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Giuseppe MazziniProfeta y Apstol de la Unidad ItalianaSegunda Parte

Nuevo Encuentro con Giuseppe Manzini

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Naci en Gnova el 22 de junio de 1805. A los quince aos ingres a la Universidad, donde estudi literatura, filosofa y derecho. En el seno de su familia sufri la influencia religiosa jansenista; desde estudiante admir y prefiri entre los clsicos a Dante; y entre los contemporneos a Foscolo y Byron. En el sucesivo desarrollo, su filosofa de la historia deriv de Joseph de Maestre, Guizot, Cousin; sus ideas sobre el hombre, de Rousseau; la visin de la sociedad futura, de Saint-Simon. A los veintids aos ingres al Carbonarismo; y tres aos despus fue denunciado y encarcelado en Savona. En aquella crcel tuvo la primera clara intuicin de su misin poltico-religiosa. Al salir de la crcel, emigr. Vivi en Marsella, Ginebra, Londres, Lugano, Pars. Expulsado de Francia y de Suiza, continu viviendo ilegalmente durante algn tiempo en ambos pases. En el ao 1832 fund la Giovine Italia. Durante toda su vida conspir y prepar insurrecciones contra el gobierno piamonts, el gobierno austriaco, el Estado pontificio y el reino de Napolen. En varias ocasiones fue sostenido por Garibaldi. Durante la guerra de la independencia italiana volvi por breves periodos a Italia. En marzo de 1849 fue triunviro de la Repblica Romana. En 1850 fund en Pars, con LedruRollin, el Comit Democrtico Europeo. En 1857 fue condenado a muerte por el gobierno piamonts, a consecuencia de una nueva tentativa de insurreccin. Participo en la fundacin de la primera Internacional. Despus de la constitucin de la unidad italiana, en 1872, volvi a entrar en Italia, y el 10 de marzo muri en Pisa.(1) Extracto elaborado por http://arlequibre.blogspot.com/ del ensayo Nuovo Incontro con Giuseppe Mazzini del escritor italiano Ignazio Silone, impreso en Nueva York y Londres en 1938; y como introduccin de El pensamiento vivo de Mazzini en la Biblioteca del Pensamiento Vivo, No. 10, Buenos Aires, Editorial Losada, 1940, traduccin de Felipe Jimnez de Asa; libro del cual hemos tomados los otros fragmentos publicados en la primera entrega as como la seleccin de textos que van a continuacin y que se encuentran en la web: http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/politica/mazzini/indice.html

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I Quienes busquen en los libros del pasado las recetas para los males presentes, leyendo o releyendo a Mazzini, se pondrn en guardia, pues seguramente quedarn desilusionados. Sin embargo, bajo la lava ahora petrificada de las ideologas, de las ilusiones, de los gustos propios de la edad romntica, chispean todava muchas ascuas de una espiritualidad tan duradera como el gnero humano. Haba sido Mazzini el profeta convencido y el apstol ms ardiente en Europa entre los aos 1831 y 1849. Su vida privada se haba identificado hasta tal punto con su misin poltica y religiosa, que el nombre de Mazzini constitua en los pases ms diversos un smbolo y una bandera. El ingls Carlyle, que le conoci personalmente y hasta le critic, pudo decir que cuando se busca un semblante para personificar el mrtir en las condiciones de la vida poltica y social modernas, slo se halla un rostro: el de Mazzini. Malwida von Meysenburg ha referido un juicio idntico de Nietszche, quien deca que entre todas las vidas bellas, envidiaba especialmente la de Mazzini: aquella concentracin absoluta en una sola idea que vino a ser, por decir as, una llama, en la cual se consuma toda la individualidad. El poeta se liberta de la potencia de accin, que hay en l, encarnndola en sus personajes: transporta la accin y el sufrimiento fuera de s mismo. Mazzini, por el contrario, se objetivaba en su vida misma, que era el mecanismo de accin, siempre dispuesto, de la ms activa personalidad. l era el personaje trgico que acepta el dolor ms cruel para cumplir el acto ideal El papel de Mesas nacional y humanitario que Mazzini se haba impuesto, derivndolo de su concepto religioso de la vida y de la historia, lleg a hacerse verdaderamente trgico cuando, despus del ao 1848, la independencia nacional italiana comenz a realizarse, no por los caminos revolucionarios y republicanos, por l preconizados, no como historia sagrada de Dios y del pueblo, sino dirigida por Cavour y bajo la gida de la dinasta piamontesa, aprovechando favorablemente coyunturas diplomticas y ayudas militares de potencias interesadas. Al mismo tiempo, la cuestin social, que Mazzini haba includo en su apostolado, y para la cual haba elegido remedios utpicos siguiendo a los socialistas franceses y en particular a los sansimonianos, tom una direccin completamente distinta al prevalecer el espritu de Marx y de Bakunin en la primera asociacin de trabajadores, que precisamente en esos aos se fund. Como Mazzini no era hombre que cambiase de bandera par correr tras el triunfo, y su mente se atena ms a los principios que a los hechos reales, se vio poco a poco abandonado por la mayor parte de sus secuaces; su figura indomable palideci y pas a segundo plano en la opinin pblica; su voz, siempre severamente condenadora, fue desoda; y ya en los ltimos aos de su existencia Mazzini pareca a sus contemporneos un hombre de otros tiempos. II En la Universidad, en la facultad de Letras que todava frecuentaba Mazzini, cay entre sus manos la novela de Foscolo Las ltimas cartas de Jacobo Ortis, desbordante de tierna melancola, a la manera de Werther, y de desconsolado amor patrio. El joven Mazzini la ley y la reley, comenz a aprenderla de memoria, y qued tan subyugado que la madre tema un posible suicidio. Super esa crisis aguda, y de aquel modo pag su tributo a la enfermedad del siglo, pero su carcter qued intensamente infludo, no slo por su salud maltrecha y su delicado sistema nervioso, sino por la moda romntica que entonces prevaleca y que dominaba el estilo, los gustos y las costumbres de la juventud y se manifestaba en la predileccin por el nfasis y la elocuencia, en la frecuente evocacin de lo sublime y de las pasiones fatales, en los juramentos de fe eterna, en las meditaciones entre las tumbas de los cementerios, a la claridad de la luna, en las miradas lnguidas, en la extraordinaria palidez del rostro y en otras muchas particularidades. Signos evidentes de ese romanticismo sentimental y afectivo se encuentran en toda la biografa de Mazzini, hasta los ltimos aos, si bien no deben tenerse en cuenta, pues slo constituyen la escoria del otro romanticismo, del religioso, tico y literario, que fue una beneficiosa batalla del espritu, y que permiti a Mazzini trazar la orientacin de toda su vida. Su verdadera disposicin para la literatura y para la crtica qued demostrada con los ensayos literarios juveniles publicados en LIndicatore Genovese, y, despus de la supresin de ese periodiquito por la censura,

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en LIndicatore Livornese, as como en los ensayos, ms maduros y trabajados, que aparecieron durante su exilio en revistas inglesas, y que l escribi para procurarse medios de vida. El primer Trabajo de Mazzini, a la edad de veintin aos, fue literario y consagrado a Dante, a quien veneraba no slo como poeta sino como Padre de la Patria. En el ao 1927 estaban en auge las disputas entre clasicistas y romnticos, entre los viejos defensores de un despotismo literario. Todos los jvenes ramos romnticos, ha dejado escrito Mazzini. Ms tarde ese movimiento adquiri su carcter preferentemente civil y poltico, dominado por las vicisitudes de la lucha a favor de la unificacin nacional. La renuncia a la literatura, para dedicarse a la lucha poltica, fue en Mazzini una decisin meditada y voluntaria. Como l dice, aquello constituy el primer gran sacrificio de su vida: El arte no es el capricho de uno u otro individuo, sino una pgina histrica o una profeca, y si la doble misin se armoniza, como siempre en Dante y alguna vez en Byron, se llega al sumo de la potencia. Ahora, entre nosotros, el arte, si no es proftico, no puede existir. Desde hace tres siglos los italianos han carecido de vida propia, espontnea, y slo han tenido una existencia de esclavos indiferentes que acataban lo que les impona el extranjero. El arte no poda, pues, revivir si no pona una lpida de maldiciones a aquellos tres siglos y entonaba el canto al porvenir. Sin patria ni libertad podemos tener profetas del arte, no arte. Preferible era consagrar la vida a este problema: tendremos patria? Y dirigirse directamente a las cuestiones polticas. El arte italiano florecer, si triunfamos, sobre nuestras tumbas. Hasta en medio histrico ms adelantado, el dilema que condujo a Mazzini a preferir la accin directa a la literatura se presenta a todo escritor en cuyo espritu el gusto de lo bello est asociado al amor a la verdad y a la necesidad de ser til. Tiene sentido el escribir? Para quin escribir? No seria mejor fabricar bombas? Triste profesin. Hay quien muere por la libertad, y hay quien escribe sobre los que han muerto. Pero tambin hay libros tan eficaces como batallas victoriosas. III Segn Gaetano Salvemini de las teoras filosficas prcticas e histricas que circulaban alrededor de l, Mazzini tomo los elementos que mejor respondan a las necesidades prcticas. La educacin jansenista, dada por la madre y por la seora Ruffini, mujer austera y fervorosamente religiosa, haba marcado en la sensibilidad natural de Mazzini una costumbre tica de inspiracin cristiana., a la cual superpuso ms tarde un adecuado remate ideolgico, haciendo suyas, a su modo, algunas concepciones sobre la Divina Providencia y la humanidad, derivadas de Joseph de Maestre y de otros tericos de la restauracin. En esos aos floreci el llamado renacimiento religioso, en el cual participaron tanto los escritores reaccionarios como los liberales, y cuyos orgenes inmediatos son fciles de descubrir en la misma desorientacin poltica sufrida por las ideas y por las instituciones despus de la Revolucin francesa. La innegable sinceridad de la fe religiosa de Mazzini se manifest toda su vida. El hombre moral preexiste y prevalece en l sobre el hombre poltico, y su Dios fue un precioso postulado de su conciencia, un Dios esencialmente moral, infinito amor e infinita justicia, gua de la historia, educador de los hombres en el camino de la perfeccin. Como ha observado Francesco Crispi, uno de sus intrpretes ms fieles, su espiritualidad pudo lograr inspiracin y fuerza en dos fuentes que se complementaban: el Dios personal le mostraba el deber, el Dios csmico le infunda energa y fe en la victoria final. Segn Manzini, slo la religin puede unir a los hombres como hermanos y dar a la moral un cielo y un dogma que la sostengan. No puede existir una sociedad verdadera sin creencias y objetivos humanos. La verdad no hay que buscarla intelectualmente, sino en el corazn del hombre, donde fue depositada por Dios. La vida del hombre sobre la tierra le pareca a Mazzini un proceso ininterrumpido de perfeccionamiento espiritual, un proceso de angelificacin; de etapa en etapa, la humanidad marcha sin detenerse por la ruta que la providencia ha trazado. En sus escritos mostr siempre un gran respeto por Jess, pero no admita su divinidad y no se declaraba cristiano. Profeso una fe, escrib a un amigo, que considero ms pura y ms elevada que la cristiana, pero todava no ha llegado su tiempo. Segn Bolton King, el mejor bigrafo de Mazzini, ste aceptaba del cristianismo la fe en la omnipotencia de lo espiritual, la fe en Dios y en su obra providencial, la suprema veneracin por la persona y por la enseanza de Cristo, la insistente afirmacin de que la vida no el inters material sino la perfeccin moral, la llamada al amor y al sacrificio de s mismo, la fe y la inmortalidad, la aspiracin a la Iglesia Universal. Pero Mazzini consideraba al Papado como irremisiblemente condenado, crea que el cristianismo, en su conjunto, haba ya agotado histricamente su misin y que, por lo tanto, careca de toda energa revolucionaria.

