el puchero de oro

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/: COLECCION UNIVERSAL N.os 655 y 656 HOFFMANN Cuentos TOMO 1 El puchero de oro Precio: Ulla pelet •• MADRID, 1922

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/:COLECCION UNIVERSAL

N.os 655 y 656

HOFFMANN

CuentosTOMO 1

El puchero de oro

Precio: Ulla pelet ••

MADRID, 1922

Hoffmann.

Cc;:EN'l'OS

T()~10 J

MCMXX I I

ES PROPIEDADCopyright by Calpe, Madrid, 1.922.

Pat"! .espre •••mentA! (abrl~ado por LA P A.PELE1\A. E!lPA~OLA

HOFFMANN

CuentosTOMO I

El puchero de oro

La traducción del alemán ha aido

hecha por C. Gallardo de ;l/esa.

MADRID, 1922

- I

Talleres "Calpe", Larra, 6 y 8.-MADRID

Ernesto Teodoro Amadeo Hotlmann es uno de losmás celebrados y lamosos cuentistas de Alemania. Sunombre va unido a la evocación de un mundo riqufsi-mo de tantasías extraordinarias. donde lo cómico. lotrágico. lo sublime. lo ridículo se mezclan en asombrosadanza que conmueve el éspEritu hasta su medula. LosCUENTOS de Halfmann han sido traducidos a todos losidiomas, y su celebridad es tanta que pocos escritoresalemanes pued~n parangonarse en extensión y dilusióncon éste ilustre narrador.

Hollmann nació en 1776 en Konigsbérg (Prusia).Fuf. funcionario del Gobierno prusiano, dibujante,pintor, músico, director de orquesta y escritor. Murióen BerlEn en 1822. Ha escrito varias óperas y músicade erquesta. Pero sus obras principales son sus CUEN-

TOS, sus Fantasías a la manera de Callot. el Elixirdel Diablo. Maese Pulga y La princesa Brambilla.N adie le ha superado en esa meze! a peculiar de humor,de tantasla y de evocaciones tenebrosas que constituyela manera caracterfstica de sus CUENTOS. En este yenlos sucesivos tomos irá el lector conociendo lo más per-fecto de su ebra.

EL PUCHERO DE ORO

PRI:vIERA VELADA

La desgracia del estudiante Anselmo. - De la pipadel pasante Paulmann y las serpientes verdes.

El día de la Ascensión, a Jas tres, penetraba un jo-ven en la ciudad de Dresde por la Puerta Negra, me-tiéndose, sin advertirIo, en un cesto de manzanas yde bollos que vendia una vieja, de modo que toda lamercancia salió rodando y los chiquillos de la callese apresuraron a apoderarse del botín que tan gene-rosamente les proporcionara aquel señor. Ante el gri-terío que armó la vieja abandonaron las comadressus puestos de bollos y aguardiente, rodearon al jo-ven y lo llenaron de soeces insultos; tanto, que el in fe-liz, mudo de vergüenza y de susto, sólo pensó en en-trtgar su no muy bien provisto bolsillo a la vieja, quelo cogió ávidamente, haciéndole desaparecer. Enton-ces abrióse el círculo; pero cuando el joven salió hu-yendo, la vieja le gritó: _¡Corre... , corre ... , hijo de Sa-tanás, que pronto te verás preso entre cristales!. .. » Lavoz chillona y agría de la mujer tenía algo de horrible;los paseantes quedáronse parados en silencio y la risa

8de todos desapareció. El estudiante Anselmo -queéste era nuestro joven -sintióse, aunque no compren-dia el sentido de las palabras de la vieja, sobrecogidopor un involuntario estremecimiento, y apresuró másy más el paso para escapar a la curiosidad de lasgentes. Conforme se abria camino entre la multitudoía murmurar: «¡Pobre muchacho!. .. ¡La maldita vie-ja ...!»

Las enigmáticas palabras de la vieja dieron a larisible aventura un sentido extrañamente trágico, ytodo el mundo se fijó en el hasta aquel momento des·conocido joven. Las doncellas comentaban su ros-tro simpático, cuya expresión realzaba el rubor de lairritación interior, y la estatura extraordinaria delindividuo, desgalichado y vestido con descuido. Sulevita gris estaba tan mal cortada como si el sastreque la hiciera no tuviese ni la más remota idea dela moda moderna, y sus pantalones, de satén negro,dábanle cierto estilo magistral, del que no eran par-te a librarle su prestancia y apostura. Cuando el es·tudiante hubo llegado al extremo de la avenida queconduce a los baños de Linke (I) casi le faltaba elresuello. Necesitaba acortár el paso; pero apenas le-vantaba la vista del suelo veia los bollos y las manza·nas, y las miradas amables de las muchachas que en-contraba parecíanle el reflejo de las risas de la Puer-ta Negra. Llegó a la puerta de los baños; una fila decaballeros bien vestidos penetraba en ellos. Oíanse

(1) Los baño! de Link., en la orilIa derecha del Elba, ron muy vi·sitados hoy por sus Jardines; pero en los comienzos del siglo era uno1e log sitios más frecuentados por los h:lbitantes ôe Dresde.

9en el interior los ecos de una mUSlca de viento y elbullicio de la multitud haclase cada vez mayor. Laslágrimas acudieron a los ojos del pobre estudianteAnselmo, pues además de que la Ascensión siemprefué para él una fiesta de familia, hubiera deseado pe-netrar en el paraiso de Linke para tomar una tazade café con ron y una botella de cerveza, y aun lehabria sobrado dinero. Pero el maldito tropezón conel cesto de manzanas costóle todo lo que l1evaba con-sigo. No habla que pensar en el caté, ni en la cerveza,ni en la música, ni en la contemplación de las mucha·chas bonitas ... Pasó de largo por la puerta de los Ba-ños, y por fin fué a refugiarse en el paseo a oríllas delElba, que estaba solitario. Bajo un saúco que sobre·salia de una tapia halló una sombra amable; sentósetranquilamente y sacó una pipa que le regalara suamigo el pasante Paulmann. Ante su vista jugue.teaban las ondas doradas del Elba, detrás de las cua-Ics :evantábanse las torres esbeltas de Dresde en elfondo polvoriento del cielo, que cubria las verdespraderas tloridas y los verdes bosques; y en la pro-funda obscuridad erguianse las dentadas montañasnuncios del pais de Bohemia. Mirando fijamente antesí, ci cstudiante Anselmo sopló en el aire las nubesde humo, y su mal humor expresóse en alta voz, di-ciendo: ('i La verdad es que he nacido con mal sinolQue no haya sído nunca el niño de la suerte (1), quejamás é:cierte a pares o nones, que si se me cae el

(1) Llároase el niño de la suerte al qne le toca el haba que suelentene;' las tortas de Reyes que se comen el 6 de enero. El agraciado esnom'xado ;ey y elige una reina y un reino, etc.

10pan con manteca siempre sea del lado de la grasa ... ,de estas penas no quiero hablar; pero ¿no es un hadofunesto que cuando me he decidido a ser estudiantetenga que ser siempre un desdichado sostenido pormis padres? (I). Si estrenO un traje, es seguro que elprimer día me caerá una mancha o me engancharéen el primer clavo con que tropiece. Si saludo a unadama o a un consejero, no será sin que se me caigael sombrero o resbale en el suelo y me dé un golpe,provocando la risa de los presentes. ¿He llegado alcolegio alguna vez a tiempo? ¿De qué me ha servi-do salír de casa con media hora de anticipación ycolocarme delante de la puerta, con el libro en lamano, pensando penetrar al primer toque de campa-na, si el demonio me dejaba caer sobre la cabeza unajofaina o me hacía atropellar por uno que salía, me-tiéndome en un laberinto y echándolo todo a per-der? ¡Ayl, ¡ay! ¿Dónde estáis, sueños de felicidad,que yo, orgulloso, pensaba podrían conducirme a se-cretario particular? Mi mala estrella me ha indis-puesto con mis más valiosos protectores. Yo sé queel consejero intimo al que vengo recomendado nopuede aguantar los cabellos recortados; con gran tra-bajo colocó el peluquero una coleta en mi coronilla,pero a la primera reverencia se me cayó el adornodesdichado, y un perrillo juguetón que caracoleabaen derredor mío lo llevó muy contento a su amo.Asustado, me eché encima de él sobre la mesa de tra-bajo en que estaba almorzando el consejero, di al

(I) Kummellurke, el esludi:.n te Gue no sale de los alrededor •• desu pueblo y no vive independiente.

IItraste CO:l las tazas, los platos, el tintero ... , la salva-dera, que se rompieron, ensuciando los papeles detinta y de chocolate. ~iEs usted el demonio!», excla-mó furioso el consejero, y me arrojó de su presencia.¿De qué me sirve que el pasante Paulmann me hayaofrecido una plaza de escribiente si mi mala sombrame sigue a todas partes? Lo mismo que hoy ... Queríayo celebrar el dia de la Ascensión en debida forma.Hubiera podido, como los demás mortales, entraren los Baños y gritar: «¡Una botella de cerveza ... dela mejor ...~Podía haber permanecido allí dentro has-ta muy tarde, roder.do de muchachas bonitas y ele-gantes. Estoy seguro de que el alma me habría vuel-to al cuerpo, que hubiera sido otro hombre, y hastasi me hubieran preguntado «¿Es muy tarde?» o «¿Quétocan?", habría me levantado ligero, sin tirar el vasoni el banco, y adelantándome unos pasos hubiera di-cho: «Esta es la obertura de Donauweibchen (I J, oacaban de dar las seis.» ¿Podía alguien haberlo tomadoa mal? No, me parece a mí; las muchachas me hubie-ran mirado riendo burlonas, como suelen hacer, si seme hubiese ocurrido demostrar que yo también en·tendía algo de la vida del mundo y sabía conducirmecon las damas. Pero el demonio me lanzó contra elmaldito cesto de manzanas, y ahora tengo que habér-meIas en la soledad con mi pipa.,>

Aquí el estudiante Anselmo vió interrumpido sumonólogo por un ruido inesperado que salía de lahierba que le rodeaba, extendiéndose luego a las ra-

(I) Dus DOllau:wâbchen, una ópera llamada !3mbién Soal>:iu, oó-mi::orrom3ntka. de F. K~ucr, letr<i de K. F. Hensler.

12mas del saúco que sombreaba su cabeza. Parecíaunas veces el viento de la noche que movía las hojas;otras. el bullicíoso rumor de pajarillas en las ramasque agitasen inquietos las alas. Luego comenzó atintinear como si en las ramas colgasen campanillasde cristal. Anselmo escuchaba y escuchaba; de pron-to parecióle que el murmullo y el tintineo se conver-tían en palabras que decían: «A través ... o derecho ....entre las ramas ...• entre las flores ... , rodemos. dia·bleemos ...• hermanita ... ; hermanita. da vueltas a me-dia luz ... de prisa, de prisa .... arriba. abajo ... ; el sol dela tarde nos envía sus rayos ... ; el viento crepuscularrelresca ...• agita el rocío ... ; las flores cantan ... ; mova-mos las lengüecillas con las flores y las ramas ; lasestrellas brillan ... arriba, abajo. aquí, acullá ; ro-demos. diableemos. hermanita.»

y así continuó una charla incongruente. El estu-diante Anselmo pensó: «Este es el viento crepuscular,que hoy me hace comprender sus palabras.» Pero enel mismo momento sintió sobre su cabeza como tresnotas de campanillas de cristal. Miró para arriba yvió tres serpientes de un verde dorado enredadas en-tre las ramas y que alargaban sus cabezas para reciobir el sol poniente. Comenzaron de nuevo a oírse laspalabras sin sentido. y las serpientes se deslizabany se revolvían entre las ramas y las hojas. y al mo-verse con rapidez parecía que el saúco estaba inun-dado de esmeraldas que brillaban entre sus hojasobscuras. «Es el sol poniente que juguetea en el saú'ea». pens6 Anselmo. Pero volvi6 a oír las campanillas.y vi6 que una de las serpientes dirigíá la cabeza ha·

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cia él. Sintió como una conmOClOn eléctrica y co-menzó a temblar interiormente ... Miró hacia arribay observó un par de ojos azul obscuro que se fija-ban intensamente en él, sintiéndose entonces acome-tido de una sensación desconocida de felicidad y dedolor profundo que parecia querer hacerle sal tar elcorazón. y mientras lleno de ardientes deseos con-templaba los divinos ojos, resonó más tuerte, en ar-moniosos acordes, el ruido de las campanillas de cris-tal, y las centelleantes esmeraldas subian y bajabany le rodeaban de mil llamitas, jugueteando en de-rredor suyo con hilillos de oro. El saúco se movió ydijo: «Esta es mi sombra, mi aroma te embalsama;pero no me comprendes. Aroma es mi lenguaje cuan-do el amor lo inspira.,) El vientecillo sopló suave ydijo: «Arrullo tu sueño; pero no me comprendes. Cé-firo es mi lenguaje cuando el amor lo inspira.') Losrayos de sol rompieron las nubes, y la luz dijo: «Teinundo de oro abrasador; pero no me comprendes.Fuego es mi lenguaje cuando lo inspira el amor.')

y más más embebido en la mirada de los ojos de-liciosos, más ardientes fueron su anhelo y su deseo.Todo se conmovió como si lo despertase una vidaalegre: las !lores, los brotes le embalsamaban con SU

aroma, que asemejaba el cántico maravilloso de mi-llares de flautas, que arrastraba el eco por las doradasnubes crepusculares. Cuando desapareció tras los mon-tes el último rayo de sol y la noche tendió su mantosobre la tierra, una voz ronca y lejana exclamó: «¿Quéstgniflca ese ruido y ese murmul10 al1á arriba? ¡Viva,viva! ¿Quién me busca en el rayo tras los montes?

14Basta de ruido, basta de cánticos. ¡Viva. viva! Porlos matorrales y por las praderas ...• por las praderasy por los arroyos ... ¡Viva. viva! Abajo. abajo ...~

La voz desâpareci6 como el eco de un trueno leja-no; pero las campanillas de cristal se rompieron enuna disonancia cortante. Todo qued6 en silencio, yAnselmo vi6 a las tres serpientes que 'se arrastraban,estremeciéndose. por la hierba hacia el río, y se pre-cipitaron en el Elba. desapareciendo entre sus ondas.yen el sitio preciso elevóse un fuego crepitante quedesapareci6 luego poco a poco en direcci6n de laciudad.

SEGU~DA VELADA

De cómo el estudiante Anselmo fué tomado porborracho y por loco. -El paseo por el Elba.- Elaria del director de orquesta Graun.- El licor esto-macal de Conradi y la vendedora bronceada de

manzanas.

-Este señor no está en su juicio dijo una respe-table burguesa que, volviendo de paseo con su lami-lia, qued6se parada y con los brazos cruzados contem-plando los movimientos del estudiante Anselmo.

Habíase éste abrazado al tronco del saúco y gri-taba. dirigiéndose a las hojas y a las ramas:

-j Brillad y relucid otra vez, lindas serpientes deorol ¡Que yo oiga de nuevo las campanillas de cris-tall ¡Que me miren vuestros divinos ojos; si no, su-cumbiré de dolor y de angustial

y suspiraba y gemía profundamente y sacudía conimpaciencia el saúco, que, lejos de responderle, mo-vía sus hojas indherente y parecía como si se burlasede las ansias del estudiante.

-Elote señor no está en su juicio -repitió, la bue-na mujer.

y al oírlo pareci61e a Anselmo que le despertabanviolentamente de un sueño profundo o que le rocia-ban con agua helada para despabilarle. Vi6 claro

16dónde se encontraba y recordó que algo muy extrañole habia conmovido al punto de hacerle hablar solo.Confuso contempl6 a la mujer, y recogi6 del suelo elsombrero con intenci6n de huir. Mientras tanto el ma-rido habia llegado junto a su mujer, y después de dejarsobre la hierba al chiquillo que llevaba en brazos con-templaba con curiosidad y admiraci6n al estudianteAnselmo. Cogi6 la pipa y la tabaquera de éste, queestaban caidas, y dijo, <ó'.iargándoleambos objetos:

---No se apure el señor ni veje a la gente, que nole falta en nada, por haber trasegado un vaso demás ... Váyase derecho a su casa y échese 'a dormir.

El estudiante Anselmo avergonz6se mucho y lan-z6 un jay! quejumbroso.

-Vaya, vaya - continu6 el burgués -, sea razonable y no se apure, que no tiene nada de particularel tomar una copa de más el dia de la Ascensi6n; esole ocurre a cualquiera. Si me lo permite, voy a llenarmi pipa de su tabaco, pues el mío se ha acabado.

Esto dijo el buen burgués, a punto que el estudian·te iba a guardarse la pipa y la tabaquera; y sin otraceremonia limpi6 la suya y comenz6 tranquilamentea Ilenarla. Algunas muchachas habianse acercado en-tre tanto y cuchicheaban con la mujer, mirando aAnselmo, al que le parecía estar sobre aceradas yar-dientes espinas. En cuanto tuvo en su poder la pipay la tabaquera ech6 a correr sin decir una palabra.Todo lo que viera de maravilloso bajo el saúco ha-bía desaparecido, y s610 recordaba haber soñado todaclase de cosas extrañas, acometiéndole una especiede terror involuntario al recordarlo.· «Satanás se ha

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apoderado de ti», dijole el rector, y no le cabia dudade que estaba en lo cierto. Y tal pensamiento no erasoportable para un candidatus teologia! borracho eldia de la Ascensión.

Iba a internarse por la alameda del jardín deKosel (1), cuando oyó a su espalda una voz que de-cía: «Anselmo, Anselmo, ¿dónde demonios va ustedcon tan ta prisa?» El estudiante quedóse como clava-do en el suelo, pues estaba seguro de que le sucede-ría una nueva desgracia. Oyóse otra vez la voz: <,An-selmo, vuélvase y venga con nosotros a la orilla delrío.» D:óse en tances euen ta Anselmo de que quienle lIamab;¡, era su amigo Paulmann, cI pasante; diómedia vuelta, dirigiéndose hacia la orilla del Elba, yse encontró a su amigo con sus dos hijas y el regis-trador Heerbrand, que se disponian a tomar unabarca. Paulmann invitó al estudiante a que los acom-p:<ñara a dar un paseo por el río y a pasar la nochecon ellos. Anselmo aceptó encantado, pues creia deaquella manera poder escapar a todas las desdichasque le ocurrieran durante el día.

Cuando marchaban por el río vieron que en la ori-lla o,JUcsta, del lado del Antonschen Carten (2), es-taban quemando fuegos artificiales. Chisporrotean-do y crepitando volaban los cohetes por el espacio,lanzando en todas direcciones miJIares de estrellas,que iluminaban con sus destellos. El estudiante An-selmo iba meditabundo junto al barquero, y cuando

(1) En la ciudad nueva; antes, un jardín pnrticu~ary r,úblico entiompos do Hoffmann.

(2) Grupo de casas con jardin y c.nejos. en 10 parte vieja de la ciudad.HOFF"AIIN: CUENTOS -T. J. 2

18vió reflejarse en el agua los fuegos artificiales parecióleque las serpientes doradas salian del fondo. Todo loque viera bajo el saúco volvió a su imaginación, y denuevo sintióse acometido del inexplicable deseo y dela ansiedad que le produjeran un encanto doloroso.

-¿Estáis de nuevo en mi presencia, serpientes do-radas? Cantad, cantad. En vuestro canto aparecenlos ojos azules maravi1\osos ... ¿Estáis en ellondo delas aguas?--asi exclamaba el estudiante Anselmo altiempo que hacía ademán de querer arrojarse al agua.

-¡Es usted el demoniol-exclamó el barquero, co-giéndole por los faldones.

Las rr.uchachas que' estaban a su lado comenza-ron a gritar asustadas y se escaparon al lado opues-to de la barca. El registrador Heerbrand dijo algo aloído al pasante Paulmann, a lo que éste respondióen voz baja, llegando a Anselmo estas palabras: «Uncaso semejante ... sin notario.»

A los pocos momentos levantóse Paulmann, y congran seriedad se colocó junto al estudiante, le tomó'las manos y le dijo:

-¿Cómo va, Anselmo?Por poco pierde el conocimiento el estudiante, pues

en su interior sintió una comusión que inútilmentetrataba de calmar. Vió claramente que lo que habíatomado por el brillo de las serpientes no era otracosa que los fuegos artificiales del Antonschen Garten;pero sentía agitado su pecho por una sensación des-conocida, que no sabía si era dolor o alegría; y cuan·do el remero sacudió el agua con los remos y ésta sal-picaba como irritada, oyó una voz que decia: <'Ansel-

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mo ... , An ...• ¿no ves que estamos a tu lado? Miranoscomo a hermanitas ... Cree ...• cree ... en nosotras.» Yle pareció que en el reflejo veía tres rayas doradas.Pero cua'1do contemplaba atento el agua para ver silos lindos ojos le miraban desde el fondo, advirtió,dolorido. que lo que se reflejaba eran las ventanasilumínadas de las casas cercanas.

Permaneció en silencio y luchando en su interior;pero e: pasante Paulmann dijo:

- ¿Qué tal le va. Anselmo?-Muy desanimado - - respondió el estudiante-.

¡Ay. si usted supiera lo que he soñado mientras per-manecia a la som bra de un saúco j un to a las tapiasdel jardín de Linke. me perdonaría el que estuvie-ra tan distraído!

- Vaya. vaya. Anselmo; siempre le he tenido porun j oven sano. yeso de soñar ... con los ojos abiertosy luego querer arrojarse al agua ... , eso, perdóneme.no lo hacen mas que los necios o los locos.

E) estudiante quedóse confuso ante las duras pa-labras de su amigo; y la hija mayor de éste. Verónica,una muchacha de diez y seis años, muy bonita. dijoa su vez:

-Qt:erido padre. seguramente a nuestro amigo leha ocurrido algo extraño. y se ha dormido al pie delsaúco y se tigura que ha visto en realidad lo queha soñado.

Tomó entonces la palabra el registrador Heerbrand.diciendo:

. -Señorita, amigo mío: ¿no creen ustedes que sinllegar a dormirse se puede caer en un verdadero so-

20por? A mí me ocurre algunas veces después de to.mar el café quedarme en un estado casi inconscien-te, y sin ir más lejos ayer mismo me senti inspiradoy. vi ante mis ojos una sentencia latina.

-Querido registrador -repuso el pasan te -, us-ted siempre ha tenido cierta inclinación a la poesia,yeso predispone a lo fantástico y a lo novelesco.

