fracciones del abismo de juan urueta

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Premio de Ópera prima Premios Michoacán de Literatura 2015

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Page 1: Fracciones del abismo de Juan Urueta
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Premio de Ópera prima

Juan Urueta

GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO

Salvador Jara Guerrero

Gobernador de Michoacán

Marco antonio aGuilar cortéS

Secretario de Cultura

BiSMarck izquierdo rodríGuez

Secretario Técnico

irMa daza BanderaS

Secretaria Particular

María catalina Patricia díaz veGa

Delegada Administrativa

raúl olMoS torreS

Director de Promoción y Fomento Cultural

arGelia Martínez Gutiérrez

Directora de Vinculación e Integración Cultural

eréndira HerreJón rentería

Directora de Formación y Educación

JaiMe Bravo déctor

Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural

Héctor García Moreno

Director de Patrimonio, Protección y Conservaciónde Monumentos y Sitios Históricos

MiGuel SalMon del real

Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán

Héctor BorGeS PalacioS

Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura

CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

rafael tovar y de tereSa

Presidente

Saúl Juárez veGa

Secretario Cultural y Artístico

franciSco corneJo rodríGuez

Secretario Ejecutivo

ricardo cayuela Gally

Director General de Publicaciones

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Fraccionesdel abismo

Premio de Ópera prima

Juan Urueta

Gobierno del Estado de MichoacánSecretaría de Cultura

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Page 4: Fracciones del abismo de Juan Urueta

Primera edición, 2015

© Juan Urueta

dr © Secretaría de Cultura de Michoacán

Colección:Premios Michoacán de Literatura 2015Categoría Ópera Prima

Jurados:Tania Castro Cambrón y Carolina López Herrejón

Coordinación editorial:Héctor Borges Palacios

Diseño de Colección:Jorge Arriola Padilla

Secretaría de Cultura de MichoacánIsidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc,C.P. 58020, Morelia, MichoacánTels. (443) 322-89-00 www.cultura.michoacan.gob.mx

ISBN: 978-607-9461-20-1.

Impreso y hecho en México

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Índice

Presentación 7

Prólogo 11

I 15

II 35

III 51

IV 61

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7

Presentación

Pensar en el abismo es pensar en posibilidades; un in-manente escalofrío que crece en los puños y que atrae a la pregunta, a la cavilación que genera ansiedad, precipitándose en todo momento al borde de la emo-ción aciaga. La inmensidad de la mente, elefante blan-co que corre a toda prisa, muchas veces sin hablarnos, nos permite construir y destruirnos sin ley alguna de tiempo que la amarre; es ahí donde se abre el espacio para esas posibilidades.

Nanosegundos se transforman en vida y muerte; sonrisa repentina, enojo golpeando el rostro, adrena-lina engendrada entre cortinas de furia y pensamiento crudo. Irrealidad y despersonalización se desprenden del movimiento en las emociones del ser sobre las pri-meras percepciones, a fortiori es importante brindarle a Urueta más de una impresión.

Nos lleva por este texto literario entre imágenes engendradas por palabras que exponen las cadenas del individualismo y el miedo a la manifestación de la conciencia, pero también a través de la lucha del es-píritu libre de la sinceridad ante toda estética que lleve

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en mano juicio y que deje fuera la belleza en desaliño. Abraza la sencillez de los momentos, la medida de tiem-po que resplandece a manera de recuerdos cruciales en la contemporaneidad abatiéndose en todo y nada.

Entre aforismos y nostalgias, la Secretaria de Cultura extiende hasta tus manos, los resultados de una plata-forma constituida por la comunión del pensamiento de todos nosotros; y que mejor que en una Ópera prima, donde la pluma fresca nos comparte nuevas inquietu-des, por muy exploradas que parezcan.

Que no se quede sólo en las manos.

Maringeli Guzmán Santoyo, MMXV.

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Sólo el momento vale, sólo el estadode ánimo cuenta, sólo la impresión tiene razón,

sólo lo trágico tiene duración.

GOTTFRIED BENN

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11

Prólogo

El persistente desinterés por los finales definitivos.El desencanto de una conciencia que hurga en la oque-dad de sus conquistas. Los pensamientos… en erosión.

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Un instante para cada palabra. Un espacio para cada pena.

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I

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17

Mala conciencia: un lugar en el que las personas se re-cuerdan mutuamente, a cada momento, lo egoístas que son.

P

Tantas direcciones como equívocos.

P

Las oscuras profanidades del océano provocan en el hombre apasionante horror. He aquí la correlación fundamental entre la criatura y su origen.

P

El aforismo aspira a la permanencia en el instante, a la contemporaneidad. No puede aceptar nada que no sea la veracidad irrebatible del presente inmediato. Hay mucho de autárquico en él o, mejor dicho, en mí.

