forma, palabra y materia en la poÉtica de vallecas

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LA ESCUELA DE VALLECAS CONSTITUYE UNO DE LOS CAPITULOS MÁS APASIONANTES DE ESE PERIODO DE NUESTRA HISTORIA CULTURAL QUE SOLEMOS LLAMAR EDAD DE PLATA

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La Escuela de Vallecas Petere, Pablo Neruda, Luis Felipe paisajes orogénicos labrados a través del tiempo por las constituye uno de los capítulos más apasionantes de ese periodo de nuestra historia cultural que solemos llamar la Edad de Plata. En realidad, dicha Escuela, cuya vida se extendió entre 1 930 y 1936, no fue sino el modo de compartir la forma y el sentido de creaciones plásticas y literarias acuñadas en la vivencia del paisaje, a lo largo de ini- ciáticos paseos por campos y suburbios de Madrid, Guadalajara y Toledo. Así pues, más que de una escuela cabría hablar de una verdadera Poética de Vallecas. Praxis estética con la que artistas y escritores expresaron simbólicamente la experiencia material de unos determinados paisajes a través de formas y palabras concomitantes entre sí. / Estos paseos en los que cristalizó la expe riencia vallecana fueron iniciados hacia 1930 ¿ por el escultor Alberto y el pintor Benjamín Palencia, seguidos muy de cerca por el también BENJAMÍN PALENCIA (cairo figureo, escultor Pancho Lasso. Pero durante sus casi siete años de existencia, a esta vivencial poética se fueron sumando otros artistas, escritores e intelectuales. Creadores que transitaron por el grupo y el lugar en épocas diferentes, con mayor o menor asiduidad, con mayor o menor protagonismo. Hubo también otros que, simplemente, recibieron influencias formales de la poética vallecana a través del paraguas común que desplegaba el imaginario artístico de vanguardia operante en la España de tiempos de la Segunda República. El planisferio vallecano es, pues, amplio y variado, y a los nombres de Alberto, Palencia y Lasso, hay que sumar los de otros: Una importante nómina integrada por artistas como Maruja Mallo, Juan Manuel Diaz Caneja, Antonio Rodríguez Luna. José Moreno Villa, Nicolás de Lekuona, Enric Climent, Antonio Ballester, Eduardo Díaz Yepes, Jorge Oteiza, Enrique Garrán... Por escritores como Miguel Hernández, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Gil Bel, José Herrera Vivanco, Raúl González Tuñón... Por estudiantes de arquitectura como Luis Lacasa, Fernando Tudela, Moreno, Rivaud... Y por otros artistas a los que, tarde o temprano, acabamos relacionando también en virtud de alguna resonancia formal.

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Es decir, los misérrimos paisajes castellanos de Vallecas quedaron configurados como el umbral físico de una poética que, propagándose con intensidad, se extendió por muchos lugares del Estado. Y lo hizo fundida con una aspiración ética y estética de vocación universalista, a la vez que constructora de una potente identidad. Tras la guerra civil, la sensibilidad vallecana rebrotaría incluso en algunos de los artistas que trabajaban en España, así como en la memoria de otros que se vieron forzados al exilio. El abanico final de nombres participantes despliega una envergadura tal, que nos fuerza a considerar dicha Escuela de Vallecas como uno de los ejes estéticos fundamentales de la cultura de renovación y vanguardia en tiempos de la Segunda República. A través de una sincera y sugestiva ecuación arte o vida, la Poética de Vallecas supo integrar lenguajes propios de la vanguardia con una vigorosa conciencia de identidad cultural, geográfica y antropológica de naturaleza ancestral. Casi telúrica. De esta manera, la cultura española de los años treinta logró entrar en sintonía con los derroteros de la vanguardia internacional sin dejar de afirmar rasgos propios y sin convertirse en un mero recipiente para la importación de formas. Por otra parte, dicha conciencia estética, capaz de remontarse en su inspiración hasta un verdadero génesis geológico, no perdió nunca la conciencia histórica de su presente. Ello le hacía reconocer, en el espectáculo de fuerzas erosivas de la naturaleza en los bordes mismos de las ciudades, la trastienda suburbial de una sociedad que estaba entrando a trompicones en una revolución industrial tardía e inconexa. También le permitió vincular experiencias poéticas de naturaleza subjetiva con el horizonte de una regeneración colectiva. Así, Vallecas establecía un nexo metamórfico con lo que había significado buena parte de la conciencia intelectual de la generación del 98. Pero nunca en esos términos de contrición nostálgica o de impotencia soberbia que a veces afloran en la cultura finisecular, sino con una plena conciencia de transformación encarada al porvenir

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Como consecuencia de todo ello, en el terreno plástico se produjeron formas que, representando la esencia de una identidad propia, enlazaban con las de los Picasso, Miró y Dalí más internacionales, además de con Arp, Brancusi, Moore, Tanguy, Masson y otros. Formas que sirvieron para interpretar y expresar la propia realidad histórica y antropológica, orientándola hacia una nítida noción de progreso asociado al destino de la humanidad. Una vocación política que siempre estuvo inserta en el horizonte ideológico de Vallecas. En este amplio conjunto de rasgos estriba la importancia crucial que tuvo para nuestra cultura esta Escuela de Vallecas. La presente exposición ha reunido un centenar de piezas (entre esculturas, cuadros, dibujos, fotografías de creación, manuscritos y libros), firmadas por catorce artistas y ocho poetas. Su intención es mostrar ese estrecho vínculo que se produjo entre las formas de los artistas, las palabras de los poetas y la materia de un paisaje, presente en la muestra a través de las fotografías con que Emilio Sánchez lo ha retratado en la actualidad. La exposición se completa con el cortometraje del realizador Joan Dolç: Cerro Testigo.

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