germÁn orduna (1926-1999)

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GERMÁN ORDUNA (1926-1999) onocí a Germán Orduna en los años 60, cuando, siendo yo Jefe de Trabajos Prácticos coincidíamos en la sala de profesores de la Facultad de Filosofía y Letras. Él ya era Profesor Adjunto. El trato gentil, el amable cambio de palabras, era su gesto natural; un gesto que no siempre tenían los Profesores con los Auxiliares, más "cuando procedían de diferente cátedra o especialidad. Era un rasgo que condecía con otros. Ya me habían hablado ex alumnos míos de su seriedad y su arte para dar clase; ya había leído un texto suyo de un tema muy distante para mí, pero deslumbrante por su erudición y la lógica rigurosa que sustenta sus conclusiones; era “El fragmento P del Rimado de palacio y un continuador anónimo del Canciller Ayala” aparecido en un número de la prestigiosa revista Filologia, en el que también se publicaba un trabajo mío sobre una obra de García Lorca, escrito en colaboración. Con el paso de los años ambos fuimos avanzando en nuestras carreras como profesores e investigadores, pero nuestros periódicos breves diálogos en la Facultad conservaron la cordialidad invariable. Yo había optado por la Lingüística -por la Gramática-, aunque no dejó de interesarme la literatura y leía clásicos por placer o para compartir ese placer con su inclusión en alguno de mis textos escolares. Entonces trabajos de Gennán Orduna me fueron de ayuda: la edición del Libro del Conde Lucanor et de Patronio, o el artículo “Una nueva aproximación a Berceo”, publicado en el Boletín de Humanidades I del Colegio de

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GERMÁN ORDUNA

(1926-1999)

onocí a Germán Orduna en los años 60, cuando, siendo yo Jefe deTrabajos Prácticos coincidíamos en la sala de profesores de laFacultad de Filosofía y Letras. Él ya era Profesor Adjunto. Eltrato gentil, el amable cambio de palabras, era su gesto natural;

un gesto que no siempre tenían los Profesores con los Auxiliares, más"cuando procedían de diferente cátedra o especialidad. Era un rasgo quecondecía con otros. Ya me habían hablado ex alumnos míos de suseriedad y su arte para dar clase; ya había leído un texto suyo de un temamuy distante para mí, pero deslumbrante por su erudición y la lógicarigurosa que sustenta sus conclusiones; era “El fragmento P del Rimadode palacio y un continuador anónimo del Canciller Ayala” aparecido enun número de la prestigiosa revista Filologia, en el que también sepublicaba un trabajo mío sobre una obra de García Lorca, escrito encolaboración.

Con el paso de los años ambos fuimos avanzando en nuestrascarreras como profesores e investigadores, pero nuestros periódicosbreves diálogos en la Facultad conservaron la cordialidad invariable. Yohabía optado por la Lingüística -por la Gramática-, aunque no dejó deinteresarme la literatura y leía clásicos por placer o para compartir eseplacer con su inclusión en alguno de mis textos escolares. Entoncestrabajos de Gennán Orduna me fueron de ayuda: la edición del Libro delConde Lucanor et de Patronio, o el artículo “Una nueva aproximación aBerceo”, publicado en el Boletín de Humanidades I del Colegio de

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Incipit, xzx (1999)

Graduados de la Facultad de Filosofía y Letras, donde coincidimosnuevamente: también apareció allí un artículo mío, de tema gramatical:“Acerca de la coordinación”.

Ya a principios de los años 70, sobrevinieron tiempos muydifíciles para el país y para la Facultad. No obstante, las vocacionessiguieron su curso, sin prisa pero sin pausa, y nos tocó participar en elvolumen de Homenaje al Instituto de Filología y Literaturas HispánicasDr. Amado Alonso en su C incuentenario (1923-1973), editado en 1975fuera del ámbito oficial, cuando el Instituto, reconocido en 1974 enrazón de su trayectoria por la Real Academia Española con el PremioNieto López, corría serio riesgo de disolución. En esta obra —es curiosala coincidencia- Germán volvió a Berceo, con su artículo “El sistemaparalelístico de la Cántica Eya Velar de Berceo”, y yo al tema de Ia

' coordinación en el artículo “Función y contexto: acerca de la elipsis”.Parte de esos tiempos tormentosos los pasó la familia Orduna en

Alemania con una beca otorgada a Gennán por la Fundación Alexandervon Humboldt. A su vuelta, entre 1975 y 1977, Gennán fue Director delInstituto de Filología “Dr. Amado Alonso”. El Instituto, que desde 1973había quedado prácticamente paralizado en su actividad y empobrecidoen su patrimonio bibliográfico, empezó a volver a cobrar vida: suDirector convocó a los grupos de investigación, organizó "ciclos deconferencias y seminarios para graduados, reanudó Ia comunicacióninstitucional con el exterior, trató de mantener actualizada la biblioteca,que en parte importante se nutre mediante el canje con sus propiaspublicaciones. El último volumen publicado del órgano del Instituto, larevista Filología, era el XVI, de 1972, y el canje, por consiguiente,había disminuido casi por completo. Con fondos del Premio NietoLópez y una ayuda adicional del CONICET, Orduna editó un volumen

_ doble de 578 páginas, el XVII-XVIII, correspondiente a 1976-1977; yen la “Noticia preliminar” advertía:

Con la colaboración de los colegas que publican en estenúmero y Ia adhesión de otros que nos acompañan con supalabra de aliento aquí y desde el exterior [...] queremos

-.: "mv-r 5.4.5" .

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1nc1pit,XDC(1999} ¡acompensar en parte estos cuatro años de silencio obligatorio.Al fechar este número, de intento omitimos el lapso 1973­1975 para documentar de algún modo el cambio sufrido porel Instituto, que, sin metáfora, podemos decir que estárenaciendo de sus cenizas. Por ello, del número XVI (1972)pasamos al presente XVII-XVIII (1976-1977).

