granada: prohibido olvidar

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Granada: Prohibido olvidar · Una foto, dos fotos, el Salón del Nunca Más 1 1 Distribuición gratuita

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Granada: prohibido olvidar es un compendio de testimonios, documentos, fotografías y experiencias que hablan sobre una realidad, que hoy más que nunca, lideran los activistas de derechos humanos del país: la memoria, un proceso social indispensable para reconocer y entender el conflicto armado en Colombia, visto desde las voces de las víctimas del municipio de Granada, Antioquia.

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Sumario

Sumario

Iniciativas de Memoria en Colombia04

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07 Restaurando a Granada

16 Recordar: El díficil proceso de superar sin olvidarEl cuento del olvido

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Destierro

Una foto, dos fotos, el salón del nunca más

Poemario

La esperanza vive en Granada

Polifonías de la Memoria

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Granada: Prohibido olvidar

Investigación y textos.María Laura Idárraga AlzateMaira Alejandra Núñez Gallego

Investigación y fotografíasMaría Laura Idárraga AlzateMaira Alejandra Núñez Gallego

Asesoria de investigaciónMónica García Bustamante

Diseño gráfico e Ilustraciones Sebastián Rubiano

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Iniciativas de Memoria en Colombia

Granada: prohibido olvidar es un compendio de testimonios, documentos, foto-grafías y experiencias que hablan sobre una realidad, que hoy más que nunca, lideran los activistas de derechos humanos del país: la memoria, un proceso social indispensable para reconocer y entender el conflicto armado en Colombia, visto desde las voces de las víctimas del municipio de Granada, Antioquia.

A partir de la Ley 975 de 2005 de Justicia y Paz y debido al desencadenamiento del conflicto armado en distintos departamentos del país, el Estado reconoce iniciativas de memoria con el fin de desentrañar diferentes casos que permanecían en la impunidad, lo que le permitió a las víctimas ser partícipes de sus derechos, conocer y saber la verdad de lo que pasó, hacer justicia en el proceso de condenar al culpable, lograr su indemnización y acompañamiento en el postconflicto como manera simbólica de reparar, que consiste en la restitución, indemnización, rehabilitación y satisfacción de las mismas.

El Centro de Memoria Histórica –antes llamado Grupo de Memoria Histórica– nace dentro de la desaparecida Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, estipulada en la Ley de Justicia y Paz. Tiene como misión interpretar las peticiones de los diferentes gru-pos sociales involucrados en el conflicto, donde además convergen espacios para plasmar acuerdos de paz que ayuden a la reconciliación, comprensión y reparación de los afectados.

Funciona como recinto museológico de preservación de la memoria, a través de la combinación de fuentes y recursos, como documentación escrita, sonora y audiovisual; ar-chivos judiciales, seguimiento a los medios de comunicación y como fuente principal en la recolección de información, el testimonio que puede ser individual o colectivo, contribuy-endo así a la visibilización de las víctimas.

El acompañamiento que el CMH hace a las víctimas es permanente. Son evidencia de estos procesos los más de 10 informes que han arrojado las extenuantes investigaciones; producto de un análisis e interpretación de la radiografía de la guerra en Colombia. Allí no sólo se plasma el contexto histórico, social, político, cultural y económico de los pueblos que han sufrido las consecuencias del conflicto, sino también las maneras en las que se ha reconstruido su tejido social a partir de la memoria recuperada.

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A pesar de que la memoria no es un proyecto masivo en Colombia, ha ido tomando fuerza desde el Estado, que aunque no ha cumplido a cabalidad lo estipulado, contribuye desde la creación del Grupo de Memoria Histórica. Así mismo otros grupos, organiza-ciones y ONG han tomado iniciativa y se han apropiado de la memoria para desarrollar diferentes proyectos como estudios, investigaciones, procesos ciudadanos y análisis, como es el caso de Granada.

Medellín es pionera en desarrollar planes enfocados a la memoria histórica y a la construcción de tejido social. Este vínculo con la memoria se ha gestado desde las mismas políticas y planes de desarrollo que organiza la administración municipal, abriéndose en la alcaldía un espacio nombrado Programa de Atención a las Víctimas del Conflicto Armado.

Dicho programa, reconoce que dentro de la reparación integral a las víctimas hay una dimensión de la reparación que es poco visible, poco reconocida y poco valorada que es el tema de la satisfacción, o sea el tema de la memoria. Es nombrada en la ley como la dimensión de la satisfacción que tiene que ver con todos los procesos de memoria, conocer la verdad, saber qué pasó, por qué pasó, quién lo hizo y cuáles fueron las motivaciones profundas de ese hecho.

Desde el programa de Atención a las Víctimas de la alcaldía de Medellín se está construyendo un museo, denominado Casa de la Memoria, que pretende hacer homenaje y reconstruir las memorias de las víctimas del conflicto armado, para lograr una reparación simbólica a través de voces, procesos sociales, historias, testimonios, entre otros memori-ales que dan cuenta de las narrativas de la memoria.

Tratan de ser museos vivos, donde habrá un conjunto testimonial, un sinnúmero de actividades que tienen que ver con la investigación, procesos educativos de participación y documentación permanente de casos específicos.

Finalmente la memoria es un importante ejercicio comunicativo que merece recono-cimiento en este país de olvidos. A través de esta revista y la historia que allí se plasma, no buscamos reconstruir la memoria histórica de Granada, sino contar cómo sus habitantes han promovido la creación de procesos y proyectos para resarcir su tejido social, deterio-rado en tiempos de guerra.

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Calle de la variante donde detonó elcarro bomba en el año 2000

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Así transcurrieron las horas ese día decembrino. Jóvenes y niños en el colegio, señoras realizando los que-haceres en sus hogares, padres de familia trabajando para un sustento, ancianos conversando en el parque mientras saboreaban el tinto.

En las calles empinadas de Granada se escuchaban risas, murmullos, saludos, pasos, caballos y demás sonidos que enriquecían a diario el ambiente. El tictac del reloj de la iglesia Santa Bárbara marcaba las 11:30 a.m., momento en que el tiempo se detuvo.

“Baja mi hermana de la terraza casi llorando y dice: ¡Gloria están dando bala! En ese momento corrí a prenderle el televisor a los niños del hogar comunitario en el que trabajaba para que no se dieran cuenta, cuando lo fui a prender una explosión nos elevó lejos a todos.” Recuerda Gloria Quintero, habitante de Granada, recreando aquel momento.

El seis y siete de diciembre del año 2000 fue la toma guerrillera, en la que detonaron un carro bomba con 400 kilos de dinamita en el comando de policía. La batalla duró dieciocho horas. El ocho de diciembre entró el Ejército al municipio por la vereda la María, para ese entonces la destrucción había sido enorme. Parecía la segunda guerra mundial, decía José Roberto Giraldo Salazar oriundo de Granada, historiador empírico y víctima, porque a partir de ese momento todos los habitantes del pueblo y de la región del Oriente Antioqueño lo son.

La toma guerrillera destruyó 110 viviendas, 55 locales comerciales y un comando de policía. Dejó daños parciales en vías, andenes, 219 casas y el hospital; así mismo perjuicios en las redes de servicios públicos de energía, acueducto y alcantarillado (Pérez, 2003).

Desde los ochentas los habitantes de Granada vivían situaciones de violencia por la incursión de diferentes grupos

armados al margen de la ley y la disputa entre éstos por el territorio.

Estas personas habían enfrentado el tres de noviem-bre del 2000 una tragedia, a causa del Bloque Metro de las AUC donde masacraron civiles de Granada, cuenta Jaime Montoya, en su poema Sonaron Doce Campanadas:

“Fueron diecinueve, seres humanos acostados en su propia sangre(…) habían bellas nubes aquel día en el horizonte, había sol, cantaban pájaros en nuestros aires, y habían muchos niños jugando en las calles, algunos de los cuales perdieron a sus padres. Y el sol siguió iluminando ese día; y ha seguido iluminando desde entonces. A pesar de la muerte”.

La toma del seis de diciembre no tiene comparación, era un panorama desolador y sombrío. En ese entonces, el periódico Granada titula el suceso así: “¡Semidestruida!, pero nunca desGranada…” como ellos bien lo dicen frente a esta situación no quisieron hacer sólo una nota, dedicaron casi toda la edición para narrar y dejar a la historia local un testimonio de la deshumanización y degradación a la que había llegado esa guerra cruel. “Escombros, desolación y muerte fue lo que quedó en Granada”. (¡Semidestruida, pero nunca desGranada... , 2000)

Año 2000, nuevo siglo, nueva era de tragedias. Un año demoledor en la historia de Granada. Se iban desvane-ciendo las vidas de los habitantes, que ahora dejaban el pueblo que los había visto nacer.

“Cuando la explosión se calmaba, uno agradecía a Dios y justo ahí volvía y estallaba con más fuerza”. Glo-ria Quintero trae a colación un momento que la marcó, “ese día tenía en el hogar comunitario un niño de cinco años, su papá trabajaba en una revueltería que quedaba al frente del comando de policía”, lugar donde estalló el carro bomba.

ra un día de rutina en Granada, Antioquia, un municipio de agricultores y comerciantes pujantes; muy creyentes en Dios, se persignaban para recibir bendecidos la nueva jornada laboral que les esperaba, la cual iniciaban en horas tempranas, cuando el gallo apenas cantaba y la densa neblina se esparcía lentamente por las montañas.

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Autor: Jesús Abad Colorado.Fotografía de la marcha del ladrillo reali-zada el 9 de diciembre del 2000.

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Este niño hizo algo muy especial que ningún otro había hecho: fijar su atención en la puerta a la espera del regreso de su padre. El niño dejó de ocuparse en lo que normalmente hacía en la guardería. Pasaban las horas y se preocupaba cada vez más, no era capaz de dormir, lo único que hacía era preguntar por su padre ¿ya llegó? ¿dónde está? ¿cuándo viene?

Gloria en ese momento temía lo peor, creía que ese desespero que tenía era un mal presagio. El niño se la pasaba callado, pero cuando sonaba otra explosión volvía a preguntar por su padre, como si entendiera la dimensión de lo que estaba ocurriendo.

Esa noche fue una tortura, no sólo para el niño sino también para Gloria, quien no sabía que responderle y cómo tranquilizarlo en un momento donde a ella también la invadía el pánico y la tristeza. Sin embargo, en medio de la oscuridad que agobiaba a Granada, no todo estaba perdido, habían luces que guiaban el camino. Este es uno de esos casos.

A las seis de la mañana del día siguiente, cuando el padre del niño angustiado fue a la guardería a su reencuentro, el señor se había salvado por unas escaleras que le habían servido de refugio mientras regresaba la calma. El amor entre padre e hijo se había mantenido en las dificultades, ese amor de los afortunados que sobrevivió; los salvo y los unió en la guerra. “Ese día me entró la felicidad, le agradecí a Dios de inmediato” Cuenta con emoción Gloria Quintero.

El carro bomba, los petardos, cilindros, fusiles y demás armamentos resuenan en los granadinos. El pánico ante cada estallido, la incertidumbre y el trauma, son secuelas de una trágica e incesante guerra, que aunque quisieran, no podrán olvidar jamás. Es así como cada instante permanece intacto en sus memorias con un sello indeleble.

Ese seis de diciembre estaba lloviendo muy fuerte. A la par que bajaba el agua deslizándose en el pavimento, bajaba la sangre derramada de las víctimas y juntas hume-decían las innumerables capas y gorras verdes tiradas en las calles. “Después del 2000 se creó una guerra entre psicópatas, una guerra donde un grupo desconfiaba del otro” cuenta Jaime Montoya, el poeta del pueblo.

Antes de que en Granada fueran derrumbados estos adobes, ya habían muchos muertos por parte del conflicto y por actores distintos que provocaban todo este incidente.

Para la década de 1960 se presentaron dos situaciones que transformaron tanto económica como socialmente al municipio: la construcción de la autopista Medellín – Bogotá, que acercó a los granadinos a los dos mercados más grandes del país y la construcción de la Central Hidroeléctrica de Calderas, que generó movilización y resistencia civil para evitar una explotación ilegal de sus recursos naturales.

Ambas situaciones fueron detonantes para que distin-tos grupos armados vieran en la región un lugar estratégico

Consecuencias de la destrucción física en Granada a raíz de la explosión delcarro bomba, el 6 de diciembre.

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que les permitía obtener ganancias económicas, sociales y políticas; por lo que a partir de este momento, se presen-taron una serie de hechos violentos de manera consecutiva, producto de los enfrentamientos entre dichos actores por la disputa territorial y el control de guerrillas.

•En 1988 ocurrió la primera toma guerrillera.

•Al comienzo de la década de los noventa se produce una lucha por el territorio entre las Farc y el ELN. Durante este tiempo la población fue víctima de constantes

enfrentamientos y abusos.

•En 1990 tuvo lugar una segunda toma guerrillera donde atacan la Caja Agraria.

•En 1997 es secuestrado el alcalde Jorge Alberto Gómez.

•En agosto de 1998 se producen desplazamientos masivos de habitantes de las veredas, en especial de la vereda Santa Ana. También es secuestrado el alcalde Carlos

Mario Zuluaga.

•El 29 de octubre de 1999 el ELN es autor del asesinato de tres agentes de la policía en el coliseo del municipio.

•“Se pasó de 18.000 habitantes en el año 1998 a 5.500 habitantes en el 2000, más del 70% de la población se desplazó”. (Giraldo, 2010)

Las vidas no tienen precio y cualquiera que haya sido la forma en que murieron estas personas, ya era un trauma, una pérdida irrecuperable para sus familiares, amigos y conocidos. No bastándoles con ser testigos, oír y callar, estos habitantes el seis de diciembre de 2000 se vieron obli-gados a enfrentar algo peor: la destrucción física. Si antes de este suceso los granadinos ya se sentían agobiados, esta ha sido la tragedia más álgida que han debido soportar.

Los debilitaron por completo; ya nada más les podían hacer, ya nada tenían. Este había sido el enfrentamiento de mayor impacto para la sociedad civil; así lo creían los grupos armados. Pero la realidad no fue así, resurgieron entre los escombros, unieron fuerzas y volvieron a creer, a levantarse. Según Jaime Montoya “en las dificultades y en las crisis hay una tendencia a unirse con personas con las que nunca nos hemos relacionado antes. Las crisis traen cosas negativas, pero también genera acercamientos y unidades”.

Era siete de diciembre de 2000 y entrada la noche en el hospital, sobre las ruinas, el Comité Interinstitucional de Granada convoca a una reunión a toda la ciudadanía para organizar comisiones de acuerdo con la emergencia. Las instituciones estuvieron alertas para colaborar y contribuir en la cohesión social. Para ellos esta era la única forma de tener, en medio del conflicto, un mínimo de gobernabilidad y autoestima colectiva e individual. No había tiempo que perder; debían enfrentar la situación y encontrar juntos salidas y soluciones.

Autor: Jesús Abad Colorado.Marcha del ladrillo promovida por el comité interinstitucional.

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“Solo actuando como alianza, podremos superar nuestros problemas y plantearle a nuestra comunidad, a la región, al departamento y al país que entre todos podre-mos construir otros caminos que sean justicia, humanismo y equidad” (Montoya, 2006).

En asambleas comunitarias como estas, el Comité Interinstitucional aprovechaba para pronunciarse pública-mente con comunicados, repudiando las acciones violentas que agredieran la dignidad de los civiles. “Es que el muni-cipio de Granada es como un cuerpo humano: lo que pasa en un sitio lo sienten todos. El cerebro de ese cuerpo es el Comité”. Afirma Fabián Giraldo, habitante de Granada.

Pero esta no era la primera vez que el Comité Inter-institucional se pronunciaba, había nacido hace veinte años como una organización voluntaria de apoyo a la gestión municipal. A partir de 1995 el Comité se hizo visible y forjó su sentir comunitario al convertirse en la voz del pueblo. Este empezó además a desempeñar el rol de mediador, en cualquier situación y dificultad donde se viera afectada la comunidad.

En 1997, con las manifestaciones del conflicto ar-mado en la zona, “el Comité inicia función de denuncia y acercamiento humanitario con los actores armados para la liberación de los mismos, buscando la disminución de la intensidad del conflicto salvando vidas humanas”. Dice Mario Gómez, integrante del Comité.

El Comité Interinstitucional está conformado por el alcalde, instituciones prestadoras de servicios del municipio: hospital, policía, personería, cooperativas, Sociedad de San Vicente de Paul, Asociación de Comer-ciantes, Asociación de Juntas de Acción Comunal y la parroquia, con el objetivo de hacer seguimiento a los procesos sociales y a las acciones que se desarrollen.

En los hechos del seis y siete de diciembre, algunos granadinos estaban viviendo en Medellín. Sin embargo, como el drama había sido tan fuerte, las noticias llegaron rápido a sus oídos y conmovidos ante lo ocurrido con sus paisanos, decidieron hacer una asamblea en dicha ciudad el ocho de diciembre, a la cual asistieron cincuenta personas. Allí realizaron un consenso de ideas y definieron tareas: 1. Presentarse en Granada para dar apoyo y fuerza al pueblo, 2. Realizar una Granadatón en diferentes ciudades del país (Bogotá, Cali, Barranquilla y Medellín), donde hubiese colo-nia granadina y 3. Convocar al Comité Interinstitucional.

Luego de reflexionar y analizar la situación, lograron pactar acuerdos como la Marcha del Ladrillo, que se convirtió en el primer objetivo. La marcha fue realizada el nueve de diciembre del 2000, recién ocurridos los hechos más devastadores en toda la historia de Granada. Ellos venían realizando, alrededor de 20 años atrás, este tipo de manifestaciones cuando necesitaban materiales para construir un centro en beneficio de todos.

Las principales calles de Granada se movían en sus entrañas, pues cerca de cuatro mil personas dispusieron sus pasos a caminar al mismo tiempo y hacia la misma di-rección. Todos juntos gritaban una vez más ¡Aquí estamos! El cementerio fue el punto de partida, lugar de encuentro que reunió a los vivos y a las memorias de los muertos.

En sus manos cada ciudadano cargaba sus sueños, representado en ladrillos, que significaban el nuevo comien-zo a esa anhelada tranquilidad. Tantas manos unidas ofre-cidas a servir, acompañar y apoyar, eran muestra de que el dolor de otros se había convertido en propio. Los pasacalles adornaban el recorrido con mensajes conmovedores de paz y reconciliación que permitían reflexionar y cuestionarse alrededor de una misma situación: si hoy fue mi vecino, ¿quién será mañana? puedo ser yo.

Aplanadoras y otras máquinas especializadas se deslizaban con fuerza hundiendo los últimos escombros que quedaban de la antigua construcción. Así fue como los obre-ros adecuaron el terreno para hacer allí el acto final de la marcha, lugar que pronto empezaría a tomar forma y vida.

Reconociendo que los obreros eran la estructura vital en este proceso, ese día se les entregó una camiseta que decía: “Construyendo unidos la Granada que queremos”. “Ese era el lema del alcalde y también se volvió el lema de la reconstrucción”, recuerda Alejandro Soto, un scout que participó en el proceso.

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En vista de ser uno de los eventos más esperados por todos, el párroco, Oscar Orlando Jiménez, ofreció una eucaristía en acción de gracias por la reconstrucción y con-memoración a las víctimas.

La Marcha del Ladrillo da cuenta de la forma tradicional e histórica en que los granadinos se han enfrentado a situaciones adversas. Pobladores muy particulares que no han querido acallar su voz, que se resisten a huir y a resignarse.

También se han caracterizado por luchar contra su inconformidad y lo han evidenciado en la participación constante de foros, mingas, marchas civiles, protestas y movilizaciones; para exigir, proteger y preservar sus ideas.

La organización ha sido un elemento presente en Granada. Desde hace más de 50 años existen las juntas de acción comunal, las cuales permanecieron durante el conflicto. Así mismo las asociaciones han jugado un papel importante en la consolidación del municipio. Dentro de ellas está la Asociación de Comerciantes, una de las más reconocidas.

Los párrocos también hacían su aporte. A la salida de las misas convocaban a los feligreses para que cada uno for-mara parte de las actividades, llevando un adobe. “Un solo adobe no vale casi nada pero juntos valen mucho. Prác-ticamente eso recoge la forma histórica en que Granada se hizo” cuenta Jaime Montoya.

Acciones que convocan

El Comité siente la necesidad de nombrar una nueva comisión de apoyo, a la que después llamarían Alianza Granada; así los representantes de los socios del Comité Interinstitucional se encargarían de la reconstrucción.

Con el propósito de comenzar la recolección de fondos para la reconstrucción física, se realiza la Granadatón en Medellín el 16 de diciembre de 2000 en el Coliseo Yesid

Santos, con la presencia de fundaciones sociales, ONG, la Gobernación de Antioquia y Tele Antioquia (Pérez O. L., 2003). Posteriormente, la Granadatón se realizó en Barranquilla y Cali, mientras en Bogotá se llevó a cabo una recolecta. De estos eventos mencionados se recaudaron en total $457.000.000. A partir de allí se unieron nuevos donantes a la causa hasta lograr una financiación de 4.735 millones de pesos.

En el proceso de la reconstrucción, Jaime Montoya se da cuenta de una convocatoria de la Fundación Corona con la Universidad de Antioquia al premio “Alianzas Locales para la Paz”. Viendo en el galardón una oportunidad para la reconstrucción de Granada, Jaime toma la iniciativa y convoca a un grupo de personas para crear el “Grupo Visor, espacios para la gente”. Realmente el grupo no existía, Jaime cuenta entre risas “yo me invente un marco teórico con una visión imaginativa de cómo podíamos reconstruir

a Granada, ya era tarea de los arquitectos e ingenieros tratar de llevar esas ideas a la realidad”.

De las ochenta y tres experiencias presentadas en la convocatoria, Granada ocupó el segundo lugar, con el cual obtuvo un premio de diez millones de pesos, que significó algo más allá de lo material, pues esto era muestra de soli-daridad, en representación de su firme convicción.

Después de la conformación de una base de datos con los resultados de la evaluación de las pérdidas y los daños, a principios de 2001 el subcomité de reconstrucción contrató los diseños arquitectónicos de quince arquitectos y dos coordi-nadores en la fase de proyectos técnicos y de planeación de la Sociedad Colombiana de Arquitectos.

Con ellos se inició el proceso jurídico y psicosocial que demandaron los hechos. La fase de pre-reconstrucción incluyó la demolición y remoción de escombros a cargo de cien campesinos a través de Empleo en Acción, proyecto apoyado por el Plan Colombia.

Posteriormente, se revisaron los documentos del Plan de Ordenamiento Territorial (POT), el plan de desarrollo, el diligenciamiento de fichas catastrales de los inmuebles destruidos, los estudios de títulos y los avalúos comerciales. Todos estos procesos estuvieron a cargo de especialistas que trabajaron cuatro meses.

