historia de la iglesia catolica

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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA Bajo la dirección de JOSEF LENZENWEGER – PETER STOCKMEIER KARL AMON – RUDOLF ZINNHOBLER BARCELONA EDITORIAL HERDER 1989

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1. HISTORIA DE LA IGLESIA CATLICA Bajo la direccin de JOSEF LENZENWEGER PETER STOCKMEIER KARL AMON RUDOLF ZINNHOBLER BARCELONA EDITORIAL HERDER 1989 2. Versin castellana de ABELARDO MARTINEZ DE LAPERA, de la obra Geschichte der katholischen Kirche, publicada bajo la direccin de JOSEF LENZENWEGER, PETER STOCKMEIER, KARL AMON y RUDOLF ZINNHOBLER, Verlag Styria, Graz Viena Colonia 1986 IMPRMASE: Barcelona 24 de diciembre de 1987 RAMN DAUMAL, obispo auxiliar y vicario general 1986 Verlag Styria, Graz Wien Kln 1989 Editorial Herder S.A., Barcelona ISBN 84-254-1617-5 rstica ISBN 84 254-1618-3 tela DPOSITO LEGAL: B. 14 055-1989 3. ABREVIATURAS ACO APAW.PH BAC BS CA Ccath CCL CR CSCO CSEL DS Dz GCS Acta conciliorum oecumenicorum. Abhandlungen der (k.) preussischen Akademie der Wissenschaften. Philosophisch-historische Klasse. Biblioteca de autores cristianos, Editorial Catlica, Madrid 1944ss. Die Bekenntnisschriften der evangelisch-lutherischen Kirche, ed. por el Deutschen Evangelischen Kirchenausschuss, Gotinga 6 1967. Confessio augustana. Corpus catholicorum, Mnster 1919ss. Corpus christianorum series latina. Corpus reformatorum, Halle-Braunschweig-Berln 1834ss, Leipzig 1906ss. Corpus scriptorum christianorum orientalium. Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum. H. Denzinger-A. Schnmetzer, Enchiridion symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Herder, Barcelona 36 1976. H. Denzinger, El magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona 5 1967. Griechische christliche Schriftsteller der ersten drei Jahrhunderte. 4. KLK LP Mansi MG Auct. ant. MG rer. Mer. MSA OC OS PG PL RAC SChr SQS StT WA WABr WADB Katholisches Leben und Kirchenreform im Zeitalter der Glaubensspaltung. Lber pontificalis Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio. Monumenta Germaniae historica auctores antiquissimi. Monumenta Germaniae historica scriptores rerum merovingicarum. Melanchthon, Werke in Auswahl, ed. por Stupperich Robert, vols. I-VII/2, Gtersloh 1951-1975. Juan Calvino, Opera, 59 vols. (=CR 29-87), Braunschweig -Berln 1863-1900. Juan Calvino, Opera selecta, ed. por P. Barth y otros, 5 vols., Munich 2 1952-1963. Patrologiae cursus completus. Series graeca (J.-P. Migne). Patrologiae cursus completus. Series latina (J.-P. Migne). Reallexikon fr Antike und Christentum. Sources chrtiennes. Sammlung ausgewhlter kirchen- und dogmengeschichtlicher Quellenschriften. Studi e testi. Martin Luther, Werke (edicin de Weimar), 58 vols., Weimar 1833-1948. Martin Luther, Werke, Briefwechsel, 15 vols., Weimar 1930-1978. Martin Luther, Werke, Deutsche Bibel, 12 vols., Weimar 1906-1961. 5. WATr ZW Martin Luther, Werke, Tischreden, 6 vols., Weimar 1912- 1921. Huldreich Zwingli, Smtliche Werke, vols. 1-14 (= CR 88-101), Berln 1905, Leipzig 1908-1935, Zurich 1959ss. 6. PREFACIO En la sesin de trabajo celebrada los das 8 y 9 de octubre de 1979 en Graz por la asociacin de profesores de historia de la Iglesia en las facul- tades teolgicas y escuelas superiores de Austria, los especialistas all presentes no se cansaron de subrayar la necesidad de publicar una historia de la Iglesia que fuera til para los profesores y para los alumnos. Es absolutamente preciso, se deca, poner en las manos de los estudiantes de teologa un libro que les permita preparar con mayor facilidad los exme- nes. Al mismo tiempo, deber suministrar informaciones fiables a los interesados por la historia de la Iglesia. El tiempo transcurrido desde aquel primer momento en que se habl de la necesidad de tal empresa pone de manifiesto claramente las dificul- tades y complicaciones que entraa la colaboracin de varios autores. Para conseguir que las diversas aportaciones adquirieran la forma que han tomado fueron necesarias muchas horas de intercambios de opiniones, y sobre todo la coordinacin de los moderadores. La colaboracin paciente y comprensiva permiti que la obra se viera coronada por el xito. La armonizacin practicada respet, sin embargo, en cada momento el manuscrito de cada uno de los colaboradores. La editorial Styria, que tras algunas negociaciones tom a su cargo la publicacin de la obra, dio muestras de una gran paciencia y de una no menor comprensin durante todo el tiempo que requiri la preparacin de este trabajo. Tenemos que expresar nuestro agradecimiento ms profundo, en especial, al director, doctor Gerhard Trenkler, al doctor Hubert Konrad, y al director de la representacin vienesa, Franz Hummer. Nos sentimos profundamente agradecidos tambin a Hemma Grassl (Steyr) por su colaboracin en la correccin de las pruebas, as como a la seora Maria Luise-Ploy, secretaria, al seor Rudolf Hfer, asistente universitario en el Instituto de historia de la Iglesia en la Facultad de teologa de Graz, que confeccion los ndices finales de nombres propios y de materias. Tambin expresamos nuestro agradecimiento al doctor Hermann Hold, asistente universitario en el Instituto de historia de la Iglesia en la Facultad de teologa catlica. Los directores 7. INTRODUCCIN GENERAL La historia de la Iglesia dirige su mirada, en primer lugar, hacia el pasado, con las numerosas formas bajo las que se presenta el cristianismo; al mismo tiempo, saca a la luz sus elementos esenciales. En la exposicin se pone de manifiesto con toda claridad el indisoluble maridaje de la Iglesia con el tiempo y el espacio, con los condicionamientos de la existencia humana, que se han convertido en especial foco de atraccin para el pensamiento moderno. De hecho, el hombre no comparte con ninguna otra especie el componente histrico de su vida. En esa historicidad se enclava, indudablemente su opcin por la fe. Esa fe que llev a los discpulos a seguir a Jess de Nazaret contina siendo vinculante como acontecimiento fundamental del principio, y representa, ms all de los elementos sociolgicos, institucionales y culturales, el principio rector de la Iglesia en la historia. Sobre todo en la edad antigua, la historia eclesistica se presenta como historia de la fe. En nuestra exposicin nos atenemos a la divisin, tantas veces criticada, pero mantenida, en edad antigua, media y moderna. Hubo que acompasarse a esta perspectiva en el ensamblaje de cada una de las secciones. Al estudiar cada poca se tuvo en cuenta no slo la evolucin interna de la Iglesia, sino tambin la externa. Por eso no se pudo pasar por alto la historia de la constitucin eclesial, de las rdenes, de las misiones y de la vida intraeclesial: la historia de la espiritualidad y del culto divino. Al escribir una historia de la Iglesia somos plenamente conscientes, por lo que atae al planteamiento cientfico de esta obra, de aquello que la leyenda quiso expresar con la bifacialidad opuesta de Jano, uno de cuyos rostros miraba al pasado y el otro al porvenir. Nuestro trabajo ha utilizado el mtodo de la investigacin exacta de la historia, e intenta penetrar en la sola et plena veritas en el sentido de las consideraciones de Len XIII con motivo de la apertura del Archivo Vaticano. Pero la historia de la Iglesia es, al mismo tiempo, una disciplina teolgica, pues el mensaje de Cristo constituye el punto de orientacin para el historiador de la Iglesia. Contina gozando de importancia decisiva la correspondencia o distanciamiento respecto de ese gran programa contenido en la predicacin de Jess. Por eso, la historia de la Iglesia mantiene su puesto de honor en el concierto de las disciplinas teolgicas. Junto con el Nuevo Testamento, ella integra las ciencias fundamentales de la teologa, de las que se pueden y deben 8. extraer siempre nuevos conocimientos para la Ecclesia semper reformanda. Debemos tener muy presente este hecho al comparar el mensaje originario y la vida de la Iglesia. Sin la historia de la Iglesia, la dogmtica y la teologa moral resultan estriles, pues tambin las aseveraciones y respuestas de stas caen bajo los condicionamientos de la historia. Todo esto hace que la historia de la Iglesia no pueda contentarse con el objetivo de responder a una finalidad apologtica. Veritas liberabit vos. Tampoco podr limitarse a presentar cada uno de los acontecimientos histricos como accin de Dios o como juicio divino. Esto rebasara la posibilidad del historiador de la Iglesia. No es posible meter a la fuerza la historia de la Iglesia en un esquema histrico-salvfico. En ese terreno slo caben suposiciones, como indic ya Toms de Aquino (Supra IV libri Sententiarum 43, 3, 2 ad 3). Tambin una fundamentacin acrtica de esta disciplina sobre importantes metforas aplicadas a la Iglesia, tales como pueblo de Dios o cuerpo de Cristo, costreiran de forma inadecuada la contemplacin de la historia. Es claro que la historia de la Iglesia tiene que compaginar, en juego dialctico, los hechos objetivos y la interpretacin histrico-subjetiva que de esos mismos acontecimientos sugiere la fe. Al mismo tiempo, se deber percibir con toda claridad el esfuerzo por detectar las fuerzas que operan tras los sucesos y las apariencias. El esfuerzo por alcanzar la objetividad deber evitar toda parcialidad. Hoy somos plenamente conscientes de que la historia de la Iglesia catlica no es un caminar de triunfo en triunfo, pero tampoco un interminable rosario de escndalos. S, nuestra Iglesia es simultneamente una Ecclesia sanctorum et peccatorum. Es la Iglesia que avanza por los dilatados y polvorientos caminos de la historia en medio de numerosas exteriorizaciones y contrariedades internas. Pero algo aparece tambin con claridad: la fe en Jess de Nazaret ha sido siempre el fundamento comn de todas las Iglesias cristianas. Tambin fuera de la Iglesia catlica se en- cuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad catlica (Vaticano II, Lumen gentium I, 8). Naturalmente, en una presentacin histrica de la Iglesia catlica no siempre es posible hacer una exposicin adecuada del contenido de tal realidad. Sin duda, nuestra obra quiere ser una aportacin a la preocupacin ecumnica, aunque el objetivo primero es una exposicin de la historia de la Iglesia catlica. Esta se presenta en la edad antigua como la historia del cristianismo en toda su amplitud. Ya Ignacio de Antioqua (Esmirn. 8, 2) suministr el horizonte para una contemplacin de tales vuelos. Los autores que han participado en la obra que tenemos entre manos han sido plenamente conscientes de esta visin fundamental. Era patente la necesidad de evitar todo tipo de polmica carente de objetividad. 9. Puesto que se trata, sobre todo, de un manual para estudiantes universitarios, as como para los seglares y sacerdotes interesados por el tema, se presupone el conocimiento de la historia universal. La amplia bibliografa que se ofrece en cada seccin permite profundizar an ms en las respectivas cuestiones. 