el ogro malvado - tony di terlizzi

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Tony DiTerlizzi - Holly Black

El ogro malvadoCrónicas de Spiderwick 5

ePUB v1.1Moower 04.01.12

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TonyDiTerlizzi yHolly BlackTraducción de

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Carlos Abreu

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Título Original: "The Wrathof Mulgarath"Traducción: Carlos AbreuDiseño del libro: TonyDiTerlizzi y Dan Potash

© Tony DiTerlizzi y HollyBlack, 2004© Ediciones B, S. A., 2005

Depósito legal: B. 3085-2006Fotocomposición: punt groc& associats, s. a., BarcelonaImpresión yencuadernación: Printerindustria gráficaN. II, Cuatro caminos s/n,08620 Sant Vicenç dels

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HortsBarcelona, 2005. Impreso enEspañaISBN 978-84-666-2256-1N.° 23879

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Para mi abuela Melvina, queme aconsejó

que escribiera un librocomo éste, y a quien

le dije que nunca lo haría.H.B.

Para Art hur Rackbam: quecont inúe

inspirando a otros comome ha inspirado a mí

T.D.

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CARTA DE HOLLY BLACK

CARTA DE LOS HERMANOSGRACE

MAPA DE LA ESTANCIASPIDERWICK

CAPÍTULO UNODonde el mundo se

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vuelve patas arriba

CAPÍTULO DOSDonde reaparece un

viejo amigo

CAPÍTULO TRESDonde Jared se entera decosas que preferiría no

saber

CAPÍTULO CUATRODonde todo acaba en las

llamas

CAPÍTULO CINCODonde descubren el

significado de «Más allá

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hay dragonas»

CAPÍTULO SEISDonde los

acontecimientos seprecipitan

EPÍLOGODonde concluye la

historia de los hermanosGrace

SOBRE TONY DITERLIZZI….

Y SOBRE HOLLY BLACK

AGRADECIMIENTOS

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Querido lector:

Tony y yo somos amigosdesde hace años, y siemprehemos compartido ciertafascinación por laliteratura fantástica. Nosiempre habíamos sidoconscientes de laimportancia de esaafinidad ni sabíamos quesería puesta a prueba.

Un día, Tony y yo —juntocon varios otros autores—estábamos firmando

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ejemplares en una libreríagrande. Cuando terminamos,nos quedamos para ayudar aapilar libros y charlar,hasta que se nos acercó undependiente y nos dijo quealguien había dejado unacarta para nosotros.Cuando le preguntéexactamente a quién ibadestinada, su respuestanos sorprendió.

—A vosotros dos —señaló.La carta aparecetranscrita íntegramente enla siguiente página. Tony

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se pasó un buen ratocontemplando la fotocopiaque la acompañaba. Luego,en voz muy baja, sepreguntó dónde estaría elresto del manuscrito.Escribimos una nota a todaprisa, la metimos en elsobre y le pedimos aldependiente que se laentregase a los hermanosGrace.

No mucho después alguiendejó un paquete atado conuna cinta roja delante demi puerta. Al cabo de

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pocos días, tres niñosllamaron al timbre y mecontaron esta historia.

Lo que ha ocurrido desdeentonces es difícil dedescribir. Tony y yo noshemos visto inmersos en unmundo en el que nuncacreímos realmente. Ahorasabemos que los cuentos dehadas son algo más querelatos para niños. Nosrodea un mundo invisible,y queremos desvelarlo antetus ojos, querido lector.

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Holly Black

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Queridos señora Black y señorDiTerlizzi:

Sé que un montón de genteno cree en los seressobrenaturales, pero yo sí, ysospecho que ustedes también.Después de leer sus libros, leshablé a mis hermanos deustedes y decidimosescribirles. Algo sabemossobre esos seres. De hecho,sabemos bastante.

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La hoja que adjunto es unafotocopia de un viejo libroque encontramos en eldesván. No está muy bienhecha porque tuvimosproblemas con lafotocopiadora. El libro explicacómo identificar a los seresmágicos y cómo protegerse deellos. ¿Serían tan amables deentregarlo a su editorial? Sipueden, por favor metan unacarta en este sobre ydevuélvanlo a la librería.Encontraremos el modo deenviarles el libro. El correo

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ordinario es demasiadopeligroso.

Sólo queremos que la gentese entere de esto. Lo que nosha pasado a nosotros podríapasarle a cualquiera.

Atentamente.

Mallory, Jared y SimonGrace.

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Ante la verja de la fincade Spiderwick.

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L

CAPÍTULO UNO

Donde el mundo sevuelve patas arriba

a tenue luz del sol del alba hacíabrillar las gotas de rocío en la

hierba mientras Jared, Mallory y Simonavanzaban penosamente por unacarretera provincial. Estaban cansados,pero el deseo de llegar a casa losimpulsaba a seguir. Mallory, con su finovestido blanco, tiritaba, sujetando suespada con tanta fuerza que los nudillos

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se le habían puesto pálidos. A su lado,Simon caminaba arrastrando los pies,dando patadas de vez en cuando a lostrozos sueltos de asfalto que encontraba.Jared también iba callado. Cada vez quecerraba los ojos, aunque fuese sólo porun momento, veía trasgos, cientos detrasgos, con Mulgarath a la cabeza.

Intentó distraerse pensando en lo quele diría a su madre cuando llegaran acasa. Seguramente estaría enfadada conellos porque habían pasado toda lanoche fuera, y furiosa con Jared por elincidente de aquel ser que llevaba unanavaja. Pero él se lo explicaría todo. Lecontaría lo del ogro que cambiaba de

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forma, la manera en que habíanrescatado a Mallory de los enanos yengañado a los elfos. Su madre vería laespada y entonces tendría que creerles.Y entonces le perdonaría todo a Jared.

Un ruido muy agudo, como el silbidode una tetera amplificado a todovolumen, lo devolvió al presente degolpe. Se encontraban ante la verja deSpiderwick. Horrorizado, Jared advirtióque el césped estaba cubierto de basura,papeles, plumas y muebles rotos.

—¿Qué es todo eso? —exclamóMallory, boquiabierta.

Al oír un grito, Jared levantó la vistahacia el tejado, donde el grifo de Simon

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perseguía a un ser pequeño,desprendiendo pedazos de pizarra.

—¡Byron! —lo llamó Simon, pero elgrifo no lo oyó, o decidió no hacerlecaso. Simon, exasperado, se volvióhacia su hermano—. No debería estarahí arriba. Todavía no se le ha curado elala.

—¿Qué está persiguiendo? —preguntó Mallory, achicando los ojos.

—A un trasgo, creo —respondióJared, despacio. El recuerdo de losdientes y las garras bañados en sangredespertaron en él un terror profundo.

—¡Mamá! —Mallory soltó un gritoahogado y echó a correr hacia la casa.

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Jared y Simon la siguieron a todaprisa. Al acercarse vieron que lasventanas de la vieja finca estaban rotas yla puerta principal colgaba de una solabisagra.

Entraron como una exhalación yatravesaron el zaguán, pisando llavesdesperdigadas y abrigos hechos jirones.El grifo de la cocina estaba abierto; elagua desbordaba el fregadero lleno deplatos rotos y se escurría hasta el suelo,donde los alimentos que habían caídodel congelador volcado se apilabandescongelándose en montones húmedos.Algunos de los tabiques estabanagujereados a golpes, y el polvo del

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yeso, mezclado con harina derramada ycereales, recubría los fogones de lacocina.

La mesa del comedor seguía en susitio, pero varias de las sillas estabantumbadas y tenían los asientos demimbre desgarrados. Alguien habíarajado uno de los cuadros de su tíoabuelo, y el marco estabaresquebrajado, aunque aún colgaba en lapared.

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«Es culpa mía, es culpamía.»

La sala se hallaba incluso en peorescondiciones: habían destrozado lapantalla del televisor atravesándola conla consola de videojuegos. La tapiceríade los sofás estaba rasgada, y el relleno,esparcido sobre el suelo de madera enmontoncitos que parecían de nieve. Yallí, sentado sobre los restos de unabanqueta para los pies revestida debrocado, estaba Dedalete. Cuando Jaredse aproximó al pequeño duende, advirtióque tenía un profundo arañazo en el

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hombro y que no llevaba su sombrero.Dedalete alzó hacia él sus ojos llorososy negros, parpadeando.

—Es culpa mía, es culpa mía —selamentó—. No he podido vencerlos conmi hechicería. —Una lágrima le resbalópor la delgada mejilla, y él se la enjugócon rabia—. Contra los trasgos me bastoy me sobro, pero estoy perdido si meenfrento a un ogro.

—¿Dónde está mamá? —preguntóJared en tono apremiante.

Se dio cuenta de que estabatemblando.

—Poco antes de la madrugada, se lallevaron de aquí atada —contestó

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Dedalete.—¡No puede ser! —gritó Simon, y

su voz sonó casi tan aguda como unchillido—. ¡Mamá! —llamó, subiendolas escaleras hasta el siguiente rellano—. ¡Mamá!

—Tenemosque hacer algo —dijo Mallory.

—La hemos visto —murmuró Jared,

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sentándose en elsofá destrozado.Estaba mareado, ytenía frío y caloral mismo tiempo—. En la cantera.Ella era lapersona adulta aquien los trasgosretenían, y nisiquiera noshemos dadocuenta. Deberíamos... yo debería haberhecho caso de las advertencias. Nuncatendría que haber abierto el estúpidocuaderno del tío Arthur.

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El duende sacudió la cabezavigorosamente.

—Proteger esta casa es mi deber,con el cuaderno o sin él.

—¡Pero si yo lo hubiese destruidocomo tú me indicaste, nada de estohabría ocurrido!

Jared se descargó un puñetazo en lapierna.

Dedalete se frotó los ojos con labase de la mano.

—Quizá sea cierto, quizá sea falso,pero yo lo escondí y mira qué hapasado.

—¿Queréis dejar de compadeceros?¡No estáis siendo de mucha ayuda! —

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Mallory se acuclilló junto a la banquetay le alargó al duende su sombrero—.¿Adónde pueden haberse llevado amamá?

Dedalete meneó la cabezaapesadumbrado.

—Son muy sucios los trasgos y aúnpeor es su amo. Estarán en un sitio de lomás repugnante, pero más señas de él yono sabría darte.

Por encima de ellos se oyó unsilbido y un correteo.

—Todavía queda un trasgo en eltejado —dijo Simon, mirando haciaarriba—. ¡Él lo sabrá!

Jared se puso en pie.

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—Más vale que detengamos a Byronantes de que se lo coma.

—Tienes razón —convino Simon,corriendo escaleras arriba.

Los tres chicos llegaron al primerpiso y enfilaron el pasillo en direcciónal desván. Las puertas estaban abiertas,y el corredor estaba sembrado de ropadesgarrada, plumas de almohadas y tirasarrancadas de sábanas. Fuera de lahabitación de Jared y Simon, habíadepósitos de vidrio resquebrajados yvacíos tirados por el suelo. Simon sequedó paralizado, con una expresión dehorror en la cara.

—¿Lemondrop? —llamó—.

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¿Jeffrey? ¿Kitty?—Vamos —lo apremió Jared.Mientras tiraba de Simon para

alejarlo de la habitación patas arriba,Jared se fijó en el armario del pasillo.Había toallas desperdigadas yempapadas en la loción y el champú quegoteaban de los estantes. Y al fondo, lapared presentaba unos arañazosprofundos y alguien había sacado de susgoznes la puerta secreta de la bibliotecade Arthur.

—¿Cómo la habrán encontrado? —preguntó Mallory.

Simon sacudió la cabeza.—Supongo que han registrado toda

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la casa hasta dar con ella.Jared se puso en cuclillas y entró

gateando en la biblioteca de ArthurSpiderwick. La brillante luz quepenetraba por la única ventana le revelócon claridad todo el estropicio. Laslágrimas acudieron a sus ojos mientrascaminaba sobre una alfombra de páginasarrancadas. Alguien habíadesencuadernado las libretas de Arthur ydesparramado las hojas. El suelo estabacubierto de bosquejos rasgados ylibrerías volcadas. Jared paseó la vistapor la habitación con una sensación deimpotencia.

—¿Y bien? —preguntó Simon desde

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fuera.—Destrozado —respondió Jared —.

Todo está destrozado.—Vamos —dijo Simon en voz alta

—. Hay que atrapar a ese trasgo.Jared asintió con la cabeza, pese a

que sus hermanos no podían verlo, y,aturdido, se dirigió hacia la puerta.

Había algo en la profanación de esahabitación en particular —unahabitación que había permanecido ocultadurante años— que hacía pensar a Jaredque nada volvería a ir bien a partir deentonces.

Junto con Simon y Mallory, subiótrabajosamente las escaleras hasta el

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desván, pasando por encima defragmentos relumbrantes de adornosnavideños y un maniquí. En lapenumbra, Jared alcanzaba a vislumbrarel polvo que se desprendía del techo altiempo que se oía sobre su cabeza elrepiqueteo de las garras de un trasgo,acompañado de chillidos.