El estudiante Anselmo comprendía demasiado quele consideraban como loco o borracho, y se dedicóen silencio a contemplar a Verónica, advirtiendo porprimera vez que tenía unos ojos azules preciosos, quele hicieran olvidar los que contemplara bajo el saúco.Olvidó casi totalmente la aventura pasada, sintién.dose alegre y satisfecho y llegando hasta ofrecer lamano a su defensora Verónica cuando bajaban de lalancha, dándole el brazo para conducirla a su casa,con tanta soltura que sólo se escurrió una vez y sal.picó de barro su vestido en uno de los mayores char-cos que encontraran en el camino.

No pasó inadvertido para el pasante Paulmann elcambio de Anselmo, y queriendo congraciarse conélie pidió perdón por las frases duras que le dirigie-ra, diciéndole:

-Sf, hay ejemplos de casos en que la tantasía seapodera de los individuos y llega a producir verda-deros trastornos; pero se trata de enfermedades, ypara aliviarlas empléanse las sanguijuelas, aplica-das, sa/va venia, atrás, como .\0 demuestra un sabiomuy conocido, ya dHun to (1).

(1) Christoph Friedrich Nicolai (t'733-18Î1), en su obra Beispieltiner arscheinung mehrereT ?hantasmen. 1799.

21El estudiante Anselmo no sabia si estaba loco, boo

rracho o enfermo; pero de todos modos parecíanleinútiles las sanguijuelas, pues los fantasmas habiandesaparecido por completo y se sentía cada vez mássereno y alegre, y trataba por todos los medios deinteresar a la linda Verónica.

Como de costumbre, hízose música al terminar lacomida; el estudiante hubo de sentarse al piano, yVerónica dejó oír su voz clara y bien timbrada. Elregistrador Heerbrand, al oírla, dijo:

- Señorita, tiene usted una voz que parece unacampanilla de cristal.

.-Eso no -repuso el estudiante sin darse cuenta yprovocando las miradas de todos -. Las campanillasde cris:al suenan de un modo maravilloso en el saúco-siguió el estudian te a media voz.

Verónica le puso la mano en el hombro y dijo:-¿Qué está usted diciendo, Anselmo?El pasante Paulmann miróle muy serio, y el re-

gistrador colocó un papel en el atril y se puso a cantarcon gran maestría un aria del maestro Graun (1l. Elestudiante Anselmo acompañó a otros varios y luegocontribuyó al regocijo general cantando con Verónicaun dúo compuesto por el mismo señor Paulmann.

Era ya tarde, y el registrador requirió el sombreroy el bastón para marcharse, cuando le abordó el pa-sante y le dijo:

(1) Karl Heinrich Graun (1701-59), cantant& de 6pe"a, nombradomaestro de capilla en Berlín d~spué~ del advenimien10 de- Federico elGrande. Compuso numerosas obras, llegando a. alcanzar gran renombreen ¡as du música rcli¡:iosa.

22--¿Quiere usted decirle a Anselmo algo respecte>

a lo que hemos hablado?-Con mil amores -repuso el registrador Heel.

brand, y comenzó, luego de sentarse en el círculo-.Hay aqui un hombre maravilloso que según dicenes muy versado en las ciencias ocultas; pero como alpresente hay poca ocasión de practicarlas, dedicasea anticuario, y tiene fama asimismo como químico.Me reliera al archivero Lindhorst. Vive, como ustedsabe, solo, en una casa vieja y apartada, y cuando suservicio no 10 reclama encuentrásele siempre en sudespacho o en su laboratorio, donde no permite anadie la entrada. Tiene, además de muchos librosraros, manuscritos árabes, captas, yen signos extra-ños que no pertenecen a ningún idioma conocido.Desea que le copien éstos, y para ello necesita unhombre que sepa hacer primores con la pluma y pue-da copiar con toda fidelidad y exactitud los signosque se hallan en el pergamino. Le hace trabajar enun" aposento especial de su casa; le paga, aparte lacomida, durante el tiempo que dure el trabajo, unducado diario, y un regalo si lo termina a su gusto.Las horas de trabaj o son de diez a seis. De tre.; a cua-tro se emplea en descansar y comer. Ya ha tenidodos o tres jóvenes que no le han satisfecho, y se hadirigido a mi para que le indique alguien que seabuen plumista. Yo he pensado en usted, querido An-selmo, pues sé que escribe a la perfección y que di-buja con la pluma. ¿Quiere usted ganarse el ducadodiario hasta que tenga otra colocación mejor, a másdel regalo prometido? Si quiere, moléstese en ir ma

23nana, a las doce en punto, a casa del archivero, cuyamorada de sobra conoce. Pero tenga cuidado con losborrones, porque si le cae alguno en la copia tendráusted que comenzarla de nuevo; pero si le cae en eloriginal podría muy bien el archivero arrojarle porla ventana, pues es un hombre violento.

El estudiante Anselmo aceptó encantado el en-cargo del registrador, pues no solamente era una no-tabilidad con la pluma en la mano, sino que su ver-dadera pasión consistía en hacer primores caligráfi.cos. Dió las gracias a sus protectores en los términosmás có.lurosos y les prometió no faltar a la cita aldía siguienta a las doce.

Durante la noche Anselmo no vió mas que blan-cos ducados y oyó su tintineo armonioso. ¿Quién po-drá censurar que un desgraciado tan perseguido porel infortunio com:iderase como una bendición la ideadel dinero que iba a ganar? Muy de mañana buscósus lapiceros, sus plumas de ave y la tinta china,pues pensaba que el archivero no tendría mejoresmateriales. Ante todo reunió y ordenó sus muestrascaligráficas y sus dibujos, para presentarlos al archi-vero como prueba de su habilidad si así lo deseaba.Todo marchó perfectamente al principio, como siluciera para él una buena estrella: la corbata le salióbien a la primera intentona, y no se le hizo ningúnpunto en la media, como solía ocurrirle; no se le cayóel sombrero, y a las once y media en punto estabael buen Anselmo, con su casaca gris y su pantalónnegro, con un rollo de papeles bajo el brazo y unacolección de dibujos a pluma en el bolsillo, en la

24Schlossgasse, en la tienda de Conradi (1), Y se to-maba un vaso del mejor licor estomacal, pues, segúnpensaba, en SUs bolsillos, vacíos aún, no tardaría enhaber un ducado.

Sin advertir la gran distancia que recorriera hastala callejuela en que se encontraba la casa del archi-vero, el estudiante Anselmo hallóse ante la puerta alas doce en punto. Al llegar dirigió la mirada al grue-so llamador de bronce; pero cuando al sonar la últi-ma campanada en el reloj de la iglesia próxima sedisponía a cogerlo para llamar encontróse con que elrostro metálico le dirigía una mirada aviesa al tiem-po que una sonrisa asquerosa. ¡Era el rastro de lavendedora de manzanas de la Puerta Negral Losdientes afilados castañeteaban en la boca flácida, yal castañetear decían: «¡Estúpido ... , estúpido ... , estú-pido ... , espera un poco, espera! ¿Por qué has salido,estúpidQ?) Asustado, el estudiante se hizo atrás; qui-so coger la jamba de la puerta; pero su mano se aga-rró al cordón de la campanilla, que sonó repetidasveces de un modo extraño, y en toda la casa el ecorepetía: (,¡Pronto caerás en cristall» El estudiante sino,ti6se acometido de un terror que le produjo el fríode la Hebre. El cord6n de la campanilla se inclinóhacia abajo, convirtiéndose en una serpiente blancay transparente que le rodeaba y le oprimia cada vezmás .fuerte en sus contorsiones, hasta que los miem-bros tiernos, triturados, rompiéronse en pedazos, yde sus venas brotó la sangre, penetrando en el euer-

(1) Conradi es 01 nombre de un tabernero muy conocido en Dresde,QUO ahora está en la Seestrasse.

25po transparente de la serpiente y poniéndole a él rojo.~IMátame, mátame!», quería gritar en su terror; perosólo conseguia articular un sonido ronco. La serpien-te levantó la cabeza y dirigió su lengua afilada des-de la tierra al pecho de Anselmo, y entonces sintióun dolor agudísimo en el pulso y perdió el conoci-miento. Cuando volvió en si estaba en una camitamodesta, y a su lado el pasante Paulmann, que ledecía:

--Por amor de Dios, querido Anselmo, ¿qué extra-vagancias son esas?

TERCERA VEI.ADA

Noticias sobre la familia del archivero Lindhorst.-Los ojos azules de Verónica. - El registrador

Heerbrand.

- El espíritu miró fuera del agua, que se conmo-víó y saltó en ondas espumosas; éstas se precipitaronen el abismo, cuyas fauces negras se abrieron ansiosasde engullirlas. Como vencedor triunfante elevó sucabeza coronada de picachos la roqueda de granito,protegiendo al valle hasta que el sol le acogió en suseno maternal, rodeãndolo con sus rayos como bra-zos ardientes y calentándolo e iluminándolo. Enton-ces despertaron miles de gérmenes que dormían bajola arena un sueño profundo, y estiraron sus hojillasy sus tallos para saludar a su madre, y como nifiosalegres que juguetean en una pradera asomaron susbotones, que se abrieron al fin, acariciados por lamadre y coloreados por miles de matices a cual mãslindos. En el centro del valle irguióse una colina ne-gra que se agitaba como el pecho del hombre cuandole conmueven las malas pasiones. Del abismo subianlas emanaciones, y reuniéndose en masas enormesesforzábanse en ocultar el rastro de la madre; peroentonces estalló la tormenta y las alejó de allí, ycuando el rayo límpido volvió a iluminar 'Ia colina

28negra brotó una azucena roja, la cual abrió sus hojascomo labios que fueran a recibir el beso de la ma-dre. En el valle apareció una lucecilla brillante: erael j oven Fósforo, y al verla, la azucena exclamó llenade ansiedad; <<Sémío para siempre, hermoso joven.Te amo y moriría si me abandonases.\> El joven res-pondió: ~Seré tuyo, linda flor; pero tendrás que aban-donar a tu padre y a tu madre como un hijo bastar-do; no volverás a ver a tus camaradas; querrás sermás grande y más fuerte que todo lo que ahora tealegra y regocija. El anhelo que llena tu ser te servi-rá de tormento y martirio, pues el pecado dará ori-gen a otros pecados, y la alegria grande que enciendela chispa que yo vierto en ti es el dolor sin esperanza,en el que te sumirás para renacer en una forma ex-traña. ¡Esta chispa es el pensamiento!» <lIAy!-excla-mó la azucena-o ¿No podré ser tuya en el ardor queme abrasa? ¿Puedo amarte más aÚn y puedo contem-plarte si tú me aniquilas?» Besó al Fósloro, y comopenetrada de su luz, vi6se rodeada de llamas, de lasque salió un ser nuevo, que no tard6 mucho en re-volotear por el valle, sin preocuparse de los cama-radas jóvenes ni del joven amante. Este se lamenta-ba por su amor perdido, pues continuaba amandoa la azucena en el valle solitario, y las rocas de grani-to inclinaban sus cabezas tomando parte en los la-mentos del joven. Una de ellas abrió su seno, y deél salió un dragón de negras alas que dijo: <lMisher-manos los metales duermen ahí dentro; pero yo es-toy alegre y despierto y quiero ayudarte. Subiendoy bajando atrapó el dragón al ser extraño nacido

29de la azucena, lo llevó a la colina y lo rodeó con susalas; volvió a ser la azucena; pero el pensamientoJe destrozaba por dentro, y el amor por el joven F6s-toro era U:J. lamento cortante, ante. el cual, con elaliento emponzoñado, se marchitaban las florecillasque antes alegraban su vista. El joven Fósforo se pusouna armadura brillante que relucía con mil colores yluchó con el drag6n, que con sus alas negras chocócantril la armadura, haciéndola resonar, y entonceslas florecillas volvieron a la vida y rodearon al dra-gón Gamo pájaros maravillosos, haciéndole perderfuerzas y ocultarse en el fondo de la tierra vencido.La azucena estaba libre; el joven Fósforo la abrazócon amor c~lestial, y las flores y los pájaros y hastalas mismas rocas de granito cantaron un himno dealegría, proclamándola reina del valle.

-Señor archivero - dijo el registrador Heer-brand-, eso es completamente oriental, y ahora de-seamos que nos cuente algo, como ha hecho otrasveces, de su vida, de sus viajes, algo que sea verdad.

-Lo que acabo de contarles-respondió cl archi-vero Lindhorst -es de lo más veridico que puedo rc-ferirlcs de mi vida, pues yo procedo de ese vallc, y laazucena que reinó en él era mi tatarabuela en no séqué grado, por lo cual yo también soy príncipe.

Todos se echaron a reír ruidosamente.-Bueno, ríanse ustedes cuanto quieran -siguió el

archivero -. Pueden tomar por insensato todo lo queacabo de contarles, pero no por eso dejará de serrigurosamente cierto. De haber sabido que la histo-ria de amor a la que debo mi nacimiento les agra-

30daba tan poco, les habría contado algo nuevo queme ha referido mi hermano.

-Cómo, ¿tiene usted un hermano? ¿Dónde está?¿Dónde vive? ¿Sirve también al rey o es algún sabioindependiente? -le preguntaban todos.

-No -repuso el archivero, tomando un polvo derapé con suma tranquilidad --.; se colocó en la partemala y está bajo el dominio del dragón.

-¿Bajo el dominio de] dragón? -oy6se como uneco por todas partes.

-Si, bajo e] dominio de] dragón-continuó e] ar-chivero Lindhorst, en realidad en la desesperación-.Ustedes saben, señores míos, que mi padre murióhace poco tiempo, hace unos trescientos ochenta ycinco años, por lo cual aun llevo luto. Yo era su pre-ferido, y me dejó un 6nice que también quería poseermi hermano. Nos peleamos delante de] cadáver deuna manera muy poco cortés, hasta que e] difuntoperdió ]a paciencia, se levantó y arrojó por las es-caleras al hermano malo. Tocóle a mi hermano, yfué a parar a los dominios de] dragón. Ahora estáen un bosque de cipreses cerca de Túnez, donde tie-ne a su cargo el cuidado de un renombrado carbun-clo místico, el cual es buscado por un demonio de ni-gromante que tiene su residencia de verano en La-ponia, y s610 puede aprovechar para venir a verme e]cuarto de hora que el nigromante se dedica a cuidarde sus salamandras, aprovechando esos momentospara contarme a toda prisa ]0 que ocurre de nuevoen las fuentes del Nilo.

Por segunda vez los presentes echáronse a reír;

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pero el es;udiante Anselmo comenzó a sentirse in-quieto y apenas se atrevía a mirar a los ojos gravesdel archivero sin que ]e invadiera cierto malestarinterior. La voz del archivero Lindhorst tenia algometálico e impresionante que le hacia estremecersehasta ]a medula de los huesos. El objeto que impulsóa] registrador Heerbrand a Ilevarle consigo al caféno parecía fácil de alcanzar por aquel día.

Después de lo que le ocurriera al estudiante Ansel·mo a la puerta del archivero no se atrevió a intentarla visita por segunda vez, pues tenía el convenci.miento de que sólo la casualidad le libró, si no de ]amuerte, por lo menos de un gran peligro. El pasantePaulmann acertó a pasar por aquella calle cuando élyacía sin sentido delante de la puerta de la casa delarchivero, y a su lado una vieja que para atenderlehabia dejado un cesto lleno de bollos y manzanas.El señor Paulmann había requerido una camilla ylo hizo trasladar a su casa. (,Pueden creer ]0 que quie.ran de mí -decíase el estudiante Anselmo -, puedentomarme por loco o por ... ]0 que quieran; pero yo es·toy soguro de que en el llamador de ]a puerta mehacia guiños la maldita cara de la bruja de la Puer.ta Negra. De lo que sucedió después más quiero nohablar; pero si yo llego a recobrar el conocimiento yveo a mi lado a la vendedora de manzanas, que nootra era la vieja que estaba j un to a mi, estoy segurode que me da un ataque o me vuelvo ]oco.»

Ni las reflexiones de] pasan te Paulmann, ni losdiscursos de] registrador Heerbrand, ni los de Veró-nica, accmoañados de Jas miradas de sus ojos azules,

32lograron sacarle del ensimismamiento en que cayó. Loconsideraron enfermo mentalmente y comenzaron apensar en un medio de distraerle, decidiendo el re-gistrador Heerbrand que nada más a propósito que laocupación de copiar los manuscritos del archivero.Pensaron, en consecuencia, en el modo de ponerlos encomunkación, y como quiera que el registrador su-piese que el archivero acudia casi todas las noches acierto café, invitó al estudiante Anselmo a frecuentarel tal caté a costa suya, y tomar una cerveza y fu-marse una pipa hasta que se presentase ocasión de co-nocer al archivero y tratar del asunto de las copias,a lo cual el estudiante accedió de buen grado.

-Merecerá usted bien de la posteridad si consi-gue usted volver a la razón al pobre joven, amigoHeerbrand -dijo el pasante Paulmann.

-Sí, es verdad --confirmó Verónica, elevando suslindos ojos al cielo con expresión piadosa y pensan-do que el estudiante Anselmo era un joven muy sim-pático aunque estuviera trastornado.

En el momento en que el archivero Lindhorst sedisponía a salir, armado de bastón y sombrero, elregistrador tomó a Anselmo de la mano, y cortandoel paso al archivero, le dijo:

-Estimado señor archivero: aqui tiene usted alestudiante Anselmo, que es una notabilidad en tra-bajos de pluma y quier.e copiar sus manuscritos.

-Me alegro extraordinariamente-respondió el ar-chivero Lindhorst, apresurado.

Se puso el sombrero de tres picos, y apartando alregistrador y a Anselmo echó a correr escalera aba-

33jo, qucdánc;osc los otros parados y mirando a la puer-ta, que el primero cerró de un portazo, haciendo re-chinar los goznes.

-Es un viejo extraordinario -dijo el registrador.-Un viejo extraordinario -repitió Anselmo, sin-

tiendo como si le corriera por las venas una corrien-te de agua helada capaz de convertirle en estatua demármol.

Todos los concurrentes al café se echaron a reir, ydi¡eron:

-El arc~ivero estaba hoy de humor; mañana se-guramente estará tranquilo y no hablará una pala-bra, sino que se pasará las horas mirando las volu-tas de humo de su pipa o leyendo periódicos; no hayque hacerlc caso.

(,Es verdad ·pensaba el estudiante Anselmo - , nohay motivo para preocuparse. ¿No ha dicho el archi-vero que se alegraba mucho de que yo quisiera co-piar sus manuscritos? Pero ¿por qué ha cerrado elpaso al re~istrador cuando ha visto que se dirigia asu casa? El archivero es en el fondo uua buena per-sona y generoso en extremo ... pero un poco extrañoen sUSdiscursos. En todo caso, ¿a mí qué me importa?Mañana a las doce en punto me presentaré en sn casa,a pesar de todas las brujas de bronce.

HO>fMANN: CUENTOS.-T. I. J

CUARTA VEl,ADA

MelancolIa del estudiante Anselmo. - El espejo deesmeraldas. - De cómo el archivero Lindhorst volócomo un milano y el estudiante Anselmo no en-

contró a nadie.

Tengo que preguntarte, amable lector, si en tuvida no has tenido horas y días y semanas en loscuales se te ha presentado todo lo hecho a diariocomo un verdadero tormento y en los que todo loque has considerado como digno de tu esluerzo te pa-rece estúpido y sin objeto. En esos momentos nosabes qué hacer ni a dónde dirigirte; en tu pecho es-c6ndese el sentimiento de que en alguna parte yalguna vez habrá ocasión de llenar cumplidamentetodos tus deseos, que el espíritu, como un niño te-meroso, no se atreve a formular; yen este anhelo porlo desconocido, algo que flota por dondequiera quevayas y dondequiera que estés se te aparece como unsueño en el que figuran seres translúcidos que te ha-cen enmudecer para todo lo que aqui te rodea. Diri-ges tu mirada turbada en derredor como un amantesin esperanza, y todo 10 que los hombres hacen enabigarrado revoltijo te produce dolor y nunca alegría,como si no pertenecieses a este mundo. Si te ha ocu-rrido alguna vez esto, querido lector, conoces por ex-

36periencia propia el estado del estudiante Anselmo. Loque más deseo es haber conseguido pintarle con colo-res vivos ante tus ojos, pues en realidad en las vigiliasque he dedicado a escribir su historia peregrina heprocurado hacerlo con toda exactitud, relatando lomaravilloso como si fuera un cuento de aparecidos,al punto que hay momentos en que temo que no creasni en el estudiante Anselmo ni en el archivero Lind-horst, y que hasta llegues a ó.udar de la existenciadel pasante "Paulmann y del registrador Heerbrand,o por lo menos pasen inadvertidos para ti estos es-timables señores, que aun se pasean por Dresde. In-tenta, estimado lector, penetrar en el mundo de lashadas, lleno de maravillas qUe{provocan las grandesalegrias y los grandes terrores, donde las diosas le-vantan sus velos para que podamos contemplar susrostros; pero una sonrisa de incredulidad asoma a to-dos 10s.Iabios, la burla con que se acoge siempre todolo fabuloso, como los cuentos de las madres a sushijos pequeños. Bien; pues en este reino, que por lomenos en sueños se nos abre algunas veces, trata depenetrar, querido lector, y de reconocer las figurastal y como las ves en la vida diaria. Entonces creerásque el tal reino está más cerca de ti de lo que tefigurabas; esto lo deseo con todo mi corazón, paraque te puedas hacer más cargo de la historia del es-tudiante Anselmo.

Como ya hemos dicho, el estudiante Anselmo, des-de la noche en que vió al archivero Lindhorst, cayóen una apatía somnolienta que le hacía insensible atodas las emociones de la vida corriente. Sentía en

37su interior algo desconocido que le conmovía y leproducía una especie de dolor agradable, que es laconsecuencia del anhelo que a los hombres prometeotro ser más alto. Donde se encontraba más a gustoera en ~as praderas yen los bosques, en los que podíaa sus anchas contemplar la Naturaleza y la vida ysumirs{~ en reflexiones interiores. Y ocurríó que vol-viendo un día de un largo paseo acertó a pasar pordelante de aquel saúco donde fué acometido por lashadas y vió cosas tan raras; sintióse atraído por laalfombra verde del césped, y apenas se había senta-do cuando todo lo que un día contemplara como enéxtasis, y cuyo recuerdo conservaba en el fondo desu alma, volvió a aparecérsele como si lo viera porsegunda ve'/.. Y aun más claro que entonces vió losojos azules de las serpientes doradas que en el centrodel saÚco se erguían, y las campanillas de cristal quebrotaban de su contorno, lIenándole de encanto y ale-gría. Lo mismo que el día de la Ascensión, abrazóseal saÚco, y dirigiéndose a las ramas y a las hojas ex-clamó: «Deslízate e inclínate, serpiente dorada, enlas ramas para que yo pueda contemplarte. Mírameuna vez más con tus divinos ojos. Te amo y moriré depena y de dolor si no vuelves.)} Todo quedó en silen-cio, y, como entonces, el saúco sacudió sus ramas yagitó sus hojas. Pero el estudiante Anselmo compren-dió lo que le inquietaba y conmovía, y que no eraotra cosa que el dolor de un anhelo sin fin. (,Estoyseguro-dijo -de que te amo con toda mi alma yhasta la muerte, deliciosa serpiente verde; sin ti nopuedo vivir, y pereceré miserablemente si no te veo,

38si no te tengo junto a mi como la amada de mi cara·z6n ... ; pero ya sé que eres mía y que ha de llegar undía en que vea realizados mis deseos de otro mundo.»