10. EDAD ANTIGUA Por Peter Stockmeier 11. INTRODUCCIN La historia de la Iglesia se remonta a Jess de Nazaret, quien, con sus obras y palabras, llev a los hombres a la fe y a la comunin en la fe. Efectivamente, cada uno de los autores de los Evangelios del Nuevo Testamento ofrece un testimonio inconfundiblemente personal y peculiar de Jess. Sin embargo, y a pesar de todas las diferencias en cuanto a los detalles, todos ellos presuponen que Jess es el fundamento de su fe y, por consiguiente, el fundador de la Iglesia. Esta fe de los discpulos no separ la figura de Jess de la historia de Israel. Por el contrario, se vio en sta la clave para entender la misin de Jess. Con ello, la fe en Jess de Nazaret lograba su alcance universal, su cualidad eclesial por encima del mbito individual. Para la Iglesia de los primeros tiempos, la demostracin de este vnculo entre Israel y Jess constituy una tarea fundamental. Al hacer patente tal conexin, aquella Iglesia dejaba constancia de su propio enclave en la historia. A esta situacin nica se sum en seguida la confrontacin de los creyentes con el entorno religioso. Al mismo tiempo, la afirmacin de la fe exiga una mayor clarificacin de su contenido. Y ah se resquebraj la unidad de los cristianos. Es habitual compendiar la historia del cristianismo primitivo bajo el concepto de edad antigua. Esta expresin, tomada de la historia universal, comprende el lapso de tiempo que va desde el origen de la Iglesia en Jess de Nazaret hasta lo que se conoce por edad media. La fijacin de ese perodo se basa en los primeros tiempos de la historia de la Iglesia, pero tambin en su decurso paralelo y simultneo al de la tarda historia del Imperio romano, iniciado por Augusto (27 a.C. - 14 d.C.) arrancando de las tradiciones de la Repblica. Es frecuente tambin caracterizar la ltima fase de la poca grecorromana como antigedad tarda, cuyo comienzo est ligado a aquella concentracin de derechos imperiales a costa del senado tal como se configur, tras algunos intentos anteriores, en tiempos de Diocleciano (284-305). Mientras que en tiempos de Augusto se lleg a una pacificacin del Imperio romano que Virgilio ( 19 a.C.) ensalz como nueva edad de oro, en el discurso sobre la antigedad tarda se perciben las tonalidades del ocaso o de la decadencia, un juicio al que, en la historiografa de la Iglesia, se contrapone de forma mecnica y frecuente el auge del cristianismo. Efectivamente, en tiempos del emperador Augusto, la soberana ro- mana haba desbordado el rea del Mediterrneo y haba allanado el camino al intercambio de las culturas. En el norte, la ocupacin de las comarcas alpinas hasta el Danubio en el ao 15 a.C. fij la frontera del imperio en el Rin, cuando se dieron, finalmente, por fracasadas las cam- paas contra la Germania libre. La conquista de Armenia y, sobre todo, el 12. arreglo con los partos (20 a.C.) crearon, al menos de forma provisional, la estabilidad poltica en Oriente. Con la conquista de Egipto por Roma se redonde un imperio universal que se extenda desde Britania hasta el Sahara, desde el Atlntico hasta el ufrates. Este imponente espacio geopoltico fue considerado como la tierra habitada, como oikumene (orbis terrarum), que estaba sometida a la soberana romana por voluntad de los dioses. Segn la informacin recogida en el Nuevo Testamento (Mt 24,14), deba proclamarse el evangelio en toda la oikumene. Tenemos aqu un hilo conductor de carcter universalista que subyace ya en el discurso sobre la catolicidad de la Iglesia. Centro de aquel Estado compuesto por una gran diversidad de pueblos era Roma, a la que los cristianos criticaron en un principio llamndola Babilonia (1Pe 5,13) por su impresionante magnificencia, pero que ms tarde, cambiadas las circunstancias, consideraran como caput mundi. A pesar de estar asegurada la paz, el creciente bienestar del Imperio romano no favoreci por igual a todas las capas sociales, aunque la escla- vitud perdi importancia econmica durante la poca de los csares. Las dificultades econmicas y las cargas militares gravaron con fuerza cre- ciente el entramado social de aquella sociedad dividida en estados cla- ramente definidos. La vida cultural, abierta en los teatros a amplios crculos de poblacin, se enraizaba en las tradiciones jurdicas del romanismo y en las corrientes intelectuales del helenismo, que desde los tiempos de Alejandro Magno (336-323 a.C), haba erigido el arte y la filosofa de Grecia en norma universal. En el terreno de la religin, cuya prctica garantizaba, en opinin de los romanos, grandeza y poder al imperio, el emperador Augusto se arrog el ttulo y los cometidos de Pontifex maximus, dando validez plena a la funcin poltico-social del culto. El subsiguiente culto del soberano centr tal religiosidad en el Emperador, con lo que el formalismo de esa religiosidad prepar el camino a la supersticin y a los orientales cultos mistricos. En el entramado de este mundo poltico, cultural y religioso al que se suele designar de forma sumaria tambin como antigedad se llev a cabo la proclamacin del evangelio. Pero la predicacin de ste desbord ya en aquella poca los lmites del Imperio romano. Naturalmente, el contacto con la vitalidad del Imperio romano dej su impronta en el cristianismo primitivo. No olvidemos que la idea del imperio sigui viva en la historia a pesar del desmoronamiento del Imperio romano de Occidente (476 d.C). 13. I DE LA COMUNIDAD DE FE A LA IGLESIA La actuacin histrica de Jess, su muerte en la cruz y su resurreccin constituyeron el eje del movimiento cristiano, que interpret la actuacin salvfica de Dios desde la vivencia de la elevacin de Jess y del envo del Espritu. La historia de Israel sirvi de trasfondo. As, el segui- miento de la fe en Jess, el Kyrios y Mesas (Act 2,36), condujo a la afirmacin de un nuevo y escatolgico Israel. Convencida de vivir ya en los ltimos tiempos (2Pe 3,3), la comunidad de los creyentes en Cristo esperaba la venida del reino de Dios en la envoltura de acontecimientos apocalpticos. La espera de la venida inmediata caracteriz la vida de la comunidad primitiva, y priv casi por completo de espacio a la idea de una Iglesia en la historia. Pero, con el aplazamiento de la parusa, se experiment la perduracin de esta Iglesia en el tiempo, hasta llegar a convertirse en respuesta a la llamada de Jess (Mc 1,15) a la fe. 1 La comunidad primitiva de Jerusaln Las noticias de apariciones del Resucitado en Galilea (Mc 14,28; 16,7) indican que Jess tuvo all muchos seguidores. Pero segn los Hechos de los apstoles, Jerusaln, donde se haba completado la obra salvfica de Cristo, se convirti en el centro del nuevo movimiento de los seguidores de Jess. La tradicin religiosa de esta ciudad, las rivalidades entre fariseos y saduceos, pero tambin el rasgo escatolgico del grupo de ascetas de Qumrn, crearon aquella atmsfera que ejerci una influencia permanente en el movimiento que desembocar en la Iglesia. Tras la catstrofe del Glgota, se reuni aqu la dispersa muchedumbre de los discpulos de Jess; y, al completar el crculo de los doce (Act 1,15-26), expres su esperanza en la reunin escatolgica de Israel. La historia del pueblo de Dios del Antiguo Testamento aparece as como el trasfondo de la comunidad de Jess, que entonces comenz a recorrer el camino a la historia. a) Ampliacin del crculo de los discpulos Con el acontecimiento de Pentecosts (Act 2,1-13), la nueva comunidad de fe se manifest pblicamente. Con motivo del discurso de Pedro (Act 2,14-36) el nmero de los creyentes experiment un 14. crecimiento espectacular (Act 2,37-42). Naturalmente, los nmeros que se recogen en los Hechos de los apstoles (por ejemplo, en Act 4,4) no persiguen una finalidad estadstica, sino que pretenden expresar de forma plstica la actividad de Dios. La proclamacin de Jess como Mesas iba destinada en primer lugar a Israel, el pueblo de la esperanza salvfica escatolgica. La ansiosa espera de un pronto retorno del Seor exaltado, incrementada por el cambio experimentado en la suerte de Jess, se exteriorizaba en el empeo por atraer de manera especial a los israelitas a la fe en Jess, el Mesas. La aplicacin de diversos ttulos honorficos a Jess, por ejemplo el de Hijo del hombre, indica con claridad que la fe en Jess se concret en una considerable diversidad de formas, y permite sacar la conclusin de que existieron grupos de creyentes sobre quienes las cir- cunstancias ejercieron su influencia. b) Perfiles de la comunidad En contraposicin con la separatista comunidad de Qumrn, la de los creyentes en Cristo sigui ligada a Israel al principio, a pesar de que, como grupo religioso, apareca como una hairesis o corriente especial en el entorno judo. De hecho, se mantuvo obediente a la Ley de Moiss y al templo, de forma que, externamente, no se perciba ruptura alguna. Por otra parte, afirmaba con enftica rotundidad que slo en Jess de Nazaret hay salvacin para el hombre (Act 4,12). Concuerda con esto la descripcin que se hace de la primera comunidad en los Hechos de los apstoles. Se dice en este libro que los creyentes acudan asiduamente a la enseanza de los apstoles, a la comunin, a la fraccin del pan y a las oraciones (Act 2,42). Como los escribas interpretaban la Ley con valor vinculante, as los apstoles proclamaban la actuacin salvfica de Jess a la luz del acontecimiento pascual. De esa manera, los apstoles acuaron aquellas expresiones con carcter de frmula que son consideradas como clulas germinales de la tradicin y de la futura Sagrada Escritura. Los elementos del culto cristiano primitivo, a los que preceda el bautismo como rito de recepcin (Act 2,38; Mc 16,16), exponen de forma grfica la conexin con la tradicin juda recibida, aunque ya se destaca ah lo nuevo. Como se sabe, con la fraccin del pan abra el padre de familia la comida en el judasmo, y esta palabra serva ahora como seal para la celebracin de la comida de los creyentes. Evidentemente, Pablo hablaba en sentido eucarstico del pan que partimos (1Cor 10,16); y en su descripcin de la cena del Seor aluda a una tradicin del Seor (1Cor 11,23). Esta comida sacra no se limitaba a recoger la tradicin de la comunidad de mesa con el Jess histrico sino que al mismo tiempo era un memorial en el sentido de los relatos de la institucin (Mt 26,26-28 par.), al que preceda, segn el testimonio de la Didakhe (9s), una comida de 15. satisfaccin del apetito (agape). Al parecer, se reunan por casas y se realizaba as la Iglesia en comunidades domsticas. La antigua invocacin Marana-tha (1Cor 16,22; Didakhe 10,6; Ap 22,20), que significa: Ven, Seor nuestro! testimonia la fe en la venida del Seor en la eucarista, y tambin la fe en la parusa inminente. Se practicaba segn la manera acostumbrada la lectura de la Escritura, los salmos y las oraciones, crendose as el marco fundamental de la liturgia. La comunin (koinonia) del culto se practicaba tambin, segn las informaciones de los Hechos de los apstoles, en todo el entramado de la vida de la comunidad primitiva, incluso fuera de los momentos de culto. Todos los creyentes vivan unidos y tenan todo en comn; vendan sus posesiones y sus bienes y repartan el precio entre todos, segn la necesidad de cada uno (Act 2,44s). Sobre la base de la fe comn se agudiz la conciencia de la responsabilidad recproca, y la necesidad se convirti en norte y gua entre los hermanos en la fe. Es difcil que todo esto se concretara en una comunidad colectiva de bienes, como en los esenios de Qumrn. Se trataba, ms bien, de un reparto voluntario o radical en favor de los pobres, cuyo nmero se haba