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La ciencia - escriba Mazzini en el ao 1870 a los miembros del Concilio Vaticano- procede sin tener en cuenta vuestra doctrina, importndole poco de vuestros anatemas y de vuestros concilios, y borra con cada descubrimiento una lnea del libro que habis declarado infalible. ()Los gobiernos reniegan de vosotros en el ejercicio de su poder. Los hombres ms valiosos por su talento y elocuencia entre los vuestros se van separando uno a uno de vosotros. Ninguno de los grandes progresos realizados en nuestro siglo es sugerido o consagrado por vuestra palabra. Esfinges inmviles en un vasto desierto, sois ahora inertes, contempladores de las sombras de siglos que pasan. De Saint-Simon tom el concepto utpico de una teocracia apoyada directamente sobre el pueblo: La santa iglesia del porvenir, la Iglesia de los libres y de los iguales, bendecir todos los progresos del espritu de la verdad, se fundir con la vida de la humanidad, no tendr ni Papa ni laicos, sino creyentes, todos sern sacerdotes con oficios directos. Tendremos un nuevo cielo y una nueva tierra Mazzini parta de una condena explcita de toda la organizacin social existente, tanto de los Estados como de las Iglesias; su doctrina no recomendaba a los adeptos la contemplacin y la oracin solitaria, sino que los incitaba a luchar sin dudas, sin descanso, sin teguas y sin ahorrar los ms graves sacrificios personales; no haca depender su triunfo de una intervencin portentosa de Dios, sino de las insurrecciones y de las revoluciones populares, fuerzas motoras de la voluntad divina, y en particular lo consideraba histricamente ligado a la lucha por la independencia de las nacionalidades oprimidas, trasfirindose a ellas la legitimidad religiosa negada al Papado y las dinastas reinantes. IV La revolucin europea, escribe Manzini, tiene hoy un nombre: Nacionalidad. Ese nombre significa transformacin del mapa de Europa; cancelacin de todos los tratados basados en la conquista, en el artificio, en el arbitrio de las casas reales; reorganizacin segn las tendencias y las vocaciones de los pueblos libremente consentida por ellos; destruccin de las causas de hostil egosmo entre las naciones, equilibrio de las diversas fuerzas y, por lo tanto, posibilidad de fraternidad entre los pases; sustitucin de la soberana de la violencia, del capricho o de la casualidad por la soberana del fin. A causa de esta actitud, Mazzini se transform en el apstol de todas las nacionalidades oprimidas. La causa de los croatas, de los bohemios, de los hngaros, de los polacos fue defendida por el junto a la de los italianos. La idea nacional de Mazzini era, tolerante, conciliadora, humanista, cosmopolita, progresiva. Mazzini tuvo en comn con todos los pensadores de su siglo la concepcin de la historia que se desarrolla por pocas y por etapas, siguiendo un designio premeditado. Justificaba su accin en nombre de Dios. Como otros contemporneos suyos segua los dictados de la ciencia, de la historia o la economa. Mazzini aprendi de Lamennais a criticar a los materialistas del siglo XVIII, pero igualmente polemiz con l y se neg a seguirle en la vana y perniciosa ilusin de un acuerdo posible entre el catolicismo romano y la libertad. Tambin al fe en la bondad natural del hombre, que surge de toda la obra de Rousseau, sedujo fcilmente a Mazzini, quien esperaba de la valorizacin social de las clases inferiores una recuperacin de energas espirituales precisas para la atmsfera moral de los nuevos tiempos; pero, al mismo tiempo, exalt los valores culturales, los cuales, a diferencia de las amapolas de los campos y del carbn de las minas, no son productos espontneos de la naturaleza. As, Mazzini hizo suya la aversin a la lucha de clases y a la anarqua econmica del capitalismo de SaintSimon y sus discpulos, y defendi calurosamente el principio de la asociacin y colaboracin entre los intereses opuestos, en homenaje a la unidad y a la paz social. Y, sin embargo, no ces un instante de predicar la libertad (y a qu se reduce la libertad si se dejan de lado los motivos para luchar?) y conden explcitamente la explotacin de los trabajadores y el parasitismo de las clases ricas. A pesar de todo esto escribe Benedetto Croce, a pesar de que no fuese un pensador coherente ni un hombre de Estado, Mazzini fue una potencia intelectual, moral y hasta poltica en la vida europea; los revolucionarios y patriotas de todos los pases le consideraban como jefe, y los gobiernos absolutistas y conservadores mantenan contra l una guerra cotidiana mediante el espionaje y las insidias. Las ideas innocuas y contradictorias que l tomaba de los autores ms diversos se transformaban en sustancias explosivas en los periodiquillos y opsculos clandestinos que Mazzini redactaba. No fue un maestro del pensamiento, sino un maestro de la vida, cuyas lecciones, an hoy, pueden resultar saludables.

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Contra los falsos revolucionarios y conspiradores de opereta, en perpetua espera de transformaciones milagrosas, contra los politiqueros oportunistas, los tcticos, los estrategos, los bien informados, hechos a los clculos y a las intrigas diplomticas, Mazzini proclamo que en ningn pas sometido a la tirana extranjera o indgena puede existir verdadera libertad sin una vanguardia de hombres liberales capaces de despertar, educar, guiar y preceder a las masas en la lucha abierta y en el sacrificio. La libertad no se recibe como un regalo; es necesario combatir por ella. La experiencia de las insurrecciones fracasadas en los aos 1820, 1821 y 1830, en el Piamonte, en Npoles, en Espaa, en la Romaa, convenci a Mazzini de la necesidad de un cambio radical en el modo de concebir y dirigir el movimiento. En oposicin a la sociedad secreta de los Carbonarios, con jefes pertenecientes a una jerarqua todava empapada de la mentalidad del siglo XVIII, compuesta de burgueses temerosos y desconfiados de todo movimiento popular, y que por lo tanto agotaba su actividad en un ritual de tipo masnico, tan complicado como superfluo, y en tratos y acuerdos secretos con los emisarios de este o aquel gobierno amigo, Mazzini fund en 1832 la Giovine Italia. Esta asociacin , aunque tambin tuvo que servirse de medios secretos para huir de la persecucin de la polica, fue, sin embargo, una sociedad esencialmente de propaganda, afirm y divulg sus principios, y llam a la lucha a las clases trabajadoras de las ciudades. La Giovine Italia represent la tentativa de desvincular a la revolucin democrtica de la tutela del gobierno de Pars y de la misma tradicin francesa, afirmando que una revolucin es verdadera y solamente revolucin cuando surge del pueblo, y una liberacin slo puede considerarse como tal cuando es una autoliberacin. En las instrucciones generales de la Sociedad, que deban aceptar los socios, Mazzini escribe: Convencidos de que Italia puede emanciparse con las propias fuerzas, de que para fundar una nacionalidad es necesaria la conciencia de esta nacionalidad, y de que esta conciencia no puede alcanzarse cuando la insurreccin se realiza o triunfa en virtud de manos extranjeras; convencidos, por otra parte, de que cualquier insurreccin que se apoye en el exterior depende de lo que ocurra en el exterior y jams tendr la seguridad de vencer, la Giovine Italia est decidida a prescindir de los acontecimientos extranjeros y a no hacer depender de ellos la hora y el carcter de la insurreccin. No se puede formular una divisa revolucionaria ms autntica, valedera aun para nuestros tiempos: prescindir de todo, no transigir con nadie. V Mazzini tom parte, por medio de sus delegados, en las primeras reuniones realizadas en Londres para constituir la primera asociacin internacional de trabajadores, y en aquellos primeros das no falt entre los promotores la buena voluntad para encontrar una frmula entre las varias corrientes divergentes. En la declaracin inaugural, redactada por Marx, el autor introdujo algunas frmulas para satisfacer a Mazzini, de quien se rea en el fondo. El conflicto entre mazzinianos, bakuninistas y marxistas no poda tardar en hacer explosin, por ser divergentes e incompatibles la mentalidad, la filosofa, los mtodos, los fines de las tres escuelas; y si Marx y Bakunin trataron de contemporizar para demorar la abierta ruptura, fue tan slo para ponerse en contacto con los grupos mazzinianos de Italia, hacer propaganda entre ellos de sus propias teoras y sustraerlos a la influencia del maestro. Aquel plan se logr en buena parte, y Mazzini perdi de ese modo el apoyo de las asociaciones de artesanos y trabajadores, prdida tanto ms grave cuanto que, en los mismos aos, los elementos burgueses desertaron de la Giovine Italia para pasarse al bando moderado de Cavour, favorable a la unificacin de la Pennsula alrededor de la dinasta piamontesa. Mazzini, por el contrario, continu firme en su apostolado nacional-religioso y polemiz, con escasos resultados, contra la afortunada diplomacia de Cavour y contra el predominio del marxismo y del bakuninismo en las asociaciones de trabajadores. El fracaso poltico de Mazzini se deline completo e inevitable. Sera, sin embargo, errneo buscar las causas en la inconsistencia de la ideologa mazziniana, ya que en poltica el triunfo no depende de la justeza de los principios, y en todas las pocas se ha visto alcanzar el poder a partidos cuyas teoras filosficas y sociales no resisten un examen razonado.

