el medico de lhasa

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    PROLOGO ESPECIAL PARA LA EDICIONESPAOL

    Mis libros han aparecido en muy diversos pases, enidiomas muy diferentes, durante estos aos pasados. Hasta

    ahora ningn editor, ningn peridico y ninguna red ra-diofnica me haban ofrecido la oportunidad de presentarmi versin de lo ocurrido, de manera que he quedado comoun hombre acusado de algo e incapaz de defenderse.

    Ahora han cambiado las cosas porque en esta edicinespaola de El Doctor de Lhasa, mi editor espaol meha ofrecido publicar mis propios comentarios.

    Hace unos aos se produjo en Inglater ra un ataquecontra mi integridad moral. Este ataque fue movido en laPrensa por una reducida pandilla que me tena una granenvidia. La Prensa mundial pens que tena en esto un ju-goso bocado porque, con excesiva frecuencia, la Prensa tie-ne que tomarla con alguien para levantar su circulacincuando sta decae, de modo muy semejante a como un an-ciano puede ponerse una inyeccin de hormonas o de gln-dulas de mono o algo por el estilo. Esto es lo nico quenecesito decir sobre el asunto en lo que respecta a la Pren-sa, ya que cualquiera que conozca algo de este tema se darcuenta de que la Prensa no es precisamente el medio ade-cuado para difundir la verdad sino slo lo sensacionalista.La Prensa, con demasiada frecuencia, sirve slo para hala-gar las emociones ms bajas del hombre. Permita me decir, delmodo mas tajante, que todos mis libros son absolutamenteverdicos. Cuando he escrito es cierto y recoge mi experiencia

    personal. Poseo todos esos poderes que digo poseer. Yvaldra la pena aadir que tam-

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    Bin tengo varios poderes ms de los que no he hablado yque son de gran utilidad.

    Por primera vez he podido afirmar en un libro que soy lo

    que digo ser y que mis libros son la pura verdad. Quieroagradecerle a mi editor espaol esta cortesa y compren-sin al ofrecerme publicar estas palabras mas. Es posibleque, como yo, tambin l crea que la verdad saldr arelucir. Pues bien, aqu est la verdad: todo lo que heescrito es cierto.

    Desde hace mucho tiempo deseo visitar Espaa por lomucho que he odo acerca de ella y mi nica experienciade este pas la he tenido a lo largo de las fronteras. Pero

    temo que an tardar algn tiempo en poder realizar mideseada visita. As, permtanme decir slo: Gracias, seoreditor espaol!

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    PRLOGO

    Cuando estaba en Inglaterra, escrib El tercer ojo, libroverdico, pero que se ha discutido mucho. Llegaron cartasdel mundo entero y, respondiendo a las peticiones, escrib esteotro libro, El Doctor de Lhasa.

    Mis experiencias, como dir en un tercer libro, han su-perado a lo que la mayor a de la gente ha de padecer ,experiencias que slo hallan paralelo en unos pocos casos dela Historia. Sin embargo, no es este el objeto del libro

    presente, en el cual contina mi autobiografa.Soy un lama tibetano que lleg al mundo occidental

    prosiguiendo su destino y, llegado a l como ya se ha con-tado, padeci todas las penalidades predichas. Por desgracia, losoccidentales me miraron como a un tipo extrao, como sihubiera que ponerme en una jaula, como una muestrafantstica de lo desconocido. Esto me hizo preguntarmequ les sucedera a mis viejos amigos los yet is , si los occi-dentales se apoderaban de ellos como efectivamente lointentaban.

    No cabe duda de que el yeti sera matado a tiros, dise-cado y colocado en algn museo. Incluso entonces seguira lagente discutiendo y diran que no existan los yetis (el

    Abominable Hombre de las Nieves). Me resulta de unaextraeza increble que los occidentales puedan creer en latelevisin, y en los cohetes espaciales capaces de dar unavuelta en torno a la Luna y regresar, y sin embargo, noden crdito a los yetis ni a los objetos volantes descono-cidos, ni a nada que no puedan tocar y hacer pedazos para vercmo funciona.

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    Pero ahora afronto la formidable tarea de condensar enunas pocas pginas lo que antes ocup un libro entero: los

    detalles de mi primera infancia. Nac en una familia muydistinguida, una de las principales familias de Lhasa, lacapital del Tibet. Mis padres intervenan mucho en la go-

    bernacin del pas, y precisamente por ser yo un chico dealta posicin, me dieron una educacin muy severa para

    ponerme en condiciones de ocupar eficazmente mi puestoen el futuro. As , antes de cumplir los s iete aos deacuerdo con nuestras costumbres los sacerdotes astrlogosdel Tibet fueron consultados para decidir el tipo de carreraque me convena. Durante varios das antes se hicieron pre-

    parativos para una inmensa fiesta en la que todos los prin-cipales ciudadanos de Lhasa acudiran a or mi sino. Llegel da de la Profeca. Nuestra finca se llen de gente. Llega-ron los astrlogos con sus hojas de papel, sus tablas y todoslos tiles de su profesin. Luego, en el momento adecuado,cuando todos estaban ya muy animados, el Astrlogo prin-cipal dio a conocer el resultado de sus trabajos. Se proclamsolemnemente que yo ingresara en una lamasera al cum-

    plir los siete aos y que haran de m un sacerdote y con-

    cretamente un sacerdote cirujano. Se hicieron muchas pre-dicciones sobre mi vida; en realidad, toda mi vida fue pre-sentada en esbozo. Para mi desgracia, todo lo que dijeron haresultado verdad. Digo desgracia porque la mayor partehan sido desventuras, penalidades y dolor y no lo hace msfcil saber de antemano lo que uno ha de sufrir.

    Ingres en la lamasera de Chakpori cuando cumpl lossiete aos, emprendiendo as mi solitario camino. Al prin-

    cipio me probaron para saber si era lo bastante duro, lo bas-tante resistente para soportar el resto del entrenamiento.Sal bien de las pruebas y entonces autorizaron mi ingreso.Pas por todas las etapas desde un noviciado elemental y

    por fin me conver t en un lama y en un abad. La medicina yla ciruga eran mis puntos fuertes. Las estudi con avidez y medieron todas las facilidades para practicar con los cad-veres. Es una creencia extendida en Occidente que los lamasdel Tibet nunca practican con cadveres si tienen que abrir-

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    los. Por lo visto, se piensa que la ciencia mdica tibetana esrudimentaria porque los lamas mdicos tratan solamente loexterior y no lo interno. Eso no es exacto. El lama corriente,desde luego, nunca abre un cadver ni un cuerpo vivo por-que esto va contra su creencia. Pero exista un ncleo espe-cial de lamas del que yo formaba parte, preparados pararealizar operaciones y stas eran de las que quizs estuvieranfuera del alcance de la ciencia occidental.

    Y de paso me referir tambin a la creencia occidentalde que la medicina tibetana ensea que el hombre tiene elcorazn en un lado y la mujer en el otro. Nada ms ridculo.Esto lo han divulgado los occidentales que no conocen deverdad aquello sobre lo que escriben, pues algunos de losdiagramas a los que se refieren, tratan de los cuerposastrales, un asunto muy diferente. Sin embargo, todo ello esajeno a este libro.

    Mi preparacin fue muy intensa, pues no slo tenaque conocer a fondo mi especializacin de medicina y ci-ruga, sino tambin todas las Escrituras, porque, ademsde ser un lama mdico, tambin deba ejercer como reli-gioso, como sacerdote perfectamente preparado. As, mefue necesario estudiar dos disciplinas a la vez y esto signi-fica estudiar el doble que lo normal. La perspectiva no meagradaba mucho.

    Pero no todo fueron penalidades. Desde luego, hice mu-chas excursiones a las partes ms elevadas del Tibet Lhasaest a doce mil pies sobre el nivel del mar para cogerhierbas, ya que nuestra medicina se basaba en el t rata-miento herbreo, y en Chakpori tenan siempre por lo me-nos seis mil tipos diferentes de hierbas en depsito. Noso-tros, los tibetanos, creemos saber ms de la herboriculturaque el resto del mundo. Ahora que he viajado por todo elmundo varias veces, lo creo an ms.

    En varias de mis excursiones a las zonas ms elevadasdel Tibet vol en cometas de las que llevan a un hombre de

    pasajero, sobre los picos escarpados de las altas cordillerasy viendo desde all arriba muchsimos kilmetros de campo.Tambin tom parte en una memorable expedicin

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    a la regin casi inaccesible del Tibet, en la parte ms ele-vada de la altiplanicie de Chang Tang. All, los expedicio-narios nos encontramos en un valle profundo entre hendi-duras rocosas, calentado por los fuegos eternos de la Tierra,que hacan hervir el agua en el ro. Tambin encontramos

    una esplndida ciudad, expuesta la mitad de ella al aire ca-liente del valle oculto, y enterrada la otra mitad en el clarohielo de un glaciar. Era un hielo tan transparente que sevea a travs de la otra parte de la ciudad como si mirse-mos por una masa del agua ms clara. Esa parte de la ciu-dad que se haba congelado, estaba casi intacta. El paso delos aos haba respetado los edificios. El aire tranquilo, laausencia de viento, haba salvado a las edificaciones de tododao. Caminamos por las calles y ramos los primeros en

    recorrerlas desde miles y miles de aos. Anduvimos a nuestroantojo por casas que parecan estar esperando a sus dueos,hasta que descubrimos unos extraos esqueletos petri-ficados. Era una ciudad muerta. Haba por all muchosdispositivos fantsticos indicadores de que este oculto vallehaba sido en tiempos el hogar de una civilizacin muchoms poderosa que ninguna de las que ahora existen sobre lasuperficie de la Tierra. Nos probaba sin lugar a dudas queramos ahora como salvajes en comparacin con la gentede aquella edad incalculablemente antigua. En este segundolibro escribo ms acerca de esa ciudad.

    Siendo yo an muy joven me hicieron una operacinespecial que se llamaba la apertura del tercer ojo. Meintrodujeron en el centro de la frente una astilla de maderadura, previamente empapada en una solucin especial dehierbas, para estimular una glndula que me dotaba de unasfacultades extraordinarias de clarividencia. Yo haba nacidocon un don innato de clarividencia, pero despus de la

    operacin se me desarroll ste anormalmente y poda ver ala gente con su aura como si estuvieran envueltas en llamasde colores fluctuantes. Por esas auras poda yo adivinar sus

    pensamientos, sus esperanzas y temores, y sus padeci-mientos. Ahora, fuera ya del Tibet, trato de interesar alos mdicos occidentales en un procedimiento que permi-

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    tira a cualquier mdico o cirujano ver el aura humana talcomo es realmente, en colores. S que los mdicos y ciru-

    janos si pueden ver el aura, podrn saber a la vez lo quede verdad padece una persona. Simplemente mirando los

    colores y por los dibujos cambiantes de las bandas, el espe-cialista puede diagnosticar con toda exactitud la enferme-dad que sufre una persona. Adems, esto se puede decirantes de que haya ningn signo visible de la enfermedaden el cuerpo fsico porque el aura muestra la presencia delcncer o de la tuberculosis, y otros males, muchos mesesantes de que ataquen al cuerpo fsico. De modo que el m-dico, al poseer una advertencia tan adelantada sobre la exis-tencia de la enfermedad, puede tratarla y curarla infalible-mente. Con verdadero horror y profunda pena me encontrcon que a los mdicos occidentales no les interesaba estoen absoluto. Parecen considerarlo como algo relacionadocon la magia en vez de como una cosa de sentido comn,

    pues as es, efectivamente. Cualquier ingeniero sabe quelos cables de alta tensin tienen alrededor como una co-rona. Esto mismo presenta el cuerpo humano, y lo que

    pretendo ensear a los especiali stas es un fenmeno fsicoordinario. Pero nada quieren saber de eso. Es una tragedia.Mas se impondr con el t iempo. Lo trgico es que tanta

    gente deba sufrir y muera innecesariamente hasta que seadmita el procedimiento.

