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El transporte público en Lima Metropolitana: Una mirada a los transportistas, el sistema laboral y el rol que juegan en la problemática actual Publicado el junio 9, 2013 de ds32udep Creo que mi ciudad ya no tiene consuelo entre otras cosas porque me ha perdido Mario Benedetti Ese caos de movimiento, de donde la muerte llega al galope de todas partes a la vez Charles Baudelaire Cuando se nos pregunta cuál es uno de los mayores problemas que podemos encontrar en Lima hoy en día, una de las respuestas que brindamos, de forma automática casi, es el transporte público. Ya sea por la peligrosidad asociada a un viaje de un punto a otro de la ciudad, la incomodidad que sentimos mientras nos trasladamos al destino deseado, el servicio descortés y vulgar que recibimos, la suciedad de las unidades, el tiempo valioso que perdemos de forma inútil, entre otras cosas, siempre tendremos más de una respuesta de carácter negativo. Sentimos que nuestra queja tiene validez y que alguien debe corregir el problema que nos afecta. La alcaldesa, el presidente, los congresistas, los choferes o los cobradores. Siempre es alguien más quien tiene que hacer algo para solucionar esta situación caótica que padecemos a diario. No es lo común analizar reflexivamente el porqué se da esta situación. Incluso miramos a los transportistas como seres humanos incorregibles que no quieren hacer algo por mejorar el transporte y que deambulan como trogloditas en sus carros buscando atiborrarlos con pasajeros, quedándonos en la corteza del contexto, no buscando las causas últimas como dicta la razón al momento de perseguir soluciones. Según un

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El transporte público en Lima Metropolitana: Una mirada a los transportistas, el sistema laboral y el rol que juegan en la problemática actualPublicado el junio 9, 2013 de ds32udep

Creo que mi ciudad ya no tiene consuelo

entre otras cosas porque me ha perdido

Mario Benedetti

Ese caos de movimiento, de donde la muerte llega al galope  

de todas partes a la vez

Charles Baudelaire

Cuando se nos pregunta cuál es uno de los mayores problemas que

podemos encontrar en Lima hoy en día, una de las respuestas que

brindamos, de forma automática casi, es el transporte público. Ya sea

por la peligrosidad asociada a un viaje de un punto a otro de la ciudad,

la incomodidad que sentimos mientras nos trasladamos al destino

deseado, el servicio descortés y vulgar que recibimos, la suciedad de las

unidades, el tiempo valioso que perdemos de forma inútil, entre otras

cosas, siempre tendremos más de una respuesta de carácter negativo.

Sentimos que nuestra queja tiene validez y que alguien debe corregir el

problema que nos afecta. La alcaldesa, el presidente, los congresistas,

los choferes o los cobradores. Siempre es alguien más quien tiene que

hacer algo para solucionar esta situación caótica que padecemos a

diario. No es lo común analizar reflexivamente el porqué se da esta

situación. Incluso miramos a los transportistas como seres humanos

incorregibles que no quieren hacer algo por mejorar el transporte y que

deambulan como trogloditas en sus carros buscando atiborrarlos con

pasajeros, quedándonos en la corteza del contexto, no buscando las

causas últimas como dicta la razón al momento de perseguir soluciones.

Según un estudio que llamó nuestra atención, pasamos

aproximadamente entre tres y seis años de nuestra existencia usando el

transporte público, por lo tanto es parte de nuestras vidas y no

podemos ser indiferentes ante ello. Es nuestro deber como parte activa

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de la sociedad trazarnos como objetivo el evaluar qué sucede realmente

detrás de este servicio y proponer una solución integral.

