ellen schreiber - sirena adolescente

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Ellen Schreiber Ellen Schreiber Sirena adolescente Sirena adolescente ~1~

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Page 1: Ellen Schreiber - Sirena Adolescente

Ellen SchreiberEllen Schreiber Sirena adolescenteSirena adolescente

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SSIRENAIRENA

ADOLESCENTADOLESCENT

EE

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A mi madrecon todo mi amor,

por enseñarme a nadar.

Y a mi hermano, Mark,por su generosidad, apoyo,

y experto consejo guiándomea través de nuevas aguas.

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Índice

ARGUMENTO......................................................5Capítulo 1........................................................6Capítulo 2........................................................9Capítulo 3......................................................17Capítulo 4......................................................20Capítulo 5......................................................28Capítulo 6......................................................32Capítulo 7......................................................37Capítulo 8......................................................38Capítulo 9......................................................39Capítulo 10....................................................41Capítulo 11....................................................48Capítulo 12....................................................50Capítulo 13....................................................51Capítulo 14....................................................57Capítulo 15....................................................59Capítulo 16....................................................60Capítulo 17....................................................62Capítulo 18....................................................64Capítulo 19....................................................75Capítulo 20....................................................76Capítulo 21....................................................83Capítulo 22....................................................87Capítulo 23....................................................89Capítulo 24....................................................93Capítulo 25....................................................96Capítulo 26..................................................101Capítulo 27..................................................102

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AARGUMENTORGUMENTO

Spencer está a punto de ahogarse en un accidente de surf cuando una reluciente chica dorada le salva con un beso de vida, antes de desaparecer repentinamente. ¿De dónde vino esa chica de ensueño? ¿Y volverá?

Lilly rescata a un chico de ahogarse y peligrosamente sale de su propio mundo acuático. Curiosa por explorar esta tierra prohibida, se propone encontrar a su apuesto terrestre.

Un corazón de plata será la única pista de ambos.

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Capítulo 1Capítulo 1

Cedí al pánico. ¡Me asusté totalmente! La ola nos arrastró hacia abajo, a mí y a mi tabla. Seguí bajando, bajando, bajando. El oxígeno salvador flotaba fuera de mi alcance, sobre las aguas que me habían tragado.

¡Me estaba ahogando! Sólo tengo quince años. Todavía no tengo permiso de conducir. No he surfeado en los famosos Tubos de Hawái. No me he enamorado... a menos que mi póster de bañadores de Sports Illustrated cuente.

Apenas me quedaba aliento e intentaba desesperadamente alcanzar la superficie. Entonces me golpeó... no el significado de la vida, sino mi tabla.

El tiempo se detuvo. Mi mundo subacuático era pacífico. Vagaba indefenso como un astronauta desconectado de repente de la nave nodriza. La gente rescatada de la muerte habla de ver una luz blanca. Otros reclaman haber sobrevolado sobre sus cuerpos y observado pacíficamente la crisis mientras ésta se desplegaba. Pero yo, en vez de eso, la vi a ella.

Tal vez tuve esta particular visión porque soy un adolescente con las hormonas alborotadas.

Llegada de ninguna parte, apareció... cabello amarillo dorado y naranja fuego-solar, chispeando como diminutas estrellas y flotando en el agua brillante. La más maravillosa sonrisa de labios pintados de rosa brillaba ante mí. Su piel angelical relucía; sus penetrantes ojos azul océano miraban directamente a través de mí y tocaban mi alma. Flotaba majestuosamente ante mí, con un medallón de plata en forma de corazón pendiendo de su adorable cuello. ¡Esto tenía que ser un sueño, o una clara señal de que había muerto realmente y había ido al cielo!

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Nunca había visto antes a esta chica de ensueño. Definitivamente no iba al Instituto Seaside. Nada de plástico en esta chica. Ni silicona ni marcas de liposucción. Sólo ese reluciente corazón plateado.

¿De dónde había venido este ángel? ¿Por qué estaba nadando a las seis en punto de una mañana helada? ¿Por qué no se estaba ahogando como yo? No había rastros de un tubo o un tanque de aire por ningún lado. ¿Por qué nadaba como un pez? ¿Y qué era esa extraña parte de abajo del bikini? Fibra sintética metálica color aguamarina todo a lo largo hasta una curiosa y flamante aleta.

Debí entrar en shock. Mi mundo subacuático empezaba a desvanecerse cuando ella hizo algo que definitivamente era material para sueños... me besó. ¡Esa preciosa chica reluciente! ¡Me besó a mí! No con aire. Ni con agua. Sino con vida. ¡Con amor!

Fue el mejor beso de mi vida... y, si iba a ser el último, no era mala forma de marcharse. Me cogió con su suave mano sanadora mientras yo luchaba por vivir y, gracias a Dios, me empujó hacia la superficie, donde tomé un agradecido trago de fabulosa contaminación de California. Tosí y jadeé, pero sentí la calidez del brillante sol y le devolví la sonrisa apreciativamente mientras ella nadaba en el agua, sonriendo abiertamente y brillando como un ángel nadador.

Y luego todo se volvió negro.

* * *

Desperté parpadeando a causa del sol, con mi tabla de surf a mi lado, mi traje de neopreno empapado, arena aferrada a mi cabello, y las olas lamiendo gentilmente mis pies.

Me senté lentamente, preguntándome qué había pasado. De acuerdo con mi reloj Fossil sumergible, eran las nueve y media... llegaba totalmente tarde a la escuela. Tenía un palpitante dolor de cabeza. Ahora todo tenía sentido. Debía haberme deshidratado esa mañana y me había desmayado en la playa. El resto había sido un sueño.

Intenté levantarme, no queriendo molestar al señor Johnson llegando a química más tarde de lo acostumbrado. Pero la palma de la mano me picaba. Recé para que no me hubiera picado una medusa. No sólo estaba deshidratado, sino que me había envenenado también. Abrí mi puño apretado. No era una herida de guerra... ¡era un reluciente corazón plateado!

Acaricié aprensivamente el misterioso corazón de plata y miré hacia el ondulante mar. Tal vez había salido y me había golpeado la cabeza con la tabla de surf. Tal vez casi me había ahogado. Tal vez había sido salvado. Y tal vez en el forcejeo le había arrancado el medallón a... ¿una sirena?

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Tal vez estuviera más a salvo surfeando en internet.

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Capítulo 2Capítulo 2

Lo que había hecho estaba prohibido. Ver a alguien era objetable, ser visto estaba prohibido, pero tocar a un terrestre se castigaba con el exilio. Y yo, la quinceañera Waterlilly, ¡había tocado a uno con los labios!

—Waterlilly, es tu turno de presentar tu trabajo —dijo la señora Current, nuestra profesora de culturas sociales, espiando a través de sus espéculos de cristal.

Mis ojos estaban enfocados, a través de la ventana de la caverna, en un banco de peces arcoíris, mientras mis compañeros realizaban aburridas presentaciones de gaviotas, leones marinos, tortugas, y caballitos de mar. No podía evitar soñar despierta con mi encuentro con el terrestre de camino a la escuela esa mañana.

Pacific Reefs, con una población de 7.000 habitantes, era una hermosa comunidad en la que vivir para todos... excepto para mí. El estadio de finball era la principal atracción de la ciudad, odiosamente colocado en el centro de la ciudad rodeado de la central de policía, el concejo municipal, tiendas caras, y restaurantes. Modestas cuevas vivienda, en pulcras hileras, llenaban el valle en el extrarradio, todas pintadas de conservadores colores opalescentes.

El Instituto Pacific Reefs era una enorme caverna con sinuosos túneles que conducían a aulas mal ventiladas, con puertas de roca que nos encerraban lejos del mundo exterior, y ventanas de un claro cristal que me desafiaban a preguntarme qué había en el mundo de más allá.

—Waterlilly —reprendió la señora Current—. ¿Cuántas veces tengo que llamarte? ¡Es tu turno!

Floté con vacilación ante mis compañeros, que estaban atentamente sentados en semicírculo con las colas colgando alrededor de sus sillas de roca. Yo llevaba un radical top Tidal Wavewear color verde metálico a

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juego con la piel de la cola. Destellos plateados relucían en mi cabello rubio, el cual caía suelto sobre mis hombros. Aunque era normal para una sirena llevar el cabello recogido en un moño o una coleta, yo siempre dejaba al mío flotar con los ritmos de la naturaleza.

Cuando levanté la vista de mi cuaderno, miré hacia un mar de perfectamente prístinas chicas sirena, que me devolvían la mirada con desprecio. Siempre había sido una paria en el Instituto Pacific Reefs, una caprichosa medusa en una escuela de atunes. Flotaba con mi propia ola, leía libros prohibidos, llegaba tarde a clase, y me preguntaba qué había más allá de la marea.

La escuela era una sentencia de cárcel, ¡y tenía que cumplir tres años más! Me sentía confinada por el tiempo estructurado, constreñida por el pensamiento dictatorial, restringida por el comité escolar anticuado que insistía en enseñar la absurda teoría de que los terrestres eran una forma de vida inferior. ¿Cómo podía aceptar eso? Se rumoreaba que mi tatarabuelo había sido un terrestre que se enamoró de mi tatarabuela sirena. Con la ayuda de la magia, el amor y la luna llena, él se había convertido en una sirena. Mis padres negaban que tal cosa hubiera ocurrido.

—¡Una absoluta tontería! —decía siempre mi madre cuando yo sacaba el tema. La única razón por la cual pensaba que la historia era cierta era que mi madre guardaba un elegante corazón de plata en una concha Mariposa Venus en el fondo de su cómoda. El tatarabuelo lo había encontrado en un barco hundido, o eso decía mi madre.

—¡Es sólo una reliquia familiar! Podrás tenerlo cuando cumplas dieciocho años, y ni un día antes —regañaba siempre mi madre cuando yo intentaba abrir la concha.

Aunque no le había conocido, mi tatarabuelo era mi héroe. Vivir en el Pacífico era bastante opresivo para esta sirena adolescente. Las costumbres eran claustrofóbicas, las leyes eran de hacía tres décadas. ¡Y el amor verdadero parecía tan lejano como la luna!

Siempre me había preguntado qué había más allá del mar. ¿Se aburrían los terrestres? ¿Miraban fijamente al mar mientras presentaban sus trabajos en la escuela? ¿Se sentían como parias excluidos por los demás terrestres? ¿Tenían prejuicios los humanos contra otros seres humanos?

La señora Current me llamó la atención.

—Los terrestres —empecé, leyendo de mi cuaderno.

—¿Terrestres? —ladró la señora Current—. No son un tema aceptable. ¡El trabajo era sobre criaturas marinas!

Oí algunas risitas y resoplidos. Las sirenas son muy reservadas, temen nadar fuera de los límites acuáticos. Aunque estudiábamos la historia de la Tierra y conocíamos idiomas terrestres, que nuestros eruditos habían

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descifrado a partir de libros y cartas en barcos hundidos, no despertaban interés, más que para nuestra supervivencia. ¡Los terrestres pescaban por deporte! ¿Imagináis si nos pescaran? Teníamos que ir un paso por delante de su juego. Debíamos ir un paso por delante de su juego. Ningún explorador de la Administración Nacional Terrestre que se hubiera aventurado en la tierra había vuelto. Todo lo que quedaba de sus misiones fracasadas era miedo. Conseguíamos nuestra información de la basura de nuestro mar, y de exploradores que espiaban a través de periscopios ocultos tras las rocas. Una pequeña y cerrada comunidad, eso es lo que somos, que no desea ninguna amenaza a su orden social.

—Los terrestres —empecé de nuevo—, son indígenas de tierra. Como las sirenas, son mamíferos, pero respiran aire en vez de agua. Sus movimientos están propulsados por piernas en vez de por una cola y una aleta —dije a un mar de miradas vidriosas.

Era como si estuviera hablando a un calamar resbaladizo. Las sirenas no estaban más interesadas en los humanos que las ballenas en el pescado que comía el hongo que crecía en sus espaldas. Los terrestres estaban considerados sólo un peldaño por encima del calamar. ¡Y al igual que al calamar, nadie iba a invitarlos a casa a cenar!

—Tu asistencia ya es pobre y tus notas se están hundiendo. ¿Y ahora nos ofreces esto como proyecto? —se burló la señora Current.

—Pero he empleado mucho tiempo en esto —imploré. La habitación se quedó en silencio mientras los estudiantes y yo esperábamos su veredicto.

—Adelante —dijo ella, suspirando y arrojando burbujas por la boca—, pero tu nota reflejará la falta de adherencia al tema.

—Los terrestres han aprendido a nadar —ofrecí, sabiendo que estaba nadando en aguas de un frío ártico—. Construyen barcos que pueden llevar grupos en ellos de un lugar a otro, para viajar o para la batalla. Son muy inteligentes.

—No creen en nuestra existencia, ¿verdad? —interrumpió la señora Current.

—Bueno, en mi investigación... no.

—¿Entonces cuán inteligentes son realmente? —dijo sarcástica la señora Current, golpeando con su vara sobre el escritorio de coral pulido.

—Se oponen a la gravedad balanceándose sobre tablas para montar las olas. También utilizan botes cubiertos y con ruedas para navegar sobre la tierra.

La señora Current dejó escapar un bostezo tan audible que las sirenas del Mar Caspio debían haberlo oído.

—Han averiguado como volar —argüí.

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—También las gaviotas —dijo la señora Current—. Pero no me casaría con una.

Toda la clase se rió. Tomé un profundo aliento.

—Ya sabemos todo eso. Cuéntanos algo que nunca hayamos oído —desafió la señora Current.

Tenía razón. No estaba contando nada que no supiéramos ya, nada que no hubiéramos estudiado en clase de Historia de la Tierra.

—Lo haré —dije alegremente, recordando de repente mi medallón. La historia de mi tatarabuelo seguramente les hechizaría. Busqué orgullosamente el corazón de plata alrededor de mi cuello. ¡Pero sólo sentí carne!

¿Desaparecido? ¿Cómo podía haber desaparecido? ¡Mi madre me mataría! Me lo había colocado alrededor del cuello justo esa mañana antes de la escuela. Lo tenía cuando salí de casa y cuando... ¡Oh, no! El terrestre debía habérmelo arrancado cuando le salvé.

—¿Y bien? —preguntó la señora Current, impaciente.

Estaba impotente ahora. Mi audiencia estaba hipnotizada de aburrimiento. El medallón, como la atención de mis compañeros de clase, estaba a millas de distancia.

—Entonces, nunca has observado realmente a un terrestre de cerca —dijo la señora Current—. Uno en carne y hueso. Con piernas reales. Uno que respirara.

La clase se sentó erguida. Pude sentir la corriente submarina empujar contra mí, mientras yo me resistía a su fuerza.

¡Olvida el medallón! ¡Podía contarles exactamente cómo besaba un terrestre y sacar de una patada a esa marchita condescendiente del océano y hasta la luna! Pero sabía que lo que había hecho era escandaloso. No había observado a un terrestre por un periscopio, había besado a uno.

La clase me estudiaba, de repente interesada, curiosa, repugnada, esperando mi respuesta.

—Bueno, si quiere la verdad... —sonreí con desafío—. Justo esta mañana...

De repente el pez linterna señaló el final de la clase. Como una trucha afortunada, había escapado del anzuelo.

* * *

—¡Encadéname con un alga marina si quieres, pero lo volvería a hacer en un instante! —confesé orgullosamente a mi supercelestial mejor

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amiga, Waverly, más tarde ese día, mientras nos sentábamos en nuestros asientos asignados en la clase de historia del Pacífico.

Éramos inseparables, Wave y yo, a pesar de nuestras diferencias. Ella era oscura como la parte más profunda del océano, mientras que yo eran tan pastosamente pálida como el coral blanco. Ella llegaba temprano a la clase de presas y depredadores, yo tenía suerte si llegaba al menos. Ella estaba justo en la costa, mientras yo quedaba radicalmente lejos. Pero hacía años me había tomado cortésmente bajo su ala, como una gaviota ayudando a un pollito descarriado. Intentaba encarrilarme en la dirección correcta, persuadirme de nadar dentro de los límites. No le importaba si mi tatarabuelo era un terrestre convertido. Ella seguía las reglas e intentaba evitar que yo las reescribiera.

Instantáneamente estallé a dar todo tipo de detalles sobre mi aventura terrestre.

—Waterlilly, ¿te importaría compartir tu secreto conmigo hoy después de las clases? —me regañó de repente el señor Dorsal, flotando sobre Wave y sobre mí como un tiburón acechando, mientras nosotras, disimulando, garabateábamos ensayos de "Regiones del Pacífico" sobre trozos de aplanada madera petrificada.

—Lo siento —dije para apaciguarle. El delgado profesor bigotudo me fulminó con la mirada, luego flotó rápidamente hasta la parte delantera de la clase para tallar sobre la lección de piedra, que descansaba sobre un atril coralino azul.

Waverly y yo nos quedamos en silencio alrededor de un minuto. Después volvimos a cotillear como era acostumbrado.

—¡Estás nadando con el peligro! —murmuró Wave nerviosamente, manoseando su trenza perlada de conchas.

—Me quedé dormida e iba de camino a la escuela cuando le vi ahogándose —exclamé por lo bajo—. El pobre tipo simplemente no podía manejarse en el mar.

—Los terrestres no pueden, ¿no? —regañó Waverly—. Lo fingen con sus botes a motor y sus motos de agua, siempre alterando los ritmos naturales del mar.

—Pero ese tipo no tenía un motor —defendí yo—. Tenía una tabla amarillo chillón. ¡Y le golpeó justo en la cabeza!

—Le sirvió bien —se rió Wave.

—Se le salieron los ojos de las órbitas cuando me vio... ¡como si estuviera viendo el fantasma de un náufrago! —continué.

—Sabes lo que los terrestres hacen a los delfines y las ballenas, Lilly. Los atrapan en redes, los atraviesan con lanzas y los extraen del mar. Los terrestres derraman aceite en nuestro medioambiente. Piensa en lo que podía haberte hecho. Podía haberte arponeado como a una ballena.

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—¡Pero tenía que ayudarle!

—¡Sólo tú rescatarías a un terrestre! Ninguna otra sirena se habría acercado a él. Te meterás en un gran problema si alguien lo averigua. Tus padres te enviarán al Atlántico.

Wave tenía razón. ¡El Atlántico estaba a un océano de distancia! Frío, soledad, el internado del mar. Mis dominantes padres ya se sentían bastantes frustrados con mi rebeldía. Salvar a un terrestre era el equivalente a un billete en líneas Expreso ballena oriental.

Pero entonces de repente Wave cambió de tono.

—¿Cómo fue? —preguntó, como un reportero de cotilleos del Starfish Intercontinental.

—Sabía realmente dulce. Mucho más dulce de lo que habría imaginado. Como una ortiga de mar caramelizada —evoqué, lamiéndome los labios—. ¡Tenía el tipo de alma que podías sentir con la tuya! No como el típico tritón cuya meta es beber Shark Attack y ver el finball profesional.

—¿Estaba bueno?

—¡Qué arde! Tenía un cabello de color rojo profundo, una mandíbula cincelada, y unos suaves labios para derretirse. Realmente me necesitaba, Wave. Nunca había sentido eso antes. Cuando le ayudé a respirar, volvió a la vida como por arte de magia. ¡Su sonrisa hasta hizo que el agua centelleara!

—¿Estás positivamente segura de que nadie te vio? —advirtió Waverly.

—Ni un alma en tierra o mar —aseguré a Waverly—. Ni siquiera cuando empujé su tabla amarilla hasta la arena. Menos mal que hemos hecho aqua aeróbic. ¡Esa cosa pesaba un montón!

—¿Crees que sabe dónde vivimos? —se preocupó.

—Estaba noqueado de todos modos. Además, se supone que los terrestres son mamíferos estúpidos. La enciclopedia dice que creen que el Lago Ness está lleno de monstruos.

—¡Y que las Bermudas tienen un triángulo misterioso! —añadió ella, soltando una risita.

—Pero Wave, es nuestro secreto —exigí, de repente seria, extendiendo mi dedo sonrosado—. ¿Prometido?

—Prometido —dijo ella a regañadientes, enganchando mi dedo con el suyo propio.

—¡Ahora que lo has jurado, tengo una confesión final!

—¡No me digas que te has enamorado! —dijo, poniendo los ojos en blanco.

—¿Yo?

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—¡Basta de charlas! —reprendió el señor Dorsal.

No pude prestar atención a la lección que el señor Dorsal estaba tallando en la piedra negra. Soñaba despierta con mi encuentro con el terrestre. Lo más cercano que había visto a un terrestre antes había sido observándoles en secreto nadar, surfear, y navegar, desde mi escondite junto a las rocas del muelle.

* * *

Cuando Wave y yo nadábamos a nuestra siguiente clase choqué violentamente contra un titán adolescente en el túnel abarrotado. Era Beach.

—Imagina, vosotros dos tropezando el uno con el otro —dijo Wave dramáticamente, deteniéndose a nuestro lado. Los compañeros de clase continuaban nadando a nuestro alrededor... por encima y por debajo. Wave lanzó un saludo coqueto a su novio, Tide, que estaba pateando una pelota de finball a través de la multitud por debajo de nosotras.

Los dos tipos estaban buenos... los mejores jugadores de finball de la escuela. Tide tenía el cabello negro y una piel medianoche como la de Wave. Sus bíceps ondeaban y su estómago era firme, delgado, y tenía marcado cada músculo. Beach era una versión blanco coral de Tide, con piel pálida y cabello blanco de punta. Tide vestía una camiseta apretada roja y la piel de la cola negra, mientras Beach llevaba una camiseta azul profundo y la piel de la cola negra.

Beach acababa de romper con Miste, la capitana de la brigada dinamizadora, porque la encontró en el Club Atlantis sin él. Wave ya estaba llenando la vacante conmigo. ¡Me gustara o no!

Beach me miró con sus chispeantes ojos azules. Su cabello blanco-sol se alzaba puntiagudo por toda su cabeza, como un cactus de mar. Era un típico tiburón... taimado, al acecho, comprobando a su presa hasta que estaba listo para atacar.

—Vamos a Shipwreck después de la escuela —dijo Beach, acariciándome gentilmente el cabello—. ¿Estarás allí?

—Tengo deberes —dije, apartando su mano.

—Nunca tienes deberes —susurró Wave, fulminándome con la mirada.

—Esta noche tengo un gran proyecto —declaré.