Dado que el proyecto estaba en riesgo al demandar un costo más alto para el presupuesto de mil millones que hasta el momento se tenía, El Comité Interinstitucional aceptó la intervención de la empresa de vivienda VIVA por medio de su gerente, quien con la directora de Planeación Municipal, concluyó que era necesario hacer un nuevo diseño de manera más incluyente.

Ante lo cual empezaron a reelaborar con cada uno de los beneficiarios las posibilidades reales y las implicaciones de los cambios necesarios para continuar el desarrollo del proyecto. El costo de los nuevos diseños era de aproxi-madamente $100.000.000, el cual fue asumido por el

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departamento de Antioquia a través de VIVA, que además se encargó de contratar los diseños técnicos y el arquitecto especialista en diseño participativo con experiencia en la reconstrucción del Eje Cafetero.

A pesar de que los contratistas sentían miedo de viajar a Granada ya que debían pasar por retenes instala-dos en todas partes, la obra inició y de nuevo empezaron a levantarse los adobes en la Variante. -Vía principal que atraviesa el municipio desde la entrada hasta la salida-. El sentido patrio de los granadinos se hacía tan fuerte que lograba contagiar a muchas personas. Así estas no fueran del municipio, se involucraban en el proyecto de re-construcción con entusiasmo y entrega. Sin embargo, pese al optimismo y el liderazgo que se vivía en el ambiente, las heridas del alma que muchas veces se reflejan en el cuerpo, no habían sanado, seguían intactas desde aquel día en que la guerra los tocó.

Iván Darío Hoyos, director general de la Cooperativa de ahorros Coogranada, planteó en su momento que “la reconstrucción no podía ser sólo física… ¿Qué hacemos con edificios reconstruidos sin gente que los habite de nuevo?”. A partir de allí el Comité Interinstitucional trató de coordi-nar acciones para atender a las personas, generar esperanza y hacer llegar ayudas a los más afectados.

Reconociendo que estaban dejando de lado una esfera muy importante de atención a las víctimas, que era la emocional, empezaron a involucrar ONG internacionales y regionales como Conciudadanía para hacerse cargo y tomar frente a la situación, que no podía avanzar con el paso del tiempo. En este proceso contaban además con el apoyo del Alcalde de ese entonces, Iván D. Castaño, quien dijo: “La reconstrucción tiene que ser integral. Tenemos que buscar la salida pacífica a este conflicto que nos tiene al borde de la desaparición. Hay que trabajar también en la construcción de la paz sin olvidar el desarrollo.”

Por su parte, el Comité Interinstitucional realizó eventos para que las personas que no querían o no se atrevían a salir volvieran a las calles. Con los jóvenes y niños se quiso recuperar el tiempo perdido que la guerra les arre-bató, mediante recreaciones y empijamadas en los planteles educativos.

Los actos musicales en la plaza invitaban a las personas a bailar, para que se divirtieran. El reto para todas las instituciones pertenecientes al Comité era reconstruir la parte anímica de la población.

Claudia participó desde trabajo psicosocial, que con-sistía en ir a las veredas y enseñar manualidades junto con las instituciones que se habían unido a la labor. Al tiempo que los médicos atendían emergencias de salud, los sicólogos escuchaban a sus pacientes narrar historias crudas y san-grientas que les permitían desahogarse e iniciar en elproceso de duelo.

En medio de la planeación, gestión y ejecución de la reconstrucción, continúo la violencia en el 2001 haciendo de las suyas con múltiples masacres. La calma aún no había lle-gado, los hostigamientos y ejecuciones insistían en quedarse.

El 20 de abril el Bloque Metro de las AUC masacran siete campesinos en la vereda el Vergel y Minitas. Durante el 13 y 14 de julio, las Farc asesinan al exalcalde Jorge Al-berto Gómez, uno de los más queridos en el pueblo, junto a otros cuatro civiles. El alcalde mencionado anteriormente había comenzado con este proyecto pero la guerra no le permitió llevarlo a feliz término, así mismo el alcalde Iván Darío Castaño fue secuestrado en este año.

El dos de abril del 2002, 3.500 personas se desplazan del casco urbano. El 30 de abril el ELN ordenó cierre de la administración municipal hasta que las AUC terminaran el bloqueo de alimentos. El 26 de junio las Farc exigen renun-cia de todos los alcaldes del Oriente Antioqueño. El 13 de octubre las Farc intentaron tomarse el municipio, pero el Ejército repelió el ataque.

El dos de junio del 2003, a causa de una explosión de un artefacto en la zona urbana, mueren cuatro personas y deja 14 heridos. Sin embargo, pese a todos estos hechos de violencia, la población continuaba en pie; no había tiempo que perder.

El fin de una espera

Después de realizar la gestión y la logística perti-nente, lo que siguió al proyecto fue la concertación con la comunidad directamente afectada para la reconstrucción, que no fue nada fácil. Hubo necesidad de hacer muchos encuentros con los dueños de los locales y de las casas para

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convencerlos de integrar lotes y ceder parte de su espacio, pero al final llegaron a acuerdos.

La fecha esperada se hizo realidad. Era 17 de agosto de 2003 y el proceso de reconstrucción física en Granada había llegado a su fin. Ese era un día especial e inolvidable en la Variante.

Tras un acto inaugural rodeado de infinitas y evi-dentes emociones, se hizo entrega a las víctimas de sus nue-vas casas, símbolo de un primer paso hacia una nueva vida. Aprovechando el significativo momento, ese 17 de agosto de 2003 grupos armados provocan un hostigamiento, que no irrumpe la armonía. En ocasiones como estas, las convicciones de personas unidas se convierten en barreras indestructibles que ni la guerra, ni cualquier adversario podrán detener.

“Ver el retorno de las personas que habían tenido que marcharse y abandonar lo que era suyo, estar en el encuentro con amigos y conocidos con los que alguna una vez compartimos era ver un sueño hecho realidad. La reconstrucción física había terminado”, recuerda el scout Alejandro Soto.

Aunque eran pocas las familias que comen-zaban a instalarse en los nuevos edificios, eran suficientes para recrear las noches en Granada. Uno tras otro iban incendiendo los bombillos en medio de la oscuridad de los bombardeos.

El dos de diciembre de 2003 se presenta un hostigami-ento al comando de policía, en el que lanzan un cilindro que no alcanza a explotar. Eran precisamente situaciones como estas las que hacían titilar los bombillos, pero la llama continuaba intacta y persistente, tratando de iluminar desde estos hogares el resto de caminos.

La mayoría de las ideas plasmadas por Jaime Mon-toya en el Grupo Visor, se llevaron a cabo. Los resultados dieron un balance de 110 viviendas nuevas, 55 locales comer-ciales, tres parques recreativos, 120 viviendas reparadas y 165 familias beneficiadas directamente.

“Me siento satisfecho con lo que van a entregar… Aunque mi propiedad queda con menos metros de los que tenía, no me siento inconforme. En una pérdida de estas, uno aprende a ceder lo que antes no estaba dispuesto.” (Pérez O. L., 2003).

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Uno de los parques que el señor Montoya proponía en el Grupo Visor era un espacio cultural o un teatro al aire para los vecinos reunirse y asistir a eventos culturales. Y así fue. Para los habitantes de Granada el parque que cumple con estas características es el Parque de la Vida, ubicado en la calle Bolívar. Allí se desarrollan diferentes actividades alusivas a la memoria de las víctimas, como lectura de poesía, cantos y oraciones que acompañan las noches del primer viernes de mes en las Jornadas de la Luz.

El 60 % de los beneficiados en la reconstrucción física se encuentra en Granada y el 40 % en Medellín. “Casi la mitad de los beneficiarios salió del municipio. Los que se quedaron viven con familiares o pagan arriendo. De los que salieron no desean regresar por lo menos el 30 % porque ya se han reubicado en Medellín.” Dice Diego Iván Aristizábal, director ejecutivo de la cooperativa Granada Siempre Nuestra.

La guerra los llevó a huir. El grado de afectación fue diferente en cada caso, algunos decidieron marcharse para no regresar a un pasado que les duele, que les trae recu-erdos, que jamás podrán olvidar. Un pasado que cambió sus vidas, que no volverán a ser iguales. Una tranquilidad irrumpida y una vida arrebatada, porque desde ese día, junto a los muertos, muchos de los vivos agonizan en sus memorias.

Fragmento del carro bomba, ubicado en el salón del nunca más como símbolo de memoria del conflicto

Los actores armados continuaron arremetiendo. El 20 de febrero de 2004 ocurre un atentado con lanzagrana-das en la zona urbana. Para el 2008, según cifras de la personería de Granada, la guerra dejó un saldo de más de 400 víctimas de muerte selectiva, 128 desaparecidos, 60% de la población total (19.500) y del corregimiento de Santa Ana compuesto por el casco urbano y 11 veredas, el 92 % de la población desplazada.

Debido a la situación del conflicto, algunos no fueron capaces de vivir en Granada, mientras que otros no podían vivir fuera de ella. El Comité Interinstitucional fue una de las grandes razones para quedarse. En ella encontraron el apoyo y la protección necesaria para levantarse. El pueblo resurgió y aunque aún está sanando heridas, no deja que-brantarse ante ningún obstáculo. Si la destrucción física no pudo con ellos, nada más lo hará. El Comité los unió en solidaridad y desde eso, la lucha, el recuerdo y el futuro les mantiene vivas las esperanzas.

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uatro paredes eran suficientes para iniciar la con-versación. Dejando atrás el ruido de los campesinos y las busetas que entorpecían el silencio, las tres mujeres en-traron a una casa con un gran portal amarillo, roído por el tiempo. El templo, cuya habitación contigua guardaba cierto misterio, casi divino, exhibía una atmósfera que imponía respeto y honra. Era el Salón del Nunca Más: refugio de las víctimas, lugar conmemorativo de Granada.

Cuatro ojos miraban con atención. Las palabras de aquellas mujeres sabias sonaban enternecedoras en oídos que desconocían el dolor de la pérdida. Ellas, al igual que el Salón, también poseían cierto aire desconcertante, caracte-rístico de las princesas que cumplen un papel secundario en la literatura épica, pero en cuyas manos reposa una fuerza de voluntad heroica que rescata a todo un pueblo del olvido.

Sin dejar de mencionarlo, a cada una de ellas le corresponde una tarea diferente dentro de la Asociación, pero es Gloria Elsy quien encabeza y representa a todas las víctimas que dijeron “no más” a la impunidad y decidieron resistirse al olvido; incluso en tiempos de guerra, cuando el miedo existía, se reunían y pactaban juntos el inicio de una historia que aún se escribe con sangre.

Muchas cualidades y defectos debía reunir Gloria Elsy para llegar a ocupar el lugar de presidenta que actual-mente tiene dentro de la asociación. No sólo debía ser una líder innata, también debía ser arriesgada y temeraria, pues muchas veces ante negaciones a peticiones que tenía el grupo, tuvo que armarse de valor para enfrentar decisiones y luchar en contra de las instituciones para llevar a cabo las propuestas que se discutían internamente.

Por otro lado, demandaba una gran responsabilidad entender las necesidades de una minoría que exigía al Esta-do no sólo reparación económica, sino también psicológica, esta última mucho más complicada de indemnizar, pues las tristezas del alma no se curan con el dinero y tal vez sea ese el motivo por el cual Gloria Elsy decidió aceptar el cargo.

Cada mujer intervenía en su momento. Como pro-tagonistas de una cruda historia que no se puede callar, doña Amada y Morelia exaltaban esas características de la presidenta, mientras que Gloria, entre risas y con modestia, aceptaba el compromiso que había asumido en el momento en que se pactó la creación de la Asociación el 30 de agosto

Gloria Elsy Ramírez: presidenta de Asovida.

Gloria Elsy Ramírez llega temprano a su cita. Es una mañana soleada en Granada, fría como todas las demás. El parque se empieza a llenar de

gente como es costumbre. Sus habitantes, amables y conversadores, piden el tinto matutino que les regala la suficiente energía para comenzar sus

labores rurales. Con ella, llegan dos mujeres más, doña Amada Suárez y Morelia Aristizábal. Las tres pertenecen a Asovida, Asociación de Víctimas Unidas de Granada, imprescindible en la recolección y conservación de la memoria histórica del municipio y la defensa de los derechos humanos de

las víctimas.

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de 2007 con sus respectivas metas y dificultades, aunque no siempre fue así.

Cuenta Gloria Elsy que en un principio no entendía muy bien qué era eso de la memoria histórica. “No la veía-mos fácil porque nuestro único saber, por lo menos el mío, era campesino; yo no tenía conocimientos ni de finanzas, ni de discursos, ni de reuniones, ni mucho menos de ejercer una presidencia; o sea la ignorancia era al 100 %”.

Memoria e historia, una cuestión individual y colecti-va “La memoria es una fuente para la historia, pero no son lo mismo”, distinción que hace la historiadora Marta Villa de Corporación Región.

Parte del trabajo que tenían estas mujeres y el resto de líderes de Asovida era aprender a distinguir entre memo-ria e historia; su aclaración permitía trazar con precisión las metas y los propósitos de la Asociación. Por lo tanto era im-portante aclarar y entender la diferencia entre su quehacer.

“La historia es la recolección de datos específi-cos sobre hechos precisos y secuencia de los mismos que generalmente cubren un determinado periodo de tiempo”, explica Gloria Ríos, trabajadora social de Conciudadania.

La historia guarda una estrecha relación con la memoria, haciendo la distinción crucial de que una es más subjetiva que la otra, ya que la memoria incluye la voz de un sujeto, su experiencia y su sentir. “La memoria es la forma peculiar y muy particular de hacer historia. Es plural, es algo siempre en construcción y depende mucho también de quién la narra, de quién la vive” dice Andrés Arredondo, antropólogo del Programa de Atención a las Víctimas del Conflicto Armado de la Alcaldía de Medellín.

De este modo y entreviendo el ejemplo de Granada, historia solamente puede haber una porque no se puede al-terar, en cambio no hay memoria, hay memorias que emer-gen de las víctimas, quienes construyen una historia que tiene muchos caminos pero que finalmente hablan de un mismo hecho. Dependemos absolutamente de la narración de la víctima para lograr ese objetivo; lo que la víctima recuerda, incluso la manera misma cómo la víctima teje su historia, cómo la construye, cómo teje memorias.

“Dentro de las memorias están las emergentes, las cuales pugnan por hacerse escuchar. Éstas también construyen e interpretan lo que pasó”, comenta Andrés Arredondo.

“La memoria tiene que ver con todo el devenir de un pueblo. Mientras la historia es testigo de los tiempos, maestra de la vida, luz de la verdad, anunciadora de las cosas viejas” añade José Roberto Giraldo Salazar, víctima del conflicto en Granada.

Con el tiempo memoria e historia tienden a cruzarse los caminos permanentemente; es allí donde la memoria histórica aparece a cumplir su papel reconciliador para las

víctimas, su comunidad, su región y nación. Todos son y hacen parte de la historia, por ende todos tiene derecho a la memoria.

“No se puede sanar sino precisamente sobre la base del conocimiento, el ejercicio de la memoria no se hace sino enfrentando lo que ha pasado”, afirmó el director del Centro de Memoria Histórica, Gonzalo Sánchez.

“La memoria histórica valora el recuerdo de las víctimas porque trae consigo lo más subjetivo: sus dolores, sus miedos, sus percepciones. Esa es, por ejemplo, una gran diferencia con la historia que es tan formal” agrega Gloria Ríos, trabajadora social de Conciudadanía.

La memoria encara a la ley

Después de algunas modificaciones y prorrogaciones, en el país se comenzó a hablar de memoria histórica con la aprobación de la Ley 975 de 2005 de Justicia y Paz, que tiene como objetivo facilitar procesos de paz, reconciliación nacional, acuerdos humanitarios y velar por los derechos de las víctimas frente a la administración de justicia.

Para ese entonces y paralelo al surgimiento de Asovida, el conflicto armado parecía extenderse por buena parte de la geografía colombiana y con la entrada de esta nueva ley, muchas de las víctimas comenzaron a unirse con el propósito de resistir la guerra.

Según el Diagnóstico sobre la Violación de los Dere-chos Humanos realizado por la ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados) en el departamento de Antioquia, a partir del año 2003, en el marco de acuerdos firmados entre el Gobierno del Presidente Álvaro Uribe Vélez y las AUC, se

Jornadas de la luz, se realizan los primerosviernes de mes.

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inició un proceso de desmovilización, en el que se desacti-varon nueve grupos de autodefensa que tenían influencia en la región.

En 2005, hubo una disminución tanto en las acciones de los grupos armados ilegales (64) como en los contactos armados (337), situación que puede estar asociada a la masiva desmovilización que se registró en ese año (DIH, 2005).

En la actualidad la ley se muestra débil, pues desde sus inicios ha tenido dificultades en cuanto a su construcción, de-sarrollo y cumplimiento. No existe consenso ya que las ideas y opiniones entre quienes debaten la ley son opuestas y con-trariadas, llegando a tildarla de idealista, ambigua e incluso laxa y generosa por las pequeñas condenas que se les daría a los desmovilizados que colaborasen con la investigación de los delitos y quienes gozarían de beneficios como si fueran delitos políticos.

Desde su base, no ha logrado establecer garantías para resarcir a las víctimas, porque vulnera los derechos a la verdad y la justicia de las mismas, así como también a su debida reparación. Desconoce el Derecho Internacional Hu-manitario y crea condiciones para una impunidad intolerable (Álvaro Camacho,2005).

Viendo el sombrío panorama nacional y el poco in-terés del Estado por reparar a las víctimas, algunas organi-zaciones no gubernamentales y fundaciones para los dere-chos humanos decidieron intervenir con anticipación en el porvenir de estas zonas en conflicto, como fue el caso de Granada y en general de todo el Oriente Antioqueño, donde

las mismas víctimas buscaron ayuda jurídica, asesoría en derechos humanos y toda clase de vías para la creación de las organizaciones.

La ACNUR (Agencia de la ONU para los refugiados), el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el De-sarrollo) y el ICTJ (Centro Internacional de Justicia Tran-sicional) fueron organizaciones internacionales que dieron apoyo tanto económico como pedagógico a las víctimas de Granada.

Las organizaciones nacionales y regionales como El CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular) con el programa por la paz, AMOR (Asociación Regional de Mujeres del Oriente Antioqueño) Conciudadanía, y APRO-VIACI (Asociación Provincial de Víctimas a Ciudadanos/as del Oriente Antioqueño) con su programa PROVISAME (Promotoras de Vida y Salud Mental),fueron primordiales en el fortalecimiento de Asovida, ya que no sólo apoyaron y educaron en relación a los derechos humanos, sino que además realizaron diferentes actividades con las víctimas de tal manera que el acompañamiento psicosocial fuera una realidad para todos.

Este acompañamiento dejó muchos líderes con capacidad de resarcir,implementar y desarrollar planes de reparación colectiva, en cuanto apoyó la visibilización y dignificación de las víctimas para reconstruir su tejido social compuesto por su proyecto de vida, las memorias del conflicto armado que surgen como voces de rechazo hacia el olvido y manos que se unen hacia caminos de paz.

Amada, Morelia y Gloria continuaban conversando. Su determinación eracontagiosa y lograba atraer una que otra presencia al Salón. Algunas de las organizaciones anteriormente mencionadas curiosamente son lideradas

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pormujeres, cuyas historias se tejen alrededor de prob-lemáticas psicosociales, que tienen que ver con el duelo por la pérdida, tanto material como espiritual de objetos y seres queridos. La Asociación Regional de Mujeres del Oriente Antioqueño (AMOR) por ejemplo, surge en el municipio de El Peñol, con el objetivo de velar por los derechos de las mujeres.

De esta manera, el proceso de memoria histórica se convirtió en un aliciente para buscar la verdad, la justicia y la reparación. “Entonces decidimos comenzar a apropi-arnos de la situación, a salir a las calles a marchar, sin decir una sola palabra, sin mencionarle nada nadie, sino que poníamos nuestra voz de protesta con el solo hecho de salir en silencio, con una flor, con una pancarta, con una fotografía”, comenta Gloria Elsy con entusiasmo sobre esos primeros pasos que dio Asovida.

No obstante la difícil situación del conflicto impedía que la gente se uniera a la causa. Muchas personas creían estos actos inconsecuentes y absurdos, puesto que en la zona aún se mantenían los actores del mal y en la atmósfera reinaba el miedo.

Sin dar paso atrás, la resistencia continuó y cada vez más personas comenzaron a marchar. Cuenta Gloria Elsy que alcanzaron a reunir entre 80 y 90 personas, con las cuales decidieron formar la organización. Su misión era dar a conocer los derechos, unirse en su lucha, salir adelante por sí mismos, para luego poder reclamarle a la justicia colombiana por su ausencia durante el conflicto.

Asovida creció y alcanzó a reunir 500 personas, equivalente al 30 % total, ya que en Granada hubo 1.028 víctimas de todos los tipos; falsos positivos, en violaciones, secuestros, atentados terroristas, masacres, desaparición forzada, minas antipersonas y desplazamiento forzado; este último con un 93 % de la población rural desplazada y 73 % del casco urbano.

Esta primera etapa estuvo marcada por la indiferencia y el interés económico. La población sólo buscaba obtener indemnización a cambio de presencia en talleres y capaci-taciones que en un principio apenas los hacía reflexionar. Gloria Elsy, de una manera muy pausada y con un hilo de timidez en su voz, explica que de ese primer acercamiento sólo le interesaba el dinero; “como mencionaron que cada taller nos lo iban a pagar, como 20.000 pesos, uno tiene que ser sincero porque es que para poder valorar lo que hay ahora tiene que contar lo que era antes, pero a mí solo me interesaba la plata, lo de la memoria me valía gorro”.

Empezaron a convocar reuniones en las que pudieran empaparse del tema de la construcción de memo-ria histórica. “El que venga aquí por situación económica, por un mercado, por plata, por vivienda, se puede devolv-er por donde vino, no tenemos esa capacidad ni tenemos esa posibilidad, al que le interese conocer sus derechos, al que le interese que nos unamos para reclamarlos, al que le interese salir adelante por medio de sí mismo, aquí es bienvenido y venga para acá que aquí estamos”.

Los talleres, que principalmente venían del programa PROVISAME, Promotoras de Vida y Salud Mental, consistían en enseñar a las víctimas y los líderes comunitarios sobre la memoria histórica por medio una dramatización llamada el cuento del olvido. Esta dramatización debía ser aprendida por ellos para que pudieran enseñarla a otras víctimas y de esta manera lograr que tomaran conciencia sobre la impor-tancia de la memoria.

En una ocasión memorable para ellas, en marzo del 2009, habían invitado a reunirse en el mismo lugar donde ahora se realizaba la charla, a algunas de las instituciones más importantes del pueblo: la parroquia, el hospital, los funcionarios de la Alcaldía y las cooperativas para que conocieran los diferentes procesos que se estaban llevando a cabo en Asovida, pero lamentablemente, la asistencia fue mínima.