—Un nivel más y podremos salir altejado —dijo Jared, señalando el últimotramo de escaleras. Conducía a lahabitación más alta de la casa, unapequeña torre con las ventanasparcialmente cerradas con tablas por loscuatro costados.

—Me parece que he oído un ladrido

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—dijo Simon mientras subían—. Eltrasgo debe de estar sano y salvotodavía.

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«Todo está dest rozado.»

Cuando llegaron a lo alto de la torre,Mallory rastilló las tablas de lasventanas a golpes de espada y Jaredintentó desprender lo que quedaba deellas haciendo palanca.

—Yo iré primero —dijo Simon, yacto seguido subió de un salto al alféizarpara salir al tejado pasando con cuidadoentre los listones dentados.

—¡Espera! —le gritó Jared—. ¿Quéte hace pensar que podrás controlar algrifo?

Pero Simon no pareció hacerle caso.

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Mallory se puso un cinturón y sujetó laespada de modo que colgaba de sucintura.

—¡Vamos!Jared pasó las piernas por encima

del reborde de la ventana y sus pies seposaron sobre la superficie de pizarra.La luz del sol prácticamente lo cegó, ypor un momento oteó con ojosdeslumbrados el bosque que se extendíamás allá del jardín.

Entonces vio que Simon se acercabaal grifo, que había arrinconado al trasgocontra una de las chimeneas de ladrillo.El trasgo era Cerdonio.

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«¿Qué hacéis ahí parados,papirotes?»

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¿Q

CAPÍTULO DOS

Donde reaparece unviejo amigo

ué hacéis ahí parados, papirotes?—chilló Cerdonio—. ¡Echadmeuna mano!

Con la espalda contra una chimenea,se sujetaba con una mano el abrigo bajoel que ocultaba algo, mientras blandíaamenazadoramente con la otra untirachinas descargado.

—¿Cerdonio? —Jared sonrió al ver

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al trasno, pero de pronto se detuvo, conel ceño fruncido—. ¿Qué estás haciendoaquí?

Simon se había interpuesto entreCerdonio y el grifo e intentaba aplacar ala fiera a gritos. Byron volvió su cabezade halcón a un lado y luego rascó lapizarra del tejado con las garras, comosi fuese más felino que ave. A Jared lepareció que el grifo creía que todoaquello era un nuevo juego.

Cerdonio vaciló, con la vistaclavada en Jared.

—No sabía que ésta era vuestra casahasta que apareció el grifo.

—¿Tú los has ayudado a capturar a

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mamá? —Jared notó que el rostro se lecongestionaba—. ¿A poner la casa patasarriba y matar los animales de Simon?

Dio dos pasos hacia Cerdonio, conlos puños apretados. Se había fiado deél. Incluso le había caído bien. Y ahorael trasgo los había traicionado. Sentíatanta rabia que notaba un zumbido en losoídos y apenas podía pensar.

—Yo no he matado a nadie.Cerdonio se abrió el abrigo

ligeramente, dejando al descubierto unabola de pelo color naranja.

—¡Kitty! —exclamó Simon,distraído por la visión del gatito.

En ese momento, Byron se abalanzó

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hacia delante, esquivando a Simon, yaprisionó el brazo del trasgo con elpico.

—¡Aaaaaaayyy! —aulló Cerdonio.Con un maullido, el gato saltó al

tejado.—¡Byron, no! —gritó Simon—.

¡Suéltalo!El grifo agitó la cabeza, zarandeando

a Cerdonio. Los alaridos del trasgosonaron más fuertes.

—¡Haz algo! —exclamó Jared,presa del pánico.

Simon se acercó al grifo y lepropinó un manotazo en el pico.

—¡NO! —bramó.

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—¡Jolín, Simon, no hagas eso! —leadvirtió Mallory llevándose la mano ala espada.

Pero en vez de atacar, el grifo dejóde sacudir a Cerdonio y se quedómirando a Simon, alarmado.

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«Lo siento, alfandoques.»

—¡Suéltalo! —repitió éste,apuntando con el dedo al tejado depizarra.

Cerdonio forcejeaba en vano,metiéndole los dedos en la nariz a Byrony tratando de morderle el cuelloemplumado con sus inofensivosdientecillos. El grifo no le prestabaatención, pero tampoco hizo el menorademán de soltarlo.

—Ten cuidado —le advirtió Jared asu hermano—. Más vale que se coma aCerdonio antes que a nosotros.

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—¡Noooo! Lo siento, alfandoques—gimió Cerdonio sin dejar deretorcerse—. No lo he hecho apropósito, en serio. ¡Sacadme de aquí!¡Socooooorro!

—Jared, sujeta a Cerdonio, ¿vale?—le indicó Simon.

Jared asintió con la cabeza y seacercó cautelosamente. Desde esadistancia, le llegaba el olor del grifo; unolor salvaje, como el que despide elpelaje de un gato.

Simon agarró el pico de Byron porarriba y por abajo con las dos manos yempezó a abrírselo.

—Bueeeen chico —lo calmaba

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mientras tanto—. Eso es. Suelta altrasgo.

—¡Trasno! —lo corrigió Cerdonio.—¿Te has vuelto loco? —le chilló

Mallory a su hermano. El grifo se volvióbruscamente hacia ella, tumbando aSimon de espaldas—. Lo siento —añadió ella, en voz mucho más baja.

Jared agarró a Cerdonio por laspiernas.

—Lo tengo.—Oye, cagarrache, no nos

pondremos ahora a jugar a tira y aflojacon mi cuerpo, ¿verdad? ¿Eh?

Jared se limitó a sonreír conmalicia. Simon trató de nuevo de abrirle

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el pico a Byron por la fuerza.—Mallory, ven y ayúdame. Sujétale

la parte de abajo del pico, mientras yole sujeto la parte de arriba.

Ella cruzó con cuidado la vertienteinclinada del tejado. El grifo le lanzóuna mirada inquieta.

—Cuando yo te lo diga, tira confuerza —le dijo Simon—. ¡Ahora!

Juntos intentaron separar lasmandíbulas del grifo. Los dedos deMallory se deslizaron hasta el interiorde la boca de Byron mientras ella seesforzaba por abrírsela, tirando con todosu peso, casi hasta el punto de colgarsedel grifo. Byron se resistía, pero de

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pronto cedió, abriendo la boca ydejando caer por completo a Cerdonioen brazos de Jared. Éste perdió elequilibrio, se tambaleó hacia atrás sobrelas tejas y soltó a Cerdonio, buscandodesesperadamente un sitio de dondeagarrarse. El trasgo resbaló también ydesprendió con los pies la teja a la queJared se aferraba. El muchacho sedeslizó hasta el borde del tejado, dondese asió al canalón antes de precipitarsedesde lo alto.

Simon y Mallory se quedaronmirándolo con los ojos muy abiertos.Jared tragó saliva. Mientras sushermanos se acercaban para ayudarlo a

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encaramarse de vuelta al tejado, él sepercató de que Cerdonio salía disparadohacia la ventana abierta.

—¡Se escapa! —gritó Jared,intentando auparse. Su codo se hundióentre las hojas secas y el barro queobstruían el canalón.

—Olvídate de ese estúpido trasgo—repuso Mallory—. Agárrate a mí.

Lo izaron sobre el borde del tejado.Tan pronto como estuvo de nuevo en pie,Jared echó a correr detrás de Cerdonio,seguido de cerca por Mallory y Simon.Bajaron ruidosamente las escaleras.

Cerdonio yacía despatarrado en elpasillo que conducía a las habitaciones

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de los chicos, mientras un hilo amarillose enrollaba por sí mismo en torno a él.Jared observó boquiabierto el hilo, quefinalmente se ató formando un lazo.

De pronto, Dedalete se subió de unsalto sobre la cabeza de Cerdonio.

—Os ayudaré a combatir contra esteser. Es lo menos que puedo hacer.

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«¡Se escapa!»

Jared paseó la vista desde el hilohasta Dedalete.

—¡No sabía que supieras hacer eso!Entonces se acordó del modo en que

los cordones de sus zapatos se habíanatado entre sí, aparentemente por sísolos, y de repente lo entendió todo.

El duendecillo sonrió de oreja aoreja.

—No basta con no ser visto paradejarlo todo listo.

—¡Eh! — chilló Cerdonio —.¡Quitadme este gorgojo chiflado de

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encima! ¡Yo no estaba huyendo devosotros, sino de ese monstruo mangónque hay en el tejado!

—Cállate —ordenó Mallory.—No hagáis caso a este trasgo —

dijo Dedalete—. Algo avieso tiene en elseso.

—Este duende currutaco tiene unpico de oro —observó Cerdonio.

—Y ahora vas a decirnos todo loque sabes o te embadurnaremos deketchup y te llevaremos de vuelta altejado —lo amenazó Jared.

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Estaba tan furioso que en esemomento hablaba completamente enserio.

Dedalete saltó a la pata de una mesade centro tumbada.

—Algo peor que eso merece estetrasgo tan perverso. No, lo echaremos alas ratas para que le muerdan las patas,

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le coman los ojos y le roan la nariz hastadejársela chata. Te arrancaremos losdedos con nuestros propios dientes, y nopararemos hasta que confieses.

Simon empalideció, pero no abrió laboca. Cerdonio se retorció entre susataduras.

—Os diré todo lo que queráis saber,bruscos botarates. ¡No hay por quéamenazarme!

—¿Dónde está mamá? —inquirióJared—. ¿Adónde se la han llevado?

—La guarida de Mulgarath está en eldepósito de chatarra de las afueras. Conlas basuras se ha construido un palacio,que está custodiado por su ejército de

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trasgos, además de otros seres. No seascabeza de calabaza; jamás podréisentrar ahí.

—¿Cuáles son los otros seres quecustodian el palacio? —quiso saberJared.

—Dragones —respondió Cerdonio—. En su mayoría dragones pequeños.

—¿Dragones? —repitió Jared,horrorizado.

En el cuaderno de campo de Arthurse mencionaba a estas criaturas, aunqueel propio Arthur nunca los había visto.Todo lo que sabía de ellos lo había oídode boca de otras personas. Aun así, lasdescripciones de los dragones eran

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escalofriantes: su mordedura venenosa,sus dientes afilados como puñales, suscuerpos ágiles y veloces como látigos...

—¿Y tú formabas parte del ejércitode trasgos de Mulgarath? —preguntóMallory, entornando los ojos.

—¡No tenía opción! —se justificóCerdonio—. ¡Todo el mundo estaba

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alistándose! ¿Qué querías que hicierayo, merolica?

—¿Qué les contaste que les habíapasado a los otros trasgos con los queestabas antes? —preguntó Jared.

—¿Los otros trasgos? —exclamóCerdonio—. ¡Por última vez, petimetre,soy un trasno! ¡Es como si llamarasestornino a una vaca!

Jared suspiró.—Bueno, ¿qué les contaste?Cerdonio puso los ojos en blanco.—¿Qué esperabas que les contara,

mameluco? Les conté que un trol se loshabía zampado, ni más ni menos.

—Si te desatamos, ¿nos llevarás al

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depósito de chatarra? —le propusoMallory.

—Seguramente ya es demasiadotarde —gruñó Cerdonio.

—¿Cómo dices? —Jared frunció elentrecejo.

—Sí —rectificó Cerdonio—. ¡Sí!Os llevaré. ¿Estáis contentos,chiquilicuatres? Todo con tal de no tenerque volver a ver a ese grifo.

—Pero, Jared —terció Simon,esbozando una sonrisa—, llegaríamosmucho más deprisa si fuéramos volando.

—¡Eh, un momento! —protestóCerdonio—. ¡Eso no formaba parte deltrato!

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—Necesitamos un plan —dijoMallory, apartándose del trasgo ybajando la voz—. ¿Cómo vamos aderrotar a un ejército de trasgos, undragón y un ogro que cambia de forma?

—Tiene que haber algo... —reflexionó Jared, siguiéndola— algúnpunto débil...

Las páginas del cuaderno de campode Arthur que había memorizadoempezaban a borrarse de su mente ycada vez tenía más lagunas. Intentóconcentrarse, rememorar cualquierdetalle que pudiera serles útil.

—Lástima que ya no tenemos elcuaderno de campo. —Simon se quedó

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mirando las peceras rotas como tratandode buscar una respuesta entre losfragmentos de vidrio.

—Pero sabemos dónde está Arthur—intervino Jared pausadamente,trazando un plan en su cabeza—.Podríamos preguntárselo a él.

—¿Y se puede saber cómo vamos ahacer eso? —preguntó Mallory, con unamano en la cintura.

—Les pediré a los elfos que melleven hasta él —contestó Jared, comosi fuera una propuesta de lo másrazonable.