Beach podía ser perfecto para una chica que quisiera animar a su novio desde las gradas. Pero yo no quería un novio que quisiera vestirme como a un nuevo jersey de finball. Quería a alguien realmente especial, alguien cuya alma reflejara la mía. Quería enamorarme.

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—¡Allí estaremos! —dijo Wave con una sonrisa a los dos titanes que nadaban a clase.

—Tengo que estudiar para mi examen de biología marina —mentí.

—Mañana —insistió Wave—. Hoy tienes que estudiar biología del novio —y me arrastró a almorzar.

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Capítulo 3Capítulo 3

—¿Beso subacuático? —preguntó Chainsaw escépticamente hacia nuestras taquillas. Estábamos en un pasillo atestado después del segundo timbre. Chainsaw, mi mejor amigo y peor enemigo, había nacido llevando aparato en los dientes y, tío, ¡esas cosas podían cortar a través del acero!—. ¿A qué chica has besado alguna vez bajo el agua? —se burló.

—¡Shh!

No quería que la historia de mi romántico rescate se extendiera por toda la escuela. Soy un tipo raro, incluso más impopular que Chainsaw, me contento simplemente con no terminar atrapado en la taquilla de uno de los mayores. En una escala del uno al diez, me doy a mí mismo un siete y medio en apariencia, pero consigo puntos extra por personalidad, la cual, desafortunadamente, nadie ha visto nunca. ¿Y he mencionado que soy listo? No lo bastante listo para ser un genio, gracias a dios. Pero mantengo un promedio de B-positivo, lo cual es bastante bueno para alguien que nunca levanta la mano en clase. Y me sé todo el guión de El Padrino.

—¡Tal vez fuera sólo un sueño! —dijo Chainsaw, y rió.

Puse los ojos en blanco, saqué mi libro de Historia Europea de la taquilla y lo metí en mi mochila.

—¿Y no la tocaste? —siguió, en su típico estilo Chainsaw.

—¡Me estaba ahogando, imbécil!

—¿Una nena preciosa te besa y tú no haces un movimiento? —preguntó con descrédito hormonal.

—¡Creía que iba a morir! ¿Qué parte no estás captando?

—Colega... ¿al menos conseguiste su número?

—¿No lo pillas?... Nunca había visto nada como ella antes —confesé.

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—Hasta en mis sueños, siempre consigo el número —dijo Chainsaw, cerrando de golpe su taquilla—. Sigue soñando, Stone —añadió, alejándose con paso descansado.

—¡Pero conseguí esto! —dije, levantando orgullosamente el medallón delante de él—. ¡Cualquiera puede conseguir un número de teléfono!

Sus ojos quedaron momentáneamente hipnotizados por el balanceante corazón de plata.

—¿Te besó, te salvó la vida y te dio un colgante? —preguntó escéptico.

—Bueno, no me lo dio exactamente.

Chain escrutó el medallón como si fuera un prestamista.

—No está mal, Stone —dijo, golpeándome en el brazo—. Nada mal.

* * *

Mi primo Dennis divisó al amor de su vida en la atestada carretera de peaje a Nueva Jersey y trabó conversación con ella. Cuando el tráfico se movió y ella cambió de carril, él comprendió que no le había pedido su número. Así que compró un billete para ese mismo tramo de autopista. Ahora tienen tres críos.

Pero yo no estaba destinado a encontrar mi amor verdadero en una cartelera gigante, en el periódico, o en internet. Yo tenía que ir al mar.

Escribí mi mensaje en un ordenador de la biblioteca durante timbre de la tercera clase, y luego lo imprimí en hojas de papel amarillo, rosa, rojo, y turquesa. Estaba temporalmente cegado por el continuo destello de la fotocopiadora cuando oí a una voz chillona exclamar.

—¡Estás utilizando todo mi papel!

La señora Barney, nuestra bibliotecaria, delgada como un palillo de dientes, extendió la mano hacia la bandeja del papel.

—Hombre soltero blanco —leyó—. ¡Esto parece un anuncio personal! —exclamó, arrugando la frente.

Rápidamente agarré los papeles de su mano y cogí el resto que quedaba en la bandeja.

—¡Estoy haciendo un trabajo sobre relaciones humanas!

—¿Todas esas copias para un trabajo? —dijo, arrugando su nariz de bruja.

—¿Dije trabajo? —tartamudeé—. Quería decir... collage. Para arte.

—Anuncios personales —dijo ella—. Recuerdo cuando todo lo que teníamos que hacer era ir a la disco.

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Casi flipé imaginando a la señora Barney bailando con un doble de John Travolta.

—No puedo imaginar un mundo donde el amor es tan impersonal. No hay nada más personal que un hombre con pantalones ajustados haciendo girar en la pista a una chica toda la noche —dijo ella, mirando por la ventana hacia el océano allá a lo lejos—. No dejes que te deprima —añadió, colocando la mano sobre mi hombro—. Todo el mundo encuentra el amor verdadero, si quiere.

—¡Espero encontrar el mío en la portería sur! —dije, metiendo los anuncios en mi mochila, y escapando de la biblioteca.

* * *

Chainsaw y yo nos escaqueamos de la escuela durante el almuerzo y corrimos colina abajo hasta la playa, donde cubrimos el muelle con mi anuncio. Incluso pegamos carteles en un puesto de salvavidas vacío. Para cuando terminamos, la playa parecía Times Square un día de Año Nuevo. Exhaustos, Chainsaw y yo nos abrimos paso hacia arriba hasta la escuela justo a tiempo para la clase de inglés.

El mensaje decía: Hombre blanco soltero, 15 años, busca belleza rubia que le salvó la vida. Llevo tu corazón de plata cerca del mío. Encuéntrate conmigo en el estadio del Instituto Seaside (portería sur) a las 8:30. Quiero agradecértelo.

No puse mi nombre, ni mi número, ni mi email, para evitar molestias con la policía local del grafiti, y para eliminar a cualquier cuarentona desesperada con intenciones amorosas.

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Capítulo 4Capítulo 4

Después de la escuela arrastré a Waverly a las rocas bajo el muelle donde nos sentamos fuera de la vista de los humanos, con nuestras colas a salvo ocultas en el agua.

—¿Eso es lo que has estado esperando para contarme todo el día? ¿Ese terrestre tiene el medallón de tu tatarabuelo? ¡Tu madre te matará! —chilló Waverly.

Afortunadamente, no había mucha actividad en la playa hoy. Solo un hombre vestido de naranja arrancando hojas de colores brillantes que colgaban por todo el muelle. Por supuesto, era peligroso acercarse a tierra, pero en ese momento estaba más preocupada por acercarme a mi madre. Tenía que encontrar una solución... y rápido. Las sirenas sólo podían inhalar aire diez minutos antes de tener que volver bajo el agua.

—¡Me voy! —dijo Wave impacientemente—. Podemos hablar de este dilema de camino a casa, donde estamos a salvo.

—Necesito ayuda, ahora —dije, agarrándola del brazo—. Quería utilizar el medallón en mi proyecto terrestre. Iba a devolverlo justo después de la escuela. ¡Mamá nunca habría sabido que faltaba!

—¿Así que el terrestre lo agarró mientras luchaba por su vida? —comprendió Wave, sacudiendo la cabeza con desaprobación.

—¡Tengo que encontrar ese corazón inmediatamente! Si mamá abre la concha Mariposa Venus...

Wave jadeó, tirando de su cabello con disgusto.

—¡Una gaviota me ha cagado encima!

—No, es sólo un trozo de papel —dije, y me reí, agarrándolo antes de que saliera volando. Letras encrespadas escritas en tinta negra emborronadas sobre mi mano mojada.

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—Hombre blanco soltero —leí lentamente.

—¡Vámonos antes de que alguien nos vea! —dijo Wave ansiosamente.

—Quince... —continué—. Busca belleza rubia. —Levanté la mirada hacia Waverly—. Mi cabello es rubio.

—¡Sí, pero se volverá azul si no volvemos bajo el agua!

Se alejó de mí unos centímetros pero rápidamente me agarró del brazo.

—“Que me salvó la vida”. ¡Qué poético! —dije soñadoramente, mirando fijamente al cielo lleno de nubes.

—¿Que me salvó la vida? —repitió Wave, intrigada. Agarró el papel—. ¡Esto es totalmente cósmico! "Llevo tu corazón de plata cerca del mío".

Nuestros ojos se encontraron con incredulidad.

—¿Corazón de plata? —repitió Wave, recelosa.

—Salvó su vida...

—¿Cabello rubio? ¡Lilly, este mensaje es de ese terrestre! ¡Está intentando encontrarte!

—No puede ser... eso es imposible —dije, desconcertada.

—Esto es siempre peligroso —discutió Wave.

—¡Es totalmente glacial! Lee el resto... ¡yo estoy demasiado flipada!

—Encuéntrate conmigo en el estadio del Instituto Seaside (portería sur) a las 8:30. Quiero agradecértelo —leyó.

—¿Agradecérmelo? —pregunté, aferrando el pergamino—. ¿Mi terrestre ha escrito esto?

—¡Ni siquiera pienses en ello! Nunca hemos visto este papel —urgió Waverly, agarrando la nota y tirándola al mar.

Mi corazón cayó cuando el papel rosa flotó gentilmente lejos de nosotras sobre la superficie del océano. Vagó a la deriva fuera de la vista sobre la cresta de una ola.

Podía decir a mi madre que había llevado su medallón a la escuela sin su permiso y lo había perdido, y ella inmediatamente vendería a mi preciosa delfín, Burbujas. O podía decirle la verdad, que mis labios habían estado presionados contra los de un terrestre prohibido y él me lo había arrancado en un beso de vida o muerte. En cuyo caso, me vendería a mí...

Mis opciones estaban claras. Tenía que recuperar el medallón.

—O un día en el Instituto Seaside o una eternidad en el internado del Atlántico —concluí, y volvimos a sumergirnos en el agua.

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*****

Wave y yo montamos a Burbujas, mi delfín, hasta el submundo submarino muy por debajo de las cálidas aguas y los brillantes colores del arrecife. El agua en el submundo submarino era frígida y los únicos colores que podían verse incluso con nuestros agudos ojos de sirena eran el índigo y el púrpura. Para llegar tuvimos que pasar junto al estadio de finball, la escuela, el centro de reciclaje, y zambullirnos en un pronunciado y escarpado valle con pastinacas gigantescas nadando alrededor. Nunca habíamos estado tan lejos de casa antes.

—No creo que esto sea buena idea —dijo Wave, sentada detrás de mí, tirándome del cabello.

Burbujas también era renuente a seguir y tuve que golpearla ligeramente para que se zambullera más profundo.

—¡Esto es tan ártico! —gritó Wave a través de los dientes castañeteantes mientras acelerábamos hacia las profundidades.

—¡No seas tan medusa! ¡Llegaremos pronto!

—¡Eso es lo que temo! Si no nos matan esos tiburones tigre, lo harán nuestros padres.

Justo entonces, reparé yo también en varios tiburones tigre nadando sobre un banco de atunes debajo de nosotras.

—¡Aprisa! ¡Aprisa! —chilló Wave con horror.

—Relájate, ya han encontrado su almuerzo —dije, dirigiendo a Burbujas alrededor de los depredadores que se alimentaban.

—Sí, pero nosotras somos el postre —chilló Wave, cuando el tiburón más grande se separó del resto—. ¡Nos han divisado!

¡De repente nuestras vidas estaban en peligro inminente!

Pacific Reefs tenía verjas anti-tiburones que los repelían, impidiendo que invadieran nuestra ciudad, alguna que otra vez uno conseguía atravesarlas y provocaba el pánico. Justo el año pasado un tritón había sido atacado de camino a un partido de finball. Normalmente llevábamos mazas anti-tiburones en nuestros bolsos, pero tontamente había dejado la mía antes para hacer sitio a mi colección de caballitos de mar de cristal que tenía intención de canjear en el submundo subacuático.

El tiburón más grande se acercaba rápidamente y Burbujas lloriqueaba ansiosamente. La golpeé ligeramente para que acelerara.

—¡Vamos, nena, vamos!

—¡Lilly, usa tu maza! —gritó Wave.

—La mía está en casa... ¡usa la tuya!

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—¿En casa? ¿Qué está haciendo en casa? —Rebuscó en su mochila rosa mientras el tiburón se acercaba más—. ¡No la encuentro!

—Mira mejor —grité.

—¡Aquí está mi compacto! ¡Mi peine!

—¡Para hoy, Waverly! ¡Para hoy!

—Mi emparedado de langosta para el almuerzo... ¡aquí está! —Pero en su estado de pánico la maza se le resbaló de la mano y se hundió en el lecho del océano.

Creo que hasta Burbujas dejó escapar un chillido.

El tiburón estaba ahora a solo unos metros de distancia, sus ojos grises nos atravesaban y sus mandíbulas estaban abiertas, esperando un regalo triple.

—¡Ayuda! —gritó Wave desesperadamente—. ¡Ayuda! ¡Que alguien nos ayude!

—¡El emparedado! Por eso nos sigue... huele a pez muerto —grité.

—¡Pronto va a oler a sirenas muertas! —chilló Wave, apretándome la cintura.

—¡Tírale el emparedado! —ordené.

Pero Wave sólo me agarró más fuerte.

Saqué el emparedado de las manos paralizadas de Waverly y di la vuelta a Burbujas bruscamente. El tiburón, elevándose para atacarnos, abrió sus mandíbulas de nuevo y le tiré el emparedado de langosta a la boca tan fuerte como pude. El tiburón pareció desconcertado por un momento, repentinamente complacido, y nadó pasando a nuestro lado tan cerca que podría haber alargado la mano y tocado su barriga.

—¡Estamos vivas! —rió Waverly, ondeando los brazos.

—¡Eso fue eléctrico! —exclamé.

Incluso Burbujas sonreía alegremente.

—Ahora vamos a casa —dijo Waverly.

—Pero ya casi estamos allí.

—¿Estás loca? —preguntó ella, sin aliento.

Insté a Burbujas a avanzar y en unos minutos nos habíamos sumergido entre escombros y basura que flotaba a nuestro lado hasta un distrito sucio y oscurecido donde las sirenas sin hogar imploraban monedas, los adictos obtenían veneno de pastinaca, y sirenas danzarinas colgaba dentro de cuevas cerradas con cristal incitando a los tritones a entrar en sus guaridas.

Até a Burbujas a una roca fuera de la Casa de tatuajes de Huracán.

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—Será solo un minuto —le dije, acariciándole la nariz cuando ella se retorció nerviosamente.

Un tritón tuerto que apestaba a medusa fermentada nos miraba lascivamente desde el callejón.

—¡Eh, chicas!

Agarré el brazo tembloroso de Wave y pasamos nadando junto a él. Habíamos oído hablar de madame Perla desde niñas en la escuela. Algunos decían que era una bruja del mar, otros que era una charlatana, pero ella era mi única esperanza.

EL PALACIO DE LAS POCIONES DE MADAME PERLA. Las letras pintadas estaban desgastadas y agrietadas, pero la tienda era más pequeña y menos aterradora de lo que yo había imaginado. Ni serpientes, ni anguilas, ni calaveras encogidas pendiendo de las ventanas. Solo una cueva pequeña y destartalada con cortinas de alga marina cimbreando con la corriente submarina.

Abrimos la puerta principal incrustada de percebes y entramos cautelosamente. Una mujer gravitó sobre nosotras con una cara arrugada que mostraba los signos de alguien que había pasado décadas en las profundidades inferiores. Su carne de porcelana estaba hinchada como un pez globo, y su pecho colgaba bajo su enorme camisa negra con lentejuelas.

—¿Madame Perla? —pregunté vacilante.

Ella nos evaluó rápidamente con mirada escéptica.

—Este no es lugar para dos jóvenes sirenas —dijo.

—Necesito su ayuda.

Agarró mi pequeña mano con la suya más grande y cerró la puerta tras nosotras. Nos condujo a una sala de consulta con una pesada mesa redonda y sillas colgando de un cordón negro.

—Has venido a oír tu destino —dijo cuando nos sentamos.

—Bueno, no exactamente —respondí.

—¿Quieres saber si tu actual relación es duradera?

—Me temo que no.

—¿Quieres que te hable de tus vidas pasadas?

—¡No!

—¡Bueno, dímelo ya! ¡No soy psíquica! —barboteó.

—¿No lo es? —preguntó Wave.

—Necesito una poción —susurré yo.

—Hoy en día puedes conseguir pociones en cualquier sitio. Los críos

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venden esas cosas en los baños de la escuela. Me han arruinado el negocio —dijo, levantándose—. No deberíais arriesgar vuestras vidas viniendo aquí para eso. ¡Ya no me puedo molestar con esas cosas!

Flotó a través de una gruesa cortina de algas hasta otra habitación.

—¡Pero quiero una especial! —dije, siguiéndola, pero la cortina se cerró en mi cara. Wave nadó hasta mí, pareciendo aliviada.

—Mejor nos vamos.

—¡No sé adónde más acudir! —grité a través de la cortina.

No hubo ninguna respuesta.

—Vamos —susurró Wave, tirando de mi brazo.

—¡Sólo la magia puede ayudarme! —exclamé, sin moverme.

Podía oír el débil quejido de un mendigo soplando burbujas a través de una concha en forma de cono afuera. No hubo ninguna respuesta de madame Perla.

Abrí la puerta delantera resignada a marchame, cuando de repente las cortinas se abrieron y madame Perla asomó la cabeza.

—¿Magia? —inquirió—. ¡Nadie me ha pedido magia desde hace años! Todo el mundo quiere pociones de juventud, afrodisíacos, o para aliviar el frío. ¡Siéntate!

Cerró las cortinas sobre las ventanas y volvió a la mesa.

—Ahora, ¿qué clase de magia necesitas? ¿Cabello más largo? ¿Un hechizo lanzado sobre un enemigo?

—¡Quiero ser una terrestre!

Su mandíbula cayó. Se levantó de la mesa.

—¡Fuera de cuestión!

—¡Pero me enviarán al Atlántico!

—¡Esa poción es un peligro mucho mayor que el exilio en el Atlántico!

—¡Estoy dispuesta a arriesgarme!

—¿Y por qué, si puedo preguntarlo, estás dispuesta a arriesgar tu vida por unas pocas horas en tierra?

—¡Tengo que recuperar el medallón de mi tatarabuelo!

—¿Un medallón? ¡Compra otro!

—No lo entiende. No tiene precio. Y sé donde está. No me llevará ni una hora.

—Pero hay consecuencias. Si te quedas después de que salga la luna, perderás tu forma de sirena para siempre.

—Sólo estaré en tierra unos minutos.

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Madame Perla manoseó su medallón de cristal.

—Necesitaré consentimiento paterno —dijo, levantándose y registrando una caja de formularios.

Abrí mi bolso y derramé mi colección de caballitos de mar de cristal, que se hundieron lentamente sobre la mesa.

Madame Perla miró hacia el cristal casi babeando, como si hubiera puesto una langosta marinada delante de ella.

—¿Son tuyos? —preguntó escépticamente, olvidando las cajas de formularios.

—Me llevó seis años coleccionarlos todos.

—Espera aquí un minuto —dijo, introduciendo los caballitos de mar en la capa superior de su falda negra. Abandonó velozmente la habitación. La cortina de algas, ligeramente abierta, la reveló trabajando fervientemente al otro lado. Wave y soy espiamos.

Madame Perla flotaba en una cocina desordenada. Botellas con criaturas marinas y libros de alga marina endurecida revestían los estantes de mármol. Cristales púrpura colgaban de las estalactitas desde el techo. Agarró un libro del estante superior y lo abrió sobre una mesa de madera. Luego empezó a añadir ingredientes de conchas etiquetadas: un tentáculo de pulpo, el ojo de un camarón, la lengua de una rana. Los colocó junto a un manojo de hierbas en una botella verde, la cerró con un corcho y agitó vigorosamente el brebaje. Finalmente, sostuvo la botella contra su pecho y pronunció palabras que no pude entender.

Cuando levantó la mirada, Wave y yo flotamos rápidamente de vuelta a nuestras sillas.

Madame Perla volvió. La botella con la sustancia soltaba un olor de lo más horrible.

—Debes beberte la poción entera dentro de las tres próximas horas a partir de ya. Ni un minuto después, o perderá su potencia —declaró, ofreciéndomela.

—¿No puedo colocarla bajo mi almohada simplemente? —dije, ella extendió la mano para recuperar la poción—. ¡Lo haré! —prometí, acercando más la botella a mi corazón.

—Tendrás hasta que salga la luna para volver al océano. ¡Ni un segundo más! —advirtió.

—Nadie me echará de menos —dije, levantándome.

—¡Ni un segundo más! —amenazó, cuando yo abría la puerta delantera.

—¿O me convertiré en un hada del mar y me saldrán alas? —me burlé.

—O te convertirás en una terrestre... ¡para siempre!

—¿Para siempre? —preguntó Waverly, aferrándome el brazo.

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—Para siempre —repitió madame Perla, con terror en sus ojos medianoche—. Olvidarás como respirar bajo el agua. ¡Te hundirás en el lecho del océano y te ahogarás!

—¿Ahogarme? —dije, sorprendida—. Imposible.

—¡Te ahogarás! —repitió Wave—. Te dije que esto no era buena idea.

—Solo será una hora. De todos modos, siempre hay forma de revertir los hechizos —dije.

—Dice la leyenda que uno puede salvarse a través de un beso de amor de un terrestre, que luego se convertiría en sirena. Pero sólo es una leyenda —dijo madame Perla.

—No tengo que preocuparme por ahogarme, por el amor, ni por la salida de la luna. Estaré en casa antes de que suba la marea.

—Recuerda las reglas, niña —me advirtió ella mientras nos marchábamos—. Esto no es un toque de queda... ¡esto cambiará tu destino!

Coloqué la mezcla de horrible olor en mi bolso de oreja de mar, desaté a Burbujas, y Wave y yo corrimos lejos mientras un tritón aullaba desde las profundidades.

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Capítulo 5Capítulo 5

Estaba demasiado impaciente para esperar a mañana. Después de la escuela, Chainsaw estuvo de acuerdo en peinar la playa conmigo en busca de mi socorrista personal. No fue difícil de convencer. ¿Buscar a una chica guapa? Lo hacía cada día de su vida. Chainsaw tenía aparatos, pecas y cabello pajizo, pero eso no evitaba que pensara que era un regalo irresistible para el género femenino.

