fútbol contra el enemigo

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Fútbol contra el enemigo "El fútbol hoy funciona en consonancia con la economía globalizada", dice Juan Cristóbal Guarello, director de la revista El Gráfico Chile, en su columna. Por Juan Cristóbal Guarello En 1991 el periodista británico Simon Kuper se embarcó en una gira por una decena de países en tres continentes con el objetivo de establecer la relación entre el fútbol y la política. La pregunta era de dos vías: ver de qué manera la cultura de un país se refleja en el fútbol y de vuelta cómo el fútbol se refleja en la cultura de un país. El resultado fue un texto magnífico titulado "Fútbol contra el enemigo", proclamado como uno de los mejores libros de fútbol de la historia. Veinte años más tarde este volumen se editó en castellano con prólogo de Santiago Segurola. Kuper, con mucha honestidad, hizo una advertencia: lo que él descubrió hace dos décadas difícilmente pueda aplicarse en la actualidad. El fútbol cambió tanto, que las compulsiones nacionalistas, políticas y económicas que gobernaban este deporte en 1991 se han desdibujado, transformado o desaparecido en forma definitiva. ¿Cómo es esto? Explico: el fútbol hoy funciona en consonancia con la economía globalizada. Los clubes, con marcas reconocibles a nivel mundial, han sido absorbidos por grandes corporaciones, las que abrieron sus planteles totalmente, convirtiéndolos en empresas transnacionales. La liga que lleva vanguardia en esta transformación es la inglesa. Hoy Chelsea, Liverpool, Manchester City, Manchester United o Arsenal, por nombrar a los más poderosos, combinan la historia y el poder de sus marcas con cuantiosos recursos foráneos. Que la propiedad de estos equipos pertenezca a mafiosos, petroleros y especuladores de países tan diversos con Arabia Saudita, Rusia o Malasia no es un dato anexo. Lo que vemos es una mutación radical de clubes que tenían como identidad una ciudad, un barrio o una clase social específica, en empresas transnacionales cuyo mercado excede con mucho su origen y su público original. Si bien, de forma inmediata y primaria, se puede relacionar al Manchester United con la ciudad industrial, sus hooligans, su música popular, a la larga la vinculación de los "Red Devils" se diluye en una infinidad de hinchas dispersos por un centenar de países, donde se les sigue y venera con el mismo fanatismo que el más tradicional y vetusto pub de un barrio obrero de Manchester. Los propietarios de estos clubes deben atender a este nuevo mercado. Si bien mantienen un eje histórico en la conformación del equipo y a la larga del fútbol que

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Page 1: Fútbol contra el enemigo

Fútbol contra el enemigo "El fútbol hoy funciona en consonancia con la economía globalizada", dice Juan Cristóbal Guarello, director de la revista El Gráfico Chile, en su columna.

Por Juan Cristóbal Guarello

En 1991 el periodista británico Simon Kuper se embarcó en una gira por una decena

de países en tres continentes con el objetivo de establecer la relación entre el fútbol y

la política. La pregunta era de dos vías: ver de qué manera la cultura de un país se

refleja en el fútbol y de vuelta cómo el fútbol se refleja en la cultura de un país. El

resultado fue un texto magnífico titulado "Fútbol contra el enemigo", proclamado como

uno de los mejores libros de fútbol de la historia.

Veinte años más tarde este volumen se editó en castellano con prólogo de Santiago

Segurola. Kuper, con mucha honestidad, hizo una advertencia: lo que él descubrió

hace dos décadas difícilmente pueda aplicarse en la actualidad. El fútbol cambió

tanto, que las compulsiones nacionalistas, políticas y económicas que gobernaban

este deporte en 1991 se han desdibujado, transformado o desaparecido en forma

definitiva.

¿Cómo es esto? Explico: el fútbol hoy funciona en consonancia con la economía

globalizada. Los clubes, con marcas reconocibles a nivel mundial, han sido

absorbidos por grandes corporaciones, las que abrieron sus planteles totalmente,

convirtiéndolos en empresas transnacionales. La liga que lleva vanguardia en esta

transformación es la inglesa. Hoy Chelsea, Liverpool, Manchester City, Manchester

United o Arsenal, por nombrar a los más poderosos, combinan la historia y el poder de

sus marcas con cuantiosos recursos foráneos. Que la propiedad de estos equipos

pertenezca a mafiosos, petroleros y especuladores de países tan diversos con Arabia

Saudita, Rusia o Malasia no es un dato anexo. Lo que vemos es una mutación radical

de clubes que tenían como identidad una ciudad, un barrio o una clase social

específica, en empresas transnacionales cuyo mercado excede con mucho su origen

y su público original. Si bien, de forma inmediata y primaria, se puede relacionar al

Manchester United con la ciudad industrial, sus hooligans, su música popular, a la

larga la vinculación de los "Red Devils" se diluye en una infinidad de hinchas

dispersos por un centenar de países, donde se les sigue y venera con el mismo

fanatismo que el más tradicional y vetusto pub de un barrio obrero de Manchester.

Los propietarios de estos clubes deben atender a este nuevo mercado. Si bien

mantienen un eje histórico en la conformación del equipo y a la larga del fútbol que

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despliegan (la calidad original del producto), hoy sería imposible e impensable

conformar un equipo en un 80% con jugadores nacidos en las islas británicas (como el

equipo que ganó la Champions en 1999). El Manchester United tiene jugadores

provenientes de 12 países y tres continentes. Las razones no son puramente

futbolísticas, hay recursos y el reglamente lo permite, sino que también económicas.

