enrrollado para modelar

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“Bad Casanova – Voladoras”

Pero no puedo decir que no conociera sus reacciones, a pesar de estas reacciones: ellos habían estado bebiendo y quisieron creer que yo dormía. Llevaban un rato magreándose cuando me incorporé y los miré. Mi hermano le quitaba el sujetador y yo aguanté para verle los pechos. La cama de mi hermano estaba en el otro lado, debajo de la ventana y tardó en darse cuenta de que estaba despierto.

-¿Eres idota o qué? ¡Duérmete!

El silencio de la casa era total e iba a suponer un reto no hacer ruido, porque como mi madre apareciera se iba a montar una buena bronca. Intenté dormir, y darme la vuelta tapándome hasta las orejas, pero a pesar todo el cuidado que ponían los oí hasta que él terminó y ella protestó porque le manchó el vestido; sólo se lo había levantado hasta la altura del ombligo. El entusiasmo del principio cedió a una manifiesta fatiga, y un

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pitillo que se iluminaba como un faro intermitente. Cuando mi hermano se quedó dormido empezó a roncar boca arriba, entonces la chica aprovechó para recoger sus cosas. Volví a mirar mientras ella se arreglaba, se puso las bragas y los zapatos mientras me veía de reojo sonriendo. Por la ventana entraba una brisa de estío que lo movía todo, pero no había ni rastro de la inquietud que me había producido oírlos llegar. Se levantó para marcharse y se acercó a mí, se agachó un poco y me cogió la cara con una mano mientras me daba un dulce beso, casi inapreciable en los labios.

-Cuando seas mayor, las vas a volver locas a todas.

Y se fue con el mismo sigilo que había venido, dejándome un diagnóstico muy poco probable.

Floreda me pone una mano en la cabeza, he estado nadando, mi cabeza está mojada, me sacude el pelo con energía, buscando el alboroto, está dispuesta a no dejarme en paz. Tiene paciencia, eso es obvio después del último año en el que a aprovechado cualquier oportunidad para insinuarse, deslizándose en escondidos tocamientos, señales sexuales, tocando mis pies bajo la mesa, ofreciéndome de su bocadillo ya mordido, o llevándose partes de mí que creía haber perdido. Esa tenacidad debería ser premiada de algún modo, ella convive con sus sueños con absoluta normalidad.

Yo estoy sentado en el pantalán con los pies colgando sobre el agua amarillenta y ella se ha puesto de rodillas a mi espalda, juega conmigo. No espero que me empuje al agua, no sería una reacción natural, sus juegos no llegan tan lejos. Orgullosos de volver a ser de alambre, la confianza se abre camino y eso me tranquiliza; puedo pasar horas a su lado mirando el mar, esperando que lleguen Idoia y Josi. Confianza y paciencia, son constantes a los que espero no renunciar por mucho que cambie mi vida. La crueldad inconsciente forma parte de la vida, y alguna gente se pasa la vida hiriendo a otra gente, y se muere sin haberse dado cuenta. Cada persona es diferente, y hay gente que habla demasiado sin entender nada, sin haber comprendido que en este mundo hay demasiada gente que sufre. A este lado del pantalán, además de las viejas, las divorciadas y algún gay despistado, no suelen acercarse. En la vida ordinaria, cuando no estoy de vacaciones, es más difícil no llegar a ellos, o que ellos simplemente se crucen en mi camino. Las miradas duelen, pero aún son peor los cuchicheos. A Nellya no le cuento muchas cosas, porque aunque hace tiempo que nos conocemos, y ya está acostumbrada a ayudarme, es también un poco así. Hay una parte del todo que es problema mío, ya lo sé, yo también les hago mi reproche, pero estoy en mi derecho.

Había desaparecido, no tenía ni una pequeña idea de su paradero, pero eso no me inquietó. Cuando la brisa soplaba así me sentía renacer, brisa de

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poniente, desde más allá del mar. Podría reconocer las palabras de los marineros faenando un poco más allá de la isla, pero no prestaba atención a eso, miraba al espacio abierto, azul, sobre mi cabeza y a continuación como mareado, el horizonte. Quería fumar un pitillo y me dejé caer a un costado para alcanzar la toalla, alcancé uno de sus picos y tire de ella. Con cuidado para que el tabaco y las cerillas no se salieran del rectángulo que se deshacía y se volvía montañoso. Conseguí encenderlo ala primera a pesar de la brisa. Los dedos mojados humedecieron la parte intermedia sin llegar a romperlo. Después de nadar un rato sienta bien un pitillo, debe ser algo parecido al que se había fumado mi hermano la otra noche después de la voracidad con que escurriera entre las piernas de aquella chica. Me dejaba querer en el reventón del verano hasta donde el sosiego me permitía porque no iba a renunciar a él, y eso que los miedos más terribles de la vida, los que ya me abrían de acompañar siempre, aún no habían llegado. El remoto pretexto que no utilizó para ausentarse, debió quedar prendido en el aire, retándome al juego de las adivinanzas, lo hizo por esto, o, tardará poco, eran algunas de las conjeturas que me llevaban a estrechar el campo imaginario que intentaba darle caza. Le hacía creer que no me importaba nada, pero eso no era cierto, si que me importaba. Pero cuando la gente te importa hasta el miedo de perderla, si uno barrunta esa posibilidad en el transcurso normal de las cosas, entonces tiene que hacer como que no le importa, y eso es un supuesto que no va a hacer la catástrofe menor, pero no sabría hasta que le momento llegara. Exigimos saber llorar, y ni eso nos fue concedido, ni eso ni comprender porque morimos sin más juicio que nuestros pobres años. Caemos de cabeza en este patíbulo azul, hicimos lo que todos, lo intentamos, sin salirnos demasiado de la raya, y ni eso nos salvó. Pero fuimos buenos chicos, de ahí podrán sacar unas cuantas ideas para un réquiem.