El estudiante Anselmo iba todas las tardes, cuan·do el sol se mtraba por entre los árboles, a colocarsebajo el saúco y dirigía sus endechas amorosas a lashojas ya las ramas, pensando que llegarían a la ser-piente. Una vez que repetía las mismas quejas apa·reci6sele de repente uñ hombre seco, envuelto enuna vestidura gris claro, y le dijo, mirándole conajas de fuego:

-¿Qué te p~sa y por qué te lamentas? jAh!. eresel estudiante que quiere copiar mis manuscritos.

El estudiante asustóse no poco ante la voz esten·t6rea, que era la misma que le dirigiera la palabrael día de la Ascensión. De asombro y miedo no pudoarticular palabra.

-Vamos a ver, Anselmo -continuó el archiveroLindhorst, que no otro era el hombre de la vestidu.ra gris -. ¿Qué quiere usted del saúèo y por qué noha ido usted a mi casa a principiar el trabajo?

Ciertamente el estudiante Anselmo no se habíavuelto a ocupar de ir a casa del archivero; pero ahora,vuelto en sí de SU agradable sueño por la misma vozque en otra ocasión le robara a su amada, sintióseacometido de una especie de desesperación y comenzóa decir:

-Señor archivero, puede usted tomarme por locoo por lo que quiera, me es igual; pero aquí, bajo estesaúco, contemplé por primera vez el día de la As-censión 3 la serpiente dorada y verde ... , la amada de

39mi corazón. y me habló con voz de cristal, y usted ...•señor archivero. la llam6 gritando desde el agua.

-¿C6mo es eso. amigo mio? -interrumpi6le el ar-chivero sonriendo. mientras tomaba un polvo de rapé.

El estudiante Anselmo sinti6 que su coraz6n S6

libraha de un peso al poder explicarse sobre aquellaaventura extraordinaria, y le pareci6 una gran cosael achacar al archivero la culpa de haberJe interrum-pido con su voz. que tronó a distancia. Recogi6se ycomenz6 su relato.

-Voy a contarle todo lo que me ocurri6 el dia dela Ascensión, y después puede decirme y hacer y.sobre todo. pensar lo que quiera de mí.

Cont6le punto por punto todos los sucesos, desdeel desgraciado tropez6n con la cesta de manzanashasta la huida por el agua de las tres serpientes do-rada¡; y verdes. y dijole que la gente le habia tomadopor loco o por borracho.

-Todo lo que le he dicho -termin6 el estudiante-lo ho visto realmente, y en el tondo de mi corazónconservo el recuerdo de las adorables voces que mehablaron; no fué en modo alguno un sueño, y parano morir me de ansiedad y de amor tengo que creeren las serpientes doradas, a pesar de que en su risa,señor archivero, comprendo que usted también tomaa las tales serpientes como una imagen de mi mentecalenturienta.

- No lo crea usted -repuso el archivero con grantranquilidad y calma -. Las serpientes doradas queusted, Anselmo. vi6 en el saúco eran mis tres hijas,y es U'1a cosa perfectamente clara que se enamor6

40usted de la mãs joven, que se llama Serpentina. Yalo sabia yo desde el día de la Ascensi6n, y como es-taba trabajando y me molestara el ruído y el estré-pito, llamé a las locuelas para que se fueran a casa,pues el sol se había puesto y ya le habían tomadoy cantado bastante.

Al estudiante Anselmo le pareció que le decíanalgo que esperaba hacía mucho tiempo, y que el saú-co, las tapias y la hierba se movían en derredor suyo.Quiso decir algunas palabras, pero el archivero nole dej6 hablar, sino que quitándose un guante y mos-trando a Anselmo la piedra de una sortija que brillabacon destellos de fuego, dijo:

-Mire aquí, querido Anselmo.; seguramente ten-drá una alegria con 10 que vea.

El estudiante mir6 a ia piedr;¡, y, ¡oh maravilla!,ésta se abrió como un gran foco, lanzando rayos enderredor, y los rayos se convirtieron en un espejo decristal, en el que haciendo mil piruetas, ora huyendounas de otras, ora entrelazándose, las tres serpientessaltaban y bailaban. Y cuando se tocaban, los cuer-pos esbeltos entrechocaban, lanzando chispas brillan-tes, sonaban los acordes de campanillas de crístal,y la que estaba en medio alargaba la cabeza fueradel espejo y los ojos azul obscuro decian: «¿Me cono-ces? ... ¿Crees en mí, Anselmo? ... En la confianzaestã el amor ... ¿Sabes amar?,>

-¡Oh Serpentina, Serpentina! -exclamó el estu-diante, loco de entusiasmo.

Pero el archivero Lindhorst echó el aliento en elespejo, y con la rapidez del rayo desapareció el foco

41y s610 o_ued6 en su mano una pequeña esmeralda,sobre la que se puso el guante.

·-¿Ha visto usted a las serpientes doradas, amigoAnselmo?·· pregunt6 el archivero.

--¡Ah!, sí -respondió el estudiante -, y a la ado-rable Serpentina.

·-Bueno --continuó el archívero-, basta por hoy.Además, si está usted decidido a trabajar conmigo,podrá Usted ver a mis hijas con frecuencia, es decir, lerecompensaré a Usted con este placer si trabaja bien;esto es, si copia con fidelidad y limpieza todos los sig-nos. Pero usted no ha ido a mi casa, a pesar de queel re¡;istrador Heerbrand me aseguró que iría en se-guida, y le he estado esperando inútilmente varios dias.

En cuanto el archivero nombró a Heerbrand pa-recióle a Anselmo que volvia a haIlarse sobre el sue-lo y que en realidad era el estudiante que estabadelante del archivero Lindhorst. El tono indiferenteen que hctblaba éste, contrastando con las aparicio-nes mara~illosas que provocara, como verdadero ni-gramar. te, tenía algo siniestro, aumen tado aún porlas miradas penetrantes que salían de las órbitashuecas dû aquel rostro arrugado y huesudo, y el es-tudiante sintióse acometido de la misma sensaciónde inquietud que le acometiera en el café la nocheen que oyÓ al archivero relatar aquellas aventurasextraordinarias. Con mucho trabajo logró rehacer-se, y cua,do el archivero le preguntó de nuevo ('¿Porqué no ha ido usted a casar,), decidióse a contarIetodo 10 que le había ocurrido el ~:líaque estuvo lla-mande a su puerta.

42-Querido Anselmo -dijo el archivero cuando el

estudiante terminó su relato --, querido Anselmo: co-nozco perfectamente a la vendedora de manzanasde que usted cree hablar; es una criatura fatal queme juega toda clase de malas pasadas y que se hahecho broncear, para asustar a todas las visitas agra-dables, en forma de llamador, 10 cual ya me va resul-tando insoportable. Si usted quiere, mañana cuan-do vaya a casa y se le represente el rostro repugnan-te de la dichosa mujer échele unas gotas de este licoren las mismas narices y en seguida desaparecerá.y ahora, adiós, querido Anselmo, voy algo de prisa;por eso no le quiero molestar díciéndole que me acom·pañe a volver a la ciudad. Adiós y hasta la vista; ma-ñana a las doce.

El archivero entregó a Anselmo un frasquito conun liquido amarillo y salió corriendo tan de prisa,que en la obscuridad sobrevenida entre tanto másbien parecía volar que andar. A poco estaba juntoal jardín&de Kosel; entonces el viento abrió los doslados del manto, de modo que flotaron en el aire unpar de alas gigantescas, y el estudiante, que lleno deasombro miraba al archivero, creyó distinguir ungran pájaro preparándose a levantar el vuelo. Esta-ba Anselmo mirando a la obscuridad cuando se le-vantó con gran estrépito un milano blancuzco, ycomprendió que el aletea que él supusiera procediadel archivero debla de ser de aquel milano, auncuando no se daba cuenta de cómo desapareció elarchivero. (,Probablemente será el mismo archive-ro el que vuela--dijo para sí Anselmo-, pues ahora

43advierto que todas las maravillas que he visto, su·poniendo que pertenecían a un mundo extraño yque tomaba por sueños, tienen vida verdadera yjuegan conmigo ... ; pero sean lo que quieran, tú vi·ves y alientas en mi pecho, adorada Serpentina; sólotú puedes calmar la ansiedad que me destroza elcorazón ... ¡Cuándo podré contemplar tus divinos ojos,querida mía") Así suspiraba el estudíante Anselmo enalta voz. «Qué nombre más raro y más poco cristia·no>},dijo una voz de bajo junto a él, que resultó serde un individuo que pasaba por allí. El estudiantese acordó a tiempo de dónde estaba y se apresuróa salir de aquellos contornos, pensando para sus aden·tros: Il La verdad que sería una verdadera desgraciael que ahora me encontrase con el pasante Paulmanno con el registrador Heerbrand.» Pero no se encontróa ninguno de los dos.

QUIN1'A VELADA

La consejera. - (,Cicero de officiis». - Macacos yotras alimañas. - La vieja Elisa. - El equinoccio.

-No es posible hacer carrera de Anselmodecíael pasante Paulmann un día-; todos mis esfuerzosy mis esperanzas son infructuosos; no se quiere apli-car a nada, a pesar de que ha hecho estudios brillan-tes, que son base suficiente para todo.

El registlador Heerbrand respondió, riendo sutily misteriosamente:

-Déjele espacio y tiempo. mi buen amigo. An-selmo es un sujeto curioso y hay en él madera paramuchas cosas; quiero decir que ]0 hemos de ver se-cretario de Estado o consejero_

-¿Consejero?·-dijo el pasante Paulmann sin aca-bar casi de articular la palabra por el asombro.

-Poco a poco-continuó el registrador-o Yo sélo que sé. Ya hace unos días que va a casa del archi-vero Lindhorst, y trabaja en las copias, y este se-ñor me ha dicho anoche en el caté: ~Me ha reco-mendado usted un hombre de mérito, que llegaráa algo.» Y si tiene usted en cuenta las relaciones delarchivero ... ya veremos lo que pasa dentro de unosaños.

Dichas estas palabras, el registrador se march6

46con sU risita misteriosa, dejando al pasante, Heno decuriosidad y de asombro, mudo en su silla.

Sobre Verónica la conversación hizo un gran efec-to. <,¿Nohe creído yo siempre -pensaba --que el es-tudiante Anselmo era un joven muy listo y agrada-ble del que se puede esperar algo grande? ¡Si yo es-tuviera segura de si me gusta en realidad! Aquellanoche del paseo por el Elba me apretó dos veces lamano; y luego, mientras cantábamos el dúo me di-rigió unas miradas extrañas que penetraban hastael corazón. Sí, sí..., me gusta ... , y yo ... ') Verónica serepresentó, como suelen hacerla muchas jóvenes, losdulces sueños de un futuro agradable: era la seña·ra del consejero; vivía en una casa espléndida en lacalle principal, o en la plaza Nueva, o en la Moritz-strasse ... Los sombreros de última moda y los chalesturcos le sentaban a maravilla ... Desayunaba en unelegante negligé en sU gabinete, dando órdenes a lacocinera para el servicio del día: <,Pero cuidado conechar a perder la terrina, que es el plato favorito delseñor consejero.') Los elegantes que pasaban mirá-bania a hurtadi\1as, y a sus oídos \legaban palabrascomo éstas; «¡Qué mujer más admirable es la conse-jera! ¡Qué bien le sienta la cofia de encajé) La con-sejera X enviaba su criado a preguntar si la señoraconsejera quería ir con ella a los baños de Linke. «Losiento muchísimo; pero ya estoy comprometida paratomar el te con la presidenta T.» El consejero Ansel-mo volvia temprano de sus quehaceres; iba vestidode última moda. (,¡Yalas diezh, decía al air el reloj derepetición, que daba la hora; y besando a su mujer-

47cita: (,¿Qué tal te va, mujercita? Mira lo que te traigo.')y sacaba una cajita en la que guardaba un par de pen-dientes de un trabajo modernisimo, que ella se poniaen seguida en lugar de los que lIevaba, ya usados.

-¡Qué lindos pendientes! -exclamó Verónica enalta voz y levantándose de un salto de la silIa en queestaba cosiendo, dejando caer la labor, para colocar-se ante el espejo, como si realmente tuviese puestoslos pendientes.

-¿Qué es eso?-pregunt6 su padre, que absortoen la obra Cicero de officiis por poco se le cae el librade las manos -. ¿Tenemos también ataques comoAnselmo?

En aquel momento entr6 en la habitación el estu-diante, que, contra su costumbre, hacía varios diasque no parecia por alIí, con gran asombro de Veró-nica y no menos susto por el cambio que se operaraen él. Con gran aplomo, cosa no habitual en él, hablóde la nueva tendencia de su vida, del brillante por-venir que se le abría y que muchos ni siquiera po-dían presumir.

El pasante Paulmann, recordando las palabras delreg-istrador sintióse aún más confuso, y apenas sipudo articular una sílaba cuando el estudiante, des-pués de decir que tenía mucho trabajo y muy urgen-te en casa del archivero y de besar la mano a Veró·nica de una manera muy elegante, salió de alIi. (,Asísería el consejero"'pens6 Verónica-; y me ha be'sada :a mano sin resbalar ni pisarme, como suele ha·cerIa. Me ha dirigido una mirada tan dulce ... Decidi-damente, me gusta.~

48Verónica ensimismóse de nuevo en sus sueños, en

los que siempre creia ver una figura enemiga mezcla-da con las apariciones agradables que le hacian ima-ginarse ya consejera y en su cas:3. La figura reia bur-lona y decía: «Todo lo que piensas es una tonteria yun puro engaño, pues Anselmo /la será nunca conse-jero ni tu marido; no te ama. a pesar de tus ojos azu-les y de que eres esbelta y de que tienes las manosbonitas.~ Sintió Verónica como sí le echaran un jarrode agua helada. y el terror substituyó a la satisfac-ción con que pensara·en la eolia de encaje y en lospendientes. Las lágrimas asomaron a sus ojos y enalta voz dijo:

-Es verdad, no me quiere. y nunca seré consejera.--Romanticismo, romanticismo -exclamó el pa-

sante Paulmann.y cogiendo el bastón y el sombrero se marchó

de alii.-Eso me faltaba -suspiró Verónica, enfadándo-

se con sU hermanilla de doce años. que, indiferente,estaba sentada delante de su bastidor bordando.

Eran casi las tres y tiempo ya de arreglar la habi-tación y de preparar el café, pues las señoritas deOster habian anunciado su visita. Detrás de cadaarmaria que Verónica movía, detrás de los libras decubierta roja que estaban sobre el piano, detrás detodas las tazas, detrás de la cafetera que tomara delarmario, apareciasele la misma figura, como un duen-de, riéndose burlonamente, castañeteando los dedosy gritando: (,¡No será tu marido, no será tu mari-dol~ Y después, cuando todo estuvo en su sitio y

49Veróni::a en medio de! cuarto, la vió aparecer conunas narices muy largas detrás de la estufa y repi-tiendo la rrasecita: <,¡Noserá tu marido!>}

--¿No oyes nada, no ves nada, hermana? -excla-mó Verónica, que no se atrevia a moverse, temblan-do de :niedo.

Francisca se levantó muy tranquila de su bastidory dijo:

-¿Qué te pasa hoy, hermana? Todo lo revuelvesy estás haciendo un ruido atroz; voy a ayudar te.

En seguida entraron las amigas muy alegres, y enel mismo momento comprendió Verónica que habiatomado la tapa de la estUla po~ una figura y el chi-rrido de la puerta mal cerrada por las palabras odio-sas. Descompuesta por e! miedo, no se pudo rehacertan pronto que sus amigas no notasen su tensión yla pa1i¿ez de su rostro descompuesto. Cuando hubie-ron mencionado todas las cosas alegres que teníanque contar, insistieron con su amiga para que les dije-ra qué le pasaba, y Verónica no tuvo más remedioque confesar que se sentia acometida de ideas ex-trañas y que en pleno dia invadiala un terror a losespectros que no lograba dominar. Contóles cómoviera en todos los rincones la figura de un hombre-cillo que se burlaba de ella, hasta que las señoritasde Cster, inquietas, miraban a todas partes, y con-cluyerO:1 por no estar a gusto.

Entró Francisca con el café humeante, y las tresse rieron de las tonterías que habian hablado. Angé-líca, asi Sé; llamaba la mayor de las de Oster, era no-via áe un oficial que estaba en la guerra y del cual

HO.·YI••••l'IN: CUllNTOS.-T. l, 4

50no habia tenido noticias hacia mucho tiempo; tanto,que ya habian llegado a temer que le hubieran ma·tado o por lo menos herido gravemente. Esta ideahabia preocupado hondamente a Angélica; pero yaestaba tranquíla en absoluto, de lo cual Ve:ónicaextrañóse no poco, y asi se lo manifestó.

-Querida mia-dijo Angélica-, ¿crees tú que noquiero a mi Victor y que no tengo siempre presentesu imagen? Por eso precisamente estoy tan contentay me siento tan feliz, pues mi Victor está bueno ysano y pronto le veré de capitán de Caballería, ador-nado con las cruces ganadas por su valor. Una heri-da, no muy grave, en el b,azo derecho, causada porun sablazo de un húsar enemigo, le impide escribir,yel continuo cambio de residencia de su regimiento,que no quiere abandonar, le hace imposible darmenoticias suyas; pero hoy por la noche recibirá la or·den de ponerse en cura. Mañana emprenderá el ca-mino hacia aquí, y cuando vaya a.subir al coche ten-drá notícia de su nombramiento de capitán.

-Pero, querida Angélica -dijo Verónica -, lo sa-bes todo.

- No te rías de mí, amiga mía -repuso Angélica -,porque si te ríes te hará guiños el hombrecillo detrásdel espejo. Yo no puedo librarme de creer en ciertascosas ocultas, que algunas veces han sido para mimás que visibles. y creo positivamente que hay per-sonas que poseen un don de vista especial que lespermite poner en movimiento medios infalibles paraavoriguar todas las cosas. En esta ciudad hay una&nGlanaquo posee osto don en alto ¡rado. No eoha

51

las <:artas como otras, ni profetiza con plomo de-rretido ni con {Jores de café, sino que hace ciertaspreparaciones a las que dirige sus preguntas, to-mando parte la persona interesada, y en un espejopulimentado aparece una colección de figuras quela mujer va nombrando y que le responden a to-das las preguntas que les dirige. Ayer tarde estu-ve en su casa y me dió las noticias que acabáis deoír sobre mi Victor, de las cuales no dudo ni un mo-mento.

E) relato de Angélica produjo impresión en el áni-mo de Verónica, que pensó en seguida ir a consultara la vieja sobre Anselmo y sus esperanzas. Supo quela buena mujer se llamaba la señora Rauerin y quehabitaba en una calle apartada en la Seethor (1); quese la podia ver los martes, miércoles y viernes desdelas siete de la tarde, y además toda la noche, hastael amanecer, y que recibia con más gusto a los clien-tes :n iban solos. Era miércoles, y Verónica decidióir a acompañar a las de Oster y después a buscar a lavieja. En cuanto se separó de sus amigas, que vivíanen la ciudad nueva, en el puente del Elba, dirigiósevolando a la Seethor, y a poco entraba en la calleindicada, a cuyo extremo vió una casita, en la quevivía la señora Rauerin. No pudo dominar ciertaemoción al verse delante de la puerta. Repúsose alfin, a pesar de la inquietud que sentia, y llamó a lacampa:1illa, abriéndose la puerta y metiéndose Ve-rónica el. un corredor obscuro que conduela a la ell·

(1) Ell 1&cIudad vIeja, n? ¡.jol dll mercado antlruo,. \

52calera, que la llevó al piso superior, como le indicaraAngélica.

-¿Vive aqui la señora Ra~erin?-pregunt6 en elumbral de la puerta, sin ver a nadie.

En vez de respuesta son6 un prolongado mau1\ido,y ante su vista present6se un gatazo negro con ellomo erizado y la cola oscilante en alto, el cual laguió hasta la puerta de un aposento, que se abrió aotro estentóreo maullido.

-Hijita, ¿estãs aquí ya? Entra ... , entra.Así habló una tigura que se adelantaba, ante cuyo

aspecto Verónica quedó como clavada en el suelo.Era una mujer flaca, envuelta en andrajos negros;al hablar movía la barbilla puntiaguda, abría unaenorme boca sin dientes, a la que daba sombra unanariz parecida al pico de un ave de rapiña, y sonreíade un modo horrible, lanzando chispas de sus ojosde gato, cubiertos por unas grandes gafas. Llevabaun pañuelo de colorines a la cabeza, del que salíanmechones de cabellos negros enmarañados, y parahacer mãs espantoso su aspecto, tenía dos grandesquemaduras en la mejilla izquierda que le llegabanhasta la nariz.

Verónica quedóse sin respiración y quiso lanzarun grito, que se convirtió en un prolund.o suspiro,cuando la bruja la cogió con su mano sarmentosapara conducirla a un aposento interior. Allí todo eraruido y confusión: oíanse maullidos, chirridos. piti-dos y gritos agudos. La vieja dió un puñetazo en lamesa y dijo:

-Quietos, canalla.

53Los macacos treparon a lo alto del dosel de la cama,

las ratas de Indias se escondieron detrás de la estufa,los cuervos revolotearon alrededor del espejo; sóloel gato negro, como si con él no fuera nada, perma-neció tranquilo en una butaca, a la que saltara al en-trar. Cuando todo quedó en silencio Verónica cobróánimos y no se encontró tan asustada como en el co-rredor; hasta la misma vieja le pareció menos repul-siva y tuvo valor para mirar lo que había en el apo-sento. Del techo colgaba toda clase de animales dise-cados; en el suelo veíanse infinidad de cacharros ra·ros y desconocidos para ella, y en la chimenea ardíaun fuego azulado y mortecino, que de ceando en cuan-do !>rod~ía alguna chispa y retrocedía, haciendo quelo~ asquerosos murciélagos que revoloteaban por eltecho lanzasen gemidos c:asi humanos, que hicieronestremecerse a Verónica.