Gloria Elsy se mostró reacia. “O sea no les llamaba la atención ni cinco, entonces me causó mucha curiosidad porque yo vi que la compañera que nos estaba asesoran-do, se colocó una bata negra y yo dentro de mí pensaba -oiga no y que después me vayan a poner a hacer eso a mí, están locos”. Sin embargo Gloria Elsy describe que ese primer taller hizo que cambiara su perspectiva.

Su pasión se incrementó, su interés se afianzó, ya no había vuelta atrás. El dramatizado buscaba concienciar a las víctimas y demás personas del salón sobre la importan-cia de la memoria en el proceso de reparación.

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Roberto Giraldo, más conocido como elhistoriador de Granada.

El alto de la cruz, lugar conmemorativo controlado por diferentes grupos armados en época de conflicto.

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Morelia Aristizábal junto a la lápida de su hijo en el cementerio de Granada.

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NARRADOR: Este cuento narra la historia de un pueblo que quiso olvidar. Que quiso que no hubiese memoria y que todavía siente dolor, mucho dolor. Por las calles, sus pobladores deambulaban, se quejaban, les dolían sus recuerdos. Entonces la gente quiso olvidar.

ANCIANO: No, olvidar no se puede porque los recuerdos hacen parte de nosotros y yo no puedo deshacerme de ellos. Sigo con mis recuerdos, porque me dan vida y ellos la sustentan; yo no puedo olvidar.

Los personajes de la historia tenían mucha relación con el tiempo. El anciano que se rehusaba a olvidar porque los recuerdos eran vida misma; el ambicioso mercader que buscaba comprar todos los recuerdos para evitar el sufrimiento de la comunidad; incluso las víctimas que coincidieron ese lluvioso día de marzo, hacían parte de la dramatización cuando les pre-guntaban sus razones del por qué vender los recuerdos. Eran ellos, los personajes reales, los más afectados.

Gloria Elsy narra el cuento con todos sus detalles. Si en ese momento no sabía nada sobre la memoria, ahora no la desamparaba. Y los recuerdos, como lienzos tan frescos, causaban admiración entre quienes escuchaban. Lo que más le impactó fue la propuesta del mercader:

MERCADER: Yo le propongo, usted quiere plata, véndame esos recuerdos y yo le doy plata.

NARRADOR: “Entonces la gente comenzó a vender todo, los desplazamientos, la guerra, las masacres, la violencia, todo, no querían volver a recordar. Solo querían la plata”.

Después de casi 10 años de haber padecido la guerra de múltiples maneras, algunas personas aún quieren olvidar y lo hacen porque dichos recuerdos están marcados por la tristeza, la frustración y la impunidad. Para ellos no basta con construir memoria histórica. Tampoco basta con recibir indemnización económica, sin embargo hay algo allí implícito que alude más a la construcción de sentidos, algo que los mantiene vivos a pesar de las ausencias, eso que simbólicamente manifiesta el recuerdo y la vida.

La ACNUR, el PNUD, Conciudadanía y demás organizaciones que hicieron parte de este proceso reconocen en Granada una población que tiene muchos recursos tales como su historia, su capacidad ancestral de organizarse y de resistir; es precisamente por estas razones que sus habitantes han logrado un proceso y unos resultados diferentes a otras regiones. Gloria Ríos, trabajadora social de Conciudadanía, afirma “si hay un pueblo que creo tenga capacidad de resiliencia es Granada, y lo han demostrado por su nivel de organización”.

NARRADOR: Tiempo después llegó, vestido de luto, un nostálgico personaje al pueblo.

OLVIDO: ¿Ustedes son los que quieren olvidar? ¿Los que no quieren tener más recuerdos?– les preguntó –Mucho gusto, yo soy el Olvido.

Este personaje en especial marcó la forma de entender la memoria histórica para Gloria Elsy en cuanto a cómo y para qué, desde una perspectiva más humana, más simbólica y menos conceptualizada, esta serviría en la reparación de la víctimas. “Comenzamos a programar. Nos dieron un documento donde estaba el tema de qué era la memoria y yo no lo

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entendía. Para hacer ese taller, me tocó metérmele al cuento del olvido, porque lo otro no lo entendía”.

La dramatización serviría para llegar a cada una de las víctimas en las 52 veredas que conformaban la zona rural de Granada, bastante afecta-da por las masacres, las desapariciones y el desplazamiento forzado. En ese momento, mientras Gloria Elsy contaba esa experiencia con las víctimas, unas cuantas lágrimas se asomaron por sus ojos, pues fue muy difícil no conmoverse ante tanta dolor.

Con la voz apagada y tratando de contener el llanto, explicó que la primera vereda donde realizaron el taller fue San José, donde solo asisti-eron 25 personas. “Ay carajo, esa vez no fue igual, comenzaron todas esas señoras a llorar y ahí si comenzó la situación a ponerse a mordiscos”.

Se daba inicio al proceso preguntándole a los afectados por qué se sentían víctimas y a medida que contaban sus historias, “dios mío, me acuerdo de ese proceso. Al primer taller llegué a la casa como sonámbula. Yo veía a mi familia y me cuestionaba, fuera de todo que allá nos tocó una señora que tenía cuatro hijos, dos asesinados y dos desaparecidos y cómo hablaba de cada uno de ellos, que eran una cosa hermosa, mientras tanto todos llorando”.

OLVIDO: Quieren olvidar los homicidios y los desaparecidos ¿y quién va a buscar la verdad? ¡quién va a luchar por encontrarlos! ¿Quiénes los asesinaron y por qué lo hicieron? Nadie recordará nada de esta persona, ¿quién fue? ¿quién la va a contar?, ¡nadie!, nadie va a contar nada porque como ustedes quieren olvidar – gritaba el Olvido.

OLVIDO: Nadie va a hacer nada, porque como ustedes no existen, cuando uno pierde la memoria deja de existir como ser humano.

En medio de la conversación y con gran exaltación, interviene Amada Suárez, “a uno se le remueven cosas, uno también es víctima después de ver llorar a las personas, porque el dolor de ella era mío también y eso nos sucedía a todas, por mamá, por esposa, por hermana”.

Viuda a causa de la guerra, su difunto esposo Mario de Jesús Giraldo López, fue asesinado mientras conducía su vehículo en el que trabajaba haciendo mandados, después de ser interceptado por los paramilitares cerca al atrio de la iglesia. Ella lo recuerda como un hombre amoroso, buen padre y gran trabajador.

Doña Amada, abuela de tres nietos, madre incondicional de siete hijos y tesorera de Asovida, sintió que las organizaciones, en especial Con-ciudadanía, tocaron su sensibilidad en los talleres que llevaban a cabo en la asociación. Uno de ellos, el más importante y memorable fue “Pasos y Abra-zos”, donde aprendió con sus mismas palabras que “el que se va, ahí sigue con uno, uno lo lleva adentro y por eso no ha muerto”.

Pasos y Abrazos fue una metodología que permitía a las víctimas hablar sobre su experiencia con la guerra de manera abierta y sincera. Los relatos, muchas veces desgarradores, cortaban la respiración y congelaban los momentos que hacían de las jornadas un instante de profunda tristeza por el recuerdo vivido, cuya intención además era sensibilizar al resto de las víctimas y encontrar motivos para no sentirse solas o perdidas.

Luego, la víctima recibía muchos abrazos, la prueba más sincera de afecto y apoyo que se puede transmitir y caminando un paso más hacia la reparación y a la no repetición, lo cual no era solo conmovedor sino tam-bién reconfortante y en buena medida una reparación colectiva, un duelo colectivo.

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“Eso sirvió mucho porque se liberaron muchas cosas, porque uno entre más se quede callado frente a lo que pasó, más latente todos los días es el dolor; en cambio si uno lo está comunicando ya se va acostumbrando a él”, dice Doña Amada.

Este mismo efecto se percibía cuando las víctimas veían fotos de sus familiares fallecidos. Doña Morelia Aristizábal comprendió que no solo co-mentar ese recuerdo era mal sano al principio del duelo, lo mismo sucedía con las imágenes. “Uno tiene las fotos y las guarda, de pronto dos, tres o cuatro meses a uno le da por reblujar cuando las encuentra. Yo los tengo en una pintura, yo salgo, me miran, entro y me miran, y las muchachas me preguntan por el papá y yo les hablo de él sin ningún problema”. En su voz pícara se escucha seguridad y confianza; sus ojos mantienen un brillo especial que perdura a pesar de cumplir 10 años sin su hijo, Nelson Anto-nio López Aristizábal, además de perder también a su esposo e hijo mayor, quienes fueron sepultados por un alud de tierra en un nefasto invierno bajo la inclemencia de la naturaleza.

El acompañamiento psicosocial es uno de los retos que Conciudadanía ha querido asumir. Para la organización, los duelos están congelados y existe una afectación tanto física como colectiva en la comunidad. Por eso en dichos talleres se habilitaban y capacitaban con herramientas con-ceptuales y metodológicas a mujeres víctimas del conflicto armado para su propia recuperación emocional y la de su comunidad, quienes fueron llamadas promotoras de vida y salud mental.

“Nosotras sabemos que ya ellos no vuelven, pero los llevamos aquí –interviene Morelia señalándose el corazón–. Que si vamos a comer, somos pensando en ellos, en el lugar donde solían sentarse a la mesa, ¿dónde estarán? Entonces esa es una forma de guardarse los recuerdos para uno. Mis niñas sienten consuelo cuando ven su foto aquí en el Salón, porque aunque no está con nosotros, ahí lo recordamos, cómo era él, cuánto nos quería y cómo era con nosotros”. Morelia habla de sus hijas como su más grata compañía.

El sentido de Conciudadanía de impulsar la organización se debe a un factor clave: el encuentro entre víctimas, que permite reconocer su dolor en la colectividad. El aislamiento, el enajenamiento, han sido una de las grandes consecuencias de la guerra en sus víctimas y es precisamente eso lo que Conciudadanía pretende deshacer por medio de la organización, la unión de las víctimas.

Después de unos minutos, Gloria Elsy agregó a la conversación, “lo que me cambió totalmente mi forma de ver las cosas fueron los testimo-nios, saber que al otro le pasaron cosas tan horribles, porque es que yo no lo había padecido directamente, pero cuando contaban esas señoras que mi esposo, que mi hijo, que los niños, que personas excelentes, válgame dios, pareciera que a uno lo cogieran con alambres, a uno se le quería salir todo”.

Reconocer en el otro esos testimonios también les permitía a las víctimas reconstruir su tejido social; esos lazos de confianza que, debido a la guerra, se habían roto. Antes de que entraran las instituciones a convencer y fortalecer a las víctimas, estas no querían participar, preferían quedarse en casa, con la cabeza gacha, se habían perdido las ganas de vivir.

“Me acuerdo que en una de esas reuniones vino una señora a la que le habían arrebatado a sus hijos de manera consecutiva. Primero le ma-taron uno, por lo que después se encerraron aquí en el pueblo. El resto no quería volver al campo y su padre, preocupado por los cultivos que se iban a perder, les insistía a pesar de su miedo en que debían regresar. Entonces la señora lloraba contando que finalmente los convencieron y a las sema-nas, les mataron el otro hijo. Los problemas contados y comunicados son muchas veces hasta mejores”. Cuenta Gloria durante la conversación.

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Citando a Margarita Giraldo, precursora de la memoria en Asovida, Gloria dice respecto a la actitud de las víctimas ante la pérdida “tenemos la alacena llena de comida y qué, no hay ganas de vivir; entonces ¿para qué nos esforzamos por vivir?” ante este negativismo, las mujeres contestaban que el motivo para continuar eran sus otros hijos. “Es que a uno le arran-can un pedazo del alma y nunca se lo devuelven, ¿cómo recuperar esas ganas de vivir? Hay comida, hay arroz, carne, panela, todo, pero y ¿quién me da esos deseos de comer cuando yo no quiero vivir?”

Doña Morelia la interrumpe con prudencia, “uno cuando está en esa situación se vuelve como un animal de costumbre, que come porque siente que le da hambre, pero no con deseos, sino porque el cuerpo lo pide”.

Doña Amada también habla sobre otro testimonio. “Recuerdo a una señora que le habían matado el marido y más adelante le mataron dos hijos. Cuando le sugerían que buscara ayuda por parte del Estado para una indemnización, ella respondía: “yo para qué voy a hacer esas vuel-tas, ¿acaso yo estaba vendiendo a mi marido? A mi me lo mataron y me dejaron sola, sin quién me de comida” y así estuvo un poco de tiempo”. Las víctimas tienen derechos porque tienen necesidades y Asovida existe para eso, para reclamarle al Gobierno.

Haciendo ese énfasis en los procesos simbólicos y sin dejar de lado los proyectos ciudadanos en los que empezaban a involucrarse, era requisi-to fundamental que las víctimas conocieran y entendieran los antecedentes históricos que los llevó a padecer el conflicto armado en su región. Gracias a ello, las víctimas irían relacionando estos hechos con lo vivido a través de recuerdos y experiencias compartidas, que se generan desde la memoria histórica.

Indudablemente uno de los grandes retos de Asovida fue construir una línea de tiempo donde se ubicaran con minuciosa exactitud, tanto en fecha como en lugar, cada uno de los acontecimientos que marcaron la his-toria del conflicto armado en Granada.

Hacer esto le permitiría a las víctimas mantener una constante complicidad con el recuerdo a favor de esclarecer hechos o facilitar los procesos jurídicos. De este modo y cumpliendo con las expectativas de Conciudadanía, los granadinos empezarían a entender por qué y cómo sucedieron las cosas. A pesar de haber sido una guerra injusta e indigna, gracias a esta información, lograrían a futuro reclamar sus derechos y pelear contra la impunidad.

Este inevitable cruce entre procesos de memoria y procesos ciudada-nos, son una constante para Conciudadanía, ya que los recuerdos se traen a colación desde la memoria y esto permite que la víctima reconozca un pa-ralelo entre el antes y su accionar ciudadano, y el presente y cómo debería ser, qué beneficios le pudo haber traído y qué beneficios le trae ahora.

“En estos momentos digo que como estaba la otra vez hace cinco años yo no existía como ciudadana, no existía, esa es la realidad, sim-plemente tenía mis hijos, me iba para la casa, me iba al pueblo, volvía, la misa, parecíamos animalitos, una rutina, porque no había llegado el momento de interesarse en las cosas”, confiesa Gloria Elsy.

OLVIDO: Me les voy a llevar todo; quieren olvidar su historia. ¿Qué le van a contar a las próximas generaciones? nada porque aquí no pasó nada, sus hijos no van a conocer la realidad de todo esto.

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Memoria inocente

El duelo de los niños fue otra importante y dura enseñanza que de-jaron los talleres de memoria histórica en las líderes de Asovida. La dura-ción de estos talleres era directamente proporcional con el duelo de los mis-mos. El cubrimiento de los talleres, tanto en adultos como en niños, abarcó un promedio de cinco años en las diferentes veredas y el casco urbano, entre 2003 y 2008 sin dejar de mencionar que estos procesos siempre están en constante evolución y no se acaban, solo transforman vidas.

Los niños, que a falta de años y entendimiento (sus edades oscilaban entre los cinco y 15 años) tampoco se salvaron de quedar marcados por la experiencia de la guerra, casi convertidos en sabios ancianos, cuentan sus historias con cara de pocos amigos y el miedo de ser escuchados por las paredes.

Para empezar, el duelo de los niños era muy diferente al de los adul-tos. En Asovida pensaban que era más fácil simplemente por el hecho de ser niños; tal vez no entendían, sin embargo recordarían. Reparar no fue nada fácil. Incluso fue aún más doloroso, porque muchos de ellos no hablaban debido al shock post- traumático que les había generado dichos acon-tecimientos y lo que es peor, algunos de ellos en muchas oportunidades habían quedado huérfanos, como lo narraba Gloria Elsy.

“Lo único que nos dijo la profesora una vez que fuimos a la escuela, después de señalar dos chiquilines fue que perdieron a la mamá y al papá. “Ojo con ellos miren a ver qué les cuentan porque han sufrido mucho esta situación, del resto pues tienen el papá o la mamá, algunos han perdido hermanos o abuelos, tíos o primos, pero perder ambos padres era una situación mucho más difícil”.

Lo primordial con ellos era comenzar a recordar qué memorias tenían sobre lo que vivieron con la guerra y plasmarlo o expresarlo de distintas maneras. Aquí lo que estaba en juego más allá del hablar, eran las sensaciones y cómo podrían ser transmitidas, en forma de juego y pintura. “La dinámica con ellos fue diferente, era juego, puro juego, pero a lo último los llamábamos y les preguntábamos: ¿qué significa para ustedes la memo-ria? entonces respondían: “ah, es que la memoria es por ejemplo cuando a mi me mandan por algo a la tienda y a mi se me olvida y yo perdí la memoria, ¿cierto?”

La historia de los niños huérfanos fue excesivamente agobiante. Gloria Elsy sentía mucha tristeza al escucharlos narrar sus historias. Era insoportable. “Como no quería que me vieran llorar, me salía para el baño a hacerme la loca”. Su metodología fue hacer manualidades con obje-tos reciclables. Así que buscaron tarros de límpido, un poco de basura y pintaron paisajes con frutas y colores, que después comenzaban a explicar. “Así era mi finca, bonita llena de legumbres, llena de comida, llena de cosas, pero después me mataron mi mamá y mi papá y me dejaron sin nada, solo con mi hermanito”. Y tenían otra hermana, que poco después la profesora les contó a las tres mujeres tenía síndrome de Down y era la mayor de los tres, con 16 años.

Sin nadie que pudiera hacerse cargo de ellos, angustiosamente le pedían a su profesora que los llevara con ella. Gloria menciona con la voz entrecortada “inclusive cuando se iban a acabar las clases, ellos le decían: profesora por favor déjenos otro rato con usted no se vaya, no nos deje, para dónde cogemos nosotros”. Silencio.

Poco tiempo después, los niños terminaron amparados por el Insti-tuto de Bienestar Familiar (ICBF), con lo que hasta allí llegaba la ayuda de Asovida. “Nosotros tampoco pudimos hacer mucho, no teníamos la forma, nos sentíamos impotentes porque estábamos iniciando un proceso,

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nosotros de dónde sacábamos armas en el sentido de poderlos defender, no las teníamos”.

Gloria Elsy en medio de su frustración, llegaba a casa desconsolada. “Después de ver a mis niños, yo sentía que el alma se me partía en pedaci-tos, veía las semejanzas y mi esposo me pidió que me saliera de las capaci-taciones porque sino iba a terminar loca”. Pero ni su esposo ni su rutina diaria impidieron que siguiera en los caminos de Asovida. Todos y cada uno de estos talleres ayudó a sensibilizar a las víctimas de una manera tal que ya el dinero dejó de importar.

El dibujo del pueblo

Después de un largo silencio que daba por concluida la charla, doña Amada sintió la necesidad de contar una última historia que la impactó respecto a los talleres con los niños. Gloria Elsy fue quien siguió, a sugeren-cia de ella, la narración de esa historia.

Alguna vez unos cuantos niños se reunieron a dibujar el pueblo entero. Con dedicación pintaron la iglesia, las casas, las personas caminan-do y acostadas, como si durmieran un sueño eterno. Les llevó varias horas pulirlo, por lo que les quedó bastante bien. Al finalizarlo, uno de los niños le pidió a las mujeres un vinilo rojo; ellas, confundidas, lo entregaron sin mayor reparo. De pronto cuando les tocó salir a exponerlo, el niño esparció sin miedo alguno la pintura escarlata por todo el dibujo.

Preocupadas y un poco molestas por el daño que habían causado a la pintura después de tanto esfuerzo, preguntaron a los niños cuál había sido la razón de tan inesperado suceso y entre la mirada absorta y la boca abierta por la perplejidad de las mujeres, respondieron: “nosotros no dañamos el dibujo, lo que pasa es que la guerra nos dejó así el pueblo, este es nuestro pueblo, así nos lo dejaron, por eso lo hicimos así”.

“Ellos contaron una realidad que nosotros pocas veces queríamos revivir, entonces al ver esa situación, me pregunto ¿cómo diablos pasan estas cosas y los niños están metidos ahí y nadie se da cuenta? Nadie se percata que eso está sucediendo”, terminó cuestionándose Gloria Elsy.

Después de tres años, el pueblo logró ser reconstruido con ayuda de sus habitantes. Según Gloria Elsy ningún municipio está construido en su totalidad excepto Granada, lo que ella llama un tiempo record, “pero ¿y quién reconstruye el tejido humano? Lo que llevan por dentro las perso-nas, ¿los seres humanos cómo se reconstruyen?” le preguntaba Gloria Elsy al vacío que genera laincertidumbre.

Entre el ayer y el hoy, la historia y la memoria, se encuentran estas mujeres ypersonas que trabajan junto a ellas, que son evidencia del valor importante queha recobrado la memoria histórica con el tiempo en Colombia.

Ver cómo se levantan de las cenizas; tropiezan y vuelven a comenzar. Eso es admirable y su presidenta lo reconoce en todo espacio que visita. “Porque los procesos que hemos venido haciendo tienen tanta importan-cia nacional e internacional que Asovida, gracias a Dios, no tiene que ir a buscar proyectos; las personas vienen y empiezan proyectos aquí. Enton-ces nos damos por bien servidos, gracias a eso tenemos un proyecto serio, bonito, construido con mucho amor y cariño. Han querido tumbárnoslo pero no lo han logrado y hemos echado para adelante”.

Era tarde ya cuando las mujeres se fueron a sus casas. Los granadi-nos seguían sorbiendo su café en el parque del pueblo. La noche y la espesa neblina empezaban a caer sobre las casas y el frío comenzaba a congelar las manos descubiertas. Las discotecas prendían sus estéreos con música mon-tañera que acompañaba las caminatas de los abuelos y las ruanas.

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No obstante, en aquel lugar existía esperanza. La memoria de un pueblo que a través de los recuerdos, se abre paso a la justicia.

NARRADOR: Después del Olvido haberles dejado sin nada, el pueblo reflexionó y comprendió la importancia que tenía conservar y preservar su memoria. Ya nunca más quisieron vender sus recuerdos y recuperándolos, lograron tejer, superar, y reconstruir sus vidas, visionando un futuro promisorio para las próximas generaciones.

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Estas casas que alguna vez fueron hogares, alberganen sus paredes grises y mohosas decenas de historias y recuerdos aún porconocer.

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Momentos que quedaron detenidos en el tiempo, querelatan historias de desplazamiento y destierro.

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Los desplazados dejan atrás más que sus pertenencias. Sus costumbres, sus rutinas, sus pensamientos, quedan atra-pados en paredes que asedian y custodian la memoria.

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Los objetos esperan pacientemente el regreso de sus dueños. Personas desmoronadas por la guerra, vacías de suerte y llenas de deseos.

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Casas arrumadas por el olvido, que sin dueño y sin vida, se fueron desvaneciendo, como la cruda guerra ha oscure-cido los rostros de lasvíctimas.

