escritoras franco-rusas. irène némirovsky

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1.-Escritoras rusas emigradas en Francia: ¿rusas o francesas? 1.1.- Nina Berberova 1.2.- Marina Tsvietaieva 1.3.- Elsa Triolet 1.4.- Nathalie Sarraute 2.-Irène Némirovsky: vida y obras 2.1.- La escritura en lengua francesa. 2-2.- “Un alma eslava en moldes franceses” 2.3.- La crítica de la sociedad burguesa. 2.4.- El sarcasmo. 2.5.- El vino de la soledad 2.5.1.- Escritura y autobiografismo. El vino de la soledad en el conjunto de la obra de Némirovsky 2.5.2.- Oriente y Occidente: el exilio. El mundo judío 2.5.3.- Madre e hija: las relaciones familiares 2.5.4.- Los personajes 2.5.5.- Los espacios de la narración 2.5.6.- El tiempo de la narración 2.5.7.- Técnicas narrativas RUSAS 3 millones de emigrados – revolución y guerra civil- ruptura de la tradición literaria Unos se exilian Iván Bunin (Pr. Nóbel 1933), Berberova, Nábokov (Berlín-Praga-París-EEUU); otros dudan: Biely, Pásternak (Pr. Nóbel), Biely, Tsvietáieva; otros permanecen, Ajmátova. La mayoría mantienen su lengua, pero algunos oscilan (Tsvietáieva, Triolet) y otros cambian (Nábokov, Némirovsky, Sarraute): importancia del cambio Nina Berberova El descubrimiento de Nina Berberova fue tan tardío que casi es póstumo: a fines de 1989, el francés Hubert Nyssen, director de la coqueta editorial Actes Sud, recibió de manos de una señora mayor una “traducción confidencial” de una nouvelle rusa. Después de devorar esas cien páginas avisó a la señora mayor que quería publicar enseguida el libro, dando por supuesto que la autora ya habría muerto.

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Page 1: Escritoras franco-rusas. Irène Némirovsky

1.-Escritoras rusas emigradas en Francia: ¿rusas o francesas?1.1.- Nina Berberova1.2.- Marina Tsvietaieva1.3.- Elsa Triolet1.4.- Nathalie Sarraute

2.-Irène Némirovsky: vida y obras2.1.- La escritura en lengua francesa. 2-2.- “Un alma eslava en moldes franceses”2.3.- La crítica de la sociedad burguesa. 2.4.- El sarcasmo. 2.5.- El vino de la soledad

2.5.1.- Escritura y autobiografismo. El vino de la soledad en el conjunto de la obra de Némirovsky2.5.2.- Oriente y Occidente: el exilio. El mundo judío2.5.3.- Madre e hija: las relaciones familiares2.5.4.- Los personajes2.5.5.- Los espacios de la narración2.5.6.- El tiempo de la narración2.5.7.- Técnicas narrativas

RUSAS3 millones de emigrados – revolución y guerra civil- ruptura de la tradición literariaUnos se exilian Iván Bunin (Pr. Nóbel 1933), Berberova, Nábokov (Berlín-Praga-París-EEUU); otros dudan: Biely, Pásternak (Pr. Nóbel), Biely, Tsvietáieva; otros permanecen, Ajmátova. La mayoría mantienen su lengua, pero algunos oscilan (Tsvietáieva, Triolet) y otros cambian (Nábokov, Némirovsky, Sarraute): importancia del cambio

Nina Berberova

El descubrimiento de Nina Berberova fue tan tardío que casi es póstumo: a fines de 1989, el francés Hubert Nyssen, director de la coqueta editorial Actes Sud, recibió de manos de una señora mayor una “traducción confidencial” de una nouvelle rusa. Después de devorar esas cien páginas avisó a la señora mayor que quería publicar enseguida el libro, dando por supuesto que la autora ya habría muerto. Para su sorpresa, la autora no sólo vivía (jubilada de su puesto como docente en la Universidad de Princeton) sino que prefirió trasladarse ella misma a París. Un par de meses después, en el Café de la Mairie, en la Plaza Saint-Sulpice de París, Nyssen conocía a Nina Berberova, se convertía en el editor de toda su obra y la convertía de la noche a la mañana en una autora de fama mundial. Berberova había esperado toda su vida ese momento. Tenía ochenta y ocho años y le quedaban cuatro de vida.