- Ccn permiso, señorita dijo la vieja sonriendo;cogió un gran mosqucro, y metiéndolo en una calde-ra, lo sacudió sobre la chimenea.

El fuego se apagó, y lleno el aposento de humo ne-gro, quedóse completamente a obscuras; la vieja sacóde una camareta una luz encendida y Verónica novió más los bichos ni los cacharros, quedándose lahabitación como cualquiera otra. La vieja se acercóa ella y le dijo con voz estridente:

- Ya sé a lo que vienes, hija mia: quieres saber site casarás con el estudiante Anselmo y si él llegaráa ser consejero.

V(,rónica quedóse parada de asombro y terror yla v:eja continuó:

54- Ya me lo has dicho todo en tu casa, con tu papá,

cuando estaba delante de ti la cafetera; yo era pre-cisamente la caletera. ¿No me has conocido? Hijita,escucha: más vale que no pienses en Anselmo: es unvillano, que ha pisoteado a mis hijas, a mis queriddShijitas las manzanitas coloradas, que cuando la gentelas hubiera comprado habrian vuelto de nuevo a micesto. Y se entiende con el viejo, y anteayer me haechado en la cara el auripigmenlo, con lo cual por pocome deja ciega. Mira las quemaduras, hijita; no pien-ses en él, déjalo ... No te ama porque está enamoradode la serpiente dorada; no llegará a consejero porquese dedica a cuidar las salamandras y quiere casarse conla serpiente. No te ocupes de él. no te ocqpes de él.

Verónica, que había recobrado su presencia de áni-mo y vencído su miedo, echóse atrás un paso y dijoen tono decidido:

-Anciana: he oído hablar de tu habilidad parapredecir el porvenir y queria que me dijeras, quizápasándome de curiosa y de impaciente, si el estu-diante Anselmo, a quien quiero bien, llegaría a sermío. Si en vez de cumplir mi deseo quieres aturdir-me con tus tonterías, haces muy mal, pues yo sóloquiero saber lo que te he dicho. Si, como parece, co-noees mis pensamientos íntimos, te será mucho másfácil iluminarme y aclarar mis dudas; pero no me di-gas más tonterías acerca de Anselmo porque no quie-ro escuchar te. euenas noches.

Verónica se disponía a salir, cuando la vieja cay6de rodillas delante de ella, y gimiendo exclamó, aga-rrándose al vestido de la joven:

55- Ver6nica. ¿no conoces ya a la vieja Elisa, que

tantas veces te ha tenido en sus brazos y te ha cuida-do y te ha acariciado?

Ver6nic~ no daba crédito a sus ojos, pues había re-conocido a su antigua criada, cambiada ahora porlos años-sobre todo por las quemaduras-, y quedesapareciera años atrás de casa del pasante. La vie-ja parecía otra en aquella época, pues llevaba en vezdel pañuelo de colorines una cofia bonita, y en lugarde los harapos negros un traje de flores, con lo queresultaba muy bien vestida. Lcvant6se del suelo ycontinu6 diciendo, al tiempo que cogla en sus bra·zOs a Ver6nica:

-Aunque todo lo que te he dicho te parezca unatontería, desgraciadamente es cierto. Anselmo me hahecho mucho daño, aunque en contra de su voluntad;ha caído en las manos del archivero Lindhorst, quequiere casarle con su hija. El archivero es mi mayorenemigo, y si te contara sus cosas no las comprende-rias o te hoaorizarías demasiado. Es un adivino yhechicero; pero yo soy una hechicera también ... Yaveo que quieres mucho al estudiante, y vaya procu-rar por todos los medios que seas feliz y que lleguesa casar te con él como deseas.

-Pero, Ipor Dios, Elisa, dime ... I-continu6 Ver6-nica.

-Calla, niña, calla -interrumpióle la vieja - ; sélo que vas a decir; he llegado a ser 10 que soy porqueasí tenía que ser y no podía librarme de ello. Vamos,pues ... Yo conozco el medio para que Anselmo secure de su loco amor por la serpiente dorada y ver-

56de y vaya a caer en tus brazos convertido en conse-jero; pero has de ayudar me tú.

-Dime lo que he de hacer, Elisa, que te obedeceréciegamente, pues amo a Anselmo con toda mi alma-repuso Verónica casi a media voz.

--Sé-dijo la vieja-que eres muy valiente; nuncaconseguía dormirte con el coco, pues en cuanto telo decia abrias los ajas para veria; ibas sin luz a losúltimos rincones de la casa y metías miedo a los chi-cos de la vecindad poniéndote la bata de tu padre.Si te importa vencer al archivero Lindhorst valién-dote de mis artes, si tienes empeño en que Anselmollegue a ser consejero y a casarte contigo, sal detu casa, sin ser vista, la noche del equinoccio, a lasonce, y ven a buscarme; yo iré contigo a la encruci-jada de los caminos que atraviesan el campo no lejosde aquí; llevaremos lo necesario, y no te choque nadade lo que veas por extraordinario que te parezca. Yahora. hijita mía, buenas noches; papá te estará es-perando con la sopa en la mesa.

Verónica salió corriendo, con la decisión firme deno faltar la noche del equinoccio, pues pensaba queElisa tenía razón y que Anselmo había caído en ma-nos de un hechicero; pero estaba segura de que leIibraria y que podría llamar suyo para siempre alconsejero Anselmo.

SEX'l'A VELADA

El jardin del archivero Lindhorst con sus pája-ros. -- El puchero de oro. - La letra inglesa cursi-va. -- Patas de mosca insultantes. -- El principe de

las tinIeblas:

(,También puede ser -decía para sí el estudianteAnseJmo --que el licor estomacal que tomé con tan-ta avidez en casa de Conradi fuese la causa de todaslas fantasías que me acometieron a la puerta de lacasa del archivero. Hoy no voy a tomar nada y ve-remo:; lo que me ocurre.»

Lo mismo que el primer día, metióse en el bolsillolos dibujos y los trabajos caligráficos, la tinta china,las plurras de ave bien atiladas, y cuando se disponíaa salir en dirección de casa del archivero Lindhorstvió el frasquito con el liquide que le diera el mismopersonaje. Todas las aventuras extraordinarias quele habían ocurrido volvieron a representársele convivos colores, y sinti6se acometido de una sensaciónmezclada de alegría y dolor. Sin poderio remediar,comeflzó a decir en alta voz: (,¡Ah!¿No voy a casa delarchivero s610 por verte, adorada Serpentina?') Seimagin6 que Serpentina sería el premio de un trabajograndI; y peligroso que habla de emprender, y que estetrabajo no era otro que las copias de Jos manuscri·

58tos del archivero Lindhorst. Estaba convencido deque en la puerta le ocurrirían otra vez las mismascosas extrañas que el dia anterior. No pensó más enla bebiàa de Conradi, sino que se metió en el bolsilloel frasquito, con intención de seguir al pie de la letratas instrucciones det archivero si ta vieja vendedorade manzanas comenzaba de nuevo a hacelle gestos.Con efecto, cuando al sonar las doce quiso coger eltlamador, las narices atiladas le amenazaron y lemiraron los brillantes ojos de gato; pero él cogió elfrasqu,ito que llevaba en el bolsillo, y sin pensariamás arrojó su contenido en la cara burlona, que enel momento se alisó y suavizó, volviendo a su estadode llamador corriente. La puerta se abrió; la campa-nilla resonó alegremente en toda la casa tilín, tilín,tilín. Subió la hermosa y amplia escalera y aspirócon delicia el olor raro del humo que inundaba lacasa. Indeciso, quedóse parado en el recibimiento, sins \ber a cuál de las puertas dirigirse, cuando aparecióel archivero envuelto en una bata de damasco y dijo:

-Cuánto me alegro, Anselmo, de que al fin hayausted cumplido su palabra; sigame usted, que le voya tlevar al cuarto de trabajo.

Echó a andar por el amplio recibimiento y abrióuna puertecilla lateral que daba a un pasillo. Ansel-mo entró en él tras el archivero; llegaron a una sala,o más bien a un invernadero, que desde abajo hastaarriba estaba lleno de las plan tas más 7aras y de gran-des árboles con hojas y flores de tormas extrañas. Unatuz mágica to iluminaba todo, sin que se supiera dedónde salía, pues no había ventana alguna. Cuando

59el estudiante Anselmo estuvo entre las plantas y losárboles pareci61e que los paseos se extendían a grandistanda. Entre los obscuros cipreses distinguIó es-tanques de mármol, de los que salian figuras fantás-ticas, haciendo brotar rayos de clÍstal, que al caer seestrellaban con los cálices de los lirios: en el bosque,inundado de aromas embriagadores, escuchábanse vo-ces extrañas. El archivero había desaparecido, y An-selmo vió delante de sí un arbusto gigantesco de azu-cenas rojas, que con su aroma mezclado con los otros,unido a la contemplación de todas aquellas maravi-llas, :e dejó como extasiado. De pronto comenzó aoír risas sofocadas y vocecillas que, burlonas, decian:«Señor estudiante, señor estudiante: ¿de dónde vie-ne usted? ¿Por qué se ha puesto tan majo, señor An-selmo? ¿Quiere usted charlar con nosotros de cómola abuela aplast6 un huevo con la espalda y el gentil-hombre se echó una mancha de tinta en el traje delos domingos? ¿Se sabe usted ya de memoria el arianueva compuesta por el papá Starmartz? Está ustedmuy postinero con su peluca de cristal (1) y las botasaltas de papel de cartas.» De todos los rincones salíanlas mismas palabras burlonas, aturdiendo al estu-diante, que de pronto se di6 cuenta de que estabarodeado de toda clase de pájaros, que se reían de élsin compasión. En el mismo momento vi6 avanzarel arbusto de las azucenas rojas, que resultó ser elarchivero Lindhorst, al que habia contundido a cau-sa de su bata de llores encarnadas y amarillas.

(l} Peiucas hechas cOn pelos fin!simos de cristal.

60-Perd6neme, Anselmo -dijo el archivero -, que le

haya dejado solo; pero es que al pasar me he fijado enel cactus, que esta noche va abrir su flores ... ¿Legusta a usted mi jardin?

-Es precioso sobre toda ponderación, querido se-ñor archivero -respondió el estudiante -; pero loslindos pájaros se han burlado no poco de mi pequeñez:

'-¿Qué significa esto?-exclamó el archivero in-dignado, dirigiéndose a la espesura.

Entonces salió un gran papagayo gris, y colocán-dose en una rama de mirto junto al archivero y mi·rándole muy seria a través de unos len tes que teniacolocados en el pico, dijo con voz ronca:

-No lo tome a mal, señor archivero; mis chicoshan sido un poco locos y desvergonzados; pero elseñor estudiante ha tenido parte de culp:3, pues ...

-iA caUar, a callarl--interrumpióle el archivero '-,conozco a los sinvergüenzas; pero los debes tener me-jor acostumbrados, amigo mio ... Vamos adelante,Anselmo.

El archivero le condujo a través de una porciónde aposentos alhajados de un modo extraño, sin queel estudiante pudiese, en la prisa con que los atra-vesaban, mas que hacerse una ligera idea de sus mue·bles y adornos. Al fin llegaron a una habitacióngrande, en la cual el archivero quedóse parado conla vista en el techo, y Anselmo tuvc tiempo de con-templar el aspecto de aquel salón, sencillamente adoronado. De las paredes, azul cielo, salían los troncos deunas palmeras bronceadas, cuyas hojas, brillan tescomo esmeraldas, formaban bÓveda en el techo: en

61medio del aposento, sobre tres leones egipcios bran·ceados, descansaba una plancha de pórfido, en lacual se veía un sencillo puchero de oro, del cual An·selma no lograba apartar la vista. Pareciale que en susupel fide pulida se reflejaban toda clase de figuras ... :hasta llegó a verse a si mismo, con los brazos abier.tos, junto al saúco. Serpentina se deslizaba de unlado para otro, mirándole con sus ojos divinos. An·selma sintióse iuera de si de entusiasmo.

-¡&rpentina! ¡Serpentina! -exclamó en alta voz.El archivero Lindhorst volvióse hacia él y dijo:---¿Qué le ocurre a usted, querido Anselmo? Me ha

parecido oír que llamaba usted a mi hija, que preciosamente está al otro extremo de la casa dando lec·ción de piar.o. Venga usted conmigo.

Anselmo siguió al archivero casi sin saber 10 quehacía, y no oyó ni vió más hasta que se sintió cogidode la mano por el dueño de la casa, que le dijo:

- Ya estamos en el sitio preciso.El estudiante despertó como de un sueño, y vió

que estaban en una habitación rodeada de estantesde libros, que no era ni más ni menos que cualquierbiblioteca corriente. En el centro habia una granmesa <le trabajo, y delante de ella un sillón tapi.zado.

- Este será en lo sucesivo su cuarto de trabajo-dijole el archivero -. No sé si luego trabajará usteden la biblioteca azul, donde tan de repente se ha pues·to a nombrar a mi hija ... ; pero ahora quiero ver sushabilidades y si es usted capaz de darme gusto en laobra que va a emprender.

62El estudiante alegróse mucho, y con cierta sufi-

ciencia sacó sus dibujos y sus trabajos caligrãficos,en la convicción de que el archivero habia de quedarsatisfecho de sus talentos. Apenas el buen señor cogióla primera hoja, una muestra de elegante letra ingle-sa, comenzó a sonreir de un modo especial y a moverla cabeza a un lado y otro. Lo mismo ocurrió con lahoja siguiente; tanto, que al estudiante se le subióla sangre a la cabeza, y cuando la risa del otro sehizo francamente burlona, dljole de mala manera:

-El señor archivero no parece muy satisfecho conmis talentos.

-Querido Anselmo --respondióle el archivero Lind-horst -: tiene usted condiciones para el arte de lapluma: pero veo que he de contar más con su apli-cación, con su buena voluntad, que con su costum-bre. Quizá consista en los malos materiales de que seha servido.

El estudiante habló de su arte en la caligrafía yde su habilidad manejando la pluma de ave y la tin-ta china. El archivero le alargó la hoja de letra in-glesa diciéndole:

- Juzgue por sí mismo.Anselmo quedó como herido por el rayo cuando

vió su manuscrito en aquel estado tan lastimoso: nohabia ningún perfil ni ningún grueso en los rasgos;las letras mayúsculas no se distinguían de las minús-culas. y una multitud de patas de mosca estropeabanlas líneas.

- y además -díjole el archívero -la tinta tampo-co .1 buena.

6:3MojÓ e: d~do e;¡ un vaso de agua y lo pasó por en-

cima de la:; letras, con lo cual desaparecieron porcompleto. Al estudiante Anselmo le parecía que unmonstruo le estaba apretando la garganta ... , no pudoarticular palabra. Quedóse de pie con la ml>lhadadahoja en la mano; pero el archivero, sonriendo, ledijo:

-No se preocupe por eso, querido Anselmo; 10 queno ha hecho hasta aquí quizá lo haga ahora, puestoque ha de disponer de mejores materiales de los queha errpleado antes. Empiece su trabajo con con-fianza.

El ~'rchivero sacó una masa liquida, negruzca, queesparció un olor especial; unas plumas de color raromuy afiladas y una hoja de una clase y un brilloparticulares; después extendió ante la vista del estu-diant¡; un manuscrito árabe que estaba encerradoen un armario, yen cuanto Anselmo se puso a traba-jar, salió de la habitación.

Ya había el estudiante copiado algunos manuscri-tos árabes, así es que la primera parte del trabajo nole pareció difícil de descifrar. «Dios sabe, y el archive-ro tar:1b:én, cómo han ido a parar las patas de moscaa mis muestras de letra inglesa-dijose a sí mismo-,porque yo estoy tan seguro de que no son de mi manocomo de que me he de morir.~

Con las palabras que veía bien escritas en el per-gamino animóse y aumentó su destreza. Realmenteescribía con gran tacilidad, y la tinta misteriosa cu-bría la hoja blanca del pergamino con los rasgos. ne-rrol como el ala del cuervo. Miontras trabajaba dill-

64gente y atento, parecíale cada vez más escondido elcuarto solitario en que se hallaba; y cuando más en-simismado se encontraba en la obra. que creía poderacabar felizmente. sonaron las tres, y se presentó elarchivero lIamándole para que se sentara con él a lamesa en una habitación contigua.

Mientras carnian. el archivero Lindhorst mostr6sede muy buen humor; preguntó a Anselmo por susamigos el pasante Paulman~ y el registrador Heer-brand, y le contó cosas graciosas del último. El vinoviejo del Rin agradó mucho a Anselmo. prestándolemás locuacidad de lo que era corriente en él. Al darlas cuatro levantóse para reanudar su trabajo, y estapuntualidad agrad6 sobremanera al archivero. Si an-tes de comer la copia del manuscrito árabe le habíasido fácil, ahora lo hacía con tanta soltura y Iigere.za que casi le parecía imposible cómo comprendiay trazaba los signos extraño:.. Creia oír en lo profun-do de sU ser una voz que le decia: «jAh! ¿Podrías ha-cer lo que haces si no juera porque la llevas en elpensamien lo y en el corazón y porque crees en suamor?" Luego creyó escuchar un ligero rumor decampanillas de cristal, que resonaba por todo el cuar-to y en el que distinguía estas palabras: (,Estoy a tulado, cerca ...• muy cerca ... ; yo te ayudo .... ten ánimo ... ;sé constante. querido Anselmo ... ; yo hago cuanto pue-do para qUl;lseas mio.l) Yal tiempo que se sentía en·cantado con aquellas palabras, los signos desconoci-dos le eran más familiares -casi no necesitaba miraral original-, como si ya esluvjeran escritos en elpergamino y sólo tuviera que pasar la pluma por

65encima. Así estuvo trabajando, animado con los so-nidos agradables y como envuelto en un hálito dul-císímo, hasta que el reloj dió las seis y el archiveroLindhorst entró en el cuarto. Acercóse a la mesasonrie'1do de un modo raro; Anselmo se puso de piesin decir nada; el archivero dirigió la vista a las ha.jas sin abandonar su risita irónica; pero en cuantovió lo escrito, convirtióse ésta en una gran seriedad,que le contrajo todos los músculos de la cara. No pa·recia el mismo. Los ojos, que siempre brilIaban condestellos de fuego, miraron a Anselmo con dulzuraindesc:-iptible. Un ligero rubor extendióse por laspáliddS mejillas, yen vez de la ironía que solía apre-tar su boca los labios se abrieron para pronunciarpalabras amables. Toda la tigura adquirió mayor ta-maño, más distinción; la amplia bata le caía comoun manto real, plegándose majestuosamente en elpecho y en los hombros, y en los blancos rizos quecaían sobre su noble frente entrelazábase una diade-ma de oro.

- Joven -- comenzó a decir el archivero en tonograve-o, ;oven: antes de lo que tú supones he sabidoyo los lazos secretos que te unen a lo que yo másquiero ... Serpentina te ama, y un destino tatal, cu-yos hilos manejan fuerzas enemigas, ha de cumplirseantes de que sea tuya y recibas el puchero de oro, quees sU patrimonio. En la lucha has de encontrar elpremio. Ante ti se amontonarán los enemigos, y sólola fuerza interna con que resistas las tribulacionespueden librarte de sucumbir. El tiempo que trabajesaquí será tu aprendizaje; la fe y la ciencia te han de

HOFfMANN: CUENTOS.-ToMO ,. 5

66conducir a tu objeto si con firmeza perseveras en laobra que vas a comenzar. Sé Iiel en tu cariño a la quete ama y lograrás llegar a contemplar las maravillasdel puchero de oro y a ser feliz para siempre. Adiós,el archivero Lindhorst te espera mañana en el des-pacho ... Adiós.

El archivero condujo a Anselmo tranquilamen.tehasta la puerta, que se cerr6 tras sí, encontrándoseen la habitacíón en que habían comido y cuya úni-ca puerta daba al vestíbulo. Atontado por las apari-ciones maravillosas permaneció el estudíante paradoa la puerta de 18casa, sintiendo que se abría una ven-·tana, y al mirar para arriba vió al archivero Lindhorstcon su vestidura gris, como lo viera en otra ocasión.y que le gritaba:

-Querido Anselmo: ¿porqué está usted tan pensa-tivo? ¿Es que aun tiene en la cabeza los signos ára-bes? Salude al pasante Paulmann, si va usted por sucasa, y vuelva mañana a las doce en punto. Los ho-norarios de hoy los encontrará en el bolsillo derechode su casaca.

El estudiante encontró, efectivamente, el ducadoen el bolsillo dicho, de 10 cual no se alegró mucho.(,Yo no sé lo que resultará de todo esto --díjose a símismo -; si todo lo que veo son fantasmas y quime-ras, lo cierto es que en el fondo de mi alma vive yalienta Serpentina, y antes de abandonaria prefie-ro la muerte, pues estoy seguro de que eternamentehe de pensar en ella y no han de borrar su imagentodos los enemigos del mundo. porque su amor es mío.')

SEPTIMA VELADA

De cómo el pasante Paulmann sacudió la pipa yse fué a ]a cama.-Rembrandt y Brueghel (1).-El espejo encantado y la receta del doctor Eckstein

contra una enfermedad desconocida.

Finalmente, el pasante Paulmann sacudió la pipa,diciendo:

- -Ya es hora de irse a descansar.--Es verdad -respondió Verónica, a la que tenía

un paGo inquieta la larga permanencia del padre enla sala, pues ya eran las diez dadas.

Apenas estuvo el pasante en ~u cuarto y Francis-ca dió señales de estar dormida, Verónica, que sehabía metido en la cama para despistar, se levantócon sif,ilo, vistióse, se envolvió en una capa y salióde la casa.

Desde el momento en que Verónica dejó a la vie-ja Elisa no hizo mas que pensar en Anselmo, y leparecía que una voz interior le repetía que su aleja-miento dependía de una persona enemiga de ellaque lo tenía sujeto y cuya 1uerza podría destruirVerónica por medios ocultos. Su confianza en la vie-

(1) Los dos pintores flamencos Rembrandt Harmonsz von Ryn(606-69) I Pedro Brue¡:hel (1565-1625), llamado .Brueghel del Infierno. por l.:is escena.s que pintara.

