episteme parcial 2

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Hacking --> ¿Qué debe estudiar la epistemología, qué debe estudiarse de la ciencia? (Imagen de la momia). Diferencias Popper vs. Carnap y contextos de Reichenbach. Al iniciar el análisis de la ciencia los filósofos ante la evidencia de un proceso histórico de devenir y descubrimiento crearon para sí la crisis de descubrimiento sobre la década de los 60. La crisis surge de la visión del conocimiento científico como el pináculo de la razón humana desafiando el cómodo panorama de un conocimiento humano acumulativo y ahora, además cuestionando los detalles de la historia. Ante el análisis de si es la razón la que debe decidir acerca de la verdad o qué línea de investigación proseguir la pregunta no tuvo una respuesta clara y y se sugirió que “la verdad científica” es un producto social que no tiene ningún título de validez absoluta y ni siquiera de pertinencia. Ante la luz del desarrollo histórico se produce una crisis de racionalidad iniciada por Khun. Pero la explicación tiene otra interpretación ya que la imagen previa de la ciencia es una momia que nadie vio antes sin sus vendas. Su desacuerdo partía del acuerdo tácito de que as ciencias naturales son grandiosas y que la física es la mejor ya que ejemplifica la racionalidad humana. Fue la búsqueda de un criterio lo que determinó el desacuerdo entre Carnap y Popper. Carnap es neopositivista y Popper estaba desarrollando una nueva visión de las ciencias naturales. El criterio de Carnap es que los enunciados científicos son verificables y tienen un correlato con la experiencia, es decir TIENEN SENTIDO, mientras que para Popper el sentido es irrelevante y asevera que no hay verificación posible, la inducción no lo permite. No obstante la falsación es definitiva. Para Carnap una proposición es una proposición sólo si es lógica. Para Popper si no es falsable no dice nada del universo físico, para Carnap si no es verificable no dice nada del universo físico. Popper cierra el desacuerdo ya que afirma que la verificación es imposible, la observación es parcial pero siempre existe la posibilidad de la falsación. Una proposición es científica si es falsable.

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Hacking --> ¿Qué debe estudiar la epistemología, qué debe estudiarse de la ciencia?(Imagen de la momia). Diferencias Popper vs. Carnap y contextos de Reichenbach.

Al iniciar el análisis de la ciencia los filósofos ante la evidencia de un proceso histórico de devenir y descubrimiento crearon para sí la crisis de descubrimiento sobre la década de los 60.La crisis surge de la visión del conocimiento científico como el pináculo de la razón humana desafiando el cómodo panorama de un conocimiento humano acumulativo y ahora, además cuestionando los detalles de la historia.Ante el análisis de si es la razón la que debe decidir acerca de la verdad o qué línea de investigación proseguir la pregunta no tuvo una respuesta clara y y se sugirió que “la verdad científica” es un producto social que no tiene ningún título de validez absoluta y ni siquiera de pertinencia.Ante la luz del desarrollo histórico se produce una crisis de racionalidad iniciada por Khun.Pero la explicación tiene otra interpretación ya que la imagen previa de la ciencia es una momia que nadie vio antes sin sus vendas.Su desacuerdo partía del acuerdo tácito de que as ciencias naturales son grandiosas y que la física es la mejor ya que ejemplifica la racionalidad humana.

Fue la búsqueda de un criterio lo que determinó el desacuerdo entre Carnap y Popper.

Carnap es neopositivista y Popper estaba desarrollando una nueva visión de las ciencias naturales.El criterio de Carnap es que los enunciados científicos son verificables y tienen un correlato con la experiencia, es decir TIENEN SENTIDO, mientras que para Popper el sentido es irrelevante y asevera que no hay verificación posible, la inducción no lo permite. No obstante la falsación es definitiva.Para Carnap una proposición es una proposición sólo si es lógica.Para Popper si no es falsable no dice nada del universo físico, para Carnap si no es verificable no dice nada del universo físico.

Popper cierra el desacuerdo ya que afirma que la verificación es imposible, la observación es parcial pero siempre existe la posibilidad de la falsación.Una proposición es científica si es falsable.La racionalidad para Popper no proviene de las pruebas sino del método, que es conjetura y refutación.Así los popperianos arguyen que los carnapianos no han desarrollado una teoría aceptable de la confirmación mientras éstos hablan de la corroboración como un discurso vacío.Aún así esto es una serie de cuestiones de desacuerdo en detalles que nuclea un acuerdo mucho más profundo.Aún en su desacuerdo Popper y Carnap acuerdan que la ciencia es nuestro mejor ejemplo de pensamiento racional.Sostienen que la estructura deductiva está muy bien definida, quela terminología científica debe ser bastante precisa y afirman que la unidad de método de las ciencias es real. Aquí entra en juego Reichenbach que trae a la palestra una diferencia entre contextos.Contextos de descubrimiento y contextos de justificación.El contexto de descubrimiento está ligado al cuando y quien. En la casualidad o el robo de la idea. En las fuerzas sociales o religiosas que obstaculizaron o promovieron el descubrimiento.El contexto de justificación toma el producto final, hipótesis o teoría y se pregunta acerca de la corroboración en situaciones estrictas.No obstante la concepción dialéctica de Popper es más fácil de congeniar con el trabajo de Khun que Carnap, de una manera esencial, son intemporales y están por lo tanto fuera de la historia.

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Preguntas de clase. (Probables para el parcial).

¿Qué significa observar para Fourez? Es estructurar un modelo teórico.

Observar es estructurar un modelo teórico

Si digo que hay una hoja de papel en el escritorio, sólo puedo decirlo a condición de tener una idea previa de lo que es una hoja de papel. Igualmente, si digo que se me cae el bolígrafo cuando lo suelto, tengo ya cierta idea "teórica" de lo que es arriba y lo que es abajo.

La observación no es puramente pasiva: más bien se trata de cierta organización de la visión. Si observo lo que hay sobre mi escritorio, para mí es una forma de poner orden en lo que observo. Sólo veré las cosas en la medida en que éstas se correspondan con un cierto interés. Casi automáticamente eliminaré de mi visión elementos ''que no forman parte de lo que observo" (por ejemplo, si examino lo que hay en un pizarrón en una clase, eliminaré lo que está mal borrado de la clase anterior).

Cuando observo, "algo" siempre tengo que describir "lo". Para lo cual utilizo una serie de nociones que ya tenía antes: éstas se refieren siempre a una representación teórica, generalmente implícita. Sin esas nociones que me permiten organizar mi observación, no sé qué decir. Y en la medida en que carezca de un concepto teórico adecuado, estoy obligado a apelar a otros conceptos de base: por ejemplo, si quiero describir la hoja que está sobre mi escritorio y no tengo noción de hoja, haré de ella una descripción hablando de esa cosa blanca que esta sobre mi escritorio, sobre la que parece haber líneas con cierta regularidad y también con cierta irregularidad, etc.

Por tanto, para observar hay siempre que referir lo que se ve a nociones previas. Una observación es una interpretación: es integrar determinada visión en la representación teórica que nos hacemos de la realidad. Lo que afirma claramente la filosofía desde Kant lo ha vuelto a encontrar la psicología, especialmente con la psicología cognitiva.

Esta aproximación de las ciencias psicológicas insiste precisamente en el carácter construido de nuestros conocimientos. Como señalaba Arnkoff, "las teorías constructivitas de cognición están en oposición a las que consideran que el conocimiento del mundo externo viene directamente de una forma inmediata. El punto de vista es constructivista en cuanto que el significado de un acontecimiento o la configuración de los datos están construidos por el individuo" (Arnkoff, 1980). La carga teórica de las observaciones también ha sido estudiada por los filósofos y sociólogos de la ciencia [...]

Además, señala Pinch (1985), las relaciones de observación pueden variar de significado según el contexto teórico en el que se las sitúe. El conjunto de teorías utilizadas para producir una relación de observación puede ser más o menos importante, más o menos discutible. Todas las proposiciones empíricas dependen de una red de hipótesis interpretativas de la experiencia. Pero no todas apelan semejante experiencia del mismo modo: no se "observa" del mismo modo un neutrino, un microbio, un cráter lunar, una nota musical un gusto azucarado, una puesta de sol.

Lo que da a la observación una impresión de inmediatez es que no se cuestionan las teorías que sirven de base para la interpretación; la observación es cierta interpretación teórica no contestada (al menos de momento). Mientras que si, al observar una flor en mi escritorio, cuestiono mi concepto de "flor", ya no tendré la sensación de observar, sino de teorizar. Una observación seria por lo tanto, una forma de mirar el mundo, integrándolo en la visión teórica antigua y aceptada. Esa ausencia de elemento teórico nuevo es lo

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que produce el efecto "convencional" o "cultural" de observación directa de un objeto. Podemos observar el bolígrafo que está en el escritorio si -y tan sólo si-tenemos el concepto de "bolígrafo. Pero si se duda de la adecuación de ese esquema de interpretación, llevaremos la observación a otro discurso (siempre teórico) hablando, por ejemplo, de ese objeto redondo, alargado, y blanco que está en el escritorio. Luego, eventualmente se planteará como tesis teórica que eso podría considerarse un bolígrafo.

Por decirlo una vez más con otras palabras, observar es ofrecerse un modelo teórico de lo que vemos, utilizando las representaciones teóricas que teníamos (Husserl en Merleau-Ponty, 1945). En esta perspectiva, la observación es ya una actividad de continuación teórica.

Utilice los argumentos de Fourez para debatir con las tesis del neopositivismo

Al redefinir la observación y quitarle objetividad se le da un fuerte golpe al neopositivismo que presume de la posibilidad de una observación “objetiva” absoluta, o al menos de poder despegarse de lo que se observa.

- "observación" "fiel" de la "realidad"; es un imposible para Fourez.

La observación científica

Según la visión espontánea que la mayoría de las personas tiene de la observación, ésta llega a las cosas "tal y como son". Por eso se dice con frecuencia que la observación debe ser fiel a la realidad y que en la comunicación de una observación sólo se puede informar de lo que existe. La observación sería una nueva atención pasiva, un puro estudio receptivo.

En el mundo existirían una serie de informaciones que habría que recibir lo más fielmente posible.

¿Objetividad absoluta u objetividad socialmente instituida?

Pero entonces, ¿qué ocurre con los objetos que observamos? Tenemos la clara sensación de ver las cosas con objetividad, tal y como son. El problema de esta manera de ver, es que parte de una definición espontánea de la objetividad que sería "absoluta", es decir, sin relación alguna con otra cosa. Ahora bien, parece que no podemos hablar de un objeto más que mediante un lenguaje -realidad cultural- que se puede utilizar para explicárselo a los demás. No puedo hablar de la lámpara que está sobre la mesa si no es a condición de tener suficientes elementos de leguaje, comunes y convencionales para que me entiendan.

Hablar de objetos es siempre situarse en un universo convencional de lenguaje. Por eso, se puede decir que los objetos son objetos en virtud de su carácter institucional, lo que quiere decir que son objetos en virtud de las convenciones culturales de lenguaje.

Un objeto sólo lo es a condición de ser semejante objeto descriptible, comunicable en un lenguaje. Dicho con otras palabras, hablar de "objetos" es establecer una relación de equivalencia entre una manera de establecer acuerdos para hablar del mundo.

Decir que "algo" es objetivo es por lo tanto decir que es "algo" de lo que se puede hablar con sentido; es situarlo en un universo común de percepción y comunicación, en un universo convencional, instituido por

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una cultura. Si, por el contrario, quisiera hablar de un "objeto" que no tuviera cabida en ningún lenguaje, mi visión sería puramente subjetiva, no comunicable; en último extremo, loca. El mundo se convierte en objetos en las comunicaciones culturales. La objetividad -en todo caso, así entendida- no es absoluta, sino relativa a una cultura.

Igual que antes señalé que existe un lenguaje anterior a toda descripción, hay que añadir que también existe, anterior a todo objeto, una estructura organizada del mundo en la que se insertan los objetos. Eso es lo que los sociólogos como Peter Berger y Thomas Luckmann (1978) llamaron "la construcción social de la realidad". Ellos entienden por tal esa organización del universo unida a determinada cultura, sea de una tribu de pescadores del Amazonas o nuestra cultura industrial y que ofrece un marco a la visión, de manera que cada una de las cosas puede tener en ella su lugar (o más bien, que determina lo que serán los objetos). (...)

Los objetos no están dados en sí, independientemente de todo contexto cultural. Sin embargo, no son construcciones subjetivas en el sentido corriente de la palabra, es decir, "individuales": precisamente, gracias a una manera común de verlos y describirlos, los objetos son objetos. Si, por ejemplo, quiero hacer de la flor otra cosa distinta a la prevista en mi cultura, se sacará la conclusión de que estoy loco. No puedo describir el mundo según mi subjetividad; tengo que integrarme en algo más amplio, una institución social, es decir, una visión organizada admitida comunitariamente. Si, por ejemplo, quiero decir que un elefantito rosa está bailando sobre mi mesa, es probable que consideren que tengo trastornos mentales... ¡a menos que logre unir mi "visión" con un discurso socialmente admitido!

Para ser "objetivo", tengo que integrarme en el entramado social: eso es lo que me permitirá comunicar mis visiones a los demás; sin eso, dirán sencillamente que soy subjetivo. Así es como Bachelard hacía notar que "la objetividad no se puede separar de los caracteres sociales de la prueba" (...)

El carácter social de la objetividad, tal y como se suele entender en el lenguaje corriente, también se manifiesta en ciertas situaciones, como en la corrección de un dictado. Diremos que un profesor corrige con objetividad cuando satisface cierto número de normas socialmente instituidas. Sin embargo, estas normas están relacionadas con convencionalidades adquiridas. Por ejemplo, el bajar un punto a toda falta de ortografía es una forma de instaurar una cierta objetividad, cuyo carácter convencional e instituido se ve enseguida. Lo que proporciona a la corrección su objetividad es su conformidad con una regla socialmente admitida. Lo mismo ocurre con las "observaciones científicas objetivas" o con las "descripciones científicas objetivas", como las de la caída de los cuerpos en el terreno de la gravedad: son las que siguen las reglas admitidas por la comunidad científica. Las reglas que siguen los observadores permiten estar de acuerdo con aquello de lo que se habla.