Esto es, de mercado. La idea, a la ya muy potente marca del equipo, es sumar la

mayor cantidad de hinchas-consumidores, que puedan identificarse con los jugadores

multinacionales.

Clubes que tienen una fuerte identidad nacional y hasta política, caso Real Madrid y

Barcelona, también han ido arriando estas banderas históricas en beneficio de la

internacionalización. Los "culés", por ejemplo, en el algún momento uno de los

símbolos identitarios más poderosos del nacionalismo catalán y los afanes

independentistas o separatistas, han observado como el crecimiento geométrico de

sus seguidores a nivel mundial ha resultado en un decaimiento paulatino de este

legado histórico. Las peñas barcelonistas dispersas por el orbe (Beijing, Sacramento,

Johannesburgo), pueden adoptar parte de la iconografía catalana como la bandera y

las consignas en catalán, pero sus afanes apuntan fundamentalmente, y esto es

obvio, a la calidad del fútbol desplegado por el equipo. Pero ese fútbol, que tiene una

marca de fábrica poderosa en la Masía, necesita ser exitoso. Me explico, en la

dinámica del fútbol transnacional e industrial, no son aceptables las malas temporadas

o el quinto lugar en la tabla (algo que podía ocurrir en algún momento). Por esa razón,

y apoyados en este momento por recursos cataríes, Barcelona se cuida de no frenar

su impulso ganador y concentrar la mayor cantidad no sólo de buenos jugadores, sino

que también, y como resultado, de títulos.

Lo mismo para el Real Madrid. Aun a la zaga de su principal rival en La Liga y con la

sequía de 11 años sin salir campeones en Europa, el cuadro merengue se asoció a

una empresa de apuestas (Bwin) para siempre tener a mano recursos frescos y

remecer el mercado con algún fichaje escandaloso y a todas luces excesivo

(Cristiano, Kaká, Bale). Siendo una marca poderosa, tal vez la más reconocida del

mundo hasta hace unos años, estos fichajes a precios inflados no responden sólo a

una necesidad deportiva. Lo más valioso es actualizar la marca, generar expectativas

y mover el mercado (camisetas, boletos, abonos de televisión pagada). Es la misma

lógica que inspira a la industria del automóvil a renovar modelos todos los años

aunque los cambios sean mínimos o puramente estéticos.

Tal concentración de recursos ha resultado en que La Liga se la reparten desde el

2004 entre Barcelona y Real Madrid. Estas rachas existieron en el pasado, sólo que

en la actual fase histórica el fenómeno se ha profundizado a niveles que resulta una

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utopía que equipos poderosos en el papel como Atlético de Madrid o Valencia puedan

siquiera aspirar al campeonato, debiendo conformarse con jugar la Europa League o

meterse en la final de la Copa del Rey (una vez que Barcelona o Real Madrid la

desecharon).

La tendencia transnacional y de concentración, evidente en Inglaterra y en ascenso en

España, ya penetró el fútbol francés a través del Paris Saint Germain a través de

cuantiosas inversiones de Qatar. Así, en el mapa europeo actual, el fútbol italiano se

ve desmejorado y precario. Hoy, aun asidos a los industriales de la Padania, clubes

como Juventus o Milan AC no tienen como disputarle el cetro europeo a los ingleses o

españoles. La situación es tan extrema, que Massimo Moratti está a punto de

traspasar el 70% de las acciones del Inter a un magnate indonesio (se habla de 300

millones de euros). La maniobra, que otrora hubiese causado un escándalo en Milan y

hasta incidentes en las calles de los hinchas, es vista por los seguidores del Inter con

triste resignación. Es imposible competir si no se hace. El ejemplo está unos cientos

de kilómetros al norte, en Amsterdam. El Ajax, de ser uno de los equipos más

poderosos de Europa y una fábrica de grandes futbolistas con identidad de juego

explícita, ha decantando hacia un equipo menor, que debe luchar por no ser goleado

por Barcelona (y es goleado igual). No pasará mucho tiempo que millonarios chinos o

malayos descubran el poder de la marca Ajax, lo compren y lo metan en el ruedo de

las transnacionales del fútbol.

Hay excepciones. Alemania y sus leyes de sociedades anónimas que no permiten

cualquier inversor y fiscalizan los orígenes de los recursos. De alguna manera la

Bundesliga ha mantenido un margen tolerable de legado histórico e identidad,

aguantando estoicamente los espolonazos tentadores del capital internacional. Hasta

el momento el modelo es exitoso y competitivo.

También resalta, como curiosidad casi, el Athletic de Bilbao con propiedad y plantel

exclusivamente vasco. Una quijotada a esta altura, que paga un alto precio por el

respeto fanático de sus principios (no gana una liga hace 29 años) y que cuando

empalma una campaña buena, como ocurrió con Marcelo Bielsa, sus planteles son

irremediablemente desguazados por equipos más poderosos.

¿Cómo afecta este fútbol transnacional a nuestra competencia o a Sudamérica? Es

tema para otra columna, pero la asociación de los equipos brasileños a las mayores

empresas o la caída en picada del nivel competitivo en Argentina son algunas

señales. Ya habrá espacio para profundizar. Mientras, recomiendo leer a Simon

Kuper.