flores negras

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Giancarlo Andaluz

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Relato ambientado en los años finales de la década de los sesentas, época de rock & roll, amistad incondicional y lento aprendizaje. Un grupo de rock de barrio lucha por hacerse conocido en el complicado mundo de la música, una lucha que los llevará por los disímiles caminos a los que suele llevarnos las aventuras inesperadas que nos ofrece la vida misma. Un relato sobre el aprendizaje, la amistad y los sueños de juventud.

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Giancarlo Andaluz

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“FLORES NEGRAS”

Giancarlo Andaluz Queirolo, 2008

Amuleto Ediciones

Lima - Perú

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FLORES NEGRAS

“Come on, my friends,

Let's make for the hills.

They say there's gold but I'm looking for thrills.

You can get your hands on whatever we find,

Because I'm only coming along for the ride.

Well, you go your way,

I'll go mine.

I don't care if we get there on time.

Everybody's searching for something, they say. I'll get my kicks on the way.

Over the mountains, across the seas

Who knows what will be waiting for me?

I could sail forever to strange sounding names.

Faces of people and places don't change.

All I have to do is just close my eyes

To see the seagulls wheeling on those far distant skies.

All I want to tell you, all I want to say

Is count me in on the journey.

Don't expect me to stay”.

Pink Floyd “THE GOLD IT´S IN THE...”

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CARTA DE ISAAC LEANTE (productor musical del sello MAG) en respuesta directa a las

injurias lanzadas por la agrupación local Black Flowers, por la presunta usurpación del tema

musical “Two stairs for the sky”, tema éste, presuntamente de la autoría de sus integrantes.

Estimado público lector:

Debido a los engorrosos acontecimientos sucedidos el día miércoles pasado en las

instalaciones del sello MAG, me siento en la obligación de responder a las diatribas

lanzadas por los miembros de la banda local The Black flowers hacia mi persona, las

mismas que califico desde ya de injuriosas, lascivas y disparatadas. Calificativos que además

encuentro fuera de lugar por lo que a continuación explicaré de manera personal y lo más

detalladamente posible.

El día 12 de enero pasado, cuando me encontraba en mi hogar oyendo del long play Soul &

Pepper, de la banda Pepper Smelter, el tema titulado originalmente In the garden of eden

del mítica agrupación Iron Butterfly (1), el timbre de mi casa inició su horrible concierto

chirriante e interminable, el mismo que, como es obvio, perturbó mis horas -que son

pocas- de merecida distracción. Al abrir la puerta, me encontré frente a dos miembros de

una banda desconocida que en días anteriores habían tenido una reunión conmigo en mi

oficina de la MAG. Se trataban de Héctor Lizarburu y Matías Mattos, vocalista y baterista

respectivamente de la agrupación Los Lynks de Lince, que venían en busca de una

respuesta prometida y olvidada por mí para esa tarde. Según sus palabras, yo les había

prometido en aquella reunión de la que ningún recuerdo me queda, escuchar

detenidamente su grabación y darle una respuesta más exacta de ésta. Como era obvio, los

muchachos se dieron cuenta al instante que ni siquiera había oído la grabación, por lo que

me sentí en la fastidiosa obligación de retirar el LP de Pepper Smelter y poner su grabación,

de la que sinceramente no esperaba nada nuevo, ni tampoco bueno. Lo inesperado ocurrió

minutos después de ponerla, cuando el reproductor botó un sonido nuevo para mis oídos.

Una extraña mezcla de instrumentos; un rasgueo muy visceral de fondo, apoderándose de

toda la canción, luego un solo de guitarra lento, armonioso, al que se unió la batería

descargando leves golpes rítmicos. Casi dos minutos después, la aguda voz del vocalista

hacía su entrada triunfal, cantando una letra en inglés por demás llamativa y nueva, en ese

momento los muchachos se entusiasmaron al ver en mi rostro un gesto, aunque lejano aún,

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de súbita sorpresa. Tuve que callarlos, algo que no acostumbro a hacer y menos delante de

dos músicos desconocidos. La letra era más bien corta, podría decirse que el tema en sí era

instrumental decorado con unas cuantas líneas de bien pensado texto. La letra le daba aires

de poesía, más que de canción de rock, era en sí como un poema recitado con instrumentos

débiles y distantes. A continuación dejo la letra en su totalidad para que logren entender lo

que sentí en ese instante:

“We are still far from the land,

our feet remain stuck in the grass

of the same park of infancy,

I am not also sorry the wind to blow against my face,

your sweet words that approach me in these so liquid moments.

We need only two steps for the sky, baby,

only two steps for the end of our days...

Trusts in my, baby,

soon we will be embraced one to other one,

traveling slightly for the limits of the time”.

El tema duró largos y bien usados 8 minutos, en los cuales sentí algo parecido, aunque tal

vez exageré en ese momento de sublime sensación, a la ocasión que oí por primera vez de

The Beatles, en aquel memorable primer álbum titulado please please me, el tema A taste of

Money (2), canción que además sirvió para que desviara el rumbo de mi vida, que en ese

momento seguía un camino totalmente distinto al de la música, para empezar una carrera

musical, como productor y descubridor de nuevos talentos en Lima.

Al acabar la canción, y rodeado de un silencio casi sepulcral en medio de mi sala, abrí los

ojos, sentí que una lágrima viajaba por mi rostro, y después de esa señal, los chicos

supieron que ese era el momento del nacimiento de una nueva banda de rock; Los Lynks.

Fue un arduo trabajo de preproducción, que terminó después de un largo mes entre

grabaciones y mezclas. Así, el 17 de febrero de 1969, nació la banda Los Lynks, con su

primer álbum (que a la postre, por motivos ajenos, sería también su único disco) titulado

“Two stairs for the sky”, en honor a tan maravillosa canción que me fue dada a oír aquel

día de enero del 69.

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Casi al instante que llegó la canción a las diversas radios locales (radio 100 FM, radio 1160,

radio Miraflores, entre otras), se convirtió en un boom mediático entre la juventud local,

que colmaba los locales para escuchar a la banda del momento.

Pero la fama les duró poco, por así decirlo, debido al escándalo que recientemente se dio en

la puerta de mi oficina, el cual es el motivo de esta carta. El 15 de marzo de ese año,

irrumpieron en el local de sellos MAG, tres muchachos que decían ser los autores

intelectuales de la canción número uno en ese momento entre las bandas locales. Javier

Urcia, Pipo Aira y una señorita que se presentó como Jenny O, entraron a empellones hasta

mi oficina, increpando con palabras altisonantes el derecho de autoría de dicha canción,

argumentando que ellos la habían compuesto mucho antes de que saliera el disco de Los

Lynks. Según su versión, un amigo de la banda de Lince, al que llamaron simplemente

Jhonny, que al distanciarse del ellos, se llevó el único tema que habían logrado componer,

regalando el mismo, por motivos personales según aclaran los afectados, a la en ese

momento desconocida banda Los Lynks.

El problema parecía no tener solución, me presentaron escritos con la letra completa, que

constaba de dos párrafos y no de uno como la canción de los Lynks, aunque el párrafo en

cuestión era igual al que ellos tenían escrito con mala letra en un cuaderno escolar. El

problema salió de mis manos, puesto que la banda los Lynks ya habían sacado el álbum por

medios legales, lo que les daba la canción como de su autoría, por lo que los muchachos de

Black flowers, ya nada podían hacer.

En lo que a mí respecta, la canción es legalmente de los Lynks, aún cuando me hayan sido

presentados mil y un escritos que dijeran lo contrario. Esto es algo común en este

ambiente, pero una vez que salió el disco, ya nada se puede hacer. Como les expliqué a los

chicos de Black flowers, la canción en resumen, les pertenecía a los Lynks.

El motivo de esta carta es sólo para explicar a la ciudadanía lo que ocurrió realmente, no

estaba en mis planes escribirla, pero viendo que esto perjudicaba la reputación del sello

para el que trabajo, me vi obligado a hacerlo. En conclusión, los reclamos me parecen

infundados, así como las pruebas que puedan llegar luego, la canción es parte esencial del

disco “Two stairs for the sky”, de los Lynks y así seguirá, y lo que haya arrastrado ésta no es

de mi incumbencia, sólo puedo reafirmar que el disco está allí, en las principales

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discotiendas, y que al igual que el tema en cuestión, que sigue siendo a la fecha número uno

en las listas de radio, es de total autoría de los Lynks.

Sin más que agregar, me despido de todos ustedes.

Isaac Leante Cobarrubias

Productor musical del sello MAG

Lima, 20 de marzo de 1969.

(1) tema que debido a los estragos que la dietilamida de acido lisérgico (LSD) causó en el genial vocalista Doug Ingle, quedó

registrado como la famosísima In a gadda da vida, en el disco homónimo de la banda formada en San Diego en el verano

del 66.

(2) tema de la película inglesa del mismo nombre (A taste of Money, 1961), dirigida por Tom Richardson, protagonizada

por Dora Bryan, Robert Stephens y Rita Tushingham.

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ALL YOU NEED IS ROCK

Corría el año 1968, yo cursaba el cuarto año de secundaria y tenía la ilusión de formar una

banda de rock. En ese año éramos gobernados por Belaúnde Terry, arquitecto que diseñó

entre tantas obras, muchos conjuntos habitacionales como la residencial San Felipe, o la

enigmática Unidad Vecinal número 3. Es ahí donde yo nací, un domingo del señor de 1953.

Mis padres habían llegado desde provincias para instalarse en la residencial que había

mandado a construir años atrás el presidente de turno, a un reconocido arquitecto local. En

un chalet confortable y tranquilo comenzó mi vida, aquí fui donde crecí y me hice hombre,

donde lloré y también perdí. De esos tiempos ya nada queda, salvo la vieja casa que

ocupamos alguna vez mis siete hermanos y yo, y que hoy ocupa solamente mi hermana

mayor.

Pero no voy a narrar mi vida desde le inicio, eso sería tan aburrido como ver directo a la

nada, o tal vez no tanto. Si lo sabré. Estas líneas hablarán, a manera de descargo aunque

bastante tardío, de lo que aconteció aquel verano del 69, donde mis sueños de estrella de

rock se derrumbaron como un castillo de naipes, el mismo que tardé bastante tiempo en

levantar.