Germán continuó con su cátedra de Literatura EspañolaMedieval, siempre en el nivel de excelencia. En 1986 obtuvo porconcurso el cargo de Profesor Titular regular. Su vocación docente no lepennitió retirarse: su inmenso saber, su autoridad en la materia, su rigor,su método y su arte para exponer y hacer gustar de los textos, hallaron elmejor eco en los estudiantes. Entre ellos supo escoger certeramente a suscolaboradores de la cátedra y de la investigación. Digo certeramente,porque en quienes hoy son sus discípulos se ve el sello del maestro,exigente, pero generoso para alentar vocaciones, para guiarlas y

‘ apoyarlas: para hacerlas crecer y dar frutos.En 1969, Germán había ingresado en el CONICET como

Investigador Independiente, con sede de trabajo en el "Instituto deHistoria de España, que dirigía el Dr. Claudio Sánchez Albomoz (DonClaudio para sus discípulos). Por sus méritos de investigador, evaluadospor pares, el CONICET le otorgó subsidios para dos viajes de estudio alexterior, en los que también dio conferencias y anudó vínculosperdurables con los más importantes centros de estudios románicos ymedievales. En 1978 fundó el Seminario de Edición y Crítica Textual, elSECRIT, sostenido por el CONICET, cuyas actividades se iniciaron conla colaboración sólo de un becario y de un técnico. El Instituto desplegóuna actividad creativa notable, y afianzó su trascendencia con lapublicación de la revista Incipit en 1981, cuyo prestigio nacional einternacional ha ido consolidándose ininterrumpidamente hasta hoy.Precisamente, en 1991 la publicación recibió el Premio Nieto López dela Real Academia Española. La revista es el reflejo del caudal y lacalidad de la investigación que el Instituto realiza, y del crecimiento ennúmero y madurez de sus colaboradores, cuyos trabajos individuales

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ü, Incípít,XLX(1999)han aparecido también en volúmenes independientes. El SECRIT es hoyuno de los más importantes centros del mundo en la especialidad. Nopuedo dejar de mencionar los dos volúmenes monumentales de laedición crítica de la Cónica del rey don Pedro y del rey don Enrique,fruto de años de trabajo de Germán en el SECRIT. Toda esta densa ytrascendente labor hizo a Orduna merecedor de alcanzar la máximacategoría de Investigador, la de Superior, que otorga el CONICET.

Pertenecer al CONICET implica no sólo investigar, sinotambién cumplir tareas de asesoramiento institucional, de integraciónde comisiones evaluadoras, de evaluación de trabajos de Institutos,investigadores y becarios. Este aspecto de la actividad de uninvestigador, particularmente los de categorías altas es de sumaresponsabilidad, porque pone en sus manos el destino de personas y el

- de la propia Institución. Esta responsabilidad se salva con objetividad yponderación en el juicio, con la sólida, consistente e irrefutablefundamentación de la opinión personal, con un criterio totalmente ajenoa cualquier circunstancia extracientífica (afinidades, antipatías ointereses personales o de grupo, ideología, etc.). Estos requisitosobligan a actuar con equilibrio y serenidad en las reuniones de lacomisión, y a dedicar largas horas a la elaboración de informes que seajusten palabra por palabra a aquellos requisitos. Gennán Orduna enmuchos períodos fue designado por el CONICET para presidircomisiones evaluadoras fonnadas por varios miembros. En muchas deellas -también por resolución del CONICET- me tocó trabajar con él.Pude apreciar en esa labor, que nos saca de nuestra tarea específica deinvestigación e insume mucho tiempo y esfuerzo, que el Dr. Orduna ladesempeñaba con generosa donación de su tiempo sin apartarse un ápicede los requisitos mencionados. Mantuvo su señorío y su equilibrio_habitual aun en situaciones de intemperancia (suelen darse en cuerposcolegiados), que su actitud y su reflexión serena lograban atemperar.Más aún, como quienes lo conocimos en otros ámbitos sabíamos queharía, lograba que losjuicios desfavorables sobre algún trabajo seexpresaran sin menoscabar a la persona; por el contrario, indicándole,con medidas y oportunas palabras, el camino de la enmienda.

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IncípígXIX (1999) vComo hasta aquí he tratado de esbozar, tuve el privilegio de

conocer a Germán como colega en la Universidad y en el CONICET,contactos que por sí solos hubieran ocupado un amplio lugar en miaprecio, porque era una relación profesional enriquecedora. Peroademás tuve otro privilegio mayor: el de su amistad, el de la amistad conla familia Orduna; conocerlo, conocerlos en su casa, también en la mía,compartiendo la mesa con amigos comunes o con colegas. Allí sehablaba de la pasión de todos y cada uno: los trabajos, las lecturas, elrecuerdo de otros amigos... Pero igualmente asomaban otros temas(¡tantos!), que iban mostrando las personalidades individuales, etapasanteriores de sus vidas, sus gustos y disgustos, sus preferencias; esdecir, lo que llamaría “sus otras vocaciones”. Con datos más o menossueltos y ocasionales se iba construyendo la imagen: podía ser a partirdel comentario de una película -el cine era uno de los gustos de Germán­, de una novela o un libro de poemas, de la elección de un vino o de unamezcla de té; podía ocurrir que a partir de un cuadro de los varios que‘apreciábamos en las paredes de su casa, o de un disco como fondo de laconversación supiéramos, por ejemplo, de su conocimiento del pintor,de su gusto por la música. Precisamente, nuestros encuentros periódicosen los conciertos de una Asociación porteña en el teatro Coliseo o en elColón, y los comentarios espontáneos sobre los autores, sobre losintérpretes o sobre la obra misma, me acercaban más al matrimonioOrduna, sea por el goce compartido, por el comentario agudo o por ladiscrepancia amable... La conversación, naturalmente, se mezclaba(cómo no), con observaciones sobre alguna urgencia en nuestrostrabajos, o con cualquier noticia de la Facultad o de la actualidad engeneral, y solía prolongarse ante un café o una frugal comida. Estasveladas musicales están entre mis recuerdos más vivos de Germán,porque para mí, remedando al poeta, de la musique avant tout chose(ante todo, o por encima de todo, la música). Me contó Lilia que ya en eltramo final de su enfermedad, en el sanatorio, él quiso que la música loacompañara.