En conclusión, señalemos que, en contra de una creencia bastante extendida, la objetividad no se opone al carácter convencional y, por lo tanto, en cierto sentido subjetivo, de la práctica objetiva (por ejemplo, una observación o una corrección) La objetividad de las ciencias de la naturaleza y de las ciencias sociales no se basa en el espíritu de imparcialidad que se puede encontrar entre los hombres de ciencia, sino, sencillamente, en el carácter público y competitivo de la empresa científica (K. Popper).

- "deducción" o "hipótesis" en relación a las "leyes", "comprobaciones" experimentales;

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Podemos decir que las proposiciones empíricas que sólo cuentan lo que vemos, y que serían la base fundamental de todos los conocimientos científicos, son ya en parte proposiciones teóricas. Las proposiciones empíricas no son lo "opuesto" a proposiciones teóricas, son ya teóricas.

La imagen del trabajo científico, de acuerdo con la cual, empezaríamos por recoger observaciones que expresaríamos con proposiciones empíricas indiscutibles, en las que, seguidamente, trataríamos de encontrar proposiciones teóricas explicativas, es pura imagen de ficción. Lo que parece ocurrir es que, en la práctica científica, en determinado momento, se consideran "hechos empíricos" ciertos elementos de una descripción. Esos "hechos empíricos" no se cuestionan de momento.

Las proposiciones empíricas difieren de las teóricas en que por una convención práctica unida al trabajo científico del momento, se establecen como momentáneamente indiscutibles. Si digo que "el agua hierve a 100", es un enunciado empírico, lo que quiere decir que es una afirmación que no voy a cuestionar. Más tarde, con la práctica puede que transforme esa proposición "empírica" en una teórica (y además, antes de considerarla empírica, ya se consideró teórica).

Cada vez que una proposición no concuerda con una teoría, es posible, más que modificar la teoría, modificar las reglas de interpretación de la observación y describir lo que vemos de otra manera. Volveremos más adelante sobre la utilización de lo que llamamos "hipótesis ad hoc".

- "pruebas". Lo que llamamos un hecho ya es un modelo teórico de interpretación que habrá que establecer o probar (Bachelard, 1971; Duhem, 1906).

La ideología de la inmediatez científica.

A pesar de los análisis que demuestran el carácter instituido de la observación y sus reglas, la ideología de la "fiel observación de los hechos" permanece viva. Para muchos, observar es simplemente situarse pasivamente frente al mundo tal y como es. Así se enmascara el carácter construido y social de toda observación; nos negamos a ver que "observar" es integrar al mundo en los proyectos que tenemos.

Esa difuminación del sujeto (a la vez individual y social, empírico y trascendental o científico) no es inocente. Al ocultarlo de este modo, nos ofrecemos la imagen de una objetividad absoluta, independiente de todo proyecto humano. Es una forma de "absolutizar" la visión científica y nuestra visión del mundo y de velarnos su particularidad. Tendremos que interrogarnos sobre las razones por las cuales las prácticas científicas borran tan bien sus orígenes hasta el punto de que J.M. Lévy-Leblond ha podido decir que generalmente se habla de "cientificidad" cuando nos encontramos con un saber cuyos orígenes han desaparecido; los saberes de la vida cotidiana, aquellos de los que vemos aún a qué proyecto van unidos, rara vez se llaman científicos.

De ahí proviene cierta ingenuidad semejante a la de nuestros antepasados cuando pensaban que estábamos civilizados, mientras que las demás sociedades del mundo no lo estaban. Creemos fácilmente que nuestra observación científica del mundo tiene una objetividad absoluta. Hacer un juicio semejante sólo es posible a condición de ocultar la particularidad de nuestra visión de nuestra sociedad y de nuestra situación. Frecuentemente, esta difuminación desemboca con una sociedad tecnocrática en la que se querrán fundamentar o legitimar decisiones socio-políticas o éticas sobre razonamientos científicos que se pretenden neutros o absolutos.

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Pero toda observación conlleva un elemento de fidelidad. En el trabajo científico se da la fidelidad a las convenciones que nos permiten trabajar juntos en nuestra aprehensión del mundo. También existe fidelidad en el sentido de que toda observación, o todo trabajo teórico, se sitúa en una comunidad humana y con ella se relaciona. Y esa comunidad está a su vez relacionada con una historia, con un mundo que no controlamos. De forma que no observamos sencillamente lo que queremos ver, sino que nos insertamos en lago más, en una historia humana y en un mundo. La intuición de los científicos cuando se dicen fieles a la realidad no carece, pues, de base.

Falta decir algo sobre el hecho de que a menudo tenemos la impresión de que lo que observamos es ciertamente "real". El sentimiento de realidad es objetivo y afectivo y hace que tengamos confianza en el mundo tal y como lo vemos.

Sin insistir demasiado en el origen de ese sentimiento, señalemos que no carece de relación con el hecho de que muchas personas a las que amamos (por ejemplo, nuestros padres) ven el mundo como nosotros. El niño tiene la impresión de que el mundo en el que vive es real en la medida en que siente que las personas que le importan ven lo mismo que él ve. Si, por el contrario, su papá o su mamá afirmaran que lo que él ve no es real, pronto tendría la impresión de vivir en un mundo irreal. Hay enfermedades psicológicas que a veces están relacionadas con ese tipo de imágenes ambiguas a las que

Los padres remiten cuestionando continuamente el sentimiento de realidad que el niño experimenta. Los científicos también suelen tener la impresión de ver "algo real" cuando están en una comunidad -la comunidad científica- que aprueba su descripción.

Por el contrario, cuando tienen la impresión de ser los únicos en observar un fenómeno, tienen un sentimiento de irrealidad e incluso tienden a no creer en sus observaciones.

El sentimiento de la realidad también se puede entender mejor en sus componentes psicosociales al referirnos a su alteración, o, dicho más llanamente, a los lavados de cerebro . Hoy en día sabemos que se puede hacer que acontecimientos que parecen totalmente "reales" produzcan, tras cierto número de procesos, la sensación casi total de irrealidad.

Todos hemos experimentado eso en mayor o menor grado, especialmente después de haber vivido acontecimientos inesperados. Para alterar la sensación de realidad, los procesos de lavado de cerebro proceden en primer lugar separando al "paciente" de sus habituales puntos de referencia espaciotemporales (se pondrá a un prisionero en tales condiciones que no le sea posible saber qué hora es, de tal modo que todos sus "relojes" -biológicos o físicos- se desajusten). Seguidamente, se destruirán, en la medida de lo posible, todas sus referencias humanas (por ejemplo, indicando qué personas queridas para él no ven la realidad como él). Igualmente, se desacreditarán los distintos procesos mediante los que él legitimaba su percepción habitual (demoliendo sistemáticamente sus razonamientos y denigrando su visión del mundo) y se le ofrecerán nuevas estructuras de plausibilidad (un lenguaje que dé coherencia a la nueva organización de la "realidad"). A la vez, se unirá al prisionero un "consejero" que le mantendrá efectivamente corroborando las interpretaciones del mundo que se le quiere hacer admitir; ese consejero adquirirá, poco a poco, en la construcción social de la realidad del "paciente", un papel semejante a la presencia tranquilizadora de los padres cuando dan seguridad efectivamente al niño sobre la realidad de su mundo. Añadamos a estos condicionamientos de recompensa cuando el prisionero se refiere a ''su'' nueva visión del mundo y de castigo cuando vuelve a la antigua. Finalmente, a consecuencia de tales procesos verá el mundo de distinto modo que antes o, mejor dicho, verá otro mundo.

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El proceso de alteración del sentido de la realidad parece muy lejano cuando se aplica a prisioneros políticos. Lo mismo ocurre cuando comprobamos que así es como, "grosso modo", proceden diversas "sectas" para adoctrinar a sus adeptos (separación del mundo, de los amigos, de los anteriores sistemas legitimantes; ambiente afectivamente cálido y que se hace indispensable; propuesta de nuevas formas de interpretar todo y nueva representación "mítica" del mundo). Pero cuando comparamos ese proceso con la socialización dentro de la comunidad científica, nos damos cuenta de que ésta puede aproximarse mucho al lavado de cerebro.

En los primeros años de estudios universitarios, se aplican muchos de esos procesos a los estudiantes, aun cuando sea de forma más humana y menos cerrada que con los prisioneros políticos o los novicios de las sectas: separación del resto del mundo y socialización a un nuevo grupo, deslegitimación de las anteriores formas de ver, acompañamiento por personas a las que se está llamando a identificarse, nuevos sistemas de legitimación o de pruebas, recompensas y castigos en los exámenes, etc. No es raro que el resultado final sea, después de cinco años de universidad, que los estudiantes estén condicionados, suave pero firmemente, a cierto modo de ver el mundo. Y esto tanto más cuanto que la visión científica del mundo suele funcionar como los grandes mitos que, en distintas culturas, aseguran la base de la representación del mundo: a veces se enseñan las ciencias de una manera tan dogmática que nos recuerda la enseñanza de la religión hace algunos siglos.

En nuestra sociedad occidental, el concepto de materia juega a veces el papel de mito último al que se hace referencia incesantemente. Por lo tanto, resulta imposible definir qué es "la materia". Concepto que parece funcionar como una noción mítica referida a la última organización científica del mundo (o más concretamente, a lo último en la organización del mundo por la física).

En conclusión, en nuestra sociedad, al contrario que en la Edad Media en la que la religión era la que tenía esa función, las ciencias parecen tener el papel de mito fundamental, es decir, que nos dirigimos a ellas para encontrar lo que sería la última realidad.

Por otra parte, la noción de real parece funcionar como una forma de anunciar una interpretación privilegiada; así se diría que un sueño no es algo "real"... Tratar de decir lo que en último término no es lo real, equivale a buscar una interpretación a la que se daría un último estatuto privilegiado. Decir que "esto es en realidad aquello" es privilegiar la segunda interpretación (aquello) con respecto de la primera (esto). Por ejemplo, si digo que tal enfermedad no es realmente fisiológica, sino psicológica, la palabra "realmente" señala simplemente la interpretación privilegiada.

Cuando estamos acostumbrados a ver el mundo de una forma determinada, se hace casi imposible ver las cosas de otro modo. Cuestionar esa visión crearía una crisis afectiva profunda. La visión que tenemos del mundo parece entonces absolutamente objetiva y necesaria. Esto puede llegar hasta el punto de que si, en una determinada sociedad, alguien negara esas "visiones" necesarias, pronto se le declararía loco, ¿tiene eso un significado absoluto o significa sencillamente que su visión del mundo se integra mal en la institución imaginaria del mundo, de su sociedad?

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Para entender mejor como la construcción social del mundo provoca el sentimiento de objetividad y como ésta es una institución social, resulta interesante el ejemplo del solfeo. Sin el solfeo, sin cierta teoría de las notas musicales, las notas no existen objetivamente. Y sin embargo, gracias a esa teoría, las notas existen objetivamente. Las notas musicales no existen "por sí mismas", sino tan sólo a través de esa visión sociocultural que instituye el mundo del sonido: el solfeo. Pero como, en nuestra cultura, el mundo del sonido es menos objetivo" que el de la vista, tenemos la impresión (al menos la mayoría de la gente, aunque no necesariamente los músicos) de que el mundo del sonido ese menos "objetivo" que el de la vista. En última instancia sentiríamos la tentación de decir que las notas musicales son menos reales que los colores. Muchas personas tienen la impresión de que ver "rojo" es objetivo, mientras que oír un "la" es tener una experiencia que va unida a una cultura. Cuando el mismo rojo va también unido a una construcción social del mundo. (Señalemos que para que las notas musicales existan como objetos, no es necesario que se definan técnicamente mediante el solfeo; basta como en el caso de los colores, con que tengan una definición informal.

Entonces, cuando observamos, ¿observamos la realidad? ¿observamos la "cosa en sí? tal como sería independientemente de nosotros? Volvemos más adelante sobre la cuestión de saber si es posible llegar al "objeto en sí" e incluso nos preguntaremos en qué medida esa noción es útil. Los análisis que acabamos de hacer nos conducen a reconocer que lo que observamos es siempre un mundo ya estructurado por nuestro modo de verlo y de organizarlo. En ese sentido podemos decir que, en ciencia, sólo podemos hablar de "objetos fenomenales" (es decir, los objetos tal como aparecen, vistos por el sujeto transcendental o el sujeto científico). Todas las observaciones científicas se sitúan en torno a esa visión estructurada; lo que habría en última instancia "detrás" o "debajo" de nuestras observaciones está fuera de nuestro alcance; siempre llegamos demasiado tarde: el sujeto estructurante está ya presente desde el momento en que hablamos de un objeto. Las observaciones científicas no se preocupan por la "realidad última" del mundo observado; se contentan con el mundo fenomenal tal y como aparece, tal y como nosotros lo organizamos.

- construcción de "teorías".

La convicción del observador: las "pruebas"

En la medida en que la convicción va unida a una inserción en la comunidad, se puede analizar la validez de las teorías científicas dentro del marco de los procesos psicosociales, que suponen la convicción. Dentro de este marco, se puede fácilmente reinterpretar lo que se presenta en los manuales de ciencias y en muchos artículos como "pruebas científicas". Generalmente son relecturas del mando a través de la teoría que tienden a hacerla creíble. Así, si quiero "probar" que realmente veo una lámpara en mi mesa no haré más que repetir todos los elementos de interpretación que me han llevado a hablar de la lámpara. Tan sólo hago una relectura de mi visión del mundo. Igual mente, si deseo "probar" mi teoría sobre el electrón, sólo haré una relectura del mundo a través de esa teoría.

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Todo lo que las "pruebas" que aparecen en los cursos de ciencias consiguen decir es que las teorías enseñadas proporcionan un instrumento satisfactorio de "lectura" de] mundo observado. Y todos los que enseñan saben hasta qué punto el "mundo observado" está estructurado en un curso para que no se vea demasiado lo que sembraría la duda sobre el modelo enseñado. La descripción del "mundo observado" ya está hecha en función de una teoría que será "probada"; en ese sentido, se podría decir que toda descripción científica y toda observación ya es el establecimiento de un modelo teórico. La expresión "probar esa observación" no se utiliza en absoluto, pero podría significar que el modelo tomado funciona a nuestra satisfacción. (Hay que subrayar "nuestra satisfacción, pues todo lo que se pide al modelo es que nos satisfaga en nuestros proyectos).

Los cuatro contextos de la actividad científica

Ya vimos la importancia en la reflexión filosófica de la ciencia de los contextos de descubrimiento y de justificación de Reichenbach.