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“Muchos quieren que callemos y pregunto:¿De qué nos sirve la voz, si dejamos que se

quede prisionera en el silencio?”Jaime de J. Montoya García

Granada, AntioquiaMarzo 21 de 2007

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Madres, padres, abuelos y sobrinos salieron con fotografías de sus seres queridos preguntándose ¿donde están los desaparecidos?, ¿quién asesinó a nuestros hijos? Querían la verdad.

La gente olvidó el miedo. Mientras recorrían las calles principales, sus voces gritaban rechazando la violen-cia, nunca más a la guerra; ya bastantes vidas llevaban a cuestas a causa del conflicto armado. “Teníamos muy claro que solos correríamos muchos riesgos, pero arropados con instituciones, estaríamos más fortalecidos y blindados con-tra amenazas” explica Gloria Elsy Ramírez, presidenta de Asovida, Asociación de Víctimas Unidas de Granada.

La marcha del 2004 fue multitudinaria, se exhibieron carteleras y banderas blancas como símbolo de alternativas de paz. Estuvo convocada y acompañada por el Comité de Reconciliación, la Personería y el Comité Interinstitucional de Granada, además de figuras públicas como el exgober-nador de Antioquia, Aníbal Gaviria Correa e importantes movimientos sociales del Oriente Antioqueño. Lo que permitió que las víctimas, unidas en un mismo dolor, con-memoraran su historia por los que ya no están y por los que quedan, finalizando en la plaza como un acto alegórico.

“A través de la movilización uno empezaba a sentirse como un doliente, un familiar más, porque ver a esas personas sencillas del pueblo cargando tanto dolor encima y todavía con tanta dignidad, fue hermoso; ese día la llevaban en alto. Eso debe ser inspirador para mucha gente”, expresó Jaime Montoya, habitante de Granada.

Don Jaime se define a sí mismo como el contador del pueblo. No solo porque conserva de manera compul-siva cada uno de los documentos que le son importantes al pueblo en su taller, sino porque también posee una mente brillante y crítica, privilegio para su comunidad, que pone en sus manos ciegamente la última palabra para cualquier decisión.

Los recuerdos que conserva se plasman en su lírica. La poesía, su más reconocido talento, lleva mensajes que in-vitan a reflexionar y actuar sobre la memoria de un pueblo, de un país entero.

Su lucha por la verdad ha sido permanente y constante, tanto así que dejó sus estudios de arte en el último semestre de la Universidad de Antioquia para dedicarse a la causa social de su pueblo: la resistencia civil como estrategia de reparación.

Jaime de Jesús Montoya, poeta de Granada. Integrante de Asovida y precursor de la memoria.

os dedos de una triste madre se aferraban a la foto de su hijo; una ima-gen desgastada, manoseada, llena de marcas intangibles que dejan huellas indelebles. Como muestra de orgullo, la llevaba contra su pecho, amparada en el recuerdo y la memoria. Junto a ella, pasos y más pasos caminaban el silencio abrumador del pavimento. Los latidos, al unísono, retumbaban en ecos de pesares disfrazados de coraje; y entre lamentos, se escuchaba al presente como quebranto de un pasado que aún prevalece.

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Es un hombre tranquilo, amable y desinteresado. Compasivo ante los problemas de los demás, quienes siempre ven en él un defensor de la memoria. Su iniciativa dentro de Asovida ha sido motivo suficiente para combatir el olvido. Su participación en las marchas y procesos de reconstrucción social, lo han llevado a consagrarse como un líder representativo en Granada.

De esta primera marcha, surgió la necesidad de reparar esa parte de las víctimas que había sido arrebatada injustamente durante los enfrentamientos. Pero resarcir no implicaba solamente indemnización económica, había algo allí mucho más simbólico que invitaba a conmemorar fechas, lugares y decenas de personas que habían marcado la vida de sus habitantes y por ende, su historia.

Se trata de un tipo de reparación que, desde la Ley 975 de 2005 de Justicia y Paz, incluye disculpas oficiales, construcción de museos, parques o calles en memoria de las víctimas, entre otras formas de honra (PNUD, 2008).

Estas acciones reflejan una necesidad de quienes han perdido a sus seres queridos: transformar el dolor que queda latente en esperanza, inmortalizar a las víctimas y dignificar su memoria. Pero la reparación simbólica debe ser, ante todo, un acto de contrición ante ese asesinato o desaparición forzada de ciudadanos en una sociedad que ha sufrido el daño de la violencia. (PNUD, 2008)

Los grupos armados continuaban subyugando a la población que moría en el silencio y la indiferencia de la sociedad. Por lo tanto, generar espacios de organización, resistencia civil y memoria posibilitarían que la sociedad se mirara a sí misma en un espejo y empezara a reflexionar sobre el conflicto; cómo desactivar y deslegitimar acciones armadas.

Quienes participaron de la marcha de las fotos, pensaron que tanto esfuerzo debía materializarse en forma de salón. La idea de los integrantes de Asovida, era construir un espacio de memoria que le permitiera a la comunidad conocer y reconocerse como víctimas a través de la verdad histórica, reflejada en los hechos violentos padecidos por sus habitantes. Asimismo, este espacio permitiría crear acciones positivas e ideológicas que invitaban a cuestionar las estructuras políticas, resaltando a esas personas como parte de una familia,vereda o barrio, que siendo cifras no serían importantes para nadie, pero como seres humanos, con rostros, empezarían a impactar.

“Darle rostro y nombre a una víctima es muy importante para una familia. Poder tener un lugar

donde sus imágenes estén publicadas, exhibidas y que se pueda tener esa memoria de la persona en vida, es aún más significativo”, explica Jesús Abad Colorado,

fotógrafo y periodista del Centro de Memoria Histórica.

Entonces los Comités de Reconciliación local y regional comenzaron a reunirse periódicamente en Rionegro para reflexionar, crear alternativas y tomar decisiones en torno a los actos de resistencia que se estaban suscitando.

Por lo cual, surge la idea de fortalecer los Comités con líderes que empezarían a generar organizaciones y actos simbólicos. La Marcha de la Luz, por ejemplo, se institu-cionalizó en los municipios del Oriente como un acto para pedir el cese y la terminación de la guerra en Colombia, inspirado en el plantón que recuerda las acciones persis-tentes de las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina;

El salón del nunca más, espacio que recrea el proceso de memoria histórica que se ha llevado en Granada.

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parecido también al que hacen las Madres de la Candelaria en Medellín.

De allí en adelante, Asovida comenzó una lucha fuerte por conseguir un espacio con la administración municipal.“Teníamos de aliados al personero y al director de la Casa de la Cultura, Mario Gómez, quien propuso el salón grande ubicadoen el sótano como espacio para guardar la memoria”, recuerda Don Jaime que justo en ese momento, se avecinaban las elecciones para la Alcaldía del año 2007, por lo que el municipio se encontraba en campañas. Era la oportunidad que las víctimas estaban esperando para conseguir el espacio que tanto anhelaban. Luchar es resistirse a olvidar.

Fue tal el empoderamiento de estas personas por sus derechos que para asegurarse de que el proyecto saliera adelante, decidieron comprometer a los candidatos. Invitarlos a que conocieran la propuesta del salón, fue un hecho que pactó la creación del mismo.

Durante una Asamblea de Víctimas en la Casa de la Cultura y en presencia de los tres candidatos, Jesús Ar-mando García Maya, Guillermo Gómez Duque y Araceli Aristizábal, Gloria Elsy tomó la vocería y dijo: “señores aquí tenemos una propuesta de las víctimas, queremos un espa-cio para guardar las fotografías e incluirnos en el plan de desarrollo; ustedes verán si la aceptan”, a lo cual los can-didatos respondieron: “las víctimas no necesitan paredes, necesitan comida, porque se están muriendo de hambre”.

Araceli, más flexible ante la propuesta, prosiguió: “ustedes como víctimas son la voz y tienen de mi parte todo el apoyo” con lo cual sus contrincantes se vieron obligados a aceptar y, delante de 300 personas, firmar el acuerdo que hoy rinde frutos.

En el 2008, Jesús Armando finalmente se posesionó como Alcalde de Granada, quien al poco tiempo de estar en su mandato, dejó de lado la promesa que había hecho unos meses antes con las víctimas. Molestas, Gloria Elsy Ramírez y otras personas, tuvieron que recordarle sobre el compro-miso firmado, recibiendo una fría respuesta de su parte argumentando la dificultad del cumplimiento del mismo.

No contentos con esta respuesta, fueron necesarias varias visitas a su despacho para tratar de convencerlo. Glo-ria Elsy cuenta “después de que firmó el acuerdo, porque lo usó como estrategia política, le dijimos: vinimos por el salón que usted nos prometió, pero él se justificaba dic-iendo que no tenía tiempo, que se estaba acomodando a su nuevo cargo y para colmo “yo no les puedo dar este espa-cio, me metería en problemas con los niños”, porque allí había una guardería, que ni siquiera debería estar ahí”.

Tan obstinada e implacable, Gloria Elsy le replicó “se sabe perfectamente que si usted se comprometió ante una asamblea, ante ellos tienen que comparecer”. El Alcalde, sin cooperar, insistió en su falta de tiempo. Pero la perseverancia de las víctimas fue tal, que de ser necesario, estaban dis-puestos a llevar la asamblea a donde él estuviese.

Morelia Aristizábal, integrante de Asovida. Sostiene en sus manos la bitácora de su hijo; en ella Morelia hace ejercicios de memoria, escribiéndole lo mucho que lo ama y lo extraña.

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“Es sí o es sí. Se había comprometido con toda la comunidad, no solo con una minoría”. Esas promesas despertaron esperanzas en las víctimas, que por mucho tiempo permanecieron dormidas. Tan solo su presencia en la Asamblea y la gente ya estaba ovacionándolo. “Cuando les dijo que no porque la situación estaba difícil, a la gente no le gustó, se aburrió, que cómo así, les habían prometido el espacio y ellos mismos se encargaron de convencerlo”.

El Alcalde los calmó, les dijo que les ayudaría con el espacio en un plazo de quince días a un mes. Todos se dieron cuenta que era otra voz y quedaron tranqui-los, decididos a recibir propuestas, planificar y desarrollar proyectos con ese espacio.

La materialización de un sueño colectivo

La reparación simbólica son todas aquellas maneras de construir tejido social a través del ejercicio de hacer me-moria histórica. Frutos de esta reparación son el esfuerzo, la solidaridad y la promesa del “nunca más” que vino después de la violencia que los marcó de por vida y que los unió para que, optimistas y fehacientes, pudieran salir adelante.

Según lo estipulado en la ley 975 de 2005, la reparación simbólica constituye una importante base dentro del pro-ceso de Justicia y Paz, que a su vez, estaba incluida como derecho de las víctimas dentro de la desaparecida Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación.

Dicha institución tenía como misión contribuir a garantizarles a las víctimas – sin ningún tipo de distinción con enfoque diferencial de género, edad y etnia– su acceso a la verdad, la justicia, la reparación integral y las garantías de no repetición, a través de la incidencia en políticas públi-cas, en un contexto de justicia transicional que promoviera la convivencia pacífica y la reconciliación; de lo cual ahora se encarga el Sistema Nacional para la Reparación Integral de Víctimas.

El Salón del Nunca Más nace como iniciativa de las víctimas y de los Comités de reconciliación, que son una estrategia regional del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús-CINEP y otras dinámicas regionales que estaban haciendo presencia en los municipios del Oriente.

“En un principio se tenían unas ideas muy sofistica-das con el proyecto del salón, las cuales nos hacían perder nuestro objetivo que para nada tenía que ver con un espec-táculo. Afortunadamente conseguimos asesorías”, comenta don Jaime la psicóloga Leididiana Valencia, estuvo desde el principio apoyando el proyecto, con asesorías de acom-pañamiento que aportó el Programa por la Paz de la Com-pañía de Jesús-CINEP, junto a la museógrafa y curadora Lorena Luengas, quien desde su profesión, ayudó a trabajar arduamente en la propuesta y diseño del espacio, durante aproximadamente año y medio.

La situación era difícil porque los fondos no eran suficientes para recrear la ambientación física del salón, lo cual tampoco fue un inconveniente para acabar con su sueño, por el contrario, se convirtió en un aliciente que los motivó: esta vez no tenían miedo; querían expresarse, salir del duelo, sanar ese dolor en colectivo.

Para financiarse, varias instituciones ayudaron, en especial el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), a través de Carlos Iván Lopera, director en el Oriente antioqueño, en quien encontraron un aliado, con in-tenciones de generar y promover procesos de paz en el país.

“Entonces Gloria Elsy, con todo ese dinamismo que tiene y esa voluntad de acción, acude con la junta

directiva a personas de la región que nos conocían y que simpatizaban con el proyecto, consiguiendo

12 millones prestados, sin intereses ni nada y así lo logramos”, dijo don Jaime entusiasmado.

Capacitarse hacía que esas ideas se convirtieran en hechos, como la elección del nombre del salón, que tuvo como referente histórico lo ocurrido en las dictaduras del cono sur de América, específicamente en Argentina, donde hubo una gran cantidad de víctimas y desaparecidos. Terminada la transición de la dictadura a la democracia, surgió un trabajo de memoria histórica liderado por el escri-tor Ernesto Sábato que narraba innumerables hechos de violencia causados por la dictadura militar, que se llamó “El Libro del Nunca Más”.

El nombre “del Nunca Más” es una muestra de reparación en la que, desde la contundencia, se quiere en-

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marcar e instaurar una posición clara frente a la garantía de no repetición de hechos violentos; palabras que salen desde la misma ley.

“Después de cualquier acto individual o colectivo de afectación por el conflicto, no hay nada más diciente que el “Nunca Más”, porque es un sustantivo abstracto

y de cantidad que expresa nuestro deseo de no repetición e impacta una sociedad”, explica Don Jaime.

El Salón del Nunca Más: un grito de rebeldía contra la violencia

Desde el parque central frente a la iglesia principal, se puede observar el majestuoso paisaje que rodea Granada, cubierto por una espesa neblina que baja lentamente por las montañas, envolviendo hacia las horas de la tarde el pueblo en su totalidad.

Hacia la derecha, bajando unas cuantas escaleras, una grande y vieja casa amarilla se abre a su paso para con-templar historias de lucha y resistencia.

Se trata de la Casa Cultural Ramón Eduardo Duque, lugar donde alguna vez se escucharon risas y llantos de niños pequeños que esperaban a sus padres en la guardería, pero que a partir del 2009, gracias al liderazgo y la lucha incesante de las víctimas, se encuentra el preciado Salón del Nunca Más, un lugar simbólico, protegido por los guardianes de la memoria, un proyecto comunitario apoyado por el Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ) muestra del trabajo en equipo con el Comité de Recon-ciliación, asesoría y apoyo de la personería municipal, el Programa por la Paz de la Compañía de Jesús–CINEP y el PNUD.

Lo primero que se observa al abrirse las puertas del Salón del Nunca Más es la pared del fondo donde reposan, una junto a la otra, las fotografías de los rostros de las víctimas, quienes a pesar de no estar presentes físicamente, mantienen viva una conexión desde los recuerdos de sus familiares y amigos, los que, perdurables, los llenan de vida y memoria.

Donar las fotografías ha sido siempre una decisión personal de los afectados. “En un principio –cuenta don Jaime– fue muy doloroso para muchas víctimas, pero finalmente han terminado encariñadas con esta parte del proyecto. Es un lugar donde ellas sienten que están vis-itando a sus seres queridos, por eso aunque faltan muchas fotos, poco a poco han decidido donarlas.”.

Como una máquina del tiempo, este lugar transporta 20 años atrás a sus espectadores para que entiendan y conozcan la historia del conflicto armado en Granada. La línea del tiempo plasmada en el salón, surgió conversando con las víctimas y la museógrafa, que tenían el propósito de

recolectar dicha información para contribuir en el cono-cimiento de las víctimas y los visitantes sobre los sucesos, donde se observan cifras de hechos históricos y violentos que hoy son motivo de lucha para sostener los proyectos nacidos a partir de la memoria.

Asovida reconoce el valor e importancia de informar y trasmitir a las generaciones venideras sobre la memoria, por lo que las mismas víctimas operan como guías del salón y explican estos sucesos a partir de la distribución de los objetos que se exhiben allí.

En el resto de sus paredes blancas, reposan las foto-grafías coloridas del proceso de Asovida con las víctimas. Niños, madres y ancianos; momentos durante y después de la intensidad de la guerra, que marcaron y dejaron huellas imborrables en sus vidas.

Una alta y delgada vitrina se aloja en el salón, representación de una fosa común simbólica. En su interior están las añoranzas de las familias que aún no encuentran a sus víctimas, porque están desaparecidos, enterrados en la impunidad. Quienes se paran al frente, ven su cuerpo reflejado a través de la tierra contenida allí. Ellos se pre-guntan ¿dónde están los que aún no han aparecido? Y las emociones comienzan a aflorar.

“La fosa simbólica es el cuerpo de los desaparecidos. Reflejarse en ella permite verse como víctimas y padecer sus sufrimientos; es un aporte a la sensibilización y a la conciencia sobre la tierra misma”, explica Jaime.

Cual sensación que produce estar enterrado con vida bajo tierra, siendo víctima de una guerra absurda, se siente la desolación y la indiferencia que produce el olvido. Esta puesta del salón es un reflejo de cómo la reparación integral se va tejiendo desde diferentes redes simbólicas.

No muy lejos de allí se encuentra el Parque de la Vida. Cercado por unos cuantos apartamentos, es un sitio conmemorativo que contiene piedras pintadas con el nombre de las víctimas fallecidas. En la parte superior que envuelve la pequeña cobertura de cemento, existe grabada en baldosa una frase que dice: “Como espirales de humo se pierden, pero en nuestro corazón, grabado como en las rocas”.

En el centro del mismo, una placa firmada por el expresidentes Álvaro Uribe Vélez rechazando la violencia, el olvido y la impunidad. Una placa que lamentablemente e irónicamente se ha borrado con el tiempo, así como sus promesas.

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Reparación: una cuestión individual y colectiva

Durante el recorrido por el Salón del Nunca Más, llama la atención en una esquina, unos cuadernos negros con una foto en la portada, puestos sobre repisas de madera: les llaman Bitácoras.

Al abrirlas es la entrada de otro mundo. Sus páginas sumergen en un profundo océano donde nadan recuerdos, sentimientos, emociones y deseos que trascienden toda barrera entre la vida y la muerte.

Carnés que precisan información sobre las víctimas. Están organizadas según la fecha para acompañar la línea del tiempo.

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Bitácora de Nelson Antonio López AristizábalNo me olvides

30 de junio del 2012: “Querido hijo te saludo, no me olvides. Siento que no estás conmigo, tu sabes que sin ti, sin tu papá y tu hermano la vida no es la misma. Tu sabes que tú eras el todo para mí. Van a ser 11 años, te marchaste dejándome sola, pero no te vas de mi mente hijo, no me olvides. Cuento con tu ayuda, lo mismo que de tu papá y hermano, espero estén juntitos, en cuanto yo me encuen-tro en esta soledad. Tú sabes que te quiero mucho, no me olvides, chao”.

Muchas de estas lecturas fueron escritas y aún se escriben por familiares que en ocasiones ni siquiera cono-cieron a la víctima, como hijos o sobrinos, sin embargo, gracias a la oralidad de sus padres, abuelos y demás familiares, los conocen como si hubieran compartido toda una vida con ellos. Quiénes fueron y cómo eran, hace parte de esa descripción sutil que les ha permitido formar es-trechos lazos invisibles e indestructibles; relación basada en la comunicación, el amor y el recuerdo.

Cinco de octubre del 2012: “Hola hijo, cómo estás, yo me encuentro muy triste porque me haces mucha falta, lo mismo que tu papá y tu hermano. Tú debes estar muy feliz en el cielo con los tuyos, mientras yo lloro de tris-teza. Hijo recibe saludos de tus hermanas, cuida de ellas porque ustedes son los únicos que me pueden ayudar. Hijo

El parque de la vida fue una de las obras que se entregaron en el proceso de re-construcción. Estas piedras ubicadas en el parque, llevan el nombre de algunas víctimas.

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57Una de las camisetas que utilizó Erica Diejes en la inauguración del salón del nunca más, con la exposición “Río”, para simbolizar la desaparición de los cuerpos que navegan en los ríos.

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te extraño mucho, no me puedo acostumbrar a vivir sin ti. Recibe muchos besos de tu mamá, te quiero mucho, picos, chao”.

El papel de esas bitácoras que no sólo guardan a veces ilegibles letras y jeroglíficos –producto del profundo sentimiento que es expulsado en el momento de ser escri-tas– sino momentos suspendidos en el tiempo, cargados de lágrimas, risas y hasta secretos que todos tienen a su disposición, son formas de tener contacto con sus fallecidos, de dignificarlos. Las bitácoras le dan un sentido al lenguaje, la palabra y la comunicación. Expresarla es una manera de ellos afrontar esos duelos.

Más que un lugar, Asovida considera al Salón del Nunca Más la materialización de sus sueños, un pro-ceso de reconstrucción y visibilización de memoria donde se honra, a través de historias de vida, a las víctimas y sus familias.

Un encuentro donde se entre-lazan dinámicas sociales, públicas y políticas, para que, a partir del recuerdo de lo vivido, se genere la idea de no repetición de estos hechos y el reclamo por la verdad, la justicia y la reparación. Un lugar para que la memoria se vuelva a tejer de manera dinámica, para que el pasado no sea algo estático, sino que por el contrario se revise y se re-escriba. (Histórica, 2009)

Por eso, para que sean repara-tivos, los monumentos, conmemora-ciones y otras acciones, deben elevar la dignidad y la memoria de las víctimas y simbolizar el repudio hacia la eliminación de aquellos que piensan distinto. (Histórica, 2009)

Si bien con un monumento o un homenaje no se repara la pérdida de una persona, sí se deja una huella que evoca lo sucedido y obliga a que nunca se olvide. Para que esta huella tenga efecto reparador, varias son las con-diciones que deben ser tenidas en cuenta: que la acción provenga del Estado, que condene al victimario, que genere reacciones, que en su definición participen las víctimas y que transforme la relación entre el Estado y la víctima (Histórica, 2009).

Se abren las puertas al mundo

Para conmemorar tan bello proyecto, lleno de esperanzas y deseos de memoria, el Salón del Nunca Más tuvo dos inauguraciones. La primera fue cuando todavía se encontraba en tapias. Asovida organizó una exposición de fotografías sobre las paredes desnudas en homenaje a los desaparecidos. En ese momento, don Jaime pensó que los visitantes merecían una presentación más estética y un recorrido con cierta lógica.

“Como yo ya escribía algo de poesía, la museógrafa que estaba encargada del trabajo me dijo: “Jaime, hay que escribir unos textos para sacar”, entonces esa noche me senté y escribí una cantidad de poesía, en especial una titulada “la voz de las víctimas” que quedó como símbolo del salón”.