Obediencia al hecho de la vida, esforzarse: pero no es una meta, el esfuerzo, el requerimiento que me sobrevuela; no fallar, no defraudar, cumplir lo acordado. En aquel tiempo aún no había descubierto algunos de mis miedos más persistentes, los que duraron siempre.

Bueno ya hay tres cosas que se revelan en la existencia, la crueldad –no hay piedad con los cobardes-, la obediencia a las reglas de supervivencia, y el esfuerzo, el jodido esfuerzo, el cotidiano esfuerzo. Tu mal no me pertenece, me has pasado la bola y ahora te desentiendes. Una cruz nevada derramando dolor sobre las iluminadas cabezas de los hombres bombilla. Parece que aún no era suficiente el dolor, y nos pusieron ese ejemplo de sacrificio y seguimos encajando, exigiendo libertad, pero recibiendo hasta el final del combate. Tan mal no estaba, tenía las tetas redondas y pequeñas, las piernas eran fuertes, rollizas y las caderas desmesuradas, pero no cambiaría nada, tampoco solía fijarme en ella cuando se ponía en top-less y se empeñaba en

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acercarse tanto que apenas me dejaba respirar, era como mirar a una hermana, al menos hasta ese momento había sido así. Desde luego era una chica elegante, siempre me gustó su forma de vestir, y medio desnuda no era lo mismo. Floreda me miraba desde su toalla, sin que yo lo apreciara, no podría ni en cien años descubrir lo que pasaba por su cabeza.

Bien pensado no he estado muy acertado en decirle que me estaba agobiando, es posible que se haya molestado, porque aunque se me haga una niña jugando con su muñeco, lo cierto es que se preocupa por mí, y eso es de mucha ayuda. Aparte de este pequeño incidente, estoy seguro de que la tarde discurrirá apaciblemente, trazando los flecos de nuestro deambular paralelo sin sobresaltos. Deambular es una palabra que no tiene mucho sentido para los disminuidos, solemos asegurar los itinerarios y no dejar demasiadas cosas al azar, la seguridad de nuestras vidas depende de conocer siempre a donde vamos, cuanto va a durar esa actividad y si tendremos algún problema, o surgirá algún contratiempo que nos impida estar de vuelta a la hora programada. Deambular es una palabra para gente sin miedo y con recursos para salir de una situación inesperada, si llegara el caso. Al fin descubrí que Floreda no se ha ido muy lejos, le he dicho que me estaba agobiando y se ha retirado un poco, está tumbada al sol en su toalla, he girado la cabeza y la he visto, parece distraída, pero de vez en cuando me mira de reojo.

Las relaciones con gente a la que aprecio no siempre me resultan fáciles, me vuelvo intratable, me parapeto en la afirmación de mis limitaciones como un derecho al capricho. No comprenden que es también una forma de entrega, la confirmación, una vez más de mis limitaciones. A lo mejor se trata de un levantamiento, de una conspiración, de una agresión contra mi cadáver. No puedo dejar de pensarlo, una vez muerto podrán hacer conmigo lo quieran, y en vida no lo hacen porque me resisto a combatir a favor de voluntades extrañas. No me dejo intimidar por esa gente que se me enfada si no hago lo que ellos desean: una vez, un tipo en el instituto se me enfado porque no le dejé unos apuntes. Una vez, no hacía tanto había necesitado ayuda para preparar un trabajo, y entonces se los había dejado, pero no lo iba a hacer cada vez que me los pidiera. La gente contrariada no pone en valor más que la urgencia de sus intereses, ¡Es terrible para mí! Pero no desconfía de los chicos hasta ese punto, y Floreda me lo cuenta todo, cualquier trama que existiera sería el primero en conocerla, antes que ellos mismos. Me incita a la preocupación, su capricho se expande por la toalla, y evita mirarme de frente. Debería transmitirle algún tipo de distracción, sacarla de esa actitud, tal vez un guiño acompañado de una sonrisa la convenza de que

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esta vez a ganado la partida, y entonces ella también sonría. Amontonados sobre un pequeño trozo de arena que deja de existir con la marea alta, a su alrededor nos niños se zambullen y salen corriendo, mojados y huidizos; terminarán por enfadarla. La transmisión se hace difícil, y, aunque sea incapaz de saber lo que hay en su cabeza, la fuerza telépata que nos tiene conectados a desaparecido. “Corto y cierro”, se ha dado la vuelta, ahora ya es imposible que me vea ni siquiera de reojo.

