escritos políticos y periodísticos

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 ES RITOS POLÍTI OS Y PERIODÍSTI OS

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  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS

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  • El Ministeri

    Aqu llaman esto un gobierno repre-sentativo...; yo llamo esto un hombre representativo. Dios nos asista.

    (Carta 3.a de FGARO).

    Cuenta un clebre escritor alemn que un diestro maquinista acert a arre-glar y organizar un cuerpo de hombre con tal perfeccin que hasta hablar po-da, y aun tener necesidades como nos-otros. Oy el hombre mquina decir un da que le faltaba el alma, y tom tal empeo d tenerla, que a todas horas peda a voces un alma a su construc-tor. Y como sus gritos y amenazas cre-ciesen de todo punto, se vio tan aco-sado y fatigado su pobre autor que tu-vo, por ltimo, que abandonar su pa-tria y huir de su propia hechura, que le persegua. Y a estas horas es fama que an le persigue por todas partes y le grita que le d un alma con la misma tenacidad.

    Este cuento creo podra aplicarse a nuestra Espaa con respecto a sus go-bernantes. Cadver desde el ao de 23, haba servido de pasto a los gusanos que su corrupcin produca, y cuando la muerte de Fernando le imprimi un mo-vimiento galvnico, movi los brazos y abri los ojos por primera vez despus de diez aos de inmovilidad. La nece-sidad oblig entonces al maquinista a enderezarle y colocar algunas piezas que le ayudaran a moverse, aunque con len-titud y miedo, porque era muy gran-de el que tena el maquinista de que al levantarse y sentirse gil su obra le pidiese un alma. Y as fue: lanz un grito, aunque dbil, la mquina, pues-ta en pie, y el obrero huy aterrado al momento. Otros hombres se suce-dieron, y la nacin todava, pero ya con

    Mendizbal

    gritos ms terribles y ms temerosa muestra, les pide un alma.

    Tal era la voz del pueblo en sep-tiembre del ao pasado: haba arro-jado como intiles a los hombres que para nada le haban servido, sino para hacerle sentir una necesidad que no po-dan ellos satisfacer, y el Estatuto, ra-qutico y presuntuoso como su autor, desapareci ante el generoso alzamiento de las provincias. Sus defensores, ena-nos de voz bronca, vanamente se esfor-zaron a sostenerle con impotentes ame-nazas y bravatas ridiculas: el Estatuto fue repudiado por la nacin. Pero como la intencin que impela principalmen-te al pueblo no iba tan fundada en principios polticos como en odio per-sonal a un ministro, luego que ste ce-di su puesto, la tranquilidad sucedi a las revueltas y la alegra del triunfo, y, sobre todo, las grandes promesas del ministro entrante calmaron de repente la pblica efervescencia y acallaron el clamor general. Por lo dems, tampoco los pueblos se lanzan de una vez en el abismo de la revolucin, y al llegar a las orillas del mar alborotado de san-gre que les espera, tan fcil es conte-nerlos como empujarlos; una palabra, una leve esperanza, una ilusin engao-sa los detiene en su marcha precipita-da. Mendizbal, pues, se present en la arena, pint un cuadro vistoso aun-que mal concebido, poco profundo; pe-ro cualquier cosa bastaba: el movimien-to haba llegado a su trmino y era forzoso hacer alto. Nuestra posicin no era buena, pero era la nica de que pudimos apoderarnos. La nacin qued entonces, espada en mano y sin dar un paso atrs, resuelta a dar la batalla si la imprudencia o estupidez de sus go-bernantes la provocaban a pelear. Oja-

  • 574 OBRAS COMPLETAS DE DON JOS DE ESPRONCEDA

    l que no la obliguen nunca a disparar el p r imer caonazo!

    Dispuesta a todo y con el ansia de acabar de una vez con nuest ro enemigo comn, concedi cuanto se quiso exi-gir mientras oa embobada , a manera de inocente nio, el cuento t r ta ro que el ministro la refera. Puentes de oro , ros de mie l y leche, palacios de pe-drer a , paz, gozo, un in , todo era para nosotros si callbamos, si no metamos bul la y dbamos un simple voto de con-fianza, y sin ped i r nada a nad ie , n i de-j a r de pagar a nad ie , n i molestarnos apenas, habamos de ver realizadas tan-tas y tan tornasoladas esperanzas a poco que hiciera o dijera nuestro mgico p r o . digioso, no el de Salerno Pedro Baya-la rde , sino don J u a n Alvarez Mendiz-ba l , p r imer minis t ro que tena en sus bolsillos nuestra fortuna y nuestro por-venir . Seguramente parecer a un cuen-to si no lo hubisemos palpado nosotros mismos, y algn da vendr acaso en que se tengan por una alegora estos seis meses de nuestra Historia y se co-mente y se declare apcrifo el l ib ro en que se hal len consignados los hechos.

    El gran pacificador de la familia es-paola, a despecho de sus deseos, es de vista tan corta, que sus ojeadas slo han abarcado dos puntos . P o r la capi-ta l ha juzgado de las provincias ; pol-la bolsa ha calculado los recursos de la nacin. Su p r imer paso fue acogerse al Estatuto y tratar de este modo de conciliar los par t idos , buscando as la legalidad que, en nuestra opinin, al mismo Estatuto faltaba. Y en p r u e b a de que su conciencia le remorda interior-mente , rara vez lo l lam con su p rop io nombre , y conociendo la oposicin que engendraba aquel decreto en los ni-mos de los patr iotas , lo deposit en su estante para no sacarlo de all hasta que fuesen a revisarlo las Cortea. El pr in-cipio legal, no obstante, tena en l su cimiento, y aquellas mismas Cortes ca-ducas y desaprobadas po r la nacin en-tera volvieron a reunirse como un L-zaro resucitado, para hacer una ley elec-toral que hab a de ser mala po r nece-sidad. Nunca se ha l l , sin embargo,

    n ingn ministro colocado en situacin ms ventajosa que Mendizbal . Los pro-curadores se hal laban en el caso de ce. der a todo cuanto l exigiese de ellos el au ra popular resonaba en rededor del ministro, mientras las Cortes del Es-tatuto no l lenaban de manera alguna la confianza de la nacin. La oposicin pues, haba forzosamente de ser dbil contando en sus bancos nicamente a los hombres vencidos y obligando a ser ministeriales por consecuencia a los que el ao anter ior haban combatido con-tra ellos para derr ibar los .

    Un h o m b r e de talento hub ie ra usado de aquellas Cortes como un msico da las ocho notas que a su placer combi-na de mi l distintas maneras . Todos de por fuerza se ha l laban en el caso de convenir con su parecer . Su exigencia de un voto de confianza prob cuanto llevamos d i cho ; pero , piloto poco dies-t ro , abandon el t imn de la nave, y la cuestin electoral, pun to ms interesan-te para, la nacin que la de confianza, fue el escollo donde estrell su navio. Cualquiera pensara al ver el ningn resultado que hasta ahora ha tenido el voto de confianza que suscit el Gobier-no aquella discusin nicamente con el intento de satisfacer su amor propio, sin p lan ni designio alguno, y concluir as la l t ima parte de su cuento de Las mi l y una noches . Lo cierto es que mir la cuestin que lisonjeaba su vanidad co-m o cuestin pr inc ipa l , y la que tocaba al inters general como de m u y secun-dar ia impor tanc ia ; lo que podra pro-b a r en el seor ministro ms amor a s mismo que al pas si quisiramos anali-zar su conducta. Los hombres astutos del par t ido re t rgrado , y a los cuales no t i tube el seor Mendizbal en lla-mar sus amigos a boca l lena, pensando sin duda el inocente que lograra en-gaarlos as, conocieron su falta de tac-to par lamentar io y le pusieron en el duro t rance de cerrar las Cortes o de-j a r .su. puesto. Pe ro Mendizbal enton-ces representaba todava ms que el Estamento desopinado, el voto nacional era anas fuerte y u n decreto puso fin a los poderes de los procuradores . En-

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  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 575 tonces fue cuando los pueblos, alegres con tan fausta noticia, creyeron que, desembarazado el ministro de aquel Es-tamento psimo, iba a derramar por to-das partes la felicidad y la abundancia. Pero muy lejos de eso. El buen hom-bre no poda hacer milagros, por buena voluntad que tuviera; las rentas de la nacin no suban, y hasta la bolsa, es-peranza suya y base de todos sus clcu-los, se le rebelaba. En vano, alquimis-ta pertinaz, buscaba en sus hornos la piedra filosofal: no consider que los alquimistas necesitan oro hasta para en-contrar chasqueadas sus esperanzas.

    Todo el mundo aguardaba el alza de los fondos, y los fondos no suban; y aun suponiendo que hubiera salido todo a medida de su deseo, qu hubira-mos ganado con eso los espaoles? Al-gunos jugadores se habran enriquecido sin duda, pero los pueblos no se halla-ran menos infelices por eso. El minis-tro hubiera encontrado algunos millo-nes ms para salir del da, pero la causa de sus apuros hubiera permanecido en pie. En un pas que ha contrado mi-llones de deudas, de que no ha disfru-tado jams, que nada le han produci-do sino gastos, cuyos acreedores son la mayor parte extranjeros, y a quienes paga intereses que ya casi se han igua-lado con el capital, qu puede in-fluir el aka o baja de los fondos? Qu provecho redunda para el labrador, qu nada sabe de bolsas, sino que tiene la suya vaca y se ve obligado a pagar contribuciones que nunca han ele re-fluir en su beneficio? Y, por ltimo, cmo se atreve el Gobierno a dispo-ner de los bienes del Estado en favor de los acreedores sin pensar aliviar con ellos la condicin de los pobres? Y aun estos decretos se han expedido a la ca-sualidad, y con tal desatino, que tam-poco han surtido el efecto que su com-positor esperaba. No hablaremos del de la venta de bienes nacionales que tan justa y sabia crtica mereci de nuestro excelente economista don Alvaro Flo-rea Estrada, y que si no lo derogan las Cortes aumentar, s, el capital de los ricos, pero tambin el nmero y mala

    ventura de los proletarios. El Gobierno, que debera haber mirado por la eman-cipacin de esta clase, tan numerosa, por desgracia, en Espaa, pens (si ha pensado en ello alguna vez en su vida) que con dividir las posesiones en pe-queas >artes evitara el monopolio de los ricos, proporcionando esta ventaja a los pobres, sin ocurrrsele que los ricos podran comprar tantas partes que compusiesen una posesin cuantiosa. Mezquino en verdad y escaso de dis-curso ha andado el seor ministro.

    Fijo siempre su pensamiento en la bolsa, nuestros acreedores han llamado su atencin absolutamente, sin acordar-se de los deudores para otra cosa que para que paguen a aqullos. Las rique-zas de las naciones pueden compararse a un caudaloso ro, confluencia y to-tal de los que en l desembocan. Una mano diestra sangrndolo en varios ra-males vuelven stos a tributarle sus aguas, y en este flujo y reflujo consis-te sin duda la riqueza pblica. As es que cada parte de esta riqueza viene a ser causa y resultado a un mismo tiempo de toda ella. Ahora bien, si el Gobierno hubiera fijado toda su aten-cin tnicamente en el ramo de sedas (y aun ste es ramo nacional y la bol-sa no), no se le habra criticado de dedicarse slo a la cra de aquellos gu-sanos? Si el seor ministro desea que los fondos suban, mire por la paz y prosperidad -de los pueblos, lbrelos de la miseria que los acosa por todas par-tes, y ver entonces cmo se reanima el comercio y nuestro crdito se afian-za. De lo contrario, el alza de los fon-dos podr verificarse, pero ser pobre recurso y de influencia mezquina.