Dicho poema expresa lo que las víctimas sienten de su soledad, de la necesidad de ser escuchadas; es su opción personal del perdón, de pintar el país con todas sus desigualdades.

“…Unos ven el país detrás de un televisor, y detrás del televisor no están las víctimas.

Las víctimas son de carne y hueso, y respiran y sufren muchas veces solas, la mayor parte del tiempo

arrinconadas.En el drama de sus lágrimas…”

La segunda inauguración, en junio de 2009, recogía sugerencias de los primeros visitantes y las observaciones de las mismas víctimas. Se organizó un evento de memoria regional, donde le hicieron homenaje a todos los muertos que cayeron en las entradas y otros lugares simbólicos del pueblo como el Alto del Palmar y el Alto de la Cruz.

En esos lugares se crearon pequeños monumentos con caracoles alusivos a la memoria, como explica don Jaime, “este último representa la memoria de la babosa, que después de muerta desaparece, pero su coraza queda allí, haciendo presencia”.

También se expuso la obra “Río” de la artista Erica Diejes, que consistía en unas fotografías de prendas de desaparecidos que ella introdujo en un recipiente con agua,

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fosa simbólica, en memoria a los desapare-cidos.

para mostrar lo que queda de ellos cuando desaparecen en el río. Al finalizar dicha exposición, se montaron las fotos sobre la pared del Salón, ya mucho más pulcro. La curiosi-dad de todo el mundo fue impresionante, al ver las personas que faltaban en el pueblo.

De hecho en la entrega de las llaves y el tradicional corte de la cinta, Asovida mostró su fuerte posición política cuando decidieron que quien debía cortar la cinta de inau-guración era una víctima y no el alcalde, que como repre-sentante del Estado, restaba importancia en los procesos de resistencia civil.

“Este Salón lo hicimos a puro sueño, voluntad y tenacidad; inclusive en contra corriente, porque la verdad es que no todo el mundo creía, ni todavía está convencido de la importancia del espacio, de la memoria y de otras situaciones de resistencia no violentas”. Las palabras de don Jaime suenan con gran exaltación. Ese espíritu suyo tan inquieto, le da vida a lo inmóvil. A la más mínima muestra de olvido, le da memoria perpetua.

La sociedad se niega a reflexionar profundamente, tiende a ser superficial y todo aquello que rompa con la obviedad empieza a lindar con la locura. Entonces, ante esa incapacidad, existen iniciativas como estas que critican e invitan a cuestionar ese pensamiento.

La guerra en Granada dejó 1.028 víctimas que habitan el Salón del Nunca Más. Para muchos son descono-cidos, unas personas que existieron y desafortunadamente hoy ya no están, pero al entrar en su recinto, ellos observan.

“Esas fotos, esos rostros que están allí: niños son-rientes, ancianos, señoras, son personas que de alguna manera convivieron con alguien en un núcleo familiar, tu-vieron amigos en su vereda, sueños, metas, vida. Todo eso lleva a un profundo examen en la sociedad y esa también es nuestra finalidad porque nosotros queremos cuestio-nar sobre lo que es la violencia, lo que produce, ¿de dónde viene? ¿para dónde va? ¿qué clase de país tenemos que ha llegado a permitir esta crisis?” Se pregunta don Jaime.

La pretensión de Asovida respecto al Salón del Nunca Más siempre ha sido muy clara: generar espacios de organi-zación, resistencia y memoria a través de las vidas humanas que se perdieron en el conflicto, para honrarlas y per-petuarlas por el resto de sus vidas. “Hemos querido mucho que este salón, en un futuro no muy lejano, se conecte con lo que fue la historia del pueblo que es donde se encuentran esas rupturas para explicar un poco y ver en perspectiva la historia del municipio, de las veredas, de sus familias, tradiciones, genealogías”, explica don Jaime.

Cuando poseen recursos económicos, Asovida convoca a organizar acciones y eventos que tengan que ver con la memoria, con la reparación, capacitación e intercambio de experiencias. Sus integrantes han recorrido el país con toda una historia en su maleta de viajero, donde muestran en otros espacios el proyecto y a partir de allí, otras organiza-ciones viajan a Granada a contar sus prácticas. El Salón ya pertenece a la red nacional de museos. Ha estado en Yumbo y Trujillo en el Valle y el Oriente Antioqueño.

A medida que ha tenido aceptación local y regional, se ha logrado al interior de la institucionalidad, un respeto al proceso. Al salón llegan investigadores de organizaciones, universidades, estudiantes a nivel nacional e internacional que quieren contar su historia.

“Ya tenemos la promesa dentro de esta alcaldía de que podemos ampliar el Salón un poco más con el corredor y tenemos un comodato de ocho años. Con eso, no creo que se lo quiten a la comunidad. Es una misión que tenemos de preservar ese espacio”.

Si no nos ha podido ganar el dolor, Que no nos gane la indiferencia…

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La voz de las víctimas necesita y debe ser escuchada.

Hay un país, que habita en todos los rincones.

Al bordo de los ríos, junto al mar, en la selva, en humedales,

y en desiertos; en las calles, en grandes mansiones,

y debajo de los puentes.

Unos ven el país detrás de un televisor,

Y detrás del televisor no están las víctimas.

Las víctimas son de carne y hueso, y respiran y sufren mu-

chas veces solas,

La mayor parte del tiempo arrinconadas

En el drama de sus lágrimas,

Nadie puede llorar por ellas, perdonar por ellas,

Nadie puede pagar en oro los abrazos que perdieron,

La voz de las víctimas necesita y debe ser escuchada,

Y detrás de sus voces, hay un sitio donde viven los ausentes.

Hoy quisiéramos escuchar su respiración.

Ellos y ellas necesitan de nuestra sonrisa;

Somos mensajeros de vida.

Ellos eran buenos, porque tenían sueños,

Y fueron niños, tuvieron juguetes,

Y en sus cunas también habitaron ángeles,

Y tuvieron cascabeles y madres hermosas,

La voz de las víctimas necesita y debe ser escuchada,

El país escuchará la voz de las víctimas,

Porque todos marcharemos.

¡PORQUE TODOS SOMOS VÍCTIMAS!

La voz de las víctimas Jaime Montoya

POEMARIO

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Me llenaste de fiestas las entrañas,

¡Ay! Aprendí a inventar poemas cada día.

Mis abuelos me tejieron mariposas

en el pelo y desde entonces

Te incrustaste en mi piel.

El día del desplazamiento

sentí en el bus un doloroso cuchillo de amor

Que me despedía.

Ahora se mojan los ojos de recordarte

y en vez de sangre,

Siento rebosar de agua mis venas,

y mi sangre, buscarte.

Te llevaré conmigo Granada,

que eres y no dejarás de ser:

Amante, compañera, hermana.

Te llevaré conmigo para calentar

aquellas soledades que se sienten

Cuando se está enamorado.

Pero también te llevaré a pesar

de las duras jornadas, desplazamientos

y guerras.

Te llevo como flecha certera

que conoce la ruta hacia mi centro.

Te llevo en mis vestidos, en mis yines

de trabajo, en la chaqueta azul,

en la cobija de diez mil para no extrañarte tanto.

Te llevaré enamorada, como amuleto,

como piedra encantada contra los maleficios.

Te llevaré como llevo retenidas estas lágrimas

ahora que no hay tiempo ni espacio para llorar.

¡Con orgullo de ser granadina, por eso te llevo hasta el final!

Para Granada Adriana María Noreña G.

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“Nos empezamos a organizar desde el mismo día de la primera de nuestras muertes, desde el primer despla-zamiento, la primera violación, y el primer desaparecido; desde la última y la primera masacre, desde el primero y el último acto de terror. Nos daba miedo, es verdad, solo nos mirábamos, porque no se podía comunicar, pero estábamos unidos. Siempre estábamos unidos; y desde la debilidad de nuestros brazos vino después la fortaleza de nuestros derechos; y en eterno compromiso con nuestras víctimas, la vereda se moviliza, la región se moviliza, el país se moviliza, nuestro corazón se paraliza, nuestro amor lo vitaliza, y caminando dibujamos el sendero de un nuevo país” Y POR ESO DECIMOS: ¡NUNCA MÁS!

Estas palabras escritas por Jaime Montoya encar-

nan el sentir de una población que reclama verdad, justicia y reparación a un Estado que observó desdeñosamente durante más de una década, la obra macabra de actores armados, las pérdidas humanas y materiales que estos causaron y las rupturas irreconciliables que deterioraron las dinámicas sociales, el tejido social y la confianza de sus habitantes. “La guerra es una de las fuerzas más aniqui-ladoras de proyectos humanos, porque todo el tiempo está generando zozobra, miedo, olvido, desarraigo; entonces, en ese sentido, el tejido social se entiende como ese hecho colectivo que tiene características políticas, culturales, sociales muy complejas que me permiten desarrollar un proyecto de vida colectivo e individual” explica Andrés Arredondo, antropólogo del Programa de Víctimas de la Alcaldía de Medellín que busca reparar, visibilizar y educar la población vulnerable de esta ciudad.

No obstante, las batallas no se han ganado borrando las tragedias, marchándose resignados de sus tierras o en-tregándose a la tristeza mientras ven pasar el tiempo en me-dio de cuatro paredes desteñidas. Se necesitaba mucho más que armas y violencia para acabar con las esperanzas de esta comunidad, cuyos habitantes se vieron en la difícil pero valerosa tarea de reparar por cuenta propia, combatiendo con ahínco años de destierros y humillaciones, enfrentán-dose a quienes querían acallar un pueblo que, en medio del conflicto, sumaba pérdidas y restaba ilusiones.

En el 2004, las víctimas comenzaron a unirse con el único objetivo de resistir la guerra, promoviendo la movi-lización y organización de núcleos mediante actos simbóli-cos que reconstruyeran ese tejido social. Así se crearon los Comités de Reconciliación donde se impulsaba la partici-pación de estas en eventos locales, regionales y nacionales que buscaban su visibilización y el reconocimiento de sus derechos.

Gracias a su capacidad organizativa, la cultura solidaria que los caracteriza y las acciones colectivas de dignificación que lideraban, acudieron a diferentes organizaciones de me-moria y derechos humanos que en ese momento se instalaban en el Oriente Antioqueño, pues no querían olvidar, querían vivir para recordar y así pedir justicia.

Después de tramitar con la contraloría jurídica y elegir una junta directiva, se creó la Asociación de Víctimas Unidas de Granada, cuyo nombre refleja esa lucha conjunta por la vida. “Asovida, tiene varios objetivos: visibilizar a las víctimas, educar y defenderlas en sus derechos y a través de un proceso de memoria, buscar verdad, justicia y reparación”, explica Jaime Montoya, perteneciente a la Asociación y víctima del conflicto armado en Granada.

uchas han sido las batallas libradas en Granada con el único fin de superar la guerra y evitar el olvido. En estos duelos, no solamente se disputan recuerdos y memorias colectivas, también se luchan sueños que se materializan en proyectos, anhelos de reparación y deseos de vivir.

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Víctimas de Granada se capacitan para conocer sus derechos.

El surgimiento de esta Asociación da cuenta del proceso de reparación de la comunidad, pues no sola-mente se encarga de educar y capacitar a las víctimas para que estas se apoyen jurídicamente en la defensa de sus derechos, sino que también es primordial en el acom-pañamiento psicológico que representan sus duelos por las lesiones vividas.

“Asovida es una organización que ha luchado mucho por su autonomía, que mantiene periódica-mente encuentros con la institucionalidad que la rodea para el acompañamiento” describe Gloria Ríos, trabajadora social de Conciudadanía.

La incidencia de Conciudadanía

Entrar al corazón de las víctimas para crear movi-lización no fue nada fácil. Aún les invadía el miedo y el recuerdo de una muerte o desaparición injusta. Sin embargo, cuando Conciudadanía llegó a Granada, comenzó una meta-morfosis de la memoria y por ende, su tejido social.

Conciudadanía es una ONG que le apuesta a la democracia local a partir de ejercicios que generen en la población la organización, la movilización y la participación en la vida pública local.

Influyó de manera particular en el surgimiento de Asovida, viendo el alto nivel de afectación que presentó el municipio durante el recrudecimiento de la violencia; suficiente motivo para que trabajara con sus habitantes no solo el acompañamiento psicosocial por los duelos, sino también el aprendizaje y la práctica de la memoria histórica para la reconstrucción de su tejido social.

Desde la participación y movilización, la institución quiere transmitir a las víctimas una conciencia y apropiación de su condición de ciudadanos para que entiendan su relación con el municipio: ¿qué es?, ¿cómo funciona?, ¿por qué el municipio debe garantizar sus derechos?, ¿qué son políticas públicas?, ¿por qué trabajar alrededor de las políti-cas? Ahí se configura el tejido social roto por la guerra.

El cruce entre procesos de memoria y procesos ciudadanos, son una constante inevitable y positiva para Conciudadanía, puesto que los recuerdos se traen a colación desde la memoria y esto permite que la víctima reconozca un paralelo entre el antes y su accionar ciudadano, y el presente y cómo debería ser; qué beneficios le pudo haber traído y qué beneficios le trae ahora.

En la medida en que las víctimas actúen como ciudadanos, exijan y luchen por sus derechos, sientan un compromiso con la región de organizarse y contar lo que sucedió, van a promover el fortalecimiento de la democracia local al que apela Conciudadanía.

Contactarse con las principales organizaciones de víctimas, relacionarse con ellas y dar a conocer su proceso, fue una manera de resarcir como lo indica Gloria Ríos, trabajadora social de Conciudadanía, “las organizaciones

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ayudan a que el tejido social roto se vuelva a recomponer, se vuelva a tejer. Es una forma de devolverle la dignidad a las víctimas y devolverlas al asunto de la ciudadanía”.

Voces del Oriente Antioqueño

El Oriente antioqueño junto a regiones como los Montes de María, la Sierra Nevada de Santa Marta, Urabá y Atrato pertenecen a la lista de las cinco regiones con mayor número de personas expulsadas de su territorio por el conflicto armado entre 1997 y 2004 del país. En ese lapso fueron expulsadas del oriente antioqueño 125.071 personas. (histórica, 2011)

Los procesos ciudadanos para combatir dicho desplazamiento masivo, dieron como resultado la creación del Movimiento Cívico del Oriente y el Movimiento Asamblea Provincial Constituyente, los cuales le hacen frente al conflicto armado en las agendas legislativas regionales donde se discuten los problemas del mismo, sus causas, consecuencias y posibles soluciones en aras al im-pacto y la recuperación de tejido social en un territorio que continua en disputa.

Las agendas regionales sirven para tomar deci-siones, promover y debatir proyectos de ley en fun-ción a las necesidades de carácter político, económico social y ambiental en el Oriente Antioqueño. Las bancadas las conforman diferentes grupos y coopera-tivas, que su razón de ser gira en torno a esas necesi-dades, como APROVIACI (Asociación Provincial de Víctimas a Ciudadanas/os).

Gracias a grupos como Aproviaci, las víctimas se abrieron a espacios de participación política y toma de decisiones frente a temas que los benefician y repercuten como ciudadanos. Entre las diversas actividades que han realizado están las asambleas y las mesas de trabajo para el fortalecimiento de la organización en todo el oriente antio-queño y la generación de alianzas estratégicas con redes internacionales.

En materia de reparación, La Asamblea Provincial Constituyente, las organizaciones de víctimas y desplazados, junto a la Mesa Regional de DDHH y DIH, cuestionan la Ley de víctimas, las acciones encaminadas hacia la res-tituciones de tierras y el retorno por parte del Estado. Por ejemplo, en febrero del 2010 se llevó a cabo la Agenda Re-gional que tuvo cede en La Ceja, donde se trataron temas en torno al servicio militar. “Debe excluirse del servicio militar obligatorio a los hijos de las víctimas, pues se considera injusto que las familias que han perdido al padre o a un hijo a causa de la violencia, sufran reclutamiento”, fue una de las peticiones de las víctimas.

AMOR (Asociación Regional de Mujeres del Oriente Antioqueño), APROVIACI y su proyecto PROVISAME (Pro-

motoras de Vida y Salud Mental), con el acompañamiento del Programa por la Paz del CINEP y Conciudadanía, han sido iniciativas que buscan sanar el tejido social a partir de la recuperación de memoria histórica que surge después del conflicto, pues no sólo se realiza una descripción de hechos que marcaron la historia de la guerra en los municipios afectados, sino que también se recuerda y recordar repara, da vida y voz a aquellos que ya no pertenecen a este mundo.

Cada una de estas iniciativas son evidencia de la par-ticipación ciudadana, fundamental para lograr la creación de organizaciones de víctimas en esta región, que en co-operación con ONG nacionales e internacionales, han sido determinantes para el cumplimiento de sus objetivos en torno a las iniciativas de memoria, reparación y reconciliación de las víctimas.

Es así como el acto de conmemorar a las víctimas se convierte en deber de la memoria, como ocurre con la ini-ciativa “Abriendo Trochas por la vida y la Reconciliación”, que consiste en hacer recorridos por caminos, trochas y lugares que fueron escenarios de terror y recordar a las víctimas que perecieron o desaparecieron allí. “Este mov-imiento ciudadano alrededor de la vida y la reconciliación, de promover la salida negociada del conflicto, de promov-er el nunca más de la guerra, es un forma de organizar, visibilizar y movilizar a las víctimas” comenta Gloria Ríos, asesora municipal de Conciudadanía.

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Las jornadas que se realizan en torno a esta inicia-tiva están muy vinculadas con la Celebración de la Semana por la Paz, donde tienen cita las víctimas cada año por una semana en el mes septiembre y tiene como finalidad honrar a las víctimas y mantener su memoria viva por medio de rituales católicos, caminatas, reencuentros, entre otras activi-dades. “La semana por la paz nace a finales de septiembre de 1988, como una serie de jornadas en rechazo a las per-manentes violaciones al derecho a la vida y en contra de la guerra.” (Montoya, 2010)

Siendo el Oriente Antioqueño una región con raíces católicas arraigadas, estas se encuentran ubi-cadas en caminos donde fueron asesinadas personas durante el conflicto; los calvarios que son pequeños monumentos que conmemoran a las víctimas, mar-cados con una cruz que evocan las estaciones del sufrimiento del viacrucis en la Semana Santa. Es por esto que son objeto de culto por parte de las comuni-dades, porque les recuerda las estaciones en donde pereció Cristo.

Según el Padre Javier Darío Giraldo, gestor y pro-motor de memoria histórica en el país, existe una lectura religiosa sobre la reconstrucción del tejido social a partir del sufrimiento de las víctimas y su identidad con Cristo, “porque Cristo es la víctima de las víctimas, es el cruci-ficado; entonces desde la identidad mínima de Cristo, hay otra lectura de la historia y de la sociedad, desde la valoración de la víctima y desde el diseño de una sociedad, donde las víctimas no sean más víctimas”.

Es indiscutible la capacidad de organización y resisten-cia que guarda el Oriente Antioqueño. Su dolor tal vez no tiene reparación pero sí un lugar en la memoria de Colom-bia, lo que les ha dado muchos espacios y cabildos para debatir y discutir en torno a temas legislativos que com-peten directamente el Estado colombiano, no obstante, su perseverancia e iniciativa hacen que como región lleve un sello personal que marca la memoria histórica nacional.

Primer sábado de cada mes

Una reunión se realiza los primeros sábados de cada mes en el gran salón de la Casa de la Cultura. Asombra la cantidad de ancianos que asisten a reencontrarse con su pasado, donde hurgan entre experiencias, la verdad históri-ca que les permite sanar su sufrimiento.

Decenas de sombreros y ruanas cubren la fría sala de colores tierra; largas canas se entremezclan en las ca-belleras de las abuelas: cada una de las arrugas que habita en sus manos, son marcas de la historia que hoy se abre paso ante los ojos de desconocidos. Sus rostros reflejan años de espera, no importa cuántas veces deban acudir a esta cita, ellos necesitan aprender, ser escuchados y hablar.

Muchos se preguntan ¿Qué habrán visto esos ojos cristalizados de campesino? ¿cuántas madres perdieron sus hijos en medio de enfrentamientos brutales y todavía nos los han encontrado? Pero la verdadera cuestión aquí es ¿cómo hacen para seguir viviendo? Todas las personas que se encontraban en el salón tenían algo en común: eran víctimas del conflicto de múltiples maneras; habían sufrido pérdidas y padecido dolores indescriptibles. Algunas habían sido desplazadas de sus tierras y otras, por los traumas que deja la guerra, no querían retornar nunca más. No obstante, cambiar su realidad era suficiente motivo para convocarlos, por lo que rápidamente tomaron asiento mientras escucha-ban atentos las ordenes de un grupo de personas que les daba la bienvenida con entusiasmo.

Asovida cuenta con la presencia de víctimas de todas las veredas del municipio, el motor de su existencia, la razón de su lucha. Aquellas personas que hablaban con firmeza y autoridad pertenecían a la junta directiva de la Asociación, quienes invitaban a participar en un espacio designado para la capacitación de los afectados por la guerra en tema de leyes, restitución de tierras, reparación y reconciliación.

Costuras que se realizaron en las capacita-ciones de PROVISAME.

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Gloria Elsy Ramírez los invita a acercarse. Su convicción y empoderamiento, la han hecho una mujer fuerte, llena de capacidades para la oralidad, motivo de entrega a la causa de las víctimas desde la Asociación, donde actualmente es presidenta.

Los acompaña el alcalde, el personero municipal y el comandante de la Policía. También representantes de la Unidad de Restitución de Tierras del Ministerio de Agricultura y organizaciones no gubernamentales como el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) y la OEA (Organización de los Estados Americanos) con el Programa de Apoyo al Desminado, porque las víctimas son concientes de que Granada no se construye sola, no se repara con uno sino con mil. Por aquellos que no llegan a casa, por los que murieron injustamente. Por las madres y padres desolados, por los niños huérfanos y la soledad.

Después de presentarlos ante el público, la hermana Nora Ossa tiene su turno de hablar. Esta frágil y delicada mujer, convierte toda reunión en una festividadreligiosa, producto de esa necesidad granadina de invocarse a Dios, respaldados por su palabra y misericordia. Todos a su alrede-dor cierran los ojos y escuchan con paciencia y devoción las palabras con las que sellan su compromiso.

La presencia activa de la iglesia es un factor de identidad local evidente en las diversas esferas de la vida municipal. Tal es la importancia con la que Granada asume la iglesia como motor de su accionar, que incluso el desar-rollo de cualquier proyecto cívico popular está sujeto a la aprobación de la parroquia.

Quien le sigue en autoridad, Jaime Montoya, realiza una primera lectura sobre los puntos que se discutirá en la Asamblea y por los cuales la asistencia de las organiza-ciones, con las que buscan asesorarse en materia de dere-chos humanos.

Comenzando por la seguridad y la prevención, hace un recorrido, mesa por mesa, de lo que será del resto de la mañana: restitución de tierras, retornos y reubicación, acompañamientos psicosocial y reparación individual.