Creo que a Floreda le da por creer que soy el tipo perfecto para ella, inofensivo, incapaz de hacerle nunca una mala jugada. Las traiciones también nos aparecen restringidas a los decentes incapacitados sobrevivientes. En unos años la naturaleza adiposa de lo inmóvil se manifestará como una enfermedad más a tener en cuenta, el trasero se pondrá tan grande que no va a entrar en la silla de ruedas, y entonces dejaré de salir a la calle –son muchas las ocasiones en las que no me apetece salir, pero me fuerzo a ello-. No hay nadie más traidor que los que llevamos escondido todo un proceder calculado de imposibilidades, eso nos obliga a juzgar y a convivir con nuestros juicios reprimidos. Así pues, ella tendrá que descubrir, más tarde o más temprano que no soy tan buena gente como cree.

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“Melvin – The Belles”

Por los pelos, mi madre no me encontró los porros. Llegué a casa y se había dedicado a hacer limpieza en mi habitación, o en mi parte de la habitación, porque a mi hermano lo deja por imposible.

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Aprender a vivir con restricciones es algo con lo que muchos no contaban, y no es un problema de escasez, tenemos de todo, el mundo se llenó de cosas, la mayoría inservibles para los tiempos que corren, tenemos autos a los que nadie llena el depósito, tenemos teléfonos y computadoras que no se pueden recargar, y los electrodomésticos sólo funcionan a ciertas horas del día, no hay energía para más. Tampoco podemos decir que haya trabajo, y la gente que entiende de estás cosas dice que es como si volviéramos a las condiciones de vida de 1930. Antes de esta fecha aún se disponía de menos cosas que usar, que no se usaran. Cuando mi padre se quedó sin trabajo envejeció de golpe, y después vine yo, que nací con esta tara, y que llegué para complicarles un poco más la vida. Cada uno de los miembros de mi familia, durante generaciones, ha aprendido a salir adelante por sí mismo, y no me gusta que ejerza una excesiva protección sobre mi y mi estado. Si se le da por limpiar, lo mejor es no estar en casa, me pone cosas sobre el regazo y me dice que se las ponga en tal o cual cajón, y entonces ya no hay quien la pare. Mi padre cayó enfermo, y desde entonces ella duerme en la habitación más pequeña de la casa, que era la habitación de mi hermano, y por eso ahora compartimos habitación. Esta nueva incomodidad hay que sumarla a todo el resto que sucede en mi vida, restricciones de energía e imposibilidad de desplazarme sobre mis propias piernas -no sé como le puedo llamar piernas a estos dos trozos de carne que apenas se han desarrollado y que parecen de goma-, todo se vuelve estrecho por momentos, y sueño con que todo acabe pronto, por su bien y por el nuestro. Algún día mi hermano volverá a su habitación, y entonces volveré a tener el espacio suficiente para mover mi silla por la mía, poder estar en mis cosas, en mis libros y mis dibujos, sin necesidad de reducirme aún más y pasar horas en la cama para que él no choque conmigo. Estos son los pequeños inconvenientes de la vida en familia, jamás los cambiaría por otra cosa, ninguna vida diferente me haría sentirme mejor. Si tuviera que elegir entre dormir en el suelo, y que la casa se llenara de nuevo, que volvieran los abuelos, y que aunque sólo fuera en espíritu, mi hermano el que murió arrollado por el tren, estuviera de nuevo entre nosotros, de buena gana me acostumbraría a quedarme dormido sobre la fría baldosa el resto de mi vida. Si las cosas no fueran tan imprevisibles, y el futuro no se presentara siempre por sorpresa, todo sería mucho más fácil para mí. Todos quisiéramos una estabilidad para siempre, pero yo no puedo ni sospechar lo que será mi vida dentro de veinte años, ni siquiera de quince; no puedo hacer planes a tan largo plazo. Mi hermano dice que tengo suerte, con un cinismo difícil de analizar; él cree que los gobiernos del mundo se han vuelto organizaciones caritativas, y como no son capaces de darle trabajo a la gente, se dedican a dar ayudas, subvenciones y pensiones vitalicias: no pueden escoger entre dejar a la gente desvalida, o seguir creando un estado de conformismo que en nada ayuda. Me ha dicho, no sé si intentando herirme, que me va a ser fácil encontrar una de esas

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mujeres que aspiran a una vida estable, porque mi pensión es el mejor signo de estabilidad. Los políticos son los responsables de que el mundo no funcione, de que nadie sea capaz de imaginar por donde hemos de seguir para que las cosas se normalicen, pues no hay arreglo, que sigan con su proteccionismo, que suelten el dinero de las pensiones o que nos condenen al hambre.