incrementado principalmente debido a la afluencia de creyentes de Galilea (cf. Act 1,11; 2,7). Compartiendo el entusiasmo y poniendo la mirada en la esperada parusa de Cristo, la multitud (comunidad) de los creyentes no tena sino un solo corazn y una sola alma (Act 4,32). c) El ordenamiento de la comunidad La referencia destacadsima a la fe de la comunidad primitiva no oscurece, sin embargo, el hecho de su ordenamiento. La utilizacin de conceptos tomados del derecho constitucional, conceptos tales como topos (Act 1,25) o kleros (Act 1,17; 1Pe 5,3) ilumina una evidencia que apunta de forma inequvoca a una comunidad ensamblada, tal como suceda ya en la sinagoga juda. Por otro lado, los creyentes se sentan obligados por el ejemplo de Jess, y entendan cada uno de los oficios como servicio (cf. Mc 9,35; 10,43s). Llamados por el Seor mismo, los doce, con Pedro a la cabeza, ejer- can el poder de jurisdiccin en la comunidad primitiva. Como primer testigo del acontecimiento pascual, Pedro apareca como el responsable entre los hermanos, por ejemplo en la eleccin de Matas (Act 1,15-26) y en la venida del Espritu (Act 2,14-41). De l parti la iniciativa a em- prender la misin entre los judos de Palestina (Gl 2,8) y tambin entre los gentiles (Act 10,1-11,18), una evolucin que probablemente intranquiliz a las autoridades judas y llev a stas a tomar las primeras medidas coactivas contra los apstoles (Act 4,1-22; 5,17-42). Pedro era considerado como la autoridad suprema de la primitiva comunidad de Jerusaln. Segn Gl 1,18 tambin Pablo reconoca esa autoridad. La actividad del primero 16. entre los apstoles, cuyo campo de trabajo desbord pronto los lmites de Jerusaln, se desarroll en Jerusaln segn algunas noticias durante doce aos. La conducta de Herodes Agripa I (37-44), favorito de Roma, quien hizo decapitar a Santiago, uno de los Zebedeos, el ao 41, trajo consigo tambin la detencin de Pedro, quien, liberado de forma milagrosa de la crcel, se dirigi a otro lugar (Act 12,17). Por aquellos das, la direccin de la comunidad de Jerusaln haba pasado a ser responsabilidad de Santiago, el hermano del Seor, quien goz de gran prestigio desde un principio por su parentesco con la familia de Jess. Su fidelidad a la Ley de Moiss evit quizs que las autoridades judas lanzaran un ataque definitivo a la comunidad de los creyentes. Pablo, que le haba visto en su primera visita, segn Gl 1,19, se encontr de nuevo con l como enviado de la comunidad antioquena en las negociaciones sobre la misin de los gentiles, juntamente con Pedro y con Juan. A estas tres columnas (Gl 2,9) asista en la direccin de la comunidad de Jerusaln un colegio de presbteros (Act 11,30; 15,2; 20,17), siguiendo el ejemplo de la constitucin sinagogal. Desde la retirada del crculo de los doce, competan a los ancianos tareas de organizacin que incluan la preocupacin por los que se encontraban en apuros (cf. 1Pe 5,1- 4; Sant 5,14). Por lo dems, se haca participar a toda la comunidad en la toma de decisiones. As se actu, por ejemplo, en la designacin de los siete (Act 6,2-5) o en la disputa sobre la misin entre los gentiles (Act 15,22; cf. Gl 2,9). No se produjo conflicto alguno acerca de la competencia en cuestiones de direccin, como lo demuestra claramente la unanimidad en las conclusiones. d) Los helenistas Junto a los hebreos que hablaban arameo, haba en Jerusaln creyen- tes de lengua griega, los llamados helenistas. Un motivo banal, la menor asistencia a sus viudas en las atenciones de cada da (Act 6,1), dio pie a una serie de quejas que se solucionaron de forma espontnea con la designacin de siete varones. El conflicto en cuestin puso al descubierto, sin duda, cuestiones fundamentales, pues estos creyentes que haban venido de crculos de la sinagoga de la dispora trataban de que la misin desbordara los confines de Israel. Con el ejemplo de Esteban, que dej de reconocer el templo como lugar de la salvacin (Act 6,13s), se hizo patente la diferencia con los hebreos. Desapareca as el fundamento teolgico para vincular la salvacin escatolgica con Jerusaln. La designacin de los siete, todos con nombres griegos, para cuidar de los helenistas se llev a cabo sin sometimiento a los ancianos. Los siete representaban, ms bien, a aquellos creyentes que, como judos helenizados, respetaban la seal de la circuncisin, pero desbordaron los confines de Israel en su proclamacin 17. del evangelio. La persecucin que arreci tras el martirio de Esteban rompi este crculo, que debi escapar de Jerusaln. La comunidad primitiva no ofreca, pues, una imagen unitaria, en contra de lo que algunos movimientos reformadores pretendieron idealizar en tiempos posteriores. Provenientes de diversos ambientes sociolgicos, los primeros creyentes acogieron el mensaje de Jess en consonancia con sus respectivas concepciones religiosas. Por eso se produjeron muy pronto conflictos, sobre todo en la valoracin del templo y de la ley. Para responder a los problemas que surgan y para atender las tareas evidentes se cre, adems del crculo de los doce, los oficios necesarios en la comunidad. Pero estos oficios no excluan la necesidad de que todos los creyentes participaran en la toma de decisiones importantes para la comunidad. En la espera de la parusa, la comunidad primitiva irradiaba un fuerte dinamismo que dio alas, sobre todo, a su predicacin misionera, al tiempo que tradujo el conflicto con el judasmo en una predicacin universal. e) El aislamiento del cristianismo judo Cuando el llamado concilio de los apstoles (hacia el ao 48-49) reconoci la posibilidad de una fe desligada de la Ley se inici el aislamiento creciente de los hebreos en Jerusaln. Bajo la direccin de Santiago, el hermano del Seor, permanecieron fieles a la tradicin juda, y siguieron ligados as en cierta manera a Israel incluso sociolgicamente. Estos creyentes de observancia juda llevaron el mensaje de Cristo al Oriente de habla aramea, y nacieron all comunidades con estructura propia, que perduraron durante mucho tiempo a pesar de la influencia de corrientes sincretistas. Pero el prestigio de que gozaba Santiago el Justo no pudo evitar el conflicto con la autoridad religiosa del judasmo. Las maquinaciones del sumo sacerdote Ans consiguieron que, el ao 62, Santiago fuera arrojado del pinculo del templo por dar testimonio de la mesianidad de Jess1 . Esta experiencia tuvo mucho que ver con la actitud que adopt la comunidad cristiana de Jerusaln respecto del levantamiento contra la ocupacin romana. Pens que no le afectaba, y emigr casi por completo a la regin situada al este del Jordn2 . Probablemente guardan relacin con este hecho las informaciones que hablan de la estancia del apstol Juan en feso y del evangelista Felipe con sus cuatro hijas, dotadas de dones profticos, en Hierpolis3 (Act 21,9). Una parte de la comunidad consider la toma de Jerusaln el ao 70 como juicio de Dios, y retorn de nuevo a su patria desolada. Naturalmente, las tensiones con el judasmo se 1 Hegesipo en Eusebio, Hist. eccl. II, 23,18 (GCS 9,1,170). 2 Eusebio, Hist. eccl. III, 5,3 (GCS 9,1,196, trad. cast. en BAC 349 y 350). 3 Ibd. III, 31,4 (GCS 9,1,264-266). 18. agudizaron en el perodo siguiente, como lo demuestra la inclusin de los nazarenos en la frmula de maldicin sobre los minim (herticos), hacia el ao 90, as como el distanciamiento del farisesmo ortodoxo respecto del texto griego de los Setenta, que entre tanto se haba convertido en Sagrada Escritura de las comunidades de habla griega. Tras la muerte de Santiago, un primo de Jess, Simn Bar Klopas, se hizo cargo de la direccin de la comunidad de Jerusaln, y preserv la conexin con el origen. El principio del derecho de sucesin asign a los parientes de Jess un papel destacado, pero no consigui sortear los peligros. Orientaciones contrapuestas de signo nomista y sincretista introdujeron pronto las divisiones en el cristianismo judo. Grupos he- terodoxos de ese cuo se formaron sobre todo en la regin al oriente del Jordn, donde bajo la designacin de ebionitas es decir, pobres cre- yentes observantes de la Ley reconocieron a Jess como un simple profeta; los llamados eleasatas se apoyaban en las propias revelaciones de su fundador. En las sectas bautistas, sobre todo entre los mandeos, se con- trapona a Juan el Bautista con el mentiroso Jess, distancindose as tanto de los judos como de los creyentes en Cristo. Se ha apuntado atinadamente que en esta maraa de corrientes religiosas hay que buscar las races del gnosticismo; Para el cristianismo judo, Jerusaln perdi definitivamente toda su importancia cuando, como consecuencia del aplastamiento de la suble- vacin de Bar-Kochba (132-135), la ciudad se convirti en una colonia romana Aelia Capitolina. Se prohibi bajo pena de muerte que los judos residieran en ella, aunque tal prohibicin no alcanzaba a los creyentes venidos de la gentilidad, quienes fundaron all inmediatamente una nueva comunidad. Recluidos en la regin situada al este del Jordn, los cristianos judos desarrollaron actividades misioneras, como lo demuestra el Dilogo entre Jasn y Papisco sobre Cristo, escrito hacia el ao 140. Pero la falta de contacto con las comunidades formadas por cristianos venidos de la gentilidad agudiz el aislamiento, a pesar de las resonancias que encontramos en la obra Kerygmata Petrou, escrita hacia el ao 170. As, sus restos sectarios terminaron por disolverse o desembocaron en nuevas corrientes, por ejemplo, el maniquesmo. 2 La propagacin del cristianismo El impulso para la misin cristiana parti de la actuacin de Jess mismo, quien se sirvi de las parbolas del banquete (Mt 22,1-14; Lc 14,15-24) para hacer tomar conciencia de la urgencia escatolgica de su mensaje de salvacin. Bajo la impresin del acontecimiento de Cristo, los 19. discpulos hicieron propaganda, como apstoles y evangelistas, a favor de la salvacin escatolgica, que ellos crean llegada en Jess de Nazaret. A decir verdad, los creyentes se resistan un tanto a admitir en la realidad la universalidad del mensaje de salvacin tal como se plasm en el mandato de misionar recogido en Mt 28,19s. El reconocimiento de un cristianismo libre de la Ley (Act 15,1-35) hizo posible finalmente que se traspasaran las fronteras del pueblo de Israel, y abri a la misin las puertas del mundo antiguo. Por los caminos del comercio general, los predicadores de la fe, en su mayora annimos, llegaron a los hombres que vivan en las ciudades, y trataron de utilizar las comunidades de la dispora juda como puente. La lengua comn (koine) favoreca una cultura unitaria en toda la cuenca del Mediterrneo, que estaba sometida por lazos poltico-militares al poder de Roma (pax romana). La era del helenismo haba conducido as a un intercambio de corrientes culturales, en cuya estela no slo se afirmaba un rasgo de universalidad, sino que, al mismo tiempo, los cultos mistricos orientales flexibilizaban el marco jurdico de la religiosidad romana. El evangelio no penetr, pues, en un vaco religioso, sino que entr en competencia con un sistema politesta cuyo reconocimiento en el sacrificio garantizaba, segn la opinin de los romanos, el bienestar del Imperio (salus publica). Por otra parte, a la religiosidad practicada con cierto recelo corresponda un ansia de redencin que facilitaba en gran medida la aceptacin del evangelio. Pero, si