Germán integró ocasionalmente estas preferencias con suactividad de investigador. Lo hizo, por ejemplo, en un artículo publicado

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w 1mip¡t,x1x(1999}en Incipit XII (1992): “¿Cuál es el texto? Del texto literario a la «puestaen canto» (a propósito del Romance de la Delfina)”, en el que se planteala relación entre la creación y la recepción de un texto; pero también esuna muestra de un camino -de un método- de investigación que, enúltima instancia, nos lleva a una vivencia más lúcida de la obra. En estecaso, la relación entre la creación y la recepción final es un procesocomplejo, ya que toma como objeto de análisis el “Romance de laDelfina, letra de Guiche Aizenberg, música de Carlos Guastavino,interpretado en guitarra y canto por Eduardo Falú” (p. 4), grabado en1974. Germán analiza el poema, que evoca la huida de Ramírez y laDelfina y la muerte del caudillo, escucha detenidamente la versióncantada con guitarra y observa el ajuste del texto y la música. “La bellezasugerente del poema cantado -dice+ nos incitó a conocer al autor de la

.música, el maestro Carlos Guastavino. Así -continúa— pudimos accedera la partitura editada en 1964”, y en ella encuentra otra versión formaldel romance. El interés del investigador crece; nos habla de lastradiciones de las que procede el contenido de este romance: partes deguerra, historiadores; lo compara con el modelo de romance castellanoal gusto cortesano del 1500, y equipara el trabajo de Aizenberg con el delos romancistas del siglo XV. Lo sigue en la partitura de Guastavino,quien también “siguió antiguas pautas al crear el entramado melódico”:con el subtítulo “canción del litoral” el compositor “de hecho adopta [...]una especie musical folklórica de la zona [...] en compás de 6/8”. Anotalas diferencias con la versión original: apunta los rasgos de laversificación en relación con el ritmo, la voz y el papel de la guitarra.Observa que hay cambios oportunos también en la fraseología delpoema introducidos .por Guastavino debidos a la discrepancia entre elritmo de algunos versos y la regularidad melódica de la música. Luegoobserva que la obra de Guastavino tiene acompañamiento de piano y seajusta a los cánones académicos; Falú, en cambio, canta con guitarra,con cánones de_modalidad popular... No voy a comentar todo estevalioso texto ni sus conclusiones: sólo quiero destacar que el gusto porla literatura y por la música aquí se unen y le proponen a Germán unproblema, un objeto teórico, el enunciado en el título ¿Cuál es el texto?

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Incípít,XD((1999) vii(íDel texto literario a la puesta en canto

El quehacer de investigador era creación y tenía rasgos de artepara Germán (cf. sus artículos sobre la edición crítica en Incipit XIV,XV). La literatura y la música fueron cosas esenciales en su vida y supersonalidad. Las vivía, y no podía separarlas de su quehacer, tambiénesencial para él.

Ofelia KovaccíCONICET

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w-¡l- Incipit, XIX (1999)Germán Orduna en la memoria

de sus colaboradores del SECRIT

José Luis Moure:

La muerte de Germán Orduna me puso inesperadamente en lanecesidad de sustituirlo en la dirección del SECRIT. Una indeseadafatalidad cronológica me había convertido en el investigador másantiguo del Seminario y, amparado por la injusticia que toda fatalidad

. entraña, en su subdirector desde 1994. Nada me hacia pensar entoncesque muy pocos años después debería hacerme cargo efectivo de lasresponsabilidades de conducción de este centro, entrañablemente unidoa mi vida académica a lo largo de cinco lustros. Y entre las tareas que estanueva situación me impuso estuvo la de redactar más de una nota o de undiscurso necrológicos. Lo hice con el gusto (si se me tolera el oxímoron)de quien finalmente tenía la oportunidad de reconocer públicamenteadmiración, deuda y afecto; pero lo hice también con las variadasdesazones de una evocación renovadamente dolorosa y de tener paraello que repetirrne, enfrentando el temor de no encontrar en cada ocasiónlas nuevas palabras que sin desgaste fuesen capaces de volver aexpresarme.

Desde el momento en que Orduna me eligió para acompañarloen el Instituto de Filología “Amado Alonso” ejerció sobre mí la generosainfluencia de un maestro y de un mentor. Supo detectar y pulsar, consorprendente intuición, los resortes que vencieron mi naturaleza inercia]

' y retraída. Me instó a iniciarme en la investigación sistemática, me trazólas rutas posibles, me gestionó y me ofreció las primeras vías depublicación, me animó a desarrollar mis propios intereses, condujo yapadrinó mi tesis de doctorado, propició mi nombramiento comosubdirector del Seminario y me ofreció acompañarlo en el estudio

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Incípít, XIX (19.99) qintroductorio de su obra más ambiciosa. Aunque me resultaría sencilloampliar esta declaración de deudor, prefiero la elocuencia de lo másevidente. Imaginar mi destino académico sin la presencia de Ordunasería ingresar en el territorio de la ucronía, pero no tengo dudas de quehabría sido muy diferente.