    Nuestro Gobierno ha marchado a la casualidad, saltando breas y trepando cerros, que no ha visto hasta el momen-to mismo de ir a tropezar con ellos. Nuevo Featn, se ha puesto a dirigir el carro del sol, obrando en todo como el pintor de Orbaneja, que pintaba lo que saliera. En su conducta poltica no lia sido menos azarosa y aventurada su marcha. Hemos visto al seor presiden-te del Consejo al frente de un gabinete

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    incompleto, compuesto de hombres que eligi l mismo para los altos puestos que ocupan, sin saber conducir los ne-gocios de una manera vigorosa y orga-nizada. As ha faltado homogeneidad en el ministerio, y cada cual se ha mane-jado, puede decirse, de distinto modo. El de la guerra decret una quinta de cien mil hombres, mientras que se des-cuid su equipo y dems medios de mantenerlos. No hablemos del de la gobernacin, porque si se excepta el colegio cientfico, miserable remedo de la escuela politcnica francesa, no ha dado apenas seales de vida. Don Mar-tn de los Heros est visto que no quiere dar que decir.

    Y qu reformas se han hecho? Qu empleos intiles se han abolido? Qu empleados carlistas han sido separados de su destino? Qu ahorros de impor-tancia se han hecho en el oneroso pre-supuesto que abruma a los pueblos? Porque esto era lo que ms interesaba a un Gobierno que haba ofrecido lle-nar todas sus obligaciones sin agravar a la nacin con nuevos tributos ni re-cargarla con deudas. En Espaa, don-de hay sinnmero de empleos intiles, oficinas enteras, asilo de hombres inep-tos u holgazanes que deben al favor nicamente sus destinos o al abandono y descuido de los gobernantes, es una medida importante, y producira un ahorro considerable la supresin de to-das ellas. Y no se diga que sera en ese caso aumentar el nmero de los cesan-tes, porque no habra para qu dejarlos en esta clase, que debera enteramente abolirse. El empleado no tiene derecho a un sueldo sino mientras ejerce el des-tino ; en el momento que por incon-veniencia o inutilidad lo pierde, debe asimismo dejar de percibir su paga. Slo en un pueblo en que se vive de abusos podra existir esa innumerable clase de cesantes, que bien pudieran llamarse parsitos del tesoro pblico. Ni es razn contestar que esas oficinas no pueden suprimirse, porque sera dejar sin comer a multitud de familias. Otro tanto equivaldra decir que no deben introducirse mquinas, porque sera

    quitar al jornalero el trabajo. Si el n-mero de empleos se redujese a aquellos de absoluta necesidad, no habra para qu rebajar el sueldo a los que los sir-ven, lo cual tiene menos de econmico que de ruin, sino que, al contrario, pu-diera aumentrseles, obligndoles de este modo a que cumpliesen con su de. ber. Pero el seor ministro de Hacien-da no ha tenido tiempo sin duda para ocuparse de tamaadas frioleras, y, em-peado en acabar la guerra de Navarra en seis meses, no ha podido hacer otra cosa tampoco. As es que no se ha acor-dado del seor Cea Bermdez ni de Llauder, quienes, despus que el pri-mero gobern a disgusto de la nacin y con perjuicio de ella, el segundo aban-don cobardemente el puesto, huyendo del indignado pueblo de Barcelona, disfrutan con toda tranquilidad sus pa-gas en un pas extranjero, olvidados de la patria que contra su voluntad los mantiene y de corazn los detesta. Pa-samos en silencio a los dems ex mi-nistros que cobran sueldo por no ha-bernos sabido gobernar bien, como asi-mismo el nuevo arreglo de los gober-nadores civiles cesantes, a quienes se ha sealado veinticuatro mil reales, porque para denunciar abusos de este gnero no bastara un libro en folio. Y son stas las economas ofrecidas, las refor-mas tan ponderadas?

    Y donde quiera se resiente todo de tan defectuosa administracin, sin que el seor ministro aparezca de otro mo-do que como un segundo Ssifo abru-mado bajo el enorme peasco con que le carg su propia osada. All un ca-pitn general de provincia se abroga facultades que de ninguna manera pu-dieron concedrsele nunca, y violando los ms sagrados derechos del ciuda-dano, prende y destierra a su capri-cho, arrancando del seno de sus fami-lias sinnmero de hombres, inocentes sin duda, puesto que la ley no los ha declarado culpables, o impone a los pueblos nuevas contribuciones, sumien-do a un tiempo en la orfandad, las l-grimas y miseria a infinidad de fami-lias. Y escudado con el ttulo de hroe

  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 577 que le prodig la ceguedad de algunos hombres honrados , obra segn su ca-pricho ; y en verdad que si dejase el Gobierno impunes tamaos atentados se hara cmplice de todos ellos. Otro ca-pi tn general, despus de haberse a t ra do el odio de los valencianos con sus tropelas y despticos procedimien-tos, huye cobardemente de aquel pue-blo alborotado que despreci sus r i-diculas fanfarronadas, y acogindose a la capital , tolera el Gobierno su fuga, dejndole en paz, mientras en Valen-cia se persigue y embarca a voluntad del nuevo baj y de real orden a los que quiz n o se amot inaron. En vano ser que el seor minisro pred ique un in , paz y sumisin a la ley como prendas seguras del buen acierto de los gobernantes. A los pueblos no basta de-cirles que cal len; es menester no dar-les motivos de hablar . Sera cruel exi-gir de un hombre mal herido que no despidiese una queja. Y podrn callar los que, benemri tos y generosos, se han desprendido de todo en favor de la pa-tr ia y hoy lloran en la indigencia, sin tener un bocado de pan con que sus-tentar sus familias? Podrn callar esas provincias de Aragn en que slo el h a m b r e ter r ib le que las acosa hubiera podido organizar facciones? P o d r n callar tantos hombres atropellados in-jus tamente y embarcados para ultra-mar sin ms leyes que el capricho del general Mina? Y l t imamente , podr callar la nacin cuando se que an no se han realizado las promesas magnfi-cas del Gobierno y se encuentra , ade-ms, casi abandonada a la casualidad? Ni debe el seor Mendizbal extraar-se de sus quejas si se acuerda de sus propias palabras , que era fcil gober-nar al pueblo cuando no se le engaa, y considera el triste estado de su ad-ministracin. Y qu Gobierno puede exigir de los ciudadanos sumisin a la ley cuando sta no slo no es respeta-da, sino que se viola a cada momento? Seguramente que la anarqua no se en-cuentra en el pueblo , y es triste cosa que, siendo ste dcil y pacfico, no se acierte a dirigirlo por debi l idad o ne-gligencia.

    La promesa que ms reanim a los defensores de la l ibertad es la que hizo el ministro pres idente de acabar en seis meses la guerra de Navar ra , s iempre que todos unidos le ayudasen en su inten-cin, pensando sin duda que vendra en su auxilio el ngel exterminador . .No somos nosotros de aquellos que cuen-tan los das, ni menos nos apurar amos porque aun no estuviese finalizada la guerra , si siquiera visemos que coope-raba en un todo el Gobierno a les es-fuerzos de nuestro valiente Ejrci to. Pero hasta ahora no hay otro plan que el imaginado por el general en jefe de bloquear la faccin, plan excelente si el Gobierno le favoreciera con los medios necesarios para llevarlo a cabo. Y, sin embargo, este mismo plan se opone a los deseos del Gobierno, que no qui-siera sino batallas y triunfos, como s semejante guerra pudiera tener fin ga-nando algunas acciones a los enemigos, sin conocer que la poltica bien dir i -gida y la confianza inspirada a los pue-blos lian de alcanzar ms seguros t r iun-fos que nuestras armas.

    En vano se afanar el soldado, arros-t rar con alegra las fatigas, prodigar en cien combates su sangre, si el Go-bierno al mismo t iempo no hace sentir a los pueblos sublevados las ventajas que han de segurseles si se unen a l y abandonan una cansa que no ha de traerles sino perjuicios. Y quin podr tener confianza en un Gobierno cuyas ofertas no se han cumpl ido hasta aho-ra? Podrn tenerlas los que se ape-l l idan sus enemigos cuando ven salir fallidas las esperanzas que hizo conce-bir a sus mismos part idarios? Qju e-cretos han salido del taller del Gobier-no que interesen las masas populares en nuestra regeneracin poltica y les hagan identificarse con la causa que de-fendemos? Y no debiera olvidar el se-or ministro que uno de los errores ns perjudiciales cometidos el ao de 20 fue que nuestros gobernadores no hicieron aprecio de ese pueblo que l laman ba jo , y que slo no es alto po rque se le nie-gan los medios de subir, y al cual vi-mos haciendo una contrarrevolucin de-mocrtica en favor de un t rono abso-

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  • 578 OBRAS COMPLETAS DE DON JOS DE ESPKONCEDA

    luto. La palabra l ibertad es hermosa y sonora, pero vaca de sentido pa ra el pueblo r u d o , que slo comprende inte-reses materiales y no puede apreciarla cuanto merece sino por los beneficios que le produzca.

    Hay an refrn en nuestra Espaa que explica por qu la mul t i tud ignorante aclama el despotismo y aun hace es-fuerzos para sostenerlo. Ms vale m^lo conocido que bueao por conocer, dec> m o s ; y si el Gobierno hubie ra exami-nado alguna de las ideas que encierra este proverbio , ya hubiera t ra tado de da r a conocer lo bueno , y no que est por conocer todava.

    La historia filosfica del pueblo es-paol me atrevo a decir que se hal la consignada en sus refranes, y para go-be rna r este pueblo es preciso estudiarlo profundamente , po rque no se parece a otro ninguno en la t ie r ra . La verdad es que mientras el Gobierno no identifi-que las masas con la marcha de la re-volucin, la faccin dura r , a u n q u e se acabe en Navarra , porque alzar otra bandera si es aqulla vencida, suscita-rn otra querella, promovern nuevos desrdenes y nunca disfrutaremos de sosiego.

    El instinto del h o m b r e es su conser-vacin ; de aqu su deseo de mejorar y su derecho de encontrar en la sociedad de que ha'ce par te los medios de sub-sistir, segn su capacidad y su apli-cacin.

    Este bienestar , esta diferencia de un pueblo l ibre a un pueblo esclavo es forzoso que el Gobierno acierte a dar-la a conocer al nuestro, y cuando l pa lpe tantas ventajas, cuando t rueque en goces sus padecimientos, seguro es que dejar la senda de abrojos por don-de le guan a su perdicin el fanatismo y la locura, y ent rar en la de flores por donde han de conducirle la sabi-dura y la verdad. H e aqu en lo que desearamos hubiera pensado el seor ministro, he aqu el uso que creemos debiera haber hecho del voto de con-fianza, y en ese caso podr a presentarse en las Cortes con desembarazo, aun cuando su promesa de acabar la gue-r ra no estuviera cumpl ida . E l camino

    que habr a tomado en tal caso abonaba su palabra para en adelante. Y dice que a l se debe la quinta de los cien mil hombres , cuando la mayor parte ain no estn armados ni uniforma-dos? Cuando en medio de que el Es-tado mant iene u n ejrcito de ms de doscientos mil hombres , escasean tro-pas en Navarra , faltan en Valencia v dondequiera claman por soldados para perseguir las facciones? Dir acaso que la Inglaterra y la Francia nos au-xil ian, gracias a la consideracin e in-flujo de nuestro Gobierno, cuando l mismo, o nos enga en la Gaceta, o ignox*aba la resolucin de aquellos ga-binetes? Pe ro es inti l amontonar ms cargos contra un ministerio a quien sus propios defensores no aciertan a defen-der, y aun muchos de ellos, a despecho de su talento y amor prop io , confiesan las faltas de sus defendidos y acuden a razones efmeras de conveniencia su-puesta y a la popular idad de que se cree que an goza el p r imer ministro. Popu la r idad que en ningn modo con-firman las representaciones de unos cuantos que p iden a la Reina le conser-ve en su puesto para bien de la Mo-narqua, ni tampoco que haya sido elec-to procurador por ocho provincias. Co-nocemos la ley electoral que ha regido en las elecciones y la influencia y los medios de que puede valerse el que manda . Y en cuanto a las representa-ciones, tambin las hemos ledo firma-das por ayuntamientos enteros y gene-rales del Ejrcito pidiendo a Fernan-do VI I el restablecimiento de la inqui-sicin, presumiendo as aquel partido manifestar cul era la voluntad nacio-nal . Y aun cuando todava se hallase el pueblo deslumhrado con. el oropel de tanta oferta corno ha halagado sus esperanzas y no hubiese palpado por si mismo los inconvenientes de una ad-ministracin tan poco acertada y los ma-les que a cada momento se aumentan, aun cuando todava, como el minero avaro, no viese ms que el oro de sus ilusiones en una mina no descubierta deber es de todo patr iota verdadero, al-zar la voz y predicar la verdad al puebio y desengaarlo para que coloque en

  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 579 mejor sitio su entusiasmo y sus afec-ciones.