I- LA DISTINCIÓN ENTRE CONTEXTO DE DESCUBRIMIENTO Y CONTEXTO DE JUSTIFICACIÓN

Experience and predication (1938):Podíamos decir que una reconstrucción lógica se corresponde con la forma en que los procesos de pensamiento son

comunicados a otras personas, en lugar de la forma en que son subjetivamente conformados”... “Introduciré los términos contexto de descubrimiento y contexto de justificación para hacer esta distinción. Por tanto, tenemos que decir que la epistemología solo se ocupa de construir el contexto de justificación”

Conforme a dicha propuesta, los filósofos no tienen por qué ocuparse de cómo se llega a producir un descubrimiento científico. Reichenbach dejaba así de lado algunos aspectos de la ciencia que difícilmente podían ser asumidos por el Círculo de Viena de Schlick, Carnap, Neurath y otros, ni tampoco por el Círculo de Berlín, que él mismo lideraba. Un científico puede estar guiado en sus instigaciones por hipótesis metafísicas, creencias religiosas, convicciones personales o intereses políticos o económicos. Para los defensores del empirismo lógico, todos estos aspectos de la actividad científica no debían ser estudiados por los epistemólogos. De hecho, Reichenbach mencionaba el ejemplo de Kepler, quien partió en sus investigaciones de una analogía entre la Santísima Trinidad y el sistema solar, lo cual le resultó heurísticamente muy úti1. Lo importante para los empiristas lógicos no eran estas especulaciones teológicas, que en todo caso habrían de ser estudiadas por los historiadores o los psicólogos de la ciencia. Lo esencial eran los resultados finales de la investigación científica: los hechos descubiertos, las teorías elaboradas, los métodos lógicos utilizados y la justificación empírica de las consecuencias y predicciones que se derivan de las teorías. De ahí que el contexto de descubrimiento no fuera objeto de la epistemología ni de la filosofía de la ciencia, sino de la psicología, de la historia y de la sociología. La génesis de las teorías no tenía interés alguno para los defensores de la epistemología científica en los años 30.

Los filósofos de las ciencias admitieron durante muchos años esta distinción y excluyeron el contexto de descubrimiento de la reflexión epistemológica. El origen histórico de los conceptos, leyes y teorías científicas, y el modo en que sus descubridores habían ido llegando a ello, eran cuestiones para los historiadores de la ciencia. Los epistemólogos habían de tomar como punto de partida el conocimiento científico ya elaborado y terminado, presto a confrontarse con la experiencia.

No obstante hubieron detractores como Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas, donde consideraba a las teorías científicas como auténticas Weltsanschauungen o concepciones del mundo, en la medida en que todo lenguaje lo es. Para estos autores, la nueva tarea de la filosofía de la ciencia pasaba a ser el estudio de las especificidades de las Weltsanschauungen científicas, en función de los sistemas lingüístico -conceptuales que las caracterizan, incluyendo el uso de dichos sistemas, con sus aceptaciones y rechazos. Surgían así las primeras tendencias a interrelacionar la filosofía de la ciencia con los estudios de historia y sociología de la ciencia, que posteriormente culminarían en la obra de Kuhn.

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Pero estas primeras tentativas apenas afectaron a la mayoría de los defensores del empirismo lógico y de la concepción heredada, que permanecieron fieles a la distinción estricta entre la fase del descubrimiento y la fase de justificación de lo descubierto. En la primera fase puede haber influencias caracteriales, metafísicas, religiosas, políticas, etc., que impulsen la actividad del científico. Pero en el momento de la justificación de sus teorías se impone la racionalidad más estricta y la severa confrontación de las predicciones y de las consecuencias de las teorías con la experiencia. De ahí que el empirismo antimetafísico de la concepción heredada se haya centrado exclusivamente en el análisis del contexto de justificación de las teorías científicas.

II- CRITICAS A LA DISTINCIÓN DE REICHENBACH

En los años 60 se multiplicaron los ataques contra la distinción entre el contexto de descubrimiento y el de justificación (Toulmin, Hanson, Kuhn, Polanyi, Feyerabend, etc.). Conviene destacar las críticas de Toulmin, tal y como este las expuso en su “Postcriptum” al Simposio de Urbana de 1969. Para él, la filosofía de la ciencia debe dejar de interesarse por las teorías científicas consolidadas, para investigar las teorías en su proceso de construcción y desarrollo:

“Ha llegado la hora de ir más allá de la imagen estática, “instantánea’’, de las teorías científicas a la que los filósofos de la ciencia se han autolimitado durante tanto tiempo y de desarrollar una “imagen móvil” de los problemas y procedimientos científicos, en cuyos términos la dinámica intelectual del cambio conceptual en la ciencia llegue a ser inteligible, y transparente la naturaleza de su racionalidad’’ (Ibid., p. 669).

Hoyningen-Huene piensa que en la década de los 60 y de los 70 ambos bandos estaban fundamentalmente de acuerdo con tesis similares a las de Salmon, quien escribió en 1970 que “ la distinción entre el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación es un punto focal de primera importancia para cualquier discusión relevante sobre las relaciones entre la historia de la ciencia y la filosofía de la ciencia” (Salmon, 1970, p.70). Sin perjuicio de que unos aceptaran el contexto de descubrimiento como objeto de investigación lógico-filosófica, y otros no, lo cierto es que la distinción misma parecía firmemente asentada.

A lo largo de los años posteriores, en cambio, sí se han hecho diversas críticas a la distinción entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación, mostrando que está conectada con distinciones tan relevantes para la filosofía de la ciencia como la que hay entre lo factual y lo normativo o entre la lógica y lo empírico, o incluso entre la historia de la ciencia internalista y externalista.

Por otra parte, filósofos de la ciencia tan influyentes como Giere y Laudan han seguido manteniendo la idea básica de la distinción de Reichenbach. (...) para desmarcarse de las investigaciones de los sociólogos sobre la actividad de los científicos en los laboratorios, Giere afirma explícitamente que:

“Para nosotros, el razonamiento científico no es el razonamiento del laboratorio sino el del informe de investigación, una vez terminada ésta. La mayor parte de lo que sucede de hecho durante la investigación nunca aparece en el informe final’’ (Giere, 1979, p. 25).

Otro tanto cabe encontrar en los escritos de Larry Laudan. Para este autor “La ciencia es, en esencia, una actividad de resolución de problemas” (Laudan, 1986, p.39), pero los filosofes de la ciencia deben ocuparse sobre todo de la racionalidad científica, y ésta se restringe a

“la evaluación cognoscitivamente racional de los problemas científicos. Hay muchos casos en que, sobre bases no racionales o irracionales, un problema llega a tener gran importancia para una comunidad de científicos. Así, determinados problemas pueden adquirir una relativa importancia porque la Agencia Estatal para la investigación científica paga a los científicos para que trabajen en ellos, o, como en el caso de la

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investigación del cáncer, porque hay presiones morales, sociales y financieras que pueden ‘elevar’ tales problemas a un lugar quizá más alto del que merecen desde un punto de vista cognoscitivo. No es mi propósito adentrarme en las dimensiones no racionales de la evaluación de problemas” (Ibid , p. 63).

Nuestra propuesta trata de replantear la distinción entre descubrimiento y justificación, reemplazándola por otra. Desde nuestro punto de vista la actividad científica es mucho más amplia y variada de lo que se supone al hablar solamente de descubrimiento y justificación, y por ello la distinción ha de ser reformulada radicalmente, de manera que la interacción entre descubrimiento y justificación, subrayada por diversos autores, sea vista como una más entre las diversas interacciones que tienen lugar en el ámbito de la actividad científica.

III- LOS CUATRO CONTEXTOS DE LA CIENCIA

Distinguiremos cuatro contextos en la actividad tecnocientífica: el contexto de educación (enseñanza y difusión de la ciencia), el contexto de innovación, el contexto de evaluación (o de valoración) y el contexto de aplicación.

Como bien muestra la historia de la ciencia mediante múltiples ejemplos, las teorías científicas, entendidas como sistemas puramente cognoscitivos, se ven profundamente transformadas por sus aplicaciones a ámbitos empíricos concretos o por la resolución de problemas previamente planteados.

Una aplicación propuesta para una teoría ha de ser, en primer lugar, descubierta; posteriormente es aplicada a título de ensayo; ulteriormente ha de ser justificada. Conviene, por tanto, distinguir el contexto de aplicación de los dos contextos clásicos.

No es lo mismo elaborar ni presentar una teoría científica bien construida que aplicarla a la resolución de cuestiones concretas. Esta última tarea suele implicar el uso de artefactos tecnológicos que implementan a las teorías científicas y cuya construcción está regida por valores distintos de los que priman en la investigación puramente cognoscitiva.

Más sorprendente podrá parecer la propuesta del contexto de educación al mismo nivel que los otros tres contextos: el de innovación, el de evaluación y el de aplicación. Sin embargo, es bien sabido que la especialización de la ciencia actual hace perfectamente ininteligible tanto el vocabulario teórico de una disciplina científica como, sobre todo, su vocabulario observaciona1. Para entender un enunciado científico hay que haber aprendido todo un sistema de complejos conocimientos, teóricos y prácticos, sin los cuales no hay posibilidad de descubrir, de justificar, ni tampoco de aplicar el conocimiento científico. Y aunque los filósofos de ciencia han prestado escasa atención a la enseñanza y a la difusión del conocimiento científico, ambas constituyen una componente fundamental de la actividad científica, tomada ésta en toda su extensión.

La ciencia actual es una construcción social altamente artificializada que se aplica a los más diversos ámbitos para producir transformaciones y, en su caso, mejoras. Los seres humanos pueden adherirse o no a dicha actividad colectiva, pero cada individuo siempre se confronta en su fase de formación a una ciencia previamente constituida, que ha de aprender antes de poder juzgar sobre su mayor o menor validez y utilidad. No hay descubrimiento ni justificación científicas sin previo aprendizaje, y por ello hay que partir del contexto de enseñanza a la hora de analizar las grandes componentes de la actividad científica. O por decirlo en una palabra: no hay intelección científica sin aprendizaje previo.

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a. Contexto de la enseñanza

La enseñanza de la ciencia es pues el primer ámbito en donde la actividad científica tiene vigencia. Incluye dos acciones recíprocas básicas: la enseñanza y el aprendizaje de sistemas conceptuales y lingüísticos, por una parte, pero también de representaciones e imágenes científicas, notaciones, técnicas operatorias, problemas y manejo de instrumentos. Cada individuo habrá de mostrar que tiene una competencia en el manejo de todos esos sistemas sígnicos y operatorios.

A partir de ello podrá ser reconocido (o rechazado) como posible candidato a devenir miembro de una comunidad técnica o científica concreta. Toda esta fase abarca desde su formación como investigador hasta el inicio de su actividad profesional como alevín de científico (o ingeniero, o experto). Tras su fase de formación, la mayoría de los titulados pasan directamente al ámbito de aplicación correspondiente, sin incidir en modo alguno en la investigación ni en la elaboración de teorías. Y no por ello dejan de ser científicos. Tenemos así una primera interacción entre el contexto de enseñanza y el contexto de aplicación. Por supuesto, también este último incide sobre el primero, como veremos al final.

Conviene tener presente, además, que la difusión y la divulgación científica (a través de revistas, videos, programas de radio y televisiones, colecciones de libros de bolsillo, imágenes tecnocientíficas, etc.) ha de ser incluida en este primer ámbito de la actividad científica. Nuevamente se repite el proceso, pero esta vez para un número mucho mayor de destinatarios: las teorías y los descubrimientos se presentan en forma simplificada y accesible, recurriéndose a representaciones ad hoc. Incluso los medios de comunicación dedican suplementos y programas especiales para esta labor de divulgación científica, que es la que genera una imagen social del mundo. La divulgación científica ha solido ser desdeñada por los filósofos de la ciencia como ámbito de estudio. Sin embargo, es una componente importante de la actividad científica en general.

b. Contexto de descubrimiento

Un segundo ámbito lo constituye el antiguo contexto de descubrimiento, al cual hay que añadir, si queremos estudiar la tecnociencia actual, y no solamente la ciencia clásica, la función de innovación y de invención que ha caracterizado históricamente a los ingenieros y a los técnicos por oposición a los científicos: por eso es preferible llamarlo contexto de innovación, pues ésta lleva a veces a descubrimientos (o fracasa en esa tentativa), pero también produce invenciones y novedades. Puede suceder perfectamente que una innovación técnica (como la máquina de vapor, el teléfono o la radio) tenga una mínima apoyatura en teorías científicas, y no obstante acabe generando una o varias teorías con sus correspondientes leyes. La actividad teórica es sólo una de las componentes de la actividad científica en el ámbito de investigación e innovación. Los laboratorios y los locales de estudio de los tecnocientíficos son el escenario fundamental para este segundo ámbito, en el que prima la producción de conocimiento teórico, empírico, informativo, técnico...), pero en el que también puede haber una importante componente de construcción de nuevos artefactos: entendiendo por tales, desde una nueva notación matemática hasta un nuevo instrumento de medida o una nueva clasificación, pasando por un nuevo software o un virus desconocido. No hay que pensar que la actividad científica en este segundo ámbito está centrada en la investigación sobre la naturaleza. La realidad que se investiga siempre está pre-construida socialmente, y con mucha frecuencia el campo de investigación (también llamado realidad) es artificial por su propia construcción: cultivos agrícolas, ciudades, ordenadores, mercados, etc.