La asimetría de nuestra relación, que ambos supimos custodiarcon un trato cálido y respetuoso, que en veinticuatro años no admitió eltuteo, no desdibujó ni las muchas afinidades ni las pequeñasdiscrepancias. Acaso nuestra común e inmediata ascendencia españolay la recia atmósfera de la inmigración habían asimilado nuestrosorígenes y nos permitían compartir miradas sobre la vida y la gente. Perotambién nos aunaban la literatura, la música, el cine, una pareja emociónfrente a las cosas de nuestra tierra y la indignación por ciertas bajezas,deserciones e inconsecuencias. De vez en cuando nos gustaba revisaralgunos pintoresquísmos arcaicos del pasado porteño, que desde untibio fondo melancólico se abrían a veces al remedo y a la risa. Ordunagozaba con estos inofensivos histrionismos, que él mismo abrigabadetrás de su porte severo. Y así como él censuraba mi escepticismo,lastre que su voluntad emprendedora no se podía dar el lujo de arrastrar,a mí me costaba admitir su fe cotidiana, su prudente negación de algunoselementos de la realidad o su indoblegable confianza en un inminentetriunfo de la juventud y de la razón, términos de una ecuación de la queyo renegaba. Porque en Orduna iban de la mano la trabajada erudicióndel sabio y el entusiasmo del joven; con la primera cimentaba su obracientífica, pero era el segundo el que le permitía abrirse sin prevencionesa lo fresco y a lo nuevo.

Me acerqué a Orduna cuando él tenía mi edad de hoy. Y salvo unaño en que estuve ausente, trabajamos juntos desde entonces cuatro díasen la semana. ¿Cómo construir ahora el hábito de no verlo entrar, saludarparcamente, oír el encendido de la lámpara sobre su escritorio, verloinstalarse con los ojos puestos en las fichas y papeles encimados quehabrían de absorber su atención antes y después de la pausa del té?¿Cómo no advertir las marcas casi tangibles del vacío en la cabecera dela mesa, donde a esa hora y año tras año intercambiamos

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JC Incipit, xa (1999)

desordenadamente novedades, entusiasmos, preocupaciones y risas?¿Cómo aceptar que ese tiempo nuestro, que alguna vez nos parecióilimitado, habría de ser declarado diez días antes de una Navidad y sinaviso’, cumplido inexorablemente?

Me hace bien creer que en cada rincón del Seminario, en estoslibros que Orduna acopió, en las computadoras que siguen almacenandoel trabajo de sus discípulos y colaboradores, y aun en la mesa de té dondea las seis sobra una taza, sobrevive su ánimo luminoso.

Hugo O. Bizzarri:

“Las palabras de los maestros son comolas fuentes, que se sirven los omes d’ellas,uno un dia e otro otro dia”Bocados de oro

Debo comenzar necesariamente mi recuerdo del Prof. Germán

Orduna haciendo alusión a los motivos que me llevaron hasta él. Durantelos años 1982 a 1984, gracias a una beca del Instituto de CooperaciónIberoamericano de Madrid, y bajo la dirección del Prof. NicasioSalva-dor Miguel, realizaba mis primeras armas en el campo ecdóticocon la edición de un tratado de predicación. La complicada tradición deesta obra me llevó a realizar un curso sobre Crítica Textual, dictado en laUniversidad Complutense de Madrid por el Prof. José Antonio MayoralRamírez, y a interiorizarme en los problemas metodológicos de la

‘edición de textos. Me preocupaba finalizar el trabajo de edición enEspaña, pues pensaba que, en Argentina, tan lejos de la documentaciónmanuscrita, pocas posibilidades tendría de tenninarlo. En 1983 aparecióel Manual de Crítica textual de Alberto Blecua, en una de cuyas notas apie de página se indicaba con regocijo la aparición reciente de unarevista dedicada a temas textuales, Incipit, editada por Germán Orduna,

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Incipít, XIX (19.99) (ien Buenos Aires. Debo reconocer que en mi vida pocas notas a pie depágina me deslumbraron tanto como ésta.

Finalmente, conocí al Prof. Orduna en 1985, cuando el SECRITno ocupaba más que un cuarto en una dependencia oficial. Las imágenesde ese primer encuentro las conservo tan frescas como las de los últimosdías del Maestro. En él encontré una persona que comprendía lo que yohabía hecho y que estaba dispuesto a ayudarme. Desde entonces,comenzó una relación que se afianzó día tras día y que torció mi voluntadde ir a buscar nuevos horizontes prometidos en Estados Unidos. Dirigiómis investigaciones como becario del Conicet y luego comoinvestigador. Bajo su tutela concreté mi Tesis Doctoral, uno de los hitosmás grandes en la carrera de un docente. Formar parte de su cátedra nosólo me ofreció un marco institucional en el cual manejanne; mejor aún,me brindó los momentos más fructíferos para mi formación. En laspausas del café o en el largo viaje de regreso de la Universidad alSECRIT solía contarle los trabajos que estaba haciendo. Orduna era unapersona que se entusiasmaba con el trabajo y constantemente incitaba yproponía nuevas líneas de investigación. Era una persona de grandesintuiciones.

Pero también fue para mí un prototipo de lo que debía ser unprofesor universitario. Defensor a ultranza de los estudios filológicos,sabía hacer atrayente a los alumnos los arduos textos medievalesresaltando, sin desechar el bagaje bibliográfico, su valor como objeto dearte. La admiración que despertaba entre los estudiantes corría paralelaa la indiferencia de aquellos colegas más encumbrados en la políticauniversitaria, una corporación que centra cada vez más la vidaacadémica en las alianzas de pasillo.