Lo ha limpiado todo, lo ha dejado ordenado y posiblemente no encontraré algunas cosas en unos días. Hay una nueva foto sobre el sinfonier -es una palabra que parece musical, en vez de cajones debería tener cuerdas o teclas, aunque todos mis pistas apuntan a un mueble de estilo francés decadente-. La ha dejado con un guiño de complicidad, es una vieja foto en la que aparecemos los dos en un balcón, ella arrimada a la barandilla, yo sentado en una silla a su lado y apoyando un brazo en una mesa con toda naturalidad. -Existe una relación incuestionable entre el recuerdo y la sensación de haber vivido una vida propia. Las fotos que mi madre guarda dan fe de toda una vida, y nadie las encontrará si ella no descubre donde se encuentran. El resto de humanos que nos hemos cruzado en su vida, somos una parte más de ella, o sencillamente los que no se han prestado a atender sus peticiones, no existen porque no se tienen en cuenta. Las fotos sólo son una señal, lo importante es el recuerdo, lo que da forma y sentido a una vida, lo que nos reafirma en la idea de haber vivido. Yo soy uno de sus más fieles seguidores, formo parte de esa secta aún no declarada pero extendida en todos sus matices como si así fuera.

-La foto es muy sugerente. Nos lleva a un tiempo que hemos perdido. Lo estamos perdiendo todo.

-La enfermedad de mi padre tiene que ver con estar perdiendo su memoria, y por tanto según mi teoría, está perdiendo su vida. La vida no se pierde porque uno deje de existir, se pierde porque se olvida lo que hemos vivido y es como si nunca hubiésemos existido. Al olvidar las partes que en común tuvo con ella, y con el resto personas de la familia, se convierte en un extraño a sus propios ojos, no a los nuestros que seguimos relacionándonos con él y su pasado.

-Eso que me cuentas es terrible. Así no hay manera de estudiar.

-Podrás llevarte los apuntes. Ya estudiarás en casa, aún falta mucho para el examen.

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Creo que conseguí impresionarla con mis ideas avanzadas acerca de la relación que mi madre tiene con sus fotos. O conseguí eso, o me pasé y estaba deseando salir corriendo. Mi madre debió notar que iba a tener visita, y por eso hizo limpieza. Las madres lo notan todo.

Él sufre porque no es capaz de llevar su vida con cierta normalidad, es incapaz de expresarse con fluidez, y aunque pongamos toda la paciencia para esperar que termine sus razonamientos, aún así, a veces no le entendemos. Se le llenan los ojos de lágrimas por que es consciente de sus limitaciones. El suicidio no se contempla entre nosotros, no va con nuestra educación, con nuestra familia, con nuestra forma de ver las cosas. Creo que solo un dolor físico insoportable nos haría contemplar esa posibilidad, mientras, seguimos aguantando todos los retos que la vida nos entrega como un sablazo, como un reproche. Se olvida del nombre de las cosas, puede hacer una conjetura, intentar montar una frase acerca de cosas que lo inquietan, pero al llegar a una palabra importante, un nombre que define el sentido de todo lo demás, entonces se bloquea. Todo es una cuestión de gestos, de ejemplos y conductas. Las cosas lo son por un determinado tiempo, y en las relaciones humanas pasa lo mismo que con nuestros cuerpos, son bellos y jóvenes sólo mientras lo son, pero tienden a pudrirse y desaparecer. Tal vez a los ojos de alguna gente, el suicidio sería una solución a algunos de sus problemas, pero esa conducta no es la que se espera de nosotros, no hemos sido educados así, creemos en la atención debida a los nuestros. Floreda me contó una vez que se quedó embarazada muy joven de otro muchacho muy joven, más joven que ella, y ella tenía en aquel tiempo sólo 14; tuvo que abortar, no sé si hay chicas que suicidan por quedarse embarazadas demasiado pronto, pero algunas se mueren al abortar en malas condiciones, esta es la sociedad avanzada a la que hemos llegado. Le duele tanto, que a veces cree que lo soñó. Es algo que queda en el inconsciente, admitiendo los reproches de los antiabortistas que se dedican a complicarlo todo aún más y que responden a una posición política, sin importarles el dolor que causan. Josi es un poco bruto, las cosas como son, pero no mucho más que la mayoría de la gente, porque se vuelven insensibles para no sufrir. En una ocasión me mostró unos gatos recién nacidos, los traía dentro de una caja de zapatos, aún no habían abierto los ojos y cada uno de ellos, no medía más que mi dedo índice. Me preguntó si quería uno y le dije que no podía, que no estaba la cosa para gatos. Cuando lo volví a ver y le pregunté por los gatos me dijo que los había enterrado. Eso me hizo sentir mal por no haber sacado de la caja de zapatos uno de los gatos, y me acordé de nuevo de Floreda y ese dolor con el que convivía y que ocultaba detrás de sus risas. Yo nunca la hubiese animado a abortar, pero en su caso no le quedaba