Merece la pena insistir brevemente sobre las innovaciones que no son descubrimientos, sino que pertenecen estrictamente al ámbito de la invención. Las máquinas, los artefactos y los instrumentos de laboratorio o de medida son ejemplos característicos de este tipo de innovaciones; pero acaso resulten todavía más claras las invenciones de nuevas notaciones matemáticas, de nuevos algoritmos, de nuevos lenguajes y programas informáticos, o simplemente de nuevas maneras de almacenar, condensar y representar el conocimiento. Se trata estrictamente de invenciones cuyo

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éxito o fracaso depende de su utilidad, de su funcionalidad, de la facilidad con la que puedan ser utilizadas, de su capacidad para plantear y resolver problemas o para hallar soluciones, etc. Al proponer el término innovación, intentamos englobar ambos aspectos de la investigación científica: los descubrimientos y las invenciones.

c. Contexto de justificación

Un tercer ámbito lo constituye el consabido contexto de justificación, tradicionalmente basado en una buena fundamentación metodológica y racional de la ciencia. Independientemente de que dicha justificación fuera lógico-deductiva, inductivista, probabilista, verificacionista, falsacionista o de cualquier otro tipo, lo cierto es que, si admitimos que el segundo ámbito de la actividad científica es el de innovación, y no solo el de descubrimiento, entonces necesariamente hemos de ampliar el contexto de justificación. Por ello proponemos hablar del contexto de valoración o evaluación de la actividad tecnocientífica, y no sólo de la justificación del conocimiento científico. Tan importante es valorar el descubrimiento de nuevo hecho empírico como evaluar el interés de una nueva formalización o simbolización. En el caso de los ingenieros y de los inventores, sus prototipos, sus diseños y sus planos han de ser valorados en función de su viabilidad, de su aplicabilidad, de su competitividad frente a propuestas alternativas, y en general en función de su utilidad. Parafraseando a Claude Bernard y a Imre Lakatos, podríamos decir que la actividad científica no sólo busca “hechos nuevos y sorprendentes”, sino también artefactos e instrumentos “nuevos y sorprendentes”.

También en este tercer contexto la actividad científica está fuertemente mediatizada por la sociedad, y no sólo por la comunidad científica. Se trata de lograr una aceptación de los nuevos hechos, hipótesis, problemas, teorías, descubrimientos e innovaciones.

Lo importante es subrayar que, al igual que en los ámbitos precedentes, siempre hay una sanción o juicio social sobre la actividad científica. No es la contrastación con la experiencia lo que determina la validez o invalidez de una novedad científica, sino su contrastación con otros agentes sociales, cuyas tablas de valores pueden ser cambiantes.

d. Contexto de la aplicación

La comunidad científica suele contar con diferentes especialistas para cada uno de esos tres contextos: el lenguaje y los métodos son muy distintos, aun en el caso de que se esté aludiendo a un mismo hecho, teoría, descubrimiento o invención. Pudiera mantenerse la tesis de que, a pesar de todas esas diferencias, los tres ámbitos se intercorresponden entre sí. Sin embargo, los filósofos positivistas apenas se han ocupado de este problema, verdaderamente esencial para una auténtica filosofía de la actividad científica: baste recordar e1 escándalo que suscitaron las observaciones sobre las habilidades retóricas de Galileo a la hora de exponer sus tesis heliocéntricas.

En el caso del ámbito de aplicación y transformación, las producciones y artefactos científicos sufren cambios todavía más profundos, vinculándose entre sí actividades científicas muy diversas al objeto de producir transformaciones eficaces sobre el medio en que se quiere actuar. Los diversos aparatos y máquinas que han ido surgiendo a lo largo de los dos últimos siglos muestran hasta qué punto las referencias a las teorías que los sustentan son lejanas y difusas. El criterio de valor principal es, probablemente, el it works (funciona), pero cabe aplicar otros muchos: desde la rentabilidad económica hasta la utilidad social, pasando por la propia capacidad transformadora de la propuesta tecnocientífica. La política y la gestión científicas pasan aquí a ser fundamentales, trátese de entidades públicas y privadas; pero la propia sociedad introduce sus criterios de aceptación de la actividad tecnocientífica, que se ve ahora sometida a un juicio global, externo a la comunidad científica. Si la tecnociencia ya era una forma de cultura en el contexto de educación, ahora vuelve a serlo, aunque su modo de inmersión no tiene por qué ser exclusivamente 1ingüístico: las imágenes, los artefactos, los aparatos y su capacidad para resolver problemas sociales e individuales pasan a ser las formas de implantación de la tecnociencia como cultura en este cuarto contexto de la actividad científica. En este último ámbito debe incluirse la labor de asesoramiento en la toma de decisiones que llevan a cabo los expertos científicos. El escenario donde tiene lugar este tipo de actividad científica no es el aula, ni el laboratorio, ni la sala de congresos o la mesa de escritorio. Los expertos trabajan en oficinas y en despachos, asó como en salas de reuniones.

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IV- INTERACCIONES ENTRE LOS CUATRO CONTEXTOS

Aunque estos cuatro ámbitos se presentan como separados, debido a que hemos seguido utilizando una cierta metodología analítica (de muy grueso calibre, que habría de ser complementada con análisis más finos), hay que señalar que pueden estar fuertemente interrelacionados entre sí, y que de hecho interactúan y se influyen recíprocamente. Cabe enseñar sólo aplicaciones de la ciencia, como suele suceder en el caso de los tecnólogos, pero asimismo la enseñanza puede tomar como objeto las diversas innovaciones (teóricas, instrumentales, notacionales, etc.) o los diversos modos de evaluar dichas innovaciones (desde cómo verificar una predicción hasta cómo axiomatizar una teoría, pasando por el cálculo de los errores de una medición a partir de una teoría del error). El contexto de educación, por consiguiente, afecta a los otros tres contextos. Y recíprocamente: las innovaciones, las diferentes aplicaciones y los nuevos criterios de evaluación modifican tarde o temprano la actividad docente, precisamente cuando se han convertido en una forma de saber, y no son un simple conocimiento.

Otro tanto cabe decir de los tres contextos restantes. Todos y cada uno de ellos influyen sobre los demás e interactúan entre sí. La distinción de estos cuatro contextos no tiene, por consiguiente, una intencionalidad demarcacionista, sino más bien funcional. Los científicos dedicados a la enseñanza, a la innovación, a la evaluación y a la aplicación suelen estar separados entre sí, desde el punto de vista de sus prácticas cotidianas y de su ejercicio profesional. Mas el avance de la ciencia depende de todos y cada uno de ellos, y no sólo de los descubridores e innovadores. Una nueva aplicación puede ser más importante que una nueva axiomatización. Pues bien, también un nuevo método de enseñanza, o una adecuada retórica en el proceso de difusión social del conocimiento científico, pueden contribuir al progreso de la ciencia mucho más que la labor oscura en el laboratorio, que prescinde de toda mediación con los restantes contextos de la actividad científica.

Círculo de Viena. Shlick, Carnap et al

La concepción científica del mundo se caracteriza no tanto por sus propias tesis, sino más bien por su actitud básica, sus puntos de vista y dirección de investigación.

La meta buscada es la ciencia unificada.

Se intenta ligar y armonizar los logros de los investigadores individuales en los distintos campos de la ciencia. Consecuentemente con esa meta el énfasis está en el esfuerzo colectivo, y también en lo que pueda captarse intersubjetivamente; de aquí surge la búsqueda de un sistema neutral de fórmulas, de un simbolismo liberado de los residuos de los lenguajes históricos; y también la búsqueda de un sistema total de conceptos.

Se lucha por la nitidez y la claridad y se rechazan las distancias oscuras y las profundidades ininteligibles. En ciencia no hay “profundidades”; hay superficie por todos lados: toda experiencia forma una red compleja que no siempre puede ser examinada y que frecuentemente se puede entender sólo en partes.

Todo es accesible al hombre, y el hombre es la medida de todas las cosas.

Aquí hay una afinidad con los sofistas, no con los platónicos; con los epicúreos, no con los pitagóricos, con todos aquellos que sostienen una existencia terrenal aquí y ahora.

La concepción científica del mundo no conoce problemas insolubles. La clarificación de las cuestiones filosóficas tradicionales, en parte nos lleva a desenmascararlas como seudo-problemas y en parte, a transformarlas en problemas empíricos y, por medio de ello, a someterlas al juicio de la ciencia experimental.

La tarea del trabajo filosófico está en la clarificación de los problemas y aserciones, no en propiciar pronunciamientos “filosóficos” especiales. El método de esta clarificación es el análisis lógico; de él dice Russell (en Nuestro conocimiento del mundo externo) que “ha entrado gradualmente a través del escrutinio crítico de las matemáticas...

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Representa, creo, el mismo tipo de avance que fue introducido en la física por Galileo: la sustitución de resultados graduales, detallados y verificables, por amplias generalidades no sometidas a prueba, recomendadas sólo por cierta apelación a la imaginación”

Es el método del análisis lógico lo que distingue esencialmente al empirismo y al positivismo recientes de la versión más temprana, que era más biológico-sicológica en su orientación.

Si alguien afirma “hay Dios”, “la base fundamental del mundo es lo inconsciente”, “hay una entelequia, que es el principio guía de los organismos vivientes”, no le decirnos: “lo que Ud. dice es falso”; le preguntamos: “¿qué quiere decir con esas afirmaciones?”.

Entonces parece que hay una frontera bien definida entre dos clases de enunciados.

A una pertenecen los enunciados corno los hace la ciencia empírica; su significado puede ser determinado por el análisis lógico, o más precisamente a través de la reducción a los enunciados más simples acerca de lo dado empíricamente.

Los otros enunciados, a los que pertenecen los citados arriba, se revelan como vacíos de significado si uno los toma en el sentido que los metafísicos proponen.

Por supuesto, a menudo uno puede reinterpretarlos como enunciados empíricos; pero entonces pierden el contenido de sentimiento que es normalmente esencial para el metafísico.

El metafísico y el teólogo creen, comprendiéndose mal a sí mismos, que sus enunciados dicen algo, o que detonan un estado de cosas.

Sin embargo, el análisis muestra que esos enunciados no dicen nada, sino que meramente expresan cierto estado de ánimo y espíritu. Expresar tales sentimientos por la vida puede ser una tarea significativa. Pero el medio apropiado para hacerlo es el arte, por ejemplo la poesía lírica, o la música.

Es peligroso elegir el estilo lingüístico de una teoría: se simula un contenido teórico donde no existe. Si un metafísico o teólogo quiere conservar el medio habitual del lenguaje, entonces debe darse cuenta y mostrar claramente que no está haciendo descripción alguna sino una expresión, no una teoría o comunicación de conocimiento, sino poesía o mito. Si un místico afirma que tiene experiencias que sobrepasen todos los conceptos, uno no puede negarlo.

Pero el místico no puede hablar sobre eso en un contexto comprobable en el mundo físico, ya que hablar implica captura, por medio de conceptos y reducción a estados de cosas clasificables científicamente.

La concepción científica del mundo rechaza la filosofía metafísica pero ¿cómo podemos explicar los caminos errados de la metafísica? Esta pregunta puede hacerse desde distintos puntos de vista: psicológico, sociológico y lógico. La investigación psicológica aún está en sus primeras etapas; los comienzos de una explicación más penetrante quizás puedan verse en las investigaciones del psicoanálisis freudiano. El estado de la investigación sociológica es similar; podemos mencionar la teoría de la “superestructura ideológica”; aquí el terreno sigue abierto para investigaciones posteriores que valgan la pena.

La clarificación de los orígenes lógicos de la aberración metafísica está más avanzada, especialmente por los trabajos de Russell y Wittgenstein. En la teoría metafísica, e incluso en la misma forma de las preguntas, hay dos errores lógicos básicos: un lazo demasiado estrecho con la forma de los lenguajes tradicionales y una confusión acerca de los logros lógicos del pensamiento. El lenguaje ordinario por ejemplo. usa la misma parte del discurso, el sustantivo, para cosas (“manzana”) y también para cualidades (“dureza”), relaciones (“amistad”) y procesos (“sueño”), por lo tanto nos conduce engañosamente a una concepción cosificada de los conceptos funcionales (hipóstasis, sustancialización). Se puede citar innumerables ejemplos similares de engaño lingüísticos, que han sido igualmente fatales para los filósofos.

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El segundo error básico de los metafísicos consiste en la noción de que pensar o bien puede llevar al conocimiento por sus propios medios sin usar material empírico, o al menos llegar a nuevos contenidos por una inferencia a partir de un estado de cosas dado. La investigación lógica, sin embargo, conduce al resultado de que todo pensamiento e inferencia consiste en nada más que una transición de enunciados a otros enunciados que no contengan nada que no haya estado en los primeros (transformación tautológica). Por tanto no es posible desarrollar una metafísica a partir del “pensamiento puro”.

De tal modo, el análisis lógico sobrepasa no sólo a la metafísica en el propio y clásico sentido de la palabra, especialmente la metafísica escolástica y la de los sistemas del idealismo alemán, sino también a la metafísica escondida del apriorismo kantiano y moderno. La concepción científica del mundo no sabe de conocimiento incondicionalmente válido, derivado de la razón pura, ni de “juicios sintéticos a priori” como aquellos en que se basa la epistemología kantiana y aún más, toda la ontología y ciertos principios fundamentales de la física, que Kant tomó como ejemplos de conocimiento a priori (...).

Es precisamente en el rechazo de la posibilidad del conocimiento sintético a priori, que está la tesis fundamental del empirismo moderno. La concepción científica del mundo sólo conoce enunciados empíricos acerca de cosas de todas clases y enunciados analíticos de la lógica y la matemática.

Todos los adherentes a la concepción científica del mundo están de acuerdo en rechazar la metafísica abierta y la variedad oculta del apriorismo. Más allá de esto, el Círculo de Viena, mantiene la perspectiva de que los enunciados del realismo (Crítico) y el idealismo sobre la realidad o no-realidad del mundo exterior y de otras mentes, son de carácter metafísico, ya que están abiertos a las mismas objeciones que los enunciados de la vieja metafísica: son sin sentidos porque son no-verificables y sin contenido. Para nosotros, algo es “real” al estar incorporado a la estructura total de la experiencia.

La intuición que los metafísicos enfatizan especialmente como fuente de conocimiento, no es rechazada como tal, por la concepción científica del mundo. Sin embargo, la justificación racional debe seguir paso a paso todo el conocimiento intuitivo. A quien busca le es permitido cualquier método; pero lo que se ha encontrado debe resistir la prueba. La perspectiva que atribuye a la intuición un poder de conocimiento superior y más penetrante, capaz de guiar más allá de los contenidos de la experiencia sensorial y no ser confinado por las cadenas de pensamiento conceptual -esta perspectiva es rechazada.

