¿emancipación o esclavitud?

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1 Universidad de las Artes Maestría en Arte Contemporáneo Mtro. Eudoro Fonseca Yerena Diciembre 11, 2009 DULCE MARIA RIVAS GODOY El efecto de la modernidad ¿Emancipación o esclavitud? “No tiene ningún sentido tratar de resistir las opresiones e injusticias de la vida moderna, ya que incluso nuestros sueños de libertad solamente endurecen las argollas de nuestras cadenas; no obstante, una vez que comprendemos la futilidad total de todo eso, por lo menos podemos relajarnos” MARSHALL BERMAN Ser moderno, según Berman, es experimentar la vida social y personal como un torbellino, encontrarse uno mismo y al propio mundo en una desintegración y renovación perpetua, conflicto y angustia, ambigüedad y contradicción; como dijo Marx, ser parte de un universo en el que todo lo que es sólido se evapora en el aire. Ser un modernista es hacerse de alguna manera un hogar dentro del torbellino, convertir sus ritmos en los ritmos propios, moverse en sus corrientes en busca de las formas de la realidad, la belleza, la libertad, la justicia, que su flujo ferviente y peligroso permite. En términos sociales e históricos, no se llega a la modernidad con el comienzo de la Edad Moderna en el siglo XV, sino tras la transformación de la

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“No tiene ningún sentido tratar de resistir las opresiones e injusticias de la vida moderna, ya que incluso nuestros sueños de libertad solamente endurecen las argollas de nuestras cadenas; no obstante, una vez que comprendemos la futilidad total de todo eso, por lo menos podemos relajarnos”

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Page 1: ¿Emancipación o esclavitud?

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Universidad de las Artes

Maestría en Arte Contemporáneo

Mtro. Eudoro Fonseca Yerena

Diciembre 11, 2009

DULCE MARIA RIVAS GODOY

El efecto de la modernidad ¿Emancipación o esclavitud?

“No tiene ningún sentido tratar de resistir las

opresiones e injusticias de la vida moderna, ya

que incluso nuestros sueños de libertad solamente

endurecen las argollas de nuestras cadenas; no

obstante, una vez que comprendemos la futilidad

total de todo eso, por lo menos podemos

relajarnos” MARSHALL BERMAN

Ser moderno, según Berman, es experimentar la vida social y personal

como un torbellino, encontrarse uno mismo y al propio mundo en una

desintegración y renovación perpetua, conflicto y angustia, ambigüedad y

contradicción; como dijo Marx, ser parte de un universo en el que todo lo que es

sólido se evapora en el aire. Ser un modernista es hacerse de alguna manera un

hogar dentro del torbellino, convertir sus ritmos en los ritmos propios, moverse en

sus corrientes en busca de las formas de la realidad, la belleza, la libertad, la

justicia, que su flujo ferviente y peligroso permite.

En términos sociales e históricos, no se llega a la modernidad con el

comienzo de la Edad Moderna en el siglo XV, sino tras la transformación de la

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sociedad preindustrial rural tradicional en la sociedad industrial y urbana moderna,

que se produce con la Revolución Industrial y el triunfo del capitalismo.

Berman divide en tres fases la historia de la modernidad:

1. La que va de principios del siglo XVI a fines del XVIII , en la que la gente no

sabía lo que los afectaba.

2. La que inicia con la Revolución Francesa en 1789 y la década de 1790 que

marcó el final definitivo del absolutismo y dio a luz a un nuevo régimen

donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas populares, se

convirtieron en la fuerza política dominante.

3. La del siglo XX, tercera y última fase, en la que el proceso de

modernización se expande para abarcar todo el mundo, logrando la cultura

mundial del modernismo, triunfos espectaculares en el arte y el

pensamiento.1

A medida que el público moderno crece, se divide en multitud de

fragmentos; de tal manera que, la idea de modernidad, concebida de modo

fragmentario, pierde gran parte de su vitalidad, resonancia y profundidad. Como

consecuencia, afirma Berman, nos encontramos ahora en el centro de una época

moderna que perdió contacto con las raíces de su propia modernidad.

La modernidad es la posibilidad política reflexiva de cambiar las reglas del

juego de la vida social. La modernidad es también el conjunto de las condiciones

históricas materiales que permiten pensar la emancipación conjunta de las

tradiciones, las doctrinas o las ideologías heredadas, y no problematizadas por

una cultura tradicional.