- Pipo, tengo algo dándome vueltas en la cabeza -. Los atardeceres desde mi techo son

increíbles, y no es que el chalet sea alto, pero no hay nada que interrumpa la visión

horizontal hacia el mar chalaco. Junto a Pipo hemos acondicionado un sitio perfecto para

ver los atardeceres morir, justo encima de mi cuarto en el tercer piso del chalet. Papá

acababa de terminar de construir ese cuarto debido a la próxima llegada de un hermano

nuevo, por lo que uno de nosotros tenía que mudarse de la comodidad del segundo piso

para ocupar el nuevo cuarto en lo que antes era solamente la azotea. Como era obvio, nadie

se ofreció, y al ver la furia creciendo en los ojos de papá, sin esperar una orden, di un paso

adelante y me ofrecí a ocupar el nuevo cuarto.

El cuarto es pequeño, frío, húmedo y tiembla como una gelatina cada vez que se oye el

rumor de un avión. Si hubiera sido en otra época lo de la tembladera no hubiera existido,

pero como recién había inaugurado el aeropuerto del Callao, era inevitable no sentir esos

grandes motores surcando el cielo de mi juventud.

No era que me desagradara el cuarto, aunque lo que más me gustaba de él era la soledad

que lo rodeaba; casi nadie subía al techo, salvo mamá para colgar ropa, nadie me

interrumpía en mis noches de guitarra y luna. En cierta forma era el paraíso para mí, la

independencia soñada dentro de la casa de mis padres, eso me gustaba. En poco tiempo

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descubrí el techo de mi cuarto, al que podía llegar por medio de una pequeña escalera que

papá había abandonado por la falta de dos peldaños. Con las cosas viejas que mamá botaba

cada cierto tiempo, armé una especie de terraza en el techo; una alfombra vencida, un sofá

apolillado y roto, el sofá preferido de mi infancia, y un parante hecho con un tubo al que le

pegué bastante cinta gutapercha para disimular el oxido de los años, donde ponía cuando

era muy necesario, el paraguas negro que mamá había desechado sólo porque se había roto

el mango curvo. Al comienzo me quedaba horas de horas en el sofá viejo, empuñando mi

guitarra de palo y viendo la tarde pasar, rasgando notas sin sentido, armando canciones

improvisadas que minutos después olvidaba para siempre. Así era siempre, después de las

tareas subía al techo de mi cuarto con mi guitarra y trataba de tocar algo para la tarde, el

mejor público que tuve nunca.

Así pasé varias semanas, llegué casi al mes en esa soñada soledad hasta que me vi

interrumpido por un extraño, que harto de mis rasgueos inaudibles, decidió hacer algo al

respecto. Pipo Aira era mi vecino desde siempre, y aunque era mayor que yo y paraba más

con mi hermano José, llegamos a hacernos buenos amigos. Una tarde-noche de esas bastante

musicales, entre rasgueos perdidos de guitarra y cigarros Lucky strike, él se abalanzó contra

mi guitarra arrancándomela de súbito, quedándose luego de pie frente a mí con un gesto de

estrenada tranquilidad.

- Hermano, que te ha hecho la pobre para que la trates tan mal -, me dijo, pero sin

sonrisas, me lo dijo en serio, preguntándose realmente que le había hecho yo a la

guitarra para que la toque de esa manera. Luego de un rato se sentó en el sillón y

me pidió un cigarro, le acerqué la cajetilla donde me quedaba sólo uno, luego le

ofrecí fuego pero él sacó un zippo del bolsillo de su chaqueta, el que rasgo contra

sus jeans gastados primero hacia abajo para destaparlo y luego rápidamente hacia

arriba, para girar la rueda encender la mecha.

- Ven, siéntate acá -, me dijo golpeando el asiento del sillón levemente.

- Si quieres aprender a tocar, yo te puedo ayudar-.

- Pero eso no es necesario, yo sé tocar muy bien la guitarra, sólo que no tengo

inspiración alguna.

- Ya veo, necesitas algún incentivo extra, un poco de la Maria tal vez -, me preguntó,

aspirando el cigarro con los labios, botando luego una bocanada gris que se perdió

en el cielo oscurecido de la capital.

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- Nada de eso, simplemente necesito un poco de música, eso -. En ese instante Pipo

se puso de pie, con los dedos arrojó el pucho aún encendido hacia el jardín de

mamá, pucho que se perdió entre las espinas de sus rosas favoritas.

- Espérame un toque -, dijo, antes de saltar hacia el techo de su casa para luego

perderse tras la puerta de la azotea.

Regreso al rato con una vieja radio National que tenía la asidera rota, pero pegada con

bastante cinta adhesiva. En la otra mano llevaba una larga extensión verde, de esas que se

usan para el árbol de navidad.

- Aquí está la solución, ¿tienes algún tomacorriente cerca? -, me preguntó mientras

saltaba nuevamente hacia mi refugio nocturno.

- El más cercano está en mi cuarto pero no creo que llegué la extensión, le respondí.

Pipo bajó hacia mi azotea para encontrar alguna solución, lo primero que halló en

esa inspección ocular fue una caja de madera, la misma que levantó de entre los

periódicos vencidos y la arrojó al techo,

- Cógela, que no se te caiga -, me dijo, arrojándola hacia mí, con una maestría

envidiable. Luego caminó hasta el falso balcón donde se encontraba mi ventana, la

miró bien, de palmo a palmo, y luego de unos segundos, y con la ayuda de una

cuchilla que sacó de su bolsillo, le hizo un pequeño agujero al vidrio de la ventana,

perfecto para la anchura de un cable.

- Listo, por aquí cabrá perfectamente la extensión -. Subió de nuevo, saltó los

escalones de la escalera, y en sólo cuatro pasos estuvo otra vez en él refugio.

- Alcánzame la cajita, creo que la radio entra perfecto en ella -. La probó y

efectivamente, cabía perfecto. Le hizo un hoyo a la madera con la cuchilla para que

pase el enchufe de la radio, luego lo conectó con la extensión que había puesto

debajo de la alfombra para protegerlo del clima, y de allí se conectó con el cable que

atravesaba el agujero de la ventana para llegar al tomacorriente cercano a mi mesa

de noche. Giró la perilla y sintonizó radio Miraflores, donde sonaba una canción de

the Who,

- Listo, ahora ya tienes un poco de inspiración -. Dijo, y volvió a tomar asiento.

No sabía lo que había ocurrido pero la cuestión fue que en pocos minutos yo tenía una

radio conectada en el refugio y un amigo esperando no volver a oír más esos insoportables

rasgueos perdidos. Desde esa tarde-noche compartí el refugio con Pipo, y ya nunca más

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sonaron esos rasgueos insoportables por toda la unidad, ahora sólo buena música saldría de

nuestro trono, música que fluiría libre hasta entrada la noche, o hasta que mamá se atreva a

entrar en la azotea y obligarme a bajar inmediatamente de ahí.

- Pipo, tengo algo dándome vueltas en la cabeza -, le dije, en una de esas tantas

noches mirando al horizonte sin mirar.

- Tengo un sueño, quiero tocar alguna vez frente a un público -, le confesé, eso era

algo que no pensaba decírselo a nadie, sabía que era muy difícil lograrlo por lo que

no me ilusionaba absurdamente con esas cosas. Pero lo que me llamó la atención

fue ver el rostro de Pipo deseoso por oír más de mi sueño.

- Eso es exactamente a lo que me refiero con esto -, me dijo, volviendo la mirada

hacía mí, pude ver en sus ojos una luz lejana y verde, un rayo esperanzador en ese

universo de pupilas húmedas.

- Mi sueño siempre ha sido formar una banda, desde aquella vez que oí por primera

vez a The Cream no he pensado en otra cosa, te lo juro. Nos quedamos en silencio,

mirándonos el uno al otro por un rato, para luego volver a la inmensidad oscura de

la noche limeña. Ambos sabíamos bien que ese sueño era imposible para dos chicos

de nuestra condición social, acá el talento es lo de menos, lo que importaba

realmente era la cantidad de dinero con la que contábamos para hacer realidad

nuestro sueño. Las cosas funcionan así, las disqueras no te van a grabar porque eres

la viva reencarnación de los Beatles, así no son las cosas. Si queríamos ser algo en

esta sociedad, teníamos que gastar y mucho. Así de fácil.

- Pero no me emocionó tanto Javier, verás, esto del rock es para los hijitos de papá, a

nosotros sólo nos queda escuchar y tocar para nosotros mismos, en refugios como

este, con el infinito horizonte como único y silencioso público-. Sus palabras se me

grabaron al instante en la cabeza, el rock no es para nosotros, pero una pregunta

quedó en mi cabeza sin hallar respuesta ¿por qué no era para nosotros?, teníamos

talento, que es lo más importante,

- Los costos pues Javier, ¿cuánto crees que cuesta una guitarra eléctrica?, mucho

dinero pues, dinero que no tenemos además. Verás por si no te has dado cuenta,

somos gente de suburbio, o sea, somos pobres dentro de lo más aceptable por el

término. En pocas palabras, como para que me entiendas; nuestros padres trabajan

para los padres de los chicos que pueden tener el sueño de formar una banda como

quien pide una cajetilla de cigarros, es así, mientras sus padres llenan sus bolsillos

con el sudor de los nuestros, sus hijos se pueden dar el lujo de soñar, porque para

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ellos, soñar no cuesta realmente nada-. Pipo tenía toda la razón, qué difícil es tener

sueños siendo pobre, y no era que me quejaba de mi suerte, faltaba más, pero ahora

sabía que soñar para mí estaba prohibido.

- Pero podemos hacer algo interesante, Javier, podemos tocar para el mejor público

que se puede soñar tener, podemos tocar para el amplio mundo, este que tenemos

al frente, mira, tenemos tu guitarra de palo y yo en casa tengo una tarola que me he

robado de la banda del colegio, no es como una batería pero algo podemos sacar,

no necesitamos más, tu y yo en este refugio tan lejos y cerca del resto, con el

mundo como testigo e inspiración, ¿por qué no?, vamos a hacerlo -. Dijo.

No entendí una palabra de lo que me dijo, pero igual me quedó claro que no estaba solo en

este viaje, que había un soñador más con las mismas ideas, y no me importaba el modo de

lograrlo, tenía claro que algún día iba a tocar frente a un público, y que este me aplaudiría

después de la primera canción, luego de la segunda también, y quizá, sólo si es realmente

merecido, después de la última canción, la que cerrará el concierto en el que algún día

tendremos la oportunidad de triunfar, de ser ídolos por una noche.

