarámuris) que viven en el noroeste de México son descendientes de los mogollones. Pataya (500 a. C. al 1450 d. C.) Ubicación geográfica: la sociedad de los patayas se asentó en la parte occidental de Oa-sisamérica, en la colindancia entre Baja California Norte y la zona norte de la costa de Sonora, en las inmediaciones del golfo de California. Organización social: debido a las condiciones climáticas y geográficas la organización social fue muy sencilla, principalmente basada en la división sexual del trabajo, aunque en sus momentos de mayor desarrollo —y la influencia de los hohokam, sus vecinos— surgió un grupo dirigente que asumió la necesidad de incorporar el juego de pelota en sus prácticas religiosas y sociales, pero no se llegó a sustentar una diferenciación social extrema. Economía: practicaron la agricultura, desarrollaron un sistema de procesamiento de granos —el uso del metate para moler el maíz fue muy importante— y tuvieron grandes avances en la creación de puntas líticas y armas de cacería. Elementos culturales: al igual que los hohokam sus casas eran semienterradas, cremaban a sus muertos, y, en territorio de Estados Unidos, queda una muestra de algunas figuras que dibujaron sobre la tierra. Trincheras (800 a. C. al 1300 d. C.)

Ubicación geográfica: se encuentra a orillas del río Sonora y hacia el río Colorado en su confluencia con el río Gila, principalmente en lo que hoy son los municipios de Caborca, Plutarco Elías Calles y Trincheras. Organización social: de los habitantes de Trincheras existen menos datos que de los grupos anteriores porque la cultura de los hohokam les influyó poderosamente y su organización social también fue sencilla, basada en los grupos familiares.

Economía: lograron prácticas agrícolas y las complementaron con la caza y recolección. Elementos culturales: sus hogares consistían, al igual que los hohokam, en casas-pozo, pero lo más significativo fueron las terrazas que construyeron sobre el cerro que hoy se conoce como «Trincheras», para captar agua, irrigar pequeñas porciones de campo o, lo más aceptado, para protegerse de posibles ataques. Sociedades de Aridoamérica Las sociedades de esta gran área se caracterizan por una vida seminómada y por su elemental desarrollo agrícola —producto de las condiciones geográficas y climáticas imperantes en esta zona—, y por tal motivo las culturas que en ella habitaron desarrollaron pocas actividades se-dentarias y dejaron escasos vestigios de su existencia. En nuestro país podemos identificar tres subáreas correspondientes a esta región. Norte de México (500 a. C. al 1450 d. C.) Ubicación geográfica: diversos grupos transitaron y se establecieron temporalmente sobre territorio de los estados de Nuevo León, la colindancia entre Coahuila y Chihuahua y parte de Durango en sus límites con Zacatecas. Organización social: basada primordialmente en los grupos familiares y con influencia de los chamanes. Economía: cacería y recolección. Elementos culturales: derivada de su necesidad de supervivencia, el uso del arco y la flecha fue decisivo. Los sitios de La Quemada, en Zacatecas, y Chalchihuites, en el oeste de Zacatecas en dirección a Durango, son las zonas arqueológicas que dan una idea de lo que fue la influencia mesoamericana —adaptada a las particularidades de la región— en los momentos de mayor esplendor. Para algunos investigadores esta subárea correspondería a la «Gran Chichimeca». Sur de California Ubicación espacial: primordialmente ocuparon lo que hoy conocemos como la península de Baja California, en sitios como La Paz, Loreto, sur de la península (Los Cabos) y las islas de San José y Espíritu Santo, así como la zona costera de Sonora.

Organización social: al ser seminómadas la organización se basaba en decisiones tomadas en grupos no muy numerosos. Economía: recolección, cacería, indicios de agricultura primitiva y pesca. Elementos culturales: al ser primordialmente grupos seminómadas sus casas eran cons-truidas con elementos propios de la región, algunas varas y hierbas —que obviamente desaparecieron— o con el mismo tipo de casa habitación que los hohokam; asimismo, de-sarrollaron algunos tipos de trabajos en cerámica y pintura rupestre. Una particularidad de estos grupos aridoamericanos fue el uso del arco y la flecha. Apachería (1000 al 1521 d. C.)

Ubicación geográfica: los apaches se asentaron en gran parte de los estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila, sobre territorio mexicano, en su colindancia con Estados Unidos después de desplazarse desde lo que hoy es Canadá. Ellos se denominan grupo Ndee. Organización social: la familia amplia fue la organización característica y el peso del ma-triarcado fue importante.

Economía: la agricultura, caza, pesca y recolección fueron las actividades que les permitieron la subsistencia Elementos culturales: tribus seminómadas y guerreras fueron capaces de crear petroglifos y pinturas rupestres; también recibieron influencia cultural de los hohokam, los siux y los cheyenes. Su religión no era muy compleja y una de sus máximas personalidades era el chamán, más relacionado con una actividad curativa. Al no crear grandes excedentes su principal preocupación era la supervivencia; sus incipientes deidades estaban relacionadas con los ciclos naturales: la vida, la muerte, el agua, la fertilidad. Otro aspecto característico fue su educación para la guerra y los ritos a cubrir, principalmente para los niños y los adolescentes. Sociedades de Mesoamérica Dada la diferencia en las condiciones geográficas y la presencia de recursos acuíferos impor-tantes, las sociedades mesoamericanas se tornaron sedentarias. Esta gran diferencia posibilitó una mayor complejidad social y por ello dejaron muestras más elocuentes de su grado de cultura —tanto material como intangible—, que han permitido su estudio a investigadores na-cionales y extranjeros.

Olmecas (1200 a. C. al 100 d. C. aprox.) Ubicación geográfica: asentados en la región situada en la costa del Golfo de México, desde el río Papaloapan (en el sur del estado de Veracruz) hasta la laguna de Términos (en el estado de Tabasco) y en algunas zonas del actual estado de Guerrero, pequeños grupos de hombres iniciaron el proceso de consolidación de un núcleo de pobladores generador de un complejo cultural que sobrepasó su original entorno, pues perdura hasta nuestros días. Derivado de ese ethos que conformaron y heredaron a quienes les sucedi-mos en el tiempo, los olmecas son considerados como los iniciadores de la civilización mesoamericana. El nombre de olmecas, que significa habitantes del país del hule, les fue adjudicado por estudiosos de esta cultura en 1929 y caracterizan la denominada región mesoamericana Costa del Golfo. Economía: basados en una agricultura que les permitió la obtención de un excedente que aseguraba su alimentación (modificando y aprovechando la riqueza de los importantes recursos acuíferos que caracterizan a la zona), los olmecas lograron diversificar su economía, por lo que iniciaron un proceso de comercialización y expansión que les permitió relacionarse con otros grupos y empezar a influirse mutuamente. Organización social y política: cuando la economía permite que unos hombres se dediquen al trabajo manual y otros al trabajo intelectual, el segundo grupo logra imponer sus ideas y de este modo surge la diferenciación social. Los medios para asegurar esta división tienen en las prácticas culturales la forma para fijar determinadas costumbres. Una de las primeras manifestaciones culturales que presentan esta particularidad, y de las más añejas, tiene relación con la muerte, con lo inexplicable, con los fenómenos de la naturaleza. Así, con los sacerdotes olmecas se inició una división que impuso diferencias que, si bien surgían de una realidad económica, a partir de ella fueron presentadas mediante explicaciones religiosas. Quienes crearon el nuevo orden simbólico necesitaban fomentar el culto y justificarlo. La estratificación social tendió a sustentarse en una visión teológica que pocos se atrevieron a refinar. Por lo tanto, en la cúspide social se ubicaron los jefes-sacerdotes; después los espe-cialistas: militares, ingenieros, arquitectos, escribas, curanderos, escultores, comerciantes, etc., y en los últimos escalones estaban los agricultores y otros productores directos. Con los

olmecas se inició un tipo de gobierno centrado en la figura de los jefes-sacerdotes, quienes controlaban las actividades económicas, administrativas y religiosas. Elementos culturales: las primitivas creencias religiosas de los olmecas se basaron en una explicación totémica, esto es, cada grupo que conformaba la sociedad se identificaba con determinado animal que lo protegía y al cual adoraba. Pero, poco a poco, los hombres más valientes y sabios —sus primeros gobernantes— pasaron a ser considerados reyes y a rodearse de guerreros y sacerdotes; estos últimos se dedicaron a ofrecer explicaciones de la vida misma gracias al tiempo de que disponían para la observación de los astros, de las plantas, de los ciclos climáticos, etc. Los sacerdotes

olmecas fueron los fundadores de la cosmogonía mesoamericana. Una de las manifestaciones más poderosas de lo que significaba la adoración de los dioses se materializó a través de la arquitectura y de la escultura. En el aspecto arquitectónico, la ciudad de La Venta (Tabasco) hace evidente que su construcción fue planificada y siguió el trazo de un eje central. Cuenta con un centro ceremonial y delimita la diferenciación necesaria de los es-pacios privados y los públicos. En cuanto a la escultura, son impresionantes las llamadas «cabezas olmecas» dada su monumentalidad; se conocen dieciséis. La altura de estas piezas oscila entre 1.60 y 3.20 m y su peso entre nueve y once toneladas. Estas esculturas presentan rasgos comunes: un prominente entrecejo, mandíbulas y pómulos carnosos, nariz chata y grandes ojos; ninguna tiene cejas porque esa parte del rostro está cubierta por una especie de casco y presentan una banda sobre la frente; jamás tuvieron cuerpo. Un dato que sorprende hasta nuestros días es saber que los voluminosos bloques de piedra que requirieron para este trabajo no son propios de la zona, sino que tuvieron que ser trasladados desde grandes distancias, contando sólo con la fuerza y el ingenio humano para ello. Pero si las piezas escultóricas mencionadas son impactantes no lo son menos las delicadas esculturas que realizaron en jade, de un tamaño muy pequeño y de una precisión milimétrica. Las expresiones escultóricas representaron, primordialmente, al dios jaguar. San Lorenzo, La Venta y Tres Zapotes fueron las principales capitales que dominaron suce-sivamente la zona. A los olmecas también se deben las bases de una rudimentaria escritura. Zapotecas (1400 a. C. al 900 d. C.) Ubicación geográfica: sobre territorio que hoy corresponde a los estados de Oaxaca, Puebla, Guerrero, Chiapas y Veracruz, los zapotecas establecieron su dominio. Monte Albán fue su capital y se localizó en lo que hoy es el valle de Oaxaca. Su mayor esplendor lo vivió entre los años 500 y 700 d.C., cuando mantuvo vínculos con Teotihuacán. No obstante, su origen se remonta al 1400 a.C. y decayó hacia el 900 d.C., lapso muy amplio que permite diferenciar varias fases del crecimiento y consolidación de este grupo, prototípico de la llamada región Oaxaca del área mesoamericana. Economía: en todos los pueblos mesoamericanos la agricultura fue la base de la economía, igual que para los zapotecas. No obstante, ellos elaboraron importantes sistemas de riego para tratar de asegurar la producción. Otra actividad económica muy importante, derivada de su extraordinaria ubicación geográfica, fue el comercio. Por lo que hoy conocemos como el Istmo de Tehuantepec transitaron múltiples mercancías, tanto del sur hacia el centro como del centro hacia el sur. Asimismo, demostraron ser excelentes artesanos; fueron grandes alfareros, en particular, ceramistas del barro negro. Elementos culturales: la ciudad de Monte Albán fue el centro urbano más importante de la zona sur y se fue construyendo en varias fases, por ello los arqueólogos hablan de Monte Albán I, Monte Albán II y así hasta Monte Albán V. Sin embargo, existen elementos particulares que caracterizan lo zapoteca en su propuesta arquitectónica y que, como

todo el clásico, estuvo orientada por su visión religiosa. Así, en la ciudad se ubicó la Gran Plaza como el centro religioso administrativo del lugar. La plaza —de forma rectangular y orientada sobre el eje norte-sur— estuvo rodeada de basamentos sobre los que se construyeron los templos y las residencias, dando origen a un complejo urbanístico bien delimitado y de gran proporción. A los zapotecas se debe el uso más sistemático de la piedra para la construcción; en el interior de sus templos pintaron murales que, a diferencia de los teotihuacanos, representaban principalmente hechos históricos, como el mural llamado «De los danzantes». Aun así, la influencia teotihuacana se percibe en la utilización de taludes y tableros en los edificios que rodean la plaza. Otro elemento típico del clásico es el juego de pelota, y en Monte Albán encontramos, con mucha claridad, espacios dedicados para ello. El culto a la muerte es un aspecto muy característico de los zapotecas y de allí la tradición de enterrar a sus muertos de alta jerarquía en impresionantes tumbas, algunas de ellas muy espectaculares, pues contaron con ornamentos muy marcados en las fachadas y con bajorrelieves en las columnas y vigas. Lo particular de estas tumbas es que contaban con varias cámaras. En tumbas más sencillas se han encontrado restos de varios individuos acompañados de objetos de metales preciosos y piedras muy estimadas en Mesoamérica, como el jade y la turquesa. Organización social y política: el gobierno estaba encabezado por una oligarquía de tipo sacerdotal y guerrera, y la urbanización sirvió para marcar la jerarquía; así, las casas de los jerarcas se ubicaron cerca de los centros ceremoniales. Para el pueblo en general, la vivienda se establecía en los alrededores y comprendía una pequeña huerta, un pozo para el abastecimiento de agua y, en algunos casos, espacios para talleres artesanales. Junto a los zapotecas de los últimos años de esplendor, alrededor del 750 d.C., existió otro grupo que constantemente los asediaba y que en el momento del declive de Monte Albán presionó con mayor fuerza: los mixtecos. Mayas (1200 a. C. al 1519 d. C.) Ubicación espacial: sobre los actuales estados mexicanos de Quintana Roo, Campeche, Yucatán, Tabasco y una parte de Chiapas, así como partes de territorio de Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador, se asentaron los diversos grupos que recibieron el nombre genérico de mayas. En el área cultural mesoamericana este grupo caracteriza la región que recibe el mismo nombre: maya. Tan extenso espacio comprende topografía variada —desde pequeñas sierras hasta pla-nicies—, una riquísima vegetación, ríos, lagos, costas, fauna abundante o tierras casi desér-ticas, temperaturas cálidas y otras características geográficas que condicionaban distintos recursos naturales.

Debido a sus componentes geofísicos —los cuales determinaron en algún momento el tipo de producción alimenticia que sostenía a estos pueblos, pero que después fueron modificándose por la pre-sencia humana—, los investigadores han dividido en dos grandes regiones culturales a los mayas: los mayas de las «tierras altas», que se asentaron en parte de Chiapas y se difundieron hacia

Centroamérica —con predominio de recursos acuíferos—, y los mayas de las «tierras bajas», ubicados principalmente sobre la actual península de Yucatán, donde el agua no es abundante. Otra particularidad de los mayas es que su presencia en el tiempo es muy larga. Así, desde los años del Preclásico, algunos grupos mayas ya existían y mantenían cierto intercambio con los olmecas; tuvieron su momento de esplendor en el clásico —de allí su ubicación en este horizonte—, y hasta nuestros días se mantienen muchas de sus carac-terísticas en algunas poblaciones de la península yucateca. Economía: como es común a toda Mesoamérica, la economía se rigió por la agricultura. El maíz, el frijol, la calabaza y el chile fueron los principales cultivos de los mayas. Dada la estabilidad que la obtención de excedentes alimenticios les permitió —propiciada por un bien estudiado sistema de captación y almacenamiento de agua, donde era necesaria— y el crecimiento poblacional derivado de ello, los mayas lograron una diversificación de actividades que evidencian su fuerza económica, pues había, además de agricultores, cazadores y recolectores, pescadores, canteros —quienes trabajan para obtener la piedra—, albañiles, talladores de piedra, tejedores, carpinteros, curtidores, plumarios, escultores, pintores, alfa-reros, orfebres, sacerdotes, sirvientes, comerciantes, cargadores, navegantes, recaudadores de impuestos, guerreros, jueces, gobernantes, matemáticos, astrónomos, médicos y otros. El comercio fue una actividad que dejó grandes beneficios, pues su riqueza de recursos naturales les permitió insertarse en otras regiones, como en las que hoy son el centro de México y Panamá. Fue tal la cantidad y variedad de productos, que utilizaron esclavos para la transportación, tanto por tierra como por mar. Los mayas de las tierras altas surtían, por ejemplo, a Teotihuacán de obsidiana, tintes minerales, jade, plumas de quetzal y copal; los de las tierras bajas, de pieles de jaguar, pedernal —para generar lumbre—, sal, miel, pescado seco y carne ahumada. Este intercambio con los teotihuacanos favoreció a los mayas, pues les permitió hacer uso de las redes comerciales que aquéllos habían creado. El intercambio o trueque fue la forma característica para la obtención de los productos, aunque también el cacao —tan de la zona maya— empezó a introducirse como moneda. Para fines del Clásico apareció otra actividad que, si bien ya se generaba con antelación, empe-zó a predominar y modificó sustancialmente las políticas que sustentaban cierta estabili-dad social: la guerra. Esta modalidad político-económica permitió a los mayas ampliar su radio de dominio, imponer a los gobernantes que consideraban leales a sus designios, asignar a los recaudadores de impuestos que obedecían sus órdenes y determinaban cuánto de tributos debían captar —ya en mano de obra, ya en especie—. También la presencia de los militares aseguraba las operaciones comerciales y la estabilidad social. Tal fue el crecimiento económico de los mayas y de su poderío, que hubo la necesidad de justificarlo y no sólo más allá de sus fronteras, sino también dentro.

Organización social y política: el principal grupo social maya fue el de los sacerdotes, a quienes los pobladores consideraban los depositarios del saber; por ello recibían todos los satisfactores de parte de los agricultores, artesanos, comerciantes y autoridades. Este grupo fue el promotor de la construcción de importantes edificios públicos, templos, observatorios astronómicos, juegos de pelota, calzadas y depósitos de agua. También ellos se encargaban de argumentar por qué los grupos sociales debían ubicarse en determinado sector y lo establecían acorde con el tipo de trabajo que desempeñaban, a la edad, al sexo o por su pertenencia a cierto linaje. Como en otros grupos, la arquitectura urbana sirvió para delimitar a los grupos sociales; los gobernantes de las diversas ciudades mayas vivían en la parte central, en construcciones de varias habitaciones, ricamente decoradas y techadas con arco falso o bóveda maya. Por otro lado, las casas de la mayoría de la población eran sencillas y ocupaban los alrededores de los «palacios» de los gobernantes. Aunado a esto, los grupos de trabajadores no tenían acceso a los conocimientos y su ocupación principal era mantener la economía de la ciudad —por lo cual recibían protección de sus gobernantes, pero cuando se vivieron tiempos de malas cosechas o de excesos tributarios, aparecieron las rebeliones internas. Para los mayas, su señor encarnaba tanto al jefe de los ejércitos como al sacerdote principal, y sólo podía ser reemplazado en el mando por sus descendientes, lo que generó una dinastía hereditaria. Además, los mayas practicaron la guerra con el fin de ampliar su fuerza política y económica. Rasgos culturales: la cultura maya, si bien concentra varios rasgos culturales característicos del resto de Mesoamérica, tiene manifestaciones que le son muy particulares. Una de ellas es el llamado arco falso, formado por bloques de piedra que se proyectan desde cada lado de una pared hasta encontrarse formando un pico. Esta estructura cumple una función similar a la del arco creado en Europa. Otra muestra de sus capacidades es su sistema escritural, que se basa en glifos, utilizados para registrar hechos históricos, sobre todo de sus gobernantes. Otros soportes de su escritura, además de la piedra, fueron la corteza de árbol y la piel de venado. Ejemplo de esto es el códice llamado Dresden, que describe situaciones históricas y religiosas pero, entre lo más significativo, está la información sobre los eclipses y los movimientos de Venus. Tal vez uno de los elementos que más nos impresionan de los mayas es su conocimiento del movimiento de los astros. Observaron los movimientos del sol, de la luna y de las estrellas y los registraron con exactitud. Como materialización de este conocimiento todavía hoy observamos en la pirámide El Castillo, en Chichén Itzá, la forma de una serpiente que se perfila en los equinoccios de primavera y otoño cuando, al amanecer, la luz del sol y la sombra de la arista noreste de la pirámide se combinan para producir la imagen de Kukulkán sobre una de las paredes de la escalinata norte. Éste es sólo un ejemplo, pues otras muestras de esta relación entre arquitectura, astronomía y religión se registran en otros sitios, como Edzná. Además, los mayas fueron la primera civilización mesoamericana en conocer el uso del cero y, a diferencia del sistema decimal que nosotros usamos, ellos emplearon la cuenta vigesimal —

multiplicando por 20 en lugar de por 10— para señalar el paso del tiempo. El katún fue una medida del tiempo que encerraba un periodo de 20 años. Su concepción del tiempo era cíclica y lo midieron a través de dos calendarios: uno ritual-astrológico de 260 días y otro solar, basado en el movimiento de traslación (con alrededor de 365 días). Los mayas comparten con el resto de las culturas mesoamericanas la idea de enterrar a sus muertos en tumbas de forma piramidal, al igual que mantener este patrón arquitectónico para sus templos; las canchas del juego de pelota —la cancha más grande, hasta el momento, se encuentra en territorio maya, en Chichén Itzá— servían para realizar la celebración sagrada en la que se encontraban los opuestos que hacen la unidad: día y noche, bien y mal, oscuridad y claridad, entre otros. En cuanto a la religión, Chac, el dios de la lluvia, fue su principal divinidad y son múltiples las esculturas que lo representan. Ya para años cercanos al 1000 d. C., llegaron a la península de Yucatán grupos toltecas que introdujeron el culto a Quetzalcóatl, aunque ellos lo llamaron Kukulkán. Teotihuacanos (600 al 900 d. C.) Ubicación geográfica: asentada en lo que hoy llamamos el Valle de México y parte de los estados de Puebla y Tlaxcala, la cultura teotihuacana se levantó como representativa de la grandeza mesoamericana y Teotihuacán como la ciudad distintiva del periodo Clásico. Esta cultura se inscribe en la región Centro de Mesoamérica, aunque también se le llama del «altiplano central». Desde años cercanos al 600 a. C. empezaron a asentarse en el Valle de México pequeñas aldeas que se beneficiaban de los recursos acuíferos de la zona, tanto para irrigar sus tierras como para la obtención de pesca. Tales condiciones posibilitaron un paulatino afianzamiento económico y político a estos hombres y mujeres. Para el año 200 a. C. Teotihuacán comenzó a destacarse como una ciudad importante y su fama se extendió debido a la magnífica planeación urbanística que designó, muy conscientemente, el centro de la ciudad para la realización de las ceremonias de culto. Muy cercanos a ese núcleo se dispusieron los edificios que sirvieron como morada de los sacerdotes y gobernantes. En precisos cuadrantes se demarcaron los barrios ocupados por los demás pobladores: en las zonas cercanas al centro se establecían los personajes que seguían en jerarquía a los nobles y hacia las afueras se establecían los agricultores. Economía: como en todas las ciudades mesoamericanas, la agricultura fue la base de la economía; para la producción de alimentos aprovecharon las tierras húmedas de las riberas de los ríos, construyeron terrazas y canales de riego; esto es, innovaron y perfeccionaron técnicas agrícolas anteriores, por lo que el suministro de alimentos para su población estaba asegurado.

El comercio fue otra actividad central en la economía de los teotihuacanos. Los encargados de realizarlo pertenecían a las clases superiores, pues con el desarrollo de su acción, además de llevar y traer efectos para su intercambio y compra, eran portadores de noticias y conocimientos de interés para los gobernantes. El tráfico que propiciaron permitió el dominio teotihuacano hasta regiones de Oaxaca, Guerrero, Veracruz y Guatemala. Elementos culturales: el rasgo más poderoso de los teotihuacanos se evidencia en la capacidad que demostraron para hacer de su lugar de ubicación «el recinto de los dioses». Delimitaron una forma de entender y explicar el mundo a través de la religión e impusieron el respeto a dioses específicos para el agua, la fertilidad, la muerte, el fuego y la guerra. Esos dioses, con algunas variantes, persistieron entre un grupo tan importante como el mexica cientos de años después. La época de las grandes pirámides, la del Sol y la de la Luna, hace inobjetable la supremacía teotihuacana. El impacto de estas edificaciones motivó un fluir de peregrinos que hacían grandes recorridos hasta Teotihuacán, «la tierra de los dioses» para demostrar la devoción que les tenían, aun en lugares muy distantes. No pocos visitantes se maravillaron con la agricultura de riego con la existencia de una población numerosa, un impresionante desarrollo de las artes y el comercio. Tan grandiosa fue esta ciudad de 20 kilómetros de extensión- sólo la pirámide del Sol tiene una base, casi cuadrada, de 222 m por 225 m y una altura de 63 m- que llegó a albergar una población de 200 mil habitantes (cifra que superaba la de la ciudad de Roma en su mayor momento de esplendor) y se han localizado, por ejemplo, 400 talleres sólo para trabajar la obsidiana. Otro rasgo característico de los teotihuacanos es su pintura mural, misma que mantuvo una estrecha relación con sus creencias religiosas; la mayoría de sus representaciones pictóricas se abocaron a tratar temas míticos. Esta particularidad se observa, en reiteradas ocasiones, en la desproporción que guarda la cabeza de las deidades respecto a su cuerpo. Organización social y política: la diferenciación social se hizo muy evidente, entre otras formas, mediante la construcción civil. Los palacios y conjuntos residenciales se destacaron por

su decoración, interna y externa, la cual demostraba que eran destinados a miembros de la jerarquía gobernante y religiosa. Esos conjuntos residenciales eran grandes unidades cuadrangulares, con varios aposentos comunicados entre sí por patios interiores, algunos de los cuales contenían pequeños adoratorios, carecían de ventanas y, en reiteradas ocasiones, sólo tuvieron una entrada o acceso. Los techos eran planos, apoyados en vigas de madera y sostenidos por columnas. Los edificios eran pintados tanto en sus exteriores como interiores. Además, los teotihuacanos inauguraron una

tradición que aún vivimos los mexicanos del siglo XXI, pues señalaron su supremacía metropolitana respecto a otras regiones; esto es, delineó el centralismo del valle de México, que ha caracterizado a nuestro país por cientos de años. La dominación teotihuacana comenzó a declinar hacia los años 650 al 900 d.C. y no se debió a una sola causa, sino a varios factores, entre los cuales se puede mencionar una fragmentación interna de los grupos gobernantes, problemas de tipo ecológico y la llegada de tropas guerreras que la empezaron a hostilizar.

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Desde el punto de vista político, Teotihuacán se erigió como un verdadero estado al mantener el control hegemónico sobre gran parte de Mesoamérica. El gobierno se centró en las figuras de sacerdotes y caudillos, principalmente, aunque los comerciantes tuvieron mucha influencia en las decisiones político-económicas. Culturas del centro de Veracruz Diversas sociedades se asentaron en lo que hoy se considera la costa-centro del estado de Veracruz. La conjunción de tales grupos encuentra en la región de El Tajín su más acabada expresión, y se tratará con mayor detalle al aludir a la cultura totonaca por considerarla repre-sentativa. Culturas del occidente (1800 a. C. al 1521 d. C.) Ubicación geográfica: esta región se enmarca en el estado de Sinaloa, Nayarit, Colima, Jalisco y Michoacán, Guerrero y parte de Oaxaca, y presenta colindancia con la región centro norte y el altiplano central, por lo que se inciden mutuamente. Economía: dada la gran amplitud geográfica y climática de esta región se desarrollaron actividades diversas, siendo la agricultura la más importante (maíz, frijol y calabaza), pero la pesca también fue significativa y complementaron con la recolección y aprovechamiento de los productos del bosque. Un aspecto que los distingue de sus vecinos de las otras dos grandes sub áreas de Mesoamérica es su artesanía de arcilla, concha, metalurgia y la relacionada con la funeraria. Organización social: al estar constituida esta región por distintos grupos se presentan características diferentes —y el caso más complejo lo ejemplifican los purépechas, por lo que se presenta separado—, mas en general fueron sociedades sin distinciones extrapoladas aunque con un importante sentido de unidad cuando se requería hacer frente a grupos invasores de otras regiones. Elementos culturales: los habitantes de occidente sirvieron de conexión con los pueblos oasis americanos, sobre los que ejercieron influencia, aunque también la recibieron. En cuanto a la producción artesanal su especialidad fue la arcilla, la concha y la metalurgia; este tipo de vestigios generalmente se han encontrado en las llamadas «tumbas de tiro», que son excavaciones semiprofundas en la tierra donde sepultaban a sus muertos acompañados de ollas de distintas clases, figurillas y otros elementos necesarios para lo que ellos consideraban sería «proseguir un camino en la otra vida» Los grupos culturales que sobresalieron más en esta zona fueron los huicholes, chupícuaros, coras, tepehuanos y purépechas; algunos de sus rasgos particulares son los siguientes

a) Huicholes: habitan en lugares de la sierra Madre Occidental, al norte del estado de Jalisco, en Nayarit, Zacatecas y Durango; su principal actividad económica fue y sigue siendo la agricultura y la explotación forestal. Un elemento distintivo de esta cultura es el manejo del peyote —cactácea de propiedades alucinógenas— como elemento básico de sus actividades religiosas. Este grupo también se conoce como wirrárica y es uno de los que menos mestizaje ha permitido. Los chamanes son sus autoridades y ellos preparan a sus sucesores.

b) Chupícuaros: ubicados en los estados de Jalisco, Nayarit, Colima, Guerrero, Michoacán y fundamentalmente Guanajuato; se caracterizaron por trabajar el barro y la madera para producir artículos de uso diario, principalmente objetos relacionados con el almacenamiento de granos y agua, como es el caso de las jícaras. Elaboraron una cerámica adornada con motivos geométricos.

c) Coras: ocuparon parte del estado de Nayarit y el estado de Durango; pueblo ampliamente agrícola que desarrolló también labores de recolección de plantas y semillas con fines religiosos y medicinales. Su artesanía fue escasa; lo más llamativo de ella es el trabajo de fibras naturales para hacer textiles. Los coras consideran que la enfermedad se produce por enojo de sus dioses y requieren de su chamán para auxiliarles.

d) Tepehuanos: también conocidos como ódamis se dividen en dos grupos en función de su ubicación geográfica; los «del norte», ubicados en el sur de Chihuahua, más influenciados por los rarámuris, que se diferencian por ello de los localizados en los estados de Durango, Nayarit y Jalisco, y que son los «del sur» Ellos se denominan, en conjunto, cultura ódami. En el ámbito artesanal trabajaron el barro principalmente y las mujeres confeccionan utensilios aprovechando los bules o guajes (fruto de una enredadera similar a la calabaza) para transportar líquidos; también fabricaron cucharas y hateas de madera. Su afición a la música les ha hecho elaborar sonajas y flautas con carrizo.