Ante estos conceptos, me asalta la duda y me planteo una pregunta:

¿cuánto nos hemos liberado y en qué medida vivimos oprimidos, presionados,

esclavizados?

1 Cfr., Berman, Marshall, Brindis por la Modernidad

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3

Dice Berman que la más atractiva cualidad que tiene el postmodernismo, es

el escepticismo hacia todo; y que es algo que todos deberíamos hacer siempre:

aplicar el auto-escrutinio y ser auto-críticos. Seámoslo ahora.

El pasado y el presente

Siempre se ha alardeado de la diferencia entre el pasado y el presente. En

1893, Chicago fue la anfitriona del mundo, albergando productos de 46 países en

su Exposición Colombina, visitada por más de 25 millones de personas con la que

se conmemoraba el 400 aniversario del descubrimiento de América. Con 150

magníficos edificios que constituían un verdadero espectáculo arquitectónico, de lo

que en realidad se alardeaba era de que los metales y las máquinas habían

eliminado prácticamente la madera y la tracción humana.2

Prestando atención tanto a ideas como a cosas, la feria tenía un Edificio de

Manufacturas y Artes Liberales; albergó conferencias de expertos en religión, paz,

reivindicaciones de las mujeres y problemas de la juventud. Mostró también todos

los frutos de la ciencia y la tecnología, pero lo que hipnotizaba al visitante era el

resplandor eléctrico del enorme pórtico. La iluminación era el rasgo principal en

muchos lugares y el hecho de que hubiera tanta luz no procedente del sol hizo que

el conjunto de la feria recibiera el nombre de Ciudad Blanca. ¡Se había derrotado

a la oscuridad!

El hábito de aceptar lo nuevo como algo siempre preferible a lo viejo se

extendió rápidamente porque se presuponía que detrás de la innovación, estaba el

empuje del progreso científico.

En 1889 ya había habido otra importante exposición en París, donde la

Torre Eiffel demostró que una estructura metálica de 300 metros de altura podía

mantenerse en pie y que había suficiente acero para ello. En Chicago, el

arquitecto Louis Sullivan no tardó mucho en utilizar un armazón similar para erigir

un edificio de oficinas: el prototipo de rascacielos, con fundamento en las

catedrales medievales. Sullivan dictó la norma: “La forma sigue a la función”,

2 Barzun, Jacques, Del amanecer a la decadencia, p. 888.

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queriendo decir que un edificio debe mostrar claramente la estructura que sirve a

sus propósitos.

Las bellas artes no se abrieron paso en el mundo tan rápido como la

mecánica. En París, cien artistas y escritores firmaron un manifiesto de protesta

señalando que el disparate horroroso de Eiffel era una mancha para la belleza de

la ciudad. Pero la tecnología se impuso, se utilizó como antena de telégrafo, se

quedó y llegó a convertirse en el símbolo de la ciudad y de Francia entera.

En esa época de los noventa, a finales del sXIX, otra práctica se expandió y

se convirtió en una poderosa institución: anunciarse. Todos los nuevos productos

aparecían gráficamente en forma llamativa con lemas repetitivos y extravagantes:

Post Toasties, el cereal que le curará la apendicitis; Píldoras Rosas para Personas

Pálidas; artefactos con cables eléctricos para aliviar el lumbago y la hidrartrosis,

objetos que se presentaban al lado de figuras humanas en posición seductora y

rostros radiantes de felicidad.3

Casi todas nuestras comodidades proceden del cambio de siglo. ¿Cómo no

iba a cambiar la vida con todas estas cosas al servicio de una sociedad lista para

disfrutarlas?

Para el hogar: la calefacción central, la bañera con agua corriente caliente y fría, la

máquina de afeitar, el suministro de agua clorada, las herramientas de acero

inoxidable, la tostadora eléctrica, el horno, la máquina de coser y la máquina

lavaplatos.

Para la oficina: el ascensor eléctrico, el teléfono con marcador de disco, la

telegrafía sin hilos, la clasificación mediante tarjetas perforadas, la máquina de

escribir portátil, la máquina expendedora de café.

Para la salud: Medicamento para la sífilis, el tratamiento radiológico para el

cáncer de mama, los antitóxicos, la cirugía cardiaca, los inicios del trasplante de

órganos (en animales), la apendectomía, las clínicas psiquiátricas, las incubadoras

para bebés, los lentes de contacto, el tubo de pasta de dientes.