Es allí cuando aparecen los temas de victimización que buscan no solo la reflexión y sensibilización del otro, sino también un medio de expresión y preservación de di-chas reflexiones, con el cual se activan el valor del presente, de la identidad con la comunidad, sus tradiciones y creen-cias. Generalmente los temas que se discuten en las mesas de trabajo tienen una relación directa, lo que permite que cada mes las víctimas varíen y se mantengan informadas de novedades.

“En la medida en que nos hagamos preguntas sobre por qué estamos aquí, quiénes somos, para dónde vamos, cuál es nuestro proyecto de vida, quién es mi vecino, se activan una cantidad de cosas que de un modo literal o de un modo simbólico, empiezan a decirnos el valor de estar aquí; mi comunidad es fuerte en esto, mis conocimientos son estos, nuestra tradición y nuestras creencias son estas. En sí es como una especie de brújula para la acción, para andar colectivamente y eso es tejido social”, explica Andrés Arredondo, antropólogo del Programa de Atención a Vícti-mas de la alcaldía de Medellín.

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Los pobladores de Granada en su mayoría son campesinos. Creen ciegamente en la tierra como fuente de riqueza, teniendo como base el trabajo fa-miliar en pequeñas parcelas, muy practicado en las 52 veredas pertenecientes al municipio. El comercio ha sido otra de sus importantes actividades productivas, focalizada en el casco urbano.

Características como el liderazgo, emprendimiento y pujanza, surgen permanentemente. Ayudar a quienes poco hablan y escriben, es cualidad de gente solidaria, base fundamental para participar y organizarse. Como en una ocasión, cuenta doña Amada Suárez, en la vereda la Honda ningún actor armado pudo hacer nada en contra de la resistencia de su comunidad. “Allá entraron y dijeron: ¡están con nosotros o desocupan ya la vereda! Entonces ahí mismo el presidente reunió toda la gente y les dijo: ¿quieren irse de o nos quedamos acá? Entonces la gente dijo: ¡ni nos vamos ni nos quedamos con ellos! Al rato estaban respondiéndole a los subversivos: Ustedes verán, mátennos aquí a todos y así se acaba esto. Hicieron un acto de resistencia ellos”. Muy diferente a otras veredas que padecieron los horrores.

“Un tema básico para las víctimas es tener segu-ridad, pero no solamente la seguridad de las armas sino también la seguridad económica, la seguridad de un empleo” explica Jaime Montoya, sobre las necesidades de Granada en postconflicto. Actualmente la Presidencia de la República y el programa “Prosperidad Social para todos” lidera una fuerte campaña para que las víctimas se acerquen a las distintas oficinas y reclamen las tierras que perdieron o fueron quitadas por los diferentes actores armados. Claudia Giraldo, representante de Asovida en la alcaldía municipal y Noris Guerra, representante de la Unidad de Restitución de Tierras del Ministerio de Agricultura en Medellín, asesoran las personas en materia de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, sus diferentes artículos y cómo se puede garan-tizar la devolución de las mismas.

“Ya se hizo una primera jornada pero seguimos avanzando. Del 16 al 19 de octubre estaremos visitando veredas y haciendo recolección de información comuni-taria para continuar el proceso de restitución de tierras”, agrega Guerra sobre el desarrollo del proceso que se discute en su mesa.

Gloria Elsy le habla a los participantes sobre los Retornos y Reubicación. “No se vayan a dejar meter los dedos en la boca”, son palabras que hablan de una person-alidad justiciera, propia de Gloria Elsy. Las víctimas, en su mayoría, son desplazados que quieren regresar a Granada y rehacer sus vidas. Lo que se discute allí son las garantías de calidad de vida, en materia de seguridad e indemnización.

“Para los desplazados, el hecho de haber dejado su entorno es que está llegando gente de otras zonas, con otras costumbres, otras culturas, otras problemáticas, entonces eso también hace que se afecte la seguridad y por ende los retornos seguros. Granada antes era un pueblo muy solidario. En estos momentos se ha perdido la con-fianza. Recuperar el tejido social es un camino largo y difícil, más aún cuando en las veredas ya no está la misma gente de antes, eso genera desconfianza y muchos temores”, comenta Claudia Giraldo, representante de Asovida en la alcaldía municipal.

Los últimos dos temas giran en torno a el acom-pañamiento psicosocial y la reparación individual. La Her-mana Nora Ossa y Ángela Gómez, representante del PNUD, las lideran respectivamente. Algunas personas se quejan porque sienten que faltan proyectos respecto al acom-pañamiento psicológico para las víctimas en la zona rural, devastada por la violencia y vulnerable actualmente debido a su distancia con la cabecera municipal.

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La jornada se lleva a cabo con éxito. Las personas preguntan, indagan, debaten y disciernen junto a los repre-sentantes, instituciones y líderes comunitarios.

Cada uno de los integrantes de Asovida cumple su papel. Doña Morelia espera a la salida con los refrigerios de las víctimas. Por su parte, doña Amada inspecciona que se esté relatando rigurosamente las preguntas y respuestas

de los participantes. Durante esas tres horas en que se habló de las garantías de reparación, la reconstrucción de tejido social y la memoria histórica como camino para salir adelante, en el salón reinaba una calidez humana, propia de un Comité comprometido con la vida.

Retos de Asovida

En Granada existe el temor de que los hechos violen-tos padecidos durante la guerra se repitan, por lo que ya no se tiene plena confianza en los demás, sobre todo en per-sonas extrañas o externas al pueblo. La ley 795 de 2005 de Justicia y Paz, habla sobre las garantías de no repetición que concede el Estado a las víctimas en proceso de postconflicto, las cuales después de dicha experiencia, siguen incrédulas ante la ausencia del gobierno.

“Si no hay repetición y si este país es capaz de superar la guerra a través de una negociación, nec-esariamente tendrá que dirigir esos esfuerzos que se destinan y malgastan en la guerra hacia una con-strucción de vida de las víctimas, entonces yo diría que el Estado tendría que empezar a hablar de planes de vida y no de impuestos para la guerra. Que garanti-cen un buen vivir y una calidad de vida digna” explica don Jaime, en aras a la Ley de Víctimas.

“La garantía de no repetición hay que construirla entre todos los colombianos, el Estado no la puede garan-tizar ni para la guerra, pero la sociedad civil tampoco puede esperar a que el Estado la garantice. La sociedad tiene que empoderarse y concienciarse de que no es solamente señalando lo que tienen que hacer los otros sino empezar por sí mismos y empuñar una bandera de construcción de una sociedad incluyente, pacífica y justa”.

Asovida se sostiene en la medida en que las víctimas se sientan identificadas con el proceso y participen en sus asambleas y convocatorias, respaldando con entusiasmo las decisiones que en su interior se tomen. Representarlas ha sido su lucha, por lo tanto la motivación de estas es un aliciente para continuar con sus propósitos, en cuanto bus-can con ímpetu ser escuchadas y apoyadas por las diferentes instituciones que giran alrededor de sus proyectos, tales como organizaciones por los derechos humanos y el Estado.

“Desde el año pasado construimos lo que llamamos una agenda política que es una construcción de plan de gobierno con las comunidades, donde participaron más de ochocientas personas de las veredas y de la zona urbana”, comenta Jaime Montoya.

Preparativos para reuniones en el Parque de la Vida.

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Por otro lado, Asovida busca reconocimiento a nivel nacional e internacional, sobre las iniciativas de memoria y reparación que se han logrado en el municipio. “Preten-demos generar impacto a través de Asovida y todos estos trabajos. Es recuperar también la memoria que es cultural de reconocerse y reconocer la historia que tuvimos y nos puede llevar a escenarios de un referente positivo y alenta-dor” agrega don Jaime.

“Este año entró en vigencia La ley de Víctimas, lo cual es un desafío para todos; llevar y disponer su información a las comunidades a través de Asovida, sobre lo que les espera, qué trámites deben hacer para reconocerse como víctimas, una cantidad de co-sas”, menciona Jaime Montoya, como una importante tarea a realizarse en Granada.

Por otro lado, es inevitable que muchos de los problemas del municipio se busquen solucionar con la ayuda de Asovida, ya que su trayectoria permite trabajar soluciones de diferentes maneras, además de contar con sus integrantes, personas capacitadas y dispuestas a ayudar en lo que se necesite.

A pesar de que dentro de sus objetivos educativos esté vincular nuevas voces líderes que puedan aportar a la reconstrucción del tejido social de la comunidad, el reto más difícil es involucrar los jóvenes a la Asociación. “Se ha tratado de hacer esa sensibilización pero ha sido un poco difícil involucrarlos porque el grupo poblacional directo son los adultos y todavía no se tiene una estrategia donde

señoras rezando, las víctimas se encomiendan a Dios poco antes de empezar las Asambleas.

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se pueda avanzar en ese tema”, indica Claudia, representante de Asovida en la alcaldía municipal, lo que podría ser una amenaza para conservar la memoria del pueblo, que necesi-ta de la oralidad para preservarse.

Claudia también menciona la importancia que tiene involucrar a los hijos de la guerra en los procesos de me-moria, cómo trabajar con ellos y ayudarlos a salir adelante, porque muchos aún tienen traumas, son vulnerables y están desprotegidos, igualmente al aumento de violencia y consumo de estupefacientes en los colegios del municipio. “Lamentablemente estos jóvenes vivieron situaciones amargas siendo niños y hoy se están desahogando de lo que les tocó vivir con sus familiares, amigos, y vecinos. Muchos de ellos son huérfanos, o la mamá tuvo que dejar-los solos y para poder salir adelante tenían que trabajar”.

La reconciliación Asovida ha sido muy enfática y radical en su posición frente a la Reconciliación– importante distinción dentro de la Ley de Justicia y Paz– que consiste en realizar acuerdos entre víctimas y victimarios, a partir de la desmovilización de estos últimos para garantizar la no repetición; vías de democracia a través del perdón y la reinserción a la sociedad civil.

Algunos movimientos y organizaciones de paz como Conciudadanía, incluyeron dentro de sus planes con las víctimas la reconciliación como método de reconstrucción de tejido social. Sin embargo, los diálogos con las organiza-ciones han sido complicados ya que muchas de las víctimas no están preparadas ni dispuestas a tener acuerdos con personas que causaron tanto daño a una comunidad entera.

“Se planteaba que las víctimas estuvieran con victi-marios ya desmovilizados en un proceso de reconciliación, de paz, de perdón, de no venganza. Todos esos principios son válidos, pero lo que no es válido es que un país donde no se había reconocido el conflicto y donde las víctimas no tienen esa confianza para hacerse al lado de quien les hizo el daño, pretendieran que hubiera reconciliación. Entonces nosotros planteábamos que la reconciliación sí pero todavía no, que todo tiene su momento”, comenta Jaime Montoya.

Gloria Ríos, trabajadora social de Conciudadanía, piensa que varios de los desacuerdos han sido por malenten-didos, pero también entiende que hayan posiciones respecto a la apuesta. “Nosotros pensamos que la reconciliación no es un asunto entre víctimas y victimarios, pensamos en un asunto de la sociedad que tiene que reconstruir precisa-mente las relaciones rotas por el conflicto armado y por todos los conflictos, incluso los conflictos estructurales de la sociedad, que tienen que ver con la exclusión, con las in-equidades, porque en este país no se garantiza los derechos a todos los ciudadanos. nosotros pensamos que la recon-ciliación pasa por ahí, no es solo perdón y olvido”.

Aunque poseen un semblante afligido, el acompañamiento psicosocial ha sido fundamental para pugnar los duelos.

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Organizaciones como Asovida sienten que la Recon-ciliación es un reto mientras se cumplan las leyes de las víctimas. Estando en postconflicto, es más probable que se puedan llegar a acuerdos, mientras que Conciudadanía cree que la reconciliación se empieza a trabajar desde el conflicto mismo.

En el caso de Granada y el Oriente Antioqueño, la mayoría de los desmovilizados y reinsertados eran para-militares del Bloque Metro, Héroes de Granada, entre otros que “para los pobladores de la región es un horror nada más pensar que pueden volver a ver personas que causa-ron tanto daño. Ninguno de nosotros ha tenido nunca la idea de justificar la violencia, ni las armas, ni las acciones violentas del grupo armado, pero para cualquier investi-gador que haya vivido la complejidad de la violencia de este paisaje de eso se trata la reconciliación” como explica Jaime Montoya.

Actualmente, el país pasa por un proceso de Justi-cia Transicional que apela a la ley de Justicia y Paz para la desmovilización de los paramilitares del conflicto armado. Después de cumplidas las condenas de los mismos, la reinser-ción es una realidad rechazada por Asovida.

Conciudadanía piensa que esas personas tienen que reincorporarse a la vida civil y que es necesario el perdón hacia las víctimas, así como también mantener procesos acompañamiento psicosocial, “es que ellos por un lado también son afectados porque es que están en la guerra”, señala Gloria Ríos. “En efecto –explica don Jaime– yo desde mi corazón sería capaz, pero una cosa es que indi-vidualmente yo quiera hacer eso y que yo crea firmemente que las personas pueden cambiar. Entonces la sociedad tiene que pensar que para yo dar un paso en situación de guerra, tiene que pensar en unos instrumentos de justicia transicional.”

Para acceder a la Reconciliación, Asovida requiere y necesita pruebas, que existan retenidos, que se cumplan las condenas y demás promesas de la ley, donde además se confiesen los crímenes que propiciaron. “Si a través de la

Reconciliación esas personas no dan esa confianza, ¿cuántos desaparecidos todavía hay, que no sabemos donde están y aún no han sido entregados?” se pregunta Claudia Giraldo. “La reconciliación es a largo plazo, saber que tantos muertos están a costillas de ellos, tantos niños, tantos huérfanos, cuántas madres cabezas de hogar ¿para que ya, de la noche a la mañana, haya perdón y olvido? no, no es fácil”.

Además de la indemnización financiera, el derecho a la justicia se garantiza a las víctimas en la medida en que los actores armados ilegales fuesen penalizados en la no repetición de esos actos, algo en lo que la ley hace mucho énfasis. De manera que la recuperación involucra todos los aspectos del proyecto de vida de cada víctima y por ende de la sociedad en general, que se evidencia en los logros obte-

Enseñar a los niños sobre la memoria es un reto importante de Asovida.

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nidos por y desde la construcción de tejido social que logra ser plasmado desde la preservación de la memoria histórica, que es también otro de los deberes del Estado para con las víctimas.

“El solo recordar no sirve para nada si no asumi-mos los sucesos de manera que nos permita no repetir esta historia de crueldad y de horror; si no queremos repetir estos sucesos se hace indispensable abrir nuestro corazón al perdón y a la reconciliación, pero no estará completo si no hay verdad para conocer los hechos y poder perdonar, justicia para construir una sociedad en la que podamos coexistir y reparación para enmendar nuestros errores y reconciliarnos como comunidad” (Giraldo, 2010)

La memoria reconstruye tejido social Actual-mente Granada es líder en recuperación de memoria histórica para la reconstrucción de tejido social y reparación de las víctimas. Los ejercicios que han realizado para mejorar su calidad de vida, les ha per-mitido participar, movilizarse y organizarse, siendo independientes del Estado.

Gloria Ríos resalta “las víctimas de este país son generalmente la población más excluida de todas las posi-bilidades de desarrollo en calidad de vida. En su mayoría no saben leer ni escribir, con pocos niveles organizativos, escasísimos niveles de participación y que además viven en zonas rurales”, sin embargo, Granada parece ser un ejem-plo de que las adversidades pueden llegar a ser oportuni-dades de cambio y gestores de memoria.

La memoria ha permitido reconstruir y recuperar, a través de ejercicios y procesos de reconocimiento, el tejido social deteriorado, lo que garantiza restablecimiento y opor-tunidades de reparar a partir de lo colectivo. “La memoria sirve para construir ese tejido, mantenerlo vivo y actuante. Representa los sueños y el sentido de la vida de las vícti-mas”, comenta Andrés Arredondo, antropólogo del Progra-ma de Atención a Víctimas de la alcaldía de Medellín.

“El grueso de la población que está inserta en el proceso de memoria, desde Asovida y la Asociación de de-splazado siente que cuenta con poca formación académica, pero tiene una historia que no necesitó pasar por ninguna academia, una historia autónoma que se nutre de otra academia que es la vida, de otra academia que es la histo-ria de las comunidades, que es la historia de vida de cada persona, que también es otro saber” dice Jaime Montoya.

Según la antropóloga del Centro de Memoria Históri-ca, Pilar Riaño, los ejercicios de memoria contribuyen a reconstruir el tejido social en la medida en que las víctimas se sientan identificadas y se promuevan procesos de peda-gogía. “Entonces sí que hay un potencial en la memoria, un acto reparador tanto social como moral”.

La memoria conduce inevitablemente a la re-construcción, como lo explica Gonzalo Sánchez, director del Centro de Memoria Histórica del país. “La investigación y recolección de esa memoria se convierte en un proceso

de reorganización de la comunidad, de reconstrucción y reconocimiento, que son otros procesos sociales”.

Por otra parte, hay quienes opinan que la contienda aún no se ha ganado, pero que a pasos de gigante se ha logrado reparar tanto los daños físicos como emocionales que antes se reflejaban en los rostros de sus habitantes, quienes en el presente se muestran alegres y llenos de esperanza, puestos los ojos en sus hijos, esos niños y niñas que callaron, que sufrieron pérdidas nefastas, amargos silencios y en quienes hoy reviven los anhelos de salir adelante.

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Parte de la junta directiva de Asovida; sin ellos quizás todo el procesode la Asociación no sería igual.

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El drama

de un

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Muchas familia al igual que la de Gloria tuvieron que guardar miles de momentos felices en el baúl de los recuerdos, porque se perdieron vidas muchas vidas. Sin embargo, ningún dolor parece compararse con el de tener un desaparecido.

Gloria lo vivió y aún vive en ella la esperanza de encontrarlo.“Todos los días lo recuerdo, no hay un solo momento que no esté en mi cabeza”, pronuncian sus labios con desden. Es quizás este sufrimiento inconmensurable, porque no existe certeza, todavía no hay pruebas ni testigos, solo la memoria lo mantiene presente.

Gloria conoció por primera vez los horrores de la guerra el tres de noviembre de 2000, después de un par de enfrentamientos entre paramilitares, guerrilleros y el Ejército en la cabecera municipal. Estallidos y balaceras se escuchaban entre los gritos vulgares de los actores armados, sembrando el terror en la población, golpeando las puertas de las calles desiertas, sacándolos y asesinándolos.

Los paramilitares del Bloque Metro sacaban gente de las casas y en muchas ocasiones lo hacían porque le habían abierto la puerta a la guerrilla, como explica Gloria. “El miedo llegaba cuando tocaban la puerta. Uno ya sabía en dónde iban a parar los muertos”. Por eso la gente dejó de abrir la puerta, había desconfianza, desplazamiento y sobre todo mucho miedo entre los habitantes.

El 20 de abril de 2001, recuerda Gloria, hubo una masacre muy difícil de superar, donde asesinaron siete campesinos en la vereda El Vergel. Esta tragedia en espe-cial marcó la vida del hermano de Gloria, Rubén Quintero, quien vivía en una finca cerca al lugar de los hechos, muy riesgosa según cuenta ella, porque allí solían encontrarse los dos grupos subversivos. Ese mismo día en la noche su hermano llegó a contarle que entre los siete campesinos es-taba Humberto, un gran amigo suyo. “A mí no se me olvida nunca su cara de tristeza. Se le chorreaban las lágrimas por ese señor, porque era una persona muy querida, líder de la parroquia, solidaria, siempre andaba con una son-risa”. Impresiona su hilo de voz nostálgica, recordando a su hermano.

“Fue una masacre horrible y desgarradora. A punta de arma blanca, los asesinaron y les echaron sal porque a las mismas esposas cuando pasaban por las casas, les pedían sal y ellas sin saberlo, tenían que entregarla”.

El pueblo en su totalidad participó de esa sepultura, incluso sabiendo que los paramilitares asesinaban per-sonas que estuvieran en el cementerio recogiendo algún fallecido. “Allá hay mucho NN de los que en realidad sí se tiene identidad, pero por miedo, muchas familias no iban a reclamarlos. Ni siquiera se podía despedir a los muertos”, dice Gloria.

primera vista, Gloria Elsy Quintero es una mujer dura. En su voz y gestualidad se percibe cierta intranquilidad que habla de un carácter justiciero, producto de la barbarie que sufrió durante los años de conflicto en Granada. En sus palabras habita sabiduría, anhelos de recuperar lo perdido y cansancio de esperar.

A la izquierda su hijo Tomás la observa atónito. Gloria es un ejemplo de la fortaleza y perseverancia de Granada.

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Cuando Rubén y Gloria se reunían en la casa a hablar, la mayor parte del tiempo conversaban sobre la violencia, el destierro y el desplazamiento. Las personas en las fincas se veían obligadas a atender a cualquier petición de los grupos armados que pasaban por ahí, ya que de no hacerlo, podría traerles consecuencias fatales. Pero también al hacerlo, cargaban con un estigma que el grupo contrario vería como una alianza y eran acusados de ayudar al otro, por lo que también perecían.

“En ese tiempo no dejaban llevar mercados para las fincas sino lo mínimo. Había personas que mercaban para un mes porque la situación económica era difícil como para estar viajando cada ocho días al casco urbano, pero ellos veían en ese acto la posibilidad de estar colaborando para otro actor armado y por eso también mataban”.

Ver pasar volquetas cargadas de cuerpos tam-bién era una constante en el pueblo. Gloria se escondía cada vez que las veía, pero las personas en las terrazas se fijaban para identificarlos y luego contar a sus fa-miliares. “Ver caballos tam-bién atemorizaba, porque muchas veces mandaban a las bestias con los cuer-pos amarrados de la silla, los envolvían en costales y los mandaban de ahí para abajo. Era horrible, la gente corría despavorida”.

Rubén tenía ganado de utilidades; cuidaba todas las fincas cercanas a la suya porque sus dueños se habían ido desplazados para otros municipios. Su tozudez pudo haber sido, quizás, la razón de su destino final. “Rubén fue el único que se quedó. Yo le decía que se fuera, pero él no quería irse, solo pedía que lo dejaran trabajar en su parcela”. Y así fueron pasando los días, su hermano contando con disgusto que veía muertos al borde de su casa, en la carretera o incluso en el mismo momento del asesinato.

Rubén era muy arriesgado, pero siempre pedía permiso a los paramilitares en los potreros para ir a cuidar el ganado. “Había uno que mantenía boleando cuchillo, entonces a veces Rubén saludaba con un ‘buenos días’ y le contestaba con ironía: ‘ni tan buenos’”. La relación de hermanos se estrechó muchísimo más durante esta época, porque se acompañaban en la perplejidad que deja la guerra. Fueron varias las noches en que Rubén se quedó en casa de Gloria por miedo a dormir solo, además porque los paramilitares saqueaban las casas, por lo que era usual encontrar chapas dañadas, como lamentablemente tuvo que encontrar Gloria, tiempo después, la puerta de su hermano.