Mallory abrió mucho los ojos,sorprendida.

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—La última vez que vimos a loselfos, no estaban en un plan muyamistoso que digamos.

—Es cierto, querían encerrarmebajo tierra para siempre —señalóSimon.

—Tenéis que confiar en mí —dijoJared despacio—. Puedo hacerlo. Meprometieron que nunca volverían aretenerme allí contra mi voluntad.

—Pero si yo confío plenamente en ti—repuso Mallory—; es de los elfos dequienes no me fío, y tú tampoco deberíashacerlo. Te acompaño.

Jared negó con la cabeza.—No hay tiempo. Sonsácale a

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Cerdonio todo lo que sepa acerca deMulgarath. Yo regresaré tan pronto comopueda. —Bajó la vista hacia elduendecillo—. Me llevaré a Dedaleteconmigo... si es que quiere venir.

—Creía que tenías que ir tú solo —señaló Simon.

—Tengo que ser el único humano —precisó Jared, sin apartar la mirada deDedalete.

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—Hace muchos años que no salgode casa. —Dicho esto, Dedalete seacercó al borde de la silla y dejó queJared lo colocara en la capucha de susudadera—. Ya va siendo hora de quetenga agallas.

Se marcharon antes de que Simon o

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Mallory pudieran disuadirlos. Cruzaronla calle en dirección a la arboleda delos elfos. El cielo del mediodía se habíateñido de un azul brillante y despejado.Jared se dio prisa, ante el temor de queno les quedase mucho tiempo.

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«Era yo quien tenía elcuaderno.»

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E

CAPÍTULO TRES

Donde Jared se entera decosas que preferiría no

saber

l claro seguía tal como Jared lorecordaba —bordeado de árboles,

con hongos en el medio—, pero estavez, cuando se plantó en el centro, nadaocurrió. Las ramas no se entrelazaronpara atraparlo, las raíces no seenrollaron en torno a sus tobillos, y noapareció ni un solo elfo para

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reprenderlo.—¡Hola! —llamó Jared. Aguardó un

momento, pero no obtuvo más respuestaque el canto lejano de unos pájaros.Frustrado, Jared se puso a caminar de unlado a otro—. ¿No hay nadie? ¡Tengo unpoco de prisa!

Nada. Transcurrieron variosminutos.

Al fijarse en el círculo de setas, leentraron unas ganas irresistibles dearremeter contra los elfos. Ojalá nuncase hubieran llevado a Arthur.

Había levantado el pie con laintención de pegarle una patada a uno delos hongos cuando oyó una voz suave

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procedente de la arboleda.—Muchacho insensato, ¿qué haces

en este lugar?Era la elfa de ojos verdes, cuyo

cabello había adquirido más tintesrojizos y marrones.

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Ahorallevaba unvestido decolor ámbarintenso ydorado, querecordaba elpaso delverano alotoño. Suvoz sonabamás triste

que enfadada.—Por favor —dijo Jared—.

Mulgarath ha raptado a mi madre. He derescatarla. Tienes que dejarme hablar

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con Arthur.—¿Qué me importa a mí el destino

de una mortal? —La elfa se volvió hacialos árboles—. ¿Tienes idea de a cuántosde los nuestros hemos perdido?¿Cuántos enanos, tan viejos como laspiedras que se encuentran bajo nuestrospies, han dejado de existir?

—Lo he visto —respondió Jared—.Estábamos ahí. Por favor..., te daré loque me pidas. Me quedaré aquí si lodeseas.

Ella sacudió la cabeza.—Sólo tenías una cosa que era de

cierto valor para nosotros, y eso se haperdido.

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A Jared lo invadió una mezcla dealivio y terror. Necesitaba ver a Arthur,pero no le quedaba nada que ofrecer acambio.

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—Noteníamos elcuaderno decampo —alegó—. Nopodríamoshabéroslodadoentonces, peroquizás ahorapodamosrecuperarlo.

La elfa deojos verdes sevolvió hacia él con el ceño fruncido.

—Ya no me interesan tus historias.

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—Puedo... puedo demostrarlo. —Jared se llevó la mano a la capucha,sacó a Dedalete y lo depositó en elsuelo—. Os dije que nuestro duendedoméstico tenía el cuaderno. Éste esDedalete.

El duendecillo se quitó el sombreroe hizo una profunda reverencia,temblando ligeramente.

—Gran dama, os seré sincero: erayo quien tenía el cuaderno.

—Tus modales te honran.La elfa los miró a los dos por unos

instantes y se quedó callada.Jared se revolvió con impaciencia

mientras Dedalete trepaba por su pierna

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para volver a su escondite. El silenciode la elfa de ojos verdes lo estabasacando de quicio, pero se obligó aestarse quieto. Quizás era su últimaoportunidad de convencerla.

Por fin, ella habló de nuevo:—El tiempo de infligir castigos y de

ejercer nuestro dominio ha pasado. Elmomento que temíamos ha llegado.Mulgarath ha reunido un ejército muynumeroso y está utilizando el cuadernode campo para hacerlo aún más temible.

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Jaredasintió conla cabeza,aunqueestabaconfundido.No se leocurría quépodía hacerMulgarathcon elcuaderno decampo paraconseguir que su ejército fuese máspeligroso. No era más que un cuaderno.

—Joven mortal —dijo la elfa de

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ojos verdes—, quiero que me prometasque si la guía de campo de Arthurvuelve a caer en tus manos mientrasbuscas a tu madre, nos la entregarás paraque la destruyamos.

Jared asintió de nuevo con lacabeza, aturdido y ansioso por aceptarcualquier condición con tal de poderhablar con Arthur.

—Lo haré. Os la traeré...—No —lo interrumpió la elfa—.

Cuando llegue el momento, nosotrosacudiremos a ti. —Apuntó con el dedohacia arriba y pronunció unas palabrasen un idioma extraño. Una hoja solitariase desprendió de una de las ramas altas

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de un viejo roble y comenzó a descenderlentamente, como si cayese a través deagua y no a través del aire—. Tuaudiencia con Arthur Spiderwick duraráel tiempo que esta hoja tarde en llegar alsuelo.

Jared miró hacia donde ella leseñalaba. Por muy despacio que semoviera la hoja, a él le pareció muydeprisa.

—¿Y si no me basta con ese tiempo?La elfa le dirigió una sonrisa glacial.—El tiempo es un lujo que ninguno

de nosotros puede permitirse ya, JaredGrace.

Pero Jared apenas se fijó en lo que

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ella decía, porque de entre los árbolessurgió un hombre con una chaqueta detweed y mechones entrecanos a amboslados de la calva. Las hojas secas searremolinaban a su alrededor yformaban una alfombra que le permitíaavanzar sin tocar el suelo. Se ajustó lasgafas con nerviosismo y miró fijamentea Jared.

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Un hombre con unachaqueta de tweed.

Al chico se le escapó una sonrisa.Arthur Spiderwick era idéntico alretrato que colgaba en la biblioteca.Todo iría bien. Su tío bisabuelo leexplicaría lo que debía hacer, y susproblemas se solucionarían.

—Tío Arthur —comenzó—, soyJared.

—Dudo que pueda ser tu tío,muchacho —replicó Arthur con frialdad—. Hasta donde yo sé, mi hermana notiene hijos.

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—Bueno, en realidad eres mi tíobisabuelo —dijo Jared, sintiéndoseinseguro de repente—. Pero eso noimporta.

—Eso es absurdo.Las cosas no marchaban en absoluto

como habían imaginado.—Has estado ausente mucho tiempo

—explicó Jared eligiendo las palabrascon cuidado.

Arthur frunció el ceño.—Unos meses, tal vez.Dedalete salió de su escondrijo y

subió al hombro de Jared.—Escucha al chico, dice la verdad;

no podemos perder un segundo más —

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dijo en voz muy alta.Arthur bajó la vista hacia el duende

y pestañeó.—¡Hola, viejo amigo! ¡Te he echado

de menos! ¿Cómo está mi Lucy? ¿Y miesposa? ¿Querrás darles un mensaje demi parte?

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—¡Escucha! —lo cortó Jared—.Mulgarath ha capturado a mi madre, y túeres el único que sabe qué hay que

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hacer.—¿Yo? —preguntó Arthur—. ¿Por

qué iba a saberlo? —Se subió las gafas—. Supongo que mi consejo sería que...Un momento, ¿cuántos años tienes?

—Nueve —respondió Jared,temblando al imaginarse lo que vendríaa continuación.

—Te diría que debes ponerte a salvoy dejar que tus mayores se ocupen deesas criaturas tan peligrosas.

—¿Es que no me has oído? —gritóJared—. ¡MULGARATH HACAPTURADO A MI MADRE! ¡NOPUEDO ACUDIR A MIS MAYORES!

—Entiendo —asintió Arthur—. Sin

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embargo, debes...—¡No, no lo entiendes! —Jared no

podía contenerse. Sentía un gran alivioal poder gritarle a alguien por fin—. ¡Nisiquiera sabes cuánto tiempo has pasadoaquí! ¡Ahora Lucinda es mayor que tú!No sabes nada.

Arthur abrió la boca como paradecir algo pero la cerró de inmediato.Aunque estaba pálido y tembloroso, aJared no le daba mucha pena. Laslágrimas de rabia que se esforzaba porreprimir le escocían en los ojos. Al otrolado del círculo de hongos, la hoja secase acercaba cada vez más al suelo.

—Mulgarath es un ogro muy

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peligroso —dijo Arthur en voz baja, sinmirar a Jared—. Ni siquiera los elfossaben cómo detenerlo.

—Además, tiene un dragón —añadióJared.

Arthur levantó la mirada con súbitointerés.

—¿Un dragón? ¿En serio? —Seencorvó y sacudió la cabeza—. Nopuedo decirte cómo debes enfrentarte atodo eso. Lo siento; sencillamente... nolo sé.

Jared quería suplicarle, exigirle,pero no le salían las palabras.

Arthur se acercó un paso hacia él yle habló con mucha suavidad.

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—Muchacho, si yo siempre supiesequé hacer, ¿crees que estaría aquí,prisionero de los elfos, condenado a novolver a ver a mi familia?

—Supongo que no —respondióJared con los ojos cerrados.

La hoja había llegado a la altura desu cabeza. Faltaba poco para que eltiempo se agotase.

—No está en mi mano darte unasolución —murmuró Arthur—. Todo loque puedo ofrecerte es información.Ojalá pudiera hacer algo más. —Trasuna pausa agregó—: Los trasgos semueven en manadas pequeñas,normalmente de no más de diez. Siguen

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a Mulgarath porque lo temen; de locontrario nunca verías a tantos trasgosjuntos. Si él no se impusiese, ellosenseguida empezarían a pelearse entresí. Pero incluso a pesar de su autoridad,lo más seguro es que no estén muy bienorganizados.

»Por loque respectaa los ogros,

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Mulgarath esun ejemplartípico.Domina latécnica decambiar deforma, y esastuto,taimado ycruel. Los ogros suelen tener unadebilidad que quizá te sea útil: sonvanidosos ymuy dados a alardear.

—¿Como en el cuento del Gato conBotas? —preguntó Jared.

—Exactamente. — A Arthur le

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brillaron los ojos—. Los ogros tienen ungran concepto de sí mismos y quierenque los demás también lo tengan. Lesencanta escucharse mientras hablan. Porotro lado, toda protección convencional,como esas prendas que llevas, resultaninsuficientes para resistir su ataque. Sondemasiado poderosos.

»En cuanto a los dragones... bueno,debo confesar que todo lo que sé deellos procede de las observaciones deotros investigadores.

—¿Otros investigadores? ¿Significaeso que hay otras personas que sededican a estudiar a los seressobrenaturales?

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Arthur asintió en silencio.—Por todo el mundo. ¿Sabías que

hay seres sobrenaturales en todos loscontinentes? Varían de un lugar a otro,por supuesto, tal como sucede con losanimales. Pero me estoy yendo por lasramas.

»El dragón es probablemente delsubtipo célebre europeo, el más comúnen esta región. Es extremadamentevenenoso. Recuerdo haber leído el casode un dragón que se alimentaba de lechede vaca... Llegó a ser enorme, y suponzoña lo envenenaba todo, abrasabala hierba y contaminaba el agua.

—¡Un momento! —exclamó Jared

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—. El agua de nuestro pozo te abrasa enla boca cuando la bebes.

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«Mala señal.»

—Mala señal. —Arthur exhaló unhondo suspiro y sacudió la cabeza—.Los dragones son ágiles, pero es posiblematarlos como a cualquier otra criatura.La dificultad, por supuesto, reside en elveneno. Su potencia aumenta conformeel dragón crece, por lo que hay muypocos seres lo bastante rápidos yvalientes para enfrentarse a un dragóntal como la mangosta ataca a la cobra.

Jared echó un vistazo a la hoja:estaba a punto de tocar el suelo. Arthursiguió su mirada.