Fue esa noche oscura y sin luna que logré apreciar un horizonte distinto, una frontera no

tan distante ni infranqueable, soñar no cuesta nada, de tocar, podía tocar para mí, para

Pipo, para los amigos, en fin, público nunca falta, lo que falta es el coraje para hacerlo, algo

con lo que tendría que lidiar a diario, además de otros problemas habituales para un chico

de mi edad y mi condición. Nadie dijo que sería fácil, pero de otra forma no sería para nada

divertido.

Esa noche tocamos hasta tarde, la mañana siguiente nos recibía relajada, sin clases ni rutina,

levantarse tarde, el desayuno exagerado, el fútbol de media mañana, los amigos, pero

siempre al final del día me esperaba en casa, silenciosa apoyada a la pared del cuarto nuevo,

de mi refugio juvenil, mi vieja guitarra de coro, esperando quieta a que le arranque algunas

notas sin importar que al final de tres minutos no suenen a nada conocido.

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DÍAS DE RADIO

Matar las tardes, ese era nuestro pasatiempo favorito. El aire espeso de la capital

revoloteando a nuestro alrededor, mirar el torpe vuelo de las palomas que perdían el rastro

de la iglesia de Fátima, las cenizas del tiempo perdido que rodaba la cancha de fútbol,

cargada de derrotas y frustraciones. Matábamos las tardes como escape a la triste

monotonía de la juventud, juventud de escolar gris de colegio nacional.

En pocas palabras, éramos eso, escolares grises de colegio nacional. La rutina cíclica de las

mañanas legañosas, los magros desayunos entre bostezos y remilgos, el peine roto alisando

el cabello aún húmedo y pegajoso. Mamá peleaba cada mañana contra nuestra grupal

holgazanería, tantos hijos, el temor diario de que no levanten todos del sueño. Todo podía

no repetirse y seguir el ciclo bobo del agua, excepto el triste traje gris de colegio nacional

que al despertar me esperaba silencioso sobre la silla coja, doblado perfectamente por las

manos suaves de mamá. La camisa en la percha, abotonada hasta el cuello para que no

pierda en el camino de espera la forma, los zapatos sobre la cajita del betún, brillante a

golpe de trapazos y saliva. Cada mañana morían en los trajines del patio de recreo, los

interminables partidos con chapita, pero al día siguiente parecían resucitar de súbito,

mostrándome que a pesar del maltrato injusto, siempre estarían conmigo, siempre.

Lo agradable eran las largas mesas del desayuno, la ceremonia obsoleta de pasar el pan, las

aceitunas en su jugo, las tazas de humeante leche fresca. Mamá era un genio, armaba cada

mañana esa mesa para cien, detallando cada gusto en su sitio respectivo. Entonces la mesa

servida apenas terminado el pesado juego de despertar diariamente, la fila floja subiendo las

escaleras hacia el comedor, donde la mesa nos esperaba siempre servida. Cada uno ocupaba

su posición, no había variación alguna, cada quien tiene su pedazo de tierra en este país

callado. Y en silencio esperábamos, mirando detenidamente nuestro desayuno enfriarse,

nadie podía tocar ni la más simple miga caída distraídamente, porque al cuerpo familiar aún

le faltaba la cabeza. En eso llega un resoplido largo y cadencioso estrellándose contra las

altas paredes de la escalera, chocando contra los barrotes de aluminio, tocando una canción

ya olvidada, luego los pasos vivos, lentos pero vivos. Uno tras otro, lento, escalón tras

escalón, el mismo ritmo de siempre, y siempre la misma sensación trepando por nuestra

piel, el respeto que mutó inevitablemente en miedo. El coro dice buenos días papá, y papá

responde con un gesto casi imperceptible, avanza por la izquierda, donde están sentados

mis hermanos mayores y mamá. Llega a la cabecera de la mesa y jala la silla, ese pesado

trono de madera. Las patas chirrían al tosco contacto con el piso, papá se sienta y levanta la

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vista, cruza las manos y apoya la frente en el nudo de dedos, por unos segundos reza una

oración muda; servido, dice, antes de remojar en la taza de leche caliente, un mendrugo de

pan serrano.

El desayuno transcurría siempre en silencio, sólo se oía en la radio Nacional la voz

esponjosa de Alfredo Bouroncle dando las últimas noticias acontecidas en el país. Después

de esa mañana nada volvería a ser igual, después de ese día de octubre el Perú no volvería a

ser el mismo. Había explotado el escándalo de la página once (3), y el presidente Belaúnde

se vio en la obligación de cambiar a todo su gabinete, el país entraba así al peor momento

de su vida republicana, puesto que después de ese día, todo lo que conocimos no volvería a

ser igual nunca más.

Después de lavarme los dientes salí rumbo al colegio, mis hermanos se despedían en la

puerta y tomaban sus propios rumbos. Mi ruta al colegio la hacía solo, caminando

lentamente pensando en la tarde por venir, en el refugio, en una nueva melodía, un

entronado rasgueo, el último cigarro de la noche, el viento soplándome el rostro,

acariciando mi piel con complacencia, sólo me quedaba el hoy, la tarde, el refugio, la

inaguantable espera; está noche Pipo y yo íbamos a probar la radio, y si lograba pasar la

primera prueba, nada volvería a ser lo mismo en el refugio también.

(3) La firma de un convenio con la International Petroleum Company, provocó la crisis final del gobierno de Belaúnde.

Según se informó, el convenio beneficiaría al Perú, ya que la IPC se comprometía a devolver los yacimientos de La Brea y

Pariñas y a comprar el petróleo a la Empresa Petrolera Fiscal. La posterior denuncia de la desaparición de “la página once”

del contrato, donde aparentemente se había establecido el precio de venta del petróleo por debajo del precio del mercado,

provocó un verdadero escándalo político. Varios sectores del país criticaron duramente al presidente Belaúnde, quien se

vio obligado a cambiar a todo su gabinete el 2 de octubre de 1968. Al día siguiente, un golpe de Estado liderado por el

general Juan Velasco Alvarado puso fin a su primer gobierno.

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REFLEXIONES LÍQUIDAS

Esa tarde de octubre la consumimos navegando sin rumbo dentro de una botella de vino

tinto, fumando un cigarro tras otro, con la guitarra lista y muda en el regazo, oyendo la

adormecedora armónica de Roger Daltrey dándole entrada al último lanzamiento de The

Who (4).

La radio sonaba bien, a pesar de la maraña de cables y conectores que lo unía con el

tomacorriente más cercano. Pipo había hecho un muy buen trabajo, esa radio le había dado

vida al refugio, que antes sólo era el lugar de nacimiento de mis más encolerizados

rasgueos. El sol demoró en ocultarse, el disco anaranjado que se podía ver por completo

desde la azotea, se desvanecía lentamente tras el mar de La Punta. ¡Qué visión!, diez u once

kilómetros nos separan de ese helado mar, pero ese disco estaba tan próximo, tan al

alcance, estoy seguro que si estiraba un poco más los dedos, ese rojo fulgor podía

quemarme la piel.

Piensa en una letra, lo primero que se te venga a la mente. Viendo el horizonte uno puede

impregnarse de lo que el ofrece. Mirando esos mapas sin forma amontonados en el cielo

uno se hace una idea psicodélica del mundo, tú sabes Javier, todo esto que vez, más tarde lo

verán otros, y mañana volverá a ti, al final cada palmo de cielo nos pertenece a todos

aunque sea un instante. El viento nos acariciaba tiernamente con su brisa invisible. Uno

podía cerrar los ojos y dibujar paisajes oníricos en su cabeza; ahí está la inspiración, Javier,

en esos lugares de la mente se encuentra nuestra imaginación, alejada de las tentaciones de

la vida, de los problemas del día a día, sólo hay que saber cómo llegar a ese mágico lugar.

- Quizá podemos tomar el autobús mágico de los Who -, dije, y Pipo soltó a reír.

- No sería mala idea, verás, yo pienso que ellos sí encontraron su lugar, y tomaron

todas las precauciones del caso, pueden acceder a su imaginación cuando quieren,

eso es lo que los hace tan increíbles.

El vino se consumía lentamente, la música nos envolvía dentro de esa oscuridad que crecía

a pasos cortos, a pasos de enano. Las calles iban perdiendo las pisadas, también se perdían

los amantes furtivos entre los pasajes floridos que a esas horas ya no le pertenecían a nadie.

Mira allá, al fondo, ¿puedes ver ese fuego que crece en medio de mil manos?, la gente debe

estar reunida en el pato, esperando el momento propicio para entrar en calor.

- ¿Qué te parece si nos juntamos con ellos? Sería una gran idea tocar un poco antes

de dormir. Además, mañana es sábado, y no creo que haya que levantarse

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temprano. No le dije, nada porque tenías razón, mañana sería un sábado más de

vagar, además esa noche no habíamos tocado nada, atrapados por la música de los

Townshend.

- Pero baja tú primero, yo tengo que ordenar un poco aquí. Pipo saltó a su techo y

luego de otro brinco cayó pesadamente en su azotea, caminó por entre las rumas de

viejos diarios y demás cachivaches hasta perderse tras la vieja puerta de su solitaria

habitación.

Ordené un poco el refugio, la botella la dejé bajo el sofá pues aún tenía unas cuantas gotas

del tinto licor amargo. Recogí los puchos de cigarro con una hoja de periódico, hice un

pequeño paquete el que ajusté con ambas manos para formar una endeble pelota de letras,

la misma que arrojé sobre el techo de Pipo; un poco de basura sólo podría ser un elemento

decorativo en esa maraña de suciedad y vejez acumulada.

(4) Magic Bus, álbum recopilatorio lanzado en 1968 en los Estados Unidos, que incluye la canción que le da el título al

mismo (escrita por Peter Townshend). Magic Bus recopila singles, B-sides y ep tracks compuestas en los años 66 – 67.

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JENNY O

Lunes otra vez, la mancha grisácea que crece en el cielo, blanqueando la ciudad con su

invisible tinta melancólica. El mismo amanecer, la flojera inmensa de ponerse de pie y

mojarse la cara, quitarse la legaña nocturna producto de sueños largos y sin fin, el peso que

se siente al querer ponerse de pie, la torpe búsqueda de las pantuflas bajo la cama, el pie

desnudo y tibio como un filete de pescado al vapor. El espejo que te da los buenos días con

una sonrisa socarrona, mostrándote lo peor de ti, esa imagen que sólo te pertenece, o al

menos hasta que alguien se atreva convivir con ella. Y pienso en ese momento de infinita

soledad en Jenny O, la chica que acabo de conocer y que todavía no logro sacarme de la

cabeza.