el mensaje bblico de Jess de Nazaret como Mesas era fcil de entender para los oyentes del entorno viejotestamentario, el paso de la predicacin misionera al mbito cultural grecorromano impuso la necesidad de llevar a cabo una traduccin de sus expresiones y afirmaciones a este nuevo ambiente cultural. En esta tarea, el monotesmo de Israel no slo fijaba unas condiciones marco distintas que el politesmo del mundo helenista, sino que, frente al horizonte mental del pensamiento hebreo, fue preciso tener en cuenta la mentalidad de los oyentes que provenan del paganismo. Esto llev de forma inevitable a una helenizacin o romanizacin del cristianismo. a) El cristianismo judo y su propagacin Aunque las fuentes que se refieren de alguna manera a la propagacin del cristianismo judo son escasas, la imagen de los Hechos de los apstoles, orientada hacia Occidente, tampoco nos ofrece muchos datos sobre la propagacin del cristianismo. La comunidad primitiva de Jerusaln consider la universalidad del mensaje de salvacin de Cristo como ofre- cimiento a la totalidad de Israel, y, aunque se resquebraj pronto tal 20. concepcin, la mencionada comunidad delimit su predicacin a esta frontera tnico-religiosa. Segn noticias posteriores, surgieron comunidades cristianas en las regiones orientales de Adiabene y de Osrhoene. Junto a Toms, al que Eusebio4 presenta como apstol de los partos, aparecen nombres de misioneros tales como Addai (Tadeo?) y el de su discpulo Mari. Obras apcrifas tales como los Salmos de Toms y las Odas de Salomn provie- nen de ese entorno y tienen un carcter judeocristiano indiscutible. La supuesta correspondencia epistolar del rey Abgar de Edesa con Jess5 refleja, sin duda, una temprana difusin del cristianismo en Oriente, propagacin que tal vez lleg incluso a la India6 . Por lo dems, los orgenes del cristianismo en Egipto apuntan tambin hacia Jerusaln, pues trozos de un Evangelio de los egipcios, conocido all, as como de un Evangelio de los hebreos, contienen resonancias del cristianismo judo. b) La actividad misionera de Pablo Entre los proclamadores del evangelio, llevado a travs de las provincias del Imperio romano por misioneros de nombre desconocido, sobresale Saulo-Pablo, oriundo de Tarso, quien, tras su conversin (Act 9,3-18), fue ganado por Bernab para la tarea de colaborar entre los fieles de Antioqua (Act 11,25s). Precisamente en esta gran ciudad helenista tom aquella forma libre de la Ley la vida de fe. Precisamente all emergi la forma de vida cristiana que entrara en conflicto con la comunidad primitiva de Jerusaln y que terminara por imponerse y acuara la futura Iglesia de los gentiles. De la comunidad cristianogentil de Antioqua naci la iniciativa de que Pablo y Bernab se dedicaran a la obra de la misin. Y la conviccin de la inminencia del fin del mundo increment la urgencia de la procla- macin universal de la fe (cf. Mt 10,23). El primer viaje misionero (Act 13,1-14,28) llev a ambos, entre los aos 44 y 48, a Asia Menor pasando por Chipre, desde Panfilia hasta el sur de Galacia. Siguiendo la instruccin segn la cual haba que predicar la palabra de Dios primero a los judos (Act 13,46s), Pablo y Bernab se presentaban en las sinagogas de las ciudades respectivas, pero eran escuchados sobre todo por los gentiles (cf. Act 14,27). Sin embargo, con la renuncia a la circuncisin se coca un conflicto grave relacionado con la validez de la Ley (Act 15,1-5). Finalmente se aclarara esta cuestin en una reunin celebrada en Jerusaln hacia el ao 48-49, el llamado concilio de los apstoles. La predicacin de Pablo y 4 Ibd. III, 1,1. 5 Ibd. I, 13,1-22. 6. C.f. ibd. V. 10.3. 6 Cf. Ibd.. V, 10,3. 21. Bernab afirmaba que los cristianos venidos de la gentilidad nada tenan que ver con la Ley mosaica. Por otra parte, Santiago impuso en sus clusulas que los cristianos provenientes del paganismo se abstuvieran de lo que haba sido contaminado por los dolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre (Act 15; Gl 2,1-10). En la segunda fase de su actividad misionera, Pablo visit de nuevo las comunidades de Asia Menor, hasta que, inspirado por una visin, pas a Macedonia (Act 15,36-18,22). Tras una breve estancia intermedia en Palestina, feso termin por convertirse en el centro de su misin desde el ao 53 al 57. feso era la ciudad de Artemisa, y el cristianismo de corte judaizante haba echado races ya all. A pesar de algunas dificultades, por ejemplo con los orfebres (Act 19,21-40), Pablo consigui abrirse paso en aquel ambiente religioso. Y cuid con sus cartas la salud espiritual de las comunidades existentes. Se adentr ms en Grecia y confi a la comunidad romana de Corinto su intencin de viajar a Occidente, concretamente hasta Espaa, puesto que ya no tena campo de trabajo en Oriente (Rom 15,23s). Sin embargo, Pablo retorn primero a Jerusaln para llevar una colecta (cf. Gl 2,10; Rom 15,26) para la comunidad de aquella ciudad. Entonces se produjeron confrontaciones con los judos. Como consecuencia de todo aquel revuelo, Pablo fue encarcelado. Tras dos aos de prisin, fue trasladado a Roma (ao 61). La libertad de movimientos de que gozaba en la capital del Imperio permitieron a Pablo proseguir su trabajo misionero, pero no pudo viajar a sus comunidades. Finalmente, segn una antigua tradicin cristiana, padeci el martirio durante la persecucin que tuvo lugar en tiempos del emperador Nern (hacia el ao 64). c) El mbito de la misin de Pedro Como primer testigo de la fe pascual, Pedro tuvo al principio a su cargo la direccin de la comunidad primitiva de Jerusaln. Sin duda comenz muy pronto a misionar entre los judos. En todo caso, Pablo justificaba su propio envo mediante la comparacin con Pedro, al que se le haba confiado la evangelizacin de los circuncisos (Gl 2,7). Pero, segn el relato de la conversin del centurin Cornelio (Act 10,1-11,18), el llamamiento del primer apstol a predicar entre los gentiles rompi aquella primera delimitacin e hizo tomar conciencia del significado que encerraba para la Iglesia universal. Existan buenas razones para relacionar la formulacin definitiva de la promesa de Jess acerca del fundamento roqueo de la Iglesia (Mt 16,17-19) con este papel universal de Pedro, aunque con su conducta se expuso a la crtica de los judeocristianos (Act 11,3) y a las protestas de Pablo (Gl 2,11-21). 22. Tenemos escasos puntos de apoyo para hablar de la actividad misionera de Pedro (cf. 1Cor 9,5) fuera de Palestina. Noticias muy antiguas nos hablan de la ereccin del episcopado en Antioqua7 . La existencia de un partido de Cefas en Corinto (1Cor 1,12; 3,22) parece presuponer una estancia del apstol en la ciudad; tambin el saludo de la primera carta de Pedro a los que viven como extranjeros en la dispersin: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos (1Pe 1,1) refleja tal vez su actividad apostlica. Numerosos escritos apcrifos que llevan el nombre de Pedro, como las Homilas de Pedro en los escritos pseudoclementinos, el Evangelio de Pedro, as como el Apocalipsis de Pedro, confirman una predicacin misionera del apstol, aunque resulta casi imposible rastrear los hitos concretos de sus correras apostlicas. Sin embargo, la comunidad cristiana de Roma desarroll una clara conciencia petrina. Y es curioso que no existan testimonios inmediatos acerca de una estancia del primer apstol en Roma. Sin duda, creyentes desconocidos llevaron el mensaje cristiano a la capital del Imperio, y consiguieron all los primeros adeptos entre los judos residentes en Roma. Una escueta noticia de Suetonio8 , segn la cual algunos judos fueron expulsados de Roma a causa de tumultos permanentes por instigacin de un tal Cresto (impulsore Chresto), alude ciertamente a discusiones sobre la mesianidad de Jess, de forma que es posible pensar que en el ao 49, fecha del edicto exista ya una comunidad judeocristiana que se haba abierto a los gentiles. Quiz la importancia de Roma como capital del Imperio fue lo que atrajo a Pedro. De cualquier manera, numerosos testimonios indirectos excluyen toda duda razonable sobre su estancia y martirio en Roma. Entre los testimonios literarios, el anuncio de la muerte recogido en Jn 21,18s delata un conocimiento del acontecimiento desplazado al futuro. Y tambin 1Pe 5,13 presupone en forma pseudnima una estancia del primer apstol en Roma. Por otro lado, precisamente la tradicin de Marcos y de su Evangelio confirma que Pedro predic el mensaje de Cristo en Roma9 . Entre las fuentes extracannicas cabe sealar un escrito de la comunidad romana a Corinto. En l se menciona al apstol Pedro como ejemplo de trabajo y testimonio pacientes de una calidad incomparable10 . Tenemos, pues, ah una alusin que, considerada a la luz de Tcito, Ann. XV, 44, presupone el conocimiento de la muerte del apstol durante la persecucin de Nern. Como el escrito de Ignacio, obispo de Antioqua, a los romanos11 indica una relacin de proximidad, la llamada Ascensin de 7 Orgenes, Hom. 6,4 in Lucam; LP I Petrus. 8 Vita Claud., 25. 9 Cf. Eusebio, Hist. eccl. II, 15,2. 10 1Clem. 5,1-4; 6,ls (trad. cast. en Padres apostlicos, BAC 65, p. 99ss). 11 Ignacio, Rom. 4,3 (trad. cast. en Padres apostlicos, BAC 65, p. 474ss) 23. Isaas (hacia el ao 100) insina en estilo proftico la muerte de Pedro, al igual que un fragmento de un Apocalipsis de Pedro (principios del siglo II). La conviccin de la presencia del primer apstol en Roma se hizo cada vez ms consistente y qued recogida en otros testimonios. De stos, las listas de obispos12 tienen tanta significacin como la alusin de Porfirio a su crucifixin13 . Por lo dems, la habitual mencin conjunta de Pedro y Pablo, a pesar de las diferencias, habla de una presencia comn en la capital del Imperio. El cristianismo de los primeros siglos jams dud de este hecho. Las excavaciones practicadas en la Baslica de San Pedro han aportado nuevos puntos de vista a la prueba histrica. Al hilo de estos trabajos, mereci atencin creciente una discusin que tuvo lugar en tiempos del papa Ceferino (199-217), en la que el presbtero romano Gayo responda de la siguiente manera a la fundamentacin de la pretensin montanista: Yo puedo mostrar los tropaia (tumbas) de los apstoles. Puedes ir al Vaticano o a la Va Ostiense y encontrars all los tropaia de los apstoles que fundaron esta Iglesia14 . La palabra tropaion no tiene una significacin inequvoca, pero, en la marcha de la argumentacin, slo puede significar tumba. Una noticia del calendario festivo romano del ao 354 pone un tanto en entredicho ese conocimiento de los mencionados lugares conmemorativos. En efecto, la noticia del calendario habla de una conmemoracin complementaria, el ao 258, in catacumbas, es decir, en la actual iglesia de San Sebastin, en la Va Appia. Las excavaciones realizadas all pusieron al descubierto unos lugares de culto (triclia) con numerosos graffiti dedicados a Pedro y a Pablo, pero no una tumba. Dado que, adems, una inscripcin del papa Dmaso (366-384) habla de que ambos apstoles habitaron en este lugar, nacieron numerosas hiptesis para explicar el hallazgo. Entre los diversos intentos de explicacin cabe mencionar la suposicin de que se trate del lugar originario de enterramiento, la de traslados relacionados con la persecucin de Valeriano (258), la que habla de un lugar de culto de un grupo novacianista. Las excavaciones llevadas a cabo durante la segunda guerra mundial bajo la Baslica de San Pedro pusieron al descubierto, en un primer mo- mento, una necrpolis antigua. En los sucesivos trabajos se descubri la datacin de la Baslica de Constantino, consagrada el ao 326. Esa baslica comprenda unos edculos funerarios ms antiguos en un patio de sepulturas. Los excavadores identificaron este monumento, daado por un muro levantado hacia el ao 170, con el monumento mencionado por Gayo, y bajo el que habra sido enterrado el apstol Pedro. Muchos detalles permanecen todava oscuros; el hecho de que se haya respetado esta tumba central, poco llamativa, entre las circundantes tumbas del siglo I, ha hecho 12 Ireneo, Adv. haer. III, 3,3. 