Para el entretenimiento: el cine y la comedia musical, el gramófono, el patinaje

sobre hielo, el voleibol y el baloncesto, el jukebox o sinfonola, el titular de

3 Barzun, Jacques, Del amanecer a la decadencia, p. 890.

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periódico, la canción de cabaret difundida por teléfono (en París), los besos en la

pantalla y el striptease.

Para comer y beber: los cereales de desayuno, la leche embotellada, productos

empaquetados (ciruelas), la Coca-Cola, la margarina, el cono de helado, el chop

suey, la fruta enlatada, el cóctel de ginebra, la nevera y el termo.

Para la instrucción: las bibliotecas públicas, los cursos por correspodencia, el

artículo de agencia de noticias, el cuestionario, los cursos de idiomas a base de

gramófono, la propaganda editorial.

Para las compras: los grandes almacenes, la cadena de tiendas, las escaleras

eléctricas, los centros comerciales (Cleveland, Ohio, 1893: una galería de cuatro

pisos acristalada con 112 tiendas de lujo), el teléfono de monedas, el cheque de

viajero.

Para el orden público: tomar huellas dactilares, teléfono con botones, la pistola

automática y la silla eléctrica.

Para el transporte y otras necesidades: el automóvil, el aeroplano,el metro urbano,

el neumático, la grabación vocal y orquestal, la fotografía en color, el rollo de

película, el rayón y otros tejidos sintéticos, el celuloide, el chicle, los cerillos en

librito, los tacones de goma, la cremallera.

Y además: la huelga de hambre, el club de fútbol femenino, una mujer corredor de

bolsa y las sociedades para controlar los abusos de la publicidad.

Todos estos artículos, hacen más livianos los deberes de las personas,

pero no simplifican la vida, sino que al contrario, muchas veces son una carga. A

estos aparatos hay que alimentarlos con energía eléctrica, hay que repararlos y

actualizarlos; por lo tanto, exigen supervisión y nuevas habilidades y vemos que

un mecanismo puede cubrir una necesidad, probablemente a costa de muchas

otras. Los nuevos medios de comunicación reducen la intimidad, multiplican los

contactos humanos y quitan el tiempo. En contraste, hay que señalar que los

principales autores del siglo XIX produjeron, sin máquinas de escribir, obras de un

volumen asombroso. Hoy ha aumentado la mecanización, pero también la pérdida

de tiempo libre. Los diseñadores de productos domésticos a veces olvidan los

elementos incómodos del mecanismo porque piensan solo en el atractivo visual o

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en la economía de la fabricación y se ha vuelto habitual utilizar el término user-

friendly o “amigable” para convencer al comprador. La consecuencia clara del

ahorro de trabajo producido por los electrodomésticos, es la emancipación de la

clase de sirvientes.

Desde luego, que todo esto sucedía en Estados Unidos y algunos países de

Europa a principios del siglo XIX. ¿Qué pasaba entonces aquí en México?

Empecemos desde mucho más atrás. Cuando Rousseau, arquetípica voz

moderna de la primera fase de la modernidad, anterior a las revoluciones francesa

y estadounidense proponía la libertad como principio que el estado debe

preservar, en la Nueva España había actividad inquisitorial y casos de

persecución; la Corona hizo a la Iglesia otra rama del gobierno. Entre los siglos

XVI y XVII se hizo una constante la llegada de esclavos negros a América; en la

concepción social de la época poseerlos era un sinónimo de prestigio.

Cuando en Europa del siglo XIX la gente recuerda con nostalgia cómo es la

vida espiritual y material en un mundo que no es moderno, en México, Miguel

Hidalgo está dando el Grito de Dolores. El modernismo cultural responde a la

industrialización de la sociedad – industrialización que en México no estaba

ocurriendo-, y mientras el modernismo se ostenta como la clave para salir del

atraso cultural, al menos en la solución imaginaria que propone el arte, en México

la burguesía quiere del artista un arte que corteje y adule su gusto mediocre.

Cuando según Berman el proceso de modernización se expande para

abarcar todo el mundo, en México, con el arranque del siglo XX se dan apenas las

primeras muestras de descontento que desembocan en una Revolución desfasada

más de un siglo en el tiempo, con relación al resto del mundo.

En México no se ha vivido una época en la que haya prevalecido la

voluntad de “heroificar” el presente, que es como Michel Foucault define el

Modernismo. Ahora nos damos cuenta de que la Revolución no ha servido de

mucho; y que, lejos de resolver nuestros problemas, en nuestros días, como dice

Marx, “todo parece estar impregnado de su contrario”.