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El fracaso poltico del mazzinismo se debi simplemente al hecho de que sus palabras de orden, verdaderas o falsas, no podan interesar o apasionar a aquellas capas de la poblacin de cuyo concurso dependa el triunfo. El escaso conocimiento de las fuentes de donde derivaba el marxismo impidi a Mazzini apreciar adecuadamente el verdadero carcter del naciente movimiento obrero y su profundo contenido espiritual, aunque sus propagandistas hablaban poco del espritu, y quiz precisamente porque hablaban poco de l. Las objeciones que Mazzini dirigi al futuro Estado comunista no cayeron siempre en el vaco, y sus reservas contra un rgimen econmico en que la burocracia estatal sustituye a la clase capitalista y cancela toda libertad individual no deja de tener importancia hoy en da. La deficiencia poltica de Mazzini fue la de no haber sabido descubrir los estrechos lazos entre la revolucin poltica que deba desembarazar al pas de los siete gobiernos vasallos de Austria y la revolucin antifeudal necesaria en los campos. En un pas econmicamente atrasado, como la Italia de entonces, no poda haber revolucin popular sin los campesinos, base principal y sostn de la Iglesia y de la dominacin extranjera. Bakunin se lo hizo observar a Mazzini en una entrevista que tuvo con l en Londres, pero este respondi: Por ahora no hay nada que hacer en el campo. Por otra parte, las nicas modificaciones que podan interesar a los campesinos no eran preconizadas por Mazzini. Segn Nello Rosselli: Analfabetos y desesperados, no podan apreciar las ventajas de orden moral, los grmenes de renovacin, las esperanzas en un slido aunque lejano porvenir econmico que la unidad estaba elaborando. Notaban tan slo las infaustas repercusiones inmediatas que los cambios polticos determinaban dentro del estrecho crculo de los intereses. De ah el descontento general y la tendencia de los sostenedores de regmenes derrocados a aprovecharse de los rencores para buscar una ancha base popular a sus programas de restauracin. Los campesinos meridionales fueron los primeros en reaccionar con el saqueo ante las novedades polticas. Es preciso, sin embargo, reconocer que tambin falt a los marxistas una concepcin realista de los lazos entre cuestin nacional, revolucin poltica y revolucin econmica. Los partidarios de Marx lograron atraerse fcilmente a los trabajadores de las industrias y a los jornaleros del campo, mejorando sus mseras condiciones econmicas, pero eso procesos fueron frgiles y transitorios por no haber sido acompaados y protegidos por una efectiva democratizacin del pas. Adems la falta de preocupacin por las reformas polticas y por la forma del Estado, ampliamente difundida por la propagando socialista, facilito extraordinariamente, ms tarde, la contrarrevolucin del fascismo. Ignazio Silone2

(2) Ignazio Silone, pseudnimo del escritor y poltico italiano Secondino Tranquilli. Naci en Pescina, el 1 de Mayo de 1900. Fue miembro de las Juventudes Socialistas, situadas en la extrema izquierda dentro del Partido Socialista Italiano; en 1921 represent a stas en el Congreso de Livorno en el que se fund el Partido Comunista Italiano, del que se alej en 1930, en desacuerdo con las purgas estalinistas. Antifascista, estuvo en exilio en Suiza desde 1930 hasta 1945, aos en los que madur su vocacin de escritor. En 1944, de vuelta a Italia, se estableci en Roma, donde se afili al Partido Socialista Italiano de Unidad Proletaria, del que fue diputado en la Asamblea Constituyente de 1945. Sus novelas evocan con gran realismo la lucha antifascista y la vida de los campesinos de su tierra natal: Fontamara (1930), historia de la explotacin de unos campesinos de un pueblo de Italia brutalmente reprimidos por intentar hacer valer sus derechos; El pan y el vino (1937), Un puado de moras (1954), El secreto de Lucas (1956), La zorra y las camelias (1960) y La aventura de un pobre cristiano (1968). Tambin fue intensa su actividad de ensayista, que incluye El fascismo, sus orgenes y desarrollo (1934), Salida de urgencia (1965), coleccin de ensayos polticos; y el tratado de filosofa poltica La escuela de los dictadores ((1938). Muri en Ginebra el 18 de agosto de 1978.

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Pginas de MazziniI

La Llamada3Durante aquellos meses de prisin en Savona4 (No se olvide que Guissepe Mazzini fue detenido el 13 de noviembre de 1830, acusado de ser miembro del Carbonerismo) ide el plan de la Giovine Italia: medit en los principios sobre los cuales deba fundarse la organizacin del partido y el programa que debamos resueltamente prefijamos; pens en el modo de implantarlo, en las personas que llamara para que me ayudasen en la iniciacin, y en el posible enlace de nuestro trabajo con el de los elementos revolucionarios europeos. ramos pocos, jvenes, con medios e influencias limitados; pero el problema radicaba, en mi opinin, en captar la verdad de los instintos y de las tendencias, entonces mudas, pero avaladas por la historia y por los presentimientos del corazn de Italia. Nuestra fuerza deba descender de esa verdad. Todas las grandes empresas nacionales las inician hombres ignorados, del pueblo, sin otra potencia que la fe y la voluntad, para los cuales poco importan el tiempo y los obstculos. Los influyentes, los poderosos por su nombre y por sus medios, vienen luego a vigorizar el movimiento creado por los iniciadores, y con demasiada frecuencia para desviarlo de su camino... Recordar tan slo que hasta entonces el pensamiento general de cualquier programa no era para m un simple pensamiento poltico, ni la idea del mejoramiento de los destinos de un pueblo que yo vea desmembrado, oprimido y envilecido; sino un presentimiento de que Italia sera, al surgir, la iniciadora de una nueva vida, de una nueva y poderosa unidad de las naciones de Europa. Se agitaba en mi mente, aunque de modo borroso, y a pesar de la fascinacin que ejercan sobre m, rodeado del silencio general, las voces fervientes de la conciencia directiva que partan entonces de Francia, un concepto que expres seis aos ms tarde: en Europa exista un vaco; la autoridad, la verdadera, la buena, la santa autoridad, en cuya busca est siempre, nos lo confesemos o no, el secreto de la vida de todos nosotros, negada irracionalmente por aquellos que la confunden con un fantasma, con una mentira de autoridad, y creen negar a Dios cuando slo niegan los dolos, se haba desvanecido, se haba borrado en Europa; y por esta razn no exista en pueblo alguno potencia de iniciativa. Los aos, los estudios y los dolores no slo han confirmado irrevocablemente este concepto, sino que lo han transformado en fe. Y si alguna vez, lo que no espero, me fuese dado, fundada la unidad italiana, vivir un solo ao de soledad en un ngulo de mi tierra, o en esta donde escribo y que los afectos han transformado en segunda patria, intentar desenvolver ese concepto y deducir consecuencias ms importantes de lo que pueda pensarse. Entonces, de aquel concepto no suficientemente madurado, brillaba, como una estrella del alma, una inmensa esperanza: Italia renacida, depositaria de una fe de progreso y de fraternidad, ms grande y ms vasta que la que dio a la humanidad en el pasado. Yo senta en m el culto a Roma. Entre sus muros se haba elaborado dos veces la vida nica del mundo. All, mientras otros pueblos, cumplida una breve misin, haban desaparecido para siempre sin repetir la hazaa, la vida era eterna, la muerte desconocida. Sobre los vestigios poderosos de una poca de civilizacin(3) Scritti, editi ed inediti, Edizione Nazionale, vol. LXXVII, pg. 30. (4) Mazzini fue detenido el 13 de noviembre de 1830 por haber sido denunciado como miembro del Carbonarismo.

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que tuvo su sede en Italia antes que en Grecia, y de la cual la ciencia histrica del porvenir mostrar que alcanz una accin externa ms amplia que la que los eruditos de hoy sospechan, se levant, relegando al olvido, esa primera civilizacin, la Roma de la Repblica, formada por los Csares, y surc con el vuelo de sus guilas el mundo conocido, con la idea del derecho, fuente de la libertad. Despus, cuando los hombres la lloraban como sepulcro de vivos, resurgi ms grande que antes y, apenas resurgida, se transform, con los Papas, tan santos entonces como hoy abyectos, en el centro aceptado de una nueva unidad que, elevando la Ley de la tierra al cielo, sobrepuso a la idea del derecho la idea del deber comn a todos, dando lugar a la igualdad. Por qu no podra surgir una nueva Roma, la Roma del pueblo Italiano, de la cual me pareca entrever los signos, una tercera y ms vasta unidad que armonizando tierra y cielo, derecho y deber, diese a conocer, no a los individuos, sino a los pueblos, la mgica palabra Asociacin, y que mostrase a los libres y a los iguales la misin que les corresponda? De aquellas ideas yo deduca que la nueva tarea deba ser, ms que nada, moral, no angostamente poltica; religiosa, no negativa; fundada sobre principios, no sobre teoras de intereses; establecida sobre el deber y no sobre el bienestar. La escuela extranjera del materialismo haba desflorado mi alma durante algunos meses de vida universitaria; la historia y la intuicin de la conciencia, nicos criterios de verdad, me haban reconducido rpidamente al idealismo de nuestros padres.II

Critica de los Carbonarios y de los Movimientos Liberales de 18315El carbonarismo se me apareca como una vasta asociacin liberal, en el sentido atribudo a ese vocablo en Francia bajo la monarqua de Luis XVIII y de Carlos X, eficaz para difundir el espritu de emancipacin, pero condenada por la ausencia de una fe positiva, determinada, y falta de esa potente unidad sin la cual resulta imposible el triunfo prctico de cualquier empresa difcil. Surgida en su maduracin de la cada de una gigantesca pero tirnica unidad, la unidad napolenica, entre los fragmentos de un mundo, entre nacientes esperanzas y viejas usurpaciones, entre presentimientos todava mal definidos del pueblo, opuestos a los recuerdos de un pasado que los gobiernos se preparaban a enterrar, el carbonarismo haba recibido la huella de todos esos diversos elementos y se haba inclinado con dudosa actitud en el crepsculo difundido de aquel perodo de crisis de toda Europa. La proteccin regia que encontr al nacer, y mientras se esper que fuera un instrumento de guerra contra la Francia imperial, contribuy cada vez ms a comunicar a la institucin aquella incertidumbre de motivos que desviaba a las almas de la verdadera idea nacional. Cierto es que al ser traicionada rechaz el yugo; pero conserv inconscientemente algunas de las antiguas costumbres, y especialmente la fatal tendencia a buscar sus jefes en las altas esferas sociales y a considerar la regeneracin italiana como una funcin de las clases superiores ms que del propio pueblo, principal creador de las grandes revoluciones. Y era un error vital, pero inevitable en todas las asociaciones polticas carentes de la fe religiosa en un vasto y fecundo principio, bandera suprema de todos los acontecimientos. Ahora bien, ese principio faltaba al Carbonarismo. Su sola arma era la simple negacin: llamaba a los hombres a destruir, pero no les enseaba la forma de construir, sobre las ruinas del antiguo, el nuevo edificio. Examinando el problema, los jefes de la orden haban observado que todos los italianos estaban de acuerdo sobre la cuestin de la independencia, pero no sobre la unidad nacional y sobre la manera de entenderla. Temerosos de las dificultades e incapaces de elegir resueltamente entre los diversos partidos, buscaron un camino medio y escribieron sobre su bandera Independencia y Libertad; pero no se preocuparon de definir cmo deba entenderse y conseguirse la libertad. El pas, decan -y el pas era, para ellos, las altas clases de la sociedad- decidira ms tarde. La palabra Unin fue igualmente sustituida por la palabra Unidad, y el campo qued abierto a todas las posibles hiptesis. No hacan mencin de la igualdad o hablaban de ella de forma tan incierta que cualquier hombre poda, segn sus tendencias, interpretarla en el sentido poltico, civil o simplemente cristiano. As, sin dar satisfaccin a las dudas que agitaban las mentes, sin decir a aquellos a quienes llamaba a combatir qu programa podran ofrecer al pueblo que deba secundarlos, el Carbonarismo se dedic a hacer(5) Scritti, editi ed inediti, Edizione Nazionale, vol. LXXVII, pg. 51.