Un poco de historia… 

No basta con centrarnos en cifras y estadísticas, sino que debemos

ahondar en varios aspectos que vayan más allá de las deficiencias

técnicas correspondientes. Remontándonos en la historia, durante el

siglo XX Lima tuvo un crecimiento demográfico exponencial de forma

desordenada que terminó por desbordar cualquier plan delimitado que

se pudiese haber propuesto. No se tomaron factores como la

inmigración a gran escala desde pueblos del interior del país en las

décadas del 60, 70 y 80 que dieron origen a los llamados “conos” que se

encontraban en la periferia de la ciudad formal , si entendemos a esta

como la conformada por los distritos tradicionales. Estos pobladores si

bien asentaron sus precarias viviendas en los sectores más alejados de

la ciudad, se trasladaban hacia el centro de la ciudad y alrededores

para cumplir sus faenas laborales, lo cual incrementó su necesidad de

transportarse en trayectos largos que en muchos casos, atravesaban

Lima de un punto a otro. Esto desbordó la oferta brindada sin otorgarse

una solución efectiva que cubriera esta demanda por parte de las

autoridades. Los tranvías desaparecieron al igual que los llamados

grandes buses (Ikarus) posteriormente. La inacción del Estado al no

poder encontrar una solución efectiva hizo que durante la época de

Alberto Fujimori, se liberalizara el mercado del transporte público para

que el sector privado cubriera el exceso de demanda por su cuenta mas

esto no se realizó como se hubiese querido y si bien es cierto,

empezaron a circular vehículos de uso masivo en rutas que no se habían

tomado en cuenta, las nuevas facilidades sirvieron como plataforma a

una informalidad en la creación de nuevas empresas que se

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aprovecharon de los vacíos legales que la normativa brindaba. Muchas

empresas se hicieron de la concesión de nuevas rutas, pero no tenían

una flota de vehículos propios, así que mantenían tratos con los dueños

de los vehículos y así se desligaban de las responsabilidades vinculadas

con los choferes y cobradores que hacían uso de estos medios de

transporte. Esto fue la génesis de las llamadas “empresas cascarón”.Por

ejemplo, si ocurre un accidente de tránsito con heridos y muertos, no se

puede inculpar directamente a la empresa a la que se le había

concesionado la ruta en cuestión porque no era propietaria de los

vehículos y tampoco cubría los daños que se daban, no existiendo

vínculo contractual claro entre los operarios y los accionistas de la

empresa principal. Eventos como el anterior son indicios de la

distorsión que se da en todo este sector, lo cual termina afectando a los

mismos operarios que terminan siendo víctimas del sistema al cual

pertenecen. Un sistema bajo el cual no gozan de los beneficios

laborales que deberían percibir de acuerdo a estándares legales y

éticos. Realizan sus actividades diarias bajo la premisa que deben

generar los mayores ingresos posibles sin importar la mayor parte del

tiempo los medios que se utilicen para lograrlo. Muchos no lo saben,

pero los choferes y cobradores en su mayoría no reciben un sueldo fijo

mensual, sino que perciben una comisión nimia de los ingresos

monetarios que reciben por el cobro de los pasajes. Eso hace que

privilegien el fin sobre los medios para lograrlo, siendo esa la

explicación que muchos no encontraban sobre el porqué realizan

maniobras temerarias en las autopistas, sobrepasen el límite permitido

de personas que deben ir en un vehículo, no paguen las multas con las

que se le sanciona, entre muchos otros hechos similares que

encontramos deplorables. Su concepción se vuelve utilitarista al igual

que el de los agentes a los que rinden cuentas como los propietarios de

los vehículos y los accionistas de las empresas dueñas de la ruta que

son los que menos riesgos toman y  terminan llevándose la mayor parte

de las ganancias. Un problema de deshumanización del servicio en todo

el proceso y que termina perjudicando a todos. Pero si es un problema

que data de años atrás cabe preguntarse ¿Qué acciones han tomado las

autoridades desde aquella deficiente reforma de los noventa?