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otra solución. Después de eso uno piensa cual es el valor de un óvulo fecundado, uno de esos que se van por el retrete con frecuencia indispensable, y llega a la conclusión de que se trata de sueños perdidos. Tener un sueño, alimentar día a día que ese momento llegue, y finalmente ser consciente de la imposibilidad de tenerlo, admitir que ese sueño no es para nosotros y dejarlo pasar. Hay actos desesperados en los que ni siquiera la religión tiene derecho a decir nada. Y después estamos los supervivientes, los que seguimos adelante poniendo nuestras limitaciones en segundo término. Desde mi silla de ruedas, nunca animaría a nadie a suicidarse, o a abortar, pero respeto su decisión, nadie tiene derecho a inmiscuirse y menos en dar un paso a favor de una conducta que se entienda como lo contrario a un ejemplo de vida, porque la vida y la juventud es una cuestión de un tiempo determinado pero la realidad a la que tienden es la podredumbre: así que mientras la vida dura debemos empeñarnos en los mejores gestos, aunque ellos también tienden al olvido y a ser olvidados, como esas palabras que ya no le pertenecen a mi padre. Floreda y yo, tuvimos una hija con el paso de los años, y eso y el paso del tiempo, le devolvió la ilusión por las cosas sencillas.

Había pasado la tarde esperando la visita de Nellya, me turbaba cuando estaba más cerca de lo aconsejable, y eso era raro en mí, pero enseguida me componía y no lo notaba. Me di un baño, me afeité y me saqué un granito que llevaba unos días molestándome en el contorno de la nariz, justo en un lado de una de sus ventanas. Mi madre, cuando pasaba por el baño me miraba de reojo, pero yo no le hacía caso, así que cuando se decidió a hacer limpieza, creí que se trataba de una asociación: ya saben, uno ve limpiar y se pone a hacer lo mismo de forma inconsciente. Si se hubiera tratado de la visita del alcalde, no creo que se hubiese montado tanto revuelo.

Tal vez haya demasiadas cosas a las que nunca podré aspirar, cosas normales con las que sueñan todos los chicos. Nunca resolveré ese brillo despegado de mí, esa imprevisión que no le teme a nada. No me puedo desprender de este deliberado fingimiento, hago como si nada, pero estoy perdiendo la batalla por la dignidad. Algunos le llaman frustración, en mi caso esa palabra lo abarca casi todo. Puedo concebir el desconcierto como nadie lo hizo antes, para, al momento siguiente en una sucesión de acertadas ideas volverme incisivo, impío, capaz de conseguir el éxito donde otros han fracasado, al fin, insolidario por pura venganza. Nadie me ha hecho nada malo, he nacido con estas dos piernas inútiles, pero los culpo a todos de ello.

Nellya combina sus rizos dorados con vestidos vaporosos. Tiene las piernas largas y he pensado que debe sentir frío cuado pone sus posaderas sobre la formica de la silla del bar que frecuentamos. Son vestidos enterizos

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de poner y quitar por la cabeza y tan cortos que casi siempre sabemos de que color lleva las bragas, y le hacemos bromas con eso. No le importa mucho, es verano, y en ocasiones se pone el bañador, pero hubiese sido lo mismo que no llevara nada, nadie se le ha acercado tanto como para poder decir que ha pasado de un simple vistazo; no se le conoce novio o amigo especial en muchos años. No parece que compartir sus secretos con algún chico sea una de sus inquietudes.

-Perdemos el poder que el espanto nos devolvía, La gente se vuelve insensible, y no quieren ni oír hablar de penas, cada uno ya tiene bastante con las suyas, y la obsesión cada vez más presente de su propia muerte. Parece que se ha impuesto una cuestión cultural que hace consciente a la gente corriente de inquietudes superiores –Nellya me miraba con incredulidad.

-No sé Corominas, todo eso resulta tan complicado para mí. Todo el mundo dice que tienes una cabeza para la reflexión, pero yo no consigo seguirte.

Dios me ha dicho que venimos al mundo a sufrir, a sacrificarnos y a encajar, pero que no debemos hacerlo con la resignación de los vencidos, que debemos sufrir intentado descubrir quienes son los que nos causan el sufrimiento, quienes son nuestros enemigos en la sombra, y que debemos rebelarnos contra un estado de cosas que todo lo vuelve perverso e injusto. Ser humilde es tan pequeño que con los tiempos que corren todo el mundo prefiere lo fácil. En mi caso puede parecer que lo fácil es ser humilde, no necesité nada para ganármelo, fue suficiente con vivir y aceptar que si me salía de mi rol de impedido, otros con sus miradas me pondrían en mi sitio. Aún así, nadie podrá olvidar aquella vez en el río que me empeñé en tirarme por la rampa deslizándome como un cometa, volando sobre sus cabezas con silla de ruedas y todo, y cayendo al agua con el estruendo de un superhéroe. Algo he aprendido de algunas formas de mirar, o mejor, de algunas formas que la gente tiene de mirarme: sólo te harán daño si te pones en su camino. Van a lo suyo, no se pararán en una insignificancia que los distraiga. No parecen peligrosos, ni siquiera cuando se ríen y parecen capaces de decir cualquier cosa pero llevan algo dentro que cuando aflora y se deja ver dice, estoy tan jodido que sería capaz de cualquier cosa si alguien se interpone entre yo, y lo que creo que se me debe. Es por eso, que los católicos cuando dicen que venimos al mundo a sufrir, se quitan muchos problemas de encima, se vuelven conformistas y no pelean por la felicidad debida.