P

Ser indiferente ante la propia existencia nada tiene que ver con dejar de ser uno mismo. Lo primero se lleva a cabo con una facilidad enorme, lo segundo es casi una vocación. Que me entienda quien pueda…

P

Los rasgos faciales trazan una amargura que no hemos aprendido a disimular. Nuestro rostro es siempre una indiscreción.

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18

P

El mundo va siendo en la medida en que renuncio a él.

P

Hace años que no aprehendo las opiniones a razón de quién las diga. Yo sólo las atrapo, las asimilo y vivo con sus consecuencias. Esa conducta forma parte de lo que soy, está en mi carácter. Mi desesperanzada opi-nión sobre la especie humana hunde sus raíces en esta incapacidad mía para creer que todo tiene que ver con un punto de vista. La vida es injusta y es mezquina allende las opiniones que yo mismo pueda llegar a tener sobre ella.

P

Lo que me proyecta hacia la carcajada es ese vacío en-carnado, ese sinsentido danzante y siniestro; lacónica prueba de que el absurdo es lo único que permanece.

P

La escritura es intermitencia de una guerra. Cada ora-ción es endeble victoria o definitiva derrota.

P

La mitad de mis pensamientos se opone a la otra mitad. Sin la contradicción, yo sería un mojigato cualquiera.

P

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19

La calle solitaria de cada día: un descubrimiento capital.

P

Sin montañas, el mundo sería ininterrumpidamente miserable.

P

Una fila larga en el banco, con toda razón, me pone a pensar en la esclavitud.

P

La deliberada acción de cualquier persona, por causa del olvido o de la ignorancia, acaba por ser llamada la indescifrable voluntad de Dios.

P

Dos cosas le son negadas al insomne: la imaginación y la esperanza.

P

No tomarse tan en serio la vida me parece un exceso necesario.

P

No está uno bien en ningún lado sino en donde el tiem-po deja de importar.

P

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20

Incompatibilidad, inconclusión e inadaptación del Yo. Con estas palabras responde la realidad a cada una de mis rabietas.

P

El tiempo es también una oportuna herramienta para aceptar las limitaciones de la condición humana.

P

Mi rompimiento con el mundo fue ocasionado por el ridículo e ingenuo intento de reconciliación. Invierto ahora todos mis esfuerzos en un jaloneo. Baudrillard es atinado al manifestar que el desafío —el duelo— es el método más eficaz.

P

Una persona normal es una persona que ha sido des-pojada de su legítimo derecho a lanzar pestes contra el universo entero.

P

La tibieza nos libra, a cada momento, del peligro de acabar siendo nosotros mismos.

P

Buscar en mis palabras algo perdurable como la música.

Buscar la música cuando me veo en la necesidad de aniquilar cada una de mis palabras.

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21

P

De más he pensado en la vejez. ¿Será también eso nostalgia por el tiempo perdido?

P

He cavilado una sola palabra todo el día. Contrario a mis expectativas, he tenido una pesadilla horrible so-bre dicho vocablo.

P

Es el destino de todos morir de todo antes de estar muertos.

P

La ciudad se fue transformando, poco a poco, en un engorroso trámite entre el origen y el destino. El viaje es ahora un estorbo. Ulises yace ahogado en un Egeo de brea.

P

El talento no es más que un refinamiento obsesivo.

P

Tristeza es saber que nunca llegaré a leer las infamias que escribirán sobre los escritores que conozco.

P

Desde que murió, sólo hablo con Dios en sueños.

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22

P

Estoy con todos, con frecuencia contra todos, en este mundo revuelto.

P

Desconfía de todas y cada una de sus palabras puesto que, antes de ser suyas, las pensó.

P

El árbol surge de la tierra; yo, lamentablemente, tendré que conformarme con brotar de algunas frases.

P

Recuperar un humor a través de la escritura: manifes-tación alarmante de esa demencia que otros han lla-mado nostalgia.

P

Cuatro vocaciones admirables: velador, mayordomo, loco e inútil.

P

Ciudad estridente que compensa la mutes de los hombres.

P

Cada día alguien me ve por primera y por última vez.

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23

P

Revoluciones en favor de un reordenamiento: dejar de ser los gusanos para comenzar a ser las botas.

P

Pésimo cuentista: siempre narró emplazamientos dis-frazados de sujetos.

P

Quería leerlo todo. Tuvo que consolarse con escribir algo.

P

Matarse es afirmar algo en definitiva: el silencio antes que (la) nada.

P

Cuando tres autoridades de la literatura te dicen, a lo largo de una misma semana, que sin talento es mejor renunciar, la vida se reduce a una elección: la confor-midad o el desacato.

P

Cada que escribía algo se tomaba menos en serio.

P

Mi demencia ficcional, mi impostura, mi circunstancia, mi lengua: formas, todas ellas, de habitar[me].