 Buscando responsables

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Como dijimos inicialmente, la mayoría de nosotros asociamos la culpa

del caos en que se encuentra sumido el transporte público a los

transportistas, pero también a las autoridades, las cuales sentimos no

realizan de forma correcta las funciones para las cuales se las eligió

como nuestros representantes.  Los sentimos como abúlicos e

indiferentes a esta situación y que solo realizan acciones persiguiendo

un afán demagógico o populista para captar votos de vez en cuando. El

Estado es un agente importante a través del Ministerio de Transportes

y Comunicaciones, y la Policía Nacional, que representan al Poder

Ejecutivo; el Congreso, que emite leyes referentes al sector; y el Poder

Judicial, que dictamina las sanciones y multas correspondientes por la

trasgresión o incumplimiento de estas últimas. Pero la cara más visible

y activa es la de la Municipalidad Metropolitana de Lima que es la que

los transportistas refieren automáticamente cuando se les interroga

como la autoridad más próxima a ellos, es la que vela por el

ordenamiento del sector en la ciudad de manera más directa. En las

últimas décadas, este organismo ha dedicado mayores esfuerzos a otros

campos de su competencia en detrimento de lo que se pudo hacer en

transporte. Ello porque enfrentarse a los gremios de transportistas

genera riesgos políticos que las autoridades no quieren asumir y a lo

más, se ha recurrido a dar ordenanzas y normas que atacan cuestiones

no tan esenciales y de forma no de fondo. Incluso muchas propuestas a

pesar de tener el consenso de la mayoría queda en letra muerta por la

falta de control eficaz de

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su  cumplimiento o

porque los funcionarios que deben supervisarlas se dejan tentar por

actos de corrupción que entorpecen y ponen trabas. Las

municipalidades distritales tampoco quieren asumir su responsabilidad

lo cual termina perjudicando una acción que una esfuerzos en pos de un

mismo fin. Entonces surge naturalmente el cuestionamiento de qué se

puede hacer si las autoridades no han logrado en los últimos años que

mejore de forma significativa este desorden imperante y los

transportistas se encuentran enquistados en una informalidad de la

cual aparentemente no quieren salir.pa del caos en que se encuentra

sumido el transporte público a los transportistas, pero también a las

autoridades, las cuales sentimos no realizan de forma correcta

 ¿Hay luz al final del túnel?

¿Todo está perdido entonces? Creemos que no, que el escenario de

desesperanza que parece inundarnos al momento de proponer

soluciones se debe porque en realidad no se han brindado todas las

alternativas posibles.  A lo largo de estos años se ha persistido en

enfrentar el problema de la manera más técnica e impersonal posible

quedándonos en un enfoque analítico, creyendo que con grandes

megaproyectos como el Metropolitano o el tren eléctrico son las únicas

vías posibles o que mayores sanciones disuadirán el comportamiento

agresivo de choferes y cobradores. Y esto no puede seguir

visualizándose así porque se trata de un problema de personas, lo cual

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implica que debemos salir del paradigma moderno y superficial y