El siglo XX ha sido, sin duda el más prolífico en creaciones de todo tipo.

Los artistas, pensadores y científicos modernistas nos han dado mucho de qué

dulcemaria
Callout
segun berman, el proceso de modernización se expande para abarcar todo el mundo. Pero...abarcó también a México?
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estar orgullosos en un mundo en el que hay mucho de que avergonzarse y

atemorizarse. Lamentablemente, piensa Berman, nuestra concepción de la

modernidad parece haberse estancado y retrocedido, suplantando las visiones

abiertas de la vida moderna por visiones cerradas. Tradición contra libertad.

Polarización total. Los futuristas llevaron la celebración de la tecnología a un

extremo grotesco y autodestructivo.

Hace mucho tiempo, John Stuart Mill señaló que la mecanización del

trabajo humano había transformado los deberes sin aligerarlos. Actualmente, la

mecanización del hogar ha puesto otra carga sobre las espaldas del trabajador: ya

no se puede ser simplemente pobre. Ninguna casa de la actualidad puede carecer

de ciertas cosas, como el teléfono, el refrigerador, la licuadora, el coche, la

lavadora, la televisión, el radio, (tal vez la computadora), ya sea porque son

necesarios para mantener el empleo o porque son imposiciones sociales

impuestas por los vecinos o los propios hijos y llegan a formar parte de un

opresivo “nivel de vida”. Para algunas familias, esto implica tener dos o más

empleos y muy frecuentemente, endeudamiento permanente. Lo que pudo haber

sido emancipación, se ha vuelto esclavitud.

El modernismo en México La aceleración en los avances científicos y tecnológicos, así como en los

medios de comunicación, lógicamente repercutieron en México, que entró, por

inercia, a la modernidad y las “finas antenas”4 de los artistas, captaron los efectos

de las transformaciones sociales y reaccionaron ante estas experiencias inéditas.

Estas expresiones, conforman lo que los historiadores llaman modernismo y

dominó la producción artística y literaria de Hispanoamérica durante ese lapso de

50 años que según algunos historiadores, comprende desde finales del siglo XIX

(1870), hasta el estallido de la primera guerra mundial.

4 Ramírez, Fausto, Modernización y Modernismo en el Arte Mexicano, p.15.

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El fenómeno del modernismo se inicia en las letras y se extiende a las artes

plásticas. Su órgano de expresión común es la Revista Moderna (1898-1911) y

surgen artistas tan importantes como Jesús Contreras, Posada, Julio Ruelas y

Gedovious. Existía -dice Fausto Ramírez-, “la voluntad de renovación y de

apropiarse, intensa y velozmente, de modalidades estilísticas imperantes en

medios culturales más avanzados para poder dar voz a ideas y estados de ánimo

inarticulados hasta aquel momento”.5

El arte, en la edad moderna, funciona en una dimensión que parece

escapar de la realidad. El ideal de la modernidad es el de un progreso continuo e

ininterrumpido hacia la felicidad y la riqueza; pero el modernismo, o lo moderno, es

paradójicamente una continuidad en los rompimientos.

Hay épocas en que el ideal estético es la imitación de los antiguos; hay

otras en que se exalta la novedad y la sorpresa. Lo que distingue a nuestra

modernidad de las de otras épocas no es la celebración de lo nuevo y

sorprendente, sino el ser una ruptura; es decir, crítica del pasado inmediato, o

interrupción de la continuidad. El arte moderno es hijo de la edad crítica y es

también el crítico de sí mismo.

José Emilio Pacheco, reconoce tres etapas en el movimiento modernista;

éstas, en síntesis, apuntan a una revaloración y reinterpretación de lo propio.

La generación azul o modernista y la roja o revolucionaria, son

clasificaciones basadas en la tendencia cosmopolita de la primera; y la centrada

en la interpretación de la realidad nacional de la segunda.

Los fenómenos originados en Europa, eran trasplantados a América por los

modernistas, en especial el esteticismo y el decadentismo.

Prevalecía el tedio y el desencanto frente a la civilización moderna:

“Nuestra generación es una generación de tristes”6. Se había perdido la fe en todo

y quien con mayor elocuencia expresa esta problemática con la sensibilidad

“decadente” propia de la época es Jesús Contreras.