Veinticinco años antes, Berberova había puesto punto final al último de los libros que escribiría (su autobiografía, titulada Los subrayados son míos). En la última página citaba dos versos del poeta ruso Jodasievich, el gran amor de su vida, y cerraba el libro diciendo: “En la época en que fueron escritos esos versos yo creía que llegaría a ser alguien, pero no he llegado a ser nadie: sólo he llegado a ser”.

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Nina Berberova quiso toda su vida adueñarse de sí misma, darse forma, conocerse. Lo demuestra en ese libro supuestamente autobiográfico, donde en realidad habla mucho menos sobre sí que sobre las personas que conoció y la época que le tocó vivir. No es casual la doble consigna que rigió la escritura de ese libro (y no es casual tampoco que fuera el último de sus libros): ser absolutamente sincera pero preservar su vida personal (“Asumo plenamente lo que aquí se dice. Y también lo que se silencia”). Lo que hace tan extraordinaria su autobiografía es que sea la historia de alguien que quería llegar a ser alguien y sólo (¿sólo?) llegó a ser.

Berberova nació en 1901, en una familia de gentilhombres, parte Armenia y parte ranciamente rusa (cuando andaba distraído por la casa, su padre solía recitar para sí unos versos de Pushkin que le habían machacado durante todos sus años de estudio en el Liceo de Moscú: “Eres un cobarde, eres un esclavo, eres un armenio”).

Cuando llegó la revolución de octubre, la jovencita, que “sólo conocía a los pobres a través de mis lecturas”, descubrió que no tenía la menor idea de cómo ganarse el pan con el sudor de su frente, ni abrirse paso a codazos en los comedores comunitarios por su ración y su cuchara de latón, ni coser botas de fieltro, ni despiojarse, ni hacer pan con cáscaras de papa. Al principio pensó: “Esto no me concierne; es problema de los aristócratas, de los banqueros, de los funcionarios. Yo tengo dieciséis años y soy nada”. Pero en pocos días se dio cuenta de que lo que pasaba era exactamente lo que ella (y sus emancipadas compañeras de escuela y recitales de poesía) habían deseado a viva voz: que ya no hubiera zar, que Rusia respondiera por sí misma frente a su destino.

Esa será la primera diferencia entre Berberova y sus compañeros de emigración, en Berlín primero, luego en París, y más tarde en Estados Unidos: ella siguió culpando al zar, y no sólo a los bolcheviques, por lo que ocurría en Rusia. Admiradora ferviente de Blok y Maiacovski, cortejada en vano por Gumiliev (primer marido de Ajmátova y cabecilla de los poetas acmeístas), Berberova no abandonó su patria junto a las oleadas de rusos blancos en 1917: lo hizo, junto a Jodasievich, a fines de 1922.

En París, bajo la tutela de Jodasievich y sus amigos (Viktor Sklovski, Andrei Bieli, Marina Tsvetáieva, Roman Jakobson, Nikolai Berdiaev), Berberova aprendería a leer y a pensar. También se le haría evidente la diferencia entre su generación y la de Jodasievich: a los mayores de treinta les resultaba imposible escribir fuera de Rusia. De hecho, tanto Sklovski como Bieli y Tsvetáieva terminarían volviendo. Jodasievich, en cambio, le propuso a Berberova que se suicidaran juntos. Ella prefirió trabajar por los dos, escribiendo cuanto podía en las tres publicaciones menos reaccionarias de la emigración (Anales contemporáneos y Los días) y firmando con el nombre de Jodasievich para cobrar mejor las colaboraciones.

Al enterarse de la situación de Jodasievich (definido más tarde por Nabokov como el mejor escritor de la emigración y la mejor persona entre todos los escritores que conoció en su vida), Gorki invitó a la pareja a su cómoda casa en el sur de Italia. En Sorrento, Jodasievich recuperó las ganas de vivir, entre otras razones por los episodios involuntariamente humorísticos que ocurrían en torno de Gorki. Berberova trabajaba de traductora para su anfitrión.