Hemos caracterizado esencialmente a la concepción científica del mundo por dos rasgos. Primero, es empirista y positivista: hay conocimiento sólo desde la experiencia, que descansa en lo que es dado inmediatamente. Esto establece límites al contenido de la ciencia legítima. Segundo, la concepción científica del mundo está marcada por la aplicación de cierto método: el análisis lógico. El propósito del esfuerzo científico es alcanzar la meta, la ciencia unificada, aplicando el análisis lógico al material empírico. Ya que el significado de cada enunciado debe ser expresable por reducción a un enunciado acerca de lo dado, de modo similar el significado de cualquier concepto, cualquiera sea el tema de la ciencia a la que pertenezca, debe ser expresable por reducción gradual a otros conceptos, hasta los conceptos de menor nivel que refieren directamente a lo dado. Si tal análisis se aplicara para todos los conceptos estarían así ordenados en un sistema reductivo, un “sistema constitutivo”. Investigaciones orientadas a tal sistema constitutivo, la “teoría constitutiva”, forman así el marco dentro del cual la concepción científica del mundo aplica el análisis lógico. Estas investigaciones muestran muy pronto que la lógica aristotélica y escolástica es bastanteinadecuada para este propósito. Sólo la lógica simbólica moderna (“logística”) logra ganarla precisión requerida en definiciones conceptuales y de enunciados, y en formalizar el proceso intuitivo de inferencia del pensamiento ordinario, o sea, llevarlo a una forma rigurosa controlada automáticamente por medio de un mecanismo simbólico. Investigaciones en la teoría constitutiva muestran que los niveles más bajos del sistema constitutivo contiene conceptos de la experiencia y cualidades de la psiquis individual; en el nivel superior hay objetos físicos; a partir de éstos se constituyen otras mentes, y por último los objetos de la ciencia social. El ordenamiento de los conceptos de las varias ramas de la ciencia en el sistema constitutivo, ya hoy puede vislumbrarse en grandes líneas, pero falta mucho

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para hacerlo en detalle. Con la prueba de la posibilidad y los lineamientos de la forma del sistema total de conceptos, la relación de todos los enunciados con lo dado, y con esto la estructura general de la ciencia unificada también se hace reconocible.

Una descripción científica puede contener solamente la estructura (forma de orden) delos objetos, no su “esencia”. Lo que une a los hombres en el lenguaje son fórmulas estructurales; en ellas se presenta por sí mismo el contenido del conocimiento común de los hombres. Cualidades que se experimentan subjetivamente -rojeidad, placer- son como tales, sólo experiencias, no conocimiento; la óptica física sólo admite lo que en principio es comprensible también para un hombre ciego.

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1.Miembros del Círculo de Viena

Gustav Bergmann Karl MengerRudolf Carnap Marcel NatkinHerbert Feigl Otto NeurathPhilipp Frank Olga Hahn-NeurathKurt Gödel Theodor RadakovicHans Hahn Maurice SchlickViktor Kraft FrkdiichWaismann

2. Aquellos que simpatizan con el Círculo de Viena

Walter Duhislav Heinrich LoowyJosef Frank F.P.. RamseyKurt Grelling Hans ReichenbachHasso Harlen Kurt ReidemeisterE. Kaila Edgar Zilsel

3. Representantes guía de la concepción científica del mundo

Albert Eistein

Bertrand Russell

Ludwig Wittgenstein

Versión esquemática reducida:

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El Círculo de Viena, (Wiener Kreis en alemán), fue el organismo científico y filosófico formado por Moritz Schlick, (República Federal de Alemania), en Viena, Austria, en el año 1922 y disuelto definitivamente en 1936.

Este movimiento, con el nombre original de Círculo de Viena para la concepción científica del mundo, se ocupa principalmente de la lógica de la ciencia, considerando la filosofía como una disciplina encargada de distinguir entre lo que es ciencia y lo que no, y de la elaboración de un lenguaje común a todas las ciencias.

Los miembros del círculo de Viena publicaron en 1929 su manifiesto programático, en un opúsculo titulado La visión científica del mundo.

Propusieron utilizar un lenguaje común que debía ser elaborado por la filosofía, basándose en el lenguaje de la física, por ser ésta la disciplina científica de mayores avances y la que practicaban profesionalmente muchos de los miembros del círculo. Para el Círculo de Viena la filosofía tiene la acepción de una disciplina más bien ligada a lógica y el empirismo inglés, que define lo relevante de los enunciados. La publicación en 1922 de Ludwig Wittgenstein de su “Tractatus logico-philosophicus” que influyó en los trabajo del Círculo y reafirmó posiciones previas en cuanto a tratar la ciencia como un conjunto de proposiciones con sentido y relevantes.

El proyecto del Círculo de Viena comenzó a difundirse a partir de los trabajos de la revista Erkenntnis dirigida por Rudolf Carnap, en la cual se publicaron los principales aportes de este movimiento.

 Karl Popper hizo una presentación de su obra La lógica de la investigación científica que influyó en forma importante en el Círculo. Si bien se identificó con ciertas premisas que están en falsacionismo, nunca se consideró o asoció posteriormente con el Círculo siendo un crítico de su positivismo.

El círculo de Viena se disolverá producto de la presión política y ascenso del nazismo en Austria. En 1936 Moritz Schlick sería asesinado por un estudiante Nazi, Johann Nelböck, situación justificada por la prensa alemana de la época.

Tras estos acontecimientos, la mayor parte de los miembros del círculo de Viena escaparon a otros países (principalmente a Estados Unidos) donde seguirán desarrollando su filosofía: el positivismo lógico, pero ya no como un círculo, sino de manera diseminada.

En 1939 Rudolf Carnap, Otto Neurath y Charles Morris publican la Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada. Si bien el empirismo lógico siguió desarrollándose por un tiempo, este volumen es considerado como el último trabajo realizado por el Círculo de Viena.

La filosofía del Círculo de Viena aboga por una concepción científica del mundo, defendiendo el empirismo de David Hume, John Locke y Ernst Mach, el método de la inducción, la búsqueda de la unificación del lenguaje de la ciencia y la refutación de la metafísica.

Esta filosofía es una forma de empirismo y una forma de positivismo conocida con los nombres de positivismo lógico, neopositivismo, empirismo lógico o neoempirismo, aunque los miembros del Círculo de Viena preferían llamarlo empirismo consecuente.

El positivismo y el empirismo lógico o neoempirismo no precisaban distinción alguna, pues disponían de criterios objetivos con los que poder responder: los principios de verificación y de confirmación respectivamente. Sin embargo, tan pronto como se identifica el conocimiento con el conocimiento probado o confirmado, en cierto grado surge el escollo de tener que justificar el inductivismo como doctrina legitimadora de las inferencias.

De este escollo se ven libres las concepciones instrumentalistas, que basan la aceptabilidad en criterios utilitaristas.

Miembros

Moritz Schlick

Rudolf Carnap Otto Neurath Herbert Feigl Philipp Frank Friedrich Waismann Hans Hahn

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Hans Reichenbach Kurt Gödel Alfred Tarski A. J. Ayer Charles Morris Felix Kaufmann Victor Kraft Sigmund Freud Otto Weininger Carl Hempel Karl Popper

Podemos considerar como precursores del Círculo de Viena a los siguientes autores.

Auguste Comte Albert Einstein Gottlob Frege David Hume Ernst Mach Bertrand Russell Ludwig Wittgenstein Hans Kelsen

Karl Popper

Panorama de algunos problemas fundamentales

Selección del capítulo primero de La lógica de la investigación científica.

Resumen básico:

Un enunciado es falsable cuando es posible enunciar otro que sea incompatible con él, pero lógicamente correcto.

Como criterio de demarcación, las premisas deben ser falsables.

Hipótesis: Debe tener significado en el universo físico.

Visión objetiva: no es posible, siempre se hace desde una construcción teórica.

La teoría es una hipótesis que intenta explicar la realidad, NO HAY TEORÍA VERDADERA.

La fuerza d euna teoría está dada por las falsaciones que resiste.

La corroboración es provisoria ya que siempre puede aparecer un falsador.

Si se falsa una teoría esta se descarta.

Desde un punto de vista lógico el razonamiento correcto es aquél en el cual la conclusión surge necesariamente de las

premisas.

Dado que la verificación es imposible y la falsación es posible no quedan dudas de como se debe proceder.

Un enunciado verdadero particular compatible con el general no puede verificar un enunciado general.

Un enunciado verdadero particular pero incompatible con el general puede falsarlo.

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4. El problema de la demarcación

Llamo problema de la demarcación al de encontrar un criterio que nos permita distinguir entre las ciencias empíricas, por un lado, y los sistemas «metafísicos», por otro.

Hume conoció este problema e intentó resolverlo; con Kant se convirtió en el problema central de la teoría del conocimiento. Si, siguiendo a Kant, llamamos «problema de Hume» al de la inducción, deberíamos designar al problema de la demarcación como «problema de Kant».

Los antiguos positivistas estaban dispuestos a admitir únicamente como científicos o legítimos aquellos conceptos (o bien nociones, o ideas) que, como ellos decían, derivaban de la experiencia; o sea, aquellos conceptos que ellos creían lógicamente reducibles a elementos de la experiencia sensorial, tales como sensaciones (o datos sensibles), impresiones, percepciones, recuerdos visuales o auditivos, etc. Los positivistas modernos son capaces de ver con mayor claridad que la ciencia no es un sistema de conceptos, sino más bien un sistema de enunciados. En consecuencia, están dispuestos a admitir únicamente como científicos o legítimos los enunciados que son reducibles a enunciados elementales (o «atómicos») de experiencia -a «juicios de percepción», «proposiciones atómicas», «cláusulas protocolarias» o como los quieran llamar. No cabe duda de que el criterio de demarcación implicado de este modo se identifica con la lógica inductiva que piden. No cabe duda de que el criterio de demarcación implicado de este modo se identifica con la lógica inductiva que piden.

Mi criterio de demarcación, por tanto, ha de considerarse como una propuesta para un acuerdo o convención.

Por tanto quienquiera que plantee. un sistema de enunciados absolutamente ciertos, irrevocablemente verdaderos, como finalidad de la ciencia, es seguro que rechazará las propuestas que voy a hacer aquí.

Así pues, admito abiertamente que para llegar a mis propuestas me he guiado, en última instancia, por juicios de valor y por predilecciones. Mas espero que sean aceptables para todos los que no sólo aprecian el rigor lógico, sino la libertad de dogmatismos; para quienes buscan la aplicabilidad práctica, pero se sienten atraídos aún en mayor medida por la aventura de la ciencia y por los descubrimientos que una y otra vez nos enfrentan con cuestiones nievas e inesperadas, que nos desafían a ensayar respuestas nuevas e insospechadas.El hecho de que ciertos juicios de valor hayan influido en mis propuestas no quiere decir que esté cometiendo el error de que he acusado a los positivistas -el de intentar el asesinato de la metafísica por medio de nombres infamantes-. Ni siquiera llego a afirmar que la metafísica carezca de valor para la ciencia empírica. Pues no puede negarse que, así como han salido ideas metafísicas que han puesto una barrera al avance de la ciencia, han existido otras -tal el atomismo especulativo- que la han ayudado. Y si miramos el asunto desde un ángulo psicológico, me siento inclinado a pensar que la investigación científica es imposible sin fe en algunas ideas de una índole puramente especulativa (y, a veces, sumamente brumosas): fe desprovista enteramente de garantías desde el punto de vista de la ciencia, y que -en esta misma medida- es «metafísica».

Una vez que he hecho estas advertencias, sigo considerando que la primera tarea de la lógica del conocimiento es proponer un concepto de ciencia empírica con objeto de llegar a un uso lingüístico -actualmente algo incierto- lo más definido posible, y a fin de trazar una línea de demarcación clara entre la ciencia y las ideas metafísicas –aun cuando dichas ideas puedan haber favorecido el avance de la ciencia a lo largo de toda su historia.

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5. La experiencia como método

La tarea de formular una definición aceptable de la idea de ciencia empírica no está exenta de dificultades. Algunas de ellas surgen del hecho de que tienen que existir muchos sistemas teóricos cuya estructura lógica sea muy parecida a la del sistema aceptado en un momento determinado como sistema de la ciencia empírica. En ocasiones se describe esta situación diciendo que existen muchísimos «mundos lógicamente posibles» -posiblemente un número infinito de ellos-. Y, con todo, se pretende que el sistema llamado «ciencia empírica» represente únicamente un mundo: el «mundo real» o «mundo de nuestra experiencia».

Con objeto de precisar un poco más esta afirmación, podemos distinguir tres requisitos que nuestro sistema teórico empírico tendrá que satisfacer.

1. Primero, ha de ser sintético, de suerte que pueda representar un mundo no contradictorio-, 2. posible; en segundo lugar, debe satisfacer el criterio de demarcación (...), es decir, no será metafísico, sino

representará un mundo de experiencia posible; en 3. tercer termino, es menester que sea un sistema que se distinga -de alguna manera- de otros sistemas

semejantes por ser él que represente nuestro mundo de experiencia. Mas, ¿cómo ha de distinguirse el sistema que represente nuestro mundo de experiencia?

He aquí la respuesta: por el hecho de que se le ha sometido a contraste y ha resistido las contrastaciones. Esto quiere decir que se le ha de distinguir aplicándole el método deductivo que pretendo analizar y describir.

Según esta opinión, la «experiencia» resulta ser un método distintivo mediante el cual un sistema teórico puede distinguirse de otros; con lo cual la ciencia empírica se caracteriza -al parecer- no sólo por su forma lógica, sino por su método de distinción. (Desde luego, ésta es también la opinión de los inductivistas, que intentan caracterizar la ciencia empírica por su empleo del método inductivo.)

Por tanto, puede describirse la teoría del conocimiento, cuya tarea es el análisis del método o del proceder peculiar de la ciencia empírica, como una teoría del método empírico -una teoría de lo que normalmente se llama experiencia.

La falsabilidad como criterio de demarcación

El criterio de demarcación inherente a la lógica inductiva -esto es, el dogma positivista del significado o sentido [en ingl., meaning] equivale a exigir que todos los enunciados de la ciencia empírica (o, todos los enunciados «con sentido») sean susceptibles de una decisión definitiva con respecto a su verdad y a su falsedad; podemos decir que tienen que ser «decidibles de modo concluyente». Esto quiere decir que han de tener una forma tal que sea lógicamente posible tanto verificarlos como falsearlos. Así, dice Schlick: «... un auténtico enunciado tiene que ser susceptible de verificación concluyente»; y Waismann escribe, aún con mayor claridad: «Si no es posible de terminar si un enunciado es verdadero, entonces carece enteramente de sentido: pues el sentido de un enunciado es el método de su verificación.»

