"entre morera y curanipe"

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Novela “Entre Morera y Curanipe” Pepet vive con su familia como medieros del señor Gisbert y sueña con viajar un día a tierras de América. Esta es la historia de don José Pastor Rodríguez, vizconde de Morera, que partió de Alcoy con quince años y dividió su vida entre Europa y América, entre Morera (España) y Curanipe (Chile), siendo uno más de tantos emigrantes españoles que tuvieron que salir de un país agonizante para poder ganarse la vida.

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  • ENTRE MORERA

    Y

    CURANIPE

    Jos Carlos Torr Casanova

  • 2013 Jos Carlos Torr

    1 edicin

    ISBN:

    Impreso en Espaa / Printed in Spain

    Impreso por Bubok

  • Si tienes sueos

    Ten cuidado porque

    Un da pueden

    Convertirse en realidad

  • INDICE

    Prlogo

    PRIMERA PARTE

    Captulo 1 1850 El nacimiento

    Captulo 2 1862 Las dudas de Pepet

    Captulo 3 1864 El to Sebastin

    Captulo 4 1865 La marcha

    Captulo 5 1865 Villanueva del Grao

    Captulo 6 1865 El barco

    Captulo 7 1865 El desembarco

    Captulo 8 1865 Buenos Aires

    Captulo 9 1865 Navidad

    Captulo 10 1866 1868 Corrientes

    Captulo 11 1869 Viaje a Espaa

    Captulo 12 1869 - 1873 Mendoza

    SEGUNDA PARTE

    Captulo 13 1873 Antofagasta

    Captulo 14 1873 Morera

    Captulo 15 1879 La guerra del Pacfico

    Captulo 16 1880 Valentina

    TERCERA PARTE

    Captulo 17 1888 - 1890 La casa Sazie

    Captulo 18 1906 Alcoy

    Captulo 19 1906 1910 Sociedad Estannfera Totoral

    Captulo 20 1915 El vizconde de Morera

    Captulo 21 1929 Navidad en Curanipe

    Eplogo

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    Prlogo

    1890 La nia miraba a su madre a travs del cristal esperando a que sta se levantara de la cama. A su lado, una enfermera posaba su mano sobre su hombro intentando consolarla. - Hoy tampoco se levanta mi madre? A la enfermera se le rompa el corazn al or a la pequea. Su madre tena tuberculosis y estaba aislada en una sala por temor al contagio. Su tos, cada vez ms frecuente, le golpeaba la cabeza y los esputos que sacaba eran cada vez ms oscuros, como si los intestinos se le fueran por la boca. Su tez era blanquecina y los labios apenas se distinguan del resto de la cara. Qu ms quisiera ella que levantarse, pero no tena fuerzas, se le escapaban a cada minuto que pasaba. Pobre hija, pensaba la mujer, viene a verme todos los das sin fallar uno. Hasta la semana pasada estuvieron las dos en casa pero notaba que la vida se le escapaba entre las manos y la tuvieron que internar. Qu era lo que tena? Nadie le deca nada pero no haca falta, saba que se mora, por eso pidi a la enfermera que redactase una carta y luego ella la firmara. Si muriera, se la entregara a su hija con unas instrucciones. La enfermera accedi y ahora la carta estaba en su poder por si era necesario. La mujer cerr los ojos, le pesaban demasiado, le dola la cabeza, no tena fuerzas para pensar en nada ms. Al verla as, la enfermera pens lo peor. - Qu le pasa a mi madre? grit la nia. - No lo s. Espera, voy a llamar al mdico.

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    ste auscult a la mujer y no oy ningn latido. Los dos miraron a la pequea. Ahora viene lo peor, pens la enfermera Fuera, la nia lloraba. La enfermera intent calmarla sin conseguirlo. Cuando se apacigu le dio la carta. - Qu es eso? - Es una carta. Se la tienes que entregar a este hombre dijo sealando el nombre que figuraba en el sobre. - Tambin me dio dinero. Irs a Santiago en tren a esta direccin y preguntars por l. - Ese hombre es mi pap? - Eso no me lo dijo. Pero l se har cargo de ti. Eso s me lo dijo. La nia recogi sus cosas de casa acompaada por la enfermera y juntas fueron a la estacin. El tren no tardara en salir. - Si no lo encuentras, vuelve al hospital. - Bien. La nia subi al tren y se sent en uno de los bancos de madera. A su lado, una mujer oronda acompaada de sus hijos, cargada con sus canastos. La nia se sent al lado de la ventanilla y salud a la enfermera que le devolvi el saludo. Adis pequea, que Dios te acompae. El trayecto era largo pero ella no lo saba. Era la primera vez que suba en tren y su carita pegada al cristal devoraba el paisaje. Su madre se haba muerto y ahora ella quedaba sola en el mundo. Sera su padre ese hombre? Y si no lo encontraba? El traqueteo del tren la durmi.

    Despus de varias horas de trayecto, el tren lleg a la estacin y se par. La enfermera le haba dicho la calle por

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    la que tena que preguntar. Tienes que ir recto en aquella direccin, nia, le dijo una seora. Al final tuerces a la izquierda y despus pregunta por all. La enfermera le haba dicho que era una casa grande y al verla pens que ya haba llegado. Se dirigi a la puerta principal y llam. - Busco al seor Pastor. - El seor no est, nia. Toda la familia est en Cauquenes. - Tengo que verlo seora. - Has de volver a la estacin y coger el tren a Parral y de all a Cauquenes tendrs que ver a alguien que te lleve. - Gracias seora. La nia estaba muy cansada, se sent en una esquina y se durmi. Anda entra nia, le dijo la criada al verla en la calle. Esta noche podrs dormir aqu. Al da siguiente emprendi la marcha. La enfermera le haba dado dinero. - Un billete a Parral. - Por la va 5, por all nia. - Gracias seor. En dos das haba tenido que subir a dos trenes. Le gustaba viajar en tren. Vea los animales, las montaas, los ros, los rboles. Cuando paraban en una estacin miraba a la gente que suba y bajaba. Dnde iban? Se acordaba de su mam. Estara en el cielo mirndola? Ya en Cauquenes pregunt. Ah!, la quinta Pastor, espera que te indico, no te preocupes.

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    Valentina respiraba hondo para soportar la siguiente contraccin. Todava tena en la memoria sus anteriores partos. Era lo que ms tema pero la satisfaccin de ver despus al beb, al guagua en sus manos, era superior al dolor que tena que sufrir ahora. - Grite todo lo que quiera seora le deca la comadrona. - Ich kann nicht mehr Charo, yo no puedo ms dijo con su caracterstico acento. - Un esfuerzo ms, ya falta poco. Su marido esperaba impaciente en el saln. Dnde estara ese medico? No es que hiciera falta pero l se senta ms tranquilo si estaba don Melquades. Valentina segua gritando cada vez ms fuerte. Don Jos fue a la habitacin a ver a las pequeas Amelia y Marta. La criada estaba con ellas por si se despertaban. - Han preguntado algo? - No, desde aqu no se oye nada. - Mejor as. Buenas noches. - Buenas noches seor. Al salir oy que llamaban a la puerta. Era el doctor. Ya era hora! Don Jos abri y se encontr de bruces con la nia. Al principio su reaccin fue la de cerrar la puerta, no quera pedigeos ahora, pero despus de mirarla unos segundos se fij en esos ojos y la impresin fue grande porque... No puede ser, pens. El corazn empez a golpearle la cabeza. No saba qu hacer. Mir dentro de la casa, ya no se oan los gritos de Valentina. Pero esa nia? Era imposible. Intent decir algo pero no le sala la voz. Fueron unos segundos de gran desconcierto. Entonces la voz que se oy fue la de la comadrona. Una nia!, dijo. Claro que era una nia, eso ya lo saba l, la tena delante. Pero Era imposible! - Es usted el seor don Jos Pastor? pregunt la nia.

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    - S acert a decir. - Yo soy Rosa Aravena. - Y tus padres? - Mi madre muri ayer y me dio esta carta para usted. No caba duda de que era ella. Recordaba esa letra inconfundible Cuntos aos haban pasado? Los recuerdos se le agolparon en la mente, todos queran salir de repente. Se acordaba de su madre, de las historias que le contaba de cmo naci. Y se acordaba de los primeros aos. Toda la vida le pas por delante en un segundo.

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    PRIMERA PARTE

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    Capitulo 1

    1850 El nacimiento

    Cuando lleg la carta, Lola se puso histrica. Algo pasaba en la familia, no caba duda. Si no a qu una carta? Pepe intentaba tranquilizarla, no deba alterarse as y menos en su estado. - Rogelio, anda, lenos la carta, no te quedes ah pasmao como si no hubieras visto una parturienta histrica en toa tu vida le dijo al cartero mientras segua dando vueltas a la mesa sin parar de gritar seguida de su marido. Rogelio, algo nervioso, rasg el sobre y se dispuso a leer la carta. Granada, 12 de febrero de 1850... - Madre ma, ya han pasado tres semanas. La letra era de redondilla, bien equilibrada y por tanto fcil de leer. Se notaba que la habra escrito algn cura o alguien letrado. Querida hermana: - Ese es mi hermano, el Sebastin, que es maestro - le explic a Rogelio - Es el nico que sabe escribir de toa la familia. - Pero quieres dejar de interrumpir la increp Pepe A este pas no senterarem de res

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    - Ay hijo, no me hables en valensiano que no me entero de na. - No s cm em vaig fixar en t farfull entre dientes Perque ests ben bona que si no... Rogelio esperaba paciente a que lo dejaran seguir y cuando los dos quedaron callados, mirndolo, prosigui. Espero ests bien. Nosotros aqu andamos preocupados por madre... - Hay mi mare!. Mira que me lo imaginaba. Rogelio volvi a detenerse pero esta vez Lola se call enseguida, mordisquendose los dientes. ... que no anda muy bien estos ltimos das. El mdico dice que debe descansar pero yo no le veo buena cara. Ya sabes como es ella, siempre animada, pero tiene los labios muy blancos y no me gusta nada. Igual se le pasa dentro de unos das, ya te escribir. Padre est bien, mayor, pero bien. En los ltimos das llora mucho, dice que no sabe qu har sin su Doloritas. A ver si te decides un da y me escribes una carta y me cuentas cmo estis todos por ah. Qu tal el Ricardn? El pobre, dile que su to se acuerda mucho de l. Y Antoito? estar hecho todo un hombretn. Lolita debe estar muy cambiada. Dile a Pepe que si viene algn da nos echaremos unas buenas partidas al domin con unos chatitos de vino. Esperando que todo vaya muy bien, se despide, este que lo es: Tu hermano Sebastin Rodrguez - Mi mare se muere, mi hermano no me lo ha querido decir, pero sta se me muere. Pepe, tenemos que ir a Gran, quiero estar a su lao.

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    - Pero cmo vamos a ir a Granada en tu estado? Parirs a mitad camino. No, no. - Pues si t no vienes me voy yo sola. - Dimoni de dona! Rogelio dej la carta encima de la mesa, carg la saca y sali a seguir su ronda por los caminos de Alcoy. Aunque el genio se le iba por la boca, Lola en realidad era una mujer muy cariosa, enamorada de su marido y de sus hijos. Azuzados por el hambre, los Rodrguez, tres hermanos con parte de sus familias, decidieron salir hacia tierras valencianas y catalanas. Ms de veinte almas emprendieron el camino en busca de algo mejor. Algunos subieron ms arriba pero cuando los padres de Lola vieron la sierra de Alcoy, pensaron que su viaje haba terminado. Cuando Lola se cas con Pepe, se fueron a vivir todos a la finca de los Gisbert, en la casa para los medieros. Dos aos despus, sus padres se volvieron para Granada. Estaban muy mayores para andar por esos mundos de Dios. Ahora su hija estaba en buenas manos y a ellos les tocaba retirarse. Su hermano Sebastin se haba quedado en Granada estudiando hasta que obtuvo plaza de maestro en una de las escuelas. Para la boda fue a verlos y despus tambin dos o tres veces, en verano, para las vacaciones. Los nios estaban enamorados con el to Sebastin. El mayor, Antoito, ya tena seis aos, Lola tena cuatro y Ricardn, que tena problemas con la vista, tena dos aos. Cuando empez a caminar se daba golpes, pareca que no vea lo que tena delante. El mdico lo examin en el hospital civil y dijo que tena muy poca visin en los ojos, pero que fuera de vez en cuando para hacerle un reconocimiento. Y ahora, lo que les mandara el Seor.