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—El tiempo que nos queda parahablar casi ha terminado. ¿Podrías darleun recado a Lucinda de mi parte?

—Claro. Lo que quieras —asintióJared.

—Dile... —Sin embargo, laspalabras de Arthur quedaron ahogadasbajo el remolino de hojas que lo ocultóa la vista. El torbellino se elevó, ycuando se hubo alejado, ya no habíanadie. Jared buscó a la elfa con la vista,pero ella también había desaparecido.

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«Ahora te toca a t i fiartede nosot ros»

Cuando Jared salió de los límitesdel claro, vio a Byron escarbando en latierra. Simon, montado sobre su lomo,acariciaba al grifo para apaciguarlo.Detrás de él, Mallory empuñaba en altola espada élfica, que resplandecía al sol.Cerdonio, sentado sobre el cuello de labestia, ofrecía un aspecto de lo máslastimoso.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntóJared—. Pensaba que habíais dicho queconfiabais en mí.

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—Pero si confiamos en ti —repusoMallory—. Por eso te hemos esperadoaquí en lugar de irrumpir en el claropara sacarte a rastras.

—Incluso hemos pensado un plan.— Simon levantó la cuerda que tenía enla mano—. Vámonos. Nos contarás loque te han dicho los elfos en el camino.

—Bueno —terció Mallory—. Ahorate toca a ti fiarte de nosotros.

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«He capturado a loshumanos.»

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M

CAPÍTULOCUATRO

Donde todo acaba en lasllamas

ientras atravesaba la carretera,Jared se esforzaba por no

deshacer el nudo deliberadamente flojoque le sujetaba las manos a la espalda.Avanzaba detrás de Mallory, que ibaatada de forma parecida, y contenía elimpulso de alzar la vista hacia la lejanasilueta de Byron y Simon, que volaban

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sobre su cabeza. Ellos dos serían suúnico medio de escapar si las cosassalían mal y el medio más rápido demarcharse si todo iba según lo esperado.

Cerdonio le picó a Jared el hombrocon la punta de la espada élfica.

—Daos prisa, mocosuelos.—¡No hagas eso! —advirtió Jared, a

punto de tropezar. Notó a Dedaleteacurrucado contra su nuca—. Todavía noestamos dentro, y esa cosa pincha.

—De acuerdo —rió el trasgo por lobajo— , mi travieso albondigón.

—Deja en paz a Jared o te enseñarécómo se usa una espada —siseóMallory, y de pronto se detuvo en seco.

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Los árboles de ese lado de lacarretera estaban prácticamente pelados,renegridos y secos. Las pocas hojas queles quedaban colgaban de las ramascomo murciélagos. Parecían menosreales aún que los árboles metálicos delos enanos. Jared alcanzó a ver elvertedero que se extendía detrás.

La verja, oxidada, estaba abierta, yen el abandonado sendero de tierrahabía varios hierbajos diseminados. Unletrero de «PROHIBIDO EL PASO»estaba clavado en el suelo en un ánguloun tanto extraño. Coches viejos,neumáticos y basura de todo tipo seapilaba en montones irregulares que

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semejaban las dunas de una playa. Másadelante, Jared distinguió el palacio contoda claridad. El cristal y la hojalata desus torres relumbraba al sol.

Divisó a varios trasgos asomados alas ventanillas de un viejo cocheherrumbroso. Dos de ellos olisquearon

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el aire y un tercero rompió a ladrar.Entonces todos empezaron a salir delvehículo. Cada uno de ellos irguió sucabeza de sapo, haciendo rechinar susdientes de vidrio y hueso. Empuñabanpicas y espadas curvas forjadas porenanos.

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«¿Dices que tú solo hascapturado a los dos»

—Diles algo —le susurró Jared aCerdonio.

—He capturado a los humanos —anunció el trasgo—. ¡Y no gracias avosotros, perros de estercolero!

Un trasgo grande se acercócautelosamente. Sus dientes, de vidriode botella —de un marrón verdoso ytransparentes—, despedían destellos.Llevaba una chaqueta raída con botonesdeslustrados y un maltrecho tricornio. Elsombrero llamó especialmente la

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atención a Jared, porque estaba teñidode color marrón teja. Varias moscasrevoloteaban alrededor del trasgo.

—¿Dices que tú solo has capturadoa los dos?

—Ha sido fácil, oh gran Ratacuco—se jactó Cerdonio—. Allí estaban, lachica blandiendo esta espada..., se veafilada, ¿verdad? ¡Pero yo he sido másrápido que ellos! Yo... —Al advertir lamirada de desconfianza de Ratacuco, laspalabras del trasgo se apagarongradualmente—. Vale. —Comenzó denuevo—: Estaban durmiendo y yo...

Los trasgos prorrumpieron en fuertesladridos. Jared no estaba seguro de si se

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trataba de carcajadas o de otra cosa.—¡Bueno, la cosa es que atrapé a

estos pillastres! Son mis prisioneros. —Cerdonio levantó la espada de Mallory.Parecía demasiado grande para susmanitas y se bamboleaba ligeramente.

Ratacuco ladró, y la punta de laespada se dobló. Jared echó una ojeadahacia arriba para ver si Simon y Byronse hallaban cerca, pero o estabanescondidos o se habían marchado. Jareddeseó por millonésima vez que Simonfuera capaz de controlar al grifo.

—Aquí se hace lo que yo digo —declaró Ratacuco—. ¡Traedlos por aquí!

Mallory y Jared se vieron

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conducidos a empujones a través deldepósito de chatarra por un ruidosogrupo de trasgos. Tenían que andar concuidado para no pisar piezaspuntiagudas de metal que sobresalían dela tierra seca. Cada vez que Mallory oJared reducían la marcha, los trasgos lespropinaban un empellón y los pinchabancon sus armas. Los tejanos de Jared semancharon de óxido cuando pasó entredos coches muy juntos. Finalmentellegaron a un claro donde otra docena detrasgos holgazaneaba alrededor de unahoguera. Había huesos pequeñosdesperdigados entre otros desechos.

Ratacuco soltó un gruñido y apuntó

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con el dedo a un automóvil azul situadocerca del fuego.

—Atad a los prisioneros allí.—Deberíamos llevarlos al Palacio

de la Basura —dijo Cerdonio, aunqueno sonaba muy convencido.

—¡Silencio! —bramó el trasgogrande—. Aquí las órdenes las doy yo.

Un trasgo sonriente utilizó un rollode alambre oxidado para sujetar lassogas de Jared y Mallory al coche.Mientras enrollaba el cable en torno alretrovisor lateral, Jared olió su fétidoaliento y observó su piel extraña ymoteada, los mechones que le salían delas orejas, el blanco cadavérico de sus

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ojos y los bigotes largos y trémulos. Losotros trasgos aguardaban en círculo,mirándolos con avidez.

—¡Volved a vuestros puestos, perrosperezosos! —rugió el trasgo grande y sedirigió con el ceño fruncido a los que yase encontraban ahí cuando él llegó—: ¡Ymás vale que cuando vuelva losprisioneros sigan donde yo los hedejado! ¡Voy a avisar a Mulgarath!

Cuando se marchó, la mayoría de sustrasgos se reincorporaron a suspatrullas, pero algunos permanecieronsentados junto al fuego.

Jared sacudió las manos. No lecabía duda de que los nudos estaban lo

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bastante sueltos para librarse, pero síempezaba a dudar de que pudieranburlar a todos esos trasgos.

Jared y Mallory se quedaronsentados en el suelo frío y terrosodurante lo que les pareció varias horas,contemplando a los trasgos queatrapaban lagartos pequeños y losarrojaban a la hoguera. Estabaoscureciendo, y los rayos dorados delsol que empezaba a ocultarse surcaronel cielo.

—Tal vez el plan no fuera tanmaravilloso, después de todo —musitó

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Mallory—. Seguimos sin saber dóndeestá mamá, y ahora también hemosperdido a Simon.

—Bueno, pronto nos llevarán a sulado —susurró Jared. Tenía las manoscerca de las de Mallory, de manera quepudo darle un suave apretón paraconsolarla.

—¿A qué esperan? —gruñó ella.—Tal vez a que regrese el grandote

—respondió Jared.Al otro lado de la fogata, uno de los

trasgos lanzó una cosa negra que seretorció entre las llamas.

—Éstos nunca arden —se quejó eltrasgo—. Ojalá ardieran.

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—De todas formas no podríascomértelos —comentó otro.

Una vocecita que salió de la capuchade Jared le recordó que Dedalete seguíaa su lado.

—¿Te has fijado? ¡Anda! —dijo enun susurro—. Una salamandra.

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Jared echó un vistazo a sus pies. Unode aquellos lagartos se encontraba cercade su zapatilla. Era de un negroopalescente y su cuerpo alargado seestrechaba hacia la cola. Estabacomiéndose algo que semejaba la cola

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de otra salamandra.—Jared —dijo Mallory—, ¿qué son

esos bichos que hay en el fuego?El chico se inclinó hacia delante

hasta donde se lo permitieron susataduras. Entre las llamas vio todas lassalamandras que los trasgos habían idoarrojando a la hoguera. Sin embargo, enlugar de achicharrarse, permanecíantranquilamente tendidas aunque todoardía alrededor. Mientras Jared lasobservaba, algunas de ellas se movieronligeramente: una ladeó la cabeza, otra seadentró en las llamas. Saltaba a la vistaque eran inmunes al fuego.

Intentó recordar qué decía el

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cuaderno de campo de Arthur alrespecto. Le parecía que había algúnartículo sobre salamandras, pero lasimágenes se desdibujaban en su mente.Esos animalitos le recordaban a los queaparecían en otra ilustración, pero noalcanzaba a identificarla. Estabademasiado nervioso para concentrarse,demasiado preocupado por su madre, suhermano y los trasgos que los rodeaban.

Poco después, uno de los trasgos seacercó y tanteó la barriga de Jared consu sucia garra.

—Parecen muy sabrosos. Me danganas de pegarle un buen mordisco a unade esas mejillas sonrosadas. Seguro que

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es dulce como la miel. —Un largohilillo de baba formó un charco junto aJared.

El muchacho tragó saliva y se volvióhacia Cerdonio. El trasgo estabaremoviendo las brasas con la espadaélfica. No levantó la vista, lo cual pusoaún más nervioso a Jared.

Otro trasgo siguió la dirección de sumirada.

—Ratacuco creerá que lo hizo él —dijo, señalando a Cerdonio—. A fin decuentas, estaba armando mucho follónhace un rato.

Cerdonio se puso de pie.—Pero ¿qué se habrá creído este

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monigote cabeza de chafarraño...?Un tercer trasgo se aproximó,

relamiéndose y mostrando susasquerosos dientes.

—Tienen tanta carne...—¡Apartaos de él! —gritó Mallory,

soltando la mano de Jared. Hastaentonces él no se había dado cuenta deque había estado apretándole la manocon tanta fuerza que le había clavado lasuñas en la piel.

—¿Acaso prefieres que te comamosa ti? —preguntó el trasgo con dulzura—.¿No son dulces y sabrosas todas laschicas? ¡Suena apetitoso!

—¡Cómete esto! —espetó Mallory,

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liberándose las manos y arreándole unpuñetazo en la cara.

—¡La espada! —le gritó Jared aCerdonio, forcejeando con la cuerda quele sujetaba las muñecas.

El trasgo miró a Jared, dejó caer laespada élfica y echó a correr hacia elborde del claro.

—¡Cobarde! —chilló Jared, furioso.Libre al fin de sus ataduras, el

muchacho corrió hacia el fuego, perodos trasgos se agarraron a sus piernas ylo derribaron. Él se arrastró hasta quealcanzó la hoja de la espada con lamano, y acto seguido se la lanzó a suhermana con la empuñadura por delante.

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La mano le escocía, y con aturdidafascinación, Jared descubrió que sehabía hecho un corte. Otros trasgos lesaltaron sobre la espalda,inmovilizándolo sobre la tierra.

—¡Apartaos de él!Mallory avanzó, blandiendo la

espada, que destellaba al hendir el aire.Los trasgos retrocedían a su paso.

Ella lanzaba estocadas paraahuyentarlos. Los que retenían a Jaredsaltaron de su espalda y se dispersaronen busca de sus armas.

—¡Vamos! ¡Corre! —gritó ella.

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«¡Apartaos de él!»

Un trasgo trepó a su espalda de unbrinco y la mordió en el hombro.

Jared agarró al trasgo por el brazo yse lo arrancó, mientras ella propinabauna patada a otro que se acercaba. Unode aquellos seres recogió una picaforjada por enanos y embistió con ella aMallory. Ella paró el golpe ycontraatacó, hiriendo al trasgo con suespada. La criatura profirió un alarido yMallory se quedó paralizada, conscientede lo que acababa de hacer. La hojaplateada estaba manchada de sangre. El

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trasgo se desplomó, pero otros másacudieron en tropel. Sin embargo,Mallory seguía sin reaccionar.