    Concluir, en fin, este opsculo ma-nifestando que el amor a mi patr ia me j ha movido a hacer estas reflexiones, ! fundadas a mi parecer en la razn misma.

    Hagan las Cortes una huena ley elec-toral , amplia y popula r , y ensyese, en fin, esa juventud cuyo pa t r imonio son las pocas de renovacin y turbulencia . Esa juventud que, llena de esperanza,

    P o e

    Estamos seguros de que algunos de nuestros lectores, con cuyas opiniones li terarias chocaron abier tamente las que como profesin de fe manifesta-mos en nuestro prospecto, al t ropezar en las columnas de nuestro segundo n-mero con un art culo de. . . l i te ra tura , Ya estn aqu!, exclamarn : Ya estn aqu esos romnticos con su moderna escuela..., oigmoslos desatinar. Si en vez del pa r de columnas que tenemos a nuestra disposicin para esta mater ia pudiera l lenar nuestra p luma pginas y pginas, t ratar amos esta cuestin con el espacio y claridad que su inters exi-ge : probar amos que la moderna es-cuela es la suya, la nacida en el si-glo xvii, la que prescribe la imi acin de los antiguos, que no imitaron a na-d ie ; la clsica, en fin, pues clsica hay que l lamarla para podernos en t ende r ; deduciramos de esto que la que nos-otros profesamos es la antigua, la ni-ca, la naturaleza, s, pero no con el : manto , el casco y el poli tesmo, sino con ' la modificacin; ms diremos, con la to-tal mutacin que la han hecho sufrir los nuevos usos, costumbres, ideas, sen-saciones; en fin, el tr iunfo y establec- miento del Cr is t ianismo; har amos ver I

    no debe t i tubear en arrojarse, i lumi-nada del talento, por los sombros sen-deros del porveni r , aboliendo de una vez tanta prctica antigua, tanto abu-so, tanto cadver resucitado como atra-sa, entorpece y corrompe la sociedad Y no se tenga por una petulancia este deseo que debe hacer latir todos los co-razones y ar rebatar la imaginacin de los jvenes, no, porque un siglo de re-novacin pertenece, sin duda, de dere-cho, a la juventud.

    (Febrero de 1836).

    a que, lejos de despreciar los modelos de la ant igedad, como se nos supone, en ellos fundamos nuestra doctrina, pero estudiando y entendiendo su ejemplo no en el sentido absoluto que los clsi-cos lo ent ienden, sino en otro relativo, racional y filosfico, Al ver a Homero cantar el sitio de Troya , a Virgilio la fundacin de Roma , parcenos orles decir a la pos te r idad: Cantad como nosotros... Cantad vuestras Troyas, vuestras Romas, vuestros hroes y vues-tros dioses. T a n estril ha sido vues-tra naturaleza que para presentar ejem-plos de valor y vi r tud tenis que re-troceder veinte siglos? Al or esto nuestra imaginacin exaltada t iende en der redor la vista, y cantando al Cid, a Gonzalo, a Corts y a los hroes de Za-ragoza y tantas hazaas nuestras, con su fisonoma propia , no vestidas a la griega o a la romana , cremes seguir, ms at inada y filosficamente que los clsicos, el verdadero espritu de los modelos de la ant igedad.

    En t re las varias clases de poesas, la dramtica ha sido el pa lenque en que de preferencia se han presentado los principales atletas de los dos par t idos, y las famosas tres unidades, la palabra

  • 580 OBRAS COMPLETAS DE DON JOS DE ESPRONCEDA

    de combate. E n p r imer lugar , las tales tres unidades no son ms que una, que es la de accin, pues debiendo la accin del drama ser una sola, claro est que n o puede suceder sino en veinticuatro lloras lo ms y en un solo sitio. Pe ro suponiendo que las dichas reglas lian sido y debido ser desentraadas de las producciones anteriores del g e n i o , quin ser el sandio preceptista que se atreva a fijar lmites al genio veni-dero? Quin el que se aventure a ase-gurar que no nacer un poeta que lo-gre interesar y conmover por otros me-dios no conocidos, y de cuyas obras des-ent raen, a su vez, nuevas reglas futu-ros preceptistas? Quin osar grabar el non plus ultra en el m u n d o moral , cuyo germen est en la mente de la di-vinidad, cuando un hombre solo bast a borrar lo del mundo fsico?... Ya omos repet i r la cantinela sempiterna de que las unidades son trabas slo para la mediana, pero que al verdadero ge-nio no le impiden campear l ibremente y le sirven de saludable freno. Nosotros, contra esta objecin, citaremos, antes que razones, la declaracin de un ilus-tre testigo que seguramente no recusa-r n los clsicos. Corneille en el examen del Cid d i ce : No puedo negar que la regla de las veinticuatro horas m e ha hecho at repel lar los incidentes de este d rama . Rodrigo, que del combate con los moros era na tura l que saliese can-sado y her ido , deba descansar dos o tres das, y el rey, que era dueo de fijar el da de su duelo con don San-cho , poda aguardar dicho trmino, y no dos horas despus de la batal la . Ji-mena , que el mismo da por la maa-

    na viene a impor tunar al rey pidin-dole justicia, cuando lo ha hecho la ta rde anter ior . . . E l romance espaol le hub ie ra hecho pasar siete u ocho das entre la p r imera y la segunda querella pero las veinticuatro horas no me lo han permi t ido : c'est Vincommodit de la regle." Esta sola expresin en boca de un Corneille es la mejor apologa de las dichosas unidades.

    Nosotros, pues , creemos que en el dra-ma no debe conservarse sino la unidad de inters, y no entendemos por esto que sea precisamente un solo personaje quien lo exci te ; pueden muy bien ser varios, siempre que estos intereses par-ciales, ligados entre s con un lazo ms o menos visible, conspiren a un centro de inters comn, que es lo que cons-tituve su unidad.

    La hora de las reformas h a sonado ya pa ra Espaa . El hombre a quien nuestra reina fi el encargo de romper las trabas del teat ro ha sido l lamado a romper las de la nacin, pero confiamos que , aun en medio de tan graves tareas, no dejar de echar una mi rada sobre esa arte encantadora, que ms de una vez en su honrosa proscripcin le ha-b r arrancado de los brazos del dolor y alentado a sufrir con dignidad la suer-te de los grandes hombres . En poltica, como en poesa, la perfeccin est en conciliar el mayor grado de libertad con el mayor grado de orden posible. Nos-otros, pues , creemos estar obligados a cooperar con tan ilustre gua a la gran-de obra de nuestra regeneracin pol-tica y li teraria.

    (El Siglo, nm. 2, 24 enero 1834, pge. 3-4.)

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  • Influencia del Gobierno sobre la Poesa

    Es indudable que el Gobierno tiene siempre mucha influencia sobre la poe-sa. A su organizacin social deben las naciones lo que son; ella modifica a la larga el carcter de las razas, combate los eeclos de la naturaleza y del clima, renueva las lenguas, reforma o destruye las religiones, corrompe o regenera las artes, y siendo tan vasto su poder, no se extendera tambin a la poesa?

    El efecto de esta accin es dar a la poesa tal o cual forma, y bajo este punto de vista ofrece un estudio ti*il y curioso, pero no se debe ir ms Je-jos, y sera imposible calcular qu for-ma de Gobierno excluye o produce el desarrollo potico en un pueblo; la poe-sa ha vivido bajo todos los Gobiernos, entre el despotismo y teocracia de Orien-te, a la sombra del republicanismo de Grecia, en la Europa brbara, en la Eu-ropa feudal, en la brillante monarqua absoluta de Luis XIV y en nuestros das bajo instituciones ms moderadas. Sin duda, las formas polticas influyen sobre la poesa; pero esto es por una reunin misteriosa que no se puede for-mar ni prever. En esto deben recono-cer los Gobiernos su impotencia : ni les es dado suscitar el genio potico ni aho-garlo. En las artes que necesitan ins-trumentos materiales, el oro de los prn-cipes puede, sin duda, mucho; pero el poeta no necesita sino una l i ra; mejor dir, una pluma para hacerse dueo de los siglos. Demasiado honor se ha he-cho a algunos soberanos atribuyndoles las producciones del ingenio contempo-rneo, en literatura, no hay siglo de Augusto, sino siglo de Horacio, de Vir-gilio o de Ovidio. Los mismos poetas, arrastrados por una exaltacin que hace parle de su noble origen, han hecho ilusin a la posteridad, mostrando un

    exagerado reconocimiento por un nimio favor a que tenan quizs derecho de ser admitidos detrs del enjambre de famlicos cortesanos. Por qu admi-rarse tanto de que Mecenas recibiese en su mesa y convidase a su casa de cam po a los hombres ms distinguidos y de ms talento de su tiempo? Nada debe mos a su proteccin, a no ser que me rezca alabanza el hbil y cruel Octavie por haber inspirado a Virgilio su pri-mer gloga, obndole su patrimonio, o por haber derrotado a Ovidio, lo que nos vali una obra inmortal.

    Tambin los rgulos de Italia en la Edad Media tuvieron el orgullo de pro-teger a los poetas. Uno de ellos fue quien comision al Ariosto a un pas perdido,, en donde el ms ingenioso y amable de los hombres pasaba sus das apresando salteadores de camino. El prncipe de Este hizo al Tasso el honor de admitir-le entre sus gentilhombres; pero pron-to, por una causa ignorada todava, seis aos le tuvo en un encierro de locos, de donde no sali sino para ir a morir de-bajo del roble famoso, a vista del Ca-pitolio, a que no -deba subir.