Cuando alcanzamos la playa quedé mortificado. Todos mis anuncios habían desaparecido. ¿Ningún agente de la ley tenía mejores cosas que hacer? ¿Cómo la encontraría ahora?

—¡Anímate! ¡Hay montones de otras chicas aquí! —dijo Chain alegremente—. Mira a esas dos de allí —dijo, señalando a una rubia y una pelirroja tendidas sobre toallas. Caminó sin miedo hasta ellas.

—Hola, señoritas —dijo galantemente a las dos chicas en bikini—. Mi amigo, Spencer —dijo Chainsaw—, fue noqueado por su tabla de surf esta mañana y casi se ahoga. Le salvó una inteligente y guapa chica. Está buscando a su rescatadora para entregarle una considerable recompensan.

La rubia oxigenada no tenía tiempo para el encanto de Chainsaw y se colocó los auriculares otra vez en las orejas. Pero la pelirroja soltó una risita, intrigada por esta nueva línea de coqueteo.

—¿Y os estabais preguntando si seríamos mi amiga y yo? —preguntó ella, tomando un sorbo de Evian.

—Exactamente —dijo Chain—. Ya ves, Spencer estaba a un aliento de la muerte y su visión era comprensiblemente borrosa. La única forma de poder identificar a su salvadora es si ella le efectúa otra vez el boca a boca.

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La chica soltó una carcajada.

—¿Habías oído esa antes? —dijo a su amiga—. ¡Te dije que los californianos eran desenfrenados!

La pelirroja me miró como si fuera un cono de helado gigante, sopesando si yo valía la pena las calorías.

—Vamos —dije, codeando a Chainsaw.

—Bueno, ¿cuál es la recompensa? —preguntó de repente la chica—. Quiero decir si soy ella...

—Este medallón —añadió Chainsaw, señalando al medallón que colgaba de mi cuello.

—¿Estás loco? —susurré, fulminándole con la mirada.

—Es antiguo, ¿verdad? —dijo ella, mirando al reluciente corazón. Me sonrió y se puso en pie.

—¿Qué haces? —preguntó su amiga, quitándose los auriculares y sentándose.

—Vinimos a California a divertirnos, ¿no? —preguntó la pelirroja, ajustándose la parte baja de su bikini azul—. ¡Cosas como esta nunca pasan en Wisconsin!

Estaba de pie frente a mí. No estaba seguro de si iba a besarme o a reírse de mí. Su lápiz de labios rojo estaba desgastado por el sol y sus dulces mejillas regordetas brillantes por el protector solar. Tres días atrás habría saltado ante la oportunidad de besar a una chica mayor y atractiva. Habría besado incluso a Arnold Schwarzenegger en bikini. Pero ese beso de vida o muerte me había cambiado. La coqueta turista sonrió, soltó una risita, y me miró fijamente a los ojos, ignorando a su amiga, que estaba sacudiendo la cabeza.

¿Qué estaba pasando? ¡Las chicas nunca caen con estas cosas!

—Vale, finge que te estás ahogando —rió, inclinándose hacia adelante.

E hice algo que nunca habría creído que haría en mis quince años conducidos por la testosterona. Extendí el brazo hacia sus hombros, evitando que me besara.

—¿Estás loco? —gritó Chainsaw.

—Lo siento, no eres ella —me disculpé, y me alejé caminando.

Chain se adelantó.

—¡Puedes salvarme a mí! —suplicó, inclinándose hacia ella.

—Lo lamento —dijo ella sarcásticamente, señalando a su aparato—. ¡No me va el heavy metal!

—¿Estás chalado? —jadeó Chain, alcanzándome.

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—No lo pillas. ¡Esto no va de marcar un tanto! —dije, dándome la vuelta—. ¡Promete que me ayudarás realmente a encontrarla!

—Vale, vale. Si tú me prometes una cosa.

—¿Sí?

—¡La próxima vez me pido ser yo el rescatado!

*****

Me apoyé contra la barandilla del muelle, frustrado y exhausto, observando cómo las olas se estrellaban contra las rocas.

—Colega, si es tan guapa —dijo Chainsaw—, debe tener un novio mayor. Probablemente tres.

—Gracias por el apoyo.

—Intento protegerte.

—¿Protegerme de qué?

—Tal vez haya una razón por lo que no has visto a esta chica de ensueño. Podría estar casada. Podría haber escapado de prisión.

—¡Simplemente no puedes creer que yo le guste a una chica guapa!

—¡Por supuesto que lo creo, tío! ¡Eres un semental surfista! Esa tía buena ya te ha morreado en los labios y ni siquiera conoce al auténtico tú. Te acuestas temprano porque quieres hacer surf al día siguiente. Lees Romeo y Julieta porque quieres. ¡Y vas por ahí con una escoria como yo!

No pude evitar sonreír. Chainsaw parecía estar fuera de sí, pero al final siempre estaba ahí para mí.

—Solo quiero que esta chica de ensueño sea de primera. No quiero perderte por una rompecorazones cualquiera —dijo.

—No me perderás —repliqué, golpeándole juguetonamente en el brazo.

—Vamos —dijo, colocando su chicle en la barandilla y luego golpeándolo con los dedos hacia las olas—. Juguemos un par de partidas de Alien Attack en mi casa.

—No, gracias —dije, mientras empezábamos a caminar de vuelta a la playa—. No me siento con ánimos de vaporizar criaturas verdes.

—¿No te sientes con ánimo de aniquilar aliens? —dijo Chainsaw, deteniéndose en el acto—. ¡Demonios! ¡Ya te he perdido!

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Capítulo 6Capítulo 6

Cogimos un atajo desde la casa de Madame Perla sólo por si acaso los tiburones todavía se estaban alimentando. Para nuestro inmenso alivio no encontramos nada más peligroso que una morena en nuestro camino de vuelta a la civilización; es decir, hasta que llegamos al Shipwreck, un restaurante popular entre los adolescentes aficionados al finball; donde un equivalente escolar a los tiburones nos tendieron una emboscada... ¡Beach y Tide!

—¡Sincronización perfecta! —dijo Wave, saltando de Burbujas y atando su correa al coral.

—Tengo que tomar mi poción —susurré inflexiblemente—. ¡No puedo quedarme!

—Claro que puedes —dijo Beach, agarrando mi brazo y ayudándome a bajar.

—¡He dicho que tengo que irme! —exclamé, intentando desatar a Burbujas.

—Es hora de fiesta, pilluela —dijo Beach, golpeándome y haciendo que soltara accidentalmente mi bolso al mar.

—¡Mi bolso! —grité, lanzándome tras mi preciosa poción mientras ésta se alejaba flotando. Beach me lo cogió y empezó a ir hacia la puerta.

—¡Lo necesito! —aullé.

—¿Por qué? ¿Vas a pagar tú? ¡Me gusta que una mujer esté al mando! —Y desapareció en el interior del restaurante.

Le seguí a través de un enorme agujero en el casco que había provocado que el barco se hundiera. El interior estaba decorado con sillas de vinilo rojo y mesas de metal plateado, cadenas de peces iridiscentes y fluorescentes colgaban del techo. Las camareras llevaban sombreros

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blancos de marinero y corbatas azul marino.

—La fiesta de cumpleaños de Beach es mañana —dijo Wave, agarrándome el brazo y haciéndome sentar junto a él.

Yo recuperé mi bolso.

—¿Estarás allí? —preguntó Beach, codeándome.

—Por supuesto que estará —respondió Wave, acurrucándose junto a Tide.

—Mi madre me necesita en casa —anuncié.

La camarera trajo un aperitivo de mejillones azucarados y tomó nuestro pedido de bebidas.

—Zumo de rana —dijo Wave—. ¿Desde cuándo haces caso a tu madre? —me desafió.

—Vamos a tener visitas —dije.

—¡Que sean dos zumos de rana! —ordenó Wave.

Miré por el agujero de la puerta hacia Burbujas, atada al palo a su pesar. Al igual que ella, no podía escaparme.

Wave ató su mochila a la silla para que no se alejara flotando, pero yo me aferraba desesperadamente a mi bolso. Ella estaba acurrucada con Tide; Beach casi estaba sentado en mi regazo. Me pregunté dónde estaría el terrestre. Llevo tu corazón de plata cerca del mío. ¿Lo llevaría puesto ahora mismo? Miré mi reloj.

—Ha sido encantador, pero tengo toneladas de deberes —dije, levantándome.

—¿Aburrida ya? —preguntó Beach—. ¡Movamos el esqueleto!

Me agarró del brazo, dejó caer un mejillón a medio comer de vuelta en la cesta de conchas y me empujó a la pista de baile en la popa del barco. La música se reproducía a través de altavoces esponja que colgaban de las paredes. Una máquina de olas ondulaba gentilmente al ritmo del agua de la pista de baile haciendo que las parejas se mecieran unos contra otros. Láseres en espiral emitían tiburones rojos, caballitos de mar amarillos, y corazones púrpuras. Las parejas se apiñaban sobre y debajo de nosotros, sacudiéndose las preocupaciones de un mal día. Mi bolso colgaba impotentemente mientras Beach me hacía girar.

—¡Eres una gran bailarina! —sonrió Beach, cuando una pareja de repente hizo una descabellada pirueta arriba, casi chocando contra nosotros—. Apuesto a que no es lo único en lo que eres buena —dijo, acercándome. Se inclinó y me besó.

¿Beach besándome? No estaba mal, pero faltaba algo en su beso. ¿Amor?

Y eso no era todo lo que echaba de menos. Le aparté de un empujón y

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busqué mi bolso de oreja de mar. ¡Pero no estaba sobre mi hombro!

—¡Mi bolso! ¡Mi bolso! ¡Ha desparecido! —grité.

—No pasa nada. ¡Ya pago yo!

De repente el agua pareció tan espesa como barro. Me estaba moviendo a cámara lenta mientras empujaba a través de un mar de bailarines. Nadé hacia el techo, me hundí otra vez hasta el suelo. Grité llamando al disc jockey, pero él sólo sacudió la cabeza. Registré cada mesa de camino de vuelta hacia Wave y Tide.

—¡Wave, he perdido mi bolso! —Cedí al pánico.

—¿Los Mud Rakers no son totalmente glaciales? —dijo ella, sacudiendo la cabeza y sorbiendo su zumo de rana importado.

—¡Mi bolso! ¡Tenía dentro mi nueva compra! —le grité.

—Conseguirás otra —dijo, casi aliviada.

—¡Alguien podría confundir mi medicina con un Shark Attack y despertar con dos piernas! —dije, fulminándola con la mirada.

—¡Oh! —exclamó.

Wave, Tide, Beach y yo fuimos en distintas direcciones: Beach de vuelta a la pista de baile, Wave al baño, Tide a la galería, y yo fui a la cubierta superior. Me sentía como si siempre estuviera nadando por unas escaleras y asomándome por barandillas, preguntándome si mi bolso habría flotado hasta afuera.

Deprimida, nadé de regreso a nuestra mesa. Mi partida de rescate no se veía por ninguna parte. ¿Los había perdido a ellos también?

—¿Es este? —gritó Tide, hacia el mostrador de dirección, sosteniendo mi tesoro de oreja de mar.

Nadé hasta él, aliviada. Pero lo sentí más ligero. Lo abrí rápidamente. ¡Estaba vacío!

Mi corazón se hundió. Incluso Wave pareció emocionalmente exhausta cuando volvió de su búsqueda.

—¡Oh, no! —gritó, señalando a una sirena scout preadolescente sentada a una mesa con su tropa, a punto de abrir el corcho de mi botella. Echó la cabeza hacia atrás, lista para echarse la poción por la garganta.

—¡Eres demasiado joven para esto! —dije, arrancándola de su mano.

—¡No lo sabía! ¡No se lo cuentes a la líder de nuestra tropa! ¿Vale? —suplicó.

Sostuve la botella apretadamente contra mi pecho y realicé mi huída a través del agujero del barco.

—¡Espérame! —dijo Wave, subiendo a Burbujas.

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—¿Entonces te veo mañana por la noche en mi fiesta? —gritó Beach.

—No se lo perdería por nada del mundo —respondió Wave por mí mientras nos alejábamos a toda prisa.

*****

Corrimos hasta mi escondite submarino favorito... una cueva abandonada no muy lejos de mi casa. La había arreglado con cortinas de lechuga de mar, retratos de terrestres que había encontrado en un mercado de aguas abiertas, y sillas de arcilla rosa chillón. Los estantes estaban adornados con oxidadas monedas terrestres; una aleta de buceo terrestre color naranja; un zapato de tacón alto negro; el disco compacto de los Beatles Abbey Road; pilas Panasonic; y una talla de mis padres en su boda, vestidos de blanco, besándose bajo un parche de lirio acuático. Utilizaba mi escondite para escuchar música, leer revistas adolescentes, y fantasear sobre una vida terrestre cuando quería estar sola. Solo Wave conocía su existencia.

—¡Allá vamos! —dije, atisbando la poción.

—¿Por qué no la cuelgas sin más en la pared con tus otros tesoros? —sugirió Wave.

—No tengo elección —dije, intentando quitar el corcho.

Wave detuvo mi mano con urgencia.

—¿Qué pasa si Madame Perla está equivocada? ¿Qué pasa si te crecen dos cabezas en vez de dos piernas?

—¡Entonces sería mucho más lista!

—No sabes lo que esa cosa podría hacerte. ¡Podrían crecerte dos aletas! —dijo, echándola hacia atrás.

—Entonces me uniré al circo marino —dije, tirando de la poción hacia mí.

—¡Podrías morir! —exclamó—. ¡Lilly, podrías morir!

Nos miramos la una a la otra. Sus ojos furiosos se volvieron tristes.

Nunca lo había pensado realmente. Supongo que era mi naturaleza. Actuar ahora, pensar después. Replicar a mis padres... pensar en ello en mi habitación. Faltar a clase... reflexionar en mi escondite. Salvar a un terrestre... considerar las consecuencias luego. Tal vez esta vez debería pensar antes de actuar.

—¡No te dejaré morir! —dijo Wave, tirando de la botella hacia ella. Pero de repente la vieja botella se rompió... el fondo dentado permanecía aferrado a mi mano mientras Wave sostenía el cuello roto. El aborrecible contenido se filtró en el mar. Ambas nos quedamos sorprendidas,

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mientras el líquido marrón flotaba lentamente ante nuestros ojos.

Sólo se podía hacer una cosa. Nadé tras la poción y tragué tanta como pude antes de que se diluyera completamente. Sabía tan horrible como parecía y requirió todo mi esfuerzo mantenerla en el estómago.

—¡No! —chilló Wave, alejándome de la poción mientras yo luchaba por llevarme más a la boca.

—¡Suelta! —grité.

Continué tragando la poción hasta que ya no pude ver ni oler nada más.

Mientras me limpiaba las pegajosas gotitas de la boca, caí en un acceso de tos.

—¿Estás bien? —lloró ella—. ¡Llamaré a un médico!

—No... —dije, entre toses—. Estoy bien.

El fango me había dejado una sensación enlodada en boca y garganta, todo el camino hasta el estómago, lo que hacía que me sintiera como si hubiera comido caracoles podridos. Flotamos, inmóviles, como dos pastinacas, esperando la metamorfosis. ¿La transformación sería instantánea? ¿Llevaría días? No lo sabía.

Miré fijamente el reloj. Los segundos se convirtieron en minutos. Finalmente me senté. La tensión era demasiado grande y cogí la revista Música Sirena y pasé las páginas. Me lavé los dientes en el baño. Enderecé mi colección de pilas. Wave se sentó en una silla de madera terrestre mordiéndose las uñas.

—¡Mira, todavía soy una sirena! —exclamé una hora después—. ¿Satisfecha?

—¡Sabía que esa vieja era una chiflada! —suspiró Wave, abrazándome—. ¿Cómo podríamos ser amigas si ya no vivieras en el agua?

—¡Regalé mi colección de cristal! Podría haber comprando entradas de primera fila para el concierto de Esponjas Psicodélicas.

—O un pase de escenario y una foto autografiada —se burló ella.

—Voy a volver mañana y exigir un reembolso.

—Piensa en ello como en una lección —intentó reconfortarme—. El lugar de las sirenas está en el océano.

—Y el de las charlatanas en el submundo. Oh... no me siento muy bien —gemí, mientras montamos a Burbujas de vuelta a casa.

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Capítulo 7Capítulo 7

Más tarde en casa ese mismo día, no podía concentrarme en mi videojuego Surf Slam 3000. Miré a mi poster de bañadores de Sport Illustrated, luego lo arranqué de la pared. ¿Quién necesitaba una supermodelo para ponerse a tono? ¡Eso eran cosas de críos! Después de todo, las chicas de las revistas necesitaban horas de maquillaje profesional y cenas del tamaño de un guisante. Yo tenía algo real, aunque sólo lo hubiera saboreado un momento, un beso mágico de una chica de ensueño a la que probablemente nunca volvería a ver. Apagué la lámpara de mi escritorio y me tendí en la cama, preguntándome si ella habría encontrado el anuncio, si aparecería en el campo de fútbol, si la volvería a ver alguna vez. Reflexioné sobre sus labios rosas, su brillante sonrisa, y acaricié el medallón en mi mano, deseando que fuera ella.

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Capítulo 8Capítulo 8

Yací despierta en mi cama esa noche, a pesar de estar exhausta por los eventos del día. Mi colchón redondo colgaba de enredaderas rojas del techo, que estaba enlucido con esencia de pez estrella brillante en la oscuridad, auténticos caballitos de mar blancos nadaban en lo alto de mi vistoso tocador rojo, aferrándose a las manecillas de los cajones de la cómoda de mármol cuando querían descansar. Había libros prohibidos escondidos bajo mi ropa en la cómoda. Bajo mi cama, Burbujas dormía intranquila como si también ella se hubiera tragado la poción.

Yacía despierta preguntándome por la vida terrestre. Sabíamos que los terrestres tenían piernas, y nosotros aletas. Similar, pero diferente. ¿Pero cómo de diferentes podían ser realmente por dentro?

Sobre mi dormitorio, sobre Pacific Reefs, muy lejos sobre la superficie del agua, la luna creciente brillaba a doscientas millas de distancia en el cielo estrellado. Pero yo todavía tenía aletas, igual que todos mis amigos que bebían Shark Attacks o zumo de rana esta noche... y no una poción de rancio sabor que costaba una fortuna de cristal. Tal vez lo mejor era que no hubiera funcionado. Tal vez la tierra era peligrosa, como creían Waverly y todos los demás.

Cerré los ojos, deseando dormir, agradeciendo que madame Perla fuera una impostora después de todo, y preguntándome cómo iba a contarle a mi madre que había perdido el medallón de plata de mi tatarabuelo.

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Capítulo 9Capítulo 9

7:30. Estaba de pie en la portería sur. Este era un acontecimiento al que no quería llegar tarde. No es que mi vida fuera para tanto. Desde que mi madre abandonó a mi padre cuando era crío, nuestra casa había dejado de ser un hogar. Sólo encontraba paz cabalgando las olas. Cambiaba mi color de cabello de acuerdo con mi humor... para salir de la depresión o cubrir el hecho de que estaba solo.

Pero hoy llevaba mechas azules por una razón diferente, esta vez era en celebración... en honor al mar donde nos habíamos conocido. Porque esta mañana era diferente. Había despertado con una inflamación en mi ser, que iba más allá de las inflamaciones habituales. Era una inflamación de emoción, una conexión con la vida que nunca antes había sentido. Notaba la magnificencia de las nubes mientras rodaban hacia el interior desde el océano, las gaviotas piando, el olor a sal en el aire. Sentía una alegría que iba más allá de una puntación de cien mil en el Surf Slam 3000, una copia del DVD Star Wars, o un año de suscripción al Wipeout.

Pero por encima de todo, sentía una conexión con ella, aunque ni siquiera conocía su nombre y nunca había oído su voz. ¿Estaba obsesionado o poseído? Si Chainsaw captara el tren de mis pensamientos y sentimientos internos, seguro que me daría de puñetazos. Quería llevarle flores, comprarle caramelos, cantarle una serenata bajo un balcón, escribirle poesía, tallar sus iniciales en un árbol. No es que cada día alguien te de un aliento de vida. Y su aliento parecía más puro que ninguno que yo hubiera conocido antes.

Siete cincuenta. Me aplasté las palmas contra los vaqueros. Ocho treinta y dos. Abrí una barrita de Wrigley. Ocho cuarenta y cinco. Pateé una lata vacía de Coca-cola. Nueve en punto. Me apoyé contra la portería con pesimismo.

Sonó la campana avisándome de que había llegado la hora de Historia

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de los Estados Unidos. Me colgué la mochila sobre el hombro y miré al campo desolado. Tal vez mi socorrista personal era una dormilona. Tal vez mi anuncio debería haber indicado las 15:30. Tal vez era simplemente un completo idiota.

Esperé hasta las nueve y cuarto, y después esperé hasta las nueve y media. La clase de gimnasia empezó a correr alrededor de la pista. Yo me paseé por la línea de cincuenta yardas y, desmoralizado, me abrí paso hasta el interior del edificio, tarde para la primera campana.

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Capítulo 10Capítulo 10

Desperté en la costa, tendida sobre mi espalda de cara al ardiente sol. Tuve que entrecerrar los ojos, el sol era demasiado brillante. Podía decir por su posición que eran más de las nueve y media. ¿Por qué no estaba en el agua? ¿Por qué no estaba en mi cama? ¿Dónde estaba Burbujas? Me sentía deshidratada hasta los huesos, extremadamente sedienta. Mis palmas estaban húmedas por el agua y ésta parecía provenir de mis propias manos. Mi cabello estaba pegajoso por la arena. Podía oler el pescado en el aire marino, y oír los sonidos de las gaviotas. Cedí al pánico. No podía respirar. ¡Debía volver al océano! Me sentía como si me moviera a cámara lenta, como si estuviera en un sueño... esto debía de ser un sueño.

Y entonces recordé a madame Perla. Me senté y me llevé la sorpresa de mi vida, ¡colgando por debajo de mis caderas había piernas! Mi aleta había desaparecido. ¡Desparecido! ¿Qué había hecho?

—¡Madame Perla! —grité con voz terrestre—. ¡Madame!

Me sacudí... ¡contoneando frenéticamente dos piernas flacas y diez diminutos dedos de los pies! Había vendido mi colección de caballitos de mar de cristal por estas piernas, pero la realidad era aterradora. Tenía frío, estaba desnuda, y sola. ¿Por qué no me había dicho madame Perla que necesitaría ropas terrestres? De repente el sol pareció pulsar, el cielo empezó a girar y el día se convirtió en noche.