Un chillido que se oyó sobre sucabeza la despertó de su trance. Byrondescendió en picado hacia el claro y lostrasgos huyeron a la desbandada,intentando protegerse bajo la basura. Elgrifo batía las alas pesadamente,levantando una nube de polvo.

—Vamos —apremió Jared, tirando asu hermana del brazo. Juntos subieron alcapó herrumbroso de una ranchera ysaltaron a un estrecho sendero bordeadode una alambrada corroída. Pasaroncorriendo junto a una bañera volcada y

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una pila de neumáticos. Había una seriede puertas apoyadas contra una nevera y,cuando las dejaron atrás, Jared sedetuvo de golpe. Allí, sobre unaalfombra de fragmentos de metal, habíauna vaca.

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Era una const ruccióng igantesca.

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E

CAPÍTULO CINCO

Donde descubren elsignificado de «Más allá

hay dragonas»

n un acto reflejo, Jared miró haciaatrás, pero los trasgos no los

perseguían. El grifo aterrizó sobre uncoche, abollándolo con las garras, y actoseguido se puso a lamerse como un gato.Simon, montado sobre él, sonrió deoreja a oreja.

Jared se volvió hacia Mallory, que

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tenía la vista fija en la vaca. El animalestaba encadenado al suelo, mugiendoquedamente, con los ojos muy abiertos.Tenía las ubres recubiertas de lo queparecía una multitud de serpientesnegras que culebreaban y se disputabanunas a otras las ubres enrojecidas.Muchas de ellas oscurecían el suelodebajo de la vaca como una alfombraviviente. Al cabo de un momento Jaredse percató de que los seres eransalamandras más grandes.

—¿Qué hacen esas cosas? —preguntó Mallory. La espada manchadade sangre colgaba lánguidamente a sulado, y a Jared lo asaltó el impulso de

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quitársela y limpiarla antes de que sediera cuenta.

En cambio, se acercó a la vaca.— Están mamando, creo.

—¡Qué asco! —exclamó Simon,mirando con los ojos entornados desdeel lomo de Byron—. Y qué cosa tanrara.

Había varias salamandras más en la

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tierra, cubiertas de escamas sin brillo,serpenteando. Eran bastante más grandesque las que Jared y Mallory habían vistoen la hoguera.

—Están mudando la piel —observóSimón—. ¿Qué son?

Jared negó con la cabeza.—Salamandras resistentes al fuego.

Pero no deberían crecer tanto... Éstasmás bien parecen... —No estaba segurode a qué le recordaban. Algo loinquietaba pero no sabía qué.

En ese momento, Byron saliódisparado hacia delante, atrapó una delas criaturas negras con su pico, laarrojó hacia arriba y se la tragó. A

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continuación, devoró otra, y luego otramás.

Llevado por la glotonería, se lanzó apor otra, tan larga como el brazo deJared, que se encontraba enroscada en elsuelo. La criatura se revolvió, siseó, yde pronto Jared comprendió de qué setrataba.

—Son dragones —dijo—. Todosestos son dragones.

Con el rabillo del ojo, Jared vio quealgo se movía en dirección a ellos,veloz como un látigo. Se dio la vuelta,pero aquella cosa negra lo golpeó confuerza en el pecho. El muchacho setambaleó hacia atrás y apenas tuvo

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tiempo de protegerse la cara con lasmanos antes de que el grueso cuerpo deun dragón tan grande como un sofá se leechara encima. Jared se golpeó lacabeza contra el suelo y por unosinstantes se le nubló la vista.

—¡Jared! —aulló Mallory.El dragón abrió la boca, dejando al

descubierto cientos de dientes finoscomo agujas. Jared se quedó petrificado.Estaba demasiado asustado para

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moverse. Notaba un ardiente escozor enlos lugares que le había tocado elresbaladizo cuerpo del dragón.

Mallory golpeó repetidamente con laespada y alcanzó al dragón en la cola.La sangre negra manó a borbotones y labestia se revolvió hacia ella.

Jared se puso de pie, mareado yestremeciéndose. Tenía la pielenrojecida y sentía unas fuertespunzadas en el corte que se había hechoantes.

—¡Ten cuidado! —le advirtió a suhermana—. ¡Es venenoso!

—¡Byron! —gritó Simon, señalandola figura negra que se abalanzaba sobre

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Mallory—. ¡Byron! ¡A por él!El grifo remontó el vuelo con un

chillido. Jared, desesperado, siguió aByron y Simon con la mirada. ¿Cómoiba Mallory a escapar del dragón?Lanzaba mandobles y estocadas tanágilmente como podía, pero el dragónera demasiado rápido para ella. Elanimal se enrollaba y arremetía comouna serpiente, intentando agarrarla consus cortas patas delanteras, abriendotanto la boca que daba la impresión deque se la tragaría entera. Mallory noaguantaría mucho más tiempo. Jaredtenía que hacer algo.

Recogió el objeto más cercano, un

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trozo de metal, y se lo arrojó al dragón.La criatura dio media vuelta y embistiócontra él, veloz como el rayo, con lasmandíbulas abiertas de par en par,siseando.

El grifo descendió a toda velocidaddel cielo y le hundió las zarpas en ellomo mientras lo hería con el pico. Eldragón se enroscó alrededor de Byron,intentando estrangularlo con la cola.Simon se aferraba desesperadamente algrifo mientras éste batía las alas paraelevarse de nuevo. El dragón se retorcióy clavó los dientes en el cuerpo cubiertode pelo y plumas de Byron. Sus alasdejaron de moverse por unos momentos

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y, debido al brusco descenso, Simon secayó de su lomo. Jared corrió hacia suhermano gemelo, que se precipitabasobre el vertedero. Simon aterrizó sobreun montón de mosquiteras de ventana,con el brazo torcido.

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El dragón se enroscóalrededor de Byron.

—¿Simon? —Jared se arrodilló a sulado.

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Suhermanosoltó unlevequejido y seapoyó en elotro brazopara

incorporarse. Tenía marcas rojas deveneno de dragón en la mejilla y en elcuello, pero el resto de su piel estabamuy pálido.

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—¿Te encuentras bien? —susurróJared.

Mallory palpó el brazo de Simoncon cuidado. Éste hizo una mueca dedolor y se puso en pie temblando. Porencima de ellos, el dragón y el grifoluchaban encarnizadamente en untorbellino de escamas y plumas. Eldragón había clavado hasta el fondo losdientes en el cuello de Byron, quevolaba sin rumbo fijo.

—Se va a morir.Simon se dirigió hacia la vaca, que

alimentaba a la masa de serpientesdiminutas.

—¿Qué haces? —preguntó Jared a

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su espalda.Cuando Simon se volvió hacia ellos,

tenía el rostro bañado en lágrimas.Mientras Jared lo observaba, Simon(que nunca había matado ni a una mosca,que siempre sacaba a las arañas de casapara salvarlas) le aplastó la cabeza deun pisotón a una de las crías de dragón,reduciéndola a un manchurrón bajo suzapato. La criatura soltó un chillido. Lasangre de dragón penetró en la tierra yfundió el borde de la suela de Simon.

—¡Mira! —gritó—. ¡Mira lo quehago con tus crías!

El dragón dio la vuelta en el aire yByron aprovechó la oportunidad.

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Hundió el pico en el cuello del ser y leabrió una tremenda herida. El dragónquedó inerte entre las garras del grifo.

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—¡Simon! ¡Lohasconseguido!—exclamóMallory.

Simonsiguió con lavista aByronmientras éstese posabacerca deellos. Tenía

las plumas empapadas en sangre, demanera que se sacudió para limpiarse.

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Luego, tras dejar caer el cuerpo deldragón grande, continuó devorando a lascrías.

—Esto no está saliendo comohabíamos planeado —dijo Simon.

—Pero ahora estamos más cerca delpalacio —señaló Jared—. Mamá tieneque estar ahí.

—¿Crees que puedes seguiradelante, Simon? —preguntó Mallory,que tampoco parecía estar en plenaforma, ya que tenía un corte en la mejillay un siete enorme en el hombro de lachaqueta.

Simon asintió en silencio, con airesombrío.

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—Yo sí, pero no sé si Byron podrá.—No nos queda más remedio que

dejarlo aquí —decidió Jared—. Creoque estará bien. Al parecer, el veneno nolo afecta.

Byron se tragó otra salamandranegra que se retorcía y fijó sus ojosdorados y extraños en los hermanosGrace. Simon le acarició el pico consuavidad.

—Sí. Por lo visto le gustan más losdragones que todo lo que yo le daba decomer.

—A ver si puedo hacer algo con tubrazo —le dijo Mallory—. Creo queestá roto.

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Utilizó su camiseta interior paraatarle cuidadosamente el brazo alcostado.

—¿Estás segura de que sabes lo quehaces? —inquirió Simon, dolorido.

—Sí, estoy segura —respondióMallory, haciendo un nudo apretado conla tela.

Echaron a andar en dirección alpalacio. Era una construcción gigantescahecha de algo que semejaba cemento oestuco mezclado con grava, trozos devidrio y latas de aluminio. Daba laimpresión de estar vaciado, más que

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moldeado, y algunas partes parecían delava solidificada. Las ventanas teníanformas extrañas, como si el arquitectohubiese ajustado la forma de la casa atodos los residuos que había idoencontrando. En el interior titilaban unasluces. Varias torres rematadas en finasagujas sobresalían del tejado, negro debrea y cubierto de varias capassuperpuestas de algo parecido aescamas de pescado. Al acercarse,Jared se percató de que la verjaprincipal estaba hecha de viejascabeceras de latón. Al otro lado habíauna profunda fosa excavada en la tierray tachonada de piezas puntiagudas de

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metal y vidrios rotos. El puente levadizoestaba tendido.

—¿No debería haber unos trasgosvigilando la entrada o algo así? —preguntó Mallory.

Jared miró en derredor. A lo lejosdivisó unas volutas de humo que seelevaban de lo que supuso erancampamentos de trasgos.

—Pronto será noche cerrada —observó Simon.

—Da la sensación de que nos lo hanpuesto demasiado fácil —dijo Jared—.Como si nos hubiesen tendido unatrampa.

—Pues sea o no una trampa, tenemos

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que cruzar ese puente —aseguróMallory.

Simon asintió con la cabeza. Jaredtodavía pensaba que Simon estabademasiado pálido y se preguntó si elbrazo le dolería mucho. Al menos teníala piel un poco menos irritada que antes.

Con cautela Jared apoyó un piesobre el puente, en guardia por siocurría cualquier cosa. No cesaba dedirigir la mirada a los vidrios afiladosque sobresalían del foso. Y entoncescruzó a toda prisa hasta el otro lado.Mallory y Simon se quedaronsorprendidos por un momento, peroenseguida corrieron tras él.

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El puente levadizo estabatendido.

Al entrar en el palacio, seencontraron en un enorme vestíbuloconstruido con material de desecho yalgo semejante al cemento. Los arcos dela entrada estaban adornados conguardabarros de cromo curvados. Variostapacubos que colgaban de cadenassujetas al techo destellaban a la luzvacilante de docenas de velas amarillasde las que goteaba cera. En un hueco dela pared había un hogar lo bastantegrande para asar a Jared en él.

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En aquel lugar reinaba un silencioinquietante. Sus pisadas resonaban enlas salas mal iluminadas, y sus sombrasse proyectaban alargadas en las paredes.

Se adentraron en el palacio, pasandojunto a unos sofás que olían a mohotapados con cubrecamas raídos.

—¿Tenemos algo remotamenteparecido a un plan? —quiso saberMallory.

—No —contestó Jared.—No —repitió Simon.—Silencio —advirtió Dedalete—,

id con cuidado. Creo que he oído algopor ese lado.

Se detuvieron un momento y

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aguzaron el oído. Percibieron un ruidomuy leve que casi sonaba a música.

—Creo que proviene de ahí —señaló Jared, abriendo una puertadecorada con más de una docena depomos.

En el interior de la estancia habíauna mesa larga y elevada formada poruna tabla de madera colocada sobre trescaballetes. Unas velas gruesas queapestaban a pelo quemado ocupabancasi toda la superficie. Regueros de ceraderretida resbalaban por los costados.Sobre la mesa había también fuentes decomida: bandejas alargadas y grasientascon ranas asadas, manzanas

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mordisqueadas, la cola y la raspa de unpescado grande. Las moscasrevoloteaban ávidamente alrededor delos restos. Desde algún lugar de lahabitación les llegaba una serie de notasmuy agudas.

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—¿Qué es eso? —preguntó Simon,pasando apretadamente junto a una sillade gran tamaño. De repente se detuvo,con la vista clavada en algo que Jared yMallory no alcanzaban a ver. Seacercaron a él en silencio.