    El Dalai Lama, el decimotercero Dalai Lama, era mijefe . Orden que me ayudasen en todo lo posible tanto enmi preparacin como en mis prcticas. Quiso que me en-searan todo lo que pudiera aprender lo mismo por elsistema oral corriente que por medio de la hipnosis, y porotros varios procedimientos que no hace falta mencionar

    aqu. De alguno de ellos se habla en este libro, o se hablen El tercer ojo. Otros son tan nuevos y tan increbles quean no es hora de tratar de ellos.

    A causa de mis facultades de clarividencia pude ayudarmucho al Dalai Lama en varias ocasiones. Me ocultaba ensus salas de audiencias para interpretar los verdaderos pen-samientos de una persona y sus intenciones gracias al aura.

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    Esto era especialmente til cuando visitaban al Dalai Lamaestadistas extranjeros. Estuve presente, aunque invisible

    para el los , cuando una delegacin china fue recibida por elGran Decimotercero. Fui tambin un observador ocultocuando un ingls visit al Dalai Lama; pero en esta ocasin

    estuve a punto de descuidar mi deber por el gran asombroque me produjo el traje de aquel hombre. Era la primeravez que vea yo la ropa de los europeos!

    Mi entrenamiento fue largo y difcil. Tena que atendera los servicios del templo durante la noche y el da. La dul-zura de las camas nos estaba negada. Nos enrollbamos enuna manta solitaria y as dormamos sobre el suelo. Los

    profesores eran muy exigentes y tenamos que estudiar,aprender y almacenarlo todo en la memoria. No llevba-

    mos cuadernos de notas , s ino que todo lo aprendamosmemorsticamente. A la vez, aprend metafsica, en la queadelant mucho as como en clarividencia, viajes astrales,telepata y todo lo dems. En una de las fases de mi inicia-cin visit las cavernas y los tneles secretos bajo el Pa-lacio de Potala, cavernas y tneles de los que el hombremedio apenas sabe nada. Son los restos de una antiqusimacivilizacin cuya memoria casi se ha perdido. Y en sus mu-ros se vean los documentos pictricos de las cosas que flo-

    tan en el aire y de las que estaban bajo tierra. En otra fasede mi iniciacin vi los cuerpos cuidadosamente conserva-dos de gigantes hasta de quince pies de estatura. Tambin am me enviaron al otro lado de la muerte y supe que noexista la muerte, y cuando regres fui ya una EncarnacinReconocida, con categora de Abad, pero yo no quera serAbad y estar ligado a una lamasera. Deseaba ser un lamalibre de movimientos, con libertad de ayudar a otros, comolo haba dicho la Prediccin. As, el propio Dalai Lama meconfirm en mi rango de lama y me destin al Potala deLhasa. Incluso entonces continu preparndome y aprendvarias formas ms de ciencia occidental, ptica y otras ma-terias semejantes. Pero a ltima hora me llam de nuevoel Dalai Lama y me dio instrucciones.

    Me dijo que ya haba aprendido yo todo lo que podan

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    ensearme en el Tibet y que me haba llegado la hora demarcharme y abandonar cuanto haba amado, todo aquelloa lo que me senta vinculado. Aadi que haba enviadounos mensajeros especiales a Chungking para que me admi-

    tiesen como estudiante de Medicina y Ciruga en una ciu-dad china.

    Me caus gran dolor salir de la presencia del DalaiLama, y me dirig a donde estaba mi gua, el Lama Min-gyar Dondup. Le dije lo que se haba decidido. Luego fui acasa de mis padres para contarles lo sucedido y que memarchaba de Lhasa. Pasaron los das volando y por fin llegel de mi salida de Chakpori cuando vi por ltima vez aMingyar Dondup en su presencia carnal y part de la ciu-

    dad de Lhasa --la Ciudad Sagrada cruzando los elevadospuertos montaosos . Y cuando volv la vista, lo l timo quevi fue un smbolo. En efecto, de los dorados tejados delPotala se elevaba una cometa solitaria .

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    C A P T U L O P R I M E R O

    HACIA LO DESCONOCIDO

    Nunca me haba sentido tan helado, tan sin esperanzas ydesgraciado. Incluso en los desolados pramos de ChangTang, a seis mil metros o ms sobre el nivel del mar, dondelos vientos bajo cero y cargados de arena fustigaban yaraaban la piel descubierta hasta hacerle sangre, me habasentido ms protegido que ahora. Aquel fro no era tandoloroso como el miedo helado que atenazaba mi corazn

    pues abandonaba mi amada Lhasa, al volverme y verpor debajo de m aquellas diminutas figuras sobre las te-chumbres doradas del Potala y por encima de ellas una co-rneta solitaria mecindose en la leve brisa e inclinndosehacia m como si dijera: Adis; los das en que volabasen las cometas se han terminado, y ahora te esperan asuntosms serios. Para m, aquella corneta era un smbolo: unacometa en la inmensidad azul, unida a su hogar por unafina cuerda. Me iba hacia la inmensidad del mundo quehay tras el Tibet, yo tambin sostenido por la fina cuerdade mi amor por Lhasa. Me dirig hacia el extrao y terriblemundo ms all de mi pacfico pas. Se me apret el corazn

    cuando le volv la espalda a mi ciudad y, con miscompaeros de viaje part para lo desconocido. Ellostambin se quedaron tristes, pero tenan el consuelo de sa-

    ber que despus de dejarme en Chungking a unas mil mi-llas, podan regresar a casa. Regresaran y en el viaje devuelta les estimulara pensar que a cada paso que dabanestaban ms cerca de Lhasa. Yo, en cambio, tena que con-

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    tinuar viendo pases extraos, gente nueva y pasando porexperiencias cada vez ms ajenas a mi mundo tibetano.

    La profeca que hicieron sobre mi futuro cuando tenayo siete aos haba predicho que ingresara en una lama-sera, que empezara preparndome para chela, que luego

    pasara a ser un trapera y as sucesivamente hasta que pu-diera examinarme para lama. Despus, segn dijeron losastrlogos, tendra que abandonar el Tibet, dejar a mis pa-dres y todo lo que yo amaba para ir a lo que nosotros lla-mbamos la China brbara. Estudiara en Chungking paracompletar mi educacin de mdico y cirujano. Segn lossacerdotes astrlogos, me vera implicado en guerras, meharan prisionero extraas gentes y tendra que vencer todatentacin y todo sufrimiento para dedicarme a ayudar a los

    necesitados. Me dijeron que mi vida sera dura y que elsufrimiento, el dolor y la ingratitud haban de ser mis cons-tantes compaeros. Cunta razn tenan!

    Con estos pensamientos en mi mente y no eran enabsoluto alegres di la orden de proseguir nuestro camino.Como precaucin, en cuanto perdimos de vista a Lhasa, nosapeamos de nuestros caballos y nos aseguramos de queestaban cmodos y de que las sillas no quedaban demasiadoapretadas ni que ya se estuviesen aflojando. Nuestroscaballos haban de ser nuestros fieles compaeros durante elviaje y tenamos que cuidar de ellos por lo menos tantocomo de nosotros mismos. Atendidos estos detalles y con-solados al saber que los caballos iban a gusto, volvimos amontar y, con la vista puesta resueltamente en el horizonte,

    proseguimos.

    Fue a principios de 1927 cuando salimos de Lhasa y nosdirigimos lentamente hacia Chotang, a orillas del Brahma-

    putra. Sostuvimos varias discusiones sobre qu ruta sera lams conveniente. El Brahmaputra es un ro que conozcobien, pues vol por encima de sus fuentes en una estriba-cin del Himalaya cuando tuve la fortuna de volar en una delas cometas que llevan pasajeros. En el Tibet consider-

    bamos a ese ro con gran respeto, pero esta reverencia nadaera para la que se le tena en otros sitios. A centenares de

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    kilmetros de su desembocadura, en la baha de Bengala,se le tena por sagrado, casi tan sagrado como Benares. Senos deca que el Brahmaputra era el que formaba la bahade Bengala. En los das primitivos de la historia, era un

    ro rpido y profundo y, mientras flua casi en lnea rectadesde las montaas, dragaba el suave suelo y formaba lamaravillosa baha. Seguimos el curso del ro por los pasosmontaosos hasta Sikang. En los das antiguos y felices,siendo yo muy joven, Sikang formaba parte del Tibet, erauna de sus provincias. Entonces los ingleses hicieron unaincursin en Lhasa y los chinos se animaron a la invasiny capturaron Sikang. Entraron en esa regin de nuestro

    pas con intenciones asesinas. Mataron, violaron, saquearon,

    y se quedaron con Skang. Instalaron all funcionarios chi-nos. Los que haban sido expulsados de otros sitios eranenviados a Sikang como castigo. Desgraciadamente paraellos, el Gobierno chino no los apoyaba. Tenan que arre-glrselas lo mejor que podan. Vimos que estos funciona-rios chinos eran como marionetas, hombres ineficaces delos que se rean los tibetanos. A veces fingamos obedecer-les, pero slo por cortesa. En cuanto volvan la espalda,hacamos lo que nos apeteca.

    Nuestro viaje continu lentamente. Llegamos a una la-masera en donde podamos pasar la noche. Como yo eralama, incluso un abad, una Encarnacin Reconocida, nosdieron la mejor acogida de que eran capaces los monjes.Adems, yo viajaba con la proteccin personal del DalaiLama y esto pesaba mucho para ellos.

    Seguimos hasta Kanting. asta es una ciudad-mercadode sobra conocida por las ventas de yaks, pero, sobre todo,como centro exportador del t que nos gusta tanto a lostibetanos. Ese t vena de China y no eran las hojas corrien-tes de t sino ms bien un compuesto qumico. Contena t,

    pedacitos de rwig, soda, salpetre y algunas cosas ms, porqueen el Tibet no abundan tanto los alimentos como en algunosotros pases, de modo que nuestro t haba de servirnoscomo una especie de sopa a la vez que como bebida. EnKanting el t era mezclado y lo presentaban en blo-

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    ques o ladrillos como se les suele llamar. Estos eran detal tamao y peso que podan cargarse en los caballos ydespus en los yaks que los transportaban cruzando lasaltas cordilleras hasta Lhasa. All lo vendan en el mercado

    y as se distribua por todo el Tibet.Los ladrillos de t tenan que ser de tamao y formaespeciales y haban de ir empaquetados de manera tambinespecial, para que si un caballo tropezaba en un peligrosodesfiladero y se caa con el t al ro, no se estropeara ste.Los ladrillos iban empaquetados con una piel sin curtir yentonces se les sumerga en agua. Despus se les pona asecar al sol sobre las rocas. Al secarse se encogan asom-

    brosamente, quedando el contenido absolutamente compri-

    mido. Tomaban un color marrn y quedaban tan duroscomo la baquelita, pero mucho ms resistentes. Estas pie-les, una vez secas, podan rodar por una pendiente monta-osa sin sufrir el menor dao. Poda uno lanzarlos a unro y dejarlos all un par de das. Cuando se les extraa delagua y se les secaba, aparecan intactos, pues el agua noentraba en ellos. Y el t se empleaba mucho como moneda.Si un mercader no llevaba dinero encima, poda romperun bloque de t y utilizarlo como dinero. Mientras se lle-varan ladrillos de t no haba que preocuparse por eldinero suelto.