El fin de semana ha sido productivo, el viernes con The Who en el refugio, resoplando

cigarros alegres al viento, bebiendo un vino amargo, observando la amplitud inalcanzable

del mundo. Luego la reunión en el pato, el plan para la noche, la guitarras humeantes, el

escape de casa. Pipo me esperaba afuera en el jardín de los Gómez-Sánchez, sin hacer ruido

alguno para no inquietar al pequeño Joe, el pastor alemán de Don José. En mi cuarto

preparo una bolsa con algunas cosas, los zapatos, las medias, algunos cigarros, una

chaqueta negra, y espero un rato a que las luces del cuarto de papá se apaguen después del

Panamericano, cuando la voz huesuda de Ernesto García Calderón de por finalizado el

noticiero de esa noche.

Deslizo la soga hecha con retazos de sábanas viejas por la ventana de la lavandería, justo

arriba del cuarto de mis hermanas. El descenso es de unos tres metros más o menos, que es

cuando aparece para aguantar la caída, el techo de la salsa del vecino. Pipo sigue en silencio,

fumando el primer cigarro feliz de la velada. Mientras desciendo llega hasta mí ese aroma

profundo y fresco, que penetra en mis fosas nasales y ocupa toda mi cabeza. Una vez sobre

el techo, tenso la soga con la ayuda en unos clavos que yo mismo clavé después de

mudarme al cuarto de la azotea.

Es raro, apenas uno se encuentra con una dificultad enfrente, lo primero que hace es

sacarle la vuelta y encontrar algo de provecho entre tanta traba. Uno de los clavos, el

primero para ser más exacto, lo encontré clavado en la pared una de esas tardes de no hacer

nada, lo que me dio la idea de hacer una especie de falsa escalera, idea que olvidé al instante

pues resultaba imposible que pudiera sujetarme de unos débiles clavos de cemento.

Con el tiempo pensé en varias opciones de uso, hasta que llegó a mi cabeza la idea de la

soga, luego de ver al joven Romeo tratando de escabullirse en la habitación prohibida de la

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dama Julieta para robarle un beso de amor (5). Así que busqué todo lo que me pudiera

servir para tal menester; pañuelos sucios, secadores, trapeadores abandonados al sol, viejas

sábanas manchadas. Haciendo tiras de tela, empecé la tarea de hacer la trenza lo más gruesa

posible, y no era que yo pesara demasiado, pero mejor es evitar malos momentos. Así con

el tiempo de mis tardes ociosas, mientras contemplaba el atardecer desde el viejo sofá de mi

refugio, logré armar una trenza lo bastante larga como para llegar hasta el suelo del chalet, y

lo bastante gruesa también como para aguantar a dos personas de mi peso.

Pipo se impacientaba en el jardín de los Gómez-Sánchez, pues creyó haber percibido el

bufido del pequeño Joe, por lo que apura el cigarro y salta la baranda de fierro blanco y

decide esperarme en la vereda de enfrente, donde no hay ninguna amenaza perruna. Al fin

logro bajar del techo del vecino tratando de no hacer ruido, para evitar los gritos de don

José y los ladridos insoportables del pequeño Joe.

- Vamos al pato, apura, hombre-, pienso que si lo que hice estuvo bien, o no debí

dejarme llevar por los impulsos, impulsos que además eran los de Pipo pues era él

quien moría de ganas por ir al pato a tocar la guitarra y tener una velada increíble.

- Espero que valga la pena, no quisiera que papá me cogiera en falta por las puras

alverjas-, dije.

Nunca antes he pensado tanto en el amor y menos en el amor que se siente hacia una

mujer. Siempre me pareció una soberana estupidez repetir esos rituales babosos que se

refrendan en cada esquina cómplice, ajena a los ojos acuciosos de los vecinos de la unidad,

para representar esa danza ciega de brazos y labios que tanta repulsión me daba hasta

aquella vez que probé el dulce veneno que solo unos labios femeninos pueden ofrendar en

la comunión de la saliva infante que todos tenemos algún día vivir.

No recuerdo fechas ni escenarios, tan sólo tengo de ese día, o mejor dicho de ese instante

de noche, el recuerdo de la dulce saliva de Miranda uniéndose a la mía en un largo beso

infantil en las últimas filas del cine Abril, justo cuando Jhonny arrastraba a su hermana

hacia un grupo de pálidos zombis (6). De eso nada queda, salvo aquella sensación de triste

victoria, de saberme ganador y a la vez perdedor de la dueña de esos labios que fueron

también mis primeros labios ajenos, de eso nada queda.

Anduvimos lentamente fumando un cigarro compartido, el camino hacia el pato era una

vertical línea que ladeaba el arco norte de la cancha de fútbol, ese mismo arco donde tantas

veces he celebrado triunfos insustanciales. Al terminar la cancha y rodear la pared exterior

de la piscina pública, pudimos avizorar a la multitud reunida esa noche, en torno a botellas

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semivacías y una radio Olimpo a baterías, entonces llegó hasta nosotros la música de los

Beatles como un susurro trepidante y acústico, y la voz aguda de una chica que nunca había

visto en esta desolada unidad vecinal.

- Y ella, ¿quién será?, le pregunté a Pipo que se había detenido para mear en la pared

salitrosa que bordeaba la piscina municipal.

- Una chica pues, quien más-, me respondió, sacudiéndose la verga con la mano

derecha, mientras silbaba esa estúpida canción de The Band con la que me estuvo

torturando toda la semana (7). A medida que nos acercábamos, llegaba hasta

nosotros como reguero de pólvora, el delicado olor de la cannabis flotando en la

glorieta, así como las risas festivas de los chicos y los bellos cánticos de la chica

nueva que parecía haberse ganado a todos en el círculo.

- Pero si son los músicos que nos faltaban, Pipo y Javier, vengan amigos, vengan-,

repetía con esa voz gangosa el idiota de Romero, un chiquillo infeliz que caía bien

sólo porque compraba las botellas para las largas noches de música. Nos acercamos

hasta el grupo, de pronto la radio bajo su intensidad y las voces cantoras se callaron

para dar inicio a ese ritual repetitivo de los saludos de bienvenida (…)

(5) el autor se refiere a una escena (aunque quizás inventada por él mismo) de las película más famosa del director toscano

Franco Zeffirelli, titulada Romeo y Julieta, interpretado por los infantes actores Leonard Whiting y Olivia Hussey, en un

extravagante esfuerzo por respetar hasta en lo más mínimo el texto original del genial dramaturgo inglés.

(6) el hecho al que el autor hace referencia es parte de la cinta NIgth of the living dead, del director neoyorquino George

Romero, interpretada por Judith Ridley y Duane Jones.

(7) “The Weight” es el éxito de la banda canadiense The Band, incluido en su disco debut Music fron big pink que saliera a la

luz en el 68. Creemos que por su gran semejanza con el mítico Bob Dylan, el autor califica de “estúpida” tan increíble

canción.

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LOS SONIDOS DE LA NOCHE

Presuntas guitarras escupen adormecedores sonidos por las noches. Desde los techos de las

casas llegan lejanos rumores azules, inconexas palabras que acompañan a un lento rasgueo

y un solo de tarola. Son los sonidos de la noche, esos espectros que invaden los leves

vientos meridionales que soplan en la capital y viajan a través de él como una pluma

perdida de ave, viaja por los techos de las casas, se meten por las ventanas, rompen la

monotonía de la noche serena. Nadie sabe de dónde proviene ese intenso sonido, que

parece arrastrar llanto y dolor por el mundo. La pequeña Sue me abraza en mitad del

sueño, se cuelga de mi cuello como una novia celosa y se hace una conmigo, no sé si por

efecto retardado del sonido o por el simple hecho fortuito de encontrarme yo tan cerca de

ella. Adela cierra las ventanas, la puerta del dormitorio, clausura las sábanas y la luz cenital

del techo. Busca en medio de la oscuridad absoluta del dormitorio, entre los muchos discos

de su padre, uno en especial que contrarreste la asfixiante sonata que amenaza desde el otro

lado del muro de la casa, encuentra uno que siempre le sirvió para dormir, lo pone en el

tocadiscos y enseguida suena Pannonica (8) y me devuelve otra vez a la calma. El ruido se

siente ahora como un murmullo aislado, casi imperceptible. Thelonius nos ha salvado. O

debería decir Nica nos ha albergado una vez más.

(8) Pannoica, es uno de los temas principales del disco Brilliant Corners (1957), del brillante pianista estadounidense

Thelonius Monk. El tema fue compuesto en honor a la gran dama del jazz, la baronesa Nica de Koenigswarter, quien

cuidara del músico, y además de otros geniales intérpretes como Coleman Hawkins, Bud Powell y al “pájaro” Charlie

Parker. Monk murió en sus brazos, cuando residía en el “Monk Catsville” de Nueva York.

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GARAGE

Por la tarde tocamos en el garaje de Felipe aprovechando la ausencia prolongada de sus

padres. Mamá Gladis es buena gente y le permite tocar de vez en cuando la guitarra, sólo

un rato, antes de que papá Felipe llegue del trabajo y lo haga callar con esos ojos que

parecen gritarle SILENCIO en la cara. Felipe odia esa mirada, esas pupilas infladas que se

apoderan de toda su habitación cuando inesperadamente papá Felipe llega temprano del

trabajo y lo encuentra “perdiendo el tiempo” con las seis cuerdas de su guitarra de palo.

Papá Felipe odia la música moderna, siempre que estoy en casa de Felipe el silencio es tan

marcado que parece su residencia en tierra, su eterno destierro. Por eso no voy mucho a

casa de Felipe boy, porque no soporto una casa sin bulla estrellándose contra las paredes.

Ese día le dije a Pipo que me acompañara casa de Felipe. Sentados en el refugio viendo

pasar el día sábado sin interés, después del desayuno habitual; panes con mantequilla, café

con leche y los Beatles, Pipo llegó con su funda guinda y una botella de Pasteurina, y así

iniciamos el largo camino hacia la casa de Felipe. Para llegar a su unidad teníamos que

cruzar dos barrios casi desiertos, medianamente ocupados por unas cuantas familias. La

mayor parte del camino era tierra y hierba salvaje, donde paseaban perros chuscos sin

mayor preocupación que hallar huesos en ese terral siempre seco. El camino se hace largo,

aunque en realidad no sean tantos los metros como aparenta. El vacío es tétrico y

profundo, y toda esa vastedad hace que se prolongue el camino a millas interminables.