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adeptos. Y encontr en todas las capas sociales multitud de secuaces, porque en todas ellas haba gran nmero de descontentos, a los cuales no se les peda ms que prepararse para destruir el estado de cosas existente, y porque el profundo misterio que rodeaba los ms pequeos actos de la secta fascinaba la fantasa siempre despierta de los italianos. El presentimiento de las exigencias de aquella multitud de asociados, repartidos entre las espiras de la mltiple e intrincada jerarqua, sugiri la adopcin de muchos extraos e incomprensibles smbolos que velasen el vaco de la doctrina; adems se instituy una ciega obediencia a las rdenes de los jefes invisibles. Pero esta exigencia, ms que un medio de accin, era una forma de defender la jerarqua y, por ello, las rdenes de los jefes eran dbil y tardamente obedecidas. La severidad de la disciplina era ms aparente que real. La fuerza numrica de la sociedad consigui, de todos modos, un grado de podero desconocido a todas las restantes asociaciones que se desarrollaron ms tarde. Pero el Carbonarismo no supo sacar partido. Difundido entre el pueblo, no tena fe en l; no le buscaba para conducirlo directamente a la accin, sino para atraer con aquel aparato de fuerza a los hombres de alto rango, los nicos en quienes confiaba la asociacin. El ardor de los jvenes asociados que soaban con la patria, la Repblica, la guerra y la gloria, ante Europa, era confiado a la direccin de hombres envejecidos por los aos, empapados en la idea del imperio, fros, minuciosos, desheredados de porvenir y de fe, que lo amordazaban en lugar de incitarlo. Ms tarde, cuando el nmero gigantesco de afiliados y la imposibilidad de mantener ms tiempo el secreto convencieron a los carbonarios de que era necesario actuar, el Carbonarismo sinti la necesidad de una unidad ms potente y, no sabiendo encontrarla en un principio, se dedic a buscarla en un hombre, en un prncipe, y sa fue su ruina. Intelectualmente, los carbonarios eran maquiavlicos y materialistas. Predicaban libertad poltica, y olvidando que el hombre es uno, aquellos que se ocupaban de literatura propugnaban, con el nombre de Clasicismo, la servidumbre literaria. Se decan, en su lenguaje simblico, cristianos, y, entre tanto, confundiendo supersticin y fe, Papado y religin, agostaban el entusiasmo virgen de los jvenes con un escepticismo robado a Voltaire y con negaciones sustradas al siglo XVIII. Eran sectarios, no apstoles de una religin nacional, y lo mismo eran en la esfera poltica. No tenan fe sincera en la Constitucin, se rean entre ellos de la monarqua, y, no obstante, la aclamaban, primero porque suponan encontrar en ella una fuerza de la cual pensaban aprovecharse, y luego porque la monarqua los libraba de la obligacin de guiar las multitudes, a las que apenas conocan, pero a las que no dejaban de temer; en fin, porque esperaban que el bautismo regio dado a la insurreccin tranquilizara a Austria o conquistara la ayuda de una gran potencia: Francia o Inglaterra. Haban, pues, dirigido las miradas a Carlos Alberto del Piamonte y al prncipe Francisco de Npoles: de ndole tirnica, ambicioso, pero incapaz de grandeza el primero; hipcrita y traidor desde sus primeros pasos el segundo; haban ofrecido tanto al uno como al otro los destinos de Italia, dejando al futuro la tarea de poner de acuerdo las miras irreconciliables de los dos pretendientes. Los hechos, entretanto, pusieron de relieve las inevitables consecuencias de la ausencia de principios en los hombres que se alzan a la cabeza de las revoluciones, y demostraron que la fuerza corresponde en realidad, no a la cifra, sino a la cohesin de los elementos que se renen para alcanzar un fin. Las insurrecciones se haban realizado sin obstculos graves, pero rpidamente fueron seguidas de la discordia interna. Cumplida su promesa de destruir, los afiliados al Carbonarismo volvieron a sus propias tendencias, y se dividieron en cuanto se refiere a lo que haba que establecer. Unos haban credo que conspiraban a favor de una monarqua nica, y otros en defensa del federalismo; algunos eran partidarios de la Constitucin francesa y otros de la espaola; muchos preconizaban la Repblica o no s cuntas Repblicas, y todos se lamentaban de haber sido engaados. Los gobiernos provisionales eran dbiles desde su nacimiento, por la abierta oposicin de los unos y por la inercia calculada de los otros. Surgi la desconfianza, la incertidumbre de aquellos gobiernos con sus pretextos de no actuar, combatidos por una oposicin que slo poda vencerse actuando, quedando el pueblo y los jvenes voluntarios abandonados, sin rumbo, sin organizacin y sin fines determinados.

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Aadase la ausencia de una libertad verdadera, consecuencia de los medios elegidos, porque la monarqua llamada a capitanear la insurreccin traa consigo vnculos y tradiciones de todo gnero, hostiles al desarrollo audaz del mvil de la insurreccin. La lgica exige en todos los tiempos sus derechos. Los jefes del movimiento haban declarado implcitamente incapaz al pueblo para emanciparse y gobernarse por s; era, pues, necesario abstenerse de armarIo, de incitarIo a tomar parte activa; era preciso substituirlo con una fuerza, buscarIa fuera de las fronteras en los gabinetes extranjeros, y obtener promesas engaosas a cambio de concesiones reales; era necesario dejar a los prncipes la libre eleccin de sus ministros y de los jefes del ejrcito, aun a riesgo confirmado ms tarde- de que fueran elegidos entre los traidores o incapaces, de ver huir a los prncipes mismos al campo enemigo o de escuchar su anatema sobre la insurreccin de Leybach. As me pareca el Carbonarismo: vasto y poderoso cuerpo, pero sin cabeza; asociacin a la cual no haban faltado generosas intenciones, pero s ideas; privado, no del sentimiento nacional, pero s, de la ciencia y la lgica necesarias para transformarlo en accin. El cosmopolitismo, que una observacin superficial de algunos pases extranjeros le haba sugerido, ampli su esfera, pero le sustrajo el punto de apoyo. La heroica y educadora constancia de los asociados, y el martirio intrpidamente afrontado, haban favorecido extraordinariamente el sentido de igualdad, en nosotros ingnito, haban preparado los caminos para la unin, e iniciado con marca de fuego y con un solo bautismo a hombres de todas las provincias y de todas las clases sociales, sacerdotes, escritores, patricios, soldados e hijos del pueblo. Pero la ausencia de un programa determinado les arrebat siempre la victoria. Estas reflexiones me han sido sugeridas por el examen de los intentos y de los desastres del Carbonarismo, y los hechos recientemente acaecidos en la Italia Central confirmaron mi juicio, mostrndome, al mismo tiempo, otros peligros que haba que combatir; el primero de los cuales era el confiar en el apoyo de los gobiernos extranjeros para conseguir la victoria, y el segundo el entregar el desarrollo y el mando de las insurrecciones a los hombres que no haban sabido iniciarlas. La revolucin de 1831 revel un indudable progreso en la educacin de los insurgentes. La insurreccin no haba invocado como necesidad indeclinable la iniciativa de las altas clases o de la milicia y haba surgido de las gentes sin nombre, de las vsceras del pas. Despus de las tres jornadas de Pars, el pueblo de Bolonia se avalanz a la oficina de Correos. En los cafs, los jvenes subidos sobre las sillas lean en alta voz los diarios a los asistentes. Se preparaban armas, se ordenaban compaas de voluntarios y se elegan los capitanes. Los comandantes de la tropa declaraban que no se cometeran actos contra los ciudadanos. Escenas semejantes se producan en otras ciudades. Por la naturaleza de los elementos y por las condiciones especiales de las provincias insurrectas, la revolucin se encaminaba necesariamente hacia la Repblica. Los gobiernos no podan serles favorables, y urga buscar aliados en los elementos homogneos, en los pueblos. Ahora bien, el nico lazo de unin entre los pueblos son las declaraciones de principios, y los revolucionarios no haban hecho ninguna. Haban contado con la ayuda del rey, y postrado un movimiento del pueblo a los pies de la diplomacia. Era necesario suscitar la accin con la accin, la energa con la energa, la fe con la fe; y ellos, dbiles, dudosos, revelaban en todos sus actos el terror de su alma. De aqu que creciera la desconfianza en el seno de las regiones insurrectas, el desaliento en otras provincias de Italia, las desilusiones diplomticas y la inevitable ruina del movimiento. Apoyada nicamente sobre el principio de no intervencin, cay con l. Para decir verdad, el principio de no intervencin fue proclamado explcitamente, solemnemente, por el gobierno de Francia. Antes del movimiento, en una memoria redactada por varios italianos influyentes, se haba preguntado al Embajador francs en Npoles, Latour-Maubourg, cul sera la conducta de Francia si una revolucin en Italia provocase la intervencin armada de Austria, y el Embajador haba escrito al margen, de su propia mano, que Francia defendera la revolucin siempre que el nuevo gobierno no asumiera formas anrquicas y reconociera, los principios de orden generalmente adoptados en Europa. Latour-Maubourg neg rpidamente que hubiera escrito dicha nota, pero, entregada en los primeros das del movimiento al gobierno provisional, fue vista y atestiguada por uno de sus miembros, Francesco Orioli, en su libro editado en Pars en 1834-1835, sobre La revolution d'Italie. Adems, Lafitte, Presidente de la Cmara de Diputados, profiri las siguientes palabras el da 19 de diciembre de 1830:

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Francia no permitir violacin alguna del principio de no intervencin... La Santa Alianza tena como base sofocar colectivamente la libertad de los pueblos, cualquiera que fuese el lugar donde se levantara el estandarte; el nuevo principio, proclamado por Francia, es el de conceder franco desarrollo a la libertad, cualquiera que sea el lugar donde surja espontneamente. El 15 de enero, Guizot haba dicho: El principio de la no intervencin es idntico al principio de la libertad de los pueblos. El 22 del mismo mes, el Ministro de Negocios Extranjeros declar: La Santa Alianza estaba fundada sobre el principio de intervencin, sojuzgador de la independencia de todos los Estados secundarios; el principio opuesto, que hemos consagrado y que haremos respetar, asegura a todos libertad e independencia. El 28, las mismas palabras fueron repetidas por el Duque de Dalmacia, y el 29 por Sebastiani. Pero si los jefes del movimiento tenan el derecho de creer que no seran traicionados, tambin deban haber tenido en cuenta que en el ao 1831 una guerra entre Francia y Austria deba desencadenar la guerra general europea entre los dos principios de la inmovilidad y del progreso por medio de la soberana nacional. Y en esa guerra, si Francia no poda esperar ms que triunfos, Luis Felipe corra el riesgo de perderlo todo, ahogado en el movimiento. El impulso revolucionario que recibira Francia hubiera arrastrado a la monarqua al vrtigo de una guerra, la cual, considerando la naturaleza de los elementos en juego, habra tomado rpidamente el carcter de una cruzada republicana, y la monarqua de entonces era dbil y sin races de simpata popular en el pas. La paz era, pues, absolutamente necesaria para la existencia de la dinasta. No haba, por tanto, ms que un medio para obligarle a mantener las promesas: preparar la resistencia, prolongar la lucha el tiempo necesario para mover la opinin en Francia, y extender el movimiento en aquellas regiones, especialmente en el Piamonte, donde la intervencin de Austria es inconciliable, como la de Prusia en Blgica, con la tradicin poltica de Francia. La pretensin de vencer la repugnancia de Luis Felipe mostrndose dbil era una locura, y una locura era tambin ilusionarse creyendo que el principio de no intervencin impedira inmiscuirse a Austria. Aun a riesgo de una guerra, Austria no poda tolerar que frente a sus posesiones de la regin lombardo-vneta se estableciese un gobierno de libertad. El gobierno de la insurreccin, al no preparar la guerra, daba tiempo a Austria para destruir rpidamente los motivos de conflicto con Francia y apagar la agitacin francesa. La importancia del tiempo fue comprendida perfectamente por Luis Felipe, quien, esperando que la insurreccin fuese reprimida antes de que se le pidiese cuenta de sus promesas, ocult durante cinco das al presidente del Consejo, Lafitte, inepto pero honrado, el despacho con que el Embajador francs en Viena anunciaba la invasin de Austria en la Italia Central. Mientras tanto, los gobiernos provisionales de las provincias insurrectas haban aceptado la hiptesis de que Austria no invadira, que dara tiempo a que la revolucin se implantase con carcter de estabilidad en el corazn de Italia, y que toda la poltica del movimiento revolucionario debera consistir en no proporcionar motivo legtimo a la invasin. En ningn acto fue proclamada la soberana nacional, nadie llam al pueblo a las armas, nunca se habl del principio de eleccin, y nadie intent actuar sobre las dems provincias italianas. El temor se transparentaba en cada decreto. La revolucin, ms que proclamada, pareca aceptada. Esta ilimitada fe en todo lo que tiene aspecto de clculo o tctica, y la perenne falta de entusiasmo, de accin y de simultaneidad de la obra, tres cosas que renen en s la ciencia de la revolucin, fueron y son, sin embargo, plaga mortal en Italia. Esperamos, estudiamos los acontecimientos, pero no nos lanzamos a crearlos ni a dominarlos. Honramos con el nombre de prudencia lo que en sustancia no es ms que una mediocridad insoportable de concepto. As, los desventurados movimientos de 1820, de 1821, y de 1831 me ensearon los errores que era necesario evitar a toda costa, pues confundiendo individuos y cosas, el fracaso daba lugar al ms profundo desaliento. Personalmente, tales hechos me llevaron al convencimiento de que el triunfo era un problema de direccin. Algunos decan que la censura merecida de los hombres que haban dirigido recaa sobre el pas: el simple hecho de ser ellos y no otros los que ascendieran al poder representaba para todos casi un vicio inherente a las circunstancias de Italia, algo as como la medida de la potencia revolucionaria italiana.

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En aquella eleccin yo vea tan slo un error de lgica, susceptible de remediarse. El defecto, que prevalece tambin hoy, es el de confiar la eleccin de los jefes de las insurrecciones a aquellos que no las han realizado. En virtud de un sentido de legalidad, bueno en s, pero llevado ms all de los trminos del deber; por un deseo, honroso en el origen pero exagerado en demasa, de escapar a las acusaciones de anarqua o de ambicin; por una costumbre tradicional de confianza, justificada nicamente en condiciones normales, en los hombres cargados de aos y con nombres ms o menos ilustres de la localidad; en fin, por la absoluta inexperiencia de la naturaleza y del desarrollo de los grandes hechos revolucionarios, el pueblo y la juventud haban cedido siempre el derecho de dirigir a los primeros que, con una apariencia de legalidad, se haban presentado a ejercer ese derecho. La conspiracin y la revolucin han estado siempre representadas por dos rdenes diversos de hombres: unos a quienes se les deja de lado despus de haber destruido los obstculos; los otros, llamados ms tarde para dirigir el desarrollo de una idea que no era la suya, de un programa que no haban madurado, de una empresa cuyas dificultades y elementos no haban nunca estudiado, y con la cual nunca se haban identificado ni por sacrificio ni por entusiasmo. He aqu por qu la direccin de un movimiento se transforma repentinamente. As, en el ao 1821, en Piamonte, el desarrollo del concepto revolucionario se confi a hombres que como Dal Pozzo, Villamarina, Gubernatis, haban permanecido extraos a la conspiracin. De igual modo, en Bolonia, fueron aceptados como miembros del gobierno provisional hombres aprobados por el mismo gobierno que se derribaba; su ttulo era un edicto de Monseor Paracciani Clarelli. Los Consejos de Administracin Municipal, tomando el nombre de Consejos Cvicos, se declararon representantes legales del pueblo, y eligieron, sin derecho alguno, las autoridades provisionales. (Dal Pozzo, expulsado despus de 1821, obtuvo el permiso de repatriacin vendiendo su pluma a Austria). Por tanto, predominaban en estos consejos los hombres de edad avanzada, nutridos de viejas ideas, temerosos de la juventud y todava aterrorizados por los excesos de la Revolucin Francesa. Su liberalismo era el que hoy se llama moderado, dbil, medroso, capaz de una tmida oposicin legal en los pequeos detalles, sin apoyarse en los principios. Y, naturalmente, eligieron hombres de tendencias afines, descendientes de viejas familias, profesores, abogados con muchos clientes, desheredados de la inteligencia, del entusiasmo y de la energa necesarios para llevar a cabo una revolucin. Los jvenes, los confiados, los inexpertos, cedan; olvidaban la diferencia inmensa que hay entre las necesidades de un pueblo siervo y las de un pueblo libre, y que difcilmente los hombres que representaron los intereses individuales o municipales del primero son aptos para representar los intereses polticos o nacionales del ltimo.III

Orientaciones Morales y Polticas6Las instrucciones que en aquel primer perodo de la asociacin trataba yo de inculcar a los comits, a los directivos, y a cuantos jvenes se ponan en contacto conmigo, eran en parte morales y en parte polticas. Las instrucciones morales se reducan, poco ms o menos, a esto: No slo somos conspiradores sino tambin creyentes: aspiramos a ser no slo revolucionarios sino tambin, en todo lo que existe en nosotros, regeneradores. Nuestro problema es, ante todo, un problema de educacin nacional: las armas y la insurreccin no son ms que medios, sin los cuales, dadas nuestras condiciones, es imposible resolverlo, pero nosotros no invocamos las bayonetas sino en cuanto ellas llevan en su punta una idea. Poco importara destruir si no tuviramos esperanza de fundar algo mejor; de poco servira escribir deberes y derechos sobre un trozo de papel si no intentramos grabarlos en las almas. Aquello que descuidaron nuestros padres es lo que debemos tener siempre ante la mente. No basta inducir a levantarse a los diversos Estados de Italia; se trata de crear la Nacin. Creemos religiosamente que Italia no ha agotado su propia vida en el mundo, que est llamada a introducir todava nuevos elementos en el desarrollo progresivo de la humanidad, y a vivir una tercera vida; debemos intentar iniciarla.

(6) Scritti, editi ed inediti, Edizione Nazionale, vol. LXXVII, pg. 73.

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El materialismo no puede engendrar en poltica otra cosa que la doctrina del individuo, bueno quizs para asegurar -apoyndose sobre la fuerza- el ejercicio de algunos derechos personales, pero impotente para fundar la nacionalidad y la asociacin, que exigen fe en una unidad de origen, de ley, de fin; nosotros lo rechazamos. Debemos tender a reanudar la tradicin filosfica italiana de los siglos XVI y XVII, tradicin de sntesis y de espiritualismo; a reavivar las fuertes creencias, resucitar en el corazn de los italianos la conciencia de los hechos de la nacin; y a darles, con esa conciencia, valor, potencia de sacrificio, constancia y acuerdo en la tarea. Y las instituciones polticas eran las siguientes: El partido ms fuerte es el partido ms lgico. No contentaros con un simple sentido de rebelin, con inciertas e indefinidas declaraciones de liberalismo. Preguntad a cada uno su creencia, y aceptad slo a los hombres cuya creencia est de acuerdo con la vuestra. No deis importancia al nmero, sino a la unidad de las fuerzas. Nuestro experimento es un experimento sobre nuestro pueblo; podremos resignarnos a la posibilidad de encontrarnos desilusionados en nuestras esperanzas, pero no al peligro de ver surgir entre nosotros la discordia despus de la accin. La vuestra es una bandera nueva; buscadle mantenedores entre los jvenes, y en ellos entusiasmo, capacidad de sacrificio y energa. Decidles siempre la verdad, todo lo que queremos. Si aceptan, estaremos seguros de ellos. Supremo error del pasado fu confiar el destino del pas a los individuos ms que a los principios. Combatidlo; predicad fe, no en los nombres sino en las multitudes, en el derecho, en Dios. Enseadles a elegir los jefes entre aquellos que hayan encontrado sus inspiraciones en la revolucin y no en el estado de cosas anteriores. Poned al desnudo los errores del 1831 y no callis ninguna de las culpas de los jefes. Repetid siempre que la salud de Italia est en su pueblo. La palanca del pueblo est en la accin, en la accin continua, renovada sin desfallecer ni aterrarse por las primeras derrotas. Hud de las componendas, que son casi siempre inmorales y por aadidura intiles. No os ilusionis con poder evitar la guerra, guerra inexorable, feroz, de Austria; cuando os sintis fuertes, provocadla; la ofensiva es la guerra de las revoluciones; acometiendo, inspiraris pnico al enemigo, fe y ardor en los amigos. No tengis esperanzas en los gobiernos extranjeros; si podis recibir alguna vez ayuda de ellos, slo ser despus de convencerlos de que sois fuertes y capaces de vencer sin su intervencin. Desconfiad de la diplomacia, desviadla luchando y publicando todas las cosas. No os levantis nunca si no es en nombre de Italia y por Italia en todo cuanto es. Si vencis en la primera batalla en nombre de un principio y con vuestras fuerzas, seris iniciadores entre los pueblos, y tendris compaa en el segundo combate. Y si os toca caer, habris, al menos, favorecido la educacin del pas. Dejaris sobre vuestra tumba un programa para la generacin que vendr despus de la vuestra. Todava viven muchos de los hombres que en aquella poca estuvieron en contacto conmigo, y pueden decir si mi lenguaje no era se. El experimento triunf. El pueblo rechaz los medios indignos.IV

Nacionalidad y Nacionalismo7La poca pasada, poca que ha terminado con la Revolucin Francesa, estaba destinada a emancipar al hombre, al individuo, conquistando para l los dogmas de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. La nueva poca est destinada a constituir la humanidad, el socialismo, no slo en sus aplicaciones individuales, sino entre pueblo y pueblo, est destinada a organizar una Europa de pueblos libres, independientes en cuanto a su misin interna, asociados entre s en un intento comn, bajo la divisa libertad, igualdad, humanidad. Hasta ahora era Francia quien guiaba: la que absorba la direccin del desarrollo de la civilizacin europea; la iniciativa del movimiento era suya exclusivamente; pero ahora toda supremaca exclusiva de un pueblo debe apagarse con la rehabilitacin de todos, con la determinacin de una misin que corresponde a cada uno de ellos y que constituye su nacionalidad.