Ahora bien; en mi opinión, no existe nada que pueda llamarse inducción. Por tanto, será lógicamente inadmisible la inferencia de teorías a partir de enunciados singulares que estén «verificados por la experiencia» (cualquiera que sea lo que esto quiera decir). Así pues, las teorías no son nunca verificables empíricamente. Si queremos evitar el error positivista de que nuestro criterio de demarcación elimine los sistemas teóricos de la ciencia natural, debemos elegir un criterio que nos permita admitir en el dominio de la ciencia empírica incluso enunciados que no puedan verificarse.

Pero, ciertamente, sólo admitiré un sistema entre los científicos o empíricos si es susceptible de ser contrastado por la experiencia. Estas consideraciones nos sugieren que el criterio de demarcación que hemos de adoptar no es el de la verificabilidad, sino el de la falsabilidad de los sistemas.

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Dicho de otro modo: no exigiré que un sistema científico pueda ser seleccionado, de una vez para siempre, en un sentido positivo; pero sí que sea susceptible de selección en un sentido negativo por medio de contrastes o pruebas empíricas: ha de ser posible refutar por la experiencia un sistema científico empírico.

Puede también hacerse de nuevo un intento de volver contra mí mi propia crítica del criterio inductivista de demarcación: pues podría parecer que cabe suscitar objeciones contra la falsabilidad como criterio de demarcación análogas a las que yo he suscitado contra la verificabilidad.

Este ataque no me alteraría. Mi propuesta está basada en una asimetría entre la verificabilidad y la falsabilidad: asimetría que se deriva de la forma lógica de los enunciados universales. Pues éstos no son jamás deductibles de enunciados singulares, pero sí pueden estar en contradicción con estos últimos. En consecuencia, por medio de inferencias puramente deductivas (valiéndose del modus tollens de la lógica clásica) es posible argüir de la verdad de enunciados singulares la falsedad de enunciados universales. Una argumentación de esta índole, que lleva a la falsedad de enunciados universales, es el único tipo de inferencia estrictamente. deductiva que se mueve, como si dijéramos, en «dirección inductiva»: esto es, de enunciados singulares a universales.

Modus tollendo tollens

En lógica, el modus tollendo tollens (en latín, modo que negando niega), también llamado modus tollens y generalmente abreviado MTT o MT, es una regla de inferencia que tiene la siguiente forma:

si A entonces B

No B

Por lo tanto, no A

Por ejemplo, un razonamiento que sigue la forma del modus tollens podría ser:

Si está soleado, entonces es de día.

No es de día.

Por lo tanto, no está soleado.

Es importante evitar caer en el razonamiento incorrecto de:

Sólo si es mayor de edad entonces tiene permiso de conducir

No tiene permiso de conducir

Por lo tanto, no es mayor de edad.

Es incorrecto puesto que podría ser mayor de edad y no tener permiso de conducir, de ahí la importancia de no confundir la implicación (si p, entonces q) con el bicondicional (p si y solo si q), es decir, p es condición para que se pueda dar q, pero p no implica necesariamente q (ser mayor de edad es condición necesaria, pero no suficiente para tener permiso de conducir).

Voy a proponer (en los apartados 20 y siguientes) que se caracterice el método empírico de tal forma que excluya precisamente aquellas vías de eludir la falsación que mi imaginario crítico señala insistentemente, con toda razón, como lógicamente posibles. De acuerdo con mi propuesta, lo que caracteriza al método empírico es su manera de exponer a falsación el sistema que ha de contrastarse: justamente de todos los modos imaginables. Su meta no es salvarles la vida a los sistemas insostenibles, sino, por el contrario, elegir el que comparativamente sea más apto, sometiendo a todos a la más áspera lucha por la supervivencia.

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7. El problema de la «base empírica»

Para que la falsabilidad pueda aplicarse de algún modo como criterio de demarcación deben tenerse a mano enunciados singulares que puedan servir como premisas en las inferencias falsadoras. Por tanto, nuestro criterio aparece como algo que solamente desplaza el problema -que nos retrotrae de la cuestión del carácter empírico de las teorías a la del carácter empírico de los enunciados singulares.

8. Objetividad científica y convicción subjetiva

Las palabras «objetivo» y «subjetivo» son términos filosóficos cargados de una pesada herencia de usos contradictorios y de discusiones interminables y nunca concluyentes.El empleo que hago de los términos «objetivo» y «subjetivo» no es muy distinto del kantiano. Kant utiliza la palabra «objetivo» para indicar que el conocimiento científico ha de ser justificable, independientemente de los caprichos de nadie: una justificación es «objetiva» si en principio puede ser contrastada y comprendida por cualquier persona. «Si algo es válido -escribe- para quienquiera que esté en uso de razón, entonces su fundamento es objetivo y suficiente».

Ahora bien; yo mantengo que las teorías científicas no son nunca enteramente justificables o verificables, pero que son, no obstante, contrastables. Diré, por tanto, que la objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho de que pueden contrastarse intersubjetivamente.

Kant aplica la palabra «subjetivo» a nuestros sentimientos de convicción (de mayor o menor grado). El examen de cómo aparecen éstos es asunto de la psicología: pueden surgir, por ejemplo, «según leyes de la asociación»; también - pueden servir razones objetivas como «causas subjetivas del juzgar», desde el momento en que reflexionamos sobre ellas y nos convencemos de su congruencia.

Quizá fue Kant el primero en darse cuenta de que la objetividad de los enunciados se encuentra en estrecha conexión con la construcción de teorías -es decir, con el empleo de hipótesis y de enunciados universales-. Sólo cuando se da la recurrencia de ciertos acontecimientos de acuerdo con reglas o regularidades -y así sucede con los experimentos repetibles- pueden ser contrastadas nuestras observaciones por cualquiera (en principio). Ni siquiera tomamos muy en serio nuestras observaciones, ni las aceptamos como científicas, hasta que las hemos repetido y contrastado. Sólo merced a tales repeticiones podemos convencernos de que no nos encontramos con una mera «coincidencia» aislada, sino con acontecimientos. que, debido a su regularidad y reproductibilidad, son, en principio, contrastables intersubjetivamente.

De este modo llegamos a la siguiente tesis. Los sistemas teóricos se contrastan deduciendo de ellos enunciados de un nivel de universalidad más bajo; éstos, puesto que han de ser contrastables intersubjetivamente, tienen que poderse contrastar de manera análoga -y así ad infinitum.

Capítulo Cuarto: La falsabilidad

Me ocuparé más adelante de la cuestión acerca de si existe algo a que pueda llamarse un enunciado singular falsable (o "enunciado básico"); supondré ahora una respuesta positiva a tal cuestión y examinaré hasta qué punto es aplicable mi criterio de demarcación a los sistemas teóricos -si es que es aplicable de algún modo-.

Durante el estudio crítico de una posición a la que se suele llamar "convencionalismo", surgirán, en primer lugar, ciertos problemas de método, con los que será menester enfrentarse tomando determinadas decisiones metodológicas. Trataré, después, de caracterizar las propiedades lógicas de los sistemas de teorías que son falsables (es decir, que lo serán si se aceptan nuestras decisiones metodológicas).

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Carl SAGAN. COSMOS.

“No hay ninguna otra especie en la Tierra que haga ciencia. Hasta ahora es una invención totalmente humana, que evolucionó por selección natural en la corteza cerebral por una sola razón: porque funciona. No es perfecta. Puede abusarse de ella. Es sólo una herramienta. Pero es con mucho la mejor herramienta de que disponemos, que se autocorrige, que sigue funcionando, que se aplica a todo. Tiene dos reglas.

Primera: no hay verdades sagradas; todas las suposiciones se han de examinar críticamente; los argumentos de autoridad carecen de valor. 

Segunda: hay que descartar o revisar todo lo que no cuadre con los hechos. Tenemos que comprender el Cosmos tal como es y no confundir lo que es con lo que queremos que sea. Lo obvio es a veces falso, lo inesperado es a veces cierto. Las personas comparten en todas partes los mismos objetivos cuando el contexto es lo suficientemente amplio.Y el estudio del Cosmos proporciona el contexto más amplio posible. La actual cultura global es una especie de arrogante advenedizo. Llega a escena planetaria siguiendo a otros actos que han tenido lugar durante cuatro mil quinientos millones de años, y después de echar un vistazo a su alrededor, en unos pocos miles de años, se declara en posesión de verdades eternas. Pero en un mundo que está cambiando tan de prisa como el nuestro, esto constituye una receta para el desastre. No es imaginable que ninguna nación, ninguna religión, ningún sistema económico, ningún sistema de conocimientos tenga todas las respuestas para nuestra supervivencia. Ha de haber muchos sistemas sociales que funcionarían mucho mejor que los existentes hoy en día. Nuestra tarea, dentro de la tradición científica, es encontrarlos.” Carl Sagan

Bunge:

Bunge señala que “la ciencia es ese creciente cuerpo de ideas que puede caracterizarse como conocimiento

racional, sistemático, exacto, objetivo, verificable, y por consiguiente falible”.

1. ¿Qué entiende Bunge por racional? Respuesta: “... Por conocimiento racional se entiende: a) que está constituido por conceptos, juicios y raciocinios, y no por sensaciones, imágenes. pautas de conducta, etc. sin duda, el científico percibe, formas, imágenes (modelos visualizables) y hace operaciones; pero tanto el punto de partida como el punto final de su trabajo son ideas; b) que esas ideas pueden combinarse de acuerdo con algún conjunto de reglas lógicas con el fin de producir nuevas ideas (inferencia deductiva), c) que esas ideas no se amontonan caóticamente o simplemente, en forma cronológica, sino que se organizan en sistemas de ideas, esto es en conjuntos ordenados de proposiciones –teorías.” [p.15]

2.¿Qué entiendo Bunge por objetiva y verificable? Respuesta: “ Que el conocimiento científico de la realidad es objetivo, significa: a) que concuerda aproximadamente con su objeto; que busca alcanzar la verdad fáctica; b) que verifica la adaptación de las ideas a los hechos recurriendo a un comercio peculiar con los hechos (observación y experimento), intercambio que es controlable y hasta cierto punto reproducible.” [ p.16]

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La epistemología debe ocuparse del producto.De lo otro se ocupa la sociología.

'Science is a system of statements based on direct experience and controlled by experimental verification.'” Carnap

Epistemologías normativas: niega que haya un contexto de descubrimiento. Dice lo que la ciencia debe hacer. Popper.

Neopositivismo Circulo de viena

Contrastación contra la experiencia es común a ambos con diferente nombre.

Principio de inducción: ¿ qué tiene que acontecer para que quede justificada una teoría según un neopositivista?Tiene que acontecer que la inferencia se pueda justificar en diferente cantidad de condiciones y que no existan excepciones y así queda justificada.

Epistemología normativa Las inferencias inductivas son lógicamente incorrectasPopper.Refuta la inducción y “la verdad" es imposible. Las diferencias son insuperables.Explica el método de contrastación de teorías.El método de Popper es hipotético deductivo

Dado (A -> B) ·B entonces A provisoriamente corroborada o -B entonces A resuelta falsada y se elimina.

Ley lógica, sucede siempre... tautología.Siempre es verdadero el condicional y el razonamiento es válido.Resultado contingente a veces si a veces no. Popper ve contingencias en el razonamiento neopositivista.

Un neopositivsta es empirista en su base

Criterio de demarcación define que es ciencia y que no es ciencia

Justificación, verificable

Popper falsable

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Pierre Thuillier: De Arquímedes a Einstein.

Las caras ocultas de la investigación científica.

«La ciencia, considerada como un proyecto que se realiza progresivamente, es tan

subjetiva y está tan condicionada psicológicamente como no importa qué otra

empresa humana». Einstein

¿Qué es la ciencia? ¿Cómo ha nacido? ¿De qué manera elaboran sus teorías los científicos? ¿Disponen de un «método» establecido de una vez para siempre que garantice la «verdad» de su saber? ¿Es cierto que la actividad de los físicos y de los biólogos es totalmente «Objetiva» y «racional»? ¿Existen criterios que permitan saber a ciencia cierta si se debe aceptar o rechazar una nueva teoría? ¿Se puede trazar un límite claro y definido entre la verdadera y la falsa ciencia? Al examen de estas cuestiones (y de algunas otras del mismo tipo) están consagrados los siguientes capítulos. Se trata de estudiar aquellos casos que, me atrevería a decir, están destinados a complicar la imagen que numerosos manuales y obras de divulgación ofrecen de la actividad científica.

Hechos y teorías

Tomemos un ejemplo a la vez elemental y fundamental: ¿es exacto que una buena teoría es una teoría «confirmada

por los hechos»? Y, en otros aspectos, ¿es exacto que haya que rechazar una teoría a la que contradicen «hechos

experimentales» bien establecidos? La respuesta, si se cree en las versiones vulgarizadas del Método Experimental, es

muy sencilla. Si los expertos aceptan una teoría, es que está «de acuerdo con 1os hechos». El dilema es harto

conocido. 0 bien el veredicto experimental es favorable a la hipótesis sometida a prueba (que adquiere entonces el

estatuto de teoría válida), o bien es desfavorable (y por lo tanto hay que considerar que la hipótesis es falsa). Así lo

quiere la 1ógica de la ciencia. El buen sabio es objetivo; escucha la voz de los hechos; se desprende de las leyes y

teorías refutadas por la Naturaleza cuando se la somete a tesis experimentales preparadas cuidadosamente.

Este esquema es transparente y tranquilizador. Con «la ciencia», por lo menos, uno puede saber por donde

anda. He aquí, por fin, una actividad cognoscitiva seria que, gracias a procedimientos eficaces, nos conduce a certezas

e incluso a Verdades. De aquí el éxito de este panorama contrastado; mientras que el arte, la religión y la filosofía

recurren a la imaginación, a la intuición, a creencias quiméricas y a especulaciones incontroladas, la Ciencia nos revela

la Realidad tal como es. Este balance epistemológico, diremos de paso, significa concretamente esto: los expertos

científicos merecen crédito. Saben mucho, y lo saben bien... Debemos, pues, confiar en ellos y, llegado el caso,

someternos a sus decisiones. ¿No es lógico obedecer a los que detentan el conocimiento justo? Como hacía notar

Roger Bacon al comienzo siglo XVII, el saber otorga el poder. Razón de más para interesarse por todo lo que se dice

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sobre la ciencia y sus fundamentos. ¿Hay que creer que existe un método gracias al cual se pueden elaborar teorías

estrictamente fieles a los «hechos»?