Su trato era distante, pero no falto de afecto. Era severo con losque más quería y tanto podía alabar un trabajo como sugerir su profundareelaboración. Yo sentía su confianza y apoyo en aquello que realizaba.Y si bien transcurrido el tiempo me remontaba más y más en mis propiasinvestigaciones y ya no me era tan necesaria su tutela como en losprimeros años, su certerojuicio siempre me era útil, revelando unverdadero temple de Maestro. Una edición como la suya del Rimado de

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m. Incipit, xzx (1999)Palacio ha sido y es para mí una meta a alcanzar.

Con su muerte se fue toda una etapa de mi vida: la de suinapreciable magisterio. A veces siento que su abrupta desaparición esuna más de sus enseñanzas.

Pablo A. Cavallero:

Promediaba apenas mi carrera cuando, por requerimientosbibliográficos, me dirigí a hacer una consulta al Instituto de FilologíaHispánica. En cuanto hube entrado, se puso en pie un señor quien, tanceremonioso como atento, suspendió su tarea en la máquina de escribirpara preguntanne en qué podía servirme. Sólo dos años después, cuandoGermán Orduna entró al aula como profesor entonces asociado deLiteratura española medieval, comprendí que aquel señor era él.

Las expectativas sobre su materia eran grandes. Por una parte,había disfrutado yo de las clases de literatura de la edad de oro con LiliaOrduna, lo cual daba una cierta garantía de calidad; por otra, el mundomedieval, rodeado de un halo de misterio, tenía su propio atractivo. Lasexpectativas fueron sobradamente satisfechas, a tal punto que yo medecía: “si no hubiera optado por la orientación en clásicas, seguramenteme dedicaría a alguna de estas dos disciplinas”. T ó páthei máthos, elviejo aforismo se cumplíay conl levaba su dosis de placer tras el esfuerzo.

No pretendía yo más que una explicación de qué era “eso delConicet” cuando asistí a hablar con él durante el intervalo de una clase,pero tuve entonces la sorpresa de recibir el ofrecimiento honroso deintegrarme a su equipo de investigación y de continuar algunos aspectosno desarrollados de su tema de tesis. La decisión no fue fácil, pero laProvidencia, como siempre, actuó para que pudiera vincular también enla tarea científica dos mundos muy ligados, el grecolatino y el medieval.

A Germán Orduna debo muchas cosas, no sólo académicas;experiencias de vida y consejos y ejemplos testimoniados a lo largo demás de una década. Por cierto, era merecedor de mucho más que aquella

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Incipit, XIX (1999) ¡(iiivirtud pedida al ingresar al SECRIT, la lealtad. Y si hemos de serjuzgados en el amor, sin duda el amor por su quehacer responsable seráuna ofrenda valiosa, inolvidable.

Gloria B. Chicote:

A partir de la muerte de Germán Orduna, el 15 de diciembre de1999, sus colegas y amigos hemos escrito y leído conceptos querecordaron desde diferentes perspectivas la figura del gran hispanista ydel maestro cercano. Me encuentro hoy, en el momento de expresar miadiós en Incipit, su revista, nuestra revista, con la sensación de que laslágrimas ya fueron lloradas y las palabras dichas.

Me refugio entonces en el ámbito intimista, espacio privilegiadode quienes fuimos sus discípulos, para evocar una imagen: su escritorioen el SECRIT; su torso reclinado sobre el libro abierto, iluminado por laluz ascendente de la lámpara; su mirada, a la vez afable y severa, queinterrumpe la lectura para atenderme; el juego de sus manos con losanteojos y el lápiz; de sus labios sonrientes la referenciajusta y elconsejo alentador para contener el ánimo que desfallece y el rumbo quese desdibuja. Cuando intento unir esta visión a un tiempo concretoaparece con nitidez la hora de la tarde, pero cuando trato deindividualizar el instante, se reiteran indefinidamente en mi memoriatodas las tardes en las que, a lo largo de 20 años, me regaló su ayuda.

Gracias, Dr. Orduna, por su ininterrumpida presencia.

Jorge N. Ferro:

Cuando se ha trabajado diariamente por más de veinte añosjunto al maestro, su presencia está de tal modo incorporada a nuestravida que, paradójicamente, no terminamos de tomar conciencia plena de

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m, Incipit, xvc (1999)su falta. Nos parece que acaba de salir, y que en cualquier momentotraspondrá la puerta de entrada y retomaremos el diálogo donde lohabíamos dejado. Que le pediremos opinión sobre tal o cual asunto, yque cruzaremos algunas inveteradas bromas, entretejidas en códigosforjados en innumerables horas de convivencia.

Es por esto que no me resulta fácil recordarlo como “ausente”.Y solamente irrumpen algunas estampas con tanta más precisión cuantolejanas en el tiempo. Obviamente, el momento en el que lo conocí, en elaño 1968. Estudiaba yo una carrera universitaria previsible en esemomento y circunstancia, pero me rondaba la idea de “las letras”, unmundo que se me aparecía como fascinante. Y un gran amigo míocursaba entonces el segundo año del Profesorado en Letras en el Institutodel CONSUDEC. Ante mis reiteradas preguntas, me invitó a presenciar

. alguna clase para que viera yo en persona de qué se trataba eso. Y meconvocó una tarde de invierno para oír a su profesor de LiteraturaEspañola del Siglo de Oro. Recuerdo que me presentó en la puerta delaula a Germán Orduna, quien con su cálida gentileza me permitiósentarme, uno más entre los alumnos. El tema de ese día era el Lazarillode Tormes. El profesor analizó un texto. Fueron cuarenta minutos. Alaño siguiente, 1969, estaba yo como alumno de primer año, y el primerdía de clase tuve Literatura Medieval con él. Nunca me arrepentí. Y nosé si alguna vez le agradecí esa clase que signó definitivamente mi vidade estudio. _