    Kanting nos impresion con su torbellino mercantil. Es-tbamos acostumbrados slo a Lhasa, pero en Kanting eramuy distinto porque en esta ciudad haba gentes de mu-chos pases: del Japn, de la India, de Birmania y nma-das de detrs de las montaas de Takla. Anduvimos por elmercado, mezclados con los traficantes, y escuchamos laalgaraba de idiomas tan diferentes. Nos codeamos con los

    monjes de diversas religiones, de la secta Zen y otras. Lue-go, admirados de tantas novedades, nos dirigimos haciauna pequea lamasera cercana. All nos esperaban. Esms, nuestros anfitriones estaban ya preocupados porqueno llegbamos. Les explicamos que habamos estado algntiempo curioseando por el mercado. El Abad nos dio la

    bienvenida con gran cordialidad y escuch con avidez lo

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    que le contamos sobre el Tibet, pues venamos de la sedede la cultura, el Potala, y ramos los hombres que habanestado en las mesetas de Chang Tang y habamos visto

    grandes maravillas. Nuestra fama nos haba precedido.Al da siguiente, por la maana temprano, despus deasistir a los servicios del templo, volvimos a ponernos encamino l levando una pequea cantidad de al imentos ytrampa. El camino era slo una senda polvorienta muyelevada. Abajo haba rboles, ms rboles de los que nin-guno de nosotros haba visto nunca. Algunos quedabanocultos en parte por la neblina que formaban las salpica-duras de unas cataratas. Unos rododendros gigantescos cu-

    bran tambin la garganta mientras que el suelo quedabaalfombrado con flores de muchos colores y matices, peque-as florecillas de la montaa que aromatizaban el aire yaadan notas de color al paisaje. Sin embargo, nos sen-tamos oprimidos y desgraciados al pensar que habamosabandonado nuestro pas. Y tambin nos oprima fsica-mente la densidad del aire. bamos bajando sin cesar ycada vez nos resultaba ms difcil respirar. Tropezamoscon otra dificultad; en el Tibet, donde la atmsfera estransparente, el agua hierve con una temperatura ms baja

    y en los sitios ms altos podamos beber t hirviendo. De-jbamos el t y el agua en el fuego hasta que las burbujasnos advertan que podamos beberlo ya. Al principio, enesta tierra baja nos quembamos los labios cuando intent-

    bamos hacer lo mismo. Estbamos acostumbrados a beberel t inmediatamente despus de sacarlo del fuego y eraimprescindible hacerlo as porque el intenso fro lo enfria-

    ba en seguida. Pero durante nuestro viaje no tuvimos encuenta que la atmsfera ms densa afectara al punto de

    ebullicin ni se nos ocurri que podamos esperar a queel agua se enfriara un poco sin peligro de que se helara.

    Nos trastorn mucho la dificultad de respirar por elpeso de la atmsfera sobre nuestro pecho y pulmones. Alprincipio pensamos que era la emocin de abandonar nues-tro querido Tibet, pero despus descubrimos que nos as-fixiaba la nueva atmsfera. Nunca haba estado ninguno

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    de nosotros a un nivel inferior de trescientos metros. Lhasase encuentra a 3.600 metros. Con frecuencia vivamos auna altura superior, como cuando fuimos a las mesetas de

    Chang Tang, donde estbamos a ms de 6.000 metros. Ha-bamos odo muchas historias sobre tibetanos que habansalido de Lhasa para buscar fortuna en las tierras bajas.Se deca que se haban muerto despus de unos meses deangustia, con los pulmones destrozados. Las historias de co-madres de la Ciudad Sagrada insistan en que quienes mar-chaban de Lhasa para ir a tierras bajas, moran con grandesdolores. Yo saba que esto no era cierto porque mis padreshaban estado en Shanghai, donde tenan muchas propie-

    dades. Despus de permanecer algn tiempo all, habanregresado en buen estado de salud. Yo haba tenido pocarelacin con mis padres porque estaban siempre muy ocu-

    pados y a causa de su posicin social tan elevada, no tenantiempo que dedicar a los nios. De modo que esa infor-macin me la haban dado los criados. Pero ahora me sen-ta muy preocupado por lo que experimentbamos: tena-mos los pulmones como resecos y nos pareca que unoscinturones de hierro nos apretaban el pecho impidindo-

    nos respirar. Nos costaba un enorme esfuerzo la respira-cin y si nos movamos con demasiada rapidez sentamosunos dolores como quemaduras por todo el cuerpo. Al pro-seguir el viaje, cada vez ms bajo, el aire se haca msespeso y la temperatura ms clida. Era un clima terrible

    para nosotros. En Lhasa, el tiempo es muy fr o , pero de unfro seco y saludable. En esas condiciones, poco importabala temperatura; pero ahora, en este aire denso y hmedonos volva casi locos el esfuerzo de la marcha. Hubo unmomento en que los dems quisieron convencerme paraque volvisemos a Lhasa diciendo que moriramos todossi persistamos en nuestra insensata aventura, pero yo, fin-dome de la profeca, no hice caso alguno de sus temores.As que continuamos el viaje. A medida que la tempera-tura suba nos marebamos ms y se nos trastornaba lavisin. Podamos ver de lejos tanto como siempre, pero nocon tanta claridad y nos fallaba la apreciacin de las dis-

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    tancias. Mucho despus encontr una explicacin a estefenmeno. En el Tibet tenemos el aire ms puro y limpiodel mundo; se puede ver a una distancia de ochenta kil-metros o ms con tanta claridad como a tres metros.

    Aqu, con el aire denso de las tierras bajas, no podamosver a esa distancia y lo que veamos quedabadistorsionado por el mismo espesor del aire y por susimpurezas.

    Durante muchos das seguimos cabalgando,descendiendo cada vez ms y cruzando selvas con msrboles de los que nunca habamos ni soado queexistieran. En el Tibet escasea la madera, hay pocosrboles y sentimos la tentacin de echar pie a tierra e irtocando las diferentes clases de rboles y olindolos. Su

    abundancia nos asombraba y todos ellos nos erandesconocidos. De los arbustos, los rododendros eranfrecuentes en el Tibet. Es ms, los capullos derododendro eran un alimento de lujo cuando se prepa-raban bien. Nos maravillaba todo lo que veamos y engeneral la gran diferencia que haba entre todo esto ynuestro pas. No podra decir cuntos das y cuntashoras tardamos porque estas cosas no nos interesaban enabsoluto. Nos sobraba el tiempo y nada sabamos delajetreo y el trfago de la civilizacin, y si lo hubisemosconocido no nos habra interesado.

    Slo puedo decir que cabalgbamos durante ocho odiez horas al da y pasbamos las noches en lamaseras.

    No eran de nuestra rama de budismo, pero nos acogansiempre con la mejor voluntad. No existe rivalidad,rencor ni roces molestos entre los verdaderos budistas deOriente, que somos nosotros los tibetanos, y las demssectas. Siempre se recibe bien a un viajero. Como eranuestra costumbre, participbamos en todos los servicios

    religiosos mientras estbamos all. Y no perdamosoportunidad de conversar con los monjes que nosreciban tan afectuosamente. Nos contaban muchasextraas historias sobre los cambios en la situacin deChina: cmo se transformaba el antiguo orden de la paz ycmo los rusos, los hombres del oso, trataban deimbuirles a los chinos sus ideales polticos, que nosotrosconsiderbamos completamente equivo-

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    cados. Nos pareca que lo que los rusos predicaban era : Lo que es tuyo, es mo; lo que es mo s igue s iendomo! Los japoneses, segn nos decan, tambin estabantrastornando a varias partes de China, a causa de la super-

    poblacin. En el Japn nacan demasiados nios y se pro-duca demasiado poco alimento, por lo cual queran inva-dir a los pueblos pacficos y robarles como si slo impor-tasen los japoneses.

    Por ltimo salimos de Sikang y cruzamos la fronteradel Szechwan. A los pocos das llegamos al ro Yangtse.All, en una aldea, nos detuvimos a ltima hora de la tarde yno porque hubisemos llegado a nuestro destino de aquellanoche, sino porque tropezamos con una multitud apiada

    frente a nosotros. No sabamos de qu se trataba y comoramos bastante corpulentos no nos cost trabajoabrirnos paso hasta la primera fila. Un hombre blanco, dealta estatura, estaba all sobre una carreta de bueyes gesti-culando y cantando las maravillas del comunismo. Incitaba alos campesinos para que se levantaran y matasen a los

    propietarios de las tierras. Agitaba en sus manos unos pa-peles con ilustraciones en que se vea a un hombre de fac-ciones angulosas y una barbilla. Le llamaban el salvador del

    mundo. Pero no nos impresion el retrato de Lenin ni eldiscurso de aquel hombre. Nos marchamos de all disgus-tados y continuamos el viaje durante unos kilmetros mshasta la lamasera en que habamos de pasar la noche.

    Haba lamaseras en varias partes de China, adems delos monasterios y templos chinos. Algunas gentes, sobretodo en Sikang, Szechwan o Chinghai, prefieren la formade budismo del Tibet, y por eso estaban all nuestras lama-seras para ensear a los que necesitaban nuestra ayuda.

    Nunca buscbamos conversiones, pues cre amos que todoslos hombres deban elegir libremente su religin. No nosagradaban esos misioneros que iban por ah insistiendo enque para salvarse haba que hacerse de tal o cual religin.Sabamos que cuando una persona deseaba convertirse allamasmo no habra necesidad de convencerlo, y si se con-verta por la persuasin era tiempo perdido. Recordaba-

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    mos cunto nos habamos redo de los misioneros que ve-nan al Tibet o a China. Era una broma corr iente decirque la gente finga convenirse para conseguir los regalos ylas dems ventajas as l lamadas que las misionesofrecan. Por otra parte, los tibetanos y los chinos del an-tiguo orden eran corteses y trataban de contentar a losmisioneros hacindoles creer que lograban un buen xitocon ellos, pero ni por un momento creamos lo que nos

    predicaban. Respetbamos sus creencias pero preferamosconservar las nuestras.