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    Pepe haba nacido en Alcoy, igual que toda su familia. Su padre ya llevaba la finca de los Gisbert y cuando muri, l la sigui llevando. No tena estudios ni falta que le hacan. Lo que deba saber lo saba y bien. Los campos estaban bien abonados con guano, los rboles bien podados y el trabajo siempre bien hecho. Vivan de lo que les daba el campo, as que ya procuraba que fuera lo mximo posible. Al principio le ayudaba su mujer, pero ahora con todos los nios, no tena tiempo para nada. Los seores Gisbert vivan en Valencia y solo aparecan para las fiestas de San Jorge y en los meses de verano, para pagarle a Pepe lo que haba sacado de la venta de la recolecta. Lola, unos das antes, abra la casa y la limpiaba a fondo. Cuando se marchaban, lo cerraba todo hasta el ao siguiente. El seor Gisbert era un importante abogado que tena su bufete en la capital. A veces iba a Alcoy por asuntos de trabajo. Lola siempre tena una habitacin preparada por si vena el seor. El mes de febrero era la poca de menos trabajo, aunque no deba descuidarse lo ms mnimo. Saba que si su mujer se empeaba en ir a Granada, all tendran que ir. Pepe calcul el tiempo que les llevara y, yendo rpidos, con dos buenos caballos, en dos semanas podran hacer el viaje de ida y vuelta. Esperaba que al seor no se le ocurriera ir ningn da porque se encontrara con todo cerrado. Le dejara una nota que le escribira don Froiln, el cura de la parroquia. Un asunto familiar, dira. Por otra parte, tendra que llevar los nios a casa de su hermana Rosa, ella los cuidara bien. Si se los llevaban con ellos tardaran mucho ms. Era mejor as. Despus de dos semanas en las que Lola no dej de darle la lata a Pepe con que tenan que ir a ver a su madre, ste

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    cedi por fin y le pidi que lo preparara todo, pero que los nios se quedaban con su hermana. - Por lo menos a Ricardn nos lo llevamos. - No, el pequeo se queda, es el que ms trabajo nos dara. - Tu hermana no podr con todos. - Tu vers, o nos vamos solos o nos quedamos. Lola resopl aguantando la flema que siempre llevaba dentro, dio un golpe encima de la mesa y por fin dijo: - T mandas. - Aix est millor A Pepe le costaba dominarla pero saba que no poda ceder ni un milmetro en nada porque en cuanto se descuidaba, se le suba a la cabeza. Rosa era la hermana menor de Pepe. Haca unos aos se qued viuda y ahora viva sola en la casa con su hijo pequeo. Ella se alegraba de ver a sus sobrinos cuando iban a visitarla pero ahora, dos semanas con ellos, eso era demasiado. - Ya se lo he dicho a tu hermano, pero l dise que te tienes que quedar con ellos, eah. - Bueno, ya me las arreglar. El Antoito es mayor y cuidar de sus hermanos verdad que s? Pero Antoito no quera saber nada de nios. A ellos los cuidaba su madre, l se pasaba el da detrs de su padre. Solo haba que verlo, los mofletes rojos y la frente blanca por la boina, igual que su padre. Lola se pona enferma al ver al nio con la azada que le hizo Pepe, pero no poda hacer nada para evitarlo. - A Ricardn no lo pierdas de vista. - Lola, t no te preocupes por m y mira ms por t. No s cmo se te ocurre marcharte en tu estado.

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    - Pues cuando volvamos, ves pensando en ayudarme le dijo Lola Te necesitar ms que antes Rosa. Con cuatro nios y la casa no voy a poder con t. - Bueno ya lo hablaremos. Desde Alcoy, primero cruzaron el barranco de la Batalla, despus bajaron el puerto de la Carrasqueta hasta Xixona y Alicante. De all a tierras murcianas y despus, las andaluzas. Lola deca que vivan en un agujero en mitad de las montaas y que para salir de all haca falta la ayuda de la Virgen. - Dios mo cuntas vueltesitas que da el dichoso caminito. Con lo bien que estaba yo en mi casa de Gran! - Lola advirti Pepe pacientemente No em fases parlar - T parla lo que quieras, mi arma dijo ella riendo. Lola estaba muy contenta porque iba a su tierra. Ms de diez aos haca que sali y desde entonces no haba vuelto. Cmo estara todo? Y su madre? Estara bien? Seguro que s. Estaran unos das con ella y despus se volveran a casa. Despus de tres das de camino llegaron a Granada, al barrio de San Ildefonso, en la calle Pernaleros Alto, una calle muy estrecha con las casas pintadas de cal y la ropa tendida al sol. Un jazmn sealaba la casa de los Rodrguez. Era media maana. La puerta estaba cerrada, algo inusual. - Qu mal fario me da esto Pepe. La verdad es que no era normal. No haba nadie por la calle. Llamaron a la puerta de al lado y tampoco les abrieron. - Que la estn enterrando Pepe, que mi madre se ha muerto.

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    Pepe empez a ponerse nervioso tambin. Algo grave deba haber pasado de lo contrario alguien habra en las casas. Lola empez a ponerse ms nerviosa de lo normal y se tuvo que apoyar en la pared. - Ay Pepe que viene el nio. Ay Pepe que no me aguanto ms. Empieso a tener dolores. Lo que faltaba. Despus de tres das tranquilos, solo faltaba que se pusiera a parir all. - Socorro! grit Pepe. Vea a su mujer cada vez ms plida. Empezaba el parto, no caba duda. Y no haba nadie! Per el amor de Deu, que vinga alg. Con los gritos alguien se asom a un balcn y al ver a la mujer a punto de parir, baj a la calle. Era una mujer mayor a la que apenas se le entenda lo que deca, pero con los gestos pareca invitarlos a entrar en la casa. - T eres la hija de la Dolores. Sus habis llegao ora? Lola no poda responder y Pepe adivin lo que preguntaba. - S seora, venimos de tierras de Alicante, pero no hay nadie en la casa. Entraron los tres. Lola iba cogida de su marido. Las habitaciones estaban arriba, haba que subir la escalera. Un ltimo esfuerzo. La puerta de la derecha. Lola se dej caer de bruces y la mujer sac al hombre casi empujndolo. - Estn todos en el cementerio le dijo la mujer cuando salieron. - Entonces se ha muerto la madre? pregunt Pepe en voz baja. - La madre? No, el padre. - El padre? Pero qu ha pasado? - Luego, luego. Espere bajo, el nio no tardar. Se haba muerto el padre. Cmo podra haber sido?

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    Menos mal que estaba esa mujer, de lo contrario ya se vea con Lola en la calle pariendo en mitad de la nada. Qu susto por Dios! Lola gritaba con cada contraccin. En qu mala hora se les haba ocurrido hacer el viaje, total para nada. Pero Lola era cabezota. Saldra el nio as de cabezota? Esperaba que no. Los otros no lo parecan, haban salido ms a l. Antoito era el que ms mal genio pareca tener, Ricardn tena el problema de la vista y Lolita todava era muy pequea. Pepe sali a la calle desde la que slo se oan los gritos de su mujer, se sent en el suelo y esper. No tard en or murmullos de gente, cada vez ms cercanos. Cuando empezaron a aparecer los primeros, se levant y se acerc a la casa de sus suegros hasta que apareci Sebastin del que iba cogida su madre del brazo, vestida de negro. - Pepe, eres t? Y mi hermana? Dolores lo miraba en silencio esperando su respuesta cuando oyeron otro grito de Lola. - A punto de parir les dijo Vamos. Los tres entraron en la casa de la vecina. Sebastin acompa a su madre hasta la habitacin donde estaba su hija y luego baj. Fuera, cada uno explic al otro los ltimos acontecimientos. Ellos haban recibido la carta de Sebastin y Lola se empecin en hacer el viaje a pesar de su estado. - De eso hace casi dos meses dijo Sebastin. - Es posible. - Lo de mi madre no fue nada. Lamento haberla alarmado as. Lo peor fue lo de mi padre. - Qu le ha pasado?

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    - Un clico miserere. Ayer no se levant, vino el mdico y certific su muerte. - Pero estaba mal? - Nada Pepe, como una rosa. Hacindose mayor, ya sabes, pero nada. Anoche lo velamos y esta maana a San Ildefonso y al cementerio. No somos n. - Nosotros, al llegar y no ver a nadie, hemos pensado lo peor y por lo visto eso ha puesto en marcha el parto de Lola. Lo que no s es qu habr pensado al ver entrar a tu madre. - Espero que no le diga lo de mi padre todava. - Algo le tendr que decir. Todava pasaron dos horas hasta que oyeron el dbil llanto del nio. Baj la mujer y anunci el nacimiento de su hijo. - Un nio, ha so un nio. Los dos hombres se felicitaron y subieron a ver a Lola. - Cmo se encuentra, Dolores? - La vida es un mistirio dijo la abuela -No ser este nio mi maro? La habitacin era tan pequea que apenas caba la cama. Lola estaba sudando todava. Haba cerrado los ojos, estaba agotada, primero por el viaje y despus por el parto. - Le ha dicho usted algo? le pregunt entre susurros a su suegra. - No me he podo aguantar. Qu quieres. Las mujeres semos asn. - S, es mejor as dijo Pepe. Esa tarde la pas Lola en la cama y al da siguiente, entre todos la llevaron a la casa de sus padres agradecindole a la mujer lo que haba hecho por ellos.

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    - Los vecinos estamos para lo que haga falta. Vaya, vaya a cuidar de su mujer. Todava se qued Lola en cama otro da antes de que pudiera levantarse. Pepe saba que no estaba para viajar y que por lo menos tendran que quedarse una semana ms. - Entonces hay que preparar el bautizo dijo la seora Dolores El chico no puede quedarse sin bautizar. Ahora voy a hablar con el prroco y que lo prepare t pal domingo. - Cmo es la vida dijo Sebastin Apenas hemos tenido tiempo de llorarle a mi padre y la verdad es que no nos apetece hacerlo. La alegra de ver a ese pequeo por aqu nos ha quitado las penas. Pero Pepe no estaba para monsergas. Una semana! Lo que le faltaba. Su hermana con los nios y al seor Gisbert que no se le ocurriera ir por la finca. Estaba que no le tocaba la ropa en el cuerpo. - T qu dices cuado? le pregunt Sebastin. - Yo? Que tengo mucho trabajo all y que nos tendremos que quedar ms tiempo de lo que pensaba. - Pero no te alegras de tener a otro hijo? - Hombre, s, me alegro. Ya saba que lo bamos a tener, as que, no nos viene de nuevo. - Cmo se nota que no es el primero. Como estaban de luto, no podan ir a la cantina a tomarse unos vinos ni a jugar al domin. As que Pepe se tuvo que quedar en la casa todo el da y todos los das sin nada que hacer. Despus de unos das, Lola estuvo repuesta y dese ir al cementerio a ver a su padre. Tena sentimientos encontrados. La alegra de haber parido un nio era inmensa, pero que su padre no pudiera ver a su nieto le daba mucha pena.