13 Macario de Magnesia III, 22. 14 Eusebio, Hist. eccl. II, 25,7 (GCS 9,1,178). 24. pensar a algunos estudiosos que se trate del sepulcro del apstol Pedro, aunque los hallazgos de esqueletos no hayan despejado todas las dudas. Lo que s parece seguro es que Constantino I el Grande orient la Baslica Vaticana teniendo en cuenta esta construccin funeraria del siglo II. En la realizacin de su proyecto tuvo presentes dificultades de tipo arquitectnico y jurdico. Todo esto slo puede explicarse si se admite la existencia de una tradicin cultural petrina en la antigua rea del Vaticano. La conciencia de una estrecha vinculacin de la comunidad cristiana de Roma con el apstol Pedro presupone la presencia de ste en la capital del Imperio. Pero, segn los mencionados testimonios, en un principio no se deriv ninguna especial pretensin de liderazgo de un sucesor. Presumiblemente, tal pretensin vio la luz al imponerse el episcopado monrquico en Roma, as como las nacientes listas de obispos15 . El lugar destacado del apstol Pedro en el crculo de los doce se convierte as, mediante la referencia a su fe, en legitimacin de la pretensin primacial de los obispos de Roma. d) Difusin de las comunidades cristianas y su composicin sociolgica La misin cristiana lleg a los habitantes de toda la cuenca del Mediterrneo ya en el siglo II. Ireneo de Lyn ( hacia 202) menciona ya Iglesias en Espaa y entre los celtas, en Oriente, en Egipto y Libia, y "sorprendentemente tambin en las provincias germnicas16 . Tambin en fechas tempranas traspas las fronteras del imperio el evangelio, especialmente en Oriente.Por eso pudo decir Clemente de Alejandra ( antes del 215): La doctrina de nuestro maestro no permaneci slo en Judea, como la filosofa en Grecia, sino que se propag por toda la tierra habitada17 . Indudablemente, tales afirmaciones eran hijas de una actitud universalista, pero las Iglesias locales contemporneas de las que tenemos noticias fidedignas confirman una amplia diseminacin de las comuni- dades. Aunque la misin cristiana comenz de forma consciente en la dispora juda y en sus entornos, apuntaba a la humanidad entera como objetivo, por encima de todas las barreras de naturaleza social o nacional. En contra de una tesis social y revolucionaria segn la cual el evangelio habra encontrado eco, sobre todo, entre los pobres de la sociedad antigua porque les prometa un consuelo en el ms all, las comunidades cristianas primitivas se compusieron de creyentes venidos de todos los estratos sociales. Curiosamente, un hombre rico era el que planteaba la pregunta acerca de la vida eterna (Mc 10,17-22 par.). Y esa pregunta confirma la 15 Cf. Hegesipo en Eusebio, Hist. eccl. IV, 22,3. 16 Ireneo, Adv. haer. I, 10,2. 17 Clemente de Alejandra, Strom. VI, 18,167 (GCS 52,518). 25. irrupcin de nuevas esperanzas que ni los filsofos contemporneos por ejemplo, los estoicos ni los cultos aclimatados entonces fueron capaces de satisfacer de forma satisfactoria. El espectro sociolgico, marcado en un primer momento por el ambiente de las sinagogas, iba ya en el siglo I desde los pescadores que conviven con Jess hasta personalidades pertenecientes a crculos senatoriales en la comunidad romana. Pero es indudable que la mayor parte de los cristianos de aquellos tiempos pertenecan a las clases inferiores (cf. 1Cor l,26s). Sin embargo, las diversas circunstancias de cada una de las comunidades y la rpida apertura al mundo de la cultura nos impide hablar del cristianismo primitivo como de un movimiento social revolucionario, y menos an de una religin para esclavos. e) El problema de la helenizacin Para que el mensaje cristiano de salvacin pasara del ambiente judo y viejotestamentario al espacio cultural grecorromano era imprescindible traducir el evangelio al mundo conceptual y a las formas de expresin de los oyentes helensticos. La buena nueva de la actuacin salvfica realizada por Dios en Jess de Nazaret se revisti desde un principio con las expectativas mesinicas de los judos. Y en los ambientes judeocristianos se interpretaba el acontecimiento de Jess en el horizonte de la historia de salvacin del Antiguo Testamento. A pesar del inminente peligro de judaizacin, sobre todo en la praxis de la vida cristiana, este fundamento radical conserv toda su prestancia (cf. Rom 11,18) en la historia del cristianismo. Por otra parte, la proclamacin misionera a hombres no familiarizados con la tradicin religiosa del judasmo ni con la mentalidad hebrea hizo inevitable aquella helenizacin que dejara una huella tan profunda precisamente en el cristianismo occidental. De hecho, bajo el acicate de una interpretacin racional de la palabra de Dios se llev a cabo una transposicin que, no obstante las crticas concretas que pueda merecer, tom principios religiosos y normas ticas del entorno. Se ech mano, sobre todo, de los planteamientos metafsicos de la filosofa griega, y se interpret el acontecimiento salvfico recogido en la Biblia, incluso las afirmaciones de fe vinculantes, en categoras del ser. Ante el peligro de que se vaciaran de contenido los mensajes bblicos, o incluso de que se cayera en la hereja, muy pronto surgieron voces en contra de tal transposicin del evangelio. Leemos, por ejemplo, en Tertuliano aquella famosa pregunta: Qu tiene que ver Atenas con Jerusaln? Y qu la Academia con la Iglesia?18 . A pesar de todas las protestas, la primitiva proclamacin cristiana se mantuvo impertrrita en este camino de la inculturacin, e hizo frente a un 18 Tertuliano, Praescr. haer. 7,9 (CCL 1,193). 26. desafo universal. Adems, la interpretacin filosfica de afirmaciones bblicas termin por demostrarse como una barrera contra la hereja. 3 Las comunidades postapostlicas y su unidad Tanto dentro del imperio romano como fuera de sus fronteras, la proclamacin del evangelio llev muy pronto a la fundacin de numerosas comunidades cristianas, preferentemente en las ciudades, en consonancia con la antigua estructura de la poblacin. La polis-civitas se convirti as en el espacio vital de los creyentes locales, as como la organizacin administrativa del Estado sirvi de modelo a las circunscripciones eclesisticas. Como magnitud religioso-cultual, pero tambin en su auto- gobierno poltico, la polis helenstica representaba una especie de contraste de la comunidad local de los creyentes. Jerusaln y la primera comunidad tuvieron una importancia desco- llante hasta su ocaso en el ao 70. Sin embargo, en fechas tempranas comenzaron a tener un papel preponderante Roma y Antioqua, a las que se sum pronto Alejandra para el mbito egipcio. En la siempre creciente implantacin de la fe cristiana, la formacin de comunidades locales contribuy en general a la estabilidad. Adems, nacieron de este modo centros cuyas peculiaridades no constituyeron impedimiento alguno para la unidad en la fe. a) Idea de las comunidades sobre s mismas Los Setenta utilizan el trmino ekklesia para referirse a Israel como pueblo de la alianza de Yahveh. Los creyentes tomaron la tradicin del pueblo de la antigua alianza y se consideraron a s mismos como ekklesia tou theou (1Cor 10,32 y otros), como comunidad escatolgica de salvacin. El trmino griego ekklesia, traduccin del hebreo qahal y llamativamente conservado tal cual en la voz latina ecclesia, encierra una significacin universal que sobrepasa las fronteras de la Iglesia local. Lleg incluso a adquirir un significado suprahistrico. Sin embargo, ahora como antes siguieron afirmndose las denominaciones tradicionales para los miembros concretos de la comunidad, as el discurso acerca de los creyentes, que mantena viva la conciencia de la fundamental actitud cristiana frente a la praxis cultual y al conocimiento, o de los santos, con la conflictiva pretensin de una realizacin elitista. Llenos de tales ideas acerca de s mismos, los cristianos vivan el mundo terreno como si de un pas extranjero se tratara. Indudablemente, la espera de la parusa increment la distancia con el mundo que les rodeaba, 27. pero su aplazamiento no puso en peligro la consistencia de las comunidades. En efecto, la experiencia de la historia constituy un gran desafo, superado mediante la referencia a las promesas escatolgicas y con las llamadas a la probidad en el tiempo. La consumacin presente y las esperanzas futuras se fundan en la creencia de que la promesa de una nueva alianza (Jer 31,31-34) se haba cumplido (1Cor 11,25), con lo que se consider la historia de Israel como prehistoria de la Iglesia. Sin embargo, a pesar de todas las transformaciones no se produjo ruptura alguna en la autocomprensin eclesial. b) El trasfondo judo La predicacin de la misin cristiana se diriga, tambin fuera de Palestina, en primer lugar a los miembros de la sinagoga judeohelenista, en cuyo entorno y bajo cuya proteccin nacieron las nuevas comunidades de fe. La sinagoga sirvi incluso como modelo para la organizacin y vida de lo que terminara por convertirse en Iglesias locales. As se entendi a s misma, por ejemplo, la comunidad de los cristianos de Roma, sin desviarse ni un pice de la tradicin del judasmo cuando tomaba como modelo el ordenamiento del templo de Jerusaln19 y cuando ensalzaba la fe de Abraham20 . Efectivamente, la caracterstica diferenciadora de la fe en Jess slo lentamente fue siendo percibida por la conciencia pblica (cf. Act 11,26), salvo cuando tensiones internas producan conflictos. Ignacio de Antioqua ( hacia 110) se vio en la necesidad de recordar enfticamente a la comunidad de Magnesia la forma de vida del cristianismo (khristianismos) frente a la praxis juda21 . Se trataba de una alusin no slo a la creciente sistematizacin de las enseanzas cristianas, sino igualmente a la funcin modlica del ioudaismos. A pesar de todos los puntos que tenan en comn con la sinagoga, la referencia a la fe en el acontecimiento de Cristo dio consistencia creciente al distanciamiento respecto de la comunidad juda concreta. c) Comunidad local y asamblea litrgica La asamblea litrgica constitua el centro de la vida de la comunidad. En ella cada uno de los fieles experimentaba la comunin. El bautismo (baptisma) en agua corriente (cf. Act 8,38; Didakhe 7,1) o la triple aspersin, en caso de necesidad, abra el acceso, segn el ejemplo de Jess (Mc 1,9-11 par.) y la orden de bautizar dada por el Resucitado (Mt 28,19). 19 1Clem. 41,2. 20 Ibd. 31,2. 21 Ignacio, Magn. 10,1-3 (trad. cast. en Padres apostlicos, BAC 65, p. 460ss). 