Del centro norte Ubicación geográfica: distintos grupos ocuparon territorio de los estados de Durango, Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí. Economía: la principal actividad fue el comercio con las culturas oasisamericanas y, en épocas distintas, con las principales sociedades mesoamericanas; desarrollaron poca agricultura, aunque lo hicieron creativamente por medio de la construcción de canales de agua y el almacenamiento de la precipitación pluvial; en algunas zonas se dedicaron a la pesca. Organización social: preponderantemente nómadas, por lo que desarrollaron pocos y pequeños grupos organizados que viajaban en conjunto para su defensa. Elementos culturales: con base en los elementos diferenciadores de los grupos que habitaron esta amplia región señalamos algunos rasgos particulares: Caxcanes: principalmente ubicado en la región de Aguascalientes; su organización social se basó en un sistema de aldeas, en el que había una población principal de la que las otras más pequeñas dependían; su principal actividad fue el comercio de productos como la sal y también se dedicaron a la guerra con fines de expansión. Guachichiles, zacatecos y guamares: asentados en Coahuila, Guanajuato, Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí, estos tres grupos fundamentalmente se dedicaron al comercio, la caza y la guerra buscando conquistar otros pueblos; se caracterizaron por ser agresivos y las

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leyendas de la región cuentan que en algunos casos llegaron al canibalismo como botín de guerra. Pames: habitaron en el estado de San Luis Potosí; dedicados a la agricultura y al comercio de productos hechos de fibras de la región como la palma; poca actividad cerámica enfocada a la creación de artículos como ollas y platos. Toltecas (900 al 1200 d. C.) Ubicación geográfica: el territorio en el que se asentó la cultura tolteca se circunscribe principalmente a una parte del centro de México y, más específicamente, al actual estado de Hidalgo. Sin embargo, su influencia, como la teotihuacana, se dejó sentir hasta Centroamérica. Dos fueron los grupos que dieron origen a esta cultura: los nonoalcas y los toltecas-chichimecas. Los nonoalcas: eran originarios de la costa del Golfo de México y de lo que hoy es el estado de Puebla. Su característica principal, rasgo primordial del posclásico, es el espíritu guerrero. Los toltecas-chichimecas: se habían desplazado desde el norte de Mesoamérica y fueron for-jando una cultura conforme bajaban hacia el altiplano central. Cuando ambos grupos inte-ractuaron pacíficamente —entre el 700 y el 900 d. C. sobre territorio hidalguense, fundaron su capital, Tula (de Tollan, lugar de tules). Los toltecas son mesoamericanos de la región central. Economía: los toltecas también dependían de la agricultura. Su ubicación cercana al río Tula les permitía irrigar sus tierras y cosechar maíz, frijol, amaranto y, en ciertos lugares, algodón. No obstante, el comercio se volvió otra actividad económica fundamental cuando rehabilitaron las antiguas redes teotihuacanas —de quienes decían descender— y se extendieron por casi toda Mesoamérica, incluida la región maya. Así, los toltecas disfrutaron de variados productos y materias primas que necesitaban: cerámica, obsidiana, cacao, conchas y perlas marinas, plumas, etc. La otra fuente de recursos económicos fue el tributo, pues en los años de su mayor expansión, hacia el 1200 d. C., habían logrado someter por la fuerza a varios grupos de la zona del altiplano mexicano. Elementos culturales: fueron excelentes escultores; las columnas que conocemos con el nombre de Atlantes lo confirman; pero también, y muy apegada a su concepción religiosa de la vida, surgieron elementos de tipo místico que repercutieron en todas las culturas con las que interactuaron, ya de manera pacífica, ya de manera violenta. Según los toltecas, en Tollan tuvo lugar el enfrentamiento entre los cultos a Quetzalcóatl y a Tezcatlipoca. El culto al primero, encabezado por Ce Ácatl Topiltzin, predicaba la vida piadosa y ofrendas de animales a los dioses; en tanto, Tezcatlipoca exigía sacrificios humanos. Topiltzin propugnó por formas de convivencia más civilizadas e hizo florecer la arquitectura, la pintura y la escultura; pero, a la postre, fue depuesto y obligado a salir de la ciudad en 987 d.C., año en que marchó rumbo a la península de Yucatán y se estableció entre los mayas, a los que llevó el culto a Quetzalcóatl, que fue llamado Kukulcán por esa civilización, según una versión del hecho; otra señala que se embarcó sobre aguas del Golfo de México donde se inmoló y, en llamas, ascendió al firmamento, transformándose en la estrella Venus. La figura de Quetzalcóatl como dios de la luz, la bondad y la paz, enfrentado a Tezcatlipoca, dios de la oscuridad, el mal y la guerra, nos remite más a lo ideológico y a la necesidad de legitimar el tipo de sociedad guerrera que los sustentaba. Esta confrontación entre el bien y el mal fue determinante en la cultura mexica que los sucedió, pues de los toltecas les heredaron la profecía del regreso de Quetzalcóatl, misma que los condicionó profundamente. Pero así como aportaron este

elemento ideológico, también consolidaron una visión guerrera de la vida y, con ello, el surgimiento de los estados militares. Organización social y política: con los toltecas la estratificación social empezó a hacer de la figura del militar una de las más importantes. A partir de ellos surgieron profesionales de la guerra que adoptaron determinadas denominaciones: guerreros águila, guerreros jaguar, guerreros coyote. Estos contingentes fueron adorados y temidos e hicieron que los jóvenes desearan pertenecer a tales cuerpos pues les traía prestigio y poder. En los estratos inferiores estaban los campesinos y algunos artesanos. En la cúspide de la pirámide estaba, a partir de la derrota de Topiltzin, el gran caudillo militar. Con los toltecas se presentó una modificación importante en cuanto al tipo de gobierno que desplegaron. En un inicio, la supremacía de los sacerdotes, característica de las culturas teocráticas, fue evidente; hacia su fase de consolidación, la casta militar empezó a desplazar en jerarquía a los sacerdotes. Para inicios del siglo XXI Guillermo Marín escribe: La Toltecayotl, como dice Miguel León Portilla, o La Toltequidad, como la llama don Juan, es la suma de conocimientos, usos y costumbres que los pueblos mesoamericanos han elaborado a partir de la experimentación con diversas vías para allegarse el conocimiento. Don Juan, quien se llama a sí mismo tolteca, dice que el conocimiento que posee no lo inventó él, que ha sido producto de muchos hombres que a lo largo de miles de años lo han ido formando y puliendo, preservándolo de peligros propios t' ajenos. José Luis Martínez, en su obra Netzahualcóyotl. Vida y obra, en la página 80 dice: “No es extraño, entonces, que en sus ideas religiosas Netzahualcóyotl haya vuelto también a las antiguas doctrinas toltecas”. Lo que sabemos de este pueblo es por lo general legendario e incierto. Para los antiguos pueblos indígenas de mediados del siglo XV lo Tolteca —o la Toltequidad o -Toltecayotl— era un sinónimo de perfección, arte y sabiduría, y el pueblo o el período tolteca se consideraba el pasado remoto p dorado del conjunto de los pueblos nahuas. Huastecos (600 al 1 521 d. C.) Ubicación geográfica: en el norte del estado de Veracruz, desde el río Cazones hasta el río Pánuco —que sirve como límite con Tamaulipas—, y dentro de territorio tamaulipeco hasta Soto la Marina, así como en las colindancias de San Luis Potosí e Hidalgo, y parte del estado de Querétaro, se asentaron varios grupos que se identificaron con el nombre de huastecos. Sin embargo ellos, hasta la actualidad, prefieren llamarse a sí mismos teenek, que quiere decir «los que viven en el campo con su idioma, sangre y comparten la idea». Esta región se constituye de cuatro zonas ecológicas: la costa, la planicie costera, la llanura y la montaña, características que influyeron para darles algunas singularidades, mas también son mesoamericanos de la región Costa del Golfo. Economía: la región huasteca se constituyó por varios señoríos, no muy grandes, que se basaron en la agricultura intensiva de maíz, frijol y calabaza. El cuidado del algodón y su fino trabajo les posibilitó confeccionar telas para vestimenta. La pesca y la caza también fueron actividades que les permitieron el necesario

sustento y la elaboración de ciertos artículos que los caracterizaron, como cinturones de piel que remataban con caracoles para atemorizar a los enemigos en los combates. La alfarería les permitió comercializar, hacia el centro de Mesoamérica, piezas de color café decoradas con dibujos que representaban nubes de humo y alas de mariposa. Rasgos culturales: entre los huastecos se desarrolló una producción escultórica muy

particular, al utilizar suave roca arenisca o caliza y recrear la figura humana, tanto de hombres como de mujeres, ricamente ataviados especialmente las mujeres con la típica blusa huasteca y el quechquémel. Además, crearon figurillas femeninas semidesnudas y con muslos muy exagerados; también representaron a ancianos y jorobados. La arquitectura no fue monumental; una de sus principales pirámides tiene una base de casi 24 metros cuadrados y una altura de 11.30 m. Los huastecos se deformaban el cráneo, se limaban los dientes y los pintaban, así como su pelo; se tatuaban en zigzag el rostro y el cuerpo; se adornaban con orejeras y narigueras y se cubrían la cabeza con gorros cónicos. En lo referente a su cosmogonía, se han situado, preferentemente, entre dos puntos cardinales: el oriente,

que se relaciona con el mar; y el occidente, relacionado con la sierra. Sus deidades principales tuvieron como eje al maíz, an ithith; a Centéotl —diosa del maíz tierno—; a Tlazoltéotl —diosa del amor— y a Tláloc —dios de la lluvia—. Organización social y política: los huastecos se organizaban como pequeños señoríos independientes y autónomos, pero ante extraños se aliaban, y cada grupo tenía una localidad principal. Ciertos grupos podían subordinar a otros menores que les pagaban tributos y los gobernaba un cacique, cargo que heredaba a su hijo; en caso de no tenerlo se nombraba a un principal llamado pascole. En muy raras ocasiones la esposa o hermana del cacique llegó a gobernar, pero apoyada indistintamente por un juez auxiliar —oklek— que, asimismo, era asesorado por los —mayules— mayores. Mixtecos (900 al 1 521 d. C.) Ubicación geográfica: los mixtecos —de Mixtlán, «lugar de nubes o neblina, se asentaron en los altos valles occidentales de Oaxaca, al mismo tiempo que los zapotecos hicieron lo propio en los valles centrales. A finales del periodo Clásico, comienza un periodo de invasión mixteca a los valles centrales. Basados en un sistema de guerra, en la diplomacia y en el establecimiento de enlaces matrimoniales, los mixtecos lograron ocupar las tierras de cultivo de los zapotecos y controlaron las rutas de comercio. Los mixtecos caracterizan, junto con los zapotecos, a los mesoamericanos de la región Oaxaca. La interacción entre ambas culturas trajo como consecuencia la construcción de los palacios

de Mida y de Yagul, principales centros urbanos donde los mixtecos vivieron su etapa de mayor esplendor durante el posclásico. Economía: en contraste con la cultura zapoteca —eminentemente clásica y teocrática—, la mixteca es una cultura moderna, fuertemente relacionada con los toltecas y los nahuas más guerrera y de originales expresiones artísticas que incluían objetos de cerámica policroma, la cuenta de su historia y su cosmovisión. Un rasgo específico de los mixtecos se encuentra en la producción ornamental que perdura hasta nuestros días, en el fino trabajo metalúrgico y de orfebrería donde utilizan oro, plata, turquesa, jade, concha, entre otros materiales. Organización social y política: los primeros asentamientos mixtecos eran pequeñas aldeas que agrupaban varias familias nucleares que con el tiempo albergaron hasta unos 3000 habitantes. En contraste con los centros urbanos zapotecos del valle central, los mixtecos eran pequeños, por lo que no se dio el predominio de ninguna ciudad hasta la construcción de Mida en el Posclásico. Se ha dicho que los mixtecos no desarrollaron una diversificación mayor de actividades ni, por consiguiente, una marcada división del trabajo; por lo mismo, su estratificación social no fue sofisticada. Totonacas (900 al 1521 d. C.) Ubicación geográfica: sobre el estado de Veracruz, primordialmente, a partir del 900 d.C. se inició el poblamiento de un espacio cultural que recibió el nombre de Totonacapan y que albergó a diversos pueblos. El Totonacapan fue un área que abarcó, en su límite sur, desde el río Papaloapan —en el estado de Veracruz, y que incluyó zonas del estado de Oaxaca— hasta el río Cazones —en el centro-norte veracruzano— como su límite norte; en el poniente su frontera la marcó la Sierra Madre Oriental y el Atlántico se constituyó su confín al oriente. Según su propia lengua, totonaca designa «tres corazones». Este grupo mesoamericano pertenece a la región Costa del Golfo. Economía: como en toda Mesoamérica la agricultura fue la actividad básica entre los totonacas; cultivaron maíz, frijol, calabaza, chile, tomate, camote, aguacate, algodón, tabaco y vainilla. Dadas las favorables condiciones que los ríos de la zona les proporcionaron (así como un adecuado sistema de canales que denotan sus conocimientos de ingeniería), fueron capaces de levantar dos cosechas anuales de maíz, su cultivo principal. La caza, y sobre todo la pesca —tanto en ríos como en mar—, les permitieron la obtención de valiosos recursos que, además de diversificar su dieta, les posibilitaron opciones de intercambio con otros pueblos; su producción artesanal requirió del uso de diferentes técnicas: para la pesca se valieron de redes y anzuelos; para la agricultura utilizaron el sistema de barbecho; para la caza usaron lanzas, cerbatanas, arcos y flechas que les permitieron consumir jabalí, venado, mapache y armadillo. Los totonacas supieron trabajar las conchas y los caracoles marinos, labraron la piedra, tejieron la palma y desarrollaron un arte plumario que les generó, también, productos para comercializar. Rasgos culturales: uno de los elementos más significativos de la cultura totonaca es su cerámica; sobresalen las llamadas «caritas sonrientes», pues son pocas las culturas que han

plasmado la risa en su producción artística. Esas figuras representan a servidores de los dioses que están relacionados con las artes (la música, el canto y la danza) y son testimonio de un sentido festivo de la vida. Otro elemento particular es el uso de la rueda —hecha de barro— en algunos juguetes, lo que evidencia que conocieron esta importante creación, mas no le dieron un uso práctico. En cuanto a su producción escultórica, sobresalen los yugos —esculturas en forma de «u», que se asocian con los entierros y el juego de pelota y que representan una boca que «devora» a los muertos—; las hachas son objetos de piedra —con un corte agudo— que figuran personas o animales y se relacionan con ceremonias mortuorias; las palmas, también de piedra, son piezas que tienen una base angosta y conforme ascienden se vuelven más amplias. Tienen significados diversos y muestran relieves que representan desde animales hasta escenas completas de alguna ceremonia o hecho importante. Los totonacas fueron sumamente religiosos y se rigieron por calendarios de tal índole, además de los agrícolas. Su siglo se constituía de 52 años. Sus principales deidades tienen una relación directa con los ciclos agrarios: el sol, Chichini, es el dueño del maíz; la luna —una deidad masculina— es rival del sol y lucha contra él durante los eclipses; el trueno es representado por un viejo —se asocia con la lluvia—, y el señor del monte o dueño de los animales cuida del bosque y de la fauna que allí habita; por influencias chichimecas adoraron a Tláloc, Quetzalcóatl, Xipe-Totec, entre otros dioses. Para los totonacas el juego de pelota era una actividad sumamente importante, como lo manifiesta la gran cantidad de canchas ubicadas en sus sitios ceremoniales, sobre todo en la región de El Tajín; los jugadores se protegían con anchos cinturones forrados de algodón y cuero.

Con los totonacas es perceptible la variación que se da en una sociedad que empieza a hacer de la guerra una forma de vida, sobre todo por la presencia de otros pueblos que comienzan a expandirse bélicamente, prefigurándose una tendencia militarista; al mismo tiempo, se vuelve muy importante el sacrificio humano. Organización social y política: la diferenciación social dentro de las comunidades totonacas fue muy estable. En el sitio más alto de la pirámide se ubicaban los nobles y los sacerdotes posteriormente se sumaron los

militares—; les seguía un grupo de señores de menor rango, con artesanos y comerciantes; en el último escalón estaban los campesinos, cargadores, sirvientes, soldados y esclavos. Una de las formas de marcar la jerarquía del rango superior fue la deformación craneana. Los totonacas se gobernaban mediante señoríos independientes —cada uno con sus sacerdotes y, paulatinamente, con jefes militares— y realizaban alianzas cuando se sentían amenazados, en particular por los toltecas y los mexicas. Purépechas (1000 al 1 521 d. C.) Ubicación geográfica: sobre el actual estado de Michoacán, principalmente, pero también en parte de los estados de Jalisco, Colima y Guanajuato, constituida por cinco regiones:

Japóndarhu (lugar del lago), Eráxamani (cañada de los once pueb los), Juátarisi (meseta), Jurhío (lugar de la tierra caliente) y Zacapu, los purépechas forjaron un imperio. La región del lago de Pátzcuaro fue muy importante, y la diversidad ecológica les permitió sustentos diversos. Su origen ha presupuesto dos hipótesis: una plantea que llegaron del suroeste de los Estados Unidos, y la otra que se desplazaron desde Perú, sustentada en investigaciones lingüísticas que relacionan a la lengua purépecha con el quechua. Hasta hace muy poco tiempo se les designaba como tarascos, nombre que les asignaron los españoles conquistadores, mas en la actualidad sus descendientes se reconocen con su nombre original, purépecha, que quiere decir gente o persona. Este grupo pertenece a la región Occidente del área mesoamericana. Economía: la economía de los purépechas tuvo su base en la agricultura y el cultivo del maíz. Sin embargo, ellos sí utilizaron algunas rudimentarias herramientas elaboradas con cobre, algo excepcional en toda la historia del México antiguo. La pesca fue otra actividad que les permitió alimentar a su población —dada la riqueza y adecuada explotación de sus lagos—, así como la caza de variadas especies que vivían en la gran diversidad forestal. Una actividad artístico-económica muy apreciada fue la realización de objetos suntuarios elaborados con plumas; también su trabajo en oro y cobre permitió producir mercancías para comercializar. Rasgos culturales: los purépechas, hasta el inicio de 1325 d. C., lograron una unión política importante y se debió a uno de sus principales reyes, Tariácuri, quien convenció a los pescadores de las islas del lago de Pátzcuaro, a los agricultores de las orillas y a los cazadores-recolectores de los bosques de la conveniencia de asociarse para evitar el avance de los mexicas sobre su territorio. A partir de ese acuerdo, los purépechas se extendieron y consolidaron tres centros de poder: Pátzcuaro, Ihuatzio y Tzintzuntzán. En esta última población, lugar de los colibríes, se construyó un centro religioso significativo, sobre todo por-que ese sitio, bajo el gobierno de Tzitzipandácuri, dominó a los otros dos. El principal dios purépecha fue Curicveri o Curicaueri, a quien le rendían culto durante una fiesta —equataconsquaro— que duraba veinte días, y que pertenecía al grupo de los «dioses mayores», los que regían el cielo, la tierra y el infierno. Los purépechas no erigieron construcciones monumentales; sus principales edificios se conocen con el nombre de yácatas, que sirvieron como residencias y templos funerarios de los reyes, y que incluían un santuario dedicado a su principal deidad, Curicaueri. Las yácatas —que en purépecha significa amontonamiento de piedras— se construyeron en forma rectangular, o de T, y como característica particular presentaron sus extremos redondeados; la mayoría de ellas sobreponía cinco niveles. Como en los otros grupos mesoamericanos, en un círculo adyacente a las construcciones religiosas se ubicaron las residencias y los palacios de los nobles y, hacia las afueras, los barrios de los artesanos. Otro aspecto que los diferencia de los mesoamericanos se evidenció en sus prácticas funerarias, pues sus tumbas tenían la función de albergar los cuerpos para protegerlos y conservarlos, pero no se clausuraban sino que podían abrirse para que los deudos las visitaran.

Organización social y política: entre los purépechas se vivió una clara diferenciación social: el lugar de mayor jerarquía era ocupado por el rey —llamado cazonci o brecha—, quien era el representante directo de su dios principal; le seguía el grupo de los señores principales —acháecha—, luego los sacerdotes, y la base la constituían los campesinos, pescadores, artesanos, mercaderes y esclavos El gobierno purépecha fue teocrático-militar. Los diversos señoríos eran gobernados por los sacerdotes y los militares, por sucesión hereditaria. El imperio lo dirigía el rey —sumo sacerdote—, pero se apoyaba en un número importante de oficiales y nobles que se encargaban de recaudar tributos y proteger sus fronteras. El imperio purépecha fue capaz de resistir las incursiones mexicas y no sucumbir. Mexicas (1 111 al 1 521 d. C.) Ubicación geográfica: en lo que hoy es la ciudad de México, más específicamente en el lago de Texcoco, se asentó definitivamente el grupo mexica después de iniciar su desplazamiento desde el noroeste de Mesoamérica. Una vez establecido en el valle de México, inició un proceso de expansión no registrado con anterioridad. El espacio geográfico que llegó a dominar alcanzó hasta los actuales linderos con Guatemala, hacia el sur, y hasta linderos de Aridoamérica, en el norte.

El recorrido que efectuaron los mexicas hasta Texcoco tiene una constatación histórica únicamente desde el momento en que interactuaron con los toltecas —después de la caída de Tula, al llegar al altiplano central—, no así desde el sitio de donde son originarios. Esta fase de la peregrinación, del lugar de origen hasta el Valle de México, tiene menos fuentes fidedignas para realizar el rastreo. Además, los mexicas empezaron a registrar la propia recreación de su origen con la pretensión de justificar su existencia guerrera. De esta forma, conocemos que partieron de Aztlán —lugar de las siete cuevas— y que su dios les indicó las

características del sitio donde debían fundar lo que sería su imperio. Ese sitio fue el lago de Texcoco, ya que allí encontraron el islote donde un águila, posada sobre un nopal, devoraba una serpiente; esto fue hacia el año de 1325 d. C., aproximadamente; llamaron a su «tierra prometida» Tenochtitlán, en honor a su caudillo Tenoch. La travesía duró 200 años. Ellos pertenecen al área mesoamericana en su región llamada Altiplano central. Economía: una vez que los mexicas lograron imponer su hegemonía sobre los demás grupos que poblaban el Valle de México y gran parte de Mesoamérica, basaron su economía en la agricultura, el comercio, la guerra, y en un complejo sistema tributario; esto último es lo que los diferencia de los grupos que hemos tratado con anterioridad. Su producción agrícola fue ampliamente diversificada, en función del vastísimo territorio que dominaron y que les proporcionaba gran variedad de plantas, frutas, tubérculos y granos, tanto para alimentarse como para industrializarlos, entre otros: algodón chile, frijol, calabaza, achiote, tabaco, tomate, cacao, hule, vainilla, nopal, maguey y, primordialmente, maíz.

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Sus técnicas de cultivo comprendían el sistema de tumba, roza, y quema; el secado del lago en donde se asentaron, la construcción de chinampas y, en otros lugares, un efectivo sistema de riego. Tales recursos les permitieron una explotación agrícola intensiva. Los mexicas no dejaron de practicar la pesca y la caza, sobre todo de aves migratorias que llegaban hasta la región lacustre del valle de México. De igual forma que para los antecesores teotihuacanos y toltecas, el comercio fue otra actividad económica preponderante y, herederos de las redes que aquéllos habían creado, su influencia abarcó toda Mesoamérica. Sin embargo, la guerra fue el eje dinamizador de su economía; regiones enteras de Mesoamérica fueron tributarias de los mexicas y sus sustentadoras una vez sometidas por la fuerza. Desde lejanos territorios llegaban a Tenochtitlán diversos productos estipulados por los gobernantes mexicas, dependiendo de los recursos naturales que los pueblos avasallados explotaran; sin embargo, también los propios mexicas debían pagar determinados impuestos a sus autoridades. Otro rasgo significativo de la economía mexica se basó en que el Estado era el propietario de la tierra y no existía la propiedad privada como la conocemos hoy en día, aunque hay que señalar que el usufructo de ella tenía dos modalidades: una restringida, en la cual sólo algunos grupos se beneficiaban de ella, pero no eran dueños, y otra de carácter público, donde los bienes eran para todos. Rasgos culturales: los mexicas se convirtieron en los herederos de muchos avances cientí-ficos, creencias religiosas y expresiones artísticas de los pueblos que les antecedieron. Cada grupo retomaba lo que le hacía más fácil la vida —tanto en lo material como en lo espiritual—, con lo cual lograron concretar un poder impresionante debido a que supieron asimilar lo que los fortalecía y, en la medida de sus necesidades, permitían que los pueblos que dominaban mantuvieran sus prácticas cotidianas de vida. Sin embargo, ellos impusieron una serie de creencias religiosas a varios de los pueblos que sojuzgaron para controlarlos no sólo por las armas sino también por una forma de entender y explicar la realidad. En ese sentido, el panteón mexica fue estableciendo a sus deidades como las responsables de su quehacer y, aunque la cantidad de dioses fue muy grande, sólo se mencionarán los principales:

a) Huitzilopotchtli, dios de la guerra, que tenía en su mano un rayo solar destructor.

b) Coatlicue, «la de falda de serpiente» (la serpiente como animal que recogía las inmundi-cias para dejar limpia la tierra), madre de Huitzilopochtli.

c) Tezcatlipoca, «el espejo humeante», dios de la noche. Era una deidad de Texcoco, pero

también tenía mucha importancia para los mexicas por su capacidad para adoptar dife-rentes personalidades («el dador de vida», «el caprichoso», «el tirano», «nuestro señor», «el conocedor de la gente» (...). Era un dios misterioso y maligno. Los mexicas lo consideraban el creador. El espejo con el que se representa simboliza el poder adivinatorio del dios y sus sacerdotes. Gracias a este poder de predecir el futuro también era el dios del destino.

d) Tonatiuh, dios-sol, era la fuerza primordial de la vida y, por ello, su grupo más devoto fue

el de los guerreros. Los mexicas creían que era necesario alimentarlo con la sangre de los enemigos para que continuara girando sobre su curso y el mundo no se acabara.

e) Tláloc, dios de la lluvia, también una de las más antiguas y adoradas deidades, ya que la

mexica era una sociedad agraria.

f) Chalchiuhtlicue, la mujer de la falda de jade, diosa de las aguas subterráneas. Se le describía como la hermana de Tláloc y su culto estaba unido al de la regeneración de la tierra y la fertilidad.

g) Huehuetéotl, dios del fuego, casi siempre representado

como un anciano.

h) Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, dios de la tormenta. Era el dios/sacerdote, bondadoso, de Tula, que había jurado volver para desterrar a Tezcatlipoca, dios principalmente bélico. Ambos encarnaban la lucha eterna entre el bien y el mal, la paz y la guerra.

i) Paynal, dios mensajero de los aztecas, era el lugarteniente

de Huitzilopochtli en la guerra. A él se dedicaba el Xocotl, uno de los doscientos festivales mexicas que había al año.

Dada la trascendencia de sus dioses, la arquitectura y la escultura se convirtieron en manifestaciones visibles para rendirles pleitesía. Las pirámides del culto, especialmente las dedicadas a Tláloc y Huitzilopochtli en el Templo Mayor —en la ciudad de México—, son una muestra de la majestuosidad arquitectónica, y las representaciones en piedra de Tláloc, Coatlicue y Coyolxauhqui, así como «la piedra del sol», ejemplifican la capacidad de sus escultores.

Tenochtitlán, la capital del imperio mexica, fue una proeza de la ingeniería. Su ubicación, a partir de un islote, requirió de una numerosa mano de obra para ir disecando el lago y, al mismo tiempo, elaborar un trazo regular para aprovechar las aguas y transitar mediante canoas. También contaron con puentes levadizos. La ciudad se dividía en barrios y era atravesada por cuatro grandes calzadas. Las construcciones religiosas se erigieron en el centro y hasta ellas se hacía llegar agua potable a través de un acueducto que tendieron desde Chapultepec. El otro gran punto de atracción fueron los grandes mercados; sobresalía el de Tlatelolco, en el que se concentraban productos de casi

toda Mesoamérica. Los mexicas también fueron grandes pintores. No es fácil imaginar que Tenochtitlán hubiera tenido gran colorido en sus edificaciones religiosas y civiles, pero los códices que crearon evidencian su dominio en la pintura y, además, la necesidad de registrar su historia. Cuando arribaron los ejércitos de Hernán Cortés a Tenochtitlán, quedaron impactados por la grandeza de una ciudad que llegó a albergar 80 000 habitantes en una extensión de 13 kilómetros cuadrados.

Organización social y política: la sociedad mexica estaba dividida en diferentes grupos. El de menos posibilidades económicas y derechos civiles era el de los esclavos, obtenidos mediante las constantes guerras que escenificaban, los cuales eran empleados para trabajos forzados o para ser sacrificados. Era un grupo minoritario. Después se ubicaba la mayoría de la población —dedicada a la agricultura y a la artesanía—, organizada en una institución denominada calpulli. El calpulli se aglutinaba por vínculos de parentesco y sus integrantes pagaban un tributo al gobierno, quien les daba protección y les podía conceder tierras para cultivar. Además, el calpulli se encargaba de dar educación deportiva, religiosa y militar a sus jóvenes.

El siguiente escalón social correspondía a comerciantes, sacerdotes, funcionarios y mili-tares. Los comerciantes eran un grupo muy importante debido a su capacidad de movilidad —a través de sus vínculos— por todo el territorio dominado por los mexicas; asimismo, tenían la posibilidad de enterarse de cualquier posible sublevación e informar a las autoridades. Se les conocía como pochtecas. En cuanto a los militares, en una sociedad de guerra, eran privilegiados. El siguiente escaño era ocupado por los nobles; en la cúspide de la pirámide social estaba el tlatoani, señor supremo de Tenochtitlán.

Para los mexicas de la peregrinación, los sacerdotes fueron sus máximas autoridades. Después de que murió Tenoch, decidieron nombrar a un rey para que los gobernara, por lo que, en 1376, Acamapichtli fue su primer tlatoani. De allí, hasta ser derrotados por los españoles, gobernaron Huizilíhuitl, Chilmalpopoca, Izcóalt, Moctezuma, Axayácatl, Tizoc, Ahuizotl, Moctezuma II, Cuitláhuac y Cuauhtémoc. Resulta necesario recordar que, antes de que se erigieran como el gran imperio, realizaron alianzas muy importantes con el rey de Texcoco y el de Tlacopan (Tacuba) para adueñarse de la región lacustre de Texcoco, pero después los derrotaron y los mantuvieron como sus aliados.

BLOQUE 5 LA CONQUISTA DE MEXICO UNIDAD DE COMPETENCIA Interpreta su realidad social a partir de la descripción de los acontecimientos históricos ocurridos en Europa, y que influyeron para la conquista de México. Describe la situación social que existía en México a la momento de la conquista y determina sus repercusiones en la ciudad.

5.1 Causas económicas, políticas, sociales y culturales que motivaron los viajes de exploración de Portugal y España La consolidación del imperio mexica durante el siglo XV y principios del XVI no estuvo in-fluenciada por ideas o elementos materiales externos a la realidad que se construía sobre el territorio americano, mas ello no quiere decir que no existieran condiciones diferentes en el continente europeo.