    Proseguimos nuestro viaje a lo largo del ro Yangtse --el r o que luego iba a conocer tan bien porque steera un camino ms agradable. Nos fascinaba ver los barcosque navegaban por el ro. Nunca habamos visto embarca-ciones, aunque las conocamos por grabados y una vez viun barco de vapor en una sesin especial de clarividenciaque tuve con mi Gua el lama Mingyar Dondup. Pero deesto hablar ms adelante. En el Tibet nuestros barquerosusaban barquillas de cuero o hule. Eran muy ligeras, hechascon pieles de yaks, y podan llevar hasta cuatro o cinco

    pasajeros, adems del barquero. Muchas veces se aadala cabra del barquero, pero este animal recorra una buena

    parte de los caminos por tierra, porque el botero lo cargabacon sus cosas, un paquete o sus mantas, mientras l seechaba sobre los hombros la piragua y escalaba las rocas

    para evitar las corrientes que hubieran volcado el bote. Aveces cuando un campesino quera cruzar el ro usaba una

    piel de cabra o de yak convenientemente preparada.Utilizaban este sistema de un modo muy parecido a comolos occidentales usan las calabazas. Pero ahora nos intere-saba mucho ver estos barcos de verdad con velas latinas

    flameando en el aire.

    Un da hicimos un alto cerca de un lugar poco profundodel ro. Estbamos intrigados; dos hombres andaban porel ro sosteniendo, uno por cada extremo, una larga red.Ms adelante otros dos hombres batan el agua con palosy chillaban horriblemente. Al principio creamos que stos delos gritos eran locos de atar y los que les seguan

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    con la red trataban de sujetarlos con ella. Seguimos con-templndolos y de pronto, a una seal de uno de ellos, losotros dejaron de gritar. Los de la red tiraron de ella y laarrastraron hasta la playa. La extendieron sobre la arena y

    vimos cmo brillaban una gran cantidad de pescados quean brincaban cuando los pescadores volcaron la red y losdejaron caer al suelo. Esta escena nos choc porque nos-otros nunca matbamos. Considerbamos un gran mal ma-tar a una criatura cualquiera. En nuestros ros del Tibetlos peces se acercan a la mano tendida en el agua haciaellos y la rozan. No temen al hombre y a veces se convier-ten en favoritos. Pero aqu en China slo se les conside-raba como alimento. Nos preguntamos cmo podran creer-

    se budistas estos chinos si, de un modo tan evidente, mata-ban en provecho propio.

    Nos habamos entretenido demasiado, pues quiz noshubisemos pasado un par de horas sentados a la oril ladel ro y no podramos llegar ya aquella noche a la lama-sera. Nos encogimos de hombros, resignados, y nos pre-

    paramos para acampar a un lado del camino. Pero vimosque un poco ms a la izquierda haba un bosquecillo muyrecoleto cruzado por el ro y nos dirigimos all. Dejamosa nuestros caballos en libertad de pacer en aquel abundante

    prado. Reunimos lea para encender una hoguera. Hervi-mos el agua para el t y comimos nuestra trampa. Durantealgn tiempo permanecimos sentados en torno al fuego ha-

    blando del Tibet y comentando lo que habamos visto ennuestro viaje, as como pensando en nuestro futuro. Unotras otro, mis compaeros empezaron a bostezar. Se volvie-ron y se enrollaron en las mantas, quedndose dormidosen seguida. Por ltimo, cuando ya las brasas se convirtie-ron en rescoldo, tambin yo me envolv en mi manta yme tumb, pero no me dorm. Pens en todas las penali-dades que haba pasado. Record mi salida de casa a lossiete aos, mi ingreso en la lamasera y el severo entrena-miento a que me sometieron. Evoqu mis expediciones alas grandes alturas del Tang. Pens tambin en el DalaiLama, y luego lo que era inevitable en mi amado Gua,

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    el Lama Mingyar Dondup. Me senta desolado, enfermode aprensin. Y entonces pareci como si el paisaje estu-viese iluminado por el sol de medioda. Mir estupefacto yvi a mi Gua ante m. Lobsang! Lobsang! exclam,

    por qu ests tan abatido? Acaso has olvidado? Quizs elhierro crea que lo estn torturando caprichosamente en elhorno, pero cuando se convierte en una hoja de acero bientemplada, piensa de otra manera. Lo has pasado muy mal,Lobsang, pero todo ha sido con una finalidad buena. Comotantas veces hemos comentado, ste es slo un mundoilusorio, un mundo de sueos. An te quedan muchasdesventuras que sufr ir , has de pasar por pruebas muyduras, pero triunfars, y saldrs bien de ellas. Al final rea-

    lizars la tarea que te has propuesto cumplir. Me frotlos ojos y entonces pens que, por supuesto, el Lama Min-gyar Dondup haba llegado hasta m por viaje astral. Yomismo haba hecho a menudo cosas semejantes, pero aque-llo fue tan inesperado y me demostraba claramente quemi Gua pensaba en m constantemente y que me ayudabacon sus pensamientos.

    Durante un rato evocamos el pasado detenindonos enmis debilidades y repasando felizmente los muchos momen-

    tos felices que habamos pasado juntos, como un padre yun hijo. Me ense, por medio de imgenes mentales, algu-nas de las penalidades con que haba de tropezar y los bue-nos xitos que lograra a pesar de los esfuerzos que haran

    para impedirlo. Despus de un tiempo que no poda cal-cular, el halo dorado desapareci mientras mi Gua reiterabasus palabras de esperanza y estmulo. Pensando casi sloen ellas me tumb bajo las estrellas que brillaban en elcielo helado, y me dorm.

    A la maana siguiente nos despertamos pronto y pre-paramos el desayuno. Como de costumbre, celebramos nues-tro servicio religioso de la maana, que yo dirig comomiembro mayor eclesistico, y luego continuamos nuestroviaje a lo largo de la senda que bordeaba la orilla del ro.A medioda llegamos a donde el ro se desviaba haciala derecha y la senda segua en lnea recta. La seguimos.

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    Terminaba en lo que nos pareci una carretera muy ancha.Luego supe que se trataba de un camino de segunda clase,

    pero nunca habamos visto una carretera de esa anchura.

    Continuamos por ella maravillndonos de cmo estaba he-cha y de la comodidad que supona no tener que evitar lasraces salientes y los hoyos. Pensbamos que slo nos fal-taban dos o tres das ms para llegar a Chungking. Enton-ces sentimos en la atmsfera algo extrao que nos hizomirarnos inquietos. Uno de nosotros, que observaba el lejanohorizonte, se irgui alarmado sobre los estribos, abriendomucho los ojos y gesticulando. Mirad! exclam. Seacerca una tormenta de polvo. Sealaba hacia adelante pordonde, efectivamente, avanzaba hacia nosotros un enormenubarrn gris oscuro a una considerable velocidad. En elTibet hay nubes de polvo; nubes cargadas de arenilla queviajan por lo menos a unos ciento treinta kilmetros y delas que han de protegerse todos menos los yaks. La densalana del yak lo protege, pero todas las dems criaturas,sobre todo las humanas, son araadas por la arenisca hastasangrar en el rostro y las manos. Nos quedamos des-concertados porque sta era la primera tormenta de polvoque habamos visto desde nuestra salida del Tibet y nos

    preguntamos dnde podramos escondernos. Pero nada vea-mos que pudiera protegernos. Consternados, nos dimoscuenta de que la nube que se acercaba iba acompaada porun extrasimo sonido, el ms raro que habamos odo hastaentonces: algo as como si un principiante tocase desafi-nadamente una potente trompeta de un templo o, pensa-mos, asustados, como si las legiones del diablo avanzasencontra nosotros. Haca zrom-zrom-zrom, sin cesar. El es-

    pantoso ruido aument rpidamente su intensidad y cada

    vez resultaba ms raro. Adems, se mezclaban estampi-dos y ruidos de matraca. Estbamos casi demasiado asus-tados para pensar y para movernos. La nube de polvo se pre-cipitaba contra nosotros cada vez ms rpida. El pniconos paralizaba. Pensamos otra vez en las nubes de polvodel Tibet, pero, desde luego, ninguna de ellas haca eseterrible ruido. De nuevo, forzados por el espanto, tratamos

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    de encontrar algn sitio dnde refugiarnos de esta terrible tormentaque nos amenazaba. Nuestros caballos fueron mucho ms vivosque nosotros; empezaron a patalear y a saltar. Me daba laimpresin de que tenan cascos volantes y mi caballo dio un

    feroz relincho y pareci doblarse por la mitad, lo cual seprodujo una extraa sensacin como si se le hubiera rotoalgo al caballo o quiz fuera yo el que se hubiera partido una

    pierna. Entonces sal despedido, describiendo un arco por el airey ca de espaldas a un lado del camino casi con elconocimiento perdido. La nube de polvo estaba ya encima yvi dentro de ella al mismsimo diablo, un rugiente monstruonegro. La nube pas. Tendido de espaldas y, con la cabezadndome vueltas, vi por primera vez en mi vida unautomvil. Era un desvencijado camin ex americano que

    viajaba al mximo de velocidad y haciendo un ruido horrible.Lo conduca un chino que haca muchas muecas. Qu espantosoolor despeda aquel vehculo! Luego le llamamos el alientodel diablo. Era un olor a petrleo, aceite y abonos. La carga deabono que transportaba sala despedida a cada brinco del caminy un buen montn cay a mi lado. El camin se fue alejandocon un estruendo grandsimo envuelto en una nube de polvo yun escape de humo negro por detrs. Pronto se convirti en un

    punto a lo lejos. Dejamos de or el ruido.Mir en torno a m en el absoluto silencio que se haba

    producido. No haba ni seal de mis compaeros ; y lo quequiz era peor, el caballo no apareca por ninguna parte!Segu tratando de desembarazarme de la cincha que se habaroto y se me haba arrollado a las piernas cuando aparecieron losotros uno a uno, avergonzados y muy nerviosos por temor a queapareciera algn otro de aquellos rugientes demonios. An nosabamos a qu atenernos sobre lo que habamos visto. Todohaba sido muy rpido y las nubes de polvo nos habandificultado la visin. Los otros bajaron de sus caballos y me

    ayudaron a sacudirme el polvo. Por fin qued presentable,pero... dnde estaba el caballo? Mis compaeros habanllegado de todas direcciones, pero ninguno de ellos haba visto micabalgadura.

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    La buscamos entre todos, llamamos, miramos con atencinen el polvo por si veamos huellas de las herraduras, peronada encontramos. Pensamos que el desgraciado animal ha-

    ba sal tado al camin y s te se lo haba llevado. Nos senta-

    mos junto al camino para discurrir lo que podramos hacer.Uno de mis compaeros se of reci a quedarse en unacabaa cercana para que yo pudiera utilizar su caballo, y es-

    perara all hasta que regresaran los dems despus de ha-berme dejado en Chungking. Pero este plan no me gustabaen absoluto. Saba tan bien como l que necesitaba des-cansar, y, en definitiva, esto no resolva el misterio del ca-

    ballo desaparecido.