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    Lola y Pepe se arrodillaron frente a la tumba de su padre. - Si hubiramos venido antes, todava lo habramos visto en vida. - Y posiblemente, a la vuelta l hubiera muerto y me habras echado la culpa tambin por no poder haber ido al entierro respondi Pepe. Lola mir a su marido y call porque saba que tena razn. Contra los designios de Dios no se poda hacer nada. - Todava tenemos que dar gracias porque el parto ha ido bien. El luto les impeda hacer ninguna celebracin pero al menos invitaron a algunos de sus familiares y vecinos. Lola quera que hubiera alguien con ellos. - Hija, que estamos de luto. - Pero algo haremos no? Por lo menos un chocolate. Tenemos que hacer pan y unos pasteles madre. Vaya a comprar harina y huevos. - T no te muevas que tienes que recuperar fuerzas. - Eso, eso dijo Pepe que el lunes nos vamos. - Bueno hombre, parece que no quieras estar con mi familia. - No es eso mujer, pero los nios... - A los nios no has querido traerlos y ahora te aguantas. - Esta dona! A las ocho de la maana de domingo 14 de abril estaban todos delante de la iglesia. Lola llevaba al pequeo en brazos y con ella la familia y los vecinos. La mayora de familiares se haban ido a Valencia y a Barcelona y eran pocos los que quedaban en Granada. En total no eran ms de quince los que se haban congregado con ellos.

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    Entraron en la iglesia de San Ildefonso donde el prroco los estaba esperando y les pregunt por el nombre del nio. Lola y Pepe se quedaron mirndose. Todava no haban pensado en ello. Qu nombre le pondran? Antoito llevaba el nombre de un abuelo y Ricardn el del otro. - No me mires as dijo Lola Pepe no me gusta nada para un nio. Pepe respir hondo y, desviando la mirada de su mujer, se dirigi al cura y le dijo. - El nio se llamar Jos Pastor Rodrguez. - Pero... Pepe se gir mirando a su mujer y con la mirada la hizo callar. Lola apret los puos y golpe una silla. - Tu mandas resopl. - Aix est millor.

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    Captulo 2

    1862 Las dudas de Pepet

    Tras una noche de lluvia del mes de abril, las hojas de los rboles recin estrenadas asomaban tmidas queriendo adornar la primavera. Pequeos puntos de colores empezaban a aparecer y el olor y el polen de las flores, impregnaba el ambiente. El invierno era crudo en Alcoy. Muchos eran los aos en los que la nieve mostraba su fuerza y los Pastor tenan que permanecer en la casa al calor del fuego, esperando que el clima fuera ms propenso para el trabajo. Despus de comer, Lola y su hija limpiaban la cocina. Era el momento de silencio en la casa, pero esa tarde lo rompi la llegada de los coches de caballos a la casa del amo: eran las fiestas del pueblo, las fiestas de San Jorge. Pepe estaba sentado debajo de una higuera intentando dormir la siesta y Antonio andaba dando de comer a las gallinas. Pepet y Ricardo estaban sentados en silencio a la puerta de la casa cuando lleg su amigo, el negro Juano. Ricardo lo oli al instante. - Dnde vas Juano? le pregunt Ricardo antes de que ste hablara. - Cmo sabes que soy yo si no he dicho nada? Algn da me lo explicars. - Los ciegos tenemos los otros sentidos ms desarrollados dijo sonriendo.

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    Juano era el hijo de la seora Juana, la vecina que tenan ms prxima. Tena la tez morena, mucho ms de lo normal, lo cual daba pbulo a habladuras porque nunca conoci nadie a su padre y se comentaba si sera un negro que pas por el pueblo y dej embarazada a su madre. El chico no tena con quin hablar, por eso, cada dos por tres estaba en la casa de los Pastor. Lola, al verlos a los tres juntos se temi lo peor y les advirti que no se acercaran a la casa del amo. No madre, contest Pepet levantndose. Ricardo apoy la mano en la espalda de su hermano y se fueron a dar una vuelta. Cuando saban que su madre no los vea, se agazaparon y se encaramaron a una de las ventanas de la casa del amo. Dentro se vea el saln con una gran mesa en el centro, varios cuadros colgados por las paredes, jarrones, sillones, una pequea biblioteca y en definitiva, todo aquello que los chicos nunca haban visto de cerca y que, cuando tenan oportunidad, se embelesaban en su contemplacin. Seguan llegando amigos de los seores. Los hombres, con elegantes trajes y las seoras, con sombreros y vestidos largos de vistosos colores. Qu envidia tena Pepet de ese boato y ostentacin. - Explicadme lo que veis les pidi Ricardo por recrear en su imaginacin todo aquello que le pudieran contar. - Vemos a mucha gente muy elegante. - Dime cmo van vestidos. - No s cmo explicrtelo Ricardo. Imagina unos zapatos duros que brillan, imagina una telas finas y bonitas, imagina a las mujeres con grandes sombreros y a los nios bien peinados. Ricardo se acordaba de las cosas. Fue perdiendo la vista paulatinamente y desde haca unos meses ya vea muy poco, solo sombras y luces. Todava poda acordarse de las caras de sus padres y hermanos, de los colores, de las

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    formas, de todo. El hecho de ir perdiendo la vista gradualmente le haba permitido habituarse a su entorno y saba en todo momento donde estaba. - Yo no s si podra ir con esos vestidos, Pepet. Prefiero ir as contest Juano. - No digas tonteras dijo Ricardo - Cuando uno tiene dinero puede vestir bien y no trabajar en la tierra. - Pero en alguna parte tendrs que trabajar para ganar dinero. - S, pero no en la tierra todo el ao pasando fro y calor a las rdenes de un hermano que te quiere reventar. - No digas eso de Antonio hombre. Los tres chicos estaban sentados pegados a una de las paredes de la casa. Mientras hablaban, no se dieron cuenta que el seor Gisbert los estaba mirando hasta que Ricardo oy algo extrao y advirti a su hermano. - Qu pasa Ricardo? - Creo que hay alguien por aqu cerca. Pepet se gir y vio al amo. El seor Gisbert era un hombre serio, nunca lo haban visto sonrer. Su barba siempre bien afeitada lo haca parecer muy mayor. Llevaba un reloj de bolsillo entre las manos mirando la hora. Pepet se levant lentamente esperando una buena reprimenda y se acerc al amo. - Pepet, cuntos aos tienes? - Doce seor. - Sabes leer y escribir? - S seor. - Obedeces a tus padres verdad? - S seor. - Pues no lo parece. Eres un chico educado pero siempre andas por donde no debes. Id a jugar por ah, no os quiero ver rondando por la casa.

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    Desde la cocina, Lola mir a la casa del amo y vio la escena. Dej todo y sali corriendo a su encuentro. - Perdone seor dijo Lola Vamos, levantaos y no volvis por aqu les orden a los chicos. - Tenlos ms atados Lola, que dan mal ejemplo. - S seor, lo que usted diga seor. Pepet cogi a su hermano de la mano y empezaron a correr antes de que su madre les diera una buena paliza y cuando vieron que su madre lleg a la casa se sentaron a descansar en la pinada. - Siempre nos pillan dijo Ricardo. - Qu ganas tengo de marcharme de aqu. - Qu dices? dijo Juano - Dnde vas a ir? - No lo s, pero lejos de aqu. Desde all oan a su madre gritarle a su padre. ste se levant y siguieron discutiendo. Sera por ellos? Seguro que s. Pepet cogi unas piedras y las lanz contra los rboles. Las tiraba con rabia, como si quisiera talarlos con cada piedra. - Vamos a ver chicas? propuso Ricardo. - Dnde? - Al pueblo. Son las fiestas de San Jorge y hay muchas chicas en la plaza. - Est muy lejos. - Dile a madre que nos vamos. - Ni pensarlo. No nos dejaran ir sin ellos. A lo mejor vamos maana todos juntos. - Entonces ir con vosotros - dijo Juano entusiasmado. A Ricardo le gustaba el olor de la resina de los pinos y el ligero viento que soplaba haca hablar a los rboles a sus odos. - Los os? pregunt. - A quin?

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    - A los rboles. Estn hablando y silbando. - Qu imaginacin tienes. - No tengo otra cosa. La tarde languideca y los chicos seguan con su conversacin medio infantil, medio adolescente. Cuando Juano se march, los hermanos entraron en la casa. Todos estaban sentados a la mesa esperndolos. - De dnde vens? pregunt su madre. - De la pinada. - No quiero volver a veros rondando por la casa del amo. Entendido? - S madre. Cuando su madre termin con la reprimenda, su hermano Antonio le dijo que maana tena que trabajar. - No vamos a las fiestas del pueblo? pregunt Pepet mirando a sus padres, buscando su proteccin. Siempre iban a las fiestas, por lo menos un da. Los padres miraron a su hijo mayor sin entender lo que le deca a su hermano pequeo. Claro que iban a ir a las fiestas. - Por lo menos que d de comer a los animales. Despus nos iremos todos propuso Antonio. - Est bien respondi Pepet resignado. Por qu tena que obedecer siempre a su hermano? Sus padres no tenan nada que decir? Pareca que le tenan miedo. Pero Pepet no era as y algn da se iba a acordar su hermano de l. Por esas fechas, Pepet cumpla aos, aunque no lo celebraba nunca. l saba que cuando eran las fiestas de San Jorge, l cumpla los aos. Eran unas fiestas especiales que procuraba no perderse nunca. Haca dos aos, se escap toda una tarde al pueblo. Sus padres estuvieron buscndolo hasta que apareci por la noche. Su

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    madre estaba tan alterada que empez a darle golpes y empujones mientras lo increpaba por la fechora que haba hecho. En cambio su padre no le puso la mano encima nunca. Pero lo que son las cosas, tena ms respeto a su padre que a su madre. Al da siguiente, Pepet se levant a las seis, cuando oy el canto del gallo. Dio de comer a los animales y a las siete estaba sentado a la mesa para desayunar. Su madre lo oy y se levant tambin para prepararle el desayuno. Demonio de cro, cunto la haca sufrir y cunto lo quera. Era el ms pequeo pero el ms espabilado. La verdad es que no tena mucha competencia. A quin habra salido? A ella, estaba claro. El parto que haba tenido era el culpable del genio que tena. A cada uno de sus hijos lo quera de una forma diferente. Antonio era el mayor, el que iba a heredar la mediera, Lolita era la nica nia que tena y Ricardo necesitaba de un cario especial. Pero Pepet, eso era harina de otro costal. Tal vez el pequeo se daba cuenta que deba espabilarse para ganarse el pan cuando fuera mayor porque en la finca no podra quedarse aunque todava era pronto. Tiempo al tiempo. Pero como si fuera una premonicin, el pequeo pareci adivinarle los pensamientos. - Madre. - Dime Pepet. - Cuando sea mayor me tendr que marchar de la finca verdad? La madre se qued paralizada. Tan descolocada qued que por un momento no supo qu contestarle. Cuando pudo reaccionar le pregunt quin le haba dicho eso. Los dems dorman todava y tal vez por eso el chico aprovech para hablar con su madre. - Nadie madre, pero siempre es as verdad?

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    - Anda, termnate la leche. Pepet mir con sus grandes ojos a su madre mientras apuraba el vaso de leche. Lola estaba de lo ms nerviosa. Algo de lo que no deban hablar hasta pasados por lo menos diez aos, apareca de repente en la conversacin de su hijo como si fuera todo un hombre. Pepet estaba esperando una respuesta de su madre. - Primero buscars casa, te casars y tendrs una familia. No pienses en eso ahora intent calmar a su hijo Adems, hoy son las fiestas y tenemos que estar contentos. Conoces el nombre de las filaes? Pepet desconect de sus pensamientos con esa pregunta de su madre. - Claro eso es fcil: La Llana, segunda de Llana, tercera de Llana, cuarta de Llana.... - Ja, ja, ja. Y de los Cristianos? - Solo me acuerdo de los Andaluces, porque son como t: andaluces. - Eres un demonio de cro. Venga, despierta a tus hermanos que nos vamos a misa y despus a ver las entradas.