5 Idem 6 Díaz Dufoo, Carlos, Los tristes, Revista Azul, t. I, núm. 25, 21 de octubre de 1894., citado por Fausto Ramírez, en Modernización y Modernismo en el Arte Mexicano, p.23.

dulcemaria
Callout
pero el arte funcion igual en todas partes....
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Todos los escultores del fin del siglo XIX, fueron a estudiar a Paris, en

donde se despojaban de los resabios del clasicismo asimilado en la academia

mexicana. Los artistas mexicanos exaltaban la belleza y se valían de alegorías y

viejos mitos para expresar preocupaciones actuales.

Como Baudelaire, Julio Ruelas fue un artista que impregnado del

espíritu moderno, del desencanto, del conflicto interno entre el bien y el mal, de

odios y pasiones, de sexo y de muerte, marcó nuevos rumbos a los artistas

jóvenes al despuntar el nuevo siglo. A Montenegro, por el contrario, no le atraía la

carnalidad; se aprecia en su dibujo que es frágil y evanescente.

Jesús F. Contreras, Malgré Tout

Ex libris de Roberto Montenegro, ca. 1919. Dibujo a tinta impreso en clisé.

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Los artistas experimentaban sentimientos contradictorios con respecto a la

situación prevaleciente. En México, advertían que el dinero y el poder de la

sociedad burguesa habían desplazado al arte. La política imperaba y las viejas

tradiciones hispánicas eran sustituidas por las norteamericanas: un signo más de

la modernidad.

Como en toda ciudad moderna, en la ciudad de México afloraron problemas

sociales como la miseria, la enfermedad, la prostitución y el vicio. La plástica

mexicana reaccionó y fue la gráfica la primera en registrar las transformaciones

sufridas por la ciudad, pero lo hizo con un tono optimista, viéndola como escenario

y espectáculo, más que como problema, cosa que no ocurrió con la novela.

Francisco Goitia, quien también se formó en Paris, se sintió atraído por la

desolación urbana y por la confrontación entre lo viejo y lo nuevo.

Francisco Goitia, Tata Jesucristo

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La influencia del español Ignacio Zuloaga fue profunda en la pintura

mexicana. Él pintaba el “alma castellana” y aquí se evocaba la tierra, lo

campesino, lo popular, lo nacionalista y lo regionalista, que poco a poco se

convirtió en el emblema aglutinante de la identidad nacional. Después de la

experiencia dolorosa de la Revolución, creyeron haber realizado el descubrimiento

artístico de “el alma nacional”. El Estado surgido de la Revolución intentaba

consolidarse sobre nuevas bases sociales y legales reivindicando la soberanía

nacional sobre los recursos naturales: las minas y el petróleo.

Esta atmósfera y estas inquietudes, en cierto modo se reflejaban en los

paisajes de José María Velasco, Clausell, Dr. Atl y otros. Este último, quien había

estudiado en Italia, suscitaba en sus alumnos de la Escuela Nacional de Bellas

Artes, el entusiasmo por la pintura mural del Renacimiento italiano,

replanteándose la finalidad social del quehacer artístico. Pugnó por enlazar

directamente el arte y la política. La Revolución interrumpió su proyecto pero

algunos de sus planteamientos teóricos, influyeron grandemente en las ideas de

los muralistas post-revolucionarios.

El ascenso de los personajes populares a un papel protagónico en la

pintura, constituye una de las características iconográficas del nacionalismo

modernista y uno de sus principales legados a la Escuela Mexicana de Pintura.

Saturnino Herrán fue el primero en proponerlo. Zuloaga y Julio Romero de Torres,

fueron sus más concretas influencias.

Dr. Atl José María Velasco Joaquín Clausell

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A partir de 1914, los intelectuales pretendían, con la mezcla de expresiones

cultas y populares, inducir a los artistas a crear el verdadero “arte Patrio”. A

finales del régimen de Porfirio Díaz, se abandonó la pintura narrativa de hechos

heroicos de los indígenas, para representar el pasado de una manera más

personal. Herrán se avocó a los afectos y pasiones, al ciclo de la vida y la muerte

y no a historias ejemplares. Tanto él, como Enciso y De la Torre, tomaron al indio

como modelo en su pintura de figura y se asociaba con ideas como la raza

vencida, la raza doliente, la raza dormida…

Una corriente sintética y más abstracta, arrancó a partir de la indagación del

arte prehispánico y de la sugerencia de Carlos Mérida, Gerzso y otros, a centrarse

en la solución de problemas de composición, masa y color, aprovechando los

elementos del arte precolombino como la sencillez geométrica, estabilidad ,

Sturnini Herrán Ignacio Zuloaga Julio Romero de Torres

Carlos Mérida Gunther Gerzso

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construcción arquitectural y tendencia decorativa. El tratamiento alegórico resultó

ser lo más adecuado para abordar el tema del mestizaje. Herrán concibió un friso

decorativo para el Teatro Nacional: dos procesiones de indios y españoles que

vienen a adorar a la divinidad que es la Coatlicue con un cuerpo de Cristo

incrustado. Más que una narración, es la repercusión de la historia.