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El retorno de Gorki a Rusia y la noticia posterior de su muerte terminaron de hundir a Jodasievich. Berberova comprendió que no podría mantenerse a su lado sin ser arrastrada en la caída, así que, hizo sus valijas y se instaló en una buhardilla de Billancourt, el barrio proletario en las afueras de París, donde estaba la fábrica Renault.

Allí empieza a escribir sus Crónicas de Billancourt, estampas de la vida cotidiana del “París ruso” que se publicaban semanalmente en el diario Ultimas Noticias de la emigración. Contaba historias como la de los veteranos del Ejército Blanco que trabajaban en la Renault (en aquel tiempo, uno de cada cuatro obreros de la fábrica eran ex soldados del zar, que se caracterizaban por tres cosas: su salud de hierro, su insólita sumisión a la policía y su negativa a sumarse a cualquier huelga que organizara el sindicato). O la de la Asociación de Ex Francesas, un grupo de institutrices que volvieron arruinadas a París después de la Revolución (habían invertido todos sus ahorros en rublos zaristas) y pasaban las tardes en torno de un samovar, recordando los viejos tiempos.

En su nueva vida, Berberova decidió tomarse un respiro de los clásicos rusos y se sumergió en los libros de sus contemporáneos: Kafka, Proust, Mann, Gide, Huxley, Woolf, Colette... Así descubrió el problema de su literatura y la de sus compañeros de emigración: “No nos faltaban argumentos que contar pero nos asfixiábamos debido a la incapacidad de crear un estilo capaz de expresarlos”.

Curiosamente, esos mismos textos que en su autobiografía Berberova ve como impostados, mórbidos y ajenos (La acompañante, La peste negra, Roquenval) serán los primeros que quiera publicar cuando conozca a Hubert Nyssen en 1989. De hecho, la fascinación inmediata que produjo Berberova en toda Europa a principios de los ‘90 la logró con sus peores libros: tanto las Crónicas de Billancourt como su libro sobre el caso Kravchenko y su autobiografía aparecerían con posterioridad (aunque la autobiografía era el único de los libros de Berberova que estaba traducido y publicado en inglés y en muy pequeña tirada cuando ella viajó a París a su postergada cita con la fama).

Cuando un ruso blanco recién salido del manicomio (“y deseoso de llamar la atención sobre su miserable destino”, según Berberova) asesina a tiros a Paul Doumer, el presidente recién electo de Francia, la situación de los emigrados rusos comienza a hacerse insostenible: no sólo se les niega la ciudadanía sino también la posibilidad de trabajar. “¡Qué hartos están todos de nosotros!”, escribe Berberova en su diario y acepta la propuesta de matrimonio de un compatriota suyo con quien se instala a vivir en el campo, en la localidad de Longchêne. Allí verá pasar el fin de los años ‘30 y toda la guerra, dando cobijo cuando puede a los amigos que vienen huyendo de Berlín, de Praga, de París. “Me pregunto cómo conseguimos sobrevivir durante aquellos años. No deseábamos leer libros nuevos ni releer los viejos. Escribir nos producía una mezcla de miedo y repugnancia. Sólo teníamos un deseo: escondernos y callar.”

En 1940, antes de que los nazis entren en París, Berberova conoce a un escritor de su misma generación, emigrado como ella, que firma sus libros como “V. Sirin” para que no lo confundan con su padre, el político ruso asesinado en Berlín Vladimir Dimitrievich Nabokov.

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Quince años después, en Nueva York, Berberova vuelve a verlo. Nabokov ya ha publicado Lolita, es rico y famoso, asiste algo incómodo a una velada rusa en el departamento de Alexandra Tolstoi, la hija menor del autor de Guerra y Paz.