Cuento mis pasos, a los cien metros pierdo la cuenta y me limito a avanzar callado por la

tierra seca, pensando en una letra para una melodía que flota en mi cabeza. Pipo, que

también avanza callado, bebe su interminable botella de gaseosa, y a cada paso siente que la

guitarra le pesa más que metros atrás. ¿Qué tan lejos vive ese amigo tuyo? Pipo no lo

conoce personalmente, lo ha visto en el colegio conmigo, sentados en el patio de recreo

como dos estatuas de bronce, pero no sabe nada de él. Pipo sí que es una persona difícil de

tratar, pero con el tiempo y el refugio he aprendido a hacerlo. No es mala persona pero sí

muy complicado, enemigo de las cosas sencillas de la vida. Quizá por eso no protesta por el

largo camino que emprendimos para ir a la casa de Felipe, o por lo menos no lo hizo hasta

que me lanzó esa pregunta que más sonó a dardo amenazante. ¿Qué tan lejos vive?, no muy

lejos, le digo, ya falta poco para llegar.

(…) No he dejado de pensar en Jenny O desde la otra noche en el pato. Y no es para

menos. Llegaron los músicos que faltaban, repite el estúpido de Romero echando una gran

bocanada de humo al cielo negro de la unidad, del mundo que nos rodeaba esa noche de

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viernes. Y encontré sus ojos en medio de esa ciénaga oscura y olorosa, sus ojos que

dilatados miraban perdidos a cualquier parte, vencidos ya por el alcohol y la cannabis.

- Vengan, vengan, chicos locos, que los voy a presentar con todos -. Romero puede

ser muy estúpido algunas veces pero no puedo negar que tiene cierta magia para

encandilar a la gente, sometiéndola con su sola voz de cuentista viejo, de farsante

comprometido con el público que lo rodea siempre.

- Toquen algo, chicos, vamos -. La gente en silencio formó un círculo vicioso, Pipo

se puso en el medio sentado en una roca plana y desenfundando su guitarra. Las

chicas hablaban entre ellas mientras lo miraban de reojo, y aunque siempre sucedía

lo mismo, a él eso no le interesaba en absoluto.

- Soy homosexual -, me contestó un vez cuando le pregunté porqué, si todas las

chicas querían algo con él, no aprovechaba la situación.

- Porque soy homosexual, no me gustan las chicas -, eso fue todo. Esa verdad nadie

la conocía, solamente yo, y de mi boca nunca saldría esa confesión. Lo extraño era

que en más de una oportunidad he visto salir chicas de su cuarto, las he visto desde

la altura de mi refugio. He observado como lo abrazan y lo besan con tonto cariño,

sin imaginar que a él no le gustan las chicas.

- Vaya niñas tontas, si lo supieran-. Pero de mí nunca lo sabrán. Nunca.

No terminaba de dar la vuelta para saludar a toda la gente en la rotonda, era un círculo

infinito, y lo peor era que todavía no llegaba a la chica de los ojos dilatados que no deja de

mirar a ninguna parte.

- Javicho, te presento a Jenny. Jenny, este es Javier, la guitarra dulce de esta unidad -.

Como odio que me digan Javicho, y sobretodo odio que me lo diga el estúpido de

Romero. Me acerco a la chica de los ojos lindos, y le doy un beso seco en la mejilla

derecha. El solo toque de su piel me ha capturado para siempre, ya no va a ser fácil

deshacerme de ella, imposible va ser sacármela de la cabeza.

- Veo que te ha gustado mi amiga, ¿no es así Javicho? -. Y… sí, me he enamorado de

tu amiga, pienso mientras trato de disimular con una sonrisa ruborizada. Estúpido

infeliz.

Esa noche tocamos como nunca antes, las palmas nos empujaban seguir tocando a pesar

del cansancio y de la hora. Ya los ojos dilatados de Jenny se habían disipado para dejar en

su lugar esas dos piezas de jade chino, y aunque el alcohol la tenía capturada desde mucho

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tiempo atrás, esa inmensurable belleza suya jamás disminuyo en intensidad. Toqué toda la

noche junto con Pipo y los aullidos recalcitrantes de Romero, la gente se iba yendo

contenta a casa, las botellas se derrochaban en ese mar negrusco que rodeaba al pato verde

de cemento, compañero de juego en la niñez de todos nosotros, y ahora cómplice de tantas

malas noches, de tantos amores contrariados.

Esa noche después de tocar, con el alcohol encima y preso de los últimos hálitos de

cannabis, hablé con ella como si la conociera de toda la vida, y aunque no recuerdo de qué

hablamos con exactitud (tiempo después nunca me atreví a preguntarle, quizá por temor a

que me recordara alguna barbaridad que dije sin pensar), comenzamos a frecuentar tanto

que tuve que hacerle un espacio especial, con la ayuda a regañadientes de Pipo y una vieja

silla Breuer de imitación (9), en el alto refugio que ahora nos pertenecía a los tres, porque

como le dije a Pipo mientras dirigíamos la silla hacía el oeste, frase que además le causó

mucha risa (y aún no sé porqué); “siempre hay un lugar para alguien que quiere ver el

atardecer”. Y definitivamente ella era una de esas personas, porque al igual que Pipo y yo,

lo que más le gustaba era esperar la llegada de la noche viendo morir al día en un atardecer

anaranjado junto al mar.

Llegamos al fin a casa de Felipe, extenuados por el largo trajín y sudando a borbotones. La

botella de Pasteuriza se había acabado metros atrás, la sed se había apoderado de Pipo, que

desplegó una mirada que parecía rogar por un vaso de agua fría. La guitarra llegó a

vencerlo, los últimos metros la arrastró por la sucia acera, y esa imagen se me quedó

grabada en la mente. Un hombre extenuado por tanto andar arrastrando una funda guinda

por el sucio cemento, la botella vacía en la otra mano, ya seca de soda y caliente de tanto

sol. Un exiliado, un viajante que huye de su ciudad natal hacia rumbos desconocidos, un

paria perdido en el mundo, carente de camino y de final.

Le pongo un fondo gris a la imagen, las casas se tiñen de tonos negros y blancos, al igual

que las personas que asoman sus rostros ajados por las ventanas. El hombre que huye de su

casa, que recibe la mirada desaprobatoria de todos los vecinos, que arrastra sus huesos en

silencio, cabeza gacha, sabiéndose culpable de algo, aunque no tiene claro muy bien de qué.

- Otra vez alucinando Javier -, me dice desde su lugar de descanso, donde ha tratado

de encontrar una sombra fresca donde ocultarse del abrasador calor de primavera.

Mis silbidos resuenan una y otra vez, el nombre de Felipe salta de mi boca y se estrella

contra las paredes de su casa, contra los vidrios de sus ventanas, y de otras casas, hasta

perderse en los últimos pisos de los blocks adyacentes. Y nada, era de suponerse. Pipo

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asomó un ojo por entre los barrotes de madera del garaje. Aguzó la vista tratando de

encontrar a alguien dentro, pero nada.

- Sólo veo un auto azul, parece que no hay nadie en casa. Y era cierto, el auto era de

papá Felipe, así que por más que gritáramos y silbáramos, era inútil, Felipe no

estaba.

- Conozco esa mirada Javier, ¿es hora de regresar, no?, dijo, secándose el sudor de la

frente con la manga de su polo. Estaba extenuado pero sabía que era inútil quedarse

allí parados.

- Si quieres yo cargo tu guitarra, le dije, y sin esperar una respuesta emprendimos el

camino de retorno a casa.

- Tengo en mente una letra que podría funcionar…, le comenté mientras

caminábamos de regreso al barrio, sentí que mis palabras estaban de más.

- Cuando quieras, Javier, pero ahora no, dejemos todo así por este día. Comprendí su

molestia inofensiva, su mal humor oculto tras esa mirada grácil de quien acaba de

perder un juego y no le importa un comino, así que no interrumpí más en lo que

quedaba del camino, que era mucho todavía. Esa noche pensaría en otro lugar para

tocar, un lugar cercano y accesible, pero ahora no era el momento de hablar,

además, la guitarra comenzaba hacerse más pesada con cada metro que avanzaba, y

aún faltaban muchos metros para llegar a casa.

(9) Marcel Breuer, arquitecto y diseñador industrial húngaro. Estudiante de la Bauhaus de Weimar y uno de los principales

representantes del movimiento moderno. La silla a la que hace referencia el autor, es una vieja silla que terminó sus días

en la parte más solitaria de la azotea, una excelente imitación de la famosa B55, diseñada por el arquitecto húngaro en

1928, cuando se estableció en Berlín para dedicarse a la arquitectura.

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CHAMELEON

La tarde llegó al refugio como una tromba inconstante, iluminando la amplitud del techo

con su parduzco y melancólico matiz. Pipo ocupaba el sillón sobre el que estaba tirado

como un bulto fofo, Jenny O miraba el atardecer cómodamente sentada en su silla Breuer y

yo, de pie, lanzaba piedras contra un saco de basura depositado en el jardín del vecino.

Lancé unas cuantas piedras, sólo le di en tres oportunidades, pues aunque parecía fácil al

principio, la distancia como siempre me jugó una mala pasada.

Detengo los lanzamientos cuando veo que las piedras se acaban en el techo y el brazo ha

comenzado a pesarme más que de costumbre. Jenny O enciende un cigarro sin dejar de

mirar el horizonte que se abre ante sus ojos quietos, da una larga piteada inicial y luego de

mantener el humo dentro de su boca, lo lanza al viento formando una perfecta línea etérea.

Pipo juega con las cuerdas de su guitarra de palo, pasa el pulgar derecho de arriba abajo con

controlada fuerza, el sonido cambia de agudo a grave y de grave a agudo una y otra vez,

como si en lugar de tocarla estuviera afilándola para la batalla.

- Hagamos una canción -, dijo deteniéndose de súbito, luego cargó su guitarra y la

colocó sobre su rodilla, listo para iniciar una sonada nueva.

- ¿Quieres tocar una conocida o simplemente tocar algo? -, le pregunta Jenny O

desde la letanía de su silla B55, luego aspira de nuevo el cigarro, una aspirada larga y

silenciosa, y luego lanza el humo formando una bola deforme que se trepa en las

alas del viento hasta perderse en lo alto de la tarde.