(7) Scritti, editi ed inediti, Edizione Nazionale, vol. X. Epistolario, vol. III, pg. 257.

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De esas misiones especiales, concertadas y armonizadas, se deriva la misin general que tenga la humanidad para el progreso. Sobre todo, Suiza debe acoger favorablemente nuestra teora de la Giovine Europa, porque tiende a constituir una nacin suiza y a colocarla entre los elementos del desarrollo de la civilizacin europea, encontrndole una misin. Hasta ahora, y preciso es confesado, ese pas no ha mostrado poseer una conciencia, y por ello ha sido siempre dbil, fluctuante entre Francia y Austria, valor nulo en el gran equilibrio europeo, juguete despreciable de todos los tiranos, y amenazada actualmente por algo peor. Si en la primera crisis europea no quiere ser vctima, es necesario que se despierte, que se fije un fin, una fe, una religin de principios, tanto en el interior como en el exterior, y este fin, para el interior, debe fijarse en una constituyente, en una asamblea verdaderamente nacional, que anule el viejo pacto del 15 y lo sustituya por otro ms nacional; para el exterior, la nacin ha de estar unida mediante lazos de fraternidad con los pueblos que quieren ser libres, reemplazando as a la liga de los gobiernos. Esta misin que debe cumplir en el exterior, ser definida en un trabajo que pienso publicar dentro de poco, precisamente en Suiza. Entre tanto, es necesario preparar el terreno para que pueda sembrarse la semilla, es preciso comprender la idea de la Giovine Europa, - dar a conocer que la Giovine Europa no es una secta, sino una asociacin; que no tiene un fin de destruccin, sino el mucho ms importante de fundacin; que no aspira tan slo a sembrar una idea poltica, sino a hacer una religin de un principio renovador que debe aplicarse a todos los ramos de la actividad humana, y crear una nueva filosofa, una nueva literatura, una nueva economa poltica, etc. Es necesario, adems, concretndose al objeto ms prximo y ms material, hacer entrever que se preparan grandes acontecimientos, que estos acontecimientos, cualquiera que sea el pueblo donde surjan, deben provocar necesariamente la guerra europea, guerra universal, porque es de principios, y entonces los gobiernos absolutistas aprovecharn el acontecimiento para intentar destruir esta forma de gobierno republicano y para realizar el desmembramiento, tanto tiempo proyectado, de Suiza -y eso slo podr impedirlo la liga de los hombres libres de todos los pases, en suma, la Giovine Europa.V

Poltica de principio o poltica de intereses? 8Os engais, nos dicen; a los pueblos les falta la fe. Las masas yacen embrutecidas. La costumbre de las cadenas las ha privado de movimiento. No tenis hombres; tenis ilotas. Cmo haris para llevarlos al combate? Para mantenerlos en el campo de batalla? Los llamamos a las armas varias veces: gritamos pueblo, libertad, venganza. Por un instante levantaron las cabezas, pero volvieron a caer en el antiguo sopor. Vieron pasar la procesin fnebre de nuestros martirios y no comprendieron que con nosotros se sepultaban sus derechos, su vida, su salvacin. Siguen el oro, y el terror los condena a la inercia. El entusiasmo se apag, y no es fcil volver a encenderlo. Ahora bien, sin las masas sois incapaces de actuar; podis afrontar el martirio, pero no conquistar la victoria. Morid, si creis que de vuestra sangre pueda surgir quiz una generacin de vengadores, pero no arrastris con vuestros hechos a aquellos que no tienen vuestra fuerza ni vuestra esperanza. El martirio no puede constituir una fe de todo un partido. No es conveniente agotar en tentativas ineficaces fuerzas que un da podrn emplearse tilmente. No os ilusionis. Resignaos y esperad pacientemente. La cuestin es seria y rene en s el porvenir del partido. La fe falta en los pueblos: pero qu consecuencias debemos deducir de ese hecho? Cules son sus causas? Aceptaremos una identidad engaosa entre la fe y la potencia? Diremos que donde falta la fe no existe capacidad? Que los pueblos son hoy impotentes por la fuerza de los hechos? Que no han esperado bastante? Que los tiempos estn inmaduros? Que la expiacin -si tambin los pueblos tienen culpas que expiar- no se ha logrado? Aceptando tales opiniones aceptaremos un sistema de fatalidad histrica rechazado por la conciencia del siglo, renegaremos, postrndonos cobardemente ante un hecho sin intentar siquiera explicarlo, de la ingnita potencia humana.

(8) Scritti, editi ed inediti, Edizione Nazionale, vol. VI, pg. 359.

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La existencia de un hecho no prueba la necesidad de ese hecho, y no puede darlo como norma de las acciones sino aquel que, llevando a los extremos confines el materialismo, renuncie al estudio de las causas para ser sojuzgado, pasivamente. Negaris la facultad de moverse al hombre, porque se halle inmvil? Las condiciones actuales no son una medida de la fuerza que reside en los pueblos. Son verdaderamente dbiles los pueblos, o es que tan slo les falta la fe, esa fe que revelndose en actos pone en movimiento las fuerzas? stos son los diversos trminos del problema. S, falta la fe en los pueblos, pero no la fe individual, creadora de los martirios, sino la fe comn, social, creadora de la victoria: la fe que excita a las multitudes, la fe en los propios hechos, en la propia misin, en la misin de la poca, y que ilumina y arde, que reza y combate, y penetra sin temor en los caminos de Dios y de la humanidad, con la espada del pueblo en la diestra, con la religin del pueblo en el corazn, con el porvenir del pueblo en la mente. Pero esta fe, que ha sido predicada por el primer sacerdote de la poca, Lamennais, y que debera repercutir entre nosotros, podr venirnos de la fuerza o de la conciencia? Huy de vuestras almas por un sentido de impotencia real o por opiniones falsamente concebidas y prejuicios que pueden combatirse? No bastara un acto de enrgica voluntad para restablecer el equilibrio entre los opresores y los oprimidos? Y si as fuese, hacemos algo por crearlo? Son nuestras tendencias, las manifestaciones de nuestro pensamiento que queremos promover, de tal capacidad que permitan realizar el intento? Somos nosotros, elevados a jefes del movimiento, o son las multitudes que nos siguen, los responsables de la inercia actual? Mirad a Italia. Desventuras, sufrimientos, protestas, sacrificios individuales, han llegado hasta el extremo en esa tierra. El cliz ha rebosado. La opresin est, como el aire, por todas partes, pero tambin la rebelin. Tres estados separados, veinte ciudades, dos millones de hombres, se alzan en una semana derribando sus gobiernos, y se declaran emancipados sin que se levante una sola protesta, sin que se derrame una sola gota de sangre. Las tentativas se suceden una a otra. Falta la fuerza a aquellos veinticinco millones de hombres? Italia en revolucin tiene fuerza suficiente para combatir contra tres Austrias. Falta la inspiracin tradicional, la religin de los recuerdos, el pasado? El pueblo se postra, sin embargo, ante las sagradas reliquias de una grandeza que pas. Falta la misin? Italia, por s sola, ha dado dos veces el grito de unidad a Europa. Falta el valor? Preguntadlo al ao 1746, al 1799, a los recuerdos del gran ejrcito, a los mrtires tres veces santos que desde hace catorce aos mueren en el silencio, sin gloria, por una idea... Lo escribo con profundo convencimiento: no existe quizs un solo pueblo de Europa que no pueda, con la fe, con el sacrificio y con la lgica revolucionaria romper, frente a la Europa monrquica conjurada contra l, las propias cadenas; no hay un pueblo que no pueda, con la santidad de un pensamiento de porvenir y de amor, con la potencia de una palabra escrita sobre su bandera de insurreccin, iniciar una cruzada en Europa; no hay un pueblo al cual no se haya brindado la ocasin para hacerlo, de 1830 en adelante. Pero en Italia, en Alemania, en Francia, en Suiza, en Polonia, en todas partes, los hombres desgraciadamente influyentes mudaron la naturaleza primitiva de los movimientos revolucionarios: hombres ambiciosos y concupiscentes slo vieron en el alzamiento de un pueblo una posibilidad de ganancia o de dominacin; hombres dbiles, temblorosos por la dificultad de la empresa, sacrificaron desde los primeros das la lgica de las insurrecciones a su propia timidez: por todas partes falsas o funestas doctrinas desviaron la orientacin de las revoluciones; el pensamiento de una casta socav el pensamiento popular de la emancipacin de todos por obra de todos, la idea de una ayuda extranjera debilit o suprimi la idea nacional. Y en ningn lugar los promotores, los jefes, los gobiernos de las insurrecciones, se determinaron a arrojar sobre la balanza de los destinos del pas, la suma total de las fuerzas que una voluntad enrgicamente inspirada hubiera podido poner en movimiento; en ningn lugar la conciencia de la misin, la fe en su cumplimiento, el intelecto del siglo y del pensamiento que lo domina, dirigieron los actos de los hombres que, al asumir la direccin de los acontecimientos, se haban hecho responsables de su triunfo ante la humanidad. Tenan ante s una misin gigantesca y pretendieron realizarla postrados.