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En la parte occidental de Europa, más específicamente en los reinos ibéricos de España y Portugal, se registraban varios procesos importantes, pero el esencial residía en la pretensión de explorar territorios que les posibilitaran obtener riqueza aun a costa de arriesgarse a recorrer los mares. Tal determinación tenía como sustento su sólida experiencia comercial, al igual que la de los italianos, dado que la fiebre mercantil se había desatado desde el inicio de «las Cruzadas» (siglo XI, cuando artículos desconocidos fueron llevados a la Europa Occidental desde el Lejano Oriente), pero en el momento en que los turcos se adueñaron de Constantinopla, la «ruta de las especias» se cerró y eso incentivó a buscar otros caminos para llegar hasta la India y China. Algunas ciudades italianas se habían beneficiado con el comercio gracias a su estratégica ubicación geográfica sobre el mar Mediterráneo y los mercaderes de esos lugares. Al ir acumulando fuertes cantidades de riqueza, empezaron a rivalizar con la aristocracia feudal, que los veía como seres inferiores que debían trabajar para vivir. El nuevo grupo socioeconómico que empezaba a tener poder económico, pero no político, se auxilió de los más impresionantes artistas, quienes también miraban —como resultado de su increíble sensibilidad y conocimientos— la necesidad de modificar el tipo de organización feudal dominante para impulsar la transformación que se requería. En pocas palabras, el Renacimiento y el germen del capitalismo hacían su aparición en Italia pero —una gran diferencia con los ibéricos— fue que estos últimos contaban con la capacidad marítima para aventurarse sobre aguas del océano Atlántico y no sólo en el mar Mediterráneo. Esa nueva realidad económico-social, si bien incipiente, promovió que los añejos reyes comprendieran la necesidad de apoyar la legitimidad de la propiedad privada y de estimular la ampliación y el control de los mercados para activar sus economías. La forma en que los diversos gobiernos monárquicos emprendieron la transformación fue lo que los diferenció al paso del tiempo; pero esa transformación no fue voluntaria sino motivada por la presencia de los nuevos grupos sociales que los forzaban constantemente. El mercantilismo apareció como una nueva realidad económica y se transformó en doctrina al plantear la necesidad del enriquecimiento de las emergentes naciones mediante la acumulación de metales preciosos. En términos muy sucintos el mercantilismo proponía que el Estado captara y centralizara la más grande cantidad de monedas de oro y plata a través de la venta de sus productos (que les debían ser pagados en oro y plata) y una reducida compra de productos extranjeros para no deshacerse de su propia riqueza. El proceso expansionista de España y Portugal para fines del siglo XV era irrefrenable. Además, este creciente poderío se relacionaba con una experiencia de guerra que le había permitido a los ibéricos expulsar de su península a los árabes (quienes se habían adueñado de la misma cerca de ochocientos años), y con una generación de hombres nuevos forjados en la lucha, las condiciones materiales e ideológicas se conjugaron para cimentar grandes empresas. Correspondió a la Corona española, no sin desconfianza, apoyar a un marinero italiano que decía poder llegar a la India, a Catay (China) y a Cipango (Japón) —navegando sobre las aguas del Océano Atlántico— para hacerse de mercancías que podrían venderse posteriormente. De tal forma, motivados por un afán expansionista y por la posibilidad de acumular metales preciosos y artículos muy cotizados en el mercado europeo, los Reyes católicos sufragaron la expedición de Cristóbal Colón.

5.2 Loa viajes de Cristóbal Colón y el descubrimiento de América Con el objetivo económico como motor, y con el apoyo de la reina Isabel, el 3 de agosto de 1492 Cristóbal Colón inició un largo viaje para encontrar una nueva ruta al Oriente para

comprar especias, sedas, perfumes y otros artículos suntuosos. Convencido de que la Tierra era redonda, este navegante genovés esperaba alcanzar las costas asiáticas y sus codiciados productos. Pero en vez de esto, el 12 de octubre llegó con sus tres embarcaciones —La Niña, La Pinta y La Santa María— a Guanahaní, isla de las Antillas (actual Watling, en el archipiélago de las Bahamas) y, tomando posesión de ella, la nombró San Salvador. En este viaje llegó también a las islas de Cuba y Haití, a la cual llamó La Española. A su regreso Colón rindió cuentas de su empresa a los Reyes católicos (reyes de Castilla y Aragón), aunque antes se había entrevistado con el rey Juan II de Portugal (al

tener que desembarcar en Lisboa por cuestiones climáticas), quien comprendió los alcances de lo revelado por Colón y, desde ese momento, se inició una disputa entre el reino de Portugal y el de España por considerarse ambos dueños de lo descubierto. La autoridad reconocida como la única para resolver tal conflicto era la del papa Alejandro VI. El rey de Portugal alegaba derechos en tal sentido aludiendo un tratado pactado entre él y los Reyes católicos —tratado de Alcálovas— unos años atrás para precisar los límites territoriales y marinos de sus reinos. Alejandro VI, de origen español y quien recibió fuertes ofrecimientos de Isabel y Fernando, confirmó a sus majestades católicas la posesión de las remotas islas y tierras firmes del mar oceánico en el año de 1493, a través de una bula que les confería el poder absoluto, la autoridad y la jurisdicción sobre dichos territorios, así como la obligación de hacer difusión de la fe católica a todos sus moradores y naturales. Entre mayo y septiembre de ese año siguieron las negociaciones, pues el rey de Portugal no se daba por satisfecho con la línea imaginaria trazada para dividir las po-sesiones que les correspondían y que especificaba la potestad de España sobre todas las tierras no reclamadas que estuvieran 100 leguas (500 metros) al oeste de las islas Azores. Por haber sido definida por el papa Alejandro VI la línea imaginaria, aunque con una referencia geográfica, se conoció como Línea Alejandrina. Las diferencias llegaron a posibilitar una guerra entre ambos reinos y los Reyes católicos aceptaron una modificación que se estableció en el llamado Tratado de Tordesillas —sitio de la reunión donde se congregaron y donde se hizo evidente la presencia de especialistas en geografía y navegación, como asesores de los monarcas, para ubicar bajo preceptos rigurosos las nuevas demarcaciones—, aunque el papa Alejandro no modificó su postura. Correspondió a su sucesor, Julio II, ya en los inicios del siglo XVI, corroborar las demarcaciones aceptadas entre los contendientes. La parte

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españoles y portugueses sustancial del tratado, establecía una nueva línea de demarcación que partía del Polo Norte hacia el Polo Sur con una distancia de 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde (archipiélago ubicado en el océano Atlántico, frente a las costas del actual país de Senegal, y que habían sido descubiertas por los portugueses en sus viajes realizados para la captura de esclavos africanos). Esta modificación posibilitó que la parte más oriental de Brasil correspondiera al área de acción de Portugal, cuando en 1500 arribaron a tal lugar. La falta de acuerdos formales entre los reinos ibéricos no impidió que los viajes de exploración se incrementaran a partir de 1493, sobre todo cuando se conocieron los primeros testimonios de Colón a través de la difusión de una carta que redactó para dar a conocer su hazaña; la carta fue impresa y traducida y fue motivo de múltiples debates. Así se organizaron muchas expediciones que salieron del «Viejo» al «Nuevo Mundo» en busca de oro y riquezas, principalmente. El contacto entre los habitantes de las dos grandes masas continentales se estableció defi-nitivamente pero, como es obvio, en esos años el territorio que hoy conocemos como América no tenía tal nombre y, al estar poblado por una diversidad de hombres y mujeres, los «recién llegados» tuvieron que relacionarse con ellos y designar esos nuevos lugares. Además, la ma-nera en que se dio tal relación por parte de los europeos estaba orientada para subordinar lo que iba apareciendo a su paso (pues los primeros naturales de las islas caribeñas en llegar a España no lo hicieron voluntariamente) y, desde entonces, es posible poner fecha a una resis-tencia de los americanos a tal sometimiento pero, también, a una peculiar integración de dos formas de entender la vida. Cristóbal Colón realizó tres viajes más hacia las tierras que había encontrado en octubre de 1492. Casi un año después, en septiembre, salió de Cádiz con 17 naves y 1200 hombres. Llegó a lo que hoy es la isla de Puerto Rico y fundó la primera ciudad, Isabela, en honor de la reina de España. Volvió a costas cubanas, luego a la actual isla de Jamaica y hacia 1494 tocó tierra continental. Regresó a España hasta 1496. El tercer viaje que comandó Colón sólo contó con ocho naves y 226 hombres —algunos de ellos presos que así obtuvieron su libertad— e inició en 1498. La situación no fue de lo mejor. Su prestigio y poder se vieron sumamente deteriorados porque había ocultado información respectiva a criaderos de perlas. Esa información llegó hasta los reyes, quienes procedieron a destituirlo como máxima autoridad y nombraron a Francisco de Bobadilla como su sustituto. Los Colón —Cristóbal y sus hijos Bartolomé y Diego— ofrecieron resistencia y eso les costó ser regresados a España como prisioneros del rey. Una vez ante los monarcas españoles, Cristóbal Colón recibió ciertas disculpas y, además, le encomendaron un cuarto viaje. Con sólo cuatro naves, una más que en 1492, y con 150 hombres, partió de Cádiz en 1502. En esta travesía llegó hasta el actual territorio de Honduras y recorrió la costa panameña. La aventura le llevó a la pérdida de dos de sus embarcaciones. Al dirigirse a La Española encalló en Jamaica y con posterioridad se enfiló sin ningún botín importante hacia España. Llegó en 1504, fracasado. Murió dos años después. Los viajes de Colón demostraron la existencia de tierras por conquistar, si bien para el año de su muerte Américo Vespucio sugería que podía ser una masa continental distinta a la hasta entonces reconocida.

5.3 Primeros contactos con el territorio mexicano (expediciones españolas a América) Los viajes de exploración A partir de 1492 distintas expediciones zarparon de España y Portugal sobre el océano Atlánti-co —aunque posteriormente los ingleses y holandeses también lo hicieron (sin hacer caso de las bulas papales, pues no reconocían su autoridad) — y las islas caribeñas fueron los primeros sitios de asentamiento, primordialmente de españoles. Para el siglo XVI la relación establecida por los europeos hacia los nativos y su entorno había alterado profundamente el anterior paisaje, pues casi habían agotado los recursos de sus nuevos dominios y por ello la idea de avanzar hacia Occidente tomaba más y más fuerza. A esta necesidad de rápido enriqueci-miento, pero sólo a través de la utilización intensiva de «los otros» —a quienes se les llegó a negar su condición de humanos para poderlos explotar hasta su agotamiento—, se sumó el hecho de que el hombre medieval veía cómo su propia iniciativa y arrojo rompían los dogmas establecidos, sobre todo aquellos que establecían la determinación de Dios como el único motor de cualquier movimiento, y se percibía capaz de moldear su propio destino. Una nueva era se había abierto y los hombres con intereses más terrenales que divinos se atrevían a buscar su propio paraíso en la tierra. Francisco Hernández de Córdoba Correspondió a Francisco Hernández de Córdoba, quien se asentó en la isla de Cuba en 1511 y se había vuelto un rico terrateniente, vislumbrar la idea de realizar viajes marítimos para ver la posibilidad de encontrar otras zonas terrestres y conquistarlas. Habían transcurrido casi 25 años y las tierras mesoamericanas no se habían alcanzado debido a las difíciles condiciones en las que se desarrollaban los viajes por mar. Algunas incursiones anteriores no habían

fructificado pues zozobraron en el intento. Así ha sido explicada la presencia de quince náufragos que llegaron a la península de Yucatán y de los cuales sólo dos sobrevivieron: Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar, quienes de alguna manera se relacionaron con los mayas. Pero Francisco Hernández de Córdoba decidió buscar fortuna y recibió el apoyo del gobernador de Cuba, Diego de Velázquez, para realizar un viaje de exploración. Zarparon de La Habana en 1517, la aventura se enfrentó con una tempestad que los hizo perder el rumbo y, después de dos semanas de navegar al garete, llegaron a Isla Mujeres. Ése fue el primer grupo de españoles que pisó tierras mesoamericanas y que tomó a Cuba para darlo a conocer. Después de Isla Mujeres —llamada así por la gran cantidad de figurillas femeninas allí encontradas— bordearon la península yucateca y llegaron a Champotón (Campeche); la sorpresa que causó entre los indígenas el tipo de armas que usaron los españoles, y la contundencia, les permitió escapar aunque pudieron tener conocimiento de la riqueza que allí podían encontrar y obtuvieron la certeza de un gran territorio por conquistar. Hernández de Córdoba murió después de regresar a Cuba con un reducido número de hombres. Juan de Grijalva Para continuar con la empresa de exploración iniciada por Hernández de Córdoba, Juan de Grijalva reunió el dinero necesario y obtuvo la autorización de Velázquez para retomar el proceso de búsqueda de nuevas tierras. Ese nuevo intento se concretó en 1518 y la expedición llegó a las costas de la península de Yucatán —que era considerada todavía una isla—; bordeándola llegaron a la desembocadura de un poderoso río en tierras de lo que hoy es el estado de Tabasco. Allí fue recibido por una embajada mexica enviada por Moctezuma, quien le ofreció regalos, entre ellos piezas confeccionadas de oro. Continuó hacia las actuales costas de Veracruz y retornó a Cuba. A partir de las noticias que comunicó al gobernador, se consolidó la idea de la existencia de un gran territorio lleno de metales preciosos, justamente cuando los nuevos Estados nacionales requerían de ellos para sustentar su poderío. Hernán Cortés En octubre de 1518 Hernán Cortés recibió una serie de instrucciones al ser nombrado capitán de otra expedición, pero pronto fue destituido de este cargo por el gobernador de Cuba, Diego de Velázquez, quien se había dado cuenta de la desmesurada ambición del capitán. Enterado de su situación, zarpó sin el permiso de la autoridad y arribó a costas mexicanas, primero a la península de Yucatán; en Cozumel entabló contacto con algunos habitantes de la zona y supo de la presencia de Jerónimo de Aguilar, aquel español quien, junto con Gonzalo Guerrero, había sobrevivido al naufragio de un viaje de exploración. Aguilar se sumó a las filas de Cortés y Guerrero se quedó con los mayas. Cortés siguió hacia Tabasco, donde fue atacado por sus pobladores, pero la superioridad del armamento de los españoles les dio el triunfo. Ante esta situación le fueron entregadas varias mujeres en calidad de esclavas y una de ellas fue Malintzin (Malinche). Siguió la expedición su recorrido y llegó el Viernes Santo de 1519 a Chalchicueyecan, en tierras veracruzanas. Para ese momento, Cortés tomó una decisión determinante, gracias a ciertos estudios de derecho que le permitieron darse cuenta de lo ilegal de su proceder y con una maniobra jurídica resolvió su problema: fundó una nueva villa, con ayuntamiento propio, que le hacía formalmente independiente del gobernador de Cuba. Acto seguido, el ayuntamiento nombró a Cortés «Justicia Mayor y Capitán General», lo invistió con

autoridad civil y militar y lo facultó para explorar y conquistar tierras para los reyes de España, a quienes sí reconocía como autoridades superiores y rompía con Diego de Velázquez. Acto seguido, asumió la determinación de ir tierra adentro, lo que le hizo lle-gar hasta Cempoala —en el actual estado de Veracruz—, tierra de los

totonacas, donde tuvo su primer contacto con una autoridad mesoamericana, conocida como «el cacique Gordo». En esta primera reunión, Cortés ganó un aliado contra los mexicas, quienes sojuzgaban a los cempoaltecas. Allí se hizo evidente la violencia de que eran capaces los españoles cuando destruyeron las representaciones de las deidades mesoamericanas. Tal hecho generó una reacción airada de los cempoaltecas, pero Cortés hizo que Malintzin les comunicara que ésa era una condición para mantener la alianza. A su vez, los españoles se percataron de que los indígenas los veían como dioses y se encargaron de reforzar esa apreciación, misma que —de alguna manera— ellos también creían, en el sentido de ser envia-dos de Dios para convertir a «los infieles». Su idea providencialista era una reminiscencia de la guerra que habían librado contra los árabes, en la nada lejana guerra de reconquista española. En este momento resulta importante señalar que Malintzin, al igual que el señor de Cempoala, y luego otros señores principales y miles de indígenas, vieron en Cortés y en sus hombres a un poderoso aliado para sustraerse del yugo de los mexicas. Así, ni Malintzin ni los señoríos aliados de Cortés pueden ser vistos como traidores, pues ellos padecían la dominación —en ocasiones muy cruel— de los mexicas. Hay que observar también que Mesoamérica no era una unidad política que aglutinara a las diversas civilizaciones que en ella se albergaban y que, además, aceptaran por voluntad propia la supremacía mexica. En esos años no se tenía la idea de patria o nación que hoy conocemos, simplemente porque no existía. Otra audaz medida de Cortés fue el envío de una embajada suya hacia España, para informar a los reyes de las intenciones de conquista; en julio de 1519 zarpó una nave con dos oficiales de su confianza, quienes llevaron regalos a los monarcas. Días después ordenó el desmantelamiento de sus otras naves y, con más información del territorio sobre el que se encontraba, enfiló hacia Tenochtitlán, dejando en la Villa Rica de la Vera Cruz el ayuntamiento que había fundado. Salió con 400 peones, 15 jinetes, 6 piezas de artillería, así como varios centenares de indígenas cargadores de alimentos e implementos de guerra. Para entonces, la noticia de su presencia se extendió sobre todo el imperio mexica, dónde la idea del regreso de Quetzalcóatl en el año ce ácatl (1 caña), equivalente a 1519, comenzó a cobrar fuerza; 30 a 35 años después de la llegada de los españoles a tierras mexicanas, Fray Bernardino de Sahagún escuchó de los indígenas este relato acerca de la presencia de los ibéricos:

(…) ya estaba a punto de acabar el año trece conejo (1518), cuando los españoles vinieron a surgir, he aquí que fueron vistos una vez mas, y enseguida los mayordomos se dieron prisa para avisar a Moctezuma. Cuando oyó esto, enseguida prontamente envió mensajeros, como si creyer, como si se persuadiera de que el, nuestro señor Quetzalcoatl, quien iba a surgir. Porque estaba grabado en sus corazón que vendrá un dia (en el año ce acatl), y que surgirá par hacer valer su poder y autoridad.

5.4 La conquista de México-Tenochtitlán La conquista material Enfilado hacia Tenochtitlán, Cortés pasó por Xalapa y las inmediaciones del Cofre de Perote (Veracruz), llegando a Tlaxcala. En el camino se le unieron, entre otros, cholultecas, otomíes y tlaxcaltecas. La alianza definitiva fue con estos últimos quienes, a pesar de proceder del mismo tronco que los mexicas, eran independientes del imperio y siempre habían resistido sus embates. Se unieron a los españoles en pos de un trato distinto. A cada paso, Cortés y sus hombres hacían gala de fuerza y poder, no importaba si eran recibidos con cierto agrado o repulsión; los españoles eran despiadados y organizaban masacres que atemorizaban a los indígenas, quienes terminaban uniéndose a la causa en contra del enemigo común: los mexicas. Cada vez más cerca de su destino, Cortés tocó territorio de Cuitláhuac, señor de Ixtapalapa, quien obedeciendo las órdenes de Moctezuma albergó a los extranjeros. El día 8 de noviembre los españoles entraron a Tenochtitlán, donde Moctezuma salió a recibirlos, instalándolos después en el palacio de Axayácatl. Los españoles conocieron la grandeza de la metrópoli mexica y Hernán Cortés, en su segunda carta de relación al emperador Carlos V, comentó con asombro lo que vio: Esta gran ciudad de Tenochtitlan esta fundada en una laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la ciudad, por cualquier parte que quisieran entrar a ella, hay dos leguas, tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano (…) Es tan grande la ciudad como Sevilla y Cordoba. Son las calles, digo las principales, muy anchas, y muy derechas, y algunas y de estas y todas las demás son la mitad de tierra, y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas (…) Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuos mercados y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo (…) Seis días después de su asiento, Cortés tomó prisionero a Moctezuma pretextando la muerte de algunos españoles a manos de súbditos mexicas en la zona de Nautla, Veracruz. Fue entonces cuando Cortés comenzó a dar órdenes. Muchos de los señoríos pertenecientes al imperio mexica se le rindieron, mientras sus aliados lo auxiliaron para saquear Tenochtitlán. Ya instalado en la gran ciudad, el capitán fue avisado del desembarco de tropas españolas procedentes de Cuba. Al frente del numeroso contingente —1400 hombres— se encontraba el capitán Pánfilo Narváez, quien tenía instrucciones de someter y conducir al insurrecto capitán de regreso a la isla. Rápidamente, Cortés salió a su encuentro dejando la plaza de México en

manos de Pedro de Alvarado. Narváez fue sorprendido en Cempoala, y su persona y sus tropas quedaron reducidas a las órdenes del nuevo y poderoso capitán general.

En ausencia de Cortés, la cual duró aproximadamente 26 días, Alvarado y sus huestes rea-lizaron un acto de suma provocación contra los mexicas, quienes no habían decidido expulsar a aquellos extranjeros para no despertar su ira. Por esos días iba a realizarse una fiesta —como tradicionalmente lo hacían los mexicas— en honor de Huitzilopochtli. Los preparativos inquietaron a Alvarado por el movimiento de tanta gente pero fue calmado por la explicación que Moctezuma le ofreció al respecto: la máxima deidad mexica era a quien se festejaría. De esa manera, el general español supo que en el

Templo Mayor se reunirían los principales señores y guerreros para rendir culto a su Dios, y le pidió a Moctezuma que congregara al mayor número de ellos para hacer más concurrido el evento. Una vez que empezó, y los mexicas estuvieron congregados alrededor de la plaza principal, Alvarado ordenó a sus hombres masacrarlos a todos, quienes jamás comprendieron la artimaña española. Esta acción provocó el enojo de una muchedumbre que supo cómo habían sido engañados sus hombres más apreciados. La reacción popular se presentó y Alvarado llevó a Moctezuma ante su pueblo en busca de evitar el estallido. Enterado Cortés de tal situación, regresó a Tenochtitlán y se percató de que los mexicas habían cortado el suministro de víveres y agua para los españoles; habiendo llegado hasta el palacio de Moctezuma también lo hizo comparecer

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para ordenarle restableciera los servicios. Moctezuma negoció la libertad de Cuitláhuac para hacer llegar a sus súbditos sus dictámenes y, una vez obtenida, el hermano del emperador inició la lucha contra los españoles. Cortés trató nuevamente de que Moctezuma controlara a sus súbditos y lo presentó desde la azotea del palacio de Axayácatl para contenerlos, pero éstos no lo escucharon; por el contrario, lo repudiaron y apedrearon. Las crónicas hispanas plantean que las heridas ahí provocadas lo condujeron a la muerte; los relatos indígenas señalan a los españoles como los asesinos. En torno a este suceso, los sobrevivientes reseñaron a fray Diego Durán su postura: Huidos los españoles (…) los mexicanos entraron a los aposentos a buscar a su rey Moctezuma (…) le hallaron muerto, con una cadena a los pies y con cinco puñaladas en el pecho (…) Dicen la pedrada no haber sido nada, ni haberle hecho mucho daño, y que en realidad de verdad, le hallaron muerto a puñaladas y la pedrada ya casi sana en la mollera. La situación se tornó tensa para los españoles, que no encontraban forma de salir de Tenochtitlán, pero decidieron hacerlo el último día de junio de 1520. De esa determinación, Diego Muñoz Camargo, mestizo de Tlaxcala (pueblo que sirvió a los españoles), rescató la versión de sus paisanos, y asienta: Ordenados su hacer y escuadrones, salieron una noche, cuando todo estaba en silencio y sosegado, comenzaron a marchar con el mayor secreto del mundo (…) pero una mujer los vio, la cual dicha vieja debió de ser el demonio que comenzó a dar muy grandes voces diciendo (…) Ea Mexicanos (…) ¿Cómo dormís tanto que se os van los dioses que teneis encerrados? Mirad que no se os vallan (…) matadlos y acabadlos porque no se rehagan y vuelvan sobre vuestra ciudad con mano armada (…) la vocería que a esta hora había en México (no se puede describir) porque con la multitud de gentes, de noche y obscuras, se mataban unos a otros sin poderlo enviar; y comenzaron a arremeter y dar en los muertos tan cruelmente y con tan gran ira, ímpetu y coraje y furia, que no parecían sino leones fieros y encarnizados y hambrientos, y los nuestros en defenderse (…) lo mejor que pudieran, cuya salida no pudo ser sin gran daño y perdida de los nuestros porque en la refriega murieron más de cuatrocientos y cincuenta españoles y sinnúmero de los amigos de Tlaxcala, aunque se dice que fueron cuatro mil amigos. Los conquistadores, además, perdieron 45 caballos. Esa noche es conocida en la historia como la Noche Triste. La retirada continuó durante siete días hasta llegar a Otumba, donde derrotaron a un ejército mexica y se dirigieron a Tlaxcala. Allí, los tlaxcaltecas los recibieron y les dieron cobijo. Durante su restablecimiento, Cortés planeó la total conquista de Tenochtitlán. Primero, se lanzó con un ejército compacto contra pequeños señoríos, a los cuales derrotó con facilidad y redujo a sus habitantes a la esclavitud, marcándoles el rostro, como al ganado, para hacer evidente que eran esclavos. Esa situación causó un fuerte impacto psicológico entre los demás pobladores que supieron de tal acción. Así, se le rindieron otras poblaciones para tratar de evitar tal crueldad. Una vez logrado esto, envió otra carta a Carlos V para informarle de su hacer. Por su lado, los mexicas nombraron emperador a Cuitláhuac, quien envió embajadores a Tlaxcala y a Michoacán para concertar alianzas y combatir a los extranjeros, pero no consiguió su objetivo. Conjuntamente con este fracaso, se presentó una epidemia de viruela que duró sesenta días, en la que murió también el joven Cuitláhuac.

Sahagún recuperó el recuerdo de parte de los sobrevivientes, quienes comentaron: Y los españoles todavía no se habían levantado contra nosotros cuando, de entrada, se produjo una gran enfermedad pustulosa (…) ella extendió sobre nosotros una gran devastación. A algunos los cubrió completamente; por todas partes se extendió. Fue una gran ruina, muchas personas murieron en ella. Ya no podían pasearse, únicamente se mantenían en su cama. Ya no podían moverse, ya no podían menearse, ya no podían agitarse, ya no podían volverse de lado, ya no podían tumbarse sobre el vientre, ya no podían acostarse sobre la espalda. Y cuando se movían, gritaban mucho. Fue una gran ruina. Entonces muchos hombres murieron de eso y muchos otros simplemente murieron de hambre; ya nadie se preocupaba por los otros, ya nadie hacia nada por lo demás. En cuanto a los españoles, éstos iniciaron la construcción de bergantines para sitiar la capital mexica por agua. Con este armamento atacaron Ixtapalapa, Chalco y Mixquic, y aunque se defendieron tenazmente, al fin fueron sojuzgados. Cortés fue dominando poco a poco a todos los habitantes de la ribera del lago de Texcoco. Paralelamente a estos hechos, los mexicas nombraron a Cuauhtémoc, sobrino de Moctezuma, como su nuevo monarca, quien, al igual que Cuitláhuac, intentó conciliar con los michoacanos, toltecas y otros señoríos, sin conseguir su propósito. No obstante, dirigió los trabajos de defensa de su ciudad. Esta información le llegó a fray Diego Durán a través de la «lectura» de códices y manuscritos de los indios, así como por los testimonios orales; en su Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de Tierra Firme. Sin embargo, Cortés y sus capitanes ya habían delimitado un plan de ataque para tomar Tenochtitlán: se elaboraron cien mil astiles y casquillos de cobre para las puntas de las flechas, se fabricó y acopió pólvora y se armaron los bergantines; los efectivos eran: 200 peones de es-pada, 118 ballesteros y arcabuceros, 86 jinetes, 3 cañones de hierro, 15 cañones de bronce, 10 toneladas de pólvora y 80 mil indígenas aliados bien armados.

El ataque a Tenochtitlán se planeó con base en cuatro líneas ofensivas: la primera, con Pedro de Alvarado, incursionaría por Tacuba; la segunda, a las órdenes de Cristóbal de Olid, avanzaría desde Coyoacán; la tercera, al mando de Gonzalo de Sandoval, atacaría por Ixtapa-lapa; la cuarta, liderada por Cortés, se aproximaría por vía acuífera, tripulando los bergantines y disparando sus cañones, y también como reserva para apoyar a cualquier otra de las tres alas de su ofensiva. En abril de 1521 se inició el cerco de Tenochtitlán. Dentro de la estrategia acordada, demolieron parte del acueducto de Chapultepec para dejar sin agua potable a la ciudad. Después, cada capitán puso en práctica las órdenes establecidas. En cada punto se libraron cruentos combates, pues los mexicas también habían decidido su defensa en correspondencia con los movimientos de los españoles; sin embargo, las armas de Cortés, sobre todo los cañones, fueron más efectivas que las de los mexicas.

Desde el 26 de mayo los mexicas no recibían agua potable, por lo que almacenaron el agua de la lluvia e iniciaron el consumo de tallos, raíces y pequeños animales lacustres. Cortés ofreció en varias ocasiones la paz, pero no la aceptaron. A partir de ese día, la lucha fue encarnizada; los mexicas fueron replegándose hacia Tlatelolco; los españoles incendiaban y destruían; su avance era lento pero demoledor. Del 21 al 27 de julio (dos meses después del inicio del ataque) hubo enfrentamientos que dejaron un saldo de 9000 defensores muertos. Los españoles tomaron Tlatelolco; los mexicas se retiraron más al norte y rechazaron otra vez el ofrecimiento de paz. En agosto, el baluarte de Cuauhtémoc defendía la estatua de Huitzilopochtli, pero también a una población que no tenía agua, alimentos, medicinas ni tiempo para enterrar o incinerar a sus muertos. Del sitio al último reducto mexica, nuevamente Diego Durán asentó: (…) ya Cuauhtemoc no tenia gente ni fuerzas para poder defender, por la mucha que le habían muerto, y por haberlos otros desamparado y huidose de la ciudad, por la grande hambre que padecían, determino no mostrar flaquezas no cobardia, antes queriendo dar a entender que no le faltaba gente y fuerzas para se defender, hizo vestir a todas las mujeres de la ciudad con sus armas y rodelas y espadas en las manos, y que luego de mañana se subiesen a las azoteas de todas las casas y que hiciesen ademanes de menosprecio (…) Pero, al fin y al cabo, los españoles, con favor de los indios y ayuda de los amigos, los vencieron y ahuyentaron y el valeroso rey Cuauhtemoc se metió en una canoa pequeña (…) con un solo remero que lo sacaba de la ciudad. El cual (rey) fue preso de unos españoles que estaban en un bergantín y llevado ante el Marques. El Marques, viendo un mozo de tan poca edad, aunque gentil hombre y de buen parecer, le dijo: Decidle a Cuauhtemoc que ¿Por qué permitió destruir una ciudad a costa de tantas vidas, como estos días han costado, así de los suyos, como de los nuestros, habiéndole rogado tantas veces con la paz? El valeroso mancebo le respondió: Decidle al capitán que he hecho lo que era obligado por defender miciudad y reino, como el hiciera en el suyo, si yo se lo fuera a quitar. Pero pues que no pude y me tiene en su poder, que tome ese puñal y me mate. Y extendiendo la mano, saco al Marques su pañal que en la cinta tenia y se lo puso en la mano, rogándole lo matase con el. Tenochtitlán se rindió después de un cerco de 90 días, y el imperio mexica se fragmentó en cientos de señoríos menores y sojuzgados; toda antigua alianza quedó rota para que los mexicas perecieran solos. El temor de ser considerados como amigos de los vencidos propició que la gente de Cuautitlán, Tenayuca, Azcapotzalco y Coyoacán negaran su antigua relación, como lo hicieron —aun antes de terminado el sitio— los indígenas de Cempoala, Tlaxcala, Huexotzingo, Cho-lula, Texcoco, Chalco, Acolhuacán, Cuauhnáhuac (Cuernavaca), Otumba, Nautla, Tizapán, Xochimilco, Mizquic y Culhuacán. Con la destrucción se inició un largo periodo de

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dominación atendiendo las líneas marcadas por un pequeño grupo de aventureros que daban paso a la Nueva España. A partir del 13 de agosto de 1521, fecha de la toma de Tenochtitlán por los españoles, Hernán Cortés gobernó a título de Jefe del Ejército, en virtud de los poderes que le atribuyó el Ayuntamiento de la Villa Rica de la Vera Cruz y, en octubre de 1522, fue nombrado gobernador y Capitán General de la Nueva España por Carlos V. A partir de ese momento fue a vivir a Co-yoacán y dirigió la reconstrucción de México-Tenochtitlán, siguiendo patrones europeos. Hasta su nuevo lugar de residencia llegó su esposa, Catalina Juárez Marcaida, quien murió misteriosamente unos meses después. Dada una insubordinación de Cristóbal de Olid, uno de sus oficiales, dejó la ciudad de México y sólo regresó a ella hasta 1526, cuando recibió la noticia de que sería sometido a una investigación por orden del rey Carlos V. El primer enviado murió pocos días después de llegar hasta Cortés, al igual que un segundo encargado de tal función. La siguiente orden real fue que se presentara en España. Allí se le destituyó de su autoridad sobre la Nueva España y se le otorgó el título de marqués del Valle de Oaxaca, mismo que abarcaba 22 villas y 23 000 vasallos. Regresó a Nueva España, casado, hacia 1530. Cuando Cortés volvió, gobernaba una nueva figura política: la Audiencia. Entonces Cortés decidió seguir incursionando en otros territorios, llegando hasta la actual península de Baja California. Considerando que la Corona Española no era justa con él, decidió ir a España y quejarse ante el rey por la intromisión del primer virrey en sus dominios. En esa estancia en su lugar de origen, murió en 1547, a los 62 años de edad. La conquista espiritual Amplios espacios de Mesoamérica y Aridoamérica se constituyeron como las regiones más importantes del actual territorio mexicano sobre los que se efectuaron transformaciones irreversibles desde el momento en que fueron conquistados por las tropas españolas. Si bien el imperio mexica expandió su dominación, principalmente desde la meseta central de México hasta tierras de Guatemala, con base en su poderío militar, tal sometimiento no exterminó, sino que respetó —en la medida de lo posible— la organización económica, política y social de las culturas que le fueron contemporáneas porque, al hacer esto, se aseguraba el pago de los tributos y, como consecuencia, su existencia misma. Sin embargo, es preciso no olvidar que el poderío militar mexica tenía un fuerte sentido religioso y por ello se veneraba prioritariamente a Huitzilopochtli; pero su mitología también sentenciaba el regreso de Quetzalcóatl, quien volvería por el Oriente para restablecer su reino. De esta forma se comprende la conjunción de elementos —en el interior de la organización mexica— que coadyuvaron al triunfo de los españoles: un gran resentimiento de las civilizaciones sometidas a tal imperio, la profecía de Quetzalcóatl y las discrepancias entre los nobles en cuanto a la forma de recibir a los extranjeros. La conquista militar de Tenochtitlán y la violencia ejercida con posterioridad por parte de los vencedores incidieron de manera muy fuerte en el decrecimiento poblacional que se presentó entre los nativos. Esta problemática, aunada a la determinación del papa Alejandro VI de convertir al cristianismo a los naturales sometidos obligó a Cortés a solicitar a España el envío de religiosos interesados en extender la fe católica en el nuevo continente.