68ja Elisa era mayor cada día, y la impresión de terror ••y de espanto desvanecíase cada vez más; tanto, quetodo lo extraño de sus relaciones con la vieja le hacíael efecto de una cosa que sólo estaba lUera de lo vul-gar, con mucho de romántico, y que, por tanto, le 'atraía con más fuerza. Por esta razón decidióse des-de Juego, aun a trueque de correr algún peligro, a iral encuentro de la vieja en la noche del equinoccioy correr Ja aventura, venciendo toda clase de dili-cultades que surgir pudieran. Por fin llegó Ja nochefatal en que la vieja habia de proporcionar a Veróni-ca Jos medios para calmar sus ansias, y la muchachaesperaba impacien te que se acercase la hora de acu-dir a la cita, alegrándose grandemen te cuando logróescapar de su casa. Como un flecha recorrió las ca-lles solitarias, sin parar mientes en la tormenta quese cernía en el espacio ni en las gotas de agua que lemojaban la cara. Con sonido tenebroso dió el relojJas once en el momento en que Verónica, completa-mente mojada, llamaba a la puerta de la vieja.

-¡Queridita ... , queridita! ... ¿Ya estás aquí? ¡Es-pera ... , espera! -gritó desde arriba, y a poco aparecióen la calle con un cesto bien repleto y acompañadadel gato -. Vamos, y haremos todo lo que sea útily necesario en esta noche, que ha de coronar deéxito nuestros trabajos.

Así hablando, tomó de la mano a Verónica, a laque hizo cargar con el cesto, mientras ella cogía unacaldera, unas trébedes y una pala. Cuando llegaronal campo ya no llovía; pero la tormenta era másfuerte y sonaba en el aire con ruido espantoso. Un

69lamento terrible salía de las nubes, que se agrupaban,sumiendo todo en la más absoluta obscuridad. La vie-ja andaba de prisa y exclamaba con voz estridente:

-¡Brilla ... , brilla, hijo mío!Entonces los relámpagos lucían y se entrecruza-

ban, y Verónica vió cómo el gato saltaba delante deellas lanzando chispas, y oyó su maullido agudo enun momento en que la tormenta amainó. La respira-ción le faltaba; parecíale que unas garras de fuegole oprimían la garganta; pero logró rehacerse, y aga-rrándose al<)a vieja, exclamó:

-Ahora haremos todo 10 que sea preciso, y ocu-rra lo que quiera.

-Muy bien, hija mia -repuso la vieja -; sé cons-tante, y al fin lograrás algo bueno y conseguirás elamor de Anselmo.

Luego se calló, y al cabo de un rato dijo:- Ya estamos en el si tia preciso.Abrió un agujero en el suelo, lo llenó de carbón, co-

locó encima las trébedes y en ellas la caldera. Todoello acompañado de gestos extraños y con el gatodando vueltas a su alrededor con la cola erizada, dela que salía un círculo de chispas de fuego. A pocolos carbones comenzaron a arder y no tardaron ensalir las llamas azuladas por debajo de las trébedes.Veróaica tuvo que quitarse el velo y la capa paraagacharse junto a la vieja, que le cogió las manos,apretándoselas fuertemente y mirándola a los ojos sinpestañear. Las cosas raras que la vieja echara en lacaldera -tlores, metales, hierbas, animales, no se sa-bía distinguir bien -comenzaron a derretirse y a her·

70vir. La vieja soltó la mano de Verónica y cogió una.cuchara de hierro, con la que meneó la masa extra-ña, mientras la joven, por orden suya, ¡ijaba sus mi·radas en la caldera pensando en Anselmo. Luegoechó más metales en la caldera, juntamente con unrizo de Verónica y un anillo que llevaba puesto ha-cía mucho tiempo, lanzando ~:ritos, que sonaban deun modo lúgubre en el silencio de la noche, mientrasel gato maullaba y corria sin cesar de un lado paraotro.

Quisiera, caro lector, que hubieses est!ltlo de viajehacia Dresde el día 23 de septiembre; en vano trata-rías de arrancar de la última parada si la noche sehabía echado encima; el hostelero te dice que lluevemucho y que amenaza tormenta, y, sobre todo, quees peligroso viajar en la noche equinoccial. Si no lehaces caso y dices: «Bueno, yo daré un duro de pro-pina al postillón si me lleva a Dresde antes de la una,pues me espera una buena comida en el ColdnenEngel o en Helm,), quizá le decidas a ponerse encamino.

Marchando a través de la obscuridad, ves de re-pente, a 10 lejos, unas luces extrañas. Te acercas. ydistingues un círculo de fuego y en medio una cal-dera de la que sale un humo espeso, y chispas yrayos rojos, y junto a ella dos figuras humanas. Elcamino pasa precisamente por donde está la hogue-ra; pero los caballos se espantan y se encabritan ...El postillón jura y reza ... y fustiga a los caballos, queno se mueven. Sin poderIo remediar, saltas del cochey adelantas unos pasos. Entonces distingues con cla-

7J

ridad a la esbelta joven, que en trajç de noche, blan-co, se arrodilla junto a la caldera. La tormenta hadestrenzado su cabello, que flota al viento en des-orden. Completamente iluminado por ci fuego cega-dor que sale de debajo de las trébedes aparece el rostro angelical empalidecido por el terror, que todo lohiela; en la mirada sin expresión, en las cejas arquea-das, en la boca abierta, como queriendo lanzar ungrito de muerte, que sin embargo no logra arrancarde su pecho, invadido de indecible tortura, se pintael terror, el espanto; las 'manecitas, cruzadas, diri-gense hacia el cielo, como implorando al Angel dela Guarda para que la proteja contra los monstruosdel infierno, que, obedeciendo a un conjuro poderoso,han de presentarse en seguida.

Allí está, inmóvil como una estatua de mármol.Frente a ella, acurrucada en el suelo, una mujer lar-ga y seca, de color de cobre, con narices de ave derapiña y brillantes ojos de gato. De debajo del man tonegro que ¡a envuelve salen los brazos sarmento-sos que menean el cocimiento infernal, y riendo gritaa la joven con voz chillona, que sobresale del ruidode la tormenta.

Yo creo, lector querido, que aunque no conozcasel miedo no podrías por menos de sentir erizárseteel cabello ante la contemplación de un cuadro vivodigno del pincel de Rembrandt o del de Brueghel,Tu mirada no lograría apartarse de la infeliz jovenpresa en las redes infernales, y la conmoción eléctri-ca que sentirias en todos tus miembros y nervios teinspiraria la idea de desafiar el círculo de fuego; con

72ella desaparecerían tu miedo y tu terror, que puededecirse serían los productores de tan arriesgado pen-samiento. Te parecería que eras el ángel protectorde alguna joven condenada a muerte que imploraseauxilio, y se te ocurriría sacar la pistola y descerra-jar un tiro a la vieja sin más preámbulos. Pensandoen esto, gritas: (,¡HalaI ¿Qué es eso?), o bien: «¿Quéos pasa'?)

El postillón toca el cuerno; la vieja se hace unabola dentro de la caldera, y todo desaparece en unahumareda espesa. Si has encontrado a la joven ala cual buscabas ávidamente en la obscuridad, no losé; pero lo cierto es que habrás deshecho al fantasmade la vieja y que habrás librado del encanto a Ve·rónica.

Pero ni tú ni nadie pasó el día 23 de septiembrepor la noche, en medio de la tormenta, por el caminoembrujado, y Verónica tuvo que permanecer juntoa la caldera, muerta de miedo, hasta que se IÎnalizasela obra. Oía perfectamente el estruendo que resonabaen derredor suyo, las voces que, riñendo, mugían ygritaban; pero no abría los ojos, pues comprendía quela contemplación de los horrores que la rodeaban lehubiera hecho perder el sentido irremisiblemente.La vieja había cesado de menear el contenido de lacaldera; la humareda se hacía menos espesa, hastaque al fin sólo quedó debajo del fondo de aquélla unallamita como de espíritu de vino ... Entonces la viejaexclamó:

-¡Verónica, hija mía, querida mía, mira al fondo! ...¿Qué ves?... ¿Qué ves? ..

73Verónica no estaba en estado de responder, pare-

ciéndole que en la caldera se movian toda clase defiguras mezcladas, que poco a poco fuéronse hacien-do mãs distintas, y al fin salió, alargándole la manoy sonriendo alegremente, el estudiante Anselmo. En-tonces Verónica dijo en alta voz:

-¡Ah. Anselmo ... Anselmo!La vieja abrió una espita que tenia la caldera y el

metal hirviente salió chirriando y crepitando al caeren una forma que estaba preparada allí mismo. Lavieja se levantó de un salto. y con gestos salvajes, ho-n ibles. danzando en circulo. comenzó a gritar:

-¡Ya está la obra terminada!. .. ¡Gracias, hijosmíos ... , habéis vigilado bien!. .. ¡Húy .... húy ...• ya vie-nel ... ¡Matadle de un mordisco ...• matadlel

En el aire sonó un ruido como si se cerniera unáguila gigantesca agitando con fuerza las alas. y seoyó una voz terrible que decía: (,\Canallal... ¡Fuera deaquí.. .• a casa ...• a casa! ... » La vieja se tiró al sueloaulIando y Verónica perdió el sentido.

Cuando volvió en sí era muy de día; estaba en sucama. y Francisca a su lado con una taza de te en lamano y diciéndole:

-·Vamos, hermana, dime lo que te pasa, que hacemás de una hora que estoy aquí y tú no me atiendes,como si tuvieras el conocímiento perdido por la fie-bre, y nos tienes en gran cuidado. Padre no ha idoa clase a causa de tu estado y ha salido a buscar almédico.

Veré-nica tomó el te en silencio, y micntras lo toma-ba tenia ante la vista todas las terribles imágenes de

74la noche anterior. «¿Habrá sido todo un sueño queme ha atormentado? .. Pero yo estoy segura de ha-ber ido anoche a casa de la vieja Elisa, y estábamosa 23 de septiembre. ¿Será que ayer me pusiera enfer-ma y todo es productó de la fiebre? Entonces es queme ha enfermado el pensar constantemente en An-selmo y en la hechicera que se ha fingido la viejaElisa para engañarme.,)

Francisca, que habia salido de la habitación, vol-vió a entrar con la capa de Verónica chorreando agua.

-Mira, hermana-dijo-", 10 que ha pasado estanoche: se ha abierto la ventana con la tormenta; elviento ha derribado la silla en que estaba tu capa yel agua que ha entrado la ha puesto completamentemojada.

Aquello impresionó profundamente a Verónica, quevió bien claro que no soñara, sino que en realidadhabia estado con la vieja. El miedo y el espanto seapoderaron de ella, y el frío de la fiebre la hizo tem-blar. Temblando arropóse con la cubierta de la cama,y sintió que una cosa dura tropezaba contra su pecho,y al tratar de averiguar 10 que era, vió un medallónal parecer; 10 sacó cuando Francisca se fué con lacapa, y resultó ser un espejito de metal pulimentado .•Esto es un regalo de la vieja'), dijo para si, y le pa-reció que del espejo salían rayos de luego, que pene-traban en su ser y le producian inefable bienestar.El fria de la fiebre desapareció y sintióse perfecta-mente. Sólo se le ocurría pensar en Anselmo, y cuan-to más pensaba en él veía representarse su imagenen el espejito como si fuera una miniatura viva. De

75pronto le pareció no ver la imagen ... , no ... , sino al mis-mo estudiante en persona. Estaba sentado en unaposento adornado de una manera extraña, cscri-biendo con a.án. Verónica sentía deseos de dirigirsea él, diciéndole: (,Anselmo. mire en derredor suyo. es-toy a su lado.» Pero no lo hizo porque sintió comosi le rodease una gran hoguera; y cuando Verónicapudo volver a verle. sólo distinguió grandes libros ('oncantes dorados. Al fin. sin embargo, logró hacersever de Anselmo, y entonces creyó que la veía despuésde estar pensando en ella, pues se sonrió y dijo:(,¡Ahl ¿Es usted, querida señorita de Paulmann? ¿Porqué toma usted el aspecto de una serpiente algunasveces?» Verónica se echó a reír ante aquellas pala-bras extrañas; y entonces despertó como de un pro-iundo sueño, escondiendo rápidamente el espejito alver que se abría la puerta y entraban en la habita-ción ::;u padre con el doctor Eckstein. Este se dirigióen seguida a la cama. tomó el pulso a Verónica muypensativo y dijo:

-rHum .... hum!. ..Luego extendió una receta, volvió a tomarle el

pulso. repitió el «¡Hum ... , hum!. ..» y dejó a la enterma.De las expresiones del doctor Eckstein no pudo sa·cal' en consecuencia el pasante Paulmann lo que le')curría a su hija Verónica.

oeTAVA VELADA

La biblioteca de las palmeras. - Suerte de una sala-mandra desgraciada. - De cómo la pluma negràacarició a una zanahoria y el registrador Heer-

brand tomó una gran borrachera.

El estudiante había trabajado varios días en casadel archivero Lindhorst; las horas de trabajo eranpara él las más felices de su vida, pues siempre ro-deado de las palabras armoniosas y consoladoras deSerpentina, acariciado a veces por un hálito suave,sentíase invadido de un bienestar que a ratos llega-ba a una verdadera delicia. Los cuidados y preocupa-ciones diarios desaparecían para él, y la nueva vida.en que se internaba como en un mundo iluminadopor el sol, le hacía comprender todas las maravillasque en otra ocasión le habrían hecho asombrarse ycavilar. Las copias adelantaban mucho, pareciéndo-le que sólo escribía rasgos conocidos sobre el perga-mino, sin tener necesidad apenas de mirar al originalpara hacerlo con más facilidad. Aparte las horas decomer, el archivero Lindhorst dejábase ver rara vez;pero siempre aparecía en el preciso momento en queterminaba un manuscrito, para entregarle otro, y semarchaba sin decir una palabra, después de haber me-neado la tinta con un palito negro y de substituir las

78plumas usadas por otras nuevas y muy afiladas. Undía en que Anselmo, a las dos en punto, subía por laescalera enconti'6se cerrada la puerta por la que solíaentrar, y el archivero apareció por el lado opuestocon la bata de tlores de colorines. En alta voz le dijo:

-Hoy, querido Anselmo, tiene que entrar por aquí,pues tenemos que ir al aposento en que esperan loscrítícos de Bhogovotgitas (I).

Echó a andar por el corredor, guiando a Anselmoa través de los mismos aposentos y salones por don-de pasaran la vez primera.

El estudiante Anselmo maravillóse nuevamente dela magnificencia del jardín; pero vió con asombroque algunas de las flores raras que adornaban losobscuros ¡¡.rbustos eran insectos de colores vivos queagítaban las alas y subian y bajaban danzando ypareciendo que se acariciaban con los aguijones. Porel contrario, los pájaros color de rosa y azules eranflores olorosas, y el aroma que esparcian salía de suscálices en una especie de sonido agradable, que seconfundia y mezclaba en armoniosos acordes con elmurmullo de las fuentes lejanas y con el susurro delas hojas de los arbustos y de los ârboles, que produ.cía una inquietud dolorosa. Las urracas, que tantose burlaron de él la primera vez, volvieron a revolo-tear en derredor de su cabeza, gritando sin cesar consus vocecillas chillonas: <,Señor estudiante ... , no co-rra tanto ... ; no vaya mirando a las nube~ ... que se va

(1) Bhagavad-Gita, el Amor senlo o el Am~r de la Divinidad es eldtulo de una poesía tilos6ficorreli~iosa india inspirada en un episodioje la gran epopeya mahadharata.

79a caer de narices ¡Ehl... ¡Eh. señor estudiante!. ..Póngase la bata el padre buho te rizará el tupé.~y así continuaron diciendo tontelÍas hasta que An-selmo salió del jardín. El archivero Lindhorst entróal fin en cI salón azul cielo; el pórfido con el pucherode oro había desaparecido, y en su lugar veíase unamesa cubierta de terciopelo violeta, en la que An-selmo descubrió los conocidos utensilios de escribir,y ante ella un sillón.

-Querido Anselmo -dijo el archivero -; ha co-piado usted ahora una porción de manuscritos congran habilidad y prontitud y a completa satisfacciónmía; se ha ganado mi confianza. Pero aun queda porhacer lo más importante, que es copiar. o, mejor di-cho, calcar. ciertas obras escritas en signos especia-les que guardo en este recinto y que tienen que sercopiadas aquí mismo. En lo sucesivo trabajará ustedaqui; pero debo advertirle que necesita tener un grancuidado. pues una equivocación o, ]0 que e] Cielo nopermita. un bonón en el original le traería a usteduna desgracia.

Anselmo observó que de las ramas de las palme-ras salían unas hojitas verde esmeralda; el archive-ro cogió una de ellas. y a Anselmo le pareció verlaconvt)rtirse en un rollo de pergamino, que el archi.vero desenvolvIó y puso encima de la mesa. El estu-diante maravillóse no poco de los signos entrelaza-dos ele manera extraña y de los puntitos. rasgos yadornos, que representaban plantas. musgos. anima-les, y casi se sintió incapaz de llegar a copiarlo bien,qued:indose un rato pensativo.

80-¡Animo, jovenl-exclamó el archivero --o Si crees

firmemente y amas de verdad, Serpentina te ayu-dará.

Su voz tenia un sonido metálico, y cuando Ansel·mo levantó la cabeza, sobrecogido de miedo, vió antesí al archivero Lindhorst con los atavios reales, comose le apareciera en la primera visita a la biblioteca.El estudiante sintió impulsos de caer de rodillas anteaquella respetable figura; pero de repente ésta sesubió en el tronco de una palmera y desapareció en·tre las hojas verde esmeralda.

El estudiante Anselmo comprendió que le habiahablado el principe de las tinieblas, yéndose luegoa su cuarto de trabajo para conierenciar con los ra·yos que algunos planetas envíaban como embajado-res, sobre la suerte suya y la de Serpentina. «Tambiénpuede ser -continuó pensando -que le esperen noti-cias de las fuentes del Nilo o que le visite algún magode Laponia ... A mí no me corresponde mas que po-nerme a trabajar con afán.)} Y se puso a estudiar lossignos enrevesados del pergamino.

La música maravillosa del jardin resonaba en de·rredor suyo, inundándole de aromas deliciosos; tam·bién aia a las urracas charlar, aunque no podía dis·tinguir sus palabras, de lo cual se alegraba. A ratosparecíale que se agitaban las hojas esmeraldinas delas palmeras y que luego brillaban por toda la habi-tación las campanillas de cristal que oyera aquel fa-moso dia de la Ascensión debajo del saúco. El estu-diante Anselmo, reconfortado con aquellos sonidosy aquellas imágenes, trabajaba con atención crecien-

81

te en descifrar el pergamino, advirtiendo en su in·terior que las palabras no podían significar otra cosaque ~de1 casamiento de la salamandra con la ser-piente verde&.

En el mismo momento oy6se un tríple sonido decampanillas de cristal. «Anselmo, querido Anselmo~,escuch6se entre las hojas, y, ¡oh maravilla!, del tron-co de la palmera se separ6 la serpiente verde.

--¡Serpentina! ¡Querida Serpentinal-exclam6 An·selma como loco de entusiasmo.

y comorme la miraba la veía convertirse en unajoven de ojos azul obscuro, como los que él contem-plaba en su interior, que le miraba con una expre-si6.1 indescdptible de ansiedad y se dirigía hacia él.Las hojas se bajaron y se ensancharon; por todoslos troncos asomaron pinchas; pero Serpentina escu·rd6se y se deslizó a través de ellos, envolviéndose ensu vestidura de colores chillones de modo que, ad-hiriéndola perfectamente a su esbelto cuerpo, noquedase nada enganchado entre los pínchos de laspalmeras. Se sent6 junto a Anselmo en el mismo si-ll6n, rodêándole con su brazo y estrechándose contraél, de modo que sentía el aliento en sus labio:; y elcalor eléctrico de su cuerpo.

-Querido Anselmo -comenzó a decir Serpenti.na -, ya eres casi mío. Por tu fe y tu amor me hasganado, y te traigo el puchero de oro, que nos ha dedar eterna felicidad.

-¡Oh querida, adorada Serpentinal-repuso An-selmo -. Si te tengo a tí, poco me importa lo demás;si tú eres mía, penetraré de buena gana en todo lo

HOFFMANN:CUBNTOS.-T. I. {,

82fantástico y maravllloso que me rodea desde el pri-mer momento en que te vi.

- Ya sé-continuó Serpentina-que lo desconoci-do y maravilloso con que mi padre te ha inquietadopor divertirse te ha producido miedo y terror; peroyo creo que esto no volverá a ocurrir, pues he venidopara contar te punto por punto todo lo que debes sa·ber para conocer por completo a mi padre, y, sobretodo, para que te des cuenta exacta de su situacióny la mia.

A Anselmo le parecía qUE; estaba cercado por laamable aparición y que no podía moverse sin ella yque el latido de su pulso era precisamente el que ha-cia estremecerse sus nervios y sus Iibras; escuchabasus palabras, que le llegaban a lo más profundo delalma, como una luz brillante encendida dentro deél por el mismo cielo. Tenía el brazo puesto sobresu cuerpo, más esbelto que todos los esbeltos; perola tela brillante y reluciente de su traje era tan escu-rridiza, tan suave, que daba la sensación de que se leiba a escapar de entre las manos sin que le fuera po-sible detenerla, y sólo aquella idea le hacía estre-mecer.

-¡No me abandones, querida Serpentinal-excla-mó involuntariamente -. ¡Eres mi vida!