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    Captulo 3

    1864 El to Sebastin

    Pepet y Ricardo eran carne y ua. Despus del duro trabajo diario en el que Pepet se dejaba la piel para su hermano Antonio, porque era quien heredara la mediera, se sentaba al lado de su hermano Ricardo a descansar. Era el nico momento del da que esperaba con verdaderas ganas. Y charlaban de lo que les preocupaba, de sus inquietudes, de sus pensamientos en general. El pobre Ricardo poco poda aportar al trabajo diario y mal le saba ser una carga para todos. - No te preocupes, yo trabajo por los dos. - Eso es verdad. Padre, Antonio y t llevis la finca y por eso no nos falta la comida en casa. - Algn da se acordar de m amenaz Pepet - Aunque no haya nada que hacer, me hace que labre, que coja el hacha para cortar lea, que repase las herramientas. Hay das que no puedo moverme por la noche. - No hablemos de eso ahora. Ricardo se tumb en el suelo con los brazos detrs de la cabeza mirando el cielo - Imagina que nos vamos de viaje y no volvemos ms. Que tuviramos todas las chicas que quisiramos, que no trabajramos. - Qu imaginacin tienes! Siempre te lo digo pero es verdad. A m me gustara marcharme de aqu, ya lo sabes,

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    pero no s dnde ir. A otra finca no podra, a trabajar en el pueblo, no s dnde. Estoy hecho un lo Ricardo. Despus de unos minutos de silencio Ricardo record algo. - Pronto vendr el to Sebastin. El ao pasado no vino y no me extraara que pronto apareciera por aqu. - S, es verdad. Con el to lo pasamos bien. Nos cuenta historias del colegio, de Granada, de la Alhambra. Te acuerdas? Nos trajo un libro que se llamaba Cuentos de la Alhambra. - S y sabe leer muy bien. Cada noche nos contaba una historia. Nos haca cerrar los ojos, aunque a m no me hace falta, e imaginar los salones de la Alhambra, los jardines. Pepet cerr los ojos y se acord de esas noches de verano. Le pareca or la caracterstica voz andaluza de su to. Lola los estaba escuchando desde la cocina, zurciendo los pantalones de los hombres y sin querer se traslad a los aos de su infancia en los que se iba con su hermano al Albaicn, al lado del barrio de San Ildefonso. Desde all vean toda la ciudad y se imaginaban ser los Reyes Catlicos. Estaba claro que sus hijos haban heredado su imaginacin y estaban encantados con Sebastin. Cmo quera a su hermano. Eran tan diferentes y en cambio tenan los mismos gustos. S, le haba escrito anunciando su llegada pero esta vez no les dijo nada a los chicos para que no se impacientaran. Ella s que estaba impaciente por verlo y darle un gran abrazo. Todava pas una semana con sus siete das. Lola pensaba que ya no vendra cuando una tarde oy llegar una carreta. Se asom a la ventana de la cocina y vio la figura inconfundible de su hermano. Pero. Quin iba a su lado? Los hombres estaban acabando su trabajo, Lolita ya no viva con ellos, se haba casado y se haba ido a vivir al

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    pueblo. Y Ricardo haca su paseo habitual por la finca, la conoca de memoria. Todava vea luces y sombras y eso le bastaba para moverse como pez en el agua. El pobre no poda hacer nada y eso le serva de tranquilizante. En el hospital hacan todo lo que podan y cada ao iba para que le hicieran una revisin. Lola se sec las manos y sali a la puerta de la casa a esperar que llegara con los brazos en jarras, conteniendo la emocin y las ganas de abalanzarse a sus brazos, pero esta vez no poda hacerlo. Era una mujer la que iba a su lado. El muy bribn. Se haba casado y no les haba dicho nada? Cuntas veces le haba dicho que se casara y cuntas haba dicho l que no habra mujer que lo aguantara. Pero si era un encanto, si podra tener todas las mujeres que quisiera. Y ahora por fin, se haba casado, no tena la menor duda. Mientras pensaba todo eso, la carreta avanzaba y las figuras de sus ocupantes se hacan ms claras. Sebastin sonrea, la mujer tambin. Caramba, qu guapa era. S que la haba escogido bien. Baj Sebastin, ayud a bajar a la mujer y se acercaron a la casa. - Hermana, ven a mis brazos. Pero Lola no se movi ni un centmetro. Estaba seria. Sebastin se par al verla as. - Pasa algo hermana? - T dirs dijo dirigiendo la mirada a la mujer mientras daba golpes en el suelo con el pie, como si estuviera impaciente. Sebastin saba que le sentara mal y no le extra aquel recibimiento. - Ah, s! dijo Sebastin dndose un golpe en la frente como si de repente se acordara de algo - Mira, esta es Micaela.

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    Lola segua sin moverse del sitio. - Y quin es Micaela? Bribn! Te has casado y no me has dicho n. - Cmo sabes que es mi mujer? pregunt Sebastin en tono burln con una leve sonrisa en los labios pero con cara de asombro. - Eres un desagradecido. Ven a mis brazos Micaela. Lola apart de un codazo a su hermano y se abraz a su cuada. - Cmo ha so, cundo os habis casao? - El mes pasado contest Micaela - Nos conocimos en la escuela y ya sabes. - Eres maestra? - S. - Ah, claro. Con la maestrita eh? le dijo dirigindose a su hermano y, ahora s, los dos se fundieron en un gran abrazo hasta que a Lola se le saltaron las lgrimas de alegra. - Qu contenta estoy hermano. Entonces, como una explosin se oy un grito a lo lejos To! Los tres se giraron y vieron a Pepet que corra a toda velocidad hacia ellos. Las mujeres preparaban la cena mientras los hombres charlaban fuera al fresco de la higuera, aunque solo se escuchaba la voz de Sebastin. Todos queran saber novedades: cmo, cundo, por qu, cmo era ella, desde cundo la conoca, estaba contento, dnde vivan. Todo eran preguntas que salan disparadas de las bocas de los chicos. Pepe y Antonio se mantenan al margen de la conversacin. Antonio pareca tener la cabeza en el trabajo porque de vez en cuando se levantaba y volva al cabo de unos minutos. Guardar las azadas; dar de comer a los

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    animales; dar un vistazo al caballo. Se notaba que no estaba a gusto con ellos. Pepe en cambio, aunque no hablaba, disfrutaba viendo a sus hijos acribillando con una batera de preguntas a su to. Lola por su parte, se enteraba tambin de todo a su manera. Entre mujeres se cuentan ms cosas. - A cenar! grit Lola desde dentro. - Podamos preparar la mesa aqu fuera hermana. Estamos ms frescos propuso Sebastin. Esa noche haba luna llena y esa luz difusa daba un aspecto de irrealidad a la reunin familiar. Entre todos prepararon una mesa improvisada, sacaron taburetes, bidones, sillas y entre porrones, hogazas de pan y carne a la brasa se escuchaban las risas de los chicos y los comentarios que segua aportando la pareja. - Un brindis por los novios dijo Lola. - Ay qu refinada hija dijo Micaela. Cuando los nimos se apaciguaron, Sebastin cambi de tema. - Te gusta mi familia, Micaela? - S, es como me habas contado. Sebas me contaba de todos vosotros, ya tena muchas ganas de conoceros. - Uy, Sebas dijo Pepet en tono de burla Mira los novios, ja, ja, ja. Acabada la cena, Sebastin se levant, entr en la casa y sali con un pequeo libro. Era Cuentos de la Alhambra. - Hasta yo tengo ganas de escucharlo dijo Micaela. Tan a disgusto estaba Antonio que se brind a quitar la mesa y retirar las sillas mientras el resto se acomodaba alrededor del to Sebastin que a la luz de una vela estaba dispuesto a empezar. Se hizo el silencio. Pepet y Ricardo se sentaron en el suelo al lado de su to esperando sus historias. ste respir hondo y despus de elegir la pgina empez a leer.

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    ...El antiguo reino de Granada, en el que bamos a entrar, es una de las regiones ms montaosas de Espaa. Vastas sierras, desprovistas de rboles y veteadas de granitos y mrmoles matizados, alzan sus crestas quemadas por el sol hasta el azul intenso de los cielos... ... Para el viajero imbuido de sentimiento por lo histrico y lo potico, tan inseparablemente unidos en los anales de la romntica Espaa, es la Alhambra objeto de devocin como lo es la Caaba para todos los creyentes musulmanes. Cuntas leyendas y tradiciones, ciertas o fabulosas; cuntas canciones y baladas, rabes y espaolas, de amor, de guerra y de lides caballerescas, van unidas a este palacio oriental!... Hasta la cigarra call. El silencio era absoluto. Antonio, despus de retirar la mesa no sali y se acost sin decir nada. Nadie lo ech de menos. El resto estaba sentado alrededor de Sebastin que cuando levantaba la vista de las pginas, vea cmo todos, sin excepcin, tenan los ojos cerrados. Qu imgenes pasaran por sus mentes? Qu a gusto estaba con aquella familia en la que l era siempre el centro de atencin! Muchas veces haba pensado trasladarse a vivir a tierras alicantinas, pero su puesto estaba all y tanto echara de menos un lugar como otro. - A veces se escuchan voces y hay quien dice que ha visto el fantasma de un rey moro continu Sebastin sin leer. Tena que forzar mucho la vista y adems estaba cansado del viaje. Cerr el libro de un golpetazo y todos abrieron los ojos al unsono. - Qu ha pasao?

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    - Basta por hoy. Estamos muy cansados y maana hay que madrugar. - Cuntos das os quedaris? Por lo menos una semana. - Ya veremos hermana. Tuvieron que cambiar camas para que la pareja se pudiera quedar pero Micaela se tuvo que acostar con Lola y Sebastin con Pepe. - Cmo va todo Pepe? le pregunt Sebastin a solas en la habitacin. - Bien. Esa hermana tuya sigue siendo un diablo pero as nos mantiene a todos firmes. - Y Ricardo? Se puede hacer algo? - No, los mdicos ya nos han dicho que nada se puede hacer, aunque nunca perder la vista completamente. - Eso es importante. Bien, buenas noches Pepe. - Buenas noches Sebastin. Al da siguiente Sebastin y Pepe aprovecharon para ir al pueblo despus de comer, tomarse unos chatos de vino y jugar unas partidas al domin en la cantina. Por la tarde, cuando el sol ya no castigaba tanto, Pepet y Ricardo los esperaban sentados debajo de la higuera. Por su parte, Lola aprovech el da para estar con Micaela que aunque era mujer instruida, no aparentaba ser maestra ni correga a Lola en el habla. De todas formas, se interesaba por la educacin de los chicos. Ricardo haba ido a la escuela pero poco tiempo, el pobre no vea y los maestros no podan hacer nada por l. Estaba en la clase oyendo lo que decan pero poco ms. Pepet estuvo hasta los diez aos, despus se puso a trabajar en la finca, necesitaban ayuda y como Ricardo no les poda ayudar y Lolita tampoco por ser mujer, solo quedaba Pepet. - Parece espabilado dijo Micaela.

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    - Y lo es. Aprendi a leer y escribir y como sabe de cuentas, ya tiene bastante. Micaela mir a Lola comprendiendo sus argumentos pero con impotencia porque chicos como Pepet se malograban porque sus padres no queran que fueran a la escuela. Cuando llegaron los hombres se sentaron con los chicos para acabar de pasar la tarde. - Cuntanos alguna historia to propuso Ricardo. Sebastin no tena ganas de sacar el libro. Pens un momento en qu les poda contar y enseguida encontr un tema. - Ahora se cuentan muchas historias de gente que se va a las Amricas. Los chicos abrieron mucho los ojos, ciertamente era un buen tema de conversacin aunque ellos no saban nada de eso. Sebastin los mir a todos y comprendi que el tema era interesante para ellos. - Se cuenta que hay mucho oro, que todo el mundo tiene trabajo y que se marchan familias enteras para encontrar una nueva vida. Cada da salen barcos llenos de gente desde todos los puertos de Espaa, sobre todo de Galicia y de Cdiz, tambin de las Canarias. - Y de Valencia tambin? pregunt Pepet cuya imaginacin empez a ponerse en marcha. - Claro, de Valencia tambin. Hace unos aos acab una guerra en Argentina y ahora estn pidiendo que vaya gente de toda Europa para trabajar, necesitan mucha gente. - Dnde est Europa to? - No sabis dnde est Europa? Pepe, debes mandar a estos chicos a la escuela. - Deja, deja, Sebastin. Pepet ya sabe leer y escribir y con eso tiene bastante. - Tambin s sumar y las tablas de multiplicar.