    Los caballos de mis compaeros relinchaban y les re-plic otro caballo desde la cabaa de un campesino chino.Apenas haba empezado ste con su relincho cuando le hi-cieron callar como si le hubieran tapado el hocico. Com-

    prendimos en seguida. Nos miramos y nos dispusimos a in-tervenir al instante. Por qu haba de estar encerrado uncaballo en la pobre choza de un campesino? No era el lugardonde se poda esperar que viviera el dueo de un caballo.Era evidente que estaban ocultndolo all dentro. Nos pu-sirnos de pie de un brinco y buscamos unos gruesos palos,

    pero como no los encontramos, cortamos unas gruesas ra-mas de los rboles prximos y nos dirigimos hacia la ca-

    baa decididos a reclamar lo nuestro. La puerta pareca apunto de caerse a trozos y estaba sostenida por cuerdas bas-tas. Nuestra corts llamada no logr respuesta. Haba unsilencio absoluto. Y cuando luego exigimos, ya sin mira-mientos, que nos dejaran entrar, tampoco nos respondinadie. Sin embargo, era evidente que un caballo haba re-linchado y lo haban hecho callar. As que cargamos contra

    la puerta, que resisti durante unos momentos nuestro asal-to, pero las cuerdas se partieron y la puerta se entreabriy, cuando estaba a punto de caer al suelo, la abrieron pre-cipitadamente. Dentro estaba un viejo chino aterrorizado.El interior era asqueroso y el dueo un pobre hombre cu-

    bierto de andrajos. Pero esto no nos interesaba, sino quedentro estaba mi caballo con la cabeza metida en un saco.

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    No nos gust la conducta del campesino chino y le ma-nifestamos nuestra censura de un modo categrico. Bajola presin de nuestro interrogatorio, reconoci que habaintentado robarnos el caballo. Dijo que nosotros ramos

    unos monjes ricos y podamos permitirnos perder un ca-ballo o dos ; l, en cambio, no era ms que un campesino.A juzgar por su gesto, pareca creer que bamos a matar-lo. Nuestro aspecto deba ser feroz. Habamos viajadoquiz mil trescientos kilmetros y estbamos cansados y de

    psimo aspecto. Sin embargo, no queramos causarle nin-gn dao al viejo. Nuestro conocimiento del idioma chino

    en colaboracin bastaba para permitirnos reirle porlo que haba hecho y anunciarle lo mal que iba a pasarlo

    en la vida futura. Una vez que nos desahogamos volvimosa ensillar el caballo poniendo gran cuidado en que la cin-cha estuviese bien asegurada, y partimos para Chungking.

    Aquella noche nos aposentamos en una pequesimalamasera. Haba seis monjes en ella, pero nos dispensaronuna hospitalidad tan completa como si hubiera sido grande.La noche siguiente fue la ltima de nuestro largo viaje. Lle-gamos a una lamasera donde, como representantes del DalaiLama, fuimos acogidos con esa cortesa que estbamos ya

    acostumbrados a recibir como algo que se nos deba. Denuevo nos dieron alimento y acomodo; participamos en susservicios del templo y hablamos hasta bien avanzada la no-che sobre los acontecimientos del Tibet, nuestros viajes alas mesetas del norte y acerca del Dalai Lama. Me satisfizomucho saber que incluso all era conocido mi Gua, el LamaMingyar Dondup. Me interes conocer a un monje japonsque haba estado en Lhasa estudiando nuestra rama de bu-dismo, la cual es muy diferente de la del Zen.

    Se habl mucho de los inminentes cambios en China,la revolucin y el establecimiento de un orden nuevo, unorden en que todos los terratenientes seran expulsados desus tierras y sustituidos por los campesinos analfabetos. Losagentes rusos andaban por todas partes prometiendo mara-villas y sin realizar nada constructivo. Estos rusos, paranuestra manera de pensar, eran agentes del diablo que todo

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    lo destrozaban y corrompan como la peste destroza el cuer-po. El incienso se quemaba y lo reponamos cada vez quese agotaba. Conversbamos sin cesar, lamentndonos de loscambios que se prevean para China. Los valores humanos

    eran deformados y no se conceda importancia alguna a losasuntos del alma, sino slo al poder pasajero. El mundo en-fermaba gravemente. Pero las estrellas seguan imperturba-

    bles en el cielo. Prosegua la charla y por ltimo fuimosquedndonos dormidos uno tras otro all mismo donde es-tbamos. Por la maana, empezaba nuestra ltima etapa.Para m era el final del viaje, pero mis compaeros tendranque regresar al Tibet, dejndome solo en un mundo extrao ydesagradable, donde nicamente el poder tena razn.

    Aquella ltima noche apenas pude dormir.Por la maana, despus de los habituales servicios reli-

    giosos y una excelente comida, nos pusimos de nuevo enmarcha por la carretera de Chungking. Nuestros caballoshaban descansado bien. Ahora el trfico era ms numeroso.Abundaban los camiones y vehculos de varias clases. Nues-tras caballos estaban continuamente inquietos y asustados.

    No estaban acostumbrados al estruendo de todos esos ve-hculos y el olor de petrleo quemado les irritaba constan-

    temente. Se nos haca muy difcil permanecer sobre ellos.Nos interesaba ver a la gente trabajando en los campos

    fertilizados con excrementos humanos. Los campesinos ibanvestidos de azul, el azul de China. Todos parecan viejos ymuy cansados. Se movan afanosamente como si la vida lesresultara un peso excesivo o como si hubieran perdido todoslos nimos y creyeran que nada vala la pena. Hombres,mujeres y nios trabajaban juntos. Seguimos cabalgando

    junto al curso del ro, que habamos vuelto a encontrar desde

    varios kilmetros atrs. Por fin llegamos a la vista de los altosmontes sobre los cuales est construida la vieja ciudad deChungking. Era la primera vez que veamos una ciudadnotable aparte de las del Tibet. Nos detuvimos y ad-miramos fascinados aquella vista, pero a la vez, por mi

    parte debo reconocer que me asustaba la nueva vida queme esperaba.

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    En el Tibet haba sido yo una persona poderosa a causade mi posicin social, mis propios mritos y mi ntima re-lacin con el Dalai Lama. Ahora l legaba a una ciudadextranjera, donde sera slo un estudiante. Esto me hacarecordar de un modo doloroso las penalidades de mis pri-meros das de aprendizaje. Por eso la grandiosidad de aquel

    paisaje no me causaba placer. Saba de sobra que aquellanueva etapa de mi vida sera slo un paso en el largusimocamino que me llevara a sufrir en extraos pases, aun msextraos que China, el Occidente, donde los hombres sloadoraban el oro. Ante nosotros se extenda un terreno ele-vado con campos en terrazas que se sostenan precariamenteen las acentuadas pendientes. Arriba crecan rboles, que a

    nosotros, tan poco acostumbrados a ellos hasta aquel viaje,nos parecan un bosque. Adems, all las figuras vestidas deazul labraban los remotos campos como sus antepasados loshaban labrado. Carros de una rueda de los que tiraban

    pequeos ponies pasaban cargados con productos hortcolaspara los mercados de Chungking. Eran unos vehculos ex-traos. La rueda nica sala por el centro del carro dejandoespacio a ambos lados para las mercancas. En uno de esoscarros vimos a una vieja en equilibrio a un lado de la rueda y

    dos chicos en el otro. Chungking! Para mis compaerossignificaba el final del viaje. Para m, en cambio, era el co-mienzo de otra vida. La ciudad no me atraa. Estaba cons-truida sobre altos riscos cubiertos con casas. Desde dondeestbamos pareca una isla, pero sabamos que no lo era,sino que estaba rodeada por tres lados por las aguas de losros Yantgse y Chialing. Al pie de las rocas baadas por elagua, haba una larga y ancha franja de arena hasta un

    punto donde los ros se encontraban, lugar que haba de

    serme muy conocido en los meses siguientes. Lentamente,volvimos a montar en nuestros caballos y avanzamos. Yams cerca, vimos que haba escalones por todas partes ysentamos una dolorosa aoranza al subir los setecientosochenta escalones de una calle. Nos recordaba al Potala. Asentramos en Chungking.

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    C A P T U L O I I

    C H U N G K I N G

    Pasamos ante las tiendas con escaparates brillantementeiluminados, y en stos veamos gneros que desconocamos.

    Algunos de ellos los conocamos por las revistas que llega-ban a Lhasa cruzando el Himalaya desde la India, pas quelos reciba de los Estados Unidos, esa tierra fabulosa. Un

    joven chino se apresur hacia nosotros montado de la cosams rara que viera yo hasta entonces : una armazn dehierro con dos ruedas, una delante y otra detrs. Nos mircon fijeza y no poda apartar de nosotros sus ojos, por locual perdi el control de su absurdo vehculo, cuya ruedadelantera tropez con una piedra y el carrito se tumb delado, saliendo despedido el viajero por encima de la ruedadelantera para quedar tendido de espaldas en el suelo. Unaseora china de edad avanzada estuvo a punto de caersetambin al tropezar con ella el viajero.

    Se volvi y ri al pobre hombre, que se incorpor muyazorado y levant del suelo aquel curioso aparato al quese le haba partido la rueda delantera que se carg sobresus hombros y descendi luego tristemente por la callede las escaleras. Pensbamos que habamos 11eado a una

    ciudad de insensatos porque todos actuaban del modo msdisparatado. Seguimos nuestro camino despacio, admirandolas cosas que se exhiban en las tiendas y tratando de des-cifrar lo que eran y para qu servan, pues, aunque haba-mos visto las revistas norteamericanas, ninguno de nosotroshaba entendido ni una sola palabra, entretenindonos ni-camente con las fotografas

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    Llegamos hasta el colegio al que yo iba a asistir. Nosdetuvimos y entramos para que yo pudiera comunicar millegada. Tengo amigos todava en poder de los comunistas yno quiero dar informacin alguna por la que puedan ser

    identificados, pues yo estuve ms tarde muy relacionadocon el Joven Movimiento Tibetano de Resistencia. Nos resis-timos muy activamente contra los comunistas en el Tibet.

    Entr en el edificio y llegu a una habitacin donde ha-ba un despacho con un joven chino sentado en una de esastpicas plataformas pequeas de madera sostenidas por cuatro

    palos y con dos travesaos para apoyar la espalda. Qumanera tan perezosa de sentarse! , pens. Nunca se mehabra ocurr ido comportarme de esa forma! Pareca un

    joven ocioso y despreocupado. Vesta de azul como la ma-yora de los chinos. En su solapa llevaba una insignia queindicaba que era un empleado del colegio. Al verme abrilos ojos asombrado y tambin empez a abrrsele la boca.Entonces se puso en pie y uni las palmas de las manosmientras se inclinaba profundamente. Soy uno de losnuevos estudiantes de aqu ! dije. He venido de Lhasa,en el Tibet, y traigo una carta del Abad de la Lamaseradel Potala. Y le tend el largo sobre que haba conservado

    con tanto cuidado durante nuestro penoso viaje. Lo tom demi mano, se inclin tres veces y dijo :

    Venerable Abad, quiere usted sentarse hasta mi re-greso?

    S ; me sobra tiempo dije, y me sent en la posi-cin del loto. Me mir turbado y movi nervioso los dedos,apoyndose un momento sobre un pie y luego sobre el otro ytrag saliva.

    Venerable Abad dijo, con toda humildad y con elrespeto ms profundo, puedo sugerirle que se vaya acos-tumbrando a estas sillas, pues son las que usamos en estecolegio?