—¡Esto no es una playa nudista! —gritó una voz de mujer.

—¿Madame Perla? —susurré, abriendo los ojos y jadeando en el aire crispado.

—¡Ponte la ropa! —chilló una terrestre arrugada que llevaba puesto un brillante sombrero púrpura.

Azorada y confundida, divisé una toalla de playa amarilla yaciendo a pocos centímetros de mí. La agarré y me la envolví alrededor del cuerpo. No satisfecha, la terrestre me señaló una pila de ropa que yacía junto a una mochila.

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—¡Vístete, jovencita!

—¿Pero eso no es...? —empecé.

—¡Tienes suerte de que te haya encontrado yo y no la policía!

¿La policía? No tenía elección. No podía pasar en la cárcel mi primer día en tierra. Recogí una camiseta rosa y unos pantalones a juego. Había visto terrestres antes, por supuesto, y sabía cómo se vestían, pero la mirada crítica de esta señora terrestre me ponía tan nerviosa que no podía pensar con claridad. Lo siguiente que supe es que estaba pasando los brazos a través de los pantalones. Azorada, me desenredé a mí misma e intenté ponérmelos como iban. Pero en mi estado de pánico, metí ambas piernas en un agujero. Me tambaleé, tropecé, y caí sobre la tierra.

Finalmente embutí mis dos nuevas piernas en agujeros diferentes y luché por subirme los pantalones. Intenté abrocharme el botón pero los pantalones cortos eran demasiado estrechos. Así que lo dejé y cogí la camisa.

Intenté insertar la cabeza. Me ahogué, comprendí que tenía cogido un agujero para el brazo. Me reacomodé la camisa y me las arreglé para bajarla, pero era demasiado grande y me colgaba de los hombros como un alga marina pegada al borde de una roca. La camisa me llegaba a las rodillas, así que me la até alrededor de la cintura.

Supe que estaba completamente vestida cuando la terrestre me sonrió con alivio.

—¡Los críos siempre rompiendo las normas! —regañó, como una abuelita.

¡Una terrestre! Hablando conmigo como si fuera uno de los suyos. Fascinada, olvidé mi miedo. En cualquier caso, parecía tan inofensiva como un pez estrella. Miré fijamente su piel beige y su sombrero de paja púrpura, su actitud feroz la encorvaba más que sus muchos años.

—Estás muy pálida para tomar el sol sin ropa —regañó, pero con una voz más suave—. Y deberías llevar un sombrero como el mío. ¡El sol arruinara ese color!

Asentí respetuosamente, y empujé dos zapatos que dejaban los dedos al aire en mis dos nuevos pies. ¡Mis dos nuevos pies! ¡Era una auténtica terrestre!

La dama terrestre continuaba observándome. Intenté levantarme, pero inmediatamente me caí.

—Acabo de comprar estas piernas —bromeé, barbotando las palabras.

—Debes haberte levantado demasiado rápido —dijo ella, extendiendo la mano.

—La sangre se me subió a la cabeza.

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Me ayudó a levantarme y me sostuvo firme mientras empezábamos a caminar... ¡Por primera vez en mi vida!

—Olvidas tu mochila —dijo la terrestre.

—Pero no es... —empecé, pero ella ya me había abandonado amablemente para recuperar la bolsa.

Me balanceé sobre una pierna, luego sobre la otra. Me aferré a un puesto de socorristas. No había agua en la que apoyarse, y el aire era demasiado fino. Vale, Lilly, me dije a mí misma. ¡O caminas hasta el Instituto Seaside o nadas hasta el gélido Atlántico!

—¡Estás deshidratada! —dijo la mujer, sacando una botella de agua de su enorme bolso de lona.

Presioné mis labios alrededor de la abertura y sorbí el contenido de un trago.

—Oh, Dios mío. ¡Estás sedienta!

Me ayudó a estabilizarme. Tosí a causa del humo de su cigarro. Ya era bastante duro respirar aire puro sin tener que respirar humo.

—¿Por dónde se va al Instituto Seaside? —pregunté, tosiendo, mientras ella me ayudaba a colocarme la mochila.

Señaló más allá de la playa hacia la colina, donde una enorme escuela se erguía sobre el océano Pacífico.

—Bueno, en ese caso, llegas tarde, niña —dijo severamente—. ¡Será mejor que te muevas!

—Camino tan rápido como puedo —dije, empezando a equilibrarme por mí misma.

*****

Pisé conchas, colillas de cigarrillos, y latas de refresco vacías. Pero me recobré rápidamente y marché hacia arriba hasta la parte alta de la playa, donde caminé sobre hierba profunda y verde. Se inclinaba fácilmente y la sentía mullida, incluso cosquilleaba en mis pies. Una carretera pavimentada, bordeada de palmeras, conducía al Instituto Seaside. Estaba exhausta cuando llegué a la entrada. ¡Una auténtica escuela terrestre! Era mucho más grande que el instituto Pacific Reefs.

Estaba respirando y caminando bastante bien ahora. Una vez leí que a un niño terrestre le llevaba todo un año levantarse y mucho más caminar, ¡y yo lo había hecho en una hora! Tal vez las sirenas fueran una forma de vida superior después de todo.

Los chicos y chicas terrestres se apoyaban contra las palmeras, caminaban enérgicamente escaleras arriba y se sentaban sobre el césped.

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Los había altos, bajos, flacos, gordos, de cabello rojo y amarillo. Chicas, chicos, y algunos cuyo género no podía distinguir.

¿Sabrían que yo era una sirena? ¿Saltarían sobre mí? ¿Me arponearían? Tragué un profundo aliento y subí lentamente las escaleras frontales, con la ayuda de la barandilla, pero una chica que se besuqueaba con su novio bloqueaba el camino. Los rodeé cuidadosamente y abrí una enorme puerta de madera. Entré en un pasillo lleno de cabinas altas, lisas al tacto, no oxidadas como el metal de casa. En un minuto olía a lirios de agua, y al siguiente a una vieja pelota de finball. Leí los carteles que colgaban de las paredes: REUNIÓN DEL CLUB DE MATES CANCELADA. ¡FELICIDADES, TIBURONES, POR UN AÑO GANADOR! FESTIVAL DE FUEGOS ARTIFICALES... VIERNES NOCHE.

Estaba hipnotizada por toda la actividad terrestre... risas, gritos, carreras, besos. Algunos terrestres vestían como si hubieran venido directamente desde el submundo... tatuajes; piercings en las orejas, narices, cejas y lenguas. Otros vestían como si vinieran de un partido de finball. Muchos me miraban al pasar. ¿Podían ver que yo era una sirena? Me sentía mareada y me apoyé contra una cabina para coger aliento.

Un tipo con una camiseta en la que ponía ¡ADELANTE TIBURONES! se me acercó, se inclinó hacia mí, y pasó la mano a mi lado. Me alejé de un salto.

—Esta es mi taquilla, nena.

Sorprendida, me alejé corriendo y me metí de cabeza en medio de una multitud de adolescentes que caminaban enérgicamente. Estudié sus caras pero ninguno era mi terrestre.

Reparé en un reloj en la pared. Nueve cincuenta y cinco. Llegaba tarde a nuestra reunión en el estadio. ¿Y dónde estaba el estadio de todos modos? ¿Dónde estaba él? Me asomé a un aula de laboratorio. Luego miré en una oficina donde una mujer azorada ordenaba documentos en un escritorio de madera desordenado. Aparentemente yo parecía perdida.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó la mujer terrestre. Parecía ser colaboradora y de confianza.

—Estoy buscando...

—¡Tú debes ser Candy Hartman! —exclamó—. Soy la señora Linwood, la secretaria de la escuela. ¡Te hemos estado esperando! Tengo todo tu papeleo aquí. —Extendió la mano entre los papeles esparcidos por el escritorio—. ¡Bienvenida a Seaside!

—Pero yo no...

—¿No estás preparada? Es difícil incorporarse a una escuela a final de año. ¡Pero siendo tu padre el gobernador, estoy segura de que estás acostumbrada! Qué excitante, ¿verdad? Se te ha comido la lengua el gato

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—dijo, moviendo extrañamente las manos sobre las caderas—. Te hemos asignado a la clase del señor Costello. Te mostraré el camino —dijo, cogiéndome del brazo—. ¡Encajarás perfectamente allí!

¿Encajar? ¡Pero si acababa de aprender a caminar hacía una hora!

Se suponía que debía estar en clase de depredadores y presas ahora mismo. Mi escapada fuera del agua se estaba convirtiendo en una ausencia de día entero.

Mi escolta con cara de querubín se detuvo en una clase atestada. ¿Aquí era donde estudiaban los terrestres? ¡Mil tiburones de ojos abiertos me estaban mirando! Todo lo que quería hacer era conseguir mi medallón y largarme. Pero de repente no sólo tenía piernas, sino ropa nueva, y ahora un nombre nuevo.

—Buenos días, señorita Hartman, tome asiento, por favor —me dijo el profesor. Se parecía al señor Dorsal con pantalones baratos.

La habitación era fascinante. Todo el mundo estaba sentado en sillas de madera con pequeñas mesas adosadas a ellas, en pulcras filas. Colgaban luces del techo, y las paredes estaban cubiertas de imágenes y mapas.

Doblé mis nuevas piernas juntas bajo mi asiento y rápidamente me sentí atacada. Los estudiantes me miraban fijamente mientras mis piernas golpeaban contra el escritorio. Noté que sus piernas estaban bajadas, sus pies tocaban el suelo.

—¡Esto no es una clase de yoga! —dijo la chica provocativa que se sentaba junto a mí.

¡El reloj marcaba las diez y media! Estaba aquí atascada, atrapada sin poder continuar mi misión. Pero de repente mis nuevos alrededores me hipnotizaron, tentándome con la realidad de todo lo que siempre había soñado. ¡Yo, Waterlilly, era de repente una terrestre! Inmediatamente quedé fascinada por el ambiente de la escuela terrestre.

Finalmente desdoblé las piernas y estudié la habitación, tomando notas mentales. Un mapa de la tierra, fotos de un hombre pálido con cabello blanco coral, y un hombre delgado con un enorme sombrero negro y barba. Otro hombre más oscuro con un bigote y las palabras: "Tengo un sueño" ¡Si la señora Current me viera ahora!

Yo había aprendido mucho en Historia de la Tierra, pero una vida entera de estudio no podría haberme preparado para una auténtica clase terrestre. Y los propios terrestres eran interesantes... chicas rubias con maquillaje azul en los párpados, pantalones cortos, faldas cortas, vestidos, zapatos de lona con cuerdas o zapatos abiertos que dejaban fuera los dedos de los pies. Y cada chica tenía las uñas de un color diferente... rosa, púrpura, verde. Me pregunté si era pintura cosmética o nacían así.

Miré por la ventana, que proporcionaba una emocionante vista del mar

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en la distancia. Observé las olas golpear contra la costa. Era una perspectiva increíble, de una hermosura que robaba el aliento. Nunca había visto el océano desde tanta altitud.

—Candy... ¿Candy? —gritó el señor Costello, justo como me gritaba siempre la señor Current. Al menos algunas cosas en la tierra eran iguales—. ¿Puedes nombrar a los cuatro hombres esculpidos en roca en el Monte Rushmore?

¿Grupo de rock? pensé.

—Por supuesto —respondí con confianza—. ¡John, Paul, George y Ringo!

La clase estalló en carcajadas. Un tipo mono sentado a mi lado... que se parecía a Beach, sólo que en vez de cabello blanco lo tenía de un rubio arenoso... me dio un golpecito en las piernas. Todo el mundo miraba y reía. Me recosté hacia atrás, sintiéndome estúpida.

—Señorita Hartman, esto es estudios sociales, no la MTV.

La clase rió incluso más.

—¿Alguien sabe dónde está el Monte Rushmore?

El tipo mono se inclinó hacia mí.

—Tennesse —susurró.

—¡Tennessee! —grité.

La clase rió todavía más fuerte.

Lo miré con desprecio.

—Creía que sí —susurró él, encogiéndose de hombros.

—Calma, clase —dijo el señor Costello—. Ahora revisemos las elecciones presidenciales.

Quedé fascinada con el resto de su clase y olvidé el medallón y la hora. Presidentes, colegio electoral, votar. ¡Nunca me había interesado la escuela en toda mi vida! Pero parecía ser la única que estaba escuchando. Un chico tenía la cabeza apoyada sobre su escritorio. La chica de delante de mí estaba garabateando corazones en un diario rosa. Otro chico estaba observando fotos en movimiento en una pantalla pequeña en su regazo. En el mar todos los estudiantes atendían, como marionetas.

De repente sonó la campana.

El señor Tennesse recogió mi libro de texto de estudios sociales mientras los demás estudiantes abandonaban la clase.

—Me llamo Calvin.

—Me llamo...

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—Sé tu nombre. Un placer conocerte, Candy.

—Sí... totalmente glacial —dije, distraída—. Oye, Calvin —dije acercándome unos centímetros—. Necesito ayuda, ¿puedes ayudarme a encontrar...?

—¿Tu próxima clase? —interrumpió.

¿Y si mi terrestre estaba sentado en mi próxima clase? Saqué el trozo de papel con mi horario de clases.

—Guay, tienes geografía. ¡Igual que yo! Este es tu día de suerte. Te mostraré el camino.

—Pero deprisa —dije.

La luna hacía tictac.

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Capítulo 11Capítulo 11

—¿Se ha muerto alguien? —se burló Robin, cuando ella y Chainsaw me encontraron haciendo espacio en mi taquilla abierta... un montón de CDs, videojuegos, envoltorios de caramelos, y libros que nunca había abierto.

Robin era el sueño de cualquier madre a la hora la colada. Todo ropa negra. Nunca un rojo accidental que tiñera el blanco. Ninguna necesidad de blanqueador, o de separar la ropa. Creo que la única razón por la que a Robin le gustaba yo era porque me cambiaba el color de cabello de acuerdo con mi humor. Y mis colores eran todos oscuros también: negro, púrpura, azul. Ella creía que yo era su alma gemela. Un día, iba a aparecer con el cabello blanco para ver cuánto le importaba realmente.

—Sí, Mustio, en un minuto has pasado de ser una colegiala enamorada a parecer como si tu madre te hubiera quitado la Nintendo —bromeó Chainsaw.

—Largaos —dije, agarrando mi Gameboy del estante de mi taquilla.

—Es esa chica de fantasía —se burló Robin, con más que un indicio de celos—. Estoy enferma un día y alguna nena llega caminando y gana tu corazón. ¿O debería decir nadando?

—Sí, desde ayer por la mañana sufre bruscos cambios de humor —dijo Chainsaw sarcásticamente.

—¿Era realmente guapa? —preguntó Robin vacilante, como si estuviera esperando a que cayera una bomba.

—¡Era preciosa! —respondió Chainsaw—. ¡Y nunca se la volvió a ver!

—Qué pena —sonrió Robin, acurrucándose contra mí—. Pero yo estoy aquí, si

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vuelves a necesitar quien te resucite.

—Tal vez fuera una instructora de natación —sugirió Chainsaw.

—Estaba sola —dije, sacudiendo la cabeza.

—Tal vez fuera una socorristas —dijo Chain.

—Los socorristas de Seaside visten de rojo. Ella vestía de verde —dije, mirándole furioso.

—¡Tal vez fuera una sirena! —declaró él ruidosamente.

—¿Qué te hace decir eso? —exclamé, dejando caer mis libros al suelo. No había dicho nada a Chainsaw sobre mi alocada alucinación.

—Tiene sentido. Es hermosa, nada en el océano mejor que tú, te salva la vida, y desaparece en el agua.

—Claro, una sirena —se burló Robin dramáticamente—. Y ya sabes cómo son las sirenas... exigen perlas y langostas, viven en castillos subacuáticos, tienen a reyes por padres y se miran en sus espejos. Mejor ser fiel a la humanidad, Spence. No somos tan vanidosas.

—¡Ya basta! —dije.

Chainsaw abrió su taquilla y él y Robin soltaron risitas para sí mismos.

—Tal vez debería empezar a vestir de verde —dijo Robin.

Metí más libros de texto en mi mochila, preguntándome si la volvería a ver alguna vez, preguntándome si la había visto realmente alguna vez para empezar.

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Capítulo 12Capítulo 12

Mordisqueé la correa de mi mochila, esperando ansiosamente a Calvin mientras él reunía cuadernos de su taquilla.

—¡Tienes que ayudarme! Estoy buscando a un chico —grité urgentemente—. ¡Tiene mi medallón y necesito desesperadamente recuperarlo!

—¿Lo robó? —me preguntó furiosamente.

—No exactamente, pero tengo que recuperarlo, ¡ya!

—¿Es tu novio? No me lo digas...

—Ni siquiera sé su nombre.

—¿Entonces cómo consiguió tu medallón?

¡Ya basta de preguntas! No tenía tiempo para esto. Pero en vez de eso fui cordial.

—Le salvé cuando estaba nadando y accidentalmente me lo arrancó.

—Así que eres una heroína —dijo coquetamente.

—Y tú puedes ser un héroe encontrándole —dije, con un guiño.

—Muy bien. ¿Qué aspecto tiene?

Empecé a cruzar el pasillo y me fijé en un terrestre de cabello azul oscuro que recogía libros de texto del suelo y los embutía en su taquilla. No podía verle la cara, pero su constitución era similar a la de mi terrestre.

—Se parece a él —dije, señalando—. Pero con el cabello rojo oscuro.

—Le encontraremos en el almuerzo —prometió Calvin, cerrando de golpe la puerta de su taquilla.

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Capítulo 13Capítulo 13

Nada es tan aburrido como la previsible conferencia trimestral del señor Parker en la que lamenta los horrores de la nota media de nuestra clase. Estamos cerca de nuestros exámenes finales... dos semanas para las vacaciones de verano. Pero en vez de estar haciendo planes para mi libertad, estaba soñando despierto con mi esclavitud bajo el beso de cierta doncella. Escribí su nombre en mi cuaderno: Cassandra, Margaux, Juliet. Y luego miré por la ventana y, ¡ allí estaba ella!

¡Quiero decir de veras! No estaba soñando despierto... ¡era ella! Caminando por la hierba, brillando como la luz del sol, con ojos azules chispeantes, refulgiendo, con una sonrisa centelleante, su cabello rubio balanceándose contra su piel de porcelana.

Todo lo que nos separaba era la ventana, una fila de arbustos, ¿y la versión de Seaside de Troy Aikman? (nota: apuesto jugador de fútbol profesional)... Calvin Todd.

—Tengo que ir al baño —grité, reuniendo mis libros y levantándome, sin apartar los ojos de ella.

—¿Perdón, Spencer?

—¡Tengo que ir!

La clase rugió de risa.

—Parece que va a leer más en el cubículo que en mi clase —dijo el señor Parker, refiriéndose a la pila de libros que tenía yo en la mano.

—Oh... sí. —Me tambaleé torpemente, y dejé los libros en mi pupitre mientras salía cabizbajo de la clase.

El corazón se me salía del pecho. Sentí la oleada de adrenalina por mi cuerpo como cuando conduzco la mega-lancha rápida 3D en el Arcade

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Seaside. Y como mi lancha a toda marcha, me estrellé contra las paredes y otros obstáculos.

—¡Eh! ¡Cuidado, idiota! —chilló un estudiante.

¿Qué iba a decirle cuando la encontrara? ¿Se lo agradecería o simplemente me quedaría mirando a sus ojos azul océano? ¿O balbucearía sin sentido? ¿O gemiría de dolor después de que Calvin Todd me hiciera papilla por pisarle el terreno?

¡Thump thump thump! Mi motor estaba palpitando de más y abrí de un tirón las puertas principales, corrí escaleras abajo, y atravesé a toda prisa el césped.

¡No estaba allí! No podía tragar, mi corazón estaba pulsando en mi garganta. ¿Había sido un espejismo? ¿Pero por qué iba a alucinar con Calvin Todd?

Corrí de vuelta al edificio y empecé a buscar en el primer piso. Pasé las clases de los veteranos, aunque ella no parecía lo bastante mayor. ¿Pero por qué estaría con Calvin Todd? Si fuera su novia la habría visto antes. ¿La habían trasladado?

Entré en la clase de Inglés del señor Green.

—Sí. ¿Puedo ayudarte? —preguntó el profesor de aspecto informal.

—Uh... —dije, mirando a los estudiantes cuyas cabezas estaban enterradas en los libros de texto.

—¿Sí?

—Yo... uh... necesito tiza —tartamudeé, moviéndome para conseguir una vista mejor de los estudiantes. No la vi ni a ella ni a Calvin Todd.

—¿Tiza?

—¡Sí, tiza!

—No tienes que gritarme —dijo el Informal, de repente nada informal.

—Uh, lo siento, tío.

—¿Necesitas un trozo o todo un paquete?

—Un trozo —respondí rápidamente, deseando que una chica rubia en la tercera fila levantara la cabeza. Pero sólo era la jefa de animadoras Linda Wilson.

Me abrí paso centímetro a centímetro hacia el pasillo y alcé el cuello para ver a las chicas de la última fila.

—Aquí tienes —dijo el Informal, ofreciéndome un trozo, para retirarlo de repente.

—¿Esto es para un profesor... o para un grafiti?

—Nadie usa tiza para un grafiti, señor Green. Usan pintura en espray.

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—Tienes razón. ¿Necesitas un borrador?

—¡No, gracias! —Y salí precipitadamente de la clase.

Jadeé en busca de aliento mientras subía las escaleras hasta el segundo piso y presionaba la cara hacia la clase iluminada de inglés de Franklin. Ni Calvin Todd, ni Cassandra.

Me dirigí directamente al laboratorio de biología de Johnson. Recorrí arriba y abajo los pasillos del laboratorio mientras los estudiantes se preparaban para diseccionar ranas.

—¡Muévete! —exigió Sherri Leonard cuando me acerqué a ella por detrás—. Esta ni siquiera es tu clase.

—Sí, Spencer, ¿qué estás haciendo aquí? —inquirió el señor Johnson—. Tienes biología el martes, miércoles y viernes. ¿Necesitas más tiza? —preguntó, refiriéndose al único trozo que yo llevaba en la mano.

—Yo... uh... parece ser que he perdido mis gafas de seguridad...

—No vi ningún par extra esta mañana —dijo el señor Johnson, intentando recordar—. Pero déjame echar un vistazo.