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    - S? A ver, siete por ocho? - La del siete me cuesta un poco ms pero mira: dos por una es dos... Sebastin ri y acarici suavemente la cara de su sobrino. - Eres un bicho. Tres das ms se quedaron Sebastin y Micaela pero era hora de partir. - Madre tiene ganas de veros a todos. A ver cundo vens por all. - Ya sabes que es difcil para nosotros, la finca, ya sabes. - S, lo s, no te preocupes. Un abrazo, un beso, un corazn oprimido, una lgrima, tristeza y alegra al mismo tiempo. Lola se cogi de sus dos hijos cuando su hermano y su mujer subieron a la carreta. Era su nica conexin con su familia, con su pasado. Quera ir a ver a su madre, pero nunca haba posibilidad. Lola lloraba, se quedaba en esas tierras que ya eran parte de ella, donde haban nacido todos sus hijos, bueno, todos menos uno. Cuando desapareci, vieron la llegada de otra carreta, pero esa era muy diferente. Era la del amo! Ya no se acordaba. Pero, lo esperaban para maana Qu haba pasado? Todos se pusieron manos a la obra, Lola se fue corriendo a la casa y empez a abrir ventanas, Pepe se fue tras ella para ayudarla y los chicos fueron a esconderse y a mirar para ver qu pasaba. Antonio por su parte se fue al campo, a seguir con su trabajo. El seor Gisbert baj delante de la casa grande y llam a Pepe que andaba por dentro. - Ya voy seor. - Qu haces t por ah?

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    - Ayudaba a Lola seor. - Eso es cosa de mujeres. Ven, vamos a sacar cuentas. Pepet y Ricardo estaban apostados cerca y cuando oyeron lo de las cuentas, a Pepet le pic la curiosidad. - Vamos Ricardo, vamos a ver si omos lo que dicen. Se acercaron un poco ms pero los hombres entraron en la casa. Como su madre haba abierto todas las ventanas, los chicos se apostaron debajo de una de ellas y fue a esa a la que se acercaron y as pudieron orlo todo. - Este ao la cosecha no ha sido muy buena dijo el seor Gisbert. - No, seor? Pensaba que s. Hemos sacado muchos kilos. - A eso me refiero. Como ha habido muchos kilos, no nos han pagado a buen precio. Pepe nunca cuestionaba lo que le deca el amo aunque no lo entendiera. Como ahora. Si haba mucha cosecha era malo y si haba poca era bueno? El seor Gisbert sac un papel y ley las cuentas que haba sacado: Tanto por el aceite a tanto hace cuanto; tanto por las almendras, tanto por la uva... - En total estos reales. La mitad para cada uno. Ese es el trato. - Claro seor, lo que usted diga seor. - Menos lo que te has quedado t para comer. Esta es la diferencia. Tampoco entenda que tuviera que pagar por lo que coma si todo lo plantaba l, muchas veces de las semillas que guardaba del ao anterior, por lo que al amo no le costaba nada. Desde fuera a Pepet no se le escapaba ni una. Cuando acabaron salieron corriendo antes de que los pillaran y cuando estuvieron a salvo, Pepet empez a repetir lo que haban odo.

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    - Veinte cntimos por el aceite y diez por las almendras. Tengo que enterarme a cmo estn en el mercado. Hablaremos con Juano que conoce a un tratante, seguro que sabr precios. No era habitual que los Pastor fueran a ver a Juano pero la ocasin lo mereca. Pepet estaba ansioso por saber los precios. Las casa de Juano estaba a ms de un kilmetro de distancia y era la ms cercana que haba. Ricardo se tena que coger bien de su hermano, aquel camino apenas lo conoca. La madre de Juano estaba recogiendo manzanas y cuando los vio llegar llam a su hijo. No era una mujer de muchos saludos y mucha charla. - Iba a ir esta tarde dijo el negro Juano cuando lleg - Todava est tu to? - No, se han marchado esta maana. - Se han marchado? Quines? - Mi to ha venido con su mujer. Se ha casado. - Vaya sorpresa. Quera or sus historias de primera mano. Han sido bonitas? pregunt dando por sentado que s que haba habido historias. Pepet no quera irse por las ramas y fue al grano. Quera saber dnde poda encontrar al tratante que les compraba la cosecha. Juano no lo saba y fue a preguntarle a su madre. - Maana lo espera mi madre les dijo cuando volvi - Por qu quieres hablar con l? Pepet le explic que quera saber unos precios para ver si el amo Gisbert los estaba engaando. - Ese hombre es abogado respondi Juano - Cmo va a engaaros? - No me fo nada de ese hombre.

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    Al da siguiente Pepet acab pronto su trabajo para poder ir a la casa de Juano. No saba cundo llegara el tratante y fue solo. Lo estuvieron esperando hasta casi medioda. Esper a que tratara con su madre la venta y cuando acabaron, Pepet lo abord. - Seor, yo soy Pepet, el hijo de Pepe y Lola, de la finca del seor Gisbert. - Ah, s. Hola chico. Eres amigo de Juano? - S seor. - Yo tambin le compro la mercanca al seor Gisbert dijo el tratante. Vaya sorpresa, se dijo Pepet para s. Pensaba que la venda en Valencia y resultaba que tenan al comprador al lado de casa. - S ya lo s minti Pepet Este ao a treinta cntimos el aceite, no est mal se atrevi a decir para ver por dnde sala el tratante. - Hombre no tanto, pero casi. - Ja, ja ri Pepet - No tanto? Seguro que ms de veinticinco. - S, eso s. Pero qu hago yo hablando de negocios con dos mocosos? Dejadme que me tengo que ir. La rabia que sinti Pepet al enterarse de lo que supona que pasaba le hizo dar un fuerte golpe a una piedra con el pie que sali disparada por los aires. - Qu pasa Pepet? le pregunt Juano. - Qu pasa? Que el amo est engaando a mi padre y l ni se entera. Ya imaginaba que algo as estara pasando. El amo hace el trato con este hombre y despus le dice a mi padre que ha cobrado menos por la venta. Menut fill de puta! Todos los ricos sern iguales? se pregunt Cuando sea mayor no quiero ser como ellos, los ricos

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    deben ayudar a los pobres como nosotros. Cuando sea rico... - Bla, bla, bla se burl Juano t no sers nunca rico. Cmo lo hars? trabajando para tu hermano en la finca? - Collons!

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    Captulo 4

    1865 La marcha

    Pepet y toda su familia, se levantaban cada da con el canto del gallo y dejaban de trabajar a la puesta del sol. De sol a sol, como tantos y tantos obreros de la tierra en tantos lugares de Espaa. Siempre haba algo que hacer: la lea, el carbn, la compra, las hortalizas, podar los rboles, recoger las cosechas, los animales. No haba un da de descanso, ni el domingo que, antes de ir a misa, deban repasar los frutales y podar las ramas que estuvieran mal en verano y en invierno, si el tiempo lo permita, al menos dos olivos haba que recoger. Solo los domingos por la tarde eran de descanso total. Fue una costumbre que implant el abuelo Antonio, la sigui Pepe y Antonio la vio como algo natural. Aquel domingo de verano por la tarde, despus de comer, los tres amigos bajaron al ro. Lola ya los dejaba ir solos porque no haba mucho tajo de agua donde saba que iban. Ricardo era feliz entre las ramas de los rboles y el sonido tranquilizador del agua. Para el negro Juano era como su refugio particular. Se imaginaba que nadie ms que ellos saba llegar y que los imaginarios soldados que los perseguan pasaran de largo sin que los vieran. All mandaba l y haca lo que quera sin que nadie pudiera decirle nada.

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    Para Pepet era todo ms prosaico. Era el nico lugar donde se podan baar desnudos sin ser vistos. Sus cuerpos pberes se sumergan en un pequeo remanso del ro y as en cuclillas, rean y se salpicaban sacando la energa que todo chico lleva a flor de piel. - Un da de estos me ir de casa dijo Pepet de repente. Los otros no le hicieron caso y siguieron con sus juegos. - Te acuerdas de lo que nos dijo el to? le pregunt serio a Ricardo, pero ste no saba a qu se refera. - Qu os dijo vuestro to? pregunt el negro Juano. Pepet le cont que en Amrica poco ms que ataban a los perros con longanizas. Juano se interes inmediatamente por el tema. Era eso verdad? A Ricardo no le interesaba el tema y sali del agua para regalarse los odos con la sinfona que le ofreca all la naturaleza. Los otros dos se quedaron contando y preguntando historias que poco a poco se fueron haciendo ms grandes. - La gente va all y casi no tiene que trabajar. Hay esclavos que trabajan para uno y adems hay mucho oro. - Entonces iremos con nuestros barcos a buscar esas tierras mi capitn dijo el negro imitando el saludo militar Poco a poco se fueron animando mutuamente e incluso pensaron un plan para marcharse de casa. - Maana por la maana me levantar antes y saldr de casa, t me esperas en el camino y nos vamos al pueblo. All veremos si sale alguien para Valencia y si no, caminamos un rato. Despus nos volvemos. El negro Juano acababa de caer de un guindo. Hablaba en serio Pepet? Pensaba que estaban jugando a los soldados y los barcos. - Para qu? - Tenemos que estar preparados, si lo ensayamos antes todo ir mejor. Una cosa es hablar y otra hacerlo.

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    - Por qu maana? pregunt Juano todava reticente - No puede ser otro da? - Qu ms te da? Algn da tiene que ser. Pepet quera comprobar si su amigo se lanzara o solo era hablar por hablar. Cada vez se le haca ms pesado quedarse en casa y levantarse cada da para trabajar en el maldito campo que un da se quedara su hermano. El negro todava estaba imbuido del ambiente en el que estaban, como si no fuera dueo de sus actos. - De acuerdo acept Juano, para el cual Pepet era lo ms grande. Salieron del agua y se sentaron al lado de Ricardo el cual haba escuchado perfectamente toda la conversacin. No quera haberlo hecho pero es que estaban casi gritando y no le dejaron que su imaginacin le llevara a mundos desconocidos. - Es verdad que os vais? les pregunt. - Nos estabas espiando? - Yo no espo a nadie, sois vosotros los que gritabais. - No le digas nada a madre. - No le dir nada, tranquilo. Ricardo estaba triste porque no lo haban tenido en cuenta para esa locura. Le hubiera gustado que hubieran contado con l, aunque reconoca que estaba mejor en casa. Solo estaran fuera una maana. Esa noche, Pepet apenas pudo dormir y la pas pensando qu pasara si realmente se marchaban y no volvan. O si se iban hasta Valencia y despus volvan por la noche. No, no podan hacer eso porque entonces su madre no lo dejara ni a sol ni a sombra durante mucho tiempo. No saba qu hora era pero se levant, se visti y sali de casa. Fue al camino donde haba quedado con Juano y lo esper.