28. La comunidad acompaaba esa iniciacin con la oracin y el ayuno. Y sellaba la comunin con el nefito mediante la celebracin de la eucarista. El nivel tico del bautizando deba estar a la altura de los santos, como dice la Didakhe (1-6) utilizando el ejemplo judo. Haba que conservar el bautismo puro e inmaculado22 . El intenso acento tico que adquiri el mensaje cristiano, que pronto sigui la estela de las escalas de valores estoicos, aparece as como fruto del nuevo nacimiento que se ha producido en el bautismo. La conciencia comunitaria de los fieles alcanzaba su punto culminante en la celebracin de la eucarista. Ignacio de Antioqua insiste enfticamente en esta unidad ante la amenaza de los peligros que se perfilaban en el horizonte: Poned todo ahnco en usar de una sola eucarista, porque una es la carne de nuestro Seor Jesucristo y uno es el cliz de la unin con su sangre, uno el altar del sacrificio, como uno el obispo juntamente con el presbiterio y con los diconos, consiervos mos, para que obris en todo momento de acuerdo con Dios23 . Segn estas palabras, la unidad de la Iglesia se fundamenta en la eucarista. Y el obispo fue considerado cada vez ms como elemento determinante de esa unidad. Por su condicin de fundaciones apostlicas, determinadas Iglesias locales no slo obtuvieron un reconocimiento suprarregional, sino tambin una legitimacin de formas autnomas en el culto y en la vida. Presupuestos localmente diferentes en la recepcin del evangelio pro- dujeron peculiaridades en la conciencia de fe que encontraron su plasmacin en las confesiones de fe locales. Evoluciones respectivamente divergentes en determinadas comunidades en la celebracin de la eucarista y en el manejo de la disciplina eclesistica, as como en la constitucin de la comunidad y en la praxis penitencial subrayan el dinamismo de las respectivas Iglesias locales. En tales circunstancias no sorprende que la teologa incipiente tomara y tratara sus temas de forma asistemtica. Tal variedad de la vida eclesial entraaba, sin duda, el peligro de la divisin. Pero se la respet como expresin de la nica fe. d) Unidad de la Iglesia La preeminencia de la Iglesia local no elimin la conciencia de la comunin universal en la fe. El nuevo pueblo (cf. 1Pe 2,9) de los cristianos se consideraba a s mismo como consumacin de Israel, pero traspas conscientemente todas las barreras nacionales. Esta pretensin universalista se hizo presente tambin en el discurso sobre los cristianos como tercera raza frente a griegos y judos, fundada en la naturaleza 22 2Clem. 6,9 (Wengst 247; trad. cast. en Padres apostlicos, BAC 65, p. 331ss). 23 Ignacio Philad. 4 (Fischer 196; trad. cast. en Padres apostlicos, BAC 65, p. 481ss); cf. d., Eph. 20,2 (trad. cast. en o.c, p. 447ss). 29. espiritual de la veneracin tributada a Dios; incluso se atribua la conservacin del mundo24 y se superaba el Imperio de los romanos haciendo referencia a la universal soberana de Dios25 . Esta apertura a la universalidad se encontr con el cosmopolitismo de los estoicos de aquel tiempo e increment la conciencia de la catolicidad. Ignacio de Antioqua fue el primero en utilizar la expresin katholike ekklesia26 , con lo que se remontaba de la Iglesia universal a su prototipo transcendente. Para l, la unidad de la Iglesia radica en Jesucristo, al que encarna cada dirigente episcopal de una comunidad local. Una comunin de creyentes de un determinado lugar representa, pues, la totalidad de la Iglesia, y aqulla permanece indisolublemente ligada en su unidad. Las comunidades se cuidaron de fomentar recprocamente entre ellas aquella comunin que la Iglesia local experimentaba, sobre todo en el culto. El sistema de comunicaciones existente en el mundo antiguo llevaba a una fuerte vinculacin recproca de los creyentes. La hospitalidad fraterna aliviaba aquellos viajes incmodos. Una especie de pasaporte (carta para la comunidad) pretenda evitar posibles abusos. El intenso intercambio epistolar entre las comunidades no slo serva para mantener la informacin recproca, sino que era la expresin clara de la corres- ponsabilidad. Mediante el intercambio epistolar se buscaba el robuste- cimiento en la fe, el consuelo en la tribulacin, la exhortacin a una conducta cristiana. Tambin se informaba a otras Iglesias locales del nombramiento de obispos. Por ejemplo, el obispo Dionisio de Corinto dirigi hacia el ao 170 cartas catlicas27 a numerosas comunidades, algunas de ellas bastante distantes. De esa manera dio testimonio de la universalidad de la unidad de la Iglesia antigua. Con el trmino koinoma-communio, que originalmente expresaba la vinculacin del creyente con Cristo, se designaba esta comunin de los creyentes, cuyo centro era la eucarista. La exclusin de la eucarista la excomunin marcaba, por el contrario, la ruptura con un pecador o con un maestro de herejas. e) Paz eclesial y disputa sobre la fecha de la Pascua La unidad universal de la Iglesia se vio amenazada con la llamada disputa sobre la fecha de la celebracin de la Pascua. El recuerdo de la 24 Ep. ad Diogn. 6 (trad. cast. en Padres apostlicos, BAC 65, p. 845ss). 25 Hiplito, In Daniel IV, 9; Minucio Flix, Oct. 33,1. 26 Ignacio, Smyrn. 8,2 (Fischer 210; trad. cast. en Padres apostlicos, BAC 65, p. 488ss).En el momento de su prendimiento Policarpo de Esmirna ( 156) or por toda la Iglesia catlica esparcida por la redondez de la tierra (Mart. Polyc. 8,1; Bihlmeyer- Schneemelcher 124; trad. cast. en Padres apostlicos, BAC 65, p. 672ss). 27 Eusebio, Hist. eccl. IV, 23,1 (GCS 9,1,374). 30. muerte y resurreccin de Cristo haba hecho que la fiesta pascual, en conexin con Passah, se convirtiera pronto en la celebracin central de la comunidad cristiana. Y se subrayaba su incomparable significacin me- diante la administracin del bautismo. Sin reducir unilateralmente el contenido de la fiesta de Pascua a la pasin de Cristo, se celebraba en las Iglesias de Asia Menor, siguiendo el ejemplo judo, un Passah cristiano el 14 de nisn (cuartodecimanos), mientras que en Occidente, y tambin en Egipto y en Siria, comenzaba la celebracin de la resurreccin el domingo siguiente al 14 de nisn (praxis dominical), quizs para marcar el distanciamiento respecto del judasmo. Esta ltima praxis invocaba en su favor la cronologa del Evangelio de Juan. Estas diferencias en la prctica litrgica produjeron serias tensiones, no eliminadas mediante el dilogo sostenido por el papa Aniceto (154-166) y Policarpo de Esmirna ( 156), pero que tampoco desembocaron en la ruptura. A pesar de las divergencias, ambos permanecieron en la comunin (ekoinonesan). Y Aniceto, por el profundo respeto que senta por Policarpo, permiti la celebracin de la eucarista en su Iglesia. Y se separaron ambos en paz28 . Pero el recproco respeto hacia la praxis diferente en las mencionadas Iglesias no acall la discusin, hasta que, finalmente, el papa Vctor actu de forma tajante contra los cuartodecimanos, tal vez porque stos queran introducir su praxis en Roma. Por iniciativa de este papa, varios snodos se decantaron por la celebracin de la Pascua en domingo; en ellos se intent excluir de la comunin eclesial a las comunidades de Asia Menor con el obispo Polcrates de feso ( hacia el ao 200). Pero la intervencin de Ireneo de Lyn impidi el cisma, la divisin de la Iglesia, a causa de una disciplina diferente. Finalmente, el concilio de Nicea prescribi la praxis dominical para toda la Iglesia, para salvaguardar la unidad de culto29 . f) Orgenes de la institucin sinodal A pesar de la conciencia de unidad ecumnica, la autonoma de las Iglesias locales favoreca el nacimiento de tradiciones locales, hasta el punto de correr el peligro de distanciarse unas Iglesias de otras. El conflicto por la fecha de la celebracin de la Pascua o el movimiento montanista hicieron plenamente patente la tendencia disgregadora de tales fenmenos, aunque stos permanecieron circunscritos en principio a determinadas regiones de la Iglesia. Para hacer frente a tales peligros, los obispos de determinadas zonas comenzaron a reunirse desde finales del siglo II para 28 Ibd. V, 24,17 (GCS 9,1,496). 29 Eusebio, Vita Const. III, 18-20. 31. deliberar en comn sobre la forma de solucionar los problemas que les afectaban. Hasta nuestros das no se ha llegado a una respuesta satisfactoria sobre cul fue el modelo seguido por estas reuniones. No ha convencido la idea de derivarlos del senado romano o de los snodos regionales de las provincias del Imperio. La referencia al sanedrn judo tampoco explica el nacimiento de una institucin que tanta influencia ejerci en la historia. Y, en cuanto al concilio de los apstoles, recordemos que ste tuvo rasgos presinodales (Act 15,1-33; Gl 2,1-10). Con independencia de esta falta de claridad sobre los posibles modelos para esta institucin, las reuniones y deliberacin conjunta de los dirigentes de diversas comunidades manifiestan claramente la conciencia de una corresponsabilidad respecto a la Iglesia universal. Esa responsabilidad compartida pretenda realizar la unidad de la Iglesia a la vista de la descentralizacin real. Tales encuentros regionales se celebraron por primera vez en Asia Menor con ocasin del montanismo30 . A mediados del siglo III se reunieron ya en el norte de frica snodos con unos 100 participantes31 . Estos snodos respondan no slo a la preocupacin de una representacin completa del episcopado, sino tambin a los esfuerzos de obispos con autoridad superior que pretendan hacer valer su influencia mediante un gran nmero de participantes en los mismos. La patente insuficiencia del procedimiento sinodal no debe impedirnos ver que lo que aqu se pone en marcha es un instrumento del ordenamiento eclesistico, que ms tarde, en los concilios ecumnicos, dar paso a una representacin de la unidad universal de la Iglesia. 4 Gnesis de la organizacin eclesistica En la consolidacin de las comunidades cristianas y de su vida co- munitaria tuvo mucho que ver la estructuracin de sus formas de ordena- miento. Efectivamente, los escritos nuevotestamentarios no contienen disposicin alguna de Jess sobre la forma concreta de los oficios en las comunidades, pero s han recogido afirmaciones fundamentales para en- tenderlos. En claro distanciamiento de las formas de dominio imperantes en el mundo, dice Mc 10,43s: Pero no ha de ser as entre vosotros; sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, ser vuestro servidor. Aunque cabe sealar un cierto paralelismo con instituciones ad- ministrativas de las ciudades helenistas, esta exhortacin marca la distancia 30 Eusebio, Hist. eccl. V, 16,10. 31 Cf. Cipriano, Ep. 59,10; Sent. episc. 