    Lilis XIV, ese rey que en medio de tantas debilidades tena elevacin de alma y de carcter, dese de veras la prosperidad de las letras y tuvo valor para mandar se representase el Tartu-fo, pero no por eso merece que su si-glo tome su nombre. No sali de ;u cor-te el brillo que deba ilustrar su re-nado. Este reinado -debi la mitad de su gloria a un hombre oscuro de Cha teau-Tierry, que se llamaba Juan La fontaiue; a un hombre oscuro de la Fer t Mi-Ion, que se llamaba Juan Raci-ne % a un hombre oscuro de Pars, que se llamaba Poquelin Moliere. Se dir acaso que aquella corte desarroll su

  • 582 OBRAS COMPLETAS DE DOJN JOS DE ESPRONCEDA

    genio? Lafontaine no estuvo en ella ja-ms. En Moliere no protegi sino lo que mereca castigo. Perfeccion, es verdad, en Racine , la elegancia y deli-cadeza del lenguaje ; pero tambin de-bil i t su numen y le hizo a menudo ser inferior a s mismo. Pa ra la corte hizo a Hipli to galante y a Aquiles fanfa-r rn ; para la corte compuso Beremce, la menos trgica de sus t ragedias ; para Dios y para s mismo hizo tala^ la ms sublime de todas. Un da, alenta-do por m a d a m a Maintenon, se atrevi

    Cualquiera rancio espaol, de estos por quienes se dijo el pan pan y el vino vino, creer f i rmemente , si reflexiona sobre el estado actual de los negocios pblicos, que el Gobierno se ocupa ex-clusivamente de acabar la fatal contien-da de Navarra y al mismo t i empo del bienestar de los pueblos. Y a u n q u e a la verdad nosotros creemos que t ra te en ello con la mejor intencin, estamos persuadidos de que h a equivocado el camino, enderezando sus miras a un solo pun to y fijando de tal m o d o en l su pensamiento que no parece sino que all se encierra y guarda la felicidad de la patr ia . Este pun to , a que se lia con-venido en l lamar Bolsa, es pa ra el Go-bierno el signo de nuestra redencin, el castillo encantado de sus esperanzas, el paladn, en fin, de nuestra l iber tad, y todo su empeo es que suban les fon-dos, como si con hacerlos subir cre-ciesen como por encanto las rentas de la nacin. A este fin van dirigidas to-das sus providencias, se encaminan cuantos decretos concibe y produce , y a fe que hay gentes que estn esperan-do el alza de los fondos como los san-tos padres aguardan el advenimiento de

    a presentar al rey una memor ia sobre la miseria del p u e b l o ; i r r i tado el mo-narca de la osada del poeta, le arroj una mirada de desprecio que le caus la muer te . Esto es lo que ha hecho por las letras el soberano que ms las ha honrado . En nuestras nuevas costumbres todava pueden menos por ellas los Go-biernos ; no pueden favorecerlas sino por la independenc ia ; la independencia es mejor musa que la proteccin. {El Siglo, nm. 12; viernes, 28 febrero 183\

    pgs. 3-4.)

    Nuestro Seor. Guando llegue ese tan venturoso y anhelado dadicen, ten-dremos oro a montones, po rque habr confianza; de la confianza nacer el c rd i to ; del crdito, el d inero , y como para todo se necesita dinero y todo se alcanza con l , extinguiremos la fac-cin, las fuentes de la pblica prospe-r idad de r ramarn torrentes de riqueza y la ahora desventurada Espaa ser entonces el asombro y la envidia de las dems naciones. Tal es Ja idea que fija y halaga la mente del ministerio actual, que ha convertido en un Gobierno pu-ramente mercant i l a nuestro Gobierno, hacindole reducir toda Espaa a la Bolsa, hasta tal pun to , que mejor me-recera el t tulo de director y regula-dor de sta que el de adminisrador y gobernador de aqulla. Ahora bien, nin-gn pueblo ha recibido la felicidad de manos de los especuladores que all se retinen, y que tan slo van guiados por un inters personal , muchas veces mez-quino y contrario a la de la mayora. y s iempre ele ligero peso en la inmensa balanza del bien pbl ico ; ningn pue-blo puede fundar esperanza alguna en el alza o baja de les fondos, diferencia

    El Gobierno y la Bolsa

  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 583

    que suele marcar a su capricho un es-peculador atrevido, o ya un rumor vago, o una noticia falsa; pero mucho menos dehe aguardar nada un puehlo agrco-la, como el espaol, donde el comercio slo compone una suma muy pequea de su riqueza. Generalmente se han equivocado los efectos con las causas, y as hemos visto pensar en hacer ca-minos de hierro antes de tener frutos que acarrear por ellos, y vemos ahora la Bolsa considerada como causa de la riqueza, no siendo sino un efecto. Sin mucha abundancia de frutos nunca ha-br mercado abundante, y entre nos-otros intentaba el Gobierno hacer mi-lagros. Y mal har en tomar la Bolsa por termmetro de la opinin, porque rara vez la marca con exactitud, y no

    Voy a contar el caso ms espantable y prodigioso que buenamente imaginar-se puede, caso que har erizar el ca-bello, horripilarse las carnes, pasmar el nimo y acobardar el corazn ms in-trpido mientras dure su memoria en-tre los hombres y pase de generacin en. generacin su fama con la eterna desgracia del infeliz a quien cupo tan mala y tan desventurada suerte. Oh. cojos!, escarmentad en pierna ajena y leed con atencin esta historia, que tiene tanto de cierta como de lastimo-sa : con vosotros hablo, y mejor dir con todos, puesto qne no hay en el mun-do nadie, a no carecer de piernas, que no se halie a perderlas.

    Erase que en Londres vivan, no ha medio siglo, un comerciante y un ar-tfice de piernas de palo, famosos am-bos : el primero por sus riquezas v el segundo por su rara habilidad en su ofi-cio. Y basta decir que sta era tal que

    suele servir el amor a la patria, ni la honradez, de norma a los especuladores. All, en un juego inmoral y sobrema-nera ruinoso, a costa de todo, trata el jugador de enriquecerse, suben y bajan los fondos a voluntad del ms influyen-te, y ms de una vez ha habido fiesta en ]a Bolsa y el sol ha brillado all en todo su esplendor para los que negocian en ella, mientras estaba enlutado y som-bro para la nacin entera. Pero la Bol-sa es uno de los medios que tienen los Gobiernos a su disposicin para des-lumhrar a los que no ven asaz claro y con detenimiento las cosas. Los fondos subieron, muchas veces equivale a decir de oficio : Ha habido regocijos pblicos y el rey fue vitoreado y aclamado con general entusiasmo.

    (El Espaol, nm. 128; 7 de marzo de 1836).

    aun los de piernas ms giles y lige-ras envidiaban las que sola hacer de madera, hasta el punto de haberse he-cho de moda las piernas de palo, con grave perjuicio de las naturales. Acer-t en este tiempo nuestro comerciante a romperse una de las suyas con tal perfeccin, que los cirujanos no halla-ron otro remedio ms que cortrsela, y aunque el dolor de la operacin le tuvo a pique de expirar, luego que se en-contr sin pierna, no dej de alegrarse pensando en el artfice que con una de palo le haba de librar para siempre de semejantes percances. Mand llamar a Mr. Yv'ood al momento (,Tae s t e e i ' a e^ nombre del estupendo maestro perne-ro), y como suele decirse, no se le co-ca el pan, imaginndose ya con su bien arreglada y prodigiosa pierna, que, aunque hombre grave, gordo y de ms ele cuarenta aos, el deseo de experi-mentar en s mismo la habilidad del

    La p a t a de p a l o

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  • 584 OBRAS COMPLETAS DE DON JOS DE ESPRONCEDA

    artfice le tena fuera de sus casillas. No se hizo ste esperar mucho tiem-

    p o , que era el comerciante rico y go-zaba renombre de generoso.

    Mr. Wood le dijo, felizmente necesito de su habi l idad de usted.

    Mis piernasrepuso Wood, estn a disposicin de quien quiera servirse de ellas.

    Mil gracias; pero no son las pier-nas de usted, sino una de palo lo que necesito.

    Las de ese gnero ofrezco yore-plic el artfice, que las mas , aun-que son de carne y hueso, no dejan de hacerme falta.

    Por cierto que es raro que un hom-bre como usted, que sabe hacer piernas que no hay ms que pedir , use todava las mismas con que naci.

    E n eso hay mucho que h a b l a r ; pero al grano : usted necesita una pierna de palo , no es eso?

    Cabalmenterepl ic el acaudalado comerciante, pero no vaya usted a creer que se trata de una cosa cual-quiera , sino que es menester que sea una obra maestra, un milagro del arte.

    Un milagro del ar te , eh?-repiti Mr. Wood.

    S , seor, una pierna maravillosa y cueste lo que costare.

    Estoy en e l lo ; una pierna que su-pla en un todo la que usted ha perd ido .

    No, seor ; es preciso que sea me-jo r todava.

    Muy bien. Que encaje bien, que no pese nada

    ni tenga yo que llevarla a ella, sino que ella me lleve a m .

    Ser usted servido. E n una pa labra , quiero una pier-

    na. . ; vamos, ya que estoy en el ceso de e1egirla, una pierna que ande sola.

    Como usted guste. Conque ya est usted enterado. De aqu a dos dasrespondi el

    pernerotendr usted la pierna en ca-sa, y prometo a usted que quedar complacido.

    Dicho esto se despidieron, y el co-merciante qued entregado a mil sa-brosas imaginaciones y lisonjeras espe-

    ranzas, pensando que de all a tres das se vera provisto de la mejor pierna de palo que hub ie ra en todo el reino uni-do de la Gran Bre taa , En t r e tanto nuestro ingenioso artfice se ocupaba ya en la construccin de su mquina con tanto empeo y acierto, que de all a tres das, como haba ofrecido, estaba acabada su obra, satisfecho sobremane-ra de su adelantado ingenio.

    E r a una maana de mayo y empezaba a rayar el da feliz en que haban de cumplirse las mgicas ilusiones del des-pernado comerciante, que yaca en su cama, muy ajeno de la desventura que le aguardaba. Fal tbale t iempo ya para calzarse la prestada p ie rna , y cada gol-pe que sonaba a la puer ta de la casa r e tumbaba en su corazn. Ese ser, se deca a s m i s m o ; pero en vano, por. que antes que su pierna llegaron la le-chera, el car tero, el carnicero, un ami-go suyo y otros mil personajes insigni-ficantes, creciendo por instantes la im-paciencia y ansiedad de nuestro hroe, bien as como el que espera un frac nuevo para ir a una cita amorosa y tiene al sastre por embustero. Pero nuestro artfice cumpla mejor su palabra, y ojal que no la hubiese cumplido en-tonces! Llamaron, en fin, a la puerla, y a poco ra to entr en la alcoba del comerciante un oficial de su tienda con una pierna de palo en la mano , que no pareca sino que se le iba a escapar.

    Gracias a Dios-exclam el banque-ro ; veamos esa maravil la del mundo.

    Aqu la tiene ustedreplic el ofi-cial, y crea usted que mejor pierna no la ha hecho mi amo en su vida.

    Ahora veremos. Y enderezndose en la cama pidi de

    vestir, y luego que se m u d la ropa in-terior mand al oficial de piernas que le acercase la suya de palo para pro-brsela. No tard mucho t iempo en cal-zrsela. Pero aqu entra la par te ms lastimosa. No bien se la coloc y se puso en pie cuando, sin que fuerzas humanas fuesen bastantes a detenerla, ech a andar la pierna de por s sola con tal seguridad y rapidez tan prodi-giosa que , a su despecho, hubo de se-

  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 585

    guilla el obeso cuerpo del comerciante. En vano fueron las voces que ste daba llamando a sus criados para que le de-tuvieran. Desgraciadamente, la puerta estaba abierta, y cuando ellos llegaron ya estaba el pobre hombre en la calle. Luego que se vio en ella, ya fue impo-sible contener BU mpetu. No andaba, velaba; pareca que iba arrebatado por un torbellino, que iba impelido de un huracn. En vano era echar atrs el cuerpo cuanto poda, tratar de asirse a una reja, dar voces que le socorrieren y detuvieran, que ya tema estrellarse contra alguna tapia, el cuerpo segua a remolque el impulso ele la alborotada pierna; si se esforzaba a cogerse de al-guna parte, corra peligro de dejarse all el brazo, y cuando las gentes acudan a sus gritos, ya el malhadado banquero h?ba desaparecido. Tal era la violen-cia y rebelda -del postizo miembro. Y era lo mejor que se encontraba algn es amigos que le llamaban y aconsejaban que se parara, lo que era para l lo mis-no que tocar con la mano al cielo.