No se puede formular una respuesta mínimamente satisfactoria en unas pocas páginas. Los filósofos de la ciencia y

los mismos científicos han escrito miles y miles de páginas sobre este tema sin llegar a perfeccionar una teoría que

fuese a la vez precisa, completa y realista (es decir, conforme a las gestiones efectivas de los hombres de

ciencia). Pero parece razonable retroceder con relación a una cierta mitología empirista. Si la historia de la ciencia ha

podido sacar a la luz un «hecho» importante, es sin duda éste: ¡jamás existe una adecuación perfecta entre las teorías y

«los hechos»!

Y si pongo comillas al escribir «los hechos», la primera razón de ello es que esta expresión no quiere decir nada de

preciso. Los científicos utilizan «hechos», es decir, un cierto número de observaciones y resultados experimentales.

Pero, en cuanto una teoría alcanza cierto grado de generalización y complejidad, es prácticamente imposible tener la

certeza de que todos los hechos (o incluso todos los tipos de hechos) pertinentes se hayan tenido en cuenta. Como

dirían los filósofos, los hombres de ciencia se mueven en la finitud... Su deseo es producir teorías válidas para una

infinidad de fenómenos. Pero en la práctica, jamás están seguros de haber localizado todos los «hechos» útiles; y,

precisamente por eso, las teorías mejor confirmadas siguen siendo precarias, frágiles. Así pues, todos los discursos que

tienden a hacer olvidar este hecho nos ocultan algo. Al presentar «los hechos» como una especie de prueba máxima de

la verdad de la ciencia, hacen a esta última una publicidad abusiva; y, al mismo tiempo, empobrecen y devalúan lo

que tantas veces llamamos la aventura científica.

Desde luego, si sólo bastase consultar «los hechos», la investigación perdería su encanto, su lado excitante. Al

acumular ciegamente los «datos» y al utilizar los ordenadores, los hombres de ciencia obtendrían mecánicamente las

buenas teorías. Pero, con toda seguridad, no ha sido trabajando con este espíritu como los Galileo, Darwin, Pasteur o

Einstein han desarrollado sus teorías. Es cierto que, en algunos casos, se puede tener la impresión de que la «teoría» ha

sido totalmente comprobada mediante los «hechos». Así, la afirmación de que la Tierra es esférica (o casi esférica)

tuvo primero el estatus de una teoría; los sabios antiguos llegaron a esta idea con la reflexión y la especulación. Más

tarde, esta teoría fue brillantemente confirmada. Todos nosotros, hoy en día, hemos visto fotografías que muestran,

literalmente, la esfericidad (o casi esfericidad) de nuestro planeta. Pero aquí está la paradoja: ¡ya no se trata de una

teoría! Para nosotros, es un hecho. Resultado alentador, puesto que nos indica que las especulaciones científicas

pueden conducirnos a conocimientos reales. Pero que nos recuerda que las teorías no son verdaderas de una manera

absoluta más que cuando ya no son teorías...

Dicho de otra forma, la noción misma de teoría implica la incertidumbre. Incluso una teoría eficaz (en el sentido en que lo ha sido, y lo es todavía la teoría newtoniana de la gravitación) no es necesariamente una teoría verdadera. Puede prestar grandes servicios en la práctica; puede introducir la inteligibilidad en el estudio teórico de una infinidad de fenómenos. Y, sin embargo, no ser perfecta. Por una parte, sucede que determinados «hechos» siguen siendo inexplicables en el marco de esta. teoría y parecen contradecirla (éste es el caso de la teoría de Newton con algunos «hechos» concernientes a la mecánica celeste). Por otra parte, puede resultar ser necesario una revisión drástica de determinadas nociones fundamentales (éste fue también el caso de los conceptos newtonianos de tiempo y espacio).

Todo esto, me apresuro a precisar, no cuestiona de ningún modo la idea misma de investigación científica. Una buena teoría no es una teoría definitivamente irrefutable y absolutamente cierta: es una teoría coherente y que posee cierta eficacia en las

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condiciones dadas. El malentendido comienza cuando el celo de los publicistas (y a veces de los mismos científicos) hace que se glorifique con exceso la certeza y la objetividad del saber experimental. Y cuando olvidan, entre otras cosas, que algunos de los hechos famosos pueden explicarse mediante varias teorías diferentes... Entre las teorías y los hechos siempre existe un desfase, una especie de «borrosidad». De forma ideal, por supuesto, los hombres de ciencia tienen como objetivo sacar a la luz el funcionamiento real de la naturaleza; y esto les lleva, en particular, a multiplicar los cuestionarios sobre todo lo que se puede observar y experimentar. En este sentido, el legendario «método experimental» expresa cierta verdad: los hombres de ciencia tienen un proyecto preciso y respetan determinadas normas (como aquella que exige una confrontación estrecha y seria de la teoría con los fenómenos a los que concierne).

¿Cómo elegir los “hechos buenos” dentro de todos los hechos disponibles?

(...) ¿Cómo elegir los hechos buenos entre todos los hechos disponibles? Por «hechos buenos» entendamos aquellos que son significativos, aquellos que presentan de forma bien caracterizada las variables pertinentes», los fenómenos «fundamentales», etc. Cuando una teoría ha sido aceptada, desde hace mucho tiempo, se tiende a subestimar la importancia de este problema. Las sesiones de «los trabajos prácticos» de nuestro sistema de enseñanza contribuyen por otra parte a falsear las perspectivas. En efecto, los estudiantes experimentan la mayor parte de las veces sin acabar de darse cuenta de la amplitud del trabajo que ha sido necesario para perfeccionar las nociones y los instrumentos que utilizan. De forma espontánea creen que eso es «evidente»; su único problema es realizar correctamente la manipulación.

Para los iniciadores, para aquellos que introdujeron innovaciones en el análisis de la caída libre, de los fenómenos de combustión o de los mecanismos de la herencia, la situación era muy diferente. Su labor no se reducía a que les «saliese bien» una experiencia. En primer lugar, debían concebirla... No solamente tenían que localizar los «hechos buenos» entre todos aquellos que podían conocer, sino que a menudo debían forjarlos en todos sus aspectos (por ejemplo, construyendo nuevos aparatos). Y no solamente debían identificar las «buenas variables», aquellas que permitirían formular relaciones fecundas, sino que al mismo tiempo debían definir nuevas nociones y nuevos esquemas teóricos. Nunca lo resaltaremos demasiado: una vez logradas, todas esas maniobras parecen sencillas. «No había más que... Bastaba con ... » Pero en la exploración de terrenos que son nuevos por definición, los riesgos de equivocarse son grandes. Nada garantiza que se esté en el buen camino. Únicamente en los relatos posteriores de ciertos historiadores, las investigaciones resultan ser totalmente «lógicas» y el diálogo entre la hipótesis y la experiencia aparece claro y luminoso.

En primer lugar, es muy raro que los «hechos» confirmen de forma completa e inmediata la validez de una teoría, ya que a los hechos positivos es casi siempre posible oponer hechos negativos (es decir, desfavorables a la teoría que se comprueba). (...) un químico tan notable

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como Marcelin Berthelot se negó a admitir durante mucho tiempo la teoría atómica. Por otra parte, no fue el único; y el gran número de «hechos» favorables a esta teoría no resultó ser suficiente para forzar la adhesión de los escépticos, ya que la teoría dice siempre mucho más que los «hechos». Y esto, en última instancia, permite a los que se oponen hacer valer este distingo: todo (o casi todo ... ) sucede como quiere vuestra teoría, pero esto no prueba que todas las afirmaciones que contiene respondan a la realidad. Aplicado al caso de los átomos, este razonamiento se convierte más o menos en: la hipótesis según la cual existen varios tipos de corpúsculos elementales permite explicar muchos fenómenos, pero no es completamente seguro que la materia sea realmente «discontinua» y que estos átomos no sean otra cosa que ficciones útiles... Ya lo hemos visto, siempre es posible imaginar que los mismos «hechos» puedan ser explicados con una teoría diferente. Bajo este punto de vista, la comparación entre la investigación científica y el desarrollo de una investigación policíaca es válida. Todo el mundo sabe que, algunas veces, todos los indicios parecen designar a X como culpable, ¡y sin embargo el crimen lo ha cometido Y! En la ciencia puede presentarse la misma situación: la convergencia de los «hechos» puede poner sobre una buena pista, pero no siempre es la que conduce a la verdad.

También puede suceder que algunas teorías sean rechazadas en el mismo instante que aparecen, pero esto no les impide prosperar... De algún modo, éste es el caso de la teoría gravitatoria de Newton: siempre ha debido enfrentarse a anomalías, es decir, a hechos que no conseguía explicar. Pero los newtonianos tenían fe y se decían que, algún día, diversas mejoras permitirían triunfar sobre esos enigmas. En el caso de la teoría genética de Mendel, las dificultades eran aún más patentes: gran cantidad de «hechos» evidentes contradecían las concepciones «discontinuistas» de este antepasado de la genética moderna. Una vez más, la obstinación hizo milagros: gracias a diversas adecuaciones, gracias a hipótesis complementarias, fue posible demostrar que las «excepciones» eran únicamente excepciones aparentes... Pero todo esto no se hizo en un día y, durante decenios, el éxito permaneció incierto. (...)

¿Es preciso sacar la conclusión, con estas observaciones, de que la «ciencia» es incapaz de progresar hacia un

conocimiento mejor de la naturaleza? Por supuesto que no. Los científicos, con paciencia y repetidos esfuerzos,

acaban por describir y explicar cada vez mejor determinados fenómenos. Tal vez no lleguen a la Verdad absoluta (lo

que, por otra parte, pondría fin a la investigación científica), pero resuelven, con mayor o menor exactitud, un gran

número de problemas. Con el transcurso del tiempo, se establece una selección de teorías. Aunque este saber sea

siempre parcial y susceptible de modificarse o cuestionarse, resultaría vano impugnar radical y globalmente la

fecundidad del trabajo de los investigadores. Cualesquiera que sean los fallos, e incluso los errores, la institución

científica tiene, por decirlo así, un funcionamiento positivo y un rendimiento apreciable. No se trata, por consiguiente,

de negar los méritos y los logros de «la ciencia» y sus servidores, sino de adoptar cierta actitud crítica ante la imagen

que con frecuencia se ofrece.

El método experimental y la objetividad

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A pesar de los trabajos notables realizados por gran número de historiadores de la ciencia, siempre están en boga numerosos «mitos». Mitos que presentan el «Método Experimental» como el único que garantiza casi automáticamente el valor de los resultados obtenidos o, peor aún, que hacen creer en la inmaculada concepción de las teorías, como si los auténticos hombres de ciencia no tuviesen (y no debiesen tener) creencias filosóficas, prejuicios, pasiones, fantasmas, etc. Sobre todas estas cuestiones, que atañen «la imagen de la ciencia», es posible la polémica.

La objetividad, repetimos, constituye un ideal. ¿Quién no sueña con una ciencia perfecta que muestre la naturaleza tal como es? Pero estamos lejos de alcanzarlo. En concreto, el investigador se ve obligado a correr riesgos, a apoyarse sobre determinada concepción de la naturaleza, a postular relaciones que tal vez sean inexistentes, a formular conjeturas audaces e incluso temerarias' a «manipular» los hechos de forma a veces demasiado hábil. La índole de vulgata epistemológica que oculta más o menos deliberadamente estos aspectos de la realidad científica está orientada a ofrecer de ésta una imagen halagadora y, por decirlo así, aseptizada: el Sabio es un espíritu puro, frío, neutro y objetivo que. se mueve en un vacío cultural e ideológico perfecto. Por supuesto, hay que conceder que algo se vale de su imaginación, que tiene una especie de «don» gracias al cual consigue formular con éxito sus geniales hipótesis... Pero se ha puesto en marcha todo un dispositivo retórico para evitar toda confusión con la imaginación de los artistas y de los filósofos. Incluso la exposición más simplista del Método Experimental debe reconocer, al menos implícitamente, que hay dos fases: una que corresponde al invento de la hipótesis; otra, a su confirmación. Pero la segunda fase, que marca el triunfo (o el presunto triunfo) del Hecho y de la Objetividad se celebra ruidosamente; mientras que la primera, en numerosos textos «cienciolátricos», se señala con discreción.

Para hablar como algunos especialistas de la antropología cultural, todo sucede como si la Ciencia fuese una actividad sagrada y protegida por estrictos tabús. El ciudadano corriente podría pensar que la ciencia es humana, muy humana -a veces demasiado humana-. Por este motivo urge afirmar su carácter trascendente. De cara al conocimiento profano, debe aparecer como el resultado de una búsqueda que muchas veces ha sido descrita explícitamente como religiosa. Basta consultar los textos para encontrar tantos ejemplos como se quiera. Así, el astrónomo Camille Flammarion, al final del siglo XIX, evocaba de forma grandiosa el papel que debía desempeñar la ciencia en «el mundo del espíritu». Al proponernos el slogan «¡Verdad! ¡Luz! ¡Esperanza!», utilizaba audazmente la dialéctica de o Puro y de lo impuro en beneficio del conocimiento científico: «Estamos en una época en la que los errores de la ignorancia, los fantasmas de la noche, los sueños de la infancia humana, deben desaparecer; la aurora difunde su pura luz; el sol sale sobre la humanidad despierta; pongámonos en pie ante el cielo y no tengamos en lo sucesivo más que una divisa ¡el progreso por la ciencia!»

El geólogo Pierre Termier, entre las dos guerras mundiales, también atacaba duro. Comparaba decididamente la

«función por completo sublime» del sabio a la del, sacerdote.La ciencia, según él, nos lleva hacia la Verdad y lo

Absoluto. 'Tomando prestada, una frase de Léon Bloy, Termier describía así al hombre de ciencia: «Va en la

inmensidad, llevando ante él su corazón como una antorcha.» En su lirismo, no vacilaba en emplear las metáforas más

audaces: «En el torrente de las alegrías futuras, la alegría de conocer será tal vez el raudal preponderante»... En todo

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caso, una cosa era segura: «La vida está hecha para saber y, sin la ciencia, no vale la pena de ser vivida.» (...)De este modo toda una larga tradición invita a los profanos a venerar la ciencia como una actividad superior; y

todavía hoy, aunque el estilo haya podido evolucionar hacia la sobriedad. Este tipo de prosa no es muy difícil de encontrar. Desde el punto de vista epistemológico, estos elogios de la Ciencia Pura no dejan de tener sus consecuencias, ya que implican que el Sabio, a fin de cuentas, es el feliz poseedor de «trucos» casi milagrosos. (...)