Y esa primera vez me descubrió aquel rasgo que para mí definiósiempre al Dr. Orduna: un maestro incomparable en el iluminar, hacergustar, hacer amar los textos. Capaz de encender un entusiasmo ardiente.Porque nemo dat quod non haber. El contagiaba un gozo irresistible. Enaquellas clases los textos lejanos cobraban vida y color, se hacían

_ presentes en toda su riqueza. Y la fría letra de molde recuperaba en suvoz una música hechicera, y uno no quería que tocara el timbre. Diezaños más tarde, ya en el SECRIT incipiente, en el Instituto de Historia deEspaña, José Luis Moure y yo nos sentábamos, uno a su derecha y el otroa su izquierda, frente a un vetusto lector de microfilms con las crónicasdel canciller Ayala. En algún momento le pedimos que volviera a

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Inc1pit,XLY(1999) ¡ycomentamos otros textos. Y asi fue que los miércoles dedicábamos pocomás de una hora a lo que él denominaba jocosamente “un intermediopoético”. Nos propuso los sonetos de Garcilaso. Yo tenía la impresión deque no había entendido lo que era el verso hasta ese momento. No pudeolvidarme nunca de su análisis (?) de aquel que comienza “Oh hadoesecutivo en mis dolores”. Entrañable magisterio, frente a dosdiscípulos, en un cuarto sin ventanas, rodeados de libros y de silencio.

El SECRIT fue creciendo y se acumuló un inmenso anecdotarioen la experiencia del diario compartir infinidad de situaciones de todaclase. Entre tantísimas cosas, hay quizá algo que prefiero recordar: entretodos, muchas veces lo hacíamos reír. Y a nosotros nos gustaba que riera.Germán Orduna era hombre de fe y creia firmemente en la vida etema.En esta triste circunstancia, recuerdo una carta de Tolkien a su hijodonde hablando de esa vida futura le dice: “Todavía podremos reírjuntos...”

Leonardo Funes:

Corría el año 1979 y eran malos tiempos para vivir y estudiar enBuenos Aires. El clima opresivo del país y la postración económica sereproducían en los claustros universitarios bajo la forma de unamediocridad y de una parálisis generalizada. Por aquel entonces elVaticano había reabierto el proceso a Galileo Galilei; en mi Facultadcorría el chiste de que si el proceso se hubiera reabierto en la Universidadde Buenos Aires, lo hubieran vuelto a condenar: tal era la sensación deoscurantismo que experimentaba el alumnado. A pesar de todo, yo habíavuelto a cursar con la firme detenninación de graduarme, sin mayoresexpectativas sobre el nivel académico. Hasta que un compañero me dijoque había una excepción, había un profesor a quien valía la penaescuchar: era Asociado en la cátedra de Literatura española medieval yse llamaba Germán Orduna. Hoy sé que el juicio era demasiado tajantey que junto a Orduna había un grupo de buenos profesores que hacían lo

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.Wl' rmzpit, xvc (1999)

que podían en un medio desfavorable, pero entonces veíamos las cosasmás dramáticamente.

Ya en aquellos días me iba apartando del interés general por lohispanoamericano y lo contemporáneo y, como una suerte de dobleapuesta vanguardista, me volcaba hacia lo medieval. Seguí las clases delcurso 1980 como oyente y me inscribí en el curso 1981, ya absolutamentedeslumbrado por la erudición, la penetración crítica, la perfección de susclases y la belleza de su manera de decir los textos medievales. En esastardes inolvidables en el viejo edificio de la calle San Martín se afianzóen mí el deseo de seguir sus pasos.

Aproveche al máximo la primera ocasión que tuve para que sefi jara en m i, que fue el primer examen parcial. El tema era el Libro de losestados de don Juan Manuel y allí eché el resto. A la clase siguienteOrduna elogió mi escrito: pocas veces en mi juventud me sentí tan feliz.Allí cobré ánimo y me acerqué para proponerle seguir trabajando eltexto al margen del curso. Que menos de un año después, aún singraduarrne, yo estuviera fonnando parte del SECRIT, se debió menos amis méritos que a la generosa apertura de Germán Orduna. Tenía lacostumbre de dar por supuestos en sus interlocutores jóvenes un caudalde conocimientos y una inteligencia que uno no había tenido la mínimaposibilidad de demostrar. La distancia entre su concepto y el propiosobre nuestro potencial actuaba a la vez como halago e incentivo. Bienpodría decir que mi tarea académica por los siguientes 18 años fue tratarde alcanzar y merecer el concepto que Gennán Orduna tenía de mí.

A medida que fui avanzando en mi carrera él fue aumentandosu nivel de exigencia y su rigor crítico hacia mis trabajos, algo que nodejaré jamás de agradecerle y que hoy extraño enormemente. No podríaexplicar con exactitud de qué manera sabía aunar un análisis severo yuna tolerante apertura hacia criterios teóricos ajenos. Por cierto que noera fácil de convencer: siempre tuvo a su favor el no estar casado conningún “ismo’.’.

No creo equivocanne al pensar que cada uno de los miembrosdel SECRIT tuvo una relación diferente con Germán. A mí me tocó sersu asistente directo, con quien más compartía planes, problemas y

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Incípit, xzx (1999) ¡(viisueños relacionados con el Instituto, en largas conversaciones al finaldel día, cuando los demás compañeros se habían ido. Me encantabaofrecerle mi atención para que pensara en voz alta —y a menudo mebenefícíaba con sus palabras de aliento y de consuelo sobre mistribulaciones profesionales y personales, aprovechando esas horaspropicias para la confidencia. .

Cuando ahora trabajo con un grupo dejóvenes discípulos mesorprendo buscando en mi memoria cómo hacía mi maestro para dirigir,para alentar, para corregir. Entonces lo siento más vivo que nunca y mepennito sonreírle agradecido mientras pronuncío alguno de sus girospreferidos.