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24

P

Mi literatura es una literatura que se fragua en el fra-caso que se presenta cuando intento hacer literatura.

P

Antes se acabarán los hombres que las páginas en blanco.

P

Únicamente puedo hablar de lo que soy. Eso explica por qué cada vez hablo menos.

P

Deseaba escribir algo destacable sobre las posturas mortuorias de algunos profetas: Buda recostado, Cris-to en una cruz… pero ¡ah!, de inmediato entendí que estaba entremezclando vencimiento y ambición.

P

El vapor que mana de la taza con café caliente hace que el viento sea visible. Somos ese rumor cálido que revela al tiempo.

P

Para aquél viejo, la infancia y Dios eran un mismo mito… el único que aún tenía el atrevimiento de evocar.

P

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25

El silencio de aquella hermosa mujer aspiraba a la des-aparición del universo.

P

No estamos solos, estamos ignorados.

P

Le tomó tiempo entender que su escepticismo todavía creía en él.

P

En el hipotético orden de las cosas, el acto banal —el que ha sido olvidado— resulta ser siempre el más de-terminante. La permanencia de mi especie es testimo-nio de ello.

P

El vencimiento les otorgó la seguridad que, en vida, nunca tuvieron.

P

Ya no se trata de ser sino de preservar.

P

Arrebataba del sueño la sustancia; de la angustia, la forma. Sus cuentos alcanzaban alturas febriles, casi irreales. Caían luego, dolorosamente, en una tierra gobernada por la frustración.

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P

Ireneo Funes lo recuerda todo. Yo únicamente recuer-do su muerte.

P

Sus sueños dejaron de hablarle en el momento mismo en que comenzó a tener una opinión sobre ellos.

P

El mundo es una composición inconmensurable de oraciones como espasmos: poética que anticipa la desaparición del universo.

P

Dos veces busqué lo sagrado en la esperanza, dos ve-ces erré el camino.

Somos los últimos descendientes de la Revolución Francesa, de la Enciclopedia, del Iluminismo. Hemos intentado desde entonces,

en poco más de dos siglos, y hemos fracasado —porque a esta altura hemos fracasado— en construir un mundo sobre la razón.

JOSÉ SARAMAGO

Mi decepción por la especie no es sino mi decepción por mí mismo. El hombre: un espejo de mis limitaciones.

P

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27

«Heredadle mi cráneo a un completo extraño». Conozco a una persona que haría cumplir esa ma-cabra voluntad mía. Soy un hombre privilegiado, des-pués de todo.

P

Pérdidas y ganancias: la experiencia humana no ha sido abarcada sino en términos especulativos.

P

Entiendo que la muerte detiene algo pero no sé qué es la muerte, mucho menos lo que clausura. Yo sólo sé del ir y venir en un vórtice que aprehende. Me consterno (o pretendo hacerlo) porque intuyo que no hay salida, y porque soy un cómplice del jaloneo entre el anhelo de existencia y la sequedad de la materia.

P

Estar aburrido es estar agotado hasta la desespera-ción. Aburrirse de la vida puede ser una fatalidad pe-rene o la puerta que da acceso a un espacio siniestro donde habita una quimera. Ambas posibilidades están expuestas. Ni la una ni la otra están definidas.

P

Quiero marcar el paso, que el mundo avance con la velocidad de mis pensamientos, pero no puedo. Con-jeturo, no obstante, un ritmo propio: un estilo. Busco

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28

una calle inmóvil y tengo un diario. He de aguardar por el tono de mi propio hartazgo. Ser paciente. Esperar por nada. Escribo porque no quiero ir a dónde suele llevarme la vida. Preferiría llevarla conmigo en forma de oración o de legítimo silencio.

P

La ciudad no está, la ciudad ocurre.

P

Lo que se desgasta en nuestro andar no es la superfi-cie que pisamos ni la suela de nuestro calzado sino la capacidad para detenernos en seco.

P

Hablar, sin escucharse, es otra manera de no decir nada: una más vulgar, una más propia de mi especie.

P

Ajar una noche entera en la sustancia de la pala-bra Todo. ¿Existe algo más catastrófico, más absurdo? Piénsese en el agotamiento de la palabra, en una reca-libración del vacío. Todo: una forma específica de decir cualquier cosa.

P

Dejar de querer ser alguien me permitió ser yo mismo.

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P

Nuestros recuerdos respiran a expensas del presente desfigurado.

P

El pensamiento es un avanzar pateando piedras hasta hacerse añicos las falanges.

P

Escribo porque estoy cansado.Estoy cansado porque escribo.

P

La ciudad: un matadero, un manicomio. Desde su fundación, fue el gran orgullo de los hom-bres. Esta ironía me parece perfecta.