¡Realmente las estaba buscando!

Tamborileé los dedos nerviosamente contra mis vaqueros, la tiza me veteaba la pierna, mientras la clase entera inspeccionaba bajo sus pupitres y mesas, y alrededor de los viales de laboratorio.

—Está bien, señor Johnson. Utilizaré mis gafas de esquí —dije, dirigiéndome hacia la puerta.

—¡Aquí están! —gritó Kim Ling, balanceando unas gafas de seguridad entre sus dedos.

Las agarré rápidamente, mascullé un gracias, y me lancé al pasillo.

—¡Esas son mías! —oí gritar a un tipo.

Los pasillos estaban vacíos, excepto por mí corriendo frenéticamente a través de la escuela con un trozo de tiza y unas gafas.

Me asomé a la clase de historia de Estados Unidos de Michaels.

—¿Está Calvin Todd en esta clase? —pregunté—. Tengo un mensaje urgente para él.

—No —replicó el señor Michaels—. Tuvo esta clase a primera hora.

Asomé la cabeza en la sala de música. Los estudiantes estaban vestidos con los uniformes blancos y azules para ensayos de la banda, afinando tubas chirriantes y trombones.

Me quedaba sin aulas que comprobar. ¡Pronto el director notaría al estudiante solitario que corría a través de los pasillos, ¡robando material escolar! Me tropecé con el señor Caldwell, un tieso guarda de seguridad de la escuela cuya mirada feroz podía quemar como el sol.

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—Nada de correr por los pasillos —dijo, agarrándome del hombro.

—Tendría que haberlo recordado —respondí sin aliento.

—¿Dónde está tu pase?

—¿Mi pase? Voy a un recado —dije, limpiándome los rastros de tiza de los vaqueros.

—El pase es obligatorio, incluso para los recados.

Miré más allá del señor Caldwell a la clase de geografía de Hanover y divisé a Calvin Todd sentado en primera fila.

—¿Qué clase tienes ahora? —exigió Caldwell.

—¿Uh? ¿Clase? Esta.

—La próxima vez tendré que ver un pase o recibirás un castigo —me advirtió, abriéndome la puerta de la clase de geografía de la señora Hanover. Entré atrevidamente. La profesora estaba utilizando su puntero para señalar Alemania.

Calvin Todd estaba mirándome desde la fila delantera. ¡Y en la fila de atrás se sentaba mi chica de ensueño!

Era una refulgente chica angelical. El aire a su alrededor centelleaba. Mi chica ángel reluciente masticaba ansiosamente su lápiz, mirando al reloj que había sobre la ventana, con aspecto asustado y agitado, como si llegara tarde a una cita.

Me quedé congelado mientras la puerta se cerraba a mis espaldas. Yo la miraba directamente a ella, pero sentía a los demás estudiantes mirándome fijamente. Y especialmente a la señora Hanover.

—¿Puedo ayudarle, señor Stone?

Eso captó la atención de la Chica Ángel. Sus ojos azules levantaron la mirada hacia mí con deleite, justo como habían hecho en el océano.

—¿Puedo ayudarle? —bramó de nuevo la señora Hanover.

La clase esperaba mi respuesta.

—¡Señor Stone! —dijo, golpeando su puntero contra la pizarra, rompiendo mi mirada embelesada. Mi propia tiza se estaba derritiendo en mi mano sudorosa.

—Uh... —tartamudeé, mirando alrededor en busca de ayuda. Mi chica ángel me había salvado la vida en el agua, pero en la clase de la hueso señora Hanover estaba sólo—. Necesito un mapa —dije, reparando en todos los mapas de la pared.

—¿Un mapa?

—Si... uh... para la clase de inglés.

—¿Un mapa para la clase de inglés? ¿La clase de inglés de quién?

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—Uh... de la señora Brockman.

—¿Por qué necesita un mapa para la clase de inglés? ¿Qué estáis estudiando?

Mi mente estaba en blanco. Escruté desesperadamente la habitación buscando inspiración. Divisé una copia de Hamlet asomando de la mochila de un estudiante.

—Shakespeare.

—¿El autor? ¿O una de sus obras?

Volví a mirar a mi chica de ensueño, que me devolvía la mirada con el mismo brillo que había caldeado el frío Pacífico.

—¡Señor Stone!

—Uh... Hamlet. Necesitamos un mapa de Londres.

—¡Pero Hamlet transcurre en Dinamarca!

La clase rió ante mi estupidez. Me rasqué la cabeza como un idiota.

—Oh, sí —refunfuñé—. Por eso necesitamos el mapa... nadie en la clase sabía dónde estaba Dinamarca, ya que no juegan en la NFL —bromeé.

Todo el mundo rió, incluso la chica de ensueño.

—¡Un chico hasta pensaba que limitaba con Alemania! —anuncié, exagerando.

—¡Lo hace, señor Stone! —corrigió la señora Hanover, utilizando su puntero para señalar Dinamarca y Alemania.

—Oh —dije, ya no el comediante sino el tonto.

La clase volvió a reír, a mis expensas. La señora Hanover tanteó a través de su armario de metal y sacó un mapamundi.

—Esto es Inglaterra, donde vivía Shakespeare —dijo condescendientemente—. Y aquí está Dinamarca, donde vivía Hamlet. Y esto, Spencer, es América, donde vives tú, y estás aquí de pie como un idiota delante de mi clase quedando como un completo tonto.

La mayoría de los chicos tienen miedo a los matones. El mayor matón de nuestra escuela era la señora Hanover.

Me sorprendió que no me golpeara en la cabeza con el mapa. Podía ver en sus ojos relucientes que estaba pensando en ello. Las risitas continuaron mientras ella me ofrecía el mapa enrollado. Yo no podía soportar mirar a mi chica ángel.

En mis fantasías de nuestra reunión, me la había imaginado corriendo hacia mí por la playa mientras yo daba cera a mi tabla de surf, abrazándome con pasión... no observando cómo me ahogaba otra vez, esta vez en un mar de geografía. Ella había visto como conseguía golpearme en la cabeza con mi propia tabla de surf y como me golpeaba

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la cabeza con el sarcasmo de la señora Hanover. Debía pensar que era el mayor idiota del mundo. Después de intentar con tanta fuerza encontrarla, de repente deseaba estar en cualquier otro sitio excepto delante de sus ojos. Debería haberme dejado hundir en el fondo del océano.

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Capítulo 14Capítulo 14

Salté de mi asiento. Ya me estaba acostumbrando a estas piernas. Pero la señora Hanover llegó a la puerta primero, con su puntero extendido... bloqueándome el camino.

—Estoy en medio de una clase —gruñó la señora Hanover—. ¿Adónde crees que vas?

—¡Es una emergencia! —dije.

No había reconocido al terrestre cuando entró por primera vez en clase, con su cabello azul oscuro, camiseta negra de Abbey Road (justo como mi CD) y vaqueros desgastados, en vez del cabello rojo oscuro y el traje de neopreno. Pero cuando vi esos labios de terciopelo, esa mandíbula cincelada, ¡supe que tenía a mi terrestre! Era raro y totalmente lunar, cambiar el color del cabello como cambia la marea. Me reí cuando no pareció saber nada de la Tierra en absoluto. Y entonces se fue.

—¡Ve a tu asiento! —ordenó la señora Hanover—. Estás interrumpiendo mi clase.

La señora Hanover volvió hacia su escritorio, pero yo no me moví y ella se enfrentó bruscamente a mí, con el puntero apuntando al suelo.

—¡Niña! —dijo con una mirada malvada, inclinando su cuerpo titánico, dejando claro el camino hacia la puerta.

Corrí fuera de la clase y hasta un pasillo lleno de estudiantes vestidos de un brillante blanco y azul con enormes sombreros de plumas y cargando instrumentos musicales que sonaban como los bramidos de una

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ballena. Me abrí paso a empujones. ¿Adónde había ido el terrestre? ¿Izquierda? ¿Derecha?

Escogí izquierda y corrí hacia abajo por las escaleras, donde una profesora estaba sujetando la puerta abierta para sus estudiantes de música.

—¿Ha visto a un tipo con camiseta negra y cabello azul? —pregunté desesperadamente.

—¿El que estaba pateando las taquillas de un extremo al otro del pasillo?

Asentí con la cabeza con una sonrisa descarada.

—Le dije que se consiguiera un tambor —dijo, señalando hacia la salida.

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Capítulo 15Capítulo 15

¿Dónde estaban los matones veteranos cuando realmente los necesitaba? ¡Metedme en una taquilla y acabad con mi miseria! Lo había estropeado todo. ¡En una hora de clase mi humillación se habría extendido como un virus de ordenador! Chainsaw y Robin tendrían diez minutos de nuevas bromas a mi costa. Pero en realidad, ¿qué importaba? Sólo su opinión importaba. Y ella lo había visto todo a través de esos ojos de ángel.

Tenía que largarme. La playa era mi único consuelo, mi tabla de surf mi única amiga.

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Capítulo 16Capítulo 16

¿Por qué había huido el terrestre? Tal vez no me había reconocido. ¿Tan bien me mezclaba con los demás terrestres? Tal vez la poción de Madame Perla había funcionado demasiado bien.

Corrí de vuelta al Instituto Seaside, donde finalmente encontré el estadio. Treinta terrestres corrían alrededor de la pista. Todo el mundo llevaba camiseta blanca y pantalones cortos azules. Y ninguno lucía un cabello azul.

Vi a un grupo de estudiantes sentados en los escalones.

Exhausta, intenté coger aliento. Una chica sentada en el primer escalón estaba embebida en un libro.

—¿Has visto a un chico con el cabello azul? —le pregunté. Ella sacudió la cabeza, sin apartar los ojos del libro. La banda azul y blanca de Seaside podría haberse parado ruidosamente a su lado y ella no habría levantado la mirada.

—¿Qué hora es? —pregunté.

Sostuvo el libro con un brazo y extendió el otro, exponiendo su reloj. Once y cuarenta y cinco.

No podía ver el océano desde aquí, pero podía sentirlo llamándome. Había estado tan cerca de completar mi misión, y ahora el éxito parecía tan lejos. No podía pasar mucho más tiempo registrando la tierra. Mi medallón y mi terrestre habían desaparecido.

Y sólo tenía una elección. ¡Tenía que volver a casa! Contar a Waverly todas mis nuevas experiencias... los chicos terrestres con vaqueros

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azules, las chicas terrestres con diferentes colores en las uñas de los pies, y yo caminando a través de un pasillo atestado en vez de nadar a través de un túnel sinuoso. Pero peor aún, tendría que confesar el crimen de haber cogido prestada, y perdido, una reliquia familiar. Aceptaría mi merecido, y recordaría mi experiencia terrestre con melancolía, lejos, bajo las olas, en un gélido internado en el Atlántico.

Podía sentir las olas del océano dentro de mí. Me quité los zapatos y caminé bajando el cálido camino pavimentado del Instituto Seaside, deseando sentirlo todo a través de mis pies terrestres por última vez. Encontré la cálida y granulosa arena reconfortante, aunque triste. Había dejado mis sueños atrás, y me abría camino por la playa arenosa. Pasé el puesto de socorristas y corrí a lo largo de la ola, sin dejar que me mojara los pies. Sin aliento, subí a las rocas bajo el muelle, balanceando las sandalias en mis dedos. Me incliné sobre el borde del agua, imaginando cómo sería dejar que el agua lamiera mis pies.

Me pregunté si ahora sería una famosa sirena exploradora, celebrada a través de la historia de Pacific Reefs como la que había vuelto, ganando premios, participando en debates, retratada en enciclopedias... pero en realidad sabía que sólo podría contar mi experiencia a Waverly. Me levanté y, por un momento final, volví a contemplar mi nuevo mundo y toda su belleza... El Instituto Seaside irguiéndose sobre la colina, las palmeras extendiendo sus ramas sobre el cielo, turistas felices tostándose bajo el brillante sol.

¿Y fuera de La choza del surf de Mickey?... ¡un terrestre con brillante cabello azul!

No podía ser.

Corrí de vuelta sobre las rocas, saltando a la arena cálida, y corriendo tan rápido como pude.

—¡Soy yo! —proclamé, ondeando los brazos—. ¡Soy yo!

Sin aliento, finalmente alcancé a mi terrestre, que tenía los ojos desorbitados, como si se estuviera ahogando otra vez.

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Capítulo 17Capítulo 17

No reconocí su dulce voz al principio. Sólo la había visto... refulgiendo bajo el agua, centelleando en una ventana de clase de álgebra, y riendo en la clase de Hanover. Ahora estaba de pie delante de mí casi sin aliento.

¿Qué podía decirle ahora que tenía la oportunidad? Había esperado lo que parecía una eternidad para verla de nuevo. ¿No había hecho suficiente el tonto por hoy?

Aún así, estaba eufórico. Mientras ella recobraba el aliento y se echaba el cabello hacia atrás, deseé que fuera mi mano la que expusiera su cara perfecta. Un millón de preguntas corrían por mi mente. ¿Había visto mi anuncio? ¿De dónde era? ¿Qué estaba haciendo en el océano ayer? ¡Apenas podía creer que esta belleza hubiera presionado sus sabrosos labios sobre los míos! Pero las palabras se convirtieron en una sopa de letras cuando abrí la boca.

—Sabes quién soy, ¿verdad? —preguntó ella con esfuerzo.

Ahora comprendía por qué estaba aquí. No para dejar que le diera las gracias, como yo pretendía originalmente, sino para recuperar su colgante.

Tanteé nerviosamente la cadena en mi bolsillo, como si la hubiera birlado de una joyería.

—Esperé en el estadio. ¿Viste mi nota?

—Sí, pero me quedé dormida. Te he buscado por toda la escuela —dijo, agitada—. Pero creía que tu cabello era rojo oscuro.

—Me lo cambio cada semana.

—¿Eso es normal? ¿Te cambias también el nombre cada semana?

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—Es normal para mí. Pero mi nombre siempre es Spencer.

—Bueno, Spencer, ¿puedo recuperar mi medallón? —preguntó de repente.

Si se lo devolvía ahora, la perdería. Aparecería en la escuela mañana, de la mano con Calvin Todd. Estaría destinado a pasar el resto de mis días de secundaria observando su sonrisa centelleante irradiar hacia Calvin en los partidos de fútbol, mientras él marcaba touchdowns y más. Sólo tenía una elección.

—Me salvaste la vida, y ni siquiera sé tu nombre —dije urgentemente.

—Bueno... por aquí la gente me llama Candy.

—Candy, quiero pedirte algo primero. Antes de devolverte el medallón —empecé, tensando mi presa sobre la tabla de surf mientras intentaba reunir coraje—. Me gustaría pagarte...

—No quiero dinero —insistió ella—. Quiero mi medallón.

—Pero quiero agradecértelo, apropiadamente. Después de clase... Te llevaré al muelle a cenar... Luego te lo devolveré.

Ella no respondió, sino que miró impacientemente hacia el océano.

—¿Cuál es tu restaurante favorito?

—No puedo quedarme a cenar —balbuceó.

Miré alrededor, deseando que Chainsaw estuviera aquí. ¿Qué diría él ahora? entonces reparé en el Starbucks del muelle.

—¿Qué tal una taza de café ahora, en el muelle?

Ella levantó la mirada con repentino interés.

—Nunca he estado en el muelle.

—Hay una primera vez para todo —dije, conduciéndola hacia mi antro favorito.

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Capítulo 18Capítulo 18

Me quedaban pocas horas antes de que mi poción perdiera efecto, pero en resumidas cuentas mi plan era éste: pasar algo de tiempo con el terrestre... es decir, Spencer... hacerle sentir que ya no estaba en deuda conmigo, y al mismo tiempo captar algunos vistazos más de la tierra, olores y sabores. Después de media hora, diría: "ha sido genial, gracias, me voy". Él extendería la mano con el medallón del tatarabuelo, y cuando apartara la mirada un segundo, me sumergiría a salvo de vuelta en el agua.

Estaba sobrecogida por la mágica brillantez del muelle. Previamente sólo había captado vistazos de él desde las rocas de abajo y lo había divisado desde el océano, a millas de distancia. Y ahora estaba a mi alcance. Había una enorme rueda blanca de la que colgaban sillas rojas y plateadas en la distancia, tiendas costeras que bordeaban un paseo de madera, y chozas diminutas que vendían camisetas, gafas de sol, y collares de conchas.

Respiraba con dificultad por subir las escaleras y me apoyé en la barandilla del paseo con vistas al océano, intentando recobrar el aliento.

—¿Qué clase de café te gusta? —preguntó Spencer amablemente, conduciéndome a una tienda con una sirena de lo más rara en el cartel.

Latte, frappuccino, cappuccino. Las curiosas palabras que leía no significaban nada para mí. ¡Ni siquiera sabía lo que era el café!

—Tomaré lo que sea que tomes tú —dije.

—Dos lattes dobles —ordenó.

Nunca había pensado que visitaría la tierra durante un minuto, y mucho menos durante un día, ¡y aquí estaba yo, de pie en una tienda pidiendo bebidas!

Pasaba los dedos sobre todo... tazas, botellas, chucherías endurecidas dentro de hermosos papeles. Miré fijamente objetos con forma de esponja

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o pepinos de mar bajo un mostrador de cristal.

—¿Quieres algo? —ofreció él, un poco por detrás de mí.

—¿Y tú? —pregunté, buscando su guía.

—Claro. Pero escoge tú esta vez. Cualquier cosa de la tienda —dijo orgullosamente.

Estaba abrumada por las elecciones y escudriñé el mostrador. Había cuadrados como de lodo presentados sobre un plato, una jarra llena de tubos a rayas rojas y blancas. Emocionada, señalé una sólida taza blanca con una etiqueta negra.

—¡Me encantaría alguna baratija! —exclamé.

—¡Eres hilarante! —dijo Spencer, mientras él y la alegre chica del mostrador reían ante mi elección.

—Dos bollos, por favor —ordenó, señalando a un orbe de color arena dentro del cristal.

Me condujo a fuera, donde nos sentamos en un amplio banco de madera de cara al océano. Ingerí mi mundo terrestre al mismo tiempo que ingería mi esponjoso bollo endurecido. Los niños corrían por la playa, una pareja joven se salpicaban el uno al otro en el agua, dos ancianos terrestres paseaban del brazo, un hombre atlético corría a lo largo de la costa con su jadeante perro negro.

—Cuéntamelo todo —empezó Spencer entre mordiscos—. ¿Estabas nadando o surfeando el otro día? ¿Dónde vivías? ¿Te han trasladado? ¿Dónde vives ahora?

—Uh... vivo al oeste.

—¿Junto al planetario?

—Más cerca de la playa...

—Oh... junto a Yates Bluff.

—¿Qué hay de ti? —pregunté, mientras una gaviota chillaba en lo alto.

—Vivo con mi padre en Pacific Cliffs.

—¿Qué hay de tu madre?

—Mi madre nos abandonó cuando yo era niño.

—¿La ves alguna vez?

—No. De hecho, nunca llegué a decirle adiós.

—¿Nunca llegaste a decirle adiós?

—Se largó con un vendedor de coches usados. Mi padre quería que cambiara nuestro Chevy y ella le cambió a él. ¡Ahora sólo compramos coches nuevos! —dijo, riendo.

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—Pero eso es muy triste. De donde yo vengo nadie deja nunca a nadie...

—Yo más bien me crié a mí mismo con la ayuda de mi amigo Chainsaw, mi tabla de surf, y mi tarjeta Blockbuster.

—¿Una tarjeta Blockbuster? —pregunté.

—¿Cuál es tu historia, Candy?

—Uh... ¿yo? Me gusta nadar, mis padres mayormente me sacan de quicio, odio el instituto. Y tengo una mejor amiga, Waverly. ¡Pero mi vida es muy aburrida! No vale la pena preguntar por ella. ¿No podemos sentarnos sin más? —pregunté—. Ha sido un día largo.

—Oh, claro —dijo, recostándose hacia atrás y mirando hacia el océano.

—Además, apenas sé nada de ti. ¿Vienes por aquí a menudo?

—No cuando hay escuela. Aunque eso no me preocupa. Seaside es una trampa para turistas, así que nadie puede decir realmente quién es quién si te saltas las clases. Un enorme error, si me lo preguntas a mí, tener una escuela tan cerca de la playa.

Miré hacia su cara cincelada, la luz de sus ojos. Había estado tan distraída con estas espectaculares vistas terrestres, que no había notado la vista espectacular que tenía justo delante de mí.

Spencer me pilló mirándolo y, avergonzada, aparté la mirada.

—Bueno, Spencer... ha sido...

—¿No te gusta tu café? —preguntó, rompiendo el cerco de plástico blanco de su propia taza en diminutos pedazos.

—Uh, claro —dije. Tomé un sorbo y casi me atraganté.

—¿Estás bien?

—¡Sabe a barro!

Sus ojos chispearon cuando rió, como si yo hubiera dicho la cosa más mona que hubiera oído jamás.

—Te conseguiré algo de agua —se ofreció con una sonrisa—. Tú no te muevas.

—Está bien. Tengo que... —empecé. Pero él se escapó.

Me recliné en el banco y subí las piernas, abrazándolas cuanto podía. Spencer era realmente especial. Me sentía atraída por él como me sentía atraída por el océano. Me preguntaba cómo sería sentarme con él en clase cada día, que me enseñara a hacer surf, tenderme en la hierba y observar las mullidas nubes. Pero él estaba volviendo con mi agua y yo tenía que recuperar mi colgante y marcharme.

Sentí un golpecito en mi hombro.

—¿Sí, Spencer? —dije, girándome.

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—¿Puede darme algo de cambio? —preguntó un hombre desaliñado.

Me asusté. ¿Dónde estaba Spencer? ¿Me haría daño este hombre ya que yo no tenía ninguna moneda? ¿Tenía un cuchillo? Me sentía como si estuviera en el submundo de nuevo sin repelente anti-tiburones.

—Lo siento, no llevo encima ninguna moneda —confesé—. Pero tome esto si quiere —dije, ofreciéndole mi café.

—Eh, Candy —llamó Spencer, volviendo ansiosamente a la carrera.

—Gracias, señorita —dijo el hombre, su cara marchita se iluminó como el sol. Tomó el café mientras Spencer se aproximaba—. ¡La mayoría de la gente ni siquiera hace contacto visual! —dijo el hombre mientras se giraba para marcharse.

El hombre volvió su atención hacia Spencer.

—Tiene una sonrisa bonita y un corazón generoso. No la dejes escapar —dijo, y se fue paseando.