Georgina Olivetto:

Leo el Cid y su voz resuena inevitable en los oidos. Igual que enesas mañanas de clase, con los primeros fríos de abril, cuando el libro ensus finísimas manos de pronto se hacía lanza en recio guante de hierro, yél solo, escudo ante el corazón, cabeza baja, nos miraba desafiante y searrojaba a conquistarnos, tímidas huestes de moros en bancosuniversitarios, rendidos rápidamente a su valor y su sabiduría.

Repetí por años esta ceremonia: mañanas de otoño comenzandoel Cid, días de invierno al llegar a Celestina, un intermedio para eldesayuno y una cordial despedida hasta la tarde en el SECRIT. Yentonces las horas de investigación, mi escritorio a unos pasos del suyo,donde bastaba con mirar hacia la derecha para encontrarlo ensimismadoentre variantes. Me había aceptado, femenina aprendiz de medievalista,en ese mundo caballeresco y experimentado.

Pero lo preocupe al tomar las armas muy temprano y al salir aconquistar mi propio reino, como los hijos menores de los reyes en lasviejas historias. Probó el enojo, la reflexión, la paciencia y el afectoaunque, buen conocedor de las historias y las almas, siempre supo que labúsqueda tenninaría en el comienzo y en la esencia. Los pocos años por

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¡Cm-ú- lncípit, X DC (1999)sí solos demostraron que el honor de la victoria estaba en dedicársela yque los colores siempre habían sido los suyos.

María MercedesRodríguez Temperley:

LAS COSAS

Jorge Luis Borges

El bastón, las monedas, el llaveroLa dócil cerradura, las tardíasNotas que no leerán los pocos díasQue me quedan, los naipes y el tablero,Un libro y en sus páginas la ajadaVioleta, monumento de una tardeSin duda inolvidable y ya olvidada,El rojo espejo occidental en que ardeUna ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,Nos sirven como tácitos esclavos,Ciegas y extrañamente sigilosas!Durarán más allá de nuestro olvido;

No sabrán nunca que nos hemos ido.

Siempre me gustó este poema. La experiencia de “las cosas” (loque los viejos llaman “la vida”) hoy me hace leerlo de otro modo. Hoyme ha tocado estar al lado de esas cosas aparentemente impasibles yautosuficientes: un escritorio (vacío), un fichero repleto, un sillóndesocupado, una lámpara apagada. Esas cosas sí saben que alguien se ha

' ido: quien les daba sentido, quien las hacía ser lo que eran.Es difícil escribir la semblanza de un hombre como Germán

Orduna, sobre todo cuando sé que será leída por ajenos (en el sentidomás grato de la palabra). Y digo “ajenos” porque el sentimiento degratitud y admiración que como joven discipula puedo sentir por el

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Incipit, x1x(1999) mmaestro que generosamente supo apadrinarme, pertenece a laresguardada intimidad de la memoria y como tal, es tímido y huidizo dela mirada pública. Pero a pesar de ello, recordarlo es la única forma queconocemos, la más rudimentaria e indulgente de sentir su compañía y dehonrar su memoria. Por eso debo decir que a mi breve Maestro leagradezco profundamente su trabajo, su ejemplo, su magisterio y suconfianza (que de tan ilimitada a veces me parecía candorosa) en lafuerza renovadora de los jóvenes.

Perderlo en los inicios de mi beca doctoral es una heridadolorosa. Para fortalecerse, habrá que invocar a su poeta, curtido porausencias: “¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente/ heridopor la vida, ni en la vida reposa] herido alegremente!”.

Me ha pasado, después de su partida, abrir azarosamente loslibros del SECRIT y encontrarme con su letra inconfundible,esmeradamente oblicua, y sus glosas finnes. Tal vez las preguntas quequedaron sin hacer ya tengan su respuesta en esos libros.

Hasta siempre, querido Maestro. No sé dónde, pero sé que estáscerca.

***

Querido Germán:

Tu Incipit quiere recoger hoy el testimonio y homenaje de losque tuvimos el privilegio de haber trabajado con vos, y no sé cómopueda expresarse la magnitud de la rica y profunda huella que dejaste enmí, y cuánta alegría me da cada vez que vuelvo a encontrarla en otros,especialmente cuando aflora en los alumnos que me llegan después dehaber recibido la marca de tu cátedra.

Desde aquella mañana de inviemo de hace treinta y tantos años,en aquel café a la vuelta de la Facultad, cuando nuestra historia andabapor Independencia... desde aquel café donde me abríste tu cálida,

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a Inciptgxix (1999)hermosa y generosa amistad, ese vínculo se fue tejiendo sobremomentos, historias, literaturas, vivencias y experiencias en las quecada día dejó una semilla o un ladrillo puesto. Siempre algo construido,en construcción o por construir. Tantas veces un análisis, un sueño o unproyecto, siempre una enseñanza.

Cada vez que la distancia interrumpió las charlas, fueron lascartas las que nos permitieron seguir construyendo. Y en ellas cabían lapalabra cálida o ese consejo feliz. Era dura la soledad de la separación yla distancia geográfica, o del tiempo. Más dura es la orfandad de notenerte ahora. Por eso no encuentro otra manera de sumarme a tuscolaboradores si no es recurriendo otra vez a una carta en la que procurerecoger, aunque sea en parte, un diálogo que sigue por sus propiossenderos. Esta nueva separación no puede cortarlo, porque nuestros

. amigos y nuestros maestros se mantienen en nosotros, y las semillassiguen gerrninando cada una a su tiempo y todas con su indescifrablevitalidad.