- No, quiero escribir una canción, algo de nosotros -, dice Pipo, antes de empezar a

lanzar un ritmo cadencioso y lento. Jenny O coge su mochila y la abre, saca de ella

un cuaderno escolar y un bolígrafo negro con el que se presta a tomar nota de la

inspiración momentánea.

- Vamos Javier, canta -, dice Pipo, sin siquiera mirarme de reojo, pero en la amplitud

del refugio me topo con los ojos quietos de Jenny O que parecen decirme comienza

ya, di algo, pero a pesar de eso, de esas palabras que no sonaron a otra cosa que a

una orden militar, nada salió de mi boca en ese momento.

- Di lo primero que se te venga la cabeza, lo que sea -, me dice Pipo con los dedos

sobre las cuerdas, listos para el ataque.

Los ojos de Jenny O seguían inmóviles apuntando sus claras retinas hacia mis temerosos

ojos mudos, entonces, sintiéndome presa de la presión que ejercían las palabras de Pipo y la

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mirada pétrea de Jenny O, solté las primeras frases de lo que al parecer de ellos, era un

esbozo tímido de una primera canción.

“Las luces se apagan tras los cielos grises

y las horas despintan tus palabras de amor,

después de esta noche tus ojos apacibles,

perderán su dulce y cristalino color...”

Jenny O apuntó cada palabra en su cuaderno escolar, tan despacio que parecía estarlas

tatuando en las hojas rayadas. Pipo oyó las frases callado, siempre con los dedos sobre las

cuerdas a la espera de la repentina inspiración. En eso, después de oír las palabras que

salían libres de mi boca, empezó a rasgar las cuerdas con tal sentimiento que sin querer

dilucidó las primeras notas de lo que se iba transformando en nuestra primera canción.

- Sigue, sigue, no te detengas -, me dijo Jenny O, dejando oír su minúscula voz por

primera vez esa tarde.

Entonces el silencio volvió a dominar el espectro ambiental donde nos encontrábamos los

tres, y después de cerrar los ojos, volvieron a salir palabras libres de mi labios aún

incrédulos.

“Pero no temas mi pequeño corazón

eso nunca ha de pasarte

podrás olvidar, o al menos mudarte

de un mundo a otro, como un camaleón.”

Casi automáticamente, Pipo sacó las notas para esa canción, y Jenny O, en la quietud de su

silla Breuer, logro traducir la letra a un inglés muy peruano.

(Aquí la letra original de Chameleon, traducida por Jenny O aquella tarde en el refugio, el

alcohol, la noche y el cansancio sirvieron de fuente de inspiración para escribir esta versión)

“The lights go out after the gray skies

and the hours take the paint off your words of love,

after this night your pleasant eyes,

they will lose her sweet and crystalline color

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But do not be afraid my small heart

it never has to happen to you

will be able to forget, or at least to change

from a world to other one, as a chameleon”.

Perdimos aquella tarde perfeccionando a nuestro modo la canción Chameleon, nos alcanzó la

noche, el fin de dos botellas de vino tinto y un paquete de cigarros Lucky Strike. Pipo logró

al final ordenar las notas, y Jenny O pudo entrelazar la letra con la melodía. Al final,

después de varias horas ensimismado en el mismo menester, nació nuestro primer tema,

teniendo como primer y único crítico, al cielo ya oscurecido de la ciudad.

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LA MATINÉE

Mis mejores momentos en el refugio fueron los que pasé en entera soledad, cuando alejado

de la presencia de cualquier acompañante eventual o perenne, me entretenía viendo morir

las tardes, rodeado de la amplitud silenciosa y cómplice del viento benigno de viejos

veranos ya vencidos.

Antes de ser lo que es ahora, el refugio era mi retiro frontal en la ciudad, un escape a pocos

metros de la confortabilidad de casa, del calor de las sábanas recién planchadas por mamá y

del sabor exquisito de la comida casera. El refugio antes de que lo llamase así, era más bien

un escape de la monotonía, aunque en el fondo sabía que no había nada más monótono

que pasar el tiempo viendo a la nada directamente sin hacer más que inventar notas en una

guitarra que al comienzo no terminaba de reconocerme como su único dueño.

Nunca me divertí tanto como cuando pasaba horas enteras experimentando el silencio más

sublime echado sobre el sofá que papá desecho por verlo viejo y acabado, el mismo que

con mucho esfuerzo subí a la azotea de la cocina antes de trasladarlo al techo sobre mí, en

ese momento, futuro dormitorio.

Solamente el sofá y yo, algunas veces la guitarra y siempre el viento, la amplitud del día y la

lejanía amarillenta de la tarde por venir. El colegio me aburría, iba y venía de él como un

autómata acostumbrado al camino repetido, a la rutina prefija y obligatoria, de lunes a las

seis de la mañana, el aseo personal, el desayuno frío, el jodido uniforme gris, la camisa

almidonada, los zapatos lustrosos, el bendito peinado raya al costado, el mismo pesado

maletín, la fruta para el refrigerio. Ir y venir, el camino largo y zigzagueante, a veces

asfaltado, algunos retazos de césped muerto, otros de tierra caliente. Ir y venir, constante y

tedioso, la carrera absurda contra el timbre de entrada, el timbre del profesor Álvarez

apurándonos el paso a los siempre retrazados tardones. Tantos años en lo mismo, esa ida y

vuelta abrumadora. Por eso el nacimiento del refugio, que antes lo llamaba Minow en honor

a la nave de capitán Jonas Grumby (10), y por eso también mi férrea devoción hacia él, y mi

lealtad en todo este tiempo, pues nunca encontré, aunque también he de decir que nunca

busqué siquiera un lugar que se le asemeje tan sólo un poco.

Cuando conocí a Pipo, la soledad se alejó de mi lado. Después de verlo trepar por primera

vez al techo de mi recién estrenado cuarto, Minow se alejaba de la isla desierta que tanto

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tiempo me acogió del mundo, dejando el espacio libre para lo que ahora llamamos el

refugio. Nunca más volví a estar sólo en la azotea, y ya nunca más tendrían esas largas

horas de no hacer nada mirando fijamente al lejano horizonte.

Todo iba bien hasta que llegó Jenny O. Pero también tengo que decir que desde que ella

llegó, la idea de formar una banda se fue haciendo más clara todavía. Antes de ella, todo era

un juego; un solo de guitarra lanzado a la tarde, algo de Deep Purple, unos cigarros Lucky

strike, un botella de agua inacabable. Luego Pipo y su silenciosa compañía, ahora dos

guitarras, a veces el tamborileo de la tarola escolar, algo de música nueva, Cream, Deep

Dish, mayor número de cigarros Lucky, el reemplazo de la botella de agua por una verde de

tinto barato, las ampliaciones de viejas tardes, las caídas de falsos soles tras el horizonte.

Todo cambia, inevitablemente cambia, algunas veces para mal, y otras para bien. Jenny O

vino a nosotros sin que nos diéramos cuenta, y nuestro estilo de vida, tan simple y apacible,

mutó a lo que ahora es, un constante caída de acontecimientos tanto buenos como malos.

Juntos pasamos varias jornadas en el refugio, tocando y componiendo letras novedosas, las

tardes pasaron a un segundo plano, todo nuestro mundo era tocar y tocar, a Pipo le daba lo

mismo, el vivía al costado y si algo no le parecía sólo tenía que saltar hacía su lado. A mí, en

cambio, todos estos cambios no me molestaban, pero sí me sentía algo confundido con

todas las cosas nuevas que estaba viviendo. Ahora no sólo era la música o las letras que

componía, era ella, Jenny O, y ese amor que crecía en mí tan aceleradamente por ella.

- Chicos, vamos a la matinée esta tarde -, nos dijo Jenny O, mientras descansábamos

Pipo y yo de una jornada agotadora de fútbol. Habíamos olvidado el concierto de

esa tarde, y estábamos muy cansados como para ponernos de pie e ir a escuchar

música.

- No lo creo, estoy muy cansado -. Dijo Pipo, quien giró en su sitio dándonos la

espalda a Jenny O y a mí. Él juega de defensa y como habíamos ganado el partido

con dos hombres menos, su cansancio estaba justificado.

- Yo voy, déjame que me bañe y nos vamos ¿ok?, no serán más de quince minutos -.

La dejé en el refugio en compañía de Pipo, que en cualquier momento la dejaría

sola porque realmente estaba muy extenuado. Demoré media hora entre bañarme y

cambiarme, y cuando subí al refugio para buscar a Jenny O, Pipo estaba

impecablemente vestido y listo para partir a la matinée.

- ¿No pudiste demorarte más? -, me inquirió Pipo irónicamente mientras ayudaba a

bajar a Jenny O del refugio. Nos miramos las caras extrañados, y luego de una corta

inspección ocular, partimos rumbo a la matinée en Jesús María.

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Esa tarde tocaron las mejores bandas de Lima; Tráfic Sound, Laghonía, Telegraph Avenue,

y otras más. Tocaron como nunca antes los había oído tocar, en ese nuestro templo de la

psicodelia limeña, el Tiffany.

(10) SS Minow, es el nombre del barco que naufragó en una isla lejana del pacífico con sus siete tripulantes, los cuales

tuvieron que convivir y aprender a sobrellevar los problemas que se les presentaban diariamente. Eran cinco los pasajeros,

además del capitán Grumby y su joven (y bastante tonto) ayudante, llamado Gilligan, los que quedaron varados en la

pequeña isla. Serie televisiva de mediados de los años sesenta, protagonizada por Bob Denver y Alan Hale. Una creación

de Sherwood Schwartz, el creador de series exitosas como The Brady Bunch y Dusty`s trail.

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JHONNY

A Jhonny lo conocimos esa tarde mientras sonaba en el templo el tema emblema del nuevo

disco de Traffic Sound (11), hablo de Mezhkalina. La euforia por oír lo nuevo de los

traficantes del sonido era enorme, a pesar de que los organizadores habían juntado a las

mejores bandas, todos los que estábamos ahí habíamos ido movidos por una sola cosa; oír

el primer disco de rock nacional compuesto íntegramente por temas de la autoría de los

propios músicos. Nadie salió decepcionado esa noche, cuando subieron al escenario del

Tiffany los chicos de Traffic Sound, encabezados por Manuel Sanguinetti y por Jean Pierre

Magnet, el júbilo hizo presa de todos los concurrentes a esa tocada, de pronto el silencio se

apoderó del lugar, el rasgueo de la guitarra de Willy Barclay, al que después entró la batería

de Lucho Nevares, dio inicio a lo que sería el gran tema del momento, comentado en todas

las radios locales así como todo un himno de la juventud limeña. Yawar Huaca wonder why he

was high once / raped the witch and killed the wild Ayarmacas / let me down meshkalina… (12),

cantaba Sanguinetti apretujando el micro con su amplia mano mientras daba saltos sin

sentido por toda el área de la tarima.