Gloria hace una pausa en medio de su conversación para descansar. Quizás para recordar, quizás para olvidar. Sus ojos marcados por profundas ojeras, son el reflejo de años en espera de su hermano Rubén, desaparecido el 26 de octubre del 2002.

“El martes 22 de octubre fue el último día que Rubén vino a mi casa. Estábamos de aniversario mi esposo y yo, entonces hice una comida especial y como siempre pen-saba en él, lo invité a celebrar con nosotros”. Después de la comida, su hermano le dijo en la noche que trabajaría en una parcela recogiendo café. Gloria le pidió que se quedara a dormir con el pretexto de despacharlo muy temprano con un buen desayuno. Sin contar con que, al otro día, amanece-ría con un sueño que no la dejaba levantarse de la cama.

“A las 5:30 de la mañana se levantó. Raúl, mi esposo, me decía que me parara a despedir a mi hermano, pero yo volvía y me quedaba dormida. De pronto escuché cuando cer-ró la puerta de la calle y ahí me tiré de la cama volada, salí al balcón y como estaba lloviznando, no se había ido porque iba en bicicleta” Glo-ria le pidió que se devolviera y subió. “En ese momento se levantó Mateo, otro de mis hijos, ahijado de Rubén. Lo raro es que él nunca se levantaba temprano, pero ese día se le sentó en las piernas y como se querían tanto, se pusieron a jugar, mientras yo le organizaba todo para irse. Salimos al balcón a despedirlo, lo que

nunca hacíamos, ese día lo hicimos y por eso es que no se me olvida”.

Gloria continuó con sus labores el resto de la semana. Su hermano algunas veces no iba a visitarla, incluso cuando estaba en el pueblo. Además como tenía llaves, en ocasiones solo iba para dejarle legumbres o leche. “El domingo no extrañé que no viniera, pero el martes cuando salía de trabajar a la una de la tarde, mientras estaba con Mateo, llegó mi madrastra preguntándome por Rubén y yo le dije que no sabía: lo desaparecieron”.

Gloria no recuerda quién le sostuvo en brazos a Mateo. Salió, se devolvió, caminó dos pasos hacia delante, tres hacia atrás. Finalmente se subió a un bus, junto con su madrastra, rumbo a la finca de su hermano. Estaba deses-perada. “Cuando llegamos allá, fue horrible; la casa la abrieron a la fuerza, como a punta de patadas, la chapa estaba hundida. Al entrar todo estaba lleno de pantano, su ropa tirada hasta la puerta, todo lo de él yacía por toda la

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casa, el colchón en el piso…” Su hija Vanesa interrumpe la conversación, como si la conociera de principio a fin. “Ese día mi mamá se encontró una moneda de 200 en una cartera de él y por más necesitada que esté nunca la gasta”. De la casa se llevaron todo lo que tenía de valor.

En la iglesia del parque principal de Granada se escuchaban los cantos gregorianos de la misa. Todo estaba en suspenso. Creaban una atmósfera cargada de sentimien-tos encontrados, intrigantes, siniestros; había temor en ese cuarto, se hacía memoria a través de la oralidad. Nadie sabe lo que debe sentir una persona a la que le desaparecen un ser querido porque se vive todo el tiempo en una eterna incertidumbre, porque no se puede, al menos dar, con un lugar para honrarlo.

Después de ese día, Gloria comenzó a buscarlo por todos los potreros. La angustia que la invadía era indescriptible. Las personas que avisaron a su padre y su madrastra sobre la ausencia de Rubén ni siquiera se atrevían a entrar a la casa por miedo a ser emboscados por los culpables. A Gloria no le importaba ni un poco su vida en ese momento, quería encontrarlo a toda costa, por lo que se armó de valor y entró en los montes donde solo veía cartuchos de balas.

“Un señor que conocía a mi hermano me acompañó en mi búsqueda. Cuando veía algo sospechoso me decía que esperara para él revisar y así impedir que viera, mien-tras tanto yo me pellizcaba, porque quería que fuera una pesadilla”.

Sin decirle a nadie, Gloria salía a buscar todos los días a Rubén. Ni siquiera le contó a su esposo cuando se iba. En ese momento, el pueblo estaba en reconstrucción por las múltiples explosiones que lo habían dejado en ruinas y ella recuerda que por las noches llegaba y todo estaba empanta-nado.

“Duramos tres días ahí, por si regresaba. Ya después los perros iban y venían como buscándolo; rondaban por la casa y se iban, era una tortura”. Gloria empacó un pesebre que le habían regalado a Rubén, alguna vez fue una de sus tantas conversaciones en la casa. Estaba regado entre la ropa junto con unas semillas de fríjol. Nunca en la vida se sacará esa imagen de la cabeza.

Gloria continuó buscándolo y esperándolo por mucho tiempo más, pero Rubén nunca apareció, ni vivo, ni muerto. El año pasado lo iban a exhumar, pero los desmovilizados aún no dicen nada. De él no quedó ni siquiera una foto porque no le gustaban. A Gloria se le parecía a su mamá; en ella todavía viven los recuerdos más dolorosos y felices con su hermano.

“Él amaba tanto la tierra que en ella quedó” dice en medio de un silencio que parecía infinito. Para sorpresa de todos, Rubén se había hecho tomar unas fotos montado en un caballo días antes de su desaparición.

Después de esos tres días de búsqueda intensa, comenzaron a rondar los paramilitares por su finca. “Pasaban y nosotros buscándolo. Papá no nos dejaba y yo le decía que a mí no me daba miedo, sentía un dolor tan inmenso. Ahora me parece irónica la vida: como a los dos días que supimos que lo habían desaparecido, el Ejército estaba por ahí cerquita de la finca en el cebadero y yo le pedí a un soldado que me ayudara, que si se daba cuenta me buscara y hoy en día pienso tan idiota, sabiendo que ellos también desaparecían gente”.

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Muerte en vida

Gloria le habla a la nada, le hace preguntas a la eternidad. “¿Dónde está Rubén? ¿por qué no puedo encontrarlo?” No hay respuestas. El Estado tampoco responde por él, ni por nadie.

Lo que siguió después de la pérdida de Rubén en la familia, no deja de ilustrar las tristezas que se viven en el país, consecuencia de la guerra. El padre de Gloria tenía que encontrarse con los paramilitares por la carretera. Luego llegaba a casa lleno de ira e impotencia al ver en ellos esa tranquilidad, propia de los impunes. Murió de cáncer hace cinco años, con la esperanza de despedirlo, en vano.

“Es que yo hubiera preferido encontrarlo como fuera, pero encontrarlo, ver lo que le hicieron, pero nada. Después de que dejamos de buscarlo, comenzamos a averiguar con los grupos armados si ellos sabían de su para-dero y todos decían que no, que no tenían nada que ver”.

Alguna vez le respondieron que lo habían matado y enterrado. “Eso fue como tirarme un baldado de agua fría, pero helada, con hielo y todo. Después de haberme ilusio-nado. Ver esos paramilitares, yo sentía que se burlaban de mi dolor; se iban para ese parque encima del cementerio, que daba bien al balcón donde yo vivía y se paraban ahí a reírse y yo con ese dolor, todos los días con la ilusión de que Rubén llegara”.

Pasaron meses y Gloria, como se describe ella misma, se sentía seca, pero no perdía las esperanzas. Su mente le jugaba duras trampas. “En la cocina siempre percibía como llegaba pero no, nunca era así”. Fueron muchos los rumores del paradero de Rubén, hasta hoy recibe llamadas de la cárcel donde le dicen que cooperan si va a declarar, parte del protocolo de la Ley de Justicia y Paz para una Justicia

Transicional del desmovilizado. En el 2005 un señor le dijo que le mostraría una fosa,

donde tal vez, yacían los restos de Rubén. Este sujeto no le aseguraba que estuviera allí, pero estaba dispuesto a acom-pañarla a buscarlo. La única condición para llevar a cabo su cometido era que Gloria guardara absoluto silencio, porque podría poner en riesgo sus vidas.

“Subimos lejos por un monte, más arriba de la finca donde desapareció Rubén. Pensaba que si me mataban pues que me mataran. De haberle dicho a mi marido no me hubiera dejado ir”. En la supuesta fosa habían cintu-rones de pantalones tirados, huesos por encima; una parte en que la tierra estaba salida y Gloria comenzó a escarbar. “Se veían como costillas. En ese momento esperaba en-contrarlo, luego llamamos a la Fiscalía y nos dijeron que tenían que ir personalmente, darles un mapa detallado de dónde estaba la fosa”.

Entonces quedaron de llamarla. Pasaron dos años y Gloria comenzó todo un proceso psicosocial con Provisame (Promotoras de vida y salud mental), donde junto a la per-sonería municipal, preguntaron si alguien tenía indicios del lugar donde habían enterrado el familiar para comenzar a buscar. “Entonces nos fuimos el personero, el Ejército y yo, pero todo lo veía igual”. Angustiada, ese día no encontraron nada.

Tiempo después se dieron cuenta de que la fosa con-tenía huesos de cerdo. “Uno no sabía ni qué sentimientos tenía; la ilusión, la confusión, pero seguían tranquilizando. Papá era el que más cavaba y esa fue la única vez que vinieron y exhumaron. No quise ir a ningún otro lado, con la tristeza y desilusión que deja la pérdida”.

Recordar sin dolor

Con el tiempo, Gloria aprendió sobre los procesos de localización, reconocimiento y exhumación de fosas y desa-parecidos. Su experiencia le ayudó a conocer la ley, así como también interesarse por los demás casos que no disminuían en Granada.

Fue Margarita Morales, expresidenta de Asovida y víctima del conflicto, quien la convenció de iniciar un pro-ceso más a fondo en la Asociación de Víctimas. Su intención era integrarla en la organización, empaparla en el tema de los derechos humanos, con el fin de encontrar una salida a tanto dolor.

Gloria descubrió durante este proceso la capacidad de liderazgo que tenía en su comunidad. De inmediato Asovida le propuso pertenecer a la junta directiva, a lo que ella accedió, sin comprender todavía, el renacer que le traería como víctima. “Comenzamos con el ICTJ (Centro Internacional de Justicia Transicional) unos talleres de memoria, que fue donde hicimos los encuentros donde narraban “El cuento del olvido”. Nos reuníamos en un día 10 o 12 víctimas y comenzábamos a contar sobre nuestras experiencias. Mucha gente no era capaz de hablar, algunos escribían, otros dibujaban”.

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Sanar las heridas, despojarse de rencores y perdonar, eran las terapias más difíciles para Gloria. Los talleres tam-bién buscaban que las víctimas pensaran en el otro, porque los duelos eran colectivos, al igual que la reparación. Por otro lado, la memoria, reconocer en los demás situaciones similares, les ayudaba a recordar sin dolor. “No estaba en una isla sola sino que todos estábamos unidos; nos es-cuchábamos más fácil y nos escuchaban más”.

Actualmente en Asovida, donde es vicepresidenta, Gloria ha encontrado nuevos motivos para seguir con su proyecto de vida. Participar desde el Salón del Nunca Más como guía, le ha permitido entender con mayor claridad el conflicto armado en Colombia, contando las historias de la organización, sus aciertos y dificultades.

Son los símbolos que hay en este Salón lo que representan las batallas de las víctimas por no quedar en la impunidad. “Hay días cuando llego a la fosa simbólica que se me hace un nudo en la garganta. No soy capaz de explicarla. Uno cree que ya sanó pero mentiras, es algo muy complicado”. Todo este proceso le ha ayudado a Gloria porque siente compromiso. Las Asambleas también han hecho parte significativa en su duelo, porque allí se capacita y se orienta hacia una dignificación real de las víctimas. “En su mayoría son personas humildes, entonces no hay que dejarlos solos, es que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos”.

Las bitácoras también han llenado el vacío que produjo la ausencia de su hermano. “Es mi refugio, en esa

Sus hijas Vanesa y Stefany.

bitácora encuentro a Rubén. Allí busco consejo y consuelo. Le cuento mis cosas, así como cuando estaba en vida, siento la necesidad de escribirle, sobre todo cuando llego triste al Salón”.

Madre de cinco hijos, ahora trabaja con bebes recién nacidos y embarazadas, con lo que también contribuye al trabajo comunitario del municipio. Insistentemente, habla so-bre la importancia de hacer memoria con los niños, para que estos no olviden lo que pasó y puedan continuar con el trabajo que Asovida ha venido haciendo por muchos años más.

“Es una forma de nunca olvidar y es importante la memoria porque le estamos enseñando a los niños lo que es el camino de las armas, del odio, del rencor. Yo gracias a Dios siento que odio no tengo contra esas personas. Dios qui-era y les ayude a cambiar, son personas muy equivocadas”.

Los cantos gregorianos cesaron. Solo se escuchaba la algarabía del parque y el llanto de Stefany, la pequeña bebe que descansa en sus brazos. A su lado, la acompañaban sus tres hijos, Vanesa, Mateo y Tomás, solo faltaba Jonatan que en ese momento estaba en Medellín. En la habitación se sentía una presencia: era la memoria de su hermano que aún permanece vivo en el corazón de su familia. Gloria sonríe.

“Para mí la memoria significa todo, porque si nosotros olvidamos ¿qué sigue después? si hubiéramos olvidado todas esas personas que murieron ahí, ¿qué hubiera pasado con su memoria? ellos están vivos para toda la familia, para todas las personas que vienen y los conocen”. Como yo.

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Los hijosde la guerra

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Leidy Ramírez es una joven granadina de 18 años. Tiene un brillante y largo cabello castaño, sonrisa vibrante, pómulos enrojecidos por el frío de Granada y unos alegres ojos que invitan a conocer su historia; una historia marcada por la violencia y el sufrimiento de la infancia en la guerra; una historia de temores e inocencia, más parecido a lo que contaría una abuela que una adolescente.

En su mirada se refleja la angustia del pasado, la tranquilidad del presente y la incertidumbre del futuro. Se prepara para comenzar un corto pero doloroso viaje al 21 de abril del 2001.

A sus escasos siete años, Leidy vivía en la vereda El Vergel en compañía de sus padres y su hermana mayor, a dos horas de la cabecera urbana. Rodeada de potreros, va-cas lecheras y hortalizas, conservaban un ambiente campesino y familiar en comunión con la tierra.

“Era una vida muy tranquila, de esos hogares que parecen de mentira, muy bonito. Mi papá y mi mamá nunca peleaban, y si discutían, mi mamá siempre le decía “ah bueno listo, empezamos una guerra, usted con la mala cara y yo con una sonrisa”.

Haciendo una descripción detallada, Leidy recuerda el liderazgo que caracterizaba a la gente de su vereda. La solidaridad y la unión son principios fundamentales de la cultura campesina de Granada, donde no faltan las juntas de acción comunal en su respectiva zona.

El 21 de abril del 2001 los papás de Leidy salieron a jornalear desde muy temprano. Su hermana, que en ese mo-mento era personera de la escuela, también había salido y ella se había quedado sola. Ese día no tuvo clase, por lo que, para ocupar su tiempo, se dedicó a los oficios de la finca.

Como no estaban muy lejos, desde su ventana podía ver el lugar donde trabajaban. Entonces salió en busca de su madre. “Y mientras iba caminando por el potrero, pasando una trocha, me encontré un muerto. En ese momento yo pensé que el Ejército lo había traído”.

Para ese entonces, ya habían ocurrido un par de

hechos violentos en el pueblo, así que frecuentemente escuchaba que en La Paz, El Ramal o el Alto del Palmar mataban personas. Al pensar en eso, Leidy se devolvió corriendo para su casa muy asustada y al llegar cogió una oración de la sangre de Cristo y se fue para donde su abuela que vivía cerca.

Donde su abuela, Leidy se asomó por la ventana y vio pasar una fila de uniformados. No podía distinguir si era el Ejército, la guerrilla o los paramilitares; tampoco recono-ció a los civiles que iban en medio de los camuflados, ni se imaginó que entre ellos estuvieran sus padres.

“Entonces mi abuela me dijo: “éntrese que si son paracos, no les gusta que los miren”. En ese momento está-bamos en el auge de la guerra, así que me entré”.

Leidy no recuerda con exactitud que sus padres le hubieran hablado sobre el conflicto armado. Recuerda que alguna vez se asomó desde un taburete a contar soldados. Según sus cálculos, vio subir 500, que más tarde llegarían a la cabecera municipal, bajando por Tierra Fría entre Santuario y Granada.

Leidy notaba que su abuela empezaba a preocuparse, pero no le dijo nada. Más tarde llegó una vecina todavía más preocupada que su abuela, doña Margola, muy querida por la familia. “A Josecito lo mataron –dijo– y Efraín no se ve en el trabajo”, entonces la abuela rompió en llanto “¡ay mi hijo querido!”. Josecito era el papá de Leidy.

En ese momento también estaban dos tías de Leidy que aún viven con la abuela. Corrieron a avisarle a sus hermanos que estaban cerca al larado para que se es-condieran, porque mataban a los que se encontraran.

Leidy, aterrada, quiso salir a buscar a su mamá, quien estaba con su padre y el resto de los campesinos que muri-eron ese día en la masacre –en total siete personas– como lo recuerda la línea del tiempo en el Salón del Nunca Más. “Mataron a mi papá, pero no creía, yo me acuerdo que ni lloré, de pronto lloré fue después de la tensión, del susto, porque yo era llamando a mi mamá y nada”, recuerda con ese hilo de voz dulce los sucesos de ese amargo día como si hubieran sido ayer.

Doña Margola la acompañó. Leidy recuerda que pasa-

os jóvenes, dos historias paralelas. De niños, la guerra les arrebató su felicidad; hoy viven para contar cómo lograron superar el olvido y luchar por los derechos de las víctimas, desde sus hogares, desde sus escuelas.

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ron por donde había visto el cuerpo, pero ella sintió miedo y le advirtió a su vecina. “Margola siguió, lo levantó y dijo ‘hasta acá llegamos mi amorcito’ en ese momento me di cuenta de que era el esposo, pero sin una lágrima, ella solo lo alzó y siguió ayudándome a buscar a mi mamá por todo ese potrero” cuenta Leidy, quien siempre se estremece al recordar ese episodio.

Después de caminar por una trocha, llegaron a la finca donde estaban trabajando. El alivio volvió al ver que su madre estaba encerrada junto a otros seis campesinos, tres mujeres y tres hombres. La orden era que no podían salir de allí hasta las dos de la tarde. Su madre le contó lo que había sucedido durante esas tres horas, las más largas de su vida. “Me contó que los llevaron desde ahí del potrero, preguntándoles quiénes eran de Granada. Mi papá era el único de Granada”.

Doña Margola les contó lo que sabía, esta vez aña-diendo lo que sus ojos vieron y manos tocaron al llegar al potrero. “Yo me acuerdo que mi mamá se puso a llorar y ahí reaccioné. Yo no sé si lo asimilé porque es muy difícil después de 11 años asimilar que él haya muerto”.

Leidy menciona que su mamá, después de que pasó un tiempo de la trágica muerte de su padre, le contó cómo había sido ese último momento juntos. Esto fue lo que ella escribió sobre eso: “Cuando los hombres armados iban saliendo con mi papá, mi mamá en un acto de valentía, no-bleza y lealtad expresó: ‘Yo voy con él’, encontrando como respuesta: ‘tranquila, él ya vuelve’.. En ese momento, con una mirada fija y triste se selló la despedida de dos seres amados. ‘Camine carechimba’, fueron las últimas palabras que compartieron y son las mismas que retumban en la mente de mi mamá”.

Nadie presenció la muerte de los demás; salvarse era cuestión de género y nacimiento, porque ese día estaban matando a hombres que fueran de Granada. “Seguramente por el estigma que había de que los de Granada eran guerrilleros y los del Santuario paracos, era todo como al azar. El gran delito para mi papá fue ser de Granada”.

Leidy cuenta que ese día vio a su papá muerto, sin embargo es una imagen que se ha ido perdiendo con el tiempo. Ella prefiere recordar al padre sonri-ente, amoroso, el que la abrazaba, con el que jugaba.

“Yo creo que uno empieza un proceso totalmente natural e involuntario de hacer balance entre lo bueno y lo malo; lo que disfrutábamos, la vida en familia, entonces es más fácil recordar eso que de pronto ver una imagen momentánea y dolorosa, en medio del susto y la tensión”.

Esta actitud que Leidy menciona como un proceso de balance, es la mecánica que permite sanar mediante el re-cuerdo. No dejan de existir sucesos dolorosos que marcaron la vida en Granada, pero ya no están latentes. Recordarlos ya no duele tanto cuando se piensa en mantener los buenos y olvidar los que causan daño.

El duelo es un proceso que requiere tiempo y fortaleza para sobrellevarse. Cuando se canalizan los duelos hacia un ámbito colectivo, son más fáciles de superar porque el individuo deja de sentirse solo y reconoce el dolor en el otro, lo comunica y lo escucha, lo que permite amor-tiguar el peso del mismo en conjunto.

Gloria Ríos, es trabajadora social en Conciudadanía, organización sin ánimo de lucro que promueve el desarrollo

Leidy Ramírez sostiene la foto de su padre, que reposa en el Salón del Nunca Más.

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y fortalecimiento de la democracia local respecto a los duelos, comenta “nosotros hablamos por un lado de las consecuen-cias de no tramitar los duelos. No es solamente que yo lloro por ahí de vez en cuando, cuando me acuerdo, sino que hay una afectación incluso física y colectiva en la comunidad”. Las consecuencias físicas para las víctimas, por mencionar algunas de ellas van desde enfermedades mentales como la depresión hasta sufrir cáncer. El asilamiento de sus comu-nidades y aquí Ríos hace especial énfasis es el llamado a la responsabilidad. “Las víctimas no solamente tienen dere-chos, tienen un deber también con la sociedad y es el de contar lo que les pasó”.

Los meses siguientes transcurrieron con dificultad. A Leidy la marcó el cambio de vida del campo al pueblo, cam-bio necesario para evitar amargos recuerdos. Mucha gente de la vereda también decidió salir de sus tierras por miedo, porque vieron en aquella masacre una advertencia.

“Yo me acuerdo que por ahí como a los 10 años visi-taba la tumba de mi papá y ahí sí me ponía llorar, empeza-ba a hacer ese análisis sobre el porqué de las cosas. Enton-ces uno ya se da cuenta que es el papá que está muerto y que no lo puede volver a ver nunca más, ahí si empieza uno a cabecear”.

Leidy reconoce en su mamá una importante ayuda para suplir el vacío que había dejado el fall-ecimiento de su padre. A raíz del acontecimiento, en Granada y en el Oriente Antioqueño comenzaron a crearse comités de reconciliación y paz, con el apoyo directo de las asociaciones de víctimas, como Asovida.