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Haban entrevisto el secreto de las generaciones, odo el grito de gran nmero de hombres ansiosos de sacudir el polvo de sus sepulcros para dedicarse, jvenes o rejuvenecidos, a una nueva vida; eran llamados a proferir sin temor o reticencia el verbo del pueblo o de los pueblos, y en cambio balbucearon palabras inseguras de concesiones, de pactos, entre el derecho y la fuerza, entre lo justo y lo injusto. Como viejos decrpitos, pidieron al arte un elemento de vida ficticia, a la antigua poltica el concepto de su existencia imperfecta y fugaz. Mezclaron vida y muerte, libertad y esclavitud, privilegio e igualdad, pasado y futuro. Era natural elevar -aun sobre sus propios cadveres- la bandera de la insurreccin para que todos los pueblos pudieran leer en ella una promesa de victoria; y ellos la salpicaron con el fango regio, la velaron entre los protocolos, y la abandonaron inerte, casi prostituida, ante las puertas de todas las cancilleras extranjeras. Crean en las promesas de un ministro, en las esperanzas dadas por las embajadas, en cualquier cosa que no fuera el pueblo y su omnipotencia. Vimos a jefes de revoluciones detenerse en el examen de los tratados de 1815, buscando la carta de la libertad polaca o italiana; a otros ms culpables, renegar de la humanidad y afirmar el egosmo, esgrimiendo como bandera un principio de no intervencin digno de la Edad Media; a otros, ms culpables todava, renegar de los hermanos y de la madre patria, romper la unidad nacional en el momento mismo en que deba iniciarse su triunfo y proferir, mientras el extranjero avanzaba hacia sus ciudades, la impa palabra: Boloeses, la causa de los modenenses no es la nuestra. Olvidaban todos en su ansia de dar, segn decan, legalidad a las revoluciones, que toda insurreccin tiene su legalidad en el objeto, legitimidad en la victoria, medios de defensa en el ataque, prenda de triunfo en su difusin. Olvidaban que la carta de libertad de una nacin es un artculo de la carta de la humanidad, pero que slo merecen vencer aquellos que son capaces o de triunfar o de morir en defensa de todos. Y ahora, viendo a los iniciadores de las revoluciones palidecer ante la empresa, retroceder ante la necesidad de la accin, o moverse inseguros, temblorosos, sin un fin determinado, sin programa, sin ms esperanzas que un socorro extranjero, tambin los pueblos dudaron temerosos o quiz pensaron que la hora an no haba llegado. Frente a revoluciones traicionadas en sus principios, las muchedumbres se abstuvieron, el entusiasmo naciente se fue perdiendo y la fe desapareci. La fe desapareci, pero qu hacemos nosotros? Qu hacemos ahora para que vuelva a surgir? Vergenza y dolor! Mientras aquella santa luz del pueblo se apagaba, andbamos errantes entre las tinieblas, sin vnculo, sin programa, sin unidad de direccin, o cruzbamos los brazos sobre el pecho como hombres sin esperanza. Algunos lanzaron un grito de angustia y renunciaron a un progreso terrestre para murmurar un canto de resignacin, una plegaria de moribundo, o, perdiendo toda esperanza, con una sonrisa amarga en los labios, declararon que haba llegado el reino de las tinieblas; aceptaron como inevitables e irrevocables el escepticismo, la irona, la incredulidad, y el eco de sus blasfemias se tradujo en las almas fatigadas en corruptela y en las almas vrgenes en suicidio por desesperacin. Entre estos extremos oscila hoy nuestra literatura. Otros, recordando en un momento la luz que ilumin su infancia, se lanzaron tras ella hacia el sagrario de donde parta, y se entregaron a reavivarla; o, reconcentrados en una contemplacin subjetiva, comenzaron a vivir el yo, y olvidando o negando el mundo fenomenal se dedicaron inmviles al estudio del individuo. Y sta es nuestra filosofa. Otros, finalmente, nacidos para combatir, iluminados por la llama del sacrificio -que, sabiamente dirigidos, hubieran producido milagros-, dominados por instintos sublimes, pero imperfectos y mal definidos, arrancaron una bandera en la sepultura de sus padres y se lanzaron hacia adelante; pero sus pasos se dividieron, y cada uno de ellos, rasgando un pedazo de aquella bandera, pretendi convertirlo en bandera de todo el ejrcito. sta es la historia de nuestra vida poltica. Perdone el lector nuestra insistencia en estos lamentos, que son nuestro delenda est Carthago. Mi obra no es de escritor, es misin severa y franca de apostolado. Y esta misin no consiente diplomacia. Busco al secreto

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del retraso de nuestro movimiento, que me parece derivar de causas extraas a las fuerzas enemigas: busco el modo de plantear el problema en trminos que permitan reconquistar rpidamente una iniciativa perdida. Y tengo que callar o decir toda la verdad. Ahora bien, me parece que el retardo obedece a dos causas principales, ambas dependientes de una desviacin del verdadero camino, ambas tendientes a sustituir el culto del porvenir por el del pasado. La primera nos ha arrastrado a descubrir un programa en aquello que slo era una conclusin, un poderoso resumen, una frmula que expresa el trabajo de toda una poca y sus conquistas; a confundir dos pocas y dos sntesis distintas; a encerrar un movimiento de renovacin social en las estrechas proporciones de un trabajo de desarrollo y de deduccin; a abandonar el principio por su smbolo, al dios por el dolo; a inmovilizar la iniciativa, cruz de fuego que la mano de Dios trasmite de un pueblo a otro; y a bastardear y sofocar la nacionalidad de los pueblos, que es su vida, su misin, su fuerza para cumplirla, la parte que Dios les asign a ellos, en la tarea comn, en el desenvolvimiento del pensamiento uno y mltiple, alma de nuestra vida en este mundo. La segunda nos ha conducido a confundir el principio con una de sus manifestaciones, el elemento eterno de toda organizacin social con uno de sus desarrollos sucesivos, y a creer cumplida una misin que en realidad tan slo se ampliaba y mudaba de carcter. Rompimos, en virtud de ese error, la unidad del concepto, cuando precisamente exiga ms amplio desarrollo; enmascaramos la misin del siglo XVIII, pusimos una negacin con punto de partida en el XIX, y abandonamos el pensamiento religioso cuando ms que nunca era necesario reavivarlo y extenderlo para abrazar con l todo el conjunto de las cosas destinadas a formarse y fundir en un alto concepto social cuanto hoy yace independiente y dividido. El siglo XVIII, que se ha considerado en demasa como un siglo de escepticismo y negacin, dedicado tan slo a una obra crtica, tuvo su propia misin y conceptos prcticos eficaces para cumplirla. Su fe, titnica, sin lmites, se deposit en la fuerza y la libertad humanas. Su misin fue, permtaseme la expresin, definir el activo de la primera poca del mundo europeo: compendiar, reducir a una frmula concreta, aquello que dieciocho siglos de cristianismo haban examinado, desenvuelto y conquistado. Y la realiz con la Revolucin Francesa, traduccin poltica de la revolucin protestante, manifestacin altamente religiosa, cualquiera que sea el pensamiento de los escritores superficiales a quienes los excesos de algunos individuos, actores secundarios en el drama suministraron normas de juicio para todo el perodo. El instrumento empleado para provocar la revolucin y alcanzar su fin fue el derecho. En una teora del derecho radic su fuerza, el mandato, la legitimidad de sus actos; en una declaracin de derechos, su frmula suprema. Qu otra cosa es el hombre, el individuo, sino el derecho? No representa l, en la serie de los trminos del progreso, la persona humana y el elemento de la emancipacin individual? Y el fin del siglo XVIII fue precisamente cumplir la evolucin humana presentida por la Antigedad, anunciada por el cristianismo y alcanzada en parte por el protestantismo. Entre el siglo y aquel objeto exista una multitud de obstculos: impedimentos de toda clase a la libre espontaneidad, al libre desarrollo de las facultades individuales; vetos, reglamentos y preceptos que limitaban la actividad humana; tradicin de una actividad cadavrica; aristocracias que parecan capacidades y fuerzas, formas religiosas que vedaban el movimiento y el progreso. Era necesario derrumbarlos y el siglo los derrumb. Sostuvo una batalla terrible, victoriosa, contra todo lo que divida en fracciones inconexas el poder humano, contra todo lo que negaba el progreso, contra todo lo que detena el vuelo de la inteligencia. Todo gran pensamiento revolucionario necesita un concepto que le sirva de palanca, un centro de accin, un punto de apoyo determinado. El siglo encontr el suyo colocndose en el centro del propio sujeto, que fue el yo, la conciencia humana, el Ego sum de Cristo. En aquel centro, la revolucin, consciente de sus propias fuerzas y soberana por derecho de conquista, no se preocup de probar al mundo sus orgenes, su vnculo con el pasado. Afirm. Grit, como Fichte: libertad; sin igualdad no existe libertad; todos los hombres son iguales.

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Despus se dedic a negar9. Neg el pasado inerte; neg el feudalismo, la aristocracia, la monarqua. Neg el dogma catlico, dogma de absoluta pasividad que envenenaba los manantiales de la libertad e implantaba el despotismo en la cpula del edificio. Fueron ruinas sin fin. Pero en medio de estas ruinas, entre aquellas negaciones, surga una inmensa afirmacin: la criatura de Dios, dispuesta a actuar, radiante de poder y de voluntad; el ecce homo, repetido despus de dieciocho siglos de sufrimientos y de luchas, no por la voz del mrtir, sino sobre el altar elevado por la revolucin a la victoria; el derecho, fe individual radicada para siempre en el mundo. Es esto cuanto buscbamos? Deber el hombre, en cuyo ser alienta actividad progresiva, permanecer yacente, a guisa de esclavo emancipado, satisfecho con su solitaria libertad? No le queda, para cumplir su propia misin sobre la tierra, otra cosa que un trabajo de deduccin de consecuencias, que se traduce en la esfera de los hechos, de conquistas que se apoyan en una organizacin defensiva? Se ha cerrado la serie de los trminos que componen la gran ecuacin porque la incgnita humana haya sido ya calculada o porque, entre los trminos del progreso, aquel que constituye el individuo se haya colocado entre las cantidades conocidas y determinadas? Se ha apagado la capacidad de progreso? No existe para nosotros ms movimiento que el circular? Por qu el hombre, consagrado por el pensamiento como rey de la tierra, al haber roto una forma religiosa envejecida que aprisionaba su actividad y limitaba su independencia, no hallar ya ningn nuevo vnculo de fraternidad comn? Ni religin? Ni concepto de ley general y providencial reconocida y aceptada? No, Dios eterno! Tu palabra no se ha cumplido; tu pensamiento, pensamiento del mundo, no se ha revelado completamente. Esto permanece y permanecer por largos siglos inaccesible al clculo humano. Los siglos transcurridos slo nos han revelado algunos fragmentos. Nuestra misin no ha terminado. Apenas sabemos su origen, e ignoramos el objetivo final; el tiempo y nuestros descubrimientos permiten ampliar los confines. Pasa de siglo en siglo hacia destinos ignotos; busca la propia ley, de la cual tan slo poseemos las primeras lneas. De iniciacin en iniciacin, a travs de las series de sus reencarnaciones sucesivas, purifica y ampla la frmula del sacrificio, y ensea el camino a seguir para el estudio de una fe progresiva eterna. Las formas se modifican y se disuelven. Las religiones se extinguen. El espritu humano las abandona, como el caminante abandona el fuego que le calent durante la noche, y busca otros soles, pero la religin permanece; el pensamiento es inmortal, sobrevive a las formas y renace de sus propias cenizas. La idea se desprende, atenuada, del smbolo; se emancipa del involucro donde estaba encerrada y que el anlisis consume, irradia pura y brillante como una estrella aadida a las otras en el cielo de la humanidad. Cunto deber arder todava la fe para que se ilumine totalmente la senda del futuro? Quin puede decirnos cuntas estrellas, cuntos pensamientos seculares, libres de toda nube, debern ascender hacia el cielo de la inteligencia, para que el hombre, ese compendio vivo del verbo terrestre, pueda decirse a s mismo: Tengo fe en m, y mis destinos se han cumplido? sta es la ley. A una tarea suceder otra y a una sntesis otra sntesis. Y la ltima, para nosotros preside la tarea y prescribe su mtodo y su organizacin. Ella comprende todos los trminos conquistados por las sntesis anteriores, ms el nuevo objeto a que nos llevan todos los esfuerzos, y la incgnita se transforma en valor conocido. El anlisis tambin tiene su forma, pero pide a la sntesis de la poca el programa y el punto de partida. El anlisis, en efecto, no tiene vida propia, su existencia es puramente objetiva, y obtiene de todas partes normas y misiones. Parte de cada poca; no es bandera de ninguna. Quien divide las pocas en orgnicas y crticas falsea la historia. Cada poca es esencialmente sinttica; cada poca es orgnica. La evolucin progresiva del pensamiento que nuestro mundo manifiesta visiblemente tiene lugar por expansin continua. La cadena no puede interrumpirse. Diversos fines se ligan unos con otros. La cuna est unida a la tumba. Por tanto, apenas la Revolucin Francesa concluy una poca, los primeros rayos de otra aparecieron en el horizonte; apenas el individuo humano declar, con la carta de derechos, su triunfo, el intelecto presinti(9) Ninguno puede, razonablemente acusarnos de desconocer el espritu catlico que preside los fenmenos del desarrollo de la civilizacin moderna. Todos saben el significado atribudo a la palabra catolicismo. Si catlico no fuera smbolo de universal, recordaremos que cada religin tiende por su naturaleza a hacerse catlica, y especialmente la sntesis que coloca la palabra humanidad a la cabeza de sus frmulas.