Ante esta necesidad surgida en los nuevos territorios se tomaron dos determinaciones prioritarias:

a) Ningún reino, de los recién descubiertos, tenía independencia frente a Roma, es decir, ante el Papa, que era el representante de Cristo en la Tierra.

b) Los naturales que habitaban las nuevas

tierras tenían el derecho inalienable de toda cultura racional, es decir, ser considerados humanos, independientemente de su condición religiosa; pero, como eran bárbaros, debían ser «redimidos» por la gente de razón.

Si bien estos dos argumentos sustentaron el periodo de la Conquista, hubo sacerdotes católicos, surgidos de las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares, que se opusieron a la teoría de los «hombres superiores», pregonada por los intelectuales al servicio del Rey y del Papa. Así, Bartolomé de las Casas, religioso avecindado en territorios americanos, respondió a Ginés de Sepúlveda, jurista español, que «los indios no eran seres irracionales ni bárbaros, ni siervos por naturaleza porque de serlo, la Divina Providencia habría cometido un error al crear al hombre». Los religiosos tuvieron así, en muchos casos, para con los indígenas, una respuesta distinta a la de los militares, pero no menos impactante. Con Hernán Cortés había llegado fray Bartolomé de Olmedo, y antes de la caída de Tenochtitlán ya había otros tres religiosos, aunque para 1523 sólo sobrevivía fray Pedro de Gante. En 1524 llegaron doce frailes franciscanos quienes, como nuevos apóstoles, iniciaron la conquista espiritual de los indios, apoyados por una disposición del Papa; con ellos se inició la evangelización sistemática. Posteriormente a la llegada de los franciscanos, arribaron en 1526 los primeros dominicos y en 1533 los agustinos. Para 1559, la expansión de la doctrina católica había generado la presencia de 380 franciscanos en 80 casas; 210 dominicos en 40 casas y 212 agustinos en 40 casas. Su distribución obedeció a los distintos momentos en los que llegaron a la Nueva España. Los franciscanos se establecieron en el centro de México (Texcoco, Teotihuacán y Tlaxcala), en el occidente, sobre tierras purépechas (Michoacán) y en una zona de Jalisco que les permitió, tiempo después, dirigirse hacia el norte. Los dominicos se extendieron hacia las regiones zapotecas y mixtecas (Oaxaca). Los agustinos ocuparon espacios no tocados por las órdenes anteriores, aunque abordaron zonas del actual estado de México, hacia Guerrero y el norte de Veracruz.

Una vez establecidos, los misioneros iniciaron una actividad verdaderamente trascendente: para poder comprender los sustentos de la religión indígena, y comenzar así su labor evan-gelizadora, aprendieron el náhuatl y otras lenguas importantes. De tal manera, los conceptos básicos del cristianismo —Dios, Trinidad, cielo, infierno— fueron más fácilmente difundidos cuando los misioneros se percataron que entre los indígenas había valores religiosos afines a los propios:

• La costumbre, entre algunos pueblos, de bañar a los niños recién nacidos en pulque, como queriendo dejarlos limpios, como bautizándolos.

• Tenían la idea de la eternidad después de la muerte, con una especie de cielo y de

infierno.

• El símbolo de la cruz tenía gran presencia entre los naturales, al representar los cuatro puntos cardinales.

Sin embargo, no todos los valores favorecían la labor evangelizadora. Hubo una costumbre, en especial, contra la cual los misioneros lucharon abiertamente: comer trozos de figuras que representaban a sus dioses —hechas normalmente de amaranto, cuyo cultivo se prohibió—por tener este hecho una fuerte semejanza con la comunión católica. La destrucción de todos los ídolos e imágenes sagradas fue otra de las estrategias usadas por los frailes pero, paradó-jicamente, los conquistadores espirituales, cuya misión era extirpar las creencias paganas y borrar toda huella de la cultura prehispánica, fueron los que más conservaron el patrimonio indígena. En sus crónicas podemos hallar los mejores testimonios de la cultura que encontraron los españoles a su llegada.

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Otra orden, muy importante por sus ideas avanzadas, fue la de los jesuitas, que llegaron a Nueva España a partir de 1572, momento desde el cual tuvieron fuerte presencia, dado que Felipe II había solicitado personalmente al general de la Compañía de Jesús, Francisco de Borja, enviara misioneros a las Indias Occidentales. El Rey hizo saber a las autoridades novo-hispanas sus pretensiones: (...) esperamos que su doctrina y ejemplo hayan de ser de gran fruto para nuestros súbditos y vasallos, y que hayan de ayudar grandemente a la institución y conversión del los Indios. Por lo cual (...) os enviamos y encomendamos encarecidamente (…) que luego que los religiosos llegaren a esa tierra los recibáis bien, y con amor, y les déis y hagáis dar todo el valor y ayuda (...) para la fundación puestos donde puedan hacer casas e iglesias a propósito. De 1521 a 1580 se construyeron 250 conventos en Nueva España, principalmente sobre los antiguos lugares sagrados del indígena para evidenciar la supremacía de la nueva religión. Además, estos nuevos espacios sagrados fungían como eventuales fortalezas, posadas y albergues, lo que denota la estrecha relación entre la conquista material de los territorios y la conquista espiritual de sus habitantes. Ambos «contingentes» se adentraban en el territorio para completar la tarea que la Corona española había depositado en sus manos: conquistar, evangelizar y colonizar.

5.4 La colonización de las sociedades del México antiguo Sobre planos intangibles pero presentes —es decir, bajo la aparente «suavidad» de la doctrina católica y la subordinación hacia una metrópoli lejana— y mediante el real ejercicio del poderío militar, los españoles iniciaron la expansión de los dominios de la Corona española sobre el anterior imperio mexica; además, algunos señoríos importantes, como el purépecha, se rindieron en forma pacífica. Los conquistadores seguían movidos a actuar específicamente con la intención de acopiar poder y riquezas. Así, Cortés había enviado capitanes a explorar tierras, someter indígenas, rescatar oro y fundar ciudades. Gonzalo de Sandoval exploró el centro del actual estado de Veracruz y fundó, en 1522, la villa de San Esteban del Puerto (hoy Pánuco); Diego de Ordaz se ocupó del sur, donde fundó el puerto del Espíritu Santo (ahora Coatzacoalcos). Hacia el occidente, Cristóbal de Olid se internó por las actuales tierras de Michoacán y Colima, donde parte de sus tropas fueron derrotadas; posteriormente, volvieron a integrarse para vencer. Los chiapanecos fueron sometidos por Luis Marín entre 1521 y 1524, pero luego se rebelaron y tuvo que acudir Mazariegos para conseguir la pacificación. Nuño de Guzmán se enfiló a la conquista de Nueva Galicia (territorios de Colima, Jalisco y Guerrero) entre 1529 y 1530. Es necesario enfatizar que la conquista no fue un asunto fácil y estable; en muchos lugares el peligro para los españoles de levantamientos indígenas era latente, aunado a los conflictos internos que se presentaban entre los conquistadores. Pero estas situaciones no los detuvieron totalmente, y después de fundar ciudades y puertos, encontraron lugares ricos en producción de plata, como Taxco. Para los años de 1530 a 1540 se inició la construcción de Puebla de los Ángeles; se apresuró la reconstrucción de México-Tenochtitlán, en donde los conquistadores iniciaron el proceso de concentración del poder económico, social y político, y donde residieron varios de los principales capitanes. No obstante, cientos de soldados no recibieron pagos significativos por sus servicios y buscaron formas diversas para beneficiarse, sobre todo mediante el abuso hacia los pobladores de las inmediaciones de las ciudades. La idea de seguir explorando, conquistando y colonizando impulsó a grupos de soldados españoles —de mediana y baja

jerarquía— a adentrarse en los amplísimos territorios de Aridoamérica. El proceso de colonización se mantuvo por casi 300 años. La Conquista abrió paso a la colonización y ésta trajo consigo la necesidad de implantar instituciones y formas de vida propias de España, mismas que alteraron, modificaron o se mezclaron con las de nuestros antepasados mesoamericanos. La colonización usó formas de poblamiento que los españoles habían impuesto —en su propia guerra de reconquista— sobre los

territorios que iban arrebatando a los árabes en la península ibéri-ca. La base era una estructura agro-ganadera —ya fueran ciudades o villas, pero siempre en función de mantener a una población arraigada a la tierra— reconocida por el Rey. Para ello el soberano apoyaba con la construcción de fortines para la defensa y protección de los pobladores. Ese patrón se impuso en las colonias ultramarinas (aunque la presencia indígena las modificó, según su fortaleza —aun dentro de la derrota— y su ubicación geográfica). Así, la Nueva España se concebía como el territorio ocupado y administrado por una potencia extranjera —la España monárquica— de la que dependería en lo político, económico, social y cultural. En la medida en que el imperio español creció bajo los reinados de Carlos V y su hijo Felipe II y el nuevo Estado-Nación español consolidaba la figura del rey como centro rector de la vida política, económica, jurídica y social, en Europa y el nuevo continente otros poderes europeos comenzaron a interesarse en las llamadas Indias Occidentales. Sustentados en la tradición católica y por un frágil derecho

internacional, los españoles pretendían que las tierras del Atlántico fueran exclusivamente suyas. Sin embargo, ya desde 1520, traficantes franceses se aproximaban a las costas de las islas a ejecutar comercio ilegal con los vecinos, sobre todo cuando se supo de las riquezas mineras de Nueva España y Perú. Una de las primeras acciones que pusieron en marcha el proceso de colonización en México ocurrió en 1522 cuando, por cédula real, Carlos V confirmó a Cortés los títulos de Capitán General y Justicia Mayor que éste había adquirido en la Villa Rica, en 1519, a la par de su nombramiento como gobernador de la Nueva España. Seis años después, en 1528, para contrarrestar a las autoridades-soldados, la Corona española determinó crear la Real Audiencia; no obstante, en 1529 el monarca Carlos V volvió a apoyar a Cortés nombrándolo marqués del Valle de Oaxaca y confirmándole el cargo de Capitán General, aunque restándole la posibilidad de impartir justicia. Varias fueron las modalidades administrativas y políticas que España fue creando o recreando para controlar la actividad que se desarrollaba en los territorios recién conquistados. De allí a la

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consolidación del virreinato transcurrieron algunos años y se vivieron diferentes contradicciones entre los primeros conquistadores, las nuevas autoridades, los españoles que llegaron a poblar su colonia, los hijos de españoles ya nacidos en tierra americana, etcétera.

BLOQUE 6 LA VIDA EN MEXICO DURANTE EL VIRREINATO UNIDAD DE COMPETENCIA Identifica los procesos sociales mas importantes que ocurrieron en Mexico durante el virreinato y destaca la manera en que influyen en su comunidad. Identifica las características culturales de Mexico durante el virreinato, las describe y reconoce la forma en que impactan en su vida.

6.1 Organización política y divisiones territoriales de la Nueva España España trasladó muchos de los órganos administrativos empleados en la península ibérica a sus colonias en América, aunque también hubo la necesidad de crear otras instituciones y cargos que cubrieran las necesidades de organización ante realidades diferentes. La primera institución establecida para regular las relaciones con los territorios conquistados se fundó en la propia España. Así, en 1524 surgió un supremo tribunal llamado Real Consejo de Indias —Indias era el nombre con el cual se designaba a los territorios descubiertos por Colón y conquistados por Cortés— con amplias facultades para tratar lo concerniente a las colonias de América, previa consulta con los reyes, y para disponer el gobierno y juzgar a los funcionarios que España mandaba. Formaban este Consejo hombres que se habían distinguido por su sabiduría y prudencia en los asuntos relativos a la realidad que se construía y le correspondía el ejercicio de los poderes ejecutivo, judicial y legislativo. De él dependían virreyes, gobernadores, capitanes generales y audiencias. Este Consejo propuso al rey nombrar un virrey que, con la representación de la Corona y residencia en la ciudad de México, ejercería el gobierno durante la Colonia. En cuanto a las instituciones establecidas en América, en dependencia del mismo proceso de conquista y colonización, fueron surgiendo las siguientes: La Capitanía General. El capitán general, al iniciar la vida colonial, fungía como administrador territorial de los asuntos militares; el primero fue Hernán Cortés. Su nombramiento lo realizó Carlos V —a más de un año de haber tomado la ciudad de Tenochtitlán y bajo cédula real establecía que —hasta que el rey no mandara otra cosa—: Seais nuestro gobernador e capitan general de toda la tierra e provincias de la dicha Nueva España e de la ciudad de Temistitlan /Tenochtitlan/ e que alla tengais la nuestra justicia civil y criminal een las ciudades, villas y lugares que al presente hay e hubiere. Los primeros meses posteriores al triunfo de los españoles fueron gobernados por soldados cercanos a Cortés, y él como autoridad máxima, mas cometieron una serie de abusos sobre los habitantes originarios del territorio que, desde el momento de separación del gobernador de Cuba, se nombró Nueva España. El único contrapeso desde el interior mismo del grupo de españoles que encontraron los soldados fue la postura de los clérigos. La injusticia contra los «naturales» era conocida a partir de la conquista de las islas caribeñas y la oposición más firme la representó Fray Bartolomé de las Casas. Su inquebrantable convicción, junto a la nada disimulada ambición de los soldados, hizo que la investidura de Cortés se modificara con el establecimiento de la Real Audiencia y, posteriormente, con la autoridad del virrey. No obstante,

en los primeros años de la Colonia la capitanía general tuvo mucha importancia debido a su directa relación con el monarca.

• La Real Audiencia. Cuando la Corona Española cobró mayor conocimiento de la gran-deza del nuevo territorio que le pertenecía en el continente americano decidió constituir un organismo colegiado para impartir justicia y ejercer funciones de gobierno, puesto que surgieron constantes disputas entre los habitantes de estas tierras lejanas, pero bajo su responsabilidad. Se creó entonces la Real Audiencia. Sus integrantes, para poder dictaminar, requerían escuchar a los diferentes contendientes, por lo que se les denominaba oidores. En cuanto a autoridad, la Audiencia ocupaba un lugar por debajo del virrey, aunque mantenía un alto nivel de independencia. Las audiencias estuvieron formadas por un presidente y varios oidores, a los que más tarde se añadió un fiscal. Esta institución fue anterior a la formación del virreinato, pero siguió funcionando cuando éste se estableció. Sólo operaron dos en México: la primera dirigida por Nuño de Guzmán, en funciones a partir de 1529, la cual se distinguió por su crueldad contra los indígenas. La segunda, presidida por Sebastián Ramírez Fue leal, en 1531, siendo don Vasco de Quiroga uno de los oidores, fue más benigna, pero resultó incapaz de resolver las diversas problemáticas que se presentaban. Años más tarde se creó la Audiencia de Guadalajara.

• El virrey. Con tal nombre se designó a una figura política que era el representante del rey

fuera de España y dentro de una circunscripción territorial que se denominó virreinato. El virrey era, a la vez, gobernador, capitán general y presidente de la Audiencia; es decir, suprema autoridad ejecutiva, militar y judicial. La administración de tipo virreinal se inició en 1535 para la Nueva España, con Antonio de Mendoza, quien durante su gestión se enfrentó al poder de los soldados conquistadores. El segundo virrey, don Luis de Velasco, inició un gobierno de menor confrontación con la soldadesca y creó la infraestructura adecuada para explotar las zonas productoras de minerales preciosos; sostuvo las leyes que prohibían esclavizar y sobrecargar de trabajo a los indígenas y continuó luchando contra el poder de los encomenderos. Los siguientes virreyes tuvieron que enfrentar otras situaciones, pero se constituyeron en la autoridad más importante, después del rey, hasta 1821. De 1535 a 1821, Nueva España fue gobernada por 12 reyes y 63 administraciones virreinales.

• Las funciones del virrey se precisaron conforme aparecían las realidades que había que normar para administrar la colonia. Una de las principales era dictar las órdenes de tipo militar, tan características de una sociedad de conquista; también debía conocer de los juicios civiles y mantener en armonía la relación entre laicos c Iglesia católica. Lo correspondiente a los recursos económicos era otro renglón a considerar en concordancia con lo establecido por el rey. El virrey también presidía la Real Audiencia.

• Los gobernadores. Fueron los funcionarios encargados de regir los reinos y las

provincias del virreinato; dependían del virrey de Nueva España, y sus poderes y facultades eran semejantes a los de éste, pero sólo en los aspectos políticos y administrativos.

• Alcaldías mayores. Los alcaldes mayores eran autoridades que también se asentaban en

territorio novohispano y funcionaban como auxiliares del virrey; les correspondían funciones administrativas y judiciales en las provincias, además de cuidar la evangelización de los indígenas y el cobro del tributo. Las demarcaciones geográficas de los primeros municipios españoles no tuvieron límites muy precisos. Por esta razón los alcaldes, frecuentemente, no sabían hasta qué sitios podían imponer su autoridad, aunque sus demarcaciones respetaron, en mucho, las divisiones que los indígenas habían establecido.

• Corregimiento. El corregidor era una autoridad nombrada directamente por el rey, pero

propuesta por el virrey. Resolvía problemas del orden civil y criminal, en primera instancia. Los primeros corregidores fueron civiles que no habían intervenido en hechos de guerra y ninguno era encomendero. Como eran autoridades locales, muy en contacto con los grupos económicos de los sitios donde actuaban, poco a poco fueron enriqueciéndose y desligándose —en la práctica— de sus superiores, ya que tenían la posibilidad de hacer negocios por su cuenta.

Una de las fuentes de su propio beneficio se derivó de su capacidad para poder administrar los pagos —no tributos— que los pueblos de indios les entregaban directamente a ellos, dado que dependían solamente del rey y éste residía muy lejos de las localidades ultramarinas.

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Repúblicas de indios. Dentro de sus municipios, las autoridades españolas permitieron la existencia de los municipios de los indígenas y, si bien la interrelación entre españoles e indígenas se daba mediante lazos de subordinación de los segundos con los primeros, las autoridades españolas permitieron que los indígenas siguieran eligiendo a sus representantes para asegurar la tranquilidad y el pago de tributos. Uno de los espacios que mejor organización mostró bajo esta figura legal se dio en los sitios trabajados por Tata Vasco (Vasco de Quiroga). Desde 1538 se dio la autorización del rey para la existencia legal de la República de indios. Cuando el virreinato se fue consolidando hubo pretensiones de incorporar a caciques indígenas a los ayuntamientos españoles, pero no fue permitido. República de españoles. Bajo este nombre la monarquía española mantuvo un control más directo de sus súbditos europeos. Las autoridades recibían los impuestos y reglamentaban el trabajo y la tenencia del suelo. Esta medida intentaba, además, separar a los europeos de los nativos con la pretensión de impedir el mestizaje —sobre todo racial—, mas en la práctica resultó imposible contener la transculturación. Las congregaciones. Dentro del proceso de readecuación que se vivía —sobre todo en las zo-nas del centro de Nueva España— con el nombre de congregaciones se creó otro mecanismo mediante el cual se dio un reordenamiento de los antiguos asentamientos nativos. El interés central era agrupar a los indígenas —o dispersarlos, según conviniera a los españoles— para afianzar a la población nativa y mantenerlos ocupados en la producción agrícola.

6.2 División territorial de la Nueva España El virreinato de Nueva España estuvo dividido en reinos, provincias, municipios y otras mo-dalidades distintas y, según transcurría el tiempo, hubo variaciones importantes. Para los siglos XVI y XVII las delimitaciones territoriales mayores fueron los reinos y las provincias. Los reinos comprendían provincias, y aunque se aludía a provincias mayores y provincias menores, no se especificó por qué una u otra denominación; ambos tipos de provincias eran re-guladas por un gobernador nombrado por la Corona española directamente, pero bajo supervi-sión del virrey. El reino de México comprendía las provincias de México, Tlaxcala, Puebla de los Ángeles, Antequera (Oaxaca) y la provincia (o reino) de Michoacán. El reino de Nueva Galicia comprendía las provincias de Xalisco o Nueva Galicia, Zacatecas y Colima. La gobernación —y que puede referirse a las provincias menores— era otra modalidad territorial a ser administrada y existían dos: la gobernación de Yucatán, con tres provincias (Yucatán, Tabasco y Campeche), y la gobernación de Nueva Vizcaya, con las provincias de Guadiana —o Durango— y Chihuahua. También existió, al paso del avance español hacia tierras más al norte de Mesoamérica, el Nuevo Reino de León —que no estaba subdividido— y otras provincias: la de Tamaulipas (tam-bién llamada colonia del Nuevo Santander); la provincia de Los Tejas (Nueva Filipinas); la provincia de Coahuila (Nueva Extremadura); la provincia de Sinaloa (Cinaloa); la provincia de Sonora; la provincia de Nayarit (San José de Nayarit o Nuevo Reino de Toledo); la provincia de la Vieja California (la península); la provincia de la Nueva California y la provincia de Nuevo México de Santa Fe. En total, para mediados del siglo XVIII había 23 provincias. Hacia 1776 hubo una modificación significativa en las demarcaciones territoriales cuando arribó un nuevo representante del rey para actuar en un territorio que no había sido controlado y organizado todavía. Con el nombre de comandante general de las Provincias Internas, e independiente del virrey, el comandante general tenía bajo su área de supervisión las provincias de Sinaloa, Sonora, Californias, Nueva Vizcaya, Coahuila, Tejas y Nuevo México. La

sede del comandante general se ubicó en Arizpe, provincia de Sonora. Esta división también tuvo modificaciones, como las ya señaladas anteriormente, hasta que se llegó al sistema de intendencias.

La implantación de la división del reino de Nueva España en jurisdicciones políticoadministrativas distintas, es decir, las intendencias, fue ideada en 1767 por el visitador español José de Gálvez, mas fue hasta 1786 (19 años después) que se promulgaron las ordenanzas para que tal programa se cumpliera. Durante esos años los virreyes buscaron diversas formas para aminorar su impacto dado que esta demarcación postulaba a un intendente o gobernador general, quien ejercería en ellas todos los atributos del poder: justicia, guerra, hacienda, fomento de actividades económicas y obras públicas. Para finales del siglo XVIII el territorio novohispano se dividió, para su gobierno, en 12 intendencias: Durango, Guadalajara, Guanajuato, México, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí, Sonora, Michoacán, Veracruz, Yucatán y Zacatecas.

6.3 Organización social de la Nueva España Una vez organizada la vida institucional y económica de la colonia, el aspecto social tuvo posibilidades de estabilizarse. La presencia de españoles, indígenas americanos, africanos esclavizados y las diversas mezclas de estas culturas y etnias dieron paso a un mosaico social que se diferenció de forma muy marcada.

La población española blanca aumentó en la Nueva España de manera considerable. Para 1570, había alrededor de 63 mil habitantes y hacia 1750 se aproximaron a una cifra superior a los 600 mil. Además, se juzgó gente española a la que mediante «cartas de naturaleza» comprobaba esta calidad. Allí también surgieron conflictos, y las disputas entre los verdaderos españoles (ricos) y los gachupines (pobres) no dejaron de estar presentes. Una vez establecida tal diferenciación, ésta se acentuó con un sistema de redes familiares muy cerradas, donde los llegados de la provincia de un reino se casaban con otro español nacido en la misma provincia. A esto podía sumarse otro punto de conflicto surgido por cuestiones relativas a la religión que profesaban, pues los españoles acusados de judíos eran desterrados y, en no pocos casos, encarcelados. La población india, si bien había descendido drásticamente, representaba un grupo importante tanto por el trabajo que realizaba como por las tradiciones que mantenía. Esta característica, sin embargo, no fue homogénea, pues dependía

también de los puntos geográficos donde se asentaron y de las actividades que en ellos se desarrollaron: ciudad o campo, cercanos o lejanos a los centros políticos, a las minas, a los centros comerciales o a las haciendas. Una parte significativa de este grupo tenía como patrimonio básico su posesión sobre la tierra y su común aprovechamiento, hecho que funcionaba en algunos casos como cimiento de identidad y como motivo de defensa ante el extraño. De igual forma, dentro del grupo indígena se presentaron diferencias, sobre todo porque algunos se convirtieron al catolicismo, otros se negaron a hacerlo y otros simularon aceptarlo sin dejar sus creencias. Sin embargo, paulatinamente vivieron la ruptura, total o parcial, de su anterior idiosincrasia para ir construyendo una diferente, aunque sin dejar de incorporar elementos de la anterior. Los africanos fueron traídos como esclavos a la Nueva España —en un primer momento—por los conquistadores. Posteriormente se introdujeron en un número cada vez mayor para realizar trabajos para los cuales los indígenas no eran aptos físicamente. Llegó a hacerse usual, y con el tiempo inmoderada, la trata de esclavos africanos para la Nueva España, al grado que en 1553 don Luis de Velasco padre, segundo virrey, escribió a Felipe II: Vuestra Majestad mande que no se den tantas licencias para pasar negros, porque hay en esta Nueva España más de veinte mil, y van en grande aumento y tantos que podría ser que pusieren a la tierra en confusión. Un factor que influyó en esta incorporación de esclavos fue la caída de la población indígena, que llegó a practicar una «habilidad» especial: el desgane vital, que consistía en dejarse morir como respuesta última a las difíciles condiciones a que se les sometió. Ante esta circunstancia, los esclavos africanos entraron masivamente y su número exacto fue difícil de proporcionar por las autoridades novohispanas, pues los propietarios no denunciaban a todos para no pagar los impuestos; se consideró que, entre 1615 y 1622, fueron introducidos alrededor de 30 mil africanos.

Esta población fue muy maltratada, al grado de juzgarlos como animales, motivo por el cual se insubordinaban con frecuencia y escapaban de los sitios donde eran confinados. Cuando llegaban a escapar se internaban en zonas de difícil acceso y se les designaba como cimarrones. Algunos de los que alcanzaron de esta forma su libertad crea-ron centros para refugiados que se denominaron «palenques». Más no todos tuvieron la posibilidad de escapar, y muchos murieron en el intento. En ciertos casos laboraron como sirvientes de casas importantes y, en muy pocas ocasiones, pudieron comprar su libertad; pero la mayoría laboró en ingenios, obrajes (talleres para confeccionar telas), minas y haciendas. De sus costumbres y tradiciones han trascendido hasta nuestros días aspectos como la música y el baile, principalmente, pero también cuestiones místicas —como la santería— y su percepción de la vida mediante la forma de vivir y entender la sensualidad y la sexualidad. Un grupo más fue el de los mestizos, hijos de españoles e indígenas, que se ubicaron a lo largo y ancho de la colonia. Despreciados por los españoles, y también por los indígenas, fueron marcados desde su nacimiento sin posibilidades reales de integración entre los españoles. En los primeros años difícilmente encontraron acomodo en ocupaciones remuneradas. Sin embargo, poco a poco se destacaron como hábiles artesanos y fueron incorporados a los gremios. Después lograron alcanzar los puestos de capataces en las haciendas y en el manejo del ganado. Su número creció de tal manera que se convirtió en preocupación central de los españoles. Hacia 1554,el virrey Luis de Velasco escribió al rey Felipe II: Los mestizos van en grande aumento, y todos salen tan mal inclinados y tan osados para las maldades, que a estos y a los negros se les ha de temer. Son tantos qu no basta corrección ni castigo (…) Los mestizos andan entre los indios (…) los indios reciben de ellos muchos manlos tratamientos y ruines ejemplos. Hacia los siglos XVII y XVIII se consolidaron como un importantísimo factor poblacional que fue ganándose, año tras año, las simpatías de los indígenas y, por lo tanto, eran peligrosos para el orden establecido. La organización social de la Nueva España creó un grupo especial para designar la diversidad de mezclas surgidas entre los españoles, indígenas y africanos, y les llamó castas. No obstante, la mezcla y multiplicación fue tan amplia que resultó imposible señalar los límites y las características propias de unos y otros, así como sus derechos y obligaciones. Llegó el momento en que las denominaciones no alcanzaron para nombrar el fenómeno que aparecía, aunque esto fue posible en un principio, cuando se fijó que mestizo era hijo de español e india; castizo, de española y mestizo; mulato, de español y negra; morisco, de español y mulata; chino, de español y morisca; salta atrás, de español y china; lobo, de indio y salta atrás; jíbaro, de lobo y china; zambaigo, de lobo e india; cambujo, de zambaigo e india; calpamulato, de zambaigo y loba; albarazado, de cambujo y mulata; tente en el aire, de calpamulato y cambuja; barcino, de albarazado y mulata; no te entiendo, de tente en el aire y

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mulata; coyote, de barcino y mulata. La complejidad cada vez fue mayor, y la diferenciación, menos precisa. Los integrantes de esta serie de ramificaciones, incluyendo a los mestizos, se establecieron en algunas actividades económicas menores, pero también comenzaron a formar grupillos de desempleados y vagos que merodeaban en ciudades y pueblos. La característica central que los tomó peligrosos fue su número y la falta de espacios para desarrollar trabajos dignos y remunerados. Un grupo que poco a poco se fue diferenciando y posicionando en la escala social fue el de los criollos, hijos de españoles que nacían en Nueva España. Este grupo se ubicaba por debajo de los españoles nacidos en la metrópoli y paulatinamente se fue insertando en espacios políticos y económicos donde, dado el color blanco de su piel, les era permitido estar. Durante la Colonia los criollos se mantuvieron en constante conflicto con los peninsulares, ya que éstos los desplazaban de los cargos y nombramientos más importantes; a cambio, se les concedían mandos medios en el ejército y en el clero y la oportunidad de ejercer una profesión y llegar a ser propietarios de ranchos y haciendas. Muchos de ellos se ubicaron en las intendencias del centro de la colonia, aunque algunos se internaron en Yucatán, Sonora y Oaxaca. Este grupo tenía un rasgo étnico que le propiciaba ventajas: su piel blanca, por lo que aproximadamente cinco por ciento del millón existente gozaba de un rango social semejante al de los peninsulares, pero no podían acceder a los altos puestos administrativos y políticos por ser nativos de América. El noventa y cinco por ciento restante se desempeñaba como hacendados, mineros medianos, rancheros prósperos y propietarios urbanos. Además, había logrado acaparar buena parte de los mejores puestos administrativos de las ciudades y las villas del interior y compartía el poder político con los representantes de la Iglesia y la metrópoli. Obviamente, esto no era suficiente. Los criollos se sentían novohispanos, americanos, no europeos y, por lo tanto, creían tener más derechos sobre estas tierras y su destino. Su lucha fue así encaminada desde que tomó conciencia de esta situación, valiéndose de dos plataformas para hacerse notar: la religión y la educación. De estos dos bastiones salió un grupo abastecedor de sacerdotes, abogados y militares, hombres con bases intelectuales que manifestaban con entusiasmo una nueva conciencia patriótica, para lo cual efectuaban una apología del suelo y naturaleza americanos, la riqueza del país y su propia capacidad. Pero la Corona española continuaba obstinándose en menospreciar a los criollos, en excluirlos del gobierno novohispano de alta jerarquía, aunque hubieran dado muestras evidentes de su capacidad para desempeñar tales funciones. Esta situación se agudizó al finalizar el siglo XVIII e iniciar el XIX. Sería el ayuntamiento de México, tradicional reducto de los criollos, el que iniciaría la exigencia del respeto a la dignidad y los derechos de los americanos. En América, los extraños eran los españoles peninsulares, pues a decir de los novohispanos aquéllos no conocían la realidad indiana, tenían otros hábitos, costumbres y una forma de pensar diferente. Además, llegaban con la idea de regresar siempre a su patria y ayudar más a sus coterráneos que a otros que consideraban inferiores.