32. de la concepcin que la Iglesia primitiva tena de los oficios. Esa concepcin distinta se refleja en la renuncia a los ttulos usuales de los oficios. Diakonia es servicio que tiene por finalidad la reunin y conservacin de la comunidad, que fundamenta y mantiene la fe; por consi- guiente, es oficio eclesial32 . Por lo dems, las escasas alusiones a las formas de organizacin muestran claramente una sorprendente variacin de las respectivas tareas. Ello se debi en gran medida a la esperada parusa. Sin embargo, no cabe afirmar que el oficio eclesistico sea simple consecuencia del aplazado retorno de Cristo, pues el servicio a la comunidad fue considerado desde un principio como tarea permanente. a) La diversidad de las formas organizativas neotestamentarias De la descripcin de la comunidad primitiva de Jerusaln se despren- da ya el significado fundamental de los doce (apstoles) como testigos autorizados de la vida y de la resurreccin de Jess para la autocomprensin del pueblo de Dios de la nueva alianza (cf. Mt 19,28). Si exceptuamos a Pedro, los restantes apstoles apenas son presentados en el ejercicio de su ministerio (cf. Act 3-4; 12,2). Slo algunos Hechos de los apstoles de origen apcrifo recogen leyendas sobre el ulterior desarrollo de sus vidas. A pesar de la oscuridad del tema, queda en pie, con toda nitidez, la peculiaridad irrepetible del testimonio apostlico, que no puede pasar a los sucesores en el oficio. En Jerusaln misma, la direccin colegial de las tres columnas Santiago, Pedro y Juan (Gl 2,9) ejerci en seguida la autoridad. Al parecer, un colegio de ancianos (presbyteroi), siguiendo el ejemplo de la sinagoga, se hizo cargo, en aquellas mismas fechas, de las tareas relacionadas con el orden y el aprovisionamiento (Act 11,30; 21,18). Adems, cuando lo requera la situacin, toda la comunidad intervena en la toma de decisiones. Tal modo de actuar responda al convencimiento viejotestamentario de que Dios mismo habla en la reunin (cf. Act 15,28). As, en el nombramiento de los siete intervino la totalidad de los discpulos (Act 6,2.5); tambin las conclusiones del Concilio de los apstoles se tomaron de acuerdo con toda la comunidad (Act 15,22). Los mencionados siete, que no eran diconos en el sentido de lo que ms tarde sera el oficio del diaconado, actuaban como dirigentes de los helenistas. Podemos decir, pues, que el rasgo colegial es caracterstico en la organizacin eclesial de los primeros tiempos. Otra imagen diferente ofrecan las comunidades paulinas, de cuyas formas de organizacin poseemos noticias tempransimas. Sobre el tras- 32 L. Goppelt, Die apostolische und nachapostolische Zeit: Die Kirche in ihrer Geschichte 1/A, Gotinga 2 1966, 121. 33. fondo de la concepcin orgnica del cuerpo de Cristo (1Cor 12,12-27; Rom 12,4-8; Ef 4,11-16), Pablo, que hace valer su autoridad en sus comunidades basndose en que fue llamado por una revelacin del Seor (1Cor 9,ls; 15,8-10; Gl l,1.12.15s), enumera diferentes servicios o carismas. Segn 1Cor 12,28, los puso Dios en la Iglesia primeramente como apstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego el poder de los milagros; luego, el de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. El Espritu de Dios regala estos carismas a fieles concretos para la edificacin de la comunidad (cf. 1Cor 12,7), pero tambin para el servicio a los no creyentes. Evidentemente, tras tales ocupaciones no se esconda ningn sistema fijo de ordenamiento. Por el contrario, se presentaban como intervencin espontnea cuando as lo exigan las necesidades. Junto a la significacin puntual de los carismas, Pablo conoce tambin servicios permanentes en el sentido de asistir y dirigir. Segn 1Tes 5,12 y Rom 12,8, esas funciones competen a los presidentes (proistamenoi). A esos presidentes y colaboradores da Flp 1,1 el ttulo de episkopoi y diakonoi. Y hay que entender la tarea del episkopos, de acuerdo con el contenido semntico del trmino, como supervisor de la vida de la comunidad. Se ha sealado atinadamente que los episkopoi y los diakonoi se mantenan vinculados permanentemente a la comunidad local, mientras que los apstoles, los profetas y los maestros (1Cor 12,28) actuaban en la totalidad de la Iglesia. De hecho, slo encontramos episkopoi en comuni- dades formadas por cristianos venidos de la gentilidad la mencin de presbteros que aparece en Act 14,23 y 20,17 tiene todas las trazas de ser la designacin de un oficio introducida ulteriormente por Lucas, y constituan en alguna medida una rplica de los colegios de presbteros de las Iglesias locales judeocristianas de Palestina. La similitud de las funciones permita la recproca invasin de las diferentes formas de or- denamiento y tambin de sus respectivas denominaciones (cf. 1Tim 3,2; 4,14; 5,17; Tit 1,5.7). Ni siquiera desde un punto de vista institucional se pueden sealar contraposiciones, pues en las comunidades paulinas en modo alguno dominaba exclusivamente la libertad de tipo carismtco- entusiasta, sino que deba hacerse todo con decoro y orden (1Cor 14,40), principio que inclua al autosometimiento (cf. 1Cor 16,16; 1Tes 5,12). De cualquier forma, ya en poca postpaulina se utilizaron como si- nnimos los nombres de oficio episkopos y presbyteros, lo que delata el intercambio de las formas de organizacin. La Didakbe (15,1) reclamaba enfticamente el ministerio de los profetas y de los maestros para los obispos y los diconos, quienes, a su vez, eran elegidos por la comunidad. Y la primera carta de Pedro (4,10s) armoniza incluso la organizacin carismtica con la organizacin presbiteral tpica de las Iglesias de Palestina. Naturalmente, entre tanto el oficio de los obispos haba ganado 34. en importancia. Parafraseado junto con el oficio del dicono (1Tim 3), cuyo origen hay que buscar indudablemente en el servicio en la comida comunitaria, vio cmo se intensificaban paulatinamente los perfiles del oficio del obispo, cuya funcin fue comparada en la comunidad con la del padre de familia (1Tim 3,4s.12; Tit 1,7), pero se vio enriquecida tambin con la imagen viejotestamentaria del pastor (Act 20,28; cf. 1Pe 2,25). b) La institucionalizacin del ministerio eclesistico Indudablemente, el retraso de la parusa contribuy a que dismi- nuyera el ritmo de la estructuracin del ordenamiento de la Iglesia e hizo que los ministerios de carcter duradero ganaran terreno frente a los carismas condicionados por las situaciones concretas e inmediatas. La continuacin de la historia termin por incrementar la necesidad de con- servar unos lazos de unin con los orgenes, y el oficio eclesistico se prestaba perfectamente para asegurar esa continuidad. El autor de la primera carta de Clemente, escrita hacia el ao 96, estableci de forma impresionante esta conexin sirvindose del principio de sucesin. Los apstoles recibieron del Seor Jesucristo la buena nueva para nosotros; Jess, el Cristo, fue enviado por Dios. Cristo viene, pues, de Dios, y los apstoles provienen de Cristo. Ambas cosas se llevaron a cabo en un bello orden, sintonizado perfectamente con la voluntad de Dios. As, pues, ellos recibieron los mandatos y, plenamente asegurados por la resurreccin de nuestro Seor Jesucristo y confirmados en la fidelidad mediante la palabra de Dios, partieron, llenos de la certidumbre que les infundi el Espritu Santo, a anunciar la buena nueva de la proximidad del reino de Dios. As, predicaron en las ciudades y en los pueblos y, tras un examen en el Espritu, instituyeron a los que eran primicias de ellos como obispos y diconos para los futuros creyentes. Y esto no era algo nuevo. Desde haca largo tiempo se haba escrito acerca de los obispos y los diconos. Pues as dice un pasaje de la Escritura (Is 60,17): "Establecer a sus obispos en justicia y a sus diconos en fidelidad"33 . Esta presentacin de la gnesis del ministerio eclesistico ordena la abigarrada variedad de datos segn el principio teolgico de la sucesin, para asegurar as el kerygma para los tiempos sucesivos. Sin tener en cuenta las numerosas formas de una vocacin, incluida la participacin activa de la comunidad, el ministerio de los obispos y de los diconos aparece como una institucin divina. El discurso acerca de los presbteros establecidos34 no hace sino subrayar esta visin. Desde ese trasfondo, tambin la imposicin de las manos, prctica conocida ya entre los rabinos, 33 1Clem. 42,1-5 (Fischer 76-78). 34 Ibd. 54,2 (Fischer 93); cf. 57,1. 35. encerraba el carcter de legtima institucin, mientras que en las cartas pastorales (cf. 1Tim 4,14; 2Tim 2,ls) aparece ms bien como colacin del carisma. Se alcanzaba as una institucionalizacin del oficio eclesistico que, a pesar de las formas mixtas de los ordenamientos de la comunidad existentes en aquel tiempo, debera recorrer una historia de gran dinamismo. c) El episcopado monrquico La contaminacin de los diversos ministerios y oficios remita ya a una creciente importancia del episkopos, aunque, en Occidente, rganos colegiales ejercieron la direccin de la comunidad hasta mediados del siglo II. Segn una informacin de 1Clem 44,1.5, en Roma los presbteros desempeaban la episkope. Este dato se refleja todava en El pastor de Hermas35 . El episcopado monrquico, aquella forma de ordenamiento en la que un obispo est en el vrtice de la comunidad y un colegio de presbteros y de diconos le est subordinado, se encuentra por primera vez en Ignacio de Antioqua. As como el autor mismo se consideraba obispo de Siria36 , destacaba por doquier la forma de constitucin monrquica en las comunidades37 . Aunque su fundamentacin del episcopado monrquico no aclara todas las dudas sobre la implantacin incuestionable del mismo, sin embargo influy fuertemente sobre la concepcin del oficio episcopal. Como imagen de Cristo o de Dios Padre38 , el obispo ocupa un lugar irrepetible en la comunidad: proclama de manera autntica el evangelio, su figura constituye el centro del acontecimiento cultual, a l le compete la direccin responsable de la comunidad, como cabeza de sta es l quien garantiza la unidad de la Iglesia. Diversos motivos influyeron en el desarrollo del episcopado monrquico. Entre ellos cabe sealar que el prestigio de un jerarca tuvo tanta incidencia como la preocupacin por la sana doctrina o el modelo de ordenamiento de una comunidad domstica. De cualquier manera, la organizacin jerarquizada con un obispo en el vrtice de la comunidad es perceptible en el mbito de Siria y de Asia Menor, donde los ngeles servan de modelo a las comunidades apocalpticas (cf. Ap 1,20). Durante el transcurso del siglo II, el episcopado monrquico se impuso por doquier, y en los conflictos que fueron apareciendo, se demostr como quicio de la autoafirmacin eclesial. Ya el ordenamiento eclesistico de Hiplito (hacia 35 Para la terminologa ministerial vase visin II, 4, visin III, 5,1, y comparacin IX, 27,2. 36 Ignacio, Rom. 2,2 (Fischer 185). 37 Cf. Ignacio, Magn. 3,1; 6,1; Trall. 3,1; Smyrn. 8,ls, y otros. 38 Ignacio, Eph. 5,1; Trall. 3,1; Rom. 9,1; Smyrn. 8,2. 