Era la época carrancista, y lo que el Estado quería proyectar era una

imagen sólida de unidad, unir lo separado e igualar lo dispar: un ideal de

modernidad y un proceso de modernización, que al igual que en el resto del

mundo, ha tenido que abandonarse porque no ha sido posible continuar.

La modernidad se comporta como la realidad: nunca es ella misma, siempre

es otra. Es como un lanzamiento hacia el futuro que se vuelve presente en el

instante y no solo eso, sino que vertiginosamente se vuelve pasado.

Saturnino Herrán, Coatlicue transformada,

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La tradición moderna

Lo nuevo es lo moderno, solo si es al mismo tiempo negación del pasado y

afirmación de algo distinto. Es aquello que es ajeno a la tradición reinante, que

irrumpe en el presente y tuerce su curso en dirección inesperada.

La expresión tradición moderna que ha inventado la sociedad es producto

del dramatismo de nuestra civilización que busca su fundamento, no en el pasado

ni en ningún principio absoluto, sino en el cambio.

La época moderna, que inicia en el siglo XVIII, es la primera que exalta el

cambio y lo convierte en su fundamento. No el pasado ni la eternidad, no el tiempo

que es, sino el tiempo que todavía no es y que siempre está a punto de ser: el

futuro.

El futuro es por definición inalcanzable e intocable; ésta es la desgarradora

contradicción que constituye la modernidad. La guerra de España y la mundial

pusieron fin a este período. La concepción de la historia como un proceso lineal

progresivo se ha revelado inconsistente; la modernidad empieza a perder la fe en

sí misma y el futuro ya no es depositario de la perfección, sino del horror.

La historia no es una: es plural y el futuro es la proyección de nuestros

deseos y su negación; no existe y, sin embargo, nos roba realidad, nos roba vida.

Inventar el modernismo del siglo XXI

El modernismo de los años sesenta puede dividirse en tres tendencias,

basadas en sus actitudes hacia la vida moderna: afirmativa, negativa y apartada.

Suena drástico, pero las actitudes recientes hacia la modernidad tienden a ser

cada vez más drásticas y simples, menos sutiles y dialécticas que las del siglo

XIX.

Roland Barthes defiende, en la literatura, el modernismo que lucha por

alejarse de la vida moderna. Clement Greenberg lo hace en las artes visuales,

alegando que el único interés legítimo del arte modernista era el arte mismo. No

existía una relación entre el arte moderno y la vida social moderna. Sin embargo,

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un arte sin sentimientos personales o relaciones sociales es propenso a la aridez

después de un tiempo.

La visión negativa del modernismo es la que lo ve como revolución

permanente e interminable contra la totalidad de la existencia moderna. La obra de

arte moderna "no molesta con su agresiva estupidez" (Leo Steinberg)7. Esta visión

negativa del modernismo, busca la destrucción violenta de todos nuestros valores,

y le importa poco la reconstrucción del mundo que destruye. Esta idea agitó el

clima político en la década de los sesenta, pero deja de lado el gran romance de la

construcción, la alegría erótica, la belleza natural y las figuras del Guernica de

Picasso, “luchando por mantener viva a la vida misma, al mismo tiempo que aúllan

su muerte.”8

La visión afirmativa del modernismo la desarrolló, en la década de los

sesenta, un grupo heterogéneo de escritores incluyendo a John Cage, Marshall

McLuhan y Susan Sontag coincidiendo con el surgimiento del arte pop y la idea de

“despertar a la vida que estamos viviendo”. Por lo tanto, había que romper con las

barreras entre el arte y otras actividades humanas como el entretenimiento y la

tecnología industrial, la moda, el diseño y la política.

El ideal de algunos que se autodenominan “posmodernistas” era abrirse a la

inmensa variedad y riqueza de las cosas y las ideas que trajo consigo el mundo

moderno. Ellos llegaron a refrescar un ambiente cultural que en los años

cincuenta se había vuelto rígido, cerrado y aburrido.