Pero además, el criollo se diferenciaba del indio, pues cada grupo tenía sus particularidades. El indio, por causas diversas, se degradó —aseveraban—; los criollos, por el contrario, descendían legítimamente de los españoles y, por otra parte, conocían y comprendían los problemas de su país porque compartían su pasado y presente. Así, si los españoles no eran aptos para gobernar territorios que les eran ajenos, debían los novohispanos gobernarse a sí mismos. En tal estado de cosas se debatían los criollos dentro del territorio novohispano, con indomables deseos de superación, hacia finales del siglo XVIII. La sociedad novohispana se basaba en la diferenciación racial, con desigual acceso a los recursos económicos, al poder político, a la educación y la creación artística. Tal situación posibilitaba constantes discordancias entre los distintos grupos, a veces más evidentes y otras encubiertas.

6.4 Propiedad de la tierra en el virreinato Una vez tomada la gran Tenochtitlán (1521), Cortés se enfrentó al problema de cómo sostener y mantener a sus soldados —hechos para la guerra y no para otro tipo de actividades económi-cas— después de haberse repartido el inicial botín producto del saqueo a los pueblos sometidos. Ante tal situación decidió hacer un reparto de los indios entre sus oficiales, a fin de que les pagaran tributos y así sobrevivieran. Sin embargo, los militares, con la ambición de obtener más riquezas, forzaron a los indios a trabajar intensivamente para ellos. A este régimen se le denominó encomienda, pues la condición para que recibieran a esas personas era que los adentraran a las prácticas religiosas católicas, es decir, se les encomendaban. Esta forma de trato careció de bases legales y jurídicas, por lo que el encomendero no obtenía ni la propiedad de la tierra ni la jurisdicción civil. Ante tal realidad los encomenderos abusaron sistemática mente de los indígenas, motivo que obligó a los clérigos a denunciar esas prácticas ante el rey. Para 1542 Carlos V mandó un decreto en el que abolía la encomienda y sostenía la necesidad de proteger los derechos particulares de los indios. Los encomenderos, por su parte, quedaban en calidad de rentistas y sólo podían obtener tributos pero no tener un contacto directo con los naturales. Las razones que arguyó el rey para abolir este tipo de trabajo fueron muchas, pero entre ellas cabe mencionar una muy importante de orden político: la preocupación de que los encomenderos se volvieran señores feudales y por ello la Corona no les reconocía derechos sobre la propiedad de la tierra. Otros argumentos fueron las presiones de los misioneros y el problema demográfico. En efecto, la población indígena sufrió serias bajas por las prolongadas hambrunas de 1454 a 1457 y de 1504 a 1506 y los grandes cocolixtles —o enfermedades— que trajeron los espa-ñoles para las cuales los nativos no habían generado anticuerpos. La curva de mortalidad llegó a subir a cantidades estimadas entre 12 y 15 millones de personas. Este periodo de mortandad concluyó en las primeras décadas del siglo XVII e hizo que los monarcas establecieran límites legales que, aunados al descenso de la población indígena, ocasionaron la ruina de los encomenderos, que se vieron orillados a buscar otras fuentes de riqueza. Uno de los clérigos que más objetó el sistema de explotación al que eran sometidos los indígenas fue Bartolomé de las Casas, quien años atrás, en Cuba, había sido encomendero y como ser humano se impactó por la crueldad con que otros españoles conquistadores trataban a los indios. Los oidores de la segunda audiencia, entre ellos Vasco de Quiroga —Tata Vasco,

como lo llamaban los indígenas—, también interpusieron sus quejas ante la Corona española. Una vez proscrita la encomienda apareció el repartimiento. La nueva modalidad se denominó «repartimiento forzado», y consistió en obligar a las comunidades a proporcionar un número considerable de sus hombres para trabajar en proyectos de obras públicas o en el campo, aparte del pago del tributo obligatorio que, como vasallos del rey de España, tenían que cumplir. Así, se empezaron a levantar grandes catedrales, viviendas para los españoles, acueductos, empedrado de calles, etc. Esta modalidad no era ajena a ciertas formas de reclutamiento para el trabajo comunitario que se presentó con anterioridad a la llegada de los conquistadores, pues entre algunas comunidades indígenas los hombres se reunían para colaborar en determinadas actividades de beneficio común, el llamado coatequitl, aunque fue usado por los españoles con otra intención. El trabajo de los indígenas, independientemente de la modalidad «legal» que le asignaran —pues la encomienda no desapareció de inmediato en las distintas provincias— funcionó junto con el repartimiento por periodos prolongados y no difería mucho de la esclavitud, pues continuaban sobrecargados de tareas y eran maltratados igual que durante los primeros años de la Conquista. En contra de la ley, a veces, los indios de encomienda eran vendidos o alquilados por sus encomenderos, generando, además, el desarraigo de sus regiones de origen. Así, el trabajo excesivo, los malos tratos, la falta de protección y de expectativas para mejorar sus condiciones de vida llevó a la población indígena a descender de manera impresionante. Cuando el proceso de colonización avanzó, ya sobre los siglos XVII y XVIII, y la población española asentada en el virreinato novohispano aumentó su número, las tierras más productivas, que estaban en posesión de los indígenas, empezaron a ser codiciadas por los ibéricos. Desde la primera repartición que hizo Hernán Cortés, no sólo de indios sino también de la tierra, hubo la necesidad de reglamentar la manera en que se dotaría de esta última a sus soldados; para ello usó una figura jurídica llamada «merced», heredada de la lucha de reconquista de la península ibérica, por medio de la cual se concedían tierras como gratificación por servicios prestados en la guerra. Sin embargo, la tierra por sí sola no producía lo suficiente para saciar las ansias de riqueza de los hombres de Cortés, y mucho menos las de él. Ante ello se presentaron especificidades para tener posesión y hacer uso de la tierra mediante figuras jurídicas: La merced real surgió como forma legal de poseer la tierra. Los españoles, y algunos indios aliados de Cortés, fueron beneficiados con una merced de tierra que debían hacer productiva en un plazo menor a un año, ya fuera mediante la siembra o utilizarlas para la cría de ganado. La existencia de la propiedad comunal, como modalidad de tenencia de la tierra que diversos grupos indígenas habían logrado mantener por el reconocimiento a tal derecho, presentaba tres formas: tierras patrimoniales —de los nobles mesoamericanos—, de los tributarios y de la comunidad. La idea de despojar a las comunidades de sus tierras generó una serie de mecanismos «legales» para que los indios fueran desplazados de ellas y los españoles pudie-ran solicitar la propiedad privada de las mismas. La propiedad comunal de la tierra era una

herencia mesoamericana, y la existencia legal de las Repúblicas de Indios permitía asegurar el pago de tributos a los conquistadores para su subsistencia, tal como se hacía desde la época en que grupos mesoamericanos fuertes habían dominado a otros de menor poderío. Estas tierras habían sido «respetadas» porque aseguraban abastecimiento a otras que no contaban con suficiente mano de obra, pero dado el avance de la población española y criolla cada vez fueron más asediadas. En efecto, una realidad era el cómo forzar a los indígenas a trabajar para los españoles y otra el tener derecho de propiedad de ese medio natural tan rico, variado y productivo que era la tierra.

6.5 Actividades económicas de la Nueva España En la Nueva España recién conquistada las invariables necesidades humanas de subsistencia y organización social tuvieron que irse adecuando a las condiciones existentes. En efecto, la conjunción de costumbres y tradiciones de los españoles diferían significativamente de las presentes entre los indoamericanos y las de los africanos, pero unos a otros se necesitaban. Para poder alimentarse, condición elemental, había que trabajar, y cada grupo social tenía sus propios saberes y necesidades. De tal interrelación se vivió una transculturación impresionante y continuó como proceso durante muchos años. Una de las actividades primarias donde se hizo evidente esta situación fue la agricultura.

Durante los años iniciales de la conquista los primeros españoles y los pueblos sometidos se transformaron mutuamente. Un elemento invariable a cubrir era alimentarse, y lo que el «nuevo continente» ofrecía era muy vasto pero no fácilmente aceptado en las costumbres de los europeos. Así, en líneas generales, a decir de Andrés Lira y Luis Muro, la posición de la Corona en cuanto a la explotación agrícola de la Nueva España— fue de protectora expectativa (es decir, no reguló in-mediatamente) y dejó en manos de la iniciativa particular la introducción de semillas de plantas exógenas a

América, principalmente trigo y caña de azúcar, que eran componentes difíciles de sustituir en su dieta tradicional. El consumo de pan era básico para los europeos, por ello las primeras zonas productoras de trigo se asentaron en el valle de Atlixco, muy cerca de la ciudad de Méxi-co y en lo que hoy es el Bajío. En cuanto a la caña de azúcar, ésta requirió de fuertes recursos económicos para sembrarla y procesarla en los trapiches —luego en los ingenios—, pero fue realizado por españoles influyentes y mediante préstamos que hacían las órdenes religiosas, aunque con posterioridad ellas mismas fueron propietarias. Estos ingenios se ubicaron en zonas de clima templado; por ejemplo, Cuernavaca, Izúcar, Orizaba, Xalapa, Chicontepec, Zitácuaro, Ocotlán, etc., lugares en donde, además, había agua suficiente y mano de obra. Otros cultivos típicos de la metrópoli española eran el olivo y la uva, pues el aceite y los vinos también eran parte de su dieta. Los olivares y los viñedos tuvieron un buen inicio, pero después —como podían hacer competencia a los importados de España— se retiró el permiso para producirlos. Aun así, algunas regiones distantes a la obediencia de las autoridades civiles —como el caso de las provincias ubicadas más al norte y reguladas por misioneros— mantuvie-ron tales cultivos.

Mas no sólo los productos del campo eran requeridos para consumo alimenticio; pronto ciertas plantas y árboles se sembraron con la intención de transformarlas en materia prima textil. Tal fue el caso del lino y el cáñamo, pero luego la Corona canceló tal posibilidad por cuestiones de competencia con los productores europeos. Una planta que servía como tinte, el añil, tuvo mejor fortuna, ya que se exportaba preferentemente. En Yucatán se cultivó y elaboró ese tinte. Igual suerte corrió la grana o cochinilla —animalito que se cultiva del nopal— para teñir telas. En el aspecto de las telas, el gusano de seda fue un renglón que aportó grandes beneficios económicos en la vida colonial, pero luego decayó por la importación ilimitada de seda china. Otros árboles importantes como la caoba, natural de este continente, pero también el cedro, se usaron para construcción de techos, muebles y construcción o reparación de embarcaciones. Estos cultivos europeos no eliminaron los americanos, básicos, además, en la economía autóctona: maíz, frijol, chile, maguey, calabaza, jitomate, cacao y más. El maíz no se descuidó nunca, porque siempre fue el producto elemental para la subsistencia indígena. A ellos se sumaron nuevos consumidores como fueron los mestizos, negros y mulatos; además, su caña y hojas servían para forraje de ganado. El frijol y el chile, aunque menos que el maíz, tampoco dejaron de producirse. El maguey no perdió su papel de surtidor de pulque, bebida cuya aceptación entre los mestizos se extendió ampliamente; asimismo, permitía la utilización de sus hojas secas, pues daba una fibra áspera —el ixtle— apropiada para hacer cuerdas, y trabajada delicadamente se podían tejer mantas y zapatos elementales. Sus espinas se adaptaban como agujas y clavos. La pulpa de la hoja machada derivaba en una especie de papel para escribir o pintar, y los restos servían de combustible o para techar jacales. Aunados a ellos, el algodón, precortesiano, fue integrado como elemento para los obrajes en la posterior confección de telas. El cacao logró, prados del Atlántico. Algunos de los cultivos tuvieron un auxilio importante para su siembra al usar el arado de hierro traído por los españoles. Otra actividad económica importante es la ganadería. En cuestiones de los animales do-mésticos traídos de España, siguiendo a Muro y Lira, no existieron dificultades insalvables para la rápida adaptación de las especies que no eran originarias de estas latitudes. Pronto en los establos los burros y mulas comenzaron a aumentar en número (y en los trabajos a realizar), pues como medio de transporte —la arriería por excelencia— y como fuerza motriz, en las minas, fueron insustituibles. El ganado porcino —el cerdo— se aclimató rápidamente en la Nueva España, y por ser muy prolífico su número ascendió con celeridad. Además, su perte-nencia a la «tradicional cocina española» lo requirió de manera irremplazable. Los borregos y las cabras tampoco tuvieron problemas para reproducirse; de aquéllos se aprovechaba su carne y su lana; de éstas, la carne y la leche. En cuanto al ganado mayor, éste se convirtió en una muy importante fuente de riqueza y expansión territorial, pues para el sostenimiento de vacas, toros y bueyes se necesitaban gran-des extensiones de pastos. Si bien en Nueva España se podía contar con espacios amplios

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para esta actividad, su desmesurado crecimiento acarreó problemas a las autoridades, pues con muchísima frecuencia los animales se introducían en zonas de cultivo y creaban enfrentamientos entre agricultores y ganaderos. Una solución que posibilitó cierta coexistencia de labores fue el permitir la propagación de las estancias ganaderas hacia el norte del país. A finales del siglo XVI las labores de trigo y las estancias de ganado se volvieron haciendas agrícolas y ganaderas, y la mayor parte de ellas fueron propiedad de españoles que no siendo señores por méritos y servicios se convirtieron en ganaderos y colonos laboriosos, por lo que adquirieron una ya irreversible presencia en espacios económicos muy particulares. En sus terrenos se construyeron habitaciones, oficinas, graneros, corrales y capillas. Sus productos se vendían en las ciudades y eran muy bien pagados. Otro uso del ganado se relacionó con la actividad de la minería, pues las reses, mulas y caballos eran la fuerza motora y de carga para trasladar los minerales —tanto para su procesa-miento como posterior inserción al mercado— y ello facilitó el asentamiento europeo hacia las zonas del centro norte. Los principales problemas que presentó la actividad del ganado radicaron en los preceptos jurídicos para la concesión de tierras por parte de las autoridades españolas, pues la ganadería era más extensiva que intensiva y requería de grandes zonas para el pastoreo. También existió el problema de robo, pérdida y confusión del ganado de un dueño con otros. Para evitarlo se «dispuso que los dueños de los ganados usaran diferentes fierros para marcar a los animales de su propiedad y así poder reconocerlos y separarlos cuando se mezclaran». En la región de Jalisco, y en el Bajío, esta actividad se arraigó fuertemente y dio paso a lo que, más tarde, se llamó la hacienda. La hacienda se convirtió en la unidad económica por excelencia en Nueva España, pues generó un importante efecto multiplicador: al concentrar trabajo retenía población y abastecía a los centros mineros, lo que, a su vez, generaba comercio; para la realización de éste se precisaban caminos y, en el trayecto de éstos, mesones y espacios para los arrieros. Además, este tipo de propiedad le acarreaba prestigio a sus dueños, pues no cualquiera estaba al frente de una hacienda, y llegaron a contar con sus propios grupos de hombres armados para defenderla. Tal capacidad también les dio poder político a esos «señores de la tierra» —como les llamó Francoise Chevalier— y la repercusión social no fue menos trascendente, pues impusieron prácticas sociales autoritarias pero, al mismo tiempo, paternales, por lo que la servidumbre aceptaba condiciones de trabajo y vida cuestionables al grado de permitir al hacendado la intromisión directa en su vida más íntima. La hacienda concentraba al hacendado y su familia con necesidades especiales a cubrir, al grado de contar con sus propias capillas y el oficio de religiosos que se trasladaban hasta ellas para la celebración del culto católico; imponían sus fiestas y las formas de vivirlas e incorporaban, gradualmente, a quienes les servían —desde administradores hasta sirvientes—que residían en su interior o en las aldeas que les rodeaban. Allí interactuaban, también, formas distintas, pero complementarias, del mestizaje social y cultural. La principal motivación que llevó a cientos de españoles a adentrarse en territorio mesoamericano, desde 1519, fue la búsqueda y obtención de metales preciosos _minería_. Los conquistadores advirtieron indicios de la existencia de oro y plata desde que observaron los adornos y los regalos dados por los indígenas. De allí en adelante nada los detuvo para hacerse de ellos. Sin embargo, fue poco el oro conseguido después del saqueo y del obtenido por medio del lavado en algunos ríos que lo contenían. Conforme la exploración de nuevos territorios posibilitó hallar importantes minas la obtención de plata se tomó trascendental. La plata mexicana «corrió a raudales» hacia Europa (pues si bien España era la receptora inicial

de tal riqueza, su constante confrontación con Inglaterra le hizo perder mucho de ella , además de la «rapiña» que lograron los piratas —sobre todo ingleses y alemanes— a favor del imperio británico). La abundancia del metal precioso agudizó la inventiva para lograr, en menos tiempo y con más eficiencia, arrancarlo de las minas. Una forma que trastocó la actividad fue la técnica llamada «beneficio de patio» al emplear animales —caballos, mulas y reses— para mover los molinos que trituraban las rocas sacadas por los indígenas, o los esclavos africanos del interior de las minas. (Con el paso del tiempo se usó el vapor de agua para eficientar los molinos). Posteriormente se «lavaba» esa «harina» y se trataba con azogue para separar la plata de impurezas. Incuestionablemente que para la obtención de minerales todos los avances eran necesarios, pero siempre requerían —en cantidades enormes— mano de obra esclava, ya fuera india, mestiza o de procedencia africana, que se explotaba inhuma-namente al grado de exponerlos a contaminantes peligrosos como el mercurio (azogue), empleado para separar la «escoria» de los metales preciosos. La gran cantidad de zonas productoras requirió de regulación por parte de las autoridades del virreinato e incumbía, en primer momento, a la Audiencia dictar «ordenanzas» para especificar a quién le correspondía el derecho de explotar las minas. De tal forma se intentaba obtener un «im-puesto» —el quinto real, esto era, la quinta parte de lo logrado— para entregarlo a la Corona. Otra forma de injerencia real se presentó al controlar las cantidades de azogue requerido para amalgamar la plata dado que este metal era proveído por España y tenía un férreo control sobre su producción y distribución. Los reales de minas pronto fueron poblados masivamente. Zacatecas (descubierto en 1546), para 1548 tenía unas 50 minas de explotación y se convirtió en la segunda ciudad más importante de Nueva España. A este lugar le sucedió Pachuca, en 1552; en 1554, Fresnillo y Sombrerete; en 1564 se descubrieron minas en Guanajuato, y en 1592, los yacimientos de San Luis Potosí. La plata extraída en la Nueva España se convirtió en el principal producto de exportación en forma de monedas. Éstas comenzaron a circular en España y Europa y estimularon el comercio entre los dos continentes. La Nueva España tenía relaciones comerciales principalmente con España y Filipinas, pues se le prohibía tratos con otras naciones e incluso con otras colonias no autorizadas. De Cádiz salían hacia Veracruz y hacía el Perú las flotas de naves para traer a la nobleza del virreinato artículos que satisficieran sus necesidades: fierro, papel, vino, frutas secas, jamones, aceites, almendras, telas y ropa fina. Estas flotas salían una o dos veces al año y regresaban con artículos americanos muy cotizados en España: oro, plata, cueros, plantas medicinales y tintes naturales. Si por Veracruz se comunicaba Nueva España con Europa, por Acapulco se comunicaba con Manila (Filipinas) y por allí, con el Oriente. La comunicación marítima a través del océano Pacífico tardó más en establecerse que la del Atlántico, pero una vez lograda se efectuó un viaje anual de un conjunto de barcos, en el que

sobresalía la llamada Nao de China o Galeón de Manila, que posibilitaba la entrada a Nueva España de especias —como la pimienta, canela y clavo—, sedas y porcelanas chinas, piedras preciosas como el jade y el alabastro, medicinas y más. Una parte de estos productos se vendía en Acapulco y en el recorrido hacia la ciudad de México; otra parte era dirigida a Veracruz para ser trasladada hacia España.

Así, las principales ciudades beneficiadas por el comercio fueron Veracruz, México y Acapulco —lugares que comenzaron a tener un importante poder económico—, sobre todo los grandes comerciantes que lograron agruparse en lo que llamaron «consulados», y desde donde impusieron prácticas monopólicas para la realización del comercio interno y externo. Pero no sólo ellos obtenían ganancias, sino también los compradores-vendedores que acudían a las ferias comerciales —la feria de Xalapa concentraba la mayoría de las mercancías que llegaban por el Atlántico dadas las condiciones climáticas de Veracruz, que no eran muy favorables—, y de allí se distribuían con posterioridad las mercancías a las tiendas, a los mercados de las ciudades y a los centros mineros, a pesar de los malísimos caminos de la época. Estas vías también hacían necesaria la existencia de mesones y lugares para el cambio de las recuas, lo que generaba, a su vez, pequeños sitios de servicios. Sin

embargo, el comercio exterior fomentaba la dependencia productiva, pues la Corona regulaba qué y cuánto sembrar para la exportación, y el mercado interior estaba muy desarticulado para considerarlo como posible sustento de la economía virreinal —en cuanto a la extracción de impuestos— aunque permitía abundancia de productos locales en distintas regiones. Otro espacio para la comercialización, aunque ilegal, fue el contrabando por vía marítima, pues no pudo ser frenado en algunos puertos menores (como en Alvarado, Veracruz, donde se recibían productos de las colonias inglesas e inclusive de casas comerciales españolas) y el terrestre, dada la amplísima frontera norte. Otra variante de la actividad económica que permitió crecimiento a la Nueva España, aunque principalmente para su comercio interno, fue la manufactura. Una cantidad importante de los productos que eran transformados mediante el trabajo humano —y que no eran exclusivamente materia prima— surgieron de una cantidad importante de talleres en donde se concentraron saberes y fueron empleados con creatividad, aunque también explotando a los menos favorecidos socialmente. Uno de los sectores más productivos se concentró en la elaboración de textiles; el sitio en el cual se llevaban a cabo estas labores se conoció como obraje. La creciente demanda de la población para vestirse y equipar sus viviendas, tanto de las clases pudientes como de las más empobrecidas, impulsó la necesidad de elaborar telas de distintos géneros y clases. En estos incipientes espacios industriales se crearon diversos artículos para la venta, ya fueran paños, jergas, colchas, cobijas, pero además sombreros, sogas, zapatos, mechas para los arcabuces, objetos de loza y vidrio y hasta pólvora. Este tipo de establecimientos conjuntó elementos muy preciados para lograr buenas ganancias dado que la calidad de la lana, el algodón, la seda, los tintes y otros insumos, así como la calidad y el bajísimo costo de la mano de obra —que prácticamente era arrancada de las poblaciones indígenas o traída de África en calidad de esclava— permitió a los dueños de los obrajes enriquecerse de manera importante.

Pero si a los españoles «emprendedores» el producto de los obrajes les permitía poder y dinero, quienes laboraban en ellos sobrevivían penosamente pues las condiciones de trabajo eran extenuantes y se desarrollaban en condiciones de insalubridad y riesgo muy marcadas. Trabajar en los obrajes no era la mejor opción para quienes necesitaban ingresos económicos para sostener a sus familias, por lo que las autoridades de la época decidieron que algunas personas encarceladas por delitos diversos, incluidos españoles pobres, resultaran confinadas a realizar trabajos forzosos en estos recintos y pocas veces obtenían su libertad. Otro aspecto de esta actividad que hay que destacar es el tipo de innovaciones técnicas que introdujo la confección textil, pues los telares de cintura conocidos en América no permitían alcanzar las medidas requeridas para elaborar las prendas que usaban las españolas y las criollas, principalmente. La rueca o redina para hilar la fibra, el urdidor vertical rotatorio y el telar de marco fijo y pedales, conocido hoy como telar colonial, revolucionaron la industria y requirió el adiestramiento de los operarios pero, a su vez, las tradiciones de los tejedores mesoamericanos incidieron en los motivos que algunas telas alcanzaron; el caso de los rebozos es ejemplar. Derivada de la creciente capacidad y producción colonial surgieron molestias entre los productores españoles que enviaban sus telas para la alta burocracia virreinal y la solicitud de contrarrestar su trabajo. Mas los dueños de los obrajes, así como los trabajadores de mayor jerarquía en ellos —casi siempre unidos en asociaciones creadas para protegerse en lo comercial y jurídico llamadas gremios—, opusieron resistencia a ser eliminados y argumentaron su participación económica para sostener la economía americana. Su poder económico, político y social ya era significativo en diversas provincias, si bien —por momentos— entre ellos mismos surgieron diferencias por la disputa de los mercados, por lo que hubo necesidad de poner orden a la competencia a través de una serie de ordenanzas, reglamentos y prohibiciones que debían respetarse. Por ejemplo, las telas que cada uno de los talleres producía no debía exceder ciertas medidas estipuladas, al igual que no se podía mezclar el algodón con la seda; o bien, para teñir, los colorantes se debían ajustar a una tabla específica de matices que determinaba la cantidad de colorante y de fijador que se debían utilizar. La actividad textil, también, obligaba a que otros productores abasteciera tales centros y el círculo benéfico se reproducía mientras no se presentaran condiciones naturales adversas —como sequías o inundaciones— que afectaban poderosamente la obtención de la lana, el algodón, la seda o los tintes naturales. Otro taller artesanal muy importante en la vida económica, social y política de la Nueva España fue el de los trabajadores de la plata o plateros. Como gran productora de plata y oro, en tal orden, poco a poco se fue perfilando un grupo particular de hombres interesados

profundamente no sólo en la explotación de las minas para exportar esa riqueza, sino en la confección de joyería y piezas de ornamento civil y religioso. La incorporación a este tipo de actividades no era fácil pues el gremio de los plateros era muy cerrado. Los maestros, oficiales y aprendices guardaban celosamente sus secretos para la elaboración de sus piezas y la sim-bología que muchas de ellas encerraban, especialmente las elaboradas para oficios religiosos. Según José Ángel Soriano, el gremio de plateros, batihojas y tiradores de oro y plata era el más poderoso de Nueva España. Tenía como santo patrono a San Eligio, cuya fiesta se celebraba con gran lujo el 1 de diciembre, pero también veneraban a san José, Nuestra Señora de las Lágrimas, la Purísima Concepción y san Felipe de Jesús. Dentro del gremio existían varias especialidades: los plateros que fundían, repujaban, cincelaban y esmaltaban la plata; los tira-dores de oro y plata que, como su nombre lo indica, tiraban del metal hasta lograr hilos que se utilizaban en el bordado de textiles y, finalmente, los batihojas, que realizaban finas hojas de oro con las que se cubrían esculturas y retablos como los de la iglesia y capillas.

En las zonas mineras el trabajo especializado de estos gremios les permitió excelentes relaciones con las autoridades religiosas, pues a ellos se debía gran parte de los elementos requeridos para la liturgia, como los cálices y los hostiarios, así como para las diferentes cele-braciones en las que las cruces procesionales marcaban el derrotero de la feligresía o las me-dallas y rosarios altamente cotizados entre la élite americana. También fueron personas muy estimadas por las autoridades civiles dada la confección que realizaban para ellos de vajillas, cubiertos, copas y joyas, permitiéndoles hacer evidente su poder económico y su prestigio. Una actividad artesanal contrastante a la platería era la relativa a la curtiduría de pieles, mercancía demandada para elaborar distintos artículos, tanto industriales como para el uso doméstico. En estos talleres sí había necesidad de múltiples manos trabajadoras, por lo que se permitía el ingreso de mestizos y castas, «gente de color quebrado», como se les llamaba, dado que las pieles requerían ser tratadas durante varios días hasta alcanzar el tipo requerido por otros artesanos especializados como los zapateros, los talabarteros, los silleros, los fusteros y los guarnicioneros, quienes finalmente confeccionaban los artículos tal y como los

consumía la población en estuches, cajas, sillas de montar, literas, bancos, sillones, tapices para muros, baúles, maletas, cofres, encuadernaciones e indumentaria, entre otras cosas. Las curtidurías enfrentaron fuertes proble-mas debido a la cantidad de desperdicios que generaban, tanto por los restos de los propios animales que trataban como por las sustancias que empleaban para lavar las pieles y modificar su color o textura. No fueron pocas las quejas que los vecinos presentaron en su contra por los vertederos que hacían de los desechos en los ríos y arroyos de las localidades en donde estaban situadas y por los fétidos olores que allí se despedían. Una actividad más, y que alcanzó una producción verdaderamente impresionante, fue la siembra de caña, y su transformación en piloncillo y azúcar propiamente dicha. Ya desde los primeros años del dominio de Hernán Cortés se había constatado la aclimatación de ella a las tierras americanas y después se volvió un cultivo muy demandado en la metrópoli. De su importancia dio cuenta el barón Alejandro Von Humboldt en su magnífico libro Ensayo político del virreinato de la Nueva España, y que describe, con el punto de vista de inicios del siglo XIX, lo que el azúcar y los trapiches significaron en la economía novohispana: Aunque la agricultura mexicana se dirige principalmente al cultivo de las plantas alimenticias, no por eso el país es menos rico en generos llamados coloniales, es decir, en producciones que suministran materias primas al comercio y a la industria manufacturera de Europa , tales como el azúcar; el café, el cacao, el añil y el algodón. El cultivo de la caña de asucar ha efectuado rapidísimas progresos en los últimos años. Los antiguos mexicanos no conocían mas que el jarabe de miel de abejas, el del metl (agave) y el azúcar de la caña de maíz. Los españoles llevaron la caña de azúcar de las islas Canarias a la de Santo Domingo, desde donde paso sucesivamente a Cuba y a Nueva España. Merece observase que entre los primeros molinos de azúcar (trapiches) construidos por los españoles a principios del siglo XVI, los había ya que se movían no con caballos, sino con ruedas hidráulicas. En 1553, la abundancia de azúcar era ya tan considerable en Mexico que se exporto de Veracruz y Acapulco para España y el Peru. En la Nueva España, los principales plantios estaban en la intendencia de Veracruz, cerca de Orizaba y Cordoba; en la de Puebla cerca de Cuautla de las Amilpas; en la de Mexico, al O. del Nevado de Toluca y al S. de Cuernavaca, cerca de Celaya, Salvatierra y Penjamo, y en el valle de Santiago; y en las de Valladolid y Guadalajara, al S. O. de Patzcuaro y Tecolotlan. Al barón de Humboldt se debe una de las más importantes descripciones de lo que era Nueva España y una serie de mapas y registros diversos que conjuntó para sustentar lo que presentaba en sus escritos. Un asunto muy trascendente fue el relacionado con la imperante injusticia en la distribución de la riqueza, señalando la polarización social que ello significaba y sus posibles consecuencias.