P

Era de madrugada. Leía los Cuadernos de E.M. Cioran en la banca de una somnolienta explanada comercial. Alentado por el sacudimiento de un escalofrío, detuve un momento mi lectura y di un vistazo alrededor. Todo me resultó infinitamente extraño, extraño y seductor: ni un solo ruido, ni un solo color, ni un solo movimiento… nada más que una mirada catapultada hacia el abismo. No había terminado yo en aquel preciso lugar guia-do por algún principio, convicción, gusto o tendencio-so albedrío (estoy seguro), y las circunstancias que

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allí me habían conducido se me presentaban tan indis-tintas como todas las otras cosas de este mundo que jamás llegaría a conocer. Imposible conjeturar qué me había arrastrado hasta ese derrumbamiento en el ins-tante. Estaba tan lejos de todo. Pude haberme disuelto definitivamente en el estúpido y maravilloso instante… pero el viejo velador de la plaza comercial pasó a mi lado, tosiendo y dándome los buenos días.

P

La vida con Dios es terriblemente difícil; sin él, es in-soportable —declaró en cierta ocasión el rabino Mario Rojzman. De semejante afirmación he concluido que los únicos ateos son los suicidas consumados.

P

El monólogo interior: un tribunal, un mausoleo. Así de severo, así de invulnerable.

P

En más de una ocasión he intentado adjurar de la hu-manidad pero (como ahora) las palabras me ponen en mi lugar.

P

Morir con la certeza de que los peñascos gritarán con furia: ¡Callaos! ¡Se largó sabiendo!

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31

P

Hacer de la noche un adversario al que he de arrancar algún gemido.

P

Nadie, que yo sepa, ha salido bien librado tras haber sido objeto de la admiración de los hombres.

P

A sus enemigos nunca les conoció, y por ello sus cóle-ras se afanaron en contra de él mismo.

P

Conocí a un escritor que ejercía con orgullo discreto un ritual para granjear un estado desde el cual escribir. Un simulacro de depresión, le llamé. Para ponerme a lanzar palabras yo sólo requiero un instante inútil… y eso explica por qué la obra de aquel escritor era prolífica y viva ficción; y la mía, nada más que secos retazos.

P

Mi risa es por el pésimo comediante, no tanto por la broma.

P

El individualismo es el cáncer de mi especie. Cada uno de nosotros es, a su modo, un síntoma.

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32

P

Negarse el sueño… ¡vaya lujo!

P

Tendría que haber sido más honesto y fraternal; al modo en el que lo es este mundo absurdo.

P

La idea de la muerte es un bálsamo, una narcosis… nada más que una esperanza en que todo termina.

P

Si supiera que en la calle donde tengo mi hogar vive también un escritor, sin dudarlo, me mudaría muy lejos.

P

Puedo morir en cualquier momento por cualquier mo-tivo. Sin el azar, yo sería inmortal.

P

Sin juzgar ni condenar queda realmente muy poco qué decir sobre las personas.

P

La noche no le pertenece a los hombres ni éstos a aquella… pero las penumbras son libres y los hom-bres, unos envidiosos.

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33

P

Por cada muerto olvidado alguien vive entre las pala-bras de algún relato.

P

Caminaba tan lentamente que hasta los viejos le re-basaban. Así entendió que incluso aquellos que están más próximos a la tumba tienen demasiada prisa.

P

De niño me deleitaba edificando castillos de arena jun-to al mar. Mi gozo era aún mayor cuando una ola lle-gaba y disolvía con prontitud, desde los cimientos, mi pequeño edificio. Mi actitud ante la vida era, en aquel entonces, impecable.

P

Lo mejor de un pueblo concluye con la épica de una catástrofe.

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II

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37

Ver en las personas los ecos de sus malas noches.

P

De lo que un día fuimos mantenemos imágenes pero casi ninguna palabra exacta. No queremos escuchar-nos sino solamente vernos. La vanidad fincó sus ci-mientos en nuestra memoria. Coleccionamos escenas borrosas y damos por he-cho que la suma de ellas deberá llamarse nuestra vida.

P

Guadalajara. Toda la tarde, desde un camellón frente al hotel, un hombre drogado lanza escupitajos sobre los parabrisas de los autos conforme éstos pasan a toda velocidad junto a él. Durante varias horas yo le obser-vo desde mi habitación en el piso dieciséis del hotel.

He terminado de leer Ser y Tiempo, de Heidegger. Es muy noche. Doy un vistazo por la ventana antes de ir a la cama. El hombre sigue ahí abajo, de pie, en el pequeño y sucio camellón de la avenida. Se le acaba-ron los vehículos; a mí, las páginas… Ya sólo nos queda un esperar en vano.

P

Hasta el día de hoy no había expresado de manera concisa mis expectativas sobre la especie humana: son pésimas.