Berman dice que Marx, Nietzsche y sus contemporáneos Baudelaire y

Dostoievsky experimentaron la modernidad como un todo en un momento en el

que sólo una pequeña parte del mundo era verdaderamente moderna.9 Al día de

hoy, más de un siglo después, los procesos de modernización tal vez nos hayan

alcanzado ya a todos. Es momento de entrar en contacto con la cultura

modernista del pasado y comprender su fuerza. Retroceder, sería una manera de

ir hacia adelante e inventar el modernismo del siglo XXI.

7 Berman, Marshall, Brindis por la Modernidad, publicado en la revista Nexos, núm. 89, mayo 1985. 8 Ibíd. 9 Ibíd..

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La ausencia, el vacío y las posibilidades

El pensamiento de Marx estaba influenciado por el método dialéctico y la

orientación histórica de Hegel, y por el pensamiento socialista de Jean-Jacques

Rousseau. Con respecto al modernismo, en sus escritos se nota un movimiento

dialéctico que anima su pensamiento, un movimiento abierto que fluye contra la

corriente de sus propios conceptos y deseos. Su visión es que “todas las

relaciones fijas, estancadas, con su antigua y venerable sucesión de prejuicios y

opiniones, se desechan, y todas las recién formadas pierden actualidad antes de

cosificarse. Todo lo que es sólido se evapora en el aire, todo lo que es sagrado se

profana, y los hombres, al final, tienen que enfrentarse a las condiciones reales de

sus vidas y sus relaciones con sus semejantes.” Como hemos podido presenciar,

hasta esta nueva forma social que es el comunismo, se ha evaporado ya en el aire

moderno.

La influencia de Nietzsche en el modernismo fue sustancial porque cuando

los modernistas no partían de su filosofía, reaccionaban en contra suya. Para

Nietzsche, como para Marx, las corrientes de la historia moderna eran irónicas y

dialécticas. Los ideales cristianos de la integridad del alma y la voluntad de verdad

reventaron al cristianismo. El resultado fue lo que Nietzsche llamó ”la muerte de

Dios” y “la llegada del nihilismo”. La humanidad moderna se encontró enmedio de

una gran ausencia, un vacío de valores y, sin embargo, al mismo tiempo con una

abundancia de posibilidades.

Tanto Marx como Nietzsche comparten la idea de que el hombre del

mañana, oponiéndose a su presente, tendrá el coraje y la imaginación para crear

nuevos valores que guíen su paso por los peligrosos infinitos en que vive.

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¿Un proyecto inacabado?

“Posmoderna es la incredulidad con respecto a los

metarrelatos”. J. F LYOTARD

Según dice Lyotard, los “metarrelatos” que han marcado la modernidad son

la emancipación progresiva de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o

catastrófica del trabajo, enriquecimiento de la humanidad a través del progreso de

la ciencia y la técnica capitalista, y si se considera al cristianismo dentro de la

modernidad, la salvación de las criaturas por medio de la conversión de las almas.

Estos relatos no son mitos, pero al igual que ellos tienen como finalidad legitimar

las instituciones y las prácticas sociales y políticas, las legislaciones, las éticas, las

maneras de pensar.

A diferencia de los mitos, estos relatos son una idea a realizar, por lo tanto,

le dan a la modernidad su carácter de “proyecto”, el cual según Habermas, está

inacabado y debe ser retomado y renovado. Lyotard, por el contrario, piensa que

este proyecto moderno de realización de la universalidad no ha sido abandonado,

sino liquidado, destruído.

Piensa también que la tecnociencia capitalista colabora a esa destrucción,

porque lejos de venir acompañada de libertad, educación y riqueza mejor

distribuída, lo que ofrece es una mayor seguridad respecto a los hechos. El éxito

es su único criterio de juicio, pero no puede explicar qué es el éxito, ni por qué

sería bueno, justo o verdadero. Al no conseguir la realización de la universalidad,

solo acelera el proceso de deslegitimación; y en estas condiciones, los grandes

relatos de legitimación (los metarrelatos) dejan de ser creíbles, aunque la vida

cotidiana se sigue tejiendo con tramas de millares de pequeñas historias. Si

acaso quedan algunos pequeños relatos de género narrativo, los cuales escapan

a la deslegitimación, seguramente es porque nunca han tenido valor de

legitimación. Tal es el caso de la “sabiduría popular”; pero la posmodernidad es

también el fin del pueblo como rey de las historias.