Stayed for 15 days in his lab once / he said “man it´s here, let´s try my new substance” / give me some

meshkalina… seguía cantando, mientras a allá abajo, no lográbamos salir de nuestro letargo,

habíamos tocado el cielo y era cierto, el poder ahora era nuestro.

Jhonny llegó a saludar a Jenny O, al parecer se conocían de siempre pues a juzgar por las

muestras de cariño, al menos han de haber sido enamorados años atrás.

- Jhonny, te presento a unos amigos, ellos también son músicos, y de los buenos,

dijo, señalando a Pipo primero y luego a mí.

- Que tal, que tal, Jhonny para lo que gusten, quieren un poco de María, Jhonny le

puede conseguir, quieren hongos, lsd, cocaína, anfetas, lo que gusten Jhonny lo

tiene todo.

- Quisiera un submarino amarillo (13), dijo Pipo, aprovechando el ofrecimiento.

- Claro, toma… ¿y qué música tocan?, si se puede saber, preguntó el tal Jhonny.

- Rock, pero sólo covers de nuestros grupos favoritos, respondí.

- ¡Pero acaban de sacar un tema propio, y está muy bueno!, dijo Jenny O.

- ¿En serio?, inquirió Jhonny algo incrédulo.

- Bueno, sí, es sólo una maqueta, le falta algunos arreglos.

- Pero eso no es ningún problema para Jhonny, si quieres, yo los puedo ayudar con

eso.

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- Sí, el conoce a mucha gente en el medio local y podría ayudarlos con lo de su

canción, dijo Jenny O interrumpiendo otra vez la conversación. La música seguía

sonando pero ahora estaba atrapado en la conversación con el tal Jhonny.

- Toma, dijo, alcanzándome una tarjeta con su nombre y su teléfono.

- Toma, llámame cuando puedas, yo te puedo ayudar, y si son amigos de Jenny

entonces son mis amigos. Dijo, luego se despidió y se alejó.

No lo podía creer. De la nada teníamos a un productor que quería ayudarnos con nuestro

tema. Ese no era momento para pensar, la música tiene eso de genial, que no hay que

pensar demasiado, sólo tenemos que dejar que nuestros sentimientos fluyan libres hacia el

exterior, que se muestren tal cual son, era momento de disfrutar, más adelante llegaría el

momento de ponerse a trabajar, tenía un nuevo tema en la mente y no quería olvidarlo

pensando cosas que todavía no habían sucedido; tiempo al tiempo, dicen los viejos que

saben de estas cosas más que nadie. Ahora sólo queda disfrutar el concierto, después

pensaré en lo demás.

(11) Disco Virgin, de 1969. Traffic Sound.

(12) Primera estrofa de Mezcalina, canción bandera del disco Virgin.

(13) Nombre que se le daba a la anfetamina conocida como speed. Muy consumida por los jóvenes en los setentas. Su

abuso producía psicosis anfetamínica, psicosis cocaínica o esquizofrenia paranoide.

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TWO STAIRS FOR THE SKY

Listo. Acabo de terminar una nueva canción que estoy seguro les va a gustar más que la

anterior. Se llama A dos pasos del cielo, y creo que lo he logrado, esta es la canción que

marcará nuestro inicio.

Aquí en el refugio la he terminado de componer, en esta tarde inútil que no ha dejado ver

el ocaso como siempre, al horizonte. Ese grupo de nubes que se levantan como murallas

infranqueables al horizonte me han servido de aliciente para componer esta canción, las

nubes y la no presencia de Jenny O, esta tarde de una tímida garúa de media estación.

En mi viejo cuaderno de matemáticas de año pasado, del que todavía me quedan algunas

hojas vacías, he escrito cada palabra en mi inglés personal, muy distinto al inglés real, pero

la cuestión es que yo me entienda, pues si logro entender la letra, a los que la oigan no les

será difícil hacerlo.

We are still far from the land, / our feet remain stuck in the grass / of the same park of infancy, / I am

not also sorry the wind to blow against my face, / your sweet words that approach me in these so liquid

moments. / We need only two steps for the sky, baby, / only two steps for the end of our days... / True in

my, baby, / soon we will be embraced one to other one, /traveling slightly for the limits of the time”.

Estamos todavía lejos de la tierra, nuestros pies permanecen pegados en el gras del parque

de nuestra infancia, siento también al viento soplando contra mi rostro, y sus palabras

dulces se acercan a mí en estos momentos líquidos. Sólo necesitamos dos pasos para llegar

al cielo, nena, sólo dos pasos para el fin de nuestros días… Confía en mí, nena, pronto

estaremos abrazados el uno al otro, viajando ligeramente por los límites del mundo.

Dos pasos para el cielo Jenny, sólo dos pasos para tocar el cielo juntos, para compartir ese

espacio infinito celeste, abrazados en este nuestro refugio, nuestro escape del mundo.

Pipo ha saltado al refugio, sus ojos me miran consternados, incrédulos de lo que acaban de

oír sus oídos distantes. Se ha quedado delante de mí observando cómo rasgueo la guitarra

dándole ritmo a la letra que acababa de componer.

- Esa canción…, dice, tratando de grabarse cada letra en su mente adormecida por la

siesta de la tarde.

- Esa letra, no me dirás que es tuya, o sí, me pregunta anonadado, incrédulo. No

puede creer que esa letra haya salido de mi cabeza.

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- Así es, ¿te gusta?, la acabo de componer, se llama A dos pasos del cielo. Creo que

puede funcionar. Digo.

- ¿Crees?, oye, esa canción nos va a sacar del anonimato, hermano, creo que has

creado nuestro primer hit. Comenta aventurado.

- Tú crees, no me parece para tanto, es bonita pero de ahí a convertirse en un hit.

Digo.

- Tú espera nomás, déjalo eso a Jhonny, que la escuche y de ahí verás, ese puede ser

el hit del momento, como lo es ahora Meshkalina.

Al rato llegó Jenny O acompañada del tal Jhonny, entonces Pipo me hizo tocar la canción

que acababa de terminar, cogió su guitarra y me acompañó en los acordes. Con voz suave

la canté con sentimiento, sin quitarle ni un momento los ojos de encima a Jenny O. está

canción es para ti, parecían decir mis pupilas brillantes. Es para ti, le dije, al finalizar la

canción, bajito y al oído, ella se sonrió como una niña mimada, sus mejillas se `pusieron

roja de la vergüenza. Jhonny permaneció callado un momento, se tomaba la barbilla como

quien analiza o recuerda una fórmula antigua.

- Es la mejor canción que es escuchado en años, mis felicitaciones Javi, ese será un

éxito de todas maneras. Dijo, entre aplausos que fueron secundados por las palmas

de Pipo y de Jenny O desde su posición expectante.

- De verdad puede ser un éxito, Jhonny. No creo que sea para tanto. Dije.

- La verdad es que no está nada mal, claro que le faltan algunos arreglos, el sonido de

la batería, un teclado, algunos vientos, con todo eso podría convertirse en todo un

hit del momento.

- Voy a arreglar una reunión en el estudio de un amigo, creo que ahí la podemos

mejorar y dejarla a punto, pero puedo decirte, con la experiencia que tengo, que si

todo sale bien ese podría ser el tema que haga olvidar a todos la hegemonía que

tiene en el mercado musical los traficantes de sonido. Tú déjamelo a mí que yo

arreglo todo, en estos días les aviso para juntarnos en el estudio. Deja todo en mis

manos ¿sí?

Una semana después de aquella tocada en el refugio, fuimos citados por el tal Jhonny en

un estudio de Lince, llamado simplemente Music house, o casa de la música. El dueño, o el

que lo administraba, era un chico de unos veinte años, de cabellos largos y blondos. Nos

invitó a pasar y nos acompañó hasta la pequeña sala de grabación que tenía acomodada en

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una especie garaje debajo de su casa. Una batería Yamaha, dos guitarras Fender, un bajo

Gibson, un teclado también Yamaha, algunos parantes y micrófonos y algunos instrumentos

de viento, como un par de trompetas, un saxo bajo, una flauta traversa, componían en

conjunto el estudio de grabación de Music House, que era un amplio dormitorio dividido

en dos por una luna gruesa, a un lado el cuarto de ensayo, con paredes forradas en esponja,

y al otro, el set de grabación donde había una consola algo vieja pero muy útil para hacer

música.

- Listo, quiero oír ese tema del que tanto me ha hablado Jhonny, así que empiecen a

tocar. Dijo el muchacho antes de irse a la consola.

- Ok, déjanos que nos ordenemos y luego tocamos. Dijo Pipo.

En ese momento Pipo cogió la primera guitarra, una Fender Stratocaster de cuerpo

perlado, igual a la que usaba Mark Knopfler cuando tocaba en Dire Straits (14). Al tenerla

en las manos sintió de pronto su magia, esa sensación marcada en un gesto inmóvil me

pareció absoluta, sublime, lo mismo debe sentir uno tan sólo con ver un verdadero

Stradivarius (15), pensé. Yo cogí el bajo Gibson EB-0, de cuerpo blanco y rojo, un modelo

bastante común, y además utilizado por artistas como Jack Bruce (16), acaso mi bajista

preferido. Jenny O se adueñó del teclado y como no teníamos baterista, Jhonny se hizo

cargo ese día de la percusión, tarea que no hizo nada mal.

Terminamos muy de noche con la canción, y de los escasos dos minutos que inicialmente

tenía, y gracias a los arreglos de Marco, el chico del estudio, terminó durando unos nada

despreciables ocho minutos. Dejamos de tocar cuando el cansancio hizo presa de nosotros,

dejamos los instrumentos en su sitio, Marco se acercó a nosotros bastante entusiasmado a

pesar de las largas horas que pasamos mejorando la canción. Estaba más que complacido.

Logramos también grabar Chameleon, que a decir verdad quedó muy bien.