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38

P

Seré claro: nunca el mundo le ha exigido algo al hombre.

P

¿De verdad es tan terrible vivir a la sombra de alguien más? Aquellos a quienes leo devienen bajo mi sombra a cada momento y no parece molestarles en absoluto.

P

El grave sonido de un motor a toda potencia sobre el periférico. El resoplido violento del tren, a lo largo y ancho de la ciudad, a las cuatro y media de la madru-gada. El golpeteo ocasional de los dedos contra las teclas. La novia prostituta de mi vecino grita para que éste baje y le abra la puerta. Algún perro está escu-piendo alaridos a una luna roja de Octubre. En algún lugar de la urbe alguien está equivocándo-se terriblemente. En mi departamento la oscuridad se muestra voluntariosa y renuente, se esparce a hurta-dillas bajo los pocos muebles que hay. Me quedo en silencio esperando que pase lo que ya sé que no pasa-rá. La mirada se prolonga por repetición en sucesiones abruptas. Me pongo de pie. Suspiro hondamente. Me coloco un abrigo. Dejo en los escalones de mi depar-tamento toda esperanza. Abro la puerta que da a la calle. Morelia sólo tendrá sentido al despuntar el alba.

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39

P

Sólo quien ha visto el sol sabe que conocer es des-truirse.

P

Simulacro de mi vejez: redactar estas palabras mien-tras padezco de una terrible fiebre.

P

Dios no tiene esperanza en el hombre. La espera co-rresponde al tiempo, no a la eternidad —me dijo S. en alguna de nuestras afables conversaciones. La persona que ya nada espera es la única que pue-de comprender vagamente a Lo divino.

P

Centro histórico. Una mujer chalada se acerca a las ventanas bajas que tienen balcón en cierto edificio co-lonial y coloca algo en los barandales. No sé que es. La observo desde el otro extremo de la calle. Ella se queda un momento mirando aquello que puso y luego avanza a la siguiente ventana. Repite el desconcertan-te procedimiento cuatro ocasiones. Cuando finalmente dobla la esquina, me acerco a uno de los barandales. Encuentro ahí, atado, un badajo de hilo verde. Un es-calofrío recorre mi columna vertebral: la sospecha de lo siniestro. Me aproximo un poco más, quiero tocar el hilo pero no me atrevo. Entonces me percato que

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estoy de pie justo donde estaba ella, observando el mismo objeto, con el mismo aire de loco. He caído en su trampa, sin duda. Un roce me separa de la demencia.

P

Cada noche muere en soledad. Su gemido último: un frío acerado, cruel. Cada noche…

P

Caminaba por aquella ciudad como un ciego lo hace por su habitación.

P

Escribir, no lo que se sabe sino lo que se quisiera saber.

P

Interpretamos los vocablos justo en el momento en que los escuchamos. La palabra, liberada de todas sus posibilidades significantes, es pura pulsión: melodía, irrupción fundamental, reiteración entrópica, poética.

P

La discreción es algo que el amanecer se esmeró en enseñarme.

P

Una impertinencia: ser pobre y dedicarse a escribir.

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41

P

Hablaba de él como de alguien más. De ese modo nunca olvidaría que sus leyes se encontraban en otro lugar.

P

El intelecto sólo tiene protagonismo cuando los hu-mores decantan, cuando el organismo intenta sobre-ponerse a los estragos que ha causado una existencia sobresaturada de gimoteos.

P

Aquellos hombres deambulaban por la oscura residencia, totalmente convencidos de que eran un solo individuo.

P

La imaginaba tan pequeña en su habitación, soñando un poema.

P

Ella le enseñó el lenguaje lozano de los labios cuando no están besando.

P

A veces simulaba locura, demasiadas veces olvidó que aquello se trataba sólo de un simulacro.

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42

P

El epitafio de su lápida lo imaginaba escrito en el anti-guo e ignorado lenguaje de Nortumbria.

P

El minuto extraviado en el que incluso los insomnes, los borrachos y los desquiciados dormitan, él lo considera la única apología valedera en este mundo.

P

«Celebrar la vida mientras dure». Aquello que requiere una justificación para poder realizarse me parece pueril y de mal gusto. Que esa justificación sea la muerte o la extirpación del tiempo sólo confirma mi desprecio por semejante actitud.

P

Ingresar al incendio de un bosque cargando únicamen-te un cubo con agua. La valentía, necesariamente, tiene mucho de absurdo.

P

Ya que no podemos avanzar siempre tras de la luz, nos dormimos con la esperanza de que sea ella la que nos alcance de nuevo.

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43

P

Heroico es persistir en la pasión por lo caduco.

Mi día aspira, ocasionalmente, a la epopeya.

P

Pocas veces el silencio llega a ser una actitud vital. Lo más común es que sea expresión de alguna vulgar vergüenza.