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    - Qu hora es? pregunt Pepet cuando apareci el negro. - No lo s pero no poda dormir. - Yo tampoco. Bueno, vamos. Emprendieron el camino al pueblo y llegaron todava de noche. No haba nadie por las calles. - Ahora qu hacemos Pepet? - No lo s. - Pues nos volvemos propuso Juano. - Espera. Por dnde se ir a Valencia? - No lo s, pensaba que lo sabas. - Yo no. Esperaremos a que pase alguien y le preguntamos. Los dos amigos se sentaron en una esquina frente al ayuntamiento y esperaron hasta que, sin querer, se durmieron. El sol estaba alto, la gente y los carros pasaban y el ruido los despert. Estaban tan cansados que no se dieron cuenta de la hora. Sus padres! Los estaran buscando! Empezaron a correr y no pararon hasta llegar a la casa de Juano y Pepet sigui hasta la finca. Nada, no se vea nada. Pepet entr en el establo, cogi una azada y se fue al campo. Vio a su padre y su hermano a lo lejos. No se haban dado cuenta de nada. Menudo susto! Desde ese da, la conversacin sobre las Amricas fue algo diferente. Ya no hablaban tanto del oro sino de cmo iban a llegar a Valencia. Despus de todo haba sido una buena idea la del ensayo pero ahora haba que pensar mejor las cosas. Juano ya no pensaba en soldados imaginarios, ahora vea que la cosa iba en serio y que Pepet tena metido entre ceja y ceja marcharse un da.

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    Una tarde, estando los dos en la pinada con Ricardo, Pepet dijo que tambin les hara falta dinero. - Habr que pagar el barco. Juano lo mir extraado. Algo tan bsico y no se les haba ocurrido. Cunto valdra el barco? Tal vez no habra que pagar. Su to haba dicho que necesitaban gente en Amrica. Encima haba que pagar? - Y pagar para ir a Valencia y para comer. - Para todo hace falta dinero? pregunt Juano. Ellos nunca haban manejado dinero y por eso era algo con lo que no contaban. - S claro. - Entonces no podemos marcharnos. Nosotros no ganamos dinero respondi algo aliviado al ver que el dinero les imposibilitaba marcharse. - No le podras coger algo a tu madre? le pregunt Pepet. - Mi madre no tiene dinero. Y la tuya? Pepet agach la cabeza. Eso era algo insalvable. No tenan acceso al dinero. Los dos se quedaron callados. Era un fuerte mazazo que haca imposible la marcha. - Qu vais a hacer ahora? pregunt Ricardo esperando que eso les impidiese seguir con sus aspiraciones. Al cabo de un buen rato Pepet dijo: - No s cunto dinero har falta pero creo que s cmo conseguir algo. Juano saba dnde viva el tratante en el pueblo y una tarde, despus del trabajo, fueron a visitarlo, a la otra parte del pueblo, en unas casas que daban al ro. Preguntaron por l, no estaba en casa. Esperaremos por aqu, dijeron. Lo vieron llegar montado en una burra. Salud a Juano y se extra verlo por all. - Queramos hablar con usted. - Vosotros diris.

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    Pepet tom aire y empez a exponer su plan. - Ver, es que tenemos posibilidad de tener mercanca a buen precio y estamos buscando un tratante. - Vosotros mercanca? No ser robada.? - No, no. Hace tiempo que usted le compra al seor Gisbert. - S, hace aos. - Pero el trabajo lo hacemos nosotros. - Pero la finca es de l. Por eso sois medieros. Es el trato. - Exacto. Pero el trato tambin es la mitad para cada uno. - No te entiendo chico. Pepet ya haba tomado fuerzas, haba hecho la introduccin y ya no quera parar. Deba lanzarse. - Mire usted, yo s que estn engaando a mi padre. - Qu dices chico? Eso no es verdad. - Yo puedo ir a los civiles y contarles lo que s. Manuel pareci asustarse. - Qu es lo que sabes chico? Pepet imagin lo que hacan y se aventur. Le dijo que saba que se repartan la diferencia y a su padre le daban la mitad del resto. - El seor Gisbert me obliga a hacerlo se defendi el tratante. - Y usted lo hace de buena gana. - Te dar lo que quieras si no dices nada. - Y adems, a la prxima vez, la diferencia se la da a mi padre, o al menos una parte, que aqu nos conocemos todos. Manuel entr en la casa y sali con una pequea bolsa. - Toma, cien reales. - Cien reales? No me haga rer. Quiero por lo menos doscientos. - Doscientos? Ahora no los tengo. Te dar ciento cincuenta.

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    - Trato hecho. Juano miraba la escena embobado. No se atreva a decir nada. Cuando sac los cien reales no se lo poda creer pero cuando sac cincuenta ms fue el colmo. Vmonos ya, se deca para s, antes de que se arrepienta. Pepet se dio por satisfecho y marcharon contentos. Demonio de cros, se dijo Manuel. No te puedes fiar de nadie. Ahora ya no haba vuelta atrs. Lo tenan todo planeado, tenan dinero, haban hecho un ensayo y estaban dispuestos a marcharse. Pero todava pasaran unos meses. Estaban en pleno invierno y el to Sebastin le haba dicho que a veces los barcos naufragaban por las fuertes olas del invierno. Una vez al ao, Lola iba con su hijo al hospital para hacerle una revisin y esta vez Pepet quiso acompaarlos. Era en el hospital civil, un viejo hospital que se caa a pedazos. Cuando llegaron, vieron que estaba en obras. Preguntaron en la entrada y les dijeron que un empresario haba donado dinero para tirar el viejo hospital y hacer uno completamente nuevo. - S, es don Agustn Oliver, el famoso empresario les dijo una mujer Ahora llamar al doctor y les atender. A Pepet se le qued grabado ese nombre para siempre y el hecho de que alguien donara dinero para hacer un hospital le pareci lo ms grande. Unos sisan en los negocios, pens, y otros dan para que otros puedan tener. El viejo hospital estaba en el barrio de Santa Rosa y ocupaba una manzana entera. Decan que lo queran derribar todo pero todava era un proyecto. De momento los albailes andaban arreglando los desperfectos ms

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    graves como goteras y paredes en mal estado hasta que se decidiera qu iban a hacer. Mientras esperaban, los dos hermanos se perdieron por los pasillos. A Ricardo le gustaba que su hermano lo llevara por sitios desconocidos para l, estaba aburrido de andar siempre por los mismos caminos. - No os perdis que pronto vendr el mdico les dijo la madre. Bajaron por unas escaleras por las que el olor a humedad era muy fuerte y la iluminacin deficiente. - Dnde vamos Pepet? - No lo s. Caminemos un poco ms. De repente Pepet vio a lo lejos una mujer con una bata blanca, pareca una enfermera. Se escondieron para que no los viera. Cuando pas por delante de ellos Ricardo la pudo ver perfectamente. Cmo era posible? Apenas haba luz pero esa mujer despeda una especie de destello luminoso. - Cmo brilla esa mujer dijo Ricardo cuchicheando. - Brillo? Yo no veo ningn brillo respondi Pepet. La mujer, ms que caminar pareca flotar. Sigui avanzando y los chicos salieron de su escondite. Entonces vieron algo inslito. La mujer se gir pero no se le vea la cara. Se detuvo un momento, se volvi y como si hubiera atravesado la pared desapareci. - Has visto lo mismo que yo? le pregunt Pepet a su hermano sin pensar que l no poda ver nada. - Clarsimamente respondi Ricardo visiblemente asustado. - De veras que la has visto? pregunt incrdulo. - S, s. Ahora solo veo sombras pero a esa mujer la he podido ver bien. Por qu Pepet? - No lo s le dijo mirndolo a los ojos.

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    Avanzaron por el pasillo hasta el lugar en el que la mujer desapareci. Efectivamente no haba ninguna puerta. - Pepet, vmonos de aqu. - S, ser lo mejor. Subieron las escaleras y vieron a su madre que los estaba buscando. - Dnde estabais? El doctor os est esperando. - Es que hemos visto... empez a decir Ricardo. - Chhsst. Calla. En el reconocimiento, el mdico observ que Ricardo estaba muy nervioso, le templaban los prpados y estaba como si tuviera fro. - Te pasa algo Ricardo? Cmo van los ojos? Ricardo no saba qu decir. Su hermano lo haba atajado antes para que callara pero el mdico notaba que le pasaba algo. - Es que he visto a una mujer antes... - Has visto a una mujer? La veas borrosa? - No, no. La he visto muy clara. - Y ahora? Me ves a m? - No, ahora no. El mdico miraba a Lola por si le daba alguna respuesta. - Han estado jugando antes por los pasillos le dijo Lola Cosas de chicos. - Bueno, de todas formas veo que no pierdes el buen humor. A ver ves mi mano ahora? El doctor sigui con el reconocimiento y los emplaz para el aos siguiente aunque ya saba que poco se podra hacer. Le dio unas gotas para los ojos, para calmarlo y le recomend que siguiera alentndolo para que se valiera por s mismo, era lo mejor.

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    Pepet y Ricardo estuvieron varios das comentando la aparicin de aquella mujer, aquel hecho tan extrao que no tena explicacin para ellos. - Es el fantasma del hospital, que no quiere que lo derriben y camina para asustar a la gente. Seguro que alguien ms la ha visto dijo Ricardo. - S, es posible. Debi ser una enfermera que trabajara en el hospital. Pero por qu no quiere que lo derriben? por qu se nos apareci a nosotros? - Te diste cuenta que no tena cara.? - S, lo vi. Pero no entiendo cmo la pudiste ver tan bien. - Ahora, si cierro los ojos muy fuerte tambin la puedo ver. El caso es que con fantasma o sin l, Ricardo no empeoraba de la vista y eso distrajo a Pepet de su obsesin por marcharse a Amrica, aunque no lo olvidaba completamente. Pronto llegaron las fiestas de San Jorge. El seor Gisbert apareci como siempre y esta vez, cuando sac cuentas con su padre, Pepet estuvo al tanto para ver en qu quedaba todo esta vez. Cuando el seor Gisbert se march, apareci un da el tratante con la excusa de que el seor Gisbert se haba equivocado en las cuentas y le tocaban algunos reales ms. - Nunca haba pasado algo as dijo Pepe. - Es que me equivoqu. Por favor no le diga nada al seor Gisbert, pero ese dinero es suyo. - Bueno pues muchas gracias. El tratante mir a Pepet que le hizo una seal de afirmacin, todo haba salido bien. Despus de las fiestas el tiempo empezaba a calmarse. Cesaron las lluvias, los das alargaban y las temperaturas

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    suban. A Pepet se le ocurri bajar al pueblo con el negro Juano a la iglesia de San Jorge, para pedirle proteccin en la aventura que iban a empezar dentro de poco. La iglesia estaba en obras. Pareca que ese ao todo estaba en obras. Dentro encontr al seor Gisbert con alguien que pareca su hermano. Se escondieron para que no los vieran. Estaban con otros hombres y todos lo llamaban seor Jorge Gisbert, por tanto deba ser su hermano y pareca dirigir las obras. - Igual vemos un fantasma tambin dijo Juano en tono de burla. - De momento ya hemos visto uno: el seor Gisbert. Es la primera vez que lo vemos fuera de la finca y la verdad que me ha parecido como un fantasma. Y adems, su hermano es casi como l, as que dos fantasmas. Con risas contenidas se acercaron al altar y rezaron para que San Jorge los protegiera. El momento haba llegado. Fue una noche de viernes. Como algunos sbados Pepet bajaba al pueblo con su amigo Juano, no le extraara a su madre no verlo por la maana. Pepet despert a su hermano y se despidieron - Volver a por ti, no te preocupes. - Te estar esperando. Que os vaya muy bien. Juano ya se haba hecho la idea de marcharse con su amigo. Si l se iba, qu iba a hacer l solo en el mundo? Le saba mal por su madre pero ella se vala sola, era joven, ms que la madre de Pepet. Adems, no se iba para siempre. Cuando tuviera suficiente dinero se volvera para estar con ella. Hubo un momento en el que pens contrselo todo a su madre pero Pepet lo disuadi.