- Listo chicos, dejen todo en mis manos, la voy a pasterizar para quitarle errores

involuntarios, luego la encajo bien y la termino grabando en un single de 45 RPM,

no se preocupen por nada, ya Jhonny los llamará para alcanzarles sus discos, y sigan

tocando, que tienen muchos talento por explotar. dijo Marco, despidiéndose de

nosotros en la puerta de su casa, la noche se había apoderado del cielo y de la calle,

era signo de que teníamos que regresar cuanto antes a casa. Esa noche no pude

pegar los ojos, tenía la canción en la cabeza, seguro así deben sentirse los grandes

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artistas después de graban un éxito sin igual, pensé, tratando en divagaciones y

delirios incontinentes, coger al menos unas horas de sueño.

(14) guitarrista escocés, integrante de la banda británica de los ochentas “Dire Straits”, así como de las bandas “Nothing

Hillbillies”, y “Brewer´s Droop”.

(15) acaso el mejor violín fabricado por el hombre, creado por Antonio Stradivari. Actualmente, del los aproximadamente

1000 instrumentos que construyó Stradivari, quedan menos de 500 adornando colecciones privadas de los hombres más

ricos del planeta. El costo de uno de estos violines puede alcanzar en subasta fácilmente los tres millones de dólares.

(16) bajista, considerado por la crítica especializada como uno de los mejores de mundo en su momento, miembro de la

mítica banda The Cream, formada por los no menos famosos Eric Clapton en guitarra, y Ginger Baker en la percusión.

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MORNING GLORY

Esa mañana de domingo se presentaba como cualquier otra mañana, el sol ausente, el

viento entre las hojas, las largas caminatas matutinas, las mujeres invadiendo de a poco los

mercados, los hombres buscando refugio en las canchas de fútbol, las primeras botellas del

día, la cola en la bodega de siempre, las cuentas por saldar de la semana. Pero había algo en

esa mañana que no sería igual para mí, pues esa mañana cumpliría con uno de mis más

anhelados sueños; iba a tocar por primera vez ante un público.

Ese día el colegio celebraba un año más de su fundación en el año 56, trece años de vida,

trece años brindando educación gratuita a miles de jóvenes que como yo, no tenían los

recursos suficientes para costearse estudios privados. Pipo había hecho los arreglos a

escondidas, esa mañana, tocaríamos ante el colegio y los ex-alumnos invitados. Como cada

tarde de sábado, nos juntamos en el refugio para tocar algo antes de salir a alguna reunión,

esa noche sería cumpleaños de Edgar, un amigo del barrio que cumplía dieciséis años y por

ese motivo su madre había organizado una fiesta en su honor, una fiesta sorpresa. Pero la

sorpresa no fue para él, por el contrario, Edgar sospechada de algo, al menos tenía la

sospecha que su madre planeaba algo en su casa. Al menos tenía eso, yo en cambio, ni la

mínima sospecha de lo que estaba por decirme Pipo esa tarde en el refugio.

- Te tengo una sorpresa Javi, nunca vas a adivinar de que se trata. Dijo, mientras

mirábamos el ocaso fulgente en el horizonte.

- ¿De qué se trata esta vez? Pregunté, acusando indiferencia.

- Mañana es el aniversario del colegio, y también será el día de nuestro debut como

músicos.

- ¿De qué estás hablando? Volví a preguntar.

- He logrado que nos dieran treinta minutos en el programa de mañana, vamos a

tocar nuestra música delante de todo el colegio.

Estaba pasmado, ni por acá se me había ocurrido la loca idea de tocar mis temas delante de

tanta gente, y menos una mañana de domingo. Pero lo había hecho Pipo, había decidido

que ese día tocaríamos por primera vez, sin consultármelo. En eso llegó Jenny O y Jhonny,

ambos estaban al tanto de lo que me acababa de declarar Pipo, como siempre fui el último

en enterarse de las cosas. Pero ya estaba hecho, no había modo de darle marcha atrás al

asunto, ellos lo habían decidido y yo no podía objetar nada.

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Temprano salimos rumbo al colegio, Jhonny llegaría luego con los instrumentos prestados

de Marco, quien al parecer sabía todo lo que iba a pasar ese día.

- ¿Están listos chicos? Preguntó Jhonny mientras subía los instrumentos a la tarima

para ordenarlos para el show. Estaba algo molesto con él. Habían pasado dos

semanas desde la grabación y todavía no nos había traído el disco producto de los

ensayos. Noto la molestia muda en mi mirada.

- Mañana les traigo el disco, Marco recién lo ha terminado, es que ha estado muy

ocupado, dijo, como respondiendo la pregunta que nunca le hice pero que parecía

estar escrita en mi adusto rostro.

- Bien. Dije, tratando d disimular mi enojo con él.

- Tocamos en una hora, después de una pequeña entrega de los alumnos del taller de

teatro. Dijo Pipo.

- Si no hay más que decir, esperaremos entonces. Dije.

Esa mañana salimos al escenario por primera vez, profesores, padres de familia, ex-

alumnos, alumnos de todos los grados, y alguno que otro polizonte, formaban el universo

de nuestra audiencia, habían al menos quinientas personas, un número nada despreciable

para una banda que tocaría por primera vez. Subimos de a uno al escenario, primero

Jhonny, quien no se mostró para nada nervioso, era el que más experiencia tenía de todos

nosotros. Luego le tocó el turno a Jenny O, quien con su acompasado paso hacia el teclado,

provocó más de una muestra algo subida de tono por parte de los muchachos que

ocupaban las primeras filas, las más cercanas al estrado. Pipo y yo subimos al mismo

tiempo, algunos de nuestros compañeros acompañaron nuestra subida con aplausos, otro,

los más idiotas, no paraban de silbar y burlarse de nuestros nervios iniciales.

Me colgué la guitarra, ajusté las clavijas buscando la perfección, Pipo hacía lo mismo y

Jenny O no dejaba de tocar las teclas de nuestras canciones como para no olvidarlas en el

peor momento. Jhonny,por su parte, no paraba de coquetear con las chicas que apostadas a

un lado del escenario, le lanzaban miradas seductoras al chico nuevo que nunca habían

visto por estos lares. Estábamos listos para iniciar.

Comencé tocando los acordes de Chameleon, luego me siguió el bajo de Pipo y el teclado

de Jenny O. el ritmo era cadencioso, casi adormecedor, hasta que le tocó el turno de entrar

a Jhonny, que con un solo de batería, despertó a los que esperaban algo más que melodías

suaves de las nuevas estrellas escolares.

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A Chameleon le siguieron unas cuantas canciones de nuestros artistas favoritos; Afternoon

Tea de los Kinks, Radio London de The Who, Here come the nice de Small Faces, Don´t

ease me in de Grateful Dead (un intento fallido, por decir lo menos) y Love You To, el

tema que más tocamos en nuestros precarios ensayos en el refugio, incluid en el disco

Revolver, de los maestros ingleses, The Beatles. La euforia se apoderaba de los presentes,

los saltos y los gritos acompañaban cada nota de las canciones que tocábamos, o

tratábamos tocar respetando lo compuesto por sus creadores. Fueron treinta minutos de

buena música, treinta minutos de gloria, de tocar el cielo con ambas manos, pero faltaba lo

mejor.

- ¿La están pasando bien?, preguntó Pipo a los presentes, a lo que respondieron en

coro con un contundente y animado sí.

- Pero ya nos tenemos que ir, así que gracias por oírnos. Dije yo, logrando el abucheo

general del público.

- ¿Quieren una más? sólo grítenlo, vamos. Dijo Pipo, extasiado por la tan sublime

experiencia. El público respondió en coro, petición que no pudo ignorar el director

del colegio. Nos miró desde un lado del estrado central y levantado la mano como

gesto de aprobación, nos permitió una canción más antes de terminar la tocada.

- Tenemos la venia del director Peláez, este tema, que será el último de esta hermosa

mañana se titula Two Stairs For The Sky, a dos pasos del cielo, creado por nosotros

que estamos gracias a sus aplausos excesivos, a esa distancia de la gloria, gracias a

todos y buenos días. Dijo Pipo antes de iniciar las notas de la canción.

Luego inicié los primeros acordes, luego me siguió Jhonny en la batería. Después comencé

a cantar. Fue la más hermosa experiencia del mundo ver a todos oyendo en silencio la

canción, atentos a cada palabra, a cada nota de guitarra, tratando de aprender el coro que

era simple y hermoso a la vez. Tocamos los ochos minutos que dura la canción, y durante

ese tiempo recorrimos esos dos últimos peldaños que nos separaban del mundo, hasta que

llegamos al punto más alto del día, el éxtasis total, visto desde las alturas del cielo,

abrazando la gloria por primera vez.

- Nosotros somos BLack FLowers, muchas gracias a todos por escucharnos en esta

hermosa mañana. Adiós. Me despedí mientras tocaba los últimos acordes de

guitarra de la canción. El silencio se terminó con la canción, dando paso seguido a

la algarabía y la excitación grupal de todos, incluso del director que desde su

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asiento, junto con los otros profesores, no paraban de aplaudir al nuevo talento

aparecido en el colegio.

Lo que sigue en la historia está demás contarlo, ya lo habrán adivinado si es que han

seguido atentos cada línea de este relato, que es también la historia de una caída después de

haber tocado la gloria con las manos. Esa fue la última vez que tocamos juntos, ya que

después de esa mañana gloriosa, no volvimos a ver más al tal Jhonny.

A pesar de lo que ocurrió luego, con Marco y su banda Los Lynks, quienes alcanzaron la

fama con nuestra canción en las radios locales (canción que llegó a ser un hit inolvidable),

no dejamos de luchar por nuestros sueños, y aunque ya nunca nada volvería a ser lo mismo,

al menos teníamos esas largas tardes de inspiración en el refugio, lugar del que no debimos

salir nunca, pues ahí todo era nuestro, comenzando por la música, la que tocábamos con

todo el corazón al mejor público para el que hemos tocado nunca; el cielo gris de mi

olvidada ciudad, a los hermosos ocasos en el horizonte marino, al viento grácil que mueve

las hojas sucias de los árboles de mi infancia, a los vecinos que nunca protestaron por

nuestros aullidos tempraneros, a las niñas que solían detenerse a oír el final de una canción

nueva, al amor perdido, ese que huyó detrás de las sombras que también abandonaron la

pared, dejando mi reflejo solitario una vez más, tiñendo de negro las frágiles esquinas que

camino para no olvidar lo que fui, para recordar siempre lo que no pude llegar a ser.