    Me levant y me sent con gran aprensin en uno deaquellos abominables artefactos. Pens y an lo piensoque todo hay que probarlo una vez. Aquello me pareca uninstrumento de tortura. El joven sali y me dej all senta-

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    do. Yo no dejaba de moverme, molesto. No tard en doler-me la espalda, y el cuel lo se me puso r gido. Es posi-

    ble me pregunt, que no se pueda uno sentar ni si-quiera como es debido, como hacemos en el Tibet, y nos

    obliguen a permanecer medio levantados, sin reposar sobre elsuelo? Me mova continuamente y la silla cruja y oscilaba,por lo cual no me atrev a moverme ms por miedo a queel absurdo aparato se hiciera pedazos. El joven regres, volvia inclinarse ante m y dijo:

    El director le recibir, venerable Abad; quiere us-ted venir por aqu? Me hizo una indicacin con las ma-nos para que pasara delante de l.

    No dije. Vaya usted por delante para indicarme el

    camino. Yo no s por dnde se va.Se inclin de nuevo y pas delante de m. Todo me pa-reca tonto, pues algunos de estos extranjeros dicen que leindicarn a uno el camino y luego esperan que vaya unodelante. Cmo voy a pasar delante si no s adnde voy?Ese era mi punto de vista y an lo es. El joven vestido deazul me llev por un corredor y luego llam a la puertade una habitacin casi al final. A la vez que se inclinaba,abri la puerta y dijo:

    El venerable Abad Lobsang Rampa.Con estas palabras cerr la puerta a mis espaldas y medej en la habitacin. Haba all un anciano junto a la ven-tana. Era de aspecto muy agradable, calvo y con una barbita,un chino. Lo extrao era que vesta con ese estilo que yohaba visto antes y que llaman el estilo occidental. Tenauna chaqueta azul y pantalones tambin azules con una finaraya blanca. Tena una corbata de color y pens lo tristeque era que un anciano de aire tan digno llevase aquel dis-

    fraz tan impropio.De modo que es usted Lobsang Rampa dijo. He

    odo hablar mucho de usted y me honro aceptndole aqucomo uno de nuestros estudiantes. Haba recibido ya unacarta acerca de usted aparte de la que usted mismo me hatrado y le aseguro que la preparacin que usted ha tenidoya le situar desde el principio en un buen puesto. Su Gua,

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    el Lama Mingyar Dondup, me ha escrito. Le conoc muchohace unos aos en Shanghai, antes de marchar yo a Amrica.Me llamo Lee y soy el director de este centro.

    Tuve que sentarme y responder a todas las preguntasque me hizo para probar mis conocimientos de anatoma yde otras disciplinas. Lo que de verdad importaba por lomenos as me lo pareca a m, las Escrituras, ni siquiera serefiri a ellas.

    Me agrada mucho el nivel que tiene usted dijo.Pero tendr usted que estudiar mucho, porque aqu, ademsdel sistema chino, enseamos los mtodos americanos deMedicina y Ciruga y tendr usted que aprender un buen

    nmero de temas sobre los que no ha trabajado hasta ahora.Estoy doctorado en los Estados Unidos de Amrica del Nortey nuestro patronato me ha confiado la preparacin de uncierto nmero de jvenes dentro de los ltimos mtodosamericanos, procurando que stos se adapten a las circuns-tancias de China.

    Sigui hablando un buen tiempo, ensalzando las mara-villas mdicas americanas y los mtodos empleados para eldiagnstico.

    La electricidad aadi, el magnetismo, el calor,la luz y el sonido sern materias que deber usted dominaraparte de esa cultura tan intensa que su Gua le ha dado.

    Le mir horrorizado. La electricidad y el magnetismonada significaban para m. No tena ni la menor idea de loque me hablaba. En cuanto al calor, la luz y el sonido, enfin, el ms tonto los conoce de sobra. Se usa el calor paracalentar el t, la luz para ver y el sonido cuando se habla.Qu ms puede estudiarse de ellos? Pero el anciano segua

    hablando:Voy a sugerirle que, como quiera que usted est acos-tumbrado a t rabajar mucho, deber a es tudiar e l dobleque todos sus compaeros y hacer dos cursos a la vez, elque llamamos curso premdico al mismo tiempo que el de

    prctica mdica. Con sus aos de experiencia en los estu-dios podr usted muy bien hacerlo.

    Se volvi y revolvi unos papeles hasta sacar de entre

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    ellos lo que reconoc, por lo que haba visto en las revistas,como una estilogrfica la primera que haba visto en rea-lidad y murmur como para s mismo:

    Lobsang Rampa: preparacin especial en Electricidad y

    Magnetismo. Vea al seor Wu. Le recomiendo que presteespecial atencin a su caso.

    Dej a un lado la pluma, sec cuidadosamente lo quehaba escrito y se levant. Me interes mucho que emplease

    papel secante. Nosotros usbamos arena bien seca. Pero yaestaba en pie y me miraba :

    Est usted bastante avanzado en alguno de sus estu-dios dijo. Por lo que le he preguntado puedo decir queest usted incluso ms adelantado que algunos de nuestros

    mdicos, pero tendr que estudiar estas dos materias de lasque hasta ahora no tiene usted conocimiento alguno. Tocun timbre y dijo : Har que le enseen todo esto paraque ya desde hoy tenga usted una idea de lo que es nuestrocentro. Si tiene dudas venga a verme, pues le promet alLama Mingyar Dondup ayudarle a usted en todo lo que

    pudiera.Se inclin ante m y yo le respond con otra inclinacin

    tocndome el corazn. El joven del traje azul entr. El doctor

    le habl en mandarn. Luego se volvi hacia m y dijo:Si acompaa usted a Ah Fu, l le ensear nuestro

    colegio y responder a cualquier pregunta que desee ustedhacerle.

    Esta vez el joven me precedi sin vacilar despus decerrar cuidadosamente la puerta del despacho del director.En el corredor, dijo:

    Tendremos que ir primero al Registro, porque ha defirmar usted en el libro.

    Recorrimos un pasillo y cruzamos un espacioso vestbulode suelo encerado. Al extremo empezaba otro corredor.Avanzamos por l unos pasos y entramos en una habitacindonde haba gran actividad. Los empleados trabajaban, se-gn creo, en escribir listas de nombres mientras unos jve-nes permanecan de pie e, inclinados ante unas mesitas, es-criban sus nombres en unos libros muy grandes. El emplea-

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    do que me guiaba dijo algo a otro hombre, que desaparecien un despacho anejo al grande. Poco despus, un chino

    bajo y rechoncho apareci con expresin resplandecien te.Llevaba unas gafas de cristales muy gruesos y vesta tam-

    bin al estilo occidental. Ah! dijo. Lobsang Rampa! He odo hablar

    muchsimo de usted.Me tendi la mano y yo me la qued mirando, pues no

    saba lo que deseaba que le diese. Pens que quiz querradinero.

    Debe usted estrechar le la mano a la manera occidentalme dijo mi acompaante al odo.

    En efecto , debe usted estrecharme la mano como ha-cen los occidentales repiti el gordito. Aqu usamos esesistema. Y as, le cog la mano y la estrech. Ay! ex-clam. Me rompe los huesos.

    Es que no s cmo se hace. En el Tibet nos llevamos lamano al corazn, as y le hice una demostracin.

    S, s, ya s; pero los tiempos cambian y nosotroshemos adoptado este sistema. Ahora, estrcheme la manocomo se hace; yo se lo ensear. Y lo hizo para que yoaprendiera. Aquello era fcil y pens que era una estupi-

    dez. Ahora dijo tiene usted que firmar para que consteque estudia usted con nosotros.

    Apart con rudeza a algunos de los jvenes que estabanjunto a los libros y, humedecindose el ndice y el pulgar dela mano derecha, hoje un gran libro registro:

    Aqu firmar usted indicando su categora.Cog una pluma china y firm en el encabezamiento de la

    pgina. Martes Lobsang Rampa escr ib. Lama delTibet. Sacerdote-cirujano de la lamasera de Chakpori. En-

    carnacin Reconocida. Abad por nombramiento. Discpulodel Lama Mingyar Dondup.

    Bien ! dijo el chino bajo y gordo cuando ley loque yo haba escrito. Bien! Creo que nos llevaremos

    perfectamente. Quiero que d ahora una vuelta por nuestrasdependencias y que se haga una idea de las maravillas de laciencia occidental que tenemos aqu. Volveremos a vernos.

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    Luego habl con mi acompaante y este joven me dijo : Quiere usted venir conmigo? Lo primero que visitaremosser la sala de ciencias.

    Salimos y a buen paso llegamos a otro edificio cercano

    de forma muy alargada. All haba objetos de cristal portodas partes : botellas, tubos, frascos, todo el equipo quehabamos visto anteriormente en el Tibet... pero slo enfotografas de las revistas. El joven se dirigi hacia unrincn.

    Esto s que es estupendo. Y, manejando un tubo demetal, coloc una pieza de cristal debajo. Luego dio vuel-tas a algo sin dejar de observar el tubo. Mire esto! ex-clam. Mir y vi el cultivo de un germen. El joven me mir

    con impaciencia. Cmo! Acaso no est usted asom-brado? dijo.En absoluto respond. Tenamos uno buensimo

    en la lamasera de Potala. Se lo regal al Dalai Lama elGobierno de la India. Mi Gua, el Lama Mingyar Dondup,tena autorizacin para manejarlo cuando quisiera y yo lousaba con frecuencia.

    Ah! replic el joven, que pareca muy decepcio-nado. Entonces le ensear a usted otra cosa.

    Me condujo fuera del edificio y pronto entramos enotro.Vivir usted en la lamasera del Monte dijo.

    Pero he supuesto que le gustara a usted ver las ltimascomodidades que disfrutan los estudiantes que viven connosotros. Y abri la puerta de una habitacin. Lo primeroque vi fueron unas paredes encaladas y luego mis fascina-dos ojos se fijaron en una armazn de hierro negro con mu-chos alambres retorcidos que se extendan de un extremo a

    otro.Qu es eso? exclam. Nunca he visto nada pa-recido.

    Eso respondi con orgullo es una cama. Tenemosseis de ellas en este edificio. Son camas muy modernas.

    Yo no dejaba de mirar aquel artefacto y tuve que pre-guntar:

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    Una cama.. .? Y qu hacen ustedes con este apa-rato?

    Dormir en l . Y le aseguro que es de lo ms cmodo.chese encima y se convencer usted.

    Le mir; mir a la cama y volv a mirarlo a l. Com-prend que no poda aparecer como un cobarde ante unode estos empleados chinos; as que me sent en la cama.Cruji y gru debajo de m; cedi bajo mi peso. Tuve lasensacin de ir a caerme en el suelo. Me levant de un

    brinco.Es que peso demasiado para esto dije.El joven trataba de contener la risa.

    No se preocupe; es as. Tiene que ceder cuando uno sepone encima. Es sencillamente una cama de muelles. Searroj con todo su peso cuan largo era y bot encima. No,yo no hara una cosa as; era terrible verlo. Siempre habadormido encima del suelo y me bastaba con eso. El jovensigui rebotando y, cuando tom ms impulso, aterriz enel suelo de golpe. Le est bien empleado, pens, mientrasle ayudaba a ponerse en pie. Pero no se haba inmutado, yme dijo: Esto no es todo lo que tengo que ensearle.Fjese en eso.

    Me condujo hasta la pared, donde haba un pequeo re-cipiente que podra haber sido empleado para hacer tsampaquiz para media docena de monjes.

    Mire, mire me dijo. No le parece maravilloso?Por mucho que observaba aquel objeto, nada significaba

    para m.. . No poda comprender su util idad, ni por qutena un agujero en el fondo.