Aun así, Berberova escribió un breve libro sobre él, titulado Nabokov y su Lolita y recientemente aparecido en español, donde desarrolla una interesante teoría. Berberova (que, a diferencia de Nabokov, debió aprender sola, primero el francés y luego el inglés, para poder sobrevivir en Francia y Estados Unidos) no dejó nunca de escribir en ruso. Sin embargo, en su defensa de Nabokov dice que los grandes libros de nuestra época no son nacionales y no importa en qué lengua están escritos: Nabokov, según ella, no es menos ruso en Ada o Habla, memoria porque los haya escrito en inglés. Nabokov, según ella, es el escritor que justifica literariamente a toda la emigración. Si Nabokov vive, yo también, dice Berberova, parafraseando la frase de Dostoievski sobre Tolstoi.

Vale aclarar que Nabokov y su Lolita fue escrito por Berberova cuando ya se había ganado su cátedra de literatura rusa en Princeton. Pero antes debió penar más de una década, después de llegar al puerto de Nueva York con sólo setenta y cinco dólares en el bolsillo y sin saber una palabra de inglés.

Marina Tsvetáieva (1892-1941)

Nació en Moscú el 26 septiembre de 1892, año que según Blok marca una época de comienzos y finales (entre la decadencia y las nuevas tendencias de la literatura rusa).

En su escueta Autobiografía Tsvetáieva describe la importancia del ambiente familiar que la rodeaba.

Su padre, Iván Tsvetáieva, fue profesor de la Universidad de Moscú e incansable coleccionista de obras de arte. Su madre, María Mein, de origen alemán y polaco, era una gran aficionada a la música e inculca a su hija la pasión por la poesía.

Los idiomas que hablaba la pequeña Marina eran el alemán, el ruso y el francés.

Su niñera la paseaba en torno a la estatua de Pushkin, y la impresión que le causa la historia del duelo y la muerte del primer poeta ruso se refleja en el célebre ensayo Mi Pushkin (Moi Pushkin).

Su madre sufre un proceso de tuberculosis y Marina, con su hermana anastasia, pasan varios años en internados de Suiza, Francia y Alemania. En esta época de adolescente escribe versos en francés y alemán. Siente admiración por Napoleón, las obras de Rostand y la gran actriz Sarah Bernhardt.

Tras la muerte de su madre prosigue sus estudios en varios Gimnasium. Los veranos los pasa en Dresde y en París. Aconsejada por el poeta Ellis –que frecuenta la casa de

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su padre- conoce las teorías poéticas más recientes, descubre a los poetas del simbolismo, lee a Baudelaire, Claudel y Rimbaud.

En 1910, Tsvetáieva edita su primer libro Álbum Vespertino (Vecherni albom). Briúsov y Gumiliov publican sus reseñas positivas sobre la obra en la prestigiosa revista Apolo.

En 1912 se casa con Serguei Efrón, nace su primera hija Ariadna y publica su segunda novela Linterna Mágica (Volshebny fonar) Años más tarde la poetisa dirá que sus dos primeros libros forman uno solo. Ambos son un vivo testimonio del carácter literario de su lírica. De hecho reconoce que le han aportado más cosas los libros que las personas.

Defiende la vida interior frente a la realidad cotidiana. También aprende de los románticos alemanes a concebir el trabajo de creación como una superación de los límites del propio “yo”.

En su segundo libro se hallan tres poemas en los que rechaza enérgicamente la percepción simbolista del mundo (más concretamente la briusoviana) como algo ilusorio y de la vida como un pretexto para los ejercicios literarios.

En 1913 publica Extractos de dos libros. En el Prólogo la joven poetisa formula sus principios artísticos, que se aproximan a los acmeístas(Corriente literaria rusa que surgió en 1911, durante el llamado Siglo de Plata de la literatura rusa, en respuesta al simbolismo.Al contrario del simbolismo, el acmeísmo se empeñó en reemplazar el hermetismo, la polisemia y ambigüedad complicada y el misticismo de aquel con la claridad en el lenguaje de lo retratado.): ¡No despreciéis “lo exterior”! El color de vuestros ojos es tan importante como su expresión; la tapicería del sofá no es menos significativa que las palabras pronunciadas estando sentados en él. ¡Apuntad con más precisión! ¡No hay nada que sea insignificante!