—Hablando de marcharse —empecé, levantándome—. Ha sido totalmente...

—Pero no sé nada de ti —dijo él, ofreciéndome la botella de plástico—. Aquí tienes, a todo el mundo le gusta el agua.

—¡Yo no puedo vivir sin ella! —dije, riéndome ante mi broma interior. Él sonrió cariñosamente. Retorcí la tapa, como había visto hacer a la dama terrestre antes, y me la tragué de golpe.

Spencer me lanzó la misma mirada que aquella anciana terrestre.

—¡Tío, debes estar sedienta!

Sonreí y me encogí de hombros. Él apoyó el brazo contra la barandilla, bloqueando mi huida. Bajé la mirada a su camiseta de Abby Road.

—Tengo ese compacto en casa —dije.

Sus ojos se desorbitaron.

—No puede ser. ¿Te gustan los Beatles? La mayoría de las chicas de la escuela sólo se vuelven locas por las bandas actuales. ¡Pero los Beatles son auténticos músicos!

—Los Beatles, el océano, salvarte. Podría decirse que estamos conectados —dije.

Su cara se ruborizó e inmediatamente tomó un sorbo de su latte. Una extraña sirena en el lado de la taza me miraba a la cara.

—¡Las sirenas no tienen dos colas! —dije, mirando hacia el dibujo—. ¡Y las coronas pasaron de moda hace cinco ciclos! —Puse los ojos en blanco.

—Eres divertida —dijo, con una sonrisa—. ¿Sabes qué? ¡Mi mejor amigo cree que eres una sirena!

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Jadeé. ¿Resultaba obvia mi identidad? ¿Lo había sabido todo el tiempo? Pero la sonrisa de Spencer me convenció de que sólo estaba bromeando.

—¿Crees en sirenas? —pregunté juguetonamente, pero esperando secretamente una respuesta positiva.

—¡Como creo en trolls y gnomos! —exclamó él.

Ambos reímos. Tenía una sonrisa de lo más mona, las comisuras de su boca se curvaban hacia arriba dulcemente. Me pregunté cómo sería besar sus labios fuera del agua, tocar su cara, su salvaje cabello azul. Pero él apartó los ojos hacia el mar.

—Bueno... será mejor... —dije.

—Es curioso —empezó él—, pero cuando te vi bajo el agua creí...

—¿Que era un troll?

—Debe haber sido la falta de oxígeno —dijo, con reservas—. Pero creí ver una co...

—De veras, ¿sí?

—¿Por qué estabas nadando tan temprano, por cierto? —preguntó.

—Me encanta nadar —me defendí—. Lo prefiero a caminar.

—Sí —sonrió—. ¡Yo también!

Me miraba fijamente, con una mezcla de pasión y nerviosismo en los ojos.

—¿Por qué te han trasladado a Seaside? —preguntó, mirando hacia un barco en el horizonte.

—Era eso o el Atlántico —repliqué con bastante sinceridad, colocando mi pie sobre la barandilla de forma que casi tocaba el de él.

Spencer era tan diferente. Y no sólo porque fuera un terrestre. Era diferente de cualquier alma que yo hubiera conocido jamás. Sentía una conexión aún sin nuestro intercambio de palabras, una conexión sólo compartiendo espacio.

—¿Entonces Calvin es tu novio? —preguntó con una voz titubeante.

—¿Estás de broma? Él es como los tíos allá en casa. Sólo estaba intentando ayudarme a encontrarte.

—Bueno... entonces debería darle las gracias —dijo dulcemente. Miró hacia el océano.

Yo sentía un extraño pulso dentro de mis venas. Podía decir por el sol que ya era más de la una en punto. La luna estaba en su cenit.

—Desearía poder quedarme más —dije, intentando pasar junto a él empujando.

Pero él no se movió, en lugar de eso cogió mi mano y me condujo al

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Seaside Arcade... una habitación llena de máquinas de metal, luces intermitentes, y sonidos ruidosos y salvajes.

—Éste es mi lugar favorito del mundo, aparte de la playa.

Yo me cubrí las orejas.

Metió cuatro monedas en un modelo de fueraborda y me dijo que me sentara y cogiera la rueda. Él cogió el bote de al lado.

—¿Lista?

—¡Por supuesto! —dije, sin tener ni idea de qué estaba haciendo. Miré a la pantalla, pero mi bote no iba a ninguna parte. Entonces noté que Spencer estaba presionando un pedal que había en el suelo, así que copié sus movimientos. Mi bote empezó a moverse. Era descabellado fingir que estaba encima del agua, en vez de profundamente bajo la superficie. Pero me estrellé con otro bote cuyo conductor salió volando por la borda.

—¡Oh, no! —grité—. ¿Qué hago ahora?

—¡Conducir! —dijo él, moviendo su vara.

—¡Pero ese hombre se está ahogando!

—No puedes salvarlos a todos —bromeó Spencer, virando para evitar un faro.

GAME OVER parpadeaba mi pantalla. Mi bote ya no se movía. Mientras Spencer continuaba conduciendo el suyo, decidí explorar el resto del Arcade.

Había oído hablar de las armas. Incluso había visto algunos cañones oxidados en nuestro Museo Pacific. Pero estas dos estaban apuntando a una pantalla de fantasmas.

—¿Quieres jugar? —preguntó Spencer, ofreciéndome una.

Asentí con la cabeza, curiosa.

Los fantasmas flotaban delante de nosotros, como sirenas delirantes. Teníamos que dispararles. Mi estómago dio un vuelco cuando salpicó sangre roja de sus heridas y sus cabezas explotaron. Por error disparé a una chica rubia.

—Para ti —dije, ofreciendo el arma a Spencer.

—Lo siento —dijo él, siguiéndome a través del laberinto de juegos—. Quería que pasaras un buen rato, pero sólo estamos haciendo las cosas que quiero yo.

Me quedé hipnotizada delante de animales de peluche de brillantes colores en una vitrina de cristal. Di unos golpecitos al cristal, pero los animales no se movieron. Me llevó un momento comprender que no eran reales.

—¿Cuál te gusta?

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Señalé a un cisne rosa de grandes ojos.

Spencer maniobró los dos controles blancos de la máquina y la garra de metal agarró el mullido cisne rosa y lo dejó caer. Spencer recogió el juguete del tobogán de la máquina y me lo ofreció orgullosamente.

—¡Me encanta! —exclamé, apretándolo contra mi pecho—. Es la cosa más suave que he tocado jamás aparte de... —empecé, cuando nuestros ojos se encontraron.

Quería decir "tus labios". Él me miró con ojos entrañables. Pero sentí un dolor agudo disparándose a través de mis venas.

—¿Aparte de? —preguntó, sujetando mi brazo.

—¡Tengo que irme! —exclamé, apartándome de él y saliendo del Arcade.

—Pero sólo es la una y media —dijo él, siguiéndome a lo largo del muelle—. ¿Qué tal una vuelta? —preguntó, señalando a la enorme rueda de sillas balanceantes que tocaba el cielo—. Puedes quedarte otros tres minutos.

—Bueno...

Estaba disfrutando de la tierra. Me hubiera quedado para siempre si hubiera podido. Quería tocar, ver, oler, y oírlo todo. ¿Qué había en casa tan importante que no podía esperar a una vueltecita de tres minutos?

—¡Vale!

Spencer corrió a sacar entradas y volvió con un enorme cono de una sustancia azul en un palo también.

—Caramelo para Candy —rió, ofreciéndome el palo.

Nos sentamos para la vuelta. Podía sentir mis piernas contra sus pantalones azules.

Metí el dedo en la suave nube. Granos dulces reptaron por mi lengua.

—Esto es asombroso... ¿qué es?

—¡No me digas que nunca has comido algodón de azúcar! —dijo, tomando un mordisco de la nube azul.

De repente nos elevamos del suelo. Aferré el brazo de Spencer temiendo por mi vida mientras nos balanceábamos en el aire. ¡Nunca antes había tenido una vista como ésta del mundo!

—¡Me siento como un pájaro! —dije, con los ojos desorbitados, cuando alcanzamos la cima.

—¿Nunca habías estado en una noria?

—Nunca había estado más alto que las rocas en el muelle —confesé en mi excitación—. ¡Mira, ahí está el Instituto Seaside! ¡Mira los estudiantes! ¡Son tan diminutos! —exclamé, señalando—. ¡Parecen

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caballitos de mar!

—Todo el mundo dice hormigas. Eres totalmente original.

—Sí... hormigas —me corregí a mí misma.

—Tienes una visión realmente única del mundo. Dices cosas que nadie más diría nunca. Haces cosas que nadie más haría nunca.

—¿Como salvarte? —dije, mirándole.

Su cara se puso roja. Ahora fue él quien miró abajo, señalando.

—¡Eh, mira los socorristas inflados de esteroides! No parecen tan grandes desde aquí arriba.

—¡Ha sido increíble! —le dije a Spencer cuando el operario nos dejó bajar.

—Gracias... por mi vida... por venir aquí. Espero que podamos hacerlo alguna otra vez —dijo—. Lástima que tengas que irte.

—Sí. Lástima. —Miré a lo largo del embarcadero—. ¿Qué es una casa de la risa?

—¿Tampoco has estado nunca en una casa de la risa? ¡Tío, si que has tenido una infancia de privaciones!

Nos miramos el uno al otro.

—¿Cinco minutos más? —pregunté.

—¡Ni un segundo más, lo prometo! —dijo Spencer con entusiasmo.

Rápidamente me condujo al interior de la casa chirriante. Los suelos estaban llenos de baches, eran curvados, y se sacudían de lado a lado.

Me agarré a los raíles con todo lo que tenía, mi cisne de peluche colgaba de mis dedos temblorosos. Spencer cruzó al otro lado y rió hacia mí. Yo permanecí inmóvil, sin estar segura de cómo proceder. Él extendió la mano, y me condujo a salvo a través de las tablas temblorosas. Le entregué mi cisne en custodia, y él se lo metió en el bolsillo trasero.

En la siguiente habitación estábamos de pie delante de espejos de cuerpo entero. Pero no parecía yo misma. Y tampoco él. ¡Algo iba mal! Estábamos estirados, altos y flacuchos. Mi altura se había doblado y mi cintura había decrecido hasta el tamaño de una ramita. No sentía dolor, pero la vista me aterró y grité.

Spencer rió de nuevo. Realmente se estaba divirtiendo a mi costa. Debía pensar que yo era una completa idiota. Empecé a reír un poco para cubrir mi embarazo. En el siguiente espejo mi cabeza y mi cuerpo eran bajos y gordos. Sin dejarme asustar ya por esos extraños reflejos, forcé un grito, sólo para hacerle pensar que mi primer grito había sido también falso.

Las paredes de la siguiente habitación estaban pintadas con flores.

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Había leído un libro sobre las flores de la tierra y estaba intentando identificarlas cuando la habitación se puso negra. Aparecieron fantasmas, flotando sobre nuestras cabezas. Un hombre calvo, cubierto de sangre, extendió los bazos hacia mí, ¡sólo que la mano había desaparecido!

—¡Spencer! —Extendí la mano buscándolo, pero él no estaba. Huí deprisa de los fantasmas y me encontré en otra sala de reflejos. Esta vez yo parecía normal, pero estaba por todas partes. Mil Lillys asustadas me devolvían la mirada impotentes.

¿Pero dónde estaba él?

—¿Hola? —llamé de nuevo. No podía ver por dónde había venido, o el camino de salida. Me sentía atrapada. Empecé a sentir pánico—. ¿Spencer?

No hubo respuesta.

—¡Spencer! ¡Estoy aquí!

Todo lo que veía era a mí misma, poniéndome más y más roja del susto.

—¿Dónde estás? —grité.

—¿Candy? —le oí llamarme al fin.

De repente vi a mil Spencers. Estiré la mano hacia la suya extendida, pero toqué cristal.

—¡Estoy aquí! —grité, totalmente aterrada. Sentí una punzada aguda en las venas. La luna se estaba alzando, y temía quedarme el resto de mi vida no con dos piernas, sino con mil.

—¡Encuéntrame! —Mis manos temblaban incontrolablemente. Misteriosamente goteaba agua de mis palmas, veteando los reflejos mientras continuaba buscando la mano de Spencer.

Finalmente sentí que algo me agarraba y grité.

—Está bien, Candy. Deberías haberme dicho que eras claustrofóbica —dijo Spencer, acariciándome el brazo.

Le abracé con todas mis fuerzas, sin dejarle ir. Él me acarició el cabello. Mi corazón palpitaba. Estaba segura de que él podía sentir el pulso latir fuera de mi pecho y golpear contra el de él. Casi no quería calmarme... me sentía tan bien, estando tan cerca de él.

—¡Ahora tú también me has salvado a mí! —exclamé, cuando salimos de la casa de la risa, con mi cisne rosa ahora balanceándose de mis dedos—. Estamos empatados.

—Difícilmente es lo mismo —dijo él—. De todas formas, has pasado por mucho hoy. Una nueva ciudad, una nueva escuela.

—Ha sido el mejor día... ¡de mi vida!

—¿En serio? El mío también. Bueno, el segundo mejor, si cuentas ayer

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por la mañana —añadió dulcemente.

Sentí otro pinchazo agudo.

—¡Tengo que irme! —dije urgentemente, aferrándome el estómago.

—¿Estás bien? —pregunto, preocupado.

—Es sólo un calambre.

—Déjame acompañarte a casa —se ofreció, tomando mi brazo y conduciéndome hacia la playa.

—No puedes...

—No hay problema.

—¡Hay un montón de problemas! más de los que crees.

—Puedo llamar a un taxi.

—Tengo que ir sola.

—Quería llevarte a un restaurante lujoso... a un restaurante con vistas —barbotó—. Quería regalarte rosas, una blanca por el color de tu piel, una amarilla por el color de tu cabello y una rosa por la forma en que brillas cuando sonríes.

Algo se removió profundamente en mi interior, pero no estaba segura de si era el pulso de la luna o el pulso de Spencer.

—Sé que sueno como un capullo —dijo, pasándose los dedos nerviosamente por el cabello—. Pero esperaba que mañana... ¿pero qué estoy diciendo? Mañana estarás con Calvin.

—¿Qué Calvin?

Sonrió, pero sus ojos estaban tristes.

—Gracias por salvarme la vida... —dijo—. Sólo quería preguntarte... Escucha... el festival anual de fuegos artificiales de Seaside es mañana justo aquí en la playa. Te garantizo que te gustará más que el salón de espejos.

—No puedo —dije apresuradamente. Los calambres en mi costado me estaban matando.

—No debería haber preguntado —dijo, mirándose los zapatos.

—No tengo tiempo de explicarlo. ¡Tengo que irme!

—Ha sido guay pasar un rato contigo, Candy. Bajo el agua y fuera de ella —bromeó.

—Mis amigos me llaman Lilly —balbuceé.

—Lilly.

Sonreí. Mi nombre fluyó como una cascada de sus labios. Él se inclinó torpemente hacia adelante y me besó en la mejilla.

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Estaba siendo empujada en dos direcciones distintas. Mi estómago retumbaba por el inminente alzamiento de la luna. Pero allí estaba el dolor de pertenecer a Spencer y no querer marcharme. Él era totalmente abrasador. Diferente a Beach, Tide, Calvin, y cualquier otro terrestre... o tritón que hubiera conocido nunca. Podía sentir su alma en la mía, como si mi corazón estuviera en mis manos abiertas, extendiéndose hacia el de él. Absorbí su presencia, su belleza, su loco cabello azul medianoche, su intoxicante fragancia. Quería estar con él para siempre, montar en la tremenda noria de nuevo, ver los fuegos artificiales, danzar bajo la luz de la luna.

Agarré su camiseta y tiré de él hacia mí. Sus labios se fundieron contra los míos.

Sabía que nunca volvería a ver a Spencer. Ya le echaba de menos, aún presionado contra el extremo de mis labios, inconsciente de que nunca volveríamos a encontrarnos.

Había venido a por un corazón, pero había dejado dos atrás.

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Capítulo 19Capítulo 19

¡Me besó! ¡Me sentía en lo más salto de la noria! Entonces algo cayó detrás de mí, mientras ella terminaba nuestro abrazo. Me giré para ver qué era.

Era el cisne. Se había caído de su gentil agarre mientras nos besábamos, a un charco. Limpié las manchas de su pelaje rosa. Pero cuando alcé la mano para devolvérselo, ella se había ido.

¿Adónde podía haber ido tan rápidamente?

Mi corazón se hundió mientras buscaba en el Arcade Starbucks, y en el resto del muelle.

¿Candy?... quiero decir Lilly... me había dejado otra vez, como se había marchado nadando misteriosamente el día que me había salvado la vida.

Me apoyé contra la barandilla durante varios minutos, con el cisne colgando de mi mano, y miré a las olas que chocaban contra la costa.

Comprendí que todavía quedaban algunas fichas. Bien podía estrellar algunas lanchas mientras esperaba a Chainsaw. Busqué en mi bolsillo, pero encontré una ficha de un valor infinitamente superior. ¡El medallón! Lo había vuelto a olvidar. Pero más importante y misterioso, ella lo había olvidado.

Entré en el oscuro Arcade de muy buen humor. Todavía estaba en juego.

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Capítulo 20Capítulo 20

—¡Estoy enamorada! —grité a Waverly. Daba vueltas alrededor de su dormitorio rosa pastel, esa noche mientras nos vestíamos para la fiesta de Beach. Se lo había contado todo... despertarme desnuda, mi nueva ropa, mis nuevas piernas, mi nuevo nombre. Pero le había hablado principalmente del chico más perfecto que había conocido jamás—. Su beso fue más mágico que nada que madame Perla pudiera haberme vendido.

Todavía me sentía mareada, por Spencer y por mi transformación de vuelta a sirena. Al principio, mi cola se movía a cámara lenta, pero mientras hablaba con Waverly, me sentí más fuerte.

Me había saltado la escuela, pero eso no era inusual en mí. Lo que era inusual era que en vez de quedarme rumiando en mi cueva secreta, hubiera ido a Tierra.

—¡No puedes estar enamorada de un terrestre! Está prohibido —dijo ella—. ¡Pero al menos has recuperado el medallón!

—¡Oh, no! —jadeé—. ¡Lo olvidé! Me estaba divirtiendo tanto, el medallón era lo último que tenía en la cabeza.

—¡Lilly! —regañó Wave.

—¡Nunca me había sentido tan viva! El muelle, la noria, el caramelo. Spencer.

—Bueno, si juegas bien tus cartas esta noche en la fiesta de Beach y tu madre sabe que estás saliendo con un chico adorable con un fondo fiduciario, tal vez te soltará más fácilmente. Y tú y Beach podéis vivir felices para siempre.

—¿Beach? ¡Ni hablar! Spencer es de ensueño. ¡Me dio un cisne y me invitó a ver los fuegos artificiales!

—¿Fuegos artificiales?

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—Sí, esas explosiones de colores que llenan el cielo cada año.

—Los únicos colores en los que deberías estar pensando son en los de tu ropa.

—Tienes que entenderlo, Wave. Lo que tú sientes por Tide es lo que yo siento por Spencer. No puedo evitarlo si vive en tierra. Es sólo logística.

—Acabas de conocerlo, chica.

—Pero me siento como si le conociera de toda la vida. Ahora sé que echaba de menos algo en mi vida. Amor.

—Es la poción la que habla. Te está embrollando la cabeza.

—Es interesante, inteligente. Es totalmente glacial. —Solté un suspiro de amor.

—¡Olvídale! —dijo ella, poniéndome clips de conchas en el cabello.

—¿Por qué no puedes estar de mi parte? ¿No quieres que sea feliz?

—Sí, pero aquí. En el Pacífico. Si se corre el rumor de tus travesuras, te enviarán al Atlántico. Entonces estarás realmente lejos de Spencer.

¿El Atlántico? Ya me sentía bastante lejos de Spencer como estaba, y sólo nos separaban unas pocas millas y una atmósfera terrestre. El Atlántico sería como vivir en el centro de la Tierra.

—Tienes razón —dije a regañadientes.

—Por supuesto que sí. Iremos a la fiesta de Beach. Te convertirás en su novia. Y te quedarás en el Pacífico —dijo, cepillándome el cabello—. Y de vez en cuando iremos a las rocas al borde del muelle y miraremos hacia el Instituto Seaside.

Me dolía el estómago como si un pulpo estuviera dando vueltas dentro de él. Sabía que Wave tenía razón. Debía olvidar a Spencer.

*****

Wave y yo llegamos al Club Atlantis totalmente engalanadas... Wave embutida en un traje opalino, yo con un top ajustado, una cola de pez-león y con destellos dorados en el cabello. El Club Atlantis era un club de baile de aguas abiertas decorado como el exterior de una histórica ciudad romana terrestre que había sucumbido a las aguas Columnas en arco bordeaban la entrada, y había tallas terrestres en las rocas de las paredes.

Una señal de neón parpadeaba "FELIZ 16, BEACH". Había críos sirena por todas partes... sobre los escalones, en los jardines, sobre las estatuas... prácticamente la escuela entera estaba allí. Flotamos hacia el anfiteatro donde los Screaming Eels estaban tocando "Puesta de sol

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eléctrica". Encontré a Beach en primera fila. Estaba guapo... en un cierto modo musculoso. Y estaba exhibiendo músculo ante todo el mundo. Estaba mostrando su tatuaje de Tiburón a dos chicas cuando llegamos.

—No te he visto en la escuela hoy —dijo muy severamente.

—Estaba estudiando para esta noche —repliqué—. Aquí tienes tu regalo.

—Puedes ponerlo por allí —dijo, señalando a una mesa justo sobre el escenario, cubierta de una montaña de regalos.

Volví de Isla Regalo para encontrar a Wave y Tide bailando con Beach. Beach tiró de mí, aplastándome cuando colgó su grueso brazo sobre mi hombro.

—¡Es genial veros a los dos tan acaramelados! —dijo Wave.

La fulminé con la mirada.

De repente las Screming Eels dejaron de tocar y la cantante solista anunció a un invitado especial.

—¡Sorpresa! —gritó una sirena sexy con mucha sombra de ojos azul, un top de corte muy bajo de encaje rojo y piel de cola a juego, mientras flotaba hasta el centro del escenario—. ¿Quién es el chico del cumpleaños?

Beach flotó hasta Montaña Regalo y subió al escenario pavoneándose.

—¡Yo! ¡Soy yo!