--Hoy no me marcharé -. dijo Serpentina - sinodespués de haberte contado todo lo que puedas com-prender en tu amor hacia mí. Has de saber, amadomío, que mi padre procede de la especie maravillosade las salamandras y que yo debo mi vida a sus amo-res con la serpien te verde. En tiempos remotos rei-

83naba en el reino de Atlantis el poderoso príncipe delas tinieblas, Fósforo, al que servían todos los espíri.tus elementales. Una vez fué la salamandra, a la quequería más que a ninguno --era mi padre -, al mar-nífico jardín que la madre de Fósforo había adorn&-do, y paseándose por él oyó a una azucena que can-taba eOf_ voz suave: <,Cierra los ojos hasta que miamado, el viento de la mañana, te despierte.» Acer-cóse; con su aliento abrasador mustió las hojas de laazucena, y vió a la hija de ésta, la serpiente verde, quedormí>.!en el cáliz de la flor. La salamandra enamoró-se súbitamente de la hermosa serpiente y se la robóa la azucena, cuyo aroma esparci6se por todo el jar-dín la;¡zando lamentos y llamando a la hija perdida.La salamandra llegó al palacio de Fósforo y le dijo:(,Cásame con mi amada, que ha de ser mía parasiempre.,) <,¡LocoI ¿Qué pretendes?-dijo el príncipede las tinieblas -. Has de saber que una vez la azu-cena fué mi amada y reinó conmigo; pero la chispaque yo vertí en ella amenazó con abrasaria, y sólola lucha con el dragón, encadenado ahora por el ge·nio de la tierra, logró salvar a la azucena, cuyas ho-jas fu~ron bastan te fuertes para encerrar dentro desí la chispa y conservaria. Pero sí tú abrazas a laserpiente verde, tu ardor consumirá su cuerpo y gerominar;i un nuevo ser que se te escapará.» La salaman-dra no hizo caso de las advertencias del espíritu de lastinieb:as; llena de entusiasmo estrechó entre sus bra-zos a la serpiente verde, que desapareció convertidaen cenizas, de las cuales surgió un nuevo ser aladoque rápido desapareció en el aire. La salamandra

84sintió arder dentro de si el fuego de la desesperación.y lanzando llamas echó a c0rrer por el jardín. des-truyéndolo todo en su furia salvaje. y las lindas flo-res y los capullos cayeron abrasados. llenando consus lamentos el espacio. El espíritu de las tiníeblas.enfurecido contra la salamandra. dijo: «Tu fuego hadisminuído ...• tus llamas se han apagado ...• tus rayosse han obscurecido ... Vé a le profundo de la tierra.para que el genio de ella se burle de ti y te tenga pri-sionero hasta que la materia ígnea vuelva a encender-se y salga contigo el mundo en forma de nuevo ser.»La pobre salamandra cayó apagada; pero el gnomovíejo y gruñón que era jardinero de Fósforo excla-mó: «Señor: ¿quién tiene más motivos de queja que yocontra la salamandra? ¿No había adornado con IT.ismejores metales las lindas plantas que me ha estro-peado? ¿No he cuidado con amor su crecimiento. ma-tizándolas de los más brillantes colores? Y. sin em-bargo. tomo bajo mi protección a la pobre salaman-dra, a la cual el amor. del que tú. señor, no pocas ve-ces te has sentido dominado, ha empujado a come-ter tan grandes destrozos. iLeván tale un castigo tantremendo!» «Su fuego se ha extinguido por ahora-dijo el príncipe de las tinieblas-. En la época des-graciada en que el lenguaje de la Naturaleza no lesea comprensible al bastardo género humano; cuan-do el espíritu elemental, encadenado en su reino. ha-ble a los hombres a gran distancia en sordas resonan-cias; cuando escapado al armonioso círculo un an-sia infinita le dé idea de las maravillas del reino enque de otra suerte le sería permitido vivir; cuando la

85fe y el amor vivan en su alma ...• e:l esa desgraciadaépoca volverá a encenderse la materia ígnea de la sa-lamandra; pero sólo para dar vida a hombres y te-niendo que entrar por completo en la vida indigente.cuyas penas habrá de sufrir. Y no sólo tendrá el re-cuerdo de su sítuación original, sino que vivírá enarmonía con la Naturaleza, comprenderá sus mara-villas y estarán a sus órdenes las fuerzas de los espí-ritus unidos. En una planta de azucenas volverá aencontrar a la serpiente verde, y el fruto de su unióncon ella serán tres hijas. que se aparecerán a los hom-bres en la forma de su madre. En primavera se enre-darán e:1 las obscuras ramas del saúco y harán so-nar sus voceciJ]as de cristal. Si en la época triste ydesgraciada de la insensibilidad interior se encuen-tra un joven que comprenda su canto; sile mira unade las serpientes con sus lindos ojos; sí esta miradadespierta en él la nostalgia de un país maravilloso,al cual se elevaría con gusto cuando se desprendie-ra de la carga de lo vulgar, y con el amor por la ser-piente naciese en él la fe en los prodigios de la Na-turaleza y en su propia existencia en tales maravi·Ilas. lograría ser dueño de la serpiente. Pero sólocuando hayan aparecido tres jóvenes de esta claseque se casen con las tres hijas podrá la salamandralibrarse de su pesada carga y reunirse con sus herma-nos.') ~Permite, señor -dijo el gnomo -. que yo hagaun regalo a estas hijas para aleRrar su vida con susesposos; Cada una de ellas recibirá un puchero delmás hermoso metal que yo poseo, el cual puliré conrayos tomados del diamante; en sU superficie se re-

86f1ejará nuestro maravilloso mundo en perfecta armo-nia con la Naturaleza toda, yen su fondo, en el mo-mento de la boda, nacerá una azucena roja, cuya norimperecedera aromará para siempre al enamorado yfiel esposo. Luego éste comprenderá su lenguaje y lasmaravillas de nuestro reino y podrá vivir con su ama-da en Atlantis .• Ya ves, querido Anselmo, que mipadre es la salamandra de que te he hablado. Ape·sar de su alta alcurnia tiene que someterse a las pe-queñeces y sinsabores de la vida corriente, y de aquíprocede su carácter, agrio a veces, y la ironia con quesuele burlarse de las gentes. Me ha dicho en muchasocasiones que para indicar el estado de espíritu queen tiempos remotos pusiera como condición el prín.cipe de las tinieblas para el casamiento conmigo ycon mis hermanas se usa ahora una expresión quese ha solido, sin embargo, emplear mal, es a saber:el sentimiento poético. Es muy frecuente hallar estesentimiento en los jóvenes, los cuales, a consecuen·cia de la sencillez de sus costumbres y de su creenciade refinamientos mundanos, suelen ser objeto de lasburlas del pueblo bajo. ¡Ah. querido Anselmo!. .. Túcomprendiste mi canto bajo él saúco ... y descubristemi mirada ... Tú amas a la serpiente verde, tú creesen mí y quieres ser mio eternamente ... La hermosaazucena florecerá en el puchero de oro y viviremosbenditos y felices en Atlantis. Pero no te puedo ocul-tar que en la lucha terrible entre los gnomos y las sa-lamandras el dragón negro quedó en libertad y salióbramando por el aire. Fósforo lo volvió a sujetar, escierto; pero de las plumas negras que se le cayeron

87en la lucha y volaron por la tíerra nacieron espiritusenemigos que por doquier atacan a los gnomos y alas salamandras. Esa mujer, querido Anselmo, quetan mal te quiere y que, como mi padre sabe muybien, ansía la posesión del puchero de oro, debe suexistencia al amor de una de esas plumas desprendi-das de la.:¡ alas del dragón por una zanahoria. Ellasabe su origen y su fuerza, pues en los gemidos y enlos estremecimientos del dragón prisionero le hansido revelados los secretos de alguna¡; constelaciones.y emplea todos los medios a su alcance para obrar defuera adentro, contra 10 cual mi padre combate COll

los rayos que brotan del interior de la salamandra.Todos los principios enemigos que residen en las plan-tas venenosas y en los animales dañinos los recoge 12-tal r.1ujer, los mezcla en el momento propicio de laconstelación y consigue algunas apariciones. que lle-nan de espanto y de terror la imaginación del hombrey somete a él a los genios que el dragón vencido en-gendró. Guárdate de la vieja, querido Anselmo; ES

enemiga tuya, pues tu ánimo infantil aniquila algu-nos de sus malos conjuros ... Permanece fiel..., fiel...a mí, y pronto tendrás el premio.

-IŒl querida Serpentina! - exclamó Anselmo -.¿Cómo podría abandonarte? ¿C6mo podría no amar-te eternamen te?

Un beso le abrasó la boca; sobresaltó se como si sedespertara de un sueño profundo; Serpentina habíadesaparecido. Daban las seis, y pensó con tristezaque no había copiado nada; miró, preocupado de loque diría el archivero, la hoja, y. ¡oh maravillal, la

88copia del misterioso manuscrito estaba terminada; yfijándose bien, pareci6le haber escrito la historia queSerpentina le contara del predilecto del principe delas tinieblas, el príncipe F6sforo, del maravilloso paísde Atlantis. En aquel momento present6se el archi-vero Lindhorst, con su sobretodo gris, el sombreropuesto y el bast6n en la mano; mir6 el pergaminoque Anselmo copiara, tom6 un polvo de rapé y dijosonriendo:

- Ya me 10 figuraba ... Aquí tiene usted su ducado,Anselmo, y venga ahora conmigo a los baños de Lin-ke ... Sigame.

El archivero atraves6 de prisa el jardín, en el quese oía un ruido confuso de cantos, silbidos y charla;tanto, que el estudiante Anselmo sentíase mareado,y di6 gracias a Dios cuando se encontr6 en la calle.Apenas habían andado unos pasos cuando se encon-traron al registrador Heerbrand, que se uni6 a ellosmuy satisfecho. En la puerta atacaron las pipas; elregistrador Heerbrand lament6se de no llevar con-.sigo fuego, y el archivero Lindhorst exclam6 involun-tariamen te:

-¡Fuegol Aquí hay todo el que usted quiera.Y al decir estas palabras chasque6 los dedos, ha-

ciendo salir una porci6n de chispas, que encendieronon un instante las pipas.

-Vea usted los trucos de la química-dijo el re-gistrador.

Pero el estudiante no pudo menos de pensar concierta emoci6n en la salamandra.

En los baños el registrador bebió tanta cerveza do-

89ble que, a pesar de que era un hombre tranquilo ycalla.do, comenzó a cantar con voz chillona de tenorcanciones de estudiantes y a preguntar a todos sieran amigos suyos o nO, y al rin Anselmo tuvo queacompañarle a su casa, después de hacer mucho tiem-po que el archivero los había dejado.

NOVENA VELADA

De cómo el estudiante Anselmo llegó a ciertos ra-zonamientos.-La Sociedad de bebedores de poncbe.De cómo el estudiante Anselmo tomó al pasantePaulmann por un buho y de la indignacIón del pa-sante. -.La mancha de tinta y sus consecuencia,;.

Todas las cosas raras y maravillosas que le suce·dían a Anselmo tenían le fuera de sí. No veía a susamigo:>, y todas las mañanas esperaba impaciente quediesen las doce para que se le abriese el paraíso. Ysín embargo, mientras todo su ser se dirigía a la her-mosa Serpentina y al reino de hadas de casa del ar-chivero, a veces involuntariamente pensaba en Ve-rónica, y hasta le parecía que en algunos momentosse acercaba a él ruborosa para decirle lo mucho quele amaba y sus esfuerzos para desvanecer los fan tas-mas que se burlaban de él sin reparo. En ocasionessen tia una fuerza irresistible y desconocida que learrastraba hacia la olvidada Verónica, y no teníamás remedio que seguirla hasta verse encadenadopor la joven. La misma noche en que por primeravez se le apareciera Serpentina en la forma de unamuchacha hermosísima y le contara el casamientomisterioso de la salamandra con la serpiente verde,

92se le representó Verónica con más claridad que nun-ca. Claro que al despertar vió que habia soñado, puesestaba convencido de que Verónica había estado real-mente en su casa, quejándose amargamente, con ex-presiones que le llegaron al alma, de que sacrificabasu amor verdadero a las fantasias de su imaginaciónperturbada, que le conducirían a la perdición. Veró-nica estaba muy mona, como la viera otras veces;apenas si podía apartar de ella su pensamiento, yesto le causó cierto malestar, que esperaba disiparcon el paseo matutino. Una fuerza mágica le llevóhacia la puerta Pirnaer, y cuando trataba de metersepor una callejuela sintió tras de si al pasante Paul-mann, que le decía a gritos:

- ¡Eh, eh, querido Anselmo!... Amice ...• amice.¿Dónde demonios se mete usted? No se deja ver porninguna parte ... Ya sabe usted que Verónica estádeseando cantar otra vez con usted; asi, que no tienemás remedio que ir a casa. Véngase ahora mismoconmigo.

El estudiante Anselmo fuése a la fuerza a casa delpasante.. Cuando entraban en ella les salió al en·cuentro Verónica, vestida con mucho esmero, 10 cualdespertó la curiosidad de su padre, que le dijo:

-¿Cómo tan compuesta? ¿Es que esperabas visi-ta? ... Aquí te traígo a Anselmo.

Cuando el estudiante besó la mano a Verónica, muycomedido y tranquilo, :.intió una ligera presión quele hizo estremecerse como si hubiese tocado fuego.Verónica fué la alegría, la gracia en persona, y cuan-do el pasànte se marchó a su despacho supo entrete-

93ner]e con bromas y astucias de todas cla~es, de modoque lleg6 a olvidar sus debilidades, y al fin se pusoa jugar por la habitación con Jas aJegres mucÍ1acha~.E] demonio de ]a torpeza volvió a apoderarse de é::tropez6 en ]a mesa y dejó caer a] suelo e] cesto d~costura de Ver6nica. Anse]mo Jo recogió; ]a tapa sehaùía levantado, dejándo]e ver un espcjito redondo.en e] que se puso a mirar muy contento. Verónica ~ccolocó detrás de é]; púso]e la mano en el br2.Zo, apo·yándose bien en él, y miró al espejito por eHcima d(;su hombro. Entonces ]e pareció a Anselmo que seentablaba una lucha en su interior ... Ideas ... , imáge·nes ... reflejábanse y desaparecían.:.: ci archi·.¡croLindhor:;t ...• Serpentina ...• la serpien te verùe ... Al iintodo quedó tranquilo y lo confuso se hizo más cla-ro y comprensible. y dióse cuenta de que cn re:1ljdaùsólo habia pensado en Verónica, que hasta Ja figur d

que se ]e apareció en e] aposento azul era la mismaVerónicé'. y que ]a fantástica leyenda del m2.trim·)niode la salamandra la había escrito, pero de ningunamanera se la habia contado nadie. Asombró~:; (:csus sueños y atribuyólos a su exaIt<:.eión, P;'oùu~idapor el amor de Verónica juntamente con ia propiadel trabajo en casa del archivero Lindhosrt. en cuyosaposentos había siempre un olor especial y muy fuerte. Rióse de buena gana de la ton tcria de creerseenamorado de una serplen te y tomar a todo un se-ñor archivero por una salamandra.

--¡Sí, sí..., es Verónical-exclamó en alta voz.Pero al volverse miró a los ojos azules de Veróni-

ca, en los cuales se reflejaba el amor y la ansiedad.

94Un ~IAhl* sordo escapóse de los labios de la joven,que en el mismo momento se unieron abrasadores alos de Anselmo.

-¡Qué felicidad! -exclamó el entusiasmado estu-diante-o Lo que ayer soñé se ha convertido hoyen realidad.

-¿y te casarás conmigo cuando seas consejero? --pregun tó Verónica.

-De todos modos -repuso el estudiante.En esto rechinó la puerta, y el pasante entró en la

habitación diciendo:-Hoy, querido Anselmo, noIe suelto; se queda

usted a tomar la sopa conmigo, y luego Verónica nospreparará un buen café, que tomaremos en compañíadel registrador Heerbrand, que me prometió venir.

-¡Ah, señor pasantel-respondió Anselmo -. ¿Nosabe usted que tengo que ir a casa del archivero Lind-horst a lo de las copias?

- Vea usted, amice -dijo el pasante, mostrándoleel reloj, que marcaba las doce y media.

El estudiante Anselmo vió que era demasiado tar-de para ir a casa del archivero y accedió a los deseosdel pasante Paulmann, con tanto más gusto cuantoque así podría contemplar a:,u sabor durante todo eldía a Verónica y recibir a cambio alguna mirada, al-gún apretón de manos y tal vez un beso. A esta al-tura llegaban los deseos del estudiante Anselmo, ysentíase cada vez más contento conforme adquiriael convencimiento de que se iba a librar de las imá-gene sfantásticas, que en realidad le podian haberllegado a volver loco. El registrador Heerbrand se

95presentó, efectivamente, después de la comida; ycuando hubieron saboreado el café y la tarde avanzó.dió a entender, irotándose las manos, que traía algoque, mezclado por las lindas manos de Verónica ypreparado en debida forma -hojeado y rubricado,por decirIo así -, a todos les alegraría mucho en aque-lla fresca noche de octubre.

- Vaya, saquc ya ese ser misterioso que trae en elbolsillo, seflor registrador --exclamó el pasante Paul-mann.

El registrador metióse la mano en el bolsillo de sugabán de mañana y sacÓ, en tres tiempos, una botellade arrak, limón y azúcar. Apenas había transcurridomedia hora humeaba un sabroso ponche sobre lamesa del pasante Paulmann. Veróníca probó la be-bida, y entre los amigos se entabló una anímada con·versación. Conforme al estudiante Anselmo se le fuésubiendo a la cabeza el espíritu de la bebida volvie-ron también todas las imágenes de lo maravilloso yextraño que le ocurriera en aquellos días. Vió al ar·chivero Lindhorst con su bata de damasco, que brioliaba como el fÓSloro... Vió la habitación azul, laspalmeras doradas, y todo lo tuvo tan presente, quele pareció que debía creer en Serpentina ... En su in-terior advertía un tumulto y una confusión grandes.Verónica le sirvió un vaso de ponche, y al dárselo letocó suavemente con la mano.

-¡Serpentina! ¡Verónical ... -suspiró en voz baja.Quedó sumido en una somnolencia profunda; pero

el registrador Heerbrand dijo alto:-El archivero Lindhorst es un viejo extraño al

96que nadie puede llegar en inteligencia. Brindemos porél. Anselmo.

El estudiante salió de sU ensimismamiento y dijomientras chocaba su vaso con el del registrador:

- Todo consiste en que el archivero es propia-mente una salamandra, que destrozó el jardin deFósÍoro en un momento de ira porque se le escapóla ;,erpiente verde.

--¿Cómo es eso? -preguntó el pasante.-Sí -continuó Anselmo --o Por eso tiene que ser

archíve"o y vivir en Dresdl~ con sus tres hijas, queno son otra cosa que serpientes doradoverdosas, quecantan en el saúco y atraen a los jóvenes como lassirenas.

-Anselmo ... , Anselmo - dijo el pasante Paul-mann -, ¿está usted en su juicio? ¿Cuántas tonterías está usted diciendo?

-Tiene razón -repuso el registrador Heerbrand-el mozo; el archivero es una salamandra maldita quesaca de los dedos chispas que hacen quemaduras en laropa como una esponja de fuego ... Sí, sí, tienes razón,hermano Anselmo, y el que no 10crea es mi enemigo.

y el registrador dió un puñetazo en la mesa quehizo temblar los vasos.

- Registrador, ¿está usted loco? -exclamó el irri·tado pasante.

-Señor estudiante ... , señor estudiante, ¿qué estáusted ideando ahora?

-¡Ahl-dijo Anselmo -. Usted no es mas que unpáJaro ... , un buho, que se dedica a rizar los tupés, se-ñor pasante ...

97-¿Cómo? .. ¿Yo un pájaro? .. ¿Un buho? .. ¿Un

peluquero? ... -gritó el pasante lleno de ira.-Usted está loco ... , loco ... Pero ya caerá sobre él

la vieja -dijo el registrador Hcerbrand.--Sí, la vieja es poderosa--repuso Anselmo -, aun-

que procede de un origen bajo, pues su padre es unapluma vieja y su madre una zanahoria despreciable,y su fuerza la debe principalmente a seres innobles ....canalla malvada y venenosa de los cuales se rodea.

- Eso cs una mentira indigr.a--exclamó Veróni-ca con los ojos echando chispas - . La vieja Elisa esuna adivinadora yel gato negro no es una criaturainfernal, sino un joven distinguido de buenas cos-tumbres y primo suyo.

-¿Puede la salamandra comer sin quemarse labarba y desaparecer miserablemente?- preguntó elregis1radar Heerbrand.

-No, no --exclamó Anselmo _o, no puede ni po-drá jamás; y la serpiente verde me ama porque soyinocente y he contemplado los ajas de Serpentina.

--Los cuales le sacará el gato dijo Verónica.-j La salamandra, la salamandra triunfa de todo,

de todo! --gritó el pasante Paulmann muy excit<:-do -. ¿P~ro estoy en una casa de locos? ¿Es que yotambién estoy loco? ¿Qué tonterias se me están ocu-rriendo? ... Si, es que estoy loco, completamente loco.

A estas palabras se levantó el pasante, quitóse lapeluca y la lanzó contra la tapa de la estufa, hacien-do que los retorcidos tirabuzones chirriasen y lospolvos se esparciesen por la habitación. Entonces elregistrador y Anselmo cogieron la vasija del ponche

HOFFMANN:C\JSNT,,".-T. 1. 7

98y los vasos, y gritando alegremente los lanzaron con·tra la estufa, rompiéndolos en mil pedazos, que ca-yeron al suelo armando gran estrépito.

-¡Viva la salamandra!... ¡Abajo, abajo la vieja!. ..¡Romperemos el espejo de metaIl¡Sacaremos los ojosal gato! ¡Pajaritos, pajaritos del aire, viva, viva lasalamandral

y los tres gritaban y aullaban como demonios ..Llorando a lágrima viva march6se de allf Francis-

ca, y Verónica quedó echada en el sofá, angustiaday dolorida. La puerta se abrió; todo quedó en silen·cio de pronto y apareció un hombrecillo con una capagris_ Su rostro tenía cierto aire de dignidad, y en élsobresalía la nariz ganchuda, en la que cabalgabanunos grandes lentes. Llevaba una peluca extraña, quemás bien parecía una gorra de plumas.

-Muy buenas noches-dijo el cómico hombreci.110-. Está aqui el estudiante Anselmo, ¿verdad? Mu-chos recuerdos del archivero Lindhorst, que ha esta·do esperando inútilmente al estudiante y que le rue-ga no falte mañana a la hora de costumbre.

y diciendo esto volvió a salir por la puerta, y to·dos vieron perfectamente que el grave hombrecilloera un gran papagayo. El pasante Paulmann y elregistrador Heerbrand lanzaron una carcaj'ada queresonó por toda la habitación, y Verónica lloraba ygemía como poseída de profundo dolor, y el estu-diante Anselmo, estremecido por la lccura de su te·rror interior, salió corriendo por las calles, Mecáni-camente encontró su casa y su habitación. A pocose presentó en ella Verónica. que muy amable y

99tranquila le preguntó por qué había salido tan pre-cipitada:nente y le dijo que tuviera cuidado con losfan tasmas mientras trabajaba en casa del archiveroLindhorst.

-Buenas noches. buenas noches. mi querido ami-go -susurró Verónica a su oído. dándole un beso.

Anselmo quiso abrazarla; pero la figura desapa.reció instantáneamente y se despertó alegre y des-cansado. Rióse para sí del erecto del ponche. y mien-tras pensaba en Verónica sintióse invadido por unsentimiento agradable. <cA ti sola -díjose a sí mis-mo -tengo que agradecer el haber vuelto en mí demis locuras ... Realmente no estaba mucho más cuer-do que aquel individuo que creía ser de cristal, oaquel otro que no salía de su habitación por miedo aque se lo comiesen las gallinas. porque suponía queera un ¡:rano de cebada. En- cuanto sea consejero mecaso con la señorita de Paulmann y seré completa-mente feliz.')