Bajo una ventana abierta había unaurna voluminosa. Allí, a la luz trémula,Jared vislumbró unos espíritus delbosque atrapados en miel, hundiéndoseen ella como si fueran arenasmovedizas. Los gritos apenasperceptibles de los espíritus eran elsonido que habían oído antes.

Simon alargó la mano para liberar alos espíritus, pero la miel, muy densa, se

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adhería a sus alas, desgarrándoselas.Los espíritus chillaron cuando losdepositó sobre la mesa amontonados enun revoltijo pegajoso. Uno de ellosyacía totalmente inmóvil, como unmuñeco. Jared desvió la mirada hacia laventana.

—¿Crees que hay más allí dentro?—susurró Mallory.

—Me temo que sí —contestó Simon—, en el fondo.

—Tenemos que seguir adelante. —Jared se encaminó a otra puerta. Alpensar en los diminutos seres ahogadossintió un profundo pesar.

—En este palacio hay demasiado

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silencio —comentó Mallory,siguiéndolo.

—Mulgarath no puede pasarse todoel día aquí —aventuró Jared—. A lomejor tenemos suerte. Tal vezencontremos a mamá y podamosmarcharnos sin más.

Mallory asintió, aunque no parecíamuy convencida.

Pasaron junto a un mapa colgado enuna pared. Se parecía mucho al viejomapa de Arthur, salvo porque habíantachado los nombres y los habíansustituido por otros. Jared advirtió quehabían escrito PALACIO DEMULGARATH encima del depósito de

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chatarra y que a todo lo largo delmargen superior ponía ahora: LOSDOMINIOS DE MULGARATH.

—¡Mirad! —exclamó Simon.Delante de ellos se abría una sala

espaciosa con un trono en el centro.Estaba rodeado de alfombras solapadascon diferentes dibujos, todas ellasapolilladas y desgastadas. El tronoestaba formado por piezas de metalserradas y soldadas entre sí.

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La escalera parecíaimposible de subir.

En un extremo de la estanciaarrancaba una escalera de caracol cuyospeldaños eran tablas suspendidas de doslargas cadenas. El conjunto ofrecía elaspecto de una telaraña que oscilaba conla brisa. En la penumbra la escaleraparecía imposible de subir.

Mallory se aupó hasta el primerescalón, que se balanceó de formaalarmante. Intentó trepar al siguiente,pero estaba demasiado alto.

—¡Los peldaños están demasiado

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separados! —protestó.—Son perfectos para un ogro —dijo

Simon.Al fin, Mallory logró aferrarse al

segundo escalón, izarse hasta apoyar elpecho sobre él y subir las piernas.

—Simon no podrá escalar esto —objetó.

—Puedo... Estaré bien —insistióSimon, encaramándose torpemente alprimer escalón.

Mallory negó con la cabeza.—Te vas a caer.—Agárrate fuerte —le gritó

Dedalete desde la capucha de Jared—.Lo conseguirás con un poco de suerte.

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Entonces Jared, asombrado, vio quecada peldaño se acercaba y permanecíafirme para permitir que sus hermanostreparan a él. Con la ayuda de su brazosano y de Mallory, Simon fue subiendoun escalón tras otro.

—Ellos han subido primero. Ahoratú mueve el trasero —lo apremióDedalete.

—Vale, de acuerdo.Jared escaló trabajosamente los

peldaños. Aun con la ayuda del duende,el corazón le latía más deprisa conformeiba subiendo. La herida de la mano leescocía cuando se agarraba a lascadenas. Al mirar hacia la oscuridad de

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abajo sintió un fugaz mareo.En lo alto de la escalera había un

pasillo con tres puertas disparejas.—Probemos la de en medio —

sugirió Simon.—Hemos hecho mucho ruido —dijo

Mallory—. ¿Dónde están todos? Estome pone la carne de gallina.

—Tenemos que seguir adelante —los animó Jared, pronunciando lasmismas palabras que hacía un rato.

Con un suspiro, Mallory empujó lapuerta. Se abría a una habitación muyamplia con un balcón construido conpiedras que no casaban entre sí ycadenas. Unas enormes vidrieras de

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catedral, compuestas de fragmentos devidrio de colores, ocupaban la pared delfondo. Su madre se encontraba en unrincón, atada, amordazada einconsciente. En el otro extremo de laestancia, colgando de unas cuerdas quepasaban por una polea, estaba su padre.

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«¿Qué haces aquí?»

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¿Q

CAPÍTULO SEIS

Donde losacontecimientos se

precipitan

ué haces aquí? —preguntó Jared.A su espalda, oyó que Simon y

Mallory exclamaban «¡papá!» acoro. El cabello negro de su padreestaba un poco despeinado y llevaba unode los faldones de la camisa por fueradel pantalón, pero no cabía duda de queera él.

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Su padre abrió mucho los ojos.—¡Jared! ¡Simon! ¡Mallory! Gracias

al cielo que estáis bien.Jared arrugó el entrecejo. Algo de

todo aquello le olía pero que muy mal.De nuevo echó un vistazo alrededor dela habitación. Al otro lado del balcóndivisó a unos trasgos que se apiñaban enla penumbra, sujetando antorchas. ¿Quéestaba ocurriendo?

—Deprisa —urgió Mallory—. Hayque poner manos a la obra cuanto antes.Jared, desata a mamá. Yo me ocupo depapá.

Jared se agachó y le tocó la pálidamejilla a mamá. Estaba fría y sudorosa.

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No llevaba las gafas.—Mamá está inconsciente —dijo.—¿Respira? —preguntó Mallory.Jared acercó un dedo a los labios de

su madre y notó el leve soplo de surespiración.

—Está bien. Está viva.—¿Has visto a Mulgarath? —le

preguntó Simon a su padre—, ¿el ogro?—Fuera se armó un buen alboroto

—contestó el señor Grace—. Despuésno vi nada más.

Mallory se puso a manipular lapolea y logró bajar las manos de supadre.

—¿Cómo te atraparon, si estabas en

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California?Papá sacudió la cabeza con gesto

cansado.—Vuestra madre me llamó porque

estaba muy preocupada. Me dijo que lostres os habíais estado comportando deforma extraña y que después habíaisdesaparecido. Vine lo antes posible,pero cuando llegué los monstruos yahabían irrumpido en la casa. Fueespantoso. Al principio no podía creerlo que estaba ocurriendo. No dejaban dehablar de un cuaderno de campo. ¿Dequé va todo esto?

—Tío Arthur... —empezó a decirJared.

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—Es el tío abuelo de mamá, o sea,nuestro tío bisabuelo —puntualizóMallory mientras intentaba deshacer losnudos.

—Sí, eso. El caso es que leinteresaban los seres sobrenaturales —prosiguió Jared al tiempo que desataba asu madre, quien permanecíainconsciente. Jared le alisó el cabello,deseando que abriese los ojos.

—A su hermano se lo comió un trol—intervino Simon.

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Jaredasintió con lacabeza y lanzóuna miradainquietaalrededor.¿Cuántotardarían endescubrirlos?¿De verdadtenían tiempopara explicaciones? Ahora que habíanencontrado a mamá, debían poner piesen polvorosa enseguida.

—De modo que escribió un librosobre los seres sobrenaturales, un

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cuaderno que contenía información queni ellos mismos conocían.

—Porque al parecer no están muyinteresados los unos en los otros —agregó Mallory.

¿Cómo iban a bajar a su madre porlas escaleras? ¿Podría llevarla su padreen brazos? Jared intentó concentrarse.Debían exponer la situación a su padre yasegurarse de que la entendiera.

—Pero los seres sobrenaturales noquerían que una persona tuviera tantopoder sobre ellos, así que intentaronarrebatarle el libro. Como él se negó adárselo, se lo llevaron a él.

—Se lo llevaron los elfos —precisó

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Simon.—¿Ah, sí? —preguntó papá con un

extraño brillo en los ojos.Jared exhaló un suspiro.—Bueno, ya sé que parece increíble,

papá, pero mira a tu alrededor. ¿Creesque esto es un decorado, como los de tuspelículas?

—Os creo —afirmó su padre en vozbaja.

—En resumidas cuentas —continuóMallory—, encontramos el cuaderno.

—Pero lo hemos perdido de nuevo—dijo Simon—. El ogro se haapoderado de él.

—Además, tiene un plan demencial

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para conquistar el mundo —añadióMallory.

Papá arqueó las cejas, pero se limitóa decir:

—Entonces ahora que habéisperdido el cuaderno, la sabiduría quecontenía se ha perdido también. ¿Noconserváis una copia? Sería una penaque...

—Jared memorizó buena parte delcontenido —explicó Simon—. Seguroque él podría escribir un libro por sucuenta.

Mallory asintió con un gesto.—Y en los últimos tiempos hemos

aprendido unas cuantas cosas, ¿verdad,

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Jared?Jared sonrió y bajó la vista.—Supongo —dijo al fin—. Pero

desearía acordarme de más cosas.Papá flexionó las muñecas recién

liberadas y estiró las piernas.—Lamento no haber estado aquí

antes. No debí abandonaros a vosotrosni a vuestra madre. Quiero compensarospor lo que hice. Quiero quedarme.

—Nosotros también te hemosechado de menos, papá —dijo Simon.

—Sí —reconoció Mallory,mirándose las botas.

Jared guardó silencio. Lo que estabaocurriendo le parecía demasiado bueno

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para ser cierto. Todo aquello erasospechoso.

—¿Mamá? —murmuró y la sacudiócon suavidad.

Papá extendió los brazos.—¡Venid a darme un abrazo!Simon y Mallory se acercaron a

abrazarlo. Jared miró a su madre y, demala gana, se dispuso a cruzar lahabitación, cuando su padre dijo:

—Quiero que estemos todos juntospara siempre.

Jared se quedó petrificado. Deseabacon toda su alma que eso sucediera,pero no acababa de creérselo.

—Papá nunca diría eso —replicó.

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Su padre lo agarró del brazo.—¿Es que no quieres que volvamos

a ser una familia?—¡Claro que sí! —gritó Jared,

soltándose y retrocediendo un paso—.Quiero que papá deje de portarse comoun tonto y que mamá ya no esté triste.Quiero que papá deje de hablar de símismo y de sus películas y de su vidatodo el tiempo; que se acuerde de quesoy el perdedor a quien por pocoexpulsan del colé, que Simon es al quele gustan los animales y que Mallory esla que practica esgrima. Pero eso no vaa ocurrir, ¡porque tú no eres él!

Jared notó que los familiares ojos

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color avellana de papá empezaban aadquirir tintes amarillentos. Su cuerpocomenzó a alargarse y ensancharse hastaconvertirse en una figura descomunalvestida con los andrajosos restos de untraje que en otros tiempos fue elegante.Sus manos se transformaron en zarpas ysus cabellos oscuros se entretejieronpara formar ramas.

—Mulgarath —dijo Jared.El ogro agarró a Mallory por el

cuello con un brazo y a Simon con elotro.

—¡Ven aquí, Jared Grace! —atronóla voz de Mulgarath, mucho más graveque la de su padre. Se dirigió al balcón

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a grandes zancadas, sin soltar a suspresas—. Si no te rindes, tiraré a tushermanos al foso de vidrio y hierro.

—Déjalos en paz —ordenó Jaredcon voz temblorosa—. Tú tienes elcuaderno de campo.

—No puedo dejaros ir —repusoMulgarath—. Conoces el secreto paraacelerar el crecimiento de los dragonesy también para matarlos. Conoces lospuntos débiles de mis trasgos. No puedopermitir que escribas otro cuaderno.

—¡Corre! —gritó Mallory—.¡Llévate a mamá y corre! —Le pegó unmordisco al ogro.

Mulgarath soltó una siniestra

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carcajada y apretó el brazo en torno a sucuello, levantándola en vilo.

—¿Crees que tus miserables fuerzasbastan para detenerme, niña humana?

Simon pataleó, pero el monstruogigantesco no se dio por enterado.

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«Tú no eres él»

Se oyó un quejido en el otro extremode la habitación, y Jared se volvió amedias. Mamá se rebulló y abrió lospárpados. De pronto miró alrededor conlos ojos desorbitados.

—¿Richard? Me ha parecido oír...¡Oh, Dios mío!

—Todo irá bien, mamá —le aseguróJared, esforzándose por mantener untono firme.

El hecho de que ella viese lo queestaba ocurriendo hacía que todo fueseaún más horrible.

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—¡Mamá, dile que corra! —insistióMallory—. ¡Corred los dos! ¡Rápido!

—Silencio, niña, o te romperé elcuello —gruñó el ogro, aunque actoseguido se dirigió a Jared con unaactitud más serena—. Es un trato justo,¿no crees? Tu vida a cambio de las detus hermanos y tu madre.

—Jared, ¿qué pasa? —preguntómamá.

El muchacho intentó conservar lacalma. No quería morir, pero seríamucho peor que hicieran daño a sushermanos y a su madre delante de él.Parecía que el ogro empezaba a relajarla presión con que sujetaba a Simon y

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Mallory, como si se dispusiera asoltarlos de un momento a otro.