—¡Bueno, feliz cumpleaños, nene! —cantó ella, dándole un enorme abrazo. Los Eels Screaming tocaron y la sirena bailó. Los compañeros de finball de Beach aullaban y gritaban, mientras prístinas chicas sirena reían con vergüenza. Wave se giró hacia mí con una sonrisa falsa.

—¿Por qué me has traído aquí? —grité sobre la música. Nadé pasillo arriba a través de los jardines saliendo por el arco principal.

—¡Espera! —me llamó Waverly, siguiéndome.

—¿Esto es lo que me espera el resto de mi vida? ¿Beach y sus amigos de finball? —desaté las riendas de Burbujas—. ¡No encajo aquí! Nunca lo haré, ¿no lo entiendes?

—Lilly...

—Tengo que recuperar mi corazón... y esta vez no estoy hablando de ese estúpido medallón.

—¡Pero no puedes! ¡No puedes! —Oí sus súplicas y aceleré.

*****

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A la mañana siguiente me desperté temprano por primera vez en mi vida. Tres latas de repelente de tiburones y un atillo de ropa llenaban mi mochila. Dirigí a Burbujas directamente hasta el submundo. ¡Si me divisaba un tiburón, me lo comería de desayuno! Así de encendida estaba por la pasión de ver a Spencer otra vez. Y afortunadamente para los tiburones, no había ninguno a la vista.

CERRADO. El cartel de piedra colgaba pesadamente sobre la tienda de madame Perla como un ancla lastrando mis sueños. Ninguna aclaración. Nada de "vacaciones" o "vuelvo en cinco minutos", o "salí para almorzar". ¡La palabra era simple pero complicaba mi vida!

—¡Madame Perla! —chillé—. ¡Madame Perla!

No hubo respuesta.

—¿Ha visto a madame Perla? —pregunté al mendigo que había fuera de su ventana.

—¿Madame quién?

—Perla...

—Todas las madams están calle abajo —dijo—. ¿Tienes algo de calderilla?

—¿Ha visto a madame Perla? —pregunté a un artista del tatuaje en la tienda de al lado. Estaba pintando un dragón de mar sobre la espalda de un tritón.

—Eres demasiado joven para venir aquí —me regañó, ondeando su lápiz de tatuar hacia mí. Pero yo me mantuve firme. ¡Temí que me tatuara una serpiente encima!

—Estoy buscando a madame Perla.

—La tienda de al lado.

—No está. ¿Sabe dónde vive?

—Nadie sabe donde vive.

Dejé escapar un suspiro de desesperación.

Me apresuré a volver y golpeé ruidosamente su puerta. Tal vez había entrado mientras yo no estaba. La pesada puerta se abrió lentamente con la corriente.

—¿Madame? —llamé, asomándome.

Nadie contestó.

—Madame, soy Lilly, la del otro día. La chica que quería piernas.

Miré por todas partes. Aparté la cortina de su sala de pociones. ¡Si al menos madame Perla fuera psíquica y presintiera lo mucho que la necesitaba! ¿Pero la necesitaba realmente? Reparé en las estanterías de libros y las conchas en los estantes.

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¿La poción requería el ojo de un camarón o de una rana? ¿La lengua de un lagarto o de una tortuga?

Miré en los estantes de libros atados a piedras. Pociones de humor. Fiesta de pociones. Magia pura y simple.

Cogí Magia pura y simple y escudriñé las páginas.

—HECHIZOS... empleador, esposo, vecino. ILUSIONES... desaparición, trucos de cartas, fraudes. TRANSFORMACIONES... cambio de sexo, anti-edad, terrestre.

¡Aquí estaba! Debería ser fácil seguir la receta. Lo había hecho antes... hacía una sopa de algas mortal. Posé la pesada página sobre un banco de piedra. Leí:

TERRESTRE

1 ojo de camarón

1 lengua de rana

1 centímetro de tentáculo de pulpo, descongelado, sin piel

raíz de alga marina

una pizca de sal marina

pizquita de magia.

Combinar los ingredientes y agitar vigorosamente

beber bajo la luna creciente

volver al mar antes del siguiente alzamiento de la luna

400 calorías

¿Podía ser tan fácil? Gracias a Dios que madame Perla estaba bien organizada. Había etiquetado todos sus ingredientes. Agarré y corté, arremetí y metí, combiné y agité los ingredientes. ¿Pero y qué había de la magia? Encontré una caja sin marcar de polvo dorado... seguramente debía ser la pizca de magia. Lo añadí a la horrible aunque celestialmente dulce mezcla y la sellé con un corcho. Mi poción terrestre ya estaba lista. Hey, era bastante buena en esto. Tal vez podría abrir mi propia tienda.

—¡Olvidas la magia! —gritó una voz.

Sobresaltada, dejé caer la botella, pero antes de poder alcanzarla, una mano gruesa la agarró.

—¡Madame Perla! —dije sin aliento.

—¿No leíste el letrero? —preguntó severamente, flotando ante mí, con

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mi botella aferrada entre sus manos.

—¡Estaba desesperada! Necesito otra botella.

—¿La primera poción no funcionó? —preguntó escépticamente—. No hago reembolsos.

—¡Funcionó perfectamente! Pero necesito hacer otro viajecito.

—Creía que habías gastado todos tus ahorros.

—Bueno...

—¿Así que ibas a pagarme con el dinero de tu almuerzo?

—Iba a dejarle un PAGARÉ. ¡Por favor, madame Perla! —supliqué—. Se lo explicaría, pero no lo entendería.

—¿De veras? —Me miró con dureza—. ¡Estás enamorada!

—Creía que no era psíquica.

—No hay que ser psíquica para divisar el amor. Tienes todas las señales. Comportamiento irracional. Rebeldía. Y ese brillo especial en los ojos.

—¿Se nota?

—Fluye de tu corazón. Además, nadie volvería a la tierra, con sus coches que producen polución, su bacalao salado, o esos dolorosos tacones altos... a menos que estuviera enamorado.

—¿Cómo sabe tanto de la tierra? —pregunté, asombrada.

Ella hizo una pausa. Luego empujó hacia atrás una pila de cajas marcadas como HIERBAS COMESTIBLES, enterró sus manos gruesas en el suelo arenoso y sacó una fotografía protegida con plástico transparente. Mostraba a un hombre guapo con traje de marino, sujetando una flor blanca.

—Le divisé un día en un barco mientras estaba nadando, hace mucho tiempo —confesó con voz soñadora—. Nos miramos el uno al otro a través de millas de distancia... él en el bote, yo en el agua. Me invitó a subir, pero por supuesto yo no podía. Pero seguí su barco hasta el puerto y me encontré con él temprano a la mañana siguiente como una terrestre. Parecía un dios griego, y en aquellos días yo tenía una figura delgada y rizos dorados. Eso fue hace mucho —dijo, tirando de su abultada falta negra—. Estábamos apasionadamente enamorados. Nos casamos en cuestión de horas. Pero yo me marché sigilosamente por la noche. Y nunca volví.

—¿Por qué no?

—No era lo bastante valiente... quiero decir... imbécil.

—¿Pero no lo lamenta ahora?

—No era mucho mayor que tú —dijo, intentando convencerme de que

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estaba siendo inmadura.

—¡Por favor, madame Perla, déjeme tener la segunda oportunidad que usted siempre deseó! ¡No me deje cometer el mismo error!

—¡Podría perder mi tienda!

—¡Yo podría perder a mi alma gemela! —exclamé.

Las palabras le llegaron al corazón y volvió a contemplar pensativamente la foto.

—Algunas veces, cuando oigo pasar un bote, oigo su voz pronunciando mi nombre.

—Madame Perla —dije, mirando hacia su concha reloj.

—Pero no irás a ninguna parte con esa poción que has hecho —declaró de repente con su voz normal y práctica—. ¡Necesitas magia!

—Pero ya la he puesto.

—Añadiste polvo dorado. Puede parecer reluciente. No te hará daño. Podría hacer que estuvieras cansada. Pero no te dará piernas.

—¿Entonces qué hago? —pregunté desesperada.

—Sujeta la botella contra tu corazón —dijo ella, ofreciéndomela.

La cogí rápido.

—Ahora cierra los ojos y piensa en él.

—¿Eso es lo que hizo la última vez? ¿Pensar en su antiguo amor? —Sentí una repentina conexión con la anciana.

Cerré los ojos, y una enorme sonrisa acudió a mi rostro.

—Es suficiente —dijo ella.

Descorché la botella y tragué la poción ante sus ojos. Esta vez ni siquiera hice una mueca.

—¿Cuánto le debo, madame Perla?

—No vas a volver sólo para pagarme —dijo ella, contemplando de nuevo a su marino, así que me marché en silencio.

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Capítulo 21Capítulo 21

Al día siguiente Lilly no apareció por la escuela. No la vi en los pasillos, sentada en el césped delantero, o en su clase de geografía. Chainsaw no la vio tampoco, y a Robin no podía importarle menos.

—¡No estamos casados! —masculló Calvin, después de que me aproximara a su taquilla—. ¿Cómo voy a saber dónde está? ¿Quién eres tú, por cierto?

Reproduje los eventos del día anterior en mi mente. La excitación de ella ante el cisne de peluche, comer algodón de azúcar por primera vez. Ofreciendo su café graciosamente al mendigo. Aferrándome desesperadamente en la sala de los espejos, y luego la forma en que de repente me había empujado hacia ella y besado, como una chica que no temiera nada. Comprendí que ni siquiera sabía su apellido, su dirección. Era incluso más misteriosa en la vida real de lo que había sido en mi imaginación.

Chainsaw, Robin y yo fuimos a la sección hemorragia nasal de las gradas de fútbol para almorzar. Robin se sentó unas cuantas filas más abajo leyendo Rolling Stone, Chainsaw estaba viendo El Fugitivo en su portátil de un millón de dólares, mientras yo estaba de pie en la última fila, mirando más allá del campo, buscando a Lilly entre la multitud de estudiantes que se arremolinan en el exterior. Las gradas eran el punto más alto de la escuela, salvo por el asta de la bandera. Y pensé que quedaríamos bastante tontos si aparecía Lilly y me pillaba aferrado al asta bajo las barras y estrellas.

—La viste ayer, ¿verdad? —pregunté, frustrado—. ¿Podría haberla soñado dos veces?

—Sí, tío, ¡la vi! —dijo Chainsaw—. Pero no estoy seguro de no haber soñado con ella anoche. ¿Ese cuerpo? ¡Delicioso!

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—¡No hables así de ella! —dije, tirándole una taza de plástico.

—¡Ni de mí! —dijo Robin sarcásticamente—. ¡Odio cuando los dos os ponéis en plan servil!

—¡Tómate un valium, tío! Volverás a verla —dijo Chainsaw, ajustándose los auriculares.

—Tal vez la asaltaron. O la raptaron.

—Habría salido en las noticias —dijo Chainsaw—. Sus padres habrían llamado a la escuela.

—¡Tal vez ellos la tengan encerrada en una jaula! —exclamó Robin.

—Eres de gran ayuda —grité en respuesta. Pero entonces pensé en mi ángel, indefensa, como un pájaro enjaulado—. ¿Podría ser cierto?

—Los dos tenéis que salir más —se quejó Robin.

—¡Esto me está volviendo loco! —grité.

—¡Relájate! Tal vez esté enferma —dijo Chainsaw finalmente—. ¿No lo has pensado nunca? Es humana después de todo.

—Tenía calambres en el muelle —recordé, sentándome junto a él.

—Claro... ¡tiene esa cosa de chicas! Se tomará en día libre para masticar un Midol, comer Ben & Jerrys's y dejarse la piel hablando por teléfono con su mejor amiga.

—¿Tú crees? —pregunté ansiosamente.

—¡Seguro! Has visto lo psicópata que se pone mi madre... en un minuto pierde los estribos porque la tapa del retrete está levantada, y al siguiente llora en un centro comercial Hallmark. ¡Créeme, mejor que no la veas!

Volví a mi torre de vigía y me apoyé en la barandilla de aluminio. Tal vez Chainsaw tuviera razón. Pero no podía esperar a mañana para averiguarlo.

*****

La señora Linwood, nuestra secretaria principal de la escuela, estaba revolviendo en su atestado archivador cuando irrumpí en su oficina.

—Candy... no ha venido hoy. ¿Está enferma?

—¿Perdón? —preguntó la señora Linwood, sobresaltada.

—Candy. La estudiante trasladada.

—Oh, la conocí ayer. Una chica encantadora —dijo, dejándose caer en su silla.

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—¿Está enferma? —pregunté.

—Nadie llamó por ella hoy.

—¿Sabe dónde está?

—Si lo supiera, esa información sería confidencial.

—Es mi compañera de laboratorio en la clase del señor Johnson. Tenemos la presentación de un trabajo hoy —mentí.

—Pero si la trasladaron ayer. ¿Cómo podría tener hoy una presentación?

—Pregunte al señor Johnson. No creo que sea justo. ¡Por eso necesito su ayuda!

—Pero...

—Es el treinta por ciento de nuestra nota final. ¡Podría suspender todo el trimestre! Está loco, de veras.

—Bueno...

—Por favor, depende de usted salvar el día —imploré.

—Muy bien, muy bien. Deja que eche un vistazo a los archivos. —Rebuscó entre una pila de archivos sobre su escritorio y recogió un post-it—. Alguien ha hecho una llamada a su casa a mediodía. Nadie respondió. No tienen contestador, así que no pudieron dejar un mensaje.

Volvió a su archivador hinchado.

—¿Puede llamar de nuevo, por favor? ¿Ahora? También se suponía que iba a venir a los fuegos artificiales conmigo esta noche —confesé.

—¿Contigo? —preguntó, escéptica.

—¿Por favor? —supliqué.

—Oh, muy bien. —La señora Linwood sacó el expediente de mi ángel de su archivador y marcó un número de teléfono.

Sonó durante una eternidad. La señora Linwood sacudió la cabeza y empezó a colgar el teléfono.

—¿Hola? ¿Hola? —dijo de repente—. Sí, llamo del Instituto Seaside. Se supone que Candy debía estar en la escuela hoy, pero nadie ha... si... Candy Hartman... Fue trasladada ayer... ¡pero estuvo de pie delante de mí! Sí... Sí... Sí... Oh, ya veo... Gracias.

Colgó el teléfono, confusa y silenciosa.

—¿Y bien?

—Era el fontanero.

—¡El fontanero!

—Parece que el Senador Hartman le envió. La familia se negó a

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mudarse a la nueva casa hasta que tuviera cañerías nuevas. Todavía viven en su casa... en Utah.

—¡Pero la vi ayer!

—Y yo. —Frunció el ceño.

—¿Entonces quién era la chica con la que hablé en la escuela?

—¿Quién era la chica con la que hablé en la escuela? ¡Oh, Dios mío! No debes contar esto a nadie. ¡Oh, vaya, vaya! ¡Esto podría costarme el trabajo!

¿Quién era esta chica ángel? ¿Dónde estaba? ¿Y lo averiguaría alguna vez?

Tanteé el medallón en mi bolsillo, más confuso que nunca.

*****

—Te han zombificado, tío —dijo Chainsaw en el Arcade Seaside del muelle, después de que le informara—. ¡Totalmente En los límites de la realidad! Ahora creo que todos lo soñamos.

—Para mí es una pesadilla —dije—. La veo bajo el agua, luego no. La veo en la escuela, luego no. La veo en el muelle, y luego no. Lilly... eso es todo lo que sé.

—Lo que crees saber —intervino Robin—. Su nombre podría ser en realidad George.

—En cuyo caso podrías encontrarla en la esquina de la Quinta con Main —rió Chainsaw.

—Ahora sólo quiero despertarme dentro de un par de años. Tal vez así de algún modo todo cobre sentido.

—No puedes dormir. Los fuegos son esta noche —dijo Chainsaw alegremente.

—¿Estás bromeando? ¡No voy a ir!

—¡Claro que sí, tío! El verano llegó. Tienes que ir.

—Yo estaré allí —me recordó Robin—. Soy la única mujer de tu vida que no desaparece.

—Aprecio eso —suspiré, dándole un abrazo.

—Te recogeré a las ocho —ordenó Chainsaw.

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Capítulo 22Capítulo 22

Desperté atontada, tendida en la arena. El sonido de una música mareante retumbaba en mis oídos. ¿Dónde estaba? ¡Oh, sí! Mi misión, mi amor, mis piernas... todo volvía a mí. Entrecerré los ojos hacia la puesta de sol color pastel y me senté erguida lentamente, temiendo mirar hacia mi cola. Temiendo sufrir un shock si faltaba otra vez. Aunque todo había ocurrido antes, no resultaba menos espeluznante.

Al menos esta vez estaba preparada en el apartado de ropa. Había cambiado tres camisas y dos faldas por un millón de conchas. Una camisa y una falda habían superado la transformación.

Sin embargo, algo parecía diferente en la hora del día. La luna estaba mucho más alta en el cielo. ¡Ese maldito polvo dorado! Madame Perla había dicho que podía adormilarme.

Los chicos terrestres estaban reunidos en el muelle y apelotonados en la playa como estrellas en el cielo nocturno. Cientos de chicos hablando, cantando, bailando, y desmadrándose. ¿Cómo se suponía que iba a encontrar a Spencer entre esa multitud?

Divisé a una chica con ropa oscura que creí reconocer del Instituto Seaside.

—¿Has visto a Spencer? —pregunté, dándole un golpecito en el hombro.

—¿Qué Spencer? —respondió, dándose la vuelta. Sólo que no era una chica con ropa oscura, después de todo. ¡Era un chico!

—¿Ha visto a Spencer? —pregunté a un hombre acicalado.

—¿Es ese su nombre? —preguntó el hombre, aliviado—. Está sentado allí con mi esposa. ¡Lloriqueando, buscándote por todas partes!

Seguí ansiosamente al hombre. Pero sentado junto a su novia no estaba

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mi terrestre. ¡Era un perro!

—¿Habéis visto a Spencer? No es un animal, va al Instituto Seaside —pregunté a una pareja adolescente.

—En Seaside todos son animales —respondió la chica, mientras su atlético novio la agarraba—. No te canses —dijo la chica juguetonamente acurrucándose con su pareja mientras caminaban—. Seaside tiene su propia sección —gritó hacia atrás, señalando a la colina—. La mayor parte de los chicos de la escuela están allí... ¡los aperitivos son gratis!

Contemplé el mar de adolescentes, después la puesta de sol. La oscuridad no estaba lejos. Aun a plena luz del día, tenía pocas posibilidades de encontrarle. La marea entrante avanzaba hacia la costa, tentándome a regresar.

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Capítulo 23Capítulo 23

Estaba apartando mi taza desechable vacía, su antiguo contenido color-caramelo carbonatado con alto contenido de fructosa estaba formando ácido en mi ya alterado estómago. Pasaba el rato en los jardines delanteros del Instituto Seaside sentado en un banco, ajeno al excitante festival que me rodeaba.

Linternas brillantes y coloreadas colgaban en la entrada de Seaside entre los árboles y alrededor de las estatuas, con una espectacular vista del océano abajo. Audaces bailarines saltaban en el césped cerca del asta de la bandera. Una improvisada choza tiki albergaba un bar de bocadillos, y los altavoces que colgaban de las palmeras dejaban sonar las cuarenta mejores melodías de maestros DJ hacia el muelle mientras esperábamos los fuegos artificiales anuales.

Fuegos artificiales. Así me sentía yo respecto a Lilly, emociones explotando, románticos rojos, amados azules, púrpuras apasionados estallando a través de un mundo oscurecido.

Pero temía que lo único que estuviera explotando fuera mi corazón.

Chainsaw se acercó con Robin, que estaba ataviada con un ajustado vestido rojo y botas a la moda. Radical para ella, ya que siempre escondía su cuerpo detrás de un oscuro guardarropa de la época medieval.

—¡Toma, come esto! —dijo Chain arrojándome una bolsa de patatas fritas—. Necesitas algo de nutrición.

—Sí, no eres atractivo cuando estas deprimido —bromeó Robin.

—¿Puedes creer la pinta que tiene? —suspiró Chainsaw sentándose junto a ella—. ¡Hemos tenido a toda una princesa bajo nuestras narices todo el tiempo!

—Si... así es. —suspiré.

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—Va a ser espectacular… —empezó Chainsaw. Miro fijamente más allá de mí, de repente silencioso.

—¿Han empezado los fuegos artificiales? —pregunté, sin querer mirar.

—¡Para ti sí! —respondió—. ¡Colega, date la vuelta!

—Estoy demasiado cansado para una de tus bromas —dije.

Chain agarró mi mandíbula y me giró la cabeza hacia la choza tiki.

Era Lilly... de pie sólo a unos metros. En toda su belleza, buscando entre la multitud, con un top rojo de lentejuelas sin espalda y una vaporosa falda blanca con conchas de mar pendiendo de ella. Estaba cubierta de arena y descalza.

—Lilly —exclamé, lleno de alegría y confundido—. ¡Lilly!

Ella se giró hacia mí y sonrió radiante cuando me reconoció.

—¡Spencer! —dijo sin aliento, corriendo hacia mí.

Sostuve el medallón hacia ella, pero sacudió la cabeza y me abrazó con fuerza. Yo no iba a soltarla.

—Te he echado de menos —dijo Lilly, levantando la mirada. Sus palabras hicieron llover magia sobre mí.

—¿Pero dónde…?

—No hablemos ahora —dijo, poniendo sus dedos salados sobre mis labios.

Hay personas que te tocan y sabes que son tuyas... o si no es así deberían serlo. No como una posesión, sino como una extensión de ti mismo. Añadiendo, realzando, liberando tu verdadero ser con su toque, su aura, su espíritu.

Ella ya me había dejado dos veces. Pero por alguna razón seguía volviendo. Quienquiera que fuera realmente, al menos estaba conmigo ahora.

Lilly tomó mi mano y me llevó debajo de las barras y estrellas. Nos abrazamos el uno al otro mientras el DJ ponía Baby, It´s You.

Nuestro abrazo era mágico, diferente a cualquier otro... no es que hubiese bailando muchas lentas en mis quince años. Pero este baile era diferente. Aunque no supiera mucho sobre Lilly, sentía que lo sabía todo. Era como si pudiera sentir su alma presionar a través de su cuerpo hacia el mío mientras nos abrazábamos firmemente.

De repente un cohete fue disparado al aire y una explosión de rojo llovió sobre nosotros, alcanzando el océano.