¿El científico es un observador neutral?

Pero se nos describe con exactitud el método que permite tales logros? ¿Cómo se las arreglan los científicos en la práctica para descubrir y percibir la trama de las cosas? Se nos habla de "contemplación". Pero ¿es realmente la contemplación la que ha permitido descubrir las leyes de la gravitación, los átomos, los genes, las partículas elementales, la relatividad y la tectónica de placas? Estos grandes discursos, si bien se miran, ¿no encierran

incongruencias e incluso contradicciones?

En resumen ¿no nos ocultan algunas caras del saber científico? Si reflexionamos, es bastante evidente que la

concepción "mística" de la ciencia no es más que la transposición engalanada de la concepción empirista. En los dos

casos, se sobreestima la percepción de los "hechos": los hombres de ciencia "descubren" una verdad preexistente, -son

intelectos en alguna forma desencarnados, capaces de aprehender lo real "objetivamente".

Según la presentación mística, el Sabio es un vidente; según la presentación empirista, sencillamente es un

observador paciente y atento, una humilde abeja que liba en el inmenso campo de la experiencia... No obstante, hay

acuerdo en el siguiente postulado: el verdadero científico no tiene necesidad de inventar, el verdadero científico no es

subjetivo. Por supuesto, está iluminado y conducido por el Amor al Saber. Pero este noble sentimiento es la feliz

excepción que confirma la regla; que precisa que el alma del Sabio sea de una transparencia absoluta. Siempre se

acaba llegando a la misma conclusión: el hombre de ciencia se comporta como si no tuviese un "perfil psicológico"

singular; como si no tuviese una afectividad, pasiones, cultura, convicciones personales heredadas de su ambiente, y su

educación; como si no tuviese historia ni, por supuesto, inconsciente. (...)

Pero sigue funcionando la misma mitología de la Mirada Objetiva: el investigador es un ser ideal que radiografía,

por decirlo así, la Naturaleza en un estado total de neutralidad. Se entiende demasiado bien que esta «imagen de la

ciencia» tenga tanto éxito en una sociedad científico-tecnológica-industrial. Valoriza el saber de los expertos y

constituye una justificación suplementaria de su influencia o de su poder y a muchas personas les satisface sabe que

la institución científica desvela metódicamente los secretos de la naturaleza gracias al examen imparcial de los

Hechos. Muchos hombres de ciencia, aunque se den cuenta de que la situación no es tan límpida, aceptan gustosos esta

leyenda. (...)

Una tesis, en particular, merece ser sometida a la crítica: aquella que deja entender que los hombres de ciencia estudian los fenómenos de forma neutral, rechazando todo presupuesto filosófico y dejando su espíritu en una especie de vacío teórico. Resulta más

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realista realzar, como lo hacía el mismo Charles Darwin, que toda observación exige un marco teórico. Es necesario haber reflexionado, saber lo que se quiere observar. Lejos de ser un lujo superfluo, lejos de constituir una especie de pecado contra la objetividad, esta preparación teórica es una necesidad. Para poder interrogar a la naturaleza, hay que definir preguntas recurrir a diversas nociones que permitan los análisis, la creación de modelos, las formulaciones y (entre otras cosas) las investigaciones «basada en hechos», es decir, observaciones y experimentaciones. Esta situación sólo presenta ventajas ya que el Método, en la práctica, no ofrece criterios seguros para determinar de antemano lo que es «bueno» y lo que no lo es. No existe en ninguna parte una lista exhaustiva de las condiciones que se deben cumplir para avanzar directamente hacia la Verdad. El que es un verdadero investigador (a saber, aquel que no se contenta con aplicar «recetas» conocidas a terrenos algo diferentes) no puede saber si los conceptos que emplea son siempre los adecuados; si los instrumentos que emplea son suficientemente eficaces; si resistirán todas las hipótesis auxiliares a las que debe recurrir, etc. Por lo tanto, existen riesgos. Ninguna Instancia Metodológica Suprema puede ofrecer una garantía de éxito... Pero esta situación incómoda es precisamente la de la investigación. (...)

Una mitología siempre arriesga suscitar otras mitologías complementarias o antitéticas. El mito del Genio, por

ejemplo, parece afín al mito de la Objetividad. A primera vista esto puede parecer sorprendente. Pero existe una lógica

en esta paradoja... En cuanto se disimulan con más o menos éxito los tanteos y las grandes maniobras especulativas de

los hombres de ciencia, resulta necesario encontrar una explicación al supuesto poder de su mirada: ¿Cómo es posible

que el Sabio sea capaz de localizar los Hechos de una forma tan eficaz? ¿Por qué consigue con tanto éxito deducir de

ellos teorías «verdaderas»? La respuesta más sencilla consiste en invocar la noción de Genio. Se encuentra en ella una

relación que ya hemos señalado: la que une en una misma complicidad la epistemología del Vidente y la epistemología

del Cazador de hechos. (...)

Feyerabend: ¿no hay más que una racionalidad?

También merece señalarse otro contraataque. Aquel que ha lanzado Paul Feyerabend en una obra deliberadamente «anarquista»: Contre la méthode (...) El título merece todo un programa: se trata de mostrar que el Método ideal, incluso en la ciencia, no tiene ni la evidencia ni la transparencia que generalmente se le concede. Más aún, el Método no existe. La divisa de la epistemología «anarquista» es que todo puede valer. Entendamos por eso que las ideas aparentemente más extrañas e irracionales pueden revelarse fecundas; que los «hechos» reputados como más dudosos pueden desencadenar investigaciones notables. En principio, ciertos imperativos metodológicos pueden servir de parapeto. Pero no es posible, en la práctica, darles un contenido preciso. En resumen, para creer que realmente existe un Método y unas Normas Racionales intangibles, es necesario mucha complacencia.

Una de las principales preguntas que lanza Feyerabend en su requisitoria contra el Método y los privilegios que se conceden a la Ciencia concierne a la naturaleza de la racionalidad. ¿No existe más que una sola «racionalidad», encarnada en las actividades científicas? ¿O bien hay que admitir que otros conocimientos (generalmente despreciados en las llamadas sociedades avanzadas) sean «racionales» a su manera? La respuesta de Feyerabend puede discutirse pero tiene el mérito de ser clara: “Los mitos son infinitamente superiores a lo que los racionalistas están dispuestos a admitir.” Muchos filósofos y

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numerosos antropólogos se complacen en contrastar el mito y la ciencia; conceden a esta última una superioridad intrínseca, como si emplease procedimientos intelectuales radicalmente diferentes de los que se encuentran en el origen de las reflexiones mítico-religiosas. Pero, siempre según Feyerabend, esto es un «cuento de Hadas». Basta con escrutar el funcionamiento efectivo de la ciencia para ver que hay a lo sumo una diferencia de grado entre conocimientos científicos y conocimientos míticos. En ambos casos el objetivo es encontrar «una unidad oculta bajo una aparente complejidad», elaborar un discurso explicatorio utilizando analogías, etc. (...)

Al describir cada tipo de saber como un lenguaje, me parece más fácil sacar a la luz todo lo que está en juego. El problema decisivo se resume entonces en una pregunta: ¿a qué intereses, a qué proyectos y a qué valores corresponden los diversos saberes? Henos aquí, de golpe, en lo relativo. No existe jerarquía absoluta de los diferentes tipos de conocimiento. ¿Cómo podríamos conocer, por otra parte, un criterio «objetivo» que permita juzgar los diversos pasos cognoscitivos? Pero podemos captar el sentido de esos mismos pasos. Para dominar y manipular la naturaleza en el estilo activista tan caro a occidente, resulta por ejemplo bastante claro que la «ciencia experimental» sea en principio un instrumento idóneo. Otros métodos y otros lenguajes teóricos pueden, por el contrario, convenir muy bien a sociedades o a individuos que se hacen otra imagen del mundo y de la vida.

Antes de emitir juicios absolutos, conviene pues pensárselo dos veces. Para fabricar ordenadores, cohetes o centrales nucleares, la «mejor» ciencia es ciertamente, la ciencia moderna. Pero para llevar una vida contemplativa o preservar la naturaleza, sin duda son más útiles otros conocimientos. Podría suceder que todos los alegatos a favor y en contra de «la ciencia» no fuesen epistemológicos más que superficialmente. En lo más recóndito si se me permite decirlo así, el verdadero tema es una cuestión ética y política. A saber: ¿cómo hay que percibir el mundo, integrarse y comportarse en él? El culto a «la ciencia», en estas condiciones, no es más que la expresión de una convicción filosófica: al estimar que poseen la mejor concepción del mundo y la mejor concepción del hombre, ¡los occidentales se imaginan que pueden, por la misma razón, exhibir los «mejores» conocimientos, cualesquiera que sean! Casi no merece la pena decir que este gran razonamiento permanece implícito la mayoría de las veces. Pero, en concreto, todo sucede como si estuviese en la base del comportamiento. De donde se deduce que cualquier otro tipo de saber se evalúa tomando como referencia las normas y los criterios que dominan en una sociedad obsesionada por la «racionalidad» de la eficacia, del rendimiento y del provecho. Todo lo que puede servir a la realización de este proyecto tan particular se presenta como «racional»; y el -resto es arrojado a las tinieblas exteriores (mentalidad primitiva, irracionalismo, magia, misticismo, etc.). Únicamente habría que estar seguro de que el concepto de racionalidad así definido tuviese un valor absoluto. ¿Por qué los hombres no podrían inventar diversos tipos de discurso «racional»?

Entendámonos: aquí no se trata de afirmar que todos los discursos vienen a ser lo mismo -ni de dar a entender que

se puede decir no importa qué...-. Sino sugerir que la «Racionalidad científica» no es necesariamente la única forma de

racionalidad. Existen muchas maneras de hacer música o de pintar; muchas maneras de concebir la naturaleza humana

o la vida social, muchas maneras de escribir. Pero se nos dice ¡que no hay más que una manera "racional" de hacer

Ciencia! (...)

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Lo que se encuentran los historiadores en general y los historiadores de la ciencia en particular, no es la Razón (universal e impersonal), sino hombres que inventan y construyen determinadas formas de racionalidad. La misma «ciencia» occidental, por elevadas que sean sus cualidades, no ha caído del cielo. Se ha elaborado poco a poco, con bastante lentitud, sin que este proceso se pueda resumir en fórmulas sencillas. En los manuales, es frecuente presentar la «revolución científica» de los comienzos del siglo xvii como un triunfo repentino del intelecto humano; y,, para precisar, algunos historiadores resaltan que primero fue necesaria una «revolución filosófica». Lo que parece exacto, por lo menos si ello significa que era necesario tener un nuevo concepto de naturaleza para inventar una ciencia nueva. Pero ¿bastó con que los filósofos tuviesen nuevas ideas? (...)

La «revolución científica» ha estado de algún modo sobredeterminada; únicamente la convergencia de múltiples factores favorables, según la expresión consagrada, la hizo posible, y casi, casi, inevitable'. No quiero decir con eso que cualquier especulación científica (o precientífica) de aquella época haya tenido siempre una «causa» directa absolutamente precisa y perfectamente reconocible; sino que el movimiento general al que se ha asistido en el terreno de la actividad cognoscitiva, puede entenderse como la expresión de un conjunto de transformaciones socioculturales que afectan a la forma de hacer, la forma de vivir, la forma de sentir y la forma de pensar. En otros términos, hago un libre uso de una hipótesis tomada prestada de eso que llamamos «sociología del conocimiento»: Cada sociedad engendra un tipo de saber (o tipos de saber) en el que se expresan (consciente o inconscientemente) las estructuras, los valores y los proyectos de esa misma sociedad. Cada sociedad, por emplear una expresión sencilla pero cómoda, tiene un estilo; y ese estilo se refleja en su concepción del Conocimiento. A la inversa, y siempre dentro de la misma perspectiva, resulta normal interrogarse sobre las bases sociales de todas las actividades cognoscitivas. Y, por ejemplo, preguntarse de donde vienen los presupuestos (filosóficos, metodológicos, semánticos, etc.) que las estructuran y las han hecho posibles.

Thuillier: conclusiones

En los debates sobre el tema, esta crítica se presenta así: al relativizar el saber científico, se haría dudar al

ciudadano del valor de la ciencia, y se la arrastraría hacia el abismo sin fondo del irracionalismo... Aquí pone manos a

la obra una lógica binaria muy sencilla. 0 se es Racional o no se es. O. se está a favor de la ciencia o se está en contra.

Mi opinión es que hay que dejar esos dilemas totalmente arbitrarios. Una vez más, la actitud que defiendo no consiste

en rechazar la ciencia, en negar en bloque el valor y la utilidad de sus teorías, etc. Sino en ver sus límites; en darse

cuenta de que los hombres de ciencia son precisamente hombres y no espíritus puros; en comprender que «el método

experimental» define un ideal pero no previene automáticamente contra los errores; en admitir que toda investigación

científica pone en juego presupuestos cuyo valor absoluto no está garantizado; en admitir igualmente que los «hechos»

se construyen sobre la base de determinadas elecciones que tal vez sean discutibles; y así sucesivamente. ¿Es mucho

pedir? Se puede comprender que esta concepción parezca demasiado tibia a los que quieran adorar nuestra ciencia. No

tiene nada que ver, en todo caso, con una condena» global y dogmática, ni con el desprecio o la condescendencia. Mis

ambiciones, en resumidas cuentas, son muy modestas... De ningún modo quiero propagar una nueva concepción

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extremista y radical de la actividad científica, sino únicamente que se cuestionen unas representaciones que, eso sí, son

francamente cienciolátricas y buenas para impedir todo ejercicio del espíritu critico.

Pero esa forma de relativizar «la ciencia» no implica que se deba descalificar de forma más o menos radical los conocimientos específicos obtenidos gracias a esa misma ciencia. Creo que esta distinción, si se quiere entablar una discusión fecunda, debe mantenerse. La ciencia moderna, por decirlo de una forma tan sencilla como es posible, nos hace percibir relaciones significativas; el patinazo de los partidarios del cientificismo comienza únicamente en el momento en que consideran que no es posible ninguna otra manera de percibir lo real.