P

Los frutos maduros caen violentamente, se fracturan con el impacto, se reblandecen en la tierra y finalmente se pudren. Su descomposición revitaliza al árbol que les dio una razón y un destino. Me queda claro por qué nuestros tiempos alientan tanto en el hombre el deseo de madurar.

P

Lo que me condujo a este fragmento se va conmigo.

P

Me inquieta la celeridad con que he dado la espalda a cosas que, apenas ayer, colmaban mi vida de pasión. Soy un hombre preparado para la renuncia pero sin la disposición ni el ánimo para llevarla a cabo.

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44

P

Estar solo es no poder conformarse.

P

El juicio es todavía más que un patrimonio de la huma-nidad, es su fundamento.

P

Lo indistinto se esparce como un virus. Me estoy que-dando sin calles.

P

Cualquier sitio da el ancho cuando se pretende escribir sobre las miserias humanas.

P

Y pensar que pasas a diario por el exterior de cierta casa en donde se comete un crimen horrible.

P

Un imperio de la obesidad, atestado de esclavos gordos y satisfechos que ya no sienten el deseo de movimiento. El tirano que somete por la saciedad tendría que ser el más astuto de todos, el que mejor ha llegado a conocer a los hombres. Potestad suprema que canta a un mundo que se devora a sí mismo.

P

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45

A veces creo que este lugar me dice cosas. Es que es ardua la soledad.

P

Mucho de cuanto he escrito es una opinión tardía, un desacuerdo.

P

Aquel hombre arrastraba una expresión tan atormen-tada en su rostro que ni siquiera los pordioseros osa-ban acercársele.

P

Nunca me acostumbré a la vida —confesaba en sus instantes de suprema lucidez.

P

El escéptico adquiere la levedad del muerto.

P

Cuando no haya memoria todos seremos inocentes. … ¿Inocentes de qué?

P

El día que mis acciones sean algo más que vanidad afincada obtendré el estatuto de viento.

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46

P

¿Qué es la inmortalidad si no una conciencia perma-nente del desgarramiento?

P

Permitir que el espíritu se marche y tome al vuelo cada palabra. Vivir para no contarlo.

P

El pensamiento de un libro respira en el preámbulo del silencio y de la muerte. Es abyección, inexplicable abstracción inmanente. No logra estar si no es por la negación de lo total. Se elije y se nombra a expensas de todo y de todos.

P

El pensamiento de un libro es incompatible con lo ilimi-tado. Es en soledad, in momento temporis.

P

El pensamiento de un libro es, como el sentido en el hombre, terriblemente incierto.

P

El pensamiento de un libro no es de este mundo pero está, a veces, entre nosotros. Es un extranjero.

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P

Nacen y perecen deidades como olas en una playa. ¡Qué gran momento para estar de vacaciones!

P

Aquél anciano hablaba de la existencia como de algo externo. Transpiraba decrepitud.

P

Lo que obtenemos del mundo es siempre un arrebato.

P

A riesgo de sonar optimista, afirmaré que una persona lo soporta todo.

P

Lo que soy no hace distinción alguna entre lo que sé.

P

Luego de una breve aunque ardua temporada de insom-nio sobrevienen horas de un agotamiento insostenible.Comprendo la añoranza de los viejos por ese otro sue-ño que ignoramos: han estado despiertos durante de-masiado tiempo.

P

Todo cuanto ocurre, ocurre en detrimento de algo más.

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48

P

El fracaso como exigencia metodológica de quien ha decidido vivir con un propósito.

P

… noches plagadas de monserga estúpida, también las he tenido. Fueron la mayoría, ahora que lo pienso…

P

He escrito tanto sobre asuntos que nada me impor-tan y temo que ese ejercicio baladí haya mermado mi capacidad para hablar de lo verdaderamente esencial.Pero, ¿qué es lo esencial? ¿Cuántos libros tienen que arder antes de decir preci-samente lo que se quiere decir?

P

No pensar más que lo absolutamente necesario.Pero es que siempre hacemos eso. Lo que no pensa-mos es que nada es necesario.

P

Un paso calmo por las calles, en este momento de la historia, es casi una revolución.

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49

P

Un hombre que vive en el desierto sale cada mañana muy temprano de casa y cava, durante horas, una fosa en la tierra yerma, entre las dunas, bajo el sol inclemen-te, hasta encontrar un poco de agua en lo profundo. Logra extraer del agujero el escaso líquido, que guarda en una vieja tinaja de madera. Después camina diez kilómetros al norte, hasta la base de una elevada montaña, y derrama el agua en un pequeño y joven espino que hace tiempo encontró. Repite esta tarea todos los días desde hace muchos años. Habíase visto cosa más absurda y excepcional en el mundo: un jardinero en el desierto.