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otra carta; la de los principios; apenas se determin la incgnita de la llamada Edad Media, y apareci el gran intento de la sntesis cristiana, se present otra incgnita a las generaciones actuales, y otro objetivo fue el tema de sus tareas. Por todas partes surgi la pregunta: Qu se propone la libertad? Cul es el fin de la igualdad, si no es, en ltimo anlisis, la libertad de todos? El hombre libre es tan slo una fuerza activa, dispuesta a actuar. De qu manera deber hacerlo? Caprichosamente? En qu direccin se mover? Pero esto -no es la vida, sino una simple sucesin de actos, de fenmenos, de emisiones de vitalidad, sin vnculo, sin relaciones, sin continuidad; es la anarqua. La libertad de uno tropezar inevitablemente con la libertad del otro. Tendremos choques y ms choques entre los individuos, prdida de fuerzas y gasto intil de la facultad productora que radica en nosotros y que debera sernos sagrada. La libertad de todos, sin ley comn que la dirija, conduce a la guerra de todos, tanto ms cruel cuanto ms espiritualmente iguales sean los individuos combatientes. Y los hombres creyeron haber encontrado el remedio cuando desenterraron del pie de aquella cruz de Cristo, que domina sobre toda una poca de la historia del mundo, la frmula de fraternidad que el hombre divino, al morir, leg al gnero humano; sublime frmula ignorada por el pueblo pagano, por la cual el mundo cristiano emprendi muchas santas batallas, desde las Cruzadas hasta Lepanto. Estuvo escrita sobre todas las banderas y form, en unin con los otros dos trminos conquistados, el programa del porvenir. Pretendieron encerrar el progreso dentro del crculo asignado a esos tres puntos. Pero el progreso lo rompi: reapareci lo eterno cu bono? Todos pedimos, en efecto, un fin, un fin humano. Qu otra cosa es la existencia sino un fin de los medios necesarios para alcanzarlo? Y la fraternidad no encierra un fin terrestre, general, social; no recoge ni siquiera la necesidad; no tiene relacin esencial, inevitable, con la constitucin de un objetivo que armonice todas las facultades y todas las fuerzas humanas. La fraternidad es, no hay duda, la base de toda sociedad, la condicin primera para el progreso social, pero no el progreso. Lo hace posible, le suministra los elementos indispensables, pero no lo define. No existe contradiccin entre ella y el movimiento circular. La inteligencia comenz a comprender estas cosas; comenz a comprender que la fraternidad, lazo necesario entre los dos trminos, libertad e igualdad, que compendian la sntesis individual, no sobrepasa sus limites, que su accin puede ejercerse de individuo a individuo, que toma fcilmente el nombre de caridad, que puede constituir el punto de donde la humanidad parte para alcanzar la sntesis social, pero no sustituirla. Las investigaciones prosiguieron entonces. Entrevemos que el fin, funcin de la existencia, debera ser tambin el ltimo trmino de la progresin del desarrollo que constituye la existencia misma. Por lo tanto, para dirigirnos recta y rpidamente al fin es necesario conocer con exactitud la naturaleza de esa progresin y poner la accin en armona con ella; conocer la ley y adaptar a ella la tarea; ste es, en efecto, el verdadero modo de plantear el problema. Ahora bien, la ley del individuo nicamente puede pedrsele a la especie. La misin individual no puede asegurarse y definirse sino desde la altura que domina el conjunto. Para obtener, por tanto, la ley del individuo, es necesario ascender al concepto de humanidad. Tan slo desde este concepto puede deducirse el secreto, la norma, la ley de vida del hombre. De aqu la necesidad de la cooperacin general, de la armona en el trabajo, de la asociacin, en una palabra, para realizar la obra de todos. De aqu la necesidad de un cambio absoluto en la organizacin del partido revolucionario, de las teoras de gobierno, de los estudios filosficos, polticos y econmicos, subordinados todos hasta hoy a la inspiracin del principio de libertad. El horizonte ha cambiado. La sagrada palabra humanidad, proferida con nuevo significado, ha abierto a los ojos del genio un mundo que slo se haba presentido, y ha dado nacimiento a una poca. Es necesario un libro para probarlo? Necesitamos extensos razonamientos para mostrar que se es realmente el mvil actual de las inteligencias y que el siglo labora en busca de la propia sntesis? No vemos, desde hace cerca de veinte aos, que todas las escuelas filosficas se afanan, hasta cuando se sumergen en el

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pasado, en buscar una gran incgnita? No lo confiesan, casi a la fuerza, aquellos mismos que ms provecho sacaran de desviar las mentes? Tenemos hoy un catolicismo que intenta conciliar a Gregorio VII con Lutero, al Papado con el alma humana libre e independiente. Tenemos un partido retrgrado e hipcrita que con pasos vacilantes se mueve entre las teoras de gobierno y no s qu mstico jesuitismo que balbucea, profanndolo, el nombre de partido social. Y todos los das omos la palabra humanidad en labios de materialistas que no pueden comprender su valor y que traicionan en todo momento sus naturales tendencias al individualismo del imperio. Como creencia y como homenaje forzado la nueva poca impone su derecho sobre casi todas las inteligencias. Algunos entre los ms fervientes apstoles del progreso lamentaban, no hace mucho, que los hombres del campo enemigo usurparan, como piratas, palabras que nos corresponden, sin siquiera comprender su significado; y era una queja pueril. Precisamente en ese acuerdo, instintivo y forzado como es, descubrimos un poderoso indicio del verbo de nuestra poca: la humanidad. Ahora bien, cada poca tiene una fe propia. Cada sntesis contiene la nocin de un fin y de una misin. Y cada misin tiene un instrumento propio, fuerzas propias y una especial palanca de accin. Aquel que quisiera, valindose del instrumento de accin de una poca determinada, convertir en realidad la misin de otra poca, realizara una serie indefinida de ineficaces tentativas. Vencido por la falta de analoga entre los medios y el fin, podra conquistar el martirio, pero nunca la victoria. Y hemos llegado a este punto. Todos presentimos con el corazn y con el cerebro una gran poca, y hemos querido darle como bandera de fe el anlisis y las negaciones con los cuales se vio obligado el siglo XVIII a circundar la libertad recin conquistada. Murmuramos, inspirados por Dios, las sublimes palabras renovacin, progreso, nueva misin, porvenir, y nos obstinamos, sin embargo, en buscar dentro de la esfera de los hechos el triunfo del programa contenido en aquellas palabras, empleando para ello lo que fue instrumento de una misin hoy extinguida. Invocamos un mundo social, una vasta organizacin armnica de las fuerzas que se agitan confusamente en este inmenso laboratorio que se llama la Tierra, y para despertar a la vida a aquel mundo, para establecer las bases de una organizacin pacfica, hemos recurrido a las viejas costumbres de rebelin que desgastan nuestras fuerzas dentro del crculo del individualismo. Proclamamos el futuro desde el seno de las ruinas. Prisioneros cuya cadena ha sido moderadamente alargada, nos consideramos libres y emancipados porque podemos movernos alrededor de la columna a la que estamos ligados. Y por eso la fe duerme en el corazn de los pueblos, y por eso ni siquiera la sangre de toda una nacin puede reavivarla. La fe exige un objetivo que abrace la vida en su conjunto, concentre todas las manifestaciones y dirija las diversas funciones o las suprima en pro de la actividad de una sola; exige una ferviente e irrevocable creencia de que el objetivo se ha alcanzado, el profundo conocimiento de una misin y la obligacin de cumplirla, en fin, la conciencia de un poder supremo que proteja el camino de los creyentes hacia su objetivo. Estos elementos son indispensables y cuando uno falte no puede haber secta, escuela, partido poltico, ni una fe ni un sacrificio de todas las horas en pro de una elevada idea religiosa. Ahora bien, no tenemos idea religiosa definida, ni creencia profunda en la obligacin exigida por una misin, ni conciencia de una autoridad suprema y protectora. Nuestro apostolado es hoy una oposicin analtica; nuestras armas son los intereses, y nuestro instrumento de accin es una teora de derecho. A pesar de todos los presentimientos sublimes, todos nosotros somos hijos de una rebelin. Nos movemos, como renegados, sin Dios, sin ley, sin bandera que seale el futuro. El antiguo objetivo se ha esfumado; el nuevo, entrevisto un momento, lo ha borrado la doctrina de los derechos, que es la nica que preside nuestras tareas. El individuo es para nosotros fin y medio a un mismo tiempo. Hablamos de humanidad, frmula esencialmente religiosa, y expulsamos de todas nuestras obras la: religin. Tan slo miramos el lado poltico de 1as cosas. Hablamos de sntesis, y descuidamos el elemento ms poderoso y ms activo de la existencia humana. Suficientemente audaces para no detenernos ante el sueo de una unidad europea material, rompemos, sin darle importancia, la unidad moral, desconociendo las condiciones primordiales de toda asociacin, la uniformidad de creencias y de sancin.

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En medio de tales contradicciones pretendemos rehacer un mundo. No exagero. Conozco las excepciones y me parecen admirables, pero el partido es en su generalidad tal como lo describo. Sus presentimientos, sus deseos, pertenecen a la nueva poca; los caracteres de su organizacin y los medios de que intenta valerse corresponden a la antigua. El partido adivina en gran parte la misin que se le ha confiado, pero sin comprender la ndole y los instrumentos oportunos. Por tanto, es incapaz de triunfar, y lo ser hasta el da en que comprenda que el grito Dios lo quiere es el grito eterno de toda empresa que tiene, como la nuestra, el sacrificio como base, los pueblos como instrumento y la humanidad como fin. Lamentis que la fe est moribunda o haya muerto; lamentis que las almas se sequen con el hlito del egosmo, y escarnecis las creencias y proclamis en vuestras pginas que la religin ya no existe, que su tiempo ha pasado y que el futuro religioso de los pueblos ha terminado para siempre! Os maravillis porque las muchedumbres caminan lentas por la senda del sacrificio y de la asociacin, y aceptis, entretanto, un principio, una teora del individuo que slo tiene valor negativo, que se encierra en un mtodo no de asociacin, sino de yuxtaposicin, y que slo es, en ltimo anlisis, el egosmo amamantado por frmulas filosficas! Tendis a una obra regeneradora, a mejorar moralmente -ya que sin esto toda organizacin poltica es estril- a los hombres, y os