Nellya me miraba con unos ojitos inocentes que yo sabía que no lo eran tanto, y su voz era tan débil y dulce que me enternecía, aunque también sabía fingida. La ayudé con sus apuntes, pero luego estuvimos viendo un

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libro de poesía que había comprado no hacía mucho. Aquella invitación pudo cambiar mi vida, si Floreda hubiese llegado en aquel momento es posible que se hubiese sentido traicionada, y ya no hubiésemos llegado a ser lo que después fuimos. A pesar del terrible desempleo que asolaba aquella sociedad del futuro que ya es pasado, mi hermano, lo llamaré Fenr, llegó inesperadamente. Estaba de grasa hasta arriba y no se había cambiado. Él sigue reparando coches viejos, gente que se empeña en mantenerlos en sus antiguas condiciones, a pesar de que ya no quedaba apenas combustible: era uno de los pocos sectores que resistía. No puedo dejar de recordarlo como un competidor, porque el siempre me trató como un igual y, en esa competición, no hacía concesiones, no me daba ni una oportunidad, era el hermano mayor él debía ganar siempre. En nuestro ámbito, él no quería dejar pasar ninguna cosa sin mostrarse dueño controlador, y eso lo agotaba y lo enfurecía, como en esa ocasión en que lo habían dejado salir un momento pero debía volver al trabajo sin terminar de saber lo que estaba pasando allí, en su propia habitación. Mientras era libre, en mi primera adolescencia podía aspirar a tener cualquier cosa que otros chicos de mi edad no tenían porque no alcanzaban, celebrado por mi arrojo y mi ausencia de timidez entre los que me conocían y se decían mis amigos, en los tiempos difíciles, en la crisis de los adultos, mi impedimento me permitía tener una superioridad manifiesta y desinteresada, en la extroversión que era innata en mí, y sobre la acuciante realidad que otros igual de jóvenes, no eran capaces de superar por educación católica de respeto al sexo de las mujeres. No es que fuera un casanova, pero me escuchaban e intentaba sacar partido de ello.

De alguna forma le devuelvo el golpe a Fern, es de noche y ha bebido, se lo noté nada más entrar. Me mira y se sacude. No quiere hablar, le parecemos demasiado jóvenes para lo que se imagina. Nellya se ha ido y yo también tengo cara de cansancio, me pesan los párpados y no tengo ganas de hablar. Quiere saber cosas de la chica, pero yo, en ocasiones estoy más cerrado que una caja fuerte. No sé si está escandalizado, asustado, o confundido. A lo más que Nellya me dejó llegar fue a unos besos y a tocarle las tetitas sonrosadas, de ahí nadie ha conseguido pasar, pero él no lo sabe. Resultaba tan romántica la escena, yo recién duchado, sentados los dos sobre la cama, ella tan cerca, rozándome las piernas con sus pantorrillas desnudas y pasando hojas del libro que sostenía sobre mi regazo, que fue demasiado para él siempre acostumbrado a ganar mirar eso. Cuantas veces me pregunto si debería corregirme, intentar ser menos cruel, pero me descarga de la piedad ajena, en un tiempo en que mi personalidad aún no ha terminado de formarse.

En uno de mis sueños aparece una figura que se parece a mi hermano, está sentado en una silla del salón desde donde puede ver mi habitación, desde donde puede verme sentado en mi cama, pasan las horas y todo

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continúa igual. Sólo ha llegado un poco más lejos, hasta le silla del salón, y también le gusta pasar el tiempo sentado, o no le queda más remedio. La visión que tiene soy yo, y le preocupa, después pasan los días y vuelve a estar allí sin moverse, mirándome, sonriéndome. No puedo verle la cara pero adivino que es él. Uno de los dos va a hacerse viejo sin remedio, finalmente es él; le crece la barba, se le encanece el cabello, se llena de arrugas, adelgaza, se consume, muere, aparece tieso una mañana y se lo llevan. La silla del salón queda vacía. Nadie me mira, no puedo moverme, no tengo a nadie a quien mirar. No entiendo porque aparece tan paciente en ese sueño, el nunca es tan paciente.