P

El incendio perpetrado por Nerón fue tal vez una teatrali-dad, una representación pintoresca del destino imperial. La demencia, para los cuerdos, no es para el loco sino una cordura extrema.

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La corrección de un fragmento es un atentado, una agresión directa a su existencia. Quien sobre una anotación vuelve la encontrará siempre carente e im-precisa: perfectible. No sospecha que, al corregirla, la mutila fatalmente. Lo más normal es que termine aniquilándola.

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Todos estos apuntes han sobrevivido a mi juicio y a mis expectativas. En eso me llevan bastante ventaja.

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El tedio es un suicidio irracional.

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Quitarse la muerte: crimen capital en sentido inverso. Haber palpado los rostros de la oscuridad y así, sin más, haberles dicho No.

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El suicidio hace evidente la incapacidad de los hombres para impedir el desastre interior. El suicida contempla el rostro perplejo de la humanidad.

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Zumbidos, recordatorios, tiempo, tiempo… persisten-cia caprichosa de los sarcofágidos.

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Al condenado le otorgan la vastedad de cada momen-to y todas las posibilidades de hacer casi nada con ella.

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Su legado: los remanentes de una eternidad aciaga, la reunificación de la locura, la provocación, la brevedad y la impostura.

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III

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Hay un fracaso al que es ya imposible sobreponerse; puede más que la voluntad, incluso más que la inercia. Es un desánimo de movimiento, una incapacidad interior para querer hacer aún algo con la existencia. Ese fracaso final arrebata del ser la vocación por el lenguaje y lo encamina hacia una pesadez que ya no espera nada. Únicamente el desafío puede alterar el curso de esa debacle. La provocación puede aún hacer algo por el vencido pero, ¿cómo escuchar un reto cuando no se cree ya ni siquiera en las palabras? La muerte, un día el motor de la vida, revela entonces su insustancialidad, su incapacidad para crear. El equí-voco último de este tipo de fracasado es confundir a la muerte con el sufrimiento y a la aniquilación consuma-da con la autodestrucción lúcida. Entre la pena capital y la condena interminable al dolor, ¿qué elegir? Morir es el consuelo de quien no ha estado a la altura de sus fatalidades.

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Eres otra oportunidad desperdiciada. Un redentor que se extingue en el anonimato.

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…¡esa desesperación ardiente, esa furia frenética ante la evidencia de que la vida por fin te ha doblado es lo que inaugura la rebelión cósmica!

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¡Con qué naturalidad abrazó la idea de la derrota! Toda su vida no hizo sino darle rodeos.

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Las personas son sabias mucho más allá de su enten-dimiento. Ese desconocimiento es, tal vez, el germen de su ambición.

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Una clase de desgracia: cuando la náusea se torna en simple resentimiento.

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Una religión es un plan premeditado para escapar de la muerte. El suicidio es un plan de emergencia para escapar de la vida. Fundar una confianza radical en ese segundo caso, ¿es entonces el otro extremo de la mentalidad creyente?

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El ausente es imaginación. Nadie puede refutar, en cambio, una habitación ya abandonada.

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Día a día la elección atroz, apenas nuestra: la cos-tumbre, la falta de expectativas; soledad o compañía, miedo o conformidad, indiferencia o lucidez inactiva,

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zozobra del tiempo, palabras de más. Lo que llamamos aventura humana no es sino la suma de un número indefinido de improvisaciones cir-cunstanciales.

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Delirio póstumo: ver en la muerte a una bienhechora que dará punto final a todos mis crímenes.

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Maquillar fracasos, auxiliado por el estilo.

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Qué impropiedad es vivir según leyes maniqueas, ape-nas bosquejadas en los breves momentos distancia-dos de la opresión.

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Un anciano en ropa deportiva se me adelanta grose-ramente mientras realizo una caminata cierta mañana fría de Febrero. Unos metros adelante el hombre se detiene y, con esfuerzo desmesurado, hace una senta-dilla. Gira la cabeza y me ve. Con gran dificultad logra levantarse desde su posición y entonces continúa con su recorrido. No me queda claro si intentaba demostrar [se/me] algo… no sé si lo consiguió.

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La noble y melancólica mirada de aquel viejo perro era más cara en mí que el ocaso de todas las civilizaciones.

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«Todas las personas son contradictorias». Qué terriblemente ofensiva resulta esta frase para quien se cree dueño de sus ideas.