Su madre, como ella misma la describe, es una mujer líder, ejemplo de vida, a la cual le debe mucho de lo que hizo por ella y su hermana durante todo el proceso del duelo. Participar en los procesos de reparación y reconciliación le ayudó, poco a poco, a superar el doloroso recuerdo de su marido. Ingresó al Provisame, Promotoras de Vida y Salud Mental, donde se capacitó y logró obtener un cartón para continuar ayudando al resto de las víctimas.

Por su parte, Gloria Ríos comenta sobre ese importante proceso que se vivió con las mujeres del Oriente Antioque-ño, AMOR “las mujeres no querían sino hablar del conflicto armado, por eso pensamos que era necesario desarrollar un trabajo de apoyo psicosocial a las víctimas, ahí fue que surgió el trabajo de Promotoras de Vida y Salud mental”.

En dichas capacitaciones se trabajaba el duelo, su proceso terapéutico, su significado y características. Tam-bién enseñaban sobre la memoria histórica y los derechos de las víctimas, que permiten a largo plazo, reconstruir el tejido social.

La memoria: reconstrucción del tejido social

Masacres, actos terroristas, secuestros y desapa-riciones invadían las páginas de los periódicos locales a comienzos del nuevo milenio. Lo cierto es que nunca nadie está preparado para leer, recibir o incluso presenciar semejantes y dolorosas noticias, aunque la misma situación dejaba entrever y predecir las muertes que no habían ocurrido todavía.

Jeison Giraldo tiene 19 años, es un granadino de

Jeison Giraldo trabaja en el colectivo de comunicaciones de Granada.Su labor en la emisora no le deja tiempo para pensar en malos recuerdos.

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“pura mazamorra” como también se le conoce en el pueblo. Lleva unas gafas de lente grueso que lo hacen ver tímido. Le gusta el fútbol como al resto de los chicos. Su historia no difiere mucho de la de Leidy Ramírez. Por lo menos no en cuanto al sufrimiento padecido. Ambas pérdidas fueron en el 2001, cuando la guerra se intensificó, el ambiente se dete-rioró y el miedo se apoderó de toda la población, generando un gran vacío colectivo.

“Yo estaba muy pequeño cuando me mataron a mi hermano, John Ferney Giraldo. Amaneció muerto el 18 de noviembre del 2001. Fue bastante duro porque era mi hermano favorito, el que me mimaba, al que le gustaba charlar conmigo”.

En casa de Jeison vivían sus padres junto a nueve hijos, cuatro hombres y cinco mujeres. Al igual que Leidy, vivía en una de las veredas del municipio, lugares donde la violencia fue mucho más crítica, obligándolos a desplazarse y vivir en el casco urbano de Granada.

Su papá toda la vida ha sido artesano, hace canastos con la habilidad que aprendió de pequeño. Por su parte, su mamá dedicada a los quehaceres del hogar con ayuda de las hijas. Algunas se han casado y dos ya fallecieron. Sus hijos, como buenos granadinos, no se quedaron atrás. Rebuscaron empleo desde muy jóvenes para ayudar en la casa, lavando carros, aprendiendo a manejar busetas y así se fueron formando.

Jeison cree que la muerte de su hermano fue un aliciente para salir adelante y todo eso también se lo debe a Dios, en quien cree fervorosamente. Las relaciones con los sacerdotes de la parroquia les ayudó mucho a superar el duelo, quienes entre visita y visita, convirtieron a su padre en un líder de Granada. “Mi papá es el que coordina la feria los lunes acá en la plaza. Además es el presidente de la acción comunal del casco urbano”.

Poco a poco, recibieron apoyo y ayuda sicológica de la comunidad. Fue su mamá quien comenzó el proceso de reparación en el hogar, motivada por el sufrimiento y los nervios de su hijo menor. Ha pertenecido desde siempre a Asovida y tiene la foto de su hijo en el Salón del Nunca Más.

Pensaron, como muchas de las familias en Granada, que marcharse era la solución para acabar con la tristeza. También porque temían que el resto de la familia contara con la misma suerte de su hermano. “Nosotros ya no tenía-mos ánimos, pensábamos irnos para la ciudad con todo como a buscar nuevos horizontes, pero no queríamos dejar a mi hermano solo aquí en el cementerio del pueblo”.

Sin embargo, se quedaron y al hacerlo también con-tribuyeron con el crecimiento de Asovida. Jeison apoya las iniciativas de memoria y reparación de las víctimas, in-vitando a los parientes que vienen de otros lugares para que visiten y conozcan el Salón del Nunca Más.

Por otro lado, Jeison ve en las bitácoras un im-portante ejercicio no sólo de reparación simbólica, sino también de reconstrucción de tejido social. Escribir allí le permite reconocerse en un espejo, comunicándose a través de pensamientos escritos con su hermano, lo que le permite analizar y tomar decisiones trascendentales en su vida.

“En la bitácora nosotros tratamos de dar a conocer la vida de John, a qué se dedicaba, qué era lo que le gustaba, cómo era su vida desde niño. Empieza como una especie de biografía y ya después vienen todos los comentarios de los sobrinos, incluso de los sobrinos que no lo conocieron”.

El presente de Granada

Como Jeison y Leidy hay muchos jóvenes en Granada que, siendo niños, en lugar de divertirse, aprender en la es-cuela y jugar con sus padres, les tocó velar a sus seres queri-dos cuando ni siquiera tenían conciencia sobre la guerra.

Esta experiencia, les enseñó que con cada dificultad nace una nueva oportunidad. Hoy tejen su historia emprendi-endo nuevas aventuras, casualmente con similares proyec-tos de vida.

Sandra Yamile Giraldo sostiene la única camisa que guardan de su hermano Jhon Ferney Giraldo.

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“Ya después de todo, iban surgiendo muchos proyec-tos, entre ellos el colectivo de comunicaciones, donde me picó el bicho de la comunicación” comenta sonriente Leidy, quien gracias al programa “Estudiar qué negociazo” de la cooperativa Granada Siempre Nuestra, lleva dos semestres de Comunicación social y Periodismo en la Universidad Pontificia Bolivariana.

Rubiela Zuluaga es trabajadora social de la coopera-tiva Granada Siempre Nuestra. Gracias a ella, Leidy ingresó en el colectivo de comunicaciones, un proyecto que busca incentivar los procesos informativos en el municipio, a través de una emisora comunitaria, que apoya el desarrollo cultural de Granada.

“El objetivo de la corporación fue y sigue siendo canalizar recursos y voluntades para generar proyectos de desarrollo en Granada. Es una propuesta de la sociedad civil; una respuesta digamos, ante un problema que se evidenció de pobreza que luego se mezcló con la violencia”, explica Rubiela Zuluaga, añadiendo que también ha sido la educación el origen de la corporación.

El colectivo busca formar a posibles reporteros en temas básicos del periodismo; cómo hacer una entrevista, cómo redactar una noticia. También instruirlos en el uso técnico de las cámaras. Es un proyecto de jóvenes ligados

al oriente antioqueño, entre cuyos medios está la parabóli-ca, la página Web de Granada.com, entre otros.

Por su parte, Jeison siente que su formación ha sido en el colectivo de comunicaciones, pues fue gracias a Dubian Giraldo, Director de la Emisora de Granada, que ha dedicado los últimos años al colectivo. “A mí desde chiquito me ha gustado la comunicación, es algo que le nace a uno. Yo siempre había querido trabajar en una emisora, estar pendiente de informar, de todas las cosas”, comenta con entusiasmo.

Los hijos de la guerra demuestran que en Granada no todo está perdido. La violencia siempre presagia muerte y dolor, pero también cambia la vida de las personas y convierte los obstáculos en oportunidades de superación personal.

Aún así, el cambio es largo. Los niños deben anclarse a la apertura de reconocimiento y dignificación de las vícti-mas en organizaciones como Asovida. Este proyecto sigue en marcha y debe continuar por mucho tiempo más.

Entiendo tu intención de hacer el paralelo entre las historias, pero definitivamente el perfil de Leidy es mil veces más fuerte, más diciente, más conmovedor que el segundo. Es como si pidiera a gritos estar solo. La verdad después de el de Leidy la lectura no fue aburrida, pero tampoco emocionante.

Jhon Ferney Giraldo rodeado de fotos de su familia, su memoria se mantiene viva.

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Una decisión

inapelable

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Claudia ha sido una mujer de propósitos; desde muy joven enfrentó la vida con madurez e independencia, lo que la llevó a irse a la zona urbana de Granada a buscar mejores oportunidades como el estudio. Siendo muy consciente de los costos que acarreaba para sus padres su traslado del campo al municipio, empezó a colaborar trabajando medio día en un almacén; ahí ha transcurrido la mayor parte de su vida: entre el estudio, el trabajo y la familia.

Claudia siempre encontraba la manera de ocuparse en algo, era muy activa. Su creatividad y entusiasmo la hacían liderar todo tipo de eventos en el colegio y donde necesitaran ayuda con un fin social. Ese espíritu solidario y líder no fue casual, pues ya es de entender que lo que se ve en el hogar se adhiere como sello personal.

Serapio Giraldo, padre de Claudia, vivía en una finca con su madre y hermano. Era reconocido en la vereda por su don de gente y aunque no ejercía cargos directivos en las juntas de acción comunal, era recordado por ser un fiel participante y activista. Donde necesitaran algo, allí estaba él poniendo de su parte para contribuir. Era colaborador, formal y servicial; entregado a sus vecinos.

Amaba la tierra, era un campesino orgulloso y agra-decido con todos los beneficios que esta le proveía. Nunca quiso irse, no concebía la vida fuera de ella, era lo único que tenía, era todo para él. Allí era feliz. Esta le bastaba para serlo.

En el 2000, cuando la violencia empezó a hacerse más fuerte y por tanto más evidente para todos, el campo se convirtió en el primer y más importante lugar para los grupos armados incursionaran; este era su punto estratégico de resguardo, asentamiento y hasta reclutamiento.

El desplazamiento se convirtió en la mejor y única opción para los campesinos; debían huir de la violencia y salvar sus vidas, no tenían respaldo de nadie. El temor que la muerte les producía los llevaba a empacar sus maletas en el momento menos esperado, poner en ellas lo que el tiempo les permitiese, además de sus recuerdos y la pro-

funda tristeza. En ese momento se daban vuelta y miraban por última vez, para no regresar.

Atrás dejaban su vida, su trabajo, sus amigos, familia y todo lo que con tanto esfuerzo habían conseguido en años. Lo único que tenían claro en medio de la insensatez es que debían caminar hacia delante. Aunque no supieran qué camino tomar, querían huir, pero también querían quedarse. Un rumbo sin norte, nadie los esperaba, nadie los conocía. ¿por qué morir? ¿para qué vivir? Eran preguntas que rondaban sus cabezas sin descanso, ¿ir o quedarse?

Sin embargo algunos parecían tener la decisión muy clara. La finca de los padres de Claudia lindaba con tres veredas, pero la vereda El Morro era en la que Serapio más participaba. Las personas que la habitaban resistieron por mucho tiempo.

Pese a varias amenazas, el padre de Claudia insistía en quedarse. Asimismo invitaba y convencía a sus vecinos a no huir. Sus palabras cargadas de entusiasmo y motivación se quedaban rondando en algunos que decidieron hacerle caso. Unos persistieron hasta el final, otros en cambio se iban yendo según la intensidad de la situación.

Era un domingo cuando la mamá de Claudia, luego de ausentarse los fines de semana como solía hacer para visitar a sus hijas y demás familiares, se disponía a regresar a su finca al encuentro con don Serapio, su esposo.

En la carretera de camino a casa, se encontró con una terrible noticia: su esposo estaba herido, los vecinos lo auxiliaron y lo estaban llevando al hospital de Granada. In-mediatamente y sin descargar maletas, corrió a su encuen-tro. “Yo estaba en misa de 5:30 p.m. cuando me llamaron, venga que su papá está en el hospital, yo dije lo mataron, lo hirieron, pero lo que menos imaginé fue lo que ocurrió” comenta Claudia.

El padre de Claudia había ingerido venenos como Negubon, Manzate, Lorvan, (medicina que utilizan en las fincas para los animales), se había cortado las venas y había intentado cortarse el estómago, pues prefería matarse antes que aceptar que otros lo hiciesen.

Los vecinos intentaron evitarlo, pero no fueron capaces; recuerdan que este tenía una fuerza impresionante, por lo

unca nos imaginamos que él pudiera hacer eso, lo esperábamos de cualquiera pero no de una persona optimista y luchadora como él”. Esa es la incógnita que aún persigue a Claudia Giraldo sobre la decisión que tomó su padre aquel día de febrero.

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que le alcanzaron a quitar el machete, sin embargo se cortó con un vidrio. Estaba tan decidido a hacerlo que cualquier cosa era útil. La casa de una de sus hermanas fue el lugar elegido para acabar con su vida. La familia que la habitaba a causa de la violencia y Serapio no soportaba la idea de que todos, hasta su familia, se estuvieran marchando y se dejaran vencer, dejaran arrebatarse de las manos lo que les pertenecía.

Dado su estado crítico de salud, Serapio fue remitido al hospital de Rionegro, donde estuvo dos días en cuidados intensivos. Ya para el miércoles estaba mejor, lo trasladaron a una habitación; ese día él empezó a contar a sus hijos y a su esposa las tres razones que lo llevaron a tal encrucijada mental.

Estando en una reunión de la junta de acción comu-nal, la guerrilla con la autoridad que le permitía entrar y hacer lo que quisiese, intervino: “todo el mundo tiene que celar y después informar”. Las personas debían ubicarse en ciertos lugares que les pusiesen para vigilar, después debían contar a la guerrilla si veían al Ejército, ante lo cual Serapio se negó: “no voy a hacer eso y creo que nadie en la vereda está dispuesto a hacerlo, con nadie nos vamos a involucrar. Ustedes llegan y se van, en cambio nosotros somos los que quedamos esperando la venganza de otro grupo armado”.

Dada su respuesta, los guerrilleros lo insultaron y lo maltrataron tan fuerte que los vecinos pensaron que ese día sería su fin. Lo golpearon en el estómago con un arma y le dejaron una herida que casi no logra sanar. Sin embargo él insistía que lo que le habían hecho no era nada.

El apoyo de otros campesinos que empezaron a decir: “estamos de acuerdo con él, el que quiera hacerlo pues que lo haga y el que no quiera no”, fueron contundentes para su salvación. El papá de Claudia era una persona obstinada que defendía su criterio por encima de cualquier cosa y a cualquier costo. Cuando la guerrilla obligaba a los campesinos a irse a Medellín a hacer paros, él nunca quiso ir: “no voy a irme por allá, uno va porque quiere hacerlo pero no porque se sienta obligado”. Para ese entonces hasta él, que era el más fuerte en la vereda, empezaba a sentirse un poco presionado, pues entre los subversivos, quien tiene el arma, tiene el poder a través del miedo.

Pasaban meses en que no había transporte, hacían confinamientos y ponían bases para no permitir el paso de alimentos. Para Serapio esto no fue un inconveniente, si debía salir y no había transporte, lo hacía a pie o a caballo “yo no le debo nada a nadie, yo camino tranquilo por donde vaya” solía repetir.

“Él era muy arriesgado y muy optimista, siempre nos animaba, nunca se veía triste por nada, en cambio mi mamá si era muy nerviosa, cada que salía pensaba: lo van a matar, porque él no se deja de nadie”, menciona Claudia al respecto.

La guerrilla se estaba preparando porque sabía que se avecinaban fuertes enfrentamientos y por eso presionaban a los campesinos en las veredas. Una forma de hacerlo era rodear el área con helicópteros disparando.

Ese día el padre de Claudia se encontraba solo y como no había energía, unos vecinos fueron a la casa de Serapio para dormir acompañados, pues temían por lo que podía pasar. A la mañana siguiente, el Ejército después de ver salir tanta gente de la finca ese lunes 22 de febrero, acusaron a Serapio de guerrillero. Lo golpearon, desordenaron su casa y lo amenazaron con un arma, para obligarlo a confesar.

“Ejército y paramilitares eran prácticamente la misma cosa, no se distinguían. Un día tenían un uniforme, al siguiente estaban con otro brazalete. Esta situación se veía en el pueblo pero con mayor frecuencia en las veredas, por estar solas y desprotegidas” recuerda Claudia.

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En el casco urbano de Granada estaban diciendo que en el campo sólo había guerrilleros, lo que daba más certeza al Ejército para pensar que Serapio también lo era, aunque él muy firme y seguro de lo que hacía, insistía en que verificaran, que fueran donde sus vecinos y preguntaran.

Los soldados aceptaron la propuesta, llevaron a Serapio amarrado y fueron a la casa de las personas que habían dormido allí. Les preguntaron dónde habían amane-cido, por qué, con quién, cómo se llamaba el señor y dónde era su casa.

El Ejército llevaba poco tiempo en la zona, apenas se estaba instalando y por eso se mantenía prevenido. Mientras confirmaban la versión del señor Giraldo, escucharon pasar algo cerca, creyeron que estaban rodeados y para defenderse empezaron a disparar, fue así como hirieron a una civil en la cadera.

Confirmando que Serapio no estaba involucrado, le permitieron seguir, pero antes debía llevar a la señora al hospital de San Carlos para que la atendieran, sin embargo este se rehusó. Llevarla podría poner en riesgo su vida, era pasar a otro municipio que también se encontraba en dis-puta. Solo la acompañó hasta la escuela de la vereda.

Serapio pensaba que el Ejército los estaba cuidando, era su esperanza y su refugio; con eso era que él alentaba a los vecinos a no irse de sus fincas, “tranquilos que ellos, (refiriéndose al Ejército), nos van a proteger y ayudar a sa-lir de esta guerra en la que nosotros no tenemos nada que ver”.

Esta no fue la única desilusión que sufrió el señor Giraldo sobre el Ejército, cada vez se desdibujaba más la imagen que un día se había construido con tanto fervor. En otra ocasión minutos después de haberse presentado un enfrentamiento en la carretera, Serapio pasó y le dijeron: “usted por qué estaba por ahí, está llevando información o qué?” Él contestó: “no, yo voy para el pueblo, voy a mercar”, su respuesta no fue suficiente para creerle, lo maltrataron.

Después de ser él quién animaba a la gente y defendía al Ejército, tantas humillaciones lo estaban afectando. Todo lo que un día había caracterizado ese espíritu inquieto, se desvanecía.

Días antes de Serapio tomar la decisión, cuando su esposa estaba por fuera de la casa, empezó a recorrer las casas vecinas con un costal lleno de ropa pronunciando: “esto está muy horrible, nos toca irnos, ya vienen a matarnos, nos van a matar, si uno sin meterse a nada de eso, todo lo que le pasa, todo lo que le hacen, no me imagino lo que le van hacer a los que sí se involucraron, los que se prestaron para celar”.

Esas amargas y crudas experiencias que contaba Serapio en medio de su convalecencia daban indicio de que se estaba recuperando satisfactoriamente. Para sorpresa de

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su familia el jueves, día de no olvidar, pasó por la habitación un uniformado del Ejército. El sólo hecho de verlo causó conmoción y reprodujo la sicosis de nuevo en él, “me van a matar, me están persiguiendo otra vez” Claudia sostiene que ese miedo que tenía su padre al Ejército era normal pues cuando no era la guerrilla era el Ejército, después era otro y así.

Los nervios alterados que le producía el uniforme, lo empeoraron. Los médicos inmediatamente atendieron la situación con medicamentos fuertes para tranquilizarlo, pero para ese entonces su cuerpo ya estaba débil, no tenía defensas. Después de haberlo desintoxicado de los venenos que había ingerido, que habían dejado su cuerpo contami-nado, seguían los medicamentos para su estado mental.

Cada vez se ponía peor. Para el sábado ya estaba deshidratado, esos días siguientes estuvo la esposa cuidando de él, pero al ver los médicos que la señora estaba muy apegada, decidieron que Claudia debía quedarse la noche del domingo.

“Esa noche a la madrugada, siendo la una de la ma-ñana, mi papá dejo de respirar, él estaba lleno de cables, esas máquinas empezaron a sonar como muestran en la televisión señas de que había muerto. Eso fue horrible, eso fue mejor dicho…” suspira hondo Claudia al describir ese momento.

“Me tocó llamar a avisar a los demás la noticia, eso fue muy duro para mí pero también le da a uno las energías para luchar por la gente”. Su padre y todo lo que hizo, hoy son la mayor inspiración para Claudia Giraldo, quien lo admira y continúa adelante abnegada a la sociedad.

Tiempo después, estudió contaduría pública. En este momento se desempeña como secretaria de gobierno en la alcaldía del municipio de Granada. Es casada, tiene tres hijos, trabaja por su pueblo y por su gente.

Aunque le da tristeza escribir en la bitácora de su padre, lo tiene presente en todo lo que hace, en lo fuerte y luchador que fue. Hoy en día ella habla al respecto con sus hijos y esposo.

Después de mucho tiempo, la familia de Claudia decidió volver a la finca. La vieron, recorrieron, rieron y lloraron. El tiempo es inexorable, intenta acabar con todo pero no con los recuerdos. Uno de sus hermanos trabaja en la recuperación de la finca que para ellos simboliza su padre, inmortaliza su memoria.

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Reportaje uno: Restaurando a Granada

¡Semidestruida, pero nunca desGranada... (Diciembre de 2000). Granada .

Giraldo, D. F. (2010). Como espirales de humo se pierden, pero en nuestros corazones grabadoscomo en las rocas...”. La viga en el ojo .

Montoya, J. (2006). Iniciativas de autodeterminación y resistencia civil.

Pérez, O. L. (2003). El comité interinstitucional alianza para la reconstrucción integral de Granada(Antioquia). Medellín.

Pérez, O. L. (2003). El comité interinstitucional aliaza para la reconstrucción integral de Granada(Antioquia). Medellín.

Pérez, O. L. (2003). El comité interinstitucional alizana para la reconstrucción integral de Granada(Antioquia). Medellín.

Reportaje dos: Recordar: el difícil proceso de superar sin olvidar

Álvaro Camacho, J. O. (2005). Ley de justicia y paz. Estudios Sociales , 95-98.

DIH, O. d. (2005). Algunos indicadores sobre la situación de los derechos humanos en Antioquia.

Reportaje tres: una foto, dos fotos, el salón del nunca más

histórica, C. d. (2009). Memorias en tiempo de guerra.

Histórica, C. d. (2009). Memorias en tiempos de guerra.

PNUD. (2008). La reparación simbólica o el derecho a la dignidad. Hechos del callejón .

Reportaje cuatro: La esperanza vive en Granada

Giraldo, M. G. (2010). Heridas que no cicartizan . La viga en el ojo .

histórica, C. d. (2011). San Carlos: memorias del éxodo en la guerra.

Montoya, J. (2010). Semana por la paz: por una región en paz con desarrollo integral. La viga en elojo.

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Comunicación Social y PeriodismoUniversidad Católica de Pereira

Noviembre, 2012