6.6 Función de la Iglesia en la Nueva España La función de la Iglesia católica en Nueva España fue infinitamente conveniente para la con-solidación del virreinato. Desde el momento en que se conoció la potencialidad de las tierras que Colón encontró, los reyes católicos recibieron el apoyo de los papas Alejandro VI y Julio II para que los territorios conquistados, y por conquistar, quedaran bajo su jurisdicción. De tal relación surgió la figura del Regio Patronato Indiano, acuerdo mediante el cual la Iglesia católica quedaba subordinada al imperio español. Esta decisión implicaba que el rey era el Real Patrono de la Iglesia (los virreyes eran vice patronos) y, por lo tanto, la Corona tenía derecho a controlar el resto de los diezmos después de cubrir las necesidades del clero; además, la autoridad real era la responsable del gobierno de todas las iglesias y fundaciones religiosas establecidas en las colonias, y revisaba las sentencias de los tribunales eclesiásticos, autorizaba el pase de órdenes o bulas papales y determinaba el lugar para erigir las iglesias en los territorios coloniales. La alta jerarquía católica, una vez que el virreinato demostró la riqueza que albergaba, inició un proceso de asentamiento en los nuevos territorios, aunque con anterioridad los misioneros de las órdenes mendicantes —franciscanos, agustinos y dominicos, inicialmente— habían trabajado arduamente en el proceso de evangelización siendo, en muchos casos, los únicos españoles que intentaban contener los excesos de los encomenderos y las autoridades civiles. Tal situación tomó difíciles las relaciones entre la Corona española y el clero regular, esa parte del clero que estaba sujeto a ciertas reglas como vestir traje especial (hábito) y vivir en comunidad (monasterio o convento), además de practicar la pobreza, la humildad y la caridad. Acordes con sus votos religiosos, los primeros frailes no sólo enseñaban la doctrina de la religión cristiana, sino también transmitieron a los indígenas formas de vida y conocimientos europeos, fundaron templos y hospitales, abrieron caminos y campos, enseñaron al indígena nuevas técnicas de cultivo y junto con ellos se pusieron a roturar campos, entre otras obras de utilidad pública. Ya lograda cierta estabilidad, en 1525 se inició el establecimiento de la iglesia en su sentido jerárquico, secular, al instaurarse la primera sede episcopal en Tlaxcala, a la que sucedieron las diócesis de Puebla (para reemplazar a Tlaxcala); México (1530), Chiapas (1539), Compostela-Guadalajara (1548), Yucatán (1561), Guadiana o Durango (1620), Linares (1777) y Sonora (1779). La capacidad de penetración de los religiosos entre los indígenas fue impresionante, pero no sólo en el aspecto espiritual, por demás muy profundo, sino también en lo referente al ámbito económico, al grado que algunos clérigos de parroquias menores encontraron espacios de relativa autonomía respecto de sus superiores. Ese tipo de «licencias» no fue permitido, y para mediados del siglo XVII el clero secular retomó para sí el control de las parroquias rurales —secularizó esos templos— con el objetivo de contrarrestar los nexos espirituales y económicos del bajo clero. Aun así, por razón de su ministerio, los sacerdotes entraron en contacto directo

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con la gente del pueblo a diferencia de los seculares, quienes entendieron poco al indígena y no lo ayudaron significativamente. La preocupación más evidente era hacer crecer su influencia y asegurar los ingresos económicos y las propiedades de la Iglesia, si bien eso tuvo sus variaciones en función de las personas y su grado de con beneficiarse de sus investiduras, pero la Iglesia católica, como corporación, tendió a convertirse en una de las entidades económicas más poderosas en la Nueva España, como lo asienta Johon Frederick, en su libro, Orígenes de la riqueza de la Iglesia en México. Ingresos eclesiásticos y finanzas de la Iglesia 1523-1600: A mediados del siglo XVIII, la Iglesia católica era, con gran ventaja, la institución mas poderosa en la Nueva España, rival incluso del gobierno de la Corona. El poder de la Iglesia, político, espiritual y económico, llegaría a significar una amenaza importante para el gobierno central de Mexico (…) si bien es cierto que la riqueza eclesiástica se baso en el cobro del diezmo, no fue su única fuente. Las limosnas, las primicias (los primeros frutoso ganado que se entregaban a la Iglesia), y las oblaciones (ofrendas y sacrificios), el pago por la administración de sacramentos, las donaciones y legados de fieles, asi como la adquisición de haciendas, ranchos agrícolas, ingenios azucareros y predios urbanos, fueron algunas fuentes adicionales que dieron origen a la riqueza de la iglesia (…) el gran capital que concentro fue utilizado para atender las demandas de los prestamos de hacendados y mineros, uniendo asi sus intereses a los de la minoría propietaria del virreinato. Por otra parte, el clero secular tenia lazos familiares con la oligarquía. Muchos criollos, hijos de hacendados y mineros se incorporaban al clero, ya que el estado sacerdotal proporcionaba prestigio social y seguridad económica. La forma en que la Iglesia logró tal preponderancia fue muy variada, y algunas instituciones que creó fueron más importantes que otras, pero todas resultaron sumamente eficientes e inteligentes para poder establecerse sin que las autoridades civiles pudieran objetar su presencia. Tal peso se hizo evidente cuando la Corona permitió la incorporación de la imprenta, inicialmente otorgándosela a Juan Pablo —primer impresor de América— en calidad de monopolio en 1534-1539, mas hacia 1558 ya había en Puebla (1640), Oaxaca (1720), Guadalajara (1793), Veracruz (1794) y Monterrey (1813). Pero la Iglesia no permitía que cualquier texto pudiera imprimirse incluso prohibía muchas lecturas, e hizo del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición el gran censor de la vida cultural y el supremo poder para castigar a todos aquellos hombres y mujeres que incurrieran en faltas a las creencias cristianas. El Santo Oficio determino los hechos que perseguiría: Primero. Los actos contrarios a las buenas costumbres y a la moral cristiana (blasfemia, bigamia, concubinato.) Segundo. Actos contra la fe, por parte de apostatas, herejes y judíos. Tercero. Contra los luteranos y calvinistas. Contra aquel que leyera libros prohibidos. Además, la Iglesia no sólo se involucró en ámbitos de la fe, pues el clero tenía un gran poderío económico y social logrado a través del cobro del diezmo —un impuesto de 10% a todos los productos de la tierra—, al ser propietaria de grandes extensiones de tierra, ingenios azucareros, haciendas, capital líquido y porque algunas veces actuaba como banquero y socio de agricultores, mineros o comerciantes. En el orden social establecía la normatividad moral, las fiestas a celebrarse, las actividades recreativas y la forma de pensar. Pero también a la Iglesia se le debió —principalmente al clero regular— la defensa de los grupos más débiles de la Colonia y la creación de importantes obras de beneficencia, como hospitales, escuelas, orfanatos, asilos y casas de asistencia. Otros ámbitos de la vida novohispana impensables sin la incidencia de la Iglesia fueron el educativo y el artístico.

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6.7 Arte, cultura y educación en Nueva España Cuando la sociedad de conquista fue desplazada por una administración supeditada a las órdenes virreinales y este sistema, aun con sus limitaciones y excesos, permitió estabilidad económica y política a la más importante de todas las colonias de España, se abrió cauce a un proceso de simbiosis cultural entre lo europeo, lo americano y lo africano, que se convirtió en los cimientos de la actual mexicanidad. Al inicio de la vida colonial, el crecimiento y la expansión de las órdenes religiosas tuvieron como pretensión fundamental convertir al indígena a la fe católica. No obstante, los misioneros también trabajaron arduamente en el aspecto educativo, interesándose primero en atender a los hijos de los principales señores indígenas. En 1536, el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco abrió de manera formal sus puertas, donde frailes humanistas —trabajando al lado de sabios indígenas— propiciaron el acercamiento de lo mejor de la cultura renacentista y los logros alcanzados por la civilización indígena. El castellano, el latín, la ciencia y la cultura europea hicieron mella en los jóvenes indígenas pero, sobre todo, la doctrina fue interiorizada de tal forma que pronto los mayores vieron con espanto la forma en que sus hijos renunciaban a las creencias anteriores y se atrevían a destruir físicamente a sus dioses. Los misioneros impactaron las estructuras mentales indígenas en campos tan fértiles como el religioso e impusieron lentamente su idioma y sus costumbres. A los indígenas que pertenecían a las clases más bajas se les enseñaban destrezas manuales que les permitieran desarrollar algún oficio o habilidad artesana. Allí se formaron los artistas que realizaron las artes menores de la colonia: los escultores de santos de las iglesias, los yeseros que hicieron los delicados retablos religiosos, los cortadores de cantera y los músicos de coro y banda. Los españoles se sorprendieron de las grandes dotes y habilidades artísticas de los indígenas. Algunas órdenes, en especial la de la Compañía de Jesús, fundaron numerosos centros de altos estudios conocidos como colegios para educar a los varones de las clases medias y altas, es decir, a mestizos y criollos. Varios de los colegios establecidos en ciudades como Puebla, Guadalajara, Valladolid, Oaxaca y Mérida se convirtieron más tarde en universidades. Este proceso cultural tuvo su recepción más evidente entre los criollos, que buscaban afanosamente ser considerados ciudadanos de primer orden. La introducción de la primera imprenta en el Nuevo Mundo, en 1539, y la apertura de la Real y Pontificia Universidad de México, en 1553, fueron dos hitos de enorme importancia para el desenvolvimiento cultural de la Nueva España. Para mediados del siglo XVII, los criollos comentaban su amor por la tierra que les daba asiento y lugar en el mundo. Empezaron, asimismo, a escribirlo y divulgarlo, no sin dejos de insolencia y orgullo. La educación de las mujeres de los estratos altos se llevó a cabo perfectamente en los espa-cios domésticos y era de niveles muy elementales, dice Mayabel Ranero. Se favorecía la lectura de textos bíblicos y el desarrollo de las habilidades manuales de tejidos y bordados suntuosos para el adorno de residencias familiares o iglesias; en algunos casos se les enseñaba a tocar algún instrumento musical. En ocasiones las niñas de las élites podían entrar a algún convento femenino por un período corto a recibir instrucción básica, depurar sus habilidades manuales, cantar en coro o tocar algún instrumento, lo que se consideraba básico para la vida en la sociedad de entonces, así como para el cuidado de las familias «de distinción». Si se quería y se contaba con los recursos para ello, se podía ingresar definitivamente a la vida religiosa para volverse monja de alguna de las muchas órdenes que existían en la Nueva España.

La cultura novohispana alcanzó sus niveles más altos en el siglo XVII —por ello se ha dado en llamar «el siglo de oro»— y estuvo aparejada con el crecimiento económico de la Colonia, que permitió la construcción de suntuosas instituciones religiosas como colegios, hospitales y conventos, que impulsaron el desarrollo cultural.

Escritores como Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) y Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) enaltecieron el pasado indígena y rivalizaron con los hombres cultos de España. Sigüenza comparó a los reyes aztecas con los de Grecia y Roma, poniéndolos como ejemplos de buenos gobernantes, pero además se interesó y aportó en casi todas las ramas científicas de su tiempo, desde precisiones cosmológicas (ahora astronómicas) hasta reflexiones arqueológicas e históricas. Sigüenza refutó acremente al jesuita alemán Eusebio de Kino porque éste había interpretado el paso de un corneta, en 1680, como símbolo funesto, mientras él lo presentaba como un fenómeno natural, sin consecuencias desastrosas. Además, escribió sobre historia antigua al aprovechar su amistad con Juan de Alva Ixtlixóchitl —también criollo, heredero de los códigos y manuscritos que había coleccionado su padre— para redactar una historia antigua de los chichimecas, apoyándose en sus conocimientos «astronómicos» para interpretar las fechas de los sucesos de los mesoamericanos de acuerdo con el calendario de los españoles. Dibujó mapas y planos pero, además, se atrevió a escribir la relación de Los infortunios de Alfonso Ramírez, relato ficticio —y primero en América en su género— que era prohibido por la Inquisición, pero no dejó de tocar temas religiosos, aunque con cierta crítica, corno el realizado a la Virgen de Guadalupe, que tituló Primera Indiana.

Sor Juana fue aún más audaz al escribir y polemizar con los teólogos y escritores de su época, incluidos los jerarcas de la Inquisición, sobre todo porque a una mujer tales actividades no le eran permitidas. Ella estudió cosmología, química, retórica y patrística —las ciencias de la época—, pero sufrió la incomprensión de muchos, incluso de algunas mujeres; mas también logró el respaldo del virrey Tomás Antonio de la Cerda y su esposa María Luisa Manrique por algún tiempo. Sin embargo, cuando ellos tuvieron que dejar su cargo, Sor Juana quedó sin ese respaldo. Pocos meses después se vio involucrada en una diferencia con un eclesiástico de alta investidura, el obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Santa Cruz, demandándole a «poner los ojos en el cielo» y consagrarse por entero a la religión. Sor Juana, monja jerónima, en una carta a Sor Filotea —pues con tal seudónimo se presentó el Obispo Fernández— consignó su punto de vista, reflexiones sobre su vida, carácter, gustos, aficiones literarias y aún las mortificaciones que éstas le produjeron en el claustro;

pero fue más allá al declararse en pro de la cultura de la mujer mexicana y sostener su derecho a disentir. Tal escándalo le costó la prohibición de volver a escribir. Vendió sus libros, instrumental científico y musical y obedeció. Fue obligada a «presentar su renuncia» a tales actividades y la firmó, con su propia sangre, con la anotación: «Yo, la peor de todas». Entre quienes se dedicaron a investigar sobre el pasado indígena y la importancia de las civilizaciones extinguidas sobresalió el abate jesuita Francisco Xavier Clavijero (1731-1787). Hijo de un alcalde mayor de la provincia veracruzana, logró aprender lenguas de la zona huasteca. De joven leyó a Descartes y a Newton, por lo cual impartió las cátedras de física, química y astronomía. También leyó a Carlos de Sigüenza y Góngora, tanto en las disciplinas señaladas, como en los textos redactados en náhuatl.

Dada la orden de Carlos III de expulsar a los jesuitas de sus posesiones territoriales, Clavijero se trasladó a Bolonia, Italia, con su muy importante biblioteca. En el exilio escribió su Historia Antigua de México y La Historia de California. Junto con Clavijero, fueron deste-rrados otros estudiosos del pasado indígena, además de literatos: Francisco Xavier Alegre, Andrés Cavo, Pedro José Marqués, Juan Luis Mauricio, Manuel Fabri y los filósofos Agustín Castro, Andrés de Guevara y José Rafael Campay. Durante el reinado de Carlos III (1759 -1788), Nueva España vivió el inicio de una política de apoyo a manifestaciones culturales y científicas; pero, durante el reinado de Carlos IV (1788-1808) se acentuó tal proceso, especialmente en pos de optimizar el conocimiento de los recursos de la colonia. Los criollos fueron los hombres más beneficiados en esos años, pues varias generaciones se abocaron al estudio de las ciencias —con recursos oficiales—y junto a sus maestros europeos realizaron una ingente labor en todos los campos de la actividad científica. Esta acción «ilustrada» auxilió a la política económica y administrativa instaurada en tales años. Así, surgieron diversas instituciones: la Real Escuela de Cirugía (1768), la Real Academia de las Nobles Artes de San Carlos (1781), el Jardín Botánico (1787), el Real Seminario de Minería (1792), escuelas de donde salieron avanzados alumnos, muchos de los cuales

prestaron valiosa ayuda a Humboldt en el viaje que hizo a Nueva España entre 1803 y 1804. De este importante lapso emerge la figura de Joseph Antonio de Álzate y Ramírez, quien escribió Memorias sobre la naturaleza, descripción, cultivo, propagación, incremento y beneficio de la grana, publicado en 1777. Su texto, después de acusar de ridículos a otros autores que consideraban a la grana-cochinilla como fruto de un árbol o como la parte posterior de ciertas moscas sin cabeza ni alas, nos dice Mayabel Ranero, presenta una descripción biológica, hábitat, forma de cultivo y procesos para la obtención del tinte. Ayudado de un microscopio investigó la forma de reproducción y su entorno para completar su trabajo con ilustraciones para sustentar sus descripciones.

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Otro espacio que permitía observar el desarrollo cultural que había alcanzado la Nueva España desde el siglo XVI, pero sobre todo en el XVII y el XVIII, fue el arte. En arquitectura, pintura, escultura y literatura se dejó sentir la explosión del arte barroco. Éste tuvo en México una fisonomía propia e inconfundible, producto de la inclusión de la creatividad de la mano de obra indígena. Numerosos palacios, iglesias y catedrales dan fe de su esplendor. Como ejemplos encontramos las catedrales de Guadalajara (1618), Puebla (1649) y México (1667), todas ellas símbolos de la grandeza que se adquiriría. Esta expresión artística de lo decorativo y desmesurado, sin dejar ningún espacio vacío, representó los ideales de los criollos. La pintura novohispana es alegórica —aunque casi siempre religiosa— y convencional, pues repetía en su concepción las composiciones de los grandes maestros europeos, con la dominación del claroscuro o tenebrismo; aunque en el siglo XVIII cambia y se hace más libre y espectacular. La escultura se hizo principalmente en relieve y se incorporó a la composición arquitectónica de fachadas, torres, cúpulas e interiores. Es posible apreciar en nuestros días esculturas de madera con la técnica de estofado, pues algunas iglesias conservaron muestras de este esplendor, muy representativo del barroco mexicano.

BLOQUE 7 LA GUERRA DE INDEPENDENCIA UNIDAD DE COMPETENCIA Identifica los hechos históricos más importantes que ocurrieron en Mexico y el mundo con la finalidad de explicar su influencia en el incio de la guerra de Independencia. Explica la guerra de Independencia a partir del análisis de las etapad por las que atravesó el movimiento.

7.1 Antecedentes externos de la guerra de Independencia La aplicación de las reformas borbónicas en la Nueva España, a finales del siglo XVIII, trajo consigo una serie de reajustes económicos, políticos, sociales y culturales que llevaron —prin-cipalmente a los criollos— hacia la toma de decisiones de orden político que desembocó en un movimiento tendente a modificar sus relaciones de dependencia con la Corona española. Esta problemática interna se enmarcaba en sucesos del ámbito mundial que también influyeron, principalmente, en el orden de las ideas políticas, tales como: el movimiento de independencia de los colonos ingleses establecidos en Norteamérica; en Francia, la burguesía encabezó su revolución y puso a circular entre la población los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad; aunado a lo anterior, España había vivido la invasión de su territorio por tropas napoleónicas y su rey había abandonado el trono. Las condiciones se tornaron propicias y los criollos —en todas sus posesiones americanas, incluidos los novohispanos— asumieron su compromiso de grupo e involucraron a otros hacia un nuevo proyecto de vida. Pensamiento político de la Ilustración Los criollos novohispanos, relegados a segundo término por los españoles ibéricos —a quienes llamaban despectivamente gachupines—, fueron conocedores de que en Europa, específicamente en Francia, existía una corriente de pensadores que planteaba la posibilidad

de otro orden de gobierno, diferente del monárquico. A lo largo del siglo XVIII, en Europa, algunos filósofos e intelectuales desarrollaron una nueva manera de explicar la realidad. Ese grupo se centró en torno a una nueva percepción del mundo que hacía de la razón humana la forma mediante la cual se debía explicar la vida misma; a esa corriente filosófica se le conoció como «Ilustración». Con arriesgadas propuestas algunos pensadores enfrentaron las explicaciones religiosas sustentadoras de la infalibilidad de los monarcas y antepusieron la luz de la razón humana para proponer formas distintas de organizar a la sociedad y, paulatina pero cuidadosamente, empezaron a hablar de la soberanía del pueblo. Para la segunda mitad del siglo XVIII, varios filósofos franceses habían publicado diversos ensayos en los que cuestionaban a las monarquías absolutas. Entre los más destacados se hallaron Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Charles Louis de Sécondat, barón de Montesquieu, escribió en 1748 El espíritu de las leyes, obra en la que se opuso al despotismo, a los abusos de la fuerza, a la Inquisición, a la intole-rancia religiosa y a la esclavitud, y proponía una monarquía prudente, limitada por «cuerpos intermediarios». Por su parte, Francois Marie Arouet (Voltaire) escribió en 1756 Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, obra en la que cuestionó los principios de la época al señalar como irracional el credo religioso, calificándolo de fanatismo, y lo ejemplificó con los hechos sangrientos de todas las guerras —incluyendo la conquista de América— para ubicar a la humanidad como la víctima de una alianza entre los tiranos-reyes y los tiranos-sacerdotes.

Jean Jacques Rousseau, filósofo, también repudiaba la monarquía absoluta y propugnaba por una «monarquía ilustrada», en la que sólo una élite capaz de renunciar a todo aquello que sujetara la razón se encargara de reemplazar morales tiránicas e ineficaces. La serie de ideas que estos hombres propagaron con mucha mesura, pero también con ironía, fueron conjuntadas en la Enciclopedia o Diccionario Razonado de las Ciencias, las Artes y los Oficios, extensa obra iniciada bajo la dirección de Denis Diderot y Jean D'Alembert, la cual, desde la aparición del primer volumen (1751), provocó reacciones en su contra y terminó de publicarse hasta 1772. En la Enciclopedia se leía una nueva realidad emergida de los intereses de una burguesía que no encontraba acomodo en las monarquías. Los conceptos de libertad e igualdad —para eliminar la diferenciación social— y el de fraternidad —tendente

a hacer menos dramático el rompimiento— pasaron a ser motores de un discurso que movilizó a todos aquellos que habían sido marginados por la nobleza. A la Nueva España llegaron estas ideas literarias e ilustradas tanto por libros como por narraciones de comerciantes, viajeros y marineros que sabían lo que se pensaba en Francia y, aunque la monarquía y la Inquisición censuraron esos textos provenientes de Europa, la práctica del libre comercio posibilitó la entrada de las «ideas impresas», ya fuera de manera legal o de contrabando.

La burguesía francesa empezaba a estructurar un discurso que enfrentaba el orden establecido por más de mil años: el de la monarquía absoluta. Las ideas que mas se difundieron, en síntesis, fueron:

Las reformas borbónicas A mediados del siglo XVIII la dinastía de los Borbón decidió modificar el estilo de gobierno que había establecido la Casa de los Habsburgo, su antecesora, en todo el imperio español. Por ello, inició un proceso de reorganización para restringir los atributos que la Corona había delegado en grupos y corporaciones, y los asumió más directamente, tanto en la política administrativa como en la económica. La pretensión básica era instaurar el «despotismo ilus-trado» o predominio de los intereses del monarca y del Estado sobre los de los individuos y las corporaciones. Esta reordenación política se propuso la recuperación de los poderes y una mayor participación económica de la Colonia en el funcionamiento de la metrópoli, pues España necesitaba una transformación ordenada, racional y orientada que le permitiera a la monarquía acelerar su propio desarrollo interno para poder competir con sus eternos rivales: Francia e Inglaterra. A la llegada de los Borbón al poder, la economía española estaba en una situación de inferioridad, sobre todo con Inglaterra, pues exportaba alimentos y materias primas a cambio de bienes manufacturados. Por su parte, el desarrollo de las manufacturas inglesas iniciaba la era

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de la Revolución Industrial y su predominio le permitía hacer la guerra a la orgullosa España para debilitarla. Las medidas impulsadas por el régimen Borbón para optimizar el sistema de captación de recursos fueron instrumentadas desde una percepción total, aunque se fueran realizando en lugares muy distantes unos de otros y en momentos distintos. De tal forma, desde 1748, con la supresión del sistema de flotas, se avizoraba una transformación que iba a afectar intereses muy específicos. Unos años después, en 1765, se permitió a las colonias comerciar entre sí, algo prohibido hasta entonces; además, en 1788, se expidió la ordenanza que aniquilaba el monopolio ejercido por Cádiz y Sevilla. Estas medidas no fueron bien aceptadas por los comerciantes, pues se habían adueñado de los principales circuitos comerciales del territorio novohispano, desde el puerto de Veracruz hasta la ciudad de México, y hacia las regiones del norte y occidente. También se permitió la creación de otros consulados que rivalizaron con el de México: Veracruz, en 1775, y Guadalajara, en 1795. Este tipo de medidas posibilitó a la Corona alcances económicos y sociales muy importantes. En principio, significó el fin del monopolio comercial de la Ciudad de México; el dinero empezó a moverse más profusamente hacia actividades como la minería y la agricultura; el sector de comerciantes se amplió con la llegada de inmigrantes; se registró un aumento en el consumo de mercancías europeas; se incrementó el volumen de los negocios y, además, circuló dinero para invertir productivamente. Esta situación permitió el fortalecimiento de otros grupos, como los mineros (por la necesidad de metales preciosos) y los militares, pues para hacer cumplir sus disposiciones la Corona envió destacamentos armados destinados a residir permanentemente en Nueva España. De manera tangencial, debido a la guerra que España sostuvo con Inglaterra a finales del siglo XVIII, se desarrollaron en la colonia otros centros manufactureros textiles y algunos comerciantes invirtieron sumas importantes en ese ramo, combinando sus actividades mercantiles con las de la producción misma. Entre 1765 y 1786, las reformas efectuadas en el nivel económico fueron más operativas. El Tribunal de Cuentas, compuesto por hombres mayores de sesenta años, fine removido; cambiaron sus componentes y sus métodos de contabilidad. Asimismo, se mejoraron las reformas para controlar los impuestos y rescatarlos, se crearon nuevos gravámenes y especialmente el mecanismo del «estanco» (monopolios manejados por el Estado que funcionaron más ampliamente). Lo que difícilmente previó la nueva casa reinante fue que con sus reformas afectó al grupo de los criollos novohispanos, cuyas respuestas desestabilizaron la misma fuente de recursos que deseaba optimizar. La independencia de las trece colonias Los habitantes de las trece colonias británicas asentadas en parte de la costa atlántica de lo que hoy llamamos Estados Unidos de América vivieron en la segunda mitad del siglo XVIII su guerra de independencia respecto a la Corona inglesa. Éstos deseaban libertad religiosa, política y de trabajo, pues observaban cómo las tierras que ellos trabajaban rendían importantes beneficios que, por disposiciones reales, iban a parar a Inglaterra. Además, habían logrado una organización interna —con leyes e impuestos propios— que les permitía márgenes de prosperidad. Tales condiciones, a diferencia de lo sucedido en Nueva España, fueron posibles debido a las características similares de los colonos, protestantes y buenos cultivadores de la tierra, ya que no habían permitido el mestizaje, aniquilando prácticamente a los indios que habitaban esos territorios. Formaron un grupo consolidado que se rebeló contra el rey Jorge III de Inglaterra.

Ante la inestabilidad imperante en sus posesiones de Norteamérica, el rey intentó hacer uso de la represión y dictaminó que la asamblea de las colonias debía pedir permiso a Inglaterra para reunirse y que los desobedientes serían juzgados en Boston o en la metrópoli. Los colonos respondieron con la organización del Congreso Continental de las trece colonias y nombraron comandante del ejército a George Washington en 1775. Con mucha claridad se propusieron adoptar el federalismo como manera de administrarse, ya que si bien respetaban la autonomía de los territorios de las trece colonias —que en el futuro fueron estados soberanos regidos por un gobernador y una asamblea de representantes—, la administración federal recayó en el pueblo para instaurar un gobierno dividido en tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La monarquía ya no tuvo cabida en su territorio: no más súbditos y sí el impulso a la ciudadanía. El 4 de julio de 1776, el Congreso de Filadelfia aprobó la Declaración de Independencia, inspirada en las ideas liberales del británico John Locke (1632-1704) y el francés Montesquieu (1689-1755). El documento fue redactado por Thomas Jefferson (1743-1826), John Adams y Benjamín Franklin (1706-1790). En esta declaración se consideraron por primera vez los derechos del hombre. La guerra de independencia norteamericana fue apoyada por Holanda, Francia y España, antiguos enemigos de Inglaterra. Tras varias luchas, las tropas británicas fueron vencidas definitivamente en Yorktown, en 1781. Dos años más tarde, Gran Bretaña reconoció la independencia de sus colonias tras firmar un acuerdo de paz en Versalles. George Washington fue su primer presidente. La Revolución francesa Para la Francia monárquica la situación de la década de 1780 no era del todo apacible. Los filósofos ilustrados habían abierto un bastión ideológico que permitía a la burguesía ascendente un discurso aceptado por campesinos y artesanos, así como por otros sectores no productivos, pero pobres, ya que refería las injusticias a que eran sometidos. Una de las ideas más asumidas era la de libertad, tan anhelada en una sociedad que imponía poderosamente distinciones de clase.

Fueron varias las causas que llevaron a la determinación de combatir contra el monarca, entre ellas el ascenso económico de la burguesía; el aumento de una población joven que deseaba cambios políticos; las recurrentes hambrunas resultado de malas cosechas y, por lo tanto, del incremento de los precios de alimentos básicos; el evidente derroche de la nobleza y la crisis hacendaria del imperio francés. Para tratar de subsanar los problemas económicos de Francia, Luis XVI decidió incrementar los impuestos a los sectores realmente productivos: la reacción no se hizo esperar. El malestar creció de tal manera que el monarca intentó conciliar llamando a asamblea de los tres estados: la nobleza, el clero y un tercero (muy amplio, que se distinguía porque sus miembros no pertenecían a los dos estamentos privilegiados) compuesto por la burguesía, campesinos y desplazados. La reunión no resolvió los problemas y en el interior de la nobleza y el clero se vivieron rupturas. El tercer estado decidió llamar a una asamblea general, la única que podía legislar en materia fiscal; ciertos nobles liberales y algunos integrantes del bajo clero se unieron a ella. El absolutismo se rompió. Al intentar formar una asamblea para redactar una constitución con la intención de contener los excesos de la monarquía no se llegó a ningún acuerdo y surgió la rebelión popular que desembocó, el 14 de julio de 1789, en la toma de la Bastilla. El orden monárquico fue impugnado por varios actores sociales, entre ellos, la emergente burguesía. Ante la efervescencia revolucionaria, la reina María Antonieta pidió a su hermano Leopoldo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, les diera refugio fuera de Francia, pero al intentar huir la familia real fue descubierta y eso enardeció a los inconformes. La reacción contra la monarquía fue drástica: se decidió su ejecución.