—¿No nos dejarás ir... aunque teprometa que no escribiremos un nuevocuaderno de campo?

Mulgarath negó lentamente con lacabeza, con una oscura satisfacción en lamirada.

—¡Déjalos! —exigió su madre,presa del pánico—. ¡Suelta a mis hijos!Jared, ¿qué estás haciendo?

Fue entonces cuando Jared reparó enla espada de Mallory, que estaba en elsuelo. Esto lo ayudó a concentrarse.Debía trazar un plan. Recordó lo queArthur había dicho sobre los ogros: que

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les gustaba alardear. Esperaba queMulgarath no fuera una excepción.

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«¿Por qué haces todoesto?»

—Me rendiré y me entregaré a ti.—¡No, pedazo de idiota! —bramó

Mallory.—¡Jared, no lo hagas! —gritó

Simon.—Pero antes... —Jared tragó saliva

y rezó para que el ogro mordiera elanzuelo— me gustaría saber una cosa.¿Por qué haces todo esto? ¿Por quéahora?

Mulgarath sonrió, mostrando losdientes.

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—Vosotros los humanos arrambláiscon todo y os quedáis con lo mejor.Vivís en palacios, os dais grandesbanquetes y os vestís con seda yterciopelo finos como si fuerais reyes.En cambio, se supone que nosotros, quevivimos para siempre y tenemos poderesmágicos, debemos inclinarnos antevosotros y permitir que nos pisoteéis.Pues bien, eso se acabó.

»Llevo mucho tiempo planeando estegolpe. Primero creí que tendría queesperar a que mis dragones crecieran. Eltiempo está de mi parte. Pero elcuaderno de campo me permitió acelerarel proceso. Siempre y cuando se les

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proporcione suficiente leche, losdragones son bastante dóciles, ¿sabes?Y estoy seguro de que habrás notado conqué rapidez se desarrollan gracias a laleche y lo poderosos que se vuelven.Los elfos son demasiado débiles paradetenerme, y los humanos ni siquiera seimaginan lo que les espera. Se acercauna nueva era... ¡la era de Mulgarath!¡La era de los trasgos! ¡Esta tierra tendráun nuevo señor!

Jared ladeó la cabeza, confiando enque Mulgarath estuviera demasiadoocupado hablando para darse cuenta, ysusurró a su capucha:

—Dedalete, ¿puedes conseguir que

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las cadenas de la baranda queden sujetasa las piernas de Mallory y de Simon?

El duende se agitó.—Sin hacer ruido ponme en el suelo,

y ya veremos entonces si puedo —musitó.

—Seguiré dándole palique —susurró Jared y acto seguido alzó la voz,dirigiéndose al ogro—. Pero ¿por quétuviste que matar a los enanos? No loentiendo. Ellos querían ayudarte.

—Acariciaban su propio sueño deun mundo hecho de hierro y oro. Pero¿qué gracia tendría dominar un mundocomo ése? No, yo quiero un mundo decarne, sangre y hueso. —El ogro sonrió

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de nuevo, complacido por el sonido desus propias palabras, y bajó la vistahacia Jared—. Ya hemos charladobastante. Acércate.

—¿Y qué pasa con el cuaderno decampo? —preguntó Jared— . Al menosdime dónde está.

—No tiene mucho sentido que te lodiga —replicó Mulgarath—. No seencuentra a tu alcance.

—Sólo tengo curiosidad por saber sihabría sido capaz de encontrarlo —insistió Jared.

Una sonrisa cruel deformó lasfacciones del ogro.

—De hecho, si hubieras sido más

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astuto, habrías dado con él. Es una penaque no seas más que un niño humano; noeres rival para mí. El cuaderno haestado debajo de mi trono durante todoeste tiempo.

—¿Sabes una cosa? —dijo Jared—.Hemos matado a tus dragones. Esperoque eso no afecte demasiado a tuingenioso plan.

La expresión de Mulgarath revelabaauténtica sorpresa, aunque su rostroenseguida se crispó con furia.

Jared vio con el rabillo del ojo queunas cadenas se deseslabonaban yserpenteaban por el suelo como víboras.Una de ellas se enroscó en torno a la

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pierna de Mallory, otra rodeó la cinturade Simon. Cuando el metal le rozó lapiel, Mallory dio un respingo. Unatercera cadena reptó hacia el tobillo deMulgarath y Jared esperó que el ogro nose percatara.

Por desgracia, la pausa que hizoJared bastó para llamar la atención deMulgarath. Éste miró hacia abajo ydescubrió a Dedalete, que corría por elsuelo. El ogro tomó impulso con sugigantesco pie y propinó al duende unapatada que lo mandó al otro extremo dela habitación, donde cayó como unguante arrugado junto a la señora Grace.

—¿Qué es esto? —rugió Mulgarath,

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quitándose de un pisotón los eslabonesque le rodeaban el tobillo —.¿Pretendías gastarme una mala jugada?

Jared se abalanzó hacia delante yrecogió la espada plateada de Mallory.

Con una carcajada, Mulgarath arrojóa Simon y a Mallory por encima de la

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baranda del balcón. Ambos profirieronun grito que enseguida se apagó,mientras el alarido de su madre seprolongaba indefinidamente. Jared nosabía si las cadenas habían resistido. Nosabía nada.

Sintió náuseas. La rabia se apoderóde él. Todo lo veía pequeño y lejano.Notaba el peso de la espada en la manocomo si fuera lo único real en el mundo.Levantó el arma en alto. Alguien, a lolejos, pronunciaba su nombre en vozalta, pero le daba igual. Ya nada leimportaba.

Entonces, justo cuando se disponía aatacar, reparó en la mirada de

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satisfacción del ogro, como si estuviesehaciendo precisamente lo que Mulgarathesperaba..., como si Jared le estuviesesiguiendo el juego. Si le lanzaba ungolpe con la espada, estaría midiendosus fuerzas con el ogro, que sin dudavencería.

De improviso, Jared desvió el golpeinclinando la espada hacia abajo, de talmanera que clavó la punta en el pie aMulgarath.

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El ogro soltó un berrido de sorpresay dolor al tiempo que levantaba el pieherido. Jared dejó caer la espada,agarró el extremo de la cadena que

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Mulgarath estaba pisando y tiró de ellacon todas sus fuerzas. El ogro setambaleó hacia atrás, pugnando porrecuperar el equilibrio, pero justo en elmomento en que sus pantorrillaschocaban contra las cadenas queformaban la barandilla, Jared loembistió de nuevo. El peso de Mulgaratharrancó las cadenas de la pared, y elmonstruo se precipitó al vacío.

Jared corrió hasta el balcón.Inmensamente aliviado, constató queSimon y Mallory colgaban de suscadenas sobre el foso, Simon sujeto porla cintura, y Mallory por la pierna. Lollamaron con voz débil.

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Jared empezaba a sonreír cuandoMulgarath empezó a escalar hacia ellosvaliéndose de otra cadena, mientras sucuerpo adquiría la forma sinuosa de undragón.

—¡Cuidado! —advirtió Jared.Simon, que se encontraba

suspendido más cerca del monstruo,intentó darle una patada, pero sóloconsiguió que las cadenas sebalancearan de manera peligrosa.

Mallory y Simon chillaron cuandoJared se inclinó lo más que pudo,blandiendo la espada de nuevo. Esta vezla hoja golpeó la cadena de la quependía el ogro, cortándola e

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incrustándose en la pared del palacio.Mulgarath empezó a transformarse denuevo. Mientras el ogro caía a todavelocidad hacia los afilados cristalesdel foso, su cuerpo se redujo hastaconvertirse en el de una golondrina. Elpájaro salió volando del foso haciendoun viraje y se dirigió hacia lamuchedumbre de trasgos que se habíareunido. En unos segundos, Mulgarathconduciría a ese ejército al palacio, y lafamilia Grace no tendría escapatoria.

Pero entonces, cuando el aveemprendió un giro para volar de regresoa donde se encontraban los chicos, untrasgo extendió el brazo y cazó al pájaro

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al vuelo. Todo ocurrió tan deprisa queJared no tuvo tiempo de sorprenderse yel ogro no tuvo tiempo de cambiar deforma otra vez.

Cerdonio le arrancó la cabeza a lagolondrina de un mordisco y la masticódos veces con evidente delectación.

—Avechucho chamagoso —dijotragando.

Jared no pudo evitarlo. Rompió areír.

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«Todo este t iempo yo nosabía nada.»

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J

EPÍLOGO

Donde concluye lahistoria de los hermanos

Grace

ared se sentó en el reluciente suelode la biblioteca recién limpiada de

Arthur y se apoyó en la pierna de tíaLucinda. Mallory, arrodillada a su lado,apilaba viejas cartas escritas en idiomasque ninguno de ellos sabía. Simonhojeaba un viejo libro con fotografíascolor sepia mientras mamá les servía un

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té.La escena habría resultado bastante

corriente de no ser porque Cerdonioestaba sentado cerca en una banquetapara los pies, jugando a las damas conDedalete, que iba vendado y tenía unaspecto irritado.

Lucinda sostuvo en alto una de laspinturas de una niñita que descansabansobre el escritorio de Arthur.

—No puedo creerlo. Durante todoeste tiempo yo no sabía nada.

Habían pasado tres semanas desdeque derrotaron a Mulgarath, y por finJared empezaba a pensar que esta vez latranquilidad iba a durar. Los trasgos se

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habían dividido en grupos que luego seenfrentaron entre sí. Para cuandosalieron del palacio, Byron ya se habíamarchado, al parecer después dezamparse hasta la última cría de dragón.Jared, Simon, Mallory y su madrehabían regresado a casa a pie. Habíasido una larga caminata, y cuandollegaron a casa estaban tan cansados quese desplomaron sobre los montones deplumas y tela que antes eran sus camas,sin quejas ni comentarios. Ya habíaoscurecido cuando Jared se despertó.Dedalete estaba en una almohada a sulado, acurrucado junto al gatitoanaranjado de Simon. Sonriendo, Jared

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respiró hondo y casi se atragantó con lasplumas.

Al bajar las escaleras, topó con sumadre, que estaba limpiando la cocina.En cuanto él cruzó la puerta, ella lo

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abrazó.—Lo siento mucho —dijo mamá.Aunque en cierto modo esto le hacía

sentir como un niño pequeño, él ledevolvió el abrazo y los dospermanecieron así durante largo rato.

Al cabo de unos días, esa mismasemana, la señora Grace había hechouna serie de trámites para sacar aLucinda del hospital psiquiátrico einstalarla en casa. Jared se quedóasombrado cuando un día volvió delcolegio y encontró a su tía abuela, conun peinado y un vestido nuevos, sentadaen la sala de estar. Al morir Mulgarath,seguramente su magia se había

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extinguido, y aunque Lucinda caminaba amenudo con un bastón, tenía la espaldatan recta como cuando era joven.

La señora Grace no habíaconseguido tan buenos resultados enrelación con los problemas escolares deJared: lo habían expulsado. La madrelos había matriculado, a él y a Simon, enuna escuela privada cercana. Les habíaasegurado que ahí impartían unos cursosexcelentes de arte y de ciencias. Mallorydecidió quedarse en el antiguo colegio.Al fin y al cabo, sólo le faltaba un añopara entrar en el instituto y tenía todavíamucho por demostrar en el equipo deesgrima del J. Waterhouse.

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Jared, por su parte, había guardadoel cuaderno de campo de Arthur bajollave en su arcón de metal. Sin embargo,después de todo lo ocurrido, no sabíaqué pensar. ¿Seguirían acosándolosaquellos seres? ¿Se habrían terminadolos problemas ahora que el ogro habíamuerto, o lo peor estaba aún por llegar?

En el despacho empezó a soplar unabrisa que desparramó los papeles y sacóa Jared de sus pensamientos. Simon sepuso en pie de un salto para intentaratrapar las cartas arrastradas por lacorriente de aire.

—¿Te has dejado alguna ventanaabierta? —le preguntó mamá a tía

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Lucinda.—No recuerdo haberlo hecho —

respondió ésta.—Ya la cierro yo —se ofreció

Mallory, y se encaminó hacia la ventana.Entonces una hoja solitaria entró

transportada por la brisa. Danzó en elaire, girando, flotando, y fue a pararjusto a los pies de Jared. Era de colormarrón verdoso, y a Jared le parecióque era de arce. Su nombre aparecíaescrito en la hoja con una caligrafíaesmerada. Le dio la vuelta y leyó:

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—No dice dónde — señaló Mallory,que había leído el mensaje por encimade su hombro.

—En el claro, supongo —dedujoJared.

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—No pensarás ir, ¿no? —preguntóSimon.

—Pues sí —contestó Jared—. Loprometí.

Debo entregarles el cuaderno decampo de Arthur. No quiero que nada deesto vuelva a pasar.