Los acmeístas defendían el amor a todo lo que los rodease: cosas, sonidos, ideas…

Sin embargo los críticos nunca se pusieron de acuerdo respecto a la clasificación poética de Tsvetáieva, definiéndola, en algunas ocasiones, como “epígona” del simbolismo y, en otras, como representante (pero no integrante) de la tendencia acmeísta.

1914-1915 ciclo lírico Amiga (Podruga)

En 1915-1916, Tsvetáieva visita Petrogrado y comienza el tema de Moscú. Un Moscú viejo y patriarcal que es el que encontraremos años más tardes en las poesías de su libro Viorsty (Verstas) –la versta es una vieja medida rusa de longitud que equivale a 1’06 Km-

Este libro, considerado una de las cumbres líricas de la poetisa, no sería editado hasta 1922. En los tres ciclos integrantes del libro y también en sus versos de 1916 dedicados

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a Manmanda, Tsvetáieva crea una bella imagen de su ciudad natal. Aquí “brillan las cúpulas doradas” de las iglesias, yacen en sus sarcófagos los zares y las zarinas. Es el Moscú de las mil seiscientas cúpulas, y simboliza para ella la tan añorada relación de los tiempos.

Al comienzo de la guerra civil su marido se alista en el Ejército Blanco, lo que hace que en El campo de los cisnes (1917-1920) Tsvetáieva idealice el Movimietno Blanco.

De los años de la guerra civil datan las seis piezas de teatro de Tsvetáieva entre las que destaca El fin de Casanova (Fénix)

Solo en la época de la perestroika sería publicada la prosa documental de Tsvetáieva, sus diarios Octubre en el vagón de un tren y Mis servicios, editados en varios países con el título de Índices terrestres.

Le llega la noticia de que su marido está vivo y viven en Berlín y luego en Praga.

Tsvetáieva crea El poema de la montaña y El poema del fin, poemas sobre una relación extramatrimonial de la autora. Luego escribe El cazador de ratas típicamente romántico en donde reflexiona sobre la vida de los exiliados rusos. También crea La escalera. Estos dos últimos poemas escritos en 1926-1926 están influidos por su correspondencia con Pasternak y Rilke, a quien dedica el Poema del aire. De hecho Tsvetáieva afirma. “Solo Pasternak y Rilke eran iguales a mí en fuerza”

Los últimos años de su vida los pasa Tsvetaieva en Francia, donde publica Después de Rusia, donde desarrolla la idea del sacrificio como una condición del oficio poético. (Dice que será su última obra lírica)

Su poética aquí sufre grandes transformaciones, la metáfora del viento de los ciclos anteriores es sustituida por otras metáforas: la montaña, la cueva, el desierto, la concha, con sus propiedades respectivas de altura, solidez, sequedad y vacío.En los años 30 se dedica a la prosa autobiográfica, escribe las “crónicas familiares” Mi madre y la música y Mi padre y su museo y también trabaja en las memorias sobre sus coetáneos: Bely, Voloshin, Kuzmín, el príncipe Volkonski, balmont, Briúsov.

La vida europea ya está ensombrecida por la guerra. En 1938-1939 Tsvetáieva dedica un ciclo poético a su querida Checoslovaquia, invadida por las tropas de Hitler. Tsvetáieva, que ama la Alemania de sus abuelos y de Rilke, dirige su indignación contra la otra Alemania.

La situación de Tsvetáieva en sus dos últimos años parisinos es insostenible. La comunidad de exiliados la boicotea. Su hijo la presiona para volver a Moscú. Una vez allí se entera de que su hermana ha sido enviada a un campo de concentración. Tsvetáieva es evacuada con un grupo de escritores a Elábuga (ciudad rusa), pero al final, el 31 de agosto de 1941, a la edad de 49 años, se suicida.

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Elsa Triolet (1896-1970) S’il n’y avait pas eu l’écriture, je crois que je me serais bien donné la mort, tellement par moments, c’était dur et pénible. Je me suis prise de passion pour cette activité, elle remplace les amis, la jeunesse et bien d’autres choses qui manquent dans la vie (TRIOLET: 2000, 161).