ahondar en el lado humano. Comprender que los transportistas

sobreviven bajo un régimen indigno y denigrante en el cual se mueven

a diario. Su perspectiva sobre el servicio que brindan debe cambiar,

pero primero el clima laboral en el que transitan. Los accionistas y

dueños de las rutas y de las  flotas deben comprender que no pueden

seguir “sacándole la vuelta” a las normas y que no tratan simplemente

con buses y micros, sino con personas con las cuales tienen un

compromiso. Deben saber que a largo plazo el sistema informal que

impera hoy en día es una bomba de tiempo insostenible y que si

persisten es sus actitudes retrógradas afectan el bienestar no solo de

los trabajadores que tienen a su cargo sino el bienestar de la sociedad

en general. La formalidad debe terminar siendo la principal vía

alternativa de solución ya que es la que genera mayores beneficios no

solo cuantitativos sino cualitativos y que tiene efectos más duraderos, a

pesar que tenga escollos en un comienzo. Y cuando nos referimos a

escollos podríamos mencionar acciones como la desaparición de combis

y vehículos obsoletos que no solamente son incómodos sino que ponen

en riesgo la vida de las personas. Sabemos que esto puede causar

perjuicios económicos a corto plazo, pero es necesario.  Además llevaría

a que las pequeñas empresas que pululan al margen de la ley puedan

unirse y formar empresas más grandes y sólidas que brinden todos los

beneficios a sus empleados. Las autoridades deben reorganizar el

sistema laboral existente y esperamos que la Gran Reforma del

Transporte que está emprendiendo la Municipalidad Metropolitana de

Lima y que es una de sus banderas de su Plan de Gobierno se lleve a

cabo, sin causar un efecto negativo en la situación de los choferes y

cobradores. Estas mejoras no surtirían efecto si los transportistas no

ponen de su parte, por lo que se debe capacitarlos y hacerles ver que

sus acciones tienen implicancias en otras personas. Que no es un

servicio cualquiera el que brindan y que son responsables de muchas

vidas durante las labores que realizan. Y para que todo no quede en

simples palabras, se puede brindar incentivos en un primer momento

como la disminución de impuestos a aquellas empresas que cumplan

con otorgar un  régimen de trabajo acorde con estándares normativos,

facilidades de crédito para renovar sus flota, leyes que se apliquen de

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forma gradual y secuencial para no presentar la formalización de forma

terrorífica, entre otras.

¡No nos lavemos las manos!

Pero como dijimos en la introducción de este artículo, no se trata de

que el rol por mejorar la situación recaiga solo en las autoridades y

transportistas sino debemos cuestionarnos ¿Y nosotros que podemos

hacer? Mucho es la respuesta. A veces de forma inconsciente

favorecemos que este sistema con grado de formalidad muy bajo

persista con acciones que pueden parecer intrascendentes de forma

aislada pero que en su conjunto son

determinantes.

Acciones como incumplir las normas que se dan para los peatones como

respetar los paraderos establecidos, aceptar el ponernos en riesgo por

una cuestión de facilidad al momento de transportarnos, menospreciar

a los operarios del transporte de forma despectiva y denigrante

insultándolos, no alzando nuestra voz de protesta ante un mal servicio.

En esto último es importante recalcar que la indiferencia que

mostramos ha hecho que se acumulen años de deficiencia en el sector.

Terminamos por acostumbrarnos a lo rutina y el mal servicio tomándolo

como ya dado y sintiendo que no podemos hacer nada. Debemos ser

agentes de cambio. También debemos llamar al apoyo del estado para

que se fomente una cultura urbana más fuerte y exigente. Una cultura

que permita elevar el nivel de educación de las personas y así poder

fomentar el buen uso de estas herramientas brindadas por el sistema de

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transporte. Además, esto aseguraría que el nivel de servicio esperado

por los consumidores y los futuros consumidores se eleve y así las

empresas se vean obligadas a ofertar un servicio de mejor calidad,

como colocar vehículos en mejores estados, estandarizar la flota y

volverla propia. Sin embargo no debemos olvidar que necesitamos

entender que las reformas que las autoridades puedan aplicar  no

tendrán ningún eco si no colaboramos y ponemos de nuestra parte

también, concientizándonos que es una tarea de todos. Una perspectiva

más humana e integral debe ser  la enmarque este conjunto de

soluciones.

Libros y documentos que podrías revisar sobre el tema:

- Bielich, C. (2009) La guerra del centavo. Una mirada actual al

transporte público en Lima Metropolitana. CIES e IEP, Lima

- Defensoría del Pueblo (2008) Informe Defensorial 137. El

transporte urbano en Lima Metropolitana: Un desafío en defensa de

la vida. Defensoría del Pueblo, Lima

- Lima Cómo Vamos (2012) Encuesta Lima Cómo Vamos

2012. Informe de percepción sobre calidad de vida. Lima Cómo

Vamos, Lima

- Vega Centeno, P., Dextre, J. y Alegre, M. (2011) Reestructuración y

cambio metropolitano. Pontificia Universidad Católica del Perú y

Pontificia Universidad Católica de Chile, Lima.

- UITP (2003) Por una mejor movilidad urbana en los países en

desarrollo: Problemas, Soluciones y Realizaciones ejemplares. Dic

2003.