—Entonces iremos contigo —anunció Simon.

—Yo también iré —dijo mamá.Los tres niños se quedaron mirando

a su madre, atónitos, y luego se miraronentre sí.

—Y no os olvidéis de mí,chachalacos —saltó Cerdonio.

—No os olvidéis de nosotros —

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corrigió Dedalete.Tía Lucy alargó el brazo para coger

su bastón.—Espero que ese sitio no esté muy

lejos.

Esa noche salieron todos de la casaprovistos de faroles, linternas y elcuaderno de campo. A los chicos lesresultaba extraño salir en busca de seressobrenaturales con mamá a la zaga y tíaLucy del brazo de Simon. Caminaroncolina arriba y descendieroncuidadosamente por la otra ladera.

A Jared le pareció oír que alguien

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susurraba: «Listo es el que hacelistezas», pero quizá se trataba sólo delviento o de su memoria.

El claro estaba iluminado pordocenas y docenas de espíritus delbosque que zumbaban en el aire,centelleando como luciérnagas gigantes,posándose en las ramas de los árboles osobre la hierba. Varios elfos —muchosmás que en la primera visita de losniños— estaban sentados en el suelo,ataviados con los intensos colores delotoño, como para camuflarse en lafloresta.

Los elfos guardaron silencio cuandoel reducido grupo de humanos se dirigió

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al centro del claro. Allí, de pie entretodos los que estaban sentados, sehallaba la elfa de ojos verdes, con unaexpresión inescrutable. Junto a ella seencontraban el elfo con las hojas en lafrente, con el semblante adusto, y elpelirrojo Lorengorm, que sonreía.

Al pensar en lo que habría hechoDedalete, Jared se inclinó en una torpereverencia. Los otros siguieron suejemplo.

—Hemos traído el cuaderno —anunció Jared, y se lo tendió a la elfa deojos verdes.

Ella le dedicó una sonrisa.—Has hecho bien. Todos debemos

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fidelidad a nuestras promesas, y si túhubieses quebrantado la tuya, Simon sehabría visto obligado a permanecer connosotros durante una larga temporada.

El aludido sintió un escalofrío y searrimó a Mallory. Jared frunció el ceño.

—Sin embargo, puesto que la hascumplido —prosiguió ella—, deseamosentregaros el cuaderno para que locustodiéis celosamente.

—¿Qué? —exclamó Mallory.Jared también se quedó

boquiabierto.—Habéis demostrado que los

humanos sois capaces de utilizar lasenseñanzas que contiene para hacer el

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bien. Así pues, os devolvemos el libro.Lorengorm dio un paso al frente.—Deseamos asimismo daros una

muestra de nuestra gratitud por haberrestablecido la paz en estas tierras. Coneste objeto hemos decidido haceros unadádiva.

—¿Una dádiva? —Cerdonio sacópecho—. ¿Y a mí qué me dais? ¿Cómoes que estos saltabancos van a recibiruna recompensa cuando fui yo quienderrotó a Mulgarath?

Varios elfos estallaron encarcajadas, y Dedalete dirigió aCerdonio una mirada severa.

—Ya me extrañaba a mí que viniera

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con nosotros para apoyarnos —comentóMallory.

—¿Qué es lo que quieres, pequeñotrasno? —preguntó la elfa de ojosverdes.

—Bueno —dijo Cerdonio,llevándose un dedo a la boca en actitudpensativa—, quisiera... algún tipo demedalla, sí, eso es. De oro, con unainscripción: «Intrépido mataogros». No,mejor: «Aniquilador supremo de ogros».O ¿qué tal...?

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—¿Eso es todo? —preguntóLorengorm.

—La inscripción debería decir

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«Zoquete supremo» —le susurró Simona Jared.

—No, hay más —respondió eltrasgo—. Quiero que se celebre unbanquete triunfal en mi honor. Conhuevos de codorniz. Me encantan loshuevos de codorniz. Y un pastel depichón y gato asa...

—Tendremos en cuenta tuspeticiones —lo interrumpió la elfa deojos verdes, disimulando apenas unasonrisa bajo su delicada mano—. Peroahora debo pedir a los niños queexpresen el deseo que alberga sucorazón.

Jared se volvió hacia sus hermanos.

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Al principio parecían meditabundos,pero poco a poco se dibujó una sonrisaen sus labios. Jared miró a mamá, queaún parecía un poco confundida, y a sutía abuela, que irradiaba esperanza.

—Queremos que nuestro tíobisabuelo, Arthur Spiderwick, puedadecidir si desea quedarse en el reino delos seres sobrenaturales o no.

—Sed conscientes —los previnoLorengorm— de que si opta por regresaral mundo de los mortales, se convertiráen un montón de polvo y ceniza encuanto ponga un pie en el suelo.

Jared asintió con la cabeza.—Somos conscientes de eso.

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—Habíamos previsto vuestro deseo—dijo la elfa de ojos verdes.

A un gesto de su mano, los árbolesse separaron para franquear el paso aByron. Sobre él iba montado ArthurSpiderwick.

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«Has hecho un magníficot rabajo»

Jared oyó que a sus espaldas losdemás reprimían un grito de sorpresa.Arthur dirigió una breve sonrisa a Jared,y esta vez el muchacho advirtió que susojos eran como los de Lucinda;reflejaban inteligencia, pero tambiénbondad. Arthur iba sentado sobre elgrifo, claramente incómodo, pero loacariciaba con reverente admiración.Luego posó la vista en Mallory y Simony se ajustó las gafas.

—Sois mis sobrinos bisnietos,

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¿verdad? —preguntó en tono amable—.Jared no mencionó que tuviesehermanos.

Jared asintió en silencio. Intentópensar si habría algún modo dedisculparse por las cosas que le habíadicho antes. Se preguntó qué opinión sehabía formado Arthur de él.

—Me llamo Simon —se presentóéste—. Y ésta es Mallory, y ésta, nuestramadre. —Simon se volvió hacia Lucinday titubeó.

—Encantado de conoceros —dijoArthur—. Salta a la vista que por lasvenas de vosotros tres corre la mismasangre inquisitiva que por las mías.

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Quizás hayáis tenido ocasión delamentarlo. —Sacudió la cabeza congesto irónico—. Al parecer vuestracuriosidad os ha metido en muchos líos.Por suerte, me da la impresión de quelos tres sois mucho más hábiles parasalir de aprietos de lo que yo jamás hesido.

Arthur sonrió de nuevo, esta vez contoda franqueza. Era una sonrisa ampliaque le confería un aspecto muy distintodel hombre del retrato.

—Nosotros también nos alegramosde conocerte — dijo Jared—. Queremosdevolverte tu libro.

—¡Mi cuaderno! —exclamó Arthur.

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Lo tomó de manos de Jared y se puso ahojearlo—. Fijaos... ¿Quién hizo estosbosquejos?

—Yo —reconoció Jared, con un hilode voz —. Sé que no son muy buenos...

—¡Tonterías! —repuso Arthur—.Has hecho un magnífico trabajo. Estoyconvencido de que algún día serás ungran artista.

—¿En serio? —preguntó Jared.Arthur asintió con la cabeza.—En serio.Dedalete se acercó hasta los zapatos

de Arthur.—Me alegro de saludarte, mi viejo

amigo, pero ha venido alguien más

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conmigo. Ésta es Lucinda, para ti muyquerida, aunque mucho la ha cambiadola vida.

Arthur se quedó sin respiración alreconocerla. «Debe de chocarle lo viejaque está», pensó Jared. Intentó imaginarqué ocurriría si su madre, aún joven,contemplara una versión envejecida deél, pero la idea le parecía demasiadodura, demasiado triste. Lucinda sonrió ylas lágrimas le resbalaron por lasmejillas.

—¡Papá! —dijo—. Estás igual queel día que te marchaste.

Arthur hizo ademán de descabalgar.—¡No! —gritó Lucinda—. Quedarás

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reducido a polvo. —Apoyándose en elbastón, se aproximó a donde él estaba.

—Lamento mucho haberos causadotanta tristeza a ti y a tu madre —dijo él—. Siento haber intentado engañar a loselfos. Nunca debí correr ese riesgo.Siempre te he querido, Lucy. Siempre hedeseado regresar a casa.

—Ya estás en casa —repusoLucinda. Arthur negó con la cabeza.

—La magia de los elfos me hamantenido con vida durante demasiadotiempo. He sobrepasado con creces laedad que estaba destinado a alcanzar.Ha llegado el momento de que me vaya,pero después de haberte visto, Lucy...,

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puedo irme sin pena.—Acabo de recuperarte —se

lamentó ella—. No puedes morirteahora.

Arthur se inclinó para murmurarle aloído unas palabras que Jared no alcanzóa oír antes de apearse del grifo yabrazarla. En cuanto el pie de Arthur seposó en el suelo, su cuerpo se convirtióen polvo y después en una columna dehumo que se arremolinó en torno a la tíaabuela de Jared y se elevó hacia el cielonocturno hasta desaparecer.

Jared se volvió hacia Lucinda,suponiendo que la vería llorar, peroestaba serena, contemplando las

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estrellas con una sonrisa en los labios.Jared deslizó la mano entre las suyas.

—Es hora de que nos vayamos acasa —dijo tía Lucinda.

Jared asintió con la cabeza.Reflexionó sobre todo lo ocurrido, todaslas cosas que había visto, y de prontocayó en la cuenta de que le quedabamucho por dibujar. Después de todo,apenas había comenzado.

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Sobre TONYDiTERLIZZI...

Autor de éxito del New York Times,Tony DiTerlizzi es el creador de la obraganadora del premio Zena SutherlandTed, Jimmmy Zanwow’s Out-of-This-Word Moon Pie Adventure, así como delas ilustraciones por los libros de TonyJohnson destinados a lectores noveles.Más recientemente, su cinematográficaversión del clásico de Mary Howitt TheSpider and the Fly recibió el CaldecottHonor. Por otra parte, los dibujos deTony han decorado la obra de nombres

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tan conocidos de la literatura fantásticacomo J.R.R. Tolkien, Anne McCaffrey,Peter S. Beagle y Greg Bear. Reside consu mujer, Angela, y con su perro Goblin,en Amherst, Massachusetts. Visita aTony en la Red: www.diterlizzi.com

y sobre HOLLYBLACK

Coleccionista ávida de libros raros

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sobre folclore, Holly Black pasó susaños de infancia en una decadente casavictoriana en la que su madre leproporcionó una dieta alta en historiasde fantasmas y cuentos de hadas. De estemodo, su primera novela: El Tributo dela Corte Oscura es un guiño de terror yde lo más artístico al mundo de lashadas. Publicado en el otoño de 2002,recibió buenas críticas y una mención dela American Library Association paraliteratura juvenil. Vive en West LongBrach, New Jersey, con su marido,Theo, y una remarcable colección deanimales. Visita a Holly en la red:www.blackholly.com.

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Tony y Holly continúan trabajandodía y noche, lidiando con todo tipo deseres mágicos para ofreceros la historiade los niños Grace.

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Ent re cuevas, bosques ycampos

ha t ranscurrido estahistoria

Nuest ros héroes cont ralos malos

alcanzaron la victoria.

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Pero no todo es regocijoal final del camino;

tuvimos que despedirnosde un padre, un mentor,

un amigo.

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Lloramos de Art hur lapart ida,

pero hay mucho quecelebrar.

Por fin su queridaLucinda

está a salvo en su hogar.

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Cerdonio ya t ienecomida,

los Grace como t roncosduermen

y Dedalete se dedicaa hacer lo que hacen los

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duendes.

Ahora que están alegressin nada que temer

nos viene de pronto a lamente

la pregunta: «¿Y ahoraqué?».

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¿Aparecerán más ogrosy dragones que matar?¿Acaso nuevos peligros

nos vuelven a amenazar?

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Si a Tony y a Hollypreguntas,

Ellos te dirán que síPorque nuevas aventuras

Imag inan sin fin.

Ahora que os han contadode Spiderwick la historia

debéis tener cuidado.¡No la borréis de la

memoria!

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Así que estad siempreatentos,

y guardad bien estoslibros.

ellos os mantendrán muydespiertos

y proteg idos de peligros.

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AGRADECIMIENTOS

Tony y Holly quieren agradecerel tino de Steve y Dianna,

la honestidad de Starr,las ganas de compartir el viaje de Myles

y Liza,la ayuda de Ellen y Julie,

la incansable fe de Kevin en nosotros,y especialmente la paciencia

de Angela y Theo,inquebrantable incluso en noches enteras

de interminables discusionessobre Spiderwick.

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El tipo utilizado para la composiciónde este libro es Cochin. La tipografíade las ilustraciones es Nevis Hand y

Rackham.Las ilustraciones originales son a lápiz y

tinta.

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Estudio a acuarela deArt hur y Lucinda

Spiderwick, hallado en eldespacho de Art hur.