Hasta hace muy poco tiempo analizar la persona y obra de la escritora Elsa Triolet no podía hacerse sin el recuerdo de la figura de su esposo Louis Aragon. Una mítica pareja de escritores e intelectuales de izquierdas, que ocupó el segundo tercio del siglo XX francés y de quien se habló mucho. Durante demasiado tiempo se consideró a Elsa desde la sombra de su condición de musa de su marido.

Esto explica en cierto modo, por una parte, el que su trayectoria vital en el exilio no fuese tan idílica y romántica como la leyenda cuenta y, por otra, en cuanto a su faceta de escritora el que no alcanzara el reconocimiento de pleno derecho a pesar de haber sido la primera mujer en conseguir en Francia el premio Goncourt. Nacida en Moscú, realiza sus estudios en Rusia y publica sus primeras novelas.

Su primera obra en francés es Bonsoir Thérèse en 1938, publicada en 1939. En 1939 publica un libro de recuerdos, Maïakowski, poeta rusa.

Durante la segunda guerra mundial toma parte activa de la resistencia y participa en la creación del Comité nacional de escritores y de Letras francesas.

De esta época datan dos novelas, Mille regrets (Mil lamentaciones)(1942) y El caballo blanco (1943), y un conjunto de relatos cortos, primero publicados clantestinamente, Les amants d’Avignon, La vie privée ou Alexis Slavesky peintre, Cahiers enterrés sous un pêcher, Le premier accrôc coûte deux cents francs (El primer contratiempo cuesta doscientos francos) reunidos bajo el título de este último (premio Goncourt 1945).

Su obra ulterior quedará impregnada del recuerdo de los tiempos dolorosos y tratará de una protesta contra el riesgo de guerra nuclear Caballo rojo, una crónica irónica sobre el exilio, Le rendez-vous des étrangers (1956) o del ciclo novelesco de L’Âge de nylon, donde aparece como una escritora realista-socialista afirmando sus ideas democráticas.

Por último aún traduce una antología poética rusa y escribe Écoutez voir(1968), la Mise en mots (1969) y Le rossignol se tait à l’aube (El ruiseñor se calla al alba). Muere a los 73 años.

En la obra de Elsa Triolet, lo fantástico y el mundo del sueño tienen una parte importante: recuerdos de una Rusia mítica en esa especie de cuento maravilloso que es la infancia de Louise en Cahiers enterrés sous un pêcher (Cuadernos enterrados bajo un melocotonero) por ejemplo. También hay un monólogo sobre lo onírico en Le rossignol se tait à l’aube.

De hecho Elsa Triolet parece tener un temprano gusto por los relatos inverosímiles, las maravillas del mundo moderno y los amores pasionales e incluso idílicos.

Heredera de la fantasía eslava del surrealismo, huye de lo real sobre todo en sus primeras novelas.

Es la guerra, con el papel que debieron desempeñar las mujeres en el plano político e histórico, el descubrimietno del sufrimietno, de la injusticia y del horror, lo que marca en la obra de

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Triolet una ruptura entre dos universos incompatibles: el ideal, el del alma, y el de la coacción material, de la miseria y del mal.

Así la obra de Elsa Triolet es un testimonio sobre la deshumanización provocada por la Ocupación y los horrores que han acompañado a la invasión nazi: deportación, tortura, colaboración y una celebración lírica de la resistencia, más particularmente de la valentía de las mujeres. (Aquí hay una autobiografía parcial)

Sin embargo en Roman inachevé vuelve la espalda a las palabras y los juegos gratuititos del surrealismo y se interesa por las cosas y no solo por la magia del lenguaje novelesco hasta Le grand Jamais, donde el análisis sociológico se mezcla con la reflexión metafísica.

A pesar de su cualidad de invención a nivel de la intriga, su obra no escapa a las trampas del neo-realismo: pesadez y didactismo, escritura convencional etc. En la espontaneidad de las novelas escritas en la clandestinidad en la resistencia es cuando da lo mejor de sí misma con su lirismo.