36. el ao 215) encomendaba al obispo todas las funciones decisivas en la comunidad. Utilizando imgenes del Antiguo Testamento como la del sumo sacerdote, la Didaskalia (primera mitad del siglo III) subrayaba la analoga entre el orden jerrquico celestial y el eclesial: como padre, seor y segundo hijo39 se llegaba incluso a atribuir al obispo una autoridad intangible. La liturgia y la predicacin, el poder de perdonar los pecados y la direccin de la comunidad eran competencia del obispo, cuyo oficio dejara su impronta en la organizacin posterior de la Iglesia. El alcance de esta evolucin se aclara desde la comprensin que de la Iglesia tena Cipriano de Cartago ( 258): la unidad de la Iglesia estaba asegurada en el obispo en la medida en que ste participa de la funcin roquea del primero de los apstoles, Pedro. La Iglesia tiene su fundamento en los obispos, y toda accin eclesial es dirigida por estos prepsitos40 . Rasgos casi principescos adornan esta imagen del obispo que, a decir verdad, presupone la santidad personal. Este episcopalismo que Mt 16,18s pretenda para toda Iglesia episcopal tena que desembocar necesariamente en un conflicto con el obispo de Roma. Caracterstico de la imagen pblica y del prestigio de los obispos de aquel tiempo es el hecho de que, segn se deca, al emperador Decio le ofenda ms la presentacin como candidato de un obispo de Dios en Roma que un rival poltico41 . d) Comunidad y ministerios eclesisticos El proceso de creciente organizacin de la Iglesia desplaz competencias y responsabilidades que anteriormente haban recado en la comunidad y las traslad al obispo o al clero, trmino ste que desde los tiempos de Clemente de Alejandra42 sirvi para designar a quienes eran llamados a colaborar en tareas eclesiales. Aludiendo a la ordenacin viejotestamentaria del culto, 1Clem 40,5 haba afirmado ya la diferencia entre laicos y sacerdotes, y despej el camino a aquellas comparaciones que presentaban plsticamente el acon- tecimiento litrgico en la terminologa cultual del Antiguo Testamento. Efectivamente, se afirmaba el derecho del pueblo a elegir el obispo, aunque ocasionalmente en forma restringida, durante un cierto tiempo, pero una innegable sacerdotalizacin de los ministerios eclesisticos reforz el peso especfico del clero, principalmente en el sentido de un estado (ordo). La originaria reserva en la aplicacin del trmino sacerdote (hiereus, sacerdos), que en el Nuevo Testamento estaba reservado a 39 Didaskalia II, 20,1. 40 Cipriano, Ep. 33,1 (CSEL 3,2,566). 41 Cipriano, Ep. 55,9 (CSEL 3,2,630). 42 Clemente de Alejandra, Quis div. salv. 42,2. 37. Jesucristo (Heb 5,6; 7,24 y otros) y los fieles en el sentido de un sacerdocio universal (1Pe 2,5.9; Ap 1,6; 5,10; 20,6), desaparece y se aplica, no slo alegricamente, al obispo o al presbtero como presidente de la celebracin eucarstica. Esta funcin cultual le otorgaba una cualidad sacerdotal, la cual a su vez la distingua del resto de la comunidad eclesial43 . Al hilo de las necesidades del culto divino y de la vida de la comuni- dad, se diferenciaron rpidamente los ministerios eclesisticos. Junto al presbiterio y a los diconos, el papa Cornelio (251-253) cuenta a los subdiconos, los aclitos, los exorcistas, los lectores y los ostiarios44 . Su considerable nmero en la comunidad romana habla claramente de una intensa praxis eclesial, a pesar de las tribulaciones externas. La predicacin continuaba siendo en Occidente una de las tareas casi exclusivas del obispo, pero actuaban tambin maestros autnomos45 . En el trabajo compartido de las comunidades encontramos desde un principio tambin mujeres (cf. Rom 16,1-15). Como diaconisas o viudas (lTim 5,9ss; Tit 2,3ss) actuaban en el campo de la pastoral y de la caridad; y, sobre todo en Oriente, vemos una inclusin de las mujeres en la serie de los ministerios eclesiales. Efectivamente, la presencia pblica de mujeres en las comunidades herticas hizo ms fuertes las objeciones que se oponan a una equiparacin entre hombres y mujeres, y se recort el campo de su actividad echando mano de imgenes contrarias a la emancipacin y de razones de orden asctico. Esta variedad de ministerios hizo posible adems una preservacin para tareas ms elevadas en la comunidad, llegndose incluso a establecer una vinculacin entre la procedencia de familias sacerdotales y el tema de la tradicin46 . e) La comunidad de Roma y su preeminencia La preeminencia del apstol Pedro en el crculo de los. doce y su actividad misionera tanto entre los judos como entre los gentiles dejaron su huella ya en la ms antigua concepcin de la Iglesia. Como primer llamado y primer testigo de la resurreccin de Jess, Pedro estuvo rodeado de un prestigio reconocido por todos. Su irrepetibilidad no poda ser transmitida a los sucesores. Efectivamente, en la medida en que reconoci en la fe a Jess como Cristo, se vio revestido de una significacin que permaneci ms all del ministerio en las comunidades nuevotestamentarias. Es significativo que ya la Iglesia antigua interpretara las palabras sobre el primado refirindolas en buena medida a la fe de Pedro. Y, de acuerdo con 43 Cf. Tertuliano, Exhort. cast. 7,3: Differentiam inter ordinem et plebem constituit Ecclesiae auctoritas (CCL 2,1024,17s). 44 Eusebio, Hist. eccl. VI, 43,11. 45 Const. apost. VIII, 32,17 46 Cf. Eusebio, Hist. eccl. V, 24,6. 38. esta interpretacin, los obispos en su conjunto alegaron su participacin en el ministerio de Pedro. Esta significacin universal del testimonio de Pedro experiment una concentracin, configuradora de la historia de la Iglesia, en la pretensin de los obispos romanos de ser los sucesores inmediatos del primer apstol. En realidad, una direccin colegial de la comunidad romana hasta mediados del siglo II no remite a una sucesin inmediata de obispos monrquicos, ni siquiera a una sucesin expresa de Pedro. El conocimiento de un testimonio cruento de Pedro, as como la legitimacin del ministerio en su calidad reconocida de primicias de los apstoles47 , suministraron el marco en el que se desarroll la idea de la sucesin, dado que, por otra parte, no existen dudas razonables sobre la vinculacin de la comunidad romana con el primer apstol. Sin duda, el escrito de la comunidad romana a Corinto pone de manifiesto no tanto preeminencia cuanto corresponsabilidad eclesial. Pero el obispo antioqueno Ignacio da testimonio del prestigio de la comunidad romana. Afirma que Roma preside en el amor, y subraya conscientemente la peculiar relacin de la autoridad de Roma con Pedro y Pablo48 . Ms all de una conciencia general de Pedro, que encontr su plasmacin tambin en la discusin sobre las memorias de los apstoles, las listas de obispos acentan la conexin con el primer apstol. Para asegurar el kerygma apostlico, esas listas echaban mano del principio de sucesin. Al parecer, Hegesipo se encontr en Roma con una secuencia de sucesin hasta Eleuterio49 , e Ireneo de Lyn50 ofreci la primera lista completa de obispos, que se abra con Lino. Su intencin teolgica de asegurar con la ayuda de esta cadena de sucesiones la revelacin contra los abusos gnsticos responda al convencimiento de la Iglesia de entonces de que, en una fundamentacin de la Iglesia sobre los apstoles, el kerygma se salvaguarda por medio de la sucesin de los obispos51 . En este sentido, habr que interpretar tambin la famosa formulacin de Ireneo sobre la preeminencia de la Iglesia de Roma52 en conformidad con la tradicin apostlica, que, para Occidente, est presente precisamente en Roma. La relacin existente entre el origen de la Iglesia de Roma y los apstoles Pedro y Pablo increment el prestigio de aqulla incluso entre las Iglesias de Oriente. Su ortodoxia pareca indiscutible (cf. Rom 1,8); los (falsos) maestros buscaban el reconocimiento de Roma, y un tal Abercio fue all 47 1Clem. 5,4 (Fischer 31); 42,4 (Fischer 79). 48 Ignacio, Rom. praescr. (Fischer 183); 4,3 (Fischer 187). 49 Eusebio, Hist. eccl. IV, 22,3. 50 Ireneo, Adv. haer. III, 3,3. Las posteriores Pseudoclementinas (146) informan de que Pedro entroniz legtimamente a Clemente (Hennecke-Schneemelcher II, 398). 51 Cf. Tertuliano, Praescr. haeret. 21. 52 Ireneo, Adv. haer. III, 3,2. 39. para contemplar un reino y ver a una reina vestida de oro y con zapatos dorados53 . Como capital, Roma ejerca gran fascinacin sobre los creyentes del imperio, pero la comunidad de Roma nunca se apoy en esta prerrogativa poltica. Entre los obispos de Roma de aquel tiempo destac sobre todo Vctor I (189-199?), quien pretendi imponer contra las Iglesias de Asia Menor el uso, ampliamente difundido, de la celebracin de la Pascua en domingo. Y para ello, lleg a amenazar con la exclusin de la comunin a aquellas Iglesias que se negasen a aceptar la fecha de celebracin propuesta por l54 . Aunque una deliberacin sinodal precedi a esta actitud rotunda del obispo Vctor, surgieron duras crticas contra la misma. Ellas eran una seal de los lmites de la autoridad del obispo de Roma. Por otra parte, la existencia de una tumba papal en las catacumbas de Calixto apunta a un hecho que parece evidente: desde Ponciano estuvo vinculada a la pretensin de la sucesin. Ciertamente, los obispos de Roma comenzaron a invocar las palabras acerca de la roca recogidas en Mt 16,18s en el trascurso de la disputa sobre el bautismo de los herejes, cuando el papa Esteban I (254-257) trat de fundamentar su autoridad especial, y tambin el uso romano, refirindose a la sucesin de Pedro55 . Situado originariamente en el contexto de la teologa de la penitencia56 , el pasaje clsico sobre el primado adquiri importancia en seguida para la argumentacin a favor de una preeminencia eclesial de Roma. Tuvo lugar entonces una discusin que fue tomada en serio incluso por profanos, como el filsofo Porfirio ( hacia el ao 303)57 . A pesar de esta pretensin, tambin el obispo de Roma permaneci ligado, en un primer momento, al entramado de la gran Iglesia en el que se afirmaban igualmente los antiguos derechos de Alejandra y de Antioqua. 5 La literatura de la poca postapostlica Tras la muerte de su fundador, muchas comunidades cristianas sin- tieron la necesidad de asegurar en su totalidad el mensaje del evangelio y de configurar la vida desde la fe. Esta circunstancia tuvo que ver mucho con el comienzo de la plasmacin escrita del mensaje de Cristo en los 53 H. Strathmann-Th. Klauser, art. Aberkios, en RAC I, Stuttgart 1950, 12-17, 14. 54 Eusebio, Hist. eccl. V, 23s. 55 Firmiliano obispo de Cesarea informa crticamente sobre la argumentacin en la recopilacin epistolar de Cipriano, Ep. 75,17. 56 Cf. Tertuliano, Pud. 21,9. 57 Porfirio, Gegen die Christen, 15 libros. Zeugnisse, Fragmente und Referate, ed. por A. v. Harnack en APAW. PH 1, Berln 1916, 54s. 40. Evangelios y en las cartas, que se presentaban como testimonio de la revelacin junto al Antiguo Testamento. Paralelamente nacieron numerosos escritos cuyos autores son desconocidos en parte o se presentaron bajo el nombre de apstoles (apcrifos). El principio del origen apostlico a favor de la autenticidad de un escrito se introdujo as en fechas tempranas y trajo consigo la floracin de una rica literatura apcrifa. Mientras que estos escritos al estilo de los gneros nuevotestamentarios revelan la tendencia a la complementacin por medio de la fantasa razn por la cual no lograron el reconocimiento eclesistico, los escritos de las comunidades postapostlicas reflejan una gran preocupacin por la revelacin y por la comunin de los creyentes. a) Los padres apostlicos Se entiende por padres apostlicos un grupo de escritos, desiguales en cuanto a su forma literaria, pero provenientes de autores que se encon- traban bastante prximos a la era apostlica. Entre ellos se cuentan el escrito de la comunidad romana a la de Corinto, de hacia el ao 96, y que se conoce bajo la denominacin de Primera carta de Clemente. Vienen despus las siete (?) cartas de Ignacio de Antioqua a Iglesias de Asia Menor y a Roma; y, junto a un fragmento, una carta de Policarpo de Esmirna ( 156). Una mayor distancia del tiempo de los apstoles muestran otros es- critos que se atribuyen tambin a los padres apostlicos. Entre ellos, la Didakhe representa una especie de ordenamiento de la comunidad basado en una doctrina juda de los dos caminos, y que probablemente fue escrita antes del ao 150. Se consideran como obras pseudnimas la Carta de Bernab y la Segunda carta de Clemente, redactada en forma de homila. Segn el modelo de apocal