Cuando un amigo nos falta, suele quedar un pesar. Tal vez nohaberte entendido mejor, tal vez no habenne hecho comprender mejor...pero eso ya no importa, porque lo que la razón no entiende, el corazón locomprende, y es justamente en el corazon donde los amigos se conservansiempre. Y hoy sólo me cabe decirte Gracias. Gracias por ser mi amigoy mi maestro. Gracias por tu ejemplo y por tu apoyo en tantas cosas ycasos compartidos. Gracias por aceptarme aquella “grilla”, y porhacerme sentir su provecho al usarla, y rellenar hoja tras hoja de largacolumna, advirtiendo que no era sino repensar a la luz de estos tiemposaquellas viejas fichas de nuestra tradición, y las lanitas de colores deDom Quintín o los marcadores de los “cárdex” de los bibliotecarios, aúna sabiendas de que sólo eran una etapa para la automatización de losprocesos mecánicos del cotejo de textos, un instrumento para recoger yordenar las correspondencias, y permitir una mayor libertad para laverdadera labor filológica. Gracias porque nuestro disenso nunca dejóde manifestarse, y porque, lográramos o no convencemos uno al otro,tampoco entorpeció la amistad o la enseñanza.

Gracias por tu lectura de los textos. Esa lectura del amor del

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I ncípit, X DC (1999) ¡aitexto, y del placer de comunicar la vida del texto con tu voz plena,modulada, vital y conmovedora. Era imposible no ser atrapado por esalectura y cada texto. Esa lectura que cada día se practica menos ennuestras aulas, y que es el primer acercamiento a la obra literaria, y elrequisito previo para toda elaboración académica.

I-loy se agolpan los recuerdos, las vivencias. Tanto fue locompartido. Entre todos, ¿por qué no recurrir a tres momentos, o trestextos que nos fueron importantes? No puedo dejar de traer a cuentoaquel

De todos instrumentos yo, libro, só pariente;bien o mal, cual puntares, tal tc dirá ciertamente;qual tú dezir quisieres, y faz punto, y tente;si me puntar sopieres, siempre me avrás en miente.(Lba, 70)

No conozco glosa o versión que exprese más ajustadamente la relaciónentre texto y lector, o tu relación con el Libro de buen amor y con todoslos textos y las obras que enfrentaste. Siempre reconociste todas lasclaves, todos los sones, todos los estratos, desde la primera musicalidadde la palabra hasta el más íntricado andamiaje de fuentes, estructuras,transmisión y los modos de recepción. Atento al texto mismo, a losproblemas de la lengua, a la cultura de que participa, y también con finooído para las más modemas o las más acertadas posturas de la crítica,que era posible por ese enorme bagaje de erudición que tenías disponible.Y todo lo que vale para el Libro del Arcipreste y para la literatura o lahistoria en general, también vale para tu modo de encarar el Libro de laVida, que supiste hacer sonar con todos los diapasones, desde lacarcajada sonora hasta el sentimiento y emoción más sutiles. Como en elLibro de buen amor, en la vida, iluminada por tus principios, tu fe y tuintensa religiosidad, también siempre fuiste capaz de sacar desde larazón del griego hasta el seso del romano. Capaz de reconocer todos losprocesos y sentires. Claro, para poder “reconocer” hace falta “conocer”,para poder verlo hace falta tenerlo adentro.

En la vida pusiste todo lo que tenías. Sí. Mil veces sufristedudas. Y te azotó el “¿qué haré?” con toda la intensidad del monólogo de

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mï Incipit, xrx (1999)Celestina que se encamina a casa de Melibea —o el etemo inflexible “tobe or not to be”. ¿Te acordás con qué intensidad se presentó cuandodiscutíamos cosas que afectaban nuestras respectivas vidas o futuros?

' onderación tu rudencia tu discreción siem re teTucuiaosap , P A’acompañaron en la inclinación por el “hacer” y por el “ser”, por darteentero a todo lo creías, y en cada momento. Frente a mis cavilaciones,vos llegabas a resoluciones, las afrontabas con la fuerza de la ley deMoisés. La duda no tenía cabida en lo que era materia de tus principios.Y esa seguridad y ese brindarte entero se manifestó con todo su esplendor"en la sólida familia que Lilia y vos formaron con Martín, y de la quetantas veces fui testigo en casa, en tu mesa, solos los cuatro, o conamigos.

¿Cómo no asociarte con el Cid? Con el Poema, al leerlo, aldecirlo, nos transportabas, y al explicarlo nos mostrabas un verdaderomundo. Vos sabías lo que el texto puede dar, y a todo lo que con provechorecibiste de tus maestros, lo devolviste enriquecido por tu sensibilidad,tu sistemático estudio y el sólido conocimiento. Y todo recreado en tudimensión, con tu afán de perfección que se nutría de la grandeza delhéroe. Vos sabías de la forma y el sentido, y también del sentimiento queaflora en el Poema que nos muestra los “oxos tan fuertemientrellorando”, y las “alcándaras vazias”. Y pudiste llegar a la resonanciainterior que permite entrever la desolación que embarga al Rey que se veen la necesidad de desterrar a ese “Diosque buen vasallo”, y al alivio delas vistas.

Como todas las cartas, esta tendrá sentido en la dimensión deldiálogo nuestro, del que fue, del que perdura y del que siga. Y si sequedan cosas oscuras, y la poca maña y el mucho sentimiento no mepermiten mostrar tu verdadera estatura a parientes y vecinos, amigos ycolegas, la prudencia y entendimiento del lector suplirán mi falla con su

’ propio conocimiento de tu persona y de tu obra, pues, como decíaJovellanos en el prólogo a la edición de T.A. Sánchez, seguramente nohay peligro de que gente avisada e instruida se pierda en esta cuartilla.

Guillenno Ogilvie