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    - Si se lo cuentas, se lo dir a mi madre y no nos dejarn ir. S, tena razn, era mejor as. Juano sali de noche de la casa pero esta vez lo oy su madre. Dnde iba Juano a esas horas? Mir por la ventana y vio que se marchaba cargado con un atillo de ropa y comida. La mujer se qued mirndolo. Haca tiempo que se recelaba algo, tantas charlas con su amigo Pepet, ese Pepet, ese maldito Pepet. Una noche, su hijo Juano le cont las aventuras que les cont el to Sebastin a sus sobrinos y desde entonces se temi lo peor. La mujer segua mirando a su hijo hasta que desapareci. Qu iba a hacer? Llamarlo? Impedirle que se marchara? Su hijo haba tomado una decisin y no lo hara cambiar. Aunque era joven, le servira la experiencia. S, ms vala dejarlo marchar. Ahora solo le quedaba rezar cada da para que el Seor se lo devolviera algn da. Que te vaya bien, hijo, pens y se acost, aunque ya no concili el sueo. Igual que la otra vez, se encontraron en el camino por la noche, llegaron al pueblo y all esperaron a que alguien les indicara. Al cabo de una hora, pas una carreta. - Yo voy en esa direccin pero luego me quedo en Albaida, si queris subir os llevo un trecho. - Gracias, seor. Por la maana, en la casa de Pepet todos se fueron a sus tareas y, como la otra vez, nadie advirti la ausencia de Pepet. Hacia medioda segua sin aparecer y Lola le pregunt a Ricardo. - No s, se habr ido al pueblo. No me dijo nada. - Este hijo mo...

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    Pas todo el da y Pepet no apareci. Lola no saba ya qu pensar y cuando entr en la habitacin se encontr con la carta que le haba dejado Ricardo haca un momento. - Qu es esto? Una carta? De quin es? Ay que es de Pepet, ay que le ha pasao algo, ay que se ha marchao de casa. Como si lo viera! Sali de casa gritando y Pepe fue a su encuentro. - Una carta Pepe, seguro que es de tu hijo. - Clmate mujer, no sabemos nada. Maana bajaremos al pueblo a que nos la lea alguien, o el prroco o el cartero. Tampoco apareci Pepet durante la cena, la noche la pas Lola en vela y al da siguiente salieron temprano al pueblo. Entraron en la iglesia, era domingo y cuando el prroco los vio llegar con una carta en la mano y la angustia en la cara, se temi lo peor. - Qu os pasa? - Esta carta estaba ayer en mi mesita de noche. El prroco la cogi, la abri y empez a leer. Querida madre: En este momento ya estar lejos del pueblo para llegar a Valencia desde donde saldr un barco en direccin a las Amricas. Men vaig fart de llaurar per al germ major. Me voy harto de labrar para el hermano mayor. l pronto se casar y todos tendremos que marcharnos. Creo que ha llegado mi hora. Un barco sale para m y no lo voy a dejar escapar. Es mi oportunidad, espero que me comprendas, pero volver algn da y mientras os escribir en cuanto pueda. Dile a padre que lo quiero y que pronto nos veremos. Un beso madre de tu hijo Jos Pastor Rodrguez.

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    P.D. Me voy con Juano. Lola se tuvo que sentar porque las piernas le flaqueaban. Cerr los ojos y dos lgrimas se le escaparon sin poder evitarlas. - Siempre ha querido marcharse. Desde muy pequeo tuvo la idea en la cabeza. Yo pensaba que se le pasara, pero ahora veo que no. El cura le dio la carta y Lola la cogi como quien coge un tesoro. - Es verdad dijo Pepe siempre buscaba excusas para no trabajar, pero no le dbamos importancia. - Dios lo ha querido as Lola, debemos aceptar los designios del Seor. Lola no poda abrir los ojos, la pena que recorra su cuerpo se lo impeda. Acababa de perder un hijo - Que Dios te proteja hijo. Ahora no podemos hacer nada. Que seas muy feliz

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    Captulo 5

    1865 Villanueva del Grao

    La carreta avanzaba trabajosamente por las cuestas y curvas del puerto de Albaida. Pepet y Juano se haban sentado en la parte de atrs con las piernas fuera del carro, mirando en direccin contraria a la marcha. Nunca haban salido del pueblo y no saban qu les deparaba el camino. Cuando llegaron a la parte ms alta, el caballo pareci dar un respiro y aceler un poco ms la marcha. Una hora ms tarde llegaron a Albaida y el hombre les dijo que siguieran el camino, no haba prdida, todo estaba indicado. - Falta mucho para el puerto, seor? - En carro cuatro o cinco horas. A pie unas cuantas ms. Ni uno ni otro haban imaginado nunca cun lejos estara el puerto pero ahora que ya saban lo que faltaba, pareca como si estuviera mucho ms cerca. Siguieron andando durante dos horas hasta que sintieron hambre. Los dos llevaban algo de comida y se sentaron debajo de un rbol para comer. Aunque apenas haban empezado el viaje, los dos estaban cansados, no haban dormido en toda la noche y despus de caminar un buen rato necesitaban descansar. Se tumbaron en el suelo y quedaron dormidos. El paso de una carreta los despert. Era media tarde. - Vais a alguna parte? dijo el carretero.

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    - Al puerto de Valencia. - Os puedo llevar un rato si queris subir. - Gracias seor. Y as, entre una y otra carreta llegaron a Valencia por la tarde. Llegando, el ajetreo de gente era grande y ya despus de pasar la cruz de entrada a la ciudad, que llevaba a la calle San Vicente, el bullicio era mayor todava. Preguntaron por el puerto y les dijeron que siguieran el ro, que as seguro que llegaban. Y eso hicieron, seguir el ro, un ro mucho ms grande que el que pasaba por Alcoy. Todo en Valencia era ms grande. El puerto estaba en la ciudad llamada Villanueva del Grao. - Qu hacemos ahora? pregunt Juano cuando vieron que llegaran de noche. - Buscar una posada o quedarnos a dormir por alguna esquina. Mejor lo segundo. No hace fro y seguro que no seremos los nicos. El olor del mar para ellos era algo extrao, era un olor indefinible, nada parecido a lo que hasta ahora conocan. El puerto no era muy grande y la oscuridad de la noche les impidi ver nada. Por la maana Pepet se despert pronto, justo en el momento del amanecer. El espectculo que vea era indescriptible para sus ojos, unos ojos que nunca haban visto algo as. Tenan el mar delante de ellos y el sol, rojo, empezaba a asomar por el horizonte. El agua, tranquila, pareca un manto de colores. Las barcas de los pescadores, las redes, los marineros, todo aquello era un mundo aparte, completamente nuevo para ellos. Cuando capt toda esa belleza, despert a su amigo que segua roncando a pierna suelta. - Juano, Juano.

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    - Qu pasa? - Despierta y vers. El negro se restreg los ojos y cuando los tuvo lo suficientemente abiertos para mirar, tambin qued sorprendido. - Lo ves Juano? - S, lo veo. - Es bonito verdad? - Ya lo creo. - Solo por eso ha valido la pena venir hasta aqu. - Y que lo digas. Estaban extasiados y les cost volver a la realidad, una realidad que se presentaba en forma de incgnitas por todas partes. Qu les deparaba el destino? - Seor pregunt Pepet Dnde estn los barcos que salen para Amrica? El hombre mir a los dos chicos con compasin. Otros que decidan marcharse. Seguramente sus padres andaran cerca. - Tenis que ir a ese edificio y preguntar. All os dirn. - Gracias seor. Efectivamente, en ese edificio entraba y sala gente. Dentro un letrero anunciaba: Oficina de emigracin y delante una cola de varias personas esperando su turno. Se situaron al final, detrs de una mujer con la que deba ser su hija. Cuando le toc el turno a la mujer, escucharon lo que le deca el funcionario. - Para Argentina? Necesita presentar esta documentacin si est casada: cdulas personales de cada una, autorizacin del marido, certificado de buena conducta, certificado de no estar procesada ni cumpliendo condena y certificado de conocimiento de algn oficio. - Pero es que mi marido muri.

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    - Entonces el certificado de defuncin. - Lo tengo aqu, mire. El funcionario inspeccion el papel, le estamp un sello y le dijo que en ese caso necesitaba el resto de documentos. - Pero seor, no tengo nada, mi marido muri, estamos solas mi hija y yo y vamos a Amrica a buscar trabajo. - Sin esa documentacin no pueden salir. Por favor, aprtese para dejar paso al siguiente. Pepet se acerc y pidi billete para los dos. - Cuntos aos tienes? - Quince seor. - Necesitars permiso de tus padres y certificado de hallarte libre de toda responsabilidad de quintas o de haber pagado el depsito correspondiente. - Y eso qu es? El funcionario mir a los dos chicos por encima de las gafas y les orden que se apartaran para dejar paso al siguiente. - Pero seor, queremos ir a Amrica. Todo el mundo se va. - S, pero con certificados. No haba forma de convencer a aquel hombre y viendo el trato que haba dado a la mujer, seguro que no iban a conseguir ellos nada mejor. Pepet y Juano se apartaron de la ventanilla y se acercaron a la mujer que se haba sentado en un banco con su hija. - Tampoco os han dado permiso para salir les dijo la mujer. - Tampoco seora. Qu van a hacer ustedes? - No lo s, marcharnos a casa supongo. Al menos lo hemos intentado. - Pero no se pueden conseguir esos documentos? - Es muy difcil y se tarda meses. En vuestro caso es imposible porque no podis salir sin haber hecho el servicio militar.

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    - De todo esto no me dijo nada mi to Sebastin dijo Pepet mirando a Juano. - Qu vamos a hacer ahora madre? pregunt la nia. - No lo s hija, no lo s. - Entonces nos volvemos a casa? pregunt Juano. La mujer al or la pregunta de Juano les pregunt si se haban escapado de casa. - Es una larga historia, seora. - S, cada uno tiene sus motivos. Vosotros sabris lo que hacis. El abatimiento cay sobre todos y quedaron en silencio sin saber qu decir, sin saber qu hacer ahora. Todos queran ir a Amrica pero haban pensado que sera mucho ms fcil. Los chicos pensaban que lo haban planeado todo, incluso el dinero, pero nadie les dijo nada de documentos. - Sabe cunto valen los billetes, seora? - En tercera, cien reales. - Cien reales cada uno? S, asinti la mujer abatida, pero ahora ya daba igual. - Nosotras nos vamos a casa dijo la mujer muy triste Ya pensar en algo. - Vive cerca? - No, tenemos que ir hasta Cullera. Mientras hablaban alguien los estaba escuchando y antes de que la mujer se marchara se acerc a ellos. - Oiga seora el hombre le hizo seales para que saliera de la oficina y cuando estuvieron fuera continu - Yo le puedo arreglar los papeles en dos das. - No le entiendo Y cmo es eso? - Influencias le contest haciendo una mueca con la boca sin parar de sonrer, como burlndose de la ocasin. - Influencias? Sigo sin entender. - Vamos all les invit a todos a separarse un poco ms de las oficinas.

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    Cuando estuvieron lo suficientemente alejados, alguien ms se les acerc y entre los dos les explicaron la situacin. - Como ve, hay mucho papeleo que cumplimentar, eso lleva tiempo y no siempre es posible. En Amrica necesitan gente y nosotros facilitamos las cosas. - Pero Cmo? Ni los chicos ni la mujer saban a qu se refera el hombre y la nia tampoco dijo nada. El hombre hizo un esfuerzo por decir la palabra pero al ver que eran de pocas entendederas, no tuvo ms remedio. - Falsificamos los documentos seora. - Pero eso es delito y nos pueden encerrar a todos. Ni hablar! - No se preocupe. El capitn del barco est con nosotros y una vez lleguen a destino, ya no les pueden hacer nada. La mujer miraba al hombre sin acabar de convencerse Mientras, Pepet haba captado completamente la idea y tom la palabra. - Y cunto nos costar la, digamos, operacin? - Papeles para los cuatro? - S. - Treinta reales por barba, aparte los billetes. - Cunto en total? - Cien reales cada uno. - Espere, ahora le decimos algo. Pepet los cogi a todos y se dispusieron a hablar. Era posible que fuera todo verdad pero haba que andar con cuidado con gente as. - Nosotros no nos fiamos de ellos dijo Pepet - y ellos tampoco de nosotros. Quieren el dinero. Nos ofrecen los billetes a mitad de precio. Deben tener de verdad un acuerdo con el capitn, de lo contrario no podran hacerlo. Si no nos unimos a ellos no saldremos de aqu.