—La ciudad de Seaside y KGMS Radio orgullosamente presentan el décimo Festival anual de fuegos artificiales —la voz del DJ retumbaba a través de nuestras radios.

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—¡Vamos! —dije tomando su mano. Nuestras manos encajaban tan bien, como si estuviesen hechas con el único propósito de vincularnos. Corrimos hacia la playa abarrotada y encontramos un sitio vacío en las rocas que sobresalían del muelle.

Chainsaw y Robin nos siguieron y todos nos tendimos de espaldas, mirando fijamente al cielo coloreado como confeti.

—¡Ay!—dijo de repente Lilly, tocándose el costado.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—¡Mira eso! —dijo señalando un estallido de polvo dorado brillante.

Yo acaricié su suave cabello. La belleza de los fuegos artificiales no se comparaba con la belleza que había a mi lado.

De repente ella se sentó, apretándose el estómago.

—¿Estás segura que estás bien? —le pregunté preocupado.

—Es sólo algo que comí.

—Te traeré algo de beber —se ofreció Chainsaw, extrañamente educado—. Vamos Robin.

—¿Quieres que te lleve a casa? —pregunté.

—Estoy en casa. —Ella sonrió, apoyando su cabeza en mi hombro.

—¿Te has escapado de casa? —pregunté preocupado.

—No me he escapado. Estoy corriendo hacia... estamos conectados tú y yo —dijo, mirándome.

—Mi vida no ha sido la misma desde que me salvaste.

—Tampoco la mía. El ritmo del océano es diferente. Siento un pacífico oleaje cuando estamos juntos y una tormenta dentro de mi corazón cuando estamos separados.

¡Lilly hablaba tan poéticamente!

Quise decirle lo mucho que ella significaba para mí, pero sentí que ya lo sabía. Lo cual estaba bien porque de repente Chainsaw y Robin regresaron, invadiendo nuestro nido de amor.

—Si esto no calma tu estómago intentaremos otra cosa —dijo Chainsaw, sacando una Cola-cola de dos litros.

La abrí por ella. ¡Se bebió los dos litros de golpe!

—Vaya chica —exclamó Chainsaw—. ¡Bebes como un pez!

—¡Lilly! —gritó una voz—. ¡Lilly! ¿Dónde estás?

De repente una chica descalza con una falda de conchas marinas como la de Lilly y conchas de mar serpenteando entre su cabello oscuro se acercó tambaleándose hacia nosotros sobre las rocas.

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—¡Oh, no! —exclamó Lilly, como si hubiese visto un fantasma—. ¡No puedo creerlo!

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Capítulo 24Capítulo 24

Waverly me vio y se tambaleó hasta nosotros.

—¡Lilly, es hora de volver a casa! —exigió.

Estaba frustrada y furiosa. La imaginé yendo al espeluznante submundo por sí misma, entregando sus ahorros a Madame Perla, despertando aterrada en la playa, casi pisoteada por multitudes de terrestres. Sin aleta, sin amigos, perdida sin su familia o Tide. Arrastrándose y tropezando hasta abrirse camino entre formas de vida inferiores en persecución de una adolescente rebelde.

—¡Mira el cielo, Wave! —exclamé—. ¡Fuegos artificiales!

—¿Es tu amiga? —preguntó Spencer, asombrado.

—Wave, no deberías haber venido.

—¡Vamos! —exigió ella, tomando mi mano.

—Volveré después de los fuegos —dije, mirando al cielo eléctrico.

Waverly se agachó delante de mí, bloqueando mi mirada con la suya.

—¿Lo juras por la vida de Burbujas?

La miré fijamente a los ojos furiosos, pero luego volví a mirar al cielo.

—¡Eso pensaba! No vas a volver...

—No —susurré—. No voy a volver.

Me sorprendí a mí misma con mi decisión.

—¿Lilly, qué está pasando? —exigió Spencer.

—¿Quieres decir que no lo sabe? —comprendió Waverly, sorprendida, de repente poniéndose en pie.

—¿Saber qué?

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—Donde está su casa realmente...

Me levanté de un salto y cubrí la boca de Waverly con mi mano, pero ella me apartó.

—A mí también me gustaría saberlo —interrumpió Chain.

De repente sentí un dolor agudo en el costado.

—Tengo que irme.

—¿Vas a dejarme? —preguntó Wave, exasperada.

Miré a los colores eléctricos que se extendían por el cielo como los tentáculos de un pulpo.

—Pero no quiero ir...

—¿Has pensado en tus padres? ¿Burbujas? ¿El océano? —continuó, agarrando mi mano libre.

—¿Burbujas? —se preguntó Chainsaw—. ¿Es mona?

—¡Es un delfín! —replicó Wave.

—¡Waverly!

—¿Un delfín? —preguntó Chainsaw, curioso.

Waverly me agarró del brazo y empezó a arrastrarme hacia el agua.

—¡Piensa ahora, actúa después! No has cambiado —dijo Wave, sin aliento—. Chico, estas piernas son torpes.

Volví la mirada hacia un confuso Spencer, que estaba de pie con sus amigos.

—¿Qué quieres decir con que no he cambiado? —pregunté, impresionada por su repentina energía y pasión. No me resistía a su agarre desesperado sino que esperaba razonar con ella.

—Piensa ahora, actúa después —repitió ella—. No has madurado.

—Siento algo que nunca antes había sentido, algo que he echado de menos toda mi vida.

—¡Todavía eres una niña, Waterlilly! ¡Impulsiva, irresponsable, inmadura!

Sus palabras me aguijoneaban como los cañones de una fragata. Yo creía que mi decisión de quedarme en tierra significaba que estaba madurando. ¿En vez de eso era una señal de que no?

Sentí otro agudo dolor y me doblé por la mitad. Partículas púrpura se alzaron sobre el muelle y titilaron a lo largo del cielo. Me di la vuelta y encontré a Spencer de pie detrás de mí. Sus ojos parecían perdidos.

—Tengo que irme —dije reluctante.

—Pero acabas de llegar. Vamos, te llevaré a tu casa. —Me cogió la

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mano—. ¡Pero tienes que decirme donde está! Me has abandonado dos veces. Una tercera vez podría significar... Temo que si te dejo marchar, nunca volveré a verte.

Acaricié su mano mientras mis ojos se inundaban de lágrimas. Pero el apretón de Waverly era más fuerte y me arrastró con ella, conduciéndome bajo el muelle, lejos de la multitud y hacia el final de las rocas.

El siguiente momento pareció durar una vida, y aún así no hubo siquiera tiempo de decir adiós. Quería abrazar a Spencer, besarle, ver los fuegos artificiales para siempre reflejados en sus ojos. Quería explicarlo todo, darle las respuestas que merecía, decirle que le amaba. Pero las palabras de Waverly resonaban en mi mente. ¿Cuánto hacía que le conocía? Aunque mi corazón respondía "siempre", mi cabeza respondía "sólo dos días". Había respirado agua toda mi vida pero aire sólo durante un corto tiempo. Era como un sueño. ¿No había actuado siempre inmaduramente, egoístamente, espontáneamente? Era irracional pensar que podía dejar mi mundo por el de él.

La punzada de dolor en mi costado no era tan aguda como el dolor que explotaba en mi corazón.

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Capítulo 25Capítulo 25

De repente Waverly y Lilly se zambulleron en el agua como si fueran delfines. Me apresuré al borde de las rocas como un animal enloquecido en busca de su presa. ¿Por qué estaban nadando? ¿No sabían lo peligroso que era nadar de noche?

—¡Lilly! —grité—. ¡Lilly! ¿Dónde estás? —grité contra la música atronadora, pero era fútil.

Miré fijamente al mar con una sensación de hundimiento.

—¡Lilly! —llamé de nuevo—. ¡Lilly!

De repente la cabeza de Waverly asomó sobre la superficie, y luego, un momento después, para mi enorme alivio, también la de Lilly.

En un instante estaba recorriendo el agua hasta debajo de mí, junto a la roca prominente que había bajo mis pies. ¡Nadaba tan rápido! ¿Adónde iban nadando? ¿Por qué arriesgaban sus vidas? Pero ninguna de las preguntas que recorrían mi mente en esos momentos desesperados podría haberme preparado para la respuesta, cuando cinco enormes explosiones sónicas blancas de fuegos artificiales estallaron simultáneamente, iluminando el cielo, el paseo, la playa y... a Lilly. De la cabeza a los pies, ¿o debería decir aleta?

La realidad me golpeó más fuerte que mi tabla de surf aquel día. Era hermosa, sí, incluso más hermosa en el agua, pero en vez de piernas tenía la cola de un centelleante verde pez. Lo que había creído que era una alucinación la primera vez que la vi había resultado ser verdad.

Esto no podía ser. Estaba enamorado de... ¿una sirena?

De repente las imágenes aparecieron... una tras otra. Una chica hermosa apareciendo de ninguna parte bajo el océano, sin que le faltara

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el aliento, nadando como un pez, con un bañador de fibra sintética color aguamarina cubriéndola hasta una curiosa y flamante aleta. Un beso de vida, de amor. Apareciendo misteriosamente en la escuela. Fijándose en la sirena de dos colas de Starbucks. Comentando en la noria, ¡nunca he estado más alto que las rocas!

¿Una sirena? Pero tenía que ser una broma. Aunque en cierto modo todo tenía sentido, por irreal que pareciera.

—¡Chainsaw! —chillé—. ¡Ven rápido!

—No, Spencer no —suplicó ella, agarrando mi pie—. Está prohibido ser vista.

—Pero esto es irreal... ¡Eres irreal! ¡Tío, creo que me estoy volviendo loco!

Quería mostrar a Lilly al mundo y ocultarla al mismo tiempo. Necesitaba probar que lo que estaba viendo no era un sueño, pero aún así no quería que nadie la arponeara o la exhibiera en un espectáculo de fenómenos. Mi mente corría. Me sentía incrédulo, aunque intrigado. Escéptico, aunque excitado. Mi cerebro estaba sobrecargado.

—¡No puedo ser vista! —suplicó Lilly.

Vi el horror en su cara.

—¡Quédate aquí! ¡Por favor! —supliqué, acuclillándome para agarrar su mano.

Podría escaparse, y entonces realmente la perdería para siempre.

Me di la vuelta.

—¡No pasa nada! —grité a mis amigos, intentando contenerlos—. He exagerado.

Me giré y Lilly había desaparecido. Un momento después apareció a metros de distancia de mí.

—Demonios, es rápida —dijo Chainsaw, sorprendido—. ¿Eso fue un truco?

—No me creerías si te lo contara... ¡Confía en mí! —dije—. Es una...

—Una chica juguetona —dijo Chainsaw, dándome un codazo—. Debe querer que vayas a bucear con ella a aguas profundas.

Lilly debía haber visto que estábamos hablando, pues de repente apareció delante de nosotros, al borde de las rocas. Los fuegos artificiales supersónicos iluminaron el cielo, el mundo y su reluciente cola prominente en el aire.

—¿Qué era eso? —gritó Chainsaw, señalando a su cola.

—¡La está atacando un pez! —dijo Robin.

—No...

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—¡Es un disfraz! —dijo Chainsaw, golpeándome en el brazo.

—No... —confesé.

—¿Una auténtica cola? ¿Cómo se la ha pegado? —preguntó incrédulo—. ¿Y por qué?

—¡Es auténtica! —dije.

—¡Eso es retorcido! ¿Chicos, habéis puesto algo en mi refresco?

Estábamos de pie al borde del agua. Las olas colisionaban al ritmo de las explosiones en el cielo oscurecido.

—¿Entonces qué es? —preguntó Robin.

De repente Lilly apareció ante nosotros, atravesando el agua.

—¡Soy una sirena! —declaró, con orgullo, con reluctancia, con alivio.

Robin y Chain seguían incrédulos.

—¡Esto es penoso! ¿Estás echando a perder los fuegos artificiales porque quieres devolverme la broma por algo? —arguyó Chainsaw.

—Tú mismo lo dijiste cuando te conté como me había salvado la vida. ¿Recuerdas? Dijiste "Nada en el océano mejor que tú, te salva la vida, y desaparece". Bueno, no es una instructora de natación o una socorrista. Ahora tienes tu respuesta... ¡es una sirena! ¡Pero nunca lo entenderéis! ¡Así que largaos! —les grité mientras Lilly nadaba hacia las rocas.

—Deja que se queden —dijo ella, descansando los brazos y la cabeza sobre el borde de una roca.

—¡Creí que no podías ser vista! —dije, preocupado, arrodillándome ante ella.

—Soy una sirena, no un fantasma —bromeó.

—¡Si ella es una sirena, yo soy un alien! —regañó Robin.

Lilly se subió a una roca cerca de nosotros. Su cola no era escamosa como yo habría imaginado que sería la de una sirena, como una serpiente o un pez, sino bastante lisa, sexy incluso, casi resplandeciente. Nos arrodillamos, en trance, tocando su aleta, como si estuviéramos tocando el cuerno de un unicornio.

Pero Lilly se agarró el costado.

—He de irme —dijo, y rápidamente se zambulló en el agua como un delfín. En un instante estaba de vuelta.

—¡Tenemos que contárselo a alguien! —exigió Robin.

—¡O hacer un video! ¡Podríamos ganar millones! —dijo Chainsaw, excitado.

—No se lo diremos a un alma —dije severamente—. Nadie debe saberlo... ¡Juradlo por vuestra vida!

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Lilly nos miraba fijamente, con ojos que suplicaban que guardáramos el secreto.

—¡Nadie se lo contará a un alma! —dije a través de los dientes apretados.

Chain me miró con reservas, después a Lilly.

—Spencer, estás muy seguro... Vale... lo juro.

Todos miramos a Robin.

—Bueno... ¿a quién iba a contárselo? Vosotros dos sois mis únicos amigos, y ya lo sabéis. Yo también lo juro.

Nos agachamos junto a Lilly. Era como si Chainsaw, Robin y yo estuviéramos en trance, hipnotizados por su hechizo de sirena mientras ella golpeaba su cola gentilmente contra el agua.

—¿Siempre has sido así? —preguntó Chainsaw incrédulo.

—¿Tú siempre has sido así? —preguntó ella.

Todos reímos.

—Yo siempre he querido ser una sirena —dijo Robin soñadoramente—. Desde que era pequeña.

—¡Yo quiero ser buceador! —dijo Chain con un guiño.

Sabía que sólo me quedaban minutos con ella.

—Tengo que hablar con Lilly a solas. Aseguraos de que nadie venga por aquí —dije—. Los fuegos casi han acabado. La gente no estará distraída mucho más tiempo.

Lilly era mágica sobre tierra, pero como sirena, era incluso más mágica, incluso más seductora. Todo el mundo estaba mirando unas estúpidas luces coloreadas, cuando había un milagro flotando justo ante sus ojos.

—Temía que no creyeras en mí —dijo, deslizándose sobre la roca cuando nos quedamos a solas.

—Sí... —empecé, sujetando su cuerpo húmedo entre mis brazos, su adorable cola se envolvió alrededor de mis vaqueros.

—Quiero estar contigo para siempre —confesó.

—Yo también —dije, sacando el medallón de mi bolsillo y sujetándoselo alrededor del cuello.

—Pero... —dijo ella, tanteando el cierre.

—¡Lilly! —la voz de Waverly llegó en la distancia.

—No quiero que te vayas —dije, aferrando su mano húmeda.

—Yo tampoco, pero...

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—¿Nunca te volveré a ver? —pregunté, mi corazón se estaba rompiendo.

Ella asintió con la cabeza.

—Podríamos encontrarnos en momentos específicos —supliqué—. Puedo hacer surf hasta tu casa.

Lilly levantó la mirada hacia mí con ojos empañados y sacudió la cabeza.

—Eso pondría en peligro nuestra existencia. Y la vuestra...

Un poli apoyado en la barandilla fijó de repente la luz de su linterna hacia las rocas.

—¡Eh, vosotros, en las rocas! ¡Alejaos del agua!

De repente quedé cegado por la luz y ensordecido por el sonido de una salpicadura en el agua. ¡Lilly se había ido!

No había llorado el día que mi madre abandonó la casa. Pero debía haberlo hecho. Sólo enterré la cabeza bajo una almohada hasta séptimo grado cuando un Chainsaw pecoso me escogió, al crío de la cabeza agachada, como primero para su equipo de kickball.

Aquí estaba yo, otra vez con la cabeza gacha, y allí estaba él de nuevo, mi fiel amigo, recortado contra la costa.

—¡De todas las chicas del mundo, me enamoro de una sirena! —reí, pero no pude detener las lágrimas que corrían por mi cara mientras miraba fijamente a las olas vacías.

Nunca conseguí decir adiós a mi madre. Y ahora había perdido la oportunidad de decir adiós a Lilly.

—¡No pude decirle adiós! —dije, quitándome los zapatos.

—¿Estás loco? Te ahogarás —dijo Chainsaw.

—¡Entonces me ahogaré!

—Spencer... —oí gritar a Chainsaw por encima de la música y los fuegos artificiales mientras me zambullía en las frías aguas nocturnas.

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Capítulo 26Capítulo 26

Sentía el agua como hielo mientras me hundía en el océano. Vagaba como en un sueño, pero era más bien una pesadilla. Cambiando, girando, jadeando. Mi aleta estaba moviéndose pero no me propulsaba hacia nada. Agitaba los brazos, pero algo iba mal. Me estaba hundiendo. No podía nadar. No podía respirar. ¡Me estaba ahogando!

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Capítulo 27Capítulo 27

—¡Socorro! —Pude oír el grito de Waverly cuando salí en busca de aire. Ella ondeaba los brazos en la distancia—. ¡Lilly se está ahogando!

¿Ahogándose? ¿Cómo podía ahogarse Lilly? ¡Era una sirena!

Pero no veía a Lilly por ninguna parte. De repente Waverly desapareció también. El mar estaba totalmente oscuro, brillando por un instante cuando un fuego salía disparado por el aire y estallaba. Esperé, sin saber en qué dirección nadar. Mi corazón dejó de latir, el tiempo se ralentizó. ¿Por qué no estaban disparando los supercolosales fuegos artificiales de forma que iluminaran el cielo como un foco universal?

—Lilly —llamé—. ¡Lilly!

Floté interminablemente, esperando a Lilly, a Waverly, cualquier señal de su localización. La siguiente explosión de fuegos artificiales sólo iluminó olas desoladas.

Y entonces vi la mano pálida de Lilly, a sólo unos metros de distancia de la mía, extendida hacia la luna, y luego hundiéndose lentamente bajo la superficie.

Nadé rápidamente en su dirección y al extender la mano no encontré nada que pudiera agarrar.

—¡Lilly! ¡Lilly! ¿Dónde estás? —llamé, sin aliento, asustado, atormentado.

Yo mismo estaba perdido. Las olas chocaban contra mí, haciéndome subir y bajar como a una botella descartada.

—¡Lilly! —llamé, tragando un bocado de agua salada.

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—Aquí —gritó finalmente Waverly, detrás de mí. Estaban flotando de vuelta hacia el muelle. Yo me sentía como si estuviera nadando en una sopa de guisantes espesa, intentando acercarme desesperadamente mientras las olas empujaban contra mí. Jadeando en busca de aire yo mismo, finalmente alcancé a Waverly, que estaba sujetando la cabeza laxa de Lilly.

—Creía que era una sirena.

—¡Lo es! —gritó Waverly.

—¡Pero se está ahogando!

Los chispeantes ojos de Lilly estaban cerrados, su piel parecía cetrina, su espíritu se marchitaba.

—¡Se está ahogando a causa de un corazón roto! Sólo tú puedes salvarla —lloró Waverly.

—¿RCP? Ayúdame a llevarla de vuelta a la orilla.

—¡No! ¡Con un beso de amor! —dijo ella apresuradamente—. Eso es lo que dijo Madame Perla... el beso de amor.

—¿Quién es Madame Perla?

—Está en el beso... ¡eso es lo que dijo! ¡Por favor! ¡Ayúdala! —suplicó.

—Eso es fácil —dije, sonriendo, pero casi sin aliento. Waverly me ofreció el cuerpo laxo de Lilly. Mi incliné para besarla, pero Waverly puso su mano entre nosotros.

—Espera. Hay algo que debes saber.

Miré impacientemente a Waverly en busca de una respuesta.

—Si la besas ahora, serás una sirena —concedió Waverly.

—¡Estás bromeando!

Waverly sacudió la cabeza.

—Es tu decisión —dijo, con ojos tristes.

Volví a mirar a las rocas donde una multitud se estaba congregando en el punto más alto. Chainsaw y Robin habían llamado a un policía y nos señalaban mientras varios mirones estaban de pie a su alrededor. Un hombre se estaba quitando los zapatos. Dos socorristas vestidos de naranja corrían a lo largo del muelle. El atronador final de fuegos artificiales estalló en lo alto, ahogando la música. Destellos rojos, púrpuras, verdes, naranjas, cobres, carmesí, cruzaban el cielo con apasionada electricidad.

Lilly abrió los ojos por un breve momento.

—Spencer —susurró jadeante y cerró los ojos, desfalleciendo. Ojos que una vez habían centelleado con un azul océano y me habían atravesado el alma. Su cabello dorado que tan enérgicamente flotaba en el agua aquella

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mañana, ahora colgaba lacio sobre mi brazo. Sus maravillosos labios rosa se estaban volviendo azules. Un brillante corazón relucía alrededor de su adorable cuello, como el día que la conocí. Los pensamientos de mi ángel nadador me atravesaron la mente y abrumaron mi ser. Oír el maravilloso sonido de su dulce risa en lo alto de la noria, ver mil encantadoras Lillys en la sala de espejos. Bailar alrededor del asta de la bandera con sus gentiles brazos rodeándome. Diciendo que había vuelto por mí, diciéndome que estaba en casa.

El mayor regalo que me habían hecho nunca, sostenido entre mis brazos. Ella me había salvado, y ahora era el momento de que yo la salvara a ella.

Tomé un profundo aliento, y besé sus labios. Labios una vez llenos de vida, una vez llenos de amor. Sus ojos se abrieron.

No tenía que decir adiós, después de todo. De hecho, solo acababa de empezar a decir hola.

Esa noche, salvé a una sirena.

Y esa noche... me salvé a mí mismo.

Fin

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Estoy muy agradecida a

Katherine Brown Tegen,

mi fabulosa editora, por su experiencia,

amistad, y fe en mi trabajo.

Y especialmente gracias a Julie Hittman

y al personal de Harper Collins.

E.S.

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