    Tin hombre tan formal como usted le gritaba uno, en calzoncillos y a escape por esas calles. Eli! Eh!

    Y el hembre, maldiciendo y jurando y haciendo seas con la mano de que no poda absolutamente pararse.

    Cul le tomaba por loco, otro inten-taba detenerle ponindose delante y caa atropellado por la furiosa pierna, lo que vala al desdichado andarn mil injurias y picardas. El pobre lloraba; en fin, desesperado y aburrido, se le ocurri la idea de ir a casa del mald'to fabricante de piernas que tal le haba puesto. Lleg, llam a la puerta al pa-sar ; pero ya haba traspuesto la calle cuando el maestro se asom a ver quin era. Slo pudo divisar a lo lejos un hombre arrebatado en alas del hura-

    cn que con la mano se las juraba En resolucin, al caer la tarde, el apresu-rado varn not que la pierna, lejos de aflojar, aumentaba en velocidad por instantes. Sali al campo y, casi ex-nime y jadeando, acert a tomar un camino que llevaba a una quinta -de una ta suya que all viva. Estaba aquella respetable seora, con ms de setenta aos encima, tomando t junto a a ventana del parlour (1), y como ido a su sobrino venir tan chusco y rego-cijado corriendo hacia ella, empez a sospechar si habra llegado a perder el

    ! seso, y mucho ms al verle tan desho-nestamente vestido. Al pasar el desven-turado cerca de su ventana le llam y,

    ; muy seria, empez a echarle una ex-| hortacin muy grave acerca de lo aje-

    no que era en un hombre de su ca-rcter andar de aquella manera.

    Ta ! Ta ! Tambin usted! res. pondi con lamentos su sobrino per-mal g ero.

    No se le volvi a ver ms desde en-tonces, y muchos creyeron que se haba ahogado en el canal de la Mancha al salir de la isla. Hace, no obstante, al-gunos aos que unos viajeros recin lle-gados de Amricia afirmaron haberle visto atravesar los bosques del Canad con la rapidez de un relmpago. Y poco hace se vio un esqueleto desarmado va-gando por las cumbres del Pirineo, con notable espanto de los vecinos de la comarca, sostenido por una pierna de palo. Y as contima dando la vuelta al mundo con increble presteza la pro-digiosa pierna, sin haber perdido ain nada de su primer arranque, furibunda velocidad y movimiento perpetuo.

    (El Artista. Entrega XII. Ao 1835, 139-140.)

    (1) Cuarto ta jo o locutorio.

  • Crnica de Teatros Pas, en fin, la silenciosa Cuaresma,

    y otra vez vuelven los teatros y las di-versiones pblicas a hacer menos enfa-dosa la vida. Actores nuevos, dramas originales, romnticos, tragedias clsi-cas, piececitas de Scribe, comedias pol-ticas del mismo autor, compaa nueva de pera, aunque la mayor parte de los cantantes no slo no han llegado, sino que ni aun se sabe de ellos otro nom-bre que el de N. N., comn a cuantos habitamos este mundo sublunar; todo, en fin, dar nueva vida este ao a la escena espaola, poblar las hasta aqu casi desiertas lunetas y regocijar los corazones del ilustrado pblico. As dis-curra yo el primer da de Pascua, an-sioso ya de que llegase la noche para embutirme en mi asiento, y ya en la Cruz, ya en el Prncipe, pasar dos o tres horas agradablemente. Eleg con esta intencin La Camila, con preferen-cia a la pera, por razones que no es aqu ocasin de manifestar, y, billete en mano, ocup mi puesto. Pero, j ah ! , lo mismo fue alzarse el teln cuando de los primeros versos subi lentamente, extendindose por todo el teatro, un va-por de beleo, adormidera y opio que, a pesar mo, me postr en una especie de letargo tan profundo, que no desper-t de l hasta el quinto acto, en que cay el teln por ultima vez y se fue disipando la soporfera nube. Conoc que ste era el efecto de las tragedias clsicas y que el autor haba logrado el fin. que se haba propuesto. El pblico tambin se durmi, y slo algunos pro-fundos literatos se despertaren y dieron algtmas palmadas en celebridad de Aris-tteles. Jur de volver al cla siguiente y sucedime lo mismo, por lo que me he dado al fin por vencido, y en tratn-dose de dramas de este jaez he deter-minado acostarme tempranito la noche

    que se representen y dormir en mi cama que para el caso es mejor. Asaz melan. clico y triste me hallaba al otro da cuando el anuncio del Ambicioso o la dimisin de un ministro me volvi mi natural alegra. Y he aqu el drama que ms principalmente ha llamado esta se-mana nuestra atencin. Caracteres bien desenvueltos y eminentemente dramti-cos, gracia, energa y finura en el di-logo, tales son las principales dotes en que abunda, y en tanto agrado, que, a pesar de lo lastimosamente que ha sido desempeado, el pblico no ha podido menos de conocer su mrito. La ambi-cin es el nico sentimiento, la pasin nica que domina en el alma de Rober-to Walpole, el primer ministro; ena-morado perdidamente del alto puesto que goza, su empleo es su querida, sus delicias, su todo en el universo.

    El seor Furnier ha dado un color rabioso al carcter del mdico; desean-do ser sencillo, se ha mostrado trivial y grotesco; muchas veces no ha entendi-do su papel. Sus continuos gestos exa-gerados le daban la traza ms bien de un criado que de un amigo de un mi-nistro, y varias veces ha tomado un tono de misin que nos hizo creer no habamos salido an de la Cuaresma. El rey, carcter jovial, enamorado y fino, ha sido representado de modo que, entre cuantos malos reyes hay en Ja Historia, no hemos hallado ninguno comparable al seor Lomba. Segura-mente nos pareci ms cruel que ne-roli, puesto que, como otro Herodes, lia degollado las inocentes palabras del desventurado drama. No pareca sino que las infelices le haban jugado al-guna mala pasada. As, el pblico ex-tra que lord Enrique confiase sus amores a un hombre gordo y que le responda con facha de provisor o de

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  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 587

    alcalde de lugar. El seor Pacheco ha estado muy poco feliz: almibarado, dulce hasta empalagar y sobremanera afectado, si bien engaa en un prin-cipio, se le ve tan tibio, tan mesurado siempre, que no slo no ha desempe-ado el carcter de lord Enrique, sino que no ha manifestado otro de nin-gn gnero. Para hacerle justicia, de-bemos decir que es uno de los sepul-cros blanqueados del Evangelio. Resta ahora el seor Luna, protagonista en el drama. No es ste, por su desgracia, el gnero en que ms ha sobresalido. Los papeles puramente caractersticos, tales como el de Ramzau en el Arte de conspirar, e l e , son los nicos en que puede aplaudirse a este actor con justicia. Pero el de Walpole es entera-mente distinto : es preciso sentir mucho, representar con el alma, y el seor Luna no tiene ms que buenas intenciones en tales casos. Su continente, adems, no ha sido tampoco adecuado al carcter que desempea, y estamos persuadidos que ningn ministro anda tan a com-ps como l ni hace ciertos quiebros de maestro de baile, en que el seor Luna abunda generalmente. Y, sobre

    Feliz semana! Ha hervido en ira- ' dncciones del francs. El Duque de Bra-ganza en el teatro de la C r u z ; los se-ores Ft irnier y Pacheco, siempre los mismos; el seor Luna ha entendido su papel , y si se corrigiera de sus eternos pinitos, no dejara mucho que desear. Extraamos que a una actriz del m-rito de la seora Teresa Bats se le con-fen papeles ele tan poca importancia como el que representa en este d rama. Aconsejamos al seor Lomba que se niegue a ser rey. po rque se convierte en >

    todo, es fama que ningn ministro bri-tnico ha braceado ni manoteado tan-to en su vida. En una palabra, ningn ingls hubiera encontrado en el seor Luna a su compatriota Roberto. Pero desarruguemos el ceo un momento y alabemos para probar a nuestros acto-res que lo que ejecuten bien lo elo-giaremos con entusiasmo; lo que ha-gan mal, lo criticaremos con rigor. La seora Matilde Diez ha representado con la naturalidad y gracia que acos-tumbra ; su donaire, el tono meloso de su voz, la elegancia de sus modales y la inteligencia con que ha ejecutado su parte no nos ha dejado nada que de-sear. Seguramente mereca las flores y elogios que con tanta razn le prodi-gaban los cortesanos del Palacio de Windsor, el cual, segn el autor an-nimo del artculo de la revista, estuvo en aquella ocasin por dems locuaz y elegante. Cosa rara! Ha sido el pri-mer palacio de que se cuenta que haya hablado hasta ahora. Quiz el articu-lista tom el continente por el conte-nido, o, lo que es igual, dijo una cosa por otra. El articulista har hablar a las piedras!

    t irano de los espectadores; por fin, de-r r ibado de su t rono, como otros revs, nos ha indemnizado de su mal trato hacindose conspirador, De la seera Matilde Diez slo diremos que es la perla de nuestros teatros.

    Decididamente no queda en Madrid el seor Valero, y aunque lamen tainos sinceramente su ausencia, damos el pa-rabin por la adquisicin de esie joven actor a los directores de los teatros de provincias.

    (El Artista, Entrega XVII. Ao 1835, 204.)

    T e a t r o s

  • El Pastor Clasiquino Y estaba el pastor Clasiquino, sen-

    cillo y candido, recordando los amo-res de su ingrata Clori , en un valle pa-cfico, al margen de un arroyuelo cris-ta l ino, sin pensar ( j o l ! , quin pudie-ra hacer otro t an to ! ) en la guerra de Na-varra y embebecido en contemplar el manso rebao, smbolo suyo. glogas deca, venid en a u x l i o mo aqu donde la mquina preada (es decir, el can) y el sonoro tubo (la t rompeta) no vienen a turbar mis solaces.

    Pajiza choza ma. Ni yo te de'ara Si toda una ciudad me fuera dada.

    Y era lo bueno que el inocente Cla-siquino viva en una de las calles de Madr id y pretenda al mismo t iempo un empleo en la Real Hacienda.

    Lo que es tener imaginacin! Su Clo-r i no era nada menos que un ama de llaves de genio pertinaz y rabioso que con l viva y le l lenaba de apodos y vituperios a todas h o r a s ; su mayoral, el minis t ro , que ya de tiempo antiguo los l laman as los clasiquistas por aque-llo del Mayoral Jovino, y su pacfico valle la Secretara o el P r ado , que para Clasiquino es lo mismo.

    Nada como las reglas de Aristteles,

    ALFREDO.Drama original en cinco ac-tos por don Joaqun Pacheco,, repre-sentado en el del Prncipe.

    Poco, a la verdad, puede quedar que

    sola tambin decir Clasiquino a veces, que , aunque pastor, haba ledo ms de una vez las reglas del Estagiri ta. La na tura leza! La Naturaleza es menester hermosear la . Nada debe ser lo que es, sino lo que debiera ser. Y aqu saca-ba un texto griego, porque era consu-mado helenista, y como saba hablar en prosa y verso, cont inuaba :

    S, por el Pan que rige mi manada yo he de hacer ver al m u n d o que esa caterva de poetas noveles, idlatras de los miserables Caldern, Shakespeare y comparsa, son inmorales, y no saben escribir una gloga.. . , qu digo, una gloga?, ni cometer siquiera la figura l lamada onomatopeya.

    Y con es'o se levant con aire de triunfo y ademn orgulloso, arregln-dose los anteojos, que ya tena al ex-tremo de la dilatada nariz cados, des-pert las ovejuelas que se haban dor-mido ,

    de pacer olvidadas, escuchando

    Y Clasiquino, paso tras paso, se re-cogi a su majada , tenaz en su empe-o de seguir hecho borrego mientras le durare la vida.