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You don´t satisfy – Pandoras

Así es como se destruye la costumbre, innecesariamente asumida. Somos el agónico resultado de la lucha por la supervivencia. Mi ojo se enfrenta a la nueva madrugada y escruta la habitación e silencio, para tomar la medida exacta de un nuevo día, de una nueva situación. Después el desayuno confidencialmente asumido, y la presencia muda incapaz desperezarse de Floreda. Sobreviví debo decirlo, celebrarlo, sobre este amasijo de hierros que curan. Me hizo bien querer tenerla y escucharla, amar la rutina. Las palabras intentan revolver este sosiego que he ido creando, que hemos ido creando, acordemos que no todo ha sido consciente, pero nos hemos ido llegando al momento actual no sin diferencias, hasta aquí hemos conquistado el derecho a la tranquila muerte. Ya puedo verlo, mi padre murió primero, hace muchos años de eso, y otros padres se han muerto desde entonces, todos con el derecho adquirido de un lecho y un llanto. Puedo verlo, lo he conseguido, tengo el derecho a ser velado después, porque los nietos vendrán, porque he conseguido ser lo que soy a pesar de mi invalidez, porque mi hija se casa hoy. Lo hemos conseguido los dos,

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porque Floreda ama esta rutina tanto como yo, y nadie nos va a sacar de ella. Mis máquinas ya no ofenden, me muevo en un mundo restringido por mis propias necesidades, los he acostumbrado a ellas. He sido el terciopelo de las madrugadas, un joven sin complejos a pesar de hacerme ver rodando con Floreda por esas aceras de Dios, nos miraban, nadie creyó nunca en nosotros. La silla de ruedas es real, no se trata de una metáfora que pueda manejar a mi antojo. Me escurrí por calles atestadas, hasta que volví a mi centro y el trabajo terminó por centrarlo todo, ahora soy una persona nueva: ya no salgo por las noches, ya no soy el héroe que se tiraba por la pasarela sin frenos, no sé como no maté a alguien. He diseñado deliberadamente este momento, y he vaciado mi taquilla porque voy a tardar unos días en volver al trabajo. Al principio temimos que nuestra hija nos llegara con otra sillita de ruedas bajo el brazo, por fortuna no fue así, es bella, muy sonriente y delicada, y muy valiente. La hemos enseñado bien.

Me lo perdona todo, siempre.

En otra parte, la magnitud del mundo se deshace en elogios, porque hoy es la boda de mi hija y se comprometen con mi felicidad. La empresa fabrica cojinetes para máquinas transportadoras, en lo que casi se han convertido todos los autos viejos. Y esta costumbre por reciclar me ha devuelto la sonrisa. Ha pasado la vida y ellos en el trabajo, mis compañeros me estarán echando de menos, me estarán cubriendo porque la empresa no cubre este tipo de “excesos” así los llaman, o también “fiestas”, y porque hemos decidido que la boda de una hija debe tener tiempo suficiente para que uno se recupere. He salido delante de medio cuerpo, porque mis piernas son insensibles al movimiento. A veces sueño que el mundo se para, y aunque me muevo sobre mi silla con cierta desenvoltura, mi problema es de inmovilidad. Sueño que todos se congelan a mi alrededor, a veces en una calle, a veces en el trabajo, en un bar, en el metro, en un hospital, en cualquier parte. Se quedan congelados en las posiciones más extrañas, y haciendo uso de tanta superioridad, ¿qué dirían que sucede? ¿Qué me levanto de mi silla y echo a andar como si nada? No, no es un sueño feliz, porque lo feliz sería soñar que soy capaz de andar, no que ellos se convierten en estatuas, y cuando digo ellos, me refiero al otro desconocido, al transeúnte, nunca a mis afectos. Me dedico entonces a pasar entre ellos, a dar vueltas y vueltas como si se tratara de maniquíes en exponiendo sus ropas y sus sonrisas, su talla, su presencia.

Había sido una de esas tardes que echábamos de menos, y yo me había tirado al agua nada más llegar para sorpresa de Floreda que aceptaba que yo tuviera un día respondón. Al final se contrarió después de rozarse contra

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mi espalda todo lo que quiso, mientras yo sólo observaba el horizonte sentado en el pantalán. Idoia y Josi llegaron riendo, y ya no me importó que Floreda pusiera su toalla en un ángulo en el que tendría que retorcerme para verla, no me importó su enfado y que la creyera desaparecida durante un buen rato.

-¿Sabes qué Nellya se está echando a perder? –dijo Josi en medio de un miedo inmaduro a irnos perdiendo a todos, poco a poco, imperceptiblemente.

-Si es que la gente no sé en qué piensa. No sé que esperan de la vida –respondí sin demasiado ánimo-, o si están todo el tiempo calculando sus posibilidades.

-O si creen que lo merecen todo, como las modelitos con suerte -¿porqué Floreda me apoyaba si acabábamos de tener una de nuestras silenciosas discusiones?

-Todo el mundo tiene que pagar un peaje –y entonces entró Idoia, como si no le impostará pero echando más leña al fuego de la incomprensión.

No, nadie hizo nada por comprenderla,

No soy una persona permeable, ¿qué otra cosa se podía esperar de mi? Fue mi desafío lo que me hizo sobrevivir a cualquier situación angustiosa, mi valor, si lo tuve, decidió no eludir ninguna de ellas.

Ella viene y me estira la chaqueta, ni una arruga. Asisto imperturbable a la deformación de la existencia, y me dejo colocar, me dejo mimar, porque Floreda me hace el arreglo, la composición, el detalle que me adecenta. Antes de salir para el juzgado debo articular el discurso necesario para contarle que he estado llorando y que no me levanté por la noche a beber como ella cree, aunque también tomé una copita.