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    - No, yo no me fo dijo la mujer. - De cunto dinero disponemos entre todos? - Nosotras tenemos trescientos reales, era lo que contaba para el pasaje y algo para luego. - Nosotros tenemos ciento cincuenta. A nosotros nos faltaran cincuenta reales. Me los prestara usted seora? A cambio tomar la iniciativa en la negociacin, ese ser mi precio: cincuenta reales. La mujer miraba al chico. Estaba entre la espada y la pared. Qu hacer? El chico le inspiraba ms confianza. Ir de su mano le pareca ms tranquilizador. Lo mximo que poda pasar es que perdiera todo el dinero, pero era una buena oportunidad de salir del pas. S, su compaa no le disgustaba. - No es mal trato dijo la mujer por fin. Juano y la nia asentan sin saber por dnde iban los tiros, dejndose llevar por ellos. Una vez aclaradas las cosas con los suyos, se dirigi a los hombres. - Est bien. Qu hay que hacer? - Necesitamos vuestros nombres y parentesco. El resto lo arreglamos nosotros. Pero antes de empezar necesitamos todo el dinero. Nos veremos aqu en dos das a la misma hora. Pepet solt una fuerte carcajada que dej perplejos a todos. - Esta es nuestra propuesta dijo cuando dej de rer Os damos nuestros nombres y parentesco. Os damos veinte reales por los documentos y treinta por los pasajes. Es decir, la mitad y el resto maana a estas horas. - No, no nos interesa, as no trabajamos. Pepet acept el rdago y no se amilan. - Bueno, pues en ese caso buscaremos a otros, que seguro que habr.

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    Al or la amenaza de Pepet, el hombre plant las orejas. No se esperaba esa respuesta. Adems, los Revert andaban pululando cerca por si su negociacin terminaba mal. Haba que pensar algo rpido. - Tranquilo chico. La seora no tiene nada que decir? pregunt a la mujer, hacindose el gracioso intentando quitar hierro al asunto. - No seor, se har lo que diga este chico respondi ella. - Collons! dijo el hombre. - Xe, vosatros parleu valenci? pregunt Pepet. Esa expresin cambi completamente el tono de la conversacin, que a partir de ese momento se desarroll en valenciano en tono mucho ms cordial. Se hicieron las presentaciones, De dnde sois? Por qu os marchis? Mucha gente pide nuestros servicios, esto es pan comido, etc, etc. Al final llegaron a un acuerdo beneficioso para ambas partes. El trabajo lo podan hacer en un da, aceptaban cobrar la mitad ahora y el resto maana pero el precio, bueno, el precio ni para ti ni para m. En lugar de cien reales, ochenta. No se hable ms. Y dndose la mano sellaron el acuerdo, momento en el cual los Revert desaparecieron porque se daba por hecho que el trato estaba cerrado. El otro hombre sac papel y anot los datos de cada uno, lugar de nacimiento, edades, etc. Los tres chicos seran hijos de la mujer que se qued viuda y aportaba certificado de defuncin del marido. En cuanto a los billetes, ningn problema, pero viajaran en la bodega. Cuando los dos hombres se marcharon con el dinero, Pepet les dijo a las mujeres que maana se encontraran all pero que ahora ellos se iban a seguir a los hombres, no se acababan de fiar de ellos. Los hombres salieron del puerto, recorrieron varias calles y al cabo de varios minutos, entraron en una casa. Pepet y

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    Juano esperaron fuera durante una hora y despus llamaron a la puerta. Fue uno de los hombres, el que llevaba la voz cantante, el que les abri. - Vamos, entrad, ya os habamos visto seguirnos. Hacis bien en no fiaros de nadie les dijo mirando a una parte y a otra de la calle. Dentro, el otro hombre, puesto de gafas y ante un arsenal de documentos, escriba con mucho cuidado en papeles que parecan oficiales. - Esto requiere un trabajo cuidadoso y no podemos equivocarnos en nada. Ya sabis dnde estamos. Maana nos vemos de acuerdo? Pepet se dio por satisfecho y se despidieron de ellos. Si pasaba algo ya saba dnde los podan encontrar. Ahora tenan un da por delante para ver el puerto y algo de la ciudad. Tenan el mundo para ellos solos sin nadie que les obligara a hacer nada. De repente, Pepet al menos, sinti en sus carnes lo que significaba la libertad. - Antes tenamos que haber hecho esto Juano. Ahora vamos a tomarnos un vino, nos lo hemos ganado. - Un vino? Dnde? - En alguna cantina, hemos pasado varias viniendo hasta aqu. Desde que tuvo la necesidad de ganar dinero all en Alcoy, Pepet senta que estaba aprendiendo de la vida y eso le satisfaca. Senta una agradable sensacin, senta que, tal como pensaba, no todo era labrar la tierra y senta que una persona se poda ganar la vida si pensaba un poco. Trabajando siempre para un amo no puede ser uno rico. Nunca haba ganado un real y en pocos das iba a ganar unos cuantos. Haca unos das no saba cmo iba a llegar a Amrica pero ahora, ahora lo vea cosa hecha y eso bien vala un vino.

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    En cambio Juano viva al amparo de su amigo Pepet. Lo que hiciera l, bien hecho estaba. Varias dificultades haban tenido y a todas haba sabido hacerle frente. Bien es verdad que la fortuna estaba jugando en su favor. La fortuna o la valenta y el arrojo? S, Pepet era valiente, reconoci Juano. Despus de pasar el da y la tarde disfrutando de su nueva vida lleg la noche, pero no les import pasarla al raso otra vez. Qu ms daba? Eran jvenes y slo seran unas horas ms. Entre risas y proyectos sobre qu iban a hacer en Amrica, lleg el da siguiente e, igual como el anterior, a Pepet se le fueron los ojos detrs del amanecer. - Nunca pens que esto pudiera ser as Juano. - Dios es grande. La maana transcurra entre el olor del mar, las voces de los marineros y los transentes de todo tipo: seores elegantes, nios jugando, braceros, carboneros y mujeres con sus hijos. - Buenos das seora Manuela, buenos das Mara. Cmo estn esta maana? salud Juano cuando llegaron las mujeres. - Bien Jos y vosotros, dnde habis dormido? - Al raso, pero no se preocupe por nosotros. Y t, Mara? Has dormido bien? - No muy bien Pepet, pero es normal. Cuando uno no duerme en su cama, le cuesta. - Pues a partir de ahora no dormirs en tu cama lo sabes no? - Ja, ja. Claro que lo s. S, me tendr que acostumbrar. Y t Juano, te cuesta dormir fuera de casa? - S, a m me pasa como a ti. Los cuatro estuvieron charlando sobre sus situaciones personales y sobre lo que se iban a encontrar en Amrica

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    cuando aparecieron los hombres con los documentos. Todo estaba correcto. Liquidaron el resto del dinero y les explicaron que el barco era italiano y sala al da siguiente por la noche. - Es el Veloce. Atracar ah delante y vosotros tenis que subir cuando os lo diga el capitn. De todas formas nosotros estaremos aqu y os indicaremos. Manuela dio un suspiro cuando se marcharon. No acababa de estar segura de que volvieran. Pensaba que las timaran. - Creo que esto es su negocio y les interesa quedar bien dijo Pepet. Con las mujeres no podan ir a la cantina, as que fueron a ver el pueblo, Villanueva del Grao. Era una ciudad aparte de Valencia, completamente separada. Sus calles rectas, paralelas al mar, estaban impregnadas de ese olor a sal y pescado, de humedad y humildad, de pobreza y trabajo. S, ahora saba lo que era un pueblo marino, igual que saba lo que era un pueblo de montaa. Completamente diferentes y al mismo tiempo iguales: en uno el mar era el medio de vida, en el otro era la tierra, s, pero las gentes trabajadoras, vivan bajo un mismo cielo, bajo una misma capa de honradez y fortaleza para levantarse cada da para ganarse el pan. - Hbleme del mar Manuela pidi Pepet. - Nosotras te hablaremos del mar si vosotros nos hablis de la montaa. Manuela se puso triste y las palabras le salieron directamente del corazn. - El mar es como un amo que se lleva a tu marido, a tu hermano, a tu padre, con la libertad de hacer con ellos lo que quiera. Sabes que el amo es un peligro, que un da no te los devolver y si lo hace, morirn pronto porque el trabajo los mata cada da, poco a poco. Verdad hija?

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    - S madre. Cuntas veces hemos llorado dijo Mara - hemos rezado para que ese amo nos devolviera a mi padre, a mi abuelo, a mi to. Cada vez somos ms las mujeres solas. - La montaa tambin tiene un amo dijo Pepet - pero ste es de carne y hueso, mata lentamente y tambin hay cada vez ms mujeres solas. Por eso, nosotros hemos decidido huir de ese amo, de esos amos que van apretando hasta ahogar. - T qu dices Juano? le pregunt Mara. Juano los estaba escuchando y se senta incapaz de comentar nada, lo haban dicho todo. - S, Pepet tiene razn. Yo voy donde vaya l. - Sois buenos amigos dijo Mara. Todo un da de conversacin dio para mucho y los males comunes les ayudaron a sobrellevar las penas y vieron que les serviran para apoyarse mutuamente. El marido de Manuela muri dos meses atrs en un naufragio. Una tarde no lleg a casa, haba tormenta y Manuela se temi lo peor. Sali al mar y se encontr con las otras mujeres. El barco no volvi. Esperaron varios das hasta que alguien dijo haber visto el barco volcado. El mar era su vida, no saban vivir de otra cosa. Ahora que no estaba su marido qu iban a hacer? Manuela se abri a ellos como si fueran hijos suyos y le agrad tratarlos como a tales. Los chicos tambin se sintieron un poco amparados por la mujer cuya sola presencia les tranquilizaba. S, se estaban acoplando unos con otros para convertirse en una verdadera familia, al fin y al cabo, eso era lo que ponan los papeles. A Mara le gust tener dos hermanos de repente. No era lo mismo ir sola con su madre que estar acompaadas por dos chicos. Les haca sentirse ms fuertes y por la noche,

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    acurrucados en la misma esquina en la que estuvieron los chicos, las mujeres cuchicheaban los comentarios que haban tenido durante el da. - Qu suerte hemos tenido con esos chicos verdad madre? - S, parecen buenos chicos. - Vamos a viajar con ellos y estaremos juntos muchos das verdad madre? - S, hija. te gusta la idea? - S madre. - Bien, ahora a dormir. - Buenas noches madre. - Buenas noches hija.

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    Captulo 6

    1865 El barco

    Cuando llegaron al puerto vieron que una gran muchedumbre se arremolinaba alrededor del barco en el muelle. Pronto colocaron las escaleras y la gente comenz a subir. Bajo, los familiares se despedan de los que, como ellos, iban a emprender un nuevo camino, pero a ellos, a ellos no los despedira nadie. Esperaron pacientemente que todos fueran subiendo. Unos hombres que iban delante de ellos, cuando les vieron los billetes se quedaron mirndolos. Manuela no pens nada bueno y les desvi la mirada pero entonces uno de ellos se le acerc. - Debemos esperar al final. Pepet se acerc y le pregunt por qu. - Son de contrabando verdad? - Verdad respondi Pepet sin dudar. - Hganme caso. Nosotros tambin vamos as. Entonces se dieron cuenta que varias personas estaban agrupadas un poco al margen y comprendieron que estaran en sus mismas condiciones. - Vamos all con aquellos propuso Pepet. All, unos y otros se miraban sin decir nada, algo nerviosos. Entonces vieron aparecer a uno de los hombres que les hicieron los documentos, se acerc al capitn y

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    hablando con l mir hacia ellos. El capitn los mir y asinti. Era la seal, en cuanto todos subieran, les tocara el turno. Todava tuvie