    (El Artista, Entrega XXI; ao 1835, 251-252.

    decir de un drama cuya crtica ban hecho todos los peridicos, ya mordin-dole con sobra de crueldad clsica, ya juzgndole con justa moderac in ; pero todos reconociendo en l la obra de ta-

    T e a t r o s

  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 589

    lento , y algunos aun a despecho de su deseo. Como nuestro fin no es defen-derle de las crticas que ha sufrido, sino criticarlo tambin nosotros a nuestra vez, dejando a un lado ajenas opiniones, presentaremos francamente la nuest ra . Es Alfredo un drama en el que el poeta se haya propuesto presentar una o varias acciones complicadas entre s y en que se interesen personajes de di-ferentes clases y caracteres diversos o ha t ra tado slo de pintar un coloso de crmenes y pasiones, un solo carcter , al cual se sacrifique todo absolutamente y cuyo desarrollo cebe nicamente ocu-parnos? Si esto ltimo ha sido su in-tencin, como no puede dudarse , po-demos dar al seor Pacheco el parabin por haber l lenado su objeto. E n todo el d rama no hay personaje alguno que no se hal le en trmino muy distante res-pecto al hroe , n inguno que no sirva o para empujar le al crimen o para hacer que aparezca ms grande su desven-tura .

    Y en este drama no hay que buscar caracteres, porque no hay n i debe ha-ber ms que Alfredo. Su alma, dis-puesta a sentir con violencia, arde a la vista de una mujer hermosa y tal como l la hab a imaginado en sus delirios de amor, de gloria y felicidad. Pero esta pasin es c r imina l : Ber ta es la viuda de su padre.,, y Alfredo, ya del incuente con solo amar la , cada paso que ade-lanta es un c r i m e n ; cada recuerdo, un remordimiento que le devora. H e aqu , a nuestro entender, el corazn de Al-fredo y su situacin en el drama. Pr i -mero , inocente y pu ro , pero indeciso, melanclico y ansioso de algo que lle-na ra el vaco de su a l m a ; despus, apa-sionado, delirante, t ra tando de fortale-cerse contra su conciencia y ar ras t rado y despeado por su pasin. Dbil sera sta, en verdad, y mezquina el a lma de Alfredo si pudiendo vencerse y alejarse de su madras t ra se hubiera dejado lle-var de este amorcito coqueto de nues-tros das, de esas pasioncillas que t raen tan a mal t raer a nuestros elegantes, y herido de la flecha de oro se hub ie ra puesto a enamorar a Berta . Entonces no hubiera hab ido , por cierto, para qu

    matar al he rmano , n i aun ste, en nues-tro siglo, hub ie ra estorbado para n a d a : en nuestro siglo de moralidad, aun es-posos hay que no es torban; pero el se-or Pacheco ha presentado en Alfredo los arrebatos de una verdadera pasin, y el que ha de odiar algn da como un rival a su propio padre fuerza es que asesine a l he rmano de su quer ida , viendo en l un obstculo a su felici-dad. Creemos, no obstante, que este ase-sinato debiera estar ms motivado y que el poeta no ha sacado todo el par-t ido que poda del personaje de Jor-ge. Pe ro aqu es donde un ser ideal, la voz lisonjera de la pasin cr iminal de Alfredo, se presenta en escena, perso-nificada en un griego misterioso, que es. sin duda , la concepcin ms atrevi-da del d rama. Mucho han clamado con-tra ella la mayor par te de nuestros cr-ticos periodistas, y ha hab ido quien la ha tachado de un extravo de la ima-ginacin, que ha realizado un ser que no existe en la Naturaleza, Nosotros creemos que existe en ella, puesto que existe en la imaginacin, y seguramen-te el griego exista para Alfredo, como para un fantico las brujas y los duen-des, como para Scrates exista un ge-nio que l viva y con quien razonaba amigablemente. Lo nico que antes de la representacin del d rama hubiera sido de temer era que no produjese efecto ; pero jus tamente no ha sucedido as y las escenas en que entra este per-sonaje fantstico han sido las que ms han agradado y suspendido a los espec-tadores. El quinto acto, sobre todo, es sublime, y el terror y el inters estn llevados al l t imo pun to . Bien quisi-ramos no hal lar defectos que cri t icar; pero, desgraciadamente, Alfredo no es ms que mi hermoso pensamiento dra-mtico mal puesto en escena: las tres exposiciones con que empiezan el se-gundo, tercero y cuarto acto son iguales y ofrecen poco inters las dos l t imas pr incipalmente , Carece de buen artifi-cio todo el d rama en general, y esto contr ibuve a enfriar el inters, hacin-dolo lnguido y aun algunas veces mo-lesto. E l lenguaje es p u r o , oriental, apa-sionado y propio de la poca de las Gru-

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  • 590 OBRAS COMPLETAS DE D

    zadas, tal como nuestra imaginacin nos pinta que deberan hablar y sentir los hombres de la espada y de la l i ra , los guerreros de la F e , los amantes de la hermosura . Sentimos, sin embargo , que el seor Pacheco no haya escrito en verso su d rama, sabindolos hacer tan hermosos como en algunas de sus com-posiciones poticas hemos ledo. Hu-biera gustado ms y habr a evitado cier-ta hinchazn de que adolece la poesa escrita en prosa. En cuanto a la ejecu-cin del d rama, hace mucho t iempo que en nuestro teatro no se haba viso nada representado con tanta inteligencia y es-mero . La seora Rodrguez, como siem-pre . El seor Latorre , sobre lodo en el acto quinto , es el mismo Alfredo, apasionado, loco, acosado de remordi-mientos, precipi tado al c r imen, y las entonaciones de su voz, su continente frentico, su fisonoma desencajada y

    Mal drama, bien silbado y ejecutado con perversidad inaudita en el malha-dado teatro de la Cruz, La seora Ma-tilde Diez lo hizo muy bien. En cuan-to al seor Pacheco. . . No hay que pe-dir peras al o lmo, porque no las dar .

    Todas las campanas de Andjar an-daban a v u e l o ; las colchas de las ca-mas haban salido a adornar las ven-tanas y balcones de todas las casas; las jvenes del pueblo aparecan en ellas

    S" JOS DE ESPRONCEDA

    pl ida le hacan parecer , no ya un hom-bre furioso, sino un ser de veras mar-cado con el sello de la reprobacin Po r otro estilo, y con exlraordinario ta-lento, represent el seor Jul in Romea el papel del griego fantstico. Difcil era dar a conocer la ideal idad de este personaje, y he aqu el triunfo que lia alcanzado este actor ; sus miradas , su aparicin en la escena, la frialdad

    v

    amargura de sus pa labras , su fisono-ma ceji junta, pl ida e inquieta , sus ojos vagos y penetrantes nos dieron a conocer en l al misterioso ser que ha-ba imaginado el poeta. El seor Flo-rencio Romea hizo con natural idad su papel , que tampoco daba otra cosa de s. Aconsejamos al autor de Alfredo n o sea ste el l t imo drama que es-criba, sino que, ms an imado que nun-ca, siga una carrera que ha empezado bajo tan buenos auspicios.

    En el sanete, la silba fue al gracioso, que es el hombre ms triste que hemos conocido en el teatro de luengos tiem-pos ac. Cubas ha r rer , nuestro soi-disant gracioso hace silbar. Todo es pro-ducir efecto.

    (El Artista. Entrega XXII. Ao 1835, 228).

    amontonadas , compuestas con sus me-jores vestidos, y algunas, a las puertas de sus casas al lado de sus madres y alegres con sus amigas, mientras, en-vueltos en sus capas pardas y calado el

    Seduccin y venganza o El marido ingls

    C o s t u m b r e s

  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 591

    sombrero gacho, paseaban los jaques de Andaluca con a i re de perdonavidas y afeado el rostro con patillas de seis pul-gadas. Era la maana he rmosa ; la pla-za estaba llena de gente y todo anun-ciaba grande regocijo y aparato de pro-cesin. Pe ro al mismo t iempo que la li-viana juventud del pueblo pensaba slo en holgarse y esperaba pasar tan agra-dable da. los graves varones, los miem-bros respetables del Ayuntamiento se entretenan, reunidos en permanente se-sin, en t rasladar el vino ele algunos cntaros a sus estmagos, t ra tando al mismo tiempo con el t ino y madurez propios de tan ilustre consejo cul se* ra el ms conveniente modo de reci-bir al digno padre predicador , capuchi-no indigno, fray Pascual de Andjar , que estaba tenido en opinin de santo y era el asombro de aquellos contornos por su ra ra sabidur a . Era el alcalde, presidente del Ayuntamiento , hombre de cuarenta y cinco aos, algo entreca-no y de frente arrugada y ch ica ; los ojos, grandes y pa r ados ; de ms de me-diana estatura, y tan posedo de su dig-n idad , que los negocios ms frivolos los trataba como cosas importantes al servi-cio del rey, y no slo no se rea l nunca , sino que no permi t a tampoco que los dems se riesen en su presen-cia, y la ms leve sonrisa costaba ir a la crcel, sin respetar edad, sexo ni profesin, que ya hab a hecho arrestar ms de dos veces a su propia mujer y a sus hijos por tan criminal, desacato, Nunca abandonaba la capa, que , as como un enorme garrote dos veces ms alto que l, y que era la vara de la justicia, eran perpetuos compaeros de sus fatigas, y lo que es la vara, decase que hasta de su descanso, porque dor-ma con ella de temor de no perder sus fueros por u n instante. Todos los dems miembros haban lomado ya aquel aire de gravedad que inspiraba su presi-dente, y slo el escribano, hombre chi-quito y regordete, que pareca una bola, con ojos saltones y bailarines, tena un no s qu de risueo que contrastaba extraordinar iamente con las caras lar-gas y profundamente serias de aquellos padres conscriptos y pareca en medio

    de ellos como el sonido de unas casta-uelas entre la majestuosa msica de u n Te Deum.

    Seoresdijo el alcalde, acabando de a p u r a r el j a r ro en que andaba el vino a la rueda y t i rando a un lado las pocas gotas que hab an quedado en el fondo, con que roci dos o tres respe-tables caras de aquel ilustre concurso, seores : yo por m digo que como soy el rey a q u o la persona del rey y es menester, po rque si la Real Majestad estuviera aqu presente har a lo mismo que yo, digo que ser menester ver de que Su Real Majestad quede servido y se haga todo como Su Real Majestad m a n d a , y no tengo ms que decir.

    Verdad dice el seor alcaldere-plic un regidor, y no se ha de decir que el pueblo de Andjar es menos que ningn otro, que bien sabe Dios que no lo e s ; nuestro padre predicador ha de ser recibido en tr iunfo o poco hemos de poder .

    Lo que aqu hay que t ra tardijo entonces el dminees qu medidas se han de tomar pa ra su recibimiento, si ha de salir el Ayuntamiento en pleno a recibir le o n o , y ste es asunto de mu-cha medi tacin, meditatione cogitahun-dus, y si he dicho mal , parce mihi dmine.