Cuando al mediodía pasaba por el jardín del ar-chivero Linó.horst no pudo menos de asombrarse dehaberlo encontrado tan raro y maravilloso. Sólo veiatiestos de plantas vulgares. geranios de todas clases.ramas de mirto. etc .. etc. En lugar de los pájaros decolorines. que tanto se burlaron de él. vió una por-ción de gorriones. que armaron un gran alboroto encuanto advirtieron su presencia. El aposento azul sele representó asímismo de muy distinta manera. y nopodía comprender cómo aquel azul chillón y aquellostroncos de palmeras artificiales con sus hojas ma! di-bujadas Je gustaron un momento.

100El archivero le recibió sonriendo de un modo iró-

nico y le preguntó:-Vamos, Anselmo, dígame qué talle supo el pon-

che de ayer.--¡Ah! Seguramente el papagayo le ha dicho ... -

comenzó a responder Anselmo, mùy avergonzado;pero se calló, porque recordó que el papagayo pre-cisamente tué lo que causó la desaparición de lalocura.

- No; es que yo estaba en la reunión --repuso elarchivero -. ¿No me vió usted? Y por cierto que porpoco salgo mal parado por el monstruo que se apoderóde ustedes, pues precisamente estaba sentado en lavasija del ponche en el momento en que el registra-dor Heerbrand la cogió para arrojar1a contra la es-tufa. y tuve que esconderme más que de prisa en lapipa del pasante Paulmann. Y ahora. adiós, Ansel-mo; aplíquese. Le pagaré también el día de ayer, te-niendo en cuenta 10 bien que ha trabajado hastaahora.

(,¿Cómo puede el archivero decir tales tonterias?~,dijo para si el estudiante Anselmo, sentándose a lamesa para comenzar la copia del manuscrito que,como de costumbre, el archívelo había extendidoante su vista. Vió sobre él tanto signo enrevesado ytanto rasgo raro, sin que hubiese un solo punto enque descansar la vista, que le pareció imposible 1Ie-gar a conseguir cepiar bien aquel jeroglífico. Dábale lasensacíón de un mármol1leno de miles de vetas o deuna piedra en la que hubiera brotado el musgo. Apesar de todo quiso hacer lo posible para terminar el

101

trabajo, y moj6 la pluma muy confiado; pero la tintano corría; sacudi6 la pluma, impaciente, y...• ¡oh cie-los!. un gran borrón cayó en el extendido origina!.Silbando salió un rayo de la mancha y culebreandosubió hasta el techo. Entonces comenzó a brotar delas paredes un vapor espeso; las hojas susurraroncon furia, como agitadas por la tormenta, dejandopaso a basiliscos ardiendo, que incendiaron el vapor.rodeandQ a Anselmo una masa de llamas. Los dora·dos troncos de las palmeras convirtiéronse en gigan-tescas serpientes. que al entrechocar sus cabezasproducían un ruido estridente y que se enroscabana Anselmo con sus cuerpos cubiertos de escamas."i Locol Recibe el castigo que mereces por tu crimentemerariol,). exclamó la voz terrible de la salamandracoronada, que apareció por encima de las serpient(;scomo un resplandor cegador, y sus fauces abiertascomenzaron a lanzar cataratas de fuego sobre Ansel-mo. que sintió que se enfriaban alrededor de su cuer-po, formando como una masa de hielo. Yal tiempoque sus miembros se entumecían más y más, perdióel conocimiento. Cuando volvió en sí no se podía mo-ver y le parccía estar rodeado de un resplandor bri-llante. contra el que tropezaba en el momento en quetrataba de moverse o de levantar una mano.

¡Ahl. estaba metido en un frasco de cristal. muybien tapado. encima de un estante de la bibliotecadel archivero Lindhorst.

DECIMA VELADA

Los sufrimIentos del estudiante Anselmo en elfrasco de crIstal. - La vida feliz de los escolaresde la Santa Cruz y de los pasantes de pluma.-La batalla de Ia biblioteca del archivero Lind-horst. - Victoria de la salamandra y libertad de

Anselmo.

Tengo mis razones para dudar, querido lector, deque nunca te hayas visto dentro de un frasco de cris-tal, a no ser que en sueños alguna vez un monstruomago te haya aprisionado de esa manera; de ser así,fácilmente te darás cuenta de la tristeza del estudian-te; pero si no has soñado cosa semejante, entoncesencierra tu fantasía conmigo y con Anselmo por unosmomentos dentro del cristal.

Te sientes bañado por una claridad cegadora; to-dos los objetos te parecen iluminados por los brillan-tes colores del arco iris ... ; todo tiembla y oscila y vi-bra en esa claridad ... ; nadas inmóvil y como on unéter helado, que te oprime de manera que el cuerpo,muerto, no obedece a las intimaciones dol espÍlitu ...Cada vez más pesada sientes sobre tu pecho la abru-madora carga ... ; los suspiros consumen más y más 'elcefirillo que llena el estrecho recinto ... ; tus pulsos se

104hinchan ... y, atravesados de te~ror espan toso. tus nerovias saltan, reventando en lucha de muerte.

Compadécete, querido lector, del estudiante An-selmo, que tiene que sufrir este inenarrable martirioen "u prisión de cristal, comprendiendo que la muer·te no habría de libertarle, pues apenas volvió en sidel desmayo en que le sumió su desgracia comenzóa dar en el cuarto el claro sol de la mañana y empe-zó nuevamente su martirio. No podia mover ningúnmiembro, y sus pensamientos se estrellaban contrael cristal, ensordeciéndolo con sus sonidos estriden-tes, yen lugar de las palabras que otras veces le so·lia dirigir el espiritu sólo escuchaba el rumor de lalocura.

Entonces, en medio de su desesperación comenzóa gritar:

-¡Serpentina, Serpentina, sálvame de este tormen-to infernal!

Parecióle como si a su alrededor sintiera suspirossuaves que se colocaron en el frasco como hojas ver-des y transparentes de saúco; los sonidos se apaga·ron, el brillo cegador se obscureció y respiró libre-men te.

--¿N o soy yo el culpable de mi desgracia? ¿No hecometido un crimen contra ti, hermosa Serpentina?¿No he sido capaz de dudar de ti? ¿No he perdido lafe y con ella todo lo que me podia hacer feliz? .. ¡Ah,nunca serás mía; para mí está perdido el puchero deoro; no volveré a contemplar ninguna maravilla! ¡Ah,si se me permitiera verte una sola vez, querida Ser-pentina! -

105Asi se lamentaba el estudiante Anselmo, emocio-

nado profundamente; entonces oyó decir a su lado:-No sé lo que quiere usted, señor estudiante. ¿Por

qué se lamenta usted de esa manera?El estudiante advirtió que junto a él, en el mismo

estan te, habia cinco frascos, en los cuales vió a tresalumnos de la Santa Cruz (I) Y dos pasantes depluma.

--¡Ah, señores mios y compañeros de desgracia!-·exclamó-. ¿Cómo es posible que estén ustedes tanresignados y tan contentos como parece por sus ros-tros? Están u"tedes lo mismo que yo, encerrados enun frasco de cristal, y no se pueden mover, ni siquie-ra pensar en algo alegre, sin que se arme un ruidoendemoniado y sin que les suene la cabeza de un modoterrible. Pero seguramente no creen ustedes en la sa-lamandra y en la serpiente verde.

- Ha dado usted en el clavo, señor estudiante - re-puso uno de los alumnos de la Santa Cruz -. Nuncahemos estado mejor que ahora, pues el ducado quenos da el chitlado del archivero por las copias con-fusas de todas clases nos vIene muy bien; no tenemosque aprendemos de memoria ningún coro italiano;vamos todos los días a casa de José o a otra taberna.donde sa.boreamos encantados la cerveza doble, mi-ramos a las muchachas bonitas, cantamos como ver-daderos estudiantes gaudeamus ¡gitur, y lo pasamosdivinamente.

--Estos señores tienen razón - - afirmó uno de los

1) Un gimnasio de Dresde.

106

pasantes '--. Yo también tengo ducados de sobra, lomismo que mí colega, y me paseo por el Weinbergcon mucho más gusto que escribo actas entre cuatroparedes.

-Pero, señores míos. muy respetables --dijo el es-tudiante Anselmo -, ¿no advierten ustedes que es-tán todos y cada uno encogidos en frascos de cristalsin poder moverse, y que menos, por tanto, han depoder pasear?

Los alumnos de la Santa Cruz y los pasantes sol-taron una sonora carcajada, diciendo:

---El estudiante está loco; se figura que está me-tido en un frasco de cristal, y está en el puente delElba mirando el agua. Vámonos de aquí.

-¡Ah! -suspiró el estudiante-o Esos no han vistonunca a la bella Serpentina; no saben que la libertady la vida están en la fe y en el amor; por tanto, nosienten la opresión del encierro en que los ha metidola salamandra a causa de su tonteria, de su inteligen.cia vulgar; pero yo, más desgraciado que ellos, pere-ceré en el oprobio yen Ja miseria si ella, a quien amocon toda 'mi alma, no me salva_

Entonces oyóse la voz de Serpentina, que decía:-Anselmo: cree, ama, espera.Y cada palabra penetraba en la prisi6n de Ansel-

mo, afinando y ensanchando el cristal de modo queel pecho del prisionero pudo agitarse y respirar.

Lo angustioso de su situación mejoraba de mo-mento en momento, y comprendía que Serpentinale amaba aún y que ella era la que hacia tolerable su •permanencia en la vasija de cristal. No se volvió a

107ocupar de sus aturdidos compafieros de desgracia,sino que dirigi6 todos sus pensamientos y su interésa la am2.da Serpentina.

De pronto sinti6 un gran ruido en el otro extremode la habitación. A poco advirtió que el ruido salíade una cafetera vieja, con la tapa medio rota, que es-taba frente a él en un armario pequeño. Conforme lamiraba despacio iba adquiriendo los rasgos repug-nantes de un arrugado rostro de mujer, terminandopor pres::mtarse delante del estante en que se halla-ba Anselmo la vendedora de manzanas de la PuertaNegra, la cual, haciendo gestos y riendo, gritaba convoz chillona:

--·¡Vaya, vaya, niñitol ¿Piensas perseverar? Ya hascaido en cristal... ¿No te lo predije?

. -Insulta y búrlate, maldita vieja --dijo el estudiante Anselmo -. Tú tienes la culpa de todo; pero yadará contigo la salamandra, despreciable zanahoria.

--Vamos, vamos-repuso la vieja-, no tanto or-gullo; has pisoteado a mis hijitos, me has quemadolas narices, y aun te respeto, pillo, porque antes fuis-te buena persona y porque mi hijita no te es indite-ren te; pero no saldrás de dentro del cristal si yo note ayudo. Alargarme hasta ti no puedo; pero mi co-madre la rata, que vive encima de ti, en el suelo, pue-de roer la tabla sobre la que estás, y tú te tambalea-rás, y al caer te recogeré en el delantal para que note rompas las narices, sino que recobres tu lindo ros-tro y te llevaré volando a casa de la sefiorita Veró-nica, con la cual te casarás cuando seas consejerc.

- -Vete de mi lado,. engendro de Satanás -gritó el

108

estudiante Ileno de ira --o Tus malditas artes me hanllevado a cometer el crimen que estoy purgando. Perolo sufriré con paciencia todo, pues sólo aqui puedoestar: éste es el sitio en que m: adorada Serpentiname rodea de amor y de consuelo. Escucha, vieja, ydesespérate: aunque desafíe a tu poder, amo paratoda mi vida a Serpentina ... , no seré nunca canse·jero ... ; nunca miraré a Verónica, que por tu media-ción me ha conducido al mal. Si la serpiente verdeno puede ser mía, moriré de pena y de dolor. Largode aquí..., largo de aqui .... despreciable.

La vieja se echó a reír, resonando su risa en la ha-bitación, y exclamó:

-Entonees quédate ahí y perece; ahora ya es tiem-po de obrar, pues mi cometido aqui es de otra clase.

Quitóse la capa negra y se qued6 en una asquero-sa desnudez; empezó a dar vueltas en circulo, ha·ciendo aparecer grandes folios, de los cuales arrancóhojas de pergamino, y uniéndolas con habilidad la~colocó en el cuerpo, quedando vestida con una espe-cie de armadura de escamas. Del tintero que estabaencima de la mesa salió el gato echando fuego porJas ojos, y maullando se precipit6 sobre la vieja, quelanzó un grito de júbilo, y los dos desaparecieron porla puerta. Anselmo vió que se dirigían a la bibliotecaazul, y a poco oyó en la lejanía silbar y aullar; lospájaros del jardín alborotaban, el papagayo grita-ba: «(¡Socorro, socorro! ¡Al ladrón, al ladrónl,) En elmismo momento entró de nuevo la vieja en el cuar·to con el puchero de oro abrazado y con ademaneshorribles, gritando:

109--¡Victoria, victoria!. .. ¡Hijito mío, mata a la ser-

piente verde; anda, hijito, anda'A Anselmo Je pareció que aia un gemido profundo

y la voz de Serpentina. Sintióse poseido de furor ydesesperación. Reunió todas sus fuerzas; apretó contrael cristal con tal violencia que parecía que las venas ylos nervios le iban a saltar ... Yel archivero aparecióen la puerta revestido con su bata de damasco.

-¡Eh, ch, canalla, fantasmas estúpidos ... , bruje-rías!... ¡Aquí, aqui! -exclamó.

A la vieja se le erizaron los cabellos, sus ojos hun-didos brillaron con fuego infernal, y apretando losafilados dientes de su boca monstruosa, silbó:

-¡Vivo, vivo; fuera! ... ¡SUS, fuera!. .. ¡Sus, fuera!. ..y se reía y bailaba, mofándose y haciendo burla y

apretando contra sí el puchero de oro, al tiempo quesacaba de él puñados de tierra brillante y se los echa-ba al archivero; pero en cuanto la tierra tocaba la batase convertía en flores, que caian al suelo. Los lirios dela bata oscilaron y se incendiaron, y el archivero selos tiró a la vieja conforme ardían, haciéndole aullarde dolor; pero míentras ella daba saltos en el aire, agi-tando ias trozos de pergamino de su armadura, loslirios se apagaban y se convertían en cenizas.

- ¡Vivo, vivo, hijo míol -gritó la vieja.y a su voz salió el gato saltando y lanzóse desde

la puerta sobre el archivero; pero el papagayo gris,revoloteando, fué a su encuentro, y con el pico en-corvado le cogió por el monilla, haciéndole brotarsangre; y al mismo tiempo oyóse la voz de Serpenti-na, Que decía:

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-¡Salvada! ¡Salvada!La vieja dió un salto llena. de ira y de desespera-

ción, poniéndose fuera del alcance del archivero; tiróel puchero detrás de sí y quiso, alargando los dedossarmentosos, hacer presa en el archivero; pero éstedejó caer la bata y se la echó encima a la vieja. Delas hojas de pergamino salieron silbando, chisporro-teando, ululando, unas llamas azules, y la bruja serevolvía con aullidos de dolor, y se estorzaba en sa-car del puchero puñados de tierra, en arrancar delos libros más y más hojas de pergamino para apa-

ogar las llamas, pues en cuanto conseguia echar sobreellas un poco de tierra o unas tiras de pergamino seapagaba el fuego. Entonces, como de dentro del ar-chivero saheron una especie de rayos luminosos queenvolvieron a la bruja.

-¡Viva, vival ¡Dentro y fuera, victoria a la sala-mandral-exclamó el archivero con voz estentóreaoque resonó por todos los ámbitos de la habitación,al tiempo que mil rayos lormaban un círculo de fue-go en derredor de la vieja, que no dejaba de chillar.

Brama;¡do y gritando de furia rodaron el gato y elpapagayo, logrando éste, por fin, arrojar al suelo consus alas al gato, y sosteniéndole con las garras y obli-gándole a aullar de dolor en angustias de muerte.con su fuerte pico le sacó los ojos de fuego, brotandode sus cuencas espuma ardiendo.

Armóse un gran alboroto en el sitio en que la viejayacía envuelta entre los pliegues de la bata; sus la-mentos y sus aullidos oíanse a gran distancia. Elhumo, que esparcía un olor penetrante, se disip6; el

111

archivero levantó la baLl, y debajú de ella sólo habíauna zanahoria vulgar.

--Respetable señor archivero: aquí le traigo al ven-cido enemigo -dijo el papagayo, mostrando al ar-chivero un pelo negro que llevaba en el pico.

--Muy bien, querido -respondió el archivero-;aquí está también mi derrotada enemiga. Ocúpateahora de lo demás; hoy, como premío, te darán seiscocos y unos lentes nuevos, porque veo que el gatote ha roto de mala mane'ra los que tenías.

---Largos años de vida a los suyos, respetable ami-go y protector -repuso el papagayo muy contento.

Cogió en el pico la zanahoria y salió volando porla ventana que el archivero Lindhorst le abriera.Este cogió el puchero de oro y gritó:

-·¡Serpentina! ¡SerpentinalCuando el estudiante Anselmo, muy satisfecho por

la derrota de la miserable vieja, contemplaba al ar-chivero, encontróse con la figura majestuosc: del prín·cipe de l~s tinieblas, que le miraba aten tamente.

-- ¡Anselmol-exclamó el príncipe -. No tú, sino unprincipio enemigo que trataba de penetrar en tu in teriory ponerte a mal contigo mismo fué la causa de tu in-credulidad. Has ganado mi confianza; sé libre y feliz.

Un estremecimiento sacudió a Anselmo; el sonidoalegre de las campanillas de cristal se hizo más y másperceptible que nunca ... Sus nervios y sus fibras seconmovieron ... ; los acordes sonaban cada vez másclaros en el cuarto ... El cristal que encerraba a An-selmo saltó, y se encontró en los brazos de su adora-da Serpentina.

UNDEClMA VELADA

La contrariedad del pasante Paulmann por haberinvadido su casa la locura. - De cómo el registra-dor Heerbrand fué nombrado consejero y con ungran frio se paseó con zapatos y medias de seda. -Confesión de Verónica. - Promesa de casamiento

junto a la sopera humeante.

--Pero d¡game usted, querido registrador, ¿cómose nos subió a la cabeza el maldito ponche de ayery nos condujo a toda clase de tonterias'?

Así decía el pasante Paulmann al entrar a la ma-ñana siguiente en la habitación, que estaba llena decacharros rotos y en cuyo centro la desdichada pe-luca, con sus tirabuzones deshechos, nadaba en elponche.

Cuando el estudiante Anselmo salió corriendo por]a puerta, el registrador y el pasante danzaron por elcuarto gritando como demonios, dándose de cabe-zazos, hasta que Francisca logró, con mucho trabajo,arrastrar a su atontado padre a ]a cama, mientrasel registrador, muy excitado, caía sobre el sotá, queVerónica abandonara para meterse en su cuarto,echando maldiciones. El registrador Heerbrand sehabía puesto su pañuelo por la cabeza; estaba muypálido, y con tono melancólico respondió:

HOFFMANN: CUKlITOS.-T. l. ~

114

-¡Ah señor pasante, no fué el ponche, que esta-ba perfectamente preparado por la señorita Veró-nica, nol. .. El estudiante maldito es el que tiene laculpa de todo. ¿No ha notado usted que hace muchotiempo está mentecaptus? (l). ¿Y no sabe usted quela locura se contagia? Un loco hace ciento, y perdoneque cite un adagio antiguo; especialmente cuando se habebido un vasito, se cae con facilidad en la extrava-gancia, y sin poderio remediar se hacen tonterías yse imitan las acciones que inicia el chiflado director.¿Cree usted, señor pasante, que no me parece com-pletamente tonto haber creido en el papagayo gris?

-¡Ahl ¡Qué gracial-replicÓ el pasante -. Era elcriadito del archivero. que lJevaba una capa gris yvenía a buscar al estudiante,.

-Eso será -replicó el registrador -; pero he deconfesar que lo he pasado muy mal. pues toda lanoche le he estado oyendo silbar y grazna.r.

-Sería yo -aclaró el pasante -, que ronco muytuerte.

-Asi será -repuso el registrador -. Pero. ¡señorpasante. señor pasantel. yo tenía mis razones parapreparar ayer una diversión ...• y el estudiante me loechó todo a perder ... Usted no sabe.... ¡Oh señor pa-sante. señor pasante!

El registrador Heerbrand se levantó de un salto,quitóse el pañuelo de la cabeza. abrazó al pasante,le apretó la mano con entusiasmo, y repitió con vozlastimera:

(1) Loco.

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¡Oh señor pasante, señor pasantely tomando su sombrero y su bastón, salió de alll

preci pi tadamen te.(<Elestudiante no volverá a poner los pies en mi

casa -dijo el pasante Paulmann para sus adentros --,pues ahora veo claro que con sus locuras contagiaa las personas más sensatas; el registrador está tam-bién un poco perturbado ... ; yo aun me he podidolibr;¡r; pero el demonio, que ayer en la borracherasacó la cabeza, pudiera por fin meterse del todo encasa y conseguir su objeto ... Por tanto, apage Sata-nas/ (¡fuera el estudiantel),} (1).

Verónica habíase quedado muy preocupada, no ha-blaba una palabra, no se reía sino rara vez y prefe-ría estar sola.

--Aun se acuerda del estudiante u·decía el pasan-te, malicioso -; pero bueno es que no se deje ver; por-que me tiene miedo ... , por eso no parece por aquí.

Las últimas pala bras las pronunció el pasante envoz alta, y entonces a Verónic2, que estaba sentadafrente a él, se le llenaron Ics ojos de lágrima.;, y dijosuspirando:

--¿Cómo podría el estudiante Anselmo venir? Estâhace mucho tiempo encerrado en un frasco de cristal.

·-¿Qué díces'?-preguntó el pasante-o ¡Ay Diosmío, Dios míol También ésta padece la mísma enfer-medad del registrador y le dará un ataque el mejordía ... ¡Ah maldito Anselmol

Salió corriendo en busca del doctor Eckstein, ei

(1) ¡Fuera de aqu(, Satanásl

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cual se echó a reir al escuchar su relato y ex-clamó:

-¡Vaya, vayalNo recet6 nada, y a los pocos que le preguntaban

respondía evasívamente:- Nervios ... , ello solo se curará ... ; aire libre ...• pa-

seos en coche ... , distracciones ...• teatros .... Sontag-kind, Swester von Prag ... (1). Eso es lo que le con-viene.

«Pocas veces ha sido el doctor tan comedido, puespor lo común es bastante charlatán,}, pensaba el pa-sante.