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De pronto, el llanto desesperado de un infante inte-rrumpió mi sueño durante cierto viaje en autobús. La criatura gritaba con violencia «¡Mamá!», una y otra vez, desesperado por aquél sofocante calor de la me-dia tarde. El vehículo iba atestado de pasajeros. Había gente de pie en el pasillo y la molestia de todos aque-llos que pude observar era más que evidente. Yo revi-saba de reojo los furiosos semblantes de las personas que —lo juro— deseaban tirar al niño por la ventana o propinarle una paliza a la mujer que no conseguía callar a su hijo. Advertí en mi rostro una discreta son-risa. Me hacía feliz saber y entender que NADA podían hacer las personas para detener aquella situación. Al-guien musitó un «Shhh» con furia y el niño replicó con mayor ímpetu en sus alaridos. Reí. Algunas personas se giraron a verme con des-concierto. Un joven obeso, cuya lectura había sido truncada por los gritos, me observaba con cara de

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idiota. Luego volteó iracundo a buscar al pequeño, como si, al hacer eso, aquél fuera a callarse. Irritado, negó con la cabeza y trató de regresar a su libro de autoayuda. A quienes todavía me miraban les espeté mi felicidad en la cara, mi embriaguez por el momento en descomposición, mi delirio presente, mi epifanía. Después comencé a pensar todo esto. Así continuamos sobre la carretera, con el sol de las tres de la tarde colándose por nuestras narices y nues-tras frentes, en medio de los llantos, la desesperación y la impotencia… en medio de la vida que pasaba.

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Cambian de ciudad para librarse de la suciedad que (ellos creen) es propiedad del lugar que abandonan. No comprenden que ese sentimiento repulsivo del que intentan huir es lo único que verdaderamente han con-seguido ser en la vida. No importa. Lo que desprecian lo transpiran sin re-servas donde quiera que plantan el pie.

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Resulta que la mentira es razonable. Lo propio de ella es tener un sentido.

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Lo inaudito aplasta a la palabra. Ocurre y, entonces, nada es posible escuchar o decir; sólo el silencio es. Lo

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inaudito disuelve las opiniones justificadas, los juicios, las réplicas, los argumentos. El universo se vuelca a la noche aciaga de la cual brotó. Cuando clamo: «Esto es inaudito», estoy diciendo: «esto es siniestramente verdadero».

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Ser el último hablante de una lengua. Atrocidad reser-vada para unos pocos que saben, como nadie más lo puede saber, la verdad sobre los límites.

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Malograste tu vida entera para dar testimonio de que la existencia no tiene sentido a priori. Diste justo en el blanco, sí. En el final tuviste la razón… y, sin embargo, estas palabras.

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La claudicación es un derecho que se gana con sudor y con sangre; nadie la otorga sino el agotamiento de quienes combaten.

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La resistencia a lo repugnante es una vía segura para el autoconocimiento.

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Nuestra imagen es la imagen de una impresión forza-da, la anticipación de un veredicto.

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Obsesión por las últimas cosas.Ejemplo: obsesión por mí mismo.

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La transcripción de estos fragmentos recuperó una imagen nítida del instante en el que cada uno de ellos fue formulado. El hecho me sumió, durante un par de semanas, en una pesadez anímica hasta entonces des-conocida. La frase está muy cerca de cada momento y mantie-ne la verdad temporal de quien ha procurado narrarse los segundos.

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Si no tuvieras nada más que una ventana en un edi-ficio muy alto para poder comprender el mundo, ¿el conocimiento obtenido estaría limitado por la ventana o por tu imaginación? En el primer caso: ¿cuál sería el límite? En el segundo caso: ¿terminarías conociendo al mundo o a ti mismo?

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Mi tiempo es el tiempo de los rebaños, del mutismo y la apatía; es el tiempo del esclavo y del creyente. El pánico florece en este paraje abonado de cadáveres. Las cabezas que aún no son cortadas tienen el color

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de la soledad. La vana muerte pernocta en sus boste-zos y en sus ritos. ¿Quién no está maldito en el tiempo de las larvas, que es el mío? ¡¿Quién?!

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IV

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Hacer cuanto haga falta, con tal de no responder a los abismos.

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Capitular: extraviar la incertidumbre. Saber con preci-sión euclidiana lo que viene.

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Escribir o desdeñar mis pasos entre las fauces del demonio.

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Perder para siempre el frío, su risa, las dudas, el mar, las catedrales y el aroma infecto de los hombres.

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¿Trascender? Tal vez importunar más allá de mi muerte estúpida.

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Resistir, como resiste una letra o una cucaracha.

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Ser… como la vida cuando se desprende de mí.

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Pensar hasta merecerse todos los exilios.

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¿Terminar?... ¿Para qué? ¿Para creer que hay más de un comienzo?

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Se terminó de imprimir en agosto de 2015

en los talleres gráficos de Siete Cyan

ubicados en Oriente 2, No. 70

Cd. Industrial

Morelia, Michoacán, México

La edición consta de 1,000 ejemplares

y estuvo al cuidado del autor,

Wendy Rafael Macias y Martha Montaño.

En portada: “Hermes Trismegisto” Grabado en madera incluido en el libro De chemia de Zadith ben Hamuel.

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