    Discurri el Ayuntamiento con otros elegantes discursos de este jaez acerca de todo, menos del asunto que se tra-taba , hasta que, por l t imo, confundin-dose todos y hablando todos a un t iem-po, el escribano, que andaba tomando notas, viendo cuan embrollados estaban, se levant y dijo con extraordinaria lo-cuacidad :

    Por cuanto y en atencin a que la fama del sabio predicador fray Pascual de Andjar., de que doy fe y testimo-

    | n io de verdad por haber le odo en la ! santa iglesia catedral de Crdoba el ano i j de 1766 a 19 de marzo , da de nuest ro

    Santo Pat r iarca el Seor San Jos, por ende, y no teniendo contradiccin de-lante de cien mil estigos presenciales que estaban all presentes como yo mis-mo, y que se necesitaron ms de veinte mil pauelos para recoger las lgr imas de aquellos compungidos corazones, y

  • 592 OBRAS COMPLETAS DE DON JOS DE ESPRONCEDA

    an estn el da de hoy, que hace dos aos, segin la fecha, hmedos y mo-j a d o s ; y no habiendo en esta ilustre villa tanta porcin de pauelos y no siendo menor la necesidad que hay de ellos, pido que ordene el seor alcalde, re i terando su mandamien to en debida forma, que no haya vecino en el pueblo que no lleve consigo dos o tres de los ya dichos pauelos o, en su defecto, las sbanas de la cama, camisas de su uso y a u n trapos d cocina, si menester fuese, u otra cosa til para enjugarse los ojos, mandndoles que procuren al mismo t iempo sonarse las narices con moderacin, de modo que no parezca que hay en la iglesia una tempestad y se confunda entre sus truenos la voz del predicador , so pena de pagar la mul-ta de dos escudos y tres meses de pri-sin, t em ms, pido que m a n d e igual-mente lleve cada familia una escudilla o puchero de agua para los desmayos que suelen dar a las viejas y aun a las jvenes que sienten oprimidos sus co-razones a los t remendos gritos y textos latinos de dicho reverendo padre predi-cador , pagando igualmente los dichos dos escudos la persona o personas que contravengan a determinacin tan acer-tada y tan til en ocasin semejante, t em ms, p ido que el alcalde v el

    Cuando los pueblos t ienden la vista por la inmensa hoja del t iempo y leen en ella su origen, que la antigedad en-noblece, sus primeros esfuerzos, las glo-rias y las hazaas de sus mayores , su orgullo se excita, su pensamiento se en-gre, late satisfecho su corazn y tan generoso sentimiento los impele a gran-des hechos y maravillosas empresas. E l espritu de nacional idad que crearon las tradiciones que se dividen y esparcen

    Ayuntamiento en pleno salgan a recibir a nuestro dicho reverendo predicador y que ap renda el susodicho seor alcalde un discurso de introduccin, que puede componer el dmine o bien yo mismo, para arengarle , segn costumbre en ac-tos de tanta consideracin e importan-cia. Po r todo lo cual he dicho y pre-sento en debida forma este mi parecer apoyado en los talentos de esta brillan-te reunin.

    Estupefactos quedaron todos al or tan sabio razonamiento, que , puesto que ya saban el raro ingenio del perinola escribano, nunca le haban odo discu-r r i r con tanta solidez, que esperaban que tan felizmente se decidiese asueto tan in t r incado. C o n d u j e r o n de apurar los cntaros, hizo el dmine su discur-so, y como era tal vez demasiado largo y abundaba en citas lat inas, no queda-ba bastante t iempo para aprender lo . Era la memor ia del alcalde frgil y necesa-r io lerselo; sali, como deba esperar-se, con aquella elocuente seguridad y gracia de estilo tan propia de un al-calde de Andaluca, habiendo dejado atnito al pueblo la peregrina memoria de su majestuoso alcalde, y no menos sorprendido el Capuchino se dign de no habe r entendido palabra .

    (El Artista. Entrega XXVI; ao 1835, 303-305.)

    con las familias juntas en un pensa-miento nico las diversas tendencias, la8 organizaciones ms distintas de los ba-bitantea de u n mismo pas, retine y mancomuna los ms opuestos intereses, forma una necesidad absoluta de todas las necesidades j>articulares, y crea, en fin, la pa labra mgica Patria. Menester es haber vivido lejos de los suyos, con el estigma del proscrito en la frente y el corazn llagado de recuerdos, solo

    Poltica General

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  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 593

    entre la mul t i tud que desconfa del ex-t rao, pobre y sin valimiento propio . v en medio de los que nacieron juntos y juntos v i ren , menester es haber des-preciado la r iqueza del extranjero, com-parndola con la pobreza del suelo pa-tr io, haber visto las mujeres pasar des-deosas, y t rayendo a nuestra memoria las eme con sus miradas halagaban nues-tro deseo v derramar lgrimas de en-vidia y de amargura , solo, infeliz, en medio de tantos felices, para compren-der, para sentir la Patria, para no po-der pronunciar jams tan dulce pa labra sin conmoverse. Los pueblos valen, pues, mientras domina en ellos el sentimien-to de su nacionalidad. Y cuando de-crpitos v degradados, como un corrom-pido aristcrata que se complace en contemplar los retratos de sus esforza-dos abuelos, registran los anales de sus hazaas y aun se jactan de su antigua fuerza, todava i rr i tado en ellos su or-gullo, resisten la conquista, se sublevan contra el invasor, y cediendo en su de-bil idad, somtense, s, a la fortuna que los sujeta, pero no se dan jams por vencidos. Muchos son los ejemplos que la historia ofrece de pases que sujet La fuerza y que ta rde o t emprano rom-pieron el yugo de la dominacin ex-tranjera que no respet sus costumbres, aj sus fueros y despreci el sentimiento de nacionalidad que al fin se desper-tara en ellos. Los grandes ejrcitos, las invasiones poderosas, no dejan ms res-to de s que grandes ruinas y lastimo-sas devastaciones, y pasando el p r imer espanto infunden odio eterno contra sus tiranos en el p e d i o de los vencidos. El siglo actual puede decirse que ba vi.:> to las lt imas masas de hombres sir-viendo a la ambicin del genio, forma, das y organizadas para emprender con-quistas. Napolen, a quien pudiera lla-marse el l t imo Carlomagno, inatru-mento sublime de los destinos del mun-do, ha servido de trmino en la serie de siglos que transcurre desde la mo-narqua feudal hasta la nueva era de los pueblos libres. Su gloria y su poder inmenso cierra el cuadro de las mo-narquas absolutas. Es el l t imo aliento de la gloria mili tar que con l expira,

    su manto real el l t imo que cubre los hombros de un poderoso monarca, y complemento magnfico de la gran re-volucin que ba trastornado la faz del mundo , se presenta a dec i r le : He .aqu el ms grande de los guerreros, el hi jo del pueblo, el genio escogido, el rsy ms obedecido y poderoso, el privado de la fortuna. Pero todava con cuali-dades tan grandes, con tanta fuerza, con poder tan extraordinar io , no basta, pue-blos, a hacer vuestra felicidad, a reno-var la sociedad corrompida, porque slo podis labrar a fuerza de lucha y tiem-po vosotros vuestra felicidad, porque la sociedad se formula a s misma, por-que el h o m b r e ms grande y elevado sobre vuestros hombros vive una hora apenas en la vida de la Humanidad . Na-polen agot cuanto en pompa y en grandeza haban creado los anteriores siglos, us las fiestas y regocijos pbli-cos, vulgariz las palabras sagradas que conmovan con su magia los corazones, y entregando al cuchillo del anlisis religin, gloria y recuerdos, present la sociedad como un cadver que engala-naran falsos oropeles y bril lantes pie-dras. Aquella mano plebeya que haba osado arrancar las coronas de la fren-te de los reyes y que, despojndolos de su apara to , los present como hombres flacos a la faz de sus asombrados vasa-llos, empu la espada del conquista-dor para desnudar sus tronos, y, su mi-sin cumplida, dej a los pueblos que completasen su obra. Las guerras, pues ,

    | de conquista acabaron con Napolen, el templo de la gloria militar se desmo-ron con su dolo y nuevos caminos se abrieron a la civilizacin del mundo , obra inmensa que , para llevarse a cabo, necesitaba del concurso general de los pueblos. Al estruendo de las armas su-cedi la voz de la predicacin y de la ciencia, mult ipl icronse los medios ele comunicacin ent re los pueblos, estre-chronse mutuamente sus alianzas, las distancias se acortaron y un sentimien-to nico, la idea, en fin, de mejorar su condicin desgraciada, hizo que se mi-rasen como hermanos los que hasta en-tonces se haban mirado como enem-

    ! gos. Este t raba jo , largo y penoso, so-

  • 594 OBRAS COMPLETAS DE DON JOS DE ESPRONCEDA

    metido al instinto generoso de la Hu- i inanidad, est todava .muy lejos de ha-ber tocado a su trmino. Los escombros de los tiempos pasados y hasta las tien-das levantadas por los hombres en su largo viaje para abrigarse y vivir en el presente embarazan an el camino v ' ocupan gran parte -del terreno donde hu i hiera de empezar a levantarse el edifi-cio del porvenir . Los intereses antiguos que vacilan, las preocupaciones que , como la luz al mori r , sacan fuerza de la propia debi l idad, los vicios y erro-res que crean nuevamente intereses per-judiciales hasta abrirles ancho canal por donde se esparcen fecundando, y que permanecen ahora estancados, la duda misma, compaera del anlisis que ha deshecho iodo y nada crea, v que viene medrosa a mezclarse en todas las com-binaciones para lo futuro, las necesida-des actuales que se complican, y a que hay que acudir forzosamente, son otros tantos obstculos al cumpl imiento de la inmensa obra emprendida , v multi-plicndose y confundindose r inden las almas dbiles y trastornan los entendi-mientos medianos. Pero pas la poca en que la condicin de las naciones era ser esclavas o dominadoras . Las con-quistas han llenado una inmensa misin en la Historia. Roma reuni los pueblos para recibir la comunin cristiana. Na-polen los prepar para cumplir el fin a que aquella religin los conduca : a conocerse, a hermanarse , a unirse en una sola familia. La voz de paz a los hombres de buena voluntad sonar en las alturas y los hombres se darn las manos al orla. Tas fuentes del b ien v del mal. se confunden y mezclan de modo que del manant ia l ms puro la corriente se envenena por l t imo y pu-dre y daa cuanto riega, mientras que , purificndose las agu.as corrompidas en su origen llevan las ms veces fecun-didad y riqueza por donde pasan. Las calamidades de la guerra impusieron con el sello profundo de su fuerza la marca que a la sociedad moderna dis-tingue, el espritu mercant i l , mezquino en su principio, y siempre impulsado por el srdido estmulo del inters, cre-cindose y dilatndose ha construido,

    en fin, los caminos de h ier ro , ha apli-cado el vapor a los buques y, vehculo pacfico de las nuevas ideas, estrecha los vnculos de los pueblos ms distantes de la t ierra y que apenas se conocan. Cierto es que en nuestra poca de lucha y de transicin este espritu se ha apo-derado de todos los corazones, v eleva-da la aristocracia del dinero sobre la del talento, la de sangre y la de fuerza, ha sofocado por un momento todas las pasiones nobles. Desgracia quiz inevi-table , necesidad lgica, que si ahoga un siglo entero con sus especulaciones, acaso de inters ru in , l levar a los si-glos futuros con su codicia las ideas ge-nerosas, las pasiones altivas, los senti-mientos buenos y los esparcir y cam-biar con sus mercancas por todas par-tes. A nosotros nos ha tocado la suerte, triste a la verdad, de aquellas tropas que abandona el general al can ene-migo para sa l \a r con su muer te todo el ejrcito. Las almas generosas suspi-ran en vano por el porvenir o vuelven t midas los ojos a lo pasado, huyendo de un siglo que, si bien prepara para lo futuro grandes escenas, se halla ocu-pado ahora en el t rabajo mecnico, y aunque maoso, mezquino , del afano-so artfice. La discusin embarazosa, enemiga del genio altanero y ejecutivo, se ha apoderado del campo poltico, entregado hoy en Europa a la media-na , y como la paciencia es el don de estos talentos y el trabajo del siglo ac-tual es de paciencia, justo es y nece-sario que ellos ocupen los primeros puestos. Todo el porvenir del universo est apenas a distancia de un da en el pensamiento del genio, y a millones de leguas lo colocan los inconvenientes \ obstculos que opone la prctica. Las medianas, representantes verdaderos de la poca, siguen tej iendo la tela social con ms o menos t ino, pero sin impa-cientarse nunca . La Europa boy da es una gran fbrica de t rabajadores ava-ros. Temeroso cada taller del vecino, se rodea de hombres armados para im-ponerse temor unos a otros, enmasca-rar el miedo y amenazarse sin embes-tirse nunca . Si alguna imprudencia , ya de algn jefe de taller ms atrevido, ya