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La tecnociencia convierte al hombre en amo y señor de la naturaleza, pero al

mismo tiempo la desestabiliza profundamente, ya que hay una inmanencia de la

inteligencia respecto de las cosas convirtiéndose la ciencia, también en parte de

ella. Así, el universo y las radiaciones que lo constituyen se enredan con la

ciencia, el hombre y la naturaleza en un nudo sofisticado al que se aprieta más

cada vez que se intenta deshacerlo.

Examinar las historias, es algo que se hace porque el mundo se ha declarado

histórico, por lo tanto se le trata narrativamente. Sin embargo, Lyotard se

cuestiona sobre si podremos hoy en día, continuar organizando los

acontecimientos colocándolos bajo la Idea de una historia universal de la

humanidad.

Sería muy difícil encontrar o discurrir otra manera distinta a la que ha venido

utilizándose. De cualquier manera, aunque la historia no es unidireccional, no es

una ni es continua, el hombre, siempre inventará la manera de poder explicarse a

sí mismo lo que ocurre a su alrededor, en el mundo, en el universo, y poder

ordenar estos acontecimientos: emancipación del pecado, emancipación de la

ignorancia, emancipación de la explotación, emancipación de la pobreza para

llegar, aunque con ya pocas esperanzas, a la libertad universal y alcanzar la

absolución de toda la humanidad. Y si ya no se puede creer en una historia

universal de la emancipación, entonces habrá que replantearse la cuestión de

quién se pregunta las cosas y quién las explica.

Tal vez tengamos que abandonar la idea de la humanidad libre. Tendríamos que

limitarnos a nuestra propia particularidad, volvernos narcisistas, nos importaría

solo lo nuestro, nuestra propia satisfacción. Y tendríamos que reconocer nuestra

finitud, y entonces al comprender que se ha perdido la emancipación universal

prometida por la modernidad, comprenderíamos también que el sujeto a quien se

le había prometido aquel horizonte, también se ha perdido.

¿Podremos entonces continuar? Lo único seguro es la incertidumbre: un

futuro contingente. La posibilidad para perpetuar el proyecto moderno exige

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fuerza y competencia que tal vez nos falten. Estamos desfallecidos. Cada uno de

los grandes relatos de emancipación ha quedado invalidado. Son poco viables.

Es signo de la extinción de la modernidad. Podríamos decir que el único relato es

el de la declinación de los grandes relatos, pero el relato de la decadencia ya tuvo

lugar desde Platón. Por lo visto, nada ha cambiado… Muchos quisieran pensar

que es el momento de la religión, una narración creíble que cuente la herida y que

logre cicatrizarla; o sea, reconstruir las ruinas del pensamiento original.

La pregunta que se hace Lyotard, es si debiéramos hacerlo. La palabra

posmodernidad agrupa las persectivas más opuestas, y la dirección

antimitologizante, dice Lyotard, es la que deberíamos tomar para abordar la

pérdida del nosotros moderno.

Todo gira en torno a la narración; es decir, se relaciona con el lenguaje, por

lo tanto con la escritura, con cuya invención dio principio la historia. Las

narraciones son legítimas dependiendo de la autoridad que tenga el narrador.

Pero hay veces que la autoridad de quien dice una frase resulta del sentido de la

frase. La historia corre el riesgo de encerrarse en un círculo vicioso, y al mismo

tiempo, la legitimidad está asegurada por la potencia del dispositivo narrativo. El

relato es la autoridad en sí misma. Se refuerzan las legitimaciones locales y se

disipa el horizonte de emancipación. La desigualdad se agrava y las diferencias

culturales son alentadas para utilizarse como mercancías turísticas y hasta

artísticas también. Dice Foucault que el mundo, a veces, parece una prisión, un

hospital o un asilo.

Ante esta situación, termina Lyotard, no queda otra cosa que resistirse al

desfallecimiento. . . ¿Habrá alguien que quiera hacerlo?

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FUENTES DE CONSULTA

1. Berman, Marshall, Brindis por la Modernidad, publicado en la revista Nexos,

núm. 89, mayo de 1985.

2. Díaz Dufoo, Carlos, Los tristes, Revista Azul, t. I, núm. 25, 21 de octubre de

1894.

3. Lyotard, Jean Françoise, La Posmodernidad (Explicada a los niños),

Gedisa, España, 2001.

4. Paz, Octavio, Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia, Seix

Barral, Barcelona,1974.

5. Ramírez, Fausto, Modernización y Modernismo en el Arte Mexicano,

UNAM, México, 2008.