La situación

revolucionaria francesa

conmocionó a otras monarquías

europeas, pues el orden político que había perdurado por siglos había sido roto violentamente, y poco más de un mes después de haber ejecutado al rey y su esposa se presentó al pueblo un documento que resumía la ideología de los nuevos actores sociales en lo que se llamó: El pueblo francés inició un cambio trascendental al impulsar a la

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burguesía como una clase revolucionaria y al criticar fuertemente la imagen del súbdito y remplazarla por la participación activa del ciudadano; con ello las bases mismas del poder real eran enfrentadas. Los hombres y las mujeres empezaron a verse como elementos que podían incidir en su propia historia. Crisis política y económica en España El inicio del siglo XIX fue de grandes trastornos para la monarquía española. Si bien la Revolución francesa de 1789 había propiciado ideas de libertad e igualdad, aceptadas por grupos liberales que surgían en la península ibérica, la realidad francesa había desembocado en otra nueva experiencia imperial, esta vez encabezada por Napoleón Bonaparte. La determinación expansionista de Napoleón lo llevó a rivalizar con Inglaterra, pero antes invadió España, hizo prisionero al rey Fernando VII y coronó a José Bonaparte como el nuevo rey en mayo de 1808. A partir de ese momento la realidad interna española evidenció la existencia de dos poderosos grupos que persistirían por muchos años: a) los conservadores, con ideología tradicionalista, monárquica, aristocrática, muy ligada con el alto clero y la jerarquía militar, apoyados por un pueblo acostumbrado a su papel de súbdito, y b) los liberales, con una ideología progresista, enarbolando la división de poderes, la soberanía nacional, impulsada por militares nacionalistas, universitarios y algunos integrantes del bajo clero y aristócratas ilustrados. Pero la ocupación del trono español por José Bonaparte era una intromisión mayúscula en la vida de los españoles y provocó un descontento generalizado entre la población hasta desatar una serie de enfrentamientos comandados por militares leales a Fernando VII y, al mismo tiempo, la insurrección liberal. Un grupo de adeptos al rey llamaron a constituir una junta central para coordinar la resistencia a los franceses, jurándole fidelidad a su monarca; fueron secundados por liberales. España vivía, para 1809, una guerra de independencia —respecto a los franceses— y una reforma interna tendente a modificar el sistema monárquico y transitar de una modalidad absolutista a una constitucional. Al año siguiente, los españoles liberales aprobaron que la Junta Central incorporara diputados americanos y, junto con los españoles, decidieran cómo gobernar sus territorios. La Junta se conformó por treinta y seis españoles y diez americanos, estos últimos representantes de los cuatro virreinatos: Nueva España, Perú, Nueva Granada y Buenos Aires, así como de las capitanías independientes: Cuba, Puerto Rico, Guatemala, Chile, Venezuela y Filipinas. Para la elección de los representantes americanos se estableció que los ayuntamientos serían los encargados de nombrar a tres individuos, para que posteriormente sólo quedara uno. El ayuntamiento de Valladolid —después Morelia— fue uno de los más activos para asumir tal responsabilidad, dadas sus tendencias liberales y cuyo elegido iría finalmente como representante de Nueva España. La vida de la Junta fue corta y dio paso a la realización de cortes —reuniones— en la ciudad de Cádiz, de donde surgió la propuesta de elaborar una constitución para limitar el poder del rey. El resultado fue la redacción de la Constitución llamada de Cádiz, que evidenciaba una tendencia liberal al señalar que la soberanía residía en la nación, no en el rey; además, establecía la conformación de un cuerpo legislativo, otro judicial y se delimitó que el ejecutivo recaería en el rey, pero restringido por los otros poderes. La religión católica se mantenía como la única reconocida y se decretó la existencia del voto para la elección de diputados, así como la autorización de mantener fuerzas armadas para la defensa del territorio. La Constitución de Cádiz fue aprobada en 1812. La problemática interna de la península ibérica pronto dejó sentir su influencia en sus posesiones americanas

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7.2 Antecedentes internos de la guerra de Independencia Los cambios económico-políticos acaecidos en Europa repercutieron en la Nueva España, a finales del siglo XVIII, al implementarse las Reformas Borbónicas tendentes a modernizar el aparato administrativo y, a la vez, a sujetar al grupo de los criollos —que crecía en poder económico— y a las corporaciones que gozaban de privilegios que atentaban contra los intereses supremos de la monarquía española, como el de la Iglesia católica. Con las reformas se pretendía restaurar el poderío absoluto del monarca español en el momento en que tal modelo estaba dejando de ser operativo en Francia y el imperio Británico. Monopolios económicos y políticos de los españoles En primer lugar, es necesario precisar que todas las reformas introducidas por los Borbón tuvieron un fin básico: cancelar una forma de gobierno que les había permitido a los novohispanos cierta autonomía e imponer otra de mayor obediencia hacia el monarca. Ante esta determinación básica, José de Gálvez se trasladó de España a tierras americanas con la orden real de promover una serie de reformas que sujetaran a la colonia mediante la incorporación a las funciones administrativas de hombres adeptos sólo al soberano, pues no podían existir poderes corporativos o privados que rivalizaran con él, ni privilegios que atentaran contra el interés supremo de ese tipo de Estado. La principal enemiga era entonces la Iglesia, corporación que desde 1492 hasta 1700 (periodo de los Habsburgo) había sido el apoyo básico de la Corona, aliada y socia, pues convertía —adoctrinaba— a los americanos nativos, normaba la conducta y actitudes personales de todos los súbditos del rey y reforzaba la imagen de reverencia y autoridad ante la Corona, enseñando que el sistema jerárquico social, político y económico establecido era el orden natural de vida en la Tierra dado por Dios. Ambos se beneficiaban y complementaban; pero ese modelo se estaba agotando y la separación se inició, pues no sólo el ámbito espiritual le había dado poder a la Iglesia sino que había crecido, también, en poder económico. Para generar esa ruptura la monarquía española efectuó una serie de medidas que, si bien distantes una de otra en el tiempo, no dejaron de ser sistemáticas, aunque en determinados momentos tampoco fueron acatadas con inmediatez. Así, en 1717 se prohibió la fundación de nuevos conventos en América (para reducir la fuerza de las órdenes religiosas). Para 1734 se mandó que esas órdenes religiosas no admitieran más novicios en un periodo de diez años. En 1754 se prohibió a las órdenes que intervinieran en la redacción de testamentos, ya que con inusitada frecuencia ellas eran las beneficiarias de cuantiosas fortunas. Para inicios del siglo XIX la confrontación se tomó más aguda; en 1804 se expidió la Real Cédula sobre enajenación de bienes raíces y cobro de capitales de capellanías y obras pías para la consolidación de vales reales. Tal orden consistía en poner a la venta los bienes inmuebles de la Iglesia y recoger —como préstamo— las cantidades así recaudadas, al mismo tiempo que allegarse —el imperio español— el dinero calculado en 45 millones de pesos sólo en la Nueva España. Otro sector que se resistió reiteradamente a las reformas iniciadas fue el de la nobleza hispana gobernante en América: el virrey, la Real Audiencia, los tesoreros y oficiales reales. Por ello el nuevo visitador inició una ofensiva contra el virrey, quien en la época de los Habsburgo era el representante de la supervisión del gobierno civil y cuya actividad comprendía muchísimas atribuciones: la recaudación de impuestos, el gasto de los mismos, la reglamentación del comercio, la coacción legal, la impartición de justicia y el gobierno municipal.

El virrey también confería los nombramientos del personal de nivel más bajo en los sectores fiscal y judicial de la burocracia colonial, así como de los funcionarios locales en los distritos provisionales —las alcaldías mayores—; también era capitán general y, por lo tanto, comandante supremo de las fuerzas militares y navales, además de vice patrono de la Iglesia, quien aseguraba el acatamiento de las prerrogativas del patronato real en lo referente a los diezmos, la construcción y reparación de edificios eclesiásticos. Para la propuesta que trataban de imponer los nuevos monarcas esa realidad era sumamente peligrosa por parecerle que centralizaba mucho poder y que era ineficiente en la resolución de tantos asuntos que abarcaba. Ante todo esto, se instauró el llamado sistema de intendencias.

La Real Audiencia, institución tan importante en el virreinato —que gobernaba en ausencia del virrey—, también fue objeto de fuertes modificaciones, pues en ella habían encontrado un espacio de actividad los criollos —quienes llegaban a fungir como oidores—, realidad que Gálvez transformó al devolver tales funciones, principalmente, a jóvenes españoles deseosos de participar en el nuevo tipo de gobierno que trataba de imponer. Una fracción importante de altos funcionarios, los tesoreros y oficiales que manejaban las cajas reales del virreinato —donde se administraban los impuestos— fue casi completamente

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sustituido por los hombres de Gálvez. En esos cargos había una mayor proclividad a la corrupción, por lo que allí las medidas fueron impuestas rápidamente. El último escaño alcanzado por las reformas administrativas incidió en las prerrogativas que disfrutaban los alcaldes mayores y los corregidores, ya que como pocas veces les era pagado en tiempo su salario, cayeron en la práctica del «repartimiento» (el reparto de los indígenas, a quienes debían proteger para obtener de ellos trabajo y tributo). En 1786, contra estos funcionarios se elevó la Ley de Real Ordenanza de Intendentes, con la que se abolían las alcaldías mayores y corregimientos y se prescribía el repartimiento. Estas medidas impulsadas por los Borbón modificaron el anterior sistema y afectaron a los grupos de poder tradicionales; uno de los casos más impactantes fue el de la expulsión de la Compañía de Jesús. La expulsión de los jesuitas La última de las órdenes religiosas en establecerse en la Nueva España fue la Compañía de Jesús, a cuyos miembros se denomina jesuitas. La llegada de estos misioneros, en 1572, presentó una diferencia muy marcada respecto a las órdenes que les precedieron, pues no sólo se interesaban en evangelizar, sino también en educar. Pronto los jesuitas fueron los principales maestros de los criollos y su influencia, también en lo territorial, creció poderosamente, sobre todo en sus misiones establecidas en la zona de los chichimecas, territorios muy importantes dada su ubicación cercana a las importantes minas de Zacatecas. Difícil y lento fue el avance de estos misioneros, pero debido a su habilidad para estudiar y comprender lenguas diferentes, así como su idea de comunidad —donde los indios producían para el grupo y se limitaba poderosamente el contacto con otros españoles—, se ganaron la confianza de los pobladores. Los excedentes que se lograban eran utilizados para seguir su proceso evangelizador y productivo. Tal canalización de recursos no dejaba grandes beneficios para la Corona y, dada su evidente riqueza, fueron hostigados constantemente. Tan significativa fue la presión de las autoridades civiles que se llegó a establecer que las misiones sólo durarían diez años en manos jesuitas y después pasarían a ser administradas por el clero secular. Por la lejanía, muchas misiones siguieron funcionando con jesuitas al frente. Además, su trabajo educativo con los jóvenes criollos comenzó a despertar preocupación, dado que no pocos de los maestros hacían señalamientos al poder absoluto. En sus colegios más importantes, asentados en Oaxaca, Durango, Mérida, Parral, Pátzcuaro, Zacatecas, Querétaro, San Pedro, San Pablo y San Ildefonso en el centro del virreinato, enseñaban primeras letras, gramática, artes y teología; también tenían sedes escolares en Campeche, Celaya, Chiapas, Chihuahua, Guadalajara, San Juan Bautista, Guanajuato, León, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y Veracruz. De mucha trascendencia, tanto cultural como social, fue su actividad en las escuelas que erigieron para indígenas en Puebla (San Francisco Xavier), Querétaro (San Luis de la Paz), Tepoztlán y San Gregorio, en la capital del virreinato. Los jesuitas se consolidaron como una orden religiosa económicamente muy fuerte, justo para los años en que Carlos III pretendía un mayor control de Nueva España y de sus recursos. En 1767 dictó la orden de su expulsión, además de notificarles que quedaban incomunicados y sólo podían llevar consigo lo elemental. La respuesta de sus fieles fue apagada drásticamente bajo las órdenes del inquisidor José de Gálvez. Los misioneros acataron las disposiciones. Cuando llegaron a España no fueron aceptados y tuvieron que seguir, en lamentables

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condiciones de salud y económicas, hasta tierras gobernadas por el Papa. Casi 500 misioneros, la mayoría de ellos criollos, fueron desterrados, lo que significó que las misiones, algunas ciudades y colegios perdieran a un importante grupo de hombres que les daban impulso y formación. El impulso que en el territorio novohispano produjeron las reformas borbónicas no fue homogéneo, ni entre las regiones ni entre los diferentes grupos sociales. Los mineros y los grandes hacendados españoles vieron crecer sus riquezas, sobre todo en el centro y el norte, como también algunos criollos, pero el grueso de la población no tuvo mejoría y los mestizos y las castas crecían desproporcionadamente sin encontrar acomodo social ni laboral. Otro grupo sumamente afectado fue el indígena, cuyas tierras fueron acaparadas por españoles y criollos para sus haciendas, ingenios azucareros y estancias ganaderas, por lo que se convirtieron en campesinos, peones, jornaleros e incipientes proletarios urbanos. El desigual reparto de ganancias diferenció cada vez más a los grupos, pero sobre todo el resentimiento se canalizó entre los ibéricos y los criollos, pues los primeros, y sólo ellos, se creían con derecho a ocupar los puestos jerárquicos de gobierno que reclamaban los segundos —por ser quienes aportaban los recursos económicos sustentadores de toda la estructura económica del Virreinato—; a su vez, ambos grupos aceptaban con mucha reticencia a los mestizos. Nacionalismo criollo y problemas económicos de la Nueva España Los criollos no se dieron por vencidos ante los embates monárquicos y encaminaron sus anhelos de mayor participación política hacia los cabildos municipales, los curatos y los niveles inferiores y medios del ejército y, por lo tanto, a transformar estas instituciones en recintos políticos dedicados a la defensa de sus intereses. Los habitantes del territorio novohispano, en su mayoría, vivieron en la miseria durante los 300 años de dominio español, pero la Corona había logrado contener las varias insurrecciones indígenas que se habían presentado gracias a que los criollos también necesitaban contener a esos grupos. Sin embargo, cuando hubo la necesidad de romper la sujeción económica de la Corona los mestizos e indígenas fueron contemplados —por los criollos— como posibles aliados, y una de las ideas fuertes que gradualmente se creó para atraerlos fue la de luchar, juntos, por una nueva nación americana. Para principios del siglo XIX la realidad económica en Nueva España era de crisis: las insuficientes y malas cosechas de las tierras comunales de los indígenas, así como de los pequeños productores, obligaba a los campesinos a salir de sus comunidades hacia las ciudades en busca de la asistencia hospitalaria y de la caridad. La pobreza generaba enfermedades que se transformaban en epidemias. Nueva España vivió en estos años la miseria, desempleo y la migración hacia las regiones y ciudades más prósperas, lo que pronto causó desequilibrios y malestar social. Para finales del siglo XVIII y principios del XIX, la estratificación social en la Nueva España se encontraba de la manera siguiente: En la cúspide estaba un reducido número de peninsulares, algunos recién llegados con las reformas borbónicas y otros ratificados por su procedencia ibérica; sus funciones estaban vinculadas a la Corona, con gran peso económico y una posición social privilegiada; tenían su residencia en la Ciudad de México y urbes importantes o cabeceras de las intendencias, como Guadalajara, Puebla, Guanajuato, Valladolid y Oaxaca, por lo regular territorios privilegiados y vinculados a la capital del virreinato.

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En el segundo escaño se encontraban los españoles americanos o criollos. Éstos ocupaban puestos políticos y administrativos bajos y siempre subordinados a los ibéricos. Se trataba de hacendados, mineros medianos, rancheros prósperos y propietarios urbanos. Fue gente «letrada», por lo que contaban con abogados, sacerdotes, militares e intelectuales, casi todos ellos «liberales» y que compartían un sentimiento de identidad que les brindaba su lugar de nacimiento y su ascendencia española. Estaban informados de los cambios ideológicos acaecidos en Europa, lo que les brindó elementos para objetar su relegada segunda posición en un territorio que consideraban propio. En un tercer estrato se aglutinaba la mayoría de la población, integrada por mestizos, indígenas y castas. Los mestizos constituyeron un grupo que creció de manera acelerada, con problemas de identidad, de desprestigio social, menosprecio y marginación, y se hallaban principalmente en las ciudades desempeñando oficios varios: curtidores, zapateros, panaderos, artesanos, aguadores, mozos, etc. Los indígenas, por lo regular, se localizaban en el campo, relegados a la dinámica del trabajo comunal o a la labor de las haciendas como jornaleros o peones libres; otros, que habían sufrido el arrebato de sus tierras, se convirtieron en peones acasillados de los terratenientes. Los hombres y las mujeres que fueron agrupados en castas se establecieron tanto en la ciudad como en el campo; compartían casi los mismos oficios que los mestizos, con la diferencia de que sus trabajos fueron más arduos, pesados y hasta forzosos, en las minas y los talleres. La marcada estratificación social impidió, en el último tercio del siglo XVIII, la movilidad social y política de los criollos, relegó a los mestizos e ignoró a indígenas y castas; esto, aunado a las crisis agrícolas, permitió un clima de descontento entre las mayorías y era el momento preciso para que las ideas tendentes a la autonomía tuvieran más oportunidad de concretarse. El grupo que podía dirigir ese movimiento estaba maduro y supo anexarse a otros conglomerados afectados al convidarlos a constituir una nueva nación que, decían, era rica en recursos naturales, en su fe católica, en el trabajo de sus hijos, y no tenía por qué sufrir menosprecios ni humillaciones de quienes no querían esta tierra porque no era suya, ya que no habían nacido en ella. Insurrecciones populares: motines mineros y levantamientos indígenas Una visión más completa de lo sucedido a finales del siglo XVIII en Nueva España necesariamente obliga a referir algunos síntomas de malestar que se expresaron por los trabajadores de las minas y del campo. Ambos grupos también resintieron el peso de las nuevas órdenes monárquicas para la regulación de las actividades económicas y, en el caso de la extracción de plata, fue notorio. Ante la obligatoriedad de entregar cuentas más transparentes a los nuevos hombres del rey, los dueños de las minas se vieron impelidos a buscar la forma en que sus ganancias no resultaran tan afectadas y eso les llevó a bajar los salarios, de por sí insuficientes, de los trabajadores, así como de lo que se llamaba «el partido», una especie de pago en especie, que ciertos trabajadores consideraban más adecuado, pues el metal que recibían podían cotizarlo con mayor beneficio para ellos. Si bien las expresiones de descontento no fueron articuladas sí se presentaron en la región del Bajío y generaron malestar entre los trabajadores. En algunas ocasiones —según Brígida Von Mentz— también es posible vincularlo con las rebeliones indígenas registradas en tales años, pues el otro «recurso» de los dueños de minerales —como el alcalde mayor de Guanajuato— fue «arrancar» de sus comunidades a los indios que aún debían pagar tributo, pues según su decir, necesitaba de 400 a 500 indios para que no llegase a cesar esa actividad.

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La respuesta indígena tuvo como soporte, en estos casos, su rechazo a entregar más hombres de sus comunidades para ser llevados a trabajar a las minas, pues ya consideraban bastante el tener que entregar tributo. Las manifestaciones de repudio al reclutamiento fueron diversas. El malestar social englobaba a diferentes actores y la región del Bajío los acogía a todos, por lo que en tal región empezaron a surgir, más recurrentemente, evidencias de querer acabar con tal situación. Lo mismo surgía alrededor de las ciudades más importantes del virreinato; al frente del descontento se presentaban los trillos. La conjura del ayuntamiento de la Ciudad de México, Valladolid y Querétaro. Una vez que se conjuntaron las influencias ideológicas surgidas en Europa y los Estados Unidos de América con las situaciones internas de la Nueva España, se vivió un conflicto interno entre quienes pretendían mantener la relación colonial, sin alteraciones, representados por la Real Audiencia (altos funcionarios europeos nombrados directamente por la Corona) y el ayuntamiento, lugar donde los criollos habían ganado posiciones y buscaban reformar la vida de la colonia. Las noticias de la invasión napoleónica a España llegaron a la Nueva España entre junio y julio de 1808. La burocracia hispánica sabía que los criollos actuarían inmediatamente, y así fue. El 19 de julio, el ayuntamiento de la ciudad de México, «en representación de todo el reino», hizo llegar al virrey una «conciliadora» posición para mantener la gobernabilidad, sin dejar de precisar su postura respecto a quién le correspondía la soberanía. Si bien la posición era muy inteligente, los oidores peninsulares se indignaron por la «supuesta representación» que se auto conferían los «criollos» al considerarse representantes de toda la Nueva España. Las diferencias se dirimieron en una junta con las principales autoridades de la ciudad: virrey, oidores, arzobispos, canónigos, prelados religiosos, inquisidores, jefes de oficina, vecinos principales y gobernadores de indios, en la que el licenciado Francisco Primo Verdad y Ramos —síndico del ayuntamiento— planteó la necesidad de formar un gobierno provisional, ante lo cual respondieron violentamente las autoridades civiles y religiosas ibéricas. El inquisidor Prado y Ovejero declaró «proscrita y anatemizada por la Iglesia» la afirmación de que la soberanía había vuelto al pueblo. Se convino, al final, en que el virrey José Iturrigaray continuara como representante de Fernando VII, a quienes todos juraron fidelidad el 15 de agosto. Mas la división se agudizó entre españoles y criollos. Los criollos decidieron continuar sus planes y solicitaron la formación de un Congreso similar a las Cortes de la metrópoli; pero, basadas en argumentos políticos, las autoridades virreinales no les concedieron tal posibilidad dado que Nueva España era una colonia dependiente de la autoridad del rey, por lo cual no tenía autonomía. El virrey, hacia los últimos días de ese mes de agosto, anunció desligarse de la autoridad hispana —dado que el rey era prisionero— y convocó a formar un Congreso. Tales medidas hicieron concluir a los españoles que las ideas independentistas avanzaban con celeridad, por lo que, apoyados en un comerciante sumamente rico —Gabriel de Yermo— depusieron al virrey Iturrigaray, al mismo tiempo que hicieron prisioneros a Primo Verdad, Juan Francisco Azcárate, José Antonio Cristo y fray Melchor de Talamantes, este último acusado de ser el autor intelectual del intento independentista. Para las autoridades españolas fue motivo de honda preocupación encontrar entre los criollos diversos documentos en los que se reconocían como representantes de los ayuntamientos y, por lo tanto, del pueblo para plantearse constituir el Congreso Nacional Americano tendente a

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asumir diversas funciones, como nombrar al virrey capitán general del reino, proveer todas las vacantes civiles y eclesiásticas, suspender al Tribunal de la Inquisición la autoridad civil, dejándole sólo la espiritual, y nombrar un embajador que pasara a los Estados Unidos a tratar alianza y pedir auxilio, entre otros puntos más. El ayuntamiento de la Ciudad de México iniciaba una decidida toma de posición para lograr autonomía con respecto a España. Pero las ideas independentistas y el papel de los criollos no eran exclusivas de la Nueva España. En otras colonias y virreinatos españoles sucedían acciones similares: en Montevideo (Uruguay), el 21 de septiembre de 1808, el gobernador Francisco Javier Elio constituyó una junta para oponerla al virrey de Río de la Plata, Santiago Liniers y Bremond, simpatizante de los criollos. El 24 de julio de 1809 se formó en La Paz (hoy Bolivia), por el método de cabildo abierto, la Junta Constitutiva, que presidió Pedro Domingo Murillo, y el 10 de agosto, Quito (Ecuador), la Junta Soberana, bajo la dirección de Juan Pío María de Montífar y Larrea, marqués de Selva Negra. En estos dos últimos casos se trataba de regir esos países de modo autónomo, aunque a nombre de Fernando VII los tres organismos se disolvieron antes de 1810. El 19 de abril de 1810 se formó en Caracas (Venezuela) la Junta Suprema conservadora de los derechos de Fernando VII; el 25 de mayo, la de Buenos Aires; el 20 de julio, la de Santiago de Chile; en fechas siguientes las de Paraguay, Salvador, Cuzco y León, en Nicaragua. En todos estos sitios se proclamó que la soberanía volvía al pueblo mientras el monarca estuviese prisionero, se persiguió a los españoles y, en algunos sitios, como Argentina, empezó la guerra; se declaró la libertad de comercio, se establecieron relaciones diplomáticas con Inglaterra y Estados Unidos, se armaron ejércitos nacionales, se convocó a congresos y sobrevino la separación de España. Aun cuando fue varias veces reprimida, Venezuela proclamó la República el 5 de julio de 1811, la primera en América continental. La represión que vivieron los criollos ante sus conspiraciones independentistas los hizo reunirse en secreto para planear la estrategia que les permitiera lograr su objetivo: «constituirse en una nueva Nación, independiente de la Corona, recuperar y conservar sus antiguos privilegios que les habían sido arrebatados por los gachupines». Uno de los bastiones criollos de mayor efervescencia política fue el ayuntamiento de Valladolid, al mantener la postura liberal y gestar una conspiración. Después de haber trabajado intensamente para que un integrante del ayuntamiento de Valladolid fuera como representante a España, a la Junta Central, y ese mecanismo no hubiera prosperado, los criollos de la intendencia de Michoacán decidieron hacer uso de otros recursos para modificar el relego que vivían. A las reuniones que con este fin se realizaban se les llamaba «conspiración», pues se proponían destituir a las autoridades coloniales. En la conspiración de Valladolid estaban involucrados varios criollos distinguidos; sobresalían el licenciado José Mariano Michelena, quien no actuaba solo, pues era secundado por militares como José María Obeso, Mariano Quevedo, Ruperto Mier, Manuel Muñoz y José Nicolás Michelena, y por curas como Manuel Ruiz de Chávez, Vicente Santa María y Luis Correa. Su plan consistía en formar un Congreso que guardara en depósito la soberanía real mientras Fernando VII volviera al trono. Los criollos sabían que un movimiento de esa magnitud no podrían realizarlo solos, por lo que se dirigieron a otros grupos descontentos con las autoridades. El 21 de diciembre de 1809 se consideró la fecha adecuada para llevar a cabo sus planes, pero fueron denunciados por Francisco de la Concha. Los activistas fueron detenidos y presentados ante el virrey Javier Lizana, quien los auxilió al no encontrar delito que perseguir. Los

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«conspiradores» quedaron en libertad, mas el virrey despertó sentimientos de animadversión hacia su persona de parte de aquellos españoles que buscaban acabar con las pretensiones de autonomía. Otra conspiración más se gestaba en Querétaro, punto de confluencia de los grupos criollos interesados en la independencia y ubicados económicamente en torno de la próspera región del Bajío. Allí se reunieron los líderes de una nueva confabulación: Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Ignacio Aldama, Juan Aldama, Mariano Abasolo y Mariano Jiménez —entre otros—, en su mayoría pertenecientes a la clase media criolla, hijos de pequeños propietarios, de administradores de la pequeña industria, dedicados a la abogacía, relegados a las ciudades de provincia. Estos actores individuales, descontentos ante la situación de gran injusticia y desigualdad social que los marginaba como parte de grupos sociales, aspiraban a cambiar el tipo de gobierno. Para cumplir sus fines buscaron involucrar a los distintos actores colectivos afectados por la administración virreinal. Buscaron el apoyo de las masas populares: mestizos, indígenas y castas, e integraron las demandas de éstos en el ideario independentista para sumarlos a sus filas combativas. Los criollos demandaban la creación de una Junta que los representara, la supresión de los estancos, libertad de comercio, igualdad de empleos y abolición de impuestos. A los grupos empobrecidos les hicieron promesas como supresión de las castas, abrogación del tributo, abolición de la esclavitud, restitución de tierras a las comunidades indígenas y repartición de tierras. El discurso resultaba poco claro en su definición debido a que algunas demandas de los sectores populares enfrentaban los intereses de los mismos criollos aspirantes al poder, pero estaban dadas las condiciones para que todos los inconformes con la Corona encontraran desahogo, y las ideas independentistas fueron puestas en práctica por un grupo de líderes que se convirtieron en «los insurgentes» y, entre ellos, figuras particulares que encabezarían el movimiento.

7.3 La participación y el pensamiento político de los actores individuales y colectivos en la etapa de «inicio» de la guerra de Independencia. El levantamiento armado fue planeado para el mes de octubre de 1810; sin embargo, los conjurados fueron descubiertos, y en miras de ser arrestados —oportunamente avisados por la determinante ayuda de la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez—, Hidalgo se apresuró a organizar la rebelión con aproximadamente 600 hombres, en su mayoría indígenas, con quienes en la madrugada del 16 de septiembre del mismo año se enfiló a la lucha armada. El llamado a misa convocaba a la unión contra el mal gobierno que explotaba a criollos, mestizos, comunidades indígenas y castas; era el llamado a abolir la esclavitud, y la anexión de los más necesitados fue inmediata. En pocos días, la rebelión se extendió por la región del Bajío; logró reunir a más de 8000 hombres de oficios varios: peones de haciendas, miembros de comunidades indígenas, trabajadores de las minas, otros dedicados a la agricultura y a los obrajes, quienes armados con garrotes, hondas, machetes y palos tomaron la imagen de la Virgen de Guadalupe como estandarte de la lucha, y gritaban, entre otras cosas: ¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe! ¡Muera el mal gobierno! Ésa era su composición social mayoritaria; no era un ejército disciplinado, capacitado para enfrentar a las tropas realistas, pero le ayudó su gran número y el factor sorpresa. Después de vencer una escasa resistencia en Dolores pasaron a San Miguel el Grande, donde se les unió un grupo comandado por Ignacio Allende. Más tarde, partieron rumbo a Celaya y

Salamanca; lograron tomar la capital de Guanajuato después de un intenso y sangriento combate en el que destacó la actuación de un minero apodado el «Pípila», al incendiar la puerta de la Alhóndiga de Granaditas para facilitar la entrada a los insurgentes. Marcharon hacia la Ciudad de México, pasando por el Monte de las Cruces, donde sostuvieron un duro enfrentamiento con las tropas realistas, sobre las que triunfaron. Posteriormente, el ejército se organizó en dos facciones, una comandada por Hidalgo y otra por Allende. Hidalgo llegó a la ciudad de México acompañado de pocos hombres, y solicitó hablar con el virrey Venegas para evitar derramamiento de sangre, mientras el resto del ejército se quedó fuera de la ciudad resguardándolo de las tropas del ejército español, a cuyo frente estaba Félix María Calleja. Como le fue imposible ver al virrey, Hidalgo se regresó a Valladolid, y Allende a Guanajuato para continuar el combate y reunirse más tarde en Guadalajara con la intención de armarse y reorganizar la lucha. En ese lugar, Hidalgo organizó su ejército con unos 100 000 hombres, enfrentándose a Calleja en el puente de Calderón. Después de seis horas de combate y cuando la batalla aún no estaba decidida, estalló una granada sobre un carro de municiones; esto causó pánico, desorden y finalmente la derrota de los insurgentes. Calleja entró victorioso a la ciudad de Guadalajara el 21 de enero de 1811. Más tarde, los caudillos y un ejército de 2500 hombres pretendieron llegar a Estados Unidos en busca de municiones para la lucha; no los consiguieron y fueron aprehendidos en el mes de marzo de 1811 en Norias de Baján, al haber sido traicionados. ¿Ubicas a los primeros Insurgentes?

Los que se levantaron en contra del gobierno establecido en la Nueva España fueron considerados insurgentes: Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio María de Allende, Josefa Ortiz de Domínguez y Juan Aldama, entre otros, y fueron los principales líderes de la primera etapa de la sublevación que inició en septiembre de 1810. Miguel Hidalgo y Costilla estudió con la orden de los jesuitas. Fue profesor, luego rector del colegio de San Nicolás en Valladolid y párroco del pueblo de Dolores, en la intendencia de Guanajuato. Transmitió a los feligreses indígenas y castas las primeras letras; además, les enseñó actividades productivas como la cría del gusano de seda, la cría de abejas, el cultivo de viñedos y a dirigir pequeñas industrias, como la producción de loza y ladrillos. En la primera década del siglo XIX se integró a una sociedad secreta albergada en Valladolid; los allí reunidos analizaban las ideas ilustradas. Este grupo, al enterarse de la captura de Fernando VII en 1808, propugnó por la creación de un congreso que gobernara la Nueva España en ausencia del rey; su conjura fue descubierta y sus miembros cambiaron las reuniones literarias a Querétaro, donde Hidalgo conoció a Ignacio Allende. Ignacio María de Allende y Unzaga nació en Guanajuato, de padres españoles, pequeños propietarios, por lo tanto incluido en el sector criollo no privilegiado. Perteneció al ejército virreinal, donde ganó los ascensos que lo hicieron general. Después de la crisis de 1808 se unió a la causa insurgente, donde fue el principal estratega. Otro protagonista fue Juan Aldama, hijo de administrador de una pequeña industria y abogado, que colaboró con Hidalgo en San Miguel; después, en Guadalajara participó en la fundación del primer periódico insurgente El Despertador Americano. Fue nombrado mariscal de campo del ejército insurgente. A estos líderes se unió un importante grupo de letrados criollos, pobres todos ellos, pero poseedores de conocimiento ilustrado, con aspiraciones de libertad e

independencia, por lo que depositó en ellos la semilla del cambio anhelado por las mayorías. Es importante incluir en esta primera etapa a Doña Josefa Ortiz de Domínguez, nacida en Valladolid y formada en el Colegio de San Ignacio de Loyola, perteneciente a la orden de los jesuitas, donde adquirió un gran compromiso de servicio hacia las minorías desposeídas; por ello simpatizó con las ideas del cura Hidalgo. Doña Josefa, por su posición de esposa del corregidor de Querétaro, jugó un importante papel en la conspiración de 1810, ya que brindó protección al grupo de insurgentes ante los realistas, ateniéndose a las consecuencias, pues una vez iniciado el movimiento fue apresada y recluida por tres años en el convento de Santa Catalina de Siena.