    Esto no sirve para nada dije--; est agujereado.Aqu no se puede hacer el t. Se ri al orme. Mis pala-

    bras le divertan sobremanera.Pues esto dijo-- es algo an ms nuevo que la

    cama. Mire! Extendi el brazo y toc un resorte de metaladherido a un lado del cuenco blanco. Con gran estupe-faccin ma, brot agua del metal. Agua!

    Est fra dijo. Completamente fra, convnzasey puso la mano en el chorro. Tquela.

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    As lo hice. Efectivamente, era agua, lo mismo que ladel ro. Quiz un poco ms pasada, pues ola de un modoespecial, pero lo admirable era que de un pedazo de metalsala agua. Quin se lo hubiera figurado! El joven volvi a

    extender el brazo y sac algo, un objeto negro. Con ltap el agujero que haba en el fondo de la jofaina. Elagua segua corriendo y pronto llen el recipiente; perono rebosaba, sino que se marchaba a algn otro sitio porun agujero que haba no s dnde, pero el hecho es que nose caa al suelo. Mi acompaante toc de nuevo el resortede metal y el chorro de agua se detuvo. Meti las dos ma-nos en el agua y la removi.

    Fjese qu agua ms estupenda. No tiene usted que

    salir para sacarla del pozo.Tambin yo met las manos en el agua y la remov. Erauna sensacin muy agradable no tener que arrodillarse a laorilla de un ro para meter las manos en su corriente. En-tonces el joven tir de una cadenita y el agua se marchgorgoteando como un viejo en la agona... Se volvi y co-gi lo que yo crea una capa corta.

    Tenga, use esto.Le mir y luego examin con atencin la tela que me

    haba dado.Para qu es esto? le pregunt. Si estoy com-

    pletamente vestido!Volvi a rerse de m.

    No, no es para ves ti rse, sino para secarse las manos.As y me ense cmo se haca. Volvi a ofrecrmelo : Squese las manos con esto dijo. Y as lo hice maravi-llado, porque la ltima vez que habl en el Tibet con mu-

    jeres se habran alegrado mucho de disponer de aquel pe-

    dazo de tela para convertirlo en cualquier prenda til mien-tras que nosotros estbamos all estropendola al secarnos lasmanos en ella. Qu habra dicho mi madre si me hubieravisto!

    Aquello del agua me haba impresionado de verdad.Agua que brotaba del metal y jofainas con agujeros parausarla. El joven iba delante de m con aire gozoso. Descen-

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    dimos algunos escalones y entramos en una habitacin delstano.

    Aqu es me dijo donde guardamos los cadverestanto de hombres como de mujeres.

    Abri una puerta y all dentro, sobre mesas de piedra,estaban unos cuerpos dispuestos para ser sometidos a ladiseccin. El aire ola intensamente a extraos compuestosqumicos que haban empleado para evitar la corrupcin delos cuerpos. Por entonces yo no tena la menor idea de loque eran, porque en el Tibet podamos mantener sin co-rromperse mucho tiempo a los cadveres a causa de la frial-dad y sequedad de la atmsfera. Aqu, en cambio, en lahumedad de Chungking tenan que ser acondicionados con

    inyecciones en cuanto moran con objeto de preservarlospara los pocos meses en que los estudiantes tendran quetrabajar sobre ellos. Abri una vitrina y me dijo:

    Aqu tiene usted el l timo equipo qui rrgico llegadode Amrica. Para amputar brazos y piernas. Mire!

    Examin aquellas brillantes piezas de metal y cristal, ypens: En fin, de todos modos, dudo de que puedan hacerlas cosas mejor que las hacemos nosotros en el Tibet.

    Despus de haber pasado casi tres horas en este recorrido

    de los edificios del Colegio, volv a reunirme con mis com-paeros, que me esperaban sentados y bas tante inquietos a laentrada del edificio central. Les dije lo que haba hecho yvisto, y aad :

    Vamos a dar una vuelta por esta ciudad para ver quclase de sitio es ste. A primera vista me parecen muy atra-sados y brbaros. El mal olor y el ruido son terribles.

    Volvimos a montar a caballo y paseamos por la calle

    de las tiendas..Nos apeamos para poder ver de cerca, y unatras otra, todas las cosas notables que se exhiban en losescaparates. En nuestro recorrido de las calles llegamos auna que no pareca tener salida. Efectivamente, terminabaabruptamente en un acantilado. Esto me intrig, de modoque nos acercamos y vimos que no estaba cortada al finalde un modo tajante, sino que descenda en una violenta

    pendiente con unas escaleras que llegaban hasta los muelles.

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    Vimos all abajo grandes barcos de carga, juncos con susvelas latinas que flameaban ociosamente contra los mstilescon la brisa que rozaba el pie del acantilado. Los cooliescargaban algunos de los barcos, subiendo a bordo con untrotecillo mientras sostenan sobre los hombros sus largos

    alos de bamb. A cada extremo de estos palos llevabancestos cargados. Haca mucho calor y estbamos empapadosde sudor. Chungking tiene fama de atmsfera pesada. En-tonces, cuando caminbamos llevando de las bridas a nues-tros caballos, empez a extenderse la neblina que suba delro y lleg un momento en que bamos a tientas en la oscu-ridad. Chungking es una ciudad muy elevada y ms bienalarmante. Una ciudad de mucha piedra y pendientes peli-grosas con casi dos millones de habitantes. Las calles eran

    como precipicios, tanto que algunas de las casas parecancuevas abiertas en la ladera de una montaa mientras queotras sobresalan, pendientes sobre el abismo. All estabacultivado hasta el ltimo pie de tierra, celosamente vigiladoy atendido. En algunas parcelas creca el arroz y en otras losguisantes o el maz, pero no se desperdiciaba ni un solo trozode tierra. Por todas partes se inclinaban hacia el suelo lasfiguras vestidas de azul, como si hubieran nacido en esa

    postura y la conservasen todava, arrancando mala hierba

    con sus manos cansadas. La gente de ms elevada condicinsocial viva en el valle de Kialing, suburbio de Chungking,donde el aire era para lo que suele ser en China, no paranosotros saludable y las tiendas eran all mejores y latierra ms frtil. Haba rboles y agradables arroyos. No eraun sitio propio para los coolies, sino para los prsperos co-merciantes, los hombres de profesiones liberales y todoslos que disfrutaban de medios independientes. All vivanlos mandarines y, en general, los de alta casta. Chungking

    era una ciudad poderosa, la mayor que cualquiera de noso-tros haba visto en su vida, pero no nos impresionaba.

    De pronto nos dimos cuenta de que tenamos muchahambre. No nos quedaban en absoluto vveres, de modoque tenamos que encontrar un sitio donde nos dieran decomer y, naturalmente, habra de ser al estilo chino. Llega-

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    mos a un sitio donde un rtulo anunciaba que all se servala mejor comida de Chungking y que servan con toda ra-

    pidez. Entramos y nos sentamos a una mesa. Una figura ves-tida de azul se nos acerc y nos pregunt qu desebamos.

    Tienen ustedes trampa?dije.Trampa! replic. No, no tenemos de eso. Su-

    pongo que debe de ser uno de esos platos occidentales. Entonces, qu tienen ustedes?

    Arroz, tallarines, aletas de tiburn, huevos... merespondi.

    Bueno, entonces tomaremos bolas de arroz, tallarines,aletas de tiburn y cogollo de bamb. Dese prisa.

    A los pocos momentos, estaba de vuelta con lo que ha-bamos pedido. Alrededor de nosotros coman otras perso-nas y nos horroriz la algaraba que formaban. En el Tibet,en las lamaseras, era una regla inviolable que quienes co-man no hablasen mientras duraba la comida porque erauna falta de respeto para el alimento y ste poda vengarse

    producindonos extraos dolores en nuestro interior. Ennuestra lamasera, un monje nos lea siempre a la hora decomer las Escrituras y tenamos que escucharle con gran

    atencin mientras comamos. Aqu, en cambio, las conver-saciones ensordecedoras eran de lo ms frvolo. Aquello nosmolest mucho. Comamos mirando sin cesar nuestros pla-tos como nos prescribe nuestra orden. En verdad, algunasde las conversaciones no eran tan ligeras porque se hablabamucho de los japoneses y de los trastornos que estaban cau-sando en varias zonas de China. Por entonces ignoraba yo

    por completo de qu se trataba. Sin embargo, no nos preocu-pamos de lo que suceda en el comedor ni en Chungking.Si aquella comida fue extraordinaria para m, era slo porser la primera comida que haba tenido que pagar. Salimosen cuanto terminamos. Encontramos un sitio en el patiode un edificio municipal, donde pudimos sentarnos a ha-

    blar. Habamos dejado nuestros caballos en una cuadra paradarles el reposo que tanto necesitaban y all podan darlesde comer y beber, pues a la maana siguiente mis compa-eros tendran que ponerse de nuevo en camino para regre-

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    sar al Tibet. Como cualesquiera turistas de cualquier pasdel mundo, les preocupaba lo que podran llevarles a susamigos de Lhasa, y yo tambin me preguntaba qu deberacomprarle al Lama Mingyar Dondup. Charlamos sobre esto y,como de comn acuerdo, nos levantamos todos a la vez y nosdirigimos de nuevo a las tiendas cuyo exterior habamoscurioseado, pero esta vez para hacer nuestras compras.Despus caminamos hasta un pequeo jardn donde nos sen-tamos y conversamos durante mucho tiempo. Haba oscure-cido ya. Las estrellas brillaban vagamente a travs de la ne-

    blina, pues la niebla densa haba desaparecido. De nuevonos pusimos en pie y nos dirigimos en busca de un sitiodonde cenar. Esta vez tomamos pescado, alimento que nuncahabamos probado y que nos saba a algo rarsimo y muy

    desagradable, pero se trataba de un alimento y tenamoshambre. Terminada la cena, salimos en busca de nuestroscaballos. Parecan estar esperndonos y relincharon con pla-cer al acercarnos. Tenan excelente aspecto y cuando losmontamos estaban muy bien dispuestos. Nunca he sido un

    buen jinete y prefiero un caballo cansado que uno con de-masiadas ganas de moverse. Tomamos por el camino deKialing.

    Abandonamos la ciudad de Chungking y, siguiendo porla carretera, pasamos por los alrededores de la ciudad haciadonde habamos de pernoctar : la lamasera donde yo ten-dra que recogerme despus de mi trabajo. Doblamos a laderecha y subimos la pendiente de un monte cubierto de

    bosques. La lamasera era de mi propia orden y era loque ms poda parecerse a estar en el Tibet. Cuando entr,fui directamente al templo, pues habamos llegado justa-mente cuando empezaba el servicio religioso. El incienso se

    elevaba en nubecillas redondas y las profundas voces de losmonjes ms ancianos as como las agudas de los aclitos,formaban un contraste que me trasladaba a mi tierra, ape-nndome con la aoranza. Los otros parecan darse cuentade mis sentimientos y me dejaban entregado a mi nostal-gia. Una vez terminado el servicio, segu un buen rato enmi sitio torturndome con mis pensamientos. Pens en la

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    primera vez que entr en el templo de una lamasera des-pus de una dura proeza de resis tencia. Es taba hambriento yse me apretaba el corazn. Ahora tambin me angustiabaquiz ms que entonces, pues por aquellos tiempos era yodemasiado joven para saber mucho de la vida y ahora, encambio, me pareca saber demasiado, tanto de la vida comode la muerte. Por fin, el anciano Abad encargado de la lama-sera se me acerc suavemente:

    Hermano me dijo, no conviene pensar demasiadoen el pasado cuando tenemos ante nosotros todo el futuro.El servicio ha terminado, hermano, y pronto empezar otro.Convendra que te acostaras, pues hay mucho que hacermaana.