Se me hace incomprensible esta interferencia, y va a ser permanente me temo. Sé que parece extraño, pero no lo había previsto, me tomó por sorpresa, ni siquiera había pensado en ello. Y Flora una vez más, lo vio todo antes y lo llevó controlado, y me quitó el apetito, y ella venga a venerar a un muchacho que apenas conocía.

Parecimos una pareja infatigable, había en nosotros la saturación del compromiso y una felicidad espesa, a pesar de las contrariedades. Ella empujaba la silla con pesada costumbre provocando las conciencias, y

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después sus demostraciones de afecto siempre tan excesivas y nunca donde pudiéramos ocultarlas: al filo de las muchedumbres.

Pasaba la tarde de playa con la placidez que se esperaba de un adolescente, sin renunciar a nada, por eso mis recuerdos de aquel día perduran en el tiempo con tanta viveza, ni siquiera la reputación de un hombre que respeta a su familia y que en unas horas asistirá a la boda de su hija, ni siquiera eso, en este momento de estirar la última arruga, consigue hacerme rehusar la imagen agradecida de Floreda entre las rocas, vigilante, conduciendo mi vida. La nitidez de la entrega la hizo detenerse, y poco a poco conseguí la pausa. Creo que Floreda y yo marchamos al mismo paso porque de alguna manera los dos somos tullidos, aunque para mi, ahora ella tiene la perfección de los que son necesitados. Ya no sabría vivir sin sus atenciones, y esas miradas que me echa como intentando descubrir en qué pienso.

Emprendimos el camino de vuelta, la chicas taparon sus senos con resuelta admiración por nuestra parte, pero sus blusas eran tan ligeras que aún lo empeoraban todo. No se puede tomar a broma una cosa así. Hay que ver Flora cómo me lo hiciste, y me convenciste, cómo me situé en el punto que propusiste aquella tarde de horizontes y melancolías.

¿Por qué estoy tan cayado? Sé que está a punto de preguntármelo. Pero no, me pregunta cosas del banquete, si todo está bien, si está atado y si he llamado para preguntar si les hace falta algo. No, todo bien. Toda va a ir como siempre, mejor de lo esperado.

La magia de la luz tostada. La luz no se imagina, se presiente. Todos están empeñados en descubrir si la calidad del Deja-Vu que han experimentado es tan definitiva como la propia sensación de que la vida se acaba, que ya se ha hecho todo lo que se podía hacer, que ya se ha demostrado todo lo que se pretendía, y que sin otro reto al mundo, ya nada tiene sentido.

Soñamos millones de sueños, vidas que nunca hemos vivido y que se tocan con la vida real, porque sólo podemos soñar mundos paralelos a lo que contenemos y conocemos. Esa sensación, de esto ya lo he vivido, es como intentar recordar un sueño entre un millón, uno que no fue el que recordamos en el momento de despertarnos, porque ese fue el último y el más perezoso. Esa sensación de ya haberlo vivido, en realidad es la sensación de ya haberlo soñado, lo que viene a ser casi lo mismo.

-Despierta guapito, que hoy se casa tu hija.

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Ella atenta, ella despierta, consciente de la realidad, ella sosteniéndome sobre sus dos piernas, sobre su fortaleza de no rendirse nunca a sentimentalismos, ella con sus propios fantasmas y la forma que ha elegido para tenerlos a raya. Yo ya no soy nadie para quejarme, yo ya no soy nadie.

¡Mira que llamarme guapito! Toda la vejez añadida que se nos aloja y me llama guapito. Por lo demás, no nos sometemos a perturbaciones, ahí estamos. Diríase que ya no es capaz de contener la presión de sus labios, la misma que antes me animaba a ser humilde. Sí, ya lo sé que siempre despunté, y fui más allá de galán. A la sazón, yo tengo una minusvalía, pero nunca me sentí desvalido, hay una diferencia. Confecciona para el día de hoy la suspensión de cualquier desacuerdo, se lo noto, yo tampoco voy a traer en el preámbulo ningún tema que las pueda disgustar, madre e hija están muy unidas, suele ocurrir. Y yo encantado de que ellas se entiendan y me organicen la vida, eso ya no me causa la honda decepción que en otro tiempo los amigos demasiado dados a ayudarme.

Excesos de remordimientos, otra lagrimita y un beso después de salir del juzgado. Hubiese deseado afianzar mi futuro mucho antes, haber sido un procaz trabajador capaz de tener decidida cada parte de su vida antes que todo.

Había allí una carga sentimental difícil de menospreciar, y me ofrecían sus garantías, y se ofrecían para ser nuestros padrinos, Floreda y yo los veíamos con escepticismo, pero nadie decía del todo que no. No deseábamos interferir de todo en la felicidad que les suponía a Idoia y Josi jugar a que éramos queridos. Era verano, éramos jóvenes, y aún no habíamos empezado a desarticular nuestros sueños.

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