Transcurrieron días, y semanas y meses. Anselmohabía desaparecido, y tampoco se dejaba ver el re-gistrador Heerbrand, hasta que el 4 de febrero alas doce en punto de la mañana se present6 en casadel pasante Paulmann, con un traje de última moday de muy buen paño, medias de seda y zapatos, a pe-sar del gran trío que hacía, y un gran ramo de floresnaturales en la mano, dejándole asombrado de sulujo. Con mucha gravedad dirigi6se el registrador alpasante, le abraz6 con prosopopeya y comenzó adecir:

--Hoy, día del santo de su respetable bija Veró-nica, quiero decirle a usted lo que tengo guardado hamucho tiempo. Hace días, la desgraciada noche enque saqué de mi bolsillo los ingredientes para aquelmalhadado ponche. tenía intención de darles unabuena noticia y celebrar el dia feliz con alegría; aquel

(I) Operetas de Wenzel Müller, letra d, Perinet (1793 y 1794).

lU

dia supe que habia sido nombrado consejero. y hoytraigo en el bolsillo la patente de tal ascenso cum no·mine el sigillos principis (1).

---¡Ah, ahl, señor registrador .... es decir, señor con·sejero --balbuceó el pasan te.

-Pero usted, querido pasante-continuó el con·sejero novel -. usted puede colmar mi felicidad. Hacemucho tiempo que amo en silencio a la señorita Ve·rónica. y por algunas miradas amables de ella mepermito suponer que no he de ser rechazado. En unapalabra. querido pasante: yo. el consejero Heerbrand,le pido la mano de su amada hija la señorita Veró·nica, con la cual. si usted no tiene nada que opa·nero pienso casarme dentro de muy poco tiempo.

El pasante Paulmann cruzÓ las manos lleno deasombro y exclamó:

-¡Ah. ah!, señor regis ...• señor consejero quierodecir. ¡quién habia de pensarIol Si Verónica le amaen re'1lidad. por mi parte no tengo nada que oponer.Quizá su tristeza actual no es otra cosa que amor haciausted. señor consejero; ya conocemos esas jugarretas.

En aquel momento entró Verónica. pálida y des·compuesta. como solia estar. El consejero Heerbranddirigi6se Gl. ella. felicit6Ja por su santo y le entregóel oloroso ramo de flores al tiempo que un paqueti.to, en el que al abrirIa relucieron un pdr de hermosospendientes.

Un ligero rubor tiñó las mejillas de la joven; losojos le brillaron de alegría. y dijo:

(1) Con le. firma y .1 selic del príncipe_

liB-IAh. Dios miol¡Si son los mismos pendientes que

llevo hace algunas semanas y que tanto me gustan!-¿Cómo es posible? -exclamó el consejero, un

poco contrariado y desconcertado-o ¿Si no hace unahora que he comprado y pagado esta joya en laSchlossgasse?

Pero Verónica no le escuchaba, sino que, ponién-dose en pie. se colocó delante del espejo para probarel efecto de los pendientes. que desde luego se colocóen las orejas. El pasante le comunicó, con expresióny tono serio, la distinción de que había sido objetosu amigo Heerbrand y su demanda. Verónica miróal consejl:ro con mirada penetrante y dijo:

-Hace mucho tiempo que sabía que usted desea-ba casarse conmigo. Sea, pues. Le ofrezco mi manoy mi corazón; pero tengo que hacerle ...• mejor dicho.que hacerles a usted y a mí padre una confesión queme pesa sobre el corazón, y he de hacerla ahora mis-mo. aunque se enfríe la sopa, que, según veo, Fran-cisca ha puesto ya en la mesa.

Sin esperar la respuesta de su padre ni del regis-trador, a pesar de que los dos tenian las palabras enlos labios, continuó Verónica:

-Puede usted creerme, querido padre. que yo ama-ba de veras a Anselmo, y cuando el registrador Heel -brand, que ahora es consejero, aseguraba que el es-tudiante llegaria a ser algo, decidi que él y nadie másfuese mi marido.'Como al parecer había algunos se-res enemigos que intentaban arrebatãrmelo. lui acasa de la vieja Elisa. que en otro tiempo fué mi ni·fiera y ahora es hechicera. Esta me prometió ayudar.

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me para conseguir que Anselmo cayera en mis ma-nos. Fuimos las dos, a la media noche del dia delequinoccio, a la encrucijada de los caminos; ella con-juró al espíritu internal, y con ayuda del gato negroconsiguieron sacar a relucir un espejo de metal en elque, dirigiendo mis pensamientos a Anselmo, miréatentamente, con objeto de dominarle por completo,Pero hoy me arrepiento de haberlo hecho; abjurode todas las artes de Satanás. La salamandra ha ven-cido a la vieja; yo oí sus lamentos, pero no pudeayudarla; y en cuanto desapareció, comida por elpapagayo en figura de zanahoria, se rompió mi es-pejo cie metal.

Verónica sacó los dos pedazos del espejo roto, jun·tamente con un rizo, del cesto de costura, y entre-gando ambas cosas al consejero Heerbrand, continuó:

--Tome usted, querido consejero, los trozos del es-pejo; esta noche a las doce tírelos por el puente delElba en el sitio precisamente en que está la cruz (I),que nunca se hiela, ,y guárdese el rizo en señal de fide-lidad. De nuevo abjuro de las artes de Satanás, yno envidio a Anselmo su dicha, pues ya está unido ala serpiente verde, que es mucho más hermosa ymás rica que yo. Y procuraré, señor consejero, amarley respetarle como una esposa honrada.

"¡Dios míol ¡Dios mio! -exclamó el pasante Paul-mann -, Está loca, está loca ... ; no puede ser esposade un c~nsejero .... , está loca.

--No lo crea usted - repuso el consejero Heer·

(I) El Augustusbrucke de Dresde tleno una cruz d. piedra en <iQuinto arc~, que el 31 de marro de 1845 fué derribada por una crecld,.

120brand -. Sé perfectamente que la sefiorita Verónicasentia cierta inclinación hacia el estudiante conde-nado, y puede ser que en un momento de sobreexci-tación haya acudido a la adivinadora, que me figu-ro no puede ser otra que la eehadora de cartas ymoledora de café de la Seethcr, es decir, la viejaRauerin. No se puede negar tampoco que posee ar-tes secretas, con las cuales manifiesta su enemis-tad a las personas. Eso ya lo sabemos de antiguo;pero 10 que Verónica dice de la victoria de la sala-mandra y del casamiento con la serpiente verde noes mas que una alegoria poética, o sea una poesiacon la que cantan los estudiantes su despedida.

-¿Es que cree usted, querido consejero -dijo Ve-rónica a tal punto --, que lo que he dicho es una le-cura?

-De ninguna manera--repuso Heerbrand-, pue~de sobra sé que Anselmo está en poder de tuerzasocultas que lo zarandean con toda clase de recursosextraordinarios.

El pasante no pudo contenerse más y dijo impa-cien te:

-- Basta ya, por Dios, basta. ¿Es que hemos vuel-to a emborrachamos con el maldito ponche, o quelos que tienen en su poder a Anselmo también nosmanejan a nosotros? Señor consejero, ¿qué tonteriasson esas que está usted diciendo? Quiero creer quees el amor el que le ha trastornado algo, y esperoque con la boda se mejorará. Si no, sería para mi unapreocupación emparentar con un loco, y no estariatranquilo pensando en la descendencia, que siempre

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hereda los r.¡ales de los padres. Quiero dar mi bendi-ción paterna a este matrimonio y os permito que osbeséis como novios.

Así jo hicieron, y antes de que la sopa se enfriasequedó formalizada la petición de mano. Algunas se-manas después, la consejera Heerbrand, como se Joimaginara hacia mucho tiempo, estaba sentada en laterraza de una linda casa de la plaza, mirando, son-riente, a los elegantes que pasaban por allí, y que,dirigiéndole sus impertinentes. decian: (,La verdad esque la mujer del consejero Heerbrand está muybien ...~

DUODECIMA VELADA

Noticias de la finca que recibió Anselmo como yer-no del archivero Lindhorst, y de cómo vivia en ella

con Serpentina. - Fin.

Mucho me alegraría poder expresar la gran sati:::-facción del estudiante Anselmo, que unido íntima-mente con la hermosa Serpentina se trasladó al rei-no maravilloso y oculto que consideraba su patriay en el que hacía mucho tiempo anhelaba penetrar.Pe.,-oseria imposible, querido lector, darte idea exac-ta de las maravillas que rodeaban a Anselmo; laspalabras son pálidas para expresarlas. Me siento pre-so en la pobreza y pequeñez de la vida diaria, vagocomo un sonámbulo; en una palabra, estoy en lamisma situación en que estaba el estudiante cuandote hablé de él en la tercera velada.

Mucho me he afligido cuando terminada feliz-mente la undécima velada la leí de nuevo y penséque necesitaba escribir la duodécima como final,pues cada vez que por la noche me disponía a tra-bajar pareciame que unos duendecillos pérfidos -qui-zá parientes de la bruja muerta-me colocaban de-lante una plancha de metal bruñido, en el que veiareflejada mi propia imagen, pálida, desencajada porla mala noche, melancólica como la del registrador

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Heerbrand después del ponche famoso. Solia dejarla pluma y marcharme a Ia cama, para por lo menossoiÏar con el feliz Anselmo y la bella Serpentina.Esto duró varias noches, cuando al fin, y sin espe-raria, recibí una carta del archivero Lindhorst, en laque me decía lo síguien te:

.Caballero: Sé perfectamente que en la undécimavelada ha descrito la suerte de mi yerno, el en untiempo estudiante y hoy pacta Anselmo, lamentán-dose sobre ella, y que ahora ha tratado en la duodé·cima de decir algo de su vida fe]z en Atlantis, dpndese trasladó con mi hija, instalándose en la poseSiónque tengo allí. Aunque no veo de buen grado que ea·munique a los lectores mi verdadera personalidad,pues ello podría acarrear me algunas contrariedadescomo archivero, llegándose a discutir en el Colegio lacuestión de si una salamandra está capacitada paradesempeñar servicios del Estado bajo juramento, y,.sobre todo, hasta qué punto se le pueden confiar ne-gocios importantes, pues según Gabalis y Sweden-borg (I) no se debe confiar en los espiritus ... ; a pe-sar de que ahora mis amigos me huirán, creyendo queen un momento de furor puedo comenzar a echarchispas y quemarles sus pelucas o su levita domin-~uera ... ; a pesar de todo esto, quiero serie útil en la

(1) El protagonish de un libro cabaHstico, Le comtt de Gabalis, ouEntretit"s suy Its sc¡,nees scCY~les.par N. dt Monlfaucon, abbi dt Villays,publicado en Paris en 1670, en Amsterdam en 1715 y en Londresel 1742. '

Swedenbor~, tc6sefo (1688-1772) QU' aseguraba haber t.nldo vislo·r.·es y revelaciones de 'los espíritus y fué el fundador de un nacfona.1is-fiO fantáotico.

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terminaci6n de su obra, que contiene muchas cosasagradables para mi y para mi hija casada-ya quisiera yo que las otras dos estuvieran tan bicn colo-cadas-. Si quiere usted, pues, escribir la duodécimavelada baje sus condenados cinco pisos, abandonesu cuartito y venga a mi casa. En el cuarto azul delas palmeras, que ya conoce, encontrará los ma :e-ria]es para escribir, y con pocas palabras podrá co-municar a los lectores lo que vea, que siempre lesservirá de más que una larga relación de una vidaque s610 de aidas conoce usted. Con todo respeto sedespide su afectísimo,

LA SALAMANDRA LINDHURST,

pro tempore, Re~d archivero rarticular .•

Esta carta de] archivero Lindhorst, amable, aun-que algo áspera, me agradó mucho. Al parecer eraseguro que e] maravilloso viejo estaba enterado delmodo como llegó a mi noticia la suerte de su yerno,e] cual, por haber prometido el más absoluto silen.cio, a ti mismo, querido lector, te he ocultado, y nolo tom6 tan a mal como era de temer. Me cfrecía suayuda para terminar la obra, y por ello podia dedu·cir con fundamento que en el fondo estaba canfor.me con que se diese a conocer por medio de la imoprenta su extraña existencia en e] mundo de los es·píritus. Es posible, pensaba yo, que abrigue la espe.ranza de que asi será más fácil que las dos hijas quele quedan encuentren marido, pues quizá una chis·pa prenda en algún joven, despertando en él el an·

126helo por la serpiente verde, a la cual luego buscaríabajo el saúco en el día de la Ascensión. En cuantoa la desgracia ocurrida a Anselmo cuando fué ence·rrado en el frasco de cristal, le podía servir de avisopara librarse de la duda y de la incredulidad.

A las once en punto apagué mi lámpara de trd--bajo y me dirigí a casa del archivero Lindhorst, queme estaba esperando en el vestíbulo.

- Ya está usted aquí, caballero ... Me alegro mu-cho de que haya comprendido mi buena intención ...Venga conmigo.

y me guió a través del jardin, iluminado con luzcegadora, hasta el aposento azul celeste, en el que vila mesa cubierta de color violeta en la que trabajóel estudiante. El archivero Lindhorst desaparec16.volviendo a entrar a poco con una hermosa copa deoro, de la que brotaba una llama azul.

--Aquí le traigo -díjo -la bebida predilecta desu amigo el maestro de capilla Kreisler. Es arrakquemado, al que he añadido un poco de azúcar.Saboree un poco. Voy a quitarme la bata, y porgusto, y para gozar de su compañía mientras estáusted ahi sentado escribiendo, subiré y bajaré a lacopa.

-Si lo hace por gusto, muy bien, señor archive-ro -repuse yo -; pero si es para que yo disfrute de labebida, no se moleste.

- No se preocupe, mi buen amigo -exclamó el ar-chivero al tiempo que se quitaba la bata.

y con gran asombro mio subi6se a la copa y des·apareció entre las llamas. Sin ningún míedo, y apar-

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tanda las llamas, tomé de la bebida, CI ue estaba sa·brosísima.

¿No se mueven con rumor suave las hojas Cll¡or deesmeralda de las palmeras, como acariciadas por elhálito del viento de la mañana? Despiertan de su sue-ño, se alzan, y tiemblan y susurran, secretamente ha-blando de las maravillas que como de lejos anuncianmisteriosos sonídos de arpa, El azul se separa de lasparedes. y como aromática niebla se cierne arriba yabajo, y de entre ella salen rayos cegadores quecomo en una atmósfera gloriosa se retuercen, se ele·van y van de un lado para otro, subiendo a lo másalto dd la inconmensurable bóveda que cubre las pal-meras. Los rayos se hacen cada vez más cegadores,hasta que en media del ¡espIandor del sol descúbre-se un bosque inmenso, en el que veo a Anselmo, Mag-níficos jacintos y tulipanes y rosas levantan sus Iin-das cabezas; su aroma dice en tono amable al dicho-so: ~Pasea por entre nosotros, querido, puesto que túnos comprendes ... Nuestl o aroma es el anhelo delamor ... ; te amamos y somos tuyos para siempre.,) Losdorados rayos murmuran al calentar: «Somos fuegoencendido por el amor. El aroma es el anhelo. el fue-go es el deseo, y nosotros vivimos en tu pecho, tor-mamas parte de ti mismo.') Los obscuros matorra-les... , los altos árboles susurran y murmuran: «Ven anosotros, hombre feliz, amado nœstro, El fuego esel deseo, y esperanza nuest¡-a fresca sombra; te arru-llaremos con nuestro rumor, ya que tú ncs entiendes,?orque el amor vive en tu pecho,,) L,s fuentes y los

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arroyos cantan y repiten: <,Amado. no pases por jun-to a nosotros tan de prisa, mira a nuestro cristal...Tu imagen vive en nosotros, que somos constantes ennuestro amor, porque tú nos has comprendido.~ Y losj)ajarillos pintarrajeados pitorrean y cantan; «Escú-chanos, escúchanos: somos la alegria. el goce, el en·

• canto del amor.,)Anselmo, lleno de ansiedad, contempla el templo

magnífico quo se eleva en la lejanía. Sus artísticas co-lumnas asemejan árboles, y sus capiteles y sus mol-duras, hojas de acanto, que forman hermosas deco-raciones <..onadornos y figuras. Anselmo se dirige altemplo; contempla con intima alegría el mármol po-Lcromo, los peldaños maravillosamente veteados.

-No -die<.: como en el colmo del entusiasmo --,ya no está lejos.

Entonces, magnificamente ataviada y resplande-ciente de belleza sale del templo Serpentina. con eJpuchero de oro en la mano, del cual brota un hermo·so lirio. Su rostro lleva impresa una expresión inena-rrable de arrobo y sus divinos ojos brillan con infini·ta ternura; sus miradas se dirigen a Anselmo, y ledice:

-Amado mio: el lirio ha abierto su cáliz, hemosllegado a la meta. ¿Habrá en el mundo una felicidadcomparable con la nuestra?

Anselmo la abraza con apasionamiento ... ; los liriosirradian sus rayos de luego. Los árboles y los arbus-tos agitanse con violencia ... , los arroyos corren mur·muradoles en el aire escúchase un gorjeo jubiloso ;en el agua ,en la tierra se celebra la fiesta del amor .

129Luego. de entre los arbustos brotan relámpagos lumi·nosos ... ; de los ojos ardientes de la tierra brotan dia·mantes...; de las fuentes, manantiales saltarines ... ; aro-mas embriagadores embalsaman el aire ... : son los es-píritus, que rinden homenaje al lirio y anuncian aAnselmo la lelicidad.

Anselmo levanta la cabeza, como rodeado de unnimbo de sabiduría ... ¿Son miradas? .. ¿Son pala-bras ... ¿Es un cãntico? .. Distintamente óyese: «Ser-pentina ...• la fe en ti, el amor, me han descubiertolos profundos secretos de la Naturaleza ... Me trajis-te el lirio que naeió del oro, de las entrañas de latierra, aun antes de que Fósforo iluminase el pensa-miento ... El representa el conocimiento de la arm,·nía de todos los seres, y en esta armonía vivo felizdesde aquel momento Sí, yo, bienaventurado, heconocido lo mãs alto ; te he de amar eternamente,Serpentina querida ... , nunca se marchitarãn las de.radas hojas del lirio, pues, lo mismo que la fe y elamor, es eterna la ciencia.»

La visión que trajo ante mí a Anselmo en su ha-cienda de Atlantis débosela, ciertamente, a las ar-tes de la salamandra; y lo asombroso fué que cuan-do aquélla se desvaneció como una niebla encontrétodo el relato escrito en un papel, sobre la mesa cu-bierta cie terciopelo violeta. sintiéndome al tiempocomo dolorido y quebrantado.

¡Oh Anselmo! Dichoso tú, que has conseguido des-prenderte de la carga de la vida vulgar y retugiarteen el amor de la hermosa Serpentina y vives feliz

H~YF><A"":CUl!".,.;:;s-T. I. 9

130Y alegre en tu posesión de Atlantis. Pero yo. pobrede mL. .. pronto ...• dentro de unos minutos. habré sa-lido de este magnífico salón. que no es, sin embargo,una finca en Atlantis, y me veréen mi buhardilla, pre·ocupado con las minucias de la vid9 miserable y conmi vista atraída por tantas desgracias que la rodeancomo de una niebla. que no me será posible ver nun-ca el lirio.

El archivero Lindhorst me tocó en el hombro consuavidad. diciéndome:

- Vamos. vamos, amigo mío, no se lamt.nte de esemodo. ¿No ha estado usted hace un momento enAtlantis y no tiene usted allí una linda posesión enla poesía que llena su in teligencía? ¿Qué es la felici-dad de Anselmo sino la vida en la poesía. la cual leha hecho comprender la sagrada armonía de todosJas seres. que constituye el secreto profundo de laNaturaleza?

FI" 9EL TOMO PRIMERO

IN'DICE DEL Tü;\W PRBIERO

Páginos

EL PUCHERO DE ORO:

p,jmaa .elada.- La desgracia dol estudiante Anselme. - ['.la ¡,ipa de' pasante Paulmann y las se7p;entes verde; .

S.guI'da v.lada.-De c6mo el estuóbnte Anselm,o tué toma·do por b07rach~ y por loco.-El J'aseo por el Elba.-EIarh dol director de orquest" Craun.-El licor estoma •• ¡de C?r,rad y la vendedora bronceada de manzanas. , . I.-

Tercaa v.zada,-Noticba sobro la familia del archivero Lin·ól,orst.-Los aios azules de Ver6nica.-El re¡:istraè~'Hterbrand .... , .. "

Cuarta velada.-Melancolia del estudiante Anselmo.-El es·pelo de esmerald.s. - De c6mo .¡ archivero Lindhorstvot6 como un rrúlano y el e;tudiante Anselmo no encon-tró a Mdi •. 3S

QUÍlliavelada.-La consejera.-,Cicero de officii ••. -Maea-cos y otras aHmañas.-La vieia Eiisa -El equinoccio. 4S

Sexta velada.- El Jardín del archivero Lindh" •• t cen sus pá-jaros.- El puchero de oro.-La letra inglesa cursiva.-Pltas d, mosca insulllntes- El príncipe de las tinie-b'as .'i7

Séptima I/e/ada - De c6mo 01 pas"nte Paulmann &<lcudi6ta¡:ipa y re tué a la cama.-Rembrandt y Bruoghel.- El es-peio encantado Y la receta del doctor Eckstein contra un;~nfermwad desoonocid,. 67

Oc'a:;a l/e1ada.-La bibl:otecJ de las palmeras.-Suerte de11020 salam,ndra dcs¡:nciadc.-De cón:o la pluma ne!:ra,carid6 a una l.1nahoria y 01 registrador Hcerbrand tom6una gtan borrachera .. 77

132PágiM'.

N(J1Illla ullada.- De c6mo el estudia"te Anselmo llegó., cier-tos razonamientos. - La Socied~d de bebedores de pon-che.- D. cómo el estudiante An,.elmo tom6 41 pasantePaulmann por un buho y de la indi¡:naci6n del pas.nte.-La mancha de tinta Y sus censecu-mcias. 91

D,cima uelada.-Lcs sulrimiento, det estudiante Anselmo en~I frasco de cristal.-La vid" leliz de ]~s escolares de laSanta Cr'" y de 16s p~s;¡nte-' de p!um •. - L. batall. de labiblioteca del archivero Lind:lorst.-Victoria de l.1 sala-mandra y libertad de Anselmo. 103

Undécima uelada,- La contrariedad del p"sante P~u!mannpor haber invadido m casa la 10cu<1, - De cómo el regis-trador Hoorbrand lué nombrado ""mejero y con un granfrIo se pase6 con zapatos y medias de seda.-Conles:ón deVerónica.-Promesa Je casamienb J"nto a la sopero hu·meante . \ 13

Duodécima uelada. - Noticias de la linc) que recibió Anselmocomo yerno del archivero Lindh"rst, y de cómo vivra enella con Serpentlna.- Fin 123

172210