La participación del cura Hidalgo garantizó la adhesión de los campesinos y demás sectores populares, quienes pronto conformaron una gran plebe deseosa de destruir el orden del gobierno imperialista, el modelo español. Hidalgo hizo suyas las demandas populares y luchó fervientemente por concretarlas, siendo así el caudillo de este amplio sector insurgente. Aldama y Allende presenciaron con reservas la adhesión del pueblo al movimiento. Su único propósito era no depender más de la Corona; deseaban gobernar el territorio que les había brindado la identidad criolla; sólo querían cambios políticos, más no cambios sociales que involucrasen a las mayorías, ya que ambicionaban recuperar los privilegios arrebatados por los gachupines. Por ello, consideraron un exceso el compromiso adquirido por Hidalgo con el pueblo, sin manifestar abiertamente su malestar, pero continuaron unidos ante la idea de librarse de España. Los insurgentes fueron contrarrestados por el ejército realista, creado principalmente para combatir a los distintos grupos contrarios al orden monárquico, y un tanto diferente al ejército colonial, cuya prioridad era la defensa del virreinato de la posible agresión de potencias extranjeras o de insurrecciones de los más desfavorecidos socialmente —indios, esclavos y castas—. La situación se modificó cuando una parte considerable de la población americana acogió la idea de la independencia, pues era una idea muy atractiva para ciertos oficiales criollos deseosos de alcanzar altos rangos militares que les eran negados por las autoridades españolas. Los ejércitos realistas defendían la investidura del rey y eran sufragados con recursos del virreinato, de los comerciantes y empresarios españoles que lograban beneficios económicos, les apoyaba la alta jerarquía católica y su oficialidad era representada por militares del ejército colonial que permanecieron leales a la Corona. Sin embargo, también debía incorporar americanos para acrecentar o mantener el número de sus efectivos, pues la población de españoles peninsulares en las colonias americanas a fines del siglo XVIII era de 150 000 personas, cifra inferior al 1% de la población total. Aun así, los tres siglos de dominación —y su arraigo en la población mayoritaria— impidieron una insubordinación generalizada dentro del nuevo ejército, que persiguió con saña a los insurgentes.

7.4 La participación y el pensamiento político de los actores individuales y colectivos en la etapa de «organización» de la guerra de Independencia. Una vez derrotados los primeros insurgentes el movimiento de independencia perdió a sus líderes iniciales, mas la lucha no concluyó. El descontento social, si no idéntico en todo el virreinato, sí tenía razones profundas para estar presente y entre los sectores populares había más necesidades por resolver; las básicas eran suprimir la esclavitud y recuperar las tierras que les habían sido expropiadas. En la etapa de inicio, como en la que se abría al comenzar el año de 1812, el papel de los sacerdotes ligados al pueblo empobrecido era fundamental. Si una parte del clero proscribía a los insurgentes otra se había vinculado estrechamente con ellos, y al unir preceptos cristianos a ideas de libertad —para buscar

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la igualdad social— integraban un ideario político que los orientaba a mantener la lucha por la independencia. José María Morelos e Ignacio López Rayón Una segunda etapa del movimiento insurgente se ubicó entre 1812 y 1815; tuvo como principal protagonista a José María Morelos y Pavón. Morelos nació en Valladolid —hoy Morelia— y fue declarado criollo a pesar de tener ascendencia africana. Estudió en el Colegio de San Nicolás y se desempeñó como cura en las regiones pobres de Michoacán. Entabló contacto con Hidalgo con el afán de extender el movimiento de independencia y, en octubre de 1810, aquél le dictó un nombramiento que decía: Por el presente, comisiono a mi lugarteniente D. José María Morelos, para que en la costa del Sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado. Así se dispuso y logró reunir un contingente conformado por esclavos, mulatos del sur, antiguos peones de hacienda, soldados de los cuerpos de los ejércitos vencidos y un número significativo de campesinos que estuvieron con él para continuar la lucha. Morelos era un estratega militar nato y eso le permitió algunos triunfos contra las fuerzas realistas, al grado de empezar a conocérsele como el «Rayo del sur» pero, además de ello, conocía las preocupaciones de sus seguidores y la prioridad de justificar legalmente el movimiento independentista. Otro caudillo importante de esta fase fue Ignacio López Rayón, quien nació en Tlalpujahua, Michoacán, hijo de minero y agricultor de origen criollo. Estudió en el Colegio de San Nicolás, donde se graduó de bachiller en Letras; posteriormente alcanzó el grado de abogado por el Colegio de San Ildefonso. Fue secretario de Hidalgo, propuso la creación de una Junta Directora de la Guerra de Independencia, pugnó por dar forma al gobierno de la insurgencia y tener relaciones diplomáticas con Estados Unidos. López Rayón, desde agosto de 1811, instaló en Zitácuaro, Michoacán, la Suprema Junta Nacional de América; él fue su presidente y tuvo por vocales al médico José María Liceaga, al cura José Sixto Verduzco y poco más tarde a Morelos y Pavón. La «Junta» buscaba «la unión de españoles y americanos, conservaba la legislación eclesiástica e ilesos los derechos del muy amado señor Don Fernando VII» A Rayón le seguían «clasemedieros» perseguidos o desplazados por la sociedad virreinal, como Joaquín Fernández de Lizardi o Fray Servando Teresa de Mier, que desde el extranjero apoyaba el movimiento insurgente. Otros surgieron de los ayuntamientos alcanzados por los criollos, como el doctor José María Cos Pérez y don Andrés Quintana Roo; algunos más eran abogados, escritores o predicadores como Carlos María de Bustamante, Velasco, Liceaga y Juan Rosains, quienes por su mayor cultura y prestigio, adquirieron puestos directivos. No obstante, las figuras más importantes eran Morelos y López Rayón. Morelos dotó de carácter militar la sublevación, y Rayón reunió tropas insurgentes dispersas y desorganizadas. Asediados por los realistas comandados por Félix María Calleja se instalaron en Michoacán entre 1811 y 1813, y si bien buscaron la forma de organizar a sus tropas y darle legalidad a su movimiento, no coincidían plenamente en la forma en que debían proseguir la vida política. Mientras esto ocurría en el virreinato novohispano, en Cádiz, España, para marzo de 1812, las Cortes habían logrado firmar su primera constitución liberal bajo el nombre de Constitución Política de la Monarquía Española —conocida como Constitución de Cádiz—, en la que se

reducía el papel del rey al poder ejecutivo, proclamaba la soberanía popular, decretaba la libertad de prensa y expresión y abolía la Inquisición. Al mismo tiempo, establecía la paridad de las colonias con la metrópoli en lo referente a la representación en los diversos tribunales, tanto políticos como civiles y religiosos. Esta Constitución fue promulgada por el virrey Venegas en Nueva España en septiembre de ese mismo año. Los liberales españoles lograban avances contra el absolutismo, representado por Fernando VII, aunque en Nueva España las autoridades gobernaban en su nombre. Para octubre y noviembre de 1812 Morelos había logrado una importante presencia en las provincias de Oaxaca, Michoacán, parte de Puebla, de la provincia de México, centro y sur de Veracruz y Cuernavaca, Cuautla y Toluca. El apoyo de Hermenegildo Galeana, Nicolás y Miguel Bravo, el cura Mariano Matamoros y muchos más era muy valioso. Y mientras la figura de Morelos ascendía, la suerte de la Junta de Zitácuaro había descendido, sobre todo por enfrentamientos entre Rayón y Liceaga y Verduzco y la feroz persecución por parte de Calleja, quien, como en el caso de Hidalgo, ofrecía muchísimo dinero a quien entregara —vivo o muerto— a Rayón o a cualquier integrante de la Junta. En agosto de 1813 «el generalísimo Morelos» escribió a López Rayón y a Liceaga para reestructurar la Junta Gubernativa y solicitarles una reunión en Chilpancingo. Congreso de Chilpancingo Contrarios a la propuesta del Manifiesto a la Nación esbozada por López Rayón —que representaba la unión entre gachupines y la antigua oligarquía criolla—, Morelos y otros insurgentes, entre ellos Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria, propusieron la creación de un Congreso para recoger las voces de los letrados que pugnaban por la plena independencia de México y el rechazo a la monarquía. Impregnados de ideas liberales deseaban instaurar una república donde la soberanía radicara en el pueblo. A partir de ese instante el movimiento de independencia encabezado por Morelos tomó un matiz radical y confrontaba la postura moderada de López Rayón. Para dar una orientación política a los debates del Congreso de Chilpancingo, Morelos presentó un documento titulado “Sentimientos de la Nación”. Este documento declaraba «la independencia de América de España y de toda otra nación»; el mantenimiento de la religión católica como única a profesar; la supresión de todo tipo de «pagos» a la Iglesia por la gente del pueblo; el mantenimiento de la jerarquía eclesiástica; los principios de la soberanía nacional, sustentados en poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial; la proscripción de los españoles; la abolición de la esclavitud, al igual que la distinción de castas; la eliminación de la tortura; el establecimiento del día 12 de diciembre para honrar a «María Santísima de Guadalupe», al igual que el 16 de septiembre para honrar a Hidalgo, Allende y los primeros insurgentes. El peso de Morelos era muy importante y lo nombraron encargado del poder Ejecutivo. Morelos respondió que solamente era «Siervo de la Nación». El Congreso de Chilpancingo declaró la independencia de México respecto a España y se constituyó con la representación de diputados de las provincias que los insurgentes dominaban, aunque fuera sólo en algunas zonas: Ignacio Rayón, por Guadalajara; Don José Sixto

Verduzco, por Michoacán; Don José María Liceaga, por Guanajuato; Don Andrés Quintana Roo, por Puebla; Don Carlos María de Bustamante, por México; Don José María Cos, por Veracruz, y en calidad de secretarios Don Cornelio Ortiz de Zárate y Don Carlos Enríquez del Castillo; posteriormente se sumaron por Oaxaca Don José María Murguía y por Tecpan Don José Manuel de Herrera, según Julio Zárate. Para finales de 1813 el movimiento contaba con una organización moderna al haber constituido un Congreso cuya prioridad era elaborar una Constitución que regulara la convivencia en el territorio que, supuestamente, dominaba. Sin embargo, ese organismo representativo no contaba con la fuerza suficiente para allegarse recursos y tampoco había derrotado definitivamente el orden virreinal. En efecto, desde marzo de 1813, su perseguidor más encarnizado, Félix María Calleja, había tomado posesión como virrey y contaba con el erario para organizar la persecución de los rebeldes. Por su parte Morelos consideró oportuno, en noviembre de ese 1813, lanzar una ofensiva con el propósito de tomar Valladolid apoyado por Galeana, Matamoros y Nicolás Bravo. Se enfrentaron a los realistas, entre quienes figuraba Agustín de Iturbide, y Morelos y sus tropas fueron derrotados. Para enero de 1814 fueron dispersados y perseguidos por el general Armijo. La noticia de tal fracaso les dio a los antiguos seguidores de López Rayón el argumento necesario para destituir a Morelos del poder Ejecutivo que representaba. Constitución de Apatzingán Durante meses, el Congreso se refugió en diversos puntos del actual estado de Michoacán hasta que, debido a la falta de estabilidad y seguridad que le impedían cumplir con su labor, se estableció en Apatzingán.

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Algunos de los miembros originales del Congreso, junto con otros nuevos integrantes, redactaron los artículos de una constitución que fue expedida el 22 de octubre de 1814, con el nombre de Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, hoy conocida como Constitución de Apatzingán. Aunque nunca entró en vigor es considerada la primera Constitución de México y consta de 242 artículos, en los que se proclama la independencia de México y se establece la República como forma de gobierno con sus tres poderes: el Legislativo, a manos del Congreso; el Ejecutivo, formado por un Triunvirato, y el Judicial, con el Supremo Tribunal de Justicia. En las deliberaciones del Congreso y en la letra de la Constitución privó la ideología de los clasemedieros —abogados y eclesiásticos— para que las asambleas representativas deliberaran y resolvieran cualquier situación que se presentara, pero sobre todo intentaban limitar el caudillismo. Así, se determinó que la soberanía nacional se consideraba representada exclusivamente en el Congreso y, una vez elegido, se haría depender de él todo el poder de la nación. Por ello le retira a Morelos el mando de la fuerza armada y asume la dirección política de la insurgencia. El doctor Cos y el militar Mier y Terán se oponen a tal determinación, sabedores de la necesidad de la dirección de Morelos y su aceptación por parte de las clases empobrecidas. Con la Constitución de Apatzingán el movimiento insurgente ganaba en fundamentación legal, en la búsqueda de reconocimiento por otras naciones, pero perdía cohesión y cercanía con su base principal de existencia: la búsqueda de igualdad para los ciudadanos que apenas comenzaban a aparecer en el espectro social. Tales fracturas le hacen perder al movimiento insurgente una dirección unificada y más fácil objeto de persecución por parte de Calleja. El virrey Calleja, la represión y las contradicciones de los ejercicios insurgentes y realistas La represión ordenada por Calleja hacia los independentistas fue cruel. Permitía el fusilamiento de aquel que fuese partidario de los rebeldes y sin juicio, o con sólo la determinación del jefe militar que le hiciera prisionero se cumplía la orden. A las poblaciones que apoyaran a los insurgentes se ordenaba arrasarlas y capturar a los hombres para enrolarlos en las fuerzas realistas. Uno de los oficiales que se distinguió por su autoritarismo fue el coronel Agustín de Iturbide, de quien se comentó había mandado a fusilar a personas que habían reconocido su participación en acciones menores a favor de los rebeldes. Igual función de temor había resurgido con el restablecimiento del Tribunal del Santo Oficio, y el inquisidor Manuel Flores publicó un edicto «conminando con excomunión mayor y penas corporales a los desobedientes, por lo que mandaba que se denunciasen a sí mismos o a los otros los que hubieran vertido especies contrarias a la religión o al Santo Oficio, o hubiesen oído decirlas». Mientras en México la revolución retrocedía, en España el liberalismo sufrió una suerte semejante. El 22 de marzo de 1814, Fernando VII regresó al trono dispuesto a gobernar como monarca absoluto. A las pocas semanas declaró abolida la Constitución de Cádiz e inició una dura represión contra los liberales. El despotismo real se implantó de nuevo. Igual sucedió en el virreinato de la Nueva España. El virrey Félix María Calleja siguió los pasos de Fernando VII: abolió la Constitución Gaditana que él nunca juró y jamás reconoció la Constitución de Apatzingán de 1814, misma que no se había aplicado.

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Durante 1815 Morelos se dedicó a custodiar el Congreso, cada vez más acosado por las tropas coloniales. El 5 de noviembre del mismo año fue hecho prisionero por Matías Carrasco, antiguo insurgente; luego fue conducido a Atenango del Río, para de ahí ser trasladado a la Ciudad de México. La Santa Inquisición intervino y dictaminó que el presbítero Don José María Morelos era: hereje formal, favorecedor de herejes, perseguidor y perturbador de jerarquías eclesiásticas, profanador de los santos sacramentos, lascivo, hipócrita. Enemigo irreconciliable del cristianismo, traidor a Dios, al Rey y al Papa y como tal, se le condenó a que asistiese aun auto en traje de penitente, a que hiciese confesión general y para el caso de que se le perdone la vida, a reclusión perpetua en África. Morelos fue condenado a muerte y fusilado el 22 de diciembre. Con la conciencia de haber restaurado el orden, Calleja regresó a España el 19 de septiembre de 1816 y lo sustituyó Juan Ruiz de Apodaca. La revolución de independencia, sin embargo, durante 1812-1815 había avanzado en algunas localidades importantes del sur-sureste del país. Y si bien la represión había infundido temor en la población, no es menos cierto que las propias fuerzas realistas tenían contradicciones internas muy importantes, entre ellas el comprender dentro de los distintos grupos armados una mayor cantidad de americanos —mestizos e indios—, pues los españoles veían disminuir su número. También los europeos hicieron llegar a su ejército soldados expedicionarios —soldados supuestamente más leales al rey enviados desde la península y mercenarios británicos —personas pagadas para luchar contra cualquier enemigo por el salario recibido—, pero que no conocían las características del lugar designado y eran más vulnerables a cierto tipo de enfermedades. En cuanto a los insurgentes, la muerte de Morelos dejó al movimiento sin un jefe capaz de acaudillarlo. Los combates se sucedían aislada y desordenadamente. Carente de un centro de dirección, desaparecida la gran figura que podía encarnar el impulso popular, el movimiento se dividió y atomizó. Cada caudillo se hacía dueño de un territorio, en pleito con los demás. En Veracruz, por ejemplo, desde antes de la desaparición física de Morelos, discutieron y se disgustaron Juan N. Rosáins e Ignacio López Rayón, al grado de que el 20 de agosto de 1815 una junta de oficiales destituyó a Rosáins del cargo de general en jefe de las provincias de Puebla, de Veracruz y del norte de México, reduciéndolo a prisión. Las victorias de los realistas y los reiterados ofrecimientos de amnistía por parte de éstos pronto menguaron el levantamiento armado.

7.5 La participación y el pensamiento político de los autores individuales y colectivos en la etapa de «resistencia» de la guerra de Independencia Bando de indulto a los insurgentes Los capitanes insurgentes que aún mantenían oposición a los ejércitos realistas se habían dis-gregado hacia el sur. Así, Vicente Guerrero se ubicó —con su guerra de guerrillas— en la inten-dencia de Oaxaca; Guadalupe Victoria lo hizo en Huatusco, intendencia de Veracruz, entre 1815 y 1819, año en que controlaba dos puntos importantes: el Puente del Rey (hoy Puente Nacional) y Boquilla de Piedras, sitios sobre la estratégica ruta que conectaba al puerto de Ve-racruz con la Ciudad de México. Manuel de Mier y Terán se hizo fuerte en la zona sur de Veracruz, aunque sólo resistió hasta enero de 1817. Los insurgentes no se rendían y se mantuvieron en la decisión de obedecer a la Junta Subalterna Gubernativa, nombrada por el Congreso de Chilpancingo, establecida en Tasetán,

Valladolid. Sus integrantes eran José María Izazaga, el padre Torres, el doctor San Martín y Víctor Rosales, quienes decidieron, en abril de 1816, trasladarse al fuerte de Jaujilla, cerca de Zacapu, también intendencia de Valladolid. El nuevo «gobierno establecido bajo el sistema republicano» fue reconocido por Vicente Guerrero. Entre los componentes de la Junta de Jaujilla destacó un miembro del alto clero, el canónigo José San Martín, quien asumió la causa revolucionaria. Se distinguió por su inteligencia y principios ideológicos liberales, encargándose de la publicación de periódicos, manifiestos, reglamentos, etc. En ese lugar resistieron hasta marzo de 1818, para luego pasar a un poblado cerca de Turicato en el que, en una rústica casa, se mantuvo la legalidad insurgente, encabezada por San Martín, quien también fue aprehendido por un traidor. Participación de Francisco Xavier Mina Poco a poco fueron cayendo los «rebeldes» o aceptando la indulgencia hispánica, ofrecimiento

muy bien administrado por el nuevo virrey, consistente en ofrecer el indulto a quienes se entregaran a las nuevas autoridades. De esta forma se les perdonaría la vida y podrían regresar, gradualmente, a sus antiguas actividades. La excepción, entre los más destacados, fue Vicente Guerrero, quien resistía en la zona sur del —todavía— virreinato novohispano. De hecho, la gran revolución popular había terminado, aunque tuvo un aliento inesperado, pero breve, cuando llegó de Europa Francisco Xavier Mina, revolucionario liberal español, quien había combatido contra la ocupación de los franceses y después a favor de la Constitución de Cádiz, contra Fernando VII. Desterrado a Inglaterra, armó una expedición para atacar el absolutismo desde las colonias americanas. Desembarcó primero en Galveston, donde reunió gente y obtuvo armas para sumar al contingente traído desde España. Con él venía uno de los principales ideólogos de la

independencia americana actuante en Europa: fray Servando Teresa de Mier. El 15 de abril de 1817 ambos desembarcaron en Soto la Marina, donde Mina lanzó una proclamación a los americanos. Para él, la revolución de México no difería esencialmente de la lucha del liberalismo español contra el absolutismo; unido a los insur¬gentes o al frente de sus tropas de Navarra, luchó por los mismos principios. En su mente, las luchas de los distintos pueblos repre¬sentaban fases del mismo movimiento histórico: la rebelión de las naciones oprimidas contra el despotismo de los reyes. Pero esa concepción no correspondía a la insurrección americana.

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En México, los insurgentes no se adherían a la Constitución de Cádiz ni luchaban por ella. Cuando Mina anunciaba que su objeto era su restablecimiento, esperando con ello encontrar apoyo, no todos lo comprendían. Sin haber logrado un levantamiento popular importante, su expedición no podía durar. Pronto fue derrotado y hecho prisionero cerca de Guanajuato. El 11 de noviembre de 1817 murió fusilado. La expedición de Xavier Mina fue de las últimas acciones importantes en la insurrección popular. De 1815 a 1820 el movimiento iniciado por Hidalgo entró en una especie de letargo, pues sólo se mantenía como fuerza insurgente importante Vicente Guerrero. Los criollos observaban con pena cómo nuevamente los españoles volvían a entrar en un periodo de cierta tranquilidad económica y política, que insistía en dejarles fuera de toda posibilidad de ascenso social; sin embargo, esperaban algún momento propicio para intervenir nuevamente.

7.6 La participación y el pensamiento político de los actores individuales y colectivos en la etapa de la «consumación» de la guerra de Independencia La restauración de la Constitución de Cádiz La ocasión que esperaban los criollos novohispanos se presentaría al iniciarse 1820, cuando en España volvió a triunfar la rebelión liberal y Fernando VII tuvo que jurar la Constitución de Cádiz, en la cual se estipulaba la disolución de las órdenes religiosas, se establecía la libertad de imprenta, la secularización y la utilización de los tesoros de las iglesias y de las catedrales, medidas que sembraron temor entre el alto clero, la nobleza y los sectores pudientes en el orden feudal español. El coronel Rafael Riego, en Andalucía, a través de un levantamiento militar, revivía en el interior de las fronteras de la España ibérica la confrontación entre monárquicos absolutistas y monárquicos constitucionalistas. Esa confrontación se extendió hasta América, pues los peninsulares y criollos acomodados —que habían luchado contra los insurgentes— pedían no obedecer la Constitución española; mas otros cuestionaban las decisiones del rey y comenzaban a mirar, aunque de manera distante, la idea de la autonomía como algo conveniente. El clero volvió a sentirse atemorizado por las ideas de apertura hacia otras concepciones religiosas y por la necesidad de conservar sus propiedades terrenales. No obstante los intentos de los pro monárquicos, en Campeche y Mérida se proclamó la Constitución Liberal de Cádiz y, a su vez, los comerciantes de Veracruz comprometieron al gobernador realista José Dávila a jurarla. Los grupos económico-políticos más ligados al virrey intentaron dar una respuesta y no proceder al juramento de la Constitución de Cádiz, y pensaron en burlar esa obligación por medio de una conjura. La conjura de La Profesa En un espacio considerado como ajeno a intereses terrenales —dedicado a la oración, conocido como La Profesa— se reunió un grupo de españoles que se rehusaba a jurar la Constitución de Cádiz. Varios integrantes de la jerarquía católica novohispana, con la anuencia del virrey Apodaca, concibieron el argumento de declarar que Fernando VII había jurado la Constitución de Cádiz bajo presión, y ese acto de coacción abría un espacio de libertad al virrey para actuar —respetando la figura del rey— independientemente del gobierno liberal español. Se dispusieron a convencer a un oficial —criollo— para encabezar dicho plan y lograron, después de presentarse a realizar sus oraciones católicas y conferenciar con el virrey, designar al coronel Agustín de Iturbide para ello. No obstante, el plan no pudo ejecutarse porque el virrey se vio obligado a jurar la Constitución y acatar las medidas liberales, entre otras, la supresión de la Inquisición.

Agustín de Iturbide y el Plan de Iguala La lucha contra los insurgentes no se detuvo. En noviembre de 1820 Agustín de Iturbide, alto oficial criollo perteneciente a una familia de hacendados nobles, fue nombrado jefe del ejército que habría de atacar a Vicente Guerrero en el sur del virreinato, sobre todo cuando éste se había negado a la amnistía que, por intermediación de su padre, le ofreció el virrey. Contando con el apoyo de los criollos que deseaban la independencia de la Nueva España para no perder sus privilegios al regir la Constitución de Cádiz, y ante la imposibilidad de someter a Vicente Guerrero y a su lugarteniente Pedro Ascencio, Iturbide cambió radicalmente de táctica y se empeñó en buscar un entendimiento con el jefe de la revolución El último mes de 1820 sirvió para definir la forma en que los criollos de tendencia autonomista buscarían incorporar a sus filas a los insurgentes. Iturbide y sus colaboradores más cercanos redactaron una proclama que especificaba cómo lograr la independencia de México: unidos, los criollos independentistas con los insurgentes, bajo el respeto de la religión católica. La modalidad era un gobierno monárquico-constitucional. Guerrero otorgó su apoyo y simuló renunciar a los ideales proclamados por Hidalgo y Morelos, en el entendido de que las fuerzas insurgentes no eran capaces de lograr los fines ambicionados. Si aceptó esta alianza fue para obtener con ella, aunque de manera indirecta, el triunfo de la revolución. Iturbide entonces proclamó, mediante el Plan de Iguala, la independencia de México. Ese mismo día lo hizo circular a todos los grupos establecidos en territorio americano: al virrey, a las otras autoridades civiles, religiosas y militares, especificando que la libertad propuesta por el acto de independencia incluía a «todos los americanos y a los europeos, africanos y asiáticos» El Plan de Iguala estableció así tres puntos que resumían las aspiraciones de los principales protagonistas: los criollos llamaban a la independencia; los insurgentes también la habían buscado largamente, y de allí la necesidad de unirse, mantener un punto de identificación, la religión católica, y proclamar la igualdad de los ciudadanos. Pero, además, se establecía la conservación del clero regular y secular con todos sus fueros y propiedades; la designación como emperador de Fernando VII o, en su defecto, de otra persona de la casa reinante que estimara conveniente el Congreso; la creación de una Junta Gubernativa, encabezada por el virrey, que hiciera cumplir el Plan y convocara a Cortes para que tuvieran a su cuidado la redacción de la Constitución y decidieran si la Junta debería continuar en sus funciones gubernativas o se le sustituiría por una regencia, en tanto se coronaba el agraciado. Para ello el Ejército Trigarante, surgido de la alianza Guerrero-Iturbide, sería el encargado de luchar por el establecimiento de las tres garantías: unión, independencia y religión. Para dejar constancia de tal compromiso tales garantías se simbolizaron en la bandera tricolor: verde, unión; blanco religión, y rojo independencia. Tratados de Córdoba Iturbide logró la anuencia de Guerrero y, ante tal situación, el virrey Apodaca lo puso fuera de la ley, con lo que se desató la lucha entre tropas leales al rey contra el Ejército Trigarante, en el que militaban antiguos insurgentes y realistas. Durante los enfrentamientos, oficiales del ejército

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expedicionario español difundieron las ideas libertarias y combatieron al régimen colonial. Además, al restablecerse la Constitución de Cádiz, se suprimió el cargo de virrey por el de jefe político superior y las Cortes españolas. Con este carácter, en enero de 1821 fue designado Don Juan de O'Donojú. El 3 de agosto desembarcó en Veracruz Juan de O'Donojú, jefe político de la Nueva España, nombrado por las Cortes españolas. Quedó sitiado en la ciudad por las tropas iturbidistas. Al darse cuenta de la situación, O'Donojú decidió entenderse con Iturbide. En la ciudad de Córdoba, el caudillo criollo y el último gobernante de la Nueva España firmaron un tratado: se aceptaba la Independencia, pero quedaban a salvo los derechos de la casa reinante española. Con todo, se suprimió la condición de que, en caso de no aceptar el trono Fernando VII, el soberano debería pertenecer a una casa reinante para considerar la posibilidad de nombrar a un representante de la nueva nación. Agustín de Iturbide, al frente del ejército de «las Tres Garantías», entró en la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. Después de once años de lucha, la Independencia se había consumado, pero sus términos eran muy diferentes a los planteados por la revolución popular. La rebelión no consiguió ninguna transformación social importante del antiguo régimen. Ante las innovaciones del liberalismo, reivindicó ideas conservadoras —sobre todo se trataba de defender a la Iglesia de las reformas que amenazaban a las ideas católicas de su «contaminación» con la filosofa liberal—; de allí el apoyo entusiasta e incondicional que prestó la Iglesia al movimiento. Lo presentó como una cruzada para salvar a la «santa religión amenazada» y a Iturbide como a un «nuevo Moisés», enviado por Dios. No obstante, en el terreno político se logró la independencia de la Corona española y eso dio paso a una serie de propuestas, acciones y eventos que le dieron una imagen muy particular a los primeros años de vida independiente. Acta de Independencia El 28 de septiembre se dio a conocer el contenido del Acta de Independencia del Imperio Mexicano, promulgada por su Junta Soberana: La nación mexicana, que por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido... en libertad de constituirse del modo que más convenga a su felicidad y con representantes que puedan manifestar su voluntad y sus designios, comienza a hacer uso de tan preciosos dones, y declara solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que es Nación soberana e independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha en los términos que prescribieren los tratados; que entablará relaciones amistosas con las demás potencias, ejecutando, respecto de ellas, cuantos actos puedan y están en posesión de ejecutar las otras naciones soberanas; que va a constituirse con arreglo a las bases que el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba establecieron sabiamente el primer jefe del ejército imperial de las Tres Garantías y en fin, que sostendrá a todo trance, y con el sacrificio de los haberes y vidas de sus individuos, si fuere necesario, esta solemne declaración, hecha en la capital del imperio a veintiocho de septiembre del año de mil ochocientos veintiuno, primero de la independencia mexicana. Ocho días después se instaló la Junta Provisional Gubernativa, compuesta por 38 personas nombradas directamente por Iturbide; se destacó la congregación de hombres pertenecientes a las más altas clases sociales novohispanas, quienes no deseaban incorporar al resto de la población en los beneficios de la independencia. Insurgentes tan importantes como Vicente Guerrero habían quedado fuera de la Junta.

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Por su parte, en octubre de 1821, José Dávila, gobernador de Veracruz, aún fiel a España, desocupó el puerto de Veracruz y se concentró en la fortaleza de San Juan de Ulúa, primer sitio ocupado por los españoles casi 300 años atrás y uno de los últimos lugares en donde no aceptaban la realidad de la independencia. El insurgente Manuel Rincón ocupó el principal puerto de México con los soldados del ejército de las Tres Garantías. La proclamación de la independencia política se había realizado pero no terminaba, naturalmente, con el proceso revolucionario.