    Me levant sin hablar y le acompa a donde tena quedormir. Mis compaeros se haban retirado ya. Pas delantede ellos, formas inmviles arrolladas en sus mantas. Dor-midos? Quin sabe. Quiz estuviesen soando con el viajeque haban de emprender y el agradable fin que tendraste cuando volvieran a encontrarse juntos a sus compaerosen Lhasa. Yo tambin me envolv en mi manta y me tumben el suelo. Las sombras producidas por la luna se alargaronmucho antes de que yo conciliara el sueo.

    Me despertaron las trompetas y los gongs del templo.Era la hora de levantarse y de asistir al servicio religiosoal que debamos acudir antes de comer nada, pero yo tenahambre. Sin embargo, despus del servicio, con el alimentoante m, me faltaba el apetito. Apenas prob bocado porqueme senta muy deprimido. En cambio, mis compaeros co-mieron abundantemente. Pens que coman demasiado yme molest, aunque deba comprender que si lo hacan era

    por fortalecerse para el viaje de regreso que haban de em-prender en seguida. Despus del desayuno paseamos unpoco. Apenas hablamos. En realidad tenamos muy pocoque decirnos. Por ltimo les dije:

    Entregad esta carta y este regalo a mi Gua, el LamaMingyar Dondup. Decidle que le escribir con frecuencia.Y tambin le diris que habis podido ver lo mucho queecho de menos su compaa y su orientacin. Saqu un

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    pequeo paquete que guardaba debajo de la tnica. Y estoes para el Dalai Lama. Ddselo tambin a mi Gua porque lse ocupar de que se lo entreguen al Dalai Lama.

    Me volv dominado por la emocin y no quera que

    ellos me vieran conmovido, pues era un alto Lama y nodeba exteriorizar mis emociones. Afortunadamente, tam-bin ellos estaban turbados porque se haba establecido entrenosotros una sincera amistad a pesar segn las normastibetanas de nuestro diferente rango. Sentan mucho nuest raseparacin y dejarme en aquel extrao mundo que llegarona odiar. Anduvimos un rato por entre los rboles con-templando las florecillas que alfombraban el suelo, escu-chando el canto de los pjaros en las ramas de los rboles y

    admirando las finas nubes que navegaban por el cielo.Haba llegado el momento. Volvimos juntos a la vieja

    lamasera china oculta entre los rboles del monte desde elque se dominaba a Chungking y sus ros. Tenamos poco qudecir ni qu hacer. Estbamos nerviosos y nos sentamosdeprimidos. Fuimos a la cuadra. Lentamente mis compaerosensillaron sus caballos y cogieron de las riendas al mo, elque me haba trado tan fielmente desde Lhasa y que ahora

    feliz criatura volva al Tibet. Intercambiamos unas cuan-

    tas palabras ms, muy pocas, montaron en sus caballos yse alejaron hacia el Tibet, dejndome all de pie, en me-dio del camino, siguindolos con la mirada. Se hacan cadavez ms pequeos hasta que desaparecieron a la vueltadel camino. Una nubecilla de polvo levantada por su pasofue desapareciendo y el cl ip-clop de las herraduras desus caballos se apag en la distancia. Pens mucho en el

    pasado y me invadi el temor del futuro. No s cuntotiempo permanec all sufriendo con mis pensamientos,

    pero me sac de mi melanclica ensoacin una voz agra-dable que me dijo :

    --Honorable Lama, no quiere usted reconocer que enChina estn los que sern sus amigos? Estoy a su servicio,honorable Lama del Tibet, colega estudiante de Chungking.Me volv lentamente y all, detrs de m, se hallaba unagradable joven monje chino. Creo que se debi de pregun-

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    tar cul sera mi actitud ante su audacia, puesto que yoera un Abad, un alto Lama, y l slo un monje chino. Perome encant verlo. Era Huang, un hombre a quien luegollamara amigo, sintindome orgulloso de ello. Intimamos

    pronto y me alegr mucho que fuera a estudiar Medicinacomo yo a partir de la maana siguiente. Tambin l tendraque estudiar aquellas cosas tan extraas, Electricidad y Mag-netismo; as que podramos conocernos bien. Nos dirigi-mos de nuevo hacia la entrada de la lamasera. Al pasar porlos portales, avanz hacia nosotros otro monje chino, quedijo :

    Tenemos que presentarnos en el Colegio. Hay quefirmar en un registro.

    Ya lo he hecho dije. Firm ayer.S, honorable Lama replic el otro. Pero no me

    refiero al registro de ingreso que firm usted con nosotros,sino al registro de fraternidad, pues en el Colegio seremostodos hermanos como en las universidades americanas.

    Seguimos los tres caminando por la vereda entre los r-boles. Era una vereda alfombrada de flores y por ella sa li-mos a la carretera principal que va de Kialing a Chung-king. En compaa de estos jvenes, que venan a tenerla misma edad que yo, el camino no me pareci largo ni

    penoso . Llegamos a los edif icios en los que, de al l en ade-lante habramos de pasar el da, y entramos. El joven em-

    pleado de traje azul, pareci alegrarse al vernos.Ah, esperaba que no faltasen ustedes, pues tenemos

    aqu un periodista americano que habla chino. Le gustaramuchsimo conocer a un alto lama del Tibet.

    Nos condujo por el corredor hasta una habitacin donde

    yo no haba entrado. Me pareci una sala dedicada arecibir las visitas porque vi en ella a unos jvenes sentadosen animada charla con unas muchachas, lo cual me produjomala impresin. Yo por entonces saba muy poco de lasmujeres. Un joven alto se hallaba sentado en una sil la.Se levant al vernos entrar y se toc sobre el corazn alestilo oriental. Por supuesto, yo le contest de idntica ma-nera. Nos presentaron a l y entonces me tendi la mano.

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    Esta vez no me coga de sorpresa y se la estrech como mehaban enseado. Se ri.

    Ah, veo que aprende usted los modales de Occidenteque estn introducindose en Chungking.

    S d i j e . H e l l e g a d o a l e x t r e m o d es e n t a r m e y a en esas horribles sillas, y de saber estrechar lamano.

    Era un muchacho muy simptico y an recuerdo sunombre. Muri en Chungking hace algn tiempo. Salimos ynos sentamos sobre un bajo muro de piedra donde estu-vimos conversando mucho tiempo. Le habl del Tibet yde nuestras costumbres. Le dije muchas cosas de la vidaque yo haba l l evado a l l . por su par te , me habl de

    Amrica. Le pregunt qu haca en Chungking, pues mepareca extrao que un hombre tan inteligente viviese enun sitio tan sofocante como aquel sin ninguna razn que lo

    justificara. Por lo menos eso me parec a. Me respondi quepreparaba una serie de artculos para una revista americanamuy conocida. Me pregunt si poda hablar de m en ella.

    P u e s l e r e s p o n d p r e f e r i r a q u e n o l ohiciese us ted, ya que me encuentro aqu con unafinalidad especial. He de estudiar para adelantar en mi

    carrera y emplear luego esos conocimientos comotrampoln para viajar por Occidente. Me parecera mejorque esperase usted a que yo hubiera hecho algo deimportancia, algo de que mereciese la pena hablar.Entonces prosegu sera la ocasin de ponerme encontacto con usted y concederle la entrevista que usted tantodesea.

    Era un joven sensato y honrado profesionalmente ycomprendi mi punto de vista. Pronto nos hicimos muy

    buenos amigos; hablaba chino bastante bien y nos enten-damos sin dificultad. Camin con nosotros parte del ca-mino de regreso a la lamasera.

    M e g u s t a r a m u c h o p o d e r v i s i t a r e n a l g u n ao c a s i n el templo y par t ic ipar en un servicio rel igioso.

    No soy de la religin de ustedes aadi, pero larespeto y querra rendir homenaje a su pueblo en el templo.

    Muy bien le respond, vendr usted a nuestro

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    templo. Tomar parte en nuestros servicios y ser bien re-cibido; se lo prometo.

    Con estas palabras nos separamos porque tenamos mu-cho que preparar para el da siguiente en que empezara

    yo mis nuevas actividades de estudiante como si no hu-biera estado estudiando toda mi vida. De regreso a la la-masera tuve que repasar mis cosas para ver la ropa que seme haba manchado y estropeado en el viaje. Tena quelavarla yo mismo, pues, segn nuestros costumbres, cuida-mos de nuestra vestimenta y de todos los objetos persona-les y no utilizamos criados para que nos realicen las tareassucias. Ms adelante haba yo de llevar la ropa de un es-tudiante chino la ropa azul, porque mi tnica de lama

    atraa demasiado la atencin y no deseaba hacerme publi-cidad, sino estudiar en paz. Adems de las cosas corrien-tes, como lavar la ropa, debamos atender a los serviciosreligiosos y, en mi calidad de lama dirigente, tena queintervenir en la administracin del culto, pues, aunque du-rante el da era un estudiante, en la lamasera segua sien-do un sacerdote de alta posicin con las obligaciones inhe-rentes a ella. As termin el da, y me haba parecido quenunca se acabara el da en que, por primera vez en mi

    vida, me vi completamente separado de mi gente.A la maana siguiente era una clida maana con

    buen sol, Huang y yo partimos de nuevo por la carre-tera camino de una nueva vida, esta vez como estudiantesde medicina. Pronto hicimos el breve viaje y llegamos anteel Colegio. Centenares de jvenes se apiaban ante el ta-

    bln de anuncios. Lemos cuidadosamente todas las noti-cias y vimos que nuestros nombres estaban juntos, de modoque tendramos que estudiar a la vez todas las materias.

    Entramos en el aula que nos haban indicado. Nos senta-mos y me admir ver la extraa disposicin de los pupi-tres, los adornos y todo lo dems. Despus de pasar mu-chsimo t iempo eso me pareci a m, por lo menosentraron otros en pequeos grupos y ocuparon sus asien-tos. Son un gong no s dnde y entr un chino, que dijo:

    Buenos das, caballeros.

  • 5/21/2018 El Medico de Lhasa

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    .50 LOBSANG RAMPA

    Nos levantamos todos porque el reglamento deca quesa era la manera de demostrar respeto, y replicamos : Buenos das.

    Dijo que nos iba a dar unos papeles escritos y que nodebamos desanimarnos por nuestros fracasos porque sutarea era descubrir lo que ignorbamos y no lo que saba-mos. Dijo que hasta que pudiera determinar con exactitudcul era el nivel de conocimientos de cada uno de noso-tros, no podra ayudarnos eficazmente. Los papeles trata-

    ban de todo con varias preguntas mezcladas , un verdaderoguiso chino de conocimientos donde se trataba de Arit-mtica, Fsica, Anatoma, adems, claro est, de todo lo re-

    lativ