  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 595

    de alguno de los dependientes arma-dos, amaga al parecer hostil idades in-evitables entre uno , dos o ms tal leres, Jas bravatas y las amenazas se t ruecan en palabras de cortesa, y mutuas sa-tisfacciones, en que el honor suele sa-crificarse al inters, viene a terminar tan espantosa crisis, que pareca iba a envolver en desastres sin n m e r o la gran fbrica. La situacin de Europa es la del nimo acobardado y receloso, los restos del antiguo rgimen disputan el ierreno a los nuevos usos, obligados a ceder, se mezclan y confunden con ellos para no abandonar el puesto, y la des-confianza, penetrando en unos y otros, cualquiera grito es de alarma, cualquier chispa una conflagracin universal que abrasar los ya gastados hilos, apenas levsimas ligaduras de la confusa so-ciedad moderna. No es Espaa, a pesar de su situacin topogrfica, que parece aislarla del resto de Europa, la que menos sustos ha causado ni la que da menos motivos de sobresalto. Envuelta en una revolucin poltica y dividida en partidos que, aunque fatigados y sin fe, pelean, sin embargo, obstinadamen-te, combatidos sus pueblos por siete aos de guerra civil tan encarnizada como poco gloriosa, y habiendo sido el desorden una necesidad de nuestro go-bierno, que entre inmensos apuros a toda costa y a cualquier precio tena que acudir a imperiosas exigencias del momento, ms de una vez en su lucha ha llamado con susto la atencin de la Europa entera. Sus puertos, los mejores del Mediterrneo, ofreciendo ventajosa alianza a la Inglaterra, esta nacin ha intentado siempre abrir franco merca-do en nuestro pas a sus mercancas, con menoscabo de nuestra industria. Prxima a estallar la guerra, complica-dos los negocios de Oriente, la Francia, nuestra natural aliada, ha vuelto tam-bin los ojos a Espaa, codiciosa de es-trechar los vnculos que la extraviada poltica del Gobierno francs haba re-lajado ltimamente. Y concluida la guerra con un aguerrido y numeroso ejrcito, y preparndose la paz a abrir algn da fuentes de verdadera riqueza, aunque todava envueltos en la mezqui-

    j na lucha de intereses parciales, tiempo ea ya de ensanchar nuestras miras y

    \ echar una ojeada sobre el mundo pol-tico que nos rodea. Lejos de nosotros la idea de aconsejar al Gobiei'iio cmo

    | ha de obrar inmediatamente. Escrito-res de un peridico de literatura, nos contentaremos slo con hacer algunas

    i reflexiones sobre una cuestin, qui-z la ms importante para la Pennsu-la. Pocos das hace los ojos de los es-paoles se volvan hacia Portugal, nu-merosos cuerpos de tropas se acercaban a sus fronteras, la cuestin del Duero amenazaba ser causa de un rompimiento entre estas dos naciones hermanas, y grandes preparativos de guerra se dis-pusieron por ambas parte. Felizmente, como es hoy costumbre, los negocios se arreglaron amistosamente, y no pas de un nuevo susto tanta amenaza. Pero la cuestin ha quedado en pie, sin em-barco. La Pennsula para llegar a ser una gran nacin necesita reunirse. La mano est separada del brazo, y Tajo y Duero, arterias fecundsimas de nues-tro cuerpo, cortadas a deshora van a morir en una mar extranjera. Portu-gal, acosado por la Inglaterra, que lo ahoga con su poltica, conserva slo un recuerdo de su antigua gloria, y en su mal entendida vanidad vuelve contra nosotros un odio que alimentan con mimo los interesados isleos. En nues-tro orgullo los espaoles solemos rer-de su debilidad y su arrogancia, y unos y otros, en vez de unirnos y enlazarnos ntimamente por nuestro mutuo inters, servimos con nuestras rencillas y feme-nil rencor a nuestra astuta aliada. Fuer-za es que nos convenzamos; los portu-gueses jams perdern el noble instinto de su nacionalidad ni aun vencidos y subyugados. Ese rincn de la Pennsula cuenta entre mil guerreros y conquis-tadores ilustres los Gamas, los Albur-querques, los Castros; sus marineros abrieron la senda a las expediciones atrevidas, y la voz de Camoens, sonora y poderosa, atruena todava el mundo cantando las hazaas de aquellos h-roes. La mal entendida poltica de Fe-lipe II alej de nosotros la buena vo-luntad, de los portugueses: su orgullo

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  • 5% OBRAS COMPLETAS DE DON JOS DE ESPRONCEDA

    herido los convirti en enemigos nues-tros irreconciliables, y todava aquellas preocupaciones quedan arraigadas hon-damente en el corazn de nuestros ve-cinos. La dificultad de comunicaciones entre los dos pases ha levantado una barrera que, como la muralla de la Chi-na, los separa completamente de nos-otros. Los ingleses han abierto su mer-cado en Lisboa y han reducido a la capital todo el reino, Y mientras por todas partes anchos canales dan franco paso a las relaciones de todos los pue-

    blos, estamos nosotros ms lejos de nues-tros naturales hermanos que de las na-ciones ms extraas. Considerar, pnes. cul sea el mejor medio de unir estos dos hijos de una misma madre y for-mar un solo pueblo, fuerte y podero-so, -de los que dividiera una rivalidad equivocada y la codicia y el egosmo del extranjero, he aqu la obra que bre-vemente nos proponemos examinar,

    (El Pensamiento, nm. 1; 19 mayo de 1841, pgs. 12-14.)

    Pol t i ca G e n e r a l Desde el tratado de Methuen en

    1709, los ingleses, apoderados casi ex-clusivamente del comercio de Portu-gal, convirtieron este reino en una co-lonia dependiente de la Gran Bretaa.

    Aquellas escuadras, las ms numero-sas y aguerridas que en el siglo xv osa-ban cruzar los mares; aquellos tesoros que de las ms remotas partes del mun-do venan a coronar y aadir lustre a la soberana del Atlntico, tantos triun-fos, glorias tan resplandecientes, tanto poder, toda la grandeza, en fin, de tres j siglos haba para siempre desaparecido. Imperio tan poderoso, enterrado en los desiertos arenales de frica, cuando la temeraria expedicin de su rey don Se-bastin, roto y destrozado y a merced de imbciles pretendientes que su co-rona se disputaban, qued en tamao infortunio abierto a la ambicin del ex-tranjero y a la codicia del ms atrevido.

    Apoy sus pretensiones nuestro rey Felipe II con un aguerrido ejrcito de 50.000 hombres, y la espada vencedora del duque de Alba, arrollando las mal dirigidas huestes del prior de Crato, sent sobre el trono, poco haca tan brillante, de Juan II , la tirana y la oscura poltica del sombro herede-ro de Carlos V. Sujet y humill esta conquista a los portugueses; pero en su

    corazn agraviado se aument el odio que haca ya mucho tiempo la rivali-dad de ambos reinos haba engendra-do, sometironse a la fuerza y soporta-ron el pesado yugo que la imprudente poltica de Felipe les impona, pero ni un da solo pas desde entonces sin que, irritados de opresin tan injusta, roye-sen con colricos dientes los eslabones de su cadena. Lloraban de dolor y de indignacin los buenos de aquella na-cin desgraciada al ver cada da arran-cado un florn de su corona, mal de-fendida y abandonada por el descuido e ineptitud de sus tiranos.

    Aquellas colonias tan ricas, teatro de tantas hazaas y glorias, padrn de los esfuerzos de tantos hroes, una por una desmembrndose de su antigua metr-poli, pasaban a ser patrimonio de los holandeses y de los ingleses, quitando a sus antiguos dueos cada uno de es-tos despojos hasta la esperanza de que, libre y regenerada su patria, pudiese recobrar ya nunca el esplendor y la grandeza de los pasados tiempos. El ren-cor ms ntimo se alimentaba y creca en los pechos de los portugueses y la estpida poltica del Gobierno espaol, aumentndolo cada vez ms, no pare-ca sino que se empeaba en separar dos pueblos que la Naturaleza haba

  • ESCRITOS POLTICOS Y PERIODSTICOS 597 un ido y en alejar sus corazones con mutuo desdn y odio, convirtiendo en enemigos irreconciliables a los que Ha-ban nacido para amarse como her-manos.

    Last imaba continuamente el corazn de lo3 portugueses el recuerdo de su nacional idad Herida y ajada con inso-lente befa, imprudencias y tirnicas ve-jaciones. Comunicaban poco entre s ambos pueblos y slo por medio de los representantes del j)oder que los opri-ma , y encastillado el por tugus en su odio y desdeoso el espaol en su or-gullo, mirbanse unos a otros, s iempre la clera en el corazn y la mano pron-ta sobre el puo de sus espadas. Tan desacertada conducta, tantos ul trajes, que, tomando su origen en la t i rana y desordenada marcha del Gobierno es-paol , pasaban sin perder su odioso ca-rcter hasta las l t imas clases del Es-tado, des lumhrando a unos y a otros en sus verdaderos intereses, ofrecan frtil campo para sus especulaciones polticas a los extranjeros, naturales enemigos de una nacin que agitaba entonces, por espri tu de religin y de herosmo, la Eu rope entera , y cuyas leyes se obede-can en las ms remotas partes del m u n d o .

    INi se descuidaron tampoco los por-tugueses. Presnteseles buena ocasin durante la desastrada administracin del de Olivares; dirigi el clebre Pin to Riveiro la conspiracin, y a despecho de la debil idad y flaco nimo del du-que de Braganza, lleg el da, en fin, tras tantos afanes, de romper el yugo castellano y levantar el t rono indepen-diente de Por tugal . Vanos esfuerzos! E l l t imo que haban hecho , agotando todos sus recursos, ya muy escasos des-pus de tantos trastornos, quebrantos y despojos, dej aniqui lado el reino y sin br o pa ra llevar adelante la empresa que haba empezado ; no era ya Por tu-gal el reino poderoso a quien t r ibuta-ban tesoros a porfa el Oriente y el Oc-cidente, y Lisboa, su gran capital , ha-ba ya dejado de ser el pr imer emporio mercant i l del m u n d o .

    Dueos de la mayor par te de las co-lonias los extranjeros y su mar ina a r ru i -

    nada , en vano su excelente posicin so-bre el Atlntico br indaba a los por tu-gueses con tierras lejanas y nuevas con-quistas ; Por tuga l , reducido a pobre rin-cn de la pennsula , o haba de sucum-bir por l t imo a las desproporcionadas fuerzas de su entonces odiosa vecina, la Espaa , o para salvar aparentemente al menos su independencia , comprar a pre-cio muy caro la alianza y proteccin de la Gran Bre taa . Triste condicin de las naciones que tienen por amigas a otras ms poderosas! En vano un hom-bre de nimo generosos y elevado, y dotado al mismo t iempo de una volun-tad de h ie r ro , se esforz en levantar de su abat imiento y dar vida a aquella mquina descompuesta. El marqus de Pomba l comunic su energa, sin em-bargo, al n imo desmayado de los por